dinamica de las relaciones humanas - carlos valles

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dlles Rosotros^EUos Dinámica de las relaciones humanas SAN PABLO

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Page 1: Dinamica de Las Relaciones Humanas - Carlos Valles

dlles

R o s o t r o s ^ E U o s

Dinámica de las relaciones

humanas

SAN PABLO

Page 2: Dinamica de Las Relaciones Humanas - Carlos Valles

Colección

SUPERACIÓN AUTOCONTROL

Francisco Canova, 3a. ed. COMO ALCANZAR LA SUPERACIÓN Y El. ÉXITO PERSONAL

Hernando Duque - Rebeca Sierra, 4a. ed. DINÁMICA DEL ÉXITO PERSONAL

Juan Francisco Galio. 4a. ed. INVITACIÓN A CONVIVIR

Tiberio Ijópez. 3a. ed. LA BELLEZA AL ALCANCE DE TODOS

ItUmca Pérez RELACIONES HUMANAS APLICADAS

Juan Francisco Gallo. 7a. ed. SHl'RHTOS CASEROS DE NUESTRAS ABUELAS

l'annen Cecilia Díaz de Almeida. 2a. ed. URBANIDAD PARA HOY

Vrdto Alejandro García YO TU NOSOTROS-KI.IX1S

( 111/..1 II Vallé»

Carlos G. Valles

Yo-tú nos otros-ellos Dinámica de las relaciones

humanas

SAN PABLO

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Cario» González Valles nació en España en 1925, ingresó en la Compañía <lc Jesús en 1941 y en 1949 fue destinado a la India donde regentó la cátedra de Ciencias exactas en la Universidad de San Javier, Ahinedabad, hasta su jubilación en 1985. Junto con la docencia universitaria entró en el campo de la literatura guyariti, en la que ha publicado numerosos libros que le ganaron en 1979 la concesión de la medalla de oro Ranjitram, el mayor galardón literario en esa lengua. Durante muchos años vivió como huésped ambulante, mendigando hospitalidad de casa en casa en los barrios pobres de Ahmedabad. Eso le proporcionó un conocimiento directo y una experiencia valiosa del modo de vivir y entender la vida de hindúes, mahometanos, ¡amistas, budistas, parsis y animistas que se dan cita en esa ciudad cosmopolita. Esa experiencia enriqueció grandemente su propia cultura y pensamiento, y le inspiró para escribir libros en inglés y en castellano y de acuerdo con la enseñanza del Concilio Vaticano II, fomentar el encuentro de las culturas. Después de su jubilación continúa residiendo en la India, desde donde sale anualmente para dar conferencias y cursos en diversos países, entre los que tiene predilección por los de América Latina.

SAN PABLO 1995 Distribución: Departamento de Ventas Carrera 46 No. 22A-90 Calle 18 No. 69-67

FAX: 2684288 Tels.: 4113955 - 4113966 - 4113976 - 4114011 Itiirrio QUINTAl'AREDES FAX: 4114000 - A.A. 080152

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Introducción

Palabra hablada palabra escrita

Estas páginas son palabra hablada. Palabra caliente y espontánea que surge al mirar rostros amigos en cercanía íntima con igualdad de miras y fervor de ideales. Una sonrisa dispara una frase, y una lágrima evoca un silencio. Cada palabra va arropada con miradas de comprensión y gestos de diálogo, y el entorno del público hermano da valor a la entonación de cada frase humilde. El texto se teje entre todos.

Ese texto está aquí con los ecos ocultos del momento en que se pronunció, con los aires abiertos de la multitud paralela, con el apoyo y el reto anunciante de las preguntas que los despertaron. Lleva en sí la imagen de mil rostros, el resonar de risas alegres y el reflexionar de momentos tensos. Todo ello queda aquí, llenando los huecos de las palabras, modulando el tono de las frases, subrayando con la experiencia del momento las ideas de la eternidad.

Me veo en el centro de ese grupo expectante, noto las olas de hermandad que se extienden círculo a círculo hasta la última orilla de cabezas, y siento que se extienden los círculos más allá del recinto hacia lectores lejanos en ritmos sucesivos de un mismo latir.

Celebro íntimamente este momento en que la palabra hablada se hace escrita. Se amplió el horizonte.

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Yo-Tú Nosotros-EUos

Dinámica de relaciones humanas *

Esta sesión es de suma importancia. Me encanta porque se van ajusfando los elementos del alma y se va poniendo CMI marcha esta maquinaria compuesta por el cuerpo y alma que llevamos dentro y las ideas y los sentimientos que nos pueden ayudar tanto.

Es importante empezar de esta manera. Me fascina llamarlo así, porque son palabras que utilizo desde joven, como mi querido y santo padre Ignacio, pues soy jesuíta, humildemente, por la gracia de Dios. Hice mi noviciado de Loyola formado, grabado por la herencia ignaciana, su santa casa madre, en aquellos años benditos que tanto me han enseñado en la vida. El pone una serie de condiciones para la persona que desea, de alguna manera, recogerse. La más bella es la quinta, dice que la persona que viene ha de hacerlo con gran ánimo y generosidad, abrir el alma, abrir las puertas, venir a gusto.

Dejar a Dios ser Dios

Voy a contarles un pequeño incidente de Tony de Mello, a quienes todos conocen y veneran. Una vez una monja que no era cristiana, de familia y religión Parsi, llamados de mala

* Esta Conferencia fue realizada por el P. Carlos G. Valles durante los días 15, 16 y 17 de octubre de 1993 en Tenjo (Cund.).

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fe, adoradores del fuego, la religión de Zoroastro y Zaratustra, muy interesante, a quien conozco muy bien. Esta monja, aunque pertenecía a una familia parsi, se educó con las monjas del Sagrado Corazón en Bombay y se convirtió al cristianismo, lo cual armó un revuelo tremendo en su comuni­dad, porque se supone que los parsis no pueden cambiar de religión, pero ella sabía lo que hacía, puesto que era mayor de edad. No sólo se convirtió, después ingresó como religiosa al mismo convento y como si esto fuera poco, es una persona muy entregada, representativa, muy conocida en la India. Tiene su propia institución, ideal para poner en práctica estas nuevas ideas de fusión entre oriente-occidente, hinduismo-cristianismo. Ella tenía una comunicación muy asidua y de muchos años con Tony. Un día le confió una duda, a la cual Tony le dio como respuesta un "sí". Entonces ella le dijo, hace unos diez años, le propuse a mi director espiritual, la misma consulta y me dijo todo lo contrario. Tony exclamó: ¡quién era ese imbécil!, y ella replicó: tú. ¿Me entienden?. Es sencillo y bien natural, me dicen tantas veces: Carlos, tú afirmas en tal libro... Sí, pero la fecha de ese libro es antigua. Permítanme cambiar, evolucionar a cada momento, de ahí este interés; querer reducir ese esperar, cuanto menos mejor y si lo tienen, me encargaré poco a poco, de que cada vez sea menos para poder vivir esa apertura, sentirse a gusto. Además el Señor trabaja de una manera tan bella, dejadle trabajar a El, cuanto menos expectativas mejor, El sabe cómo va a venir. En mi libro "Dejar a Dios ser Dios" hablo de eso precisamente. No permitimos, sabemos tanta filosofía, teología. Hay laicos conlprometidos que hablan más de teología que cualquier cura. Es pasmoso lo que saben, hasta derecho canónico que a nosotros se nos ha olvidado ya. Lo saben todo tan bien que ya saben hasta de Dios, que es el colmo. Saben como se va a portar Dios y Jo que El va a decidir.

Bien, llamé a mi libro "Dejar a Dios ser Dios", no sin razón. Dejarlo, que El se acerque a su manera, que El venga como quiera, que El rompa moldes, gran principio de vida espiritual, material, gastronómica, familiar y de todo lo

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habido y por haber, romper moldes, dejar los que hacen falta, pero tenerlos para romperlos. Da gran satisfacción haberlos tenido y continuar toda la vida con disposición, apertura, interés, deseo. Eso sí, santo deseo, bien entendido, para dedicar el tiempo necesario.

Deseo contarles una pequeña historia que tengo en alguno de mis otros libros. Me llegó, como las cosas sencillas que llegan al alma. Un gran predicador hindú, el Pandit Athavaleyi, conocido en toda la India y fuera de la India también, porque ha organizado estudios del Gita en plan moderno, antiguo, exegético y práctico, me contó esta anécdota. El viajaba en tren por el norte de la India, bastante desértico, donde no se encuentra nada en las estaciones del tren, excepto un muchacho que vende agua en un cántaro. Lo sirve en unos pocilios de barro, de ventanilla en ventanilla, cuando el tren ha detenido la marcha. Se agradece mucho, en el calor de la India. Naturalmente cobra por ese pequeño servicio.

Me contaba el Pandit, como lo llamamos en la vida espi­ritual, que una vez, viajando por aquellas estaciones, llegó el tren a una de ellas, se acercó el muchacho de turno, medio desnudo por el calor, con su cántaro. Yo tenía como compa­ñero de viaje a un señor mayor, bastante gordo. Al aparecer el muchacho, lo llamó y le pidió agua. El muchacho se acercó y el hombre le preguntó desde la ventanilla, —cuánto cuesta el vaso de agua—. El muchacho le dijo, —cincuenta céntimos de rupia— y el señor del tren le dijo, —te doy treinta—. Regatear, como dicen en España, es pedir rebaja al precio. El niño dice cincuenta y él le dice treinta. Entonces el muchacho sin decir nada, dignamente pasó a la siguiente ventanilla para ofrecer el agua a otros. El señor le gritó, —yo te llamé primero— y el joven, con toda sencillez, además, lo bello que es un muchacho medio desnudo, sin la cultura del hombre del tren, cuyo único trabajo es vender agua en la estación, se acerca y le dice, —señor yo a usted no le vendo agua, porque usted no tiene sed, si tuviera sed no regatearía el precio— y se marchó. Poderosa razón para no venderle agua.

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Una lección muy hermosa, para haberla aprendido de pasada en una de esas estaciones del tren en el norte de la India. El maestro la anotó para contarla, para comunicar, como yo quiero comunicarla ahora: "bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia", justicia es todo, justicia es el reino de Dios, justicia es abrirnos el alma, justicia es Dios mismo, bienaventurados los que tienen sed.

Gran condición es el deseo, abrirse, querer. El que no tiene sed, regatea y como decía un gran maestro de la vida espiritual, el padre Lagrange: "nos pasamos toda la vida regateando con Dios", un poquito menos, después, espérate, negociando, como la oración de San Agustín, "si Señor hazme puro y casto, pero todavía no, espera un poquito". Está en las Confesiones, en latín, bellísimamente, es la oración que él le hacía a Dios: "hazme puro, pero por ahora no, la estoy pasan­do muy bien, espera un poquito". Menos mal que Dios oyó la primera parte de su oración y la segunda no. Saber escoger también, esa gran postura que nos abre el alma. Sentirnos, literalmente, llamados por Dios. El nos une por esos caminos suyos, va arreglando, proponiendo, dirigiendo y es así como nos encontramos abiertos y dispuestos a aprender algo en la vida, de esa gracia que Dios nos está dando a puñados.

Lo divino lo conocemos a través de lo humano

Hace unos años di un curso sobre Relaciones Humanas en cierta ciudad española. Cuando cuento mis experiencias, lo hago con toda el alma y con cariño, aunque sean criticadas. Amo a todos los que han hecho esto. Un compañero, hermano en la compañía de Jesús, sacerdote jesuíta, en la ciudad donde iba a dar el curso de relaciones humanas, preguntó, de qué va a hablar el padre Carlos Valles este año, para decidir si asistía o no. Alguien le dijo, relaciones humanas, —¿relaciones humanas? A mí me interesan las relaciones divinas, solamente—, y no apareció nunca. Bien, pero lo divino lo conocemos a través de lo humano, evidentemente.

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Las relaciones humanas son de tal interés, porque mientras estamos tratando de relaciones humanas, lo hacemos con las relaciones divinas. La manera de relacionarnos con otros nos lleva a la manera de relacionarnos con Dios; aprender a orar todo el tiempo; purificar la vida entera tal y como llega; abrirnos a este realismo de las relaciones humanas que es lo que nos forma. Lo que nos talla en la vida, como el cincel a una estatua, son las relaciones humanas, el roce, el vivir juntos, la familia, marido y mujer, padres e hijos, hermanos, compañeros, sociedad, comunidad para los que vivimos en comunidades religiosas. Eso es lo que nos educa fundamental­mente, como personas. De ahí viene la importancia tan enor­me, lo que literalmente nos talla, nos hace ser lo que somos: conocer la vida para conocernos nosotros mismos; para sa­bernos, para penetrar, para comprender el porqué de nuestras reacciones; aprender cómo nos hemos ido formando, cómo nos relacionamos con los demás; cómo nos vemos nosotros mismos y entonces comprenderemos muchísimo mejor la manera, la forma, la pauta de nuestra propia conducta.

Jesús tenía relaciones humanas bien marcadas. Juan, aquel a quien el Señor amaba. Si cada uno de nosotros pudiera decir eso mismo, de veras y con cariño, sin quitarle nada a nadie: yo soy aquel a quien Jesús ama. Lázaro, su amigo especial por quien El lloró cuando murió; la familia donde El descansaba porque se encontraba a gusto con ellos. Jesús tenía sentimientos, Jesús se impacientaba con sus discípulos, porque no entendían las parábolas, tan sencillas, que El narraba. Jesús se enojaba con aquellas turbas que no lo comprendían y las llamó con aquella dura frase: "generación adúltera". Puede ser que en la traducción se pierda un poco, pero entienden lo que quiere decir: "bastardos". Es la palabra más fuerte que tenemos en el lenguaje y Jesús la dijo a sus contemporáneos. Sus sentimientos eran fuertes. Los mercaderes del templo hicieron enardecer a Jesús. Este pasaje nos trae, desde el primer momento, también a Jesús, al medio mismo de nuestra consideración. Me inspiró este pasaje para resaltar lo que quiero: sentimientos.

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A Jesús lo hacía persona, sus sentimientos

El sentimiento de Jesús, el corazón humano que reacciona ante diversas situaciones, la presencia de la palabra de Dios, literal, tal y como es, santifica.

Cito el Evangelio de Lucas, capítulo siete, versículo treinta y seis, muy conocido, pero lo cito, ya sabrán porqué: "un fariseo le rogó que comiera con El y entrando a la casa del fariseo se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer, pecadora pública que, al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume y poniéndose detrás a los pies de El, comenzó a llorar y con sus lágrimas le mojaba los pies y con sus cabellos se los secaba, besaba sus pies y los ungía con el perfume. Al verlo el fariseo que lo había invitado, decía para sus adentros, si éste fuera profeta sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, es pecadora. Jesús le respondió, —Simón tengo algo que decirte—, él dijo, di maestro, —un acreedor tenía dos deudores, uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagarle perdonó a los dos; ¿quién le amará más?, respondió Simón, supongo que aquel a quien perdonó más. El le dijo has juzgado bien y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón, ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha cesado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra. Y le dijo a ella: —tus pecados quedan perdonados—. Los comensales comenzaron a decir para sí: ¿quién es éste qué perdona los pecados? pero él dijo a la mujer: —Tu fe te ha salvado. Vete en paz—

La palabra de Dios trae siempre una inmensa paz al alma. ¿Por qué he citado en toda su extensión este pasaje? Porque

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nos descubre de una manera muy curiosa los sentimientos de Jesús. Imaginémonos, por un momento, que Jesús hubiese aceptado la invitación de Simón y que no se hubiese presen­tado esta mujer a lavarle los pies a Jesús, que el episodio de esta pecadora no hubiera tenido lugar. Jesús hubiera tomado el almuerzo, se hubieran despedido cortésmente y Jesús se hubiera marchado. No nos hubiéramos enterado de que a Jesús le dolió tremendamente que este hombre no le ofreciera los signos de hospitalidad que son regla en el oriente, el beso de paz, el agua para los pies y el óleo de ungir para los cabe­llos. Por cortesía, al invitarlo, era natural este ritual. El fariseo no lo hizo y Jesús calló; no dijo nada y si no hubiera sido por el episodio de la mujer no hubiera salido a relucir, pero cuan­do todo empieza, nos damos cuenta que a Jesús no se le ha pasado nada por alto, a Jesús le ha dolido todo, "no me diste el óleo, no me besaste, no me diste agua para los pies"...; lo llevaba dentro, y no nos hubiéramos enterado sino hubiese tenido lugar este episodio, pero gracias a que ha venido la mujer Jesús habló y dijo una por una todas las omisiones de su anfitrión. Lo que quiero decir, es que el corazón de Jesús siente tremendamente y todo su sentir se quedó dentro de El. Educado como era, no iba a armar un escándalo, a protestar, pero le dolió y en el momento oportuno dijo: no me has dado agua, no me has dado el óleo, no me has ungido, no me has dado el beso de paz. ¿Qué quiere decir con ésto? Jesús sentía profundamente, a Jesús lo hacía persona humana, precisa­mente sus sentimientos.

Las ideas no nos definen, los sentimientos sí

Las ideas por buenas que sean no nos definen. Nadie tiene ideas originales; nos copiamos unos a otros; algunos dicen: "yo creo en la democracia". Muy original, te lo has inventado tú, ¿verdad? Está muy bien que creas y la defiendas, que luches por ella, que mueras por ella si quieres, pero la idea es prestada, todas las ideas que tenemos son prestadas, es un hecho, ideas originales no tenemos. Lo sé muy bien de los

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escritores, todos vivimos unos de otros; todo viene de lo que he oído; de lo que de una manera u otra ha llegado a mi mente y yo lo transformo, lo presento. Un par de ejemplos. La música me encanta, pero noto que los grandes músicos, originales, son muy pocos, como los temas de las grandes sinfonías. Si oyen la sinfonía Linz, el primer motivo, que es el muy conocido y repetido Aleluya de Haendel, Mozart lo toma con todo descaro y tranquilidad para comenzar su sinfonía Linz. El motivo de la célebre primera sinfonía de Brahms, es la novena de Beethoven. La copió con toda frescura. Los unos se copian de los otros y se repiten ellos mismos. De Vivaldi se conservan más de quinientos conciertos, y otro gran músico, Stravinski, decía con picardía —Vivaldi no escribió quinientos conciertos, escribió quinientas veces el mismo concierto—. Si se acuerdan de Vivaldi se darán cuenta que es verdad. Parece que está repitiendo siempre, divinamente pero repetido.

Las ideas musicales son muy pocas, las ideas literarias lo mismo. Un chiste del gran narrador, el Multhá Nasedurín, sabio turco y una gran figura, que enseñaba el Corán mahome­tano, a base de chistes y la gente se quedaba con el chiste y no percibía el mensaje. En una época se dedicó a escribir obras de teatro y dramas. Escribió o, por lo menos, publicó con su nombre una obra demasiado conocida, Macbeth. Sus discípulos le dijeron: maestro tenga cuidado porque esta obra, la escribió antes un hombre llamado Shakespeare. Qué cosa más curiosa, dice él, lo mismo me dijeron cuando escribí Hamlet.

El maestro nos quiere decir con eso, que todos nos copiamos. No hay nada nuevo bajo el sol, nos repetimos de una manera o de otra, cambiamos la entonación; aun así, fundamentalmente nos estamos repitiendo; mis ideas no me definen, mis sentimientos sí. Yo soy yo, no por lo que pienso sino por lo que siento y esto es precisamente lo que nos hace salir a flote en las relaciones humanas; los sentimientos son lo que nos hace vivir. Los nueve meses que pasé con Tony en Sádhana, una palabra bellísima, escogida muy bien para

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significar la vida, la entrega, todo el trabajo asceta de irse purificando para lograr, a través del Sadhan, que es el medio, el Siddh, la misma raíz, SDH es el fin, la totalidad, la meta a donde nos dirigimos. En estos nueve meses de Sádhana, cuando alguno de nosotros decía Tony yo pienso que ..., él no permitía a la persona seguir hablando; no admitía la expresión yo pienso que. Teníamos que decir yo siento que. Hacíamos trampa, pues como sabíamos que el yo pienso no valía, decíamos el yo siento; por educación estaba muy bien, pero él decía esto no sirve de nada. Usaba una frase que, en castellano no suena tan bien pero en inglés sí: "loss your mind and come to your senses ", "pierde la cabeza y vuelve a tus sentidos". El la usaba como norma, como pauta fundamental para entendernos. Deja la cabeza y habla desde el estómago, que eso es lo que merece la pena. La cabeza es puro cerebro, no vas a ningún lado, no seas cerebral sino visceral, pues la viscera es lo que nos llena, lo que nos entra en contacto, lo que hay que manejar, lo que hemos olvidado, hasta en la misma vida espiritual.

En las lenguas indias se da una cosa muy curiosa, no se puede traducir la palabra vida espiritual, gracias a Dios y bendita India, ¿me comprenden? El pensamiento occidental, en eso yo soy indio, tiene la herencia griega de separar el alma del cuerpo, el cual se desprecia porque es mortal, es enemigo del alma. Los enemigos del alma son el mundo, el demonio y el cuerpo, la dicotomía que nos han inculcado para olvidar, mortificar, crucificar."Mortem faccio", signi­fica matar, asesinar. La palabra mortificación quiere decir asesinato en latín y eso nos enseñaban. Los sentimientos se sienten en el cuerpo, un sentimiento fuerte hace que las mejillas enrojezcan o por el contrario, hay palidez, temblor, pulso alborotado o la adrenalina sube; el sentimiento es algo psicosomático, enteramente humano.

Lo anterior enfoca de alguna manera el tema de las relaciones humanas. Esta verificación del encuentro real de persona a persona prepara el encuentro fundamental con Dios que es la base de nuestras vidas. Tenemos tela por delante

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para cortar, tenemos materia para entrar poco a poco, con suavidad y delicadeza, en el enfoque que considero muy válido porque me ha hecho mucho bien. He sido una persona funda­mentalmente intelectual toda la vida, mi padre ingeniero de caminos me orientó por las ciencias aunque me encantaban también las letras. Después, tuve una formación en un colegio alemán, con toda la rigidez de aquellos tiempos en que tenía­mos mucho respeto por la disciplina, a nivel intelectual y después, la misma rigidez en el noviciado de la compañía de Jesús: las ciencias exactas. Todo en este terreno tan cuadricu­lado que no niego me ha hecho mucho bien en la vida. No re­niego del pasado pero, en realidad, me dejaba con la cuadrícula de la palpitación auténtica vacía del sentimiento humano. Aprender a vivir dentro de esa cuadrícula sin renegar de nada, pero permitiendo al sentimiento salir a flote; recobrando la totalidad humana es lo que me ha ayudado muchísimo más.

Somos llamados a una vocación divina

Un versículo de Jesús en el Evangelio de San Juan, muy bello dice: "nadie puede venir a mí, si mi Padre que me envió no lo ha traído". Quiero pensar de nosotros así: nadie puede venir a mí, a él hemos venido, este venir es un paso más en el camino de nuestra vida. Nadie puede venir, si mi Padre no lo trae, además tiene una frase muy fuerte, casi quiere decir arrastrar, atraerlo literalmente, juntarlo, sentirnos traídos por el Padre, sentirnos congregados por El, sentirnos llamados por esa vocación divina que hemos ido formando paso a paso. La palabra vocación se aplica, no sólo al sacerdocio y a la vida religiosa, sino al matrimonio, a la sociedad, al nacimien­to, a la vida. Todo eso es un llamado, una vocación de Dios. Nos sentimos llamados por el Padre que nos une para que vayamos verificando este deseo creativo, esta ilusión que Dios como padre tiene de nosotros; que demos al máximo las gracias que El nos ha concedido, que crezcamos como perso­nas en el contacto y en este roce de la comunicación y con­vivencia.

2. Yo, tú, nosotros, ellos. 17

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En la India cuentan aquella parábola del rey que invitó a sus subditos y les dijo, —mañana abro las puertas del palacio, es el cumpleaños del rey y todo aquel que quiera recibirá grano en abundancia, cuanto quiera llevarse—. Se esparció el rumor, la noticia: —"mañana el rey distribuye grano gratis, todo el que queramos"—. Unos creyeron, otros no. Algunos fueron a ver sólo por curiosidad. Allí estaban todos los graneros abiertos y distribuyendo todo lo que querían; cada uno podía llevarse según su recipiente. Quien había ido por curiosidad, sólo pudo poner sus manos, llenar sus bolsillos y llevarse lo poco que cabía en ellos. Quien había llevado, medio escondido un cesto, podía llenarlo y quien llegó con las carretas ungidas de bueyes, pues había creído en la palabra del rey, llevó grano para todo el año. Parábola como tantas, que dice mucho; cada uno saca lo que está dispuesto a llevar, lo que merece. Una parábola más moderna si quieren, cada uno saca del banco tanto dinero cuanto ahorra más el interés. El que ahorra buen capital recibe buen interés.

Esta pequeña anécdota la oí contar de uno de los cientí­ficos que llegó a ser muy conocido en su campo de investi­gación y a quien le hicieron la inevitable pregunta que se ha­ce a toda persona que, de alguna manera, tiene éxito en la vida.¿A qué debe usted su éxito? El dijo, —yo debo mi éxito a algo que mi mamá me preguntaba todos los días cuando, siendo niño, volvía del colegio por la tarde—. Las mamas de los niños que llegan del colegio, después de haber pasado todo el día allí, le preguntan ¿cómo te fue? ¿cómo has pasado el día? En algunos colegios donde dan la comida, ¿qué te dieron de comer hoy?, ¿qué te han preguntado en clase?, ¿cómo quedaste en clase? Este científico, en cambio, cuenta que su mamá le hacía una pregunta ligeramente distinta; una marca de estas puede quedar para toda la vida, la mejor peda-goga es la madre: —hijo mío ¿qué preguntaste en clase hoy?—. No qué te preguntaron a ti sino qué preguntaste tú. El niño sabía que al volver a casa su mamá le iba a hacer esa pregunta, y eso lo mantenía alerta en clase durante el día. En las diversas asignaturas preguntaba algo bueno para poder decir a mamá, pregunté esto y que ella dijera: buena pregunta,

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inteligente. Aquella tendencia que su mamá le inculcó de pe­queño, lo despertó, le hizo tomar parte activa y ésta es lo que cambia. Como profesor durante toda la vida, sé con seguridad que no es lo que enseño sino lo que el estudiante recibe como lo más importante y él recibe de acuerdo a lo activo que sea.

La gran diferencia pedagógica, entre recibir y emitir, consiste en que recibir es una gran educación, sin duda y la mayor parte de ésta, es escuchar. Los escolásticos decían, "Auditus est sensus docibiles", el sentido de la educación es el oído. En aquellos tiempos no tenían videos y demás, pero no hacía falta porque la educación se recibía por el oído. Recibir es valioso, pero mi educación y mi experiencia me enseñan que si el recibir no se perfecciona y se conjuga con el expresar queda incompleto. Me ha ocurrido mil veces, no exagero, en mi carrera como profesor de matemáticas, con un muchacho o muchacha listos, de los mejores en clase. Explico un teorema y le digo, ¿entendiste? Me dice sí, y es verdad, no miente. Hago la prueba, vamos a ver papel y lápiz, reproduce el teorema, y no le sale. Lo ha entendido, pero cuando intenta hacerlo no puede. Me pasaba al principio cuando preparaba mis clases. Este teorema lo sé muy bien. Llegaba al pizarrón y me quedaba a mitad del camino.Yo he pasado por todo, sé muy bien lo que es eso, desde entonces no he ido nunca a una sola clase de matemáticas sin haber reproducido de antemano, todo lo que iba a hacer allá, ¿comprenden la diferencia? Expresando es como realmente me formo, recibir y expresar, ida y vuelta, es el gran camino.

Te quiero te odio

No soy psicólogo de profesión, soy sacerdote y matemático pero, recientemente, he tenido que leer, por necesidad, una gran cantidad de psicología. Al empezar a tratar con la gente tenía una gran laguna, a nosotros no se nos permitía ni pronunciar el nombre de Freud, absolutamente, censura total. Ahora he tomado revancha, me he leído todas sus obras, no hay quien me lo impida; además las he disfrutado. No conocía

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su gran obra sobre el psicoanálisis, la psicología de la vida diaria es una maravilla; tiene un libro muy divertido sobre chistes y uno acerca de la interpretación de los sueños que conocerán mejor que yo. Siento gran alegría por haberlo descubierto, ya mayor y conocer la verdad de todo esto; me ayuda y me interesa. Leyendo, los psicólogos de hoy y de ayer, he recordado una expresión que se usa mucho en inglés "love-hat"; en castellano sería el tener una relación de amor-odio con esta u otra persona. Mucho cariño, mucho interés y de repente un rechazo, amor y odio: los dos grandes polos, extremos opuestos, querer con toda el alma y odiar que es una palabra muy fuerte, la peor, lo más anticristiano que existe y, sin embargo, nos dicen estos psicólogos, conviene oír bien. Después veremos lo que nosotros queremos asimilar; nos hablan de relaciones amor-odio; te quiero te odio, dos opuestos en uno. Me atrajo el hecho de que sean opuestos, porque sé muy bien que la verdad se compone de opuestos.

La verdad no son teoremas matemáticos ni esquemas o fórmulas fáciles. La verdad es contraste, fricción, tensión. La verdad dijo el gran teólogo Nicolás de Cusa, consiste en la "coincidencia de los opuestos", como el dogma cristiano: Dios, trino y uno, parece que tres y uno en matemáticas no van, pero en lo divino sí. En esa tensión divina está la base de nuestra fe, la Trinidad, tensión Jesús, Dios y hombre; buenos polos, buenos extremos y coinciden en la persona única, divina querida, amiga y adorada de Jesús, para nosotros. La Eucaristía en mis manos humildes e indignas de sacerdote; ese pan que se hace cuerpo, un pan que puedo palpar y sentir que es el cuerpo vivo de Cristo Resucitado; opuestos que se unen en la vida; esa es precisamente la vida y la verdad. Cuando escuché por primera vez el concepto de amor-odio, me sorprendió.y al mismo tiempo me atrajo. Cuando los psicólogos dicen que hay algunas relaciones de amor-odio, las extiendo a todas las relaciones humanas, absolutamente a todas, sin excepción ninguna que conozca, piense o espere conocer.

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Todas nuestras relaciones humanas son de amor-odio. Esto parece fuerte porque hay gente que no lo espera. Por Dios quiero con toda mi alma a mi hijo, a mi familia, a mi amigo. Sin embargo, todas las relaciones llevan esta mezcla de amor y odio; somos mezcla por definición; no hay nada químicamente puro, ni en la naturaleza, ni en la vida ni en el corazón del hombre y la mujer. Todo es una mezcla y éstas se repelen entre sí un poco. Lo químicamente puro es fácil pero la mezcla es la realidad y así son todas nuestras relacio­nes, lo cual es de una importancia enorme. No reside este hecho en hablar de un caso que puede suceder en abstracto. Es la vida nuestra concreta y diaria, todas nuestras experien­cias, todas nuestras amistades más íntimas, nuestras relacio­nes más puras tienen esta mezcla del te quiero te odio. Lo veremos en seguida bien claro.

En principio, notamos un poco de resistencia a lo que acabo de decir sobre la mezcla, no nos gusta; nos gusta tenerlo todo claro y luego por esta palabra tan fuerte: odio. Una vez me interrumpieron cuando empezaba a hablar de este tema. Me dijeron, Carlos, tú eres cristiano, eres sacerdote, cómo puedes mencionar la palabra odio; ésta no entra en nuestro decálogo ni en nuestra espiritualidad. En otra ocasión, cuando hablaba del mismo tema, dos señoras mayores se pusieron a rezar el rosario delante de mí, como para ahuyentar al demonio.

Con mucho cariño, voy a contar el caso de una niña a quien conozco muy bien y cómo me reveló con su experiencia, esta realidad tan íntima que muestra la inocencia de los niños, la sabiduría, la palabra de Dios, como dice el Evangelio. Ellos hablan sin censura, sin miedo. Esta niña encantadora tendría unos dos años, la edad en que van brotando las primeras palabras. Primero no las entiende nadie más que la mamá; ella dice, ha dicho esto, muy bien, tradúzcame por favor; va diciendo palabras poco a poco, mamá, papá, lo que quiere, lo que le van enseñando. Una vez llegué a la casa de esta familia y me dieron la gran noticia: la niña, ha pronunciado por primera vez, una frase completa, una frase gramatical, un paso muy importante, la entrada en el mundo de la gramática,

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con sujeto, verbo y predicado, bien construida. Toda la familia estaba encantada, daban la noticia hasta por teléfono. Llegué en aquel momento a la casa y todos me contaban la última proeza de aquella niña encantadora. Con la emoción casi se olvidan de contarme lo que había dicho y tuve que preguntarles qué era lo que había dicho. Repítelo, para que lo oiga el tío Carlos, y la niña con todo su encanto, con esa vocalización tan bella que tienen los niños, esa voz inocente que aun no se ha cargado de todas las penas y dolores de la vida, alegrías y gozos, con esa vocecita infantil, me repitió la primera frase que acababa de decir: "mamá es tonta". Todos felices y contentos por la gran proeza gramatical de la mu­chacha, que empezaba a inscribirse en los anales de la lite-ratura."Mamá es tonta", tonta es una palabra muy fuerte, la más fuerte que dice el niño a esa edad, la palabra más ne­gativa, más hiriente y lo dice de su mamá que es a quien más quiere.

Analicen un poco. Amor y odio, son las raíces. Cómo pue­de llamar tonta a su mamá, muy sencillo. Esta niña sufre el gran trauma del nacimiento: la separación. Acabo de leer un libro e hice todo un curso con él "La vida secreta del niño antes de nacer", el trauma maravilloso del nacimiento; lo que nos marca para toda la vida. Los estudios indican cómo en esos nueve meses el niño va aprendiendo cosas que lo marcan para toda la vida. Una maravilla, pero me aparto mucho del tema original. Vamos al momento del nacimiento, que supone separarse de todo, encontrarse con un mundo nuevo. El bebé se agarra literalmente, qué bien lo hacen al poner al bebé re­cién nacido otra vez sobre el pecho de su madre para que siga sintiendo los latidos del corazón, que es la música tranquili­zadora que ha oído durante nueve meses; se agarra a su madre; ella es el gran apoyo. Su existencia en este mundo hostil, tan difícil, en el que ha nacido, con ruidos, frío, calor, luces, gente que se mueve, y por eso el niño se entrega a su madre; se confía a ella; y ésta se entrega al niño, con cariño absoluto, con dedicación total, veinticuatro horas al día; cuando la necesito, maravillosamente. Dios bendiga a todas las madres.

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Comprendo y me alegra la reacción que suscita la sola mención del amor y del odio; de los opuestos, del te quiero te odio, de Dios, del diablo, del cielo, del infierno. Todos lo llevamos dentro y nos asusta. Claro que nuestra tendencia es hacia el bien, gracias a Dios, y así es, buscando reducir todo el efecto dañino del elemento negativo que tenemos y hacer precisamente que venza, que sobresalga, que domine el bien, el Reino. Jesús vino a eso precisamente y eso es lo que continuamos felizmente nosotros. Pero también es verdad, que la realidad de ese aspecto negativo, llamémoslo como quiera, el malo, el demonio o cualquier terminología, estará siempre, de modo que vamos a vivir siempre en el mundo, con la mezcla de que hemos hablado.

Esa mezcla con que nacemos sigue hasta el último momento. Acepto y participo de esta inquietud. ¿Qué hacer para ir minimizando el aspecto de sombra en mi vida e ir incrementando el aspecto de luz? Lo primero es ser cons­cientes de que el mal no desaparecerá nunca; pensar de otro modo sería soñar despierto, como lo sería pensar que de un momento a otro todos seremos benditos y se acabarán las pasiones. A veces se dice, con una ilusión enorme, esto no puede existir en esta vida, y no es cierto. Vamos a tener la mezcla siempre y es importante aceptar la situación, ver las cosas como son; segundo, aceptar la realidad porque es importante como camino, como ventana. He denunciado, por así decirlo, y proclamado la dicotomía amor-odio que llevamos dentro todos. Lo siguiente es aceptar que toda relación nuestra es de amor-odio, la única manera de mejorarla a la larga, es admitir que tenemos ese elemento negativo. El que no reconoce, el que dice que no hay nada negativo, que todo está bien, se va a dar de golpes muy pronto. Negarse a la realidad cierra las puertas a nuestro progreso.

El primer paso para tener una dentadura buena, es tener dolor de muelas, porque cuando te duelen vas al dentista; entonces te dice, tiene que venir, vuelva cada seis meses, yo corrijo su problema. Si uno no tiene dolor de muelas cuando

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caiga en la cuenta será demasiado tarde. Un jesuíta, gran compañero mío, en la India, murió como mueren tantos desgraciadamente, tenía cáncer, comenzó a sentir dolores. Me sirve de imagen el gozo y el dolor, son como el bien y el mal a nivel somático; son imágenes todas ellas. El, entregado como era, asceta, trabajador de cuerpo entero, no iba jamás a la enfermería, siguió trabajando, si me duele no importa. Siguió adelante heroicamente. Mis respetos ante él, quien fue decano de mi facultad cuando estudiaba teología en la India. Aquellos cuatro benditos años en Puna, donde coincidí con Tony de Mello. Estuvimos muy cerca, aquellos años tan importantes en la formación de un sacerdote, los cuatro años de teología que lo llevan a la ordenación sacerdotal; período bendito en la vida de cualquier sacerdote. El era nuestro decano y para dar buen ejemplo, seguía trabajando día y noche sin quejarse, no podía comer, vomitaba, tomaba otras cosas, decía ya se curará. Cuando no pudo más el buen hombre fue al médico y éste le dijo, tiene cáncer en todo el cuerpo; no hay remedio que valga padre, tiene usted unos meses, semanas de vida. Murió, fue el primero que enterramos en el nuevo cementerio del teologado. ¿Por qué murió este gran hombre?. ¿Por qué murió? Por no haber notado, desde el principio, el síntoma; por no haber visto el mal en su cuerpo; por haber creído que podía seguir hacia adelante y que nada lo detendría. El gran remedio, caer en la cuenta.

He expuesto de repente una cosa muy seria, que las relaciones más sagradas de la vida son mixtas; contienen amor y odio; una afirmación muy fuerte que trato de suavizar con el ejemplo de la niñita y con mi reflexión sobre ella. ¿Por qué esta niña llama a su mamá tonta? Muy sencillo. Esta niña ha tenido a su mamá totalmente a su disposición, día y noche; bastaba un pequeño llanto y en seguida corría; ella sabe que es el centro de la, vida de su mamá, con ese calor maternal, con ese cuidado; es su gran apoyo, pero pasan dos años y su mamá ha tenido que empezar a hacer otros trabajos y a ratos la deja en la cuna y se va a la cocina o, Dios no lo quiera, a la oficina, al trabajo. Cada uno tiene lo suyo y la niña tiene celos.

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Pónganse en los zapatos de esta niña de dos años. ¿Qué está pasando en mi casa? Yo no tenía más que levantar el dedo o dar un grito y mi madre corría a ayudarme. Ahora se va, Dios sabe a donde, a perder el tiempo sin hacerme caso, habráse visto. Comienza a indignarse contra su mamá, la quiere con toda el alma pero comienza a sentir este amor-odio. Si es demasiado fuerte la palabra odio usen resentimiento que es más larga pero más suave. Empieza el resentimiento, mi mamá me está dejando. Por esto lo primero que habla esta niña es, mamá es tonta, por dejarme e irse a hacer otras cosas. En ese corazoncito está germinando la doble semilla. La persona a quien más quiere es su mamá y la persona con quien más empieza a sentir fricción y resentimiento, su mamá: las dos cosas. Precisamente a quien más queremos es con quien nos rozamos más. Ese es el peligro. Esta niñita bendita sea, con la inocencia que tiene, dice mamá es tonta. Evidentemen­te, el te quiero te odio empieza desde allí, desde el hogar, des­de la inocencia más sentida, más limpia y más pura. Ahí empieza este doble tejido que es el que va naciendo nuestras vidas, el blanco y negro de que se mantiene, se compone, que nos dice tanto y ahí lo llevamos.

Esta niñita, cuando vaya creciendo, cuando sea mayor, según vaya pensando, porque no es un caso aislado, voy a reforzarlo con algunas experiencias.Llego a casa de una familia India, simpáticos ellos, tienen un niñito que es un poco mayor, ya va al colegio, empieza a despabilar. Estaba yo con su papá y mamá en la casa y el niño jugando en medio de nosotros. Le hice entonces la pregunta tan socorrida que hacemos a los niños, cuando no sabemos qué decirles: ¿tú qué vas a hacer cuando seas mayor? El niño me contestó en seguida: médico. La influencia paterna es tremenda, el niño no sabe que es ser médico pero el papá y la mamá quieren que sea médico porque es una profesión que garantiza empleo, está bien remunerada y le han inculcado al niño la idea, lo han condicionado.

Me impresionó oír la respuesta de este niño. Pero hubiera quedado muy bien, si no se me hubiese ocurrido hacer otra

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pregunta para continuar el diálogo: cuando seas médico ¿qué es lo que harás?, y él con la inocencia natural de su edad, en presencia de su papá y de su mamá, afirma: cuando sea médi­co les pondré una inyección a mi papá y a mi mamá y los ma­taré. Terrible ocurrencia la del niño: amor-odio. Como ese niño somos todos, nos ha pasado a todos, somos tan buenos y tan educados que no hemos olvidado los te quiero con toda mi alma; pero por dentro todo lo contrario.

Leí todos los libros que me encontré sobre adolescentes y en uno de ellos, un joven decía: tengo un sueño recurrente en el cual mi papá y mi mamá van en el carro, se estrellan y se matan. Sueño en que el niño está pensando. Le regalan estos juguetes bélicos, el niño va detrás del papá con la pistola y pum pum te maté. Lo mata, tan fuerte como eso; no es un juego por mucho que neguemos la realidad. Está resentido, porque lo están obligando a hacer cosas que no quiere: lo hacen levantarse, lo mandan al colegio; lo hacen estudiar; él quiere tomar chocolate y no le dan. Está furioso. Pasé diez años viviendo con familias hindúes. A lo mejor hacen cosas de estas con ellos. Como yo me levantaba temprano para la meditación, a veces me decían, padre quiere hacerme un fa­vor, despiérteme por la mañana. Yo no despierto a nadie, por­que me odian por despertarlos, aunque me lo hayan pedido; te odian a ti y a mí, aunque les haga un favor. Aunque me lo agradezcan el cuerpo está rabioso. Les digo, para eso están lo despertadores, la maquinita que cargue con el odio, yo no.

Vivía con una de estas familias tan pobres. Allí había una niña pequeña. Llegaba el padre por la tarde y recuerdo que yo estaba trabajando, sentado en el suelo, como acostumbra­mos allí, en un rinconcito. Saluda y lo primero que hace es ir a la cuna de la niña, sacarla, besarla, hacerla saltar. Yo pensa­ba cuánto cariño, qué bonito. De pronto me di cuenta de que no era cariño; lo que hacía era sacudirla, despertarla, no de­jarla dormir. Le pregunté por qué y dice pues porque si ella duerme ahora no me deja dormir a mí durante la noche. Todos lo han hecho: amor y odio; lo hacemos por su bien. Sí, lo hace por mi bien pero me revienta. Esta lógica no funciona.

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Como matemático que soy, puedo decir que la lógica está muy bien para probar teoremas pero para la vida no. Tienes toda la razón, estoy de acuerdo, comprendo, acepto que es así pero mi organismo no lo acepta. La mezcla que llevamos dentro es compleja.

Khalil Gibran, el profeta, cristiano católico maronita, maravilloso. Me encantan sus obras. Esta es una página de "las sonámbulas", las que andan dormidas: atribulare, andar y sonum, sueño. "En mi ciudad natal vivían una mujer y su hija"; hermoso y tierno además; dos mujeres, con toda la ternura y el cariño femenino, materno, filial, "ellas caminaban dormidas. Una noche mientras el silencio envolvía al mundo, la mujer y su hija caminaron dormidas hasta que se reunieron en el jardín envuelto en un velo de niebla y la madre habló primero, diciendo, —al fin puedo decírtelo a ti, rni enemiga que destrozaste mi juventud y que has vivido edificando tu vida en las ruinas de la mía; tengo deseos de matarte—. Luego la hija habló en estos términos, —oh mujer odiosa, egoísta y vieja te interpones entre mi libérrimo ego y yo, quisieras que mi vida fuera un eco de tu propia vida marchita, desearías que estuvieses muerta—. En aquel instante cantó el gallo y ambas mujeres despertaron, —eres tú, tesoro—, dijo la madre amablemente, —si soy yo, madre querida— respondió la hija con el mismo cariño". Hay que respirar hondo después de esto. Es fuerte, no nos asustemos, la realidad es la realidad y el mejor remedio es verla; si nos escondemos, la estropeamos y sufrimos mucho más.

Cuanto más queramos más nos resentimos

Alguna vez, dirigiendo un grupo de jóvenes, algunos querían hablarme, decir algo; una niña lloraba por conflictos enormes en la familia, porque aparentamos amor y felicidad y por dentro rabiamos. Evidentemente el choque es inevitable. En la India, sucede una cosa que es tristemente frecuente. Cuando un chico se escapa de la casa, anuncian en los periódicos, ven no te haremos nada cuando vuelvas. Se

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escapó porque no tenía el coraje de decir lo que pensaba. Tanto sufrimiento, tanto dolor, tanta fricción; puede ser que al hablar, no se solucione todo, pero se abren las puertas de la vida y el corazón. Yo como cristiano naturalmente, tengo mis dificultades, mis rabietas, me enfado, me enojo algunas veces, pero fundamentalmente me han enseñado que todos son mis hermanos y hermanas y lo que hagáis a cualquiera de estos lo hacéis por mí. Los quiero con toda el alma, mi vida es el amor y nos lo llegamos a creer y como la realidad es muy distinta a lo que habíamos imaginado, no sabemos actuar. La realidad es concreta, fuerte, desde el principio y además el principio es tremendo; cuanto más queramos, más nos resentimos, precisamente por la cercanía. Con una persona que esté distante, no se afecta tanto el cariño ni el rechazo; pero los que están más cerca, amigos íntimos, compañeros, gentes que viven en comunidad, familia, padres, hijos, marido, mujer, allí es donde precisamente esto tiene más aplicación y el entenderlo y aceptarlo nos abre los ojos y nos ayuda para ver poco a poco cómo podemos ir mejorando, aceptar lo que llevamos dentro.

Una vez vino una señora a verme con su hijo de mediana edad, no muy mayor, muy inquieto y molesto. La madre, le decía: cállate que estoy hablando con el padre, no interrumpas. Le hice la pregunta más inofensiva, cómo se llama tu hijo y la mamá me dijo, se llama Satanás. El niño se echó a llorar y la mamá en seguida, no hijo mío, no por Dios que te quiero mucho. Pero a él se le grabó lo que ella le dice, cuando la hace rabiar. Khalil Gibran, ha dicho una cosa muy importante. El niño ha aprendido de su mamá, porque así como tiene esta relación ambivalente para su mamá, su mamá también la tiene para con él. La mamá quiere con toda el alma a su hijo, no hay amor más bello, más puro y sacrificado en la tierra pero un hijo le hace perder la libertad, la juventud, la ata; ella querría irse de vacaciones, no puede; querría ir a algún sitio y tiene que atenderlo a él; ella también sufre mucho porque tiene que cuidar de su hijo y en ella también, junto con ese amor inenarrable de cuerpo y alma, que siente por esa criatura

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que ha llevado nueve meses en su seno, siente también resen­timiento; tú has acabado con mi juventud, tú me estás esclavizando en muchas cosas, tú estás coartando mi libertad, de modo que ella tiene la misma reacción para con su hijo.

Un padre de familia me dijo: "en sus ejemplos hemos visto que el odio es el resultado de la frustración de no poder satisfacer una necesidad; el niño, porque la mamá no lo cuida; la mamá porque ya no tiene tiempo para sus cosas personales. Podemos decir que la relación odio-amor es, en el amor reflejarme y la necesidad de darme al otro porque defini­tivamente hay un sentimiento profundo de amor, de afecto, de cariño y de odio en el sentido de que me siento frustrado por no poder satisfacer plenamente las necesidades a las cuales creo tener derecho".

Es una aclaración muy válida, llegar a la base de estos sucesos; así se aclaran; los entendemos; ayuda a profundizar un poco de dónde ha nacido este resentimiento. No es puramente un juego de afectos, no es algo ciego que nazca porque sí. ¿Cuándo siento yo resentimiento? ¿Cuándo siento odio? Cuando tengo una necesidad como la del bebé, necesidad auténtica o imaginada; cuando tengo una expecta­tiva de la otra persona y la otra persona no la satisface; quiero que mi mamá esté conmigo veinticuatro horas y ella no está; allí empieza la tensión; deseo o espero que mi amigo responda inmediatamente cuando lo llamo y resulta que no responde a esta expectativa; entonces, empieza a nacer en mí la sombra que puede convertirse en resentimiento y odio.

El valor de la verdadera amistad

Para mí suponen mucho las amistades; sin ellas no podría vivir. Las muy íntimas son pocas naturalmente, dos de ellos jesuítas, el otro ateo. Tengo un círculo tan íntimo sin el cual me sena muy difícil vivir; viviría de alguna manera quizás, pero no podría ser sincero, entrar en contacto, vivir la vida, sentir alegría. Tengo una intimidad enorme, que me permite

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limpiar el fondo: es un pacto expreso. Dije a Amal que es mi mejor amigo: "en cuanto encuentres alguna cosa en mí que te desagrade, que te moleste, por el interés mutuo lo clarifica­mos; de modo que tú me lo dices y lo aclaramos; es importante comunicar; no barrer hacia debajo de la alfombra; decir no importa, eso se arreglará. Lo mismo me dice él: "cuando haya algo en mí que parece que oscurece nuestra relación, me lo dices y hablamos". Lo hemos hecho, es duro, pero garantiza la limpieza de nuestra relación. Si tengo una expectativa y él no ha respondido, por lo menos, se lo digo. No todas mis amistades han resultado, ha habido personas con las cuales yo he tenido una relación bastante grata por una temporada y por lo que sea, se ha enfriado, incluso se ha cortado.

Los sentimientos son la base de la vida. Cuando Tony de Mello empezó sus célebres cursos de Sádhana, naturalmente sólo con jesuítas, que era lo normal, pronto vio que la base era el sentimiento y comprendió una cosa muy humana, si quería realmente revitalizar, dar vida a estos sentimientos de nosotros, sacerdotes formados en la rigidez ignaciana. No he visto una mujer en mi vida casi desde que entré al noviciado; el colegio mismo era sólo para chicos; el noviciado desde luego, la Compañía de Jesús; la universidad de Madras donde hice mi carrera, era también sólo para chicos; el teologado, naturalmente. La primera vez que me encontré cara a cara con mujeres fue cuando entré a dar clases de matemáticas en la universidad que, para entonces era mixta.

Vuelvo a lo de Tony. El observó, si estamos sólo hombres está muy bien, la amistad es muy importante, pero, es evidente el plan de Dios, la mujer contribuye al sentimiento. Algo tan esencial, tan femenino, tan profundo, tan maternal. Consiguió por fin, unos permisos de Roma, con una serie de precauciones. Mi grupo fue el primero donde hubo hombres y mujeres; tuve esa suerte: once jesuítas y siete monjas, religiosas de distintas congregaciones y distintas nacionalida­des. Sólo lo hacía por despertar sus mejores sentimientos como personas, con el cariño, con la discreción, con la vigilancia, con el contraste, con los posibles errores y equivo-

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caciones que puede haber. Nos hizo un bien enorme, una maravilla, porque el despertar de los sentimientos, es hacer al hombre ser hombre y a la mujer ser mujer, y ayuda enormemente al sacerdote y a la reverenda madre. Lo he visto y lo he vivido perfectamente, de modo que bendita sea aquella intuición de Tony para lograrlo. Desde entonces siempre han sido cursos mixtos.

Hice amistad, con una religiosa con quien, estando en la misma ciudad, nos encontrábamos con facilidad, pues yo tenía que ir a su casa para realizar los ministerios. Al cabo de algunos años, la amistad se rompió. Pensé, pero por qué se ha roto esta amistad, y analicé que ella había tenido una expectativa a la que yo no respondí. Ella quiso tener una amistad exclusiva y yo, no por bueno ni por malo, entién­danme, sencillamente no me salía de adentro. Algo muy divertido era que cuando nos escribíamos cartas yo le decía "te aprecio con toda mi alma" y era verdad, porque realmente era una mujer extraordinaria en dotes, trabajo, entrega y espiritualidad y yo lo decía con toda sinceridad. Ella me con­testaba "no quiero tu aprecio, lo que quiero es tu cariño". Muy bueno, pero yo no lo sentía.

Ella concibió una expectativa y por lo que fuera a mí no me salió. No acabamos mal, pero poco a poco esa amistad se diluyó y ya no existe.

Una de las cosas más importantes en la vida es conocer la raíz de los fracasos no solamente en relaciones humanas, sino en todo. Casi me atrevo a generalizar. La expectativa al no ser satisfecha crea frustración y, entonces, se acabó oficio, familia, vocación, curas y monjas que se han salido, compañeros queridos.Más de la mitad de los que entramos al noviciado salieron de la compañía. No juzgo a nadie, por amor de Dios; pero ¿por qué se han salido? Por una expectativa que no se cumplió. Esto genera frustraciones, se rompen los votos, se rompe la familia, se rompe la amistad, se rompe la vida, pero es necesario saber, saberme, conocer lo mío en las luces y las sombras, el amor y el odio, lo que espero. Una regla que nos daba siempre Tony, "si esperas

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algo de alguien, díselo". Cuántas veces hay entre marido y mujer, expectativas no expresadas, todo fastidia. Es imperioso decirlo, sin vergüenza, sin miedo, sin tratar de que el otro adivine: la semana que viene es nuestro aniversario de boda, pero si se lo recuerdo no tiene gracia, que se acuerde él. Tenemos que purificar, entender, profundizar, analizar los sentimientos que Dios nos ha dado. Nuestra vida espiritual es reflejo de nuestra vida afectiva; nuestro trato con Dios es resultado de nuestro trato con los demás, de modo que vayan aplicando todo esto por su cuenta.

Hay que dejar a Dios trabajar. A veces nosotros estorba­mos tanto que no le dejamos el camino directo. El se las arre­gla, bien listo es para hacerlo, pero hay que dejarle estos terrenos amplios, estos ratos de ocio en el medio; dejar espa­cios libres es muy importante. Aquel dicho tan bonito de Sa­cha Guitri hablando de Mozart, "el silencio que sigue a Mozart es Mozart".

Como profesor de matemáticas, me ha pasado que me quedo enfrascado en un problema, y el nerviosismo aumenta por estar delante de los chicos y las chicas. Cuánto más me empeño peor. En cambio, en el momento en que mi subcons­ciente o mi actividad se desentiende, entonces viene la solu­ción. Eso nos pasa hablando. A veces uno dice: "Lo tengo en la punta de la lengua", no me puede salir, no me acuerdo de tal nombre, "te lo digo en seguida" y no sale; en cambio cuando nos despedimos, se va la otra persona, recordamos porque hemos quitado la tensión y entonces es cuando las cosas se aprenden.

Esta importancia de dejar espacios abiertos en el día, se ilustra con algo muy bello. Cuando presenté el examen final de la carrera de ciencias exactas en la Universidad de Madras, que ha sido una de las cosas duras de mi vida, no teníamos más que un examen al final de los cinco años de carrera; a tal examen llevábamos todas las materias de todos los años: diez exámenes escritos de tres horas cada uno, si lo reprobabas no podías volver a presentarte en el examen. La tensión de

3. Yo, tú, nosotros, ellos. 33

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aquellos años, era para volver neurótico a cualquiera. Además como jesuita tenía que hacerlo bien. Nos decían claramente "aquí usted ha sido creado y mandado por Dios para sacar una matrícula de honor y sino vayase a casa". Lo hacían para que el nombre de la Compañía de Jesús quedara bien alto. Para colmo, me pasó una cosa muy divertida. Una semana antes del famoso y célebre examen final, comienzo a sentir un dolor en el vientre. Consulté al hermano enfermero que era muy santo, muy ignorante y me dio una purga que casi me mata. Tenía apendicitis, casi me mata. Una purga con apendicitis es mortal. Vino el médico, le dije cómo era la situación. "Haga usted lo que sea necesario, yo tengo que presentar ese examen". Entonces me llenó de penicilina, jugo de naranja y glucosa. Me presenté al examen. Por eso sé lo duro que puede ser el pasar, aun físicamente, por todo aquello.

Teníamos una asignatura nueva que era "La dinámica en tres dimensiones por métodos vectoriales". Para sacar matrícula de honor necesitábamos responder las preguntas estrellas, y si no se contestaban, no daban más que un notable, en el caso de contestar el cien por ciento. Para pasar de notable a sobresaliente había que contestar una de las estrellas que eran bien difíciles. En las dos primeras horas, nos asegurábamos de pasar y en la última sacar una estrella. El profesor nos había explicado "no sabemos que pondrán en el examen, eso depende del examinador. Les digo algunas preguntas que le podría llamar la atención a un examinador, en particular ésta, una pregunta que podría ir con estrella; prepárenla, si no les sale me lo dicen".

Ni corto ni perezoso voy al cuarto, resuelvo el problema, sale perfecto y escribo: "repasar en vísperas de examen", subrayado con rojo y lo dejo. Llego yo, la víspera del examen con la dichosa apendicitis, con la glucosa y el jugo de naranja, veo aquella nota: "repasar en víspera de examen"; debe ser importante voy a verla; mi horror fue grande cuando caigo en la cuenta que mi método era equivocado;entonces, con la madurez que tenía, supe que cualquier examinador me iba a poner cero. Lo curioso es que como estaba tan apurado de

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tiempo, aunque sabía la materia bien, sencillamente me olvidé de esta pregunta, no me importa. Hay otras preguntas estrellas, no me interesa, me olvidé positivamente. Ahí se quedará la pregunta, no tengo nada que hacer, sólo se me olvidó; vamos a lo siguiente, sigo preparando, llega la noche y me acuesto. A las cinco de la mañana tocan la campana, me despierto y antes de hacer la señal de la cruz, antes de mencionar el nombre de Dios, antes de poner un pie en el suelo, un mensaje como si viniera de Marte: "cambia los ejes cuarenta y cinco grados en contra de las agujas del reloj y saldrá el problema". Era un religioso muy edificante y en aquel momento, lo primero que tenía que hacer era ir a la capilla al ofrecimiento de obras. Me vestí, fui a la capilla, muy santo, ofrecí el examen; una hora de meditación, de rodillas; no sé si medité en los ejes de coordenadas o en el Evangelio de San Marcos, pero estuve devotamente recogido en cuanto podía. Después la Santa Misa, la acción de gracias, luego el desayuno y para colmo el Santo Rosario. Menos mal que lo rezábamos indi­vidualmente. Creo que es el rosario más rápido que recé en toda mi vida. Apenas acabé fui corriendo a mi cuarto, tomé el ejercicio, me salió perfecto. Llego a la famosa sala de la playa de la Marina en Madras, que es un salón exclusivo para exámenes con mesas individuales, con galerías para ser vigilados por todos lados; con todas las vibraciones de generaciones que han sufrido en aquel examen. Un patíbulo completo.

Era tal el nerviosismo que el estudiante que estaba a mi lado, cuando empezaron a repartir los papeles, emitió un sonido infrahumano y se desmayó. Se lo llevaron los camille­ros. Me llega el papel con las preguntas y allí estaba la pregunta con la estrella. ¿Cuándo resolví esta pregunta?, en el sueño, en el subconsciente. Había colocado inconsciente­mente la tarjeta a mi computador personal. En la noche trabajó y a la mañana siguiente tenía la respuesta. Lo importante es que está trabajando todo mi organismo y a veces tenemos unas piezas en la vida espiritual que necesitamos organizar inmediatamente: la oración, la experiencia mística, todo tiene

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que ser rápido, cursos intensivos, muy bien; apuramos todo porque no hay tiempo a que se sedimente, a que penetre por osmosis, a que se asimilen todas esas indigestiones que no nos sirven para nada.

Es esencial apreciar el silencio, que no quiere decir estar callados, sino, los ratos intermedios que valen tanto; querer cada momento de la vida, sin tanta urgencia, sin prisa, sin ese apuro por conseguir todo en poco tiempo; la vida va a su ritmo, por su rumbo, por su camino. Es necesario aprender los ritmos de la vida y los ritmos del espíritu. Al Espíritu nunca se le puede apurar; hacemos bien en pedirle con interés, pero hay que respetar los tiempos de Dios: "nadie sabe los tiempos ni las horas que el Padre ha guardado en su poder, sólo el Padre sabe el cuándo. Ni Jesús lo sabe". Cuando los discípulos dicen "¿cuándo vas a instaurar el Reino de Israel?"; "Señor ¿cuándo voy a ser santo? "; "¿cuándo voy a aprender a orar?". Sólo el Padre sabe el momento de la Encarnación, el momento de enviar el arcángel que diga; bendita eres María, bendito eres tú, aquí tienes la invitación, ahora vas a lograr lo que tú esperabas: el adviento, el arte de esperar, el saber esperar, es un esperar activo, alegre; de esperanza y de fe, pero es esperar. No aceleremos las cosas, todo lleva su tiempo. No aceleremos los momentos de Dios, guardémoslos. Una frase que nos gusta, bellamente evangélica y proclamada por el querido Papa Juan XXIII, "los signos de los tiempos"; saber discernir cuándo viene la tormenta, cuándo se aclara, por dónde lloverá, las estaciones tienen su ritmo, no las forcemos.

Sigamos con mis sensaciones, relaciones, con toda esa mezcla tan bella que llevamos dentro y que estamos comen­zando a admitir; pequeños detalles de mis experiencias que van aflorando; sensaciones positivas, sensaciones negativas. Al respecto me han preguntado, cómo cambiar las reacciones o sentimientos negativos en positivos. Mi reacción es: pri­mero: no las cambies. Yo sé que sorprende un poco pero mi reacción instintiva es: no los cambies. En primer lugar porque no vas a conseguirlo; reconoce que lo llevas dentro; ahí están

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la bestia y el ángel, la concupiscencia del pecado original en terminología escolástica; el ego en terminología freudiana, y no sirve asesinar a uno y tener al otro, sino integrarlos.

Lucha entre el bien y el mal

Una historia que cuenta el resultado de dividir lo bueno y lo malo; el ángel y la bestia; que lo bueno venza a lo malo siempre. Lo que nos decían siempre "véncele a ti mismo", latín "vince te ipsum". No sé cuál filósofo latino lo ideó. Durante muchos años lo he querido poner en práctica, hasta que una vez desperté, vamos a ver "véncete a ti mismo"; vencí, venció ¿quién? yo, y perdió ¿quién?, yo. Una guerra civil, me estoy matando a mí mismo. Me estoy dividiendo en dos partes y mutilándome. Esto que les cuento me hizo muchísimo más gracia porque la persona que me lo refirió era muy seria, era un padre jesuíta que fue todo lo que se puede ser: superior, rector, provincial, asesor. Era un modelo ejem­plar de eficiencia, de ejecución, de edificación religiosa. Lo llamamos San Juan Berchmans por ser un dechado para cum­plir las reglas; era ya anciano cuando murió. Fue rector de una de las grandes casas jesuítas, el Monasterio de Veruela el Moncayo en un sitio alto, precioso. Ahora como no hay vocaciones, lo han vendido, es una pena. En una casa cercana, la célebre "Casa de Oña", yo hice filosofía; después estaba el teologado y ahora la han vendido al gobierno de España y la han convertido en manicomio. Mucha gente dice que ya lo era, que no ha cambiado.

Por la carretera de esa región, unos amigos jesuítas, iban un día en automóvil. Ellos ya habían terminado su formación y sus estudios en ese monasterio que lo era entonces y que ahora es un manicomio. En el camino encontraron una persona en plan de auto stop. Pidió que lo llevasen, le dijeron sí, pasa. Se fue sentado en la parte de atrás y los dos jesuítas continuaron el viaje. Según se acercaba a este monasterio, ahora manicomio empezaron a comentar: "oye, ¿te acuerdas lo bien que la pasábamos cuando estábamos aquí?" El pasajero

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horrorizado pensó que se trataba de dos locos escapados del manicomio y pidió: Por favor déjenme bajar y se marchó.

Me da una pena enorme recordar que se vendió el monasterio de Veruela, Comillas; todas aquellas grandes casas, ya no existen. La de Veruela, una comunidad enorme, el rector fue después a la India, es al que tanto veneramos hasta que murió hace poco. El me contó lo siguiente: "una vez fue a visitarme a aquel monasterio una persona, un labrador que quería vender al monasterio sus verduras, sus hortalizas y papas; tenía tantos estómagos que alimentar que el labrador quiso ofrecer sus productos para hacer un buen negocio y yo, quise aprovechar para darle una pequeña lección espiritual. Lo llevé a una capilla, cerca a un salón de conferencias enorme donde estaban en unas hornacinas a mitad de altura en la pared, unos bustos, esculturas de cintura para arriba de los santos de la Compañía de Jesús: el busto de San Ignacio, San Francisco Javier, San Francisco de Borja, San Luis Gonzaga, patrón de la juventud" y aprovechó el buen rector para darle un sermón acerca de los santos jesuítas. Después le preguntó "bueno, ¿cómo le parecen los santos de la Compañía de Jesús?, " y aquel buen campesino en el lenguaje cerrado de los baturros aragoneses del norte de España, le dijo "me parece muy bien, padre, pero le digo una cosa, y márquela bien, de la cintura para arriba también yo soy santo". Le estropeó la lección. Salió a relucir la división, sentimientos buenos sentimientos malos, la guerra civil. Toda mi vida la integración personal, alma y cuerpo, cuerpo y alma, arriba y abajo, lo bueno lo malo, bestia-ángel; somos una unidad total y en esa unidad es donde está la vida dinámicamente.

Decimos polo positivo o negativo, como si lo positivo fuera bueno y lo negativo fuera malo; si no hubiera negativo la electricidad no funcionaría, la vida no funcionaría, y el mundo no funcionaría. Tiene que haber siempre este contraste de sol y sombra; alto y bajo, de modo que reconciliémonos con ello, vivamos con ello, integrémonos con ello; ningún miedo a estos sentimientos. Es imposible librarnos pero, hay

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una tendencia muy profesional en los buenos psicólogos, esto lo hacíamos regularmente en el tiempo en que estábamos con Tony en Sádhana, que es desahogar, limpiar, no eliminar porque nunca se eliminan pero sí propiciar un escape.

El peligro de estos sentimientos es acumularlos. Es algo que llega a hacer un daño tremendo, cuando va aumentando; hoy es nada, pero mañana va subiendo. Comentaba una señora en un grupo, alegremente, ante todos, su experiencia que fue muy buena. Contó la ilusión que sintió en el momento de casarse, la luna de miel, el primer despertar. Esa primera ma­ñana con su marido, éste le dijo: cariño tráeme las zapatillas. Ella encantada, fue al cuarto de baño donde él había dejado las zapatillas, las puso al borde de la cama y el marido se puso las zapatillas contento. Lo contó ante todos con una gracia inimitable. Al día siguiente lo mismo: cariño tráeme las zapatillas y el cariño las traía. Así toda la vida: "llevamos veinte años de casados, no hay conflictos graves, hemos tenido altibajos pero no como para separarnos o divorciarnos. Dios no lo quiera. Pero el otro día, sin pensarlo, sin que hubiese pasado nada, sin que hubiésemos reñido, sucedió; nos despertamos, me llamó, me dijo lo mismo y yo tomé las zapatillas, sin pensar lo que hacía y se las arrojé a las narices, diciéndole con mucho gusto". Lo que importa para las relaciones humanas y para todo es el conocernos. Nos pasa lo mismo con Dios. "Encantada, no faltaba más, con mucho gusto", consciente, pero subconscientemente, "que las traiga él". Como lo quiero tanto aquello queda bien, pero la ley de la vida va subiendo; barrer hacia debajo de la alfombra no resulta; empieza a notarse el bulto y llega un día en que las zapatillas a las narices. El marido piensa: "qué ha pasado aquí de repente".

De repente no. Esto se ha ido gestando, esto va aumen­tando, por eso no conviene suprimir la reacción negativa. Primero, saber que existe, somos tan autocensores que no nos dejamos sentir. Es lo menos que podemos hacer, no faltaba más, con mucho cariño, todo eso es verdad pero al mismo tiempo me da rabia. No debía darme, pero me da. Fundamen-

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tal el no debería para el buen religioso o la perfecta casada que es el título de una obra de Fray Luis de León que no recomiendo, pues no deja ver la realidad, que es la primera equivocación nuestra y segundo no permite ventilar, de vez en cuando; no digo suprimir la emoción negativa porque va a quedar siempre, pero saber que está y tenerla como un animal fiero, a raya.

Les cuento cómo hacen los camelleros de la India. En mi región con toda la modernización que hay, sin embargo, el tráfico de mercancías se lleva a cabo a lomo de camello. Hay toda una casta: los Ravals; ellos llevan un gran turbante blanco que sirve para muchas cosas; para defenderse del sol que es importante en la India; para dormir, es largo como una sábana; por la noche se extiende y se envuelven en él; sirve para atar fardos y para algo especial que les cuento ahora.Los camelleros llevan sus camellos y éstos arrastran un carro enorme, con ruedas de camión, lo cual facilita mucho la tracción. Van despacio. El gran poeta y místico indio Rabindranath Tagore, tiene una descripción preciosa sobre el camello, hablando de la vida espiritual .Nos dice que los caballos están muy bien para correr, llegar pronto, lucirse, para saltar, pero para cruzar el desierto, y la vida tiene muchos desiertos, el caballo no sirve. Y dice bellamente: "hay que tener un camello en los establos para cuando llegan las sequías de la vida". Al camello, no le das agua, no importa; no le das de comer, no importa; no le dices el camino, él lo sabe, él te llevará, él te traspasará hasta el otro lado del desierto, te pondrá sano y salvo en la otra orilla. Lección muy bonita del camello. En la India tenemos muchos camellos, los vemos con frecuencia; pueden ser peligrosos porque son bestias tranquilas, pero cuando se enfadan pueden pegar una gran coz. Nuestro obispo, nos decía, tengan cuidado con los camellos porque un coche que iba antes del suyo, un camello lo hizo volcar de una coz. Tiene una fuerza enorme el camello y con sus patas con esas herraduras puede tumbar un coche y esa dentadura enorme puede destrozar un cráneo humano

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sólo de un bocado, puede ser peligroso. Los camelleros lo saben.

¿Qué sucede pues con mi querido camello? El camello va por esas carreteras tranquilamente, pero como en el caso del niño, a veces los papas tienen que nacerle hacer cosas que a él no le gusta. El camellero, a veces, tiene que frenarlo o al contrario hacerle andar un poco más de prisa para llegar al sitio antes de que oscurezca; frenarlo ante un paso nivel o no dejarle comer la paja del carro delantero; esto lo hacen con mucha tranquilidad. Naturalmente el resentimiento, te quiero te odio se va acumulando, en la joroba del camello y va subiendo; no es nada pero va subiendo; el camello quiere a su camellero como la vaca quiere a su pastor pero también tiene este resentimiento: el te amo, te odio es universal. Está en toda la creación y es peligroso. Si realmente el camello llega a enojarse, pobre camellero, pero éste lo conoce muy bien y antes de que llegue al tope limpia los sentimientos negativos del camello. Aparca su carro, desata al camello, lo deja libre donde pueda moverse y entonces toma su turbante, que es su símbolo; está incluso impregnado de sus olores, de su personalidad y generosamente lo arroja a los pies del camello; y éste se lanza a cuatro patas a pisotearlo, lo agarra, lo hace trizas; lo destroza todo con locura. El camellero lo observa con toda tranquilidad desde lejos. El camello desahoga todos sus malos sentimientos, disfruta. Por fin se cansa, deja el turbante hecho trizas, el camellero sabe que ha pasado la crisis, se compra otro turbante, naturalmente, porque ya no le sirve y vuelve tranquilamente a los caminos del Guyerat con el camello uncido a su carro. Aquí no pasó nada.

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Los sentimientos negativos no son malos

Te amo, te odio, es general, es universal, no somos la excepción. Lo tiene la creación entera, lo importante es saber como limpiar estos fondos oscuros que tenemos dentro. Tener sentimientos negativos no es nada malo; sé que estas cosas son serias pero no se asusten. Los malos sentimientos no son malos por decirlo de alguna manera; se convierten en malos si se actúa según ellos: eso es lo peligroso. Puedo sentir unas ganas enormes de hacerle algo a mi reverendo padre rector, se lo merece. Pero no pienso hacerlo. No, por Dios, de ninguna manera, yo una persona tan pacífica y mi padre rector, tan bueno y edificante. Ni pensarlo, peligro. Saberlo sí, ponerlo en práctica nunca.

Veamos un ejemplo más fuerte que leí en un texto de psicología. Era un psicólogo, contaba lo siguiente: estaba en su consulta y llegó una mujer echada para adelante. El psicólogo, inteligente y tranquilo, conocía su papel muy bien y al cabo del rato, aquella muchacha descarada le dice: "a que a usted le gustaría acostarse conmigo" y él le contestó, inmediatamente: "sí me gustaría, pero no pienso hacerlo". Me descubro ante este señor. La respuesta oficial sería: "no, por Dios de ninguna manera, qué cosa dice usted. Márchese". Pero es una mentira, porque sí que le gustaría. Entonces no es un pecado que me guste, lo sena si me fuera con ella a la cama. La mujer le contestó: "es usted el primer psicólogo honrado que he encontrado".

El sentimiento como tal no es malo. Es normal que una persona se sienta de vez en cuando, atraído sexualmente por otra persona. Eso no tiene nada de malo, lo dijo el psicólogo, aclarando a la vez, su posición: "sí y no pienso hacerlo". ¿Cómo convivir con la fiera que llevamos dentro? Saber que la tenemos, pero la podemos domesticar. El mundo es tan bello, tan nuevo, y sin embargo, no hablamos de ordinario con tanta claridad y firmeza; pero en este mundo de luces y sombras los sentimientos afloran, van subiendo también con la edad; por ejemplo, recordemos a estos niños pequeños de

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los que he hablado, niños mayorcitos; cuando van teniendo familia, cuando llega otro hermanito o hermanita a casa es un momento difícil.

Cuando al niño o a la niña, primogénito o primogénita, único en su casa, rey de la casa, centro de la atención de los padres le nace un hermanito o hermanita, entonces él que era el centro de la atención pasa a la periferia; él que estaba en el trono es destronado y la atención de todos converge ahora en el recién nacido, en el advenedizo, en la nueva persona. Nunca hemos observado suficientemente lo que esto supone en la mente del niño.

En una casa donde vivía, había un niño recién nacido en su cuna y el mayor que tendría tres o cuatro años, pequeño también. Llego a la casa y voy derecho a la cuna, a hacerle cariños al niño; entonces su hermano mayor viene por detrás, me agarra de la camisa y empieza a tirar con todas sus fuerzas; estaba celoso, no quería que le hiciese cariños a su hermanito.

Uno de mis mejores amigos, colega en la facultad de ma­temáticas tenía una niña de cuatro años; cuando iba a nacer su hermanito, me explicaron: "mira, vamos a mandar a la niña a casa de unos parientes que viven fuera de la ciudad, para estar más libres durante el nacimiento de su hermanito y todo lo demás". En seguida dije: "¡peligro!". A la niña la echan de casa porque va a venir otro a ocupar su sitio, menudo trauma. Yo les explique lo mejor que pude pero dijeron: "No, ya se lo hemos explicado a la niña, lo ha entendido muy bien y ha dicho que sí". Aquella niña lo vio, lo entendió, lo aceptó muy contenta, se fue a gusto, no la forzaron. Me dijeron: "no te preocupes todo está bien, exageras con tu psicología". Marcha la niña a otra ciudad, nace el niño. A los pocos días llama por teléfono la hermana: "oye podemos tener a la niña todo el tiempo que quieras, pero la pobre no come, no hace más que llorar' está sufriendo, creo que habrá que devolverla a vuestra casa". Había pasado exactamente lo previsto. Estaba desterrada, la habían enviado lejos y todo su organismo reaccionaba al verse allí. Quería volver a ser parte de su familia. Le habían causado un trauma.

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Una psicóloga norteamericana, explica muy bien esta situación: tenemos la pareja de casados, marido y mujer que se han llevado muy bien; el marido está trabajando, vuelve de la oficina, abraza a su mujer y le dice "mujercita de mi alma, te traigo una sorpresa". Ella se pone feliz, qué será: ¿nos vamos de viaje a París?, ¿o me trae un vestido nuevo?, o una joya, que será. Su marido le dice: "no te imaginas pero es algo mucho mejor que todo eso, "voy a traer otra mujer a casa; además te va a encantar, porque será como una hermana para ti". He ahí el paralelo. Continúa el marido: "como es muy delicada tendré que ponerla en mi cuarto, no te importará dormir en otra alcoba. Además, ella tomará prestados todos tus perfumes. ¿Verdad que te encanta queridita mía?". Esa es la situación; si no la entendemos siendo adultos, menos un niño: el sufre mucho más. El entiende, sabe, graba, es un ordenador personal; es una grabadora que fija aquello, emo­ción a emoción, momento a momento. A nosotros nos ha pa­sado lo mismo; todo eso lo llevamos dentro de una manera o de otra; todo eso nos ha ido formando para bien o para mal. Si hemos pasado todo eso, aunque lo hayamos superado, siempre lo llevamos por dentro; nos hace efecto y conviene no olvidar este juego de sentimientos positivos, negativos, del te quiero te odio que llevamos; que no hemos querido ver y por esto nos hacemos más vulnerables y sufrimos tanto.

Todo esto me ha sucedido a mí. No hace mucho, hablaba con un compañero jesuíta que sabe mucho más que yo, de psicología; tiene una experiencia y una carrera enormes. Le comentaba las dificultades, los momentos, la infancia, incluso la preinfancia; todo lo que hemos sufrido en mejor o peor sentido, en nuestras casas y él me dijo con una facilidad abso­luta: "comprendo que en tu caso hayas tenido estos altibajos con tu familia. Tuve una infancia muy protegida, vengo de una familia muy sana; no he tenido nunca en mi vida situacio­nes que hayan podido causarme problemas en la edad madu­ra". Le dije: "maldita sea un tío tan listo, un señor que sabe más que yo, a quien le hablo, esperando que él se abra para comunicar y enseñar y me dice: "lo siento por ti pero yo no tengo problemas; yo vivo siempre muy bien".

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¿Expectativas ajenas o propias?

Hablando con una joven me dijo: "Cuando hablamos de expectativas, frente a los demás, nos liberamos de pronto de ese diablillo que tenemos, pero cuando tenemos expectativas frente a nosotros mismos hay una parte difícil de negociar, ¿por qué? ¿quién colmará nuestras expectativas?; ¿quién nos dará su contraparte? Usted hablaba un poco de integrar la parte buena y la mala, pero ¿cómo nos liberamos de esta ansiedad que tenemos frente a nosotros mismos?".

La joven había mencionado dos palabras muy importantes, expectativa y ansiedad; las palabras valen mucho, cada palabra es un curso en sí misma. Esta distinción es muy válida y la diferencia ante las expectativas que los demás tienen sobre mí, son muy fuertes y empiezan por la familia. Las expectativas que papá y mamá tienen del niño o niña, puede matarlos, porque los papas quieren, permítanme decirlo con una expresión dura, presumir de sus niños; que mis niños sean guapos, listos, deportistas, que hagan muy bien todo; presionan tremendamente, ponen esta expectativa, esta meta tan alto y el niño y la niña se rebela ante eso.

Un joven que era el primero en mi clase de matemáticas, un niño inteligente a más no poder, quería seguir la carrera de ciencias exactas pero económicamente, no ganaría mucho dinero; como ingeniero sí; lo obligaron a estudiar ingeniería. El primer año reprobó, habiendo sido el número uno, para protestar contra sus padres. No es que lo hiciera a propósito, pero le resulto mal. Era una venganza muy clara. La expectativa le ha hecho daño a él y a los padres.

Khalil Gibran en esa página bellísima que todos conocen dice "vuestros hijos, son pero no son, dejadlos libres, que se desarrollen a su manera, ellos son creativos, independientes". Está muy bien comentarles nuestro deseo personal pero nunca como imposición: tienes que llegar; si eres bueno te daré esto. Entonces, si no soy bueno... Le dicen tantas veces, si eres bueno tu papá te querrá mucho y si no soy ¿qué? Crean

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en el niño toda una dicotomía confusa; me quieren sólo por lo que hago para ellos, no por lo que yo soy por mí mismo; me quieren para que me conforme con la imagen que ellos tienen de mí; para que me siente en el despacho de papá, para que lleve el negocio de la empresa, para que me case con esta persona. Podrá estar muy bien pensado pero al niño lo destroza, porque le han impuesto de antemano todas estas expectativas.

¡is fundamental liberarse de las expectativas de los demás. No tengo obligación ninguna para responder a sus expecta­tivas. La oración de Fritz Perls: "yo soy, y tú eres; no estoy en este mundo para vivir según tus expectativas y tú no estás en este mundo para vivir según las mías; si nos encontramos magnífico y si no, no hay nada que hacer".

A tus expectativas y en ese tú entran todos, papá, mamá, director espiritual, todo el mundo. Hemos inculcado a nues­tros jóvenes la cultura del éxito, el dios de la juventud, el ídolo es el éxito y nada más: triunfar, salir adelante, destacar, conseguir, mil dólares al mes y automóvil a la puerta y si no me hundo. Hemos creado en ellos unas expectativas que los esclavizan; los hunden; los obligan y crean esa tensión tan enorme de llegar, si no los asalta la ansiedad; la expectativa crea ansiedad. La ansiedad va creciendo en un espiral que arrolla y hunde a la persona.

Primero, liberarse a sí mismo

Vivo en la India. Sé muy bien lo que es el terremoto; he vivido de familia en familia, y sé muy bien lo que es el sufrimiento; lo llevo en el alma y me duele como cristiano. Mi actitud es naturalmente, hacer todo lo que pueda por remediar el sufrimiento en el mundo, en mí mismo, en mi familia, en mis amistades, en la sociedad, en otros países, en el cosmos; nunca faltar a esto; pero, ¡atención!, a veces es una excusa para no trabajar en mi propio desarrollo personal.

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Cuando Tony de Mello llegó a México y habló de auloli-beración personal, le dijeron usted es sacerdote católico, viene de la India y habla de liberación personal. Lo llamaron elitista, eran tres cosas: elitista, egoísta e intimista, como quien dice, "tú vas a lo tuyo, autoliberación, liberación personal, desarrollo, limpieza de sentimientos; la integración de la persona y la sociedad es secundaria; que sufra India, que sufran los pobres". De esto lo acusaron a él. Se encuentra en mi libro "Ligero de equipaje". El equilibrio es muy impor­tante; hacer todo lo que se pueda en cualquier momento, con toda el alma; en cualquier círculo, aliviar el sufrimiento de la humanidad; quien no haga esto no sólo no es cristiano, deja de ser hombre.

Para liberar a los demás, con lo cual estoy cien por ciento de acuerdo, el primer paso es liberarse a sí mismo; cualquier psicólogo sabe, que si él tiene complejos, no está liberado por dentro; puede hacer más mal que bien a sus clientes, porque va a proyectar sus necesidades compulsivas a los demás. Una limpieza total es imposible, pero por lo menos ser consciente, liberarte tú para poder tratar a los demás. Quiero con toda el alma trabajar por los demás, por la felicidad personal, por la liberación social a todo nivel; pues bien, el primer paso es la limpieza de mí mismo, porque de lo contrario voy a proyectar mis necesidades psicológicas y en vez de liberar, voy a hacer daño.

Les voy a contar un caso vivido por toda la universidad de San Javier en la India. Nos lanzamos con la mejor voluntad del mundo a liberar a un pueblo entero de la pobreza en sus aldeas, con toda la potencia y formación ignaciana, los jesuítas que trabajamos allá, con dedicación y entrega, y los que nos ayudan, porque tenemos los mejores profesores y estudiantes. Para empezar decidimos, nada menos, que adoptar toda' una aldea para levantarla, para ayudarla económica, social e ideológicamente. A los dos años nos pidieron que nos fuéramos y los dejáramos en paz; habíamos hecho más daño que bien. ¿Por qué fuimos a la aldea?, ¡por

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ellos, no!, por nosotros, porque queríamos aparecer en los periódicos: la universidad de San Javier ha adoptado una comunidad, en gesto noble y digno. Sin embargo, el pueblo no lo necesitaba, nosotros sí y empezamos a crearles unas necesidades; a armarles líos, a darles menos de lo que querían; a hacerles sufrir mientras antes vivían bien, hasta el punto de que nos pidieron que nos marcháramos. Hoy no se puede ni pronunciar el nombre de aquel pueblo en la universidad. ¿Comprenden lo que quiero decir? Estoy con toda el alma con la idea de ir al pueblo y trabajar, pero ¿a qué hora vamos a liberarnos nosotros mismos?

Viviendo con las personas, he llegado a apreciar mucho más el mandato de Cristo: "lo que lineéis a cualquiera me lo hacéis a mí". Esto no está en el hinduismo ni en el islam ni en el budismo, en ninguna parte diferente a la gran herencia de Cristo. Esto es lo que nos hace cristianos. Pongámoslo en práctica con interés, a cualquier nivel en que nos encontremos

Precisamente lo que más me capacita para hacer bien a los demás es, paradójicamente, aunque parezca egoísta, hacerme bien a mí mismo; es decir, podré liberar a los demás en la medida en que me libere a mí mismo; si quiero llevar el mensaje de Cristo, primero debo poseerlo yo; quiero todas estas emociones negativas, blanco, negro, amor, odio, voy a trabajarlo, no por egoísmo ni por llegar a un grado más alto en el cielo, sino porque lo que yo haga se refleja después en todos, en mi círculo. Cualquiera que tenga su familia, sus hijos, sus contactos, si mejora en ese nivel, mejora el entorno en el que vive.

4. Yo, tú, nosotros, ellos. 49

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Sé tu mismo y deja que los demás sean

Un día me comentaba un lector de mis libros que, respecto a las expectativas, le llamó la atención, en la obra "Se hace camino al andar", la frase que dice "somos personas de segunda ". Este aspecto, visto así realmente preocupa porque significa que estamos programados para hacer lo que nos inspiraron nuestros padres, toda su cultura u otras personas. Realmente quedaríamos sin piso, vacíos, si estamos haciendo solamente lo que nos han programado, entonces ¿dónde estamos nosotros?

Se ha citado una frase de esas que realmente hacen tomar conciencia y cambiar de rumbo. La frase es de Krishnamurti, el gran pensador Indio, autor de mucha profundidad, libertad, limpieza de vida y desprendimiento que murió hace poco, a los noventa y dos años. El podía haber sido el mesías acla­mado y renunció a todo, una maravilla de hombre y de perso­na. Recuerdo que leyendo un día su libro, a poco de llegar a la India, no me causó ninguna impresión y lo dejé. Al cabo de diez años, tomé el mismo, empecé a leerlo y me detuve en esta frase de Krishnamurti: "somos gente de segunda mano"; me llegó tan dentro que cerré el libro y empecé a pensar.

Me creía, no un genio, pero sí una persona independiente, imaginativa, original, yo soy yo y este señor me dice: "segun­da mano". El carro usado, muy bonito por fuera, pero si se enciende es segunda mano. Me parece que soy otro si llevo una prenda de otro. Una acusación tan enorme y al mismo tiempo tan real. De ahí vienen, en parte, las expectativas; lo que decíamos de los papas y cómo condicionan a sus hijos. Todo esto viene de lo que está aprendiendo, sin saberlo y el día en que despierta dice: "yo me creía original; creía que sabía, podía, quería algo y me encuentro con que todo lo mío es heredado, adquirido, "de segunda mano"; es un golpe de esos que hacen despertar. Creemos que somos auténticos y no hay tal, somos sólo un eco de lo aprendido.

Un político en la India afirmaba en su discurso: "yo estoy

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convencido de que...; mi opinión personal es que...; yo siempre he pensado que...". A los pocos meses cambió de partido; él estaba repitiendo el manifiesto del partido, eso es lo que hacemos muchas veces. Es el "segunda mano", del cual no puedes prescindir. Soy yo realmente o soy yo el producto de una serie de circunstancias. Mark Twain dice: "el hombre es un manojo de prejuicios": lo que nos han dicho, lo que nos han enseñado; lo que se usa; esto está bien, esto está mal. Los norteamericanos tienen una frase muy divertida, llaman a los turistas "cuellos de goma". Ellos suben en un autobús a todos los turistas. Adelante una azafata con el micrófono les dice: "si miran a la derecha, verán... y todos miran; si tienen la bondad de girar hacia la izquierda verán el monumento ....". Así van en el autobús mirando para un lado y para otro. Esto nos pasa a todos; nos dijeron cuando pequeños, esto se hace... esto no se hace... y si lo haces te sentirás culpable.

Fuerte, pero cierto. Somos de segunda mano. Todo adqui­rido, todo heredado; nada es nuestro, en estricto sentido y eso naturalmente, desfasa. No puedo gobernarme a mí mismo sino estoy en mis propias manos. Existe la influencia enorme de los condicionamientos en nuestra vida. Cuando nos dicen: "este establecimiento, tiene aire acondicionado, pienso: "ahora toda la vida tiene aire acondicionado". Respiramos lo que nos dan, la mezcla, lo que se lleva, las modas, lo que hay que hacer, lo que debe evitarse. De eso vivimos pero sino lo percibimos, no podemos reaccionar ante ello. La fuerza que esto tiene es extraordinaria. Las cosas que damos como ente­ramente naturales son adquiridas; lo que creemos instintivo es algo aprendido.

Respecto a esto una señora me dijo lo siguiente: "a mí me toca trabajar con público y como usted dice, pienso que la persona tiene que ser natural, espontánea en lo que siente, al hablar, al caminar, al actuar. Soy estilista de cabello, y critico mucho a las mamas cuando van a mi negocio, porque llevan sus niños de la mano y comienzan: "mira, córtale así y el ni-

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ño llora o la niña dice: "no mamá, yo lo quiero largo. Entonces le digo: "mire señora, por qué no deja que su hijo decida. "No, porque eso me da mucho trabajo, tengo que levantarme muy temprano para peinarla". Sufro muchísimo porque he aprendido a catalogar al ser humano y a saber como piensan los jóvenes. Ellos dicen: "cuando me voy a cortar el cabello, que no venga mi mamá, dile que se quede. Yo trato de decirle esto y me contesta: "no te metas en eso porque yo estoy criando un hombre, o una mujer de verdad".

Me hace mucha gracia porque a mí me ocurre lo mismo. No soy peluquero, aunque me gustaría, pero me pasa exactamente lo mismo. Viene la mamá con el niño y me dice: "padre, a mí no me hace caso, déle consejos. Peor, una vez vino el marido, colega en el departamento de matemáticas, trayendo de la mano a su mujer y me dijo: "dígale a mi mujer que tiene que obedecerme a mí, que tiene que portarse bien".

Curioso, me pasa exactamente lo mismo que a la peluquera. Me resulta más fácil porque, no vivo de eso, por así decirlo, pero cuando vienen los papas con su hijo ya mayor, universitario, matrimonio, estudios, comportamiento en casa, me dicen: "aquí le traigo a mi hijo, para que usted le explique; además le he dado sus libros para que los lea". Digo: "qué horror, lo que me va a odiar el muchacho". Yo los escucho con mucho cariño, me parece muy bien, haré todo lo que pueda; ahora ustedes dos se van a su casa", los despido muy bien, y digo al muchacho: "si quieres, puedes venir a cualquier hora y hablamos, ¿entendido?".

Nunca admito a nadie a quien traigan obligado. Que venga por su propia voluntad. Si no viene, que no venga; hay que aceptar la realidad; no tenemos obligación de salvarle la vida a todo el mundQ. Comprendo la situación de la señora estilista de cabello, es más delicada, porque la que paga es la mamá. Ese es el problema, y me encanta que la señora lo vea.

El negocio profesionalmente hay que llevarlo como sea; lo ideal sería que el adolescente pudiera llevar el cabello

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como quisiera y que sus papas entendieran sus razones. Primera: por pertenecer a su grupo, el pelo, el vestido, la manera de hablar, beber, fumar; lo que yo llamo el pasaporte, la tarjeta de identidad; el niño necesita aceptación, grupo, identificación, soporte, ayuda y paga el pasaporte. El autor húngaro George Mikes, dice, con mucha gracia, refiriéndose a la secta "los ángeles del infierno", "hell's angels", que viven en plan punky, y a quienes describe muy bien, con la mitad de la cabeza afeitada y pintada de verde y la otra mitad como una cresta de gallo: "al muchacho no le gusta llevar ese peinado, lo aborrece, pero lo lleva para identificarse con su grupo, en el cual, cada uno de ellos, aborrece el peinado, pero todos juntos tienen que llevarlo porque es el símbolo".

La moda ayuda a los jóvenes, no porque les guste, sino porque los identifica con el grupo. En otra parte he contado el chiste de dos muchachas que están frente a un escaparate donde se exhiben las modas de la próxima temporada y una de ellas le dice a la otra: "fíjate, que cosas tan horribles vamos a tener que ponernos la próxima temporada". Entran y lo compran, no porque les guste, sino porque es la moda. Esta es la primera razón para el corte de cabello y para cualquier cosa.

La segunda razón es demostrar que son distintos a sus pa­dres, fastidiarlos; si tu eres tú, pues yo soy independiente. A ti no te gusta, pues a mí sí. No critico esto. Me gusta tratar de entender, de modo que sé perfectamente lo que le pasa a esos muchachos. En concreto, ¿qué es lo que hay que hacer? Bue­no, se hace lo que se puede, naturalmente, según cada caso, no se puede generalizar. Es duro educar al papá y a la mamá porque pasa lo siguiente: si el problema se agudiza, los muchachos van a separarse cada vez más de los padres y esto va a ser peor que el estilo de cabello, por muy desagradable que sea.

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Autocomunicación adecuada igual comunicación con los demás

Una joven me decía: "Yo tengo una inquietud, pienso que el estilo de comunicación que uno entable con los demás depende del estilo de comunicación que tenga uno consigo mismo:tratar de entenderse, de aceptarse, de quererse, porque si uno no logra esto con uno mismo es difícil lograrlo con los demás, pero encontrar ese hilo conductor que lo lleve a uno a esa búsqueda de uno mismo y a esa aceptación, para mí ha sido muy difícil.

Comienzo con este conflicto, este no soy yo; este juego de luces y sombras, de marea alta y baja; de positivo negativo, lo he empezado con las relaciones humanas, que en cierto sentido son lo más fácil. Va a llegar un momento en que el te quiero, le odio, el modelo de comunicación con los demás, es el que llevo conmigo mismo y si resulta que a los demás les digo, "te amo", "te odio", es porque yo también me quiero y me odio. Como es más difícil decirlo lo he dejado para más adelante.

La paz, la comunicación, la alegría, la fe, las comunicacio­nes humanas, la sociedad, la paz interior derramada sobre la tierra; ser el centro de donde se va extendiendo después. A veces, en nuestro apuro, comenzamos por fuera y entonces perdemos la ocasión de hacerlo nosotros mismos; vivimos para servir a los demás; eso queremos con todo el alma, como personas, como cristianos; dice Jesús "todo lo que hagáis por el menor de estos, lo hacéis por mí"(Mt 25, 40). No hay egoísmo; el mejor servicio que puedo hacer a los demás es mejorarme a mí mismo, de verdad; yo soy una persona mejor, padre, madre,,hijo de familia, religioso, escritor, orador. Todo lo que indique progreso se multiplica cuando trabajo. Me estoy trabajando a mí mismo intensamente para corregir una serie de aristas que he visto en mi vida y no por conseguir una mayor personalidad ni un grado más alto en el cielo.

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Espero que ayude, pero fundamentalmente lo hago porque veo que todo lo que tiene lugar en mí, después se va a multiplicar en la medida en que lo comunique a los demás. Siembra tu paz interior y derrámala sobre la tierra.

El cómo y el qué hacer

He recibido varias preguntas con mucho interés y cariño y he notado algo en ellas que es muy interesante, muy positivo y al mismo tiempo de cuidado, como me va enseñando la experiencia. Todas las preguntas sugieren el "cómo", "cómo hacer esto", "qué indicaciones podría dar para llevar a cabo el proceso, para comenzar". Esas preguntas por un lado me encantan y por otro lado me encienden la luz roja. Me encantan porque parecen decirme: "hombre, te entendemos, tienes toda la razón, ahora dinos cómo hacerlo". Por otra parte es peligrosísimo, es querer la formulita, la receta y el camino fácil, el "haz esto y te salvarás". Eso sólo lo puede decir Jesús en el Evangelio; no hay nadie más que lo pueda decir. Estas recetas llenan libros completos; hay muchas que te dan una serie de normas técnicas. No diré que están mal, todo ello pueden servir, pero en general son un engaño, porque no hay atajo, no hay camino fácil, no hay fórmula, no hay receta, no hay forma de hacerlo en seguida. De modo que no se atrepellen; el interés en saber "cómo" y mi respuesta al "cómo", es esperen; el "cómo" es lento; es momento a mo­mento, es ir despacio; es el mejoramiento de la persona, es crecer, liberarse, es el que luego te va a dar la respuesta, no la manera fácil ni inmediata.

Encontré mi respuesta favorita en algún sitio; es la de una persona que tiene impaciencia por conseguir la iluminación y quiere, con toda el alma, ver a un gurú, maestro famoso, que cree, le dará la fórmula, le llevará la iluminación y por fin, con gran trabajo descubre el sitio. Llega el pobre jadeante, llama a la puerta, se postra a los pies del maestro y le dice: "señor ¿qué he de hacer para conseguir la iluminación?", y el maestro le contesta: "he de decirte tres cosas. Primera: estás

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tan excitado en este momento, que no podrías entender nada de lo que yo pudiera explicar. Segunda: me estás pisando el dedo gordo del pie. Tercera: te has equivocado de puerta, el maestro que buscas vive en la casa de al lado. Esa es la respuesta. "Cómo", en seguida, inmediatamente, dígame, consígame, calma muchacho, todo marchará; la respuesta no es el dar la fórmula, sino al contrario, crear el ambiente, cambiar la actitud, mejorar el clima, iniciar el proceso, eso es lo importante y lo difícil; lo demás es fácil; haz tal cosa y que suceda lo que sea; pero sí, tratar de mejorar esta postura, seguir siempre con la actitud alerta por dentro; por eso valúo muchísimo el cómo, porque quiere decir que esta persona ha despertado, que quiere, que tiene interés. El joven del Evangelio dice qué he de hacer para conseguir la vida eterna. Ese interés es el comienzo de todo.

Preguntas y respuestas

Hay una anécdota que debe estar en algunos de mis libros. Se refiere al cómo, al qué hacer. Acerca de esta diferencia me interesa subrayar e insistir en la preparación; en el camino, en el interés sostenido, pero evitando la fórmula de pregunta-respuesta. Es una anécdota de la vida de Buda que enlazo con la escena del joven rico del Evangelio porque es parecida: Maulingapulra, no digo lo que significa porque hay ciertas palabras que suenan muy bien en sánscrito pero muy mal en castellano y esta es una de ellas, dijo a Buda: "¿señor qué he de hacer para conseguir la vida eterna?", y añadió, "lo que yo deseo es hacer una serie de preguntas concretas a usted maestro, para que me dé la respuesta y yo proceda en conse­cuencia".

Quería hacerle unas preguntas a Buda, abierto y miseri­cordioso con todas las criaturas. Una de estas leyendas tan bellas y dicientes cuentan que cuando murió, llegó a la libera­ción, por decirlo en nuestra terminología, a los cielos, se negó a entrar y dijo: "no entraré hasta que todos los seres vivientes

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hayan conseguido la iluminación", y sigue por el mundo, trabajando por la liberación de todos. De modo que él se abrió ante el muchacho y le dijo: "con mucho gusto, las preguntas que tengas que hacer te las responderé, pero ocurre que si me las haces y te las contesto ahora, no va a dar lugar a una comprensión seria; te propongo lo siguiente: si realmente tienes interés acompáñame una temporada, uno o dos años. No es necesario que seas mi discípulo, pero sí que vivas en mi entorno: veras lo que hago, oirás lo que digo; se creará el ambiente propicio y exactamente dentro de dos años, tú me haces todas las preguntas que desees y te las contestaré con muchísimo gusto. ¿De acuerdo?". El mucha­cho tenía tanto interés que pensó, dos años no son nada, además voy a ambientarme, a seguir a Buda y al cabo de dos años haré las preguntas, y dijo: "sí con mucho gusto lo haré". Entonces se oyó una carcajada de alguien que estaba detrás; se volvió entonces este supuesto discípulo y vio que el primer discípulo de Buda se estaba riendo y le preguntó:

— ¿Te estás riendo de mí? — "Sí", — "¿Por qué?"

Y él le dijo,

— "Me río porque si quieres preguntarle algo a Buda, hazlo ahora, después será demasiado tarde"

— "Qué quieres decir", dijo con asombro.

— "Te digo lo que sé por experiencia, me sucedió a mí. Yo vine también con el interés que tú has venido, le hice la misma pregunta a Buda; quena que respondiera y me dijo lo mismo que te ha dicho a ti, que después de dos años en su compañía, le hiciera las preguntas. Le dije lo mismo que tú le has dicho, que sí. Pasaron los dos años y al cabo de ese tiempo, no tenía nada que preguntar. Por eso te digo que se lo preguntes ahora, porque después ya no habrá preguntas".

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Me encanta esta anécdota por lo profunda y real. Buda no es una máquina donde colocas unos pesos y te sale tu horós­copo, es una persona viva y por eso te dice "vive en esta com­pañía, en este ambiente"; no te dará la respuesta barata a la pregunta, que no serviría para nada, pero te hace crecer de tal manera que la pregunta se contesta en la práctica.

Me gusta decir esta frase. Afloró a mis labios un día y me encontré feliz porque representa una actitud, "la búsqueda acaba no en el momento en que encuentro la respuesta a mi pregunta sino en el momento en que mi pregunta desaparece por sí misma". La pregunta-respuesta no es la manera de llevar a cabo en la vida el crecimiento personal; la pregunta es importante, para que desaparezca, para que llegue un día en que diga "oh!, sí, aquello es verdad, he cambiado, estoy en otro nivel y la pregunta deja de ser pregunta". Si les parece demasiado serio les cuento un chiste de Mul-Lá Naserudín, la gente se ríe pero la idea es la misma. Alguien preguntó a Mul-Lá Naserudín: "maestro ¿es verdad que cada vez que le hacen una pregunta usted contesta con otra pregunta?". El se quedó pensativo un rato y le dijo: "¿es eso lo que yo hago?". El mensaje del chiste es que las preguntas no sirven para nada; con una pregunta respondes otra. Una pregunta trae diez preguntas. Y ese proceso no acaba nunca.

El proceso de crear el ambiente, mejorar el clima, abrir el alma, iniciar el crecimiento, es lo que nos permite, poco a poco, hacernos conscientes. En mi segunda visita a Colombia, una persona que me conocía, desde la primera vez que vine, me dijo algo que me produjo una gran alegría, humildemente, lo sentí de veras porque estoy trabajando por mí mismo: "Carlos has cambiado". Menos mal, en dos años había notado el cambio. Fue lo mejor que podía haberme dicho, porque aclaré una cantidad de cosas dentro de mí, voy viéndolas, tra­bajándolas, siguiendo adelante y cambiando a este ambiente de crecimiento personal, que se encargará de que, poco a po­co, nazcan en el jardín de nuestra alma estas flores, que no florecen de un momento a otro, sino al ritmo de las estaciones.

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Nosotros mismos negamos lo que sentimos

Al hilvanar esta idea con el hilo principal del tema de las relaciones humanas, te quiero - le odio; el oro y la basura que llevamos dentro del alma, quiero dar un ejemplo de como esto no se da solamente en niños pequeños. Lo que sucede es que a medida que crece el niño que quería matar a sus papas o la niña que llamaba a su mamá tonta, va adquiriendo la educación que impide decir a todo mundo lo que pensamos en un momento dado. Nos obliga a guardar muchas cosas dentro y entonces aprendemos a censurarnos nosotros mismos. Primer paso, sentimos y no decimos. Censura externa: me han enseñado que si lo digo voy a crear un problema y mejor callo. Segundo paso, mucho más peligroso, la censura interior; ya no nos permitimos ni sentirlo nosotros mismos: es un sentimiento negativo. Nosotros mismos negamos lo que sentimos.

Un ejemplo de cómo vamos perdiendo la inocencia y adquiriendo buenos modales, como la educación y la buena crianza, que son muy importantes. Acostumbro decir "me pueden decir lo que quieran, pero de buena manera". Es parte de la elegancia humana, que para mí es divina, tratar a cada persona con respeto, no insultar, no destaparse. Ser auténtico, no implica decir lo que se me da la gana: parte de la autenti­cidad es tener en cuenta el entorno y el respeto a las demás personas. De modo, que es importante la educación y el respeto y más todavía, ver el peligro de "barrer hacia debajo de la alfombra": esconder en el subconsciente los senti­mientos negativos que nos van a causar mucho más daño, acallándolos.

Una vez vino a verme una muchacha que cursaba el doctorado en 1a universidad; era mayor, había terminado todos sus estudios y estaba realizando su tesis, de modo que era una persona seria. Comenzó a hablarme de situaciones de su vida y al cabo de un rato expresó algo que le dolía mucho; estaba enamorada, quería casarse con un muchacho, que la

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amaba; sin embargo, en la India los matrimonios, en general, los hacen los padres. Aunque ahora hay más apertura a nivel de la universidad y demás, la mayoría de las familias todavía insisten y aquellos padres dieron un no, de modo que ella no podía casarse con este muchacho, entonces me decía lo siguiente: "quiero mucho a ese joven y deseo casarme con él, pero mis papas no aceptan. Para mí lo primero en el mundo son mi papá y mi mamá; no puedo ni imaginarme darles un dolor tan grande. Aunque me supone un sacrificio, primero están ellos; no quiero hacerles daño y he aceptado lo que me han dicho.

Así hablaba esta muchacha y si yo hubiera escuchado nada más que con mis orejas, hubiera creído que era una persona formada de un modo, cuyo primer valor son sus padres y ha sacrificado su pleno derecho, pero, mientras hablaba, yo que soy también un diablillo, a veces aprendo un poco de psicología: el lenguaje traiciona, lo usamos para ocultar lo que pensamos. Mientras, hablaba esta muchacha, yo utilizaba no sólo mis oídos, sino mis ojos. Comencé a fijarme en sus manos. En la India, con mucha frecuencia, las mujeres llevan en la mano o atado al bolso, un pañuelito bordado. Ella tenía aquel pañuelo en la mano mientras hablaba y lo que hacía con él, era retorcerles el cuello a sus padres, así como estrujaba el pañuelo entre sus manos.

Queda planteada la dicotomía. Ella diciendo una cosa y sus manos mostrando lo que sentía realmente. Su lenguaje estaba censurado pero sus manos habían escapado de la cen­sura; estaban dando el verdadero mensaje en forma dramática. Al cabo de un tiempo no pude más que decirle: ¿"has notado querida, que tus manos le están haciendo al pañuelo lo que querrías hacer con tus papas?". Ella cayó en la cuenta, miró su pañuelo completamente estrujado y echó a llorar.

Aquello me hizo entender que esta muchacha de tan buena familia, tan bien educada, que jamás podía pensar algo contra sus papas, no sabía lo que realmente pensaba: así funciona la censura. No era enfado lo que sentía ni su intención era ocul-

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tarlo, porque ni siquiera sabía que estaba enojada. Su senti­miento había llegado a su subconsciente, que es donde más daño hace. El peligro de esta relación te amo-te odio es que en la parte del odio se van creando unos bajos fondos, que después hacen un daño enorme en nuestra vida; estoy es ley de vida, todo el veneno que acumulamos sale, sino sale rápido, saldrá más tarde y tristemente; sino sale por donde debe ser, sale por otro lado. Cuántas veces otras personas pagan inocentemente nuestro enfado. Te va mal en la oficina y luego te enfadas con tu mujer, es el ejemplo más común. Recuerdo que siendo muy pequeñito, vi una de estas imágenes; era unos dibujos en que aparecía un ejército: el general con todas sus estrellas en las hombreras, le pegaba un grito al coronel; en el segundo cuadro, el coronel gritaba al teniente coronel; en el siguiente el teniente coronel al capitán; el capitán al sargento, el sargento al cabo, el cabo al soldado y éste volviendo a casa gritaba a su perro. Cada uno se desfogaba con el otro, que no tenía ninguna culpa, pero no se atrevía a decirle nada al de arriba.

Esta acumulación de cargas negativas nos hace un daño enorme. Un libro del escritor uruguayo Eduardo Galeano, que me llamó la atención y me permitió ir descubriendo la literatura latinoamericana que yo no conocía y por tanto no sa­bía que fuese tan rica, tiene una serie de incidentes; está com­puesto nada más de anécdotas, con nombres y apellidos, reales todas ellas y ni las comenta. Algunas son tan bellas y con­vienen exactamente a lo que quiero decir sobre el peligro de acumular lo negativo y el mal permanente de vivir con este veneno dentro. Habla de una persona mayor, lo titula: "La a-buela de Berta Jansen", de pronto alguna persona más o me­nos conocida en el Uruguay o quien fuera, murió maldiciendo.

Ella había vivido toda su vida en punta de pie, como pidiendo perdén por existir, consagrada al servicio de su marido y de su prole de cinco hijos. Esposa "ejemplar, madre abnegada, silencioso ejemplo de virtud, jamás una queja había salido de sus labios y mucho menos una palabrota". El no habla cínicamente, sólo describe con cierta crudeza la

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realidad de esta abuela que llevaba una vida tan tranquila y abnegada, pero que "cuando la enfermedad la derribó, llamó a su marido, lo sentó en la cama y empezó, a insultarlo. Nadie sospechaba que ella conocía aquel vocabulario de marinero borracho, la agonía fue larga. Durante más de un mes la abuela vomitó un incesante chorro de insultos y blasfemias de los bajos fondos; hasta la voz le había cambiado. Ella que nunca había fumado ni bebido nada que no fuera agua o leche, maldecía con voz ronca y así murió. Y hubo un alivio general en la familia y en el vecindario".

Quizá no me hubiera impresionado tanto, si no lo hubiera visto en la realidad. Y voy a contarla con la misma inocencia y claridad, sin rencor ninguno, sólo con el deseo de llamar y ver las cosas como son, precisamente para evitarlas en nosotros mismos. Una vez leí este cuento a una audiencia, y una perso­na se enojó tanto conmigo, que me dijo: "¿porqué lees una cosa tan desagradable?" ; le contesté: "porque no quiero que me pase a mí"; porque quiero despertar pronto y barrer los bajos fondos. Lo comenté con unos hermanos míos jesuítas en Madrid y me dijeron: "la madre de los padres Ayala", cuatro hermanos jesuítas, fue una mujer ejemplar, querida, pero le pasó lo mismo. Al final se destapó y hablaba exactamente como se describe en ese libro. Lo vi y me impresionó más todavía.

Un sacerdote ejemplar, modelo de virtud toda su vida, cometió una pequeña equivocación, murió con dos años de retraso. En estos dos últimos años, no se volvió loco, pero perdió algo de este control heroico, maravilloso, ejemplar, que había tenido toda su vida. Cada palabra, cada movimiento suyo, no tenía un momento de descuido. Pero se le cansó el organismo; sencillamente llegó un momento en que daba pena verlo.

Un día estaba él en la casa donde se alojan los padres ancianos; allí son tratados con todo respeto y cariño. El había sido mi rector en teología y fue uno de los mejores que he tenido, una maravilla y nobleza de hombre, en sus años no tan ancianos. Un día pasaba yo, por su casa y lo vi de pie,

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agarrándose a la puerta de su cuarto; traté de evitarlo porque sabía el peligro; el me llamó, me acerqué con respeto profun­do, sentía verdadera veneración por aquella persona; me agarró, aferrado a la puerta para no caerse y vociferó: "ya sé, ustedes quieren que me muera, para librarse de mí; pues no me moriré, voy a seguir fastidiándolos". Aquel hombre de Dios, dijo unas cosas terribles, sacando esos bajos fondos y yo, sin poderme escapar.

El no tenía el beneficio de la psicología que nosotros conocemos un poco; aprendió que si aígo le molestaba, en seguida lo ofrecía a Dios, se sacrificaba; él sonreía con todo el mundo. Pero la tensión aumentaba y cuando salió fue penoso; todos sufrimos con él aquellos dos últimos años. Esto nos puede pasar a todos. Es mejor limpiar, sacar y aprender de estos ejemplos tan delicados.

En una novela de Ágata Chnstie, vemos otro ejemplo más ligero. En inglés tiene el nombre The Underdog: " El opri­mido", es la típica novela de Ágata Chnstie. El protagonista es un empresario, tiene su familia, su secretario; a su alrededor hay unas ocho o diez personas y un día aparece asesinado. En las novelas, las diez personas pueden haber sido los asesinos; cada uno tiene un motivo y una ocasión y al final el que menos se esperaba, resulta ser el asesino. Iban pasando todos, la mujer por la herencia, la hija, en fin, todos los sospechosos. Había una persona ejemplar en la novela que era precisamente el secretario fiel, de toda la vida, que había llevado impecablemente todos sus asuntos; que le había obedecido en todo lo habido y por haber: él lo había matado. Le preguntan: "pero ¿por qué lo ha matado?" Precisamente, porque se hartó de ser siempre tan amable, de decir siempre sí; hallarle la razón; siempre tan puntual. Ese fue el motivo para el crimen. Es una novela pero es el mismo caso; un señor que se ha cargado de esto y ya no hay quien lo aguante. Demasiado cruel, pero real.

Alguien me interpeló: padre, hablando de este tema me viene a la mente que cuando vemos una persona enfurecida,

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desahogándose, nuestra cultura nos ha acostumbrado a censurarlo, a decirle contrólese o explote en otro lado. Lo im­portante de esto es ver cómo vamos cambiando esas progra­maciones en el sentido de que en lugar de reprimirme o reprimir a las personas que están cerca, debemos permitir su desahogo, ya que ésta es la mejor oportunidad para superarse; para que salga lo que le molesta. Entonces comenzamos nosotros a mejorar notablemente".

Es importante lo que piensas, le dije. Así como hablo de mí mismo hay personas cerca de mí, que llegan a ese momento y es necesario entender lo que ellas necesitan, incluso faci­litárselo, antes de que sea demasiado tarde. No cabe duda de que la labor de cualquier educador, sacerdote, pariente, es detectar y ayudar a limpiar bajos fondos.

No significa que se le puede decir todo lo que queramos a cualquier persona; no quiere decir que para desahogarme voy a faltarle al respeto a la otra persona en el momento menos oportuno. Lo que quiero para mí, lo quiero para los demás. Y si puedo ser el recipiente de una persona, a quien pueda aliviar a su tiempo, bendito sea.

Una señora me contaba que en su negocio tenía que guar­dar etiqueta: sonriente por fuera y por dentro desesperada. "Un día de esos que decimos nosotros negro, terrible, porque las señoras querían ser más jóvenes de lo que eran y las muchachas más viejas; en total todo era una completa confu­sión. Me llamaban los veinticinco empleados que tenía. Yo decía, Dios mío, ¿qué voy hacer?, pero seguía sonriente. Estaba al borde de un ataque de nervios. Un día de estos, yendo a medio kilómetro de la peluquería, saqué la cabeza en plena curva y grité "aaay", de una manera horrible. Mi niña me dijo: "¿mami qué tienes?" Y yo seguí gritando como una loca. Entonces mi niña me dice "mi mamá se volvió loca"; me llevaron a la clínica y seguía gritando. Cuando llegué a la clínica, una amiga mía que estaba allí de turno me dice:

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— "¿Qué te pasó?" — "Nada, ya estoy chévere, ya me desahogué de todo lo que

tenía".

Pienso que estuvo bien. Es bueno explotar; no lo pude hacer en público porque era imposible, pero lo hice a espaldas; me tomaron por loca, pero yo estoy bien".

No quiero decir que empecemos a gritar todos a la vez, intensificados por dentro, sería inaudible. Leí en Selecciones del Readers Diggest, donde cuentan escenas auténticas de la vida, una parecida a la historia anterior. Una señora cuenta algo que le sucedió. Estaba encargada de las quejas en una tienda importante, atendiéndolos a todos, profesionalmente con la sonrisa a flor de labios. Llegó un señor por su esposa y la esperó durante unas horas sentado en un rincón de la sala, observando a esta señora, y la gente que venía con las quejas y todo aquello. Ella contestaba muy amablemente a las personas indignadas, las calmaba. Por fin, llegó la hora de cerrar y bajó la esposa del señor que esperaba. Antes de marcharse se le acercó a esta señora y le dijo a boca de jarro, con una sonrisa: "señora, compadezco a su marido", y ella dijo: "¿cómo, tan mal me he portado?" y él le dijo: no, se ha portado usted tan bien, que en cuanto llegue a casa lo va a pagar el otro". Ella misma lo contaba con mucha gracia.

¿Qué es la verdadera soledad?

Las relaciones humanas nos van formando, porque nos descubren a nosotros mismos desde dentro, profundamente. Si hay alguna maldición en la vida es la soledad afectiva, la soledad del témpano que cree que se basta a sí mismo. La soledad, por desgracia existe. Los dos premios Nobel de Literatura Universal, Octavio Paz y Gabriel García Márquez, latinoamericanos, han realizado su obra clave sobre la soledad:"El laberinto de la soledad" de Octavio Paz y "Cien años de soledad" de Gabriel García Márquez. Quizá no es

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casualidad que dos escritores tan profundos, tan reales, con los pies en la tierra, tomen, en nuestros tiempos, como punto central esta situación del alma humana: la soledad.

Aunque se esté rodeado de gente, existe la soledad afectiva en la que guardo mi distancia para que nadie se me acerque; no necesito de nadie. Nos educaron muy mal, porque todo lo que fuera amistad era de por sí sospechoso; debíamos tener un círculo exacto, concéntrico: todos a la misma distancia. Eramos ciento ocho novicios y el padre maestro nos decía que cada uno de nosotros tenía que amar a los ciento siete restantes igualmente. ¿Ustedes han tratado de amar a ciento siete personas por igual? Lo intentábamos, pero sólo había uno que lo conseguía, era uno a quien no quería a nadie, el cero es igual para todos. Le pregunté acerca de esto a mi compañero y me dijo: "he vivido cuarenta años sin ningún amigo y puedo pasar otros cuarenta asf'.

El escritor Eduardo Galeano, cuenta un caso ocurrido en aquellos tiempos en que se vivieron desgraciados regímenes políticos tan penosos, que parece mentira que sucedan en nuestro tiempo; había presos políticos encarcelados en celdas similares a un panal, en donde tenían que permanecer hori-zontalmente y sin poder moverse, menos ponerse de pie o tener comunicación con nadie; lo hacían para volverlos locos. Cuenta que Fernando Huidobro y Mauricio Rosenkov, estu­vieron diez años en una cárcel de ataúdes, como las llama él y a pesar de todo el sufrimiento de diez años, salieron sanos y salvos porque consiguieron, lo que hace la necesidad y el ingenio, una comunicación por medio de una especie de morse, con golpecitos en la pared. Desde sus celdas contiguas iban hablando, se comunicaban de alguna manera todos los días, guardaban ese contacto humano de "aquí hay alguien", "somos dos" y al cabo de todo ese tiempo, salieron ilesos. No perdieron la cabeza, consiguieron mantener su salud mental porque se mantuvieron en contacto, la gran realidad.

Aislarnos es lo que nos destroza. Es sencillo, no hay nada que hacer, pero, para sentir un poco lo que es la soledad, hay

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un pequeño episodio de Eduardo Galeano: "El Libro de los abrazos". Cuenta lo siguiente: "Es Nochebuena. Fernando Silva dirige el hospital de niños en Managua", No sé quién es Fernando Silva, pero debe ser muy divertido, porque en otro capítulo dice: "¿Qué es la verdad? La verdad es la mentira contada por Fernando Silva". Debe ser una persona muy simpática que tiene una manera de hablar muy especial.

En vísperas de Navidad se quedó trabajando en el hospital hasta muy tarde; ya estaban sonando los cohetes de Navidad; ya empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar, hizo un último recorrido por las salas del hospital; vio que todo quedaba en orden y en eso estaba, cuando sintió que unos pasos lo seguían, eran unos pasos de algodón; se volvió y descubrió que uno de los enfermitos caminaba detrás de él: en la penumbra lo reconoció; era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas, pedían per­miso. Se acercó y el niño lo rozó con la mano y le susurró: "decidle a alguien que yo estoy aquí". Verdad que llega al alma, la soledad de un niñito enfermo en Nochebuena.

La distancia factor importante en las relaciones humanas

Estas imágenes despiertan en nosotros, las realidades de la vida. La comunicación es una de ellas; no es fácil que no caigamos nunca en la tentación de evitarla; sufrir porque la comunicación es roce y cuanto más cercana la amistad, más fuerte el roce. En la distancia todos nos sentimos muy bien, pero en la intimidad se requiere pulir la piedra preciosa que, se supone, es nuestra existencia, con el sufrimiento. Por eso hay gente que, como la tortuga, va recogiendo sus tentáculos y se aisla. No caigamos nunca en la tentación del aislamiento, porque la soledad es peor que la convivencia más difícil.

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Schopenhauer cuenta una parábola que luego Freud hizo célebre: el baile de los puerco espines. Dice que un día hacía frío y los puerco espines se acercaban unos a otros para calentarse mutuamente. Pero al acercarse, se pinchaban, sin quererlo, con sus púas y volvían a alejarse; sentían fno otra vez, y volvían a acercarse; se pinchaban y nuevamente se alejaban; así seguía el baile de los puerco espines. Es una buena imagen de lo que ocurre en la vida, con las amistades. Nos alejamos y nos acercamos, nos enfriamos y nos calen­tamos. El equilibrio en la distancia, es muy importante en las relaciones personales: ni tan lejos que me enfríe, ni tan cerca que me pinche. En el torero también es fundamental el sentido de la distancia. Si se coloca demasiado lejos, no embiste el toro, y si se pone demasiado cerca, lo puede coger.

Cada toro tiene su distancia, y el secreto de la buena distancia es saberla y observarla. Lo más interesante todavía es que la distancia va cambiando durante la lidia con el mismo toro; el buen torero lo sabe y se va adaptando; en eso radica su éxito. El sentido de las distancias es muy importante para la vida. Saber cuándo acercarse en la intimidad, y cuándo aprovechar la cercanía. Muchas amistades pueden estropearse por falta de esta sensibilidad, de este saber estar cerca y estar lejos. Podemos ver en nuestras vidas y en las de otras personas que conocemos, cómo este sentido de la distancia ayuda a fomentar toda relación auténtica o puede poner en peligro la amistad, si no tenemos la delicadeza de observarla y practicarla.

Les cuento un caso de cómo puede peligrar una amistad. Una vez en Ahmedabad, me enfermé de una gripe molesta; tuve que guardar cama una semana; no era nada serio pero es cuando uno más desea que sus amigos estén cerca. Mi mejor amigo, aunque vive en otra ciudad, vino a verme; estuve con él un buen rato. Otro amigo muy cercano, mucho más joven que yo, la edad no tiene que ver nada con la amistad, no hay diferencia, a quien le envié un mensaje por escrito, nada más una nota que decía: "estoy enfermo"; casi como a Jesús:

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"aquel a quien amas está enfermo", por si acaso no se había enterado, pero no vino a verme; pensé que no estaba en la ciudad o que sus ocupaciones eran muchas; pasaron dos, tres, cuatro días. Ya estaba mejor, cuando, por fin, el último día, al cabo de ocho días, todavía en mi cuarto, pero levantado y dispuesto a salir, se me presenta el muchacho.

— "¿Dónde estabas?", le dije. — "Aquí al lado" — "¿Te llegó mi mensaje?" — "Sí" — "¿Y no se te ocurrió venir a verme?" — "No." — "¿Para cuándo son los amigos?"

Estaba muy enojado porque me falló y lo sentí con toda el alma. Es curioso lo que me dijo, pero también interesante. El tenía un cuidado enorme de que yo no apareciera como dominante y posesivo. Procuro, pero a veces no lo consigo y él como es menor que yo, le interesa enormemente salva­guardar su libertad ante mí y yo quiero con toda el alma que lo haga. El razonó de esta manera, "Carlos, yo quiero demos­trar mi libertad, no viniendo inmediatamente". Admito, pero se pasó un poco; no vino ese día ni el siguiente y esperó a que yo estuviera mejor para venir. Hablamos muy fuerte, le dije: "Me importa que conserves tu libertad; cuando te enteres que estoy agonizando, espérate hasta el entierro para venir". Hice algo peor, no me arrepiento, aunque confieso, las cosas son como son, no niego que puedo equivocarme. El muchacho había venido con toda ilusión, con dos conos de helado magníficos, uno en cada mano, del sabor que me gusta a mí: "Carlos te he traído este helado". Le dije "no quiero"; el helado se derritió. Le dije: "me encanta el helado, te aprecio mucho, pero ahora no me apetece, estoy tan revuelto por den­tro por lo que tú me has hecho, que no quiero mentir". Segui­mos amigos, eso incluso nos ayudó. Es una muestra de lo

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delicado que es el contacto humano. ¿Cómo puede uno sobrepasarse con el amigo y en seguida comenzar a pensar por qué lo he hecho? No olvidemos el sentido de la distancia, quedémonos con la palabrita y vayamos aplicándola, aún al trato con Dios, que también tiene sus distancias.

Lo que mi padre San Ignacio llama consolación-desolación, no es más que esto: Dios que se acerca, Dios que se aleja, ¿por qué? Porque es una persona libre; porque la amistad con Dios es precisamente una realidad divino-humana; algo vivo: el juego tan bello de acercarse y alejarse; los momentos en que Jesús está presente como mi mejor amigo, podría estrecharle las manos y otros en que pensamos, ¿hay Dios o no? y si lo hay, ¿qué es lo qué hace?; es verdad todo esto, existe y es parte de este "baile del puerco espín"; del saber alejarnos, del saber acercarnos.

Les comento otro episodio. Lo vi gráficamente en una escena que observé muchas veces desde la ventana de mi cuarto en la residencia jesuíta en la que vivo en la India. Durante muchos años, porque ahora están costruyendo allí una casa, tuvimos una laguna que, sobre todo en los meses de los monzones, se llenaba de agua y todos los días, al atardecer, un rebaño de búfalos asiáticos, de agua, bestias pacíficas cuya leche bebemos, pues en la India no se toma leche de vaca sino de búfalo; a estos animales les encanta el barro y vienen a tomar el baño allí y se quedan un buen rato con el lomo al aire más o menos. Hay una simbiosis muy curiosa entre el búfalo y el cuervo negro que tanto abunda en los basureros de la India, limpia las calles, emite un graznido tan particular y tiene el pico muy fuerte. He visto tantas veces al búfalo medio metido en el agua y el cuervo dando saltos en su espalda y limpiándole todos los insectos que tiene en la cabeza, entre el pelo, en los oídos y comiéndoselos. Es una simbiosis perfecta, al búfalo le quitan los bichos y el cuervo se alimenta. Pero, por mucha paciencia que tenga el animal, llega un momento en que se harta de la peluquería y se deshace del huésped no deseado de un modo muy sencillo: como no es un animal

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violento que se sacuda o trote o agite la cola, filosóficamente comienza a adentrarse con lentitud en el agua y ésta va subiendo hasta que le cubre la espalda y el cuervo no tiene más remedio que levantar el vuelo y marcharse; el búfalo saca solamente el hocico para respirar. Yo me lo imagino con una sonrisa, como diciendo: ¡ah! perfecto.

Viéndolo tantas veces, he reflexionado acerca de la lección que me enseñan el búfalo y el cuervo: la distancia, el momento oportuno para estar cerca; luego la lejanía, si queremos realmente crecer en la amistad; es saber cuándo contar un chiste, cuándo ponernos serios; cuándo alargar una conversación y cuándo acortarla; cuándo visitar una persona y cuándo despedirme. Es fundamental cultivar este sentido para el crecimiento humano, porque aprendemos, nos sensi­bilizamos, ganamos con este entrenamiento diario con los amigos, con los que vivimos en comunidad; cada uno tan distinto; cada día tan desigual. A veces es tan duro, cuando vuelve uno de un viaje y nadie pregunta ni siquiera de dónde ha venido; esta indiferencia produce una gran tristeza.

¡Cuál debe ser la actitud para que se conserven las distancias?

Me comentaron una vez algo referente a la situación que se presenta cuando tenemos una persona a nuestro lado, por ejemplo la empleada del servicio, que desempeña bien su tra­bajo pero no sabe guardar las distancias y de pronto quiere dar órdenes e involucrarse más de lo que debe en nuestra vida. ¿Cuál debe ser, entonces, la actitud para que se conserven las distancias?

Yo llevo varios meses, casi años haciendo de ama de casa y conozco muy bien el problema. Cuando mi madre cumplió noventa años llegamos a un acuerdo con mi hermano. El padre provincial me dio permiso para pasar una temporada en España; alterno el cuidado de mi madre con mi hermano de modo que esto me dio la oportunidad divina y bendita de

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hacer algo por mi mamá cuando más lo necesita. Es una satisfacción enorme compensar un poco lo que ella hizo por nosotros: toda una historia de mucho dolor y amor. Hasta hace poco ella podía encargarse de todo, pero ahora yo tengo que buscar a la empleada del servicio, de modo que tengo experiencia y hablo con conocimiento de causa. He hablado de amistades y de familia pero hay otras personas, con quienes es importante equilibrar las distancias, por ejemplo, aquellas que nos sirven en alguna forma, porque si hay demasiada distancia, puede ser incluso, hasta injusto, como una especie de amo medieval tratando a un esclavo. Nosotros queremos que sea como de la familia; que se encuentre a gusto, pero a veces se encuentra tan a gusto que es ella quien ordena; en mi casa comemos lo que ella quiera; ella conoce mis gustos gracias a Dios y decide el menú de cada día. Ni puedo ni quiero imponerme. Ella abusa porque uno lo permite; será muy dominadora y todo lo que quiera, pero es uno mismo quien se deja dominar, quien le da permiso para que nos maneje. Cuando decíamos en Sádhana con Tony, esta persona me fastidia, esta persona me domina y no tiene mi aprobación para hacerlo, la responsabilidad es de quien acepta ese yugo. La persona de quien se habla en el ejemplo, sabe que es indis­pensable, porque es muy difícil encontrar servicio y se acostumbra a dominar la situación.

Bien, es difícil encontrar la solución; si se ha subido al trono es mucho más difícil bajarla. Lo de menos es la relación, pero me enseña que no he sabido comunicar esta distancia, esa postura que es tan importante; cada uno en su sitio, hay gente que la transmite maravillosamente. Les pongo un ejemplo muy sencillo. Fui a ver una vez oficialmente al padre Arrupe, santo venerado, general de los jesuítas; yo iba como representante de mi provincia a una congregación general, a una entrevista con él, en la que tenía que dar toda la información oficial y escuchar sus instrucciones. Recuerdo que al entrar le dije al secretario: "cuánto tiempo tengo", me dijo: "no se preocupe, usted caerá en la cuenta", y así fue. Comencé a hablar con él, como sino existiera otra cosa en el

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mundo, con una tranquilidad absoluta, sin mirar el reloj, sin imponer. Daba la impresión y no sólo la impresión sino que era la realidad, de una persona que se entrega totalmente en cada momento. Yo también estaba alerta y los dos coinci­dimos; resultó tan bien, que no tuvo que sacarme. En la con­versación, llega un momento en que, como un adagio de Mo-zart, se nota que está acabando; se ha dicho todo lo que había que decir, va aterrizando suavemente y sin decirnos nada, los dos supimos que la entrevista había acabado. En aquel momento me despedí, contento, satisfecho. El me lo hizo sentir y se despidió de mí, sin despedirme.

El poder de la personalidad, magnífico, no hace falta decirlo, se sabe. Hay gente que tiene esto, que desarrolla este liderazgo, sin ser precisamente, líderes de masas. Saben comunicar la bienvenida y el fin de la entrevista suavemente; qué está bien y qué no lo está. Desde que la persona llega, empieza a trabajar y le hace entender suave pero firmemente: esto sí, esto no; ese es su puesto y este es el mío. Así todo marcha con claridad.

Recuerdo que una persona de mi familia, se lo dije entonces, cometió el error de tratar al chofer con mucho cariño, lo cual era comprensible porque lo trasladaba de un sitio a otro, todo el día. Un día tuvo que despedirlo porque abusaba y era imposible tratarlo, por haber querido que fuera como de la familia. Si, desde el principio, no existe el respeto ni se guarda la distancia, va a ser peor para todos y él es el primero que va a sufrir porque no se encuentra a gusto tampoco, en un nivel al que no pertenece; de modo que saber las distancias, las esferas de influencia, produce satisfacción entre los que vivimos en comunidad, en el trabajo, en la oficina. Es ineludible que cada uno sepa sus límites, no sólo por la distancia entre los escritorios y las paredes de la oficina sino por la personalidad, si bien la cordialidad debe ser la primera, dentro de los límites, ya dichos.

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El otro día recibí un cásete que me enviaban de una de una capital latinoamericana donde había pasado unos días invitado por un grupo de personas, para desarrollar algunas actividades y charlas. Después de mi partida, se reunieron varias de ellas para comentar, con toda libertad, los detalles de mi estancia allí y luego me enviaron el cásete en que habían grabado la conversación. Allí decían algo que me interesó mucho: "teníamos tanta ilusión de charlar contigo, conocíamos tus libros, el interés, la cercanía que nos habías transmitido en tus visitas". Todo esto me encantó. Mucha gente me dice que al leer mis libros se imaginan que están hablando conmigo y es verdad, es algo muy personal que me ocurre, quizás, cuando escribo me imagino que estoy hablan­do y al leerlos se nota eso también.

Alguien me hizo conocer su inquietud: cuando uno com­prende la importancia de manejar la distancia y el mensaje, ¿qué tanto puede afectar esto la espontaneidad, tan importante en la comunicación?

La espontaneidad

Otra palabra valiosa: espontaneidad. Es de las más queri­das de mi vida; la gracia que he venido pidiendo, trabajando; que me ha costado mucho porque mi formación no fue espon­tánea. Aprendí a andar a paso de oca como las juventudes de Hitler; me formé en un colegio alemán desde pequeño; con una severidad absoluta, una enseñanza estricta y después de esa careta que nos habían puesto, aprender a ser espontáneo. Es de los grandes valores de la vida, no cabe duda, aunque para mí todo tiene valor. El contacto personal, quitarnos la careta, poder manifestarnos como somos ante la otra persona. Aquí tiene mucho que ver la espontaneidad, aunque no es fácil, porque hay una sociedad, los puerco espines, las demás personas. Entonces, entiéndanme bien esto: se puede ser espontáneo, libre, sincero, auténtico pero siempre tomando en cuenta a todos los demás. No puedo, por contento que me sienta ponerme a cantar.

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Ortega y Gasset decía: "el yo es siempre el yo más mis circunstancias", que son las demás personas, de modo que esta libertad, no digo que esté limitada por las demás personas, no me gusta decir eso, pero las demás personas son parte de mí cuando estoy planificando mi libertad. Hay que tomarlas en consideración. Un ejemplo muy brusco pero muy real. En Madrid, en verano, hace un calor muy fuerte. La casa de mi mamá está junto al paseo de La Castellana y todos los días mi gran terapia, mi gran oración, es pasear una hora por la mañana y una hora por la tarde. Imposible, por mucho calor que haga y por muy espontáneo que sea, que vaya a pasear desnudo, aunque, la ropa me estorba en ese momento: sería un disparate. Si estuviera solo en una isla desierta, si dependiera únicamente de mí, pues lo haría; pero si me pongo a pasear desnudo por La Castellana va a haber ciertos problemas; probablemente la gente va a pensar que me ha pasado algo; vendrá la policía y me llevará. Por consiguiente, libremente escojo pasear vestido. Entonces me dirán: no eres espontáneo. Sí lo soy, pero tengo en cuenta las circunstancias. Es sencillo, pero hay gente que no lo entiende, sobre todo, los jóvenes. Evidentemente es fundamental. Cuando digo hay que ser libres, espontáneos, auténticos, no significa llegar a casa y hacer lo que me da la gana, porque el padre Carlos lo dijo. Muy bien, si quieren echarme la culpa, no importa pero no estropeen ustedes la espontaneidad del ser, con esas mal entendidas ideas. La sensibilidad, caer en la cuenta, estar en contacto, mirar al rostro, ver a los demás es parte esencial de lo mío y si sencillamente saco mis púas, porque me da la gana, sin fijarme en los demás, entonces, al final, me voy a quedar solo. Nunca pensemos en esta libertad que tenemos en el Señor, como excusa. El ha venido a darnos la libertad, así lo dice San Pablo: "no uses esa libertad como libertinaje para hacer lo que os dé la gana".

El juego de la vida no tiene una fórmula absoluta; no po­demos agarrarnos a un slogan, pregonando libertad, espon­taneidad, autenticidad. Pero tampoco lo otro, decir: yo no puedo, tengo que pensar en lo que dice todo el mundo.

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Veamos un episodio propio. Me encontré con un grupo encantador, bastante grande, que me había invitado: hombres y mujeres. Algunos de ellos creían tener derecho a monopo­lizarme, exponerme todos sus problemas domésticos que no eran pocos y que actuase como arbitro en cada una de aquellas familias, en lo cual hubiera gastado aproximadamente unos dos meses y medio de trabajo, exagerando un poco. Entonces, en defensa propia, me puse la máscara con todo descaro; aunque he dicho que se debe vivir sin máscara, hay momentos en que para salvar la vida hay que ponérsela. Me entregué completamente a todo lo que tenía que hacer con los grupos, con las personas; me pedían cinco minutos y procuraba concederlos siempre que podía; firmaba todos los libros pendientes y no acababa; continuábamos en otro rato libre; me entregaba cien por ciento, con inmenso cariño, pero fisio­lógicamente me era imposible cumplir con todo, entonces me puse la máscara; coloqué la pared en medio y me decidí a hacerlo; cuando realmente quiero helar al interlocutor puedo hacerlo, sé como despedirme, puedo ser incluso, desagradable; a veces, en defensa propia, lo hago. Me comentaron con mucho respeto, que pensaban que yo era más accesible y, en cambio, habían encontrado una pared. Les contesté, diciéndoles que sí había caído en cuenta: la pared la había puesto yo. Con la misma sinceridad, agradezco enormemente a aquel grupo la forma en que me hablaron, en lo único que se equivocaron fue en creer que no sentía la pared, habiendo sido yo quien la puso, porque no podía físicamente hacer todo el trabajo. No me pongo como modelo, pero les explico que tengo que recurrir a esto. Hay momentos en que me encanta la espontaneidad absoluta, darme, abrirme, no mirar el reloj, ir adelante en todo y no tener restricción ninguna, aun con las preguntas indiscretas, sin preocuparme, pero hay otros momentos en que no se puede hacer lo mismo. Precisamente, por deferencia, no vamos a crear problemas a todo el mundo.

Me parece fundamental el concepto de congruencia de Cari Rogers, el psicólogo; es parte de mi vida: primero, caer en la cuenta de los propios sentimientos: ahí fallamos, la

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mayor parte de la gente; quiero estar, no quiero estar; estoy a gusto, no lo estoy; me va bien, no me va bien; saber lo que siento en cada momento, primer paso, transparencia conmigo mismo. Segundo paso: estar dispuesto a manifestárselo a la otra persona o al grupo. Muchas veces estoy disgustado con esta persona, lo sé a ciencia cierta, que ya es mucho, pero no se lo digo, porque pienso que lo puede tomar a mal y yo no quiero que se forme una mala imagen de mí: la autocensura, por eso el segundo paso, es estar dispuesto a manifestárselo a la otra persona. Tercer paso: el que esté dispuesto a mani­festárselo, no quiere decir que tenga que manifestárselo, hay que ser cuidadoso con esto también; saber si es conveniente, esto es vida espiritual para quienes les gusta, para mí es virtud, es sano ejercicio del Evangelio: caer en la cuenta de mis sentimientos primero; segundo estar dispuestos a mani­festarlos, sin censura, sin cortina, sin máscara y tercero, libertad, sin imposición, según lo que convenga. Hagan este ejercicio, verán lo sano que es.

Me preguntan: si conviene ¿a quién, a uno mismo o a la otra persona?

A todo el conjunto, a la otra persona, al grupo que puede ser notable y desde luego a mí, que también soy parte de él; un juicio rápido sobre la marcha. Puedo equivocarme en mi juicio; es el riesgo que tengo que correr, me equivoco esta vez; otra vez me saldrá mejor o peor, ya veremos pero yo soy quien en el momento, juzgo si vale o no. No por miedo a decirlo ni por la censura, sino porque he juzgado que va a ser largamente beneficioso para el grupo, para la otra persona o para mí; y si juzgo que lo quiero decir, lo digo y punto. Es un poco abstracto pero es importante.

Un joven me dijo: parte de la discusión que teníamos en el grupo era, cómo hacer para poder llegar a establecer rela­ciones fluidas las cuales permitan que cuando estemos construyendo estas paredes, sean cálidas y las situaciones apoyen armónicamente el desarrollo de ambas partes. En realidad, no se trata de cómo, sino el gran conflicto, en el cual nos vemos involucrados constantemente, como seres hu-

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manos que somos. Lo que, en ocasiones, considero que es adecuado para mí, otros lo consideran inadecuado para ellos y, de alguna manera, dentro de nosotros debemos hacer algo y quizás buscar ese algo para poder comprender cuándo los otros generan esa actitud y cuando la genero yo y cómo sacarle la mejor parte a cada situación que se presente.

La comunicación alma de las relaciones humanas

En general somos bastante malos comunicadores porque a más familiaridad peor comunicación: pasa constante y tristemente. Este tema es importante. Acabo de citar a Cari Rogers; él tiene un sistema llamado: a y b: que "a" diga lo que tiene que decir y que "b" antes de contestarle repita lo que "a" ha dicho hasta que éste quede satisfecho de qué es lo que ha dicho. Una vez satisfecho "a", "b" puede contestar; "b" contesta y "a" tiene que resumir a satisfacción de "b" lo que éste último ha dicho; sólo entonces hablan. Es el método para acortar una discusión, porque si realmente te detienes a analizar lo que él ha dicho, de ordinario no hay nada que discutir. En el caso contrario, yo me imagino lo que pudo haber dicho, sin entenderlo a cabalidad.

Nosotros no oímos lo que el otro ha dicho, sino lo que creímos que iba a decir; tenemos filtros en las orejas. Me sucedió al subir al autobús, para ir desde Nadiad hasta Ahmedabad, cuestión algo difícil, pues nadie sabe hacia dónde va, hay que estar bien seguros y preguntar muchas veces. Estaba un señor en la ventanilla y a su lado había un puesto vacío. Le pregunté con la mayor claridad que pude, bien pronunciado, si el autobús iba para Ahmedabad. Respon­dió: no, está libre puede sentarse. Al inclinarme, él creyó que le iba a preguntar: ¿está ocupado este asiento? y contestó a una pregunta que imaginó que yo le iba a hacer. Pasa constantemente. Un amigo mío indio, profesor de matemáticas durante muchos años en la universidad de Harvard, en Estados Unidos, estaba muy acostumbrado a que

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le preguntaran su procedencia, debido a su color oscuro. Un día y sin saber de dónde llegó un torrente de agua que anegó los terrenos y la gente sorprendida se preguntaba qué habría sucedido. El estaba de pie frente a aquel espectáculo cuando se acercó otro catedrático de la universidad y le preguntó, ¿de donde vendrá tanta agua? El contestó, de la India. Si nos examinamos bien, vemos que una gran cantidad de veces, la respuesta no tiene nada que ver con la pregunta; sencillamente no comunicamos y al no comunicar ocurren todos esos malen­tendidos: "tú lo dijiste...", pues no, estoy seguro que no lo dije..., pues te juro que lo dijiste.... De esta manera se vuelve un cuento de nunca acabar.

Un ejemplo de cómo a veces somos tan delicados que no comunicamos realmente lo que queremos decir. Pasaba por el sur de España, en un sitio que tiene una serie de vueltas en la carretera; un amigo conducía el automóvil; era una persona encantadora y conversaba animadamente. Al cabo de un rato quedamos en silencio, él seguía manejando y yo contem­plaba el paisaje maravilloso, con unas curvas incluso peligro­sas; un terreno montañoso pero agradable. Entonces me dice: ¿Carlos te provoca un tinto? Le dije: no, no me gusta el café, aunque en algunos países como Colombia lo tomo, porque es muy delicioso. Al cabo de un rato pasamos por otro pueblecito y me dice nuevamente: ¿Carlos te gustaría un café? Le dije: no, te agradezco, de veras que no, prefiero seguir. Finalmente, me dice: mira Carlos llevo tres horas manejando y si no tomo un café me duermo, ahora dime te apetece un café, ¿sí o no? Pues sí. El era quien quería el café y delicadamente me lo ofrecía y yo en mi estupidez, me negaba; yo que hablo de sensibilidad, de cercanía, estaba sordo, ciego, completamente torpe; así lo hacemos siempre. Si deseo comer un helado, no acepto que soy yo el que quiero, entonces pregunto al otro y soy tan amable que compro para los dos.

Vivimos en la era de la comunicación y no sabemos comu­nicarnos. Tenemos fax, telefax, televisión, radio, teléfono y todo lo que queramos, sin embargo, la comunicación inter­personal es, todavía, un arte muy difícil de aprender.

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Centremos las consideraciones diciendo que el corazón de la relación humana es la comunicación: comunicar lo que experimentamos es la base, es el corazón de las relaciones humanas. Si no nos animamos a comunicar, entonces no conseguimos ninguna profundidad ni llegamos a ningún nivel de comunicación. Si pensamos un momento en los temas de que hablamos, que son los que definen el nivel, la profundidad o superficialidad de la relación en cuestión, con personas con las que nos encontramos casi de paso, hablamos del tiempo, de política, de deportes. Esto nos indica que hay toda una gama que define la profundidad del contacto. Cuando hablamos de nuestro trabajo, de opiniones personales, de nuestra familia, crisis, preocupaciones, maneras de ver, religión, vida, valores, convicción, todo ello va ahondando esta comunicación que es la que crea la relación. Una cosa que me llamó la atención y me alegró porque es lo que más o menos he notado en mi vida, es quizá la prueba de haber llegado realmente a límites de intimidad, lo más productivo y que, desde luego no se puede con todo el mundo. En estos círculos concéntricos hay un indicador muy efectivo y que nos ayuda a saber hasta dónde podemos llegar con una persona es, hablar con ella de nuestra propia relación.

Cuando hablo con un amigo, de intereses comunes, de lo que va a suceder, de la Iglesia, de muchas cosas que nos llaman la atención; en el momento en que llegamos a hablar de nuestra relación mutua, de cómo nos sentimos cada uno, tocamos fondo; no es fácil, ni se puede realizar constante­mente, pero cuando se da el nivel en que podemos hablar de que me parece que en esta última temporada no estamos rela­cionándonos bien o hay cierta frialdad, notoria o no o estamos molestos por algún detalle, nuestra relación ha sido afectada por aquello, poder hablar es un indicador muy valioso de la relación; incluso marido y mujer que no hablan de cómo se las arreglan, aparentemente se entienden toda la vida, pueden vivir juntos y acostarse en la misma cama, pero carecer de una comunicación auténtica y si no hay comunicación no hay relación, por muy casados que estén, con todos los sacramentos del mundo; para la relación intensa la comunicación íntima;

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para la comunicación íntima, lo óptimo sería, incluso, hablar de sí mismos, quizá el nivel más alto de lo íntimo.

El gran secreto de la comunicación es la autorevelación

Puedo hablar con un compañero de viaje, tener una amistad transitoria, cada uno en sus niveles. En la sensibilidad y la distancia, radica el éxito de saber tratar bien a todas las personas, sin querer hacer un amigo íntimo de cada persona, lo cual es absolutamente imposible. El nivel que me permite llegar a la otra persona y la dispone a abrirse hacia mí es, por decir alguna palabra, la autorevelación: eso es lo más sagrado, cuando la persona llega a abrir este sagrario íntimo que sólo una llave de oro puede abrir. No estoy hablando de apariciones místicas sino sencillamente de revelar sentimientos; hablar de mí mismo, contar mis situaciones, en este caso no como desahogo, sino como una forma de ahondar en la relación personal; deseo ser uno mismo ante el otro.

A veces, cuando está hablando la gente, en general, mani­festándose con claridad, todo marcha bien; pero si, de repente, una persona en un grupo de trabajo de cualquier tipo empieza suave y dulcemente su revelación, dice algo que siente profundamente, notamos que cambia todo el ambiente en el grupo; se hace un silencio, se escucha un respeto, una reverencia. Un corazón que se abre merece respeto siempre. Cuando una persona se da en un grupo o en la intimidad de dos seres humanos; cuando se atreve con humildad y sencillez a mostrarse tal y como ella es por dentro, se manifiesta el mayor don que podemos hacer a los demás: el de nosotros mismos; saber decir, poder decir lo que pienso, lo que siento, lo que soy con altibajos, con delicadeza, no con ideas de protagonismo, de que me hagan mi cuadro, sino de comu­nicarme sin prejuicios, sin expectativas, sin pedir alabanzas: sólo con la sinceridad de quien se da a los amigos. El gran secreto de la comunicación es la autorrevelación. Son etapas, peldaños de la relación humana: para la relación, comu-

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nicación; para la comunicación la autorrevelación y para la autorrevelación algo muy importante que es el autocono-cimiento. Si no me conozco cómo voy a revelarme. Son peldaños difíciles que nos forman y nos ocupan toda la vida, si realmente sabemos profundizar en este tema de las relaciones humanas. Conócete a ti mismo, nos decían los antiguos; llevan siglos diciéndolo y llevamos siglos sin aprenderlo. De pronto conocemos aspectos o facetas, pero nos sorprendemos cuando tenemos oportunidad de conocer lo que realmente somos, con alguna profundidad. Conocerse uno bien no es fácil.

Necesidad del autoexamen

Cierta vez un padre, intelectual, a quien admiraba enorme­mente por toda su vida y quien era mucho mayor que yo, me decía: si me hubiese conocido hace cuarenta años como me conozco ahora, mi vida hubiera sido distinta. Este hombre que ha ido avanzando en conocimiento, que se encuentra en el ocaso de su existencia, ha logrado mucho porque se ha autoanalizado; ha trabajado estas ideas que, a veces, menos­preciamos como ascéticas y trasnochadas, sin serlo. Mi santo padre Ignacio nos imponía un examen de conciencia cada día, como si hubiéramos cometido muchos pecados: media hora para pasar lista y ver hasta dónde habíamos llegado. No se trata de un examen de conciencia, es examinarnos para saber si somos conscientes; recapacitar si hemos sido conscientes de nuestras acciones; si hemos estado en contacto, vivido el presente o nos hemos dejado llevar sencillamente de memorias del pasado, preocupaciones del futuro, viviendo con una ligereza que no nos ha permitido vivir.

Me consultaron lo siguiente: padre usted acaba de decir una palabra con mucho énfasis, conciencia: ¿tiene la misma fuerza de constante!

Constante, sí. Fritz Perls, fundador de la Gestalt, definía el ideal de la persona con una frase, en la cual, el constante

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que tú dices se podría traducir del inglés, quizá con estas palabras: "el ideal del desarrollo de la persona, del crecimiento individual del ser uno mismo es nada más que esto: constante conciencia". En inglés, para ser más fiel porque he adaptado la traducción: "a continuum of awareness"; una palabra inglesa tan bonita, que no tiene un correspondiente exacto en castellano; por aproximación la llamo: conciencia. A veces la traduzco por contacto, por caer en la cuenta, por estar donde estoy, por realidad. "A wareness" tiene un significado fundamental para el crecimiento, el contacto, la conciencia. En inglés, "continuum", un permanente contacto, una ciencia constante. Las palabras tienen un valor relativo; a veces pueden ser como un abracadabra místico y otras no valen nada. Si decimos constante conciencia, nos da la impresión de que no significa nada, por mucho que la usemos santamente. El gran Krishnamurti se reía de estas fórmulas; pero no estoy de acuerdo con él, porque sé que pueden ayudar. El se refería a las llamadas grandes manirás, como el Hari Om, que son expresiones místicas. El decía, no sin cierto sentido del humor y, siendo hindú, podía criticar a su propia gente: Hari Om significa lo mismo que Coca cola, un poco fuerte. Como fórmulas vacías no valen nada, pero llenas de contexto, por ejemplo la fórmula de Fritz Perls, me suena como un versículo de la Biblia. Me hace un bien enorme cuando me repito a mí mismo: Carlos continuo contacto, alerta, vivir cada momento, sentimiento, saber como están los demás; una conciencia de 360 grados, es una maravilla de vida, es presencia de Dios, vida espiritual, plenitud humana. Me alegra tener la oportunidad de decirlo, no por la fórmula como tal, sino porque nos da a entender mucho este estado en que el hombre, la mujer, la persona son ellos mismos, plenamente; contacto conmigo dentro y fuera; saberme a mí mismo y conocerme a mí mismo. Para profundizar, hay que tener esta conciencia.

Mi padre Ignacio nos hacía un examen, no precisamente de preparación para la confesión. Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis practicaba lo que predicaba y dedicaba

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media hora a psicoanalizarse a sí mismo. Los genios son y se hacen; se trabajan, no hay formulitas fáciles, no hay etiquetas, no hay recetas. Esta gente ha trabajado duro. El psicoanálisis les servía para autoconocerse, lo cual no es fácil, es una asignatura difícil e importante: conocerme a mí mismo cada vez más; despejar ese algo dentro de nosotros, que nos impide vernos; limpiar el espejo que nos encanta para vernos, afeitarnos, arreglarnos, ver como estamos, materialmente; también el espejo del alma, el espejo espiritual, el examen de conciencia que probablemente no nos gusta porque tenemos miedo de que podamos encontrar algo que nos desagrada. En mi lengua guyerati hay una célebre obra de teatro, de un rey que envejeció y no le gustaba ver su rostro; entonces ordenó la destrucción de todos los espejos de palacio: es una medida muy infantil. Por roto que quede el espejo no se mejora nada: algo de esto nos pasa a nosotros.

En la India cuentan del elefante que cuando va a beber agua en una laguna tranquila y limpia, con su trompa remueve el agua, porque su cara lo asusta, le desagrada, no le gustan esas orejas, esa nariz; no le parece estético lo que ve. Entonces lo primero que hace es remover el agua y luego si la toma. A nosotros, nos ocurre algo parecido; no nos gusta, nos repele, nos desagrada vernos tal y como somos por dentro; es posible que esto sea lo que nos impide un examen de conciencia: el contacto con nosotros mismos, el autoconocimiento y si no nos conocemos realmente, ¿cómo nos vamos a manifestar? Algo más importante todavía, ¿cómo vamos a conocernos, si no nos aceptamos?. El gran obstáculo es que no acabo de aceptarme a mí mismo y por esto no quiero verme la cara y menos conocerme del todo y el resultado es que no me mani­fiesto tal como soy. Es una cadena. Cuánto nos aclara comen­zar por aceptarnos. Es fácil decirlo, difícil hacerlo. Empe­zando por nuestro cuerpo, que es más fácil aceptarlo.

En el grupo de Sádhana con Tony y los nueves meses, había una persona, era un jesuíta muy joven pero totalmente calvo; uno de los elementos que, a veces, se convierte en obstáculo para la autoaceptación: en el hombre la calvicie; en

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la mujer las arrugas. Según vamos creciendo en la vida, tratamos de disimular ante nosotros mismos y ante los demás; este hombre estaba constantemente haciendo chistes sobre su calvicie; cuado llegaba al grupo se tocaba la cabeza y decía, que el resplandor de mi calva no los hiera; estaba traumatizado con su temprana falta de cabello, hasta que Tony le dijo, hazme un favor ya nos has demostrado suficientemente que no aceptas tu calvicie: los chistes eran una manera de mostrar su frustración.

El gran secreto de la vida, es la continuidad del contacto, y su principal condición para éste es estar dispuesto a movernos constantemente. Si hago la foto fija para que todo se acomode a mis deseos, no hay continuación del contacto, no hay conciencia; sólo hay memoria, sin pensar que la persona de antes no es la de ahora. Si creo que a mi amigo Juan Pedro lo conozco bien, es el de siempre, lo saludo: qué tal Pedro, lo miro a la cara: él se está repitiendo, es el de siempre, no le permito que cambie porque tiene que acomodarse a la foto fija; esto es un crimen; hay que permitirle ser libre, que haga lo que quiera, que se aparezca de una manera distinta, dejarlo cambiar, sin fijar estereotipos que hace mucho daño; es la muerte; es mucho más importante abrirse a la situación, a la persona, a la novedad, a la realidad tal y como viene: eso es la vida y el contacto vital no es un contacto de memoria repetida sino un contacto de realidad abierta según se vayan presentando las circunstancias.

Una joven me dijo: padre, he sentido que cuando una perso­na se abre ante mí como es, me permite que yo también me abra como soy, entonces la comunicación es más real, más hu­mana, me permite una mayor intimidad y un mayor cariño; en vez de desvirtuarlo por su sinceridad, me parece saber cómo es.

Valiosa su apreciación. A mí me ha ayudado mucho más que la persona sea como es ante mí y no que trate de ocultarme cosas; ya lo hemos visto. Otra cosa importante es la cre­dibilidad; si esa persona sólo dice cosas bonitas, agradables, bellas, interesantes de ella misma, voy a sospechar, al cabo de un tiempo, que no es sincera del todo.

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Conozco dos casos reales y concretos que sustentan lo anterior. Vino a verme una muchacha encantadora; tenía un rostro muy agradable. De repente comenzó a llorar de una manera que me impresionó mucho. Le pregunté el por qué de su llanto y me dice: padre, "no me gusto de perfil, no acepto mi barbilla"; su rostro agradable de frente, tenía un perfil, que pensé, sin decírselo, —hija mía, no puedes aceptar tu barbilla porque no la tienes—. Ella lo sabía y la realidad se le convertía en un verdadero trauma. Como psicólogo podía haberle dicho: acepta que no tienes barbilla. Pero no he aprendido a recitar fórmulas sin ningún valor práctico. En esto, los sacerdotes, hemos aprendido tan bien nuestra teología pastoral que tenemos remedios para todos y para todo; son remedios teóricos que no resultan, la práctica es lo importante. Entonces, sinceramente trabajé un poco con ella; le ayudé, diciéndole que por lo menos tratara de aceptar el hecho de no aceptarse. No es un retruécano; tiene cierta lógica. Aceptar el hecho de que no me acepto, puede ser muy práctico para empezar.

Pero luego me ocurrió un caso muy interesante, que me hizo pensar. Una muchacha, a quien conozco muy bien desde pequeña, de una familia encantadora, tenía un rostro muy agradable pero una nariz tremendamente exagerada, que la afeaba un tanto. Esta muchacha de perfil y de frente llamaba la atención por su nariz. Lo interesante y curioso es cómo se aprende de la juventud. Sus padres la querían mucho y tenían medios y posibilidades de pagar cirujanos muy buenos en la India; le dijeron que podía hacerse la cirugía facial para retocarse la nariz y que le quedara un perfil griego.

Lo interesante es que la muchacha, de esto hace ya bastantes años, en libertad absoluta para decidir lo que le convenía, a pesar de sus doce breves años, dijo, con toda tran­quilidad, con una sinceridad absoluta: "conozco muy bien mi nariz; no tengo miedo ni prejuicio ninguno contra la operación, pero prefiero mi nariz, he nacido así y así me presento al mundo con la confianza de que me aceptaran". Respeto a esta muchacha, que pudiendo cambiar, no lo hizo: ha hecho una carrera, tiene empleo y está muy feliz y contenta.

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Se ha abierto paso en la vida con un autorrespeto maravilloso, con una autoseguridad excelente. Sigue con su nariz enorme, pero aceptada en la sociedad, en la familia, el muchacho, su carrera, todo.

Esto me hizo pensar que no es la barbilla ni la nariz lo que nos hace valer: es la persona, como tal. La enseñanza que me dejó, me hubiera gustado haberla sabido cuando se presentó la de la barbilla, pero ésta fue antes y no tenía el ejemplo. Voy aprendiendo.

Jesús se muestra también humano

Un joven me dijo: —padre yo quería recordar, cuando usted hizo referencia precisamente, mencionando a Jesucristo, que nos lo hizo sentir mucho más humano, al llegar donde el fariseo y no ser saludado apropiadamente(Cfr Le 7, 36, ss.). Yo percibí un Jesucristo mucho más humano, porque no trata de dominar sus sentimientos, no los aplasta. Me llegó mucho más al alma en este sentido. Siento a Jesucristo más humano.

Es importante que este joven lo reconozca porque es verdad. Jesús, desde luego me encanta, cuando se muestra humano, vulnerable. Uno pensaría, —y acaso ¿es que le importa que le pongan óleo en la cabeza?; que le laven los pies, si le iban a poner la corona de espinas y ¿El lo sabía? Lo curioso es que le importa, lo grande de Jesús es que lo anota, lo saca, le pasa la cuenta al fariseo, uno por uno el óleo, el agua y el beso, todo lo había anotado. Jesús es vulnerable, no es una figura de mármol, que está por encima de todo; no sería humano y si no es humano no es nuestro.

Como dijo una gran figura del siglo IV, el papa León Magno: "con Jesús tenemos esta bella y dinámica tensión del Dios y hombre ante nosotros; no hay ecuación matemática que lo defina; el péndulo va hacia la divinidad, el péndulo viene hacia la humanidad; dentro del dogma, a veces, se da una herejía; esa es la historia de la Cristología que avanza,

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hermanos míos. Los cristólogos de hoy nos están haciendo conocer a Cristo de una manera bellísima, en parte, porque subraya la humanidad de Cristo.

Los grandes cristólogos de los primeros siglos, decían, con tal de salvar la divinidad, no importa que sea humano. Hay casos auténticos de padres de la Iglesia, que dicen que Jesús no comía, que Jesús no necesitaba; si de vez en cuando comía lo hacía para disimular, para no causar extrañeza. Santo Tomás dice que Jesús no podía, por ejemplo enfermarse, porque su organismo era tan perfecto y virginal que los virus y bacterias no podían hacer nada contra El. Podía romperse una pierna, dice el mismo Tomás, porque eso sería un accidente externo. Inventan un Jesús irreal. Los grandes teólogos salmaticenses decían, esto me hizo gracia por mi carrera, que Jesús era el mayor matemático de todos los tiempos; no porque como Dios supiera las cosas, sino porque como hombre, con su ciencia infusa conocía todos los adelantos de la misma. Recuerdo una imitación bellísima en que, el predicador, hacía hablar al niño Jesús, desde el pesebre de Belén y El narraba a su mamá, todo lo que le iba a pasar el resto de su vida. Teológicamente según aquella idea, podía haberlo hecho, es decir, un Jesús tan divino que no podía ser humano.

San Pablo dice, acerca de las infinitas riquezas de Jesús, que por infinitas, no acaban nunca. Subrayan la parte humana de Jesús, lo que nos toca y lo estamos haciendo a cabalidad: es el paso clave. Jesús como hombre, sencillamente, sabía lo mismo que cualquier otro niño de Nazareth, pero no sabía matemáticas ni latín, ni podía predecir el futuro. El afirmaba, por ejemplo, que el día del fin del mundo no lo sabían los ángeles, ni el Hijo del hombre, ni Yo lo sé; lo sabe el Padre. Es un texto que nos causó dificultad en el pasado, ahora es normal. Jesús se deja sorprender, que es una cosa bellísima. Jesús se admira, por ejemplo, cuando el centurión le dice: "tengo a mis sirvientes, les ordenaré lo que desees". Jesús quedó admirado de la fe del centurión. Me explicaban cuando niño, que no era que se admirase, sino que aparentaba admiración porque El lo sabía todo. Es decir nos mostraban

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un Jesús que se había aprendido un papel y lo decía muy bien. Es éste el Jesús que yo aprendí en mi teología, pero hemos aprendido a conocer a éste otro Jesús que se emociona, que se enfada, que se impacienta, que es humano, casi que se desespera: Dios mío, Dios mío ¿porqué me has desam­parado?. Qué cerca nos llega esto, bendito Jesús. Tenemos cuidado ahora de no olvidarnos de la parte de la divinidad y así tratamos en esta tensión bendita de unir lo que Jesús era. Benditos sean los cristólogos de hoy, han hecho una labor enorme, que no es todavía conocida por todos los cristianos. La Cristología que se enseña en las aulas de los buenos teologados hoy, no ha llegado todavía al pulpito de las iglesias. Ojalá llegue porque es un conocimiento de Jesús mucho más vital, humano, cercano y vibrante.

La gran pregunta para Jesús: ¿quién soy yo?, es la pregunta radical, vayan al oriente y la oirán siempre; ese es el comienzo de la salvación.

Nos decían desde los griegos: "gnote seautón " y luego en latín, "nosse te ipsum", y en castellano, "conócete a ti mismo", como base de todo y Jesús precisamente, tenía esa gran dicotomía en su vida. Ahora que hemos vivido esta rea­lidad, ¿por qué hablan de los sacerdotes cuando sufrimos cri­sis de identidad?, ¿quiénes somos?, ¿somos sí o no?; yo soy un sacerdote profesor de matemáticas, soy un sacerdote obre­ro; un sacerdote-obrero o sacerdote-profesor, en fin, llevamos casi dos vidas. La persona, con todo respeto y adoración, que tuvo el mayor guión en su vida fue Jesús, Dios-hombre.

Hablando de este problema, los jóvenes de hoy tienen una crisis de identidad, de personalidad, pero la mayor distancia de identidad, la tuvo Jesús de Nazareth; se preguntaría: ¿quién soy yo?, soy el hijo de María, el hijo de José el carpintero, el Hijo de Dios. En aquel momento crucial, cuando tenía doce años, se quedó en el templo y al ser interrogado por sus pa­pas, en la agonía de su desaparición, contesta El en una forma que fue para ellos el gran descubrimiento: "yo me debo a mi Padre". Es curioso observar como los Evangelios cambian de

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un modo notorio. Lo que Dios Padre dijo a Jesús, en el mo­mento del bautismo, se modifica o se suprime en los demás evangelios. El primero en tiempo es Marcos, dice: "tú eres mi hijo muy amado"; el segundo es Lucas y la famosa "qwelle", la fuente de donde se derivan los otros sinópticos; Mateo dice: "este es mi hijo muy amado". San juan omite totalmente el bautismo.

El original es: "tú eres mi hijo muy amado". Dios le habla al hijo; no hay paloma, no hay manifestación, no hay multitud, sólo Juan el Bautista, Jesús y el Padre. El Bautismo es una revelación directa del Padre al Hijo. En cambio, en Mateo y en Lucas —este es mi hijo muy amado—, la diferencia es una demostración para la multitud. Ustedes que han venido aquí, sepan que estoy presentando en sociedad a mi hijo muy amado, escúchenle. La frase original refleja que Jesús está descubriéndose a sí mismo; Jesús ha estado rezando: quién soy yo y el padre le contesta. Es lo original, luego a los otros evangelistas les parece un poco fuerte y quieren presentar a Jesús completamente consciente de sí mismo desde el principio; no hace falta que el Padre le diga quién es; entonces muestran la afirmación como dirigida a la multitud.

Según los evangelios originales y cualquier Cristólogo de hoy lo dirá, el bautismo de Jesús fue una experiencia personal para El; descubrirse a sí mismo ante la voz del Padre, no fue demostración ante la multitud. Jesús se descubre a sí mismo y esa es su vida; llega el momento en que El se acerca a Jerusalén, esa marcha famosa que tiene Lucas: "la marcha hacia Jerusalén", hacia su muerte, a entregarse, y en aquel momento, necesitaba saber quién era, en el sentido mas íntimo de la palabra. Ese momento tan sublime que, a veces, hemos subvalorado, cuando les pregunta a sus discípulos: "¿quién dicen los hombres qué es el Hijo del Hombre?

Jesús está viviendo su propia vida, antes de entregarse a la inmolación última, quiere saberse plenamente en su filia­ción divina, y por eso pregunta: ¿quién dice la gente que soy yo? Unos dicen que Elias, otros que Isaías, otros que eres

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alguno de los profetas. Y vosotros, ¿quien decís que soy yo? En este momento tan decisivo, el Evangelio, pone en boca de Pedro: "tú eres el Cristo, el Hijo de Dios". Jesús le di-ce:"Pedro, no eres tú, es el Padre quien ha hablado". El Padre a través de Pedro, renueva, confirma, asegura, en lo que es El: el Hijo bendito del Padre, y con esa seguridad, con esa revelación repetida a través de su vida, Cristo quiere en­contrarse con la cruz y su pasión.

Jesús crece en conocimiento de sí mismo, a través del Evangelio y a nosotros nos va a revelar quiénes somos a través de nuestros amigos, de nuestros parientes, de los que nos conocen, esa pregunta perpetua que nos hacemos y que Dios nos contesta: tú eres mi Hijo muy amado; sólo El puede decirlo y El, a través de los demás. Jesús se encuentra a sí mismo y en la plenitud de su conciencia mesiánica divina y humana, se entrega en sacrificio.

Esto es Cristología, esto maravilla; esto es hacerle hombre y verle cómo se eleva este Cristo a la unidad total con el Padre: —"el Padre y yo somos una misma cosa"—.

Me explicaban cuando era pequeño que Jesús no necesitaba rezar, si era Dios, pero para dar buen ejemplo, lo hacía. No es eso, dice bellísimamente el autor Louis Eveíy: "Jesús iba a orar porque lo necesitaba"; Jesús durante el día había sido Predicador, Maestro, incluso se había enemistado por otros. Jesús necesitaba ir a la oración largas horas, sacrificando el sueño que necesitaba como cualquier persona, hasta el punto de que dormía en una barca, como ser humano que era. Jesús iba a la oración que necesitaba, para volver a ser Hijo, para volver a sentirse Hijo del Padre, para volver a unificar en su conciencia divina todo aquello que durante el día lo distraía, le hacía tantas cosas, tantas facetas, para encontrarse a sí mismo; afirmar su divinidad; encontrarse en la unidad con el Padre; una visión mucho más profunda de la oración de Jesús. Jesús crece así en su humanidad: comienza como un bebé inocente de Belén hasta el adolescente en la lucha que tuvo, más que nadie al saberse plenamente hombre,

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y Dios, hasta llegar a la totalidad. La resurrección supuso para Jesús, algo muy embarazoso, pero natural; hay que celebrarlo, Jesús hace milagros, Jesús cura y la gente le pregunta: ¿cómo justificas tú lo que eres?, ¿cómo demuestras que tienes derecho a hacer esto?.

La afirmación que Jesús hace de que puede destruir el templo en tres días y en tres días reconstruirlo, se refiere a la resurrección, como prueba que el Padre da, de que Jesús es su Hijo. Es la gran prueba: lo acepta, lo recibe, lo resucita y por esto Jesús siempre se refiere a la Resurrección. Ha hecho milagros, pero la gente le dirá en la cruz con verdadera cruel­dad: ¿éste ha hecho milagros? Si es verdad, que se salve a sí mismo. Todos los milagros no valen nada si no llega el gran milagro de la Resurrección. Jesús vivía de crédito; decía: esperen el Día de Pascua, entonces me creerán.

Un ejemplo muy humano. Cuando estudiaba matemáticas, tomé la decisión de retirarme de las clases para preparar aquel examen feroz que teníamos a ultima hora. Pasé estos meses, como dice Virgilio en latín: "Si possunt parva compo-nere magnis "; "si se puede comparar una cosa pequeña con una grande", yo vivo de crédito; los padres me decían, si us­ted no va a clase, le puede ir mal en el examen. Sabía que si no iba a clase y me concentraba en la preparación del examen, podría aspirar a la matrícula de honor. Yo lo sabía, pero ellos no. Vivía de crédito, tenía que decirles: "esperen que después del examen tendré el resultado. Todos estos meses estuve en una tensión angustiosa.

Me imagino a Jesús, en la misma situación. El sabía muy bien que era el Hijo de Dios, pero los demás no tenían porque aceptarlo; lo harían cuando llegase la gran prueba, el gran momento, la tumba vacía y Jesús Glorioso y Resucitado. Hasta ese momento El estaba viviendo esa tensión divina que los teólogos llaman con una palabra griega: la tensión Proléplica; léptica viene de lambano que quiere decir agarrar, tomar, y pro quiere decir, antes, es decir, coger de antemano, vivir del crédito. Jesús sabía de antemano que la Resurrección iba a ser,

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como dice San Pablo, el sello del Padre que lo consagrana como Hijo para siempre. Esa era su justificación para todo, pero tenía que esperar hasta ese momento y por eso dice, tengo que ser bautizado y vivo en tensión hasta que se verifique. Jesús supo lo que era vivir en tensión, ansiedad: tenéis que esperar hasta la mañana del Domingo de Pascua para ver esta realidad. Cuando llega la resurrección es el gran gozo de Jesús, Jesús resucita, Jesús se encuentra con que era verdad.

Anécdotas alusivas a las relaciones humanas

Estas anécdotas me fueron relatadas y deseo que las conozcan para que las apliquen, según su buen juicio.

Se jubiló el tío Guillermo y fue a casa de los Pérez donde se instaló muy tranquilo. Les dijo que, por su edad, merecía que lo cuidaran; pero por su necedad, merecía que lo ahorcaran. Se metió a la suite nupcial y desplazó a los esposos al cuarto de los huéspedes; pidió televisor nuevo; prohibió hacer bulla en las fiestas; pedía silencio total cuando le daba jaqueca, en fin su comportamiento fue fatal.

Tras dieciocho años, el Señor se acordó de él o quizá de los Pérez y lo llamó al cielo. Al llegar del entierro, el bueno del señor Pérez se encaró con su señora y le dijo: —mi amorcito debo confesarte algo para estar tranquilo. Si no fuera porque te quiero por encima de mi vida, jamás hubiera aguan­tado a tu tío Guillermo. —¿Mi tío Guillermo?—, dijo ella con el rostro descompuesto, —¿no era tu tío Guillermo?—.

Dos muchachos se encontraron en la plaza de Bolívar.

— Quiubo hermanólo, qué ha hecho—. — Muy bien, hermano —, dijo el segundo contento, — he

cambiado: soy cristiano, estuve por allá en Tenjo y me colé en un cursillo de relaciones humanas—.

— ¿Así que se coló el pillo? y cuénteme que aprendió—.

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— Pues hablaba un padrecito que tocaba temas santos con sonrisas de diablillo y hacia reír a la gente; dijo cosas muy bacanas del respeto a las personas, que aprendió de los erizos, que hay que saber acercarse y conservar las distancias o sea también saber irse y comunicarse, o sea decirse las vainas. Mejor dicho, que le digo, a mí si me gustó todo; pienso volverme bueno y quiero convencer a usted para que dome su animal y se vuelva un buen cristiano—.

— Oiga—, le dijo el primero, —a mí también me convence aquello que dijo el padre y se lo voy a mostrar y se acercó despacito a una anciana que pasaba; con destreza casi mágica le robó a la viejecita su reloj de oro.

Al ver esta cosa trágica, el cristiano le increpó:

— Oiga, esta vaina que es, ¿no que lo había convencido?

El otro salió corriendo con dos policías detrás y le gritó desde lejos:

— Pues claro, chino, es lo mismo que le dijo el padre en Tenjo, hay que saber acercarse y después guardar distancias.

El despertar de los sentidos, va dedicado a una persona de baja estatura.

Un amigo muy bajito disfrutó los ejercicios más que todos los demás, el motivo era una grabación en donde un señor decía cada cuanto dar los saltos y cuando descansar. Mi amigo fantaseaba que era él a quien llamaba, cuando al cabo de un rato el señor gritaba alto.

Curioseando una consulta que le hicieron al padre, oí lo siguiente:

— Soy un poco pesimista y este es mi punto de vista, esta vida es un camello y me tiene jorobado.

— No te agarres el cabello ni te des por derrotado, más bien haz esto cuanto antes: consigúete un buen turbante y si tu vida así ves, arrójaselo a los pies.

7. Yo, tú, nosotros, ellos. 97

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La siguiente es sobre el tema de la autoaceptación, que impacta tanto. Había una muchachita que también sufría por una protuberancia en el centro de su rostro. Las muchachas de su curso la llamaban Cyrano de Bergerac. Ni corta ni perezosa, rechazó una cirugía; prefirió seguir como era y se dedicó al atletismo. Se presentó en Barcelona y fue la gran campeona de los cien metros con vallas, muy feliz, sin cometer ni una falla. Ganó por una nariz.

Purificar nuestra relación con Dios

Hemos tratado la relación de amor y odio con nosotros mismos. Me quiero, me odio, me resiento, no me acepto. Sigue lo más complejo en cuanto a relación se refiere: la que se establece con Dios. ¿Nuestra relación con Dios es también una relación amor-odio? Cuando pensamos en esto, no podemos evitar ser invadidos de cierto respeto o miedo. Nos preguntamos si a Dios podemos decirle: te quiero, te odio, sin temor al castigo y finalmente no lo decimos. El primer mandamiento: "amarás a Dios con todas tus fuerzas, con toda tu alma, con todo tu corazón, con toda tu vida", es algo que pesa mucho. Utilicemos el término resentimiento, que es lo mismo pero suavizado.

¿Podemos aplicar también en nuestra vida, la experiencia de esta doble relación de luces y sombras: te quiero-te odio; amor-resentimiento a Dios? Hace falta cierta claridad y cier­to valor para decirlo. Al conocerlo, encontramos el camino para mejorar nuestra relación con El. Precisamente porque muchas veces no queremos reconocer esto en nosotros mismos, después sufrimos con todo lo demás.

Estaba en una casa con una familia muy noble, de brahmanes, que tenían cinco hijas. En la India es importante tener un hijo varón por varias razones: la sociedad y la salvación eterna; si el hijo varón no enciende la pira funeraria se estropea la reencarnación siguiente, lo cual crea problemas, de modo que es muy importante tener un hijo varón, pero no

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quieren tener demasiados hijos, ahora. Este matrimonio tenía cinco encantadoras hijas y la mamá me decía: "hay que ver la forma como Dios nos quiere, yo siempre acato su volun­tad". Sabía muy bien la cruz que era para ella esta situación social y familiar, pero como era tan devota hacía sus oraciones larguísimas, una hora todos los días; veía en ella, que no quería aceptar ante sí misma el resentimiento con Dios y en cambio lo alababa y bendecía. Esta señora hacía imposible la vida a todos en la casa, por su resentimiento, que en vez de dejarlo salir por donde debería, lo taponaba porque estaba segura de que a Dios no se le podía reclamar; entonces desa­hogaba su rencor por otros lados y hacía sufrir a todo el mundo. Es mucho más importante tener libertad de conciencia para hablar con Dios directa, respetuosa y cariñosamente, sin dejar que estos momentos negativos que tenemos con Dios, nos opriman el espíritu: Señor, ¿por qué has hecho esto?

Una señora me contaba sus trabajos profesionales, muy dignos con niños que sufren el síndrome de Down y cuyos padres padecían el agudo complejo de la enfermedad de su hijo. Las preguntas que ellos hacían me llegaron al alma.

Primero: ¿por qué me ha pasado esto a mí? Segundo: ¿cómo ha permitido Dios esto? Tercero: ¿qué habré hecho yo para merecerlo? Es una mezcla de sentimiento de culpa y sentimiento de amor-rechazo hacia los mismos hijos. Bien, este es un caso extremo, pero todos tarde o temprano, llegamos a decir: ¿por qué me ha pasado esto a mí?, ¿por qué Dios lo ha permitido?, ¿cómo se entiende, cómo encaja? Quien no protesta, quien no se enoja con Dios, no es cristiano, dijo alguien, y es verdad, llegan momentos en que tenemos esta sensación y es necesario conocerla para saber reaccionar ante ella. Una cosa muy curiosa para facilitarlo es pensar con toda reverencia y humildad, analizar que al hablar así de Dios, lo hacemos de una manera un poco antropológica.

En mi libro "Dejar a Dios ser Dios", cuyo objetivo es purificar la imagen de Dios, se explica cómo ha ido cambiando en mí, la imagen de Dios, a través de todas las

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etapas de mi vida: primero como colegial; luego, novicio; después sacerdote y más tarde, viviendo con hindúes, jainistas, mahometanos. Para llegar a una ampliación de esta gran imagen, comienzo con el principio fundamental: dime a qué Dios adoras y te diré quién eres; ¿qué es Dios para ti?, ¿has formado una imagen de El a tu manera?; ¿tu educación confirma y condiciona tu reacción? Esos planteamientos me han ayudado a purificar mucho la acción.

Tengo pleno derecho a citar la Biblia, ver a este Dios hebreo judío-cristiano y notar, con todo respeto y cariño, que la relación de Dios hacia nosotros, hacia su pueblo escogido en cuanto queda reflejada en su misma Sagrada Escritura, también era una relación de amor y resentimiento, por lo menos. Yavé se enfadaba con su pueblo. Hay un momento en Éxodo, capítulo treinta y dos, cuando se dedicaron a adorar al becerro de oro, baja Moisés del Sinaí y Yavé le dice: "apártate a un lado porque voy a aniquilar este pueblo. Déjame que se encienda mi ira contra ellos y los devore". Tan enojado que estaba con ellos experimentaba sentimientos antropomórfícos pero reales, para hacernos entender nuestra relación con El. "A ti en cambio, dijo a Moisés, te haré jefe de otro pueblo pero al pueblo de Israel lo aniquilaré por completo". Moisés, que era listo y buen negociador, empieza a discutir con Dios; no es extraño que El lo pusiera como líder. Le dice: "Señor, si así lo deseáis, pero, ¿habéis caído en la cuenta de lo que di­rán los egipcios cuando se enteren? A vos os importa mu­chísimo tener un buen nombre y los egipcios dirán que Dios nos saca al desierto, engañados y nos extermina. No te gus­tarán esos comentarios", y Dios dice: "tienes razón". Al final, Yavé se arrepintió de cumplir el castigo con que había amena­zado a su pueblo. Cambió de opinión: relación patética de amor y odio, bien clara. Quiere acabar con su pueblo, trata con su siervo escogido, cambia de opinión y sigue bendicién-dolo; de modo que si Dios tiene con nosotros esta relación; si Dios siente también humanamente como Jesús, también noso­tros podemos permitirnos el sentir humanamente estas sen­saciones encontradas que tenemos para con Dios mismo.

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Estos dos ejemplos nos muestran cómo desviamos hacia otras cosas las emociones negativas que sentimos hacia Dios. Las críticas que los religiosos y sacerdotes, hacemos con frecuencia, de superiores eclesiásticos son, un poco, el resen­timiento que tenemos contra Dios; no nos atrevemos a dirigirlo directamente contra El y las desviamos hacia el superior. Es mi interpretación y creo que tiene mucho de verdad: en vez de ir directamente contra Dios, escapamos y esto nos afecta a todos. Sucede lo mismo cuando nos quejamos de los inconvenientes y las fuerzas de la naturaleza.

En la India, aun después de cuarenta y cuatro años, el calor constante, es lo que más me ha hecho sufrir. Cuarenta y cinco grados, día y noche; no me he acostumbrado, me molesta y me quejo, pero el calor lo creó Dios y El también hizo el planeta; no podemos hacer nada contra esto. Quejarse contra la naturaleza no mejora las cosas. Recuerdo cuando era niño, en San Sebastián, una de las playas más bellas que hay en el mundo, con la isla de Santa Clara en medio, la cual rompe las olas. Cerca se encuentra la playa de La Concha. íbamos allí a veranear; estaba bañándome con mi mamá, un poco adentrados en el agua, cuando nos tomó esa furiosa resaca o flujo que no se nota, que no se ve, pero que arrastra los pies hacia el océano y no hay quien resista, ni de pie ni nadando. Recuerdo a mi mamá afianzándose, perdiendo la arena que le iba robando el agua, agarrados los dos; el agua subía cada vez más y hubiéra­mos perecido, pero el salvavidas, atento, mirando siempre a los bañistas, notó lo que pasaba y en seguida vino hacia nosotros, nos amarró con una cuerda y nos sacó sanos y salvos. Me quedó grabado aquel momento: la fuerza de los elementos, el agua, el océano, la cercanía de la naturaleza como muerte, algo que nos hace sufrir por su violencia como la lluvia, los truenos, el terremoto en la India, donde se encuentran los más pobres. Entonces sentimos cierto resentimiento contra el terremoto, contra la naturaleza, pero quien ha creado todo esto es Dios, de modo que disfrazamos nuestro resentimiento con Dios, desviándolo hacia otro tipo de resentimiento.

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Conviene tener confianza en Dios para decirle: "Señor siento este resentimiento fuerte contra ti. Os amo con toda el alma y precisamente porque os amo os lo digo. Siento, cuando pienso en mi vida, en estas cosas que me han marcado: ¿por qué te llevaste a mi padre cuando yo tenía diez años?; mi papá una persona ideal; ¿por qué me dejaste huérfano y a mi madre viuda? ¿Por qué, Señor, al año siguiente de morirse mi papá estalló la guerra civil española, que además nos cogió a mi mamá, a mi hermano y a mí, invitados un fin de semana donde un amigo de mi padre, lejos de nuestra casa? Perdimos todo lo que nos quedaba, quedamos solos con la ropa que llevábamos. Muere mi papá y al año siguiente perdemos todo, no teníamos ni un céntimo, ni a dónde ir. El sufrimiento de las separaciones siempre tan grande por el amor, por el cariño, pero con el dolor y el sufrimiento de las enfermedades; cuando me encuen­tro en la cama con fiebre; sufrimientos morales aún más fuertes que los físicos, exclamo: ¡Señor!, ¡por qué permites tanto sufrimiento!; ¡por qué has dado leyes que yo no puedo cumplir!; ¡por qué has puesto expectativas que no puedo llevar a cabo del todo!; ¡por qué tú prometiste que ibas a escuchar las oraciones y no ha sido así!; por qué llegué con una ilusión enorme a la vida religiosa, al noviciado y he encontrado sí, algunas bendiciones; pero en cincuenta y dos años de jesuíta, cuántas cosas me han defraudado, Señor; resentimiento por la ilusión fallida; resentimiento porque amo a la Iglesia con toda mi alma y veo cosas que me duelen, me parece que no están bien para el pueblo de Dios; no nos hacen bien. ¿Por qué per­mites que tu pueblo, tu Iglesia cometa errores que nos hacen perder credibilidad, contacto con el Reino de Cristo que es por lo que yo quiero luchar, trabajar y morir?.

Estos son los resentimientos que tengo con mi Dios, con mi Yavé, con mi Antiguo y Nuevo Testamento, los siento con toda el alma y me alienta decírselo a Dios; no quiero callár­melos ni soportarlos, diciendo: qué bien, qué bello, bendito, sea Dios, alabado sea Dios.

Señor, con cariño, eso sí, con respeto, con adoración, pero no hay mejor motivo de adoración que la verdad. Señor, no

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solamente porque os amo y porque no quiero guardarme el veneno acumulado ni barrer bajo la alfombra, te digo todo lo que siento.

Me dijo un señor en una ocasión: "padre, en su libro "Ligero de equipaje", usted cuenta una anécdota sobre el campesino chino que a todo responde, será para mejor, será para peor, buena suerte, mala suerte, y creo que es allí donde se nivela el área de será para mejor, será para peor, y es allí donde uno encuentra que la magnificencia y la obra de Dios son tan perfectas, que muchas cosas que nosotros no entendemos en este momento las podemos desplazar, cuando aceptamos que hay mil cosas que no se olvidan o no las entendemos. En mi historia personal me sucedía, de pronto muy influenciado, pero me he dado cuenta de un montón de cosas, las acepto y doy gracias a Dios, aunque en varias ocasiones no las entienda. Me pasaba que, muchas veces, no contaba con Dios porque creía que lo que El quería para mí, no estaba de acuerdo con lo que yo quería para mí; de pronto entiendo que me pasan una cantidad de cosas que en un momento dado duelen, se rechazan, pero me hacen crecer y si no me hubieran sucedido, no estaría en el proceso en que me encuentro".

Le conteste: "te entendí tristemente. No será fácil aclarár­telo, porque sino lo has visto hasta ahora, no lo veras por el hecho de que te lo demuestre". Cada uno aprende a su manera. Mi hijo ha muerto; mi hijo tiene síndrome de Down, pero Dios es tan bueno, en la voluntad de Dios; hoy no lo entiendo: mala suerte; mañana lo entenderé. Demasiado bonito para ser verdad. Es puro escapismo, en vez de enfrentarse con el dolor y decir, me duele con toda el alma, que es mucho más sincero que decir, algún día lo entenderé. Lo importante es la sinceri­dad, para no engañarnos a nosotros mismos, lo digo con sentimiento, porque lo he visto con toda el alma. Me han lle­gado ejemplos constantes, como aquel señor a quien se le ha muerto de cáncer, su niña querida, de dos años y le ha destro­zado toda la vida. No puedo decirle buena suerte o mala suerte o ahora usted no lo entiende pero más adelante le dará

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gracias a Dios o como Dios sabe todo, si su hijita hubiese vi­vido, — esto lo decimos los curas, porque nos lo han enseñado en clase —, hubiera sufrido mucho, y para evitarle el sufri­miento, Dios se la llevó a los dos años. Entonces ¿para qué nació?.

¿Comprenden lo que quiero decir? La sinceridad y la au­tenticidad son fundamentales. No hay mejor manera de adorar a Dios ni de respetarlo. No hay causa suficiente para disimular si al final sufriremos todos. La mejor adoración es contarle, decirle. Si guardamos la esperanza de que mañana lo enten­deremos, nos estaremos engañando nosotros mismos.

No quiero, en manera alguna decir que tengo solución para el sufrimiento, pero el mayor respeto al sufrimiento es precisamente no escaparse de él, no decir a la gente: "todo lo que Dios hace, es por su bien; hoy no lo verá, pero mañana en el cielo, lo verá". Mientras tanto, se corre el peligro de que si voy santificando, glorificando, racionalizando, espiritua­lizando todo esto, el veneno que llevo dentro, lo soportará el vecino, el más próximo a mí. Es mucho más sano y a Dios le encanta que le digan, directamente, como Job: "maldita sea la noche en que he nacido y el día en que se dijo, concebido ha sido un hombre". Prácticamente maldice a Dios porque fue El quien lo hizo nacer. A Dios le gusta que se le hable con esa sinceridad; tenemos esta relación doble con Dios y hemos de reconocerla porque todas las relaciones son amor-odio. Este reconocimiento se nos hace difícil, porque el odio no tiene buena prensa y las mezclas no nos gustan, pero sólo así tendremos la posibilidad y casi la certeza de mejorar nuestra relación, con momentos de acercamiento enorme o resen­timiento feroz.

Un caso sencillo: en la India, un muchacho recién casado —devoto de Krishna, su dios encantador al que le tiene una devoción inmensa, un dios pastor bello y querido, venerado al norte de la India a quien le rezaba todos los días y también sufrió una gran tragedia en su familia: una hija pequeña murió—, me dijo: "cuando me pasó esto volví del hospital, me fui derecho al rincón donde tenía a mis dioses, tomé la

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imagen de Krishna, la rompí en cuatro pedazos y la eché al fuego. A un dios que me ha hecho eso, no le sigo rezando". Es una torpeza, evidentemente. Su desesperación se debía a la fe incondicional que había depositado en su dios para que lo bendijera y lo escuchara siempre, pero de repente le pasa esta desgracia y él se desmorona. Para evitar que se desmorone, yo quiero aprender a conocer mejor a este Cristo, y al Dios a quien adoro y venero.

Albert Camus, el gran escritor francés, de visita una vez en Argelia, vio en mitad de la carretera un camión que corría atropelladamente, su conductor iba borracho. En su loca carrera, mató a un joven que se encontraba a la orilla del camino y en aquel momento, él se hizo ateo y dijo: "yo no acepto un Dios que permita estas cosas". Se había hecho un Dios tan cuadrado, bueno, educado, formal, que no encajaba con la imagen de un camión loco atropellando a un muchacho.

Una señora me contó su experiencia: "padre a mí me parece muy interesante este tema, porque cuando yo perdí a mi padre siendo muy niña; el ser que yo más adoraba en ese instante, tenía una crianza de patrones religiosos, donde Dios lo podía y lo hacía todo. Mi padre tuvo una enfermedad larga y duré muchos meses haciendo promesas para que no muriera. Al suceder esto, me llené de odio frente a un ser superior, capaz de hacerlo todo, el cual, sin embargo no me había escuchado. Me aparté de la religión, por un tiempo y después empecé una búsqueda muy intensa, pero infructuosa para encontrarlo. Finalmente lo he encontrado, a través del conocimiento, no sé si equivocado, pero es de la única forma que he podido entender a Dios. En ese concepto equivocado de Dios, El me había fallado, pero he aprendido a hacerme cargo de mí misma, de mi vida. A través de El entiendo que somos un proceso biológico y que a mi padre le llegó el momento de irse; lo lógico era que se fuera, porque su ciclo había terminado. Concluyo diciendo que para poder entender a Dios tuve que bajarlo de aquello que yo había creado y tenerlo como algo más dentro de mí y pensar que de mí

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dependen muchas cosas, como hija que soy de El. Eso me ha ayudado y en este momento me siento muy bien".

Esta señora ha utilizado una manera muy nítida para expresar algo de lo que he reiterado tantas veces: una imagen perfecta de Dios mientras funcione, pero llega un momento en la realidad de la vida que no funciona y si no tengo otra alternativa, me alejo.

Intento ampliar, purificar, diversificar la imagen de Dios. El nos deja libres: el gran cumplido que Dios nos hace es la libertad humana; nosotros, lo menos que podemos hacer, es dejarlo libre a El también; una libertad mutua que permita llegar a cosas que no comprendamos; libertad para que El sea libre conmigo, entendiendo también esta libertad mía, ante Dios que es la que me hace adaptarme y ver a mi manera, las distintas fases de mi vida y relacionar la realidad del sufrimiento con la presencia de Dios y el amor y la omnipotencia de Dios para siempre. No trato esto desde el punto de vista teológico sino de la relación psicológica aplicada a Dios y a mí.

En cualquier postura que tengamos, si sabemos admitir esta duplicidad, este juego de luz y sombra, esta consolación, desolación, dice el padre San Ignacio; amor-resentimiento, digo yo; puede facilitar, nunca resolver, porque el dolor es el dolor, la pena es la pena y la muerte es la muerte; pero puede evitar estas crisis, estos confrontamientos, estos sufrimientos innecesarios, si aprendemos a tratar a Dios como Dios y a vivir con la libertad que El quiere para mí y que yo deseo para El. Así como El tiene libertad para hacer estas cosas que no entiendo, yo quiero tener libertad para decirle a El también: "Señor y Padre mío querido, no entiendo lo que estáis hacien­do". Creo que vale mucho más esto que pretender ocultarlo con una serie de etiquetas piadosas que no van a durar.

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; Cómo actuar ante Dios con libertad?

Un ejemplo mío personal, que en matemáticas, llamamos puntos de inflexión, fue en mi vida, una experiencia que, hasta cierto punto, la alteró, porque cambió mi relación con Dios espontáneamente. La he contado en alguno de mis otros libros, pero encaja perfectamente en este momento y creo que esto, mejor que nada, nos puede dar una lección teológica, psicoló­gica y práctica, importante: cómo aduar ante Dios con libertad. Esta experiencia me sucedió sin planificarla, sin pensarla, y sin embargo contribuyó a mi crecimiento, a la mejor comprensión de Dios y mayor libertad con Cristo; me hizo entender que podemos madurar en el momento oportuno, sin provocarlo, porque lo esencial es la simiente sembrada. Después de los nueve meses que estuvimos con Tony, me ocurrieron cosas, al cabo de diez o quince años, que se habían quedado en el subconsciente y ahora las entiendo y me ayudan. Ahora fructifica la vida. De modo que no tengan prisa.

Un texto muy bonito del Evangelio de Marcos, dice que el Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró la semilla en su campo y se fue a dormir, y mientras dormía, la mies se fue produciendo, encontrándose de repente, con toda la cosecha magnífica que había crecido. Algo de esto es verdad; dejar que crezca la simiente y a su tiempo el fruto saldrá. Así me pasó en aquella ocasión: algo muy similar a lo que sucede en la naturaleza.

Pasé unos diez años viviendo de casa en casa, con familias hindúes pobres, compartiendo su vida y a la vez, yendo todos los días a la universidad a dar mi clase. En la India suelen hacerse dos comidas: una a las diez de la mañana, antes del trabajo y otra a las siete, al volver. Yo recibía mi comida en la casa que estuviese y luego utilizaba el gran vehículo de las ciudades de la India, planas, sin subidas ni bajadas; sin problemas de parqueaderos, donde se puede saludar a todo el mundo y hacer ejercicio. Todos los días, a eso de las diez y media tomaba mi bicicleta y me iba para la universidad; me había trazado un radio de acción que no fuera demasiado

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amplio: media hora o tres cuartos de hora de la casa a la universidad; por la tarde, de regreso, el mismo tiempo; la bicicleta es un medio ideal de locomoción en la India, excepto durante los famosos monzones, época de lluvias intensas. En la India los llaman "Chaturmás": "mas", mes, la misma palabra sánscrita; "chatur", cuatro; duran cuatro meses los monzones, lo cual no quiere decir que llueva durante cuatro meses, pero sí con mucha frecuencia. A mí, como a cual­quiera, me molesta mucho mojarme, sobre todo al ir a trabajar, llegar empapado, es desagradable, incluso, peligroso. Con el fervor y la ilusión del movimiento carismático, en el que participaba en ese entonces, daba verdadera gloria abrir la Biblia, emitir profecías, imponer las manos, sanar; aquello era delicioso, hablar en varias lenguas; la esperanza tan enorme con que era pedida y escuchada la oración. Por las mañanas cuando miraba la ventana, a ver como amanecía, de todo corazón imploraba: "Señor, Dios de los cielos, las nubes y las tormentas, el tiempo está en tus manos, haz que llueva todo lo que tenga que llover, pero acuérdate Señor que, de diez y media a once tu humilde siervo, va en bicicleta por las calles de Ahmedabad; no importa que llueva un poco más tarde o un poco más temprano". Aguarda un poco, Señor. Veía el cielo nublándose, pero no llovía; llegaba a la universidad, salvo, tranquilo y feliz, ahora sí que llueva todo lo que quiera, gracias Dios mío, te alabo, te bendigo.

Me encanta poder contar esto, porque es parte de mi vida, pero también hay otra parte que tengo que contar con sinceridad. A veces resultaba y no llovía, pero otras veces llovía; hay que decirlo todo; muchas veces, mentimos en nombre de Dios, para creernos buenos. Oraba con todo cariño y llovía; la gimnasia mental que hacemos a veces, las acrobacias, iba a la capilla y le decía: "Señor yo te había pedido que no lloviese y ha llovido; no lo entiendo hoy pero lo entenderé mañana; tú lo habrás hecho para mi bien, aunque no lo acepte; tú lo has hecho por amor a mí; de hecho, Señor te doy gracias porque me has dado dos dones: primero, no darme algo que no me convenía, aunque creía que me conve-

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nía y luego darme una gracia que me convenga. Te alabo y te bendigo". Así lo sentía; creía que había empezado a crecer un poco en autenticidad, en sinceridad conmigo mismo y con Dios. Y al cabo del tiempo comencé a caer en la cuenta de que le estaba mintiendo a Dios; sencillamente, no sentía eso, estaba recitando la lección del catecismo aprendida de memoria, y no era lo que de veras sentía.

Un día venía en mi bicicleta, cuando empezó a nublarse el camino, y dije: "Señor, espera que ya casi llego"; aceleré con todas mis fuerzas, pero dos minutos antes de llegar, cayó un chaparrón terrible. Yo reclamé: "Señor, ¿no habías podido esperar dos minutos?"; varias veces me pasó lo mismo, cuando estaba a punto de llegar, caía el aguacero. Un día llegué mojado de arriba abajo, embarrado a más no poder. Dejé la bicicleta apoyada en la pared y me fui tal como estaba, chorreando barro; menos mal que no había nadie en la capilla, estábamos solitos, entré, la volví una miseria con todo el barro que llevaba, me detuve ante el sagrario, y dije espontáneamente algo que cambió mi vida: "Señor esto no funciona, te rezo con toda el alma; tú eres libre de hacer lo que quieras, pero lo único que sacamos es que yo acumule resentimiento contra ti y eso es lo que yo no quiero, en manera alguna, por consiguiente: "Señor Dios mío, desde este momento os libero de la obligación que tenéis de escuchar las oraciones según prometisteis en el Evangelio; humilde y personalmente, rezaré o no, pero vos sois enteramente libre, por lo que a mí respecta. En consecuencia, espero que yo también quede libre de la necesidad de responder a las expectativas que vuestra excelsa majestad tenga de la conducta de vuestro humilde siervo".

Aquello cambió mi vida, porque, hasta entonces, cuando llovía tenía dos problemas: me mojaba y bendecía al Señor por algo que me molestaba. Después de ese día, cuando me mojaba, no pasaba nada más. Mis relaciones con Dios se limpiaron, quedamos contentos y somos amigos hasta el día de hoy: lo puedo decir con toda certeza.

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En esta relación que es tan auténtica, tan genuina, se produce la unión de la psicología con la teología; aplicamos a Dios lo que entendemos en nosotros mismos; aprendemos a conocernos mejor en toda esta mezcla tan humana-divina, que llevamos dentro: cielo y barro y la manifestamos con precisión, no sólo a nuestro prójimo, a nuestros compañeros, parientes y a nosotros mismos, sino a Aquel a quien más queremos y cuya relación nos interesa más que nada en el mundo. Por esto queremos purificarla lo mejor posible: Dios.

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