dar a luz: reflexiones sobre la maternidad [2014]

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40 Agosto-Septiembre 2014 I Publicación bimestral de la Editorial Grupo Destiempos I ISSN: 2007-7483 I Reserva de Derechos al Uso Exclusivo: 04-2013-101814413100-1021 I

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Agosto-Septiembre 2014 I Publicación bimestral de la Editorial Grupo Destiempos IISSN: 2007-7483 I Reserva de Derechos al Uso Exclusivo: 04-2013-101814413100-1021 I

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Consejo Editorial

Directora General: Mariel Reinoso I.

Comité Editorial: Axayácatl Campos García-Rojas

(Universidad Nacional Autónoma de México)

Graciela Cándano Fierro (Universidad Nacional Autónoma de México)

Alicia de Colombí-Monguió (State University of New York, Albany)

Aralia López González (Universidad Autónoma Metropolitana)

Ana Rosa Domenella (Universidad Autónoma Metropolitana)

Sandra Lorenzano (Universidad Claustro de Sor Juana)

Mariana Masera (Universidad Nacional Autónoma de México)

Pilar Máynez (Universidad Nacional Autónoma de México)

Antonio Rubial (Universidad Nacional Autónoma de México)

Lillian von der Walde M. (Universidad Autónoma Metropolitana)

Revista de curiosidad Cultural destiempos.com Año 8 N°40 Agosto-septiembre de 2014. Es una publicación bimestral gratuita editada por Grupo Destiempos S. R. L. de C.V. Av. Insurgentes 1863 301B - C.P. (01020) Col. Guadalupe Inn, México, Distrito Federal. www.editorialdestiempos.com Directora y editora responsable: Mariel Reinoso I. Reservan de derecho al Uso Exclusivo: N° 04-2013-101814413100-102 otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Mariel Reinoso I. Av. Insurgentes 1863 301B C.P. (01020) Col. Guadalupe Inn, Del. Álvaro Obregón, México, D.F.

Fecha de la última actualización: Agosto de 2014 ISSN: 2007-7483

Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura de la editorial de la publicación.

Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de Grupo Destiempos S.R.L. de CV

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BARLAAM Y JOSAFAT: Un caso de migración cultural. Alex O.A. Baraglia

6-13

PROLEGÓMENOS A LA PLÁTICA DOCTRINAL EN LA NUEVA ESPAÑA: DEFINICIÓN, CARACTERÍSTICAS Y PRIMERAS MANIFESTACIONES. Francisco Cárdenas

14-22

¡QUÉ CURIOSO, QUÉ CURIOSO, QUÉ CURIOSO Y QUÉ COINCIDENCIA! Auto religioso y teatro del absurdo en Tercera llamada… de Juan José Arreola. Alejandro Ángel Cortés

26-33

ENTRE LA MODERNIDAD Y LA POSMODERNIDAD. Las relecturas críticas de la literatura latinoamericana desde la academia anglosajona y su impacto en la agenda crítica de la región. María José Sabo

37-59

DAR A LUZ: Reflexiones sobre la maternidad. Coral Cuadrada

60-86

AMORA: UN RETRATO DE LAS PASIONES SÁFICAS. Alicia V. Ramírez Olivares y Jorge Luis Gallegos Vargas

87-102

BREVE ENSAYO SOBRE LAS FORMAS DE LA CIUDAD: TRES REGISTROS ARTÍSTICOS DE LA IMAGEN/IMAGINACIÓN. Emanuel Ferretty

103-108

CANTARES. Jorge Leroux

110

EL NIÑO QUE BUSCABA EL MAR… Esther Suárez Sosa

111-112

LUZ QUE ARDE. Sara Rivera López

113-116

MINIATURA. Agustín Barruz 117-118

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Coral Cuadrada MARC (Medical Anthropology Research Center) Universidad Rovira y Virgili (Tarragona, España)

Ó

1.PROEMIO En la España actual el debate político y social se ha agudizado notablemente a raíz de la ley restrictiva del aborto del ministro Gallardón, la cual sigue adelante contra viento y marea2, haciendo caso omiso de manifestaciones multitudinarias, protestas de todo tipo y formato, escudada tras la mayoría parlamentaria de un gobierno cada vez más conservador, ciego y sordo. La opinión pública se parapeta en dos posturas difícilmente reconciliables: homicidio versus derecho.

Que el aborto voluntario sea un homicidio es discutible, nunca las mujeres que han abortado se han considerado asesinas. Más aún: ¿lo serían también los médicos y médicas que interrumpen la gestación por malformación del feto3? El embrión es el inicio de una vida incorporada en otra vida, el debate (secular) se halla en creer ―o no― que desde la concepción es un ser con alma creada por la divinidad, como sostiene la Iglesia. Pero no siempre fue así, ni desde la misma Patrística. Por ejemplo, Agustín de Hipona, en el siglo V, afirmaba que el aborto no debía considerarse un homicidio ya que no podía haber alma viva en un cuerpo que todavía no estaba totalmente formado y que carecía de sentidos. Curiosamente, en esta primera etapa del cristianismo, el aborto era recriminable y pecaminoso no tanto porque se entendiera como un asesi-nato, sino principalmente porque ocultaba un pecado sexual: en una situación demográfica de alta mortalidad infantil, prácticamente el único

1 Esta contribución se enmarca en las vías de investigación del grupo de investigación Magenta’s y MARC (Medical Anthropology Research Center) de la Universidad Rovira y Virgili (URV). 2 http://politica.elpais.com/politica/2014/05/07/actualidad/1399494269_795976.html consultada 29/06/14. 3 Motivo legal para abortar incluido en la ley: http://politica.elpais.com/politica/2014/06/22/actualidad/1403433152_713248.html consultada 29/06/14.

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motivo por el que se interrumpía un embarazo era por ser fruto de una relación sexual irregular, ilegítima. A lo largo de la Edad Media y Moderna, el debate sobre el momento exacto en que el alma se unía al cuerpo continuó, si bien la gran mayoría de teólogos aceptaban la teoría de la hominización retardada. Una cifra muy extendida era la de que el alma se introducía en el feto a los cuarenta días de la concepción, en el caso de los varones, y a los ochenta, en el caso de las mujeres.

Legislar sobre la libertad de las mujeres es un error. El Estado no tiene confesionarios, sino tribunales y cárceles. Restringir la interrupción voluntaria del embarazo es altamente peligroso, acentúa las desigualdades entre las mujeres según sus recursos económicos y equivale a generar un temible mercado negro. Y aún, ¿se puede obligar por ley a una mujer a ser madre? No, ni desde la perspectiva religioso-católica: Dios pide una colaboración libre. No es competencia del Estado prohibir o autorizar lo que sólo atañe a una decisión personal y soberana. Ello no obstante, también es equivocado defender el aborto como un derecho: el aborto es lo con-trario del “sí” que la mujer embarazada puede decir. Pero está claro que ella, sea cual sea su decisión, tiene, en cambio, derecho a la salud y por ello ha de ser asistida. Además, lo que resulta tan increíble como altamente ofensivo, en pleno siglo XXI, es seguir constatando que tras dos milenios de civilización cristiana, tres milenios de cultura mediterránea y cuatro milenios de sabiduría china, los hombres todavía no han entendido que la sexualidad femenina no está destinada solo a sus necesidades, usos y consumos.

Por estas razones, entre otras, han tenido lugar algunas de mis recientes aportaciones científicas, individuales (Cuadrada, La cura; “El ejemplo”;; “Cuidado”) y colectivamente (Magenta’s, “Ser madre”, “Maternity and Women”;; Del Prete, Cuadrada, “Gender and Care”), las cuales pretendo continuar en este artículo. 2. LA MATERNIDAD: CONTEXTOS TEÓRICOS La revisión histórica del concepto de maternidad demuestra las transfor-maciones que ha tenido esta noción a lo largo de siglos, y sus con-secuencias en la experiencia subjetiva y ejercicio de la crianza. Estos cambios reflejan la influencia de procesos culturales que se juegan en el intercambio social, quedando de manifiesto que lo que se considera como válido en un momento determinado proviene de tradiciones, que tienen contextos temporales y espaciales particulares. Al revisar la literatura histórica, la maternidad aparece como un complejo de significados parti-cularmente rico por su relevancia para la vida humana, la cultura y la psicología individual en cada momento de la historia a lo largo de su evolución.

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Como parte de la complejidad de este proceso, los significados asociados a madre y mujer parecen haber ido entrecruzándose. La carga histórica de la mujer como sexo sometido, desvalorizado, demonizado algunas veces (Beauvoir, El segundo sexo;; Duby & Perrot, Historia de las mujeres), la lucha por defender el propio valor y la utilización de las cualidades de la maternidad en esa lucha (Badinter, ¿Existe el instinto? ;; Carter, Who's to blame?;; Hays, Las contradicciones), son hitos en la interpretación que se han dado a la condición de madre. Así, apoyándose de diversas formas en cualidades asociadas a la maternidad realzándola como atributo de valor de la identidad femenina, las mujeres han generado estrategias para reafirmar su propio valor como género. Con esto, al mismo tiempo lo femenino ha quedado disociado, dejando fuera de sus signi-ficados los aspectos menos asumidos por la sociedad, los que son considerados como peligrosos (por ejemplo la sexualidad), ya que no son útiles para transformar las imágenes negativas que provienen de los distin-tos discursos (Flax, “Forgotten forms”).

La mistificación que adquiere la condición de madre en la cultura griega y judeo-cristiana también ha contribuido a que esta dimensión de la experiencia humana haya sido "sellada a fuego" en la subjetividad feme-nina. Sorprende la cantidad de elaboración conceptual que impone a la maternidad una gran e ineludible responsabilidad, que va más allá de sólo engendrar niños y criarlos, comprendiendo un compromiso con la preser-vación de la condición humana y la cultura en su sentido más amplio. En lo que se refiere a España en general y Cataluña en particular, el discurso de la domesticidad arraigó con fuerza en el s. XIX y, después del efímero período de la Segunda República, volvió con mayor intensidad si cabe, al hacerse suyo el nacionalcatolicismo el eslogan nazi de las tres K: para la mujer Küche, Kirche, Kinder (cocina, iglesia, niños). Puede decirse, pues, que la exaltación de la Maternidad (en mayúscula, incluso con premios concedidos por el Dictador a las madres más prolíficas) y el rol jugado por la Iglesia católica durante el franquismo, moldeó gran parte de la men-talidad social de la época. Como reacción, no es de extrañar que las mujeres de los ‘70 y ‘80 se convirtieran en la generación menos maternal de nuestra historia reciente. El valor de la mujer dejó de estar puesto casi totalmente en la procreación y la crianza, tareas que empezaron a ser consideradas como opciones a las que se podía renunciar. Y, al llegar a la actualidad, compruebo como las hijas de las madres emancipadas vuelven a plantearse el embarazo, parto y lactancia a través de unos parámetros completamente antagónicos a los de sus madres.

Desde el feminismo, la maternidad se ha problematizado de dife-rentes formas. Primero, Simone de Beauvoir mostró la maternidad como una prisión para las mujeres en una crítica a una maternidad forzada por

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el entorno, presentada como el único destino para las mujeres (Cuadrada, “La maternidad: del deseo privado”). Se entendió así que las relaciones de desigualdad que se generan entre hombres y mujeres por lo que respecta a la crianza, se había apropiado de las experiencias femeninas y de su capacidad reproductora, uniendo la facultad de ser madre a la de la familia heteronormativa. La segunda interpretación importante hecha desde el feminismo es la que asume y revaloriza la capacidad generadora del cuer-po femenino (Toubert, Las figuras). Esta visión critica la poca valoración de la maternidad en la práctica social, y el hecho de que esté excluida del espacio público y de lo simbólico. Adrienne Rich, autora importante de esta corriente, dice que la maternidad puede dejar de ser un destino femenino para ser una opción, una potencialidad y una fuente de placer para las mujeres (Rich, Nacemos de mujer). Por tanto, existe la posibilidad de crear maternidades fuera de las relaciones de desigualdad y control por razón de género.

A pesar de que desde los feminismos se explica la construcción socio-cultural de la identidad maternal, el naturalismo sigue teniendo un peso muy importante a la hora de valorar comportamientos sociales, en especial los relacionados con la procreación. Michel Odent es un referente de esta corriente que ve la posibilidad de “volver” a los orígenes más instintivos de nuestra especie para hablar del parto y de la lactancia materna. El autor francés concede mucha importancia a las funciones fisiológicas y a nuestra genética en cuanto a determinar las relaciones y la organización social (Odent, El bebé es un mamífero). Pero también hay visiones que acentúan la parte fisiológica y hormonal de la reproducción, en las que se entiende la mujer como protagonista de su sexualidad en contra de los modelos patriarcales de maternidad (Rodrigáñez, La represión del deseo materno); o el papel que juegan las hormonas y su función en la relación madre-criatura (Northrup, Cuerpo de mujer). Aunque Rodrigáñez y Northrup tienen en cuenta el contexto intercultural, he de destacar que con frecuencia los discursos naturalistas realzan aspectos que tienen una fuerte dependencia del entorno socio-cultural y económico de la criatura y su contexto, y lo justifican únicamente con argumentos fisiológicos.

Y a los hechos fisiológicos que supone un embarazo, parto y post-parto, se le suma una importante construcción simbólica sobre la maternidad. Construcción que encuentra su eco en los planteamientos de las teóricas del feminismo de la diferencia sexual (Rivera, “Ella es demasiado libre”, 46-64):

[habla de las madres de la Liga de la Lactancia Materna] Hay una desmesura (una desmesura de libertad) en la entrega a la crianza de una criatura para hacer posible que su deseo

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y su creatividad lleguen al mundo. Se nota la desmesura en la desorientación que trae al propio deseo, al deseo de la madre, que entra en conflicto con el deseo, también suyo, de entregarse a la crianza. Pero si la desorientación es verdaderamente una prueba, pienso que el atravesarla podrá ponerla en relación de amistad con la medida previa, y ser fuente de palabra, de soltura, de simbólico: de prácticas que propicien lo que mejor sirva a nuestro presente.

Un presente que se halla igualmente influenciado por la recon-

versión y reutilización de los conceptos tradicionales de feminidad y de los valores maternales a favor de la paz, los cuales construyen la base conceptual de las posturas ecofeministas, quienes ensalzan la maternidad destacando sus valores creativos. El movimiento del ecofeminismo, que surge a principios de los ’80 por la unión de las corrientes pacifistas, ecologistas y feministas, presenta a las mujeres como salvadoras de la tierra, al considerar que se encuentran en mayor armonía con la naturaleza debido a su capacidad de ser madres. Son definidas como esencialmente creativas, nutricias y benignas, reivindicando la asociación mujer-natu-raleza, históricamente dominada por el binomio hombre-cultura (Osborne, La construcción sexual, 149-162). Este movimiento feminista exalta el principio femenino y sus valores, y propone recuperar la dimensión espiritual de la vida, entendiendo la espiritualidad como el principio feme-nino que habita e impregna todas las cosas. Esta energía, que permite amar y celebrar la vida, es relevante para el redescubrimiento del carácter sagrado de la existencia. Este deseo de experimentar el poder vivo y natural en el interior del cuerpo se manifiesta con gran fuerza en el deseo de tener un hijo para experimentar la creatividad y productividad natural del propio cuerpo. La espiritualidad de las mujeres se dispone a “sanar la madre tierra” y a devolver su magia al mundo, celebrando la dependencia hacia la tierra, a la vez que liberándola de la represión violenta ejercida por los hombres (Mies, Shiva, Ecofeminismo). 3. EL PARTO: ESPACIOS ICÓNICO-MÉDICOS Como consecuencia de estas últimas corrientes de pensamiento, las mu-jeres jóvenes se hallan inmersas, voluntaria o involuntariamente, en una vorágine de mensajes reivindicativos del parto natural, lactancia materna, colecho, etc., que les llega desde todos los ámbitos, pero muy especial-mente mediante las redes sociales. Aparecen, en España y otros países europeos, las doulas, quienes en Barcelona4 se autodefinen de este tenor: 4 http://doulasbarcelona.blogspot.com.es/ Consultada 29/06/14.

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“Se llaman doulas, y surgen para recuperar algo que muchas mujeres hemos perdido en el camino: la evidencia de necesitar ser acompañadas por otras mujeres en nuestros partos y postpartos.” El término doula fue utilizado por primera vez en un estudio antropológico realizado por Dana Raphael. El término no está claro, sólo lo describió como procedente de "la época de Aristóteles", de donde extrajo la palabra griega antigua δούλη, que significa "esclava" (Raphael, The Tender Gift). Marshall Klaus y John Kennell (The Doula Book), quienes llevaron a cabo ensayos clínicos sobre los resultados médicos de nacimientos asistidos por doulas, adoptaron el término para referirse a una persona que presta apoyo en el parto. En 1992, Doulas de Norteamérica (DONA), fue la primera organización en otorgar capacitación a doulas. En 1994, DONA había certificado 750 doulas y diez años más tarde, ese número llegó a 5.842. Entre 1992 y 2004, DONA capacitó cerca de 25.000 personas. El aumento se debe a su popularidad emergente y al no ser requeridos estudios universitarios ni reglados.

Por lo que se refiere a Cataluña, argumentan que a lo largo de la historia las mujeres, en sus partos, buscaron una matrona con experiencia y conocimientos, que las asistieran, a ellas y a sus recién nacidos. Solían haber también una o varias mujeres que ofrecían su apoyo: otra madre, abuela, o amiga, capaces de sostenerla afectiva y emocionalmente. Eran mujeres cercanas, que después del parto se ocupaban de proteger a la madre y de cubrir sus necesidades para que pudiera recuperarse y dedicarse exclusivamente a su hijo o hija. Justifican su existencia debido a las características de la vida actual, argumentando que las familias extensas han dejado de convivir y se han dispersado en núcleos cada vez más reducidos. Declaran que las mujeres han perdido el entorno femenino facilitador del parto y la crianza, mientras han sido trasladadas al territorio de la medicina y la tecnología. Las familias y comunidades han dejado de cumplir la función de acompañamiento y ayuda al embarazo y el parto, siendo el personal especializado quien se ocupa de estas cuestiones de antigua tradición íntima y femenina. Un discurso que, a mi entender, es totalmente congruente con las realidades nórdicas y anglosajonas pero que se adecúa muy poco a las sociedades mediterráneas (Del Prete, Cuadrada, “Gender and Care”).

Sea como sea, la aparición de estas asistentas alternativas que cada vez están más de moda, me concede la oportunidad de evocar otros universos temporales y esas prácticas naturales que con tanta insistencia reivindican las nuevas madres. Utilizaré para ello un discurso mixto, me moveré entre la literatura histórico-médica, la iconografía y el relato etno-gráfico en primera persona: propongo un paseo por la medievalidad y por los primeros años de la postguerra y la dictadura española, de la mano de

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Ramona Via, una matrona tradicional que escribió sus memorias y su práctica obstétrica entre 1945 y 19725 (Via, Com neixen).

3.1. LA ASISTENCIA AL PARTO, ANTES, DURANTE Y DESPUÉS Hasta el siglo XVI, en el que los médicos varones comenzaron a reclamar para ellos también el ejercicio de la ginecología y de la obstetricia, estas ramas de la medicina se encontraban en manos femeninas. Eran las mujeres las encargadas de ayudar en el nacimiento y quienes procuraban los primeros cuidados a la madre y a su criatura. Se las llamaba según dos categorías de significado (Cabré, “Nacer en relación”): en los discursos médicos ―metgessa, obstétrica, física, cirujana, barbera― o en el hablar corriente, dominio semántico de la lengua materna ―matrona, comare, madrina, mulier, vetula―. Si contemplamos las fuentes iconográficas medievales que transmiten partos o postpartos nos encontramos con interiores de viviendas acomodadas que podrían corresponder a casas de la nobleza, patriciado o alta burguesía, aunque las temáticas nos retrotraigan a los nacimientos de la Virgen María, san Juan Bautista o Je-sús. Sobre el lugar idóneo para dar a luz, Ramona nos cuenta:

[Octubre, 1972] Al final de una trentena de años de práctica obstétrica activísima he observado muchos centenares de parteras; a la mayoría les he asistido en su casa y según los métodos tradicionales, a otras en los mejores centros mater-nales y siguiendo los métodos más modernos. […] Se les ha de dejar bien libres en la hora de la elección. El mejor lugar será aquel que cada una escoja; a condición, repito, que no esté privado de las condiciones que exigen la higiene y la buena asistencia: persona asistente capacitada, agua, luz, medicamentos, adecuada temperatura. (Vía, 200).

Los tratados médicos revelan la preocupación por lograr un ambiente cálido y agradable que facilite el nacimiento. Una temperatura templada y estable que facilite la venida al mundo, recomendación que emana de tratados árabes, cristianos y judíos, como El libro de la generación del feto de Arib Ibn Sa’id (traducción y notas Arjona Castro), (Córdoba, s. X):

unas veces es difícil el parto por el intenso frío del momento, conviniendo que se ponga a la mujer en una habitación templada, se encienda un poco el fuego, poniendo en las puertas cortinas, calentando además sus mamas y sus miembros; con esto ser fácil el parto. Otras veces la dificul-

5 El libro está escrito en catalán. Las traducciones son mías.

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tad del parto es debida al calor del verano pues el aire caliente disuelve su potencia y debilita a la parturienta para empujar el feto y conseguir su expulsión. Para esto se usan aspersiones de agua fresca, alejándola del calor del sol. Si la puerta de la habitación de la parturienta está orientada al Norte será lo mejor

A esta preocupación de la temperatura responden las parteras que abanican a santa Ana en la escena de la Natividad de la Virgen de la Catedral Vieja de Salamanca, o la criada que hace lo mismo en el Icono de la Natividad de María, Basílica de santa Ana, en Jerusalén,

Nicolás Florentino y los Hermanos Delli, Nacimiento de Mari a, retablo mayor de la catedral vieja de Salamanca (c.1445) –Imagen tomada de ArteHistoria_

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Icono de la Natividad de María, Basílica de santa Ana, Jerusalén o José que aviva el fuego en la pintura del Retablo Windungen de Konrad von Soest,

Retablo Windungen de Konrad von Soest (1370-1422)

o los cortinajes que se descorren tras la cama de Ana en los frescos de Santa María del Trastevere realizados por Pietro Cavallini (c. 1298).

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Trótula de Salerno (Italia, s. XII), en el conjunto de escritos traducidos y publicados por Monica H. Green (Green, Book on the Conditions of Women) se afirma:

But there are some women who are so afflicted in the functions of birth that hardly ever or never do they deliver themselves, which has to come about from several causes […] Last condition happens to a young woman giving birth in the winter when naturally she has a tight orifice of the womb, made more so on account of the coldness of the season, for she is more constricted by the coldness of the air. Sometimes from the woman herself all the heat evaporates and she is left without any strength, and she has none left to help herself.6

En Los infortunios de Dina (Midi francés, s. XIII-XIV), se insiste en que hay que calentar el ambiente de la habitación y transmitirle calor a la parturienta: “Il faut, répondit son père, l’échauffer avec de l’huile chaude et préparer du coton pur, une éponge douce, des sangles et des oreillers […]” (Barkaï, Les infortunes de Dinah, 142), mientras que en el tratado Las dificultades del nacimiento (Miqosi ha-Leda, escrito seguramente por un judío hispánico en el s. XIV, según el estudio realizado por Ron Barkaï, recoge la siguiente opinión:

At last, remember, that if it will be asked in what period the birth is easier, I will say at springtime, because it strengthens the force; and if [someone] says the birth is easier in summer because of [?] and the passage’s width, I shall say it would not be enough, for the force is weakened by the fatigue”(Barkaï, “A Medieval Hebrew treatise” fol. 67r, líneas 17-21, 118).

Dichos tratados recomiendan encender un fuego y colocar cortinas si el frío es excesivo, o refrescar la habitación y buscar la orientación norte si el calor es sofocante, así como también procurar que el parto tenga lugar en primavera, estación de temperaturas intermedias. No hacen sino plasmar el convencimiento de que el calor, dentro de unos límites razonables, es generador de vida, propiciando éste tanto la unión de la simiente masculina y femenina en el útero materno, como el desarrollo del feto y el parto al 6 Mis elipsis, en este texto y en los siguientes.

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final de la gestación. Así pues, Hildegarda de Bingen (s. XII) explica la formación del feto en los siguientes términos:

De ahí que esta sangre haga fluir fría espuma en la mujer, que cuaja como consecuencia del calor que desprende su carne y se desarrolla, dando lugar a una formación sanguinolenta. Esta espuma se vuelve estable en este calor y posteriormente va creciendo, gracias a la secreción de lo seco que expulsan los alimentos que toma la madre, y se convierte en una pequeña y compacta figura humana hasta que la mano del Creador, que forma al hombre, la empapa completamente, igual que un artesano da forma a una excelsa vasija (Pawlik, El arte de sanar de santa Hildegarda. 85).

Todas las representaciones tienen en común que el centro

temático, el eje central de la imagen, está ocupado por una mujer encamada. Una cama elevada sobre una tarima de madera, en ocasiones tallada, casi siempre con dosel. La ropa que se puede ver y que equipa la cama resulta muy completa: sábana bajera, sábana encimera cuya doblez genera el embozo, colcha rica, a veces brocada, y almohadas semiplanas o de rulo: dos en las escenas en las que la parturienta se encuentra sentada o recostada, y una cuando está tumbada.

Natividad de la Virgen, Giovanni da Milano. Capella Rinuccini, Florència

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Además de la protagonista, y a su alrededor, en todas las pinturas hay varias mujeres afanosas en la escena, siendo su número variable: ocho, siete, cuatro, tres mujeres. Familiares y amigas serenan, alientan y estimulan al mismo tiempo, sin obstaculizar la tarea de la madre, que ha de colaborar activamente para traer la criatura al mundo. En cambio Ramona, no quiere casi a nadie en la habitación:

[1951] Ahora ya sé imponerme en las casas donde voy. Ya van quedando atrás mis angustias, mis preocupaciones, mi asombro por cosas que no sabía resolver en presencia de quien me cohibía. Ya puedo “sacar” gente de la habitación, aunque sea, justamente, la que protesta. Como máximo admito dos personas, que suelen ser el marido y la madre de la partera. Eso si me parecen bastante pulidos y bastante capaces de ayudarme, o por lo menos no dificultar mi trabajo de colaboración y asistencia al parto con palabras o acciones que puedan sugestionar desfavorablemente a la futura madre. (Via, 57).

Vemos, pues, que concede al marido acompañar a su esposa. Respecto a los padres, si bien las fuentes médicas parecen omitir su participación en el parto, la iconografía cristiana induce a pensar que quizás habrían tomado parte de alguna manera, pero que sus actividades habrían estado siempre subordinadas a la experiencia de las matronas. Así pues, podemos observar como Joaquín, Zacarías o José, maridos respectivos de Ana, Isabel y María, aun quedando en segundo plano, tomaron parte en el nacimiento de sus hijos e hija. En el caso de José, su grado de participación varía de unas imágenes a otras. Unas veces nos lo encontramos ador-milado en un rincón, sin percatarse de lo que sucede,

Natividad, Giotto, 1310

otras realizando alguna tarea doméstica (trayendo paja para los animales, tejiendo una cerca, avivando el fuego), y alguna más ayudando a una de las parteras en el lavado del Niño. En el caso de Zacarías, lo habitual es que aparezca con su tablilla escribiendo el nombre del Bautista, tarea clave

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desde el punto de vista religioso, ya que servirá para afirmar el milagro operado por Dios, pero que lo abstrae y distancia de la asistencia médica a Isabel.

Natividad de san Juan Bautista

Finalmente, en el caso de Joaquín, no tendrá una tarea específica, pero por similitud con José, podrá ser incluido en la escena y aparecer, por ejemplo, observando a su hija dormida:

Nacimiento de la Virgen, s. XIII, pintura mural, Monasterio de Studenica, Serbia.

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El rechazar a personas no gratas es también una constante

secular. En el primer libro conocido de obstetricia publicado en castellano, Libro del arte de las comadronas o madrinas y del regimiento de las preñadas y paridas y de los niños (Palma de Mallorca, 1541) expresa la imagen ideal de la matrona. En el capítulo tercero de la obra se configura a partir de sus expectativas en cuanto a actitudes, capacidades y desempeño profesional. Escribe:

experta en su arte […] que con buen ingenio y discreción sepa encaminar los partos dificultosos y malos, y prever las cosas que pueden traer daños para ellos […] es menester que tenga buenas formas naturales para sufrir el trabajo de la que pare. Y tiene necesidad de buen ingenio para conocer el parto dificultoso y hacer previsiones en lo que fuere necesario […] que sea moderada, es decir que tenga buenas costumbres y una buena complexión natural […] es menester que tenga buena cara y que esté bien formada en sus miembros. No sea fantástica. No sea riñosa. Sea alegre y gozosa, para que con sus palabras alegre a la que pare. Sea honrada y casta para dar buenos consejos y ejemplos, sea secreta, que es la parte más esencial […] tenga las manos delgadas y mire las carnes que tiene que tratar. Sea ligera en el tacto y no haga lesión en las carnes delicadas. Tenga temor de Dios y sea buena cristiana para que todas las cosas le vengan bien […] deje las cosas de sortilegios, supersticiones, agüeros y cosas semejantes, porque lo aborrece la Santa Iglesia.

A pesar de recomendar el alejamiento de las “cosas de sortilegios”,

la obra no está exenta de supersticiones, recomienda el uso de todo tipo de amuletos y encantamientos: “la pluma del ala izquierda del águila o del buitre puesta abajo del pie izquierdo. La piedra del águila atada en el brazo izquierdo;; las uñas del milano bajo la camisa”. Otros procedimientos serían hoy considerados aberrantes, pero hay que tener en cuenta que en la época las cesáreas en vida de la madre suponían la muerte de ésta. Así recomienda la forma de extraer una criatura muerta “y si por ventura la criatura por el grande trabajo muriere, como cada día se ve, es necesario con la mano muy delicadamente poner a la criatura por derecho camino y si pudiere el dedo ponerle en la boca, tire a fuera la criatura suavemente y con ingenio, y al tiempo de la necesidad como dicen los doctores sacarlo a pedazos”.

Prácticas mágicas que ya encontramos con anterioridad, en la carta de parto de Isabel de la Caballería, en la cual se relata con todo

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detalle un parto distócico acontecido en Zaragoza el 10 de enero de 1490 (García Herrero, “Administrar el parto”) la parturienta tenía santas reliquias en el vientre, mientras que en la habitación se encendían cada vez más candelas bendecidas. Candelas que hallan su correlato a mediados del siglo XX en un pueblo cercano a Barcelona, según nos relata Ramona:

[1951] A veces en las casas hay cirios de parto, con la Virgen de Montserrat o san Ramón Nonato grabados en el extremo inferior, que es en general rojo; extremo que no se ha de llegar a quemar, sino que se guarda como una reliquia. También una cinta con la medida de la cintura de la Virgen, que la partera se ha de poner sobre el vientre. En tales casos considero el beneficio que de ello se puede derivar: si la partera se siente como protegida, de ello acusa favorable-mente la reacción psicológica. Esperan mis órdenes para encender el cirio. Y yo, si me acuerdo, digo que lo enciendan cuando comienza el período expulsivo del parto. No es mi misión combatir las supersticiones y velar por la pureza ortodoxa de las creencias. (Via, 58).

Siguiendo las recomendaciones de los árabes Arib Ibn Sa’id (s. X) y Averroes (s. XII) o del autor hebreo de Los infortunios de Dina (s. XIII-XIV), cuando la gestante haya dilatado lo suficiente, la matrona deberá colocarla en la silla obstétrica, pieza de mobiliario con una muesca en su asiento, y asegurarse entonces de que el feto esté correctamente colocado, es decir, de tal modo que lo primero que asome sea su cabeza. Sentada de esta manera, el parto será más sencillo. Explica Arib Ibn Sa’id que:

La totalidad de los (médicos) antiguos hacen colocar a la embarazada para el parto sobre un sillón con sus piernas colgando y el sillón tendrá en la base como una muesca para que la matrona pueda sentarse frente a la parturienta, para maniobrar. No convendrá que la partera siente a la embarazada en el asiento para parir antes de observar en ella que “marca” y que el cuello del útero está abierto. Pues evidentemente acentuará su cansancio y a veces se podrá desmayar. Luego se hará sentar sobre el asiento de parir y colocará bajo sus pies un velo o tela para que no le pueda perjudicar a ella lo dañino del suelo. (Arjona Castro, 91).

Dice Averroes: Las comadronas, sin embargo, no mandan sentar a las

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parturientas en las sillas de parto hasta que perciben por tacto mediante el pulgar que el cuello del útero comienza a dilatarse. Mas una vez que la dilatación ha alcanzado la medida apropiada, las hacen sentar sobre aquellas, mandándoles hacer fuerzas para que el feto sea expulsado, acto que se realiza mediante el músculo que recubre el vientre y que expele heces y orina (Vázquez de Benito, Obra médica. Averroes, 171).

Si llegase a haber severas complicaciones, especialmente en caso de madres obesas, éstas podrían permanecer en cuclillas durante el alumbramiento ya que así, según el tratado de Las dificultades del nacimiento (s. XIV), el peso del feto y de los órganos internos contribuirían a acelerar el nacimiento. En principio, la postura yacente no sería la más recomendable, ya que podría dificultar la salida del feto, y sólo debería emplearse si la madre ha dilatado mucho o si está muy debilitada. Ahora bien, entre contracción y contracción, así como después del alumbramiento, la mujer podrá descansar en una cómoda cama, evitando con ello cualquier tipo de desvanecimiento. 3.2. LOS CUIDADOS: VENDAR, BAÑAR Y ALIMENTAR Narra Ramona:

[1951] Si todo va bien, que es en un noventa y cinco por ciento de los casos, apenas nace la criatura la dejo bien plana en la cama, o, aún mejor que plana, en posición Trendelemburg, o sea la mitad inferior del cuerpecito más alta que no la superior, cosa que facilita grandemente que expulse las mucosidades que retiene en las vías respira-torias. Le pongo unas gotas de colirio en los ojos y, si mientras tanto el cordón ha dejado de pulsar, lo corto entre la doble toma con pinzas homeostáticas. Si aún pulsa espero unos minutos para que la sangre que se perdería con la placenta la aproveche el nuevo ser que ha llegado al mundo. En los extremos seccionados de cordón pongo un toque de mercromina o de tintura de yodo. Seguidamente pongo la criatura, bien de lado, con la cara hacia mí, al otro lado de la cama, cubierta con una toalla o con una manta de algodón preparada a posta y me pongo a vigilar la salida de la placenta. (Via, 60).

El vendado del recién nacido respondía en primer lugar al deseo de protegerlo, evitando fracturas y fortaleciendo su cuerpo. Sumándose a

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la opinión de Sorano y Galeno (ambos del s. II d.C.) autores medievales como Arib Ibn Sa’id (s. X) y tratados como El libro de las enfermedades de la mujer (s. XII) o Los infortunios de Dina (s. XIII-XIV), recordaron la importancia de ceñir moderadamente tanto el cuerpo como la cabeza del recién nacido, valiéndose de una tela agradable, limpia, larga y ancha, al menos durante cuarenta o sesenta días, de tal modo que ninguna enfermedad o catástrofe pudiese poner en peligro su vida, y que tuviese una suerte de cobertura mullida que lo pusiese a salvo de caídas o golpes involuntarios. La historiadora de la medicina Carole Rawcliffe explica además que la práctica del vendado estaba estrechamente relacionada con la teoría humoral. Así pues se entendía que el ser humano sufría a lo largo de su vida un proceso progresivo de desecación, desde una consistencia fluida hasta llegar convertirse en polvo, y por ello era necesario prevenir una prematura pérdida de humedad a través del vendado (Rawcliffe, Medicine & Society in Later Medieval England).

Formando parte de esos primeros cuidados al recién nacido se encuentra el baño, elemento que no suele faltar en la iconografía y que igualmente nuestra matrona del siglo XX relata:

[1951] Entonces voy al otro lado a hacer el primer aseo al bebé. Lo baño. Yo no sabría prescindir del baño. Está claro que procuro, al bañarlo, que no se le moje mucho el cordón umbilical, pero sin el baño no sabría sacarle la porquería que lleva en la piel. La porquería, no la capa de materia grasa que la cubre en algunas partes del cuerpecito. Esta capa grasienta se irá absorbiendo. Después del baño repito la cura umbilical y lo fricciono con agua de colonia. Después lo espolvoreo bien, sobre todo en los pliegues cutáneos. Y ya lo visto. (Via, 61).

Como en el caso del vendado, es posible realizar dos lecturas del

baño, una más cotidiana y otra más trascendente. Por un lado, lavar al niño después del parto es una recomendación recogida por los tratados medievales (véase Arib Ibn Sa’id), y uno de los cometidos de las parteras. Sin embargo, este baño puede exceder el terreno médico, adquiriendo entonces un sentido bautismal. De hecho, la comadrona debía estar preparada para administrar un bautismo de emergencia si veía que la vida del niño peligraba (Taglia, “Delivering a Christian Identity”, 81), pues un niño muerto antes de ser bautizado no sólo moriría físicamente sino también espiritualmente, al no poder recibir sepultura y estar destinado a esperar indefinidamente en el Limbo. La improvisación no tenía cabida en este rito, por lo que las parteras no sólo debían aprender los pormenores sanitarios de su oficio, sino que además tenían que ser instruidas para que pudieran administrar el sacramento correctamente. Explica Kathryn Taglia

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como en la legislación sinodal se habla de la necesidad de que las parteras sepan administrar el bautismo, citando el Sínodo de París de 1313, el concilio de Reims de 1408, y la legislación de Arras y Tournai en el siglo XV. Era sobre todo necesario que las parteras supieran administrar el bautismo después de una cesárea, operación que por otra parte sólo tenía lugar en la Edad Media cuando la madre había muerto en el parto, tratando entonces de sacar con vida al niño, y de bautizarle rápidamente, para que, en caso de que muriera a continuación, al menos pudiese ser enterrado en lugar sagrado (Taglia, 77-90). Dice Ramona:

[1951] Para los bautizos, yo misma telefoneo a la rectoría. Ya irían los padres o los padrinos, pero si me cuido yo, como que sé los datos de todos los bautizos posibles, facilito al señor rector o al señor vicario la distribución de los horarios más adecuados.

Los bautizos suelen celebrarse los domingos o los días de fiesta, entre la segunda semana y la tercera después del nacimiento, y pueden ser de mediodía o de tarde. Hay más de tarde. A veces me toca correr de verdad de unas casas a otras a llevar o a buscar la el acompañamiento. Y es que la costumbre de que la comadrona asista siempre al bautizo luciendo su práctica de llevar criaturas en brazos está demasiado arraigada. (Via, 64-65).

Así pues, cuando vemos aparecer a la partera bañando al niño/a, de algún modo se está reflejando una costumbre médica casi universal, pero también resaltando el valor purificador del agua asociado al bautismo, simbolismo este último que es más patente cuando el barreño se ha transformado en una pila bautismal.

Icono de Theófanes de Creta.1546. Monasterio Stavronikita. Monte Athos. Grecia

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El último de los cuidados sería el de la alimentación a la madre, a principios del s. XVI, Damián Carbón escribía lo siguiente:

Después de lo sobredicho es menester también darle de comer su caldo de gallina, sus sopas y la carne moderada-mente. Y puede comer un poco de granada dulce porque es muy alabada por los doctores. Puede comer algunas confi-turas; el vino muy aguado.

Durante siglos, en algunas regiones hasta hoy, se encuentran los “caldo de parida”, “escudilla de parto” y “escudilla partera”.

Jan de Beer, El nacimiento de la Virgen, hacia 1520

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Postparto de santa Ana en el retablo mayor de Arties (Lérida), s. XV

Sobre la colcha y el embozo de la sábana se ha extendido un mantel individual, con una escudilla encima. Santa Ana está comiendo un huevo, mientras a su alrededor las mujeres le acercan vianda y un hombre levanta su copa. Los huevos, alimentos que evocan la fertilidad, el renacer de la vida, e incluso la resurrección, y las gallinas, animales cuyo sacrificio se reserva para las celebraciones o la restauración de la salud, convergen en las cámaras de parto, un espacio en donde hay mucho que festejar, puesto que una nueva vida ha llegado al mundo, y también mucho que restituir, ya que la parturienta ha culminado su embarazo y acaba de superar el parto.

Un tratado suizo del siglo XVII, Le gouvernement de la santé, del médico Jacob Girard des Bergeries (Girard des Bergeries, 80-81), nos detalla las recomendaciones a seguir por las puérperas, en el capítulo séptimo, de donde provienen los siguientes consejos:

III. L’Accouchée doit estre tenue en grande tranquilité d’esprit et de corps, toutes les passions violentes luy sont

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dangereuses, mais sut tout la cholere et la crainte. Elles doivent mesmes eviter, du moins les trois premiers jours, de parler beaucoup puis que cela leur peut nuire. IV. On leur peut permetre l’usage du vin selon leur coustume, pourvu qu’il n’y ait pas de la fiévre, mais au commencement il est bon de le dtremper dans une decoction de Gramon, coriandre et tant soit peu de canelle. Il ne faut pas quelles boivent long traits, et leur boison ne doit pas estre froide, mais un peu tiede. Nous improuvons fort la coutume practiquée en quelques lieux, de leur bailler de l’Hypocras, si ce n’est quand il leur arrive des foiblesses. V. Cette coûtume aussi tres-mauvaise de leur donner beaucoup à manger, et mesme de la viande solide, et des choses échauffantes, aux premiers jours. Il suffit alors de leur donner de bons bouïllons, des pains grattés, et des oeufs frais; mais il leur en faut donner souvent, et ne les laisser point vuides: car cela leur peut attirer beaucoup de mal. Trois ou quatre jours apres on pourra les nourrir plus amplement.

4. EPÍLOGO Hasta aquí he presentado un discurso casi siempre positivo de los avatares del alumbramiento. Ello no obstante, no puedo concluir sin insistir, aunque sea brevemente, en la otra cara de la moneda. Por su propia naturaleza, el parto provoca nerviosismo y ansiedad, aun cuando no surjan problemas. Una mujer embarazada puede reducir su ansiedad y mejorar las probabi-lidades de tener un final del embarazo adecuado estableciendo una buena relación con su médico o matrona. Los principales problemas del parto tienen que ver con el tiempo y el orden que requiere cada fase. Puede que no comience cuando las membranas que contienen al feto se rompen (rotura prematura de las membranas), o bien puede empezar antes de las 37 semanas de embarazo (parto pre-término) o más de 2 semanas después de la fecha estimada de parto (embarazo pos-término). Así mismo, pueden ser problemas añadidos los trastornos médicos de la madre o del feto, un desarrollo del parto lento o una posición anormal del feto. Otros signos de peligro incluyen una excesiva hemorragia vaginal y una frecuencia cardíaca anormal del feto. Los problemas graves son relativamente raros y, a menudo, pueden preverse, pero algunos pueden aparecer de forma inesperada y repentina.

Ramona explica en sus memorias profesionales no sólo éxitos. También, con absoluta y humilde sinceridad, reconoce los momentos dramáticos, los fracasos, las dificultades, las muertes:

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[Octubre, 1949] Como me temía, ha tenido el hijo muerto. Quizá estaba muerto una semana antes, porqué está ligeramente macerado. El desprendimiento de la cabecita, porque era tan blando, tan dúctil, se ha hecho antes de ninguna rotación externa, justo antes de romper aguas, que han salido muy teñidas de meconio. Isidro, al ver el color verde oscuro, ha empezado a llorar silenciosamente […] [Montserrat] no ha llorado nada. Se ha mantenido con una valentía idéntica a la que había demostrado en los dolores y en los esfuerzos. Ha sacado la placenta bien entera, con algunas toscas, cosa bien rara tratándose de un parto prematuro, y las membranas a pedazos. (Via, 37).

[Enero, 1965] Estábamos muy tranquilos cuando a Julita se le presentó una eclampsia, la primera que he visto en tantos años de hacer de comadrona. Me di cuenta enseguida, tal vez precisamente porque no había visto nunca ninguna. El aspecto insólito de la partera me trajo a la memoria la explicación del libro: “período prodrómico, convulsiones tónicas, convulsiones clónicas y coma.” Estaba en el de las tónicas y tuvimos que ponerle una cuchara de madera entre los dientes para que no se pudiera cortar la lengua con una convulsión. De presión estaba a 23. Le inyecté Sulmetín simple; no llevaba otro y habíamos avisado al médico pero tardaba. (Via, 146).

En La magna y canónica cirugía de Guy de Chauliac (Infante de Aurioles, 61), en el capítulo XVI ―De la formacion del feto, ò criatura en el vientre de la madre― se dice:

Suelen aquí preguntar algunos, qué es la causa que algunas mugeres padecen al parir gran dolor, y tienen dificultosos partos, y otras les tienen fáciles, y con poco dolor? A esto respondo, que el parir, de necesidad las mugeres han de padecer dolor, es la pena del pecado de la primera mujer, por aquel desacato, y desobediencia, quiso su divina Magestad que al parir padeciessen dolor, y assi se les notificò, como leemos en la Sagrada Escritura. Empero, según medecina, y causas naturales, dizen los Dotores, que aquellas mugeres que tienen la boca de madre angosta, ò dura, y nerulosa, estas al parir han de padecer gran dolor, porquè con dificultad se dilatan para que salga la criatura, y dilatándose, ha de causar grande, y intolerable dolor, por ser parte muy sentida.

Las mujeres medievales sabían del riesgo que comportaba el

parto, algunas testaban ante un parto difícil y procuraban prevenir el trance

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con la intervención divina o con medios más o menos mágicos, como hemos visto. Las invocaciones a la Virgen del Buen Parto o de la Cinta y una medalla con el Agnus Dei (Alexandre-Bidon & Closson, L’enfant à l’ombre es cathédrales, 39), eran compatibles con talismanes hechos de coral o de ciertos minerales, o las “bolsitas de parto” que contenían unas hierbas o un escrito mágico que se colgaban del cuello o se ponían sobre el vientre de la partera. Encontramos un texto con esta finalidad en un recetario catalán que podemos fechar a inicios del siglo XV, en el que se anota que fuese colgado del cuello de la mujer que no podía tener la criatura, y así alumbraría. Se advierte no hacerlo si no era del todo necesario. La invocación, intercalada entre las recetas curativas y cosméticas que contiene el libro, dice: “leo peperit leonem, Anna peperit sanctam Mariam, Maria peperit Xristum. Infans exi foras! Xristum clamavit ab eo” (Flor del Tesoro de belleza, cap. 59). Este imperativo, «¡Niño sal fuera en nombre de Cristo!», nos acerca a la fuerza asombrosa de la palabra, especialmente oral, pero también escrita; el conjuro forma parte activa de la hechicería, con una mezcla de invocaciones cristianas y superstición. Asimismo, En un texto francés se invoca a Juno: “Juno Lucina, que presides los partos, ayúdame en mi alumbramiento, que nazca sano y sin obstáculo… (Citado en el Roman de la Rose, Alexandre-Bidon & Closson, cit.).

El temor al parto se encuentra también lo bastante extendido y arraigado como para que quienes promueven el culto a determinados santos o santas, consideren apetecible para sus patrocinados el don de ayudar y facilitar en los alumbramientos, confiándoles virtudes también en materia de obstetricia. Un caso de los más llamativos es el protagonizado por san Miguel Arcángel, mediador en un episodio protagonizado por una peregrina a Mont Sant Michel, como se relata en La leyenda dorada de Vorágine (Vorágine, La leyenda dorada, v.2, 622):

Mont Saint Michel en La leyenda dorada

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En cierta ocasión, el día de la fiesta del arcángel, cuando por el lugar que las aguas habían dejado expedito avanzaba hacia el santuario una enorme multitud de gente procedente de tierra firme, de pronto se produjo un inesperado reflujo del mar y sus olas se precipitaron con violento ímpetu sobre el espacio que antes habían dejado libre, y en breves momentos lo anegaron. Las innumerables personas que caminaban hacia el templo, al ver que las aguas avanzaban hacia ellas, regresaron corriendo al litoral llenas de miedo, y consiguieron ponerse a salvo; pero entre la numerosísima caravana había una mujer que por estar preñada y próxima al parto no pudo correr y fue alcanzada por las olas; mas san Miguel la protegió. La mencionada mujer no sólo no se ahogó, sino que en medio del mar y bajo el agua parió, recogió a su hijo, lo sostuvo en sus brazos, lo amamantó y bajo el agua permaneció incólume hasta que nuevamente las aguas se retiraron y ella feliz y contenta apareció con su niño en brazos.

Como hemos visto, en las imágenes analizadas puede observarse

una tensión o equilibrio entre lo humano y lo divino, lo médico y lo simbólico, lo cotidiano y lo transcendente. De igual forma, los textos literarios y científicos, así como los testimonios etnográficos, nos retrotraen a épocas pasadas, aunque los temores, muchas veces, continúan siendo muy parecidos. Las mujeres somos seres históricos con capacidad de simbolizar las relaciones con las criaturas, construyendo modelos de relaciones (Badinter, ¿Existe el instinto maternal?). La maternidad es una práctica dinámica, donde las madres encuentran un contexto, una historia y, por lo tanto, no se puede entender como un hecho natural, atemporal e universal, sino como parte de la cultura en evolución continua (Palomar, “Maternidad: historia y cultura”). En cierta manera podría decir que la maternidad adquiere características singulares, propias y diferenciadas en cada momento histórico. Mi generación la rechazó, las madres de hoy no. O no todas. El año pasado, el Centro de investigación de mujeres Duoda (Barcelona), celebró el Seminario de mayo, que llevaba por título La política de las nuevas madres. De su editorial resalto:

El feminismo del siglo XX hizo la revolución de las hijas. El siglo XXI está haciendo la revolución de las madres. […] Las hijas del XX restituimos el orden simbólico de la madre, volviéndola origen, haciéndonos genealogía, reconociendo la luz sin olvidar la sombra, agradeciéndole la obra del cuerpo y la palabra. Las madres del siglo XXI están haciendo ya la revolución simbólica de la maternidad convirtiéndola en el óvulo y germen de la política. […]

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abriendo un surco en el lenguaje del presente para perforarlo con la experiencia de ser madre;; […] si hacen política y no apología es porque ninguna […] mitifica la maternidad, aún viviéndola en la sacralidad de la práctica. Con sabiduría magistral dejan sitio a lo negativo: al agotamiento, a los nervios y a las preocupaciones, convir-tiendo la contingencia en el lugar privilegiado de la política materna. Se mueven con inteligencia en la paradoja sin entrar en la contradicción.

En palabras de las filósofas de Diotima: traen al mundo el mundo. Dan a luz.

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Revista destiempos N°40

Agosto-Septiembre 2014 ISSN: 2007-7483 ©2014 Derechos Reservados

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