de nuevo sobre los usos y valores de la grafía h en la escritura medieval leonesa

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Ars longa Diez años de AJIHLE Asociación de Jóvenes Investigadores de Historiografía e Historia de la Lengua Española AJIHLE VOLUMEN I Compilado por: M.ª Teresa Encinas Manterola Mónica González Manzano Miguel Gutiérrez Maté María Á. López Vallejo Carolina Martín Gallego Laura Romero Aguilera Marta Torres Martínez Irene Vicente Miguel

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Ars longaDiez años de ajihle

Asociación de Jóvenes Investigadores de Historiografía e Historia de la Lengua Española

AJIHLE

Volumen i

Compilado por:

M.ª Teresa Encinas ManterolaMónica González ManzanoMiguel Gutiérrez MatéMaría Á. López VallejoCarolina Martín GallegoLaura Romero AguileraMarta Torres MartínezIrene Vicente Miguel

Colección Topica Hispanica Serie Actas y Homenajes

Ars longa, diez años de AJIHLE / compilado por María Teresa Encinas Manterola ... [et.al.]. - 1a ed. - Buenos Aires : Voces del Sur; AJIHLE, 2010. v. 1, 497 p. ; 24 x 17 cm. - (Topica hispanica / José Luis Ramírez Luengo; 1)

ISBN 978-987-25101-6-9

1. Historia de la Lengua. 2. Lingüística Histórica. I. Encinas Manterola, María Teresa, comp. CDD 410.9

Composición y diseño: Silvia Ribera Belda

Primera edición en Argentina: marzo de 2010

© Ediciones Voces del Sur 2010Av. Rivadavia 1273 2°

C1033 Ciudad de Buenos Aires ArgentinaTel (+5411) 5218 6743

[email protected]

Fecha de catalogación: 19/03/2010ISBN del presente volumen: 978-987-25101-6-9ISBN de la obra completa: 978-987-25101-6-9

Hecho el depósito que marca la Ley 11 723.

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los tit-ulaes del Copyright bajo las sanciones establecidas en las leyes, la repro-ducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático y la distribución

de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Impreso en Ediciones Voces del Sur, Buenos Aires, marzo de 2010.

Impreso en Argentina.

ÍNDICE

Volumen i

PRESENTACIÓN PRÓLOGOASÍ NOS VEN...

I. GRAFEMÁTICA, FONÉTICA Y CRÍTICA TEXTUAL

Carrera de la red, miCaelaReflexiones paleográficas y grafémicas sobre la Carta de Colón a Luis de Santángel Gómez martínez, marta

Cuando el traductor interviene en la transmisión de un texto antiguo

marCet rodríGuez, ViCente j.De nuevo sobre los usos y valores de la grafía H en la escritura medieval leonesa

PiChel Gotérrez, riCardoHabilitación y disposición de la scripta vernácula en la documentación probatoria latino-romance galaica

Pousada Cruz, miGuel ÁnGelLa prosificación castellana de la cantiga mariana Vii de Alfonso x. Una propuesta de edición crítica

II. VARIACIÓN Y CAMBIO SINTÁCTICOS

GarCía de GraCia, Benjamín y móniCa GonzÁlez manzanoSobre la relevancia de la subjetivización en el desarrollo de las partículas focales también y cuanto más

iBBa, daniela

Comoquier (que): algunas precisiones sobre su proceso de formación

juliÁn marisCal, olGaA no ser que en los siglos xViii y xix

xV xVii xxi

29

51

63

81

101

117

137

153

manCera rueda, ana

La recreación del coloquio en el Arcipreste de Talavera o Corbacho

meléndez Quero, CarlosContribución al estudio de la colocación de los pronombres personales átonos en La Celestina

III. LEXICOLOGÍA, LEXICOGRAFÍA Y SEMÁNTICA

Cazorla ViVas, m.ª del CarmenLa obra menos conocida de R. J. Domínguez: el diccionario bilingüe de bolsillo

ClaVería nadal, Gloria

Voces nuevas y neologismo: la contribución de Esteban de Terreros

edeso natalías,VeróniCa Valores de la interjección ay –desde el Tesoro de Covarrubias (1611), hasta el Diccionario de uso del español de América y España (2002)–

esPinosa elorza, rosa maría

El sentido literal

GarCía andreVa, FernandoAportaciones léxicas del cartulario de San Millán de la Cogolla a la historia de la lengua española

GarCía aranda, m.ª ÁnGeles

La investigación (meta)lexicográfica en la ajihle

herrÁez CuBino, GuillermoLexicografía menor naútica como autoridad lexicográfica: hydrografía, de Andrés de Poza (1585)

lóPez Vallejo, maría Á.¿Italianismos o galicismos? Tecnicismos militares de origen incierto

martín herrero, CristinaAcerca del uso de Juanelo Turriano y su Artificio

muñoz armijo, lauraLos derivados en -ismo e -ista en las ediciones del drae de la segunda mitad del siglo xx

167

183

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279

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323

335

PaBlo núñez, luis

Panorama de la lexicografía del Siglo de Oro con el español y el francés

Paz aFonso, ana

El verbo andar en expresiones temporales: días andados y días por andar

rodríGuez BarCia, susanaEl componente ideológico en la historia de la lexicografía monolingüe española

sÁnChez martín, FranCisCo jaVierEl glosario de geometría aplicada del renacimiento (GloGear): análisis de su estructura

sÁnChez orense, marta

Los nombres de las telas en el siglo xVi

sÁnChez-Prieto Borja, PedroLos documentos de la catedral de Toledo y su importancia para la historia del léxico español

sCreti, FranCesCo

Llover y llorar: una metáfora histórica

torres martínez, martaRevisión histórica del tratamiento del prefijo in- negativo en la lexicogra-fía académica española

Vidal díez, móniCa‘Casi’ el extraño caso de foraña

Volumen ii

IV. FRASEOLOGÍA Y FRASEOGRAFÍA

ÁlVarez ViVes, ViCente Apuntes de fraseología histórica: las locuciones adverbiales en el Diccionario muy copioso de la lengua española y alemana [...] de Nicolás Mez de Braidenbach (1670)

julià luna, Carolina y laura romero aGuilera Los somatismos que contienen la voz ojo en el Diccionario de Autoridades: análisis fraseográfico y semántico-cognitivo

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531

ViCente llaVata, santiaGoTipos locucionales en la obra literaria de Don Íñigo López de Mendoza (i). Locuciones conjuntivas de valor concesivo

V. IDEAS Y TEORÍAS LINGÜÍSTICAS

aijón oliVa, miGuel ÁnGel

El gramático ante la variación lingüística: tres ejemplos del siglo xVii

BorreGuero zuloaGa, marGarita

Maria-Elisabeth Conte o de cómo la Textlinguistik llegó a Italia

enCinas manterola, maría teresa y GustaVo de PaBlo seGoViaLa gramática española de Chirchmair (1734) a la sombra de la de Fran-ciosini (1624)

FernÁndez jaén, jorGe

En busca del verbo: gramática histórica y origen del lenguaje

Fuertes Gutiérrez, maraLas lenguas germánicas en los trabajos de Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809)

GarCía FolGado, maría joséEstudiar la gramática bajo un orden analítico: la obra de Felipe Senillosa (1817)

Garrido VílChez, Gema BelénLectura, comparación y juicio de una gramática decimonónica: la Gramá-tica razonada de Araújo (1880)

Gómez asenCio, josé j.Planes de Humanidades en la España de finales de siglo xViii

hassler, GerdaLas categorías perspicuitas, energeia, abundantia y harmonia a lo largo de la historia de la comparación evaluativa de lenguas hasta finales del siglo xViii

martín GalleGo, CarolinaPerspectiva discursiva de la conjunción en la tradición gramatical española (siglos xVi y xVii)

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573

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montoro del arCo, esteBan t. y alFonso zamorano aGuilar Notas sobre teoría sintáctica y fraseológica en manuales uruguayos de gramática escolar

Perea siller, FranCisCo jaVierLa desacralización de la lengua hebrea en España: de Antonio de Nebrija (1492) a Francisco Vallés (1587)

Quijada Van den BerGhe, CarmenTipología nominal en las primeras gramáticas del español. Numerales, posesivos y verbales

sÁez riVera, daniel m.Un caso de ortografía idiosincrásica: la obra de Marcos Fernández, gra-mático y ortógrafo del siglo xVii

VI. ESPAÑOL DE AMÉRICA

Bastardín Candón, teresaVariación léxica y uso discursivo en la Historia de Fray Bernardino de Sahagún

Gómez GonzalVo, móniCa m.a

Algunos indoamericanismos léxicos del xViii

Gómez seiBane, saraAproximación a los fenómenos de leísmo, laísmo y loísmo en documentos de la Bolivia colonial

Gutiérrez maté, miGuelGénesis de los pronombres sujetos obligatorios del español del Caribe: la hipótesis del contacto afro-hispánico sometida a revisión

ramírez luenGo, josé luis

Notas sobre el español salvadoreño del siglo xViii

UN POCO DE HISTORIA...

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DE NUEVO SOBRE LOS USOS Y VALORES DE LA GRAFÍA HEN LA ESCRITURA MEDIEVAL LEONESA

Vicente J. Marcet rodríguez*

Universidad de Jaén

introducción

De pocas grafías, más bien de ninguna, puede decirse que, solas o acompa-ñadas, hayan conocido a lo largo de la evolución de la escritura romance mayor número de valores fonológicos que la letra h, y eso pese a tratarse de una grafía muda desde hace siglos, o precisamente por ello1.

El propósito de este trabajo es analizar los diversos usos de la grafía h en la escritura medieval, especialmente en la desarrollada en las escribanías y nota-rías del antiguo reino de León durante el siglo xiii, periodo en el se produce en la escritura la progresiva sustitución del latín por las lenguas vernáculas. Nos hemos servido para ello de un corpus integrado por más de setecientos docu-mentos redactados en diversas regiones del dominio leonés hablado al sur de la Cordillera Cantábrica, con la intención de que estuvieran representadas las posibles diferencias geográficas que pudieran existir, no sólo en el habla, sino también a nivel escriturario2.

* Dpto. de Filología Española, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de Jaén, Campus de Las Lagunillas, 23071 Jaén. Correo electrónico: [email protected] Con estas palabras comenzaba una comunicación pronunciada en la Universidad de Salamanca con motivo de las iv Jornadas de Reflexión Filológica organizadas por el Departamento de Lengua Española en abril de 2008. Si en aquella ocasión las limitaciones de tiempo me impidieron tratar con profundidad varias cuestiones, es mi intención ahora la de volver a abordar este tema con la extensión que se merece, aprovechando para incluir nueva bibliografía relacionada y diversos ejemplos de otras tradiciones romances peninsulares.

2 Concretamente se encuentran representadas las tres grandes subvariedades del leonés: la oriental (en la que han sido redactados buena parte de los documentos procedentes del antiguo monasterio de Sahagún), la central (en la documentación procedente de la catedral de León) y la occidental (en la documentación del monasterio de Carrizo). Los documentos analizados han sido publicados en la colección Fuentes y Estudios de Historia Leonesa, dirigida por J. M.ª Fernández Catón. En concreto, nos hemos servido de los volúmenes 28 y 29 (Colección diplomática del Monasterio de Carrizo), 40 (Colección diplomática del Monasterio de Sahagún) y 46, 54 y 55 (Colección documental del archivo de la Catedral de León).

64 de nueVo sobre los usos y Valores de la grafía h en la escritura MedieVal leonesa

1. la grafía h en la tradición latina

Las escrituras romances toman la h del alfabeto latino, que en sus orígenes constaba de otras veinte letras. Durante el período clásico, esta h representaba una aspiración muy débil e inestable, que tiene su origen en la evolución de las aspiradas guturales g›h y gh, pospalatal y velar respectivamente, tanto en posición intervocálica como en inicial de palabra seguida de vocal, y que poste-riormente confluyen en una fricativa sorda, que deriva finalmente en «un soplo laríngeo producido por el roce del aire contra los bordes de las cuerdas vocales» (Bassols 1992: 181). Esta aspiración terminó por desaparecer de la conversación ordinaria ya en los últimos años de la república romana, a finales del siglo i a. C3. El origen de esta pérdida pudo estar en el ámbito rústico, como parece dedu-cirse de los dobletes harēna~arēna, hallec~allec, hircus~ircus, holus~olus, etc., propios del habla agrícola (Väänänen 1988: 110 y 111)4. Pese a la posterior generalización de la pérdida de la aspiración en el habla, hubo en tiempos de Cicerón y al comienzo del Imperio un intento en las capas altas de la sociedad de recuperar el antiguo sonido representado por la h, lo que propició que la grafía se mantuviera en la escritura latina durante largo tiempo, al ser consideradas tanto la pronunciación aspirada como la escritura de la h una señal de prestigio social5. En la escuela también se enseñaba insistentemente a pronunciar la h, lo que condujo a que en ocasiones la aspiración se acentuara tanto que llegara a confundirse con el sonido [k], práctica que se mantuvo en la pronunciación escolástica del latín y que explica confusiones del tipo michi o nichil6.

En el latín clásico era igualmente frecuente el empleo de la grafía h, adosada a otras letras también latinas, en las voces de origen helénico que poseían una aspiración. Tal es el caso de los dígrafos th, ph y ch. El primero tiene su origen en la θ griega, que era pronunciada en latín como la oclusiva [t] y transcrita en un principio mediante t; posteriormente, desde mediados del siglo ii a. C., por influencia cultista, pasó a transcribirse con th. De forma similar, la φ, pronun-ciada en latín [p], fue transcrita inicialmente con p y más adelante se le añadió la h: ph7. Por su parte, la χ, pronunciada en latín [k] y representada con una c, fue posteriormente transcrita mediante el dígrafo ch8. Pese a estas innovaciones

3 Algunos autores, como V. Väänänen (1988: 110), sostienen que el enmudecimiento de la aspiración representada por la h había empezado a producirse incluso en época preliteraria, a juzgar por los compuestos nēmō de *ne-hēmō, praebeo de *prai-habeō o diribeo de *dis-habeō. Cfr. también Bassols (1992: 181 y 182) y Mariner (1977: 69), donde se dice que, en la época arcaica, «por no ser muy culto el común de los latinos, la h no llega a ser contada como una consonante en los versos —y no lo será ya a lo largo de la época clásica—».

4 Cfr. también Leone y Greco (1972: 67-72), donde se ofrece un detallado estudio de la h en la antigüedad latina, además de una interesante y detallada bibliografía.

5 Cfr. Bassols (1992: 182), Grandgent (1991: 166), Lloyd (1993: 133, n. 19) y Mariner (1977: 69).

6 Cfr. Grandgent (1991: 167) y Mariner (1977: 69).

7 Si bien ya antes del siglo i a. C. se consideraba correcto el empleo de la grafía f (Väänänen 1988: 111).

8 V. Väänänen (1988: 111) aporta los ejemplos bacanal y bacanalia, que datan del año 186 a. C.

Vicente J. Marcet rodríguez 65

gráficas, el pueblo continuó empleando mayoritariamente las grafías simples t, p, k tradicionales9, y esta alternancia gráfica en las voces de procedencia griega por el latín se mantuvo durante la baja latinidad y la época imperial, hecho que se vio favorecido por la incorporación de nuevas voces de origen griego emplea-das por la tradición cristiana10.

Hallamos ejemplos de esta predilección —o desconocimiento— popular en el Appendix Probi11, compuesto posiblemente entre el año 200 y el 300 d. C.12; en esta obra se recuerda que la escritura correcta es cithara, no citera; co-chlea, en lugar de coclia; porphireticum marmor, y no purpureticum marmur13; o Theophilus, en vez de Izophilus. Igualmente se reprueba el olvido de la grafía h representante de la antigua aspiración, como en hostiae y adhuc, frente a los censurados ostiae y aduc. Sin embargo, el propio autor del texto, a su pesar e inconscientemente, nos ofrece otras dos valiosas pruebas del olvido en el que empezaba a caer la grafía, cuando exhorta a escribir ermeneumata por ermiona-ta, con olvido de la h inicial, y cocleare en lugar de cocliarium14.

2. la grafía h en la escritura MedieVal

Los usos dados a la grafía h desde la antigüedad en la escritura latina per-duran durante largo tiempo, hasta llegar a asentarse en las distintas tradiciones escriturarias romances, donde afloran nuevos usos y de muy variada funciona-lidad15, pues nacen precisamente para solventar ciertos «inconvenientes» que surgen en la escritura como consecuencia de la evolución de las lenguas verná-culas y su distanciamiento fonético respecto del latín. Buena parte de estos usos y valores se encuentran en la tradición escrituraria leonesa16.

9 De hecho, como ha señalado V. Väänänen (1988: 112), «los gramáticos y epigramistas son incansables hablando de las equivocaciones cometidas por los ignorantes». Cfr. también Grandgent (1991: 208) y Pérez González (1985: 78 y 79).

10 Para todo lo relacionado con estos dígrafos en la tradición latina, cfr. Leone y Greco (1972: 75-80), donde se ofrece además abundante bibliografía.

11 Hemos seguido la edición recogida en Díaz y Díaz (1989: 46-53).

12 H. C. Grandgent (1991: 166) ofrece también ejemplos en inscripciones romanas y pompeyanas.

13 J. A. Puentes Romay (2004: 183) no considera que purpureticum haya de ser tenida necesariamente por una forma vulgar, ya que la raíz fue introducida en fecha muy temprana. Cfr. también Grandgent (1991: 207 y 208) y Väänänen (1988: 111 y 112).

14 Sin embargo, en este último caso, es más probable que se trate de un descuido fortuito, y no de un error ortográfico motivado por el desconocimiento etimológico, pues, en la línea inmediatamente anterior, había transcrito correctamente la forma cochlea (cfr. también Väänänen 1988: 111).

15 Buena parte de estos usos ya habían sido brevemente enumerados por C. Cabrera (2000).

16 Entre los cuales no se encuentra la representación de la aspiración procedente de la f- latina, pues esta consonante se mantiene en los tres dominios del leonés a lo largo de la Edad Media. Tampoco hemos registrado en los documentos consultados el empleo de la h como aparente marcador de prefijo, como atestigua M. Quilis (2003: 232) en las formas perhacta, abohominatio y perhenniter, recogidas en sendos textos latinos peninsulares del siglo x.

66 de nueVo sobre los usos y Valores de la grafía h en la escritura MedieVal leonesa

2.1. Ornato gráfico o resabio (anti)etimológico

En una escritura tan continuista y deudora de su origen latino, uno de los primeros usos de la grafía h es, precisamente, el de asemejar lo más posible la nueva transcripción romance a su raíz clásica, pese a estar vacía de contenido fonético. Es justamente esa ausencia de contenido lo que propicia que, en la mayor parte de los casos, los escribas olviden la h en el tintero, como prueban los numerosos ejemplos en los que voces que poseían una h en su étimo son escritos sin ella, y no sólo en romance, sino también en su forma latina (como sucede, por ejemplo, con abere). De hecho, lo habitual es que en la redacción de los diversos derivados de habēre, hodĭe, homĭnem, honorāre, hōram y hŏrtum se transcriban mayoritariamente sin la h etimológica, que tan sólo aparece con una proporción que no llega a superar el 20% de los casos17. La ausencia de la h también predomina en los derivados más populares del cultismo homicidĭum, con cuatro ejemplos repartidos entre las formas omeziados, omezio y omezios, frente a un solo ejemplo de homizios, al que podemos sumar el de la forma más cultista homezilio.

Por el contrario, el mantenimiento de la grafía predomina de forma absoluta en los derivados de hereditāre y honōrem, donde la h está presente en el 88,16% y en el 95,83% de los ejemplos, respectivamente. En menor medida, con una frecuencia de aparición del 63,79%, es igualmente mayoritario el empleo de la grafía etimológica en los derivados por vía culta de hospitālis, y también en las formas procedentes de hŏstem, aunque la presencia de esta voz en la documen-tación notarial es considerablemente menor.

La alternancia entre formas con h y sin ella es constante a lo largo del siglo xiii, si bien con un evidente predominio de las formas despojadas de la grafía etimológica. El exponente más claro de este uso selectivo —y alterno— de la h nos lo ofrece la fórmula notarial «he e deuo auer», con sus variantes gráficas y morfológicas, presente en numerosos documentos, y que podría considerarse como un buen ejemplo de la variatio gráfica como recurso estilístico, aunque más bien parece tratarse de un intento de evitar la confusión de la primera per-sona singular del verbo haber con la conjunción copulativa e18

El desconocimiento etimológico resultado de una formación latina deficiente, o, quizás simplemente, cierto prurito cultista por parte de algunos escribas propi-ció el fenómeno inverso, esto es, el empleo indiscriminado de la h en voces cuyo

17 De hecho, no registramos el empleo de la h en ninguno de los variados derivados de honorāre (ondra, ondradamientre, onra, onradamientre, onradas, onren, onrra, onrrada, onrradas, onrrado), mientras que en el caso de hodĭe, los ejemplos con h ni tan siquiera llegan al 4%.

18 Como parece probar el hecho de que la grafía h siempre recaiga en estos casos en la forma verbal conjugada, o que cuando la fórmula aparece en plural, «auemos e auer deuemos», no suela introducirse la grafía muda en el primero de los componentes. Cfr. Morreale (1998: 190 y 191) —donde se ofrecen más ejemplos de recuperación y pérdida de la h etimológica—, quien considera esta h como un signo diacrítico reservado a las formas ambiguas del verbo haber, como sucede en italiano.

Vicente J. Marcet rodríguez 67

étimo no conocía esta grafía19. Los casos, aunque muy esporádicos, siempre mi-noritarios en relación con las formas etimológicas sin h, son muy variados, pues alcanzan a las siguientes formas y algunos de sus derivados: ha (< ad), habad, hadelantre, halguno, halmosnero, hamigos, hedat, hen, hera (< arĕam), hera (< ĕrat), hesta, heu (< ĕ(g)o) , heximiento, he/hi (< ĕt), hir, ho/hu, hobispo, hobli-gado, hocho, honde, horden, hotorgo, hotra, hoyr, hultima, hun, husar, hyr20. Los usos espurios de la h también tienen lugar entre los nombres propios, como se observa en los antropónimos Hallfo[n]so, Handres, Harias, Hortiz y Hurraca, en los topónimos Hastorga, Hotero y Hoteruelo y en el hidrónimo Hesla.

El empleo de la h antietimológica aumenta en frecuencia conforme nos des-plazamos hacia el occidente peninsular, pues los ejemplos son particularmente numerosos y variados en las escribanías de Carrizo, en el occidente, mientras que tienden a escasear en las de Sahagún, en los límites orientales del anti-guo reino de León; las notarías de la antigua capital, por su parte, enclavadas en el centro del dominio, presentan un panorama gráfico intermedio. Quizás esta distribución se deba al mayor alejamiento de Carrizo con respecto al foco irradiador de tendencias gráficas de la Cancillería Real unificada, con sede en Castilla, lo que favorecería una mayor «libertad» ortográfica; aunque también podemos presuponer una mejor formación técnica a los escribanos y copistas de la antigua capital, León, formados a la sombra de la catedral, y del otrora muy influyente y próspero monasterio de Sahagún.

2.2. Marcador vocálico

Más importante que la fidelidad a los modelos latinos en el mantenimiento —o mejor dicho recuperación— de la h etimológica parece ser su valor de re-fuerzo gráfico, en esta ocasión para indicar el valor vocálico de la grafía u cuan-do va seguida por otra vocal formando un diptongo procedente de ŏ, pues, en la lectura rápida en voz alta, esta grafía corría el riesgo de ser leída como una [b], ya que en la escritura medieval las grafías u y v se empleaban indistintamente tanto con valor vocálico como consonántico. Así se observa en los derivados de 19 Desliz que ya era frecuente en latín, en época republicana, cuando, junto a la pérdida habitual de la h en inscripciones, encontramos, quizás debido a un deseo impropio de corrección, formas del tipo holiM en lugar de oliM. Hallamos un nuevo ejemplo en un epigrama de Catulo, en el que para ridiculizar el esnobismo de un personaje se le hace pronunciar hinsidias en lugar de insidias o hionico en vez de ionico. Los gramáticos latinos se esforzaron por establecer reglas para determinar qué palabras debían escribirse con h, aunque la pérdida del antiguo referente fonético, olvidado en muchos casos, propició la restauración de una h antietimológica. Cfr., para estas cuestiones, Bassols (1992: 182), Grandgent (1991: 166), Herman (1997: 48) y Väänänen (1988: 112).

20 Tampoco son del todo infrecuentes los casos de h no etimológica en la documentación navarra de los siglos xi-xiii, a juzgar por los ejemplos registrados por C. Saralegui (1977: 61 y 62), quien los considera ultracorrecciones gráficas: hac, hedificaretur, helemosinam, hera (< arĕam), heremis, hodran ‘oirán’, hoiran, hostiarius e hy ‘y’. Entre los siglos x-xV, en textos aragoneses de diversa temática, M. Alvar (1953: 42, 1973: 41 y 1978: 149 y 150), que tildaba esta h de expletiva y pleonástica, documentaba los siguientes ejemplos: Hahuero, hedifficabuntur, hedificis, hen, herades, hermitanya, hir, hiuan, ho, Holoron, hordene, hordinacionis, horo, hoscha, huna, hunedat, hun, huno, hunus, Huruel, hurraca, Hyruese, etc. Para más ejemplos en textos latinos peninsulares de diversa procedencia de los siglos Viii-xi, cfr. Quilis (2003: 231 y 232).

68 de nueVo sobre los usos y Valores de la grafía h en la escritura MedieVal leonesa

hŏstem, en los que predomina el empleo de la h (con un porcentaje del 71%) en las formas diptongadas, mientras que en las no diptongadas es mayoritaria la ausencia de la h (en el 75% de los ejemplos). Un porcentaje similar tiene lugar en los derivados diptongados de hŏrtum (en los que la grafía etimológica apa-rece en el 79% de los ejemplos); por el contrario, en las formas no diptongadas predomina claramente la ausencia de la h (con un porcentaje del 95%).

2.3. Marca de helenismo

Durante la Baja Edad Media continúa el empleo de las grafías compuestas latinas ch, ph y th en las voces de procedencia griega para la representación de los sonidos [k], [f] y [t], respectivamente21. Dado que estos sonidos ya disponían de una representación individual (a través de c/k/qu, f y t), el uso de estos dí-grafos, salvo para los más puristas amantes de la etimología, carecía de funcio-nalidad, de ahí que a lo largo de la Edad Media fueran pronto abandonados por la mayor parte de los escribas. Pese a esta tendencia general, el uso esporádico de estos dígrafos siguió siendo relativamente frecuente durante la Baja Edad Media, lo cual, debido a una cierta relajación de los amanuenses en el apren-dizaje del latín, o quizás por simple esnobismo22, tuvo como consecuencia que, durante los siglos xii y xiii, empezaran a abundar las «ultracorrecciones y equi-vocaciones» (Pérez González 1989: 75) en el uso de estos dígrafos, que pasaron a figurar también en voces de origen no helenístico23.21 Se trata de los mismos valores que ya poseían la c y la t en solitario, por lo que la única función verdaderamente productiva desde el punto de vista fonético correspondía a la unión de la h con la p, pues juntas equivalían al sonido [f]; sin embargo, este dígrafo resultaba igualmente innecesario, pues para su representación el alfabeto latino ya disponía de la letra f. Además podía dar lugar a confusiones, como demuestra el empleo de la grafía p en lugar de ph con supuesto valor [f] (como sucede en espera o en emisperio), tanto en textos latinos como en romances (cfr. Metzeltin 1995: 556 y Sánchez-Prieto 1998: 151).

22 Esnobismo del que no escaparon ni los propios latinos, pues, como ha señalado J. Herman (1997: 48), algunos gustaban de hablar con «una pronunciación a la griega que consistía en pronunciar la h a diestro y siniestro, incluso en palabras puramente latinas». Y señala como ejemplo el epigrama de Catulo antes mencionado, en el que el personaje de Arrio pronuncia choMModa, con una ligera aspiración, en lugar de coMModa (cfr. también Väänänen 1988: 112). C. H. Grandgent (1991: 208) ofrece los ejemplos phosit y phace.

23 A modo de ejemplo, en el caso de los documentos latinos redactados en la cancillería real cas-tellana antes de su unificación con la de León, la situación, según M. Pérez González (1985: 79), es la siguiente:

el aspecto de nuestros documentos es caótico: ph, th y ch con frecuencia no aparecen en vocablos originariamente griegos, o aparecen en vocablos genuina-mente latinos, y hasta en vocablos romances. Otras veces el mal uso de las as-piradas griegas es intencionado. […] Por otra parte, el uso indebido de th en final de palabra, principalmente en nombres propios geográficos (cfr. Mozoth, Traga/zeth, Villafarreth, etc.), tal vez tuviese por finalidad evitar la pérdida de la consonante final, sin que ello menoscabe la importancia del influjo francés o de los arabismos. En relación con esta última afirmación, M. Metzeltin (1995: 554) apunta la posibilidad de que la grafía th en posición final sea un intento de reflejar un hipotético sonido fricativo sordo resultado del debilitamiento de [-d], como podría sugerir la aparición de la forma toth, en lugar de todo.

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El empleo del dígrafo ch fue bastante frecuente en la escritura gótica his-pánica, pues se repartió con qu y c la representación de la k visigótica24, «de acuerdo con una tradición archidocumentada en los códices de la Vulgata, pero que la cancillería castellana había abandonado al menos desde los documentos de Fernando iii», como ha señalado P. Sánchez-Prieto (1998: 121). En los textos alfonsíes, la aparición de la grafía ch con valor velar parece haber quedado re-servada para usos cultos como Christo o christiano (Cabrera 2002: 388). Su uso seguirá siendo especialmente constante en los nombres propios de procedencia griega y hebraica (Sánchez-Prieto 1998: 149 y 150).

Mucho menos recurrente es el empleo del dígrafo th, cuyo uso generalizado en los textos romances medievales tan sólo parece alcanzar al sustantivo thesoro y al antropónimo Matheo, ambos de origen griego, así como, de forma espuria, a la voz themor (< tĭmorem), registrada desde fecha bastante temprana y cuya apa-rición se documenta hasta la llegada de la imprenta (Sánchez-Prieto 1998: 150).

Menos proclive a la confusión parece ser el dígrafo ph, quizás debido al he-cho de que ninguna de las letras que lo forman tenía por separado la posibilidad de representar al sonido [f], y de ahí que casi nunca este dígrafo tienda a reem-plazar a la f etimológica25. En opinión de C. Cabrera (2002: 398), para quien no se trata de una verdadera poligrafía, esta circunstancia se debería «a que hay conciencia del carácter culto de la grafía, por lo que su uso está especialmente reservado para los términos de origen griego»26, lo que no descarta que, en con-tadas ocasiones, «se cometan usos hipercultos». Por el contrario, como también destaca este autor, resulta relativamente frecuente el empleo del dígrafo ph en la transcripción de ciertos arabismos en los que figuraba una aspirada, como sucede en alphaquin o altephil, donde alternaría con la f27.

En la documentación leonesa del siglo xiii son varios los ejemplos tanto de casos rectos como de espurios, los cuales no deben responder necesariamente a la ignorancia o al desconocimiento del escriba, sino que también pueden ser fruto de un intento deliberado de dar mayor «consistencia latina» al vocablo, o bien del simple empleo de dos grafías (ch y c, th y t) fonéticamente equivalentes aunque tradicionalmente reservadas a contextos etimológicos distintos28.

24 Según ha señalado C. Cabrera (2002: 388), el empleo de ch para representar la [k] en los textos primitivos es especialmente frecuente en los demostrativos (achel) y relativos (chien, che). Destaca el caso del Auto de los Reyes Magos, donde es sistemático el uso de este dígrafo con valor velar.

25 Además, recordemos que incluso en época romana era habitual el empleo de la grafía f para las voces de origen helénico con χ (Väänänen 1988: 111).

26 Como es el caso de las voces philosophos, propheta o Phebo, en los textos alfonsíes (Cabrera 2002: 398). 27 Y concluye: «La posibilidad de sustituir (ph) por (f) es común en los arabismos, no tanto en los términos cultos, aunque más adelante la conmutación por (f) en casos como profeta, filosofo... será más frecuente, al menos ya en documentos del s. xV» (Cabrera 2002: 399).

28 Cfr. a este respecto las acertadas observaciones de P. Sánchez-Prieto (1998: 145-148). Son asi-mismo muy interesantes los tempranos ejemplos documentados por M. Quilis (2003: 232 y 233), en especial aquellos referidos a la metátesis o inversión de la h, como sucede en las formas mihci, cauhto o cahtolica, recogidas en un documento de Valpuesta del año 1054, así como el cruce entre las grafías equivalentes f y ph, que da lugar al dígrafo fh, en antifhonarios, recogido en otro documento de Valpuesta del año 929.

70 de nueVo sobre los usos y Valores de la grafía h en la escritura MedieVal leonesa

Entre los casos rectos encontramos, con el dígrafo ch, las formas cho-ro, christiano29 y Paschua, así como los antropónimos Christina, Christofori, Christoual, Michael y Paschual. La aplicación de estos dígrafos se expande a otras voces de procedencia griega en las que, al no poseer una χ en su étimo, era incorrecto su empleo, que, sin embargo, se vio favorecido por su condición de helenismos; tal es el caso de diachono y de los antropónimos Iachobo, Luchas y Nicholas. El dígrafo ph se recoge en las formas Epiphania y zaphyra, al igual que en los antropónimos Estephano y Sophia. Por su parte, el dígrafo th hace acto de presencia en los sustantivos cathedral, thesorero y thesoro, y también en los antropónimos Bartholome, Cathelina30, Martha, Matheo, Theresa31, Thomas y su posible derivado Thome. El origen fenicio parece justificar la aislada apari-ción del dígrafo th en el topónimo Carthagena32, cuya th se registra también en textos latinos, en el original Karthago (Leone y Greco 1972: 77).

Entre las formas que recurren al empleo «ilegítimo» de los dígrafos, pode-mos destacar los casos de archa, chaa ‘caiga’, chanzellado ‘cancelado’, choto (< cautuM), uacha y uachero, para el dígrafo ch con valor [k]; y de las formas malmether, mantho, methan, Nathale ‘Navidad’, ortho (< hŏrtum), othubre, thio, thomar y thouieren, en el caso de th con valor [t]. Entre los nombres pro-pios, hallamos las formas Belchastel (compuesto derivado posiblemente de cas-tillo), Chastiella, Francho, Marchos (procedente del praenomen latino Marcus, de origen incierto, quizás etrusco o procedente de Marticos, a su vez deriva-do de Mars, Martis) y Orracha, por un lado, y Antholinez, Matha, Mathiella, Theyadiello y Tholedo, por otro. Estos usos espurios, por regla general, no sue-len contar con más de un ejemplo por palabra, y, cuando suman más, se concen-tran en un mismo documento. La excepción la constituyen los nombres propios Marchos y Tholedo, en los que es frecuente el empleo de las grafías compues-tas33, así como, en menor medida, en othubre, forma que aparece recogida en cuatro documentos conservados en la catedral de León.

Especialmente frecuente, como ya señalara C. Cabrera, es el empleo de estos dígrafos en las voces de procedencia arábiga, como observamos en las formas alchalde, alphadia ‘cohecho, soborno’, alphayate ‘sastre’ y aluaroch ‘albaro-que’. Observamos que la relativa frecuencia con la que se documenta el empleo del dígrafo ph en los arabismos parece haber propiciado también el uso de ch

29 Aunque en este caso podría tratarse del desarrollo de la abreviatura latina x, por imitación de la letra griega χ.

30 Pese a que su étimo griego es Аίκατερίνη (latinizado primeramente en Caterina), en el mundo cristiano se confundió su etimología con καθαρός ‘puro’, lo que dio origen a la posterior generalización de la forma latina Catharina (Faure 2002: s. v. Catalina).

31 De origen incierto (se ha propuesto que podría ser griego, o quizás ibérico prerromano), se documenta su transcripción con th en textos hispánicos ya desde los siglos iV-V (Celdrán 2002: s. v. Teresa).

32 Procedente del árabe Quartagina, formada sobre la forma latina Cartago Nova, surgida del acusativo Carthaginem, a su vez procedente del topónimo fenicio Quarthadash ‘ciudad nueva’ (Celdrán 2002: s. v. Cartagena).

33 En el caso de Marchos, fue relativamente frecuente en los textos hispánicos medievales su transcripción con ch (Faure 2002: s. v. Marcos y Prieto-Borja 1998: 150).

Vicente J. Marcet rodríguez 71

con esta misma demarcación etimológica. Al igual que en los textos cancilleres-cos, observamos que, entre estos dígrafos de tendencia cultista, ph es el que se usa con mayor moderación.

2.4. Reforzamiento hiático

Otra función que parece desempeñar la grafía h en la escritura romance me-dieval es la de actuar como reforzamiento hiático en aquellos casos en los que dos vocales medias o abiertas han quedado unidas como consecuencia de la absorción o caída de una antigua consonante intervocálica34, especialmente útil cuando se trata de dos vocales iguales35. Se trata de una práctica cuyos orígenes se remontan al latín clásico, donde de forma esporádica se registra la introduc-ción de una h no etimológica para marcar el corte silábico entre dos vocales, como se observa en la forma ahēnus, adjetivo derivado de aes36. Esta práctica siguió siendo bastante minoritaria en la escritura medieval leonesa, pues, por lo general, no suele indicarse gráficamente la pérdida de la consonante (caa ‘caiga’, cua ‘cuya’, haades ‘hayáis’, leer, leoneses, mao ‘mayo’, maor ‘mayor’, mas, sean, sello, etc.), aunque registramos casos esporádicos en las formas caha, ma-hor, seha, sehelada ‘sellada’, sehelle ‘selle’ y ueher ‘ver’37. Podríamos incluir, quizás, la forma antroponímica Migahel, recogida en un documento leonés y en otros cinco de Carrizo, y que podría interpretarse como el estadio siguiente a la forma Migayel (procedente del nombre latino Michael)38. Mención especial me-rece el topónimo Jaén39, transcrito de múltiples formas, entre las que destacan,

34 Incluyendo la pérdida de la [y] < -j-, -dj-, -bj- sin que medie la presencia de una vocal palatal contigua, según la tendencia característica del leonés.

35 Se trataría de un recurso similar a la práctica consistente en la inclusión de la grafía p (que no tiene necesariamente que poseer una correlación en el plano fonético) entre dos nasales para mantener su independencia fonética bisilábica (como sucede, por ejemplo, en calompnia o dampno ‘daño’).

36 Cfr. Bassols (1992: 181), Mariner (1977: 69) y Väänänen (1988: 110).

37 Esta práctica, pese a ser minoritaria, todavía ofrece ejemplos en el siglo xVii, a juzgar por la forma cahedizo que registra J. R. Morala (2008) en un documento leonés de 1647, y cuya h interpreta como un probable intento de marcar el hiato. Lo mismo opina el autor de la forma mehul, leonesismo registrado con h intercalada en dos documentos de la franja oriental compuestos en 1637 y 1638. También se registra en documentos aragoneses de los siglos xiii-xV, en los que J. Reidy (1977: 34) localiza las formas trehudo y remohuda, a cuya h atribuye la misma función antihiática que a la g de rigo ‘río’ (< ri(v)um), la u de Andreua o la y de seya. También considera M. Alvar (1978: 149) que «puede tener un carácter de llamada para independizar las dos ee contiguas» la h que aparece en seher (que compara con la variante seyer), recogida en un documento de Jaca del año 1376. Para más ejemplos en textos latinos altomedievales, cfr. Quilis (2003: 232), donde se recogen las formas Israhel, Frohela y Braholio, cuya h es considerada por la autora como una «marca diacrítica para deshacer o marcar el hiato».

38 Por el contrario, no parece ser éste el caso del apellido Micahelis, recogido en diez documentos leoneses, pues lo más seguro es que se trate de una latinización incorrecta, aunque no podemos descartar enteramente su función prohiática, a juzgar por la relativa escasez de las formas Michael(is) y Micael(is) en la documentación manejada.

39 Esta voz tiene su origen último en el topónimo latino Gaiana, derivado de la villa Gaina, procedente a su vez del antropónimo Gaius; posteriormente, tras la invasión y conquista árabe, recibió los nombres de Geen, Giyen o Daquen (Celdrán 2002: s. v. Jaén).

72 de nueVo sobre los usos y Valores de la grafía h en la escritura MedieVal leonesa

para el caso que nos ocupa, aquellas con h intervocálica: Gehen, Iahem, Iahen, Iahin, Iahyn Jahem, Jahen y Jehen.

Distinto es el caso de las formas mihos y Uiuihan, entre cuyas vocales nunca existió una consonante, y lo mismo puede decirse de Ruha, cuya -g- original debió de perderse hacía siglos; lo más probable es que, en estas voces, la inser-ción de la grafía h responda a los mismos motivos que los de su aparición an-tietimológica en posición inicial de palabra, bastante habitual en las escribanías de Carrizo, como ya vimos, de donde proceden también los documentos que contienen estas formas.

Los ejemplos más numerosos, seis, repartidos en cuatro documentos redac-tados en Carrizo entre 1259 y 1274, corresponden a la forma seha. La inclusión de esta h, curiosamente, coincide con la desaparición de formas del tipo seya (el último ejemplo data de 1260), con lo que quizás está h estaría reflejando una pronunciación residual, el postrero estertor del sonido [y] que constituiría el penúltimo estadio en la evolución tendente a la desaparición de -dj- > [yy] > [y] > h > Ø en contacto con una vocal palatal. Lo mismo podría decirse de la h que figura en las formas sehelada y sehelle, recogidas en un documento de 1265, momento que también viene a coincidir con la desaparición en la documenta-ción de Carrizo de la forma seyello(s).

Ahora bien, lo más lógico parece suponer que tanto la y como la h que apa-recen en estas voces sean ambas no el mantenimiento sumamente tardío de una palatal derivada de -dj- o -ge-, sino un elemento epentético bastante posterior con valor antihiático40, en el caso de seha/seya, o, precisamente prohiático, en el caso de sehelle/seyello y, quizás, ueher. En el caso concreto de la h, que care-cería de valor fonético, su función sería la de favorecer en una lectura cuidada, mediante una pausa apenas perceptible, la pronunciación separada de las dos vocales iguales, cuya fusión estaba empezando a generalizarse.

Distinto sería el caso de las formas caha (en cuatro documentos centrales compuestos en 1241) y mahor (en otro documento central de 1260 y en dos do-cumentos occidentales de 1274), ya que la total alternancia de las formas caya/caa y mayor/maor en la documentación leonesa a lo largo del siglo xiii parece revelar que la síncopa de la [y] sin mediación de una vocal palatal contigua era un fenómeno no consumado, todavía vacilante, por lo que la h sí que podría estar encubriendo un débil estadio fonético intermedio entre la [y] y su pérdida. Ahora bien, tampoco en estos casos, como en los dos anteriores, podemos des-cartar que se trate de un elemento epentético (con función prohiática en caha y antihiática en mahor), o bien de un simple fenómeno gráfico, de cariz quizás ornamental, sin relación alguna con el plano fonético, como parecía ser la expli-cación de las formas miho, Ruha o Uiuihan.

40 Función que también desempeñaría la grafía i, con un probable valor [ž], como se observa en maies ‘más’ o seielo ‘sello’ (cfr., para un estudio más detallado de esta cuestión, Marcet 2008).

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2.5. Índice de palatalización

Uno de los principales inconvenientes que planteaba el uso del alfabeto lati-no en la transcripción de las voces romances era la manera de dar representación a sonidos consonantes palatales inexistentes en el latín clásico. Para dar solu-ción a esta deficiencia, ya presente incluso en los textos latinos bajomedievales, las diferentes lenguas romances idearon diferentes prácticas, la mayoría coexis-tentes entre sí durante largos siglos, hasta que finalmente una de las modalidades gráficas llegó a imponerse sobre las demás, en el caso del leonés y del castella-no, no sin cierta arbitrariedad, una distinta según la consonante41.

Entre los procesos de innovación gráfica más usuales, C. Cabrera (2000: 165-168) ha destacado los siguientes: geminación (gg y cc, nuevos dígrafos a los que podemos sumar los ya existentes en latín, aunque con valor geminado, ll y nn), inversión (gl, il, in, etc.), aglutinación de grafías (cx, ngn o ingn) y, dentro de este último recurso, el empleo de un índice de palatalización, es decir, la in-troducción de un elemento que, más que actuar como una grafía propiamente di-cha, respondería a un intento consciente de marcar el carácter palatal del sonido al que la grafía o el grupo representan. Uno de los índices de palatalización más destacados, junto con las grafías i, j, y, g, sería precisamente la h, que aparece añadida generalmente de forma postpuesta.

La combinación más extendida, y de hecho la única que triunfó, tanto en leonés como en castellano, fue ch. Se trata de un dígrafo de origen galo introdu-cido en los romances peninsulares hacia finales del siglo xi, aunque no es sino a comienzos del xiii, con la generalización del vernáculo, cuando se consolida su uso, desterrando de forma rápida y fulminante las muy diversas combinaciones gráficas existentes hasta ese momento en la representación del sonido [ĉ] (cfr. Marcet 2007: 390-470). Los ejemplos abundan por doquier en la documentación leonesa a lo largo de toda la centuria: ascuche, baruechos, cuchillo, derecho, di-cho, echen, fecha, frucho, leche, lecho, malfechor, muchas, noche, ocho, ochu-bre, pechar, sospecha, etc.

La grafía h se encuentra asimismo presente en las aglutinaciones cih (feciha ‘hecha’, pecihe ‘peche’), cyh (fecyha) y chg (ffechga), repartidas las dos prime-ras en cuatro documentos redactados por un mismo escriba entre 1259 y 1262, mientras que la tercera figura en un documento anónimo de 1257 que podría ser

41 La opción más fácil, y la más extendida en un primer momento, había sido el mantenimiento de las grafías etimológicas (ll, li, nn, ni, ge,i, ce,i, ct, x, i), pese a que ello podía dar lugar a ciertas ambigüedades generadas por el nuevo uso polifónico de algunas de estas grafías. No había problemas con la ll, pues casi toda -ll- latina había dado lugar a una [H] (y, pese a ello, fue muy común a lo largo de toda la Edad Media el empleo indistinto de ll y l para representar la lateral palatal). Una situación similar tuvo lugar con nn < -nn-. Tampoco la conservación de la grafía x presentó dificultades, pues su primitivo valor -ks- (salvo en los cultismos) había evolucionado mayoritariamente a [š]. No ofrecía asimismo grandes inconvenientes la evolución de g, pues ante vocal palatal siempre palatalizaba, mientras que ante vocal central o velar se pronunciaba [g], valor que, cuando quería mantenerse ante [e, i], se señalaba añadiendo una u. El mayor problema se presentaba con la grafía c, que en la primera documentación romance ya conocía dos valores: [k] ante [a, o, u] y [ŝ] ante [e, i], y añadirle un tercero, [ĉ], habría sido sobrecargarla en demasía. Pero este inconveniente se solventó desde fecha muy temprana por vía extranjera, como veremos posteriormente.

74 de nueVo sobre los usos y Valores de la grafía h en la escritura MedieVal leonesa

obra del mismo escriba; todos los documentos se conservan en el monasterio de Carrizo. Se trata de grafías de escasa productividad, donde es dudoso si la marca de palatalidad la desempeña la h o bien las grafías i, y, g, aunque, debido a la fecha bastante avanzada de los documentos podríamos concluir que, al igual que con los dígrafos del caso anterior, se trata más bien de un elaborado artificio gráfico y no de un intento aislado de reflejar mejor el carácter palatal del sonido [ĉ], máxime teniendo en cuenta que en estos mismos textos aparece igualmente el dígrafo ch con este mismo valor (como en dichos y Sancha).

Peor suerte que ch corrieron en las escribanías leonesas los dígrafos nh y lh, representantes respectivamente de las palatales [ñ] y [H], y también de origen galorromance, concretamente provenzal, que, transportados por el flujo migra-torio hacia Santiago, atravesaron la Península Ibérica hasta instalarse en la es-critura portuguesa en el siglo xiii, pero sin dejar apenas rastro en los restantes ro-mances peninsulares. En el corpus manejado los ejemplos son muy escasos. Así, hallamos el topónimo Saldanha y los antropónimos Arminha y Guilhem en un documento conservado en Sahagún compuesto en 1239 por un escriba de origen franco, lo que explicaría el empleo de estos dígrafos. Lo mismo podría decirse de las formas companheros y senhor, recogidas en un documento conservado en León redactado en 1260 por otro notario de procedencia gala; así como de los antropónimos Cabelho y Monhio, presentes en sendos documentos redactados por otro escriba occitano en 1243 y 1240, respectivamente. Hallamos también las formas filho(s) y filha en un documento sin firma compuesto hacia media-dos de siglo, quizás por otro escriba de origen franco. Registramos igualmente el topónimo Calhela, en un documento latino de 1229 conservado en Carrizo, cuya fecha tan temprana parece haber favorecido el empleo de este dígrafo tan inusual en la tradición escrituraria leonesa.

La consonante mediopalatal [y] es representada mayoritariamente por la gra-fía y; sólo de forma muy esporádica registramos el empleo de otras combina-ciones gráficas, entre las que figuran los dígrafos yh y hy. Los ejemplos corres-ponden a las formas hya (recogida en un documento de 1255), hye ‘es’ (en tres documentos de 1235, 1241 y 1251), hyo (en ocho documentos compuestos entre 1240 y 1288), hYuanes (en un documento de 1275) y yhe ‘es’ (en un documento de 1235 donde ya figuraba su homólogo inverso). También parece tener un valor [y] el dígrafo hi que aparece en hio ‘yo’ (recogida en un temprano documento oriental de 1232), a juzgar por el origen del sonido, la consonantización del pri-mer miembro del diptongo [jé] < ĕ(g)ō tras la síncopa de la [é]42.

Por su parte, el sonido fricativo —o africado— prepalatal sonoro [ž], trans-crito habitualmente mediante las grafías i, j, g (esta última sólo ante [e, i]), cuenta también de forma muy puntual con los dígrafos hi, ih, y jh, repartidos en las siguientes voces: hia ‘ya’ (en un documento de 1239), Hiuan(es) (en un

42 A estos ejemplos podemos sumar las formas antroponímicas Hyienego, por Yenego, y Hyollante, recogidas en dos documentos salmantinos de 1225 y 1260, respectivamente, así como, quizás, el también antropónimo Hyvan (¿tal vez ‘Juan’?), presente en otro documento salmantino de 1264 (ejemplos tomados de Pascual 2008). Otros ejemplos aportados por J. A. Pascual son hya, en la Primera crónica general de España, y hyerva, en el Registro antiguo de Segovia, de finales del siglo xiii.

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documento de 1251), Iherusalem (en un documento de 1241), Ihesu (en ese documento de 1241 y en otro de 1259), Jhaen (en un documento de 1287), Jherusalem (en un documento de 1283) y Jhesu (en ese mismo documento)43.

En los documentos más tempranos es probable que estas grafías, tanto las representantes de [ž] como de [y], pudieran ser consideradas como fruto de la experimentación o la inestabilidad gráfica propias de los primeros años de ge-neralización del romance escrito, pero, en los textos más tardíos, compuestos a finales del siglo xiii (un momento en el que se supone que la escritura romance en general, así como las grafías de los sonidos palatales en particular, habían alcanzado ya una cierta estabilidad, con lo que difícilmente podría hablarse to-davía de experimentación gráfica o de un intento de evidenciar el carácter pala-tal de grafías cuyo valor a estas alturas ya debía de ser sobradamente conocido por todos), lo más probable es que la h, más que un índice de palatalización, se trate de un ornato gráfico, propio de determinados escribas, o de una marca con la que resaltar el origen hebraico de determinados nombres propios (Hiuan, Ihesu, Jherusalem)44.

2.6. Letra con sonido pleno

La rápida generalización como índice de palatalidad de la grafía h propicia que, en ocasiones aisladas, esta letra asuma en solitario la representación de la consonante. Sin embargo, a pesar de que jugaba a favor de esta práctica la econo-mía gráfica, su difusión fue muy limitada, pues, por un lado, dado que era frecuen-te su empleo para representar la palatalidad de diversos sonidos ([ĉ], [ñ], [H], [y], [ž]), se podía generar cierta ambigüedad en la interpretación de su valor fonético (especialmente en los topónimos o antropónimos de origen desconocido o con muy poco parecido con su étimo latino), además de que también existía el riesgo de confusión en la lectura con la h muda etimológica, anti o prohiática, o simple-mente ornamental, bastante habitual en la documentación medieval leonesa.

Con un valor africado [ĉ] registramos su empleo en las formas feho (en un documento de Sahagún de 1264), dihas (en un documento de León de 1261), feha y ohubri (en un documento de Carrizo de 1258) y peyhe y Sanha (en otro documento de Carrizo del mismo año pero de distinta autoría)45. Observamos que aparecen en documentos relativamente tardíos, todos de la segunda mitad

43 También podemos añadir aquí las formas conceiho, en un documento de 1220, y conseiharen, destaihen y eiho ‘y yo’, en un documento de 1226 (Pascual 2008. Se trata de los documentos n.º 155 y 252 de los Documentos lingüísticos de España, editados por R. Menéndez Pidal).

44 Así como también, quizás, la procedencia arábiga (pese a tratarse de la arabización de un topónimo latino) de Jhaen; recordemos, en este sentido, el empleo relativamente frecuente de los dígrafos ch y ph en arabismos.

45 Podría considerarse la secuencia yh de la forma peyhe como una aglutinación para remarcar la palatalidad del sonido, pero, dado que nos encontramos en los dominios orientales del leonés, donde en la Edad Media era frecuente el mantenimiento de la semivocal procedente de la lenición de la consonante implosiva de la secuencia -kt-, consideramos que lo más probable es que la grafía y tenga un valor [P], mientras que a la h le correspondería en solitario la representación de la [ĉ].

76 de nueVo sobre los usos y Valores de la grafía h en la escritura MedieVal leonesa

del siglo, con lo que parece poco probable que respondan todavía a la inesta-bilidad gráfica propia de los primeros años de generalización de la escritura en romance; más bien, y dado que todos están datados en fechas cercanas, nos mostramos más inclinados a considerar estos ejemplos como reliquias, quizás, de una tendencia de simplificar la representación gráfica de [ĉ] que no llegó a triunfar, por las razones anteriormente esgrimidas.

El único ejemplo evidente del empleo de la h con valor [y] aparece en el antropónimo Redrueho46, recogido en dos ocasiones en un temprano documento de 1229 conservado en Carrizo. El empleo tan anómalo de este grafema parece estar determinado tanto por la redacción bastante temprana del documento como por la procedencia supuestamente occitana del escriba. Nos encontraríamos ante un copista poco acostumbrado, dado su origen, a la representación de [y], por lo que, ante la falta de otros modelos gráficos establecidos, en los comienzos de la propagación de la escritura en romance, recurre al uso de una grafía vacía de contenido fonético pero empleada en su lengua materna como marca de palatali-dad (en los dígrafo ch y lh). Podríamos considerar que también subyace un valor [y] bajo la h de la forma alfahat, recogida en dos ocasiones en un documento de Sahagún redactado en 1215, a juzgar por lo temprano de la fecha. También po-dría pensarse que se trata de una epéntesis con valor prohiático, resultado de una pérdida, igualmente temprana, de la [y] procedente de la yy árabe. La síncopa de esta [y] es altamente frecuente en la documentación central y occidental, desde 123747, pero no así en los dominios orientales, de donde procede el documento, y en los que la pérdida de una [y] de cualquier procedencia sin que medie la presencia contigua de una vocal palatal es más esporádica48.

Un tercer valor consonántico que podemos atribuir a la grafía h es la sibi-lante prepalatal sonora [ž], que podría subyacer bajo las formas antroponími-cas Huyano (posiblemente ‘Juliano’) y Huyanez, que aparecen en sendos do-cumentos conservados en la catedral leonesa compuestos en 1245 y 1258. En esta ocasión, las fechas, especialmente en el segundo caso, no son tan tempranas como para atribuir el empleo en solitario de la grafía h con valor consonántico a la impericia de los escribas, por lo que, quizás, podríamos considerarlo como un intento consciente de experimentación o variatio gráficas, amparándose los copistas en la relativa libertad escrituraria que les permite la transcripción de los nombres propios, ausentes, por regla general, de los formularios.

46 Antropónimo formado a partir de la forma leonesa redrueyo ‘fruto o flor tardía, racimo que dejan atrás los vendimiadores’, derivada de arredro ‘atrás, hacia atrás’ < ad rĕtro, a la que se le ha aplicado el sufijo diminutivo o despectivo -eyo -ic(u)lum.

47 Cfr. Marcet (2007: 1322-1325). 48 Mayores dudas presenta la forma toponímica Sahago ‘Sayago’ (< sa(b)ūcum) que registra J. A. Pascual (2008) en el Tumbo menor de León, compuesto en 1208. ¿Se trata de una h que actúa como refuerzo hiático o, más bien, está encubriendo también una [y] epentética con finalidad antihiática? En este caso, la fecha parece ser demasiado tardía para que no se hubiera generalizado ya la epéntesis de esta [y], así como demasiado temprana para que se hubiese perdido en este contexto fonético.

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También podríamos atribuir este mismo valor [ž] a las formas antroponími-cas Hines (muy posiblemente ‘Ginés’, derivado del nomen latino Genesius), recogida en un documento occidental de 124049, y Herman, presente en otro documento de la misma región de 1272. Sin embargo, en este último caso, su documentación más tardía, y la existencia en la misma colección documental de las formas Erman e Irman (en sendos documentos de 1269 y 1267), hacen más aconsejable suponer que nos encontramos ante un empleo estilístico de la grafía h sin valor fonético.

Lo mismo podría decirse de la forma herno ‘yerno’, recogida en un docu-mento occidental de 1251, en cuya h algunos lingüistas, como es el caso de J. M. Chamorro (1992), han pretendido ver un intento de reflejar una aspiración laríngea sorda que sería el paso previo en la desaparición de la antigua conso-nante palatal, ya fuera [y] o [ž]50. En cambio, para otros lingüistas, como J. R. Morala (1992: 214), se trataría de un ejemplo del principio de la confusión entre los sonidos [ž] y [ĉ], que hacia mediados del siglo xiii empezaría a darse en el leonés51. Sin embargo, las frecuentes apariciones de la forma erno, que parecen indicar la pérdida de la consonante prepalatal, nos inducen a considerar como bastante viable la posibilidad de que nuevamente se trate de una convención gráfica, quizás para darle un mayor consistencia o empaque a las palabras, por lo que bajo esta h no subyacería sonido alguno.

3. conclusiones

A lo largo de estas páginas hemos podido observar algunos de los más va-riados usos de la grafía h en la primera documentación enteramente romance redactada en las escribanías del antiguo reino de León durante el siglo xiii. A nuestro entender, son varios los factores que posibilitaron esta polifuncionalidad gráfica de la h:

— En primer lugar, el concepto medieval de ortografía no se movía en unos límites tan encorsetados como en la actualidad.

— Se trataba de una grafía sin contenido fonético desde hacía siglos, lo que la hacía especialmente permeable a la adopción de nuevas funciones y valores consonánticos.

— En el latín clásico ya desempeñaba una función de marcación gráfica, en este caso para identificar los helenismos. Unida a otras grafías, rea lizaría

49 Es este el valor que le atribuye J. R. Morala (1992: 214, n. 21), con el que coincidimos; aunque, según este autor, el empleo de esta grafía quizás podría estar encubriendo una incipiente confusión entre [ž] y [ĉ]. J. A. Pascual (2008) también registra esta forma Hines en un documento salmantino de 1255, si bien considera que la h es resultado de la pérdida de una antigua [y], al ir seguida por una vocal átona.

50 Una hipótesis muy similar había sido previamente defendida por H. Deferrari (1936) y W. D. Hawkins (1942), si bien no tuvo mucho eco en lingüistas posteriores. Cfr. Marcet (2007: 1085-1087). 51 Tampoco M. Ariza (1994: 158) considera que la h de formas como Herman, herno, Hervas, Hines, ovehero esconda una aspiración, y se muestra más partidario de asignarle un posible valor palatal.

78 de nueVo sobre los usos y Valores de la grafía h en la escritura MedieVal leonesa

su misma función denotativa, pero con unos valores connotativos añadi-dos, en este caso el origen griego de ciertas voces52.

— En otras lenguas romances con las que el leonés mantenía un estrecho contacto, como es el caso del gallego-portugués y del provenzal, la grafía h desempeñaba una función idéntica como índice de palatalización.

Asimismo, respecto a los usos espurios de la h, o aquellos más excepcionales o destacados relacionados con su carácter palatal, conviene resaltar que buena parte de ellos tiene lugar en antropónimos y topónimos, lo que parece poner de manifiesto la mayor libertad ortográfica de que gozaban los nombres propios en el conjunto del léxico notarial53. Igualmente, hemos constatado que estos ejem-plos se tornan más frecuentes cuanto más nos alejamos del centro peninsular, de ahí que el mayor «rigor» ortográfico del que hacen gala las escribanías orienta-les de Sahagún, y en menor medida las de la antigua capital leonesa, pueda de-berse en parte al influjo de la Cancillería Real, asentada en Castilla, que llegaría antes a estas regiones que a las más occidentales.

No queremos finalizar estas páginas sin recordar nuevamente que el empleo no etimológico tanto de la h, ya sea al inicio o en mitad de palabra, como de los dígrafos ch, th, ph no debe considerarse necesariamente en todos los casos como fruto de la ignorancia de los escribas o de su deficiente formación. Bien pudiera ser que, en no pocas ocasiones, estas grafías tuvieran un uso expletivo o pleo-nástico, al que hacía referencia M. Alvar, esto es, que su inclusión respondiera a un intento deliberado del copista de dar mayor prestancia física o empaque ortográfico a determinadas palabras (especialmente a aquellas que se habían visto reducidas fonéticamente), o bien que se tratara de revestirlas de una mayor apariencia latina54, etimológica o no, en aras, quizás, de conferir a sus textos una mayor apariencia de legalidad formal.

Nos encontraríamos, por lo tanto, ante escribas no necesariamente incultos, sino, precisamente, muy preocupados por la apariencia formal de sus escritos, hasta tal punto de que algunos pudieran llegar a caer en el esnobismo del perso-naje de Arrio satirizado por Catulo. La grafía h, en este sentido, pese a carecer de valor fonético, ofrecía unas connotaciones gráficas nada desdeñables, en tanto que parecía remitir a la antigua tradición clásica, lo que prácticamente la conver-tía en una especie de ornato escriturario. Lo mismo podría decirse, por ejemplo, del dígrafo th55, que poseería un valor denotativo, que sería puramente fonético, [t], al mismo tiempo que un valor connotativo adicional, que haría referencia a su origen helénico, lo que conferiría a determinadas palabras un cierto «toque» de distinción gráfica.

52 Idea, la de la connotación gráfica, ya apuntada previamente por M. Morreale (1998: 191) y J. A. Puentes (1986: 107).

53 Algo que también sucedía en la antigüedad latina (cfr. Leone 1972: 77).

54 Cfr. a este respecto las acertadas observaciones de P. Sánchez-Prieto (1998: 145-148).

55 O del dígrafo jh en los hebraísmos.

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