arriba las manos: esta fiesta se ha hospitalizado (francisco casas)

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1 “Arriba las manos, esta fiesta se ha hospitalizado” La representación de una ciudad sidosa en Sodoma mía de Francisco Casas Francisco Simon Salinas [email protected] Hacia fines del año 2010, el Ministerio de Salud del Gobierno de Chile difundió, por televisión y por internet, una serie de videos concentrados en la prevencion del VIH, en el marco de la campaña denominada Quien tiene sida. Uno de estos videos, titulado “Fiesta viral”, resulta interesantísimo: a diferencia del resto de material audiovisual, éste enfatiza una representación del virus en sí mismo, y releva una caracterización de los portadores. Así, como si dentro de un pene erecto nos hallásemos, in situ observamos a las partículas malosas, mortales, siendo eyaculadas, con el resto de componentes que participan del semen. Luego, la representación del virus es categórica: de acuerdo con esta campaña, el sida nos debe aterrar no solo porque se trata de una enfermedad irreversible, que nos convertirá en drogodependientes del AUGE por el resto de nuestras vidas; sino que es sobre todo horripilante en tanto el virus en sí mismo es feísimo. Se trata de seres microscópicos cavernícolas, prehistóricos, ofensivos a la constitucion civilizada de cualquier ciudadano chileno. Este virus carece de lenguaje, y aparece como un conjunto de pequeños

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1

“Arriba las manos, esta fiesta se ha hospitalizado”

La representación de una ciudad sidosa en Sodoma mía de

Francisco Casas

Francisco Simon Salinas

[email protected]

Hacia fines del año 2010, el Ministerio de Salud del

Gobierno de Chile difundió, por televisión y por internet,

una serie de videos concentrados en la prevencion del VIH, en

el marco de la campaña denominada Quien tiene sida. Uno de estos

videos, titulado “Fiesta viral”, resulta interesantísimo: a

diferencia del resto de material audiovisual, éste enfatiza

una representación del virus en sí mismo, y releva una

caracterización de los portadores. Así, como si dentro de un

pene erecto nos hallásemos, in situ observamos a las partículas

malosas, mortales, siendo eyaculadas, con el resto de

componentes que participan del semen. Luego, la

representación del virus es categórica: de acuerdo con esta

campaña, el sida nos debe aterrar no solo porque se trata de

una enfermedad irreversible, que nos convertirá en

drogodependientes del AUGE por el resto de nuestras vidas;

sino que es sobre todo horripilante en tanto el virus en sí

mismo es feísimo. Se trata de seres microscópicos

cavernícolas, prehistóricos, ofensivos a la constitucion

civilizada de cualquier ciudadano chileno. Este virus carece

de lenguaje, y aparece como un conjunto de pequeños

2

monstruitos psicóticos listos para devorar cualquier

organismo limpio1.

De esta manera, me resulta atractivo el comercial, en

cuanto evidencia una imaginería que ha pintado al sida, en

tanto enfermedad, como una intimidación cultural oculta a

cualquier ojo. En efecto, otros videos de la misma campaña,

como “Matadora” o “Enfermedades”, enuncian cómo este síndrome

es mortal y peligroso en la medida en que su amenaza es

transparente. Por tanto, el hecho de que la enfermedad sea

representada en sí misma, por medio de una encarnación

monstruosa, implica que el sistema representacional del

Gobierno de Chile piensa que, tras la superficie camuflada de

cualquier paciente, su cuerpo es un vector enfermizo

encubierto, tan bárbaro como los microorganismos que

transporta. Así, la personificación de estos bichitos es

retórica: estos seres retrógrados significan, en principio,

la deculturación ciudadana de los enfermos, así como la

eventual descomposición social que los intoxicados puedan

contagiar en el resto de la población.

En este sentido, he aquí que cuando las toxinas se

hallan en posición para penetrar una vagina o un ano

(afortunadamente, el texto no discrimina si se trata de un

coito hetero u homosexual), el virus rebota contra un escudo

protector, mientras el video enuncia: “El plástico arruina su

fiesta, no la tuya”. Me parece que este uso metonímico del

plástico para nombrar al preservativo también puede ser leído

3

metafóricamente: en el imaginario nacional, el plástico

envuelve basura, envuelve cuerpos fallecidos, y envuelve las

mediaguas y casas básicas de sectores populares, toda vez que

un poco de lluvia filtra las infraestructuras. También el

plástico envolvió caras para torturarlas durante la

dictadura2.

De esta forma, dos elementos me han parecido relevantes

con respecto a la campaña videográfica: primero, el infectado

ha sido caracterizado como un monstruo; acto seguido, éste ha

sido plastificado, separado por medio de su

impermeabilización. El video en cuestión señala que al virus

se le ha acabado la fiesta; sin embargo, se trata de una

figuración que indica una polémica en contra de quienes

padecen la enfermedad: los pacientes se han convertido en

criminales, y a ellos, y no al virus, sí se les ha acabado el

festejo. Efectivamente, una de las instrucciones de la actual

administración del presidente Piñera tiene que ver con la

adaptación de una postura intransigente con respecto a la

delincuencia. De hecho, el mandatario ha dicho cómo “Se les

va y se les está acabando la fiesta a los delincuentes y a

los narcotraficantes, se van a encontrar con un gobierno con

la mano muy firme” (“Piñera asegura…”). Me parece que es

posible pensar cómo, entonces, la predicación de un mismo

enunciado, “acabarse/arruinarse la fiesta”, dicho hacia los

delincuentes y hacia el VIH, vuelve análogas estas dos

experiencias y, por tanto, quienes portan el virus son

4

representados como criminales, y también como

narcotraficantes.

A propósito de lo dicho, en 1991 el escritor chileno

Francisco Casas publicó un poemario titulado Sodoma mía. Me

interesa atraer esta obra, a propósito del video difundido

actualmente por el Ministerio de Salud, en cuanto que ambos

textos recojen el mismo referente: el sida como una amenaza.

Ahora bien, mientras el video gubernamental previene y educa

la marginación, la voz de Casas adoptará, precisamente, la

enunciación de ese enfermo delincuente, monstruo en el seno

de la urbe. Por lo pronto, entonces, me propongo leer su

discurso a partir de la construcción de un sujeto perverso

homosexual, cuya renegación de la ley patriarcal halla su

tensión en la metáfora de una cultura profiláctica, que ha

pretendido aislar la infección que, ciertamente, le significa

una subjetividad gay al interior de la ciudad. La obra

poética señalará cómo, de modo prospectivo y tras dos

décadas, en nuestro país la representación del sida se halla

intacta, en tanto los contagiados continúan siendo pensados

como los apestados, como una plaga peligrosa para el Estado y

la comunidad.

De acuerdo con lo anterior, la voz poética de Casas se

halla enmarcada por la participación del autor, junto a Pedro

Lemebel, en Las Yeguas del Apocalipsis, colectivo artístico

que desde fines de la década de los ochenta, y hasta 1996,

realizó “una serie de intervenciones de arte-política que,

5

básicamente, intentaban homosexualizar los discursos

políticos y culturales de la época, sumando su mirada crítica

a la lucha contra la dictadura militar” (Robles 27-28). La

“Pedra” y la “Pancha”, nombres travestidos que usaron los

autores para denominarse hablantes performativos, habian

comprendido que los discursos que apostaban por la

reconquista de la democracia carecían de un registro

homoerótico, de modo que sus acciones de arte pretendían

visibilizar esta ausencia. Precisamente, una de sus primeras

intervenciones, en 1987, fue el ingreso a la Facultad de Arte

de la Universidad de Chile, ambos personajes desnudos sobre

una yegua, polemizando la fundación de Santiago, al tiempo

que advertían la desaparición del sujeto homosexual en el

relato histórico de la nación3.

De esta manera, resulta relevante destacar cómo Lemebel

y Casas fueron pioneros con respecto a la capitalización

representacional de un contradiscurso queer4. Sus performances

plantearon en el campo cultural una protesta que

materializaba las imposturas del texto dictatorial, y también

del retornado texto democrático, con respecto al imaginario

homosexual finisecular. Al respecto, Lemebel agrega cómo “El

solo nombre ha sido nuestra mayor intervención. Las Yeguas

del Apocalipsis tienen que ver con la metáfora del SIDA que,

en ese tiempo, se achacaba a los homosexuales como una

enfermedad de fin de siglo, una metáfora del Apocalipsis”

(cit. en Robles 31). Justamente, el dúo artístico modificará

6

el signo de los discursos hegemónicos, homofóbicos, de modo

que, al personificar la amenaza apocalíptica, se daba cuenta

de la expulsión simbólica del sujeto gay dentro de la polis5.

Asimismo, entonces, la obra poética de Casas, editada a

comienzos de los noventa, no solo establecerá una tensión con

la dictadura, sino que también con el contexto del primer

gobierno de la Concertación, que instauraba el retorno de la

democracia a nuestro país. Héctor Hernández ha dicho que

Sodoma mía “inscribe un momento clave del país en el cual se

visibiliza el retorno de algunos exiliados […] retorno de la

travesti enferma de la epidemia extranjera, lo cual le

produce un sentimiento de venganza, pues ha sido arrojada de

la patria. El cuerpo enfermo trae a colación un territorio

enfermo, incicatrizable en sus heridas”. De tal forma, la voz

poética resulta aquí corresponder a la “Pancha”, nombre

performativo, yegua que ha devenido sujeto de la escritura:

“Me vino la Pancha / se me vino / de repente / encima la

sacamos / Me está comiendo el ombligo” (15). El hecho de que

Casas siga figurándose por medio de la voz travesti señala

cómo este sujeto permanece marginado, cómo la democracia aún

no lo ha tocado, pues ésta no ha resultado ser sino una

fantasía que encubre la devastación de Sodoma, imagen que

enuncia la experiencia urbana del homosexual en Santiago de

Chile. En el mundo de la “Pancha”, no existe reconstrucción

urbana, y ninguna franja de la Concertación multicolor le

retorna una existencia que ya se halla caducada6.

7

En este sentido, me parece que la transferencia

metafórica del relato bíblico hacia la experiencia urbana

nacional diseña una primera coordenada subjetiva del

hablante, quien se imaginará como criminal. En efecto, el texto

sobre la destrucción de Sodoma (Génesis 19) ha sido

interpretado canónicamente por la Iglesia Católica como el

relato fundacional para justificar la discriminación y el

repudio hacia los gays. Aquel libro no solo narraría la

creación del mundo y de la humanidad, sino que Dios también

propondría, de inmediato, su completo rechazo a los

homosexuales, quienes en vez de intentar casarse y adoptar,

deberían temer ser expulsados al séptimo círculo infernal

recorrido por Dante7. Al mismo tiempo, esta condena religiosa

devino cívil, y desde 1874 hasta 1999 el Código Penal chileno

castigó con presidio las relaciones penetrativas entre

homosexuales8. Así, por cuanto la voz poética de Casas se

nombra sodomita, también se encarna pecador y criminal.

A continuación, y a partir de la identificación

delictual de la voz poética, su constitución subjetiva

también se enunciará expatriada, al señalar cómo “Desde este

exilio que limita al norte con el Pirú / nos escribo piedra /

desde la calle ésta donde relegada estoy por los perversos

ángeles destruidores de nuestra Sodoma” (13). Así, este

posicionamiento indicará una polémica por parte del hablante

hacia a la nación, en cuanto que el exilio se refiere más

bien a una marginación que ha convertido al sujeto en un

8

extranjero, en un afuerino, en el interior mismo de un

espacio que antes le pertenecía: “Mira cómo estamos

degradados / tú también has visto a los otros caminar sobre

los márgenes de este territorio inhóspito” (9). La

destrucción de Sodoma que imagina la voz poética revela una

expropiación del sujeto, que ahora se halla migrante,

desterritorializado de tiempo y espacio9. Precisamente, la

“Pancha”, desalojada y desanclada de afiliación territorial,

organizará su capital simbólico hacia el establecimiento de

una disputa cultural con el signo de la nación: “No tengo

patria / nada de principios” (20) advertirá en un momento

este hablante, al tiempo que también agregará cómo “La popa

no fija rumbo / la bandera trapo / carece de símbolo… ¿qué

patria? ¿qué / mundo? Colón enloqueció por los / glúteos de

sus marinos” (28). De esta manera, se manifiesta una

reescritura queer, cuya manufactura sígnica pretende infiltrar

una fisura libidinal allí donde el discurso histórico había

sido desexualizado, o bien, neutralizado por medio de una

composición heteronormativa.

De esta forma, la voz poética definirá su posición

enunciativa desde el marco genérico de la homosexualidad;

posición que, al mismo tiempo, refuerza la construcción de un

sujeto marginal: “Soy homosexual y qué / anarco / corruptor /

de tus bastardos // Envuélvete mi velo de submundos

extraños // SOY LA GRAN PUTA / LA TELARAÑA” (20). Luego,

sobreviene un devenir animalesco que ha enfatizado una

9

caracterización repudiable del sujeto, en cuanto que su

enmascaramiento activa una imaginería infecciosa y venenosa:

“Todos leímos la instrucción / nos sabíamos / sudorosos,

contaminados, es el siglo pensamos / con el grifo enguantado”

(55). Así, el hablante se representa a sí mismo por medio de

la construcción de un cuerpo enfermo, monstruoso y

amenazador, al tiempo que su voz quiere materializarse como

expresión de un colectivo exiliado. Se trata de un cuerpo

que, por cuanto su expropiación, se ha vuelto apocalíptico,

pues acarrea el signo de la muerte sobre su frente: en

efecto, la portada de Sodoma mía resulta gráfica para

cristalizar una imagen de ese significante corpóreo

peligroso. En ella, aparece una fotografía de Francisco Casas

convertido en la “Pancha”: piel amarillenta, cejas a lo

Frida, y una mirada frontal, multiplicada por la existencia

de una calavera, tercer ojo que nos anuncia la mortalidad de

su mirada medúsea10.

En función de lo revisado, me parece que las distintas

coordenadas subjetivas, véanse la criminalidad sodomita, el

exilio, la homosexualidad, la infección, son todas isotopías

que convergen nutritivamente hacia la construcción de un

sujeto cuya funcionalidad psíquica, pienso, puede ser

figurada como perversa. En efecto, el psicoanálisis ha pensado

al tipo perverso como aquel que, ante la negación de una

eventual castración, imagina la ley de su propio deseo como

una constante trasgresión sobre el orden simbólico-cultural,

10

de modo que la cosmología de su universo es destructiva y

caótica. De esta manera, su cuerpo se vuelve una máquina

gastrointestinal dirigida hacia la aniquilación de las

diferencias, para “suprimir toda noción de organización, de

estructura, de división, forzar la naturaleza, violentarla,

hacer desaparecer las esencias e instituir, así, la

mezcolanza absoluta” (Chasseget-Smirgel 207). De esta forma,

la voz poética enunciará: “Padre mío deja acercarme al origen

/ Deja mis / hermanos un instante en la boca / tragarlos /

encubados en mi estómago / finalmente abrir / mi esfínter

para que salgan a un mundo / alcantarilla / nunca entraron a

la ciudadela” (24), sintetizándose, de inmediato, la

composición de un cuerpo que se halla mezclando diferencias.

Aquí el travesti se ha vuelto perverso por cuanto la relación

que mantiene con su realidad: imposibilitado de asimilarla,

intentará cristalizar una ruptura en la letra, transformando,

envileciendo su mundo, de una manera escatológica.

Luego, la querella que el sujeto mantiene con la nación

se trasladará hacia la ciudad, espacio donde el sujeto

transgredirá la simbología cartográfica que le ha sido

asignada11. La voz poética de Casas transitará conociéndose

portador de su subjetividad, en tanto la amenaza que puede

suscitar comienza por arrastrar su marginalidad contagiosa

por entre las calles y espacios de la urbe: “la corro

pensando en tus hijos / los jóvenes años / Conozco la ciudad

y sus escuelas / No soy solo / Prefiero los niños ricos son

11

más corrompibles / La bella clase degradada / asustarlos con

esta mano hambrienta” (20). De esta forma, el sujeto ha

establecido una tensión contra el poder hegemónico, al

exhibir e intervenir por medio de su cuerpo funesto el

espacio educacional, el mismo espacio donde se ha construido

su marginalidad. De la misma forma, entonces, pervertirá la

institución religiosa: “entremos a las catedrales a violar

ángeles como en otro tiempo / formemos las bandas e

infectemos” (14). Esta vez, el sujeto ha comprendido que el

lugar enunciativo desde el que podrá realizar una

violentación sobre la cultura oficial se halla emplazado en

su propio cuerpo enfermo, pues ése es el mismo lugar que lo

ha convertido en criminal12. La voz poética se metaforizará

infectada al entender que la enfermedad es su contradiscurso

cultural13.

De acuerdo con lo anterior, la constitución de una

subjetividad enferma y perversa imaginará, de modo inverso,

que la ley enemiga ha sido enunciada por la institución

médica; en efecto, la “limpieza” operará como metáfora de la

interdicción hegemónica: “¿Se te ocurrió también lavar las

calles de San Camilo / extender banderas en sus veredas /

regalarlas en sus / cloacas en revistas porno / se te pasó

candidatearlas / para ministros y ostentar una campaña de

condones / rosa / nombrarlas alcaldesas del New York?” (40).

El enjuague urbano resulta figura higiénica para decir la

exterminación de aquellos sujetos que ensucian la ciudad,

12

mientras la “bandera” y los “condones rosa” se resuelven

nombres encadenados bajo el mismo paradigma: ambos

representan la instalación de un Estado desinfectante sobre

los espacios donde habita una sexualidad alternativa14.

Prostitutas y travestis, por tanto, son el correlato

metafórico de la infección, mientras la voz poética se afilia

a ellos, reforzando, por medio de sus identificaciones, la

construcción subalterna y marginal de su fantasía psíquica.

De esta manera, la expropiación del sujeto con respecto a su

espacio aparecerá compensada por la traslación de los

sujetos, su reclusión, al hospital:

Inauguraron la clínica con todos los internos, mepusieron la primera piedra, la camisa, de blanco todojunto a los otros pacientes / Construían el edificio connosotros adentro / La ciudad de los apestados dijeron,conformes alguien en la sala de espera informó del examena los portadores, y vino el suero en sus envasesdesechables, las hipodérmicas, los kilómetros de vendasesterilizadas que tapearon los estigmas agusanados detodos los maricas de Babilonia recién destruida (60).

La ciudad se ha vuelto espacio de la esterilización y la

alienación, mientras los homosexuales, sidosos, travestis, son

encondonados: me parece que lo desechable de los medicamentos,

así como la esterilización de las vendas que forran a los

pacientes, que envuelven sus heridas, puede ser pensados en

términos de un encubrimiento cultural, una separación que

inhibe el contacto de estos sujetos con el resto de la ciudad,

13

tal cual el sida, la enfermedad, es aislada por medio del

plástico, del condón. Nótese entonces la “camisa” clínica,

uniforme que inscribe al sujeto dentro del marco de un sistema

opresivo sobre sí, donde la “primera piedra” equivale a la

instalación misma de este sistema sobre el sujeto, al tiempo

que indica una lapidación: el hablante comprende que las

políticas sanitarias quieren sepultarlo vivo.

De esta manera, Sodoma mía explora la marginación urbana

de la experiencia homosexual en nuestro país. El hablante da

cuenta de una destrucción irreparable, mientras los sujetos

son arrasados por una maquinaria higiénica que limpia,

corrige, aniquila la diferencia genérica: “Tú amor y el mío,

lo que el sida se llevó de la marquesina / Junto con mis

colitas Travestidos de Hollywood con sus / laycras de calle

Franklin, sentado en la última butaca / esterilizada de la

sala de espera, donde reemplazarán / su cabaret por una

mortaja blanca” (63). La obra da cuenta del programa que la

institucionalidad médica tiene sobre los sujetos homosexuales,

y cómo estos no se vuelven nada más que cuerpos de análisis,

sometidos a la dinámica antiséptica a través de la que el

Estado pretende aislarlos. Así, la voz poética figurará una

empresa doble de supeditación, macro y microorgánica: según la

metáfora elaborada por este texto, en principio cada

consultorio, hospital, clínica; todo centro médico se volverá

espacio de reclusión colectiva, allí donde los sodomitas serán

contenidos, desintoxicados, desexualizados. En segundo

14

término, cada cuerpo, esta vez particularizado, será

amortajado: he aquí que sobreviene la envoltura, la

uniformización del sujeto, su represión a escala individual15.

Tal como el VIH aparece plastificado, retenido por medio del

preservativo, Casas imagina cómo los enfermos serán también

encubiertos, en función de la profilaxis cultural de una

nación farmacéutica.

Al comienzo de este artículo mencioné como la actual

campaña de prevención del sida enuncia el fin de la fiesta

tóxica, del mismo modo que el gobierno ha propuesto la

seguridad ciudadana en función del término de la celebración

delictual. En este sentido, el último fragmento citado de la

obra de Casas, en el párrafo anterior, también elabora la

imagen de una festividad clausurada: la “marquesina”, la

“butaca” y el “cabaret”, en el contexto de un “Hollywood”

travesti, nombran la experiencia de la subcultura homosexual

como un espectáculo que ha sido liquidado, sancionado a través

del presidio hospitalario. En este sentido, el texto poético

reivindica su actualidad, por cuanto veinte años después, la

fuerza política continúa pensando sospechosas las

celebraciones públicas. En efecto, si consideramos cómo la

subjetividad homosexual se manifiesta, precisamente, a través

del baile y la fiesta, en discotecas o puestas en escena, como

gay parades, luego la opresión estatal se dirige hacia aquellas

manifestaciones carnavalescas, tenidas como sintomáticas.

Finalmente, entonces, Casas ha comprendido cómo, en el marco

15

de nuestra cultura nacional, aquel que se ríe es un criminal,

aquel que baila es un enfermo, y quien festeja, de algo se

debe hallar infectado.

Notas1 Véase la Imagen 1: la representación del VIH en términos del barbarismode los microorganismos.

2 De acuerdo con el Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, unode los métodos de extorsión durante la dictadura fue el ahogo, efectuadaal “Colocar la cabeza del detenido dentro de una bolsa plástica amarradafirmemente al cuello para impedir el ingreso de aire, provocando así laasfixia una vez que se agotaba el oxígeno. Denominado submarino seco, estemétodo fue empleado, según los casos registrados por esta Comisión,fundamentalmente en el tiempo inmediatamente posterior al golpe deEstado” (287).

3 Véase la Imagen 2: Ingreso de Las Yeguas del Apocalipsis a la Facultadde Arte de la Universidad de Chile. A propósito, una enumeración máselaborada de las distintas intervenciones de la dupla puede ser revisadaen la tesis de Consuelo Ábalos, Aracelly Rojas y Diego Zurita, “Yeguasdel Apocalipsis”.

4 De acuerdo con la teoría, queer es quien comprende que “laheterosexualidad […] es un sistema altamente inestable […] dependiente dela exclusión de la homosexualidad para su propia identidad (Stein 135)[Heterosexuality […] is a highly unstable system, […] dependent upon theexclusion of homosexuality for its very identity]. Así, esta enunciación,a diferencia de otros discursos homosexuales, no es solo reivindicativa,sino también, y sobre todo, subversiva: reclama igualdad de derechos altiempo que su contraviolencia revela la performance heterosexual, losprocesos de elaboración que la construyen.

5 Tal como afirma Lemebel, me parece que los discursos gubernamentales hanenseñado que quien ha contraído sida, lo ha hecho porque es homosexual,de manera que se genera una analogía que unifica estas dossubjetividades. De esta manera, Casas asumirá la personificación delestereotipo, volviéndola grotesca y amenazante. Por mi parte, considero

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que una de las particularidades favorables de la nueva campaña por laprevención del VIH tiene que ver con la apertura de los grupos de riesgo,de manera que cualquier sujeto puede contagiarse, sea o no homosexual.Sin embargo, aún la doxa es otra: en el sentido común, la penetraciónheterosexual sin condón es peligrosa porque puede suscitarse un embarazono deseado; para el caso del coito homosexual, esta vez puede suscitarseun sida no deseado.

6 Véase la Imagen 3: Equivalencia iconográfica entre la culturainstitucional y la marginal. Resulta curioso: tanto la Concertación comola comunidad gay se han simbolizado por medio de la misma figura: enambos casos, el arcoíris pretende significar una promesa de pluralidad yfelicidad social. Sin embargo, el hecho es que solo en 1999 loshomosexuales que practican la sodomía dejaron de ser criminales. En elcaso de la Coalición por el Cambio, nombre que la derecha política seautodesignó a partir de la última campaña presidencial, también se hizouso de la multicoloración, pero esta vez adaptando una retórica estelar.

7 Según John Boswell, “La idea de que el capítulo 19 del Génesis –elrelato de la destrucción de Sodoma condenaba las relaciones homosexualesfue resultado de mitos que se popularizaron durante los primeros siglosde la era cristiana, pero que no fueron universalmente aceptados hastamucho más tarde y que sólo de vez en cuando y al azar se invocaban en lasdiscusiones sobre el valor moral de la sexualidad gay. Muchos autorespatrísticos llegaron a la conclusión de que la finalidad del relato eracondenar la falta de hospitalidad a los extranjeros; otros entendieronque condenaba la violación; la mayoría lo interpretó en términos másampliamente alegóricos y sólo tangencialmente relacionados con lasexualidad”. Así, me interesa pensar cómo la ley religiosa, que nutriólos códigos penales de los Estados cristianos, obedece más bien ainterpretaciones políticas que, en modo alguno, son “naturales”. En estesentido, destaco el trabajo de Boswell como un gran aporte paracomprender el proceso que derivó en la homofobia cultural de Occidente.

8 De acuerdo con el artículo 365 del Código Penal, publicado el 12 denoviembre de 1874, “El que se hiciere reo del delito de sodomía sufrirála pena de presidio menor en su grado medio”. Tras más de 120 años deconstitucionalidad, este artículo fue modificado en julio de 1999,estableciéndose ahora cómo “El que accediere carnalmente a un menor dedieciocho años de su mismo sexo, sin que medien las circunstancias de losdelitos de violación o estupro, será penado con reclusión menor en susgrados mínimo a medio”. Esta vez, la modificación restringió lacriminalidad de la sodomía consentida para aquellos adultos quepenetrasen a menores de edad. Sin embargo, y a pesar del avance ajustadopor la ley, aún ésta continúa siendo discriminatoria: para el caso de

17

relaciones heterosexuales, la edad de consentimiento legal es a los 14años.

9 De acuerdo con Abril Trigo, “toda migración constituye, no obstante, unaexperiencia traumática de tipo acumulativo cuyos efectos, no siemprevisibles, promueven una “crisis radical de la identidad”” (273), encuanto que el sujeto migrante “habita el tiempo –espacio como un hábitatmóvil, porque la migrancia, en su ir y venir, siempre en tránsito,termina por disolver la identificación inalienable y certera con unespacio-tiempo particular, y por ello, la promesa del regreso a casa sevuelve imposible” (277). Me parece que la experiencia del exilio, en Casas,revela una volatilidad espacio-temporal, en tanto el sujeto se halladesarraigado de su territorio, y por ende, también de su historia: he ahíque la voz poética no señale cuándo Sodoma fue destruida. La obra vuelveambigua cualquier delimitación temporal, y aunque bien puede ser leídacontextualmente como experiencia de la dictadura y los primeros años delretorno de la democracia, aquella ambigüedad enuncia cómo la heridahomosexual es transhistórica: “vivo de los traumas” (20) dirá elhablante.

10 Véase la Imagen 3. Portada de Sodoma mía. Compárese con la imagencorrespondiente a la representación del VIH. Ambas imágenes dibujan lamonstruosidad, aunque por medio de distintos signos: mientras la campañapor la prevención del sida señala un asco, Casas pretende significar unterror.

11 Según Lucía Guerra, “La experiencia de ese Yo/Cuerpo Sexuado quetransita por el espacio urbano está marcada por la familiarización odesfamiliarización creadas por los privilegios o discriminaciones delorden genérico prevalente” (289), en cuanto que, por lo demás, “Desde susorígenes, la ciudad como marco y contexto de significados para un cuerposexuado, ha estado signado por una voluntad falogocéntrica que hadistribuido el espacio urbano de acuerdo a roles primarios para el hombrey la mujer desde una perspectiva que devalúa a la homosexualidad” (290).

12 De acuerdo con Ricardo Llamas, “La enfermedad (la súbita eincontrolable reducción de la persona a las contingencias eimperfecciones de su base orgánica) es otro de los criterios queestablecen la reducción al cuerpo y el ejercicio de la dominación.Tradicionalmente, las enfermedades del amor o «venéreas» (hoy denominadasde «transmisión sexual») son uno de los signos que demuestran la realidadhipercorporal de los posibles objetos de control, violencia,discriminación y escarnio” (158). De este modo, es relevante cómo laseropositividad clínica no implica tanto una ayuda médica, sino unaestrategia biopolítica para nombrar al cuerpo homosexual, y desde ahíreconocerlo para neutralizar su amenaza a la normatividad heterosexual.

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Lo anterior, en cuanto que el sujeto homosexual es indistinguible delheterosexual, de manera que el estigma corpóreo del VIH supervisa sudocumentación en el archivo de peligros internos para la seguridadnacional, en cuanto que “La pandemia de Sida, efectivamente, no ha hechosino confirmar la corporalidad como única dimensión reconocida del«homosexual»” (Llamas 162)

13 Efectivamente, si pensamos cómo “Los virus se anidan y pasandesapercibidos por el organismo. Recodi can los sistemas defifuncionamiento del huésped en pos de utilizarlos para sus propios fines,subvirtiendo así relaciones de poder asimétricas. Los virus mutan yeluden de este modo, muchas veces exitosamente, las medidas dirigidas acombatirlos y desencadenan un proceso de un orden con reglas y lógicapropias (Kottow 249). Si consideramos lo anterior, la enfermedad sevuelve contraviolencia cuando el sujeto del virus personifica suinfección, y se comporta él mismo como virus, esta vez dentro del cuerposocial.

14 Magda Sepúlveda, a partir del estudio de poemarios de Raúl Zurita,Carmen Berenguer, Alexis Figueroa y Tomás Harris; así como del análisisde obras visuales de Eugenio Dittborn, Magaly Meneses, Diamela Eltit yLotty Rosenfeld, ha pensado cómo “la metáfora de la higienizaciónelaborada por el autoritarismo fue una forma de violencia epistémica quepermitió llevar a cabo un programa consistente en erradicar lo sucio”(68). De esta manera, la imagen de la “limpieza” operó isotópicamente enel trabajo artístico realizado en dictadura, para nombrar lasexperiencias del exilio, la tortura y la opresión discursiva, que elEstado efectuó sobre cualquier tipo de expresión simbólica manchada,disidente. Cuando se trata de Casas, me parece que este imaginariocontinúa funcionando, pero esta vez ingresando el registro homosexual.

15 De acuerdo con el significado definido por el Diccionario de la RealAcademia Española, la primera acepción de “mortaja” dice “Vestidura,sábana u otra cosa en que se envuelve el cadáver para el sepulcro”.

Referencias bibliográficas

Ábalos, Consuelo, Aracelly Rojas y Diego Zurita. “Yeguas del

Apocalipsis”. Tesis. Escuela de Periodismo, Universidad de

Chile, 2007. Cybertesis. Web. 16 Ene. 2011.

19

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