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Pablo Ferro 200821813 Arquitectura Moderna: Segunda entrega Descripción literaria de la Casa Steiner. Es 1910 y nos encontramos en una de las principales ciudades de Europa. El continente ha cambiado mucho en estos últimos años; las “corrientes del progreso” han llegado a nuestro territorio desde hace un par de generaciones y sus efectos son cada vez más evidentes en las calles de la ciudad. La industria transformó a las grandes ciudades inundándolas con ríos de gente de la provincia e incluso desde mucho más lejos; venían a trabajar en las fábricas bajo el nombre de una creciente clase social llamada “proletariado”. Nuestra ciudad no fue la excepción ya que recibió al fenómeno con brazos abiertos convirtiéndose en la importante capital del imperio Austro-Húngaro. Aunque la historia de Viena como capital sea muy reciente para los promedios Europeos, esta ciudad pareciera haber sido concebida para ser un “gran lugar”, como lo dicen sus habitantes que ahora superan los dos millones. Su locación geográfica en el medio del suave valle del Danubio, rodeado por grandes montañas que escoltan ambos lados del río, hizo que la urbe industrial se propagara por todo el terreno llano, sobrepasando las antiguas murallas y bastiones hasta escalar por algunos de los terrenos inclinados. Estos terrenos fueron conectados a la ciudad por un ambicioso proyecto vial llamado “Ringstrasse” que consiste en una serie de vías periféricas construidas para los nuevos medios de transporte como aquellos “carruajes sin caballo” y aquellas “moles de hierro que arrastran un sinnúmero de apéndices”. Es en uno de estos nuevos suburbios inclinados de la ciudad que se sitúa una particular casa cuya forma arquitectónica y color blanco yo jamás había visto y que jamás se había visto en Viena.

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Page 1: Descripción casa steiner

Pablo Ferro 200821813

Arquitectura Moderna: Segunda entrega

Descripción literaria de la Casa Steiner.

Es 1910 y nos encontramos en una de las principales ciudades de Europa. El continente ha cambiado mucho en estos últimos años; las “corrientes del progreso” han llegado a nuestro territorio desde hace un par de generaciones y sus efectos son cada vez más evidentes en las calles de la ciudad.

La industria transformó a las grandes ciudades inundándolas con ríos de gente de la provincia e incluso desde mucho más lejos; venían a trabajar en las fábricas bajo el nombre de una creciente clase social llamada “proletariado”. Nuestra ciudad no fue la excepción ya que recibió al fenómeno con brazos abiertos convirtiéndose en la importante capital del imperio Austro-Húngaro.

Aunque la historia de Viena como capital sea muy reciente para los promedios Europeos, esta ciudad pareciera haber sido concebida para ser un “gran lugar”, como lo dicen sus habitantes que ahora superan los dos millones.

Su locación geográfica en el medio del suave valle del Danubio, rodeado por grandes montañas que escoltan ambos lados del río, hizo que la urbe industrial se propagara por todo el terreno llano, sobrepasando las antiguas murallas y bastiones hasta escalar por algunos de los terrenos inclinados.

Estos terrenos fueron conectados a la ciudad por un ambicioso proyecto vial llamado “Ringstrasse” que consiste en una serie de vías periféricas construidas para los nuevos medios de transporte como aquellos “carruajes sin caballo” y aquellas “moles de hierro que arrastran un sinnúmero de apéndices”.

Es en uno de estos nuevos suburbios inclinados de la ciudad que se sitúa una particular casa cuya forma arquitectónica y color blanco yo jamás había visto y que jamás se había visto en Viena.

Page 2: Descripción casa steiner

Pese a la gran cantidad de nuevas corrientes artísticas que han llegado a la capital en estos últimos años estaba equivocado cuando pensé que lo había visto todo.

La casa que originalmente fue autorizada para crecer a la altura de un solo piso y tener un techo habitable ahora se alza con un piso y medio de altura y un impactante techo de dos pisos de altura.

Este pequeño edificio se hace llamar la casa Steiner y su habitante del mismo apellido se acaba de mudar con su familia al barrio. Para muchas de las casas y sus habitantes en los alrededores, aquella construcción resulta sin duda provocadora y un tanto ofensiva por no decir “abiertamente ofensiva”.

Aquellas casas del barrio habían estado siguiendo un generalizado estilo vienés desde hace ya una generación. Aquel estilo, más conocido por el movimiento que lo creó, la “Secesión Vienesa de artistas Austriacos”, respetaba un estricto uso del ornamento y la escultura como parte esencial de la arquitectura. Debido a que la casa Steiner no poseía ninguna de las “bondades ornamentales” de aquel estilo, esta se ganó de enemigos a muchos.

La indignación propagada en el barrio y ahora en la ciudad obligó al padre de la casa, un arquitecto vienés llamado Adolf Loos, a venir en defensa de su obra. Antes de invitarnos a seguir a la casa el arquitecto nos contó primero las razones por las que había llegado a tal forma exterior que carecía de ornamento.

Este primero nos mostró la manera en la que la fachada blanca garantizaba una fácil comprensión del espacio interior debido a que cada ventana en la fachada respondía a las necesidades del habitante en su interior. Después de un silencio cargado de escepticismo, el señor Loos prosiguió con una explicación que incluía las formas volumétricas del edificio y las relacionaba con un uso muy específico en su interior. Esto, aunque parecía muy lógico, contradecía a todas las reglas conocidas por mí sobre los edificios vieneses en los que la fachada ornamentada ocultaba el verdadero uso del edificio.

Luego de otro silencio, el arquitecto dijo cómo había “jugado” con los volúmenes y sus dimensiones para aprovechar la máxima funcionalidad en su interior lo que había resultado en la particular forma y tamaño de la mansarda. Aquello me pareció una solución interesante al problema de espacio así que le pregunté al arquitecto si podíamos seguir adentro del edificio para conocerlo mejor.

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Al entrar por la verja, y luego de subir unas escalinatas de un medio piso de altura, entramos a un espacio cerrado por un par de puertas que se orientaban a ambos lados. El arquitecto dijo que cada apertura conducía a un espacio distinto lo que coincidía con la separación de usos específicos dentro de la casa. Decidimos entrar por la izquierda en donde me encontré con un gran espacio recibidor en donde se ubicaban algunos muebles de salón iluminados por un par de grandes ventanas. Lo primero que me impactó fue la falta de ornamentos en este espacio que se veía compensada por la riqueza en el uso de materiales: las paredes estaban cubiertas a la mitad de madera, algunas dejaban los ladrillos expuestos y otras estaban estucadas desde la mitad superior.

Los ojos tardaron un momento en acostumbrarse a aquella división en las paredes para luego interesarse en los muebles. Pude ver que en muchos de los espacios las paredes se proyectaban con la misma madera de recubrimiento en forma de muebles y que algunos de ellos también se fusionaban a las escaleras, también recubiertas en madera.

Junto al señor Loos, fuimos al fondo de la casa en donde se ubicaba un gran espacio del que salían dos dientes en ambas esquinas. Aquellas proyecciones me hubieran parecido inútiles por no ser que las paredes del diente formaban un acogedor banco que rodeaba una pequeña mesa de té. El arquitecto entonces dijo que solucionado el problema de la mesa con ese pequeño diente, quedaba un gran lugar para el provecho de los habitantes de la casa y no de sus muebles.

Seguí explorando los diferentes pisos de la casa junto con Adolf Loos para encontrarme sorpresas en cada espacio que visitaba. Pareciera que la casa se hubiera propuesto a cambiar de forma para ajustarse a la cantidad exacta de trastos y aire necesarios para una vida en familia.

Para finalizar, el arquitecto me dio un discurso sobre como la pérdida del ornamento le había permitido librarse de aquellas formalidades decorativas que sacrificaban el uso de la casa: habiendo conquistado el ornamento era hora de explorar el territorio del “uso en la arquitectura”.

Puede que aquella casa todavía no sea aceptada en la Viena de 1910 pero los pocos que han sido convencidos por el discurso de Loos ven ahora a la casa como el resultado de una serie de consecuencias lógicas y no como un capricho formal con el que fueron hechas sus casas. Estamos seguros de que con estas “corrientes del progreso” y un siglo joven como el que se vive ahora en Viena vendrán cambios que le harán justicia al señor Loos.