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Cómo criar a Raimundo Texto, ilustraciones y fotografías por Raúl Vásquez Troncoso

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Cómo criar a

Raimundo

Texto, ilustraciones y fotografías por

Raúl Vásquez Troncoso

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Viejo Zorro, Sotein, Joao, Alaraco, Carloco, Vieja

y Lennon: hermanos, gracias.

Fotografía de portada hecha por la Fran,

gracias; y basada en la escultura en acero ‘’Ella

y yo, 1996’’.

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Hola, Rai, ¿me das un momento? Debo sacudir

las butacas y barrer la gradería: el golpeador de muje-

res; el lustrabolas de su jefe; el que vendió su creencia;

el ‘’acusete care cuete’’; el padre ausente; y en gene-

ral… el simple cobarde. ¡Dejen el puesto a otro más

hombre!

Rai, este libro es tuyo y de tus hermanos. Uní sus

piezas porque así lo siento; y no afirmo que su conte-

nido vaya a ser lo correcto, o el bien, ni mucho menos

la verdad. Léelo sin compromiso, porque mi intención

sólo es mostrarte herramientas. Como le digo a tu her-

mano: ‘’No me tomes tan en serio’’. La vida me ha en-

señado que hasta en lo que tengo por más seguro

puedo estar equivocado; y al fin y al cabo… es tu vida.

En la crianza intervienen demasiadas personas,

pero finalmente es uno mismo quien termina por

criarse. Tus hermanos, son buenos chicos, siempre han

escogido su ropa y lo que comen. Exígeles libertad, no

te la podrán negar. Ellos me conocen, jamás les he

rehuido una pregunta, saben muy bien qué les diría o

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haría; y tú… tú lo aprenderás ahora.

¿Por qué me interesas?, ¿por qué te interesa-

ría?, ¿qué nos une?, ¿demasiadas preguntas? Es que las

prefiero a las respuestas. Dicen que padre no es quien

engendra sino quien cría. Yo digo que no es ni uno ni

otro: padre es aquel que escoja el niño, aquel que reciba

el honor de ser llamado papá.

Nunca he escrito un libro, ¿sabes? Supongo

que lo primero, es contarte por qué te llamas así. Había

vuelto recién, de un mochileo a la Carretera Austral, a

esa edad en que somos inmortales y esos viajes se vuel-

ven mitos; y comencé este cuento a cuyo protagonista

le faltaba un nombre. El personaje es valiente, honesto

y mira a los ojos cuando dicen su nombre:

Raimundo tiene una mamá a la que se le ilu-

mina la cara contándole cómo le dio la bienvenida a este

mundo. Sosteniéndose la mama izquierda: ‘‘…con leche

de este pechito’’; y un papá que estuvo allí para verlo, y

llorando jurar ser su perro guardián. Raimundo es mu-

cho más que tan sólo bien parido, lo sabe, y este es su

más grande orgullo.

La ronda de las tres de la mañana, es la que más

le gusta dar. Trabaja por las noches de guardia en el zoo-

lógico de Quilpué, para ayudar a pagar sus estudios. A

esa hora se esconden las gallinas y salen los gatos; ade-

más... necesita pensar.

El tigre se paseaba monótono y cabeza agachada

por la orilla de la reja. El muchacho se acercó cuanto

pudo, y se puso en cuclillas: ”Para estar a su nivel”,

pensó. Allí estuvo largo rato esperando, pero el tigre se-

guía su paseo como si nadie hubiera. Raimundo resopló

por la nariz un ¡je! despectivo, se levantó, volteó y ca-

minó alejándose. Al tercer paso, escuchó un ruido que

jamás había escuchado, y espera en su vida, volver a es-

cuchar. Un sonido nasal que silenció a todo el zoológico.

Se dio vuelta lentamente, el tigre se había detenido, le-

vantado la cabeza y le miraba fijo a los ojos.

Ese día, al llegar a su casa escribió: “Esto es de-

sesperante. Siento pasear dentro de mí, a un tigre por

la orilla de la jaula. Me porto prepotente, creo ser in-

vencible y controlarlo; pero siempre supe que no: re-

cién le he dado la espalda, lo siento correr y caer sobre

mí. Debo de alguna forma demostrarme, que sacar mi

carrera, no es otra engreída forma de pretender igno-

rarlo”.

A la noche siguiente, Raimundo estaba en la ca-

seta de los guardias, buscando en los canales de la TV.

Nada pasa escondido tras el control: es fácil.

A las tres de la madrugada, inició su ronda. Ca-

minaba lento, pero firme en una dirección. Se arrodilló,

en donde ayer se había encuclillado, y casi llorando gritó

con los ojos cerrados: —¡No los puedo defraudar!, ¡es

que no lo entiendes! —Entonces sintió una regada tibia

y húmeda chorrear por su cara.

Al llegar a su casa y aún con olor a meado de

gato, que tardó días en sacárselo de las narices, escri-

bió: “Sólo los valientes escriben sus vidas, los demás…

viven las de otros.”

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Hay muchas otras cosas que nos unen, Rai; y una

de las que más disfruto es conversar contigo mientras

te mudo:

Una luz anaranjada iluminaba el final de una jor-

nada de chuzo y pala en el patio de nuestra casa. Me

gusta el trabajo físico, porque me permite pensar en

otra cosa mientras tanto; y esa tarde estaba filosófico.

Al entrar a casa, tu madre me dice que me estás

esperando y que me tienes un regalito, te miro y tú te

tocas el pañal...

Sobre la cama extiendo una toalla en la que te

recuesto, te miro a los ojos y te digo:

— Somos… un efluvio.

— … —Me sonreíste.

—Anda a buscar el diccionario. —Te ordené como

enojado. Mientras con mi mano izquierda te levantaba

lo suficiente por los tobillos, la derecha te quitaba y en-

rollaba el pañal cagado.

—¿Y un ápice?, ¿ni hablar de nonada?

—… —Pusiste cara de: “¿De qué estás hablando?”.

Con tu espalda pegada a mi pecho y agarrándote

firme por debajo de un muslo con una mano, te lavo el

poto con la otra en el lavamanos. Luego te impulso ha-

cia arriba girándote en el aire, te paro de pecho, y

vuelvo a enfrentar tu mirada:

—¡Qué vas a saber tú!… ¡ignaro!, ¡ooooh! —Con los

ojos del acusete que lo disfruta, me reí y luego te con-

solé—:

—No te preocupes… tu ignorancia no es supina. —En-

tonces encontré a tus pupilas, en el centro de las mías,

y resonó en mi mente tu pregunta—:

—¿De verdad sabes qué somos? —Y me repasaste con

una sonajera de peos caldúos.

Pues sí, tu papá es un loquillo; pero no sólo esto.

Que ¿quién soy? :

Tres hermanos creían en una verdad de oro; en-

terrada en la cumbre de la montaña sagrada, detrás de

la Laguna del Inca. Todos los senderos decían ser los

verdaderos y la cumbre se divisaba desde su pueblo. El

tonto luchó contra el monte sin desviarse; el cobarde se

sentó a esperar y el mentiroso tomó un sendero.

Que ¿cuál soy yo?... El mentiroso, un truhán al

que le gusta jugar pepito paga doble con la vida, un ca-

radura sin ley, que miente todo lo que quiere, pero ja-

más a sí mismo… ¿y qué?

Y este mentiroso, parado sobre una roca, pro-

nunció en voz alta, momentos antes de iniciar su trave-

sía:

“Cansado ya, de los parásitos que me sorben el

alma, peregrinaré a cierto sacro cerro este treintaiuno,

y mostrando mis vergüenzas al sol, beberé zumo de pe-

rejil fermentado; para así, hacer de vientre hasta la te-

nia; la cual, ataré por descolorida cola, a mi volantín fa-

vorito, que encumbraré durante dos rosarios; luego… lo

dejaré ir’’.

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Laguna del Inca, cerro Tres Hermanos. Diciembre es su mejor fecha de ascenso, con la nieve en su punto.

¿Y tú?... ¿Quién eres tú?

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Por su parte, a tu hermano, príncipe de los indó-

mitos; se le ocurrió este cuento cuando literalmente sa-

bía cuatro palabras: su primera palabra “cacola”, Coca

Cola; “ma” mamá, su adoración; ”a” agua, sed de hiper-

activo; y “caca” que usaba a modo de palabrota. Había

hecho caca detrás de la cortina. Tu hermana Francisca,

tu primo Tomás y yo, nos reímos mucho y el Vicen se

molestó. Así que dije:

—Al Vicen le toca inventar un cuento.

—… —Me miró feo.

—¿De qué se va a tratar tu cuento, Vicen? —Lo provo-

qué.

—¡Caca! —Y me miró a los ojos.

—¿De un mojón? —Seguí la chacota.

—¡Caca tul! — “Me está diciendo Caca tú o Caca Raúl”,

pensé. Entonces el Tomás gritó—:

—¡Caca azul! —Y todos reímos otra vez. Noté que la

aprobación de su público animó al Vicen, así que la se-

guí—:

—¿Y era un mojón grande o chico?

— … —Puso la mano en pinza.

—¿Y qué le pasó? —Se puso los pulgares en los bolsillos

del pantalón, dio unos pasos, gritó:

—¡Pa! —Y se lanzó al suelo dando vueltas.

—¿Lo atropellaron?

— … —Asintió con la cabeza.

—¿Lo atropelló un camión? —preguntó el Tomás (al To-

más le gustan los camiones)

— … —Ahora negó con ella.

—Lo atropelló un taxi —dije lento, y comprendiendo

poco a poco.

—… —Subió y bajó la pera en un movimiento brusco y

seco.

Al Vicen, casi lo atropella un taxi, unos meses an-

tes y aún se acordaba. Así nació este cuento que tus pri-

mos y hermanos recuerdan desde entonces como ‘’el

de Caca Azul’’:

Caca Azul era un mojoncito que nunca le hacía

caso a su papá. Quien siempre le decía:

—Caca Azul, antes de cruzar la calle, debes mirar para

los dos lados.

Un día Caca Azul, iba buscando monedas en el

suelo. Recién se había encontrado una grande en el

cruce. Por esto no vio, al taxi que lo atropelló.

Culpó a su papá por no enseñarle bien, a su

mamá por no llevarlo de la mano y al taxista por no to-

car la bocina. Al final del día: nadie pudo despegarlo de

donde había quedado estampado en el pavimento.

Allí estaba, cuando una noche, vio como detrás

de un cerro, asomaba una luminosidad que opacaba a

las estrellas. Pensó que era la ciudad de Calama, pero

pronto notó que aumentaba; entonces, creyó que era

la mina de Chuquicamata, iniciando el turno de noche;

y al ver como aparecía, poco a poco, un domo blanco,

hasta pensó en un platillo volador. Él jamás había visto

a la luna: si apenas miraba para el lado… mucho menos,

para arriba.

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Entonces Caca Azul… ¡se enamoró de la luna!;

así, le preguntó:

—¿Eres una caca blanca pisoteada contra el cielo? —Y

ella nada dijo.

Pero a Caca Azul, esto no lo desanimó: como

un girasol lunar, la apuntó toda la noche. Sintió fluir la

luz de ella por su ser, su espalda se empapó de sudor y

logró liberarse.

Desde entonces, su cuerpo se había quedado

en tierra, errando siempre al oeste, sin poder alcan-

zarla; mientras su mente y espíritu, ido más allá de las

nubes. Sólo los mares que hay en la luna podrían darle

tranquilidad.

La tía Mane, una queltehue a la que le gustaba

hacerlas de alcahueta, se compadeció, y le comentó:

—La luna se baña en pelotitas, ¡sobrino por Dios! En un

ojo de mar, que aflora en medio del desierto…

Caca Azul acampó en su orilla, y creyendo que el

cielo, era sólo el reflejo del universo contenido en la

posa, esperó a la mismísima luna, por tres íntimas no-

ches, a que se desnudara por completo; susurrándole

en cada una de ellas: un sueño, una fantasía y un último

deseo. En esta última noche, poco antes del cenit; él

también se desnudó y entró bailando en la poza, para

ella. Dio una vuelta alrededor de su enamorada, apun-

tándola, casi tocándola. La luna sintió rozar sus cuar-

tos… se estremeció, por fin balbuceo:

—¿Por qué me rondas?

—Porque me rondas —ronroneó Caca Azul, mientras

daba la segunda vuelta trazándola… en todo el contorno

de sus caderas. Se detuvo frente a Tycho, el más her-

moso de sus cráteres y erguido en la cima de su monte…

se clavó. En un instante que le pareció cósmico, gritó:

—¿Quién eres?

La pregunta recorrió el universo hasta revotar en sus

confines:

—Quien eres… —Escuchó replicar muchas veces.

El Vicen

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Oye Rai, tal vez te preguntarás ¿qué quiero? El

siguiente párrafo se me ocurrió de padre primerizo,

viendo a la Fran dormir; pero es lo que siento por cual-

quiera de ustedes, cuando les guardo el sueño.

‘’Anoche te miraba dormir y por tu ventana se

veía la ciudad. Traté de hacerme una idea, de cuanta

vida representaba cada luz. Cada luz, tan igual y dife-

rente a la vez. La vida se me presentó, como una de esas

ecuaciones larguísimas, que finalmente resultan igual a

cero. ¿Qué pasa por la cabeza de un padre ante la in-

mensidad? Sólo una cosa: proteger a ese que duerme.

Por esto, aunque creo que caerse es la única forma de

aprender a caminar… igual te enseño’’.

Hay quienes siempre quieren intentar otra vez,

como tu hermano, no temen caerse. Pregúntale a él los

detalles de cómo lo hace —Yo creo que ni se le pasa por

la cabeza perder tiempo lamentándose, sólo se para y

sigue como si nada—. También conocerás a quienes

todo se les da fácil, ¿cuál es su tara?: cuando la vida los

pesque, zamarree y revuelque…y lo hará, no sabrán

cómo ponerse de pie. Más, como todo, también se

puede aprender.

Hoy, tomamos la siesta, el sol nos da por un cos-

tado… y tú resplandeces como la copa de una palma en

medio del valle. Me enamoro de mis hijos. Pero me dura

hasta que, como a los tres años de edad, comienzan a

pensar por sí solos; después… sólo somos familiares, ¡ja

ja ja! Se llama libertad de pensamiento y creo en ella.

¡Usa tu razón y libertad! toma las decisiones. La volun-

tad es una fuerza que necesita ser ejercitada.

Ya has dormido bastante, así que te despierto

con besitos y cantándote tu canción. Sobre la cama ju-

gamos a las cosquillas: mis dedos índice y medio son las

corredoras piernas de mi mano, que se encarama por tu

patita hasta tu cuellito. Quieres enojarte y arrancar,

pero no puedes por la risa. Cuando por fin te enojas, te

sientas sobre mi pecho y de improviso te lanzas a mi

cuello. Trato de bajar la pera, no alcanzo y pierdo el

juego. Me da risa el sólo recordarlo. Algún día necesita-

rás de alguien y yo estaré allí. Vive, ríe, enójate, haz lo

que quieras, tienes tooooda la libertad. Corre cuán lejos

te den los pies y no podrás deshacerte de mí.

Somos de los Vásquez de Temuco. Allá vivíamos,

cuando le ofrecen a mi papá, pintar quinientos barriles

aceiteros en Viña del Mar. Se acaba la pega, le sale otra,

y así se fue quedando por allá. Era una fiesta cuando lle-

gaba con su pelo largo, regalos, haciéndonos cosquillas;

y con la Mane creíamos que era un payaso disfrazado

de nuestro papá. Llevaba varios años en Viña: “Ya casi

acostumbrado a vivir solo”, sus palabras; cuando debió

ponerle el pecho a la vida, sonreír y seguir adelante. Lo

recuerdo como lo más natural del mundo. Él había dicho

que nos mandaría a buscar, y lo hizo. Yo lo esperé con-

tento y confiado. El día en que llegamos, el sol brillaba

más lindo; pero para tu tía Mane, el cambio fue tre-

mendo: ”pasamos de tenerlo todo, a no tener nada”…

mujeres… son así, y nada que hacer.

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A los Vásquez no nos gusta que nos manden, así

que tu abuelo mandó a la cresta eso de trabajar apatro-

nado y se puso con un taller automotriz, en el patio de

nuestra casa. Allí estábamos jugando a los pistoleros

con el vecino, y a tu tía Mane le gustaba, así que le son-

rió antes de decirme:

—La mamá dice que vengas.

—Estoy jugando.

—¡Que vengas te dicen! —Manos en jarra y zapatazo al

suelo. En ese tiempo y aunque no lo creas, tu tía Mane

no decía garabatos, ¡ja ja ja!

Al entrar en nuestra casa, recuerdo a mi mamá,

a la Mane y a una prima, que había llegado a vivir con

nosotros, tomadas de la mano. Me tocó cerrar la ronda.

Mi mamá tiene esa fe sin cuestionamientos que heredó

mi hermana. Después de rezar un Padre Nuestro, un

Ave María y un Ángel de la Guarda —sus tres oraciones

preferidas—, según las imágenes que retengo, rogó

algo así: ”Señor, no tenemos ni para pan. Dale trabajo a

Raúl. Ayúdanos en esta necesidad”.

A los días golpean la puerta. Era el chofer del re-

parto de pan; se le ha caído el tubo de escape, pero no

anda con dinero… Pagó con una caja platanera llena de

marraquetas calentitas. Este pan, más conocido como

pan francés en Temuco, o mi queridísimo pan batido en

Viña, es desde entonces, mi pan preferido.

Más vale simple hueón, que huevón simplón.

Aun y con esta experiencia se me hace difícil creer en

ese Dios.

—Es fácil no creer en Dios —me dijo una beata.

—Lo fácil es creer en Él porque lo necesitas; y no por

creer que sea la verdad —le contesté.

¿En qué creo, Rai? Creo en que todo es un in-

vento del ser humano, porque la esencia de las cosas se

echa a volar al acercarnos. Creamos seres en nuestra

mente primero y les ponemos nombres después: mesa,

silla, libertad, igualdad, dios, diablo, inicio, fin, arriba,

abajo, tiempo… espacio.

Si fuésemos simétricos me quedaría sin un buen

ejemplo, pero lo cierto es que no lo somos. La simetría

no existe en esta realidad. La hemos creado, como todo.

Un trazo igual a otro: los números. Alguna vez un padre,

por vez primera en este planeta, le enseñó a contar con

piedras a su hijo, y le dijo: “Imagina que cada piedra es

un dedo, una piel de mamut, o un pájaro dodo; pero tan

sólo uno”. Imaginar que cien peces son iguales para así,

poder contarlos. Además, ¿por qué el diámetro no cabe

un número finito de veces, en su circunferencia? ¿Será

porque la circunferencia es algo inalcanzable para los

números?

Razón e imaginación (¡Qué dupla!) dan forma a

un mundo en el que nos creemos dioses: nos explica-

mos esta realidad en base a nuestra unilateral forma de

imaginarla.

Los humanos no nos comportamos como si Dios

no existiera, sino como si cada uno de nosotros fuese

Dios; y ante la pequeñez de nuestra razón frente al

tema, admitamos que puede ser lo que sea.

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Una vez conocí a uno que trabajaba desacti-

vando bombas: “…pero no perdamos el tiempo ha-

blando de esto. ¿Inmortalidad? ¿Qué importa? Estoy

aquí y eso es todo. El mundo está lejos de ser perfecto

y debemos mejorarlo con la lucha del día a día… Por lo

demás, ¡yo ya soy inmortal! Y si logro que mi hijo llegue

a mañana, me hago más inmortal aún”.

El ser humano inventa formas de vivir por siem-

pre. Un nuevo invento lo hará inmortal: sacarle la infor-

mación a un cerebro e implantarla en otro cuerpo. Fi-

nalmente… la humanidad se habrá liberado de su lastre.

Ya no seremos humanos: palingenesia...

— ¿Palinge…qué? —Tu cara me pregunta.

— ¡Anda a buscar un diccionario! ¡ja ja ja!

Sólo nos faltará hacer en la nada para ser Dios…

También creo, en que la parte percibida del uni-

verso es lo llamado realidad y más aún, creo en que exis-

ten planos superiores al universo. Somos unas cuantas

gotas en un océano que no alcanzamos a dimensionar;

y una o varias fuerzas, fluyen a través de nosotros, tal

como las olas, mareas y corrientes lo hacen en el mar.

Somos lanzados a este universo como quien so-

pla una pluma, como el impulso que recibe la bola del

pinball, o… como un cometa al río de estrellas.

Todos los astros son importantes. Esta es la his-

toria de uno que vivía sin ningún acompañante que es-

tuviese a menos de cuatrocientos arcos luz de su nú-

cleo. Comparada con otras estrellas, su tamaño era más

bien pequeño; pero, su soledad y no poca presunción,

lo llevaron a pensar que era la estrella más importante

del universo. Hasta se dice, que acuñó la idea de ser el

centro de éste.

No hablemos de días o noches, ya que en el es-

pacio no los hay; pero en algún instante cósmico, se le

aproximó una joven cometa, que recorría por primera

vez, esa desconocida zona de... ¡qué importa cuál gala-

xia! Esta es la extraña conversación que sostuvieron:

—¡Hola! —dijo la joven, al “astro rey”.

—Más respeto niña, ya mucho has desordenado con en-

trar en mi órbita. —Y tosió sobriamente el sol, casi sin

abrir los ojos.

—No puedo evitar pasar por el mismo lugar cada cierto

tiempo.

—¿Cómo? —Volvió a toser—, ¿y por qué no habías pa-

sado antes por aquí? —Por fin satisfecho del tono de su

voz, miró al infinito.

La joven cometa, que sabía de la fugacidad de

los encuentros, le dijo:

—La verdad es que no te recuerdo; pero dime: ¿por qué

estás tan solo y enojado?

—No estoy enojado. —Y como leyendo algo escrito tras

sus párpados, recitó—: No confundas la seriedad de mi

cargo, con el estar enojado; por lo demás, así es la sole-

dad del mando. Las veces en que me han acompañado,

no han sabido comprender que mis responsabilidades

requieren de toda mi atención.

La joven ya casi estaba en el punto más cercano

que podía pasar del sol sin ser atraída por su gravedad.

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—Yo también soy sola, pero en mis viajes he hecho mu-

chos amigos, a quienes pienso volver a ver algún día.

—¿Amigos? ¿Llamas amigos a quienes han cruzado un

par de palabras contigo?

Se disponía a toser otra vez, cuando miró a los

ojos de aquella niña: eran tan profundos, que debió ha-

cer un gran esfuerzo para no caer en ellos y perder su

compostura tan formal.

—Sé que es muy poco el tiempo y mucha la distancia,

pero… ¿qué importa? Si no los abandonaste ni te aban-

donaron; así, jamás los olvidas ni dejas de amar.

El sol se quedó sin hallar que decir. Cuando por

fin articuló un sonido, la joven se alejaba hacía rato; y

sólo pudo observar cómo lo mejor de él se marchaba,

que casi no cambiamos, que sólo aprendemos a disimu-

lar nuestros defectos; alejándonos de quienes amamos,

y quedándonos con todas nuestras estupideces y ‘’res-

ponsabilidades’’ a cuestas (La estupidez, Rai, no la causa

la falta de inteligencia; sino sobreestimar la que tene-

mos).

La Cometa, ya no tan joven, cien mil quinientos

millones de arcos luz después, fue engullida por un agu-

jero negro, volviendo a la vida, ¡quién sabe dónde!,

como una partícula de polen, izada muy alto por un

viento tibio. El sol estalló, y al volver su percepción, era

uno de tantos leptones corriendo detrás de un bosón,

al que dieron alcance creando un átomo de hidrógeno,

en una nube nimbo; hasta que se le acercó, otra vez… la

misma joven.

La muerte, es un paso al que hemos dado por

verdadera su explicación alegórica. Personalmente

pienso que es un trauma no superado por la especie hu-

mana. Y como no me gusta que me digan qué pensar,

prefiero verla como un salto al espacio exterior o al

mundo subatómico. Revivimos por siempre: unas como

cometa, asteroide, planeta u otro astro; y otras como

leptón, fotón, bosón u otra partícula esencial. El cielo y

el infierno, en el medio este mundo, pero sin inicio ni

fin, y pasamos de uno a otro, por agujeros negros y ex-

plosiones nucleares. ¿Quién sabe si esta será la verdad?

¿y tú qué crees? De lo que estoy seguro, es que puedo

probarlo tanto como otros pueden probar a su Dios Pa-

dre Creador.

Mi papá me transmitió, sin darnos cuenta,

como todo buen trauma de este origen, uno que me

gusta mucho: tener una caja en la que guardas cosas pe-

queñas, pero importantes, como piedras recogidas, un

primer dibujo, fotos de gente amada. A la de mi papá le

he sacado tres cosas. Una de ellas es la agenda más her-

mosa que he tenido; y he tenido muchas: tapa de cuero,

de 1948 y como todas mis agendas, de bolsillo. En esta

reliquia está escrito, por este mismo puño derecho; y ya

que estamos en esto de dar años: el ochenta y dos (yo

nací el setenta) una palabrita que quiero compartir con-

tigo; y a la cual, corregiré sólo aquellas faltas que le ha-

gan variar su sentido:

“Llegué a mi casa del colegio, me senté a almor-

zar y me preguntaron por una prueba. Yo les dije que la

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profe no me la quiso hacer y mi mamá y mi papá pusie-

ron una cara. Entonces yo le dije a mi papá: -pero ¿para

qué colocan cara de sapo?-. Mi papá, que ya estaba

enojado con mi hermana porque lo había tratado mal:

le había dicho “imbécil maricón”, porque le había sa-

cado un pedazo de vienesa. Se enojó con mi hermana y

conmigo, nos agarró a chuchadas y nos amenazó, nos

agarró del pelo’’.

“Todos los días, parece, que mi papi está apu-

rado porque le ayude, a veces sueño que me le enfrento

y le digo todo lo que pienso y siento en un tono ca-

breado y enojado, pero yo sé que mi papá encontraría

que lo que pienso y siento está mal, además me diría un

millón de razones por lo que siento y pienso está mal o

demasiado imperfecto. Me trata como a un idiota. Llego

a pensar que soy un idiota y a dudar de mi capacidad,

por esto me enojo, me equivoco y mi papá me corrige

enojado como diciendo o pidiendo por qué no le tocó

un hijo más avispado, mis errores son humanos, tal vez

los de un joven, pero mi papá los hace aparecer la ca-

tástrofe familiar”.

De la misma agenda y ese mismo año: ‘’…no

quiero ser como él, él no es lo que yo quiero para mis

hijos. Siempre llego a la conclusión de que lo odio por-

que siempre está en mi contra. Lo que yo considero

bueno, para él es malo. Lo que menos me gusta es que

casi siempre tiene la razón y digo casi siempre porque

cuando no la tiene, la inventa”.

Y tú, Rai, ¿qué opinarás algún día de mí? Aquí te

mando una copla de regalo para ganarme tu buena

onda y que no seas tan duro al juzgarme:

El Río

El placer lleva al vicio,

como el agua al río.

Torrentoso y solitario,

baja envanecido.

El dolor lleva al hábito,

como el parto al crío.

Caudaloso y solidario,

arriba engrandecido.

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Comprendemos al mundo, como si nuestra ra-

zón fuese la medida del universo; y no creo que estemos

en lo correcto, porque introducimos las limitaciones

con que vemos la realidad en nuestro pensamiento:

prejuicios, verdades absolutas, estructuras mentales…

este tipo de cosas. Creo que sobrevaloramos a la razón.

En esto tenemos mucho que aprender de los ni-

ños más pequeños. Antes de nuestro primer recuerdo,

la conexión al universo es plena: con los sentimientos

medimos al universo; allí no caben dobles lecturas, en-

trelineas, no querer ver…

El viento, las mareas, el río de estrellas, te ense-

ñarán a conocer tus sentimientos. Por esto amo encum-

brar volantines, porque por un instante sagrado, vuelvo

a sentirme un niño.

Qué sensación maravillosa es hacerle fintas al

universo. Encumbrar de noche, un volantín blanco y en-

frentar a la vía láctea, como uno más.

Viví un tiempo en una cabaña que cuelga en los

acantilados de la playa El Libro. Allí recibí a diario, la vi-

sita de una pequeña musa, que me traía sus dibujos y

alegría de regalo. Ella inspiró este relato: "La aerodiná-

mica del volantín chupete":

— Papá, quiero volar un volantín contigo. — ‘’Esta es la

primera de mis hijos en pedírmelo’’, reflexioné—. Como

siempre anda en mis brazos, se le han pegado mis gus-

tos.

Al comprar volantines, me sorprende como

tanta felicidad pueda ser tan barata, y me voy con la im-

presión de haber estafado al vendedor. El madero recto

debe ser más resistente a doblarse que el otro, y con

pechito. El otro… que el arco sea parejo.

—Quiero uno rosado —me ordena con su carita pedi-

güeña.

—Los volantines, no se escogen por su colorido, sino

por sus maderos… como los compañeros.

El volantín chupete, es el más rápido y ágil de

todos, porque tiene un madero recto y tieso; y otro ar-

queado y flexible, como el cuerpo y las alas de un hal-

cón.

—Papá, ¿crees que mi volantín está vivo?

—Un volantín sin tirantes, es un recién nacido; y los nu-

dos que hagas en sus tirantes, serán la única forma de

enseñarle algo.

Me gusta pensar que el madero recto es el ra-

zonamiento y el arco, la libertad: puedes cambiarle el

papel todas las veces que quieras y seguirá siendo el

mismo.

—¿Cómo, se le ponen los tirantes a mi bebe, papito?.

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—Te gusta llevar las conversaciones ¿eh? ¿Los tiran-

tes?: a una cuarta de la cola en el madero recto y a cua-

tro dedos a cada lado de la cruz, en el arco.

El razonamiento es la balanza de la libertad: el

tirante del razonamiento debe ser más largo que los de

la libertad, o no sabrá que hacer y volará siempre bajo;

pero cuidado, mucha razón lo hará ciego y loco…

—¿Cómo se vuela un volantín, papá? —me remece tu

hermana. Ella siempre me despierta, como diciéndome:

‘’Ven, vuela conmigo’’.

—Recogiendo y dando hilo —le contesto—. Un volantín

en forma, al recogerle hilo, hace carreras derechas; y al

darle, gira sobre sí; y eso es todo ¡ya sabes encumbrar

volantines!

Que un volantín es papel y dos maderos, me

suena a que una piedra, es un trozo frío de planeta. Por

esto prefiero pensar que es el poder creador que lleva-

mos dentro. El poder de rajar el cielo azul. El respeto

que nos debemos como individuos, viene de allí…

—¿Por qué te gusta volar volantines papá? —me trae

de vuelta, otra vez, tu hermana.

—Porque soy el volantín que en un rasante despierta a

quien toma la siesta; y si me equivoco en la pirueta,

siempre puedo intentarlo de nuevo. Y a ti ¿por qué te

gusta?

—Porque me gusta estar contigo.

—Tú sí sabes amar Mochulita…

La Anaís

Acierto y error, la única forma de aprender algo

nuevo —los niños lo hacen todo el tiempo— sólo re-

quiere valor y honestidad. Por esto sostengo, que todos

tenemos la oportunidad de mejorar. Sin embargo,

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mientras más lejos de la niñez, más nos cuesta apren-

der, porque nuestro orgullo, prejuicio, resignación… —

esa onda—, nos lo impiden. Además, la mente, en todas

las edades, para evitar el dolor que nos causa lo que no

toleramos, y con los años toleramos menos, hace que

no nos demos cuenta de nuestros errores, porque nues-

tro inconsciente los oculta; luego perseveramos en

ellos, defendiendo posiciones a las que hemos llegado,

sin tener muy claro cómo.

Al ir envejeciendo, los seres humanos comunes,

dejarán de buscar la verdad: en el mejor de los casos se

conformarán con lo que diga la ley; muchos sólo que-

rrán ganar la discusión; y la mayoría, sólo obtener un

provecho económico. Al ser apuntados con el dedo por

los jóvenes, dirán: ‘’madura’’, ‘’qué sabes tú’’, ‘’no seas

utópico’’; siempre desde sus tronos y sin jamás entrar a

discutir por qué no siguen a la verdad independiente-

mente a sus conveniencias personales; y si por fin se les

aparece, colosal y desnuda, la verdad ante sus ojos, le

darán vueltas al asunto, distorsionándolo para acomo-

dar los hechos; y así, justificar su propia estupidez en la

de otros. Lo que sea con tal de no admitir, haber llegado

a viejos demasiado pronto, o peor aún… vanos.

Por esto también sostengo, que en los espíritus

jóvenes está la oportunidad de un mundo mejor —¿Es-

píritu joven?: no sólo valor y honestidad, sino además…

consecuencia— ¿y tú? ¿Qué harás con la tuya?

La vida te ofrecerá muchas oportunidades, pero

a veces, sólo una. Hay una estrategia que casi nunca re-

sulta, pero que con el tiempo, ha terminado por gus-

tarme, porque sirve para tumbar gigantes: jugársela al

todo o nada y ser porfiado en esto. El devenir entre:

muy bueno y muy malo, es devastador; sin embargo,

como te dije, no puedo evitar que me guste.

El miedo invita a repetir, quedarse y varar, en

este mismo orden. ¿Qué es crecer?, ¿quieres crecer?

Mientras lo piensas la vida te tumbará, pateará y escu-

pirá en la cara. ¿Qué harás al respecto? ¿qué?, ¿nada?...

¿Te crees seguro?, ¿que no necesitas a nadie? Pues no

vayas por la huella. Haz tu propio camino. Vaya, pelee

con el monte. ¿Aceptas consejos?... ¿A quién habrás sa-

lido?, ¡ja ja ja! De todos modos, ahí te van varios porque

te amo: reconoce tus errores y habrás dado el primer

paso hacia el crecimiento, ya que crecer sólido no es

aprender nuevas gracias; sino deshacerte de viejas ma-

ñas.

Hay algo muy importante que debo enseñarte,

Rai: cómo hacer una fogata. Todo acampador tiene dos

cosas en los bolsillos: fuego y cuchillo. Yo prefiero el en-

cendedor de gas, por impermeable, y la cortapluma, por

caber en el bolsillo. Al escoger el lugar, piensa: “Durante

la noche, una brisa puede avivar una brasa mal apa-

gada, arrastrar una chispa al pasto de alrededor y que-

mar la carpa con nosotros dentro, bañados en plástico

recién derretido”. Pensar antes de hacer.

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La estrategia: paso a paso y ordénate por prio-

ridad; pon piedras en círculo y saca el pasto a su alrede-

dor. La técnica: Arruga un papel como pelota, pero sin

apretarlo, sobre él coloca un puñado de pasto seco y

esto lo encierras en un cono de ramillas, que irás agran-

dando con otras, cada vez más gruesas. Plan “B”: si está

lloviendo, reemplaza el pasto por viruta de colihue ama-

rillento y coloca bolsas plásticas en la punta del cono. El

plástico derretido que caerá sobre las ramas mojadas,

las encenderá. ¿Y qué creías?... pensar antes de hacer.

¡Ah! y antes de que se me traspapele… "La ruta

del niño que era un hombre". (Entre Los Maquis y la

cumbre del Caqui, en la cordillera El Melón):

Conócete; sólo tengo lo que soy. Hazte a ti

mismo; que el placer jamás limite a tu libertad. Rastrea

la verdad; a la persona más honesta, créele la mitad.

Huella de bestia llegando a la arboleda de Los

Maquis, después de una jornada de caminata, por la

quebrada El Garretón (la huella inicia en su ladera iz-

quierda), en la cordillera El Melón. Allí se encuentra la

animita del pequeño gran hombrecito.

¿El camino correcto?..., ¿será el camino del

bien?..., ¿qué crees tú?

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La prudencia está sobre la sabiduría, como la

verdad sobre la justicia.

No es suficiente saber cuál es el camino verda-

dero; sino además, escogerlo. Sólo tú puedes decidirlo,

pero cuidado: escucharás hasta hastiarte, que cada

quien tiene su propia verdad. De este modo nada es

cierto. Además, me parece una excusa para no tomarse

la molestia de buscarla.

Me gusta andar en donde nunca he andado, ca-

minar por cerros por los que nunca he pasado, porque

a veces logro una sensación que es muy rara en la vida:

la certeza de ir por el camino correcto. No importa el

cansancio y el esfuerzo, porque sabes que sucederá

algo bueno.

Amo esta oportunidad cósmica. La vida es un fa-

vor pocas veces merecido y muchas menos, agradecido.

Que ¿quién soy yo para decir esto? Pues nadie, pero

esto no soluciona el punto. Nuestra vida es un sinfín de

valoraciones, y prefiero hacerlas yo.

Los juicios de valor tienen mala reputación, por-

que el bien y el mal no se pueden probar, y hasta hay

quienes afirman no realizarlos. El bien y el mal no nece-

sitan ser probados, o acaso necesitas probar que existe

la vida para vivirla. Monjes encuevados, no son mi onda.

Un andariego como yo, cree en la libertad; mi espíritu,

lo único libre que poseo, escogió un camino. Mi mente

no podrá evitar que lo siga.

Para escoger el bien debes decidir qué es bueno

y qué malo. Personalmente creo en que el bien es el

equilibrio del universo. Así las cosas, la oportunidad de

hacer lo correcto se nos presenta como una bendición

que no valoramos, ya que la recompensa o el castigo,

social o divino, mueven las acciones de casi todos.

La motivación de quien hace el bien, y escú-

chame esto que te voy a decir, Rai, creo en que es: agra-

decer la oportunidad de hacerlo. Por esto, quien haga

el bien, no debe recibir los agradecimientos, sino por el

contrario, darlos; pues, la vida le ha ofrecido la oportu-

nidad, en una noche fría y lluviosa, de encender fuego.

Imagina que estamos alrededor de una fogata

que tú has encendido, y es mi turno de contar una his-

toria:

La cara sur del cerro La Campana, puede ser es-

calada sin cuerdas, por el filo suroeste. Tres peldaños

gigantescos y aguzados, como los dientes de un serru-

cho, conforman una cresta rocosa a la cumbre. Tus bra-

zos nunca deberán soportar todo el peso de tu cuerpo,

pero en esas tres escaladas, una estupidez y caerás

veinte metros antes de impactar contra una roca, luego

seguirás azotándote en cada tumbo, por unos doscien-

tos metros más.

El filo suroeste se ve desde toda la costa. Desde

Valparaíso, se ve a la izquierda; y de Quintero, a la de-

recha -¿En dónde estarás ahora leyendo esto? Hola, yo

soy quien sufre y ama contigo. Bendiciones, Rai. ¡Va-

mos, asómate a la ventana!, hay tantos caminos por an-

dar, tanto que dar, tanto por aprender.

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Allegarse al primer peldaño, no fue lo que espe-

raban. YYY aguzó la mirada y XXX levantó sus cejotas, al

observar un lugar, en donde cabe sólo uno… y equili-

brándose; el resto es precipicio y el filo. El miedo es con-

tagioso, así que como si tal cosa, dije:

—Lo primero es pararse allí; luego pones la punta del

pie en este hoyo de acá, te das un pequeño impulso

para alcanzar la grieta de allá; y te vas por ella.

—Te quiero ver -me dijo YYY.

XXX levantó aún más sus cejotas.

Minutos después, ya habíamos pasado sobrados

el segundo peldaño, así que XXX agarró confianza y

hasta aceptó un huirito que quemábamos con YYY. La

pacha mama me sostenía, sobre la yema de su índice.

Su inmensidad… mi pequeñez…

—¿Qué andará haciendo una mosca por acá? —pre-

guntó XXX. Para aterrizar a mi compa, le dije—:

—Hermano, la primera escalada exigió fuerza mental; la

segunda además física… la última pide fe.

Allí, la arista vertical del filo es demasiado escar-

pada, es mejor rodearla por la izquierda, subiéndose a

una saliente rocosa, del tamaño de una cabina de ca-

mión… pero que cuelga casi por completo en el abismo;

así que dije, otra vez como si tal cosa:

—Enfrentas el peñasco, pero giras a la izquierda, colo-

cas un pie debajo de esa saliente y de un envión te en-

caramas en ella, aferrándote a una manilla muy buena

que tiene encima.

Por más que aguzara la mirada y sus cejotas

apuntaran —casi tocaran, ¡ja ja ja!— a la saliente, ya te

imaginarás quién, al fin preguntó:

—¿Cuál manilla?

—Lo otro es rodear por debajo a la saliente —dijo son-

riendo YYY.

—Así fueron las cosas, XXX. La manilla no se ve. Una

duda y bailaste —lo rematé.

Nos aburrimos de esperarlo en el canalón que

sigue, así que le gritamos:

— ¡Te esperamos en la cumbre hueón!

Sin embargo, lo esperamos agazapados a la

vuelta. Hay cosas que se deben enfrentar solo.

Lo vimos aparecer pálido y con varias uñas raja-

das; pero con la mirada del que se probó quien ha sos-

tenido ser.

Escogerse uno mismo. El primer acto de libertad.

La afirmación humana por esencia. Hecha en todos los

idiomas y en cada libro sagrado. Los mapuches dicen:

inche kai che ‘’yo soy el hombre’’.

La imagen es ineludible y si debes convivir con

ella, aprovéchala. Lo importante es que seas quien afir-

mas ser. Difícil misión en este mundo de triunfadores y

fracasados, en que el consumo es la prueba más irrefu-

table de éxito.

Estos competidores… disculpa, quise decir ‘’con-

sumidores’’, viven de la apariencia. Y lo hacen no sólo

porque es fácil, sino además, porque les permite justifi-

car sus vicios morales, en una apariencia que usan de

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parámetro, envidian y llaman “hombre de éxito”

(hueón con capacidad de compra). A este personajillo

no le cuestionan cómo obtuvo este “éxito”, porque ellos

también están dispuestos a todo para obtenerlo.

¿Sabes cuándo se les cae la torre? Cuando de-

ben escoger lo importante y lo hacen como siempre.

Deben escoger pareja y lo hacen por lo que se ve; deben

escoger credo y lo hacen por la puesta en escena del

pastor; deben enseñarles a sus hijos qué es el bien y les

terminan enseñando los bienes. Luego se lo pasan en

arduas horas de psiquiatras, gurús, prostitutas o como

les quieran llamar, sin poder encontrar la felicidad, por-

que quieren tener felicidad, sin llegar siquiera a vislum-

brar, que el verbo que va antes de la palabra felicidad,

debe ser otro.

En la puntilla de San Fuentes… y no por el lado

de la bahía; sino en el de mar abierto, estaba parado el

Canica. ¿A qué edad nos haremos hombres? ¿kloketén,

pantalones largos o tu abuelo sirviéndote una copa de

vino? Ese día el Canica había puesto su índice al azar,

sobre el mapa de Quintero que hay en la municipalidad,

y le había tocado allí. Podría haberlo cambiado, como lo

hizo el Tomate, quien cayó en medio de la bahía; tam-

bién podría haber ido otro día, con la mar calma o

llana… o hasta risada, pero: “¡Canica es uno solo!”, acos-

tumbraba a decir.

Parado en la roca más expuesta y angulosa enca-

raba al mar. Una pared de agua, avanzaba irguiéndose

hacia la puntilla. Tomate y los otros lo vieron abrir los

brazos y mostrando las palmas al mar, desaparecer.

Allí las olas no cabalgan, es muy profundo para

esto. Allí, simplemente se levantan, quiebran y revien-

tan, en un solo y atronador desmadre. La explosión de

agua les pareció eterna, más al despejarse, allí estaba

Canica, empapado, pero en la misma posición. Sin em-

bargo, las olas grandes vienen de a tres. La segunda ya

venía creciendo... ¡Broom!, tronó el reventón. ¿Por qué

estaba Canica, parado allí? Miró hacia arriba, como el

mar se le venía encima. Una frase retumbaba en su

mente:

—Oiga amigazo —Así le decía su abuelo—. ¿Sabe qué

ponen los hombres?

— … —Sonrisa.

—Los hombres no ponen lo que usted está mal pen-

sando —Lo miró más allá de las pupilas, en donde se le

grabó para siempre—: Los hombres ponen el pecho. Lo

otro… ¡cualquiera!.

Los abuelos crían a grandes personas porque la

crianza, como todas las cosas que nos mejoran, se

aprende y perfecciona con los años.

Mi papá, tu tata Raúl, nos firmaba al inicio del

año escolar, a tu tía Mane y a mí; muy solemne, con tra-

zos rectos, paralelos y firmes, que remataba con dos

acentos y una mirada conforme; papeles a los que lla-

maba “pagarés”. Comprometiéndose, a pagarnos

buena plata, por buenas calificaciones finales. Nunca

dejó de pagar, y lo mejor era que lo hacía de muy malas

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ganas, casi enojado, pero ante la muestra de su firma

pagaba ofendido y murmurando frases ininteligibles: —

¿Para qué te comprometes? —, le decía mi mamá.

Por esto escribo, para confirmar mi rumbo y

para no olvidar de dónde vengo. Algo así, como ir de-

jando piedrecillas blancas por el camino. No me gusta

andar en círculos. Siempre es demasiado el tiempo per-

dido y la memoria es antojadiza ante un cambio de po-

sición. Aun así, a veces siento que doy vueltas en círcu-

los. Tomo todas las prevenciones, hasta he creído in-

ventar nuevos caminos; sin embargo veo, como resbalo

una y otra vez en mis piedrecillas:

—¡Pero cómo no puedes esforzarte más! —le gritoneo

a tu hermana.

—¡Eres inteligente pero flojo! —a tu hermano.

Creo que les hago sentir que nunca estaré sufi-

cientemente conforme con ellos. Les enseño inseguri-

dad. Los he detenido en vez de encaminarlos. He dejado

de apoyarlos y cuando lo he hecho, ha sido lleno de ira.

Más imbécil aún ¿no?

Teniendo una larguísima lista de buenas cosas

que hacen, rara vez les he dicho, cuanto admiro todo lo

que se esfuerzan por ser ellos mismos y seguir querién-

dome a la vez. Me gusta que tu hermano me recuerde

que lo debo llevar a fútbol y lo a menudo que veo a tu

hermana mayor pintando. El empeño que colocan en

estas cosas, me hacen agradecer a Dios por ser su papá.

Aquí va otro regalo:

El vado

Babea el buey por el estero,

de la mansedumbre y la sumisión.

Se debe hacer la ley del boyero,

de la costumbre y la tradición.

Vadea por el sendero,

a la cumbre de tu elección.

Debe ser la ley del montañero,

de la certidumbre y la convicción.

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¿Admirarás al dictador, al revolucionario o al

profeta? o ¿escaparás hacia una nebulosa, a las pregun-tas de tu interior? En el cielo están los más antiguos par-tisanos y arrieros; si les sabes preguntar te dirán dónde estás y adónde vas: la Cruz del Sur te mostrará, a tres veces y medio su largo, al Polo Sur Estelar; éste es el centro sobre el cual gira el manto de estrellas, su eleva-ción será tu latitud. Sólo a tu estrella, y a la misma hora y noche, consulta todo lo demás. Para triangular posi-ción y dirección más exactas: en cartas, prefiero la 1:50.000; y en brújulas, la con espejo en la contratapa. Estas te ayudarán, pero será la navegación mano a mano con la huella, la que completará tu formación como rastreador. Así se avanza por caminos desconoci-dos.

Escoge tu camino con el corazón, hijo, la mejor

de todas las brújulas. Se camina harto, pero jamás te

arrepientes. Y no te dejes llevar por el gentío: “Vinimos

a este mundo a ser felices”. ¡Qué individualismo! No

digo que no sea una prioridad; sino que no sea la pri-

mera, ni mucho menos, la única.

¿Sabes qué es una bestia? Para la gente de

campo es el animal de trabajo, el compañero de viajes:

el caballo y la mula. La “huella de bestia” es la carretera

de alta velocidad de los cerros. Una sola no te llevará a

la cumbre, por lo que debes aprender a reconocerlas,

para subir y bajarte de ellas: la tierra está suelta; las pie-

dras redondeadas y empequeñecidas, por el trajín de

las herraduras; cabe jinete y cabalgadura, las ramas las

quebró esta silueta; y lo más distintivo… siempre tienen

un destino.

Ajusta bien tu calzado, sobre todo de bajada,

evitarás ampollas. El sendero, muchas veces se pierde

en una loma de pastoreo, en otras te faltará el aire y no

te dará descanso. Pocos seguiremos a tu lado. Preocú-

pate por los más débiles de tu cordada, nunca los dejes

atrás, llévalos a punta de mentiras a la cumbre si es pre-

ciso. A la mayoría, la verdad les hará echarse a la orilla

del camino y el monte se los tragará. La verdad no se

enseña; se aprende. Después te lo agradecerán. Tu her-

mana mayor, sabe un par de cosas: cuánto corren sus

caballos y hacer que le crean. Pregúntale a ella sobre

esto.

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La Fran

Vas subiendo y te encuentras con varios cami-

nos, ¿cuál escoges?: el superior. Porque si te equivocas,

es más fácil bajar que subir; porque lo más probable es

que se junte con el principal algo más arriba; y simple-

mente porque tú vas subiendo.

—¿Y si pierdo el camino papá?

Tienes un rodado o nieve cubriendo la huella,

búscala en la forma de la ladera; y la huella que sigue,

en los zigzag de la loma que viene.

Es medio día, llueve hace horas, nada de lo que

llevas está seco y no sabes en donde perdiste la huella

de ascenso ¿Qué sacas con ser un atleta? o ¿con reco-

nocer tu error? si la moral de la cordada se quebró en la

aflicción; y a ti mismo el hambre, el viento helado y la

incertidumbre, te vencieron…

—Canta.

—¿Qué?

—Que cantes, hijo. Esto distrae, aquieta y permite pen-

sar. Busca tu motivo y haz un recuento de lo que tienes.

Yo he perdido el camino muchas veces, y me devuelvo

contento de poder desandar un error. El “caracol” es

demoroso, muchas veces impracticable y empalmar a

sangre es siempre una pérdida.

— ¿Qué es el caracol papá?

— Muy bien hijo. Así se pregunta.

El caracol no es babear escondido dentro de la

carpa hasta que Rescate Andino llegue, sino una vieja

técnica para encontrar el camino perdido: andas en

círculos cada vez más grandes hasta encontrarlo. Jamás

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la he usado, la encuentro muy de escritorio (ahueo-

nada), pero está en el manual.

No me tomes tan en serio; recuerda que nadie

te puede decir qué camino tomar. A propósito, Rai, in-

venté un guión para tira cómica, que a tus hermanos no

les gusta, pero a lo mejor a ti sí:

Una papa, con un cuchillo en la mano se pela

completamente y le pregunta a un choclo que tenía al

lado: —¿Le querís ver el ojo a la papa? —El choclo, to-

mándose de las puntas de sus hojas y bajándoselas

hasta el tallo; le contesta—: ¡Sí!; pero, ojo por ojo;

diente por diente.

Sobre cómo caminar largas distancias, basta con

decir que se mira al suelo y se piensa en otra cosa. Sobre

cómo caminar en la calle, tendré que acomodarme a

estos renglones: mirada al frente, para ver antes de que

te llegue; y con el rabillo, por dónde saltará el gato. Me

gusta tener el aspecto del que nada tiene y nada teme.

Búscate tu propio estilo.

Los que hacen cosas malas, se juntan para ayu-

darse en sus maldades. Pepito paga doble ¡Qué juego!

¿En qué se parecen los palos blancos? Fíjate en su as-

pecto, su voz, pero por sobre todo, en su mirada de

como que no están mirando. Esta mirada, mi viejo pe-

rro, te mantendrá vivo en la calle.

Sobre cómo se anda… de la única forma: bien

acompañado. Los amigos se escogen con la lealtad

como premisa. Personalmente, no me interesa su línea

política, religiosa o futbolística. Sólo les pido una cosa:

que sean derechos. Aléjate de quien veas realizar una

mariconada; aunque no te haya afectado, porque “ca-

ballo” bueno, repite.

Pero de todas las elecciones la más delicada es

la de escoger compañera: que esté cuando tú no puedas

estar y que sea no sólo un gusto; sino además, todo un

honor, servírsela. ¿Quieres que una mina así sea tuya

para siempre?: que no se entere que el mundo es fos-

forescente y tiene música de fondo cuando ella está a

tu lado. ¿Sabes qué quieren las mujeres? —conste que

te lo diré con menos de cuatro letras ¡ja ja ja! —: Más.

Siempre quieren más. Así que relájate, las enloquece;

mira que si les das todo, se aburren.

Personalmente, las minas me gustan en un solo

formato: inteligentes, damas y por sobre todo… cadero-

nas. En ese estado atontado, que en Chile llaman polo-

leo y en Perú andar de enamorados, le escribí a tu

mamá dos cartas cuando ella estaba al otro lado del

mar. La carta que envié decía por lado y lado: ”te amo”,

unas quinientas veces. Nunca les muestres todo, te lo

repito: las enloquece. La que no quise enviar, tenía una

poesía que desempolvo ahora; llévasela a tu madre:

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La montaña y el viento

Montaña de Chaitén,

impenetrable y fascinante,

húmeda e intensa.

Señora del lugar,

me miraste.

Yo seré,

el viento entre tus copas,

y haré,

las olas de tu playa.

Te estremecerás

bajo mi cuerpo

y despertarás cada día

envuelta entre mis brazos.

Ten cuidado, Rai, mucha de la gente que sale al

camino, nunca aprendió a ser gente.

Hay quienes gustan de transmitir a los demás,

poses encumbradas de sí mismos, acerca de lo honra-

dos, caritativos, abiertos de mente, desinteresados, u

otras cualidades que dicen ostentar. Afirman ser así y

son asá. No me gustan estos mentirosos, pues les re-

sulta fácil llegar por la envidia al fraude, y de allí, a la

calumnia. Construyen una imagen de sí mismos, que

con los años terminan por creerse; negando sus defec-

tos y ensalzándolos como atributos: la soberbia es bella,

el oportunismo es estrategia, el acomodar ideales es

madurar. Sin embargo, sus defectos les generan un sen-

timiento de inferioridad que no toleran, por lo que ven-

derán todo: Dios, familia y a quien sea, para no ser des-

cubiertos en su fraude. Al aparecer alguien, de verdad

con esas virtudes, lo querrán destruir, porque no sólo

les recordará, sus vicios, pecados y defectos, sino ade-

más, hará público su fraude.

Más común es la envidia a un igual, no a alguien

moral o físicamente superior, sino a quien consideran

de su clase. Por esto nadie es profeta en su tierra. Esta

envidia es negada y reprimida apenas nace, ya que debe

ocultar la maldad, que hay en sentir como una cache-

tada, el bien de un colega, amigo, hermano. Le llaman

chaqueteo, el cual en su forma más común y destruc-

tiva, se traduce en: ”Sé el mejor impidiendo que otros

lo sean”.

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Me gusta tener cara de pesado y bueno para los

combos: nadie se mete con tu viejo. Los poquísimos

amigos que tengo, son de verdad y los cuido como a mis

manos (los cuido, pero les doy duro). Al bonachón, le

maman hasta secarlo: las sanguijuelas se ofenden, si el

animal se muere de anemia.

¿Abusadores?… abusadores vas a encontrar

desde tu más temprana infancia. Son de esas cosas

inevitables de vivir en esta sociedad, como los huevones

hediondos en el transporte público. Los abusadores son

cobardes que escogen con pinzas de quien abusar:

inocentes, callados y temerosos. Usa tu imagen: que sea

la de un “inabusable” ¿Qué es esto?: vivito… chispudo.

Había un gigantón, en mi enseñanza básica,

acostumbrado a quitarme el pan con miel que me man-

daba mi mamá. Cuando se enteró mi papá, quería irle a

pegar personalmente. La única forma de calmarlo fue

jurándole que lo enfrentaría. Tu tata, me había ense-

ñado a moverme en una pelea, pero girar buscando su

contra mano, no me salvaría. Entonces recordé que al

terminar los entrenamientos, siempre me decía: “La

mejor arma es la inteligencia” y “Las palabras hieren

mejor que cuchillas”. Hasta entonces, sólo ocupaba mi

inteligencia para ser un buen estudiante; pero ese día,

me fui al colegio escogiendo palabras filudas. Consigue

tus propias palabras…, pero sí te diré, que se las dije

muy claras y mirándolo a los ojos: y magia… nunca más.

Creo que los pájaros son mensajeros de otros

mundos porque poseen la libertad y el equilibrio nece-

sarios para tales viajes. Por esto me gusta pajarear y aun

cuando, he andado “pajaroneando” más de alguna vez,

no me refiero a esto, sino a la observación de aves.

Los icteridae (pájaros negros) son una familia ex-

clusiva de América. Sus representantes en Chile son: el

mirlo, el tordo, el trile y la alondra de la pradera. El mirlo

macho es completamente negro con tornasoles violá-

ceos azulados, y la hembra, cenicienta. Tu bisabuelo,

por el otro lado, don Roberto Artemio Pérez Canales

¡qué gran hombre! le decía la “diuca negra”. Es curioso

que lo recuerde justo ahora, en que sólo tengo perso-

najes, que he escogido por tener algún hábito o carac-

terística llamativa, sin saber aún, como armar esta fá-

bula… ¡Grande don Roberto!.

Un día, en una de tantas tardes conversando a la

sombra de su quincho, me dijo:

—“Esa diuca negra que está a los pies de las vacas, pone

sus huevos en los nidos de otros pájaros”. Vas a conocer

a mucha gente de bien; que tratan a don Roberto y a la

señora Ángela, tu bisabuela, de papá y mamá, por haber

sido criados por ellos:

Cuando la hembra mirlo sintió deseos de des-

ovar, se dirigió cuán rápido pudo, al nido de su prima la

alondra de la pradera, mientras ésta no estaba. Estos

asuntos siempre quedan en familia.

—Si fuera mala, los habría botado a la basura. —Se jus-tificó la mirlo. Y su amor, Brillocito, el pájaro vaquero, después de decir:

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—Amo la libertad, y para hacer felices a otros se debe ser feliz primero. —Se largó en un arreo que iba para Buenos Aires en cuanto pudo.

Al ego, Rai, le resulta fácil ocultarnos nuestros errores; porque utiliza a nuestra vanidad para disfrazar-los de virtudes.

Hembra mirlo. Hay quienes no merecen ser padres. Esta

por lo menos sabía a quién se los entregaba.

La naturaleza ha hecho de los mirlos, maestros

del engaño. Un huevo de mirlo, es igual a uno de alon-

dra: cascarón rosado pálido y salpicado con manchitas

negras y ocres.

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Quién sabe si la alondra no se dio cuenta de la

treta, o haciéndolo, no tuvo corazón para botar nin-

guno. La cosa fue, que comenzó a empollar, a todos los

huevos. Este pajarito tiene un corazón que le desborda

el pecho. En Chile es más conocido como loica.

Papá loica era cándido de tan bueno, creía en la

gente y no hacía juicios de valor:

—¿Quién soy yo para juzgar a otros? —Acostumbraba a

decir. Mamá en cambio, le replicaba—:

—Anda, corre, y después vuela.

Ella salía del nido caminando y no emprendía el

vuelo, sino hasta estar lejos, para no delatarlo; y al re-

gresar, lo mismo. Aunque papá loica también lo hacía,

no estaba muy convencido, y un día al regresar, lo hizo

con un amigo a quien sus hijos debían llamar “Tío Zor-

zal”; más, no era ni tío ni zorzal, era el mero.

Oye, Rai, ¿has escuchado hablar del mero?... Yo

tampoco, hasta antes de dármelas de pajarero. Es te-

mido por las demás aves, y fíjate que no tanto por gus-

tar de comer los huevos y polluelos de otros; sino por

pasar desapercibido antes de hacerlo: es extremada-

mente silencioso, rara vez vocaliza; y es igual a un zor-

zal, pero de patas y pico negro. Aprende, Rai, a recono-

cerlo. No te fíes de los que quieren parecer lo que no

son, los que viven de la imagen: pelo corto, peinado in-

sistente, vestimenta inmaculada... quieren pasar por

caballeros. Podrán tener a su familia sin comida, pero

nunca les faltará para aparentar grandezas. Cuando ten-

gan que portarse como hombres, no lo harán.

Con las patas y el pico pintados de amarillo, con

polen de flor del santo, “Tío Zorzal” averiguó donde es-

taba el nido, cuáles eran las espinas que lo protegían,

cuando quedaban solos los polluelos y lo más terrible:

ganó la confianza de la familia.

Un día, cuando el mero consideró que ya debían

de estar gorditos, llegó al nido mientras la pareja de loi-

cas andaba buscando alimento:

—Hola niños, su mamá me pidió que los llevara con ella,

a tomar helados de alpiste.

Los polluelos de loica, que eran como su padre,

piaron al unísono:

—¡Llévame a mi primero, Tío Zorzal!

Más, a los de mirlo, timadores hasta la última

pluma, les pareció rara la cosa desde un principio: “¿la

mamá…? ¿y a tomar helado de alpiste?... demasiada la

maravilla”, pensaron.

—Tío Zorzal, debes estar hambriento. Se te nota en la

cara —dijo la pequeña mirlo, con sonrisa de actriz no-

minada.

—¿Ah sí? —Y tragó saliva el mero, saliéndosele apenas

el maquillaje de la comisura. La pequeña ni se inmutó:

—Déjame llevarte primero al chalchal, en donde un

chalchalero como tú, podrá cebarse con la mejor semi-

lla.

—¡Vamos vamos! —exclamó el mero. A quien le pareció

que le venía muy bien separarlos, para comerse de a

uno, a estos que ya volaban algo.

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Mientras su hermana entretenía al mero, Guata-

quita, el mirlo chico, fue a buscar ayuda. Esta debía ser

pronta, de no ser así, su hermana moriría; más, no halló

a nadie. Pensaba ya, Guataquita, en ir a pelear al lado

de su hermana, cuando se tropezó con el criminal más

despiadado e infame de todo el potrero: asesino, sal-

teador y cuatrero. Se llamaba Sparverius, alias el Cerní-

calo, y estaba posado, como siempre, en un cable tele-

fónico, a la espera del ratón, alacrán o gorrión que se le

atravesara. Por esto quedó desconcertado al ver, que

un polluelo se posara a su lado y más encima le hablara:

—Don Sparverius, mis padres me han enseñado quién

es usted y de qué vive, pero jamás les he escuchado de-

cir que haga a los menores, lo que el mero le hará a mi

hermana en el chalchal.

Sparverius levantó su mirada y vio un movi-

miento extraño en el chalchal. Como una cerbatana en-

venenada descendió allí, cuando el mero ya casi atra-

paba a la pequeña. Con una garra le perforó un pulmón,

con la otra lo afirmó del cuello y con el pico le arrancó

las puntas de las alas, con hueso y todo, como quien le

arranca todos los dedos a un mono, con un alicate;

luego lo arrojó a las brasas de una fogata mal apagada;

finalmente y antes de que muriera, lo colgó a la vista de

todos, para que las moscas pusieran sus huevos. Tres

días estuvieron comiéndoselo vivo las larvas.

¿Cómo cuidarte de la gente mala? Conócelos

con sólo una mirada.

Mi papá me hacía trabajar con él, una hora todos

los días. Nunca me gustó; pero si la Mane ayudaba en la

casa, a mí me tocaba en el taller. Sin embargo, en esos

ratos de lijar, pulir y encerar; también aprendí a conver-

sar, a chacotear — “Hablando y trabajando”, tu Tata—

y a conocer a las personas por su automóvil.

El taller automotriz es para los hombres, lo que

la peluquería, para las mujeres. Allí vi a mi viejo entre-

tener por horas a clientes apurones; consolar a maridos

recién abandonados; aconsejar a jóvenes recién casa-

dos; aleonar a los tímidos; aterrizar a los alterados.

¿Cuál es el secreto?: saber escuchar.

A tu tata: don Raúl, para casi todos y maestro

Raúl para los clientes recientes; una etapa obsesiva,

como a los veintitantos, de leer una conocida revista

gringa mensual de artículos seleccionados; le dio, no sé

si la autoridad, pero sí la confianza, para hablar de cual-

quier tema. Si me parece verlo contándome, al lado de

su tornillo mecánico, del griego tartamudo, que apren-

dió a hablar mejor que todos gritándole a las olas; de la

vida en Marte; cómo cruzar nadando un rio con al-

guien en la espalda o por qué Lautaro es mejor estra-

tega que Napoleón.

A los mentirosos, les seguía la corriente, pero no

se comprometía en nada. A los demás los dejaba hablar,

mirándolos mientras se hacía una idea de la persona

frente a él; luego los imaginaba en su mundo feliz y les

decía:

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—A usted don Carlitos, que es un hombre a quien le

gusta andar bien vestido, ser atendido como se merece.

No le conviene irse de la casa con una ‘’peuca’’ más jo-

ven, que nunca le va a coser un botón, porque no sabe

los años que a usted le ha costado tener lo que tiene.

—En otra ocasión le escuché—:

—Tranquilos muchachos, lo peor que pueden hacer es

mentirle a su papá. Al viejo no le va a gustar que lo tra-

ten como a un huevón. Es mejor: “Papá te sacamos el

auto, lo chocamos, la cagamos, estamos bien y lo man-

damos arreglar”. Se va a enojar igual, y los va a retar por

pelotudos, pero por dentro se va a sentir orgulloso. —O

a don Juanito—:

—Hay que ser irrespetuoso con las mujeres, si no se lo

va a pasar de paño de lágrimas de sus amigas, don Jua-

nito. La cosa es saber cómo y cuándo pasarse para la

punta: cuando ella ande en sus días más calientes, mí-

rela a los ojos y enfréntela, no importa la distancia, pero

que sus hombros queden alineados a los de ella. Dígale

la verdad, con esto le dirá: ”No creo que seas una

tonta”; sin titubeos, para mostrar que es valiente y se-

guro; con un lenguaje educado, así sabrá que la respeta

y que usted es inteligente, por eso la escogió; básica-

mente… que se lo quiere mandar a guardar bien guar-

dado, como se merece la reina que es ella. Créame don

Juanito, nunca falla.

—¿Cómo voy a saber cuáles son esos días? —preguntó

sonrojado, don Juanito. Mi viejo que la estaba espe-

rando, se la recitó de una—: ‘’Andan como con la cara

tirante, sonriéndose, nada les parece mal; y brillantes,

como con una capita de grasa encima, medias transpi-

rosas’’.

Sólo una mirada y hay un universo allí. Todos

emitimos un “aura”, por darle un toque místico a la

mera impresión que alguien nos causa. Todos la perci-

ben, pero pocos la toman en cuenta. Al recordar a al-

guien recordarán su cara, o cómo iba vestido o la bar-

baridad que dijo; pero ignorarán a sus sentimientos: la

sensación que dejan en ti, las personas. ¿En qué te de-

bes fijar? En cómo camina, mira, habla y lo más impor-

tante… en sus zapatos —es que es más fácil que mirarle

las manos— y contesta: ¿por qué no concuerda la im-

presión con la imagen? Con los años se agarra cancha.

Estás en la playa y te presentan a una joven in-

madura para su edad. La pregunta que debes hacerte

es: ¿por qué? Mírale los zapatos: usa taco. Entonces: o

aún no se acepta o no tiene más zapatos. Dile que te

parece una gran idea que haya venido; esto la inclinará

en tu favor. Si por el contrario, usa los zapatos playeros

adolescentes de moda. Entonces: o aún es una niñita

consentida o ya es una mentirosa hecha y derecha. Sa-

lúdala displicentemente, será la única forma para que

se fije en ti.

Te has metido en un lio en el colegio, pero han

cogido a otro y lo llevan a Inspectoría. No te preocupes

de si tiene el pelo desgreñado o la corbata suelta; ¡mí-

rale los zapatos! Si los tiene lustrados, anda con él a ins-

pectoría y suaviza la verdad (miente) no se atreverá a

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contradecirte en la cara; pero si sus zapatos están sin

lustrar, o pelados en la punta, o mejor aún… rotos, no

te va a delatar, ¿por qué? El primero vive de la imagen,

el segundo no. El de los zapatos perfectos, aprendió que

abriendo la boca se salva y el de los zapatos rotos que

cerrándola se sobrevive.

Sentido común, te sorprenderá lo poco común

que es este sentido.

Yo tengo una buena estrella, mi punto de refe-

rencia siempre leal y seguro cada vez que tengo dudas:

mi papá ¿Cómo podemos ser tan diferentes y parecidos

a la vez? Él me dijo el otro día: ‘’La verdad es una puta:

se acuesta con todos y no se casa con nadie’’. Le pre-

gunté por el bien y dijo: ‘’La más puta de las putas. To-

dos creemos que estamos bien’’. Lo de tu tata es un

nihilismo actual. Pensé en preguntarle por la libertad,

pero guardé el aliento. En cualquier caso, requerirás de

un acto de fe, para seguir avanzando, porque la verdad

está más allá de la certeza.

Mi papá dice que él no es como yo. No me lo dijo

así, pero a eso me sonó: “Yo no hubiera hecho lo que

tú, porque yo siempre he sido una persona equilibrada,

a la que le gusta vivir tranquilo, de decisiones bien estu-

diadas. Pasarlo bien, pero en su justa medida y cuando

corresponda. Los excesos nunca son buenos”. Me sé de

memoria el discurso de mi viejo, ¡ja ja ja! Supongo que

se refiere a mis decisiones, de la noche a la mañana,

mandando al mundo a la cresta, para empezar todo de

nuevo.

Me gusta hablar con tu tata sobre casos imposi-

bles, siempre tiene una mirada distinta, sólo debes sa-

ber escucharlo. Le agradezco a Dios que me lo haya en-

viado de papá. Jamás me impuso un pensamiento, ni

me mintió al exponer el suyo.

Permíteme compartir contigo, Rai, estas líneas

que escribí a la edad de 18 años:

“Creo que siempre supe que iba a terminar por

decir que yo quiero a mi familia, sólo que antes no que-

ría admitirlo. Mi papá tiene sus defectos y yo los míos,

chocamos, pero yo lo quiero. Nos ha hecho bien estar

separados. No hallo la hora de estar en mi casa. Poco,

pero pucha que lo paso bien. Me siento súper bien de

estar aquí, en la Fuerza Aérea. Me cumple todas mis ne-

cesidades, me ha ayudado a encontrarme a mí mismo,

a conocerme, a desarrollarme, a querer a mi familia, a

entender, a comprender a los demás’’.

El papá de mi papá se murió, y al mío parece que

le va a pasar lo mismo; así las cosas, para allá voy tam-

bién. Amo a esta vida hermosa como sólo los amo a us-

tedes; pero de pequeño que jamás le he tenido el más

mínimo respeto a la muerte. Tenía cinco años cuando

crucé corriendo la calle frente a mi casa en Temuco,

para salvar una pelota que iba a ser atropellada por un

automóvil… y con esta actitud, he enfrentado cada de-

cisión de vida desde entonces: en el liceo escogí el curso

matemático porque los números no son mi fuerte; a la

Fuerza Aérea ingresé por demostrarme que me la po-

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día; estudié Derecho para conocer aquello que criti-

caba… Me siento provocado por el camino difícil. ¿Qué

he ganado?: aprehender sin miedos para lograr expe-

riencias significativas.

‘’A esa edad en que somos inmortales y esos via-

jes se vuelven mitos…’’ yo ya le había pedido a Dios,

varias veces: ‘’No me dejes llegar a viejo; pero permí-

teme: ver, hacer y sentir; a fondo, esta vida hermosa’’-

vivir poco, pero bueno-. Por esto no me sorprendió el

diagnóstico del médico. Dios sólo estaba cumplién-

dome.

La Gota

El fin del mundo soy yo, dijo la muerte.

Y la catarata bramó: así es la suerte.

Pero una gota cree poderte,

erguida al borde del abismo,

hoy doy gracias por tenerte.

Saltar, volar, besar la roca y estallar

Ascender a las nubes por la luz,

o seguir a las otras a la mar.

Ver cómo somos al trasluz,

o desnudarse sólo para amar.

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Te admiro por la facilidad con la que aprendes,

por tu paciencia, por tu prudencia, por tu poder de ob-

servación; pero lo que más me hace sacar pecho, es que

nunca te achicas ante una pelea: levantas tus bracitos y

esperas en guardia, dejárselos caer encima a quien te

amenaza. La búsqueda de la verdad es la más dura de

todas las peleas, porque se libra contra los propios de-

fectos y los de esta sociedad. El egoísmo, la envidia, la

avaricia, son sindicadas siempre como culpables de los

males del mundo; pero yo creo que es el telespectador

crónico, el manejable papanatas de siempre.

Rai, soy un viejo navegante terrestre, tu madre,

tú y tus hermanos son la mejor cordada que hubiera po-

dido desear. Ha sido todo un honor contar con su com-

pañía. Creo en la libertad y en que todos debemos ser

libres; los he guiado con esta bandera a tope y en este

acto, les hago entrega de ella.

Ten siempre presente que eres especial, pero no

único. Hemos abusado de la libertad en un discurso

ególatra en lo individualista: “Todo individuo tiene de-

recho a ejercer su libertad”; suavizado por la corriente

filosófica de moda: “mi libertad termina en donde

comienza la de otro”, “Los hombres nacen libres e igua-

les en dignidad y derechos”. Este individualismo nos ha

llevado, a sobrevalorar a la libertad, en desmedro de la

igualdad.

La libertad no es un fin, es un medio. Si buscas

libertad, buscas demás, porque ya está en ti. El yo es

primariamente libertad. Nuestra esencia individual no

es sólo la razón, sino además la libertad: el elegirse uno

mismo; pero el crecer como persona, no es sólo desa-

rrollar estos dos conceptos, y el porfiar en esta idea sus-

tenta al individualismo del que te he hablado.

Por esto te invito a dar un paso adelante, a bus-

car fuera de ti: la libertad sin igualdad sólo es vanidad.

La noche del 25 de Octubre de 1994, me topé

una extraña lluvia durante un sueño. Cielos que se

arrastran rechinando entre quebradas y en las copas de

los álamos detrás de mi casa. Agua fría despierta mi

alma y vientos limpios ondulan al mar, a los campos y al

cielo.

Recostado de espalda y con firmes alas bajo mis

rodillas, vuelo sobre anchos ríos y colosales murallas.

Sobre una planicie, hombres y mujeres grises se revuel-

can amontonados, como los gusanos en aquel perro re-

ventado en la berma, de camino al tranque Recreo.

Desciendo confiado en mis extrañas alas, las

cuales, al acercarme, se convierten en una tabla y caigo

entre ellos. Entonces sólo siento sus puños ahogando

mis gritos:

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— ¡No me golpeen!

Creyéndome muerto se alejan, miré a mi alrede-

dor, y un poco más allá estaba mi tabla quebrada.

—Sólo es una tabla —me digo.

No muy seguro de lo que hago, trepo en la mu-

ralla más cercana, lanzándome al vacío con mi tabla,

que volví a unir con mis manos convirtiéndose en liber-

tad y me alejé muy alto.

La libertad, mi viejo perro, es estar obligado a

hacer algo: ser libre. La prostituyes si cuando te urge la

tomas, usas y botas.

La gente se llena la boca pidiendo libertad y al

aparecer un libre o alguien con esa búsqueda, lo gol-

pean una y otra vez, hasta que se muera o hasta que sea

tan gris como ellos: el enfermo que desea su muerte, la

mujer que legítimamente no desea su embarazo, él que

no quiere usar cinturón de seguridad, él que quiere con-

sumir marihuana.

Clase de Derecho Constitucional. Primer año. Al

profesor le dicen el Loco: flaco, canoso y pelada a lo

payaso. Siempre inventando teorías extravagantes, en

que el bien común prima, liberando de toda responsa-

bilidad al Estado. En medio de su clase, debió acomo-

darse los lentes, no lo podía creer, una mano asomaba

en el fondo del salón. No alcanzó a dar la palabra

cuando recibe:

—¿Y si uno, no quiere este vínculo?

El profesor camina apresurado por el pasillo, con

las manos tomadas atrás y preguntando hacia el rincón:

—¿Y usted… como se llama?

—Raimundo Manquilef.

Ahora los ojos del Loco se agudizan sobre un in-

dividuo chico, de lentes y moreno, mientras escucha

como el sonido de un guantazo en su rostro:

—Cuando nací, nadie me preguntó si aceptaba el

pacto… disculpe, el vínculo.

—Su padre lo hizo por usted y luego consentimiento tá-

cito —escupe el Loco de memoria.

—Yo no autorice a ese sujeto.

—No es necesario. Nosotros lo hicimos; y no por usted,

si no por nosotros. Lo importante en este silogismo no

es el elemento, si no el conjunto. Como la cola de la la-

gartija, no es esencial.

—Entonces, deberían mis copactantes... disculpe, mis

connacionales, crear palabras nuevas bajo el nombre de

libertad e igualdad.

—Por el contrario. Las nuevas ideas deben traer sus pro-

pios vocablos; y ojo, que el nombre no crea al ser, y

tanto libertad como igualdad absolutas, no existen.

—Bastaría con la igualdad posible. La libertad llegaría

por añadidura. Todos los individuos seríamos igual de

libres. —O igual de esclavos. Le recomiendo que se vaya

a los Campos de Hielo Sur, en una grieta haga su casa y

en el sótano entierre su título de dominio, porque el Es-

tado llegará a pedírselo y si no lo tiene, lo echará a pa-

tadas.

El pacto social, Rai, no toma en cuenta a la felici-

dad del individuo. Esta es la cola de la lagartija. Este

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pacto se funda en: la voluntad aceptó libremente, por

tanto debe responder socialmente. Supone una igual-

dad de autocontrol y responsabilidad, y esto no es

cierto. De esta forma se plantean como obligatorias, le-

yes morales y sociales que no seremos capaces de cum-

plir. Sin embargo, ha sido la única forma de introducir a

la igualdad, como principio social.

A Juan Caca lo conocí un verano en Iquique, po-

blación Jorge Inostroza, entre el centro y la Zofri. Corría

por los techos de las salas, devolviendo los piedrazos

que le lanzaban los niños de la escuela. Le pedí que ba-

jara. Me gustaría decir que me miró y me sonrió, pero

no fue así. Siguió, ahora lanzando trozos de tejado.

¿Quién sabe si Caca Azul es el hijo de Juan Caca?,

o esto de sus motes ¿será de pura casualidad? poco

creo en esta última, o tal vez sea donde empalmó el uni-

verso ¿quién sabe?

Sólo su agilidad y estatura lo hacían un niño;

más, por la decisión con la que actuaba, mirada fija y

andar ensanchando la espalda, parecía más viejo. Juan

Caca tiene once años y no ha tenido oportunidad de ver

lo bonito de la vida, porque nadie se ha tomado la mo-

lestia. Juan no conoce niños felices. Niños de la mano

de su padre, son cosas que pasan en Marte:

— Pal cerro Dragón, pa’toos esos laos, hay que mon-

rear. No puedo hacer maldad en mi barrio —Es el “car-

tel” que se pone él mismo y prosigue—:

—Antes tenía pasturri, alcohol y hasta plata en los bol-

sillos, pero ahora falta de too: plata, cariño… de too.

La violencia no es de los jóvenes. Ellos sólo res-

ponden con la violencia que les hemos enseñado:

—Me han negado pa’ comer y a los seis años empecé

con la droga. Ahora el techo lo da una vieja que nos

manda a robar.

Acá no puede haber reinserción. Porque no se

cumple la premisa: él nunca ha estado en la sociedad.

Estos niños deben ser insertados, no reinsertados. Con

ellos la sociedad de hoy, quiere conversar los pormeno-

res del pacto social.

Rasgos de avejentamiento, desconfiado, ra-

yando en la paranoia; y excitado o angustiado… siempre

en movimiento. Juan tiene un abuelo, que literalmente

es su padre también. Nunca tuvo amigos, hasta que ese

verano conoció al Mudo: flaco, todo el día a guata pe-

lada, de ese morocho greda tan pampino, sordomudo

de nacimiento y extrovertido. En el hospital le regalaron

un equipo para escuchar mejor y su mamá lo cambió

por pasta base.

Juan Caca simpatizó con el Mudo desde un prin-

cipio. Esa tarde, Juan, de arriba del techo reconoció la

mirada de “Odio por lo que me tocó”: el Mudo, fuera de

sí, se abalanzaba sobre unos grandulones que lo moles-

taban por su mostacho de los doce años, diciéndole

‘’Bigotín´´; y lo hacían pasándose las yemas de los índi-

ces sobre el labio superior, a modo de estarse peinando

un bigote tieso, para asegurarse de que les entendiera.

Juan intervino, uno lo abrazó por detrás, y esto lo puso

en un estado que sólo he visto en un guarén acorralado.

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Empujó a quien lo tomaba, hasta hacerlo tastabillar y

antes de que cayeran al suelo, Juan le había puesto tres

combos en el “hocico” al grandote.

Buscando bautizar la amistad, entraron esa

misma noche, al cementerio que está unas calles más

arriba. Caminaban por una vereda con mausoleos a los

costados, en uno de ellos encuentran un ataúd, y dentro

al cadáver de una niña vestida de primera comunión.

Juan le manoseo los senos hasta hartarse y se la hubiera

tirado de no ser porque el mudo se paralizó de golpe y

Juan pensó que lo apuntaban con un “fierro”, miró en

rededor… no era esto, dudó… le costó unos instantes,

primero convencerse de que el Mudo se congelara por

una estatuilla; y luego que le dijera lo que le entendía:

el Mudo apuntaba a la estatuilla y luego a su oreja, con

lágrimas en los ojos.

El Mudo se la robó; y Juan, para no ser menos,

se llevó una cruz con epitafio y todo. Un adolecente con

alas de pájaro y una espada en alto, pisoteaba a un cu-

lebrón verde, con alas de murciélago y cara de persona.

Muchos años después, el Mudo reconoció que San Mi-

guel no le había hablado. Sólo se le ocurrió, para que

Juan no cruzara la línea. Los amigos, Rai, son la familia

que se escoge; perder a uno, es ir por la calle, como tan-

tos otros días, pero con una pierna menos. Más que sa-

bio, debes ser prudente en la elección, porque serán tu

fortaleza, pero también tu debilidad. ¿Cómo se recono-

cen? No lo sé. Tu corazón verá algo en el de ellos y te lo

dirá.

Juan y Mudo, les tocó difícil la vida niños. No sé

en donde estarán ahora, pero les deseo lo mejor. Si al-

guna vez leen esto, sepan que los admiro y respeto, por-

que jamás han negado su dolor. Ustedes me han ense-

ñado que sólo nuestro dolor nos permite cambiar. Y tú,

Rai, igual que ellos, aprovecha el tuyo para mejorar.

El sistema republicano y el libre mercado son

vanos. Sofismas alimentándose a sí mismos. Nacemos

‘’libres e iguales en dignidad y derechos’’. Esta rama no

aguanta mucho peso. Imagina a un recién nacido pobre

y a uno rico ¿Crees que tienen la misma chance? ¿Crees

que un republicano o el mercado, emparejarán las cosas

alguna vez? Pero, ¿a quién le importa? “Siempre habrán

pobres” lo escucharás hasta de los pobres, como una

verdad absoluta. ¿Te tragarás el discurso del sistema?:

‘’Cualquiera puede llegar a ser millonario’’; “Somos pro-

gresistas, los otros no”; “Haz felices a tus hijos, llévalos

a …”; “Haz tus sueños realidad ahora: obtén tu crédito

en…”; “Sé un hombre de éxito, cómprate un…”. El circo

no es bueno, sólo por ser el único que ha llegado al pue-

blo.

Somos iguales, porque en igual proporción par-

ticipamos del todo. Dividamos pues, la masa total del

planeta, por la cantidad de habitantes; y que esto sea el

derecho individual de goce universal, y no heredado del

padre, sino adquirido simplemente por estar vivo. ¿Y si

la división la hacemos por la cantidad de seres vivos del

planeta? o mejor… ¿por la cantidad de seres? Pero sea-

mos consecuentes paso a paso:

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Dividamos la producción del planeta en partes

iguales. Las gentes correrán a cumplir con su jornada la-

boral, porque tendrán: salud, vivienda, educación y ali-

mentos, de la misma calidad que cualquiera. En estas

necesidades no debe existir propiedad privada y por

tanto, tampoco herencia; las llamaremos: “vitales” y de-

berán ser cumplidas, sin preferencias y exclusivamente,

por el Sistema de Organización Social; para así, ser de

verdad iguales en dignidad y derechos. Las demás nece-

sidades, llamémoslas: “lujo”, pueden quedar en las ma-

nos del libre mercado y de quienes trabajen horas ex-

tras.

Los avances tecnológicos han dejado obsoletos,

hace rato a los banqueros, del mismo modo que a sus

mandados y mandantes -políticos y grandes empresa-

rios respectivamente-; o su mascada a la humanidad, se

ha vuelto, por decir lo menos… del “mero” abusador.

Las gentes, no sólo producen el bien o servicio; sino

además, lo consumen. En cambio el abusador, sólo

pone papel, que en definitiva está respaldado por el

producto de la vida de esas mismas gentes.

“En el papel suena muy bonito”, “El ser humano

es ambicioso por esencia”: más excusas rancias. Este

modelo no requiere ser mundial, ni nos deja en la anar-

quía; lo único que requiere, es no ser objeto de acapa-

ramientos ni bloqueos.

La revolución sin balas es posible, pero comienza

en nuestro interior; porque gente agradecida y sin envi-

dia es posible, pero debemos criarla. Estos niños serán

los Inchekaiche: aquellos capaces de mantener su hu-

manidad en medio del fragor de la pelea. Sabrán po-

nerse en el lugar del prójimo, verán al necesitado como

a un igual; valientes y consecuentes exigirán grandes

cambios a la sociedad, felices y agradecidos cumplirán

con su parte en ella; y al iniciar y terminar cada día, le

dirán al lucero: ‘’yo también soy gente’’.

Esta composición la hice cuando tenía siete u

ocho años, está en el reverso de la boleta de un banco

ya desaparecido y es otra de las cosas que saqué de la

caja de mi papá: “El poeta sin corazón”.

“El poeta es una luz que se enciende cuando el

ace una poecia, si hay un poeta sin amor no hay luz que

se enciende ¡si enciende!, pero en el infinito. Cuando el

poeta esta triste no puede decir su poesía, pero el poeta

igual la dice niaunque el este enfermo, el, la dice, la dice

con su corazón, con su corazón ¡llorando, llorando! ¿si?

¡llorando! con el alma erida, el se muere mun lenta-

mente, pero el mundo le agradese por dar alegría a sus

corazones y amor a sus hijos”.

Francisca, Vicente, Anaís y Raimundo. ¡Cuánto

los amo! Estaré allí cuando me necesiten. Si no pueden

dejar el cigarro y al tratar de conseguir uno, se caen,

pues yo les habré hecho la zancadilla ¡ja ja ja! Los amo

chiquillos. Creo firmemente en la grandeza de su ser, en

la potencia de su alma, en los merecimientos de su feli-

cidad, porque así es.

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gan de diez a diecisiete años de edad, lo pidan

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ren personalmente en los acantilados de la

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Ediciones CLARAGUA E.I.R.L., Hijuela N°4 de

Martín Galán, Colliguay, Quilpué.

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Primera edición: Julio de 2015

ISBN 978-956-358-714-2

© “Cómo criar a Raimundo’’

Registro de Propiedad Intelectual N°253.068

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