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ENTRE DEL CIELO ASTROS Y OBSERVADORES J. Daniel Flores Gutiérrez

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ENTRE

DEL CIELO

ASTROSYOBSERVADORES

J. Daniel Flores Gutiérrez

3Índice

Es por sus obras por lo que podemos acercarnos, de manera natural, al hombre antiguo y sus creaciones intelectuales. Un fascinante legado de información se encuentra implícito en los restos materiales de aquellos que nos precedieron en el tiempo, herencia que se multiplica y encuentra los variados caminos que el propio ser humano ha trazado para ubicarse en el universo. En un afán de permanencia, cada una de las manifestaciones culturales de las que se ha valido son eco de identidades que le pertenecen como colectividad y lo señalan de manera particular. Música y danza, imá­genes pintadas o esculpidas y otras descritas en textos que refieren historias y modos de pensamiento son, entre otras, espejo de las infinitas facetas que sellan las trayectorias específicas de las sociedades. En este abanico de posibilidades, los fundamentos teóricos y prácticos dan muestra de uno de los quehaceres más relevantes: el de la observación de la bóveda celes­te. Dicha actividad, de carácter sistemático y generacional, resulta en un conocimiento que es acumulado, presentado y utilizado de muy diversas maneras por los grupos humanos, tanto que es posible decir que el acto de mirar al cielo acompaña al hombre en el tiempo. Naturalmente las culturas que se desarrollaron en el área conocida como Mesoamérica no escapan a tales supuestos. Los ejemplos de una noción de los ciclos y movimientos del firmamento así como las trayectorias individuales de planetas y estre­llas, sus configuraciones y, en general, todo aquello que acontece en los planos superiores, es conocido y registrado con afanes precisos. De ello dan cuenta los vestigios que aun hoy permanecen y en los que reconocemos un tratamiento especial del dato astronómico, mismo que se integra a los mitos de creación, a los diseños pintados en los muros, a las orientacio­nes de templos y otras estructuras que se relacionan con fechas específicas de eventos particulares ocurridos en el cielo. Daniel Flores presenta, de ma­nera articulada y con ejemplos concretos cuya información es, en muchos casos, novedosa, sucesos que corresponden al hecho cotidiano de la ob­servación. Así, de las consideraciones vertidas a lo largo del presente texto

Prólogo

podemos retomar la presencia de dicho acto, perfectamente definida en las imágenes de los libros antiguos conocidos como códices y su vínculo con el desarrollo de una calendárica mesoamericana, la cual es descrita también en las fuentes coloniales. De tal manera, la contemplación organizada de las cuentas y medidas de los días se traduce en representaciones icono­gráficas que son analizadas, pero también se resuelve en los testimonios recogidos por misioneros y cronistas que se afanan por transcribir y recu­perar las historias milenarias, plenas de información para el estudio de los distintos estamentos que integran la ideología de la época. En este marco de ideas, tanto el papel protagonista que juega Venus en la evolución de las cosmogonías, como aquel que ocupan el Sol y la Luna en el escenario míti­co, se examinan aquí desde varias perspectivas, en las cuales se vislumbra que la lucha de los contrarios es razón, finalmente, de la idea y búsqueda de un equilibrio universal.

Los signos asociados a los fenómenos, datos y elementos astronómicos son develados en el texto como centrales en la comunicación del saber. Las fiestas dedicadas a las deidades y los grandes ciclos temporales acotan de muchas maneras la vida social y se recuperan como expresiones sagradas que son parte fundamental del ejercicio del poder.

Así, llevados de la mano a través de ejemplos y temporalidades que van del Altiplano Central a las tierras mayas o zapotecas, constatamos en esta obra la importancia y existencia de una práctica astronómica permanente, cuyos responsables generaron las herramientas culturales para justificar y asegurar la continuidad.

Precisamente en este conjunto de testimonios podemos asomarnos a la va­riedad de miradas que señalan hacia el cosmos. En los esfuerzos de lectura y reconocimiento de este tipo de actividad habremos de dar respuesta, poco a poco, a los cuestionamientos que nos acercan al hombre de las socieda­des pasadas.

María Elena Ruiz Gallut Investigadora de Instituto de Investigaciones Estéticas

de la Universidad Nacional Autónoma de México

5Índice

Índice

IntroducciónMesoamérica

Generalidades de la astronomía mesoamericanaRegistros astronómicos

En la calendárica mesoamericanaMarcadores y otros elementos de la cultura material

A manera de conclusión

GlosarioNotas bibliográficas

Bibliografía

7111325385257

586768

Vista general de la estructura 1 también conocida como El Castillo; este edificio es el más importante de Tulum ya que en la parte superior, al centro, se encuentra el dios descendente, asociado a Venus, Quintana Roo, México.

6Índice

Venus durante el crepúsculo vespertino en Monte Albán, Oaxaca.

7Índice

Introducción

En sentido general, la actividad astronómica de las remotas civilizaciones se desarrolló a partir de la observación del apa­

rentemente universal e invariable orden del cosmos. Sabemos de ello por los numerosos vestigios dispersos en todo el orbe. Desde luego, en la mayoría de los casos se carece de fuentes de información que con firmen la veracidad de las observaciones, así que sólo queda el análisis de dichos vestigios a la luz de las cosmogonías heredadas y de los fundamentos que rigen el actual trabajo astronómico, para acercarnos a la metodología de los antiguos astrónomos.

Templo del Adivino, Cuadrángulo de las Monjas y las Tortugas desde el Palacio del Gobernador, Uxmal, Yucatán.

Entre astros y observadores de cielo

8Índice

Estructura principal del grupo A de Xcaret, Quintana Roo.

Conocemos bien la evolución cultural de las notables civilizaciones que desa­rrollaron actividad astronómica, entre ellas la egipcia, la griega, la romana y la maya, además de muchas otras, como las que prosperaron en Mesopotamia (3000 a 1000 a. C.): la babilónica, la caldea, la asiria y la sumeria. En su seno surgieron las primeras clasificaciones de estrellas y algunos instrumentos astronómicos. El astrolabio es un buen ejemplo.

En el mismo intervalo de tiempo crecieron las culturas nubia, india y china, tal vez una de las más antiguas (siglos xxx a. C. a xiv d. C.). Se tiene noticia de que sus astrónomos ya elaboraban mapas celestes,1 esferas armillares e instrumentos astronómicos;2 de que usaron el concepto de triángulo rectángulo en épocas muy tempranas, y de que construyeron una cartografía en función de parámetros similares a nuestras coordenadas (latitud, longitud).

Entre los siglos ix y xiii heredamos de la astronomía árabe, entre otras cosas, un número importante de nombres de estrellas,3 y recientemente se han descubierto

Introducción

civilizaciones del África meridional cuyos vestigios arqueológicos muestran tam­bién orientaciones hacia solsticios y equinoccios, aunque se desconoce su época de desarrollo.

Este rápido recuento demuestra que la mente humana, sin importar su grado de conocimiento, reacciona de modo semejante ante la observación de los fenó­menos naturales y que éstos inducen a la creación de conceptos astronómicos similares, si bien elaboran variadas representaciones icónicas dependiendo del entorno natural y cultural.

Respecto de las culturas de América, Kroeber4 señalo que: “El Nuevo Mundo poseyó su propio centro de elevada civilización que integraba desde México Cen­tral hasta más allá del Perú”. El eje de la cultura nuclear de América fue creada u orientada sin referencia alguna a la antigua Oikouneme o el Viejo Mundo. El continente americano funcionó a manera de un gran crisol cultural desde los Andes hasta Mesoamérica, el norte de México, Estados Unidos y Canadá. En la parte meridional se aprecian dos áreas arqueológicas: la Norandina, entre Perú y Ecuador, y la Centroandina, al sur de Perú y el norte de Chile (hacia 1000 a. C.). En ellas se desarrollaron los complejos culturales protochimúa (200 a. C. a 600 d. C.), tiahuanaco (600 a 1000 d. C.), chimú (1000 a 1450 d. C.) e inca (1450 a 1532 d. C.).5 En Ecuador lo hicieron la tolita y la cañari (desde 2000 a. C. hasta la llegada de la inca en 1450 d. C.).

Puesta del Sol en Ecatepec, en el solsticio de inverno, observada desde la Pirámide del Sol en Teotihuacán.

Pirámide de Chichén Itzá al atardecer, cuando se forma la emblemática serpiente de luz y sombra en los días cercanos a los equinoccios.