de piñones y pedales: las nuevas velocidades de la...

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1 De piñones y pedales: Las nuevas velocidades de la ciudad. Diego Ortega Botella. Estudiante de doctorado del departamento de Sociología y Antropología Social de la Universidad de Valencia. [email protected] Introducción. El objetivo de esta comunicación es ofrecer una aproximación local sobre las prácticas de movilidad, y su relación con el espacio urbano, encuadradas dentro de la nueva cultura de movilidad. En concreto, mi intención es la de profundizar sobre las transformaciones que la ciudad de Valencia está soportando en el campo de las prácticas cotidianas de desplazamientos en bicicleta. Para la consecución de este objetivo, diferenciaré en primer lugar los conceptos de transporte y movilidad con el fin de clarificar los aspectos concretos a los que hacen referencia en su relación con el espacio urbano. Posteriormente, introduciré de forma breve al lector en el contexto territorial de la investigación para encuadrar las políticas de transporte y movilidad ciclista de la ciudad de Valencia. En tercer lugar, a partir de la propuesta de Ciudad 30, desarrollaré el aspecto relacionado con las prácticas cotidianas de desplazamiento en bicicleta por la ciudad. Por último, expondré de forma aproximativa, por ser una investigación en curso, algunas conclusiones sobre de las prácticas de movilidad y políticas de transporte desde el modelo imaginado de Ciudad 30. 1. Las dos caras de la moneda: El transporte y la movilidad en el espacio de la ciudad glocalizada. La nueva escala espacial que en las últimas tres décadas han alcanzado las ciudades españolas ha generado una alteración profunda de su entramado espacial y sociocultural. Este hecho, basado en la dispersión urbana, ha transformado y fragmentado los lugares de la movilidad cotidiana, alargando las distancias y tiempos de desplazamiento (Rueda, 2003). Desde las megalópolis a las grandes, medianas o pequeñas ciudades, el espacio y el desplazamiento son un componente esencial que atraviesa la vida cotidiana de los habitantes del territorio urbano. Sin embargo, a pesar de que el espacio está habitado, la planificación urbana que primero se diseña en el laboratorio y que luego se materializa en la ciudad (Harvey, 2008), no siempre conecta con la experiencia social del espacio. Así, en el contexto actual de crisis medioambiental y económica Valencia, al igual que otras ciudades europeas y españolas, se debate entre unos hábitos e infraestructuras desarrolladas para el tráfico motorizado, y la necesidad de introducir cambios espaciales que hagan frente al incremento en los problemas de calidad de vida que de manera progresiva se han venido agudizando. El espacio es un concepto complejo sobre el que hay una multitud de aproximaciones y con el que distintas disciplinas trabajan (Kuper, 2003). Para el objetivo de esta comunicación la dimensión que interesa desarrollar es aquella que se centra en incluir tanto el papel jugado por la planificación y la arquitectura profesional en su diseño,

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1

De piñones y pedales: Las nuevas velocidades de la ciudad.

Diego Ortega Botella. Estudiante de doctorado del departamento de Sociología y Antropología Social de la Universidad de Valencia.

[email protected]

Introducción.

El objetivo de esta comunicación es ofrecer una aproximación local sobre las prácticas

de movilidad, y su relación con el espacio urbano, encuadradas dentro de la nueva

cultura de movilidad. En concreto, mi intención es la de profundizar sobre las

transformaciones que la ciudad de Valencia está soportando en el campo de las prácticas

cotidianas de desplazamientos en bicicleta. Para la consecución de este objetivo,

diferenciaré en primer lugar los conceptos de transporte y movilidad con el fin de

clarificar los aspectos concretos a los que hacen referencia en su relación con el espacio

urbano. Posteriormente, introduciré de forma breve al lector en el contexto territorial de

la investigación para encuadrar las políticas de transporte y movilidad ciclista de la

ciudad de Valencia. En tercer lugar, a partir de la propuesta de Ciudad 30, desarrollaré

el aspecto relacionado con las prácticas cotidianas de desplazamiento en bicicleta por la

ciudad. Por último, expondré de forma aproximativa, por ser una investigación en curso,

algunas conclusiones sobre de las prácticas de movilidad y políticas de transporte desde

el modelo imaginado de Ciudad 30.

1. Las dos caras de la moneda: El transporte y la movilidad en el espacio de la

ciudad glocalizada.

La nueva escala espacial que en las últimas tres décadas han alcanzado las ciudades

españolas ha generado una alteración profunda de su entramado espacial y sociocultural.

Este hecho, basado en la dispersión urbana, ha transformado y fragmentado los lugares

de la movilidad cotidiana, alargando las distancias y tiempos de desplazamiento (Rueda,

2003). Desde las megalópolis a las grandes, medianas o pequeñas ciudades, el espacio y

el desplazamiento son un componente esencial que atraviesa la vida cotidiana de los

habitantes del territorio urbano. Sin embargo, a pesar de que el espacio está habitado, la

planificación urbana que primero se diseña en el laboratorio y que luego se materializa

en la ciudad (Harvey, 2008), no siempre conecta con la experiencia social del espacio.

Así, en el contexto actual de crisis medioambiental y económica Valencia, al igual que

otras ciudades europeas y españolas, se debate entre unos hábitos e infraestructuras

desarrolladas para el tráfico motorizado, y la necesidad de introducir cambios espaciales

que hagan frente al incremento en los problemas de calidad de vida que de manera

progresiva se han venido agudizando.

El espacio es un concepto complejo sobre el que hay una multitud de aproximaciones y

con el que distintas disciplinas trabajan (Kuper, 2003). Para el objetivo de esta

comunicación la dimensión que interesa desarrollar es aquella que se centra en incluir

tanto el papel jugado por la planificación y la arquitectura profesional en su diseño,

2

como el uso social del espacio con los significados afectivos y simbólicos asociados.

Seguimos así la propuesta de Teresa del Valle (2000) que destaca como una

característica propia del espacio el poder transformador que tienen las actividades y

significados para permitir la “mutabilidad” del mismo. Visto desde esta perspectiva, la

configuración del espacio es resultado de una trama discursiva que dota de significado a

la ordenación material y no tanto una dimensión absoluta que está en la naturaleza. Es

pues, una categoría de la mente cuya esencia deriva de la relación entre los objetos y los

sujetos, o como plantea John Urry (1985:25) “el espacio es un conjunto de interacciones

entre entidades y no es una sustancia”.

La confluencia del doble proceso1 de producción y construcción social del espacio,

denominado por Setha Low (2005) “espacialización”, nos suministra una mirada, que

entiende el territorio abarcado por la ciudad como una representación política saturada

de una red compleja de relaciones poder que se expresan en paisajes materiales y

discursivos de dominación y resistencia. En este sentido Pløger (2008:52) identifica tres

problemáticas que han surgido al aplicar el concepto de dispositivo, tal y como Foucault

lo planteó2, en el dominio del urbanismo. La primera hace referencia al hecho de que en

la planificación urbana se hace visible una relación entre los discursos y la materialidad.

La segunda destaca que la planificación esta predeterminada por relaciones y

conexiones entre lo dicho (planes, textos, comunicación) y los no dicho (estrategias,

intenciones con el objetivo de afectar y que afectan, prejuicios…). En último lugar la

tercera problemática hace referencia a la relación y ensamblaje de la multiplicidad de

discursos que componen las dimensiones de la espacialización de la convivencia de una

población (discursos ciudadanos, discursos institucionales y discursos arquitectónicos).

La adopción de este concepto permite aproximarnos a los niveles espacial y discursivo

del ámbito político del espacio, pues habilita analizar las relaciones de poder entre las

elites urbanas, los usuarios de los sistemas de transporte y las pautas socioculturales de

la movilidad a partir de las prácticas de desplazamiento cotidiano de los sujetos. Así,

podemos plantear una distinción entre el dispositivo del transporte y el dispositivo de la

movilidad, como dos marcos discursivos diferenciados que se solapan y/o separan en la

fluidez de la vida urbana.

Dispositivo del transporte

Como señala Gutiérrez (2009) el universo analítico que aborda el transporte se ciñe al

“medio o vector de desplazamiento usado para realizar un viaje”. Esta manera de

1 La producción social del espacio, incluye todos esos factores –sociales, económicos ideológicos y tecnológicos- cuya pretensión es la creación física a partir de las configuraciones materiales. Por su parte, el término construcción social del espacio es la transformación del espacio –mediante los intercambios sociales de memorias, imágenes y uso

cotidiano de los ajustes materiales- en escenas y acciones que transmiten contenido (significado) simbólico (Low, 2005). 2 Para Michael Foucault (1984) el dispositivo es “un conjunto decididamente heterogéneo, que comprende discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas; en resumen: los elementos del dispositivo pertenecen tanto a lo dicho como a lo no dicho”. Aplicado al transporte y la movilidad, y a sus concreciones en los medios de locomoción, el dispositivo permite comprender “las relaciones de poder entre el sistema de transporte y sus usuarios, en la medida en que el sistema tiende a imponer un tipo de movilidad al usuario y que éste tiende a transformar el

sistema con sus prácticas” (Jouffe y Lazo, 2010:32).

3

entender el desplazamiento, hace que los traslados urbanos no solo no se escapen a la

formulación tecnocéntrica del espacio, sino que se interpreten como actividades y

elementos superpuestos a la ciudad. El planteamiento del transporte forja así el

desplazamiento de las personas y vehículos como un viaje de un punto (A), a otro de la

ciudad (B), que atraviesa un espacio funcional y sin que en él medie interacción alguna.

O dicho de otro modo, el enfoque del transporte se centra en el viaje realizado, esto es,

en la parte material del viaje. De este modo la teorización racionalista transforma la

calle según criterios segregacionistas “donde los espacios públicos se convierten en

espacios conectivos con la circulación como único uso posible” (Miralles y Cebollada,

2003:9).

La perspectiva del transporte, por tanto, en vez de adaptarse a las peculiaridades socio-

económicas de cada zona, homogeniza el espacio de modo que más que las distancias

geográficas absolutas interesan los tiempos y costos del transporte a pesar de sus

consecuencias ecológicas. Esta combinación entre economía del crecimiento y

tecnología del transporte asume como premisa la necesidad imperiosa de introducir

nuevas infraestructuras que favorezcan más movimiento a mayor velocidad. De modo

que en una metrópolis, donde las distancias son enormes y el lugar de trabajo se

encuentra normalmente muy alejado del residencial, la libertad de desplazarse del sujeto

queda limitada en buena parte por sus posibilidades socio-económicas. En este punto el

monopolio radical (Illich, 1973) del coche frente a otros medios de locomoción se hace

patente, pues coloniza el imaginario sobre espacio público de la ciudad y sus formas de

desplazamiento. Esta hegemonía del motor por un lado configura un discurso con el que

se transmiten unos modelos de identificación “de lógicas circulatorias y económicas

particulares que se hacen pasar por universales y únicas” (Sanz, 1994) y por otro,

configura un tipo ideal de metrópoli en el que se ha normalizado y naturalizado la

segregación funcional de la calle donde el movimiento frecuente de las personas es una

actividad de carácter obligado y se han de conectar una gran diversidad de recorridos

con múltiples orígenes y destinos (a un elevado coste energético).

Dispositivo de la movilidad

Por su parte la movilidad incorpora en su análisis aspectos relacionados con lo que un

grupo social conoce, considera posible hacer y finalmente hace, abarcando pues “lo que

pasa antes, durante y después del viaje” (Gutierrez, 2009). Así, la comprensión sobre el

desplazamiento no se agota únicamente en el trayecto, sino que se centra en la persona y

su entorno. La movilidad, por tanto, “no es simplemente un medio de cubrir distancias

entre A y B” (Urry, 2006: 18), sino que incluye la percepción que tienen las personas

sobre la ciudad que habitan. Así, los desplazamientos urbanos son una práctica social

habitual que se vinculan a un territorio (la ciudad) y que implica aspectos importantes

sobre los imaginarios urbanos (Canclini, 1997). Esta idea nos remite al hecho de que el

conjunto de significados, representaciones e ideas que se configuran entorno a un

espacio de desplazamiento, pueden ser transformados en capital simbólico, en una

fuente de poder social construido y puesto en circulación con el cual producir una

estructura social o cambiarla.

4

De este modo si atendemos a la pluralidad de sentidos en los que se puede ordenar el

espacio podemos añadir las vivencias que los sujetos tienen sobre el diseño urbano que

toma como punto de partida “las velocidades mecánicas”3. Así, la movilidad emerge

como un conjunto de espacios (espacio ciclista, espacio del viandante y espacio del

automóvil), por los que las personas pueden moverse o detenerse, donde el

desplazamiento se “refiere a una vista micro de los lazos de proximidad, a los tiempos

largos de la pertenencia y a las raíces con lo local” (Gutierrez, 2010: 4). La calle se

torna algo más que un espacio euclidiano que alberga el acto físico del desplazamiento y

que trasciende la eficiencia de llegar al menor tiempo y costo posible. Es pues, un

espacio destinado al habitar, al juego, al intercambio de experiencias en el que se

disfruta de la experiencia de moverse.

Es precisamente este enfoque aportado por el concepto de dispositivo, que permite

comenzar aproximarnos a las políticas urbanas del transporte y la movilidad y al papel

que juegan las elites locales por hegemonizar la visión de la ciudad mediante la

planificación urbana con el tráfico del automóvil privado como referente principal.

2. Políticas urbanas del transporte y la movilidad ciclista en Valencia

Dadas las características de las actuales pautas de desplazamiento en “forma de nube”

(Miralles y Tulla, 2000) -disperso y con múltiples orígenes y destinos-, parece que las

opciones de transitar vienen impuestas al sujeto por el sistema subyacente de creencias

sobre los modos de desplazamiento, donde la decisión entre el transporte público o el

privado -motorizado o autónomo- se articula a partir de las políticas implementadas por

las elites locales. De esta forma, podemos ir viendo como el uso masivo de un modo de

locomoción u otro no es tanto un fenómeno de opción personal, donde el sujeto decide

libremente, sino mas bien resultado de dimensiones simbólicas, económicas y

emocionales fruto de una combinación de factores interconectados en el que las largas

distancias de la ciudad y la velocidad marcan los patrones mayoritarios de conducta

social (Naredo y Sanchez, 1994).

Según afirma David Harvey (Harvey, 1989) la implantación del “urbanismo

empresarial” en las ciudades lleva aparejado una serie reorientaciones tanto en las

formas de gobernanza como en la concepción de la explotación del suelo urbano. En lo

que se refiere a la gobernanza las instituciones públicas comienzan a respaldar las

iniciativas de carácter económico creando agencias o entidades de coparticipación

público-privada. Ese giro que fomenta las relaciones con el sector privado reorganizará

la distribución del espacio urbano y transformará a los gobiernos locales en

corporaciones. Así, por un lado, la administración local orientara las actividades hacia la

construcción especulativa del territorio más que hacia actividades de mejora de

condiciones de vida y por otro, deslizará a la ciudad hacia una lógica competitiva, que

busca hacer atractivo el uso y consumo del suelo para captar capital y mejorar por tanto

su posición con respecto de otras ciudades que imitan el modelo.

3 Principio recogido en la Carta de Atenas 1933 redactada durante el 4º Congreso Internacional de

Arquitectura Moderna (CIAM) donde plasman los principios rectores del urbanismo moderno.

5

Esta lucha competitiva, que actúa como un “poder coercitivo externo” entre las regiones

urbanas, también se plasma en las infraestructuras de transporte pues para hacer

atractiva la ciudad y fomentar la concentración de capital se precisa de “grandes

inversiones en transporte y comunicación [que permitan] conexiones internas y externas

necesarias para minimizar las transacciones en tiempo y costos” (Ibídem :9). El modelo

territorial característico del capitalismo, en cualquiera de sus fases, implica pues unas

enormes necesidades de transporte, tanto interurbanas como urbanas. Estas altas

necesidades de transporte son resultado de las propias características del modelo

territorial y del sistema productivo basado en la especialización y la interdependencia

espacial, no en la autosuficiencia espacial.

La ciudad de Valencia

En las últimas tres décadas la ciudad Valencia ha sufrido una transformación profunda

de su entramado que ha llevado a mercantilizar gran cantidad de los espacios en la

ciudad. Como plantea Cucó, (Cucó 2012:4) si en el inicio democrático se llevan a cabo

ajustes necesarios en infraestructuras y en los barrios “para subsanar los déficits que se

arrastran desde el franquismo”, con el cambio de gobierno, en 1991, se entra en una

espiral que lleva a la ciudad al “inicio de una segunda etapa en la que el impulso del

urbanismo empresarial” se impone como principal estrategia de desarrollo urbano. En

este contexto de interpenetraciones de capitales públicos y privados, institucionalizadas

en el marco de las sociedades de economía mixta, a nivel político y urbanístico las

autoridades locales han desarrollado Grandes Proyectos y Grandes Eventos que han

sumido a la ciudad en una vorágine de city marketing donde las “Grandes

Infraestructuras del transporte” (Gaja, 2013: 207) tenían que asegurar las ventajas

competitivas de la ciudad y al mismo tiempo, reforzar la imagen de modernidad y de

progreso .

De este modo el dispositivo del transporte resulta ser un elemento clave para el

funcionamiento económico de las regiones urbanas, donde las políticas implementadas

en la ciudad de Valencia se han basado, principalmente en: 1) La potenciación de los

ejes de comunicación o de transporte que une los núcleos urbanos principales (por

ejemplo la conexión ferroviaria por Alta Velocidad Valencia-Madrid y el proyecto

“necesario” del corredor del Mediterráneo o el recién inaugurado AVE Alicante-

Madrid); y 2) la creación de un importante sistema de transporte urbano en el área

metropolitana de Valencia que permite su funcionamiento y posibilita su crecimiento

como son las líneas de Ferrocarriles de la Generalitat Valenciana (Plan de

Infraestructuras Estratégicas 2004-2010 y 2010-2020).

Estas grandes inversiones en los desplazamientos se sostienen por un lado en el

“material fijo” de las infraestructuras (Soria, 1980) y por otro, sobre el discurso

ampliamente difundido, y con altos niveles de consenso, de que el transporte y sus

infraestructuras “son considerados como bienes en sí mismos, como recurso o riquezas

que siempre conviene acrecentar” (Estevan y Sanz, 1994:15). Así, la entelequia más

transporte y más infraestructuras, se asocia al crecimiento económico constituyendo un

6

“paradigma político” en el que el transporte y sus infraestructuras son instrumentos

capaces de provocar el desarrollo regional o corregir los desequilibrios territoriales4

(Izquierdo, 1987). Entonces, si las grandes inversiones en transporte y comunicación

son prioritarias por minimizar las transacciones en tiempo y costos y por generar

“riqueza”, ¿qué pasa con aquellas propuestas ciudadanas sobre los desplazamientos

urbanos que se escapan a la economía de la grandeza?

Dispositivos del transporte y la movilidad ciclista en Valencia

Para empezar a entrever las políticas municipales en materia de los desplazamientos

urbanos es interesante comenzar delimitando el nombre de las concejalías implicadas:

Circulación y Transportes e Infraestructuras de Transporte Público. Si hacemos caso al

nombre, parece que las medidas adoptadas están supeditadas a las lógicas del transporte,

anteriormente planteadas. Estas concejalías activas ya durante la aprobación del Plan

General de Ordenación Urbana (PGOU) en 1988, arrastran esta perspectiva sobre los

desplazamientos urbanos y han sido las encargadas de ir esquilmando todos los aspectos

relacionados con las consideraciones ambientales, protección del peatón, fomento de la

bicicleta… (Torres, 2004).

Es este sentido, encontramos grandes contradicciones en las medidas adoptadas por la

corporación municipal. Así, al mismo tiempo que crean zonas 30 en el centro de la

ciudad (Ciutat Vella) para priorizar la circulación de bicicletas; construyen, en esos

mismos barrios, infraestructuras subterráneas de estacionamiento que facilitan y

promueven la llegada en coche, justificándolas, en palabras de la alcaldesa Rita Barberá,

como medidas que contribuyen a hacer una "ciudad más sostenible" (Levante 20 de

Junio de 2012). Hay que señalar además que limitar la velocidad a 30km/h en algunos

barrios parece algo más nominal que real, pues estas zonas 30 son conceptualizadas

como “islotes” de la ciudad, en las que no se aplican medidas de diseño del viario para

la pacificación del tráfico:

“Nuestro motivo de máxima preocupación fue su negativa a tomar medidas de calmado

del tráfico en la Ronda Norte, como instalación de badenes, disminución de carriles en las

rotondas o semáforos que cambien a rojo a velocidad superior a 50km/h, porque en tal caso

habría que hacerlo en toda Valencia […] (Nota de prensa Valencia en Bici 15/01/2013).

Por otro lado el ayuntamiento ha ido aumentando las infraestructuras ciclistas (carriles

bici, calles 30…) legitimando dichas actuaciones en base a:

“darle seguridad al ciclista [haciendo] que baje a la calzada y sobre todo [que] el

conductor del vehículo se acostumbre a tenerlo delante” (Acta del Pleno Municipal del día 26

de marzo 2013).

4 Baste como muestra la crónica de El País sobre la inauguración del AVE Madrid-Valencia: “La

modernidad de España, la cohesión social y económica, el trabajo en equipo de las distintas

Administraciones y Gobiernos y la unión que supone la línea para las comunidades de Madrid y Valencia

han estado presentes en los discursos de las autoridades al llegar a la estación valenciana” (EL País, 18 de

diciembre de 2010).

7

Sin embargo, el trazado de dichas infraestructuras se ha ubicado mayoritariamente en

las aceras (aceras bici) generando un conflicto artificial entre peatón y ciclista y no

fomentando la equidad en la distribución del espacio con respecto al vehículo privado.

Así mismo, el trazado ciclista carece de una articulación holística que facilite circular

por toda la ciudad. Más que una red de carriles son carriles inconexos que, como el Rio

Guadiana, aparecen y desaparecen haciendo poco atractivo los tan publicitados 160 Km

de carril bici:

“[…] que haya la obligación de ir por un carril bici y de repente hay muchas zonas en

las que se acaban y eso como… bueno entonces ¿ahora qué hago? O sea hay carreteras…o esa

sería impensable que no hubiera carreteras, pero sin embargo que de repente no haya carril

bici es algo normal” (M.2).

Esta discordancia en la ciudad de Valencia, como señala Vicente Torres (2004), no es

nueva pues en las modificaciones del Plan General de Ordenación Urbana de 1988 el

urbanismo propuesto ya se orientaba hacia el incremento “de la capacidad vial”,

haciendo primar los criterios de la ingeniería del tráfico sobre otras consideraciones.

Hay que señalar además que las políticas sobre transporte y movilidad ciclista incluyen

también un conjunto legislativo que regula las posibilidades para insertarse en el

contexto social. Esta serie de normas y leyes de diferente rango por un lado regulan la

actuación y utilización ciudadana del espacio ciclista5

, y por otro regulan la

transformación material de dicho espacio. El primer tipo de leyes van por tanto

orientadas a regular el modo de circular por el espacio a través de la Ley Estatal de

Tráfico, y su desarrollo en el Reglamento General de Circulación (RGC), y normativas

municipales expresadas en la Ordenanza de Circulación (OC). Por su parte el segundo

tipo hace referencia a las leyes autonómicas (Ley de Movilidad), Plan General de

Ordenación Urbana (PGOU) y Plan de Movilidad Urbana Sostenible (PMUS) que en su

conjunto son la “columna vertebral del urbanismo y la figura legal encargada de

trasladar a la realidad las teorías urbanas” (Vicent, 2012:133).

Para no extendernos en exceso, por la complejidad que hay en el segundo tipo de

normas, desarrollaremos brevemente una de las consecuencias que tiene, en la vida

cotidiana, las leyes orientadas a la regulación de la circulación ciclista. Para una persona

que opta circular en bicicleta se le plantean una serie de “problemas” sobre cómo

circular por el espacio ciclista. Así, la ordenanza municipal busca “regular la circulación

de vehículos y peatones, compatibilizando la necesaria fluidez del tráfico con el uso

peatonal de las calles y regular asimismo la realización de otros usos y actividades en

las vías de competencia municipal” (Ayuntamiento Valencia, 2010). Desde esta

perspectiva la ordenanza municipal de circulación que es la norma que regula el ámbito

concreto en el que se mueve el ciclista urbano. Pero esta norma, a diferencia del RGC

que se enseña en las autoescuelas, no se instruye directamente en ninguna institución u

organismo público. Se trata de una norma, que a pesar de su importancia, se transmite a

5 Entendido como el conjunto de lugares por los que una bicicleta puede circular en la ciudad, (la acera, el

carril bici, las ciclo-calles, las aceras bici y la calzada), así como estacionar (aparcamientos bici,

mobiliario urbano…)

8

la ciudadanía en forma de noticia: “La nueva ordenanza obliga a la utilización de

prendas reflectantes y prohíbe la circulación por los jardines salvo que estén

señalizados” (Las Provincias, 25-05-2010). Lo importante es que esta filtración

mediatizada por los medios de comunicación de masas por un lado no termina de aclarar

las posibles ambigüedades o matices que toda norma tiene y por otro, en esa búsqueda

del titular, se desarrolla lo mas alarmista o espectacular del tema. Ello genera una cierta

“ambivalencia cognitiva” pues el ciclista urbano tienen en mente las consecuencias

positivas de usar la bicicleta (ecología y salud física) y al mismo tiempo no sabe si está

o no incumpliendo algún artículo de la norma por el que pueda ser multado:

Pues yo por primera vez en…desde hace un par de semanas, desde que empezó la

campaña aquí en valencia…la verdad es que salgo ya con bici con stress, cuando antes era…

siempre ha sido un placer coger la bici me gusta, pero… y ahora siempre es stress porque ya no

sabes si vas bien, si no vas bien,…, automáticamente tanto tiempo llevando la bici sin esas

nuevas leyes coges hábitos que hoy en día son malos, considerados como malos y que no se a lo

mejor tú no te quitas de un día para otro así como así como… ir en dirección prohibida ejemplo

de una calle que posiblemente en bici muchos lo hemos hecho para recortar un poco lo que es

el tramito de un punto A a un punto B no… y ahora te ves que te van a clavar 200 pavos para

esto... me parece bueno no se… es una locura un poco no…(M.4).

Desde esta perspectiva la normativa se convierte en un elemento encorsetador o

paralizante, que mas que facilitar la circulación, genera incertidumbres y sentimientos

de indefensión pues facilita el hecho de que si algún día, arbitrariamente, algún agente

de la autoridad quiere multar tenga siempre la posibilidad de hacerlo. Una mirada más

enfocada permite apreciar pues que el espacio ciclista no sólo se regula para facilitar los

itinerarios por la ciudad, sino que también provoca una retorica de conflicto entre los

colectivos sociales y los poderes públicos; donde los primeros reivindican la adecuación

del entramado urbano a los medios autónomos de desplazamiento (mayor seguridad,

comodidad, accesibilidad…) y los segundos, pretenden nivelar las contradicciones

existentes para de este modo apaciguar los conflictos generados por la desigual

distribución del espacio. Es por esto que los colectivos ciudadanos al proponer

interpretaciones conflictivas de los principios de libertad de desplazamiento e igualdad

de accesibilidad en la ciudad, proporcionan fundamentos de legitimación a diferentes

tipos de demandas, crean formas particulares de identificación y modelan las fuerzas

políticas entorno al campo de la movilidad y la construcción social del espacio público.

3. La ciudad 306, algo más que una velocidad

Entramos así en la propuesta de Ciudad 30, entendida como un modelo de ciudad en el

que se busca el reencuentro entre el espacio urbano y el sujeto. Un reencuentro que al

proponer la reducción de la velocidad implica también una transformación del espacio-

tiempo social. Es una propuesta que busca un cambio hacia el lugar y el ritmo como una

forma de arraigarse en la comunidad urbana y en los grupos barriales. Así, se busca que

los medios autónomos de desplazamiento (a pie y en bicicleta) sean los mayoritarios

6 La “Ciudad 30: hacia unas calles habitables” es una Iniciativa Ciudadana Europea que busca proponer

un límite europeo de 30 km/h por defecto en zonas urbanas residenciales.

9

junto con el transporte público de masas, planteado este último, como la opción que

permita cubrir de forma rápida los puntos más alejados de la ciudad.

Como vemos la planificación urbana que promueve invierte la escala de prioridades y

desplaza al vehículo privado motorizado a un plano secundario, por detrás del peatón, el

ciclista y el transporte público de masas. Frente al urbanismo empresarial, caracterizado

por la segregación espacial, la dispersión de las funciones urbanas y la mercantilización

del suelo, el modelo ciudad 30 busca la “proximidad” y la “accesibilidad” como una

forma de hacer ciudad. Ello significa que la planificación del espacio urbano ha de

fomentar “la creación de espacios urbanos multifuncionales y el dimensionamiento de

los barrios y las poblaciones a escala humana” (Olmos, 2011:11), de forma que las

necesidades de desplazamiento se vean reducidas. Incorporado a ello la "accesibilidad"

que ha de permitir la satisfacción del fin perseguido por los individuos, esto es, ha de

satisfacer “la facilidad con que los miembros de una comunidad pueden salvar la

distancia que les separa de los lugares en que pueden hallar los medios de satisfacer sus

necesidades o deseos" (Ibídem: 10).

En ese sentido, lo que se valora es la "proximidad", entendida como la facilidad para

acceder a instalaciones y servicios independientemente del medio de locomoción

utilizado. Así, los desplazamientos urbanos se han de realizar en garantía de libertad

para elegir un medio de desplazamiento, y una vez elegido estar en condiciones de

igualdad con independencia de qué medio se ha elegido. La idea principal de la que

parte el modelo propuesto de Ciudad 30 es que para satisfacer las necesidades

cotidianas, las personas no tengan que depender de ningún medio motorizado. Frente a

las “velocidades mecánicas”, se propone la escala humana como punto de partida,

donde el “radio de acción7”, esto es, la distancia que puede una persona cubrir de forma

autónoma a pie o en bicicleta, sea lo que marque la distribución de los usos del suelo en

ciudad. El transporte público de masas se plantea como la segunda opción y tiene que

permitir cubrir de forma rápida los puntos más alejados de la ciudad. El coche, por

tanto, sería la última opción para los desplazamientos.

Llegados a este punto me centrare brevemente en dos aspectos íntimamente

relacionados en materia de movilidad ciclista, políticas municipales y ciudad 30. Por un

lado hablare del sistema público de bicicletas (llamado Valenbisi) caracterizado como

un dispositivo del transporte, y por otro, en la propuesta vecinal de Benimaclet para la

consolidación de una zona 30 caracterizado como un dispositivo de la movilidad.

La bicicleta público-privada en la ciudad 30

El sistema público de libre intercambio de bicicletas (Valenbisi) entra en

funcionamiento en Valencia en un acto, celebrado a pie de calle en una de las

estaciones, el 22 Junio de 2010, tres días antes de que diera comienzo el Gran Premio de

Europa de Fórmula 1 (Valencia Street Circuit). Las autoridades locales junto con el

7 A una velocidad media de 14km/h en bicicleta, durante 30 minutos de pedaleo el radio de acción de

dicho vehículo es de unos 7 km (distancia que cubre gran parte de la ciudad de Valencia).

10

presidente de la empresa adjudicataria, JCDecaux, promueven así un vehículo destinado

a usarse como un medio de transporte alternativo y ecológico y no como un servicio

para pasear (Levante 22 de Junio de 2010). Parece pues que la lógica del transporte es la

que hace funcionar dicho dispositivo. La bicicleta pública (Valenbisi en nuestro caso) es

pues un servicio gestionado por una multinacional (JCDecaux) con unos beneficios

anuales de 260 millones de euros. Una empresa cuyo principal negocio es la publicidad

a través del mobiliario urbano y no la bicicleta, y que utiliza este servicio sostenible

como elemento de cambio para incrementar la presión publicitaria en las ciudades en las

que se instala:

¿Qué beneficios conseguirá la empresa adjudicataria? Tendrá forma de anuncio. En

cada una de las estaciones se podrá poner un panel, mientras que también tendrá la

explotación publicitaria de los termómetros y relojes situados en la calle. Además, a partir de

2014 tendrá la explotación de los 866 paneles de mobiliario urbano repartidos por la ciudad.

La concesión tiene un plazo de veinte años, por lo que tendrá todavía los derechos durante 15

años. Esta fórmula ha servido para evitar el pago del Ayuntamiento a la empresa adjudicataria

con un canon (Las Provincias 29 de enero de 2009).

Así, como señala Illich (1994) el transporte es la forma basada en la utilización

intensiva del capital que introduce al sujeto al funcionamiento de mercado (abundancia

y escasez) y crea la figura industrial del usuario. Esta contrapartida, ampliamente

difundida, que destaca el hecho de que “al Consistorio no le costará dinero”, supone una

contaminación visual y una agresión publicitaria. Pero no sólo supone una

mercantilización del espacio público que fomenta el modo de vida hipermóvil y de

consumo, sino que genera además problemas tanto a los propios usuarios del servicio

ciclista como al conjunto de los ciudadanos. Así, los paneles publicitarios se ubican en

puntos de interés empresarial, encima de las aceras o parques, orientados hacia los

vehículos motorizados que circulan por la calzada e independientemente que molesten

al tránsito de viandantes o dificulte la visibilidad del ciclista.

El éxito de este servicio es indudable. A los 15 días se alcanzan 1.100 abonados, y así

aumenta hasta llegar a “tocar techo” en mayo de 2012 con 11.645 inscritos. A pesar de

las averías del sistema, los desencantos y la subida de precios, la valoración general que

se hace del sistema es positiva, siendo el servicio de alquiler el mejor evaluado entre las

ciudades del Estado Español (Race Eurotest 2012). Sin embargo si analizamos este

servicio desde el la movilidad vemos como ha generado un nuevo perfil de ciclista

urbano que vive ajeno al de las personas dotadas de la autonomía de su propia bicicleta.

Es un ciclista sujeto a las temporalidades de las afluencias masivas de desplazamiento,

limitado pues por los horarios impuestos del mundo del trabajo, con horas punta y horas

valle.

Lo que pasa es que he tenido alguna vez problemas, porque por las noches toda

la gente, o por lo menos mi experiencia es esa, he visto que en el centro no quedan bicis

porque todo el mundo que trabaja o está por ahí las coge y se va a los barrios, entonces

a lo mejor si estoy en el centro me ha costado mucho encontrar una bici y después

cuando llego a mi barrio no tengo donde dejarla… (M6).

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Es precisamente este funcionamiento el que nos permite hablar, desde la movilidad, de

un servicio público de bicicletas embebido en el dispositivo de transporte, donde el

desplazamiento en bicicleta se torna un conjunto de desplazamientos, que a los ojos del

transporte quedan ocultos y no contabilizados. Así por ejemplo el usuario ha de ir a pie

hasta la parada origen y puede encontrar o no bicicleta. Si no encuentra ha de ir a otra (u

otras) paradas y tener la “suerte” que haya alguna disponible. Luego ha de circular por

la ciudad, con todas las dificultades que pueda encontrarse, hasta llegar a su parada

destino. Una vez alcanzado puede encontrarse que no hay sitio en el que aparcar, a lo

que hay que añadir otro desplazamiento en busca de una parada con hueco. Por último,

ha de caminar hasta su destino final, que dependiendo del lugar en el que ha dejado la

bicicleta está más o menos lejos:

…al final a veces he tardado más tiempo que si me hubiera ido andando o de

otra manera… (M6).

Como se aprecia, desplazarse en bicicleta pública, de gestión privada, para satisfacer

una necesidad puede ser -según qué horas- algo tedioso, como el que se queda parado en

un atasco, o como el que ve pasar un metro o autobús lleno y tiene que esperar al

siguiente.

Pasos hacia la Ciudad 30. El caso de Benimaclet8

El antiguo pueblo de Benimaclet, actualmente absorbido como barrio de la ciudad de

Valencia, tiene una larga historia de movilización social. Ahora, a través de la

asociación de vecinos se está construyendo un barrio 30. Una iniciativa que como

plantean “surge de la necesidad de recuperar los espacios públicos por la ciudadanía,

hacerlos accesibles para todas, especialmente por los pequeños, las personas mayores

y las personas de movilidad reducida, garantizando la libertad de movimiento” (A.V.

Benimaclet).

La indulgencia hacia la velocidad no es compatible con el fomento de una ciudad 30 y

un espacio accesible a los medios más apacibles y menos contaminantes de

desplazamiento urbano. Así, los excesos de velocidad ejercen un importante papel como

factor irruptor que incide en la decisión de montar en bicicleta, rompe la tranquila

distribución urbana entre barrios, crea riesgo hacia las personas (viandantes, ciclistas y

conductores), aísla manzanas y fuerza a la ciudadanía a realizar mayores recorridos en

sus desplazamientos por la ciudad:

“Porque te metes por la calle y te viene… pues el típico coche que viene por detrás que

tiene que frenar en su recorrido y enseguida el claxon…eh que nos apartemos, que nos

peguemos a la acera” (M.4).

8 Aunque la propuesta de Ciudad 30 es más amplia, al buscar que la norma general en zona urbana residencial sea 30k/h e invertir la normativa actual de máximo 50 km/h, y las Zonas 30 son actuaciones puntuales que no transforman la norma general de circulación urbana, considero que, desde los colectivos ciudadanos, el nivel discursivo para ambos casos mantiene una línea argumental y justificativa similar.

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La propuesta que se hace desde este modelo plantea que la esencia de la ciudad (y de

los barrios que la componen) es el contacto personal. En consecuencia la ciudad es, y

sobre todo, de la persona que va a pie o en bicicleta, puesto que son los medios de

desplazamiento que facilitan un contacto intenso entre personas9. No hay que olvidar

además que los desplazamientos a pie, en bicicleta o en transporte público son los

medios que pueden reducir drásticamente el estrés ambiental provocado por los

vehículos, lo cual potenciará el contacto y la comunicación en el espacio público. Así el

objetivo ultimo del modelo 30 es: “conseguir un barrio libre de ruido y contaminación

donde no sólo el vecindario del barrio esté orgulloso del lugar donde vive sino también

las personas que nos visitan diariamente por motivos laborales, para adquirir bienes de

consumo u ocio al comercio del barrio o para visitar sus amistades o familiares” (A.V.

Benimaclet).

A la vez que se reduce el estrés ambiental se plantea mejorar la distribución del espacio

urbano, generando un entorno propicio y de calidad que no facilite a los vehículos

motorizados alcanzar velocidades peligrosas para la personas. De ahí que, además de

pedir una reducción de la velocidad, se demande explícitamente una modificación que

reequilibre los usos de la calle.

Creemos necesario cambiar las prioridades de las calles, pedir que no haya calles con

prioridad para evitar calles de paso y que todos los cruces tengan prioridad a la derecha para

evitar también velocidades elevadas (A.V. Benimaclet).

Parece pues que desde el modelo de Ciudad 30 hay un creciente interés por conseguir

unas mejores condiciones de habitabilidad proporcionada a través de: a) la proximidad

sobre unos equipamientos diversos y de calidad, b) una redistribución del espacio

público que se convierta en lugar de intercambio de experiencias activas y proyectos de

futuro, y c) una reducción de la velocidad máxima del tráfico.

4. Conclusiones

La necesidad de cambio, provocada por el impacto medioambiental de los medios

motorizados y el atisbo de un posible escenario “sin petróleo”, ha llevado los

gobernantes de las ciudades españolas a realizar modificaciones en las políticas

relacionadas con los desplazamientos urbanos. Desde este escenario de incertidumbre,

emergen dos discursos (el del transporte y el de la movilidad) que buscan la “mejor

solución” posible. Pero como hemos ido viendo los puntos de partida del dispositivo de

transporte y movilidad difieren e implementan distintas actuaciones en la ciudad.

De este modo he intentado esbozar, en el espacio limitado de la comunicación, algunos

aspectos sobre ambos dispositivos y sobre cómo se entrecruzan en la espacialidad y

política de la ciudad. Así, por un lado están las políticas multimodales del dispositivo

9 Si bien el transporte público de masas también da lugar a ese encuentro entre individuos, conocidos y desconocidos, el hecho de estar inserto en un trayecto con paradas y tiempos fijos, hace que la interacción quede en un nivel algo más secundario o superfluo, pues lo importante no es tanto la conversación como no pasarse la parada o no perder el vehículo.

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del transporte, donde cada modo de desplazamiento ha de circular por su espacio, y por

otro, las políticas intermodales del dispositivo de la movilidad, donde los diferentes

modos de desplazamiento han de compartir el espacio urbano. Desde esta perspectiva la

movilidad amplia el cerco analítico del desplazamiento y configura un modelo de

ciudad sustancialmente diferente al propugnado desde el transporte, pues contribuye a

capturar el universo de sentidos desde los que construyen e imaginan la ciudad de forma

no instituida por la norma tecno-económica del reglamento de circulación urbana.

Entiendo que este modo de adentrarme en los desplazamientos urbanos, me coloca en

un marco complejo donde la constante necesidad de movimiento y los modos de vida

relacionados con la velocidad y la sociedad hipermóvil, se reformulan a partir de las

practicas locales de movilidad. Unas prácticas de movilidad que permiten profundizar

en esa parte “oculta” que la gestión del tráfico desestima, al sondear las condiciones

reales de una oferta de infraestructuras o servicios desde la accesibilidad y la

proximidad. De este modo la Ciudad 30 es una propuesta ciudadana en el que se

favorecen las relaciones de proximidad entre las personas y el territorio de la ciudad, y

que entiende que las políticas que se han encaminar hacia la incorporación prioritaria

los modos autónomos de desplazamiento, lo que necesariamente ha de introducir

cambios espaciales orientados al espacio compartido. Sin embargo, estos cambios

encuentran fuertes resistencias entre las elites políticas y económicas municipales pues,

como se ha ido apreciando en el caso de Valencia, los hábitos e infraestructuras

desarrolladas para la segregación de la circulación de vehículos siguen dominado el

espacio público de la ciudad. Una segregación que sin lugar a dudas favorece al

automóvil privado motorizado.

A pesar de que Valencia es una ciudad con una topografía llana y un clima subtropical

(mediterráneo típico de inviernos suaves y veranos calurosos), que le dota de unas

características privilegiadas para los desplazamientos cotidianos en bicicleta, parece que

se está aún lejos de alcanzar cotas similares a los de otras ciudades europeas como

Ámsterdam o Copenhague. Como hemos ido viendo las instituciones públicas

valencianas, al igual que las autonómicas, se enfrentan a una situación de cambio

necesario; donde por un lado han mantener los altos niveles de desplazamiento actuales

para fomentar el desarrollo económico – y que sólo se pueden realizar con vehículos

motorizados- y por otro, han de promover modos autónomos de desplazamiento

orientados a minimizar los impactos medioambientales producidos por los primeros.

Estas paradojas que se dan en el ámbito de los desplazamientos urbanos nos permiten

orientar futuras líneas de investigación hacia un posible cambio de paradigma en lo que

respecta a los desplazamientos por la ciudad; donde el discurso tecno-económico del

transporte, vigente aun en las practicas de planificación urbanísticas, pugna con el

discurso sociocultural de la movilidad, presente en las reivindicaciones sociales que

tratar de (re)orientar la deriva de una ciudad como Valencia, hacia puertos realmente

sustentables.

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