de lo barroco en el perú - rafael de la fuente benavides

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RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES (MA R TIN ADAN) DE LO BARROCO EN EL PERU Universidad Nacional Mayor de San Marcos Lima, Perú

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RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

(MARTIN ADAN)

DE LO BARROCO

EN EL PERU

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Lima, Perú

DE LO BARROCO EN EL PERU

RAFAEL DE LA FUENTE BENA VIDES

DE LO BARROCO EN EL PERU

Prólogo de Luis Alberto Sánchez

UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS

Uma-Perú

1968

11874355

A ICIS Al.RERTO SA.\.CIIEZ

r

A 1:/J\fl'XDO IUSDEZl AIRAR

LO BARROCO Y MARTIN ADAN

Debimos editar el presente libro, esta magnífica y singular tesis doctoral, hace veinte años. El autor de estas líneas acababa de ser electo por primera vez Rector de San Marcos; Martín Adán, mi antiguo alumno. jamás mi discípulo, me entregó los originales de De lo Barroco en el Perú para que, como editor de su primer libro, La Casa de Cartón ( 1928), hiciera igual con éste que iba a ser y es su segundo en prosa. Un amigo -amigo ¿eh?- de esos que no faltan, lo había persuadido de que aquella nue­va vinculación conmigo, supervivencia de una larga, limpia Y entrañable amistad, sería interpretada entonces como ex­presión de solidaridad ''política'' entre Martín y yo. El, lleno de confusión y hasta de bochorno, me retiró cortesmente los originales; se los iba a publicar una entonces prestigiosa. conservadora y activa editorial limeña. A los veinte años de la fallida promesa, De lo Barroco en el Perú (1938) conti­núa inédito. Parecería estar escrito que cada cuatro lustros, Martín y yo nos reuniéramos en alguna aventura publici­taria. Hablando a lo folletinesco, digo, a lo Alejandro Dumas, me tienta titular la coyuntura: "Veinte años des­pués". Sin embargo, no hay en ello prejuicio alguno, Martín Adán sigue de jardinero de raras mosquetas, en invernaderos de fábula. Los tulipanes negros, diz que son raros y costosos: la prosa del calibre y sensualidad que se

~ncrespa en estas pagmas, es como aquellos tulipanes: su aroma carece de clasificación precisa, aunque no de marca: es suya y de nadie más.

¿Qué se propuso Martín al escribir su tesis? ¿Sólo ser doctor en Letras ("y en melancolías")? Pienso que no. Quiso (o sucedió sin quererlo) demostrar que en su propio estilo caben la fantasía y el criterio, la arbitrariedad y el equilibrio. Los catedráticos aprobaron el estudio porque habría sido vergüenza desaprobarlo; habría equivalido a mostrarse incapaces de entender, y un catedrático universi­tario debe ser capaz de entenderlo todo, hasta lo que no entienda, como en el presente caso.

Por aquel tiempo, Martín Adán no había cumplido los treinta. Estaba piafante, pero no era cándido. Ya había iniciado sus intermitentes retiros a la Recoleta de los can­sados de la cordura, y solía buscar el reposo del ensueño en el más accesible de los paraísos, el de la bohemia. Su protesta y su reafirmación, supérstites de un inolvidable Y largo aprendizaje en un colegio germano, lo impulsaban a revisarse revisando. Tal vez sin darse cuenta de su verda­dero propósito, descendió al infierno de lo barroco para apoderarse de su propio infierno y trazar coordenadas, bisectrices, paralelos y tangentes en el curso de su recorrido. Al examinar a los autores que previamente descongeló para sus fantásticas y entusiastas autopsias, no dispuso tan sólo de los barroquistas peruanos; quiso revelar que, así como, según Darío, en América, "quien que es no es romántico", así, en el Perú, nadie que sea algo ha dejado de militar {~o el verbo sin intención póstuma) en lo barroco. So­Ciedad, ciencia, idioma, geografía, instituciones, usos, afec­tos, todo ello basado, adventiciamente, en el aire de las formas, debía expresarse en una literatura encarnizada con los modos a despecho del pensamiento. Los desespe­rados son así. Y Martín, como el Perú y su literatura, es un desesperado paciente, de "mano desasida", o sea, des-

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Jigada de ataduras y apoyos, lista a la caída o al vuelo, en perpetua inminencia de ala.

El tema de De lo Barroco en el Perú, el libro en sí. equivale a una autobiografía literaria, refleja la sabiduría, !os gustos y las tendencias estilísticas de Rafael de la Fuente Benavides, conocido urbi et orbi como Martín Adán. ¿Quién más barroco que él? Y ¿qué más barroco que La Casa de Cartón, Travesía de E;·ctramares y La Afano desasida, poema este último que sobrepasa al barro­quismo y al suprarrealismo para alcanzar la ignota dimen­sión del "martinadanismo"? Al enunciar los dos últimos títulos me sobrecoge la duda: ¿qué se entiende, o, mejor, que se estima, siente y presiente, juzga y prejuzga e imagina con la palabra barroco? No ocurrirá con ella lo que Jacques Barzum nos revela en relación con el concepto de romanticismo (ver: Romanticism and the Modem Ego. 1943) . No citaré al respecto a ningún tratadista, pues, caso raro, están todos ellos casi de acuerdo al respecto, [o cual infunde serias sospechas de arbitrariedad. Prefiero aludir a la opinión de un escritor nada pasible de or­todoxia, aunque, sí, de intersexo, al cubano José Lezama Lima, quien en esa apología, vergonzante y lujosa, titula­da Paradiso, biblia de barroquismo y la homosexualidad, auténtica fruta del trópico, escribe: "La crítica ha sido muy burda en nuestro idioma. Al espíritu especioso (sic) de Menéndez y Pe!ayo, brocha gorda que desconoció siem­pre el barroco, que es lo que interesa de España Y de España en América, es para él un tema ordalia, una prue­ba de arsénico y de frecuente descaro. De ahí hemos pa­sado a la influencia del seminario alemán de filología" (p. 321. Ed. Lima, 1968).

Conciliando la intención con el modo de decirlo, el qué y el cómo, Martín Adán realiza en las páginas que siguen un examen vertical y a voleo: vertical (no es p~a­bra política en Martín, ni tiene sentido sectario como afir·

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l

man los que no han leído a Sorel ni al Vaticano) de la literatura del Perú desde sus inicios en lengua castellana; vertical porque trata de calar y cala; y a voleo, porque 1 • • ., ,a Imagmacwn -"la intuición" dice él disculpándose-, le arrastra por mil caminos asimétricos y excéntricos, sin que él trate de ser plural, mas sin hacer nada por impedir­]?· Y, dicho sea de paso, el texto del libro que el lector tiene ante sus ojos, se parece como pariente cercano, pero no fraternal ni filialmente, a la tesis del mismo autor y de igual título que nos propusimos publicar hace veinte años. Ahora bien: hoy en el transcurso del proceso imprimitorio, Martín deslizó un nuevo original con todas las enmenda­turas Y agregados, fruto de sus renovadas vigilias en derre­dor de lo mismo, más algunas interpolaciones de textos paralelos, con todo lo cual Edmundo Bendezú, flamante doctor en Letras, que se ha graduado con dos trabajos s~bre el propio Martín Adán, ha rearmado el texto defini­tivo, con la aprobación del inquieto y descontento autor.

* • *

. Lo primero que llama la atención es que, en realidad. el hbro quizá debió de titularse "De lo romántico" y no "De ,lo barroco". Recuerdo que, en 1928 ó 29, cuando Martín Y sus compañeros de colegio y año cursaban Lite­ratura P~a con cierto profesor que se desempeñaba con el Ciego fervor de un catecúmeno nos propusi.mOS. entre todos, formar un libro sobre el romanticismo en el Perñ_: el cual debía llevar como prólogo un estudio del ens~nante. _Entre los miembros de aquel grupo estaban Ennque Pena, Jorge Patrón Y rigoyen, Estuardo Núñez. Gonzalo Lora Y ~artín Adán. Hubo otros, a quienes no recuerdo. Las Citas que sobre ciertas indagaciones acerca de . ese tema hace Martín en las páginas que siguen, se refteren concretamente a los esguinces de Núñez y de peña,

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gran poeta este último, de los más finos, tiernos y hermé­ticos que hayan nacido bajo el plomizo toldo de Lima. Por eso, en todo el texto y, muy especialmente al llegar a las "conclusiones" -inevitable postrer capítulo de to­da tesis que se repute tal- Martín insiste en que, desde el comienzo, encaminó sus pasos desde y a través de los ro­mánticos, en su sentido esencial --<liltheyano, diría yo-- y que fue caminando sobre esos prados como se dio cuenta de que la forma -"forma disforme", jugueteará simílicaden­temente en una página- llegó al descubrimiento de lo barroco. De suerte que, si nos atenemos a éstos y otros muchos apuntes del estudio o disgresión de Martín, llega­remos a la provisoria, pero no deleznable conclusión de que para él, romántico pudiera ser el impulso y barroca su realización. Algo así afirmé en un trabajo sobre El Lu­narejo y Góngora ( 1927), y antes en una contribución para el Congreso Científico Panamericano reunido en Li­ma, en 1924, hace más de cuarenta años. Martín lo re­cuerda generosa aunque parcialmente cuando inicia uno de sus capítulos, recogiendo una apreciación mía sobre el carácter barroco de casi todos los aspectos de nuestra vida individual e institucional. De ahí que haya sido y siga siendo tan fácil en el Perú, perder el respeto a lo sustantivo, envueltos como nos hallamos en nubes de formalismo. De ahí que pretendamos ser tan gramaticales, aunque nos falte estilo. De ahí que, corno decía Frézier desde el siglo XVIII, sea tan frecuente que concurramos entusiastas a bullicio­sas procesiones (forma) pero descuidemos el ayuno (fondo o sacrificio) . De ahí que, aunque mudemos de gobierno (Y a menudo de Constituciones) sigamos siendo un hatillo de conservadores, no como los quiere Martín Adán, con­servador confeso y no entrañable, sino corno no los quisiera nadie que tuviese de veras auténtico sentido conservador.

Mas, tratemos de ofrecer una imagen siquiera suscin­ta y hasta volandera de lo que contiene el trabajo de

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l'v1artín, de sus orientaciones e implicancias, aunque no sea posible trascribir muchas de sus expresiones, sus giros Y neologismo geniales, en los que se halla, velada por las hojas, confundida con la corola, la miel de un estilo el más sabio de cuantos se han escrito contemporáneamente (eximo a Garcilaso, al Lunarejo y a González-Prada) en la tierra de Amarilis y Peralta, este Perú cantado por ll.j· ·• Iramontes en versos que despiertan con derecho, la adhe-sión ferviente del contumaz esteta e ironista de La Casa de Cartón.

* * *

El examen -disgresión poética llena de lampos y de intuiciones- comprende nominalmente a unos pocos au­tores: Amarilis, Mexia de Fernangil, Miramontes, Peralta, Concolorcorvo, Melgar, Pardo, Segura, Los Bohemios, Palma, Juan de Arona, Althaus, Chocano, Eguren, etc. En realidad, bajo el nombre de éstos, corre el caudaloso río de la literatura colonial y republicana. Algunos se sorprenderán de que, en el recorrido largo y no siempre venturoso que el autor hace entre autores y publicaciones del Perú de los siglos XVIII, XIX y primer tercio del XX, apenas se detenga en Valdelomar y Vallejo, y que, en cambio, conceda cierta mayor atención a José Diez Can­seco Y a Fernando Romero. No menciono tales nombres por vía de comparación, sino para confirmar la sintonía cro~ológica, la incidencia temporal, como diría un "desa­rollista" de la economía {y naturalmente "subdesarrollado" e~ el idi~ma). No se podría alegar que aquellos dos exi­mms e~~1tores, Valdelomar y Vallejo, escapen a la órbita cro~olog~ca de esta tesis. También es notorio el poco es­pacio que Martín otorga a González-Prada, cuyos poemas con los de Eguren, rescata de cualquier juicio malsano,

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atribuyéndoles, como así es, carácter poético de suyo y a cada verso.

Si el texto de Lo Barroco fuese el mismo que se pre­sentó a la Universidad allá por 1938, habría poco que observar al respecto; pero ha sido objeto de una reiterada y nunca detenida maceración, de un prolijo, retoque, se­gún se desprende de los originales comparados, reajustados y depurados por Edmundo Bendezú, tarea que abarca has­ta practicamente 1960 o después. De manera que sería permisible pensar en cierto carácter definitivo de las men­ciones y los juicios siguientes, y en que, para Rafael de b Fuente Benavides, el panorama de la literatura peruana y su crítica se halla, según su criterio, totalmente en las pá­ginas dei presente ensayo, que, pese a los reajustes aludidos, prescinde de todo cuanta exégesis se ha publicado des­pués de 1940. lo que explica algunos lamentables vacíos informativos.

Tales vacíos se salvan de sobra con la chispeante originalidad de los juicios y extensiones que Martín exhibe a lo largo de su trabajo. Sin cansar al lector, subrayaría algunos de los que más han llamado mi atención.

"Trataré de lo romántico no en la literatura del Perú, que es campo segado, ni aun en el nuestro, sino de lo ro­mántico en lo romántico .... , dice Martín Adán al comen­zar su empresa (p. 13). Luego delimita más su propósito (no cumplido): En este ensayo, por hacerlo más impresivo, me absiengo en cuanto puedo de tratar de los románticos felices, entre los cuales debiera contar a Palma, a quien pongo por sincero y angustiado". Sin embargo de esta nueva connotación (repito, no sellada por los hechos), el abanico romántico se abre con cierta liberalidad dejando a lo barroco con frecuencia fuera de juego, si no fuese por­que el estilo y el punto de vista del autor son definitivamen­te barrocos, o sea, románticos, ya que, según él; y no le fal­tan razones. lo uno se identifica con lo otro, y, más aun, en

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el caso personal suyo, sería mejor hablar de conceptismo, que es la tedencia predominante en la forma de Martín Adan, escritor gracianesco convicto y también gongorino, y en todo caso, lo repito, martinadanesco.

* * *

En el primer capítulo se encara Martín con tres auto­res: "Miramontes, Amarílis y la Anónima", trío bien es­cogido: debió agregar desde el título, a Mexia de Feman­gíl, a quien alude, a Enrique Garcés y a Diego Dávalos de Figueroa, a quienes ignora, porque del Padre Ojeda (u Hojeda) si comenta algo en forma no tan encomiástica como merecería el autor de aquel magnífico verso: "cayose de mis manos la esperanza" y de la terrible imprecación de los azotes: "Yo pequé, mi Señor, y tu padeces;/ yo los delitos hago y tu los pagas", etc.

Hace bien De la Fuente en hurtar el cuerpo a las inferencias históricas, historicistas o historizantes que em­paredaron por mucho tiempo la infinita gracia poética de Amarílis, la certeza descriptiva de Miramontes y el señoril empaque de "la anónima". En lo segundo, lo referente a Miramontes, el juicio es exacto y jugoso, o sea, promisorio. Reconozco, en lo que me toca, que, allá por 1920, o sea en mis diecinueve años, cuando redescubrí y recomenté a Mi­ramontes, poeta ignorado desde los tiempos de la Revista Peruana, concedí excesiva importancia al encuadramiento cronológico y a la identificación personal del desconocido vate, Y descuidé las excelencias líricas del poema. Martín Adan ha acertado en ello. No así, en cuanto a Amarilis. cuyo poema todavía deja fluir sugestiones y esencias de segura fecundación próxima.

El segundo capítulo, "Peralta y los culteranos", encie­rra una defensa del versificador de Lima fundada, mas no

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en este "centon", que, al parecer, ha leído Martín de prisa, sino en sus obras dramáticas, las publicadas por Irving Albert Leonard precisamente el año anterior al que se escribió este libro, lo que quiere decir que aquel remoza­miento del Peralta dramaturgo estaba en plena moda Y constituía una novedad de 1938.

Por supuesto, Martín Adan no demuestra haber leído muy asiduamente -y Dios lo libre- a Peralta, ni había conocido, cela va sans dire, mi estudio El doctor Océano ( 1966) que le hubieran sugerido algún retoque a su texto original. Le sirve el personaje para partir empeñosame~te a un recuento en alguna manera analítico, del culterarus­mo, que, él lo sabe y lo dice, no debe confundirse con el barroco, de que es provincia, ni con el gongorismo, ~ ~ue es segmento. Al comenzar el capítulo segundo, me adjudica o rec~onoce un pensamiento básico: "El culteranismo, afir­ma L . A . Sánchez, es un modo de expresión ante­rior al gongorismo en la literatura del Perú" (p. 49) · He sido y soy un poco más radical: sostengo desde 1924, apróximadamente, en la mencionada contribución presenta­da al Congreso Científico Latinoamericano reunido aquel diciembre en Lima, que el peruano es de naturale~ f?rma­lista, lo que le inclina al barroquismo; que los mdtos,, Y citaba entre otros los casos que menciona el doctor Cár­denas en México.' y el del Lunarejo, en Cuzco (y podría extenderme a ciertos aspectos del mestizo Garcilaso) que los indios señoriales y semiurbanos tienen indudable. ten­dencia al formalismo, a la solemnidad y al conc.eptismo; y que el español renacentista, importó .de I~ta Y ! Oriente un estilo parecido, de donde la mfantil aserc_

· · d literanos formulada por muchos de nuestros htstona ores _' (quienes dan por sentada la ~bilidad .~ ~s~?Iecer un an: fijo, en días calendario para senalar la mtcmcton de nuestr gongorismo literario, y atribuyen esas virtudes al P. Juan. de Ayllón. a su poema sobre los 23 mártires del Japón Y

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al año de 1630) sólo puede tomarse como una señal de tránsito, como u~a facilidad al viandante, pero de ningún modo se confundirán señales y facilidades con el camino ni con el transeunte mismos. Martín me honra con su ave­nimiento; me regocijo de ello por la finura y perspicacia de quien me lo reconoce.

Hay otros puntos de información y debate en ~quella parte del libro, que podrían ser modificados, en vista de los nuevos aportes, especialmente los de Leonard, Torres Revello y otros bibliógrafos. En cambio, destaca su garbo la apreciación sobre lo que Góngora cambió en significado al ser trasladada su escuela a nuestro Nuevo Mundo: "El gongorismo -dice Martín Adan- una vez llegado a América, ha de afectarse, elemental y simple, reducido a puro y estricto estilo y será para su progresiva desfigura­ción y efectiva desg:acia". (p. 57). Tales "desfiguración" y "desgracia" preocupan al auténtico estudioso de nuestro fenómeno cultural. De insistir en el escarmenamiento de las melenas barrocas de este comentario sobre lo barroco, estaríamos infiriendo un agravio inmerecido al buen senti­do, y un desaire absurdo a Martín, quien, con gentil des­enfado, como excusándose, pero, de juro, confesándose, escn'be: "Mi vacilante opinión no proviene de investiga­ción metódica considerable, sino que es mero presentimien­to cuando no intuición brevísima. Sea, pues, hipótesis. Pido para mi teoría no más que paciencia y sonrisa" (p. 66) Ba­jo su apariencia de humildad, estas palabras revelan la certeza del acierto intuitivo y juegan al escondite con el lector, a quien despistarían si no utilizara una aguja de marear para vencer oleajes conceptistas.

El tercer capítulo se titula "Concolorcorvo, Olavide Y V aldez". Ciertamente, nos hallamos ante una triada o tri­logía lo menos barroca que pudiera darse, y, acaso, salvo el segundo, no tan romántica como otros autores a quienes se refiere. Martín parte de la creencia en boga cuando él

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escribió su primer ''papel", de que Concolocorvo po~a ser mestizo, con algo de indio en las venas; pero, al haberse comprobado que se trataba de un español culto y politique­ro, como lo fue el Licenciado La Vandera, muchas de las premisas tienen que cambiar. No es culpa, si culpa, del au­tor, sino que la investigación y el análisis al respecto no habían llegado hasta el punto de certitud a que han llegado con Maree! Bataillon. Lo que, sí, es exacto y revelador es lo que afirma acerca de la relación "geografía-romanticis­mo". o sea "naturaleza-romanticismo" en "Los Amantes del País", o sea, en el círculo de sabios hispano-criollos que, a fines del siglo XVIII, lanzaron el primer Mercurio Pe­mano. Añade otro elemento esclarecedor: "la confusión que la Revolución Francesa causa en el ánimo de Olavide" (p. 87). Aunque abunden las apreciaciones ágiles Y pro­fundas, el ingenio y la donosura, este capítulo podría ser desglosado de la obra sin que ella perdiera unidad ni ran­go. Por su debilidad podría ser considerado como una tre­gua ad hoc, antes de acometer el capítulo cuarto que co-rresponde a Melgar. .

Desde mi primer boceto de crítica de la ht~ratura peruana, allá por 1919, insistí en que Melgar ha s1d_o un gran olvidado y un peor entendido. La forma despectí~a o piadosa con que Riva Agüero lo llama "momento c~~oso de nuestra literatura"; el desdén y olvido que le maniftesta Ventura García Calderón, no obstante que su padre (el de Ventura) publicó y prologó la primera edición de ~oesías del vate arequipeño, daban carácter de suma urgen~ta a ~n estudio más detenido, desprejuiciado y sutil, Martín Adá: aporta nuevas luces y sobre todo una generosa Y alta ap tud de apreciar y resaltar obra tan señera como la del ena-morado de Silvia. de l

Pese a la interferencia, a menudo predominante, ·-, a quena v la guitarra junto al verso, realzándolo Y socaliñan­doio, Melgar aparece a los ojos de Martín Adan como el

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más auténtico de ios románticos peruanos. Es verdad. No ?_abía necesidad para afirmarlo de expresar ninguna descon­fianza en Menéndez y Pelayo, ni un fluir de alusiones a Middendorff, buen explorador de idiomas, en este caso del quechua, pero no tan experto catador de estilos literarios. ~aturaleza y mujer, y la frecuente lectura de un clásico cuasi romántico ( Ovidio), constituyen el sustrato temático de aquella poesía. "El yaraví de Melgar, más de Melgar. en cierto sentido el mejor, es el que se le devuelve, enaje­nado e ina!terable, con razones de quena y de luna are·· quipeña. . . En verdad, los términos de la poesía de Melgar son los propios sustanciales y virtuales de la estrofa nues­tra, si se deslinda en su sentido. Todas las medras de nues­tra poesía se sitúan hacia acá desde el Melgar angustiado" (p. 115).

Melgar se alza como un pendón romántico, mas no barroco. Es el envés y el revés del anunciado tema de la tesis.

En el capítulo quinto trata de Pardo y en el sexto, de Segura. No se rompe allí la fatal dicotomía de nuestra Ii­te_ratura prerrepublicana. El primero ("es más fácil estu­dtarlo com? clásico") atrae largamente la atención del autor. Martín Adan siente o se inventa una constante ido­latría de la bohemia y el conservatismo. Curiosa mezcla, curi~a pe_ro efectiva. De ahí que, saliéndose del tema li­ter~o, afirme con cierta holgura que "Felipe Pardo, des­pu~s del Inca Garcilaso, acaso sea el escritor peruano que nte}or merece · · d . ser tm;ta o en la conducta para con el con-Ciudadano'' (p 121 Af' ., . . · · rrmac10n conmovedora audaz pero mcon· t A , ' '

. SIS ente. demas, nada tiene que ver con lo barroco. mloro 'f D man Ico. e toda suerte, puesto que se nos suelta a~. toro ~ebemos darle un lance o cogerlo por los cuernos. NI Garcilaso tuvo uua " d , . , . . con ucta parad1gmat1ca m tam-poco don Felipe· el . ' . · uno, por su reacción frente a su pro-pia madre Y su deslumbramiento ante los títulos de Cas-

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tilla, lo cual en nada afea su genio literario, su estupenda capacidad de emoción y de melancolía, su romanticismo an­cestral y precronológico; en Pardo habría mucho que dis­cutir acerca de sus actividades en Chile y junto a Gamarra durante la invasión del Perú para "libertarlo" acaso de su propio frustrado destino nacional, según lo afirma Riva Agüero en. La historia en el Perú y otros lugares.

Dejemos el debate. Tengo tanto y tan antiguo deseo de realzar no los aciertos, que no lo necesitan, sino las antici­paciones de Martín Adan, que prefiero seguir de largo con los ojos fijos en "lo barroco" y, subsidiariamente, en "lo romántico", para no extraviarme a través de la taumatúr­gica selva de paradojas y concetti, casi preceptivos, de que inunda cada página el fantasiador insaciable y el contra­dictor sustancial que encierra dentro de sus límites carnales al autor de Travesía de extramares. Para excusar los yerros de su héroe provisional. dirá: "los defectos de Pardo son los del satírico; )' los del satirico son los del objeto" (p 133) con lo que la causa de los defectos de Pardo sería el Perú, nada menos, el Perú, objeto de sus sátiras. La pre­S'-?ncia de Segura en el contexto nos desconcierta. Como empedernidos lectores de su obra y rastreadores de su bio­grafía (me refiero a mi El señor Segura, hombre de teatro, 194 7). Me cuesta trabajo explicarme por qué figura ahí entre culteranos, conceptista!>, románticos, barroquistas Y gongorinos aquel tuerto reilón que no fue esto ni aquello. Si de autor "cómico" (p. 141) se le reputa, ¿a qué aco­gerlo en un retablo de engolosinados de la forma y del suspiro?

"Los bohemios'" ocupan el capítulo séptimo, verdade­ro bric a brac de comentarios, trascripciones y desenlaces. La interpretación filosófica con que arranca el rubro, em­puja a cogitaciones arduas. Dice Martín Adán; El rumantlclsmo literario trae inmediatamente su nación Y método del panteísmo de Spinoza; más aun, es el propio

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panteísmo vuelto ameno, sensible, figurado, dinámico, por anécdota y experiencia" (p. 155). Pudiera citarse todo el capítulo como un modelo de mordacidades, escapes y fan­tasías, de paradojas e hipérboles, de disgresión y greguería hiladas. Los catedráticos que se encararon a sus páginas han debido sentir calofríos de indignación y azoro. ¿Apro­baron, desaprobaron, entendieron, desentendieron lo dicho? Como fuese, hay pocas síntesis más laberínticas y, por lo mismo, convidadoras que esta de De la Fuente, cuyo "pasa­calle" de los Bohemios (siempre con mayúscula) mueve a sonrisa y podría ser interpretada como una estación de en­lace de todo el libro, como un rond point en cuyos complica­dos arabescos ferroviarios hay secretas palancas que sólo mano muy diestra manejaría para evitar un descarrilamien­to de resultados mortales para la crítica. Max J acob solía decir, allá por 1924, que la novela y el poema contemporá­neos eran como dos rieles que hasta ahí habían permanecido lado a lado, paralelos, pero que al juntarse, cediendo a la violenta pasión de uno por el otro causaron el desrielamien­to de la locomotora de la crítica. En el capítulo séptimo, la locomotora de la crítica parecería mas bien un "tío vivo". o un castillo de fuegos artificiales cuya paloma salta vio­lenta y girante hacia las nubes y sólo retoma a tierra que­mados sus cohetes y extintos sus fuegos.

Cuando uno ha leído el delirio enumerativo de La mano desasida, la "visión" de Machu Picchu (sin haberlo visto, pero, si intuído y de que gallardo y Iautreamontesco modo), se explica. cotejándola con la intelección prejui­ciosa e intuitiva (estoy en la cauda de Martín Adán, de­rramando contradicciones) del capítulo "los Bohemios", el cosmos y el laberinto, en el mejor sentido del vocablo, para dar significación a Ariadna y a Teseo; del aquelarre de ensueños que a ratos embruja nuestro autor. Los fragmentos sobre la nobleza criolla y los deliciosos anacronismos en que se funden argentinos, peruanos, chilenos y bolivianos, XVI

"Almafuerte" y "Angelito de Quiroz", deben ser _releídos con una faja encamada en tomo del mazo de cuartillas ba­ja que diga "peligroso de leerse".

Tampoco guardan directa relación con el tema los ca­pítulos octavo ("Althaus") y noven? ('~Ar~na"). Los se­guimos y reseguimos por su contemdo mtnnseco, per se. mas no el hilo del asunto principal.

Palma, que ocupa el breve capítulo Décimo,. es p:e­sentado en una forma "antitradicional", como prosista, s~lo como eso. Chocano (sujeto del capítulo Undécimo) obtie­ne, en cambio, de Martín Adán, un trato de lujo. Aunque no cree en él, le respeta; aunque no le gusta, se afana por

· l"t por entenderlo; aunque le aturda con sus grttos, e m eresa · ·d· , ' · Sobre todo al con-su espontaneidad y sus grros 1 tomat1cos. , .

traponerlo ilógicamente, a Eguren, Oigamos a Martm: S~ pulula en' Eguren lo realmente posible, en Chocano est~

· f d' · o y veros1-lo realmente inmediato, concreto, m arma lSlm , . d mil. El realismo de Eguren, el entrañable Y pa!etlco e nuestra última ornamentación barroca, será por szglos ele-

.' rt ia por mental y contingente en nuestra ínformacwn . '.erar , , . la forma alegórica múltiple y por el fervor rel¡gzoso m~nsl­mo. En América, Eguren Y Chocano son los d~ la mzsma camada fabulosa Y cuna inasequible: si determz~a e~ :;: batado El paralelo continúa en la misma forma mens v "fab~losa" absolutamente a lo Martín Adán, 0 s~a an­J ' • • mpend1osa y titético con contracciones Y abreviaciones co

' l t"d común o menos que a veces inexpugnables para e sen I o , . común. Definiéndolo en sucesivos paralelos concentncos, dirá del autor de Alma América, palabras ~omo ~ que . . 1 l . ·smo borbónico v enczclopedzsta de sumen: Tzene e e aszcz · ·e· de D',...,. ~ f. d pOSl lVO ...._ Valencia y del romanticismo con ma 0 Y . . d L _

· al y• mm1a e u Mirón· de la obsesión barroca, umvers _..J

' . d s desembarazuuo Y ganes y del afrancesamiento e corp ' d .. , , . 1 ue digan lo que z¡eren, empreñador, de Darzo. Y dzgan ° q . ..r la ó,n~ra

l - b · n nfll"eCiuO en r-·, Chocano es formalmente e mas ze r-·

xvn

om1úa del modernismo americano con todo su montón o con toda su máquina (p. 323).

El paralelo se prolonga en el capítulo XII, titulado "Eguren". Sus primeras líneas dicen: Chocano da el me­jor verso para la estrofa escrito jamás en el Perú. El verso de Eguren en la composición vale por sí sólo . .. (p. 355}. No estoy de acuerdo con tal generalización. Por ejemplo, un verso aislado de Chocan o, o dos versos: "Que quién to­mó la vida por asalto sólo pudo morir de una estocada". Bastante fanfarrón y teatral, pero expresivo y elocuente. Martín se distiende al tratar del autor de La Canción de las figuras; glosarlo que debería reproducir ab integrum. Coin­cidencias de temperamento no de biografía definida e irres­tañable vocación literaria; impulso poético irreprimible, ma­tiz y sugestión (o sugerence). adoración vesánica del vo­cablo en sí hasta huir heróicamente del lugar común, todo los une y los confunde.

Me he referido a las conclusiones del libro, que OCU­

pan su capítulo XIII y último. Para revestirse de aire aca­démico, Rafael de la Fuente emprende a marcha forzada la confirmación de algunas afirmaciones contumaces, en es­pecial, sobre el mesti;aje, lo indio, la poesía americana, el fondo romántico de nuestra poesía y su forma barroca. ciertos avatares políticos que ilumina sin penetrar, y cierra el volumen dejándonos con el gusto en Jos labios, pues qui­siéramos persistir en este d~sleir eL: contradicciones, arre­batos, audacias y timideces, delicadezas y rotundidades, de indudable "toccata y fuga" bachianas (de José Sebastián, por cierto). Al final nos queda la sensación de una broma gigantesca, de una intuición taladrante y poderosa. :Nos quedas además las burbujas de expresiones caprichosas, es­pejeantes, sonorosas y gráficas. teñidas casi siempre como los famosos antisonetos de 1927. y La Casa de Cartón Y hasta las Espinelas a la rosa, impregnadas de una al pa­recer inevitable travesura limeña.

XVIII

De lo barroco en el Perú no constituye, a Dios gracias, un tratado más; un capricho, sí, reitero mi "indicio vehe­mente", como dicen los Códigos, de que su inspiración se pudiera encontrar en aquel trabajo universitario en cola­boración sobre lo romántico en el Perú, que propuse a mis alu~nos de Literatura de San Marcos, allá por 1928. Dato no inevitable, pero útil, del que se desprenden los contornos y límites de lo glosado.

Olvidémonos del aspecto académico -¿académico?­del libro. Inclusive dejemos aparte sus jugosas improvisa­ciones y sondajes. Pospongamos el paladeo de sus impre­vistas conclusiones v sus no menos audaces e inesperadas premisas. Si nos e~caramos al estilo, tendremos ante no­<:otros al más genuino y clásico rv1artín Adán de todos los :\iartinadanes como han nacido por escisiparidad del tronco único de este disparate lógico. de este chisporrotear racio­cinante y alucinado, de la riqueza verbal y el léxico demen­ciaimente castizo con que Rafael de la Fuente acomete to­,ios los sujetos que su fantasía extrae de vigilia o sueño, o de sueño y vigilia, para escaparse a lomo de ellos por los espacios realmente insondables de un Sturm und Drang van­g~ardista. en cuyo calce pudieran juntarse en cabalís~~co anagrama las rúbricas de Lautreamont Ramón, Gracian, Kakfa v ~1artín. Este orden de precedencia no deriva de

' · · , · o que oh-ningún protocolo con establecidas pnmac~as, sm ser;a un orden cronológico e intensivo de crescendo·:· No olvidemos: Travesía de extramares. por ejemplo. podna ca­racterizarse momentáneamente como unos Cantos de Mal-

d. o· Así De lo ba-doror instrumentados en soneto queve mn , · , , !Toco en el Perú sería lo que el Crepúsculo de los filosofas de Papini en clave de Ramón y de Valdelomar; relampa­gueantes aproximaciones para llegar al meollo de un pensa-

, · · "bl 0 son los de Mar-miento v una fantasta 1rrepnmí es com - ¡ ¡· t peruana a tra-tin. Su esfuerzo por atender a a ¡tera ura ,

. transforma en butda \es de una de sus tantas aperturas, se

XIX

cala, y en cala generatriz; en texto para ser leído a retazos Y a menudo, a veces para mecer sonrisas de plácido re­gusto, a veces para entregarnos a la ironía, a veces para ejercitar el ensueño, a veces para avivar la reflexión, a ve­ces para cotejar juicios, y siempre para disfrutar de un estimulante espectáculo de Maese Pedro literario, y mante­nernos en alerta contra el adocenamiento y la rutina. El lector termina de leer De lo barroco y vuelve las páginas pa­ra recomenzado en cualquier capítulo del principio o del medio. Un pensamiento auténtico y una imagen realmente poética vive de sí reproduciéndose permanentemente. Aquí se exhiben patentamente pensamientos e imágenes certeras Y propias, además de algunas lecturas metódicas: fórmula nada vulgar.

Lima, 8 de diciembre de 1968.

LUIS ALBERTO SANCHEZ

XX

ADVERTENCIA

Para la presente edición de De lo barroco en el Perú, tesis doctoral presentada por Rafael de la Fuente Benavides (Martín Adán) en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en 1938, han sido utiliza­das las siguientes versiones: el ejemplar mecanografiado del editor don Juan Mejía Baca, los capítulos de la tesis que fueron revisados y ampliados posteriormente para su publi­cación en las revistas Mercurio Peruano y Cultura Peruana entre 1939 y 1951, el ejemplar mecanografiado de la Bi­blioteca del Instituto Riva Agüero y el ejemplar compilado por el Dr. Jorge Puccinelli. Se han corregido las erratas que aparecen en las versiones indicadas; y, en lo posible, se ha tratado de ofrecer una edición que exprese plenamente la voluntad del autor, para lo cual se han incorporado en el texto las numerosas interpolaciones y correcciones que en diferentes ocasiones hizo el autor para las versiones arri­ba mencionadas.

Por encargo personal de Rafael de la Fuente, Y si­guiendo sus instrucciones expresas, la preparación de la presente edición ha estado al cuidado del Dr. Edmundo Bendezú Aibar, catedrático del Departamento de Literatura de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de San Marcos.

INTRODUCCION

..

Tell me not, in mournful numbers, Life is but an empty dream!

For the soul is dead that slumbers And things are not what they seem.

Life is real! ................... .

Art is long, and Time is fleeting

Longfellow

Señor Decano: Señores Catedráticos:

Fruto de largo leer y releer, casi nunca metódico ni oportuno, estas páginas habré de leerlas con toda la inevi­table vacilación de mi inseguridad, sobrecogido tanto del motivo como de la circunstancia. Donde se oyó, no hace tantos años como para olvidarlo, lo que sobre la literatura del Perú dijeron Riva Agüero, Gálvez y otros, mi voz ha de procurar más el debido diapasón que el rico sentido. No puede ser sino procura de discreción, de tono de lo coral, de lo sociable y acordado, lo que la salve en la impaciencia del oyente. La expresa originalidad, la impulsiva audacia me están vedadas; he de tender, en mi torpe audacia, a con­figurar y establecer mi teoría, ingenuísima, monstruosa.

Trataré de lo romántico, no en la literatura del Perú, que es campo segado, ni aun en el romanticismo nuestro; sino de lo romántico en el romántico o en el escritor mis­mo; de cómo y cuál sea la relación de la letra con la vida Y de cómo pudiera ser el alma; esto, a partir de quien es considerado, preceptivamente, como nuestro primer poeta romántico, Melgar, hasta quienes lo han sido para mí más que otro alguno, por el trato de amistad y la conformidad en gusto; y esto, en fin, cuidando de no disparatar, pues bien se me alcanza que el romanticismo es ente indi­vidual en espacio y tiempo, y asimismo, se me alcanza lo inconveniente de prescindir, yo o cualquiera,, de historia o preceptiva legítimas o legitimadas, siempre indispensables

14 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

por fundamentales. La etopeya y la prosopografía poco es­clarecen en verdad y desconciertan mucho al ir uno por e.llas a la obra literaria, a su toda vez previa e indestruc­~tble ~ondición de hermosa o fea, de todavía vivaz o ya msenstble. Más aun, la aptitud del autor existe en cuanto es, ~fectiva Y como su efecto. ¡Y todo sobreviene a un lector, c~tico o qu: simplemente lee, en un tiempo y lugar deter­~mado! ¿Como enderezar, pues, sino con circunstancia el mv~rtebrado cuerpo del libro de autor, del autor leído? ·Com d t · · ~ . o es ruu, sm propósito cierto y por amor al aire, el utd Y acog~dor edificio; y dejar sin abrigo a quien mil ve­~es, por octo o necesidad, entra en algún escrito fiado de ttempo, lugar Y modo? Pues, saliendo de introducción creo qued , ' os o tres Y no mas sean los que se deleiten leyendo a nuestros románticos. Y es de precaver que perseveremos en el examen --entre el autor y la obra- de lo que en su may?r ~arte no causa interés ni complacencia alguna. La continutdad ' · . romanbca va, en su furia regular desde el mformal romanticismo de Melgar hasta las def~rmaciones de toda ' ah · Vta ora mtsmo, mostrando por atractivo en su mon~t~na c~rriente sólo su rabión y su meandro, el ro­mantíctS~o. tmpedido. Dragar o sondear aquí, en peligro, en aturdtmtento e · · , n mstmto, es lo que yo quisiera propo-nerme.

Por otra parte, es notorio el buen espíritu cierta afec-tuosa curi ·dad d ·, '

. • OSI e JOVenes escritores limeños para con el romanticiSmo nuestro, para con la forma que hoy propo­~mos. 0 buscamos por contraria; laudabilísima actitud crí­~ca, sm _duda. Recordemos el ensayo, tan reciente de En-nque Pena sobre la táf ' el de Es ,_me ora de los románticos; y, anterior,

~o Nunez sobre José María Eguren, de ince­sante alusiOn al romantic· d . . , tSmo. De texto o entrelínea, callán-ose o dtctendose se oy 1 . . , .

la · . ' e a opmton Inmediata o discurrida; ti miSma. nu~tro romanticismo, en relación con el román-

co y en su mdividnal"dad , . t 1 romantica, fue contingencia,

DE LO BARROCO EN EN PERU 15

manía, embarazo o recurso, y, sobre todo, rutina. Recoge el hábito colonial; recorta el capirote; y persevera en el espíritu de la regla, con las oraciones alteradas. Es, en su mente, el mismo monje; y el que acabare exclaustrado me­rece ser el único personaje de la conventualísima crónica.

En el concepto nuestro del romanticismo literario pe­ruano, concepto de expresión interminable, hay desorden más aparente que verdadero. En el interior del que se pone a definir, el concepto es coherente, animado, estable; y su desarmonía y tozudez, en escribiéndolo, prueba más que ningún argumento. Es la desazón de nunca descubrir la raíz y el tedio de cavar en el mismo suelo. Es la ironía alucinante del botánico que observa y enseña con la flor pintada. Es casi reacción muscular, de consecuente relaja­miento, primordial en la repetición del acto.

Es el Perú, señor Decano y señores Catedráticos. Con­viene, por tanto, situar el asunto en el contraste, reparando en el edema, en la equimosis. En intención, otra no fue la de José Gálvez, al tratar de la posibilidad de genuina literatura peruana. La defensa fue la de lo genuino, la de lo posible, no la de literato o literatura alguna. Como en todo examen pro­lijo y generoso de la literatura del Perú, caso que es el de lo más vasto de la literatura hispanoamericana, el sentido ro­mántico aparece en el romanticismo y aun después, hasta hoy, contenido o disimulado por el ejercicio de lo romántico o de lo que de formulismo le hubiere reemplazado, por cualquier estilo de escribir rígido y extraño por cuyas quie­bras asoma y avergüenza la mente y vida inadecuada y ur­gente del que escribe. Si es lo razonable atender tan sólo Y con lupa a la cosa escrita, acabada, echada a pasar su propio destino, creo que por una sola vez debe permitirse, !>in salir de lo estrictamente estético, que se lea, sí, así, le­yéndolo, al autor y no su libro.

Insistiendo, el romanticismo fue cierta idéntica fonna­lidad literaria y estética; y como se propone más adelante,

16 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

es de buscarse en los no-románticos -virtual e intrascen­dentemente, los antirrománticos-, por contraste y donde debiera de no estar, la sincera, entrañable y torpísima con­dición romántica y, precisamente, la coetánea; y esto, en la vida, en el acento, donde se revelare. Así, en lo de Par­do, Arona y Althaus, los que se comportaron asá. Y sub­rayando las excepciones que confirmen la regla, subrayar el romanticismo de los en todo y a pesar de todo romanti­císimos Vidaurre y Márquez.

Veréis ir el propósito de uno a otro objeto, arrastrando el maltrecho discurso; y veréis que caigo en todos los pe­cados que execro; y habéis de consentir la relación inútil Y el deliberado engolamiento, porque lo frondoso y farra­goso habrá de ser abrigo y burladero en el aprieto súbito y en la osadía torpe.

Abuso de los recursos y traspaso las medidas. Quiero dar con tropo de letrón y gallardete impresión que no con­seguiría con mí llano y simple discurso.

Mera glosa de lo magistral y de mi ingenuidad, nada en ella hay de nuevo si no es la ingenuidad aquí manifiesta en su relación con la sabiduría. Con inclusión de la mono­grafía de Riva Agüero sobre nuestro romanticismo, todos los tratados de que me he valido padecen del mismo exceso de opinión decisiva y preceptiva. Creo que las categorías d~l romanticismo europeo no corresponden a las del ame­ncano cuya expresión, por más que contenida o disimulada ~r el estilo, fue siempre humanidad no aniquilada por el mvasor Y conquistador, sino por éste reducida a comercio e? que tomaba según daba. La literatura, por su propia VJda, s~tancia y ubicuidad, no pudo conservar la inicial gen~rosidad del ánimo español en América; y de continuo Y _sn~ reforma trasladó lo peninsular, imponiéndolo por tal. Lástuna grande que nuestra literatura colonial fuera de la obra de Garcilaso, no muestre la mixta y ac~tada belleza de la arquitectura en los mayores monumentos. Más blan-

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da la piedra que el papel, aquélla presentará la aureola solar y la mazorca de maíz como dones de ~a f~ ~?nver­tida. Así, pues, en nuestra literatura la diSOCiaCion. de forma y fondo, de estilo y sentido debe de ser; Y deb1~ra ser empresa de todo crítico descubrirla, y de todo a~t~ remediarla. Si la iguala romántica hizo costosa e mutil escuela formal, en ella, no decapitados, sobrevivieron los mejores. Y aun dentro del formalismo cultivado, más de uno como Salaverry sobrevivió y frutó espléndidamente, con la forma y a pesar de ella. En este ensayo, por ha­cerlo más impresivo, me abstengo en cuanto puedo. de tratar de los románticos felices, entre los cuales deb1era contar a Palma, a quien pongo por sincero y angustia?o:

Ni es que la realidad falte siempre, por inveroslffill, en nuestra literatura romántica. Bien sabemos que el ro­manticismo desfiguró lo habitual, para recreo de quienes de los que le mantuvieron, gente sedentaria Y burguesa, alagada en opiniones curules, que ya había rematado su mayor revolución y reflexionaba sobre las razonables Y las futuras. El romanticismo que nos llegó, a través del es­pañol, fue el francés, ya en su forma consumada Y efectiva; no siquiera lo romanesque de los principios; muy men,~, el acerbo romanticismo del Sturm und Drang. En Amen­ca, el romanticismo podemos decir que menospre~i?, los estímulos físicos para su recóndito celo;. que p~ef~~o las entelequias a las cosas; que fue a la embnaguez fmg¡endola y proclamándola. Aparece --en veces, bella- la natura­leza; pero como aparece la llama en la paseana de Laso, sublimada, repintada, inverosímil por más q~e pe~~da Y guste. Es tanto así, que Palma hace de la unpreclSJOn su mejor instrumento, su prodigioso tirafondo: con una fec~. un refrán, una sonrisa y un nombre hace un párrafo he~ do de verdad transparente. Detrás de Palma, no está sino la sombra de la Lima que inventa. La Lima sustan­cial e indispensable del limeño está entre éste Y Palma; Y

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a través de Palma, la deseamos, la reparamos y la ganamos. Este Palma mediante, aperitivo, polícromo, glaseado, es aquél en que consiste el Palma formidable y enorme de nuestra veneración e iconografía. El realismo nimio, el objetivismo histológico no son trofeo de nuestro genio li­terario. Muchísimo más ha dicho de verdadero la mentira cordial, la euforia cabal, que la probidad narrativa o des­cnptiva. El mismo Garcilaso socalza y mantiene sus Co­mentarios con instintos y afectos; y rellena con la memo­ria; no de otro modo que como Palma y los escritores que amamos difuntos y que habrán de leer nuestros hijos como les leemos nosotros.

El título, presuntuoso, encubre la más dolida Y hu­milde de las confesiones. En estas páginas, el ambicioso proyecto se muestra en migas de presentimiento y en trizas de teoría. No he podido llegar a la compendiosa y enjun­diosa figura del buen croquis. Así y todo, con material de mole dura y tenaz, procuro hacer bulto aparente de la que es nuestra figura literaria.

No me aparto mucho de mi pnnuttva intención de considerar lo romántico, que es aquello en que somos Y desde lo cual vamos a toda nueva forma. Nuestro moder­nismo es apenas breve y superficial arreglo de nuestro ro­manticismo según modas ulteriores. Al subir a Amarilis, Miramontes y la Anónima, subo con el designio de escla­recer y confirmar la ley que, tras de regir nuestro roman­ticismo, hubo de prolongar su dificultad y efugio en nuestro modernismo. Por eso, habéis de disimular benévolamente la extrañeza y subitaneidad de las relaciones que establez­co. Pues, si es indudable que yo no alcanzo a dar figura humana y vivaz a mi autor, es también indudable que éste mantiene su personalidad en los siglos, fuera de mi teoría. La semejanza de Amarilis y de Melgar, de Miramontes Y de Chocano, de Peralta y Segura son notorias, evidentes, así alucinantes. Las formas que trajo España al Perú permane-

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cen en nuestras letras; y las que no trajo no aparecerán sino por dádiva de extraño, así raras y mórbidas ~~mo la ima~~n del niño y del paisaje. Aun en la modermstma ex~res10n poética, ya no sujeta a los cánones racionales, advertuemos la arruinada figura de la España barroca, fragmentos de los órdenes clásicos y momentos de las vivezas eglógicas, entre memorables vestigios de idilio.

Son mis mayores afirmaciones en esta tesis la de la autonomía y exclusividad del idioma español, la de su ge­nial descomposición por barroco, la de la persistencia d_e las formas grecorromanas en nuestra imaginación ~ d~fim­ción. la del ritmo cíclico y secular del exceso romanttco Y de 1~ reposición clasicista, la de la impenetrabilidad de nuestra literatura para con el mundo propuesto por el afrancesamiento, la de la aparición y obra de genialidades primitivas y bárbaras como godas en criollos ~ode~~ fa­tigados y la de necesidad de someternos al gemo del tdiOma y de lo criollo en el arte literario.

l

MIRAMONTES, AMARILIS Y LA ANONIMA

Creo que hoy podemos argumentar con fe y afecto sinceros, si no victoriosos, contra la conclusión, tan aparente Y aceptada, de la mediocridad de la poesía colonial en el Perú. Verdad es que en la Colonia se suceden tres formalis­mo..: de poética, uno de los cuales excede a los otros en duración y fuerza a tal punto, que ésos vienen a ser, el pri­mero, inicio, y el tercero, secuela. De aquí que de inmediato concluyamos que la poesía colonial --que a ella viene a reducirse la bella literatura del Perú colonial, si prescindimos de los Comentarios del Inca Garcilaso, de tanto mérito no­velesco y poético - sea la española alterada en asunto y nomenclatura.

Asunto y nomenclatura son elementos esenciales de la poesía; y es inconcebible que la alteración de esos ele­mentos no comporte sustancial modificación de la inte­gridad ejemplar al reproducirse. Si es española nuestra poesía colonial, ello es por la aspiración; y si es dife­rente, indiana y peruana, criolla y españolizante, es por­que asunto y nomenclatura fueron diversos y porque su empleo en la expresión y, precisamente, en la descripción Y narración fue dificultado por la ignorancia del primitivo versificador y por el genio rebelde de hechos, acciones Y figuras. Virgilio y El Tasso, Ovidio y El Dante así acuden como impiden, tanto facilitan cuanto embarazan. No por nada viene a ser el español y culto Diego Mexía el que sobresale: y es por la índole parafrástica y apologé~ de arte clásica ya intemporal y como deshumana. Lo que nos place en Mexía es lo labrado en ajena sustancia, lo repre-

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sentado en ajena figura, el verbo apenas transitivo. Traduce a Ovidio y versifica sobre conceptos y sentimientos estable­cidos y generales en los sonetos a la pasión de Cristo. Lo hizo bien; era culto, español italianizante y dotado; eri el Perú, se atuvo a estar en el estilo grande y en el discurso estrecho; y escribió en ocio de comerciante y en tiempo de gobierno. El héroe y el virrey, Teseo y Esquilache, asisten al bello engendro. La mejor manera del español suavizado, suave ya desde hacía un siglo en España, se da en el Parnaso Antártico, atrasado y extremado como se dará siempre lo no españolísimo, lo no propiamente español, lo europeo mediato y españolizado en las Indias. Con todo, es la primera poesía formal a la italiana en d Perú; Y es poesía excelente, verso consumado. Es cosa española cultivada, de gusto en España y de esmero en las Indias. Es en parte no publicada del Parnaso Antártico donde Mexía entra en relación con el Perú real y cuando expresa con diversidad, con individualidad, en la experien­ci~ que narra. En esta parte, inédita pero estudiada ad­mrrablemente por Riva Agüero, que reproduce numero­sos fragmentos, sigue en forma y espíritu Mexía: apenas el asunto varía. Taxonomía y minuta de relación indiana a la española; llamarada de entre humanismo a lo Cujacio Y españolismo a lo Loyola, convertida de súbito a la con­sideración del indígena, y a anatema contra el luterano. mantiene briosamente su unidad, atendiendo en retórica ~:m~la a la circunstancia indiana. Es poesía español~ Italuuuzaote, agradablemente pulida, profundamente av tada.

Juan de Miramootes, en Armas Antárticas, hará acu­s~ al inc!io Felipe y al negro Jalonga. La primera reJa­ero~ apacible del español con el indígena, la única despuéS Y Siempre, se da fuera de la propia condición del uno Y eJ otro, en discurso del entendimiento, en desarrollo dd

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Renacimiento. Así será en Mexía y en Miramontes; así será en el criollo coetáneo. La primera lección de lo barroco en el Perú es la sutil y agorera de la inteligencia distraída y del estilo comportado, fuera de la conciencia española, en el último término de la vigilia de España. En la Epístola de Amarilís y en el Discurso en Loor de la Poesía, de autor o autora anónimo, el criollo proseguirá, extremando, en el platonismo magistral; descuidado, en la aplicación formal del criollo, aun del espectáculo de lo di­verso, habituado, mansuefacto y humilde.

Tanto en el verso de Mexía como en el de Miramon­tes, España conspira, con la sometida circunstancia, a su establecimiento en el Perú y en las Indias todas, con ex­clusión de la forma ajena. Aquella accesión, aquella blan­dura es formalidad inteligible; será la letra de la ley, ex­traña al alma responsable. Es la matriz de lo criollo, impermeable, incombustible; la forma próspera; el fecundo instrumento; lo criollo barroco; la escolástica; la poética; la política. La forma establece su trágica autonomía; la sustancia entra en pasión humana; la atroz relación, en éxtasis interminable, es apenas en sus desfallecimientos, Y será toda vez de angustiosa extrañeza, de reparada agonía. El felicísimo concierto del Inca Garcilaso -fue individua­lísimo, por irreparable azar y en exorable norma de pro­sa- no se dará en los dos españoles mayores de nuestra poesía pacificada, en la expresión del orgasmo acabado· Ni en Mexía ni en Miramontes volverá el deseo al goce, Kayros a Eros. Empero, por trance de desfiguración, por contraste de allanamiento, ellos, a mi saber, son los que primero instauran cierta antigua forma española, variada Y purificada al punto por las Indias circunstantes, como vuelta a la ingenuidad y pureza del primer italianismo, re­novándola y agilitándola; y dan en una misma expresión inmediatas contradicciones.

26 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

La poesía belísona anterior es españolísima, roman­ceadora, de virtual arte mayor, propensa a octosílabo Y a dodecasílabo métrico; y su tropel y carga no consien­ten idiosincrasia de individuo que no sea la que impo­ne la retórica en el asunto y la política en el poema. Es narración de gesta y loa de hazaña en español, de es­pañol Y por español; y adolecerá de la incurable deformi­dad, de entre gigantismo y manquedad, característica del poema épico de España -el único proporcionado es La Mosquea de Villaviciosa-: bien sabemos que la congrua forma siempre se desgarró en la inquieta España, y que el último desmán español con lo cortado a su medida es con el romanticismo sistemático. En la poesía en el Perú del siglo XVI, el polimorfismo poético no avanza más desde la descripción del aparato. La apología es de sentimientoS humanos universales según cánones y tradiciones de lo gó­tico Y lo católico, de plena consustanciación española. Así son los poemas que Sánchez agrupa en el ciclo que llama araucano, regido por el ejemplo ·del gran Ercilla en las In­dias y, desde luego, en el Perú.

. Las Indias se dan al español por mostrencas; y él laS habita como desiertas de humano. Sepúlveda sospecho que dice más del español indiano del siglo XVI que las Casas, Cano y Acosta. El indio, contra toda ley, es Y seguirá siendo vivido y próximo en el español como animal doméstico, Y en conformidad usado y mantenido. Si al-­gunos casaron con indias debió de ser por el hijo nacido. por la ciega codicia o por el temor religioso. España se desangra en la españolización de las Indias; es aquí donde pr~ra Y arraiga su mejor hijo, donde comercia su but­~~ donde cristianiza su clero. Intrépida, no aparta m aniquila al indio: lo bautiza y lo unce en el tiro de st1 progreso. La forma recién lograda de la reciente Conlnl­rref~ !a. tremenda disciplina de Ignacio, como para tercios Y Sitios, es impuesta a la unidad indiana como se

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impuso en la variedad española: por logro de unidad a la española, metafísica y trascendente, en servicio de Dios concreto y duro, con licencia de vivac, quinto del rey, hor­ca de motín y soldada de rapiña. El apareamiento de in­dio y español fue cruel; el abrazo, voluptuoso; la supedi­tación, heroica. El Inca Garcilaso nos lo confirma en comentario real y fe de bautismo.

De la poesía del siglo XVI y de principios del XVII, dos poemas de españoles son hoy todavía vivaces, más aun, ejemplares. Diríase que la hazaña de Indias, al encalmar el bronco español de los vulgares primeros cronistas y poetas, rudos soldados, recobra con los primeros cultos suavidad y dulzura que, a ratos, nos persuaden a algo como consumación del desarrollo de lo de Boscán y Garcilaso. Bien conocida es la corrección y galanura de Mexía de Femangil, reconocida por Menéndez Pelayo y tratada por Riva Agüero. La poesía de Miramontes, en cambio, ad­vierto que ha sido poco estudiada en sus trozos suaves, en los del cuento de Pedro de Arana. Y creo que no se ha vuelto a escribir desde entonces en más hermoso espa­ñol de poesía, sobre cosa que así o asá nos toque en asun­to histórico. Chocano, esforzado, trabajoso, por atender a las medidas de cantidad para disposición y equilibrio, no curará de atender a las de percusión y sonido, a las de sonoridad de tabla y antro; no alcanzará a escandir Y a concertar en eufonía; aliterará siempre, ruda y broncamen­te, en onomatopeya. a lo español genial, auditivo Y ya maquinal e intermitente. La acústica de Chocano es la militar, de estridor, metálica. .

En gran parte de Armas Antárticas, ~ los . siete cantos del idilio, se narra el más hermoso imagmado jamás en el Perú. Comparado con el Miramontes suave, el Cho­cano más memorable y habilidoso de las últimas leyendas,. de Huocachina y Ante U1fQ. Yasija Incaica, ha de ·~ toda su inopia y limitación de Júico y su rutina· de vasifi..

28 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

cador laborioso. Sin que se relaje la cultivada protática varonía de los primeros cantos -trece corresponden, con uno que otro verso huero o suave, a la característica poesía mayor del siglo XVI- el idilio es uno sutilmente diferente, cultísimo, exquisito, que discurre en contrario cauce de estricta égloga -no se describe lucha alguna- y tiene in· tegridad y euritmia en sí que no tiene el poema, en el que es digresión y alivio enorme y perfecto. Prescindamos de lo curioso e importante que es el tratado del asunto de Ollanta, narrado por vez primera casi enteramente así com~ lo narrará V aldez y reconocerán Barranca, López Y SI­

guientes. Prescindamos aun de toda noticia histórica sobre los tiempos anteriores que en la estrofa se desliza; del negro humanista; del pirata luterano y noble; de la pie~d para con el indio; de la profecía a lo clásico en presencia de los bultos en el palacio de Chuquiaquilla. AtendamOS sólo a lo italiano transflorado y a lo barroco iniciado en nuestra expresión poética, desde entonces llevada Y exten­dida hasta los últimos límites de la conciencia criolla.

Miramontes, que escribe en ocio de soldado, "huyen­do ociosidad, madre de vicio", accede, sin embargo, a ingenuidad que rige en el ocio contra el designio. Las ra­zones como de humanista que da Felipe, el intérprete. imprecando a Pizarro, ya en el pattbulo, sobre la incon· veniencia de los medios crueles en la evangelización; la metáfora, de arte homérica, con lo campestre y apacible interpolado en narración de guerra; el elogio de La G~ de afable rostro, de razones todopoderosas; el panegíriCO de Drake, el luterano, el enemigo, "de ánimo y pensamiefl· to levantado, gran marinero y singular soldado", son cen­tellas Y detalles de lo mejor de clásico, apenas barrOCO. español por de fuera, norma vívida y amena, en la expresión española afligidísima y desterrada, de la poesía de la COil'" quista al consumarse y del Virreinato no gongorino. Des-

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cribiendo la captura de Atahualpa, dice que cae el indio y, en verso tan épico como bucólico. agrega:

de cuya roja sangre el campo verde su nativa color marchita y pierde.

A pagar el rescate van todos llevando su escote como llevaran sus espigas las hormigas próvidas. Felipillo dice a Pizarro que es injusto deshacer así el Imperio, que nada hizo contra la Iglesia; que es injuria a la mansedumbre del Cordero asolar así la tierra, -y vuelve a la parábola de campesino--:

porque lo que tú plantas, ella niegue, para que la semilla el fruto riegue.

Hay versos bellísimos, de absoluta genialidad italiana, aliteraciones dignas del más feliz Garcilaso:

Cerca de un claro arroyo sonoroso

por do risueña el agua cristalina, entre junquillo, yerba y flor camina.

el suave anhelar del almo viento

con más velocidad que vago viento

Este, magistral, de éxtasis virtual, que sugiere casi fí­iícos, plano y mente de mundo y tracto:

el prado, el ave, el aire, el alameda, .. .. • • .. " • 4' .. R • • ~ ,.- • • .. • • • ..... "' "' ....

30 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

Agota la, en verdad, escasa virtud de la onomatopeya, atropellando en sonido ley de acentuación y métrica en español. Dice, describiendo la captura de Atahualpa, del ataque y arrollo de las huestes españolas:

que rompiendo con ímpetu por do la muchedumbre indiana está apiñada, entre macanas, flechas, dardos, mazas, abre sangrientas y anchurosas plazas.

, ~lgún verso dará enumeración nostrísima por ya ro­manttca, como el primero del soneto a la rosa de Espron­ceda. Describe a la niña del botín de Oxenham:

tierna, rubia, rosada, blanca y bella.

. Otro, del canto tercero, narrando de la partida del VIrrey Hurtado de Mendoza, alitera no menos admirable­mente:

De do, dando las velas al deseo ...

A ... pnnc1p10s del siglo XVII, enumeraba como al alba

delt' .. ' , =anticismo, Bello el clásico; y como Arona el ro-~ • al alba del naturalismo en su desapacible diges-tlon y diodí ' Es me a, regoldando entre Catagua y Gomeyuca.

verdad española, realismo instaurado y polimorfo en ::Ua:o~arroco, tesitura de coprolalia. En el banquete de

~~ Y satisface el apetito la P~ el aguacate y el zapote, el plátano, mamey, obo, caimito, la papaya, la yuca y el camote· el COCo, la ~yaba y el pa.Imito, la guava, la cuueia, el ají y mote, ~ de ~ta fértil tierra propia,

esparció su abundancia el Cornucopia.

DE LO BARROCO EN EN PERU

Entretejiendo van por la herbecilla del fértil y agradable bosque opaco, la vizcacha, el quirquincho y la chinchilla, la vicuña, avestruz, gamo y guanaco; revuela la perdiz; la tortolilla repasta la taruga y tospa el paco fecundidad de caza, en monte y vuelo, que hace más deleitoso el grato suelo.

31

He aquí, replicando, lo original inmediato, lo eglógico italiano, la floresta del idilio:

Cinamomo, laurel, lilio y acanto, nardo, rosa, alhelí, jazmín, violeta, lantisco, cipariso y amaranto, floripondio, azahar, clavel, mosqueta, mirto, arrayán, ciprés, romero, tanto abundan en la fértil selva quieta, que su alegre verdura, gala y viso parece un deleitoso paraíso.

Sentido español define, haciendo consistir le primitivo, erigiendo la estructura, proveyendo circunstante y circuns­tancia para el milagro. Habla de Chalcuchima y del destino:

. . . . . fue un puro ejemplo de fortuna, ora en prosperidad, ora abatida.

El italianismo en España no dio más encantador ba· jorrelieve que éste, del cuento de Pedro de Arana, que se vuelve a ritmo y grupo de Lucca della Robbia:

Amor en su niñez andaba entre ellos, como travieso niño trabajando los tiernos pechos y los ojos bellos.

Eros aparece y así es como rige. Al fin. su flecha, "envuelta en no sé qué de amor y muerte'', desparece un punto lo que suscitó en el mundo:

32 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVDJES

En el rosado oriente, se ha empinado aquel a quien el mundo se sujeta.

E~. i~s. ~io~: i~ ·p~~~. d~ ~~~.ceba, que por Ia vista amor ponzoña vierte; Y el arco apercibió de cuerda nueva, porque más al vibralla el tiro acierte. Tan gran velocidad la flecha lleva,· envuelta en no sé qué de amor y muerte, que apenas la despide de las palmas, cuando se apoderó de las dos almas.

La cuerda por dos partes fue rompida, Y no fue más el arco de provecho. Ouedó el amor contento de la herida, preciándose del tiro que había hecho.

Romántico alguno, de los nuestros adversó con más vida ni con mejor arte. El amante arde:

Y ya se det~~ina, ya se arroja, ya de~ atrevtmtento se arrepiente, ya q~ere dar .alivio a su congoja, ya m~ congoja de decillo siente. Ya ptensa que le entiende y que se enoja, ya que muestra a su pena alegre frente, ya, que le admite, ya que le desdeña, ast Cual blanda cera o dura peña.

. Exhorta Filomela, dama encantada· y salta la vida, VIVaz • uJso '

. co~ unp de sangre en arteria, y cae con adorable subttaneidad de arpegio, de último terceto petrarquiano:

~Gozad, dam~, gozad la edad temprana! i Gozad ~os neos crespos y joyeles, que se. Sigue a la tarde la mañana Y no SJempre seréis verdes laureles!

. ..~ __ opone el más puro y virtuoso platonismo que, a

~'e!; ~oeido la poesía castellana; abstracci6n Y ta1izada en tropo ya no sensible, en concepto

DE LO BARROCO EN EN PERU 33

ya no inteligible, en humanidad ya no perfectible, es el que discurre en el diálogo del amante y la linfa a la fuente, en sentido de transparencia ardiendo en alma de agua fatídica, en panteísmo inane, culposo, cristiano, de ingenuo huma­nismo humanísimo:

Volvió el indio los ojos a la fuente, por no tenellos de águila bastantes a resistir del rostro el rayo ardiente, que son al sol los de ella semejantes; y en la agua cristalina, transparente, vio aquella imagen, vio aquel semblante, que vencen en donaire y gentileza, todo lo que formó naturaleza.

Y ruega a la fuente. con voz inaudita, sobrehumana, con voz de perfecta poesía:

Tú, intercede, acoja mi deseo, la generosa imagen que en ti veo.

Y en el ajado ramo barroco. revienta la helada yema gótica, la ingenuidad de Francisco de Asís, amigo del l~ de Gubbia, probando la esencial común y divina barbarie de todos los romanos y romances, el inmortal e inmenso corpus católico, fénix de los idiomas. salamandra de las teorías. deseo de nuestra vida, sustancia de nuestro mundo:

Y o, füente sagrada, te protes~ así, ante el simulacro que en ti mora,

~ -~~ ~~~-~~~-~~~ -~~ ... con que mueve a respeto m1 senora.

Dijo la eterna fuerza gótica, madre de ~as oraciot:lelt razón de los ímes. allí con gramática de accidental plal& mismo. Y no dice nada Miramontes, sino como que: c:aUa. Y

34 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

:,sí. dice. Su~ palabras lo son apenas, porque son para su­::;enr de_ lo mefable. Que lo que dijo lo dijeron antes, aun en la misma Esp - .

. ana, asc!!tas que se flaJelaban con noveda-des de flgura y ternura.

Vino con el crepúsculo, vistiendo el valle Curicóyllor de colores de su rostro bellísimo esparci;ndo rosas süaves Y fragantes flores ............. . . . . . . . . . . . . . . . . El I?rado con su vista se regala. Muestralo produciendo varias flores.

Curícóyllor besa a Chalcuchima muerto; y da matiz de negro de 1 ' •

a mas ammosa de las pinturas españolas,

bebi~n~o de la boca denegrida los ulbmos alientos de la vida.

1 Así encaminaron las creaturas a San Juan de la Cruz. a paso del Esposo, con salomónico exceso exhausto:

Mil, gracias derramando, pas<? por estos sotos con presura; Y yendolos mirando con. sola su figura, ' vestidos los dejó de su hermosura.

d Le60paro, el pastor, vive como el envidiado de Fray Luís e n, en cabaña .

Y en memona de Antonio de Guevara:

· · · · · · · · · · En soledad amena goza una vida de deleites llena.'

Ad~a,m~ .. tes, culto OCIOSO. • en. su deliqUIO, el propio Miramon-

' e Impertinente:

DE LO BARROCO EN EN PERU

Vida felice goza el que procura, libre de estratagemas y de engaños, pasar en sosegada paz segura el asignado tiempo de sus años,

que no consiste en el dorado techo, do se platica a Marte y a Minerva, la próspera Fortuna.

35

Es Miramontes el que primero imbuye mundo de arte en nuestra retórica, en contraste con Amarilis y la Anó­nima, que aprontaron maternales, entendimiento, claustro y física. El mundo de Miramontes es la entelequia del Re­nacimiento, entelequia vivaz y vivida:

La madre liberal naturaleza, sutil, fecunda, próvida, ingeniosa, maestra del ornato y la belleza, diversa en variedad maravillosa.

Su platonismo, sobre ser probado, es heroico. Chuquia­quilla viola a Curicóyllor,

dejando inmaculada la alma entera, si el cuerpo padeció la fuerza injusta.

Es italianismo siempre trágico y dativo a la española. La pureza de Amarilis sí que se ausenta, tímida, teórica, encerrada en discurso petrarquesco.

No acierto a explicarme por qué se ha desdeñado al lírico Miramontes. Ni aun la edición de Jijón Caamaño ha despertado la admiración que ese lírico merece. Menéndez Pelayo hablará de Armas Antárticos como de "infeliz ensayo épico". Riva Agüero alude fugazmente a Miram.ontes en

36 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

El Perú Histórico y Artístico y entonces se refiere a sus imita~iones. Ventura García Calderón le nombrará apenas. El_ mismo Luis Alberto Sánchez, tan inteligente y descu­bndor, aun reconociendo que el cuento de Pedro de Arana es 1~. mejor parte poética del poema y que el autor sea versiftcador avezado, no se detiene en el verso ni en la oc­tava, ni en Los Poetas de la Colonia ni en la Literatura Peruana distraído en itinerario y cronología; y llega a decir, en el primer libro, que Miramontes no sabe descnbír. Es el erudito Coronel Zegarra el que más atiende a la dulzura Y :splendidez de Miramontes y repara lo más en el idilio, se~ando allí y transcribiendo con gran acierto y gusto los mejores trozos.

A mi entender y sentir, el mérito de Amarilis es com­parable en absoluto y tal vez en absurdo con el del Melgar del Yaraví Y con el del V aldelomar del cuento. Es mérito de ansiedad remisa, de neutralidad intensa y de recepción fervorosa. Amarilis, Melgar y Valdelomar vendrían a ser barrocos r , .

, Igenstmos, como extraños, por inmunes, a sus on~e~ Y a sus defectos. El siglo nuestro que no hubo tales ~efirndores en su principio, dones de la hartura del ante­nor, es . el siglo XVIII, que comenzó leyendo a Caviedes; Y este s~glo, en su medio y en su promedio, es de fonnali­~d vaCia Y consumada, si no de materia celiaca y desentra­na~ Y de pululación de lo propio como distinto próspero cadáver, aun con ser esa forma por sí orgánica ; poderosa en una que otra Parvedad inconmensurable en uno que otro COJK>--.to y V ' ce ---y , e~o Y concepto de Peralta, verso y con-~ que harán olVIdar, de rato en rato las aonn>ras mi-senas de su . ' e~~-

de 1 f, piecezuela. Y repito que creo que al examen 0 ormal de nuestro verso viene A---'1!- tr d sólo

Qtro seno de u ., . ' ~UJS ayen o agitada na dterestS, una vaciedad como vaginal y en lo ~~de otro modo que como Melgar y Valdelomar,

e Y ponderable de su expresión literaria.

DE LO BARROCO EN EN PERU 37

El mérito de Amarilis ha sido elogiado en el Perú, después del panegírico de Menéndez Pelayo, con exceso no­torio. Sin duda es que la epístola a Belardo tiene todas las excelencias que se señalan y encomian en los versos qu_e se escogen y transcriben; pero la epístola misma, en su um­dad, integridad y vivacidad, en su persona de poética, creo que no es más que poema bueno y bonísimo según el pre­cepto ordinario. Acaso haya ocurrido, como a Riva Agüero con Melgar, tal contraste con los anteriores y los coetáneos de Amarilis, que el reparo baya deslumbrado. Empero con Amarilis, y con la equivalente autora del Discurso en Loor de la Poesía, concurre Miramontes, trayendo asunto y verso de italianizante indianísimo, casi de criollo españolizante; y comparando, la desigualdad en valor es insondable y el juicio sumario en procedimiento.

El nudo y sumo platonismo de Amarilis es, en las Indias reducidas y en el Perú nunciante, otra hegemonía como teoría de su tiempo y ley ultimadora en nuestra lite­ratura. La disciplina de Amarilis y el apetito de Gírón han de confluir apenas para levigar, tras de hervir y exasperar, en la monstruosa y mista figura del consecuente culterano. Desde entonces, gana y tropo, verdad y verso, nonna y for­ma rigen en doble, contradictoria e invalidada tiranía nues­tro arte en cuanto cae en conciencia. Con Amarilis, la Anónima y Miramontes, principia fonnalmente nuestra poesía por barroca, con diferencia especifica e histórica en español y aberración congénita y fatídica de lábil, Y con ellos se aclimata y varía en el Perú y, por ende, en las ln,­dias, lo grecorromano concreto de la España distinta. La sobriedad de Amarilis, la rectitud de la Anónima y la na­tUralidad de Míramontes persuaden a admitir que lo barroco indiano sea entidad diversa y propia; y las dos ~ a que el formalismo a la italiana pueda ya manteaene ~ español y en América sin estemple de rima percosm m arrimo de olmo arcadio. La veriíiCaCión no Yieoe ~ los e

38 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

P_rimeros, realista a lo español, moralista y reformadora en Cierto modo genial e impulsiva, invulnerable e incoercible

' . ' gotica a lo españolísimo; que vino como canon y ejemplo de! _Renacimiento y por refracción y antítesis de España; ongu:ando, la ausencia de la verificación española y de su entranable realismo, la impenetrable dureza de nuestra letra ~ara con la circunstancia real y la incurable propensión a Simular: Y desfigurar y fabular por cumplir con procura de moraleJa; dando, en poesía, verso como de platino dócil al cincel pero tenaz en la llama. '

El platonismo de Amarilis viene a ser en el desarrollo d . . ' ~ nuestra literatura, SI es que llegamos a concebirlo, la

Piel ' · . mas nerviosa Y la más dura sustancia, de consuno. La mtolerancia de nuestra poesía en relación con el monumento extraño a España y presente en el Perú, es probada e in-dudable· y la · • d . , . ' acces1on, e ser alguna vez, será Iamenta-bihstma, como en Incaica, del grande y moderno Eguren. Por el contr · 1 · · . ano, e unagmado por remoto, si de un modo u otro pudiere convenir a alguna formalidad de España, el templete el casti'll ¡ al · , . u ' . . o, e cazar, llegara a encaJar en uno q _e otro habilidoso. Nuestro siglo XVIII, del afrancesa-miento fue afrance d . . ' . sa o, en cuanto expreso apenas en com-Cidentes 1dios · · d . . ' . . _ mcrac1as e libertino universal y de cnollo hmeno· ab ' '. usara, compensando y disimulando de concepto sentencioso· per 1 ¡· ' . , • o en a Iteratura mayor no consentirá egre-sron o agresió . n en concepto ru en sentencia. No ya el monumento barroco no -oi f' bui ll , espan , pero ni la figura de la a-~ egara a nuestro siglo XVIII, a no ser en las ......dri-

menas con las inf ¡· • · ' y~-· ' e ICISimas aproximaciones idílicas de

nuestros renovados · 00-co , Y Jac. mos; Y es, sin duda, por lo que

de~.~ f~bula, debaJo de sus pieles y de sus retablos, JnCUrs1on ltbérrima 1

la tel , · en a naturaleza humana como en unca, apenas al cabo · .

tante · con moraleJa, no srempre has-m conveniente. ~~-< por la . d. . . , de

1-.,..,._ y entr , ..... y-.a preciSa JStincton -"""""' emes· y en un dará ' o arte; y en el otro, bnmano.

DE LO BARROCO EN EN PERU 39

Así hizo Peralta. Lo que de más propio y elemental nos queda de fábula de tras lo barroquísimo es el perro que persigue al conejo, sin término y sin leyenda, en los zócalos de San Francisco; y aun esto es casualidad y accidente en Lima, pues el azulejo fue pintado y cocido en España y el alarife que Jo ordenó y encajó, Godines, era portugués y presidiario. Adelantando, la fábula de Melgar, nacida en el siglo XVIII, es lo más afrancesado y menos francés que ocurre a nuestra poesía intensa y sincera, algo de postizo Y rígido, insoportable junto al yaraví entrañable. El plato­nismo, que encendió y consumió la facción de España, no nos da sino rescoldos y cenizas. Desde entonces, y por su virtud, la realización de nuestra literatura es recóndita y mórbidamente idealista, de tópico intratable, de serie falsa. El monstruo y el moralista, que son las verdaderas y vi­vaces figuras españolas, no parecerán en lo hispanoameri­cano, según va desapareciendo en la misma España. La ex­celencia será de blandura que consintiere, no de bulto que representare. Peculiaridades de nuestro mestizaje, distinto del español, impiden que nada provoque el modo de la represión y de la expresión españolas. Discípulos de nuestro caviloso azar, hubimos de ser creaturas de nuestro seso y encuentro.

El platonismo de Amarilis, sin relación formal alguna -los románticos obraron como aborreciendo al de la Co­lonia más noble, de los siglos XVI y XVII-, reaparece en nuestro romanticismo; y reducido éste, por sus leyes, a tratado poético de la naturaleza, y en no hallándola en la Costa física siquiera, penetran en la selva de Saint Pierre con derrotero de Chateaubriand. Y mil veces, en versos a Atala, dirán cosas para oídas por Chepitas y Miquitas. Condición flaca y teoría perfecta hacen nuestra desvencijada y colgada poesía romántica, todavía, así, en peligro de muerte, reacia a ninguna espontaneidad, a desahogo inme­diato. a establecimiento alguno. En el romanticismo mo-

40 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

dernísimo que no sea el de Chocano; en el romanticismo supérstite, que apenas se distingue por su dosis, el plato­nismo buscará, siempre lejos de la Costa, objetos de deseo más aprehensibles y moderados; y si renuncia al éter y al mármol, inasequibles o insoportables, toma el gong y la lliclla para su nomenclatura, nomenclatura que es toda su consistencia y su única clave.

El platonismo de Amarilis, endurecido y trizado por los siglos, dará la balbuciente enumeración de Abril y de ~estphalen, platonismo vuelto cruel, ciego y sordo, plato­msmo arrebatado, desesperado y desgarrado. El tesoro de n?mbres se echa a los vientos y a los ríos, a los días y a los dioses, para que la misma naturaleza lo rejunte y goce. Y Abril Y Westphalen son verdaderos y grandes poetas; y su poesía, de incomparable sugestión, halla su poder divino en su perfecta inercia, apenas por la vista de su relieve y de su jaspe, cifras de dinámica, hitos de dinamismo.

El platonismo de Amarilis, y el italianismo de Mira­montes representan, a mi ver, en español, punto de cierta consus~ciación de forma y sentido que apenas fue y duró en la. miSma España. La epístola de Amarilis y el idilio de MU:~ontes son consumaciones logradas acaso por vir­= geótíc~ Y particular de las Indias. Menéndez Pelayo no

a en siglo de España poema comparable, por su pureza, con el de Amarilis; y en nuestros días, Unamuno, en pró­logo a libro de Chocano, dirá que América es tierra en que el hombre --el homhre es el español de Unamuno- se embastece o se refina. Confirmamos que América extrema lo ~"ñol . -.r-o-a en todos sus desarrollos a punto que lo diferen· cta. La incapacidad de alis · ol, · 1 o , re mo stc ogtco a lo nove ese f:ances. que. no consciente a la España del siglo pasado smo novela nnperlecta, parcial, no nada inverosímil, siem­pre excesiva, valedera como la de Valera o la de PéreZ Galdós ape~ por cierto efecto o gracia en cierta tesis --esto, según las reglas europeas-, esa incapacidad J10

DE LO BARROCO EN EN PERU 41

consentirá en el Perú ninguna novela de interior admirable en ninguna proporción ni sentido. La novela de la Matto no llega siquiera a juntar en unidad alguna dicho y estilo; y la novela, medianísima, no es notable la escrita sino la leída por algunos con determinados juicios y prejuicios; y es así en la más audaz y libre por autor y asunto de las novelas escritas en el Perú, no en la Costa misma, patria y sitio de cuanto vengo y de cuanto iré tratando. El platonismo im­pide.

Creo que la esterilidad del platonismo a lo Amarilis en nuestro español, forma ávida en su faz e impenetrable en su sustancia, es por genial rebeldía del origen, de la Es­paña esencial, para con las normas del Renacimiento, ape­nas consentido allí para dignificación o disimulo de propias Y naturales declinaciones y menoscabos de lo gótico relajado, Y para precepto y método útiles, en incontenibles, diversas Y enajenadas expansiones. Ello es que Amarilis da dicho completo y forma fidedigna; y que lo armonioso de muchos versos y lo proporcionado y noble de la estrofa, hacen inte­resantísima integridad y ejemplo de su siglo y escuela. Con todo, insisto en que es abstinencia aquello con que se su­blima, no de otro modo que como Bécquer en su día, en su modismo y en su acierto.

Empero, tras de loar suma sencillez, reparemos en que mera y nuda accesibilidad en poesía es como intervalo en música, sujeto a estricta medida, genialmente breve e inte­rino. El primitivo es sencillo porque fue primitivo, uno de los primeros y desvalidos. No podemos, por precarios mo­tivos de gusto o de hastío, desvanecer los dioses sidos ni las razones endiosadas. Pues el idioma español es de suyo elocuente por sonoro; y en su elocuencia y sonoridad están su virtud y su proporción propias. Persuade percutiendo: es su modo y destino. Fue fortuna (que no creo que sea astucia) la de haber dejado Amarilis un solo poema, como fue fortuna que Bécquer, avanzada la progresión del pla-

42 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

tonismo, ya en el accidente y en la fronda de lo romántico, dejara amigos discretos que redujeran lo esencial y original de su poesía al sorbo tragable del agua química, así aquí· !atándola y revalidándola en la última feria del sentimenta· lismo restante. En principio, la sencillez absoluta y metódica no nos es recomendable sino en su sazón y dosis, a dife· rencia de la espontaneidad y de la sinceridad, que pueden ser tantas cuantas fueren. Nuestra lengua, en la cual viene a encarnarse la literatura, es expansiva y rotunda y,. ya así, muy miniada, barroca todavía. Es claro que no debemOS escribir palabras que nada dijeren; pero tras de solicitar muchas palabras, hemos de procurar que digan algo, algo de verdadero y verosímil; y así, imponiendo palabras en ingenuidades, aprenderemos, concebiremos y diremos mu· cho. Más que los ídolos de nuestros románticos -los ar· quetipos de sus experiencias eran contados y mínimos-, influyó su vocabulario, sonoro de suyo y por español, pero muy reducido y mal conocido. Si hubiesen sabido más de Jo que nombraban e invocaban, sus escritos hubieran sido más tolerables y los mágicos no se hubieran atrevido con tanto fantasma forzudo. Para escribir con dignidad y con fruto, es necesario saber muchas cosas además de gramática.

Para nuestro ejemplo, lo de la intensidad, emoción Y pureza, tan loado por la crítica, en desagravio del escritO torpe o huero, puede ser glosa pero no regla. Tanto impidió Y hurtó Samain en nuestro modernismo como Rousseau a los Amantes del País. Releamos a Valdés. Temamos de la cavidad y del escondite en la letra no gobernada. Arte li­teraria es regla de expansión, verificación de espontaneidad. La representación de la integridad natural y la mantenencia ~ la vivacidad es su propia materia; la pasión y la e~ sión~ ~u móvil y su término al menos en España y en la Amenca española.

La .mayor prótasis del poema de Amarilis, que es la excelencm de la comunicación inteligíbe, aparece ya en el

DE LO BARROCO EN EN PERU 43

primer verso con la noticia de grandes cosas que aficionen el alma y que la sutenten sin esperanza; y se figura entera en el panegírico del oído, el mayor instrumento del plato­nismo sentimental, del primer neoplatonismo renacentista, ombligo y vestigio de lo anterior en el proceso:

. . . . . . por oídos cuya fortaleza ha sido y es tan fuerte, que por ellos no entró sombra de muerte.

Ese, como todos los conceptos e imágenes de la Epís­tola, es común y frecuente, aunque extraño y agitador en principio, en la literatura española del siglo XVI, emana­ción de la escolástica removida. El platonismo, tras de conturbar con humana ternura a los ascéticos; tras de cas­tigar a Luis de León, tras de instigar a Teresa de Cepeda, tras de hostigar a Ignacio de Loyola, irá, platonismo muti­lado y bautizado, al auto sacramental de Calderón. Los En­c:amos de la Culpa, de posteriorísimo estreno, es de la misma tesis y prótasis del poema teatral e inmediato: el oído, el más puro de los sentidos, es el que, de entre los cinco, descubre la Carne en la Forma Eucarística; Y ello rescata al Hombre:

-Ea, Hombre, pues ¿qué aguardas? Cautivo tu entendimiento está ya de la fe santa del oído.

Amarilis está al borde de sí misma, española Y pla­tónica; y no da el paso funesto y previsto que la hun~a en el concepto calderoniano o en el misticismo terestanO. Su peligro y su inocencia, gracias de su siglo, no volverán en nuestra poesía. Pues Eguren subirá a la cima, pero. godo, embarazado con vocabulario e impedimenta, caerá en la

44 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

sima, sima en la cual ya había caído Melgar como suicida, desdeñado por Silvia, ... por romántico ...

Amarilis dirá luego dos versos; uno que nombra como acusando y otro que acusa apenas nombrando, siempre en declinación admirable y en diéresis entrañable. Dirá dos versos, indelebles, abiertos, vacíos y perfectos:

Amor que nunca tuvo paz conmigo. ......... o o o ••• o. o .. o •••••• o ... o o

..................................

He aquí la tesitura mayor de la Epístola. Aquel primer ve~o,. transitivo e inmanente, es declaración que apenas sera smcera en los posteriores, si no es en el verso de Mel· gar, m~ estrófico y menos concreto; y aun éste, apaleado por su stglo, es, en buena parte, de acre dulzura y de blan· dura _ru~osa. La expresión amorosa es, al par, excesiva Y paupemma en nuestra poesía. La falsedad y pudor sentí· mentales so~ el primer fruto del platonismo, y será el mismo en toda pnmavera. Peralta, con su teatro de semidioses cortes_anos, _de heroínas bachilleras y de plebeyas venales, no acierta smo a reparar o revertir, ajeno a la agonía amo­r~~· apetecible y tremenda, insinuada y aparente, tan ex· P cxta Y como muda. No tratemos del amor del romántico, que ~s de zalema y casi, casi de broma y equívoco. El mo-derniSmo vale p . 1

or c~anto quita de asunto amoroso, reem-p azándolo ~on alustones estímulantes y pertinaces. Gold-­~rg, extranjero Y colegial aplicadísimo advertirá sorpren· didoc· ' ' , ' . unoso, de la ausencia de amor cabal y natural en el mas libre e · ul · . , Imp SIVO de nuestros poetas modernos, Y previene ast para la 1 ctu , "Y . . e ra en la poes1a de Eguren: ou wlll fmd ~oo little, surprisingly little, of lave''.

Declmando AmariJ· · f ' IS ptde, la barroca, agregando a los avores del cielo, que den a Belardo, galas de Petrarca.

DE LO BARROCO EN EN PERU

las dos Arabías, bálsamo y olores; Cambaya, sus diamantes; Tíbar, oro; marfil, Cefala; Persia, su tesoro; perlas, los orientales; el rojo mar, finísimos corales; balajes, los Ceilanes; áloe precioso, Samaos y Campanes; rubíes, Pegugamba, y Nubia, algalia; amatistas, Rarsinga, y prósperos sucesos, Acidalia.

45

Hojeda, a su vez, empedrará de gemas el Empíreo; y versos brutales serán paladines de la ingenuidad española en algunas bellísimas octavas, dignas del Tasso; y los doce li· bros o cantos de La Cristiada son tratado de cosa tan en­trañablemente española como es la pasión y muerte de Cris­to. Con aquellos dones de Amarilis comienza nuestra miseria mayor, y la verdadera fábula de la gallina y la perla, y la novísima de la perla comida por la gallina.

No da la Anónima otra cosa en su discurso; y de ella opino al opinar de Amarilis. Diré apenas que en el Discurso de la Anónima, rotundo, didáctico. se prefigura ya el ro-­manticismo sistemático y postrimero, en principio y exceso, con más hondo trazo que en la epístola de Amarilis. En la de aquella sapientísima, experta en lengua toscana y portuguesa, se lee ya la ley del progresivo desorden ro-­mántico. con mordiente expresión y concisión mutiladora, única ley que cumplieron celosamente nuestros intonsos Bohemios, los más expertos apenas en la lengua materna:

El don de la poesía abraza y cierra, por privilegio dado de la altura, las ciencias y artes que hay acá en la tierra.

46 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

Aquel que en todas artes no florece y en todas artes no es ejercitado, el nombre de poeta no merece.

A fuerza de vigilias y sudores pare sus hijos nuestro entendimiento.

De ver un prado, un bosque, un arroyuelo, de oír un pajarillo, da motivo para que el alma se remonte al cielo.

Pedante y platonicísima, acrecienta como muesca el importe de Amarilis. La cantidad del romántico tendría en el Discurso hasta huelgo. No me parece, como pareció a V. García Calderón, difuso su platonismo ni como a Me­néndez Pelayo sombra su pedantería; pero creo, con todo. que es el Discurso en loor de la Poesía poema excelente, pero no más que excelente, entonces y hoy todavía, como es el de Amarilis.

II

PERALTA Y LOS CUL TER.\. NOS

El culteranismo, afirma L. A. Sánchez, es un modo de expresión anterior al gongorismo en la literatura del Perú. La ya formal aptitud para el amaneramiento, para la circunelocuencia, para aquello por lo cual el sentido se supedita al modo, y éste lo confunde y configura, viene en el Perú, y por tanto en la América española, apenas dife­renciado si no es por la geografía peninsular, como difiere un español de otro, como difiere el vasco del castellano, en la España italianizante; y llegado acá, se arregla a un de­terminado estilo de gobierno y de política, de trámite y omnipotencia, de nimiedad y monopolio, de anatema y mo­licie, de comercio y corte, que está en el retrete y en el púlpito, en palacios de virrey y en tendejones de judería.

Con la Conquista la imaginación prospera sin deca­imiento. En las Indias descritas, ubicuas, fabulosas, como país de asunto y gema de Góngora; y en las Indias andadas Y padecidas, el que vino o el que vuelve descubre un nuevo mundo poético día por día más conquistado y habitado. El nuevo indiano mantiene en pasmo la maravilla, de día en día. Empero al principio, la expresión del indiano acusa, por cierto, de lo inmediato de menester y peligro, y es de la vulgaridad inexcusable de lo popular apurado. Con los primeros versos cultos, todavía se lamentará Diego Mexía del yugo de la necesidad humilde e implacable: "La comu­nicación con hombres dotos (aunque en estas partes hay muchos) es tan poca, cuan poco es el tiempo que donde ellos están hábito, demás que en estas partes se platica poco

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d~s~a materia, digo de la verdadera poesía y artificioso me­trtficar; que de hacer coplas a bulto, antes no hay quien no lo profese. Porque los sabios que desto podrían tratar, sólo tratan de interés y ganancias, que es a lo que acá los trajo su voluntad, Y es de tal modo que el que más doto viene se vuelve más perulero". El escrito, pues, concederá sólo apun· te para la figura de la España esencial, ávida y mestizante; Y por esto la reconocemos y veneramos, y no por literaria, pu~ _apenas interesa por el dato y por la data. Da la ex­presion precisa y cruel de las verserías primitivas, de relato de ex d' ., b · pe ICion Y urla de VIvac, en metro arcaico y en co-p~a cualquiera; Y el autor, si no es anónimo. es como anó-nuno· paree 'b -· e que escn en lugar y fecha de españolada. Es autora universal 1 'd· · .~ , a 1 tosmcrasia española, "le propre ae /Espa_gne, la tendence a l'exaltation des sentiments", como la defme Barrés tr tand d · ude " . . a o el Greco, con cuya pmtura al a ces mventwns pizarres ou cruelles qui plaisaient á un p~uple de moeurs dures". Es cuando el español está de pleno asiento y disf t d . . ru e cuan o revienta el gongorismo, flor de gobtemo gracia de trr' -' arua. Como en toda literatura com-¡ues~, ~~- verosimilitud y la estabilidad ocurren cuando la magmac10n ya se la imagina.

Los que más · . -. Y mejor traen de la esencia de Espana son los VItuperad . tal . os conquistadores primitivos. El grito na-

lib de los pnmeros cronistas, torpísimos, hará voz pata

1 ros y lustros Será 1· Cn'ta · Iteratura apenas literaria, como es-

con el ' die . . m e de la mano ensangrentada, en los pre-canos octos que cons tí' 1 . . ·-. . en a a mevttable matanza y rapma, mtsena natural 1 .

, d ' e amruos del alumbramiento Cuando des-pues elapazqu L G . . · : regular f . e a asea Impone, vienen al Peru COII .nfl recuencm letrados e hidalgos -poquísimo o nada 1 uyen antes en las esol · Y fin de I e . r UCiones de Pizarro y en la fonna

a onquiSta. haz - 1 _ solo---o · ana a a espanola, como de uno • es cuando conlie ¡· v~-'- nza 1teratura que puede llamarse ....... ~ a lo tratable . .

Y comurucable, no ya relaciÓn de

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tracto de individuo sino definición de estado y concierto, cosa de lector, nueva de vecino. imaginación enfrenada y mano lavada. Es muy sabido que en la literatura del Vi­rreinato, fuera del ejercicio poético culterano y gongorino, labor de días fastos y geniales, la dirección constante y pre­dominante fue la teológica y una que llamaremos, por nombrarla así o asá, descriptiva a Jo geográfico metódico, literatura descriptiva y realista. que procuraba el más ras­trero conocimiento de la tierra conquistada para mejor aprovecharla. Es literatura de noticia de viaje, como lo de­muestra la bibliografía de Antonio de León. confirmada en nuestros días por la de Carlos Prince. Bastante averiguada no está la pobreza y rutina de la poesía del Virreinato, y que sus trozos grandes y bellos se escribieron, imprevistos Y estériles, al alba del estilo.

Desde que Felipe permitió el líbre paso a América de libros sobre América. fue en principio posible toda verda­dera y verosímil expresión descriptiva, si no la inventiva. Había ya humano y arquetipo, espejo prudente y persona­lidad perfectible. Todas las dudas y perplejidades. temerida­des y vacilaciones, todos los ricos e incontenibles entresijos del que escribe con azoro era entonces posible que asomaran o se transparentaran en lo escrito acá; pero el gongorismo de los gongorinos impidió cuanto pudo, el que pudo como ninguno. Tal disimulo de lo espontáneo por lo regular se­guirá en nuestras letras, todavía ahora sin término; y en ello consiste la más funesta de nuestras continuidades acciden­tales, accidente que viene haciendo. por desgracia. nuestra etopeya y prosopografía. El mismo siglo XVIII será presa Y tropo, caído también en su despejo. Si por acaso convino alguna vez cierta regla a cierto estado. aquélla hubo de se­guir años y años, inerte y entera. engañando, desvirtuando. ocultando, negando.

La España que nos puebla, disfruta y gobierna no es siquiera Ja embravecida y renovada que conquistó d tmi-

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torio, sino una más desconcertada y fatigada para la impo­sición de sus esenciales e indeclinables categorías. Y estas categorías son las de la España contraria, las de aquella Es-­paña mestiza y hambrona, enfrentada al Renacimiento, removida en lo plateresco, confirmada por arruinada en pe­culiaridad churrigueresca de barroca. Pues la España de nuestra figura es la barroquísima, que, en vano, intenta remediarse, transtornar su transtomo, enajenar su tiempo, volver al principio, sin saber cuál sea éste fuera del canon. Apenas la fe religiosa tendrá en América arraigo y progreso ca~:Ues, de tenacidad y hambre divinas; y en apartadísimas misiones seguirá, sin término, obrando siempre como la propia integridad del instinto de España, que acotó y esta­bleció su enorme persona con esparto, hierro y escapulario; como la España escueta de Isabel, reacia al Renacimiento, ~ena de éste; como la España toda vez anterior, fatídica e Indescriptible del mundo verificado. La Edad Moderna se d~ que fue para España como vicio oriental que, .tras de exct~la con vigor pasajero, la enflaqueció sin tregua Y sin medida; Y que el Renacimiento cenital en lo italiano español fue algo como el punto de opio en el cual sólo Quincey el teóric~ alcanzó a la vejez; algo que en su juvenil exceso era Vejez anticipada, mortal desgano con lo consumado. Y aun .entonces hubo de cobrar aliento bebiéndolo en soplos n;tedioevales. Y cuando Felipe II esplende y funde a Amé­nca, bogaba, présago y sutil, el témpano erasmiano impul­sado por corriente oculta y contraria, entre los b~cos de la Invencible; Y en el centro de España una altísima razón relumbra y azul 1 ' di . ea en as canteras con que el Obseso e -ftca su Escorial .

, como argumentando contra el ceJar razo-nat;lle que la Europa racional le propone. Es la última antí­tesiS Y el penúltimo encuentro de España Es ~n potencia Y por sí, definitivamente español; de su va!aana, Y no de Góngora alguno, el gongorismo futurO

ya en los simples Y rudos cronistas del principio, to-

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dos conquistadores, impedido el cortesano que lo fue en la Corte, aquí o acullá misionero el sacerdote. Pero el idio­ma, como que van dictándolo circunstancias, comienza a <lmontonarse, a crisparse, a enardecerse, no en furor gue­rrero, sino en orgasmo deleitable. La presencia tangible de lo soñado, el volumen impenetrable de la fantasía turba por igual al soldado rudo, al segundón codicioso, al fraile sapiente, si uno se pone a describir templos y ciudades, palacios y jardines, lustros antes del nacimiento de Góngora.

El estudio de la influencia de Góngora expone el gon­gorismo como síntoma de algo ya presente y disimulado. Es hecho histórico que una retórica extraña y patética in­vade las Indias y que reforma a deforma todas su letras . Pero tal positura estaba. larvada e iniciada, en la lengua española literaria, que se afinaba y agilitaba en relación con la italiana, para manifestarse luego, virtual, en Gón­gora. Tras de confesar que creo que toda lengua entraña toda posibilidad expresiva, repito con tantos que el gongo­rismo es algo de consustancial con el castellano y que Góngora es quien, al fin, destella y desaparece divinamente en el Tabor de lo gongorino, símil de lo mudéjar, suma Y culmen de lo romano y de lo oriental, mole de figura ori­ginal y de materia heterogénea. Miel en abeja, amarga todavía, el gongorismo seguirá picando en la dulzura acre del italianismo agostado. infatigables los ásperos élitros:

No sólo para, mas el dulce estruendo del lento arroyo enmudecer querría.

Así será la apicultura de Góngora, de trajín y afán de millón terrible:

esta de flores, cuando no divina industriosa unión que, ciento a ciento,

54 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

las abejas, con rudo no argumento, en ruda sí convierten oficina.

Fue propio y característico efecto del Renacimiento y el italianismo en España la españolísíma bravura de Góngora: el más breve cotejo con el mayor entusiasmo de Marini lo demuestra cumplidamente. Siempre se embrave­ció España cuando la sobó la lisura, cuando la tocó la blandura. Recordemos a Quevedo, crispado con el edema de la España filipina, sacudiéndose a sí mismo como uno de sus fantoches· a Santa Teresa. con el erasmismo alado Y la observanci; calzada; a Lope, con su propia mitad, siempre indivisa, tierna y gozosa; a Cisneros, antes, con la naturalidad del renovado y la docilidad del marrano, y, por fin, a Góngora con la égloga. Y no olvidemos, en nuestros días, a Unamuno, enfurecido por la relativi~d Y la disgregación, por lo de Freud, Einstein, Proust Y Pttan­dello.

Así Y todo, como gongorino conviene poner a Gó~­gora donde fue Góngora, en las postrimerías de su Esp~ renacentista, en su vida y obra reales, extremando la VISI­

bilidad de la figura, el recreo del estético, el ingenio del humano y el amor del mundo todo cuanto debió de darSf Y reanimar en América al indiano de bajo el gran Felipe, angustiado de Contrarreforma cesárea y Renacimiento en-

. al~ qwstado. El cual humano apenas en la acción re • . bruto, puede expandir su humanidad excitada y contemda. La _Conquista es, en asunto y trazo, el primer poema gon­gonno de la Colonia, verdadera hazaña de Polifemo, po­blación de verdaderas Soledades. En el clasicismo español se adveirte doquiera la incapacidad irremediable del Rena· e· . ~nuento formal y el cauce soterrado de la conducta me-

dtO:~al; la soledad, el brío y el interés sobrehumano ~ asc~~o Y, del pícaro; la deontología, sutancial en la ale­gana, la egloga, desganada· incomparables a Quijote Y a Pablos, hijos del Amadís y Ía Celestina.

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Entonces se confirma y se mira el arabesco de Gón­gora, arabesco vivo, caprichoso en lo romano. Y el ara­besco será en la obra del cordobés croquis y estructura con simultaneidad alucinante. Es el retrato no osado y la in­sinuación que le reemplaza; el esbozo urgente, inquietante. Aquí lo gongorino por español, lo gongorino que fue en la España virtual desde su principio; aquí la suceptibilidad indefinible, la reacción inmediata, la figura heroica. No pudiendo trovar a Santa María ni a don Carnal, cercado Y atormentado por dioses de bajísima latinidad y por mons­truos de la caballería y de la morería. Góngora se enzarza en su teogonía descamada y en su teodicea conclusiva, en el motivo real y en el curso intelectual de su poema mayor y pagano, alegoría de alegoría con que celebra la verdad v el amor del mundo. De argumento hace tropo; del tropo, ~olviendo al principio y a sí mismo, instinto. Lleno de Dios, el español engullía los dioses como los postres ~~ harto. Y con numen de niño y vida de escándalo, festeJa Góngora, en ejercitada letrilla y en libérrimo soneto, la evasión en la pretensa libertad del siglo de España, escolar encierra en que la Inquisición como que acompaña y con­forta.

Siempre fue todo en España de otro modo y en otro humano. Tratando del pueblo español de los siglos XVI y XVII, dice Pfandl que es "ein lebensfrohes begeisterungs­fahiriges und schaulustiges Volk", concepto asaetado con más de un asterisco de nuestra coetánea Revista de Occi­dente, recónditamente afrancesada por debajo de su hispa­nismo romántico y su teórica marburguesa. Con1n1: la teoría de la realidad experimental, del humanismo heladao, que va aflorando, siguen la euforia y la razón aseé~~ del godo romanizado, el goce como en Dios, la satisfaccwn con el sino. Hambriento y v-agabundo, vicioso y desolado, to­davía es animoso y duro el español, todav'ta emprende Y acomete bajo los últimos Felipes ya a ciegas; Y así como

RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

a ciegas, moraliza. y no se arrepiente ni se enmienda, sino que pone el pecho a la conciencia. como en otra empresa, aun de picardía. Moraliza Quevedo entre dos farsas tre­mendas. Moraliza Cervantes. amancebada la hermana, él Y ~ancho amparados en casa de manceba. Y seguirán mo­ralizando los discípulos, en confusa y menguante secuela, hasta llegar a aplaudir a Felipe V, nieto del enemigo, razón de estado, rey de reparto. Entonces anocheció en España, flyron. el inglés, el romántico, habrá de reconocer y admi­rar en lo caduco la objetividad insuperable de aquella pri­mavera inmarcesible, el designio inmortal de la España triunfante:

Seldom since that day has Spain had heroes. While Romance could charm, the world gave ground befare her bright array.

. ~- A. Sánchez no se fía del año 1630, que se da de nactmtento al gongorismo indiano, año que sería de inicio de la exasperación y del frenesí, de lo que muy restrictiva­m~nte puede llamarse gongorismo. Pues hay un sutilfsimo e Interminable G, , ongora, que es apenas aparente y que es el mas patente,_ que es el del continuo espacio y asiento, Y que no es prectsamente el encarecido por el Lunarejo ni el escarnecido por Fa . . . , . Gó na; cterto claro fresco y cast anommo

ngora. huído ul ' . · u oc to en los poemas mayores, Góngora esenctal a que nunca llegaron las Indias.

d 1 Ah~ bien, las mismas circunstancias de Góngora Y

Pe ~gonsmo real peninsular circundan la nt'V".<1.ía indiana. ers1gue la 1 · · ·, t'~--

al nquiSICton acá como allá al judío al portugués, protestante a1 n tural' . ' . ,

la litera : a tsta. Nada tnfluye lo mdígena en nobilis tura. eJemplar, de mente didascálica, ya culta, sermo

' escnta por deontología y con esmero. Quien debió oponerse a la morbide 1 . . . . .s~ fermento. .u.a, a ItalianiSmo m crescendo y_,

' no es el mrtayo ni aborigen alguno, analfabeto;

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muy menos el mestizo, receloso, imitador, españolizante. No conversando el indio, sino sirviendo, ¿cómo podrá in­formar en una literatura que se declara de academia en academia! El gongorismo, una vez llegado a América, ha de afincar, elemental y simple, reducido a puro y estricto estilo, y será para su progresiva desfiguración y efectiva desgracia. La aguda y ágil defensa del Lunarejo demuestra cuánto se entiende y cuán poco se comprende al ingenuo Góngora del revés y del través, humano y henchido, franco y saludable; al poeta hasta infeliz de la fábula de Píramo y Tisbe, predilecta del autor. Si cunde el modismo, lo que más es superficie, lo más alienable y falible, ello ocurre cuando, fuera de coincidencias e idiosincracias, más allá del hipérbaton y el trueque imprevistos por felices y estables, se han expresado ya los antiguos y mejores de un modo culto pero no culterano, y así la Anónima, Amarilís, Mi­ramontes y Mexía. Alesio y la De la Cruz, en dos extre­mos del continente, si no en los mismos años ni en las poesías completas, cosechan más del Góngora cordial Y apacible así que tiran por camino que no sea el real y lo­boso del gongorismo, y por esto descuellan todavía hoy por gongorinos entre gongorinos, éstos de misa y olla, aquéllos de báculo y gentío. Lo gongorino -sea ahora lo más literario y aparente- es lo que ha de suceder en la expresión a la rudimentaria primitiva, rudamente popular Y española, sin que llegue a cobrar en nuestra poesía culta Y suave su propio y cabal ámbito el murmurante tarareo de Santillana congojoso y el canto de Garcilaso, feliz y ya en pos de respuesta y contrapunto hacia universal sinfonía. El verso irá de logro a cosa, de hazaña a trofeo, de gana a goce, sin intervalo y sin dilación de caricia. El culteranis­mo representa, positivamente, la brutalidad de lo cultísimo embravecido. El verso de Boscán, que cifra el más noble gozo de su España, verso consistente apenas en más y más afinada y dilatada composición, irá descubriendo má. Y

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más el más íntimo esqueleto v será cada vez menos, ya fémur. ya tibia. en el endecasíl;bo del tratado. Y el hecho de aquí, del Perú. vale en cuanto se asimilare a este Virrei­nato, sólo excepcionalmente distinguido con mercedes de grandeza y alusiones de Miguel de Cervantes y de Lope de Vega.

Nuestro gongorismo positivo es, en su mayor entidad, efecto de prohibiciones, de represiones; se propaga como miasma de pantano y se adensa en Jos centros de mando Y cultura, por el natural desarrollo del gobierno y docencia máximos. Digamos que en las Indias, lo gongorino patente, el aparente ornamento. representa, inmediata, la estructura virreinal, la forma original, la Capitanía General o el Virrei­nato., Su orden es estrecho, y no podría ser otro, Y tanto es ast, que en ello se quebranta y se licencia. Es orden tan í~exible, que a la primera elipsis se partirá y saltará en, hiperbaton. No por nada vienen a ser los jesuitas los apostoles más constantes y felices del nuevo credo Y culto ~ art~. Loyola mismo diríamos que tuerce y endereza el fnoc t · n eno Y gusto. Y es en su mente el orden de una con~i.encia plena y rigurosa que se ejerci~a en una estética ascet~ca Y sistemática. Es una poesía sin amor y sin ternu­ra, sm desesperación y sin esperanza cubierta toda de trenzadísimos cilicios, dispuesta en cad~ coyuntura penosa. No alcanzamos a advertir en el gongorismo del criollo, ni a~ en el del indiano, sombra siquiera del principio gon­gormo, del quid divínum, ni la espontaneidad súbita, ni la p~olnta voJuntad, ni el alma repentina, ni el simple fracaso, ru aemp · .

. resa Itnpos¡ble, nada del accidente entrañable en que VIene a consistir l . Habre-de . · a contmuidad de Góngora. m:m rntrar apenas, desnudo, enflaquecido o hinchado, :; ~ de las crestomatías y homilías de textos escolares, •

0 de las heces, lo irremediable lo inadmisible, Jo unpenetrable. '

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Con todo y con tan probada teoría, haría yo concurrir la del genio barroco de España y, con el mestizaje Y ro­manticismo de la España elemental, el peculiar mestizaje americano, individuo y polimorfo, conmovedor y crítico, al cabo inocuo en la sustancia misma, diverso apenas en la mueca. Creo que el idioma somete al alma, que el idioma tiene autonomía estética y hegemonía expresiva, que el idioma educa y trastorna en humano, y que obra por sí solo y con pura nomenclatura. A la palabra prohibida si­gue el discurso convertido; a la expresión compensadora, la conciencia consumada. En tiempo, no de buen gobierno, sino de constante revuelta, dará el romanticismo formal, sobreponiendo a la letra del hurto, el gesto y el motivo propensamente churigueresco de lo español barroco; Y el conceptismo y el formalismo seguirán hasta nuestros días en su más característico y fingido modo, y aun lo más vivaz y notable de nuestra literatura será por lo gesticulante y por lo fisonómico. En apartados lugares, adonde la po­lítica apenas alcanza, la limitación no diversificará, sino prosperará idéntica, como por inclinación incoercible, en donde se hablare en español; y los pairos de lo barroco serán largísimos cada vez, llámense romanticismo, ultraísmo o indigenismo. Será toda vez el volcarse y verter de la cornucopia hispanoamericana, la ponderable e impenetrable imaginería extranjeriza y así entrañada y mantenida. L~ que más de liberal se nos ha consentido es el poner aUt así o asá. cierta disposición en la copia, el arte de artesanía que reveló, en error o en acierto, la personalidad extrema­da, ya vencedora por tan sometida. Sin embargo. en esti­mativa, los mayores y principales serán los disidentes, los heréticos, los reaccionarios, los que procuraren de lo esen­cial y de lo regular en el español barroco y en sus reformas a instauraciones posibles y deseables según clásica arte li­teraria.

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Algo suspende con nuestro gongorismo: que ~ moda tan larga como fue, moda de dos siglos. Ciento cUI· cuenta años, sin contar los del cronologista, son de pie Y meneo para el costado y para el ingenio en una sola ~­mesis. Así predican en el templo; así lamentan y festeJan en el verso; así hemos de creer que se comunicaba Juan con Pedro, si Pedro y Juan eran leídos. ¿Fue así única .Y exclusiva la importancia del puerto? Que si lo fue l~ deJa inferir Riva Agüero, tratando del Conde de la Granjll. Y entendamos por puerto el de la etimología, que lo trae con portus, algo por lo cual algo entra como por puerta· Pues la ciudad serrana, Huamanga, el Cuzco, también se contagia del mal trasmarino. Pues era virus que en nosotroS estaba, esperando a que lo despertase el ardoroso contacto de la fiebre resuelta. .

El oficio indiano por antonomasia, que, no siendo ofi. cío el ocio, ha de serlo la minería demuestra Sánchez que ' , ayuda en el ataque. El metal y la piedra preciosos son. aca realidades realísimas, domésticas, no corona del rey Dl te­soro del poeta. En América recobrará su sentido cosmo­gónico Y vivaz el criadero de minería, de la nomenclatura del latino, que habrán de recoger las Ordenanzas. El pla­cer del oro va a situarse, corto y derecho, al placer del cuerpo. Y el indiano, español misérrimo, se entusiasma con la incesante Y vera aparición de la fortuna. El criollo 0 el mestizo, el bastardo o el mayorazgo funde más Y más; Y en lo ya fundido repule y cincela copiando más y más, entre esp?ntaneándose y entreteniéndose; y se diría que el P gonsmo está escnoiendo la historia de la Colonia más ve­rí~ica Y más enigmática, el jeroglífico de lo acontecido de pnvado Y cotidiano, la clave de la clave. La pedagOgÍ& e&­

~ol~tica aprovecha el hábito concomitante así como ~ ~wta se vale del. vicio del discípulo. Son las nuevas tnl­SIODes, qU: son ~ freles; la conquista de las ciudades fu¡t­dadas. Ctento cmcuenta años trabajan los gongorinOS eJl

¡.

DE LO BARROCO EN EL PERU 61

regla y en balde. Al cabo, más importan, en poética y aun en gongorismos, los cinco o seis versos indianos de Góngora que cuanto de gongorino se escribió en las Indias, sacando de esa infamia a la mejicana Juana Inés de la Cruz, al bogotano Domínguez Camargo y, acaso por pe­ruano, a fray Adriano de Alesio, autor casi accidental de dos o tres agradables estrofas suyas. Agreguemos a Herre­ra Oviedo y a Bermúdez de la Torre; prescindamos de to­dos y mantengamos apenas a Peralta para establecer en alguno el gongorismo y su teoría y su tragedia.

El siglo XVII incurrirá en la perdurable agonía del Hechizado; y aquí, en el Perú, sólo uno, Caviedes, venido desde una copla, sale de lo barroco retorcido, él entero Y derecho, valido de cierto realismo satírico español, genial, enjuto, quevedesco, en que lo barroco será apenas el vicio descamado y el amargo motivo.

El siguiente siglo será monstruosa sobreflor de admi­nistración y de concepto, cortesano y culterano. El idioma sigue en su fatal y funesto progreso. Así como la poütica acata por rey al príncipe francés, así el criterio acata por ley el modelo afrancesado. Empero medio siglo será de sujeción efervescente, v apenas piafará alguna vez cierta España indómita y en~bardada. La forma barroca se dis­grega en el roción y en la rocalla de lo churrigueresco. Al fin del siglo, despejo y reemplazo serán el recurso tan~o heroico cuanto cobarde. El Peralta del teatro es todaVIa conceptista a la española y versificador a la gongorina, charro y gárrulo, y uno de los autores en quienes más Y mejor puede mirarse de la escena tremenda.

Desde entonces, comenzando la era de Rousseau, idio­ma y dicho son una misma cosa en nuestra continuidad. Desde entonces la más penosa confusión rige en lo que to­dos pensamos a solas y en lo que nos decimos unos a otros todos. Es, en esencia, el concepto eterno en humano; pero ya no es el oficioso de la Colonia, aplicado a su artesania

62 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVJDES

de loa y farsa; sino que es el obrador de la cosa real Y la ley política. En estas páginas, lo llamo platonismo, sin que piense, desde luego, en el de Platón y sus discípulos. Le confiero apenas, y esto sólo, el significado vulgarísimo de desinterés para con el efecto. Y escojo ese nombre porque me hace recordar de continuo el que asaltó y mutiló a Espa­ña en el Renacimiento, con que la puso a morir, divina sombra que dio tan remirada y tropezada penumbra a la España moderna, herida en los párpados y en los talones·

Sería fructosísimo investigar en el modo y trance en que se dilata el Renacimiento español en América, en la resistencia y en la caída; pues es en las Indias donde el Re­nacimiento español podría caber con huelgo y crear c?n realismo. Sería interesantísimo reproducir, así sea en. ?JS­toria, el hervor de la conmistión y el cristal de la reacc1on. Pues acá lo barroco, como allá, pronto perdió todo su músculo. En lo churrigueresco, como para enfrenar su perlesía, apila como para ordenar, bulle como para desatar lo anquilosado; y dura un punto, y revuelve lo más, Y muere luego. Entre los contertulios de Bermúdez de la Torre Y los Amantes del País media largo formalismo si no diverso sentido. Lo churrigueresco es formal, intenso Y breve; la agonía, mortal, corta y patética; el espíritu virtUal. salvo y relapso. Lo criollo ha asimilado e informado ya lo suyo: será barroquísimo en esencia y, por ende, en de­talle. Leamos estos versos que podrían ser de Salaverry y de Eguren:

Fantasmas confusos, objetos difusos, que suaves beleños de efímeros sueños benignos, traéis; volad y venid y las alas OSCUras batid; quedito, pasito; y con fácil ardid, con dulces reposos,

DE LO BARROCO EN EL PERU 63

descansos gozosos, . hacedle al afán y al desvelo la hd.

Son los versos que dice Mercurio, conjurando los ~ue­ños sobre el de Argos; versos de Pedro de Peralta, en Trzu,n­fos de Amor y Poder; y fueran de estrofa de Juan Volatín. Cantan zagales en Afectos Vencen Finezas:

para ti no más, Casandra divina, beldad peregrina, se hicieran las flechas del ciego rapaz, Para ti no más. Destierra tristezas, pues cantan corrientes requiebros las fuentes; las aves, finezas; pues a tus bellezas cada árbol verás mudar, si se inflama, en arco la rama y el tronco en carcaz. Para ti no más.

Dos zagalas conversan; y una dice de tercera zagala:

-Debe de ser muy discreta.

Y la segunda:

d . ? -Claro es; mas ¿en qué lo a VIertes.

Y la primera:

E '? -¿Eso preguntas? ¿ n que· En que sabe entristecerse.

Dice Oeonte al amante infeliz Y fatigado:

64 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

Duerme felice, joven; y entretanto, lo que te debe Amor cobra del sueño.

Y Mercurio, como gritando, furioso:

-¡Al arma, dulzuras mías!

El amante reprocha al arroyo, mongibelo de espuma, que oculta la llama de un fuego, sutil:

-Ni el fuego me imitas ni el llanto me adviertes.

He aquí el romanticismo que faltó a nuestros román­ticos. Lo barroquísimo era todavía como por un instante ~ en un punto, en cierto orden que discurría sobre estab~­h?ad. Apenas Salaverry, entre nuestros románticos, subi­ra a aquella altura con algún soneto; en nuestros días, acaso Bustamante Ballivián y V. García Calderón, con otros, de El~gios de Cantilenas. Y toda vez será español paliado, pruner español barroco, eglógico y fragilísimo, sucitado en -y_erm~ Y en espejismo por alguna aflicción venturosa. Pues SI ~~ egloga casi no se arraigó en España, menos aún puede dectrse que arraigara en Lima. Podemos decir sin escrú­~ulo que todo verso a evidente naturaleza es en poesía de ~~~ño en Lima preceptiva y retórica. Pero ¡qué linda re­tonca la de Peralta! ¡Cómo el alma insigne riela en el pleonasmo! ¡Cómo ondea y rezuma la escayola! ¡Cómo se enternece Y transparenta el mundo! ¡Qué bien está uno a solas con el alma y con el nombre! Ni la Flérída de Garcilaso ni la Diana de Gil Polo anduvieron con más li­gero pie. La reposición de Peralta vuelve al cuento de ~~ de Arana, inédito_ e ignorado. como buscan~o a del ~Hor Y a Chalcuchuna, como previendo y temtendo

0 de !avellanos y como en pos de figura de mero ~texto Y aCicate para la charla inefable de la poesía ilu­mmada.

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Pedro de Peralta, gran poeta de algún verso, es don de Irving Leonard y del año 1937. Su teatro era conocido apenas de los eruditos, quienes trataron de él como suelen (que es, por lo demás, y bien considerado, como deben), señalando influencias y caracteres de historia y preceptiva literarias, desdeñosos de baile y entremés grotescos. Empe­ro para nosotros, nacidos a las letras con centenario de Góngora, intonsos y entusiastas lectores del Góngora tre­mendo, tal y cual verso de Peralta tienen inestimable valor de lírica, y el entremés habrá de llevamos, contra todo argumento y cronología, a patéticas y alucinantes relaciones con el romántico y con el contrario. Son acaso cosas de nuestro día, cosas que mañana habrán pasado con el día de hoy; pero ahora y en nosotros el Peralta que casi logra es­trofa, aquél cuyo verso más logrado cae de súbito en el concepto insondable, es versificador admirable en un verso si no cabal poeta en el poema. Sin embargo, recalquemos que el idioma literario de España en aquel siglo es latini­zante, desencajado, traspuesto, alegórico, implaticable, que ya al fin se parte en mitades de lagartija, sin que por ello cese la oración, escurridiza y horripilante. Será el español de la diatriba del P. Isla, declarado tal en la ribera del prosaísmo. Antes y en el Perú y en las Indias, parece ser que funcionarios y mecenas exigían que el elogio fuera completo en su peso, así consistiera en virutas y tacos, pues el gongorismo fue, en su propio y mayor uso, lenguaje ad­ministrativo y cortesano. Flor imprevista de la escolástica española, el sermón de tres horas, invención de jesuita, crio­llo y limeño, es de sospechar que fue cosa característica de su relabrado y rígido siglo XVII, todo de roleo y voluta, anatomía ornamental y deshumana, imaginación realista, nima y ponderable, fantasía de concierto conceptuoso. La Costa, el raro y lejano país de V. García Calderón, es in­dudable que en su tanto influye, y barrunto que es como influyen la falta y la ausencia y que no baya impuesto en

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la forma sino el deslinde y el contraste. Lo que más debe de haber influido y adoctrinado al poeta gregario es la arquitectura. A lo último de barroco enterizo y a lo pri­mero de churrigueresco sequeroso corresponde el monu­mento colonial de Lima que se mira en ese siglo y que llegará a nosotros.

Sólo pretendo señalar en Peralta al lírico y al cómico, y sólo señalar, que más no puedo. Los de mi edad no al­canzamos a leer el teatro de verso sino como verso o como farsa. Así, pues, el teatro de Peralta no me descubre nada de su visión del mundo inmediato ni de su sentimiento in­genuo de la vida: aun su entremés intuyo que es alegoría. Por otra parte, mi desconocimiento de la totalidad del fe­nómeno gongorino en las Indias me prohibe tratar de sus términos en una de sus figuras. Quiero apenas señalar Y celebrar la presencia de un versificador exquisito Y de un romántico anacrónico que chispean en el tenebroso Y te­mido Pedro de Peralta del que no le ha leído.

Dije, en anteriores páginas, que Góngora no vino al Perú, ni el de la letrilla ni el del ansia, y que el gongorismo que nos llega nos es el del poeta, sino el de la escuela, no el gongorismo del cordobés sino el de su España. Sin duda. el alma es otra, alma ajena, alma enajenada y mórbida, fantasma verdadero. Yo agregría si se me consintiese, que aun este gongorismo de la secuela no es propiamente gon­gorino sino en la superficie más lúcida y que es recóndita­mente barroco a lo Calderón ceñudo. Mi vacilante opinión no proviene de investigación metódica considerable, sino que es mero presentimiento cuando no intuición breVÍSUna· Sea. pues, hipótesis. Pido para mi teoría no más que pa­ciencia y sonrisa.

En nuestra poesía de los siglos XVII y XVlll, no advierto la presencia del símbolo gongorino. proféticO, in­mediato; Y si por acaso se da, no es en el peculiarisiJn° trance que lo consumaría y definiría por gongorino. Advier·

, DE LO BARROCO EN EL PERU 67

to, sí, la presencia, como interminable y exclusiva, del con­cepto barroco de escolástica agitada. Tal vez en Ayllón y en los coetáneos pueda hallarse el signo gongorino con la frecuencia definitiva, signo que es el hipérbaton. Empero llevando a sus resultas lo gongorino y poniendo la teoría en Peralta, hallaremos la transposición apenas como licencia sacramentada allí adonde la llevaron menesteres de ritmo y rima; y no contemos la frecuencia, que es innumerable. El gongorismo de Góngora casi no da dicho para discurrido Y reorganizado: es interjección y apóstrofe enorme e im­platicable, depósito de ocurrencias profundas y aparatosas, camino en ascuas que consume pie y plano. Peralta dirá en Lima Fundada:

primogénita es luz de sus ardores,

aludiendo al Inca Garcilaso; y aludiendo a Antonio de León Pinelo, en otra octava:

que con igual ilustrará cuidado.

Y en otras:

de más fuerte les arma obstinaciones

.. '" .......... - ...................... .. fiel de las maravillas monumento.

Así acaso en nada octava. No es eJ gongorismo de Góngora: es culteranismo en Peralta.

Este, en el prólogo a aquel poema, enseña cierto revés del Lunarejo, declarándose por contrario de latines Y de culteranos en el escrito en español; y el poema que sigue ~ paradigma de antítesis. Trata Peralta de formalidad, es verdad; pero de sobra sabemos que nuestro gongorismO no fruteció sino en cáscara. Dice Peralta:

68 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

"En cuanto a la introducción de voces nuevas, siempre he sido enemigo de este arbitrio, que con l~ que parece que enriquece, pierde; y con lo que.par~ ... que releva, abate. Siempre me ha~ desplac1d? ~ frémitos ululatos y alaridos: son milagro febrild. de

, h 1 t. . de Villame ¡ana, escalpelo, y otros mue os a mismos. infinitos la Palude y la flébil vía de JáuregUI y otros de algunos modernos, que por hacer un culto roman­ce, inventan un bárbaro latín".

Adelantando y ahondando, dirá al tratar de la alegoría:

"En cuanto a la alegoría dejo aquella ~ve~al a que se reducen de ordinario los poemas, ~acien~o fa una representación de la vida especulatlv~ 0 e al­práctica civil, y que es traje que puede verur a cu quiera".

romete al No cumple Peralta lo que parece que nos P ', menos, en lo tocante a la gramática. En punto a la alegona,

d t. de barroco admítase que sea la usual en poema e su 1po, 1 póstumo, esto cuando no la encubren tan por entero ~

formalidades culteranas, que sólo formalidades pa:ecen pa rd la recta aprehensión y concepto del lector, obs~mado. del

Si pensamos en Góngora y en Calderon, f¡guras . siglo anterior y del primer principio de nuestro culter:uus­mo, hemos de ponerles en el medio y en el modo de c~e: mundo y en contrarios extremos o gestos de la miS mente. Uno y otro son barroquísimos, españoles disgregados por el bólido del Renacimiento español y por el esfuerzo

· dos sobrehumano de la Contrarreforma, uno y otro alucma Y errantes por el grecorromano exhumado. Empero uno, que es Góngora, es agarrado al mundo, poeta tanto cuanto furioso: el mesurado y formal es el letrillero y nov~ero. El gongorino Góngora, el héroe de su tragedia y conflicto, se retuerce y desvuelve por codicia feroz de vida Y huelgo·

. El otro, Calderón, tesis en su antítesis, se precipita en lo

' f

DE LO BARROCO EN EL PERU 69

más hondo y ciego de su propia persona, manteniendo ape­nas la memoria del orden clásico, memoria que exalta la agonía. En el trance y en la ruina de la España barroca, Góngora desfigura al agarrar y Calderón desvanece al per­seguir. La poesía de Calderón, que es poética, apenas con poesía, si no es en el orden formal, dará alegoría continua y didáctica, concepto figurado en discurso progresivo, di­fluente y rítmico casi como pudiera serlo en prosa. Lo de Góngora es, de suyo y por genio, subitáneo y presentáneo, de inmensa referencia, renovado aprieto e indeclinable angustia, en instante y en plástica, así no se vea así, sus­penso en la estrofa, también suspensa. El tropo de Góngo­ra, el cuerpo de la poesía, concurre con el asunto de muy diverso modo que en Calderón: no está supeditado, antes motiva, rige y, recordado, representa las integridades como figuras, nombrando y pintando. La poesía de Góngora era propia de Góngora como lo fuera su dolor y su mano, por­que Góngora era él solo en su peligro, y no otro alguno en el mundo; y la razón de Góngora, lo del Góngora biográ­fico, compuesto y esclarecido, sí que concurre con lo del Calderón preceptivo, como que uno y otro eran del mismo estado, siglo y cultura.

En sus postrimerías, lo de Calderón y lo de Góng?ra, figuras como reales, debió de darse, sumado y resumtdo, en la mente de Peralta. Y es notorio que lo de Peralta va por el cauce calderoniano, paralelo a la memoria gongori­na. La relación inmediata es con el mundo natural; la de Calderón, consigo mismo. El Góngora enterado es demente Y poeta; el Calderón perplejo, psicólogo y versificador. A Góngora el verso le salva; a Calderón le vence Y le entre­tiene, si no le distrae y descamina. Y yo diría, sin pensar en época ni aun en persona, que nuestro gongorino aplicó, cuando creyó que así convenía, y nunca con aci~ per­durable, arte de Góngora a método de Calderón, stempre en coyuntura menor que la del mayor Calderón Y la del

70 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

mayor Góngora. El verso parecería de Góngora, y el discur· so correría como el de Calderón, aunque no a duda, sino a afirmación de regalía, de ludibrio o de loa. Tropo de poeta y reflexión de pensador sirven en nuestro gongoris· mo al cortesano aspirante o al agradecido, al panegirista. en suma. La máquina del Gobierno está en el verso del culterano como el bausán en la armadura, echando la crin por juntura de rodillera. Lo gongorino es contingente y, por ende, en la repetición y en el extremo abusivo Y re· pulsivo. Es así como veo nuestro gongorismo, brutesca ta· racea en lo calderoniano, desencajado todo y distraído de propia meditación y enderezado a reconocimiento y tratado de prójimo y teoría inexcusables.

. No quiero considerar teatro esencial ni teatro ejem· piar en el de Peralta. Voy derecho a su verso, alguna ~e~ a su estrofa. Y digo que ese verso, barroco, barroqwst­mo, barroco a punto que a veces renueva y rehace, es, en su parte, tanto y número, verso admirable, sí, admirable.

Peralta nos habla una vez de verso que no estribe en la razón sino en el oído. No llegará ahí su concepto: si bien de larguísima y retorcida trompa, es racional siempre, Y poquísimo tendría que deshacer en su enredo Dámaso Alon­so. Pero si cierto concepto está en cierto verso, está allí con tanta peligrosa y precaria gracia como equilibrio en música. Dirá Estatira al amante, en Afectos Vencen Fi­nezas:

Y alude:

¡Oh, cómo el corazón el modo ignora de oir la razón al ver lo que se adora!

cuando su vida y la mía dudo si es una o dependen.

Y Orondates rogará a la amada:

,

(

DE LO BARROCO EN EL PERU

O para siempre déjame tu sombra o para siempre llévate mi vida.

71

Es verso llano y patético, y acaso sea sublime. Aun en lo cómico, en el entremés de la Rodoguna, preguntará el des­pechado, ya sutil:

¿Dónde te has ido que muriendo me dejas, huérfano el grito!

Es sutil, pero, en ello y bien parecido, natural, agra­dable y hasta hermosísimo. Y en Afectos Vencen Finezas enunciará esta opinión encantadora, fuera de lo lírico Y lo cómico, y tan dentro de poética, con todo.

En fin, el mal no es tan feo, cuando canta bien sentido, que es otra cosa el gemido puesto en traje de gorjeo.

En Triunfos de Amor y Poder, exhorta Isis a Inaco:

Pregúntalo al Destino.

Y replica Inaco:

De su rigor tremendo, . . No me atrevo a entender lo que ad1vmo.

Júpiter prevendrá a los fugitivos:

Es muy lenta planta mortal para iras celestiales.

Es nobilísima expresión. y es noble poesía. Entre innlmlC­rables semejantes, son versos ópimos Y asequibles.

1 au:

muy lejos de aquellos otroS. que sou, ~ os

72 RAFAEL DE LA FUENTE BENAV1DES

Y que aparecen característicamente en discurso largo, de monólogo o diálogo, versos que parecen escritos por el Critilo de Gracián, en rato de tedio, como para confundir mente Y mundo e infestar de ontología la presencia.

, Es muy freceunte en Peralta la expresión romántica mas pura y noble; y la sorprendente versificación métrica Y .polirrítmica vuelve alucinante la lectura a quien la exa­~mare por culterana. Sus héroes son inteligidos y corre­gidos; pero afectos y versos de Peralta suelen ser libérrimos Y vivaces. Llega el culterano a ser bastante fuerte, a re­montar el estilo en un solo salto. Se miran huellas de ter­nura humana, trémulas y tomátiles, en la fingida y confi­na~. ?oética. Alguna vez llega en sentido a lo barroco ~rn~nbvo, sentimental y simple; y reclamos y quejas nos

aran recordar al punto la voz y la pasión de la Esposa de_ San Juan de la Cruz. Dice Hipómenes a Atlanta, des­denosa, en Triunfos de Amor y Poder:

- ¡Espera, deténte, hermosa ninfa cruel, acabaste

de impr~irte en todo el pecho Y te olvidas de tu imagen? ¿~o?as el alma y la dejas? VIctima tuya la haces· Y mereciendo tus flechas ¿no merece tus altares? ' l Qué, el. blanco es digno y presumes el despojo despreciable?

. dEs la queja inmortal del perfecto Diálogo, beso al aire el ansía renacentista:

-¿Por qué, pues han llagado aqueste corazón, no le sanaste?

Y pues me le has robado ¿por qué así le dejaste '

Y no tomas el robo que robaste?

,

¡

DE LO BARROCO EN EL PERU 73

Peralta, en esto gongorino, aunque deliberado, man­tiene intensa y frecuentísima relación con el mundo. Cum­ple con brío reparador y propiciatorio cierta regla calde­roniana, en Calderón mancornada lo más por el humanista indominable:

La alegoría no es más que un espejo que traslada lo que es con lo que no es, y está toda su elegancia en que salga parecida tanto la copia a la tabla, que el que está mirando a una piense que está viendo a entrambas.

El Antíoco de la Rodoguna dirá más breve y no menos sabiamente:

Naturaleza y amor tienen sus nobles esferas separadas, sin que impida uno a otro conocerlas.

Peralta llega cerca del amor cabal yendo por el camal, no, por cierto, en su teatro mayor y conceptuoso, de versos helados en la escena, pero sí llega en su teatro menor Y nefando, de entremés y baile. Calderón afirmaba que:

lo mental no tiene sexo.

Empero ei hombre y la mujer sí que lo tienen; Y es en las dos o tres piecezuelas de Peralta donde aparecen. Y con ellos el amor de la carne, sin concepto alguno. Es ahí, en esa desvergonzada representación de parejas Y l~n­ces de mesocracia írrita donde creo oir vagido o crugido del títere de Segura y c~nfidencia de nuestra invariable cla­se media y casta romántica, prima hermana de la esclava­tura.

74 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

Digo en otra página que sospecho que nuestro roman­ticismo formal, blasón de mesocracia en el Perú y donde­quiera que fuere, comienza con la entronización en España de la Casa de Francia y que el platonismo aberrativo de lo barroco español será reavivado por la sobriedad y pudi­cícia de Corneille, sublime, trágico y contagioso por infi­cionado de hispanismo. Por lo demás, si fiamos al escrito de Peralta, éste no presintió entonces de ninguna cosa nue­va, Y entró en el nuevo siglo como en casa conocida y en día siguiente. El tremendo signo del Borbón coronado en España no le sugiere sino conceptos de criollo empleado Y cortesano. En La Gloire de Louis le Grand, dice:

voyant suivre a une nuit une aube de si pres qu'un soleil, qui tombait, levait autre soleil.

Y en Le Triomphe d'Astree, dice al nuevo rey:

Pardonne haut Soleil les défauts adorants de qui, pour Saluer tes éclats rayonnants, de ses Pays contraints toujours dans la cloture, saos fil d'or pénetrant le Langage Celtique, P~ un destin secret fut le vivant augure, qu~, des, pronon~ait Bourbonne l'Amerique.

Sospecho que la influencia de Francia vaya más allá del arreglo de la Rodoguna, si no en el restante teatro for­mal, que es de forma calderoniana de capa y espada, en tres actos o jornadas, sí en el teatro menor, tan importan­te en la expresión de Peralta y su siglo. El fin de fiesta de 1_fectos Vencen Finezas es de notoria inspiración del Moliere de las preciosas ridículas; así como el fin de fiesta de Triunfos de Amor y Poder donde a más de la in-fl . ' uenc.ta de Moliere, transparece la remotísima de Rabelais contra la inmediata y quevedesca de Caviedes así sea que la relación de estos nombres resulte monstru~a. Caviedes es el que dice allí los más agudos versos. El doctor ter-

l

DE LO BARROCO EN EL PERU 75

cero, el último del parlamento, dice versos de Caviedes, los que éste dijo contra el reciente médico de la Inquisición:

¡Viva el gran Filipo Quinto y sus enemigos venza, que puede con esta gente hacerles bastante guerra.

El entremés y baile, prefigura Peralta, por vivacísimo contraste y con alucinante anacronismo, el teatro de Segu­ra. La expresión de Peralta es más compuesta, pero el designio bestial, el cuestionario brevísimo y el desarro­llo perfecto son más audaces. El entremés de La Rodo­guna sería el más perdurable y limeño de las farsas de Se­gura si éste osara muy allá en economía y moral doméstica. Mariquita, Chepita, Panchita y Chanita ceden a regalos de sacristán, maestro de baile, maestro de leer y mercachifle. A este último dirá Pan chita, rendida:

Toda soy tuya; y en mí, a intereses de beldad, mercader de amor has puesto lo que pierdes de bausán.

De pronto, el padre aparece; y las tres prorrumpen en las mismas palabras:

¿Qué haremos si de esta gira ha desenvuelto el tamal?

Y el padre acaba resignándose en merienda copiosa. Y Chepíta canta, la última:

Y pues ya la ha tragado, tenga paciencia.

A tanto nunca llegó Segura; y eso que me callo las refie­xiones del padre. La gracia de Peralta es muy gr~, tan grande como la del Segura más gracioso. La letrilla,

76 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

tan limeña, tan fácil, del baile de Afectos Vencen Finezas, letrilla que dicen a duo Mercurio y la Náyade, la prefiero sin vacilar a la de las niñas que hay y que no hay y al ave· maría de Ña Catita. Es cosa de leerlo. Es admirable, encantadora y aguda nadería, algo tan lindo como vitando.

No podría decir más de Peralta sino repitiendo Y glosando neciamente versos innumerables. Uno y el otro, el nefando y el lírico, hacen dos naturalísimos y extraordi­narios poetas del siglo XVIII y del Perú barroco, entram· bos en una misma persona extraordinaria no sólo por la poesía. Vaya que es interesante y uno mismo Peralta. Nun· ca agradeceremos bastante a Irving Leonard que haya editado su teatro y poesía miscelánea.

Lo churrigueresco criollo no es lo de Churriguera. No adorna propiamente sino ahoga. Gusta tanto cuanto es· camotea y enfurece. Al fin y al cabo, es como juego de niños; la prolijidad se vuelve garabato y la verdad, dispa· rate. Toda llana faz desaparece; columna y frontón ere· cen como por cáncer. El motivo delira: remira, estólido, sus_ propias entrañas. La cruz y sirena; la flor y el fruto. el angel Y la bestia se juntan por diferenciarse en el bolo enorme. La República hubo de cortar senos de mujeres e~. el sillar de la Compañía de Arequipa, templo de los hiJOS de Ignacio. Es acá tremendo y pueril lo churrigue­resco. Y como siempre en el Perú, en el siglo XVIII com· parecen para nuestra sentencia, confundiéndonos, la porta· da nobilísima, apenas barroca, de verdadera piedra, de Jos Marqueses de San Lorenzo de Valleumbroso, y la de impura espum~ de siniestra resaca, de San Agustín; el lujo osten· toso e mtonso del Palacio de Torre Tagle; y el solar en· cantador por incipiente y va acabado de los Condes de Rodulfo. •

. En tal exhausto y versativo nominalismo, no es más lasctva la ondina que la cornuconia si no la extraemos Y ac ~._-- r •

os......._. No creo que haya sido el negro obrero de esa

DE LO BARROCO EN EL PERU 77

obra. Debe de haber sido en su trazo de integridad y vi­veza de parte, cosa de mestizo ya absolutamente criollo y españolizante. Así es el teatro de Segura, inocuo en lo sexual; y bien sabemos que de su prole costumbrista han salido toda vez los paladines de la pública decencia. Cos­tumbre en criollo es sinónimo de buena costumbre, de honesto y alegre esparcimiento. según tradición nimia des· cargada. La sátira de Pardo en cuanto alude a orgía, es hoy paleográfica: apenas vive en las dulces candideces de Goyito y en las no menos cándidas calaveradas de Ber­nardo. Lo churrigueresco no consiente pasión que no sea molicie, hipocondría, expresión miniada e inválida. El mon­tón romántico es señuelo indubitable; y no lo fueron menos el pacato naturalismo y la juguetería ultraísta.

He aquí lo trágico: que tras del relieve no haya sino escayola, que toda la vivacidad sea la del mentido mundo de la superficie; que no sea ninguno el que miramos en la linfa; que la turbación monstruosa eternice allí la onda turbadora.

Releamos los carteles de certamen: en ellos, lo más gongorino no es la forma de por de fuera. En trance y la sal­v~ción, la transposición y la coyuntura no se dan en poema m de Peralta. Se da apenas el premio -una palmatoria con su candileja, una pileta de realce, una palangana con s~ gola- apenas el mecenas o pretexto protático; apenas Cierto diapasón esforzadísimo y la esforzadísima atención con que debe uno leer el verso. Se da pues, o la cosa ex­traña al poema, que le incita y azuza. o la imponderable Y desaforada del que se pone en lo gongorino. El verso colonial no se escabulle y sobrevive, multiplicado en sus tarazones, monstruoso y maravilloso en español como el de Góngora latinizante. Parece difícil porque uno va a le_erlo con llevada dificultad y por el exceso de ítgUtaS

diversas - en nuestro verso, enteras; recurso éste que Gón­gora ejercitó descomponiendo cada figura y aplicándose a

78 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVTDES

cada elemento; recurso que nuestro gongorino lleva, ~u­do, a las referencias y relaciones de figura con figur~. ~ten considerado, la multiplicidad de relación y referencia vtene a ser la faz gongorina inalienable el arabesco encamado Y animado. El principio, nuestro gongorino lo admitió por ~ y lo convirtió a la descomposición de la escena. Y lo mas propio de Góngora, lo que sólo Góngora osó y atinó con fruto, la descomposición de la figura en el juego de sus elementos reales y relaciones posibles, fue reducido Y ~es­tinado a patrón y prontuario del facilitado y abrevtado ejercicio útil, común y ordinario. d

Debemos, a pesar de todo, mantener el nombre . e gongorino para aquella poesía, porque en algo gon~onno tiene su raíz y la mitad inextinguible de su savia. RepttamOS que nuestro gongorismo se parece al gongorismo; donde más, en los excesos. Pues a Góngora no se parecerá nu.estro gongorismo sino en la medida del defecto. La semeJ~ de Bocángel, la fisonomía familiar que éste tuvo de com~ con Góngora no parecerá propiamente en nuestr~ ~a gongorina sino fuera de su límite cronológico Y JUOS~J~­ción estética; bien en el petraquesco poema de A~tllS, hermano del de Góngora por su pureza y peligro; b1en en el tardío, desvelado y miope del Conde de la Granja sobre Santa Rosa de Lima, de tal cual verso gongorino a. lo Góngora mismo, aunque deliberado y copiado y corregido.

Nuestro gongorismo fue como el español, pero exacer­bado, extremado, enfurecido; y Góngora le es tan ej~~plar Y ajeno como el abuelo sabio al nieto idiota. Es movil de vanidad, por la creciente e innumerable hidra degollada, el que mueve al secular y, al cabo, maquinal e incruento tra· bajo de los poetas coloniales. Todo medio Góngora -el exquisito, suavísimo y sencillísimo-- no pasará por nuestra poesía sino, ayer, resurrecto, extraño, afrancesado, desme­moriado, con algunas Cantilenas de Ventura García Cal·

:

DE LO BARROCO EN EL PERU 79

derón o en algunos romances escritos por nosotros mismos, imitando a los discípulos de Juan Ramón Jiménez.

No quiero decir con cuanto llevo dicho que el verso bueno y capaz y lleno de expresión y figura falte en cada poema gongorino de la Colonia. Debe de ser numerosísimo. Hojeando, al azar, el cartel del certamen con que San Marcos recibió a J áuregui, descubro éste, dignísimo del propio Góngora, si sosegó tras del pensamiento sangrante y la cópula con la cosa:

Todo un Dios por mis venas se derrama.

Lo escribió, para el asunto de El zeta de S. E., Don Pedro Veles, capitán de caballos de la Guardia del Virrey Y coronel de milicias, y ganó una palangana con su gola. Sigue -aquí está nuestro gongorismo- Don Luis de Mata, familiar de S. E., embarazado con los modos de don Luis. con los enormes instrumentos, con el que pretendiere pintar la pared de enfrente subido en la escala de Jacob. La enor­midad, casi inmensa, de Góngora, encerrada en figura pro­porcionada, aceptadas sus proposiciones, discurre ya en su discurso lógicamente y cualquiera le entiende si puede aten­derle:

Toda la admiración le nota raro. Cotejo no le encuentra la memoria. En tanto empeño decaerá mi lira, si el mismo a quien celebro no la inspira.

Sigue Don Juan Saldías, también familiar de S. E.; Y sigue para probar en la teoría como seguirán todos aque· Ilos a quienes no se les escape el verso divino:

Jáuregui es en quien digo que se admira esta Fidelidad en tal exceso, que ni en lo sucesivo tendrá copia ni allá en la antigüedad tuvo modelo.

80 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

Es el gigantismo de la teratología; no el de la mito­logía; muy menos, el de Góngora, el de la sicología. Es for· ma ordinaria en extraordinaria desproporción para con la proporción placentera y verdadera. Es desacuerdo concertado Y rítmica pugna entre medio y objeto, farsa torpe e inter· minable.

En América el gongorismo debió ser de otro modo. Y digamos también que el gongorismo profundo apenas fue en el nuestro. No se concibe evitar la cosa y huir en el nombre donde la cosa, por fin, es hallada y lograda. El oro Y el albedrío que, desde luego, toma en América el recién llegado, debió ser sustancia en otra forma. La teoría del gongorismo de España debió ser apenas principio del gon· gorismo en América, no su cola. El gongorismo americano, con el vientre redondo y la sangre afanada en la difícil di­gestión de tanto de físico, debió buscar otras dificultades. no las aquí concluidas. El siglo de mayor gongorismo Y for· malismo sustantivo es, en parte grande, el siglo xvm, en años que se confunden con los de Unanue y Cisneros.

A fines del siglo, Caviedes egresa de lo barroco ret~· cido él entero y derecho, y adopta cierto realismo poénco español, genial, enjuto, quevedesco, en que lo barroco es apenas la licencia amarga del motivo.

En el siglo XVIII, el Renacimiento español como ya apenas barroco, ecuación apenas despejada, así todavía fór· mula, persiste en la portada de los Marqueses de San Ur renzo de Valleumbroso. El secreto, reprimido, gesticula en cuanto ausente con las proporciones almohadilladas de la quinta de los señores de la Presa. La propensión barr~ está allí, en las casas gentilicias, como estará, en el siglo siguiente, en los patricios sentimentales. De entre todoS nuestros románticos efectivos sólo Pardo combate con triunfo contra lo barroco, en 'el sentido; y así y todo •. su retablo de clasicista a la francesa ha de asilar advocaciófl romántica, efigie patética y beatería mestiza. Releamos aJ&o

DE LO BARROCO EN EL PERU 81

de la más arquitectural. equilibrada y peligrosa represen· tación del Pardo realista y racionalista en lo que dice de la predilección de Bernardo, amigo de Ña Chombita, de Allá por el Patrocinio:

alias La flor de membrillo, mulata de alto coturno, hija de Taita Cabrito, sacristán al mismo tiempo que maestro de baile eximio.

No dice más, pero ya lo dijo todo. Si entrara y descri~ biera, habría de ser barroco como el altarito de Ña Chom~ bita.

. En el siglo XIX. en el siglo de las relaciones cientí-f:cas Y exactas y de las teorías simples y feas, el romántico limeño irá al planto como el gongorino limeño fue al tropo. Decaída la alegoría, lo mismo de barroco da en cada siglo, con aberrativa proceridad, más reblandecida y deformada materia premisa. Lo que sí podemos afirmar es que el que no llegó a América fue Góngora mismo, ni el de la letrilla ni el de la angustia. Arona, fidedignísimo, lo dirá rotundamente en prefacio a la publicación de cierto inédito en la Revista Peruana:

"No extrañen nuestros lectores que confundamos e~ un mismo anatema al culteranismo y a la lnquisi­C!on, tanto porque coexistieron, cuanto porque lo uno servía para torturar el cuerpo y lo otro para torturar el espíritu.

Es cierto que el culteranismo no era indígena de la Colonia ni pesaba sobre ella sola, como que caracterizaba a la Metrópoli y otras naciones de Eu­ropa; pero también es indudable que, al pasar el océano se desvanecía y sólo recibíamos la grosera corteza; por lo que tuvimos muchos Peraltas, en el sentido de culteranismo y no un solo Góngora".

82 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

La corteza de la poesía es la persona del hombre, en clave estética; el culteranismo de Peralta ha sido revalidado por recientes publicaciones y modas; y queda en pie el Gón­gora ausente.

Todo lo que fue de cierto, de hecho así fue porque de otro modo no podía ser. Si el poeta es el que huye, es, en ello, el que de lo más hondo parte, el atento a sí mismo, el que declara la esencial correlatividad e insuficiencia de lo humano, el locuaz ingenuo; y por aquello a que huye, averiguamos tremendamente la realidad suya, el sitio pro­pio de que parte. Pues el sitio propio del gongorismo fue política, lugar de regla benéfica pero estrechísima, claustro de novicios. La piedad hubo de ser honda; la lección con sangre aprendida; el verso del discípulo, igual al del maes­tro, si no más allá. El verso gongorino es la mejor leyenda en la pared del cristo greco, del más conmovedor Y }argo: todo, negocio del trazo e intención del que lee. NuestrO gongorista absoluto, viene a ser con respecto al mudable Y único Góngora como el mavordomo de la cofradía con respecto al santo patrono: o ·santurrón o mentecato. La humana fe pide figura humana. Sin embargo, hemos de conceder a nuestro gongorista toda indulgencia en cuanto a lo político, que fue asno en su noria; y hasta en punto a lo literario, en cierto modo, que se fatigó en su error cOJDO lo merecía el acierto y que en el pecado mismo hallÓ toda la penitencia.

El gongorismo es historia inverosímil, síntoma de la invasión Y de la confluencia y no de la síntesis. Es infrUC· tuosa Y duradera catástrofe terremoto en desierto, orografía Y sismología. Empero es ~n su abismo por donde ba de pasar nuestro romanticismo corriente, erosivo y alisante. No es otro el álveo ni el declive ni el yermo valle ni la vmeta en que nos está, y no ~ retratado; cosa de mirarla Y no estar en ella; pintoresco método de ilustrarnos en todo a lo cultís" · · • uno, sm nOCJOn de nada ni propósito de t:ruto.

III

CONCOLORCORVO. OLA VIDE Y V ALDES

Antecedente de nuestro romanticismo; más aun, su principio de posibilidad, su primera posición anímica y como su suelo y base, está el culteranismo de las postrimerías, entre que sí y que no, enervado por la triunfante manse­dumbre de Meléndez, el cenital agobio del afrancesamiento académico y la parábola de Iriarte y Samaniego y La Fon­taine traducido y expurgado. Tal influencia --que en ver­dad no lo es, sino esencial restricción, sustracción de lo más genial- se manifiesta en la literatura de la Colonia final o en acento o en matiz o por escogitación del motivo. Es como cierta cenestesia; como inconfesa y consentida fatiga. Es más y menos que letra; reforma de hecho y sin aserto.

Los Amantes del País se llaman Zeufredio, Herfilao, Euripilo, Aristio, Nerdacio; y discuten sobre el amor y sus Propiedades, cuestiones con previstos términos y pies forza­dos, términos y pies como éstos:

Y nunca estuvo más sabio Júpiter que en lluvia de oro.

No fue nuestro enciclopedista hacia la prueba peligro­sa, sino que permaneció en el discurso allanado, ya flore­cidas las bardas. La experiencia es con los ergos del ergotis­mo; al menos, en las conclusiones. Es verdad que en el Mercurio Peruano el examen del territorio y sus accidentes es frecuente y prolijo; pero también es verdad que de antiguo venía tal faena al que escn'bió en América: los ero-

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nistas de Indias trataron, en cuanto consintieron sus no­ciones, de la América real y difícil. Innovan los innovadores con estilo Y nomenclatura; cuando más, con objeto; pero de todos modos podría ser el innovador contertulio de Ber­~údez de la Torre. Si la bella literatura en algo y para algo Importa, la de fines del siglo XVIII interesa apenas por ~nanto muestra de la enervación y nimiedad francesas, be­l~~eran~es en España y aquí representadas. La rebelión po­lí~ca SI la hubo fue de aquelarre, secreta y desconocida, nm~a en impreso; y valió solamente para los que laman­~v~eron en tal modo. Traducen a Metastasio; y la octavilla Italiana con que despide, en castellano, a Nice es de las ma­yores piezas que cobra el crítico literario que caza en el Mercurio Peruano. Las platónicas disertaciones sobre el amor que nace con el delito; las noticias sobre Antonio de León Pinelo Y su opúsculo sobre que el chocolate no quebranta el ayuno eclesiástico; las octavas reales de Amanto, pastor en Lambayeque y esposo de Erbenise al pastor de las ri­beras del Rímac, Lesbio, sobre la inundación, no dejan creer que nueva literatura verdaderamente comience con la nueva fil fía oso · Entre los afrancesados y Melgar está entera, la h "da ' umaru ~ :1 amor, el sino, la patria; todo cuanto de tre-mendo, fatidtco e inalienable aqueja al hombre de arte.

. Nuestro siglo XVIII acaba lamentablemente. No alcan­za ru al dorarse ni al volar del serojo. En tregua en poesía Y P~ en arquitectura; y en ésta no alcanza como en otraS reg¡ones ame · f ' ,

1 ncanas, ormas de agrado alguno, formas que

Sl as alcanzaron en Méjico en el templo de Celaya y el Brasil ~los templos del Leproso. Dígase Io que se diga, nuestro

~o Y mayor monumento de ese medio siglo sin data preciSa, de des · Maes

peJo en lo churrigueresco de reemplazo a lo tro es fe f - · ' . .d ' 0 • eiSIIDo, con su techo pesado y su revoque

cnspt o. Fea es la · t de & la , qum a los Marqueses de Presa. y 1ea Poesía de los Amantes del País Es 1 últim" f-..._ la de la r ·n- • a a .,..._, t occu.u:.

DE LO BARROCO EN EL PERU 87

Es acaso en el prólogo a El Evangelio en Triunfo donde alcanzamos cierta confesión de cómo eran ánimo e inten­ción de los afrancesados, confesión velada por lágrinla y párpado de tardío y miedoso arrepentimiento. En los prime­ros años del siglo XIX, Olavide el audacísimo no atina con el radiante engendro; sólo recuerda de la cópula vergonzosa. En la víspera insigne se queda en tentación y pecado, es­condiéndose en Francia y aspirando a España según su protagonista; con el embeleco de las Cartas Persas y el de­seo de los tiempos seguros; sin memoria probable de su América nativa:

"Muchos años antes, con la licencia de los escri­tos, se había multiplicado el número de sus sectarios; sobre todo, entre las gentes de cierta clase, que con más fortuna y otra educación, querían vivir a gusto d~ sus pasiones, y aspiraban a distinguirse por opi­mones atrevidas. Pero aunque ésta fuese la causa principal, yo creí descubrir otra más inmediata en la igorancia de los pueblos".

Confunde culpas y disculpas; y sigue confesando:

"Aquel que por contentar sus pasiones, se dexa seducir por los halagos de una falaz filosofía, acumu­lando errores y delitos, no hace más que cercarse de angustia y terrores".

La confusión que la Revolución Francesa causa en el ánimo de Olavide, que se desahoga quejándose, será, veinte años después, la que agite por largos años las almas de los doctrinarios mandones que se desahogarán injuriando. Y aquella alma ingenua que con Olavide se transparenta es la que doctamente se recrea y entretiene en nuestra última Püesía clasicista.

Es muy después cuando el afrancesamiento -ya espa­ñolizado y asimilado- ha de frutar propiamente, con fruto

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suyo y nuevo, no ya en matiz y en acento, sino en libro im­preso y releído. Es en lo que tradujo de los Salmos de David el protomédico Valdés, que es cosa tan de entenderse, aun­que no valga la pena de la lectura, que la oscura y tormen­tosa totalidad del caos originario de lo traducido se vuelve enumeración, distribución y proporción de farmacopea, con más frecuencia de la tolerable. Y publicó en 1833. Verdad que es obra para la unción ajena y no de la propia, según declara en el prólogo: Como en el mayor número de Salmos habla el Profeta con Dios, de cada uno de éstos he formado una oración". Y agrega, con ingenuidad de republicano Y doctrina de colonial que lo hace "absteniéndose de todo aso­nante o consonante que exprese el sexo del que lee u ora, para que estando éste en el medio del verso, y no en su extremo, pueda variarlo cada persona sin alterar el conso­nante o asonante". Pero ¡qué oración la que compone! Dice que tradujo en verso con sumo trabajo; y bien pudo callar­lo, porque cada verso lo confiesa:

Su corazón rebelde y orgulloso violaba los divinos mandamientos de la sagrada alianza; así, sus actos de dolor eran puramente externos.

Asf es el humano del Salmo Prescindamos de lo fiel 0 ~~~ de la traducción: atendam~ a la prosaica prosa mal versificada en que se vierte algo de lo sumo de poético, al­go de lo divino a que alcanzó el humano. Todo es de pro-saís .

mo sm la gracia -gustosa por más que por nueva-que al verso español de enantes trajeron los afrancesados, sacrificando en balde muchísimo pero reemplazando en t~ con cierta cosa que allí faitaba. Así es todo lo de xxvri: Es peor dondequiera. Aquí traduce del salmO

DE LO BARROCO EN EL PERU

Al verle, espavoridos, los gentiles, temblando le dejaron el terreno, que El como propio herencia dio a los suyos, después de distribuirlo por sorteo.

Y del salmo CIV:

Produjo de repente aquel terreno inmensa copia de asquerosas ranas, que hasta el regio palacio se metieron, ensuciando las chozas y las casas.

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No acierto a explicarme el elogio de Menéndez Pelayo, si no es de lo fiel de la paráfasis a lo literal; ni por qué Palma, aquí y para nosotros, tan escritor hasta en sus fallas, en su "Apología del Pichón Palomino", le llama "admirable traductor de los Salmos".

Menéndez Pelayo -que, en el prefacio a su Historia de la Poesía Hispano-Americana, hace hincapié en lo injusto que suele ser el crítico con el coetáneo, a pesar de voluntad justiciera- me hace caer con el elogio de Valdés en el más profundo desconcierto. Podrá ser con relación a otras versiones del Salterio escritas en América excelente la de Valdés; pero leyéndola sin cotejo ni prejuicio, es, al menos hoy, y para el de hoy, como poesía en castellano, pueril a lo fastidioso. Advierto la enormidad de mi osadía; pero no pue­do menos de confesarla con ingenuidad que tomo de V aldés mismo, ingenuidad tan celebrada. En cuanto a su pureza de lengua, injuria sería en mí que dijera que no la descubro sino en donde su vulgaridad va por el cauce ancho Y cuando ninguna gramática impide. Riva Agüero, que, en ot~o ~­rrafo, repara en lo correcto de su prosa en escritos Científi­cos, señala en sus Salmos incorrecciones y descuidos de niño o burdo. Por otra parte, la oda de Mora sobre la tra­ducción de V aldés -oda armoniosa, correcta y sobria como ella sola- toca en tema y apenas roza la paráfrasis: no se

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critica ni se opina en ella. En fin, no puede olvidarse que, fuera d:: la poesía, fue Valdés médico eminente, y que el homenaJe siempre encontró en él más de un motivo. Lazo mismo, olvidadizo romántico, en un célebre artículo sobre las razas del Perú pasó a Valdés por ejemplo de que podía honrar la amistad de un mulato.

Recalca Riva Agüero que la traducción de Valdés fue parafrástica, exculpando al autor en cuanto puede de sus pueriles extravagancias. En verdad, toda traducción de verso a verso es de suyo y hecho paráfrasis, más o menos arbitraria y extendida o abreviada. Valdés, al poner en castellano el Salmo de David tuvo la favorable coyuntura d_c no traducir de propio verso sino de uno de armonía Y ntmo ideológico, inteligible, íntimo; y sin embargo, no lo aprovechó, Y tradujo el verso hebreo de la traducción latina como si fuera semejante al castellano, forzándolo y estirán­dolo_ en el modo ordinario, con los más rudos y simples medios. Paráfrasis fue también la de Olavide, y sobre la vulgata; Y tampoco anduvo en flores al parafrasear. Así Y todo, pr~fiero la acaso no dulce pero sí formal paráfrasis de Olav1de, publicada treinta años antes de la de Valdés, es más prop· ' b · , Ia Y mas so na. Comparemos. Los primeros ver-stculos &egún Valdés antes transcritos, que son el 36 y el 37 del salmo LXXVII (Et dilexerunt eum in ore suo, et lingUa sua me ti· n ti sunt ei. - Cor autem eorum non erat rectum eo: nei fidelis habiti sunt in testamento ejus) los traduce 0 .Parafrasea Olavide así:

Per? estos sentimientos eran fríos; Y 80!~ le salían de los labios SllffilSIOnes fingidas que nacían del terror, Y eran hijas del engaño.

Los ve_rsículos 30 y 44 del salmo cv ( Eddit terra eo­rum ranas m penetralibus regum ipsorum. -Et dedit iilis

DE LO BARROCO EN EL PERU 91

regiones gentium; et labores populorum possederunt) son en la paráfrasis de Olavide así:

Las aguas de los ríos se convierten en sangre; los pescados quedan muertos; y las ranas oradan del palacio hasta los gabinetes más secretos.

Arroja a las naciones que se habían de toda la región apoderado. Divide los terrenos, los reparte; y por suerte los da su justa mano.

La interpolación de los del sorteo; el exceso parafrás­tico y cien otras semejanzas de hecho y actitud prueban que Valdés escribió pensando con la lectura de Olavide Y que le siguió, acaso involuntariamente.

Verdad que con Valdés y en libro aparece cierta forma que no es la que componemos con los centones de la Colonia ni aquella con que mantearon a la República; sino una que, compartiendo sicología y cola de entrambas, a todas se en­frenta y espanta, sirenia, anfibia, monstruosa. Ahora bien, ¿era necesaria tan ruda y rasera tala de lo gongorino? En obra de devoción, de estricto tema sagrado, es claro que no cabía seto de Anacreonte ni máscara de Fedro. Los re­cursos contemporáneos eran inútiles para traductor de los Salmos. Y el protomédico hubo de hacerse camino como pudo, alentado acaso por idénticos impulsos de autores franceses y frecuentes. Ignoraba, sin duda, V aldés que en literatura motivo y mente son lo de menos si sólo ellos son; que literatura es orden en la letra, cierto orden arti­ficioso y como natural, aun cuando deliberadamente artifi­cioso; la máquina de reloj de la gramática; corazón hechizo, delicado y durísimo, complejo y unívoco. Por desdeñar ga­las profanas, hace incurrir al que lee en borlas sacrílegas. Compar~mos con la simple prosa de la traducción de Sclo:

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el coetáneo de Valdés hubo de leer con nuestro criterio. Si algún verso bueno asoma, hemos de apartarle por extraño e intolerable en el concierto. La traducción toda parece pa­rodia. Bien que aprendemos que mera naturalidad y asunto sublime no hacen deseable literatura de peruano. Falta la pasión, así sea la indigna, y cierta paradójica serenidad para con la forma. Con más seriedad releemos al clérigo Larriva que leemos al médico Valdés. De la monografía de Lavalle, publicada en la Revista de Lima, y de cuantos tratan de Valdés a lo biográfico, sale el traductor de los Salmos, culto entre los de su tiempo, todavía enciclopedistas, laboriosos Y pobres; Y viénenos tan responsables en el verso como ino­cente en la poesía. Concluyamos que los Salmos de Valdés son cosa, no de propia literatura sino de buena voluntad, acreditando una vez más que la literatura es oficio de lite­ratos Y no pasatiempo de enciclopedistas.

Pero reparemos en !o no colonial de Valdés, en lo nada gongorino; y atemos el cabo con el principio de nues­tro romanticismo. Diríamos que la poesía de Valdés puede parecer nuestro romanticismo en pañales o, hablando como hablara el mismo Valdés, nuestro romanticismo destapado. Hallaremos después la creatura inane vestida de embarazo­s~s Y ajenas galas; pero el llanto perenne, el instinto prima­?0• la terca debilidad y la necesidad natural permanecerán malterables en el romanticismo adulto. Así en Valdés, apenas en el primer principio, ya está extremada y aguzada la e di "ó 1 · on CI n amentable. Anodo del romanticismo consiSte apenas en fea pieza si se Ia desmonta V .

. · A. Belaunde, al reclamar el Sarmiento peruano Pide el panfleto aun para hoy y con tanta urgencia como el poema S tí· dad · a neos ~anfletarios, sin embargo, los hubo; ver-

es que los mas y mejores anónimos accidentalísimOS, Y1 por Ja baja policía o por la barragana del cura. Y sim-

: ~anfletarios los hubo luego; y hasta vastos y redon­ea , como Pruvonena; y anónimos, innumerables y fir-

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ruantes, como los Presidentes en las proclamas. Mas ocurre que en el tiempo aquél, de característica y explicable irasci­bilidad. es el escrito como la esfera del reloj, campo de funció~ y no la función misma; y hoy, descompuesto, des­concertado, es al ojo como el libelo. La ecuanimidad pro­funda que Diderot exigía al actor teatral no es prevención que acaten los libretistas en el primer acto de nuestra de­mocracia. El abismo que está entre el crítico del arquetipo clásico y nuestro crítico de entonces es insondable, y hubo de ser salvado, porque apuraba el paso. Así y todo, desde 181 O, el presentimiento de la libertad política arrebaña los otros sentimientos; los junta en un solo haz, heterogéneo pero resistente y ofensivo. No tardará en nacer el remitido, que no morirá ni a manos de Segura. Solapado, razonable y veleidoso, cargado de mediata sinceridad, con motivo in­diferente pero toda vez nacionalísimo cuando limeñísimo, el periodismo no oficial de los últimos días de la Colonia es el puente rudimentario entre una y la otra ribera. La Ley de Imprenta formaliza y ordena la libertad, que es de expre­sión más que de pensamiento, facultando legalmente a unos para repetir lo del Gobierno y a otros para mover guerra campal a sus enemigos personales, con imprevista trascen­dencia. La declarada sumisión a la incierta autoridad de la España invadida, es como el clasicismo del Melgar estudiante aprovechado de Menéndez Pelayo. Cada cual tiene lo suyo por decir; y acaba diciéndolo como puede Y reconoce.

Si Rico, Río y demás libelistas según la Gaceta de Lima, salen por sí propios del aula de estética, se n~ queda el clérigo Larriva, ducho en artes de permanec~r _sm acomodarse y disimular sin corregirse. Criollo alegonco, tan burlón como quisquilloso; tan apasionado en un mo­mento cuanto olvidadizo en el siguiente; sensible a todo estímulo; guiño del ojo, empujón de nervioso, mano de

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tahur, la mente nunca se le atraganta. La malicia incesante Y la grosería súbita son principio y fin de su personalidad.

Entre los memorables de su tiempo, que vienen a ser apenas aquellos en quienes Larriva se ensañó más y mejor, este clérigo tremendo es el que define y prueba el carácter sumo y el modo profundo de él mismo y de sus seme­jantes. Era época copiosísima de libelistas que no es­crupulizaban al escribir ni se arrepentían después de ex­pansionarse. Tan ingenuos cuanto maliciosos, tan espon­táneos cuanto oportunos, tan seguros cuanto mudables, los demás tienen en Larriva el más idóneo representante Y el jefe nato. La alusión a lo personal y familiar -que se exacerba en la enemiga y gresca con Rico, el de los once apellidos- es antecedente inmediato del pasquín anterior a aquél Y el de nuestros días y el que siempre será cuando fuere en Lima. Importa, sobre todo, porque es ya cosa literaria, así o asá, y porque da principio atractivo Y con­siderable en la República a cierto estilo de expresión como literaria, con motivos, recursos y efectos propios, que no es la ruindad mal rimada de los que insultaron a los Marqueses de Castelfuerte y Casa Concha. Es sátira que no es la de Caviedes, no política y así retórica; que no es la de Terralla, indiferente crítica de forastero aplicada a indiferentes evidencias sociales. Todo el doméstico Y municipal desconcierto de la Libertad, horro de doctrina entendida Y sabidora de todo argumento contundente, se desahoga en lo de Larriva con la primera figura q~e ~ le pone delante, figura que al punto se da a la sa­tira por au~ra de todo el retablo y responsable de toda la ~na- Bolívar será tanto neciamente vilipendiado cuanto re· toncamente divinizado; no en diversos hechos de la historia delP , · ·

eru smo apenas en diversos estados del ánimo de Lam-va. Y _no es cosa de extrañar en éste, pues en sus mocec:IadeS arengo, extremando el ritual servilismo, al Virrey AbaSCal Y compuso, como Olmedo, oración fúnebre a la muer-

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te de una infanta de España, en 1807, oración en que deploraba "las tristes revoluciones que elevan vasallos a los tronos''. En tan fresco, ágil y brioso descaro mi­ramos una vez más cierta faz americana histórica en ex­presivo rostro humano, algo que ya vimos en el espejo de Olavide, que gesticulará después en el de Vidaurre y que se­guirá pareciendo con angustiosa intermitencia, en el Perú li­terario romántico; cara de furioso en que la emoción del criollo corre todo su clímax y nomenclatura hasta enaje-11arse y perecer en el culmen. Aniquiladas las circunstan­cias, olvidados los sésamos, lo de Larriva muestra hoy apenas su dura y áspera mole. Creo que es ahora la de atender al profundo Larriva, al oculto de los secretos Y los móviles. Tanta igual desvergüenza y tanto vario empeño deben de corresponder a mucha alma menesterosa Y apurada. Elegía latina y texto de geografía general, discurso académico y enorme grosería literal dan fe de cómo excitó la Enciclopedia; a punto tal, que en la exci­tación misma y vacua vino a parar el criollo excitado. Y si la sustancia es inquieta y férvida, la forma por el contrario es de siempre ejercitada, diligente y apercibida malicia, toda habilidad y prueba, como en cierta décima de las peores contra Angulo:

Ahora sé que vas Angu-, a tu destino confor-, puesto que vas con alfor-, y no con papel y plu-. Y o conozco muchos bu­que te exceden en talen-; mas con tu suerte conteo­cargan alfalfa y ado-, y nunca han sido escrito­ni han pisado las impren-.

O en la décima que comienza:

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Si en los siglos delanteros, has de vivir por tu ciencia, ......................

Y atacando a Sucre, objeto de largo y variado libelo, con su nombre juega en El Sacre, título, por curiosa exten­sión del modo expresivo hacia pueblos enteros de insultos personales, se ensaña en la recién nacida y bautizada Bo­livia; y desde luego, por el nombre:

Perú Alto, por qué te quejas de que Sucre te ha quitado? Dime, ¿no te ha dado nombre? ¿No es nada lo que te ha dado?

Ya no eres ni tu sombra, opulenta Chuquisaca. Perdido has, sin duda, el Chuqui, porque ya eres toda saca.

El gusto literario -nunca llega a cabal- apunta Y hasta luce aquí y allá en la ópera omnia, con reflejo de diamante tallado en cristal cualquiera. En uno de los Diálogos, leemos versos, que casi espantan por lo impre­visto, por alegres y lindos:

Hoy de los conventos salgan las mulatas, con cajas, tambores y sendas matracas.

A mi ver no es éste, con todo, el mejor Larriva, sinO el menospreciadísimo de las Profecías del Cojo Prieto, el versificador grotesco en que viene a deshojarse miserable Y admira~lemente la fronda barroca y a dispersarse la folla g~ngorma_ En Arona, medio siglo después, será lo mejor del rnJSrno rnod~; pero la materia será mínima parte de la que fue en el pruner tercio del siglo, cuando servía indispensa-

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DE LO BARROCO EN EL PERU 97

blemente para arrimo de lo quintanesco y relleno de lo mo­ratiniano, siendo las más veces materia, estructura para la reciente forma, superficialísima y caediza. Desdeñadas por los críticos, no sin aparentes razonabilísimas razones, las Profecías del Cojo Prieto tienen cierto mérito, cierto gusto, cierta novedad y pertinacia enormes e indeclinables. El clasi­cismo a la francesa, extraño a nuestro genio, acaso más que el original grecorromano, pasó apenas rozando nuestra literatura. Sólo en Olmedo, cuando traspasa la regla principal; cuando, a la española, confía y aventura en e) sentido y manera y bate rudamente las formas, en hipér­baton y onomatopeya; sólo allí, en el desmán, se afir­ma y eleva y vence, desfigurado, españolizado, valedero por tradicional y anterior, con trofeo quintanesco. Pues en Larriva se desnuda, ebrio y salaz, el verso colonial; echa lejos los rasgados y manchados atavíos; y queda visto el esqueleto de lo colonial, el hueso de espanto. Creo que es en estos horrores donde podemos observar más hondo en lo más nuestro. Lo limeño, angustioso y mestizo, desmedido y coruscante, sombrío y escondido, que se dí· simula o niega en los tratados clásicos y que, sin embargo, habrá de encararse en los inexcusables Episodios de Arona Y en los mejores caprichos de Eguren, lo limeño tiene en el Larriva infame la más completa entidad y el más desen­frenado desarrollo. Sea barbaridad; sea vulgaridad: tanto más de probado. Lo inquisitorial. lo africano, lo español, lo orgiástico aparece allí como secuela, como tara, en inmunda y vivacísima prole. Aun la falta de propio .asun~ to (falta que consiente toda espontaneidad, relación Y tropo) confirma el ente, individuo del poema, y acrecienta f>U aptitud representativa. .

Esto de grotesco -en apariencia, tan contrano al despejo y gracia del habitante- tiene, a pesar de todo. ~­genes probables si no apariciones frecuentes en la Lima figurada. Si el indígena emigra para siempre o muere en

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Lima y sus aledaños, el negro se aclimata y procrea cuan~ do llega; y ha de llegar a nuestro tiempo con notable si no perfecta puridad en el alma y en el cuerpo, vuelto el más celoso guardador de la tradición y costumbre lime~ ñas, canónicas y habituadas. Lo barroco y churrigueres~ co permanece en portales y retablos que no arruinaron los terremotos de la Colonia ni consumieron las luces de la República. Los primores del cedro y los terro­res del negro; el celo de los inquisidores y predicadores Y la histeria de los iluminados y endemoniados, hacen, en ~os siglos, cierta Lima incongruente y parcial pero sugestiva, mmortal y pobladísima. Y a en la República, a más de lo que el snob aprende, influye lo que el coolí enseña. Los Bohemios pudieron ejercitar su romanticismo con leyen~ das regionales y fantasmas convecinos. Palma, Lavalle, Rossel Y otros cavan en esas tinieblas en diversas épocas románticas; y más que ninguno, Palma, en sus Anales de la Inquisición de Lima, de novelesca materia si no de novelesco propósito. En La Huérfana de Ate y en El Salto del Fraile de Rossel; en cosas del Murciélago y, mejor que en sus cosas, en sus modos; y más que en lo de Fuentes, en lo de Arona cuando describe cielos Y negros en sus Episodios Nacionales y en uno que otro degollado país de sus poemas, bárbaros por más que por tremendos, inge~ nuos por. más que por expresivos. Reaparecerá en ~io­nes, m~tivos Y paisajes de Eguren, limeñísimo y alusiVo. concu~n~~do con su culto natural y gusto. Una vez más se defUlll'a Y nombrará con Valdelomar, así en concertado contraste con Y erovi, lírico epigramático sentimental Y r~onable, limeño entero pero no íntegro. ' Y en nuestro día ~ h~y será la no estudiada aptitud que para lo terrible de cbche o de verdad demostrarán todav:"' 1'uveniles ..nPtaS.. 1 af' ·' ... y~--, a tcron al contraste y al absoluto tan ejercitada en nueB"'

tr_? ultraísmo Y en sus derivaciones, y que ya hace treinta anos tuve en clemente blasón y regla.

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De los coloniales sobreviven Concolorcorvo y Cavie~ des, mas no la propia sátira, sino como satíricos individua­les, mejor como dos que satirizaron; y no por lo que di­jeron, sino por cómo, cuándo y a quién lo dijeron. La importancia no consiste tanto en lo aportado como en el aligeramiento, en el lastre que echaron por la borda, en desnarigado de los mascarones. Como Melgar, no son sus­tancia sino acento, atención, modo, circunstancia. Carecen ejemplarmente de lo que hoy llamamos humor, que viene a ser libérrima humanidad, resignación con no ser uno mismo Y pasar desembozado de esa a esta personalidad sucedánea, sin moral y sin designio; el acceder impremeditadamente a la impremeditación y humorada. No puede ser justamente clásica sátira la que no tenga un solo blanco ingenuo, tonto Y ternísirno. Pues Caviedes se abalanza a todo fraile y médico con el mismo salto, en la misma ira; y Concolor­corvo no se apiada ni de su madre, a estar a lo que dice en cierta frase famosa. En esa letra no hay más blanco que el del tiro.

En la prosa de Concolorcorvo es donde, como nueva retórica, comienza nuestro siglo XIX. Y es también don­de primero se advierte. siempre en retórica, lo que va de costeño a serrano, o, más propiamente, de mestizo de blanco y negro a mestizo de blanco e indio, pues parece que esto último fue el autor de Lazarillo de Ciegos Cami­nantes. Es prosa rápida, enjuta, de nervios al aire, de so­briedad atroz y placer vergonzante. Diríamos que el sen­tido le acude apenas para diferenciarla de la de ciertos cronistas del buen tiempo, socorriéndola con lo burlesco paladino. De suyo, por su condición específica de prosa tal, es ya la de Concolorcorvo: su mero curso vale por discurso. La acción, simplísima, conviene entrañablemen­te al desarrollo. Los desmanes y enormidades en lo dicho no son tantos como suelen afirmar monografías. Lo terrible Y lo meritorio de Concolorcorvo viene a ser cómo prescinde

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del vestido indispensable; cómo enseña sus letras pudendas, sin candor y sin designio; cómo incorpora la confusa mente, en su unidad y simplicidad sociables, sin corsé ni cortesía. Y es idiosincrasia de cholo. de cholo como lo sabe el costeño; de cholo socarrón y resuelto; de contenido suelto; de sabidor que hace saber sin más goce ni arte que la ex­pansión misma, cruel y corta. Sí trae a colación los estu­dios de la Universidad de México, es por memoria Y per­tinencia. Si se miran horribles ciertas costumbres padecidas o gozadas en el trayecto, es porque son así y no de otro modo cualquiera. Extraño a la índole y al problema de la Lima definitiva, a pesar del dato y noticia que, bien que breves, da Concolorcorvo, vale, paradójicamente, por lo literario ~ -digámoslo de una vez- por cuanto se abstiene de lo li­terario de entonces. Y lo literario de entonces resulta ser, al segundo examen, lo literario de siempre, exceso que en un tiempo es gozo y en otro hartura; en un tiempo USO, Y abuso, en otro. Buen despejador de su siglo, lo es por su derecha e inicua incapacidad de piedad y por su empeñosa Y diligente indiferencia, por su felícísima coincidencia con la edad de los ahítos ya casi jacobinos y por la no menos feliz Y sorprendente noción de su propia naturaleza.

Su probada mediocridad estética le círcunciñe Y enca­mina favorablemente; y su entendimiento le da columbradoS ~onceptos de sí mismo y, en sí mismo, del otro o del se~ Jante, en fin, del peruano si lo concebimos. Su desdén de medio intonso, de apenas escritor hará eco en el arruiJlado ~araninfo del Arona escéptico. Acierta como éste, Y donde este acierta, no por amor y ciencia, sino por voluntad Y ~or~da, allí, en el concepto de arte nuestro posible e IndiSputable. Leamos lo que escribe sobre Peralta Barnuevo:

"Si el tiempo y erudición que gastó el gran Pe­~:!:: su. Lima Fundada y España Vindicada w!'i u aplicado a escribir la historia civil Y na

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de este reino, no dudo que hubiera adquirido más fa­ma dando lustre y esplendor a toda la monarquía; pero la mayor parte de los hombres se inclinan a sa­ber con antelación los sucesos de los países más dis­tantes, descuidándose enteramente de los que pasan en los suyos".

Es escollo e incentivo de El Mercurio Peruano. Va ya al extremo racional, a la emancipación política, batiéndola por entre fragosidades quevedescas con burlas y apremios de batidor zahorí, cauto en tierra nueva. Empero el ren­cor lo vence; y echa afuera sarcasmos y mofa, que más le amargan que le desahogan:

. . "Los cholos respetamos a los españoles como a h~Jos del sol; y así no tengo valor (aunque sea descen­diente de sangre real por línea tan recta como la del arco-iris) a tratar a mis lectores con la llaneza que acostumbran los más despreciables escnbientes".

Luego, cholo como se llama, menospreciará al indio, en sus disertaciones del Cusco; y quedará al cabo en la deso­lada Y estéril altivez del mestizaje, mezquino, enquistado en economía y política, codicioso e inmanente, permanente e inválido. Y es por esta flaca forma de cuerpo y espíritu, trasuntada en la de su prosa, por lo que, a mi ver, vale en nuestra literatura, y según su principio, el cholo Bustaman­te: echa de ella, sin apoyarse en el palote de V aldés y en ple­na dificultad, el coturno rebajado y la máscara rota del gon­gorismo inaguantable; expresa cordialísimamente la noción actual, útil, fatídica, de su tiempo y prójimo; y figura su vivacidad al excitar la ajena en un libro mediano, pero enterizo, penetrable, elemental, necesario, que trata de la propia condición en contra del daltonismo del docto y de la zalema del artista. Este es su mérito. No es tanto Concolorcorvo, sino apenas un cholo que escribe en caste­llano fuerte y torpe.

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Al tratar de Pardo y Segura y de los Bohemios -todos, literatos de oficio y escuela-, veremos claramente que la sátira arraiga en ternura para con algo; pues aun en Palma, donde parece faltar todo asiento, excepto la prosa, existen la ternura y su objeto. Palma amó tiernamente sus defectos, que él poseía y fecundaba en honesto y afectuoso matrimo­nio. El no nunca tonto y melindroso Pardo y el siempre sensato y arreglado Segura, bien que cediendo en hecho a veces a la propia condición personal, en principio se consa­gran a sus dioses inteligibles: mucho les sacrifican; ora se expansionan, ora se contienen. Obran apenas según el fin propuesto. Pues Palma no hace así. Fuera de toda cuestión con vivos, Palma, irresponsable y ya patético, se expansiona con sus fantasmas como los niños con sus juguetes, jugando a un Perú de ficción que, en verdad, es de verdad, donde los ~ayores secretos son revelados, entre antigua y aparatosa Juguetería, con el placer y el aplauso de familiares y fisgones. La verdad nuestra de siempre con sus conflictos y vergüen­zas. anda por allí, en sus dramatis personae, en la alegoría de su alegoría. No es amor al pasado ni al estilo, como el de Estébanez. Es amor a sí propio, a la sutileza y lisura del m~tizaje inquieto, a la limeña y compleja pechuga, al_ ~u­blime dejar que el mundo sea redondo con toda la cuestion, chispeante Y desbordante, que es la charla del limeño ente~ La deontología de Pardo, que habla con dulcificada repri­

menda de señorón bonachón; el ordenamiento simPle de sarcasmo Y trastazo en casa pobre pero limpia, que es el ~rden. ?e Segura -lo universal y ubicuo y sólo abJS~ ~ mtencron, a Lima- nada tienen en común y en prinCIPiO con el ardid de Palma, egoísta y desinteresado, despreocupll'" ~ Y laborioso. cábala de la ingenuidad, Lima confesa Y ya :::atora. J? mismo Segura, formalmente tan limeño, poco

-~ ~ que alterarse y alterar en su expresión al ~ SI ~ubiera nacido y escrito en Guayaquil. A_ ~ 1ml mngtm limefio puede concebirle como gua~

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Palma es más y menos, y de todos más, que un criollo y un mestizo, es un trascendental limeño intrascendente.

Pues Palma, sin acusar a nadie de nada, aun sin re­curso de referencia decisiva al coetáneo; sin más innova­ciones en prosa que algún parlamento arcaico y la súbita paremiología; sin propia oportunidad -apenas hoy es opor­tuna Y permanente la suya-, Palma es de la estirpe de los panfletarios; sólo que al escribir se parte de con él su de­monio político bueno o malo. Es todo cumplida y segura gana, repasado gesto, circunspección decorosa. Es uno de los formidables ingenuos que trajeron la República o que la República trajo, diferente y excepcional sólo en el pa­recer, en la industria, en el trato. Todos como el médico tuerto de Caviedes, el mortal Ojo de Plata, traen hecha la puntería. Vienen, predestinados, al mundo dispuesto. Su categoría es la mente costeña; su anécdota, su Perú de realidad. Si la verdad no acude, pues ellos se valen de la mentira para seguir combatiendo contra lo que se les opone como error; y así, engañándose, mintiendo y disparatando sin escrúpulo, abren camino a muchas razones perdurables y venerables hoy merced a su esfuerzo y coraje. Lo animoso Y libérrimo de la actitud satírica con las particularísimas cosas de la República incipiente anunció que advendría más romántico romanticismo que el vino. Olavide y Vidaurre, contradictorios, frenéticos, con su vida y su obra, vivacísí­mas, hacen pensar en prole más hazañosa y transtornadora. De todos modos, sea como sea, allí está, canalizado, el cauce satírico, por el cual ha de pasar en cierto espacio Y cantidad, el romanticismo corriente y moliente. Me ha ocu­rrido que, leyendo éstrofas de las Profecías del Cojo Prie­to, las he leído como de Juan de Arona, aunque sabiendo que eran de Larriva. Una semejanza absurda y efectiva -ambigua, agria y trastabillante vehemencia; radiante mal­humor; algo que está entre la mera grosería y la pura gre­guería, siendo otra cosa en absoluto; un alma rara, hostil Y

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escrita- hizo comparecer en mi memoria al más soez acaso de los festivos y no románticos, y al más desadaptado, belicoso y clasicista entre los románticos clasificados, uno de los dos o tres bohemios que hubo entre los Bohemios.

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IV

MELGAR

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Reconocen los más que la poesía romántica peruana comienza de hecho como tal con la expresión de Melgar, sobre toda cuestión de forma o de cronología. Riva Agüero mismo, que confiesa el mal humor y el fastidio que le dan los versos del poeta, confiesa también que éste llega a ex­presar, aunque raras veces, con acentos sinceros una pasión amorosa ferviente e idealista que no conoció la poesía del si~o XVIII. Menéndez Pelayo, que sigue a Riva Agüero, diScrepando apenas, afirma que los versos de Melgar, en general, son "ensayos de estudiante aprovechado", y que las odas Y elegías, en particular, pertenecen a la escuela pro­saica del siglo XVIII. Poco más adelante, Menéndez Pelayo dice que los versos de Melgar más naturales y sencillos, puros de todo rastro de afectación, son los más estimables; Y. reconoce, por fin, esto sí, que el traductor de los Reme­dios de A mor de Ovidio es buen humanista. En conclu­sión, Y en opinión de s;nsatez magístral, intransigente Y apercibida, Melgar, sin ayuda de los maestros académicos del Buen Gusto, sin enervar ni simplificar ni hermosear a lo descuidado y pastoril y didáctico su figura poética, expre­sando primaria y llanamente lo suyo de intenso e inútil; Paralelamente a lo de Meléndez Valdez, pero en otro mun­do, Melgar da romanticismo esencial y, a su modo, f0f11flll, que lo es ahora mismo, y que es acaso el más puro por menos Purificado a que alcanza la poesía en el Perú. El verso no se conforma con la austeridad del precepto clásico ni con la Variedad del gusto romántico; es balbuclente Y monótonO•

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Y reparemos en que el clasicismo probado de Melgar -es­colismo que no podía ser otro en la América de aquel tiem­po, escolismo que, desde la aparición de Melgar, queda en inminencia y, luego, intermitencia de trastorno, o por imi­tación o por espíritu- no deja de manifestarse aun en el romanticismo formal de la Bohemia; y en que tal afición a la poética clásica no sólo se ha de referir a la facilitada Y afrancesada de Meléndez y sus precursores, sino que irá a buscar la tosca lira de Fray Luis de León, movida tal vez por el bucolicismo o rusticismo similirromántico de los principios; y, por fin, en que los que vuelven a la estrofa Y modo clásicos son dos que, tras cierto superficial clasi­cismo de tic o de modales, esconden la más edificante ha­giografía y la más probable personalidad de románticos: Althaus Y Arona. Bien es verdad esta reacción, congénita con nuestro romanticismo formal, puede atribuirse por efec­to a la importancia de Olmedo; pues en una literatura como 1~ nuestra, siempre y toda vez determinada por circunstan­Cias extrañas y aun remotas, la influencia de un poeta vuelto el americano por antonomasia el efectivamente ame­ri~ano, había de manifestarse reavi~ada por la naturaleza ~ma del objeto, teatro de imaginación y expresión arti­ftcial Y regularmente estimuladas.

Ahora bien, ¿qué llevó a Melgar a traducir a Ovidio, Y no ta:t . siquiera en la propia elegía; sino que le busca en s~ diSunulo sarcástico de Arte de olvidar? ¿Acaso la am~Igua exégesis de Boileau, que hoy todavía no sabemos que entendió en amor? Silvia, sin duda que es la mujer que cabe entera en la poesía, mas si la poesía, a su vez, cabe ente~ . en el modo elegíaco. La de Melgar es sensualidad ~~I<:a de poeta característicamente erótico-elegíaco, re­tó~o que no puede menos que lamentar regularmente la castidad perfecta s · cerida , · d · · u sm d es toda la que la poettca eJa que sea; Y la eternidad de todo amante se nos da con ella en Concertados Y tradiciooales compases. No es como poeta

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el niño genial del sobrino Moscoso ni el estudiante aprove­chado de Menéndez Pelayo. Es un mozo con ciencia y conciencia de seminarista que versifica sobre sus amores Y deseos según los versos integrales y lares, sin impedir con ello lo inefable de suyo. Lo extraordinario de Melgar es su precisa simplicidad; y por ella, sin duda, entró en la profunda estimativa de Ovidio, del Ovidio del acento y de la vida, complejo y consumado. Infinito dista del latino el criollo intonso; pero entrambos ingenuos acuerdan fuera de texto, de un modo u otro, por corazonada o biografía; ~ son el mismo humano que lamenta. Acaso lo del Melgar Inmediato de Riva Agüero es lo del Melgar al que hoy leemos: que "fue un poeta sencillo y sincero cuando la sencillez Y la sinceridad eran lo más difícil de exponer en poesía".

Hasta aquí el Melgar que llamaríamos de los poemas grandes. El del yaraví viene a ser el mismo, pero reducido a su potencia algebraica. Hay la misma cantidad poética pero con otro número y en otro problema. Se diría que su ambición específica de escritor se revela aquí enteramente; que en la más oscura verosimilitud, donde menos atiende a :a forma, es donde procura que ésta cunda; que en donde mas penetra es donde más se extiende a lo vasto. Al menos digamos que tal es su yaraví virtual, cantado, que todavía cantan hoy en Arequipa y el que se relee en Lima escrito, en todas sus posibles variaciones, yaraví escrito como en ~rar~o. Es copla; expresión del pueblo para sí propia; de Identidad esencial, fácil de advertir en cuanta literatura se propusiere; sólo que con Melgar adquiere la melografía bastante para que en ella repare el crítico. Su valor es el folklórico, inmenso 0 mínimo según sea el ánimo o el cri­teri~. Quién diría que la ~rsona de Melgar ~ Y enaJena la personalidad de su yaraví, que es sustancial­mente anónimo o apócrifo.

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Durante cincuenta años -nos dice el prologuista Francisco García Calderón- no se publican en un libro los versos del poeta. Mas, al tiempo de la publicación, en 1878, ya es el poeta de los yaravíes; y así le nombra tam­bién crítico discretísimo, jurisconsulto arequipeño y hombre fidedigno; y hoy todavía en Arequipa sigue siendo el poeta de los yaravíes; y donde se cantaren yaravíes -cúyos Y cuáles fueren no importa- allí será mañana y siempre Melgar, el llorado poeta. Sobre la música que cambia con quien canta, en incesante, secular y afectuosa repetición; sobre la música, la letra permanece; y es un verso, sin duda, como tal verso, malo, escandiendo, remirándolo; como he­cho adrede, para cantarse con una música incierta, sin pen­tagrama, de tierna y variable monotonía; verso que es el propio leitmotiv musical.

Menéndez Pelayo define el yaraví de Melgar -y casi el yaraví, pensando en Melgar- como "cancioncita amoro­sa bastante delicada y sentida"; y en abono del poeta, fuera del Perú, confiesa no poder tratar del carácter indígena de esta poesía. Pues la poesía de Melgar es diapasón, volumen de ausencias y faltas, ponderable condición de intensidad Y pureza; no, toponimia; no nada de alusivo a la circuns­tancia. Riva Agüero, peruano, más atento, ausculta; pero el sístole Y diástole de ese corazón -que apenas en más consiste la materia de esa poesía- suenan en un orden de sana rusticidad, de artística deficiencia.

Empero conviene reparar, dentro de nuestro designio, no en lo que tenga de puramente prehispánico el yaraví de Melg_ar; sino, precisamente, en lo que hagamos que tenga de mestizo, en procura de lo formal continuo en la literatura del Perú. Si como acento, ello es lo de Melgar como cosa d '. . ' ~ :nuca Y analogía, no pnede menos que mostrar la exte-r:or:~d o estilo de la copla integral española, andaluza, 81_ntetica Y. definitiva, también mestiza, variable y como anó­mma. InsJSto en que tal divagación de posibilidad y for-

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malidad consiente en absoluto la original vinculación del yaraví con la canción indígena prehispánica. Trato de cierto parecer y actualidad del yaraví, de cierta relación de seme­janza con la presencia contraria. Ello es que el yaraví de Melgar carece -como no la forma ejemplar de la canción popular a lo romántico, definida y consagrada por el ro­manticismo inicial. el Lied- de fundamentales Y uni­versales caracteres- de frecuencia temática; entre ellos, la alusión a la circunstancia real, a la naturaleza sensible. Mas en lo que mantiene, en su motivo sentimental inmediato Y urgente y en su expresión simplísima e impulsiva puede extenderse, antecedente e ingenuidad aparte, la teoría por demás sugestiva y fructuosa, de la copla en el Perú en lengua Y probabilidad de español como mestiza y no como puro acento de Melgar en puro folklore; ganando con ello el situar al propio Melgar en la intuición romántica histórica, sin desfigurar al poeta mismo ni mermar su intención es­tética ni litigar sobre la autenticidad de tanto yaraví suyo. Nuestra literatura, como nuestro es el idioma español, ele­mento copiosísimo de los demás; y en poeta biográfica Y culturalmente mesticísimo, es de reparar en tal elemento, que es, al cabo, el definitivo. Reparemos también en que t_anto el yaraví como la copla española -incluyendo en esta, aun con su sentencia, la saeta- carecen de asunto anecdótico real, de desarrollo narrativo; sino que son, en su ritmo entrecortado, como figura plástica del ánimo, como trazo esfigmográfico del arrebato. No descubrimos, muy a pesar de nuestra fe en Menéndez Pelayo, lo bastante delicado Y sentido de la cancioncita amorosa. Si la quena Y la guita­rra anegan en terrible musicalidad el verso de Melgar ello es que éste se canta y que aquéllas se asocian en la me­~oria del que lee el verso sólo por muy explicables rela­Ciones de comparecencia previa. La pasión de M_e,lgar :S ~gustiosa; su voz es gutural; y el modo de expres10n ~ tico, sin dejar de ser profundamente sincero e inmediatO.

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con todo comporta criterio, escogitación entre estrofas, ~­tica. Y yendo de teoría, cuanto de español mejor Y meJOr asimilado hubo jamás en nuestra poesía, qu~ , siempre _lo hubo y lo habrá, sustanciando en. su proporc10n t~a : genuidad o arte nut:stro, porque literatura no es smo f de idioma.

El yaraví de Melgar, en su forma no conviene con la del ya criollo y moderno que escande y traduce Middendorf en sus Dramatysche und Lyrische Dichtungen der Keshua_­Sprache. No hallamos en aquél ni el trocaico ni el d~ctí­lico, pies que Middendorf impone en el yaraví oído; m la estrofa no rimada, que en Melgar es rimada y que va a su rima como a su propio fin, según suele ser, contra precep­tiva en la estrofa en castellano común y ordinaria. Es Althaus quien, cerca de 1860, compone yaraví --que así lo llama- de verso métrico de trímetro anapéstico, aunque ' .. , siempre en octava italiana; poema éste que es composiCto~ de Bohemio genérico aplicado, con el planto y tropo n­tuales; de motivo erótico de angustia a lo romántico espa­ñol, corporal, yerta y disecada. Por otra parte, en español sólo es posible verso silábico, de ritmo cuantitativo, aun en verso imitado del latino, como son los hexámetros, al­caicos, arquílocos, glicónicos, feracracios y pocos más de los poquísimos de la versificación española positiva. Advierte Middendorf que los más de los yaravíes que conocemos "sind von Liebhabern der Keshua-Sprache gedichtet, abe: nicht eigentlich in dieser gedacht, sondern es werden darin spanische Anschaungsweisen und Gejühle mehr oder weni­ger gut, zuweilen etwas gezwungen, in das Keshua übertra­gen". Esto es lo que ocurre en el yaraví de Melgar. En estro­fa castellana. de número silábico; lo más, rimado; llegando aun a innovación como la octavilla romántica, en el segundo yaraví, el de Melgar acaso coincide en lo cordial con el indígena más original y puro; pero su figura, su virtud, su arte --que es el arte de lo más consustancial y espiritual

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del velo poético, velo que viene a ser la poesía misma- es hispanoamericano, como lo español y según lo americano, sensible y descuidado en el criollo como su propio cuerpo, noción e inocencia, lección e impulso. Melgar, si leemos Y releemos, se nos vuelve, al cabo, el Liebhaber der Keshua­Sprache de Middendorf, y aun esto, apenas, que atiende al mejor motivo según la poesía. No reproduce la forma, no adapta estrofa; sino que, amparado en ingenuidad secular Y ejemplar, bien que ajena y anacrónica, dice, casi fuera de su retórica los más pudorosos reclamos y quejas de su celo y de su cuita. Es así campesino, como infiere Mariáte­gui; digamos que candoroso y entusiasta como enseña, con su efecto, con el afecto, la Naturaleza, primera maestra de los grandes veraces. La paloma y el suceso con la paloma, figuras del yaraví característico, se dan apenas en uno de los yaravíes del Melgar de las Obras Completas, en el e~, si mal no recuerdo con cierta anécdota sobre interpretación del general Miller ~ue el prologuista recuerda, y que acredi­ta al Melgar ensimismado, vuelto su Naturaleza. En ~ontras~ con el yaraví del filólogo, con el yaraví que por ettmolog¡a debe ser relación de fabuloso o fábula, el de Melgar procura la simple invocación y parece que, con abstentiva retórica, evita la inevitable tibieza de la cosa y relación de la balada. El hecho del motivo es el yo sin alivio; la continuidad del Yo, la difluencia del modo. Y cuando, en 1810, compone la Oda Segunda -toda de previdente y penetrante r~­ticismo- volvemos enardecidos al Melgar del yaravt Y apartamos al Melgar de la oda estimulante. El P~ que nos da lo de Melgar es tan curioso, además de v~ en nuestra literatura, porque su mérito es ~ de lo tácito Y lo dispensable que de lo expreso y determinado. El tropO desencajado, el verso que falta es lo que esconde el poema de Melgar para nuestro mayor recogimiento Y provecho. Semejante en esto a Bécquer, vale más por lo q~ se ~vo de decir, y vale porqne dijo lo que dijo cou felicidad urzpre-,

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vista. Aprenderemos de él que toda forma es capaz si acoge al sincero y que la verosimilitud es el logro querido de la sinceridad, la empresa y el premio.

Creo que es lo razonable, útil y culto permanecer en el moderado término de Riva Agüero respecto de la influen­cia de la poesía indígena prehispánica en la de Melgar. Si con la indígena coetánea y con la posterior a la Conquista --de fecha dudosa, que propende a reciente-, puede com­padecerse la de Melgar de un modo u otro; con la más tradicional, vívida y valiosa que descubre Vienrich no cabe comparación sino de lo más accidental de entrambas, de taxonomía poética. Si riquísimo de suyo y sorprendente co­mo de entonces, el yaraví de Melgar vale hoy para quienes leen mejor en el Perú como poesía en castellano absoluto Y como intemporal declaración de poeta. Dejemos a Vien­rich discutir sobre el origen pelásgico que da Fidel López al poema que recogió Bias Valera y reprodujo Garcilaso. Bástenos saber que lo asimilable de la poesía indígena por poético, lo asimiló Melgar en su poema de poeta. Derive­mos de este linaje en que nos situamos; no le llevemos a cognación exclusiva y estéril.

Es de reparar que en el Album del Centenario de Melga:, ~on sensible sinceridad, los que hubieron de ser arequtpenos que definieron -mozos en aquel entonces­~tn: la inevitable retórica y erudición necrológica y univer­Sitan.a, todos insisten en lo inmediato y ternísimo y heroico Y criollo inocente de Melgar. Los elogios de Jorge Polar, ~edro José Rada, Renato Morales y otros trasudan actua­lidad, espontaneidad, vivacidad; y en ello lo postizo viene a ser la necrología propiamente necrológica. Melgar está hoy t~vía vivísimo en la vivacidad de lo arequipeño, tanto como figurándolo, blasón palpitante y diverso; unas veces :~; Y las más, no, que sería supérfluo. El arequipeño

. por lar desde sus primeros años; y en la adoles-ceJ!Cta le atribuye queja y elogio suyos, en mutualidad en-

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trañable. Como en El Y araví de Abelardo Gamarra -infausto teatro siempre, el de siempre, pero con algún verso verdadero y hermoso- en la tumba de Melgar hay Y habrá flores vivas de los campos de Arequipa, flores de la flora del fervor y del afecto, innominadas e inmortales. El yaraví de Melgar más de Melgar y, en cierto modo, el mejor es el que se le devuelve, enajenado e inalterable, con razones de guitarra y de luna arequipeña.

En verdad, los términos de la poesía de Melgar son 1~ propios, sustanciales y virtuales de la estrofa nuestra. SJ se deslinda en su sentido. Todas las medras de nuestra poesía se sitúan hacia acá desde el Melgar angustiado. He­mos ganado en arte de expresar, al menos, según el menes­ter cotidiano y la moderna nomenclatura; pero en actitud en el mundo, en ingestión en la norma, en ingenuidad Y ~n heroísmo, no seguimos muy allá desde el modesto e mc~rrecto poeta. Los mayores méritos de César Vallejo, segun lector tan sagaz y responsable como Mariátegui, de­sarrollan apenas los motivos del eros telúrico y contrario, eros panteísta y antropomorfo que con su ocutarse hace lo popular al par que lo exquisito de la poesía del arequipeño.

Por otra parte, en Vallejo, con muy otras palabras. se cumplirá esta regla de mirar el paisaje como retratado en los ojos de indeterminado sujeto de poesía. Tal paisaje no será descrito sino asimilado y desvirtuado, traducido en ~rsona, apenas nombrado y nombrado apenas para con­firmar y señalar la transmutación poética. Poesía es vida, go­ce Y muerte, voz involuntaria; y el verso le acudirá en SUS

postrimerías, y recogerá lo que quedare de lo inefable, e in­corporará la ávida parte en la medida de su reflexión, afa­nado en que no se pierda todo el modo y forma irreparables. . Nuestro más nuevo y novedoso sentimiento es el trá­

gico de la sinceridad; y nuestra moda_ en parte toca a los , e_scollos de la versificación en que tantas veces Y tan pat6-­tica.mente pereció el poeta de las Odas. Su prosaísmo 1

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vehemencia, de colegial, por cierto que no pueden espantar y que poquísimo desconciertan al que hoy, en edad de Mel­gar, lee si relee. Antes ha de reprimir entusiasmo cuando, en la Primera Elegía, lee:

Acaba, bravo mar, tu fuerte guerra; islas sin puerto vuelve las ciudades, y en una sola a mí con Silvia encierra;

y en la Segunda:

En una calma triste y desastrada, . .. . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . .

y lo que sigue; y ha de apartar, temeroso, en su memoria. idénticas -por virtud de ingenuidad- rudezas y destem­planzas de Oaudel y Block venerandos.

Volviendo a lo nuestro, recordemos que el mismo José Toribio Polo, frío historiador, tratadista de escueto, en ensayo publicado en La Revista Americana, el año del Centenario, se enardece con ajenos afectos por primera vez que yo sepa; y escribe que la poesía de Melgar C:S "raudal límpido que brota espontáneo y abundante, por mas

que la vehemencia de los afectos le haga olvidar a veces las reglas, siendo quizás los lunares el resultado de la im­provisación o de los copistas que nos han conservado los versos".

En punto a los defectos, no son tantos ni tales, que pueda hacerse de ellos teoría o ludibrio. Son olvidos o prontos, con secuelas de retórica. No llegan, ni con mu­cho, en el clímax de Melgar, a la altura de su virtuosa ino­cencia. Por otra parte, en la Oda Quinta, al sueño, entre ágiles tercetillos, se descubre uno delicioso con encanto insólito como de la poesía de aq~el enton::es, verso que ~. escrito hoy mismo por versificador ejercitado en mgenllidad repentina:

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DE LO BARROCO EN EL PERU

Así, no temo nada; y mi dicha es segura, aunque sea soñada.

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Tal elegancia, por desgracia, no parecerá en las Fábu­las, donde debió de ser y estar, porque es indispensable. La lección metódica de Melgar es repetida de carretilla, em­barazada de rígido muñeco y súbita moraleja. La ironía no era cosa de Melgar; ni aun el sarcasmo, que lo tomó excelente, de Ovidio, y por allá lo puso, sin apropiárselo· Y es en esa e iguales caídas cuando mejor se ve y toca la inmaterial estatura: donde debía de estar, caído, allí no está el poeta .

Las odas y las elegías, en cuanto tienen de nuevo de político o filosófico no nos interesan mayormente en cuan­to a lo romántico de Melgar, con toda su formalidad semi­romántica o acaso forma romántica. El romanticismo -que siempre y toda vez fue- nunca ha sido ni será sino afecto no perfectible, cierta inigualable mentalidad, una idiosincrasia para con otras, corazonada en humanidad im­perecedera. El Melgar trascendental es el del yavarí, el de la ociosa cuestión y la perseverante discordia. El otro es el histórico, el de si dedicó o no al Conde de Vistaflo­rida, el de tantas páginas de introito y sobrino, aquel a quien J. Pardo, en discurso académico, llama "poeta de tierno sentimiento en sus melancolías de amor Y libertad".

Su vida representa tanto su obra; y ésta, tanto su vida; Y son entrambas tan compadecidos Y concertados anacronismos, que huelga el tratar de una en habiendo tra­tado de la otra; y es tal su eficacia, que bien podemOS. dar en mutis la anécdota hogareña y la coyuntura herOICa· ~aste a nuestro propósito de esclarecimiento de lo román­tico en el Perú literario su letra entrañable. Por de pronto, ganamos una conclusión preciosísima, acaso Y ojalá la más Preciosa de cuantas ganaremos: que el romanticismo for-

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mal, el de la Bohemia, aparece como estilo cuando la moda llega; y que el hecho romanticísimo de la emancipación política en jóvenes y poetas viene anunciado por angustia, dolor y llanto, en normal alumbramiento. Pues todo cuan­to contribuya a dar figura verosímil, razón de ser, huma­nidad bastante a nuestro romanticismo, canijo, maniático, fuera de edad y verdad, es de incalculable valor, por la necesidad y rareza. Y paremos una vez más, y por fin, en que el verso formal de Melgar, el escrito en conciencia Y arte, es, por azar o discurso, clásico, clásico como serán los pocos buenos que escribió la Bohemia; y en que los Bohemios desconocieron a Melgar.

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PARDO

A Felipe Pardo es más fácil estudiarle como clásico, porque así se ahorra el que estudia largo discurso indis· pensable a que el oficio de satírico en el Perú se compa· dezca con la decencia y la mesura del hombre que fue el autor de El espejo de mi tierra. Y es así, como clásico, como se suele estudiarle por lo general, dentro de nuestro criollo concepto de lo clásico, concepto que no deja de ser razonable y, más que razonable, útil. Oásico es Pardo por lo correcto y armonioso de la forma; y clásico es por los maestros que en él influyeron, por los gustos y prejuicios que predominaron en su vida, por circunspección y su aten­ción a las cosas y leyes, por la fuerza y eficacia de sus principios y razones. Y clásico es también, en el Perú y en América, porque, sin renunciar a nada de genial e ingenuo, a nada de suyo de civilización y cultura asimiladas y aquí extrañas y contrarias su literatura fue leída y entendida, inteligible como era, 'de letra y asunto, para los que aquí habían de leerla. Y tal clasicismo de Pardo es el que hemos de reputar y estimar por clasicismo en nuestra literatura, si no queremos llamarlo ejemplo y dechado que incurre en 1~ literatura, que llega a la literatura, y allí se declara. ~e­hpe Pardo, después del Inca Garcilaso, acaso sea el escntor peruano que mejor merece ser imitado en la conducta ~ con el conciudadano. Más aun, Garcilaso actúa en el preciSO centro de su condición de mestizo; inspirado por el fervo­roso diálogo de su doble y puro ser; escribiendo, al dicta~ del Principio y la primavera, sobre hechos vivaces Y pronu-

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sores, entre ingenuos atentos. Felipe Pardo escribe por hábito de escribir, desengañado de sus fines desde el comienzo, historiador de lo que ya presiente que no podrá menos que ser, entre gente que le impide y le atropella y le arrastra. Felipe Pardo hace por olvidar que es mestizo, así sea por ósmosis, como en nuestros días alguien ha dicho; cierra, con pena, sus curiosos ojos ante todo lo que de histórico. de tremendo, de irremediable trae y lleva consigo la historia de las Indias. O renuncia a ser él mismo, criollo blanco Y noble, por ley y mezcla; criollo como es, débil y vehemen­te y cultísimo, como todo criollo que se cultiva desde sus primeros años; melindroso y desganado, como todo criollo que hace lo que quiere hacer y después de hacerlo. O ha de ser el no tan empeñado cuanto disgustado Y di­vertido autor de El espejo de mi tierra, que debió de ser, un tanto curvado, el suyo propio. Pues la biografía de Pardo es la del mejor y más responsable confidente de Salaverry. El Pardo anónimo, el huído de sus obras completas, el cruel y dignísimo enemigo de la jeta de Santa Cruz, el sincero conspirador y letrillero, con pocas más letras que las del abecedario, el propósito y la coyuntu­ra; el Pardo anónimo es otro Pardo, Pardo que sustenta, acredita Y comenta la verdad del Pardo de la teoría y la anto­logía, el Pardo ínsito, furtivo y temible, de todo posible buen escritor peruano. Felipe Pardo verdaderamente exis­tió; Y fue como ha de ser toda vez el mejor escritor limeño, sincero según doble sinceridad: la del escritor y la suya pr~ia- Su hermenéutica se opone a la realidad; su propia realidad se agita y penetra en ella, que es ella misma. Juez Y parte, no podemos menos de creer, diga lo que diga. ~a lo q~ sea. Olvidada toda la literatura política de su •leJ!lP?, mtolerable panegírico de la verdad, leemos boy toda~ la ~iteratura de Pardo, patético pellizco y disimulo. ~ HlStrull'flos en lo verdadero. Así el melindre de Pardo VIene a ser el más corto y seguro camino de la palestra. r

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porque sabemos que el melindroso está peleando la batalla con pravura.

Como clásico es como se suele presentar por lo co­mún a Felipe Pardo; y es verdad que lo parece como quiera Y que en el Perú lo es, lo fue y seguirá siéndolo como nin­guno para quien al escribir quiera arreglarse a verdad, a gramática, a moral, a toda preceptiva recomendable, por­que fue Pardo en sinceridad, discreción y gusto el primero, Y de los primeros en antigüedad y derecho en la literatura del Perú republicano.

El más presuroso paso por la obra poética de Pardo lleva a advertir al más distraído, y en veces hasta admirar, excesivas formas románticas. Recordemos La Despedida:

destrenzado el cabello, blancos los labios rojos, todo llanto los ojos el pecho todo amor.

Son versos escritos en plena juventud del poeta, en 1827 · Empero insistirá impulsiva o deliberadamente, ya en la re­tórica específica, en 1827. Empero, insiste, involuntaria o deliberadamente, en la retórica ya específica, ya romántica, ya en el romanticismo literario; y el audaz diría que la intermitencia -con ser ésta en su poesía, lo mejor Y per­durable- es la de lo satírico clásico, pues en lo más halla­remos el formalismo romántico o en la variedad de metrc 0 en la apelación ingenua, en alma o en cuerpo. Las déci­mas a la Virgen de Atocha son escritas en 1856, tras toda su experiencia y vida en el Perú; y son romanticísimas en todo. A Rosa, La Lámpara y otros son poemas román­ticos; y más aun y por paradoja, la elegía En la ~uerte de loaquina, tercetos de pujante clasicismo, con ep1grafe de Malherbe, entre los cuales:

124 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

vive feliz el ambicioso insano que con crimen y sangre abre el camino para encumbrarse al solio soberano;

vive el traidor linaje del averno que, por bajo interés, pérfido emplea de patria el nombre sacrosanto y tierno.

Es romanticísima peripecia, peligrosa y dura divaga­ción muy fuera del coto clásico en que obstinan en con­finar a Felipe Pardo los que recomponen su clasicismo­que, en verdad, es pura noción y método, el principio en la cosa- con los despojos de su lúcido romanticismo. Así hallamos lo romántico en la oda a Napoleón lll y en el eco de la Epístola a Delio, como romanticismo revuelto, desfigurado, en cabal período de burla. Napoleón será:

quien del patrio furor llena la copa contra la demagogia se alzó un día.

Releyendo es así:

No soy absolutista· mas sí entusias~

por un par de bigotes de buena casta, cual los que peina

verbigratia el grande hombre que en Francia reina.

Es revés de romanticísima figura. Dirá Ricardo Palma, cerca de 1877:

Ante tal batahola me amilano· ¡ ~~o que tuvo ciencia wusa a VIe]CCJta ruin de Siracusa

que a los dioses rogó por el tirano.

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DE LO BARROCO EN EL PERU 125

Pardo quería gobierno, orden alguno, casi cualquiera; Y Palma no buscó otra cosa, aun a costa del principio. González Prada se enfurece con el tropel, así venga en algún orden. Es natural. Recordemos el bíblico ejemplo, incomparable: el pueblo elegido pide a Dios, presente, rey humano; y Dios consiente, porque el jefe es la mayor de sus creaturas. No puede ser, por término, el gobierno de la profecía; y menos aun puede ser que el mismo profeta gobi~me pueblos desemejantes y comunique con dioses hostiles. En esto, como en tanto, Pardo es modernísimo Y lo será siempre; y lo es singularmente por lo romántico de su perplejidad e invocación. La tranca de Pardo es la más noble figura, por ideal y por eurítmica, de nuestro ro­manticismo; más noble aun que la de la autoridad que:

firme y franca procure nuestra dicha, con una tranca,

Romanticísima tranca como de Pardo, que no podía le­vantarla.

, En el generosísimo plan de Felipe Pardo, las catego­nas_ de la Colonia han de procurar formas a la República. Sera apartada apenas la incapacidad actual, no la raza, no el estado; y si rima llevó al de Mozambique a su verso, no ~amos afirmar que el dique de la exigencia fuera antenor en su discurso. Su preocupación por la continui­~d le obcecará o enmudecerá alguna vez; pero su ley esen­CJal es clara: sometimiento a la necesidad natural del desarrollo formal, de adecuación de sustancias a causas ! fines, de resignación con la redondez del mundo Y con la Inanidad de la teoría.

El romanticismo --que tuvo entre sus ídolos al Pardo P~tico-- desamparó y aun combatió al más espió~ Y anunoso Pardo. Sin la predestinación de Palma, excepcíO'-

126 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

nal e inocente hasta por el pecado, el romántico no se opone, en la historia ni a orden ni a desorden categórico. A nuestra historia no tlecra la voz romántica sino como diapasón de

e . · · 'd He-tremolina y como diana de homenaJe. A nuestro OI 0

gará apenas la biografía de Casós, resonando entre otras semejantes. Fuentes dirá lo del vecino y colega por suyo propio y como lo diría Catón convicto y ebrio:

Soy un hombre enciclopédico, de un caletre singular. Hice estudios para médico; y luego fui militar.

De genio algo atrabiliario, y de carácter entero, me hice revolucionario y anduve de montonero.

Soy feroz si lanza enristro; luché con brío y valor. Me hicieron legislador. Después me hicieron ministro.

Es la persona y la fisiología del héroe romántico nues­tro, acaso engrandecido y magnificado. Erizado Y hueco, trajinante y desorientado, ensordecido por su propia senten­cia y burlón con su propia bandera, corresponde exa~~­mente al solitario, misántropo y desgraciado de Los U1S

turbios de Arona, el contradictor de El Murciélago. Lo de Pardo viene a ser fiera glosa, atención e~e­

cida, actitud romántica. y qué es el poema lsidora s:no · 1 , coman-disfuerzo -bien que en octava real- con e mas ...

tico asunto y la pasión cortejada, prosaísmo y proliJidad a I N~- de -ol · ·oso y elo­o unez Arce, ¡romanticismo espan mgem cuente. ya no en sentido sino en estrofa! El propio PardO aludirá a ello, con cauto agnosticismo:

No es más que ingenio o genio, si se admite de voz francesa la expresión reciente.

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DE LO BARROCO EN EL PERU 127

Va de lo elegíaco ya estrófico a lo que parece inter­polación del Caviedes de los médicos:

escala su mulo cada cuál.

Es romanticísima extravagancia, modo que Campoamor mejorará y arreglará como lo conocemos; extravagancia que está ya, en nuestro Perú y en nuestro Pardo, procu­rando ritmo y paisaje.

Ahora bien, su concepto del romanticismo positivo corre y brinca en la dedicatoria a su hermano José: de La Lámpara:

Y agrega:

un poético rasgo o, si quieres, cántico, que tiene de romántico, político y ascético.

Y pedirte que, rígido, si no lo crees narcótico, lo leas; y lo exótico suprimas y lo rígido.

Colabora frecuentemente en la Revista de Lima, Y sin enmascararse: lo primero que publica es un soneto, Tris~e realidad, de acérrima queja contra el albedrío de la Repu­blica; uno de los del famoso tríptico de las obras completas. Y en el preámbulo o programa del primer número ~ la Revista de Lima queda constancia particnlar -aun siendo como es "periódico sin bandera ni sistema, ni conservatJor_ ni liber~l, ni romántico ni positivista, ni proteccionistll '" abo/icionlS· ta" como fuera todo el romanticismo pe.t1J8DD

' . ve:az y confes~, de que Felipe Pardo no escribe~ No-:. bajo compronuso alguno. Y como subm~ fs"mldO .. .. ·

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boa uno de los románticos más comprometidos y responsa­bles, dirigirá filialmente a Felipe Pardo -a quien junta en texto a Tíbulo, Meléndez y Quintana- cierto descomunal ensayo sobre Víctor Hugo, "distinguido vate", de quien elogia ante todo "el colorido que da a la aridez de las con­cepciones que han de influir en la suerte de la humanidad". No es, pues, sola la gracia y gramática de Pardo todo cuan­to va de éste al Bohemio romanticísimo. Es, con aquéllas, el porte de su entendimiento, el arrimo de su réplica, el Pa~do de enfrente, lo que en él se busca y tan pronto, igual Y firme todos hallan.

Javier Prado, en su discurso sobre el genio de la len­gua Y literatura castellanas, no titubea en llamar a Felipe Pardo maestro en prosa y verso del género satírico en el Perú, con ciertas breves y prudentes consideraciones sobre las posibilidades de la sátira en país hispanoamericano como el Perú de la costa· consideraciones sobre la indolen­cia.! el pesimismo en rel~ción con nuestra superficial exal­taci~n. Así Y todo, Pardo, sutilisimo, escapa y como que replica. Las relaciones que Prado señala están en todos ~uestros satíricos y en los que muy de ocasión satirizaron, Y Siempre las mismas, representando no tan sólo lo que lla­~are~~ criollo, o, mejor costeño, sino también, y en lo btográfico, por modo plástico, la crisis en el clímax, el gesto e~tremado Y estatuario, así sea éste incesante en la expre­Sion del autor estudiado. Y Pardo es toda vez todo tibieza, entrañable Y tibio furor de desprecio y burla. Nunca lo ha-Haremos com Ar , ' o a ona en su trance, amargo de suyo como una TalZ, por encima de su puntapié debajo de su teoría. En las letrill ' . as contra Santa Cruz que Basadre mserta Y glosa en su Iniciación de la República Pardo el humano Y reprimido n . ' :-~·• ega ya a exprestón de término· pero al caer en ~wto, en inculto se pon allí ' h t --~~· . • e , en lo tremendo a e apo ear ......,, con mocen · · · , todc:Js. ~ sm termmar término alguno. ¡Era como

• pero tan bien educado! . . . Basadre alude, en la glo-

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sa, a la desproporción y demasía de la venganza de Jetis Khan, el ofendido. Diríamos que le ofende el Niño Goyito, en una corazonada imprevisible. Y en perfecta paradoja, la sátira de Pardo, que fue la más escandida y considerada, viene a ser la más sensible y fidedigna.

Por lo demás, lo festivo, que es lo satírico en agraz, el principio del disgusto y abuso, convino siempre a nues­tra expresión literaria. Es con ello como mejor parecemos cuando nos falta hermosura cierta o fealdad interesante . Y es en ello donde más nos gustamos a nosotros mismos . La cotidiana, descuidada experiencia nos dice que aun el lector culto, leyendo el periódico nuestro, repara mayor­mente en la gracia que en el criterio. Y es notorio que cuando el periodista limeño de nuestros días quiere que le lean todos para su propósito o ganancia, se vale de la forma festiva, siempre irónica, en todo o parte del escrito. Pues, volviendo a Pardo, éste no llega ni llegará al salto de mata, a la actitud de franco-tirador, a la libérrima li­bertad de costeño como Sánchez; pero el ánima es la mis­ma, la del escritor urgente y de aquí y que aquí escribe: la del expansivo embarazado; la del que quiere unificarla con la ignota e indispensable del que le lea y que se aparta· Es alma como alegre, así confiese pesares; expresión de co~vite Y envite. Empero Pardo consiente y completa el pnncipio didáctico; principio que, al cabo, resulta ser como preocupación por sí mismo, por su dignidad y capacidad; Y al cabo, confesión de angustiosa cenestesia. Más que propone --que no llega nunca a proponer- critica, Y :etóricamente sigue narrando o discurriendo hasta la ob­Jeción consecuente. Con todo, el alma está presente Y co­mo evidente en todo tópico e intervalo. Hasta en cuanto tonto -un millón de veces lo está y disimulándolo mal­edifica y amonesta como ún espejo. Comparémosle con . el Pando de la Epístola a Próspero, otro gofo clasicista según

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el enemigo tiene de Pardo. Es acaso Pardo vivo, y adverti­remos cuánto va de moral de humano a moraleja de dómine.

Aunque menos que Segura, el personaje de Pardo dice limeñismos o peruanismos o americanismos, verbigracia, meter al colegio, ser algo moco de pavo, camaronero, taita. Con todo, no es tanto el ánimo representativo, que parezca que es Pardo quien los dice. Su dicción es pequeña Y muy menor que su dicho. En sus letrillas contra Santa Cruz, el jetón, el guanaco, se esclarece la inanidad del mayor Pardo, lo pueril de su ferocidad tanto como lo reflexivo de su mor­disco. Al cabo y en efecto, esa letrilla no pasa de ser en Pardo impropio desahogo y en cualquiera escandido arran­que, morisqueta maligna y candidez inicua. Y es cosa indig­na y expulsada así sea con golpe y con señuelo de las obras completas:

-¡Torrón, ton ton; que viene, que viene el cholo jetón!

O se quejará otra vez, por boca de personaje, con li­meñísima expresión de niño nervioso y engreído:

-¡Ay, qué machaca, Dios!

Segura no habla así, ni por boca de mujeres. Es macho rudo; Y sus mujeres, cuando se enfurecen, ofenden como rabontlS. Sin duda que el valor de Segura no llega a la ab­negación ni al heroísmo señoriles del Pardo valiente; pero su muñeco se defiende animosamente contra la realidad Y la teoría. Dirá uno:

-Le boto al sueño al pescuezo!

Y otro, Don Jesús, el de Na Catita, a su mujer:

-¿Te se ha metido el demonio dentro del cuerpo, mujer?

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DE LO BARROCO EN EL PERU 131

Reparemos en la delicadeza de Pardo, delicadeza que es nada menos que la mitad de su heroísmo y casi entero el héroe. Hay desproporción formidable del discípulo de Lista y condiscípulo de La Escosura para con el objeto de la reforma, que era pueblo doblemente numeroso, por diverso y por soberano.

En lo de Pardo sobrepone la figura caballeresca de la propia vida, enseña para otros cotejos y lides; y entre éstas, ninguna es la de la mantenencia de la propia vida. Y Pardo, humanísimo, alguna vez flaquea; y todavía al flaquear en el principio, pone su vida a prevista pobreza y peligro. Pardo debió ser integrador, santa-crucista, porque a eso aspiraba su entendimiento y porque el señor nació para la hazaña. Y Pardo, humanísimo, alguna vez flaquea, y no advierte de lo inmenso, ante el cabeceo y el murmullo del olivo en la noche. Y o no puedo considerar sino con profunda simpatía y respeto el yerro de Felipe Pardo y su enemiga para con Santa Cruz, el íntegro, malgré-lui y por hado, per faturn, el frustrado, catay, y con bibliografía ¿No creyó Par­do en la verificación posible? ¿Temió de la verificación? ¿Quién sabe de primeras razones? La Confederación fue acaso el único buen teatro, figuración del principio Y de la posibilidad, que proyectó nuestro primitivo romántico. F':e con verdad, con verosimilitud y con ejemplo. Por de~graeta para Pardo y para Santa Cruz, la cosa parecía fea, olía mal, Y era como había de parecer: con chusma, con candela,. con fanfarria; y e' desenlace venía por tifón inexcusable e rrre­mediable, ya sin otro acto último en que se declarase por fabnloso el suceso. Acaso temió Pardo el clásico que se re­cargara el abrumado Pení con el enonne Y mero bloque que era y sigue siendo Bolivia, mole de indigenismo dif_i~­tado, de política trágica, por largo siglo de fracaso. Provmcm segregada y menesterosa, en el Perú está su muesca; Y.~ aqní, en el Pení, donde debe encajar para algun~ ~ Y estabilidad regulares hoy todavia. Como en nempo

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Pardo. Y Pardo negóse y opúsose. Y con romántico brío luchó por su anti"omanticismo; con brío que reventó en letrillas como las de los posteriores románticos más chocan­tes a lo retórico y más amargos a lo sincero.

Menéndez Pelayo, al tratar de Pardo, insiste en que fue clásico; y deja que reconozcamos la fatídica convenien­cia de su educación y su temperamento. Es indudable que a todos siempre pareció y parecerá Pardo escritor y, sobre todo, correcto y bienhadado; pero es indudable que el acuer­do profundo de forma y sentido ha de parecer a muchos que le lean hoy relación briosa, cruel y trémula. Ha medrado la consumada medianía que preconizó Riva Agüero hace trein­ta años. Tratar hoy del Pardo literario es, como nunca antes, tratar de su virtud humana y obra posible. La simple Y secreta divisa habla hoy con marcial precisión de santo Y seña, apenas encubierta por los erizados lambrequines, al curioso o ganoso de hazaña en las Indias restantes.

A sus coetáneos y discípulos pareció Pardo no román­tico, contrario del romanticismo; y de esto queda larga mi­nuta en prosa y verso, periódico y libro. Debo declarar que. al ojear las obras completas, lo primero que me asaltó fue 1~ pasión romántica, allí extremada por imprevista Y extrañ~ en nuestro romanticismo; pasión que llegaba a la extremidad y gesto del romántico. con frecuencia mnume­r~ble. La suavidad de Pardo -q~e, según sus mayores crí­ticos, es la idiosincrasia y forma en él definitiva- me apa­r~ sólo en lo menos característico de su obra, que es lo líri~, ~ afirman aquéllos. Suave oigo su dicción, su movmuento, su máquina. En su teatro será suave el paso de la comparsa Y el accidente; esto, contrariamente a lo que :m escucha en el teatro romántico propio, donde gritan, mano-

Y blasfeman hasta cuando no están en escena o enmu­decen tras de prevenirlo. Ni sus motivos ni sus emociones son sna~~; sin~ que son enfrenados, sujetos a diapasón Y proporción Y distribución, enderezados a fines plurales Y

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remotos. Y o le siento por moderno y agitador como pocos entre los escritores que nos tocan.

Es clásica la literatura de Felipe Pardo, pero el alma y la virtud no son como han sido en otros que se le ase­mejan en la intención, en la actitud y aun ya en el estilo. ¡Qué diferente es de Mora, con las mismas cualidades y mé­ritos! Es por el alma, que no es la literatura, pero que hace que en ella consista. Pardo sobrevive a su muerte. Su niño Goyito se ha incorporado a lo ineludible de la nomencla­tura limeña, y va de una en otra inepta boca siempre seguro, oportuno y bienvenido. Sus letrillas -que José Carlos Mariátegui llama mediocres y que lo son, si se pone uno a atacar a Pardo, porque debe ser así, que también se le debe atacar, aun para entenderle bien-, su letrilla es de la me­dianía propia e irremediable de ciertas estrofas y géneros de la poesía escrita en la América Española. Los defectos que nos asaltan en lo de Pardo son los que nos asaltaron ayer en lo de Balduque y Y orovi y los que se emboscaron en lo de Cabotín, defectos que no sabemos cómo ni dónde nos asaltan, pues al asalto vamos; defectos que nos orientan Y placen aun a los que vamos a ellos como si nos desagra­daran; defectos que, en prosa y relato, hacen que consista en ellos la incierta presa y la indefinible certidumbre de la tradición de Palma, cuanto hay en ésta de admirable Y gustoso. Son defectos tan nuestros! . . . Y digo que ellos ~altan en lo de Pardo porque el curso de la lectura es apa­Cible y derecho y llano, hasta en la indignación Y el amon­tonamiento. Los defectos de Pardo son los del satírico; Y los del satírico son los del objeto. Como siempre en nuestra literatura, la retórica excede al motivo, y la anegación no ~~ en volverse énfasis palustre, Pero ¡~ta mirada ~ luneno de hoy como debiera ser en la EplStola a Salvagzo. i Y qué verso en que hasta el ripio es sustancial e indispen­sable, cuando el verso todo no está demás en el terceto! El carnaval de Pardo es el nuestro de ahora mismo; Y no po-

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demos osar a más objección que la de que nuestro carnaval no merece tan largo y justo ludibrio. Pardo es desmesurado, cuando lo está, a lo vasto: ojo ejercitado siempre divisa su término. Así, en la sátira suya, afloran, envilecidos por el excesivo esclarecimiento, los despojos de lo característico. Si Pardo ama ciertos modos --<:omo la gracia de Rosaura Y la dignidad de la vajilla, en el Paseo de Amancaes- se ensaña en lo limeño de don Pantaleón, del Capellán, de todo lo que para Pardo no es modo, sino algo como cosa, lacerante dureza. La regalonería debió de placerle en prin­cipio; pero la regalonería limeña, circunstante e impuesta, le irrita. El estímulo fructuoso de Pardo es de lo breve Y contingente, contrariamente al de Segura, tan normal, tan sensato, que no para en pamplinas, que lo aguanta todo de buena gana si no es en absoluto inaguantable. Las razones de Pardo son de discurso y alcoba; las de Segura son las que ganó astuta y difícilmente en mediodía para la confi­dencia de la noche y el artículo de mañana. Empero, hom­bre nervioso, escritor ordenado señorón incauto, Pardo dará en su escrito la clave de la ~ctitud limeña y de nuestro posible sermo nobilis, la norma de nuestra verosimilitud estética extremada y de la saludable insatisfacción con pa­t~onio. Arbiter elegantarium en nuestra letras, es de ad­nurar en casi todo, pero de fiar es sólo en la espontaneidad Y el disimulo, al revés de Segura, sin revés, sin empacho.

. La mente romántica de Felipe Pardo se revela esplén­didamente en su oda a Olmedo. Escrita ésta en estrofa im­~ble, de correctos heptasílabos y endecasílabos, labradí­stmo plantel de epítetos y de tropos críticos han leído allí loadeclás' •

. ICO. Yo no puedo olvidar que, avanzada la oda. Pardo compara a Olmedo anciano con un caballo viejo. El reposo del poeta de tan contrarios sucesos como son la muerte de una infanta de Espana" y la victoria de la Patria en J ' · umn. era, sm duda, motivado y oportuno. Mas Olmedo era gran poeta, romántico o de virtud romántica, a socaire

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de la escuela quintanesca, en América; y en el orden ro­mántico, no era justo que callara. Había de cantar; y no cantaba. Un clásico honesto y ortodoxo hubiera hallado al­guna semejanza al Zeus de Fidias o a la montaña nevada. La imagen del caballo viejo se antoja entallada en ira y en risa, en romanticismo del clásico que fue Pardo.

Andrés Bello, a su vez, había precavido a Olmedo contra la senil relajación, en versos admirables, de clásica :mnonía integral, en los que bate, presa, vehemente y ce­Jadora como la de Pardo, la mente americana:

Y tú, al abrir los ojos, no en oscuro aposento, entre sábanas fragantes, te encuentres, blando nieto de Epicuro.

Sino, cual paladín de los que, errantes, de yermo en yermo, abandonando el nido patrio, iban a caza de gigantes.

....................... "' ........... ..

Te manda el cielo que el laurel del Pindo trasplantes a los climas de Occidente, do crece el ananás y el tamarindo.

. . . ~ . .. . . . .. . . . . . . . . . . . . . ......... .

Huyamos, pues, a do las auras baña de alma serenidad lumbre dichosa; que si ella engaña, dulcemente engaña

Y este triste velar por la sabrosa ilusión permutemos que se sueña en los floridos antros de tu diosa.

. . . . .. ~ . .. . . .. ............ " .. . .. .. . . "' .... .

Ya para recibirte, su canoro , concepto se suspende, y la armoma de las acordes nueve liras de oro.

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¡Ay, qué triste cosa es la armonía en América! Recor­demos la agonía y la muerte de Pardo.

De aquí la doble y unicísima figura perdurable Y sen­sible de Félipe Pardo: el invariable del compatriota, del vecino y del discípulo; y el mudable, blando y nervioso con­sigo mismo; el del semblante y el de la sicología. De entre los Bohemios sólo Palma y Arona alcanzan a tan generosa individualidad, sangrienta como el buen don y varia como el ánimo noble, tremenda y agradable; a tal modo inimitable, imitado hasta por el controversista.

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VI

SEGURA {

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Antes de entrar a tratar de Segura, y para hacerlo con libertad bastante, que es el único mérito que se me ofrece, he de aclarar con la mayor insistencia, como ya lo hice en las primeras páginas, que el autor de mi trabajo no es el de mundo y vida, el biográfico, sino el patético, el de expre­sión y texto.

Sé apenas de la vera vida de los autores de que me ocupo, a punto que los vuelvo como personajes míos, crea­turas de la imaginación apenas alusivos a sus efectos en el prójimo. Por lo demás, las contadísimas noticias que he allegado, por Palma, Moncloa, Riva Agüero, Sánchez Y pocos otros, y por las monografías de Panizo y Garland, me persuaden a que Segura fue hombre cabal, honesto Y prudente, de los mejores vecinos de su ciudad y aun moderno Y bohemio en su vida y antítesis a la manera de Pardo, pues ~emos de reputar por romanticismo su briosa y honrada Intervención en política turbia y en crítica peligrosa. Creo, asimismo, no apartarme mucho del significado de Segura en su propio signo, en su teatro formal, teatro que es de títeres 0 como el primitivo italiano, de pulchinelas, pantomima ocurrente y digresiva, casi consistente en la espontaneidad del personaje y, por ende, alusivísimo a mundo, humano y suceso reales. Comprobando, reparemos en que el sucesor de Segura ~n el genio y afecto de Segura es, absurda e impíamente, No Valdivieso el titiritero y en que las últimas figuras de su costumbrismo son ya títeres libérrimos, títeres como Co­rrales Y su mujer y en que la Generala Cojinova y sus bijas

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y Doña Caro y las suyas participan de cierta exageración e irresponsabilidad -para mi secreto gusto, gustosísimas aunque no hago sino negarlo y combatirlo en estas páginas, objetivado, moralizado, desaforado--. Por donde se ve que el teatro de Segura fue concebido por su personaje antes que por su autor; que fue teatro en progreso y contingencia; y que es apenas de Segura el apunte, el papel y el estreno. Y por no llamar Segura al personaje autor, le llamara unas veces el Criollo, otras el Gracioso, otras Parlanchín, otras el Innominado. Y confieso in extremis que al criticar Y za­herir al personaje de Segura castigo y contengo mi propio criollo entrañable, resuelto en toda escena a partirse de conmigo e irse con el títere como cada cual va con su pro­pio cuerpo inalienable. Principio: Su castellano es destem­plado Y cascado; su dicho es de repente y de veras. Su modo Y estructura, por el contrario, es pausado y deslindado a lo melodramático. La doctrina sisa tres partes de la intención del instante de Segura; así sea que la doctrina es pertinente; aun agradable, aun ingrediente de la gracia. El bueno es bueno; el malo, malo; Dios, omnipotente; flaca, la creatura. Y aquí, por esto de la flaqueza, es por donde se nos des­cubre lo corto del tiro y lo largo del acto de la comedia. El personaje es abstracta humanidad, encarnada como en em­blema. La observación del tipo como arquetipo, en exhaus­ta Y exclusiva idiosincrasia, es correctísima. Pero no es la humanidad en la suma de su complejidad, sino en la copia dC: ~us elementos. No es fragua, sino retablo. No es trance, cnsm Y conjugación; sino cotejo, enseña y encuentro. Po­~re teatro como gran teatro; con todos los recursos Y ca­s~ del foiletín y del melodrama. El autor sustrae su cri­~ ~cualquier verso que no sea de la moraleja; y empuja hacm replica previa, deus ex machina y quinto acto el mon­~ gayo Y sonoro, antropomorfo y palpitante. El que qui­Siere engendrar teoría de Segura, que no sea la de los versos al 'b1:...- del ·

pú """' fin de cada comedia, ha de ir afuera

í ¡

DE LO BARROCO EN EL PERU 141

de su embeleco, para deducir de lo fidedigno del au­tor la fe a que va según narra en la fábula. En su en­tremés, el malo es malo; el bueno, bonísimo; Y el bueno siempre acaba venciendo al malo. El personaje de Segura depende y critica, no dirige ni define. Contuso perpetuo, de su boca no salen sino breves sarcasmos y tópicos memo­riosos; y entre golpe y golpe, hace por olvidar el golpe. Lima de paso y anécdota, la humanidad impenetrable es referen­cia inevitable; y tal teatro se da por pecaminoso Y senten­cioso, por pobre y botarate, tibia y ensordecedora jarana de gente honesta y domingo de excepción, orgía de prudentes, cromolitografía. Pero gusta; y aunque ya no puede parecer de verdad, porque esa verdad pasó, sigue siendo absurda­mente verosímil, sensual y persuasivo. Gusta a aquel que es el que ha de gustar de la representación de su propio sem­blante. Es de creer que, de mantenerse teatro nacional, todavía irían limeños por Lances de Amancaes o por Las Tres Viudas. Pues gusta irresistiblemente, aun al que va a Segura en busca de fallas y quiebras a lo universal Y pre~ep­tivo, halagando en aquél al limeño desaforado y al e~co~~o. Desaparecidos los pretextos y los motivos, la media sat~ conserva fuerza suficiente para hacerse al punto la otra nn­tad, algún objeto y seguir adelante.

Segura no es satírico, pues que es cómico, :U.ando no moraliza derecho. En toda vez y modo, está patencamente incurso en su dicho y hecho. Su figura teatral, por otra ~· es apenas cómica. Retrato fiel de verdadero vecino reductdo a su idiosincrasia decisiva, lo extraordinario categórico nur: ca sé que sea expresión o facción del personaje. La .coan­cidad es del autor en su juego y concierto. Ra Catita no es demonio. Ni P~nneno ni Calixto --arquetipos, entele­quias- hubieran llegado a relación alguna con ella. Ra Ca­tita es de carne y hueso tanto cuanto la deja ser la letra con

' alicia es la que la habemos y Segura, que la compuso. Su m . del vientre y para en el chocolate. Zurce las voluntades &JeDaS

142 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

apenas con sus humanas necesidades; y se resigna con ser en el drama, si amaga, y por ir adelante, persona inconcebible de proxeneta absoluta, cargada con los atributos que le sustra· jeron para hacerla personaje y que le devuelven e imponen para que no espante por fantasma y para que la reconozcan todos. :Ña Catita es una con mucha hambre si ha de apa· recer en proscenio; pero guarda mucha conciencia y moral de fuera del teatro. Garbea donde sobra al dueño. Hurta en el exceso y desgano del otro. Procura conciliar los fines de cada cual con los de la norma misma; y para ello abusa de todo uso y abuso.

Es claro que en tal muesca ha de verterse y caber cierta Lima real y menesterosa si se la alquitara y sujeta a tanta picardía como decoro. Cosa de vecinos, nada hay en lo de Segura de Jo que hubo en Rojas, que era nada menos que :a memoria de Platón y la agonía del cristianismo. Continenc~ dificultada va al casorio como el río viene de su fuente. St alguna vez se alude a cópula, es, bajo mil excusas y palabras, en lo de otros, que también procuraban ley y sacramento. Anécdota baladí de la sociedad limeña menos ejemplar Y menos atenta, su mérito es -aquí sí- lo de su anécdota, lo de su movimiento y ocurrencia, lo de su ropero Y reparto. Vale, como todo lo de Segura, no siquiera porque nos haga conocer ignorada Lima; sino porque nos lleva, remontando tiempo, criterio y forma, a reconocerla, recomponiéndola, con los muchos restos sensibles y evidentes que de ella que­dan en nosotros; y porque presentimos que así habrán de rehacerla Y reconocerla nuestros nietos, a la Lima innata e indestructible del limeño, a la mente según Lima en Lima. intuición placentera nostrísima, cada cual a sí mismo.

Los fáciles y prosaicos modelos para nuestro gusto -:-muy menos exigente que el de los del tiempo de Segura. tiempo en que leer y escuchar teatro era diversión general-. "':aboada., Blasco, el Camba de los principios, Pérez Zúñiga. Clelto G6mez de la Sema recién leído nos vendnín ahora

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DE LO BARROCO EN EL PERU 143

como ya adecuados, preparados para todos los climas, estó­magos y espacios; a segundo bocado indiferentes, cosa de la industria internacional y de la marca falsa; autores que escribieron con secretarios y que escriben como para que se compren sus libros donde los compraren. Segura hubo de adaptar, de volver limeño lo español castizo y diferencial Y de reacción para con Francia; y hubo de atenerse a lo es­pañol no por españolismo sino porque a otro recurso no llegaba su ruda mano. Su maestro fundamental, De la Cruz, apenas le dio las primeras letras. El empleo y ejercicio de la aptitud los debe a Bretón, castizo muy más consciente Y sosegado que el primitivo sainetero. Las causas y motivos son lo que Segura no debe a nadie, que los halló echados Y desgarrados por Larriva, los periodistas y los anónimos; Y él les dio rostro como humano y toda la vida suya.

Como la Nicolasa de El Sargento Canuto, aconsejó Melpómene a la comedia de Segura:

-Háblalo sin miedo, hermana, cuanto te venga a la boca.

Y habla así libérrimamente, pero ya sobre elemental discreción y clara consciencia. El teatro de Segura atesora la prudente experiencia de nuestra siempre zarandeada, pagana Y encogida clase media; la del elector apaleado, la del fun­cionario cesante; la del militar indefinido. Al tiempo del insulto, lo dirigirá al oficio, que no a la casta. Dirá Nicolasa cierta vez:

Estos tales militares quieren ser como la espuma, porque cargan una pluma y tres o cuatro alamares.

Y Jacoba dirá al militar que la corteja:

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Ponga sus finezas y su real persona en una rabona, y no me haga hablar.

En La Saya y Manto, el padre de Modesta, que es Se­gura mismo, objetivado, que se retrata como en espejo; ~s~e tal Segura dirá cosas terribles contra su colega. La pas1on política en que Segura padece, aguarda, intenta; la Lima del auge de Santa Cruz, embrollará su discurso, pero nunca atará su lengua. No lo dice todo; pero lo que dice lo dirá bien dicho y delante del más pintado.

Es en la mínima Lima, que es la más vasta y verdadera de la Lima libre, la que ve cuando mira, la que remira en lo que es de verse, la que habla hasta con los ojos. La nobleza limeña no anduvo en flores al andar en quiebras. Los caudillos entroncaron con familias nobles revelándose en ello anterior y general incertidumbre y sincera aspiración mutua. En la comilona del segundo acto de Frutos de la Educación, de Pardo, marquesas y notarios se atracan a las mismas cómodas y consolas habilitadas como mesas; Y en Una Huérfana en Cho"illos, será oficialito sin blanca ni prosapia, el novio mejor para la niña, según Don Felipe, tan difidente y redomado cuando no ríe o acusa. Será Don Custodio el que defina al mofarse:

-A letrado viejo y ducho échele Usted coroneles! ...

En lo de Segura -apenas enterado sino de oído y, por tanto, muy más curioso que Pardo de los secretos del Gobier­no- intrigan cuñadas con ministros, descuidando lo sexual. ~ado el plebeyo en el legítimo encumbramiento Y en­furecido por las cortapisas y celadas. Dirá Don Juan, en aquella comedia, no sin color de envidia en el vozarrón ca­toniano:

(

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-Mil hay aquí que a unas faldas deben honores y puestos.

145

Pues hemos de confesar que no hay personaje de Se­gura que nos parezca tal, que no cometa lo que dice que execra. La naturalidad que con ello se gana, sin embargo, no es la compleja y variable del individuo humano en el mejor teatro. Es idiosincrasia, la escogida y representada por indiferentes dones y doñas. Aunque guste mucho más el de Segura, es el de Pardo muy mejor teatro, que obliga a creer o dudar -aun siendo como es, vodevil- un poco a lo trágico. En lo de Segura no es necesario siquiera su­tilizar ni adivinar: todo está dicho por el titiritero; y lo que dice es lo más sabido; y los muñecos son tantos cuantos caben en el retablo, bastantes para representar la escena urbana de puertas adentro. Pero la intención de Segura es la enorme del que así o asá moraliza; y los muñecos son pequeños y pocos para dar figura a la humanidad invocada. De paso, advertimos en el teatro de Segura que lo sexual no es secreto ni designio del autor, sino que es fresco, fri­so, lo más contingente y manifiesto. Así Segura alcanza a ser perfectamente --el amor es sublime y ridículo--, pues obra en lo más ciego e inquieto como en lo más blando Y dócil. Verdaderamente, la plomada y aun el relleno es de política. Es teatro de hombre con hombre que se disputan, con razones y con desmanes, mujeres, entre otros bienes Y para cónyuges.

El brusco reparo y ensamble de Segura pincha Y de­rrama en la postema. Dice cosas que por nada dijera Pe­ralta, que hizo más, un limeño aparente pero picante _en margen de texto culterano. Repito que una de las donas de Segura tiene:

. . . . . . . . . . . . un olorcillo que se mete hasta el galillo y que atonta y emborracha.

146 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

Así y todo, Segura desarrolla y termina, en su propósito y materia con la mayor sensatez y firmeza que ha ocurri­do en nuestras letras. Empero, es indudable también que su información de costumbrista apuró en la desfiguración del romántico. Leyendo a éste, lo más del escrito nos su­giere que lo fue contra el de Segura. Su comicidad es pre­texto para el lirismo. La Lima evidente lleva a escalar el parnaso concreto y el castillo genérico. El epigrama, por otra parte, declara que si el romántico escribía como contra Segura, era, en espíritu, así como Segura. Y po­demos concluir que, en forma polar, obliga la tesis a la antítesis, la cosa al tropo, la miseria a la esmeralda, Segura a Velarde. En Segura, aun su verdad y naturalidad, primarias pero excesivas, incentivas pero desagradables, son cuestio­nes de estético reparo. En vano las buscaremos en el entremés de Peralta ni en el vodevil de Pardo, muy más audaces con la propia audacia que Segura. Dirá éste, más de una vez, el relapso en inocencia:

Luego tiene un olorcillo que se mete hasta el galillo y que atonta y emborracha.

Ni en los Episodios de Arana, de merienda de negros, lee­mos de tal olfato de blanco. y es porque Segura es grosero como es en todo, sin advertir ni maliciar de prójimo defe­rente. Es plebeyo apurado y sobrio, aspirante y simple, ~aturalmente honesto porque es plebeyo. Dirá otra vez. sm propomerse ni entrever nada:

~ Usted un maricón, smvergüenza y pechugón

Pero. plebeyo, su defensa de sí propio es heroica y admi­rable. Su Martina, de Las Tres y: .. .~ __ lo confiesa re-dondo: UJUUJ,

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. . . . . . . . puesta en el precipicio, antes que mi madre, yo.

Así salva su teatro.

147

Pardo, con señorial denuedo, con emoc10n curiosa, baja en nuestra sensibilidad, bien que a su modo, más hondo y asá y verdaderamente que Segura. Lo pinto­resco se presenta en éste --en cierto modo inferior, sin duda que con mayor mérito-- más por la comparecencia de las figuras que por la individualidad de la figura, más por vir­tud de relación que por la entidad humana. Un personaje solo de Segura, da absoluto mutis, callar de cosa; en tanto que uno de Pardo sale, al punto, vivo y disciplinado, por el foro. Sin que Pardo llegue a autor teatral consumado en su obra, circunstancial, fragmentaria, es indudable que allí la figura representa individuo, mientras que la de Segura re­presenta número; que la del primero es sujeto y objeto de suyo, y la del segundo medio y signo. La lección de Pardo -aun con su retórica y canon- es lección de moral perso­nal. La de Segura -aun con su complicidad y escándalo­es lección de civilidad rudimentaria. El teatro de Segura cabe en el de Pardo, holgadísimo; y no es así viceversa. El retablo de Segura será más atractivo y colorido que la escena de Pardo; pero la emoción humana fiará más al buen actor que al buen titiritero; creerá más al cónyuge que al vecino.

En punto a capacidad, la del teatro de Segur~ es la del salón cursi, en que caben cuantos llegaren. ~~ ca~ mos hasta nosotros, llegados después del siglo. Allí ~le­ron sus personajes; media Lima, representada por seJS 0

siete; Segura en persona y con impedinlenta; Y quedó lugar para los extranjeros, que no llegaron. .

Esa personalísima sensatez de Segura -dilw~ Y presente en toda su obra, a lo vasto y hondo; Y ~ietta Y agresiva al más ligero contacto-- es el mayor mérito de

148 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

Segura en la historia de nuestras letras; en su tiempo, por contrario; en el nuestro, por concurrente. Es su anti"o­manticismo genial y efectivo, nada más, y nada menos. Pues nada se parece más a nuestra literatura afrancesada que el mero afrancesamiento. Es vacua, ridícula, necia, estéril; y así fue nuestra poesía romántica. Hoy el afran­cesamiento nos viene por los resquicios de lo español, ya ~o nombrado ni celebrado por francés, pero siempre con­Sistente Y decisivo. En nuestro ultraísmo -de inmediato orig~n español- se transparenta la primera fuente francesa; Y ~1• extremado y venal, como se le hubo en España, fue aqw acogido y tratado, con fruto alguno. En sus albores Segu~a previó el regreso de Lima a Lima; y con gracejo no diferente, pero con sí diferente saña, es ceba en el meteco consigo mismo. Como siempre, es la sociedad estorbada ei asunto Y acaso el motivo. Pero no se ceba por amor de. ~a~o, por razón de estética, en determinado tipo ; mdivtduo, ~omo Bretón en su Agapito; sino que defiende l orden SOCial, el modo sociable, la general costumbre,

con no más saña que la indispensable, en muñeco de sobrio arreglo pero también de inhumanidad notaria. Idéntico a todos nuestros mejores costumbristas coetáneos, hasta en el estilo vale ' · . ' mas que nmguno por pnmero y ya consuma-do, Y por cabeza de linaje, y por común e ilustre padre, Y por constante Y longevo y todavía vivo.

Se ha hablado de la xenofobia de Segura. Y o no la descubro. El extranjero no entra en su teatro. Por otra parte. su representación ib . de lo criollo pintoresco no excluye la :: ~ de la presencia del diferente -de hecho, nunca pio ~ en nuestra experiencia-. Por lo demás, el pro­

gura lo dirá rotundamente:

Vengan. pues, en adelante hombres de n.1r ....... di . . e-- versos, a VIVIr entre nosotrOS,

con sus eiencias y sus inventos;

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y vengan los españoles con más frecuencia que ellos; que aquí hallarán a sus hijos emancipados, es cierto, pero siempre con los brazos para sus padres abiertos.

149

Siempre fue así. Las cosas de Larriva contra 105 españoles se explican y aun justifican por las circunstancias Y peligros. El extranjero en el teatro de Pardo será mo­delo. En Althaus y Arona, fuera del teatro el tiro se dará a ciegas; Y si toca al extranjero, apenas lo advertirán Arona Y Althaus. Y toda vez entendamos por extranjero al europeo no español ni hispanoamericano.

No podía ser otra la invocación de Segura. Lo crio­llo en su más fiel, superficial, mediano, entusiasta y exce­lente retratista, no podía mostrar sino, ante todo, lo per­meable, incompleta y expansiva que es su persona humana. La sociología de Segura no va más allá de la relación do­méstica Y de la administración pública; la desesperación y e~ ~o de Pardo no cabían en Segura; y será Pardo, ahora Sicologo y libérrimo como tantas veces, el que, por boca de su Juana, llamará chapetón, bruto y tacaño a Feliciano, el amado marido, con la lengua de Lima. El teatro de Segura tiene por límites los breves del sentido común; y no PUede prosperar allí el presentimiento de los más nacional Y futuro. Segura va contra la novelería; digamos que contra el afr,........ . án . 1

.......... .,amiento, contra el afrancesamiento rom tiCO en 0 español de un modo u otro; contra lo que turba en la mayor tradición; contra lo que estorba en la mayor costum­bre. Una de las pocas veces que propiamente satiriza en­~do Y conteniendo para mejor fruto. es con don AleJo. ·

Arte ingenuo de artesanía aplicado a casta inepta Y gusto inculto, se opondrá a los que se opusieren a la vida

150 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

primaria, a la ley indispensable, a la reforma inmediata. Segura podría repetir con el Areso de Peralta:

Astros de escalera arriba ojos lacayos no vemos.

Ni siquiera le asisten los óptimos motivos que en lo más del teatro de Bretón llevan el diálogo, con picante bo­cado, a cuestiones superiores de convivencia humana, a cierta representación del humano por genérico, así sea en escena demasiado alegre, sensible y movida. Segura, siem­pre prevenido en rudimento, se ejercita con el hecho mismo Y solo, recién suscitado; en él se complace y desahoga, c?n arte bellaca; y después saca de donde la puso la moraleJa, moraleja que sale de la fábula con seriedad cómica por inesperada.

Al lema gremial Castigat ridendo mores sirve Segura con estulta obediencia, sin distraerse un punto en el dra­mático albedrío.

Dice Markham, extranjero, historiando, y corroborando que las comedias de Segura "scarcely have a rival in the whole range of theatrical literature of Spanish - America",~ _Y

es porque son como ninguna pintorescas, declarativas, habili­dosas de obra, de humano que obra representación, de criollo gesticulante.

Dice Markham -lo dice acaso con impertinencia y, por de contado, con demasía- que Pardo Y Segura "became known wherever the Spanish language is spoken". Creo que en teatro, en universal, tanto el de P~ como el de Segura quedarían como bien hechos SI al teatro universal llegara el nuestro. En verdad, la im­portancia de Pardo y de Segura es en nosotros y no en ~p~ conciencia, que no son tan conocidos como para inflwmos previamente, para damos prejuicio alguno. Se~ como sea. en letra o en mundo, más carga Pardo de Sl

DE LO BARROCO EN EL PERU 151

mismo, y en sí de nosotros, y así de mayor teatro, que Segura; aunque es verdad que éste hizo más teatro y para cualquiera, no de otro modo que como hace teatro el autor teatral ordinariamente, por agradar al número, y al pronto sin que por esto pierda dignidad ni mérito. A mi entender, Segura sustrajo mucho de cierta teoría y lo reemplazó con exceso de otra, y no lo declaró en prólogo lo que como Shaw debió poner, que no puso, a su teatro. Celoso defensor de su patio, su interior es como físico y · su humanidad acaba en el telón del foro. Arregla lo de la escena; pero bien sabemos cómo era la escena. El efecto de Segura comienza por malo, en saliendo, a la puerta del teatro. El orden del entremés era el que pugnaba por volverse del gobierno nacional, afuera. Según lo sabía, desde todo prin­cipio.

Los habilidosos medios -medios que son ya fines en el buen teatro-, en lo de Segura apenas son fines finales, emboscados, al acecho. Su indiscutible habilidad de titiri­tero nos sigue desde el movimiento físico; y es apenas como estimulante, como aperitivo para el teatro, como puede servirnos hoy a los que nos propusiéramos hacerlo. Con todo, pintó la cáscara tan apetitosa, que hemos de pro­curar que el verdadero fruto se parezca a ése engañoso Y hechizado, si queremos que el teatro peruano que deseamos, sea, además de teatral, teatro del Perú, cosa nuestra Y sa­ludable.

Para mí creo que la expresión jocosa o festiv~ sea, fuera de su valor de comercio, no la entrañable SI­

no la alienable en el que la da, en el ánimo criollo. C~ que la tristeza y la burla dan en el ánimo criollo expresiVO ese contraste que dan en nuestro templo churrigueresco .naza­reno y retablo. Más aun, la expresión criollísima es trágica.~ SUs impromptus como la de Arona, 'Y tragicísima: c:n su ms: mulo como la de Palma. Qué fue nuestro romantiClSnlO poli;­tico sino política de Gulliver, gigante o enano. Nuestro IDO"

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narquismo para con la teoría, si es verdad que medró por cor­tesanía en la Corte, peleó con bala por el Principio. SumisoS al destino revuelto, no titubean al sacrificar a Santa Cruz Y a Piérola, por idealistas, al cabo del entusiasmo. Castilla Y Leguía, positivistas, habrán de ordenar con desorden, rodri· gando con rama del tronco; y los tiempos aquellos serán de orgía y angustia con brevísimo apogeo y tremenda secuela. ¿Es esto jarana? Séalo si la jarana es cosa triste; séalo si es jarana en velorio.

Con todo, bien vale la pena de hurgar en la tristeza del criollo, en la ironía tristísima de Y erovi, en la melan· eolia taciturna de Gálvez. en tanto de limeño ceñudo por más que sonriente. Hoy el teatro de Segura tendría audi· torio de erudito y ocioso, teatro que no se representa porque no hay quien lo pida; y sépase que la circunstancia de Se­gura no ha pasado como teatro, que su personaje corres­ponde al prejuicio que del espectáculo se tiene en Lima Y que el prestigio formal de Segura es muy grande. Segura en su sazón no fue sino cierto alivio de su tiempo, Y no es de creerse que represente integridad criolla alguna.

VII

LOS BOHEMIOS

El romanticismo literario trae inmediatamente su no­ción y método del panteísmo de Spinoza; más aun, es el propio panteísmo vuelto ameno, sensible, figurado, diná­mico, por anécdota y experiencia. Pues a la ineptitud ra­cial para la filosofía sistemática, ha de agregarse en el crio­llo la lejanía de la Europa filosófica y la facilitada y extre­mada política de la inquisición española e indiana en ciu­dades pequeñas y capitales, como únicas y sumas. Diríase que el romanticismo en el Perú comienza con la Casa de Francia. En entremés de Peralta de asunto clásico fran­cés, delante de virrey y arzobispo: el afrancesado se burla ya de la ciencia escolástica, malherida por su propia vir­tud, en la colación de grado de Monigote. La razón Y la norma de Corneille y la revolución y el desenfreno de Larriva bailan el doctorado sobre el conceptismo de Cal­derón, extremado por el criollo Peralta a tal punto, que pa­rece gongorismo. y por curioso y sugestivo accidente, en el teatro de Peralta se da muestra notable de la caracterís­tica versificación romántica, del polimetro y polirritmo pre­feridos por los románticos formalistas. f . Si la mitología grecorromana permanece en el ~ ICJSmo como estuvo en el neoclasicismo y en amenores

literaturas de trama platónica desde el Renacimiento, es in­:x~ble que la intonsa imagen que de la Antigüedad con-IbiO el clasicismo se quebranta y desfigura a tal e~.

que lo grecorromano no es más que brevísimo episodio. escena interpolada. La aspiración a la aml()IÚa, la del

156 kAF AEL DE LA FUENTE DEN A VIDES

Schiller de las cartas a Holstein Augustenburg, es compen­sación trágica y significativa del verdadero báratro román­tico, de la sensible e insoportable confusión del idealismo sentimental, una vez liberado éste de las normas racionales que le dieron principio. Pues en país alguno mejor que en el hispanoamericano pudo haberse desarrollado el ro­manticismo si a la cirqmstancia real se hubiera enfrentado Y consagrado nación única ordenada y culta. Indominable naturaleza, despotismo consumado, tradición imperial, mise­ria presente, todo convenía con las resultas románticas. Em­pero faltaba capaz sujeto humano. El canon y el peripato eran los trofeos de la cultura colonial; y la lectura de la Enci­clopedia acabó de ofuscar, con su enorme y crudo bolo, el entendimiento maquinal y literal del hijo cultivado de la Colonia. En la República, advertiremos que la libertad no llega a ser nueva conciencia de vida, sino que es noción de nuevo concepto; que en derredor de ella, siguen ordenadas a la antigua las humanas ingenuidades, que la cuestión es de áulica academia y que es la fuerza contenida o la ofen­dida quien ha de ordenar los contrarios estados y mesti­zajes, en tanto que la burguesía colonial, vaso del criterio Y principio de la fuerza, decae extenuada y herida por sus propios síntomas convulsivos.

La ilustración de los principios de la República es la más desordenadora cuando no la más apartada y estúpida de sus fuerzas políticas. Olavide, el arrepentido, prefigura a. los apal~os meditabundos, inanes y azuzadores, a los disdpulos UUJUmerables del penitente y peregrino Monteagn­do, futuros conversos de Saint Tammany, Cacique, Patriarca de la Democracia Y de las Tres Américas. .

Cundió por los espíritus la sublevación a la franceSa; Y ya en ~ aprieto, la razón ni defendió ni mantuvo. Exa­cerbó las uas con las memorias; descanió los instintos con los tratados; ofendió las Sustancias con las ficnn"Ac Nuestro N•--.t~ . ~--,._,u se apellidó Santa Cruz; era hijo de india; y .cJe..

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DE LO BARROCO EN EL PERU 157

mostró singular aptitud para juntar contra lo mejor a los mejores. En manos de Santa Cruz, malhadadas por el afran­cesamiento, la instauración del Perú íntegro andino y cholo fue aparente traición, tal, que, a juicio de los más de los mayores, legitimaba toda otra que la invalidara y deshiciera. Entre otros cataclismos, hace decir a Felipe Pardo cosas claras y feas. Suscita el primer cisma cordial y efectivo en nuestra nobleza, que no lo conoció igual ni al tiempo de la Emancipación ni al de la definición de la incompatibilidad de la Orden del Sol y de la forma republicana. Talleyrand alguno encamina ni aprovecha, ni destrona ni remedia. Nin­guno vio a través de la esquina de su calle. Ocurre la única tragedia de gran estilo que se ha representado en el Perú; Y acaso por ser de verdad, ninguno prevé ni aplaude. Hoy todavía dudamos y discutimos, delante de las cortinas caídas para siempre, de cuál escena fue dramática y cuál bufa y de cómo debió ser el desenlace.

Se entroniza la dinastía de los entimemas, iosaciables e implacables, en la República. El afrancesamiento enerva a Pardo, obceca a Althaus, ofusca a Arona, desria a Gon­zález Prada, vacía a Chocano y disfraza a Eguren; todos tos cuales carecen de la humilde y divina capacidad de Palma Y de V aldelomar para con la propia. creatura. Aquéllos 1t0 pudieron burlar en sí mismos felicísimamente la pr~ asimilando la sustancia. El alma española de Jos señores·.no consintió consustanciación: apenas transigió con el atuendo. Empero no olvidemos que la aptitud de Palma es a.c:81Kt con la ingenuidad de Eguren- el único rasgo eí1 nuestras letras. Los tartaleantes teleros en lo de Vaiklclo.illaf.··•·· dejan desplomarse la carga a cada tropiezo en su trayecto: sus términos no convienen las más veces a sus ·intuiciODeS e··.· intenciones.

En nnestros mayores ~d. valor 1JRll'fia:MI curiosidad que dan angustia y~ •am) . ....,..4l demás, escritores ·conecklll . . . . . .

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comienza metros antes de la frontera estrictamente literaria, aun en la poesía de Althaus, formalísima. Más interesan por lo que sueltan de político y por lo que reprimen por pru­dencia que no por el modo en que lo cumplen. Palma Y Eguren -los más sinceros y espontáneos-- son, para su­gestivo contraste, los que agitan en nuestra forma; aquél, con todo provecho; éste, con mero ejemplo. Si la forma afrancesada de Palma no es, en manera alguna repudiable ni inconveniente, la de Eguren tampoco lo es, pero es así de otro modo, como para turbarnos y edificamos.

Los románticos formales son los que conversan, en 1848, en casa de don Miguel del Carpio. Los ilustres Y ejemplares entre ellos -Pardo, Segura-, sin llegar a la propia vejez, han entrado ya en una definitiva serenidad, en el modo inmortal, en el estilo de la crestomatía; y sólo pueden conceder a los mozos una benevolencia generosa. de entraña huraña; compañía real; ayuda; consejo y amo­nestación; Palma dice que simpatía y chocolate. Así sea, pues, que el romanticismo nuestro no es sino variación de manera literaria en correspondencia con cierta variación del ánimo. Los que representan lo previo y opuesto con respecto a los románticos han sido románticos a su vez, extramuros del nombre y de las letras, en tiempo político y admirable; Y sin duda que los bohemios, los mozos, han de buscar empeñosamente en Pardo y Segura cierto desencanto y fatiga parecidos a la vejez y que no eran vejez; condición ejem­plar Y contraria indispensable a su designio. La moda había llegado, Y babia que sujetarse a ella. Los muchachos eran los románticos; y los hombres maduros eran los ancianOS.

La de los Bohemios es, sin duda, una generación de escasa vitalidad, que toda se les consume en el gesto inex­cusable. Verdad es que la circunstancia política obligaba entonces, sin dignidad pero con apuro, a cierta actitud in-cesante Y COJllO heroica. Lo más cierto es que, en lo que toca al tomanticlsmo. viven los .románticos juntos y cola-

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borando, sin envidia ni prisa. Al menos, así lo afrrma Palma. que evoca, en plena madurez esa que llama su juventud de bohemio. Principian, pues, los románticos Iimeñísimamente, burlándose de un viejo entre chocho y bellaco que les da chocolate. El camino de los románticos es ancho, muy an­cho; y la virtud mejor es la perseverancia. Se respeta a los viejos que ni siquiera lo son: a Pardo, nacido en 1806 Y el más dócil acaso de los discípulos de Lista; a Segura, nacido en 1805, en cuya simple e inquieta mente de limeño nunca hubo lugar ni asiento firme para propósito de romanticismo romántico, hombre ingenuo y vecino complejo, optimista sobre todas sus amarguras de cesante; a José María Seguín y a otros semejantes. Los mozos no son pedigüeños ni as­piran en política. Al mecenas no le importunan los jóvenes románticos, que no tenían la petulancia de creerse en apti­tud de imponer a los gobiernos un plan de conducta admi­nistrativa ni se imaginaban que los claustros del Colegio podían convertirse en centros o clubes revolucionarios. Y todo lo dice Palma, bien que viejo y sonriendo.

Sólo queda una figura de vivacidad verosímil Y activa; e! odio a la poética anterior, a la clásica, a la que informó la poesía de Melgar y -definiendo- la de Olmedo; el odio a la lírica española afrancesada y a la que tradicional­mente intentó la restauración del gusto español. Pardo mis­mo traducirá a Víctor Hugo y elogiará redondo a Zorril1a. en su Paseo de Amancaes. Segura empleará la nueva es­trofa una que otra burlesca vez en alguna de sus comedias.

Adelantando, advertiremos que la renovación, más que de fines y medios, es de motivos. Es una insurgencia Cl'* trae, en su retraso, los caracteres de la emancipación ~ lítica. No es efecto nuestro romanticismo de la evoluci6n social y nacional ni botín de conquista alguna: es una moda Y un hecho que en sí mismo y por su propio ser se explica~ bastante. El tiempo llega, . virtual, en virtud de ~ ~~ e.

Dura, influye, reforma o defonna. Geido en P"dM:.., )le.;.

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roico y, en cierto modo, como desinteresado de sus fines, es ejercicio de vitalidad, tentativa de otro instintivo ser, frente a las desconocidas e insensibles razones y realidades. Así y entonces fue, y así hemos de tenerlo por razón. Su tardanza es tanto en la historia como lo fuera su oportuni­dad. Y todo defecto lo será del romántico.

Si nos faltó Erwin von Steinbach -motivo, mente--, también nos faltó su tumba --experiencia, arte--. El ro­manticismo idéntico, el gótico -todo sinceridad y estilo de sinceridad- se adapta casi bestialmente, como el huma­no inmigrante, a América, romántica inocencia y posibili­dad. El romanticismo original no es de tal modo el ro­manticismo nuestro. Acaso lo más vil de la literatura r~tica americana --el panfleto o el epigrama peores­~ale de un modo u otro al exceso romántico en prin­Cipio Y entrelínea; pero, de todos modos es insondable el abismo que está entre el Sturm und Dra:,g y nuestra bata­hunda, barahunda absurda, barahunda ordenada hasta vol­verla tópico. Aciertos tan consumados como los de Andrés Be~o Y Amado Nervo prueban que nuestro romanticismo meJOr e;; el_~ designio anacrónico, el del gusto intemporal. el del e)efClcio clasicista. Felipe Pardo traduce bien a Víctor Hugo; trasvasa en capaces letras castellanas el contenido efer­vescente; Y cuanto hay de más verosímil a lo culto y a lo histó · . neo en nuestras antologfas de romanticismo asi-nusmo es fruto del más austero clasicismo en la tarea ~ ~. ~ nosotros mismos lo romántico con tijeras Y • diccionanos. Apenas con el modernismo, lejos de su ~ como aliviado de ella, florece el romanticismo pUesto que hemos de Damar imperecedero como verso, vía con que~ con sus poetas y que lo leemos toda­donde el . . afectuosa. Tan solamente en la IBWela.

.Jo Yerosímilritmo va adelante con la prosa y el SllCeSO; es donde M.fa 4e 1::-. • e~ a lo picado y el placer al tepatO.

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si lo estuvo, bien pudo no ser así, sino americanísima no­vela y novela romanticísima; porque el precedente no de­paupera sino acredita. Pero la poesía de Isaacs queda a la artificiosa altura de toda la del romanticismo america­no. Palma alcanza en sus Tradiciones la admirable ex­presión de la sinceridad suya propia, por entre todos los lazos que el casticismo de Isla y Estébanez, la estricta histo­ria y el romanticismo triunfante le oponían; y su poesía, con ser tan cuidada y feliz como lo fue, queda con decoro pero sin salvación en la trápala coetánea.

No es confusión de ideas y de sentimientos sino con­flicto de verificaciones y de actitudes. Pocas ideas, que las cosas concertaron, y un sentimiento fuerte y encaminado ri­gen la gesta maravillosa de la Emancipación y dan la vic .. toria al luchador más débil en apariencia, pero también el más numeroso y empeñado. Pero el romanticismo aparece en el Perú el año 1848; lustros después que Melgar habfa dicho, en verso escrito, mientras que el Perú se liberaba. una melancolía e inquietud suyas que sólo suyas ~ y no del Perú ni del coetáneo. Los Bohemios apenas cono­cieron a Melgar; y su lección preciosísima de poeta • sim:ero Y hombre heroico fue ignorada por quienes debi6 ser mú sabida. Es así cómo nuestro romanticismo, si diseurrimós sin escrúpulo, podemos decir que llegó a su tiempo y sujeto cuando llegó y como llegó; en el desencanto y al ~ cantado. En 1846 todavía se discute sobre cómo debe ser la República. si democrática o a~ en h"bros Y _.. demias y sólo allí con verdad y pasión. Bartolomé ~ busca en balde un brazo de que valetse ·para impofter VIl orden tan escolar como necesario. La intención tecrCta .de la República demagógica refuta. discUrre,. pemuade. U.·· generación de funcionarios entra a saco la teoria; Y al hombro, se alivia ·ife su pesambre cautaDdo a a=leqiUiál;< en tanto que sube en los eseatatoqes ... Y. asf es • .-v.-teratura romántica toda . :-·-·

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figurada y comentada. Hado y caudillo hacen la historia; y mil veces uno y el otro son la misma ruda man~. P~o si el romanticismo político es hazaña y prosa, el lite~o es manía y verso; libérrimo y másculo, el primero; colegial y canijo, el segundo. Emparejados están Castilla Y Pardo, ilustrativamente. Para sobrevivir en la memoria del Perú, hubo el escritor impecable de compartir la responsabili4ad de un Gran Mariscal, y éste hubo de tener la magnanimi­dad y audacia de hacer ministros descontentadizos.

Es evidente la disconformidad de la obra de Pardo, de la de Segura y la de los Bohemios. Sin embargo, con varia edad, todos llegan a convivir y conversar en la misma Lima. Pardo se inquieta el primero, aunque pasajeramente, con el romanticismo. Palma colabora, más o menos, en El santo de Panchita. El odio al clasicismo de los Bohemios parece que se resuelve en exceso literario. Sin duda, que hay algo de continuo e indéntico bajo las desemejanzas y las contra­riedades; y esto se descubre en la biografía. Ello puede ser la posición social. que es la misma para todos los román­ticos y coetáneos, y que les obliga a un mismo romanticis­mo. Todos han de encararse a la misma realidad, que a todos excita a la reforma. La de Pardo -pretendida, im­posible aun en la teoría-, será la que es efecto de la sátira enderezada a lo político. Nada habrá de más clásico e inútil, de más razonable e insensato que la lección de Pardo.

Manud Pardo presenta a su padre afiliado a· un ban­do determinado y, sometido a la ley común, sacrificado al dios de la política. Sin embargo, Felipe Pardo no está, ni aun formalmente, ni por su mérito y nombre, entre nuestros políticos, por mucho que inspirara e influyera: era noción Y criterio, apenas figura, ninguna en el reparto. Es critico, ctítico tan apasionado y descontento, que acaba como desinteresado del hecho y enamorado del estímulo, como poeta satírico, gustando de su propio disgusto~ Su natural

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suavidad se da al cabo de su proeza; y es amarga y delicada resignación, apartamiento declarado y parsimonioso.

El clasicismo es aquí imposible integridad literaria. Cuando se da el sosiego y el pulimento, se da el anquilosa­miento, la rigidez, el tópico. Nuestro gongorismo --si sacamos algunas octavas del Conde de la Granja en su poema de Santa Rosa, algunos versos de Alesio y poco de lo menos gongorino por antiguo, es decir, lo súbito de gracioso o de inocente-, nuestro gongorismo es, en lo geográfico, con telúrico término y claustro, nuestro clasi­cismo o, mejor dicho, lo que debería ser nuestro clasicis-mo; esto, por el tiempo de su desarrollo; por su extensión, exclusiva; por el logro de tal figura preceptiva, que queda disimulada e inadvertida su variación, su intimidad, su fi­siología. Pues bien, el gongorismo sumo es forma rígida e insensible; y sólo así, como hábito de humano, como pura obcecación y vehemencia, ha de persistir en lo más ciego y hondo de nuestras letras. El disimulo de lo más propio se lo debemos entero. Pero nada le deberemos, por otra parte, de lo que nos sirvió o sirve para expresado. La figura colonial, al caer de su retablo, ha de caer en el más ingenuo prosaísmo, casi fuera de la literatura. (La tradUc-ción de Valdés y el mismo- yaraví de Melgar son tales, m ~; cierto modo de retórica). Era la serenidad de la estatua Y del cadáver, no la forma ejemplar de lo vivo; no la ~· • aptitud disciplinada y ejercitada.· .

La realidad no cesa de bullir, de arnontoDaiSC, . .a. hacer la que se abalanza al que se pone a obseuatla. J serenidad no la había en nosotros cuando cadueatón f ~ quebrantaron las viejas normas y formas. La quietucl iJI.;. _ telectnai y política de la Colonia había en¡endrado ~. dos hábitos de sumisión y repetición; Y co.o ~· P08I"bilidades de insubordiDaci6n compeasadma y --~~· Es en el dero, la nobleza y·ta. ~ de los enciclopedista& baB ~- .. · -··-

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vorosos discípulos, discípulos que serán fanáti~os secua~C:S· con creciente obstinación, aun después de la IIDplantacton del orden demagógico, orden de desorden; aun después de establecerse la República como se estableció, y no como debió establecerse, que era, al cabo del razonamiento, co­mo a ellos mejor convenía. El plan de monarquía no en­cuentra ningún paladín heroico: es dialéctica lo que pro­curaba que continuara en su vena la vida de tres siglos· Y también es dialéctica todo orden que, ya según las cir­cunstancias y los episodios, y ya resignados con el mons­truoso drama, todo orden que propongan los juristas Y doctrinarios de la República. La acción es instintiva; Salaverry es la cifra. Y Castilla que intenta, intonsa Y fe­lizmente, ordenar lo bastante y gobernar, llama, quién sabe si apenas para acrecentar su experiencia del desorden, a Felipe Pardo, entre otros, menos letrados no tanto litera­tos.

En cuanto a la expresión literaria, y volviendo al principio, diremos que la naturaleza que comparece en las letras del Perú con el que escribe no es la selva cisandina ni la meseta o la montaña andina, sino, con la neutra Costa, el grupo humano, la humana naturaleza en la plenitud de su ser y función, naturaleza que es también el que se pone a descnbirla. Así, en lo ejemplar de nuestra literatura, la realidad descrita no conviene con la realidad perctbida. La d~ión es de la realidad imaginada, idealizada. En lo colonial, la mejor es la del cronista, que, por lo común. describe como en inventario, aun con lo fabuloso a que suele alu~ir como si fuera cosa cierta; y en tosco estilo, tanto meJor a lo estético cuanto más tosco. A medida que el C:Stilo prospera, la verosimilitud decae, hasta que hallamos delirando al insigne Conde de la Granja en su poema de Santa Rosa, describiendo a Lima, en poema que es de lo ~ Vespertino, enervado y placentero de nuestro ·gongo­nsmo Y en descripción . que, fuera de tema. es hermoSo

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verso y hermosa fantasía. Dirá, en la menos sublime de las estrofas:

Yace en el polo austral, en valle ameno, a quien coronan cerros de esmeralda que a viento y mar son diamantino freno, y a sus embates dan robusta espalda; el Pacífico sur besa el terreno que la sierra dispensa a fértil falda, y en fugitivo aljófar se deshebra el cristal que en su orilla el furor quiebra.

La realic!ad, por ende, cae en manos de cronistas Y copleros. El espléndido realismo y el sobrerrealismo de la ascética del Siglo de Oro y el siguiente no han de ger­minar como lo lírico o lo picaresco en nuestras letras. El tropo gongorino y el chisme conventual les reemplazarán in­dignísimamente. Y la retórica exaltación y el gárrulo fantasear a propósito de lo tang¡ble y hnmilde se volVerá algo como imputrible anatomía de nuestra literátura. El abandono de sí mismo, del artista a la materia, a la cosa; Y el abandono al motivo, al designio, al crear, es de nues­í:ro tiempo y experiencia, miembros que no atinamos. a encajar y explicar en el sistema y cuerpo de nuestra lite>:" ratura sino fuera de la literatura misma. Tales, la poesia de Eguren y la de Vallejo. No es difícil graduación por intensidad: intensísimo en su diapasón es Chocano. Es distinción por actitud, por el propósito de hacer o no hacec en el sujeto, en el actor literario. La retórica de Vallejo; · angustiosa invocación al nombre deseonocido para ·la cosa. inefable, sobrenada como preciosa escoria de lo que está ea lo más hondo. El arcaísmo y el neologismo de Bguren con­curren a las postrimerías de su elogio. · .· .

No pudo hablar como el primer Fausto al EspíritJJ « la Tierra:

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-Du führst die Reihe der Lebendigen vor mir vorbei, und lehrst mich meine Brüder im stillen Busch, in Luft und Wasser kennen.

No era el romántico como Fausto; ni había, en la Costa, bosque ni río, ni aun siquiera aire, por la niebla, prieta Y rastrera. Había, sí, mar; y dictó éste uno que otro verso hermoso; y el primero y más animoso y entonado, según nuestra perpetua paradoja, hubo de ser de Melgar el serra­no. Nuestro romántico, sin embargo, trata de bosque Y río y de lo del aire con insistencia y con verso.

Nunca es la Einfühlung del arquetipo poético. Lo mejor será el dato vivido, el más vivido y repentino ~r contraste, ocurrencia brusca del humano en su exte~or habituado, como es en lo de Arona; o, donde no, prectSa memoria y vocabulario enunciativo en sincera nostalgia, como es en la descripción feliz de Valdelomar. Y si no es ingenuo el romántico, tampoco es plenamente sentimen­tal: es inmotivadamente sentimental, sentimental porque es­tá versificando sobre abstractas o ajenas ingenuidades.

Sospecho que ya en la tertulia de Egaña, tantos años antes de su nacimiento, el romántico versificaba sobre la naturaleza como lo hizo cuando Bohemio. Y el jacobi­nismo versificador -Juan Jacobo era neurótico, hipocon­dríaco- no podía ir a la Naturaleza como ella era. La poesía jacobina, en su enorme y difusa integridad, es como domingo de pequeñísimo burgués rencoroso y vagabundo, domingo con nocturno exceso y diario escrito. Y asi será el jacobinismo al gobernar en la naturaleza humana, idea­lista diligente e implacable, de política in anima vili.

Pues bien, la realidad buscada por pretexto para gaz­moiia Y dilatada confidencia es la cifra de nuestro roman­ticismo. cifra floreada como blasón; y los que pequen con­tra la. hipocresía, contra los modales -modales que deben ·t«~o, Y no menos-, serán echados por los criticos doplá-

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ticos del campo romántico. Y es lo singular, o llamémoslo lo americano, que el romanticismo en el Perú, y en la Amé­rica Española, se defina y represente por quienes más y mejor disimularon la ingenuidad ingenua y por quienes llevaron afuera de la sinceridad la espontaneidad; por quienes mostraron el revés del romanticismo como el ro­manticismo y el trofeo.

Creo que es allí donde se origina nuestra rutina poé­tica y nuestra inverosimilitud descriptiva. Padece pueblo de memoria barroca, apenas influido por el negro casi sal­vaje, negro en la Costa del Perú al punto enervado y de­generado, que nada trae ni impone sino propende a exa­geración y mimesis. En verdad, lo tropical de la literatura hispanoamericana es huella de negro, inverosímil arre­glo de evidencias y tópicos en que nada hace ni pone el indio, sobrio, muy sobrio en intimidad y en expresión,·· en costumbre y en arte. Además en la proporción exagemda so capa de romanticismo, con escasa alusión precisa a la rea­lidad americana y más extensivamente, la ~ excesiva J extremada, esplende en países americanos en que el negro· es numeroso; y de modo muy señalado, en el Brasil, que lo hereda del Portugal y lo acrecienta sin ténnino; Y el Portugal sabemos que de antiguo mantuvo intimo contaeta con el negro. Los modernistas, sobre todo Valencia. itáD con mensura clásica en el orden grecorromano, contra la .. desproporción y colgadura ext:rañas al idioma. ~. ~~ Darío, Lugones y los otros, en la América Española, coa·· • • diverso principio, van contra la idiosincrasia negra. mente : que no informa ni reforma, sino deforma. Chocano Y --·"""•'···'· llegarán a revalidar al indio, al inca y al ch<)lol-t;lllá'Eíe:S.·s.: de poesía, en español. El costumbrismo cómico;.· satl:t:ICC•·.,·~·.'' apenas en digresión y moraleja, es el reducto mayot desproporción supérstite; y aun allt no .dará fCll'llla tará a información: su máquiaa. y a -u-.... -cipalmente en criQJio ·blaueot ··lfiJiQ;··,a·;·C411Q.V

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media que es como nada en el Perú. Creo que novela grande del Perú, que ya comienza, irá a lo español genial, por entre sucesos y cosas; a término de poema épico, de sobreposición del héroe en el mundo. Seguirá a las demás de la América española posteriores al romanticismo, por buscar en la selva virgen o en la pampa desierta como bus­caría en el alma criolla al primer abuelo barroco. Allá la 'lleva el idioma.

Verdad es que los románticos de 1848, los Bohemios, si no son los grandes escritores y poetas con que hace su propia anatomía Vigny en el prefacio de Chatterton, no dejan, por otra parte, de tener idiosincrasias y aptitudes del hombre de letras universal, que son las de ahora todavía, guardando las proporciones que el Perú de 1848 impone. Son gente de notoria aptitud literaria, llevada a la literatura por vocación literaria, vocación que en algunos habrá de ser tremendamente probada y afligida.

Para algunos, la literatura llegó a ser oficio de pane lu­crando. Leen en el idioma original. Traducen, de Mora aba­jo; Palma, a Hugo; Corpancho, a Shakespeare. Si abortó el teatro romántico del Perú, hemos de achacarlo al partear prematuro, pues el teatro es forma posterior del arte, forma que, ante todo, pide la social y, en ésta, la ejemplar y previa Y la que se opone, la que se critica. y si no era posible tomar por ejemplo la sociedad colonial; si prehispánica, o no se la con~ bien o no interesaba por no sent.írsela sinceramente prop~ ~· al menos, pertinente; si los primeros años de la Republica son nada más que de incesante e inconsulto ~ torno de las formas de la Colonia, no hemos de extrañar, sea como sea, que el teatro romántico fuera más lírico -esto= ~onstruosamente-- que moral, moral como teatral, es ~· mteresado en cierta realidad humana vivaz y per­fectible, con personalidad, organismo y asiento de esceno­grafía. El lirismo hubo de ser el subjetivísimo del humano alltol', fugado a la romántica a figuras y acciones ajetms.

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clásicas y didascálicas; figuras y acciones que no podían causar los efectos propios y característicos del arte teatral romántico, arte que es popular por sus principios, me­dios y fines, según Hernani. En tal intimidad humana, teatro y poesía equivalen; y un solo nombre -poema­basta a dar la noción cabal y nostrísima de la cosa. Si leemos El Poeta cruzado, de Corpancho, sucederá, apenas leído, que el poema nos impresionará como líri­co; luego, lo teatral nos persuadirá a que la integridad es, en parte, teatro; y teatro que es indispensable, acaso mal teatro, pero que es teatro y que es teatro ante todo. Entonces se desintegra nuestro concepto; y se darán dos, uno de complacencia y uno de desagrado. El poema -el líico, el épico, el didáctico, el de la peceptiva y el de la lectura- es confidencia del poeta, don que hace de lo asimilado por su persona, expresión de individuo humano que así o asá se espontanea, humano a que vamos por na~ rración y exhortación con apetecible desgarro. En el teatro, la representación es de la especie y del otro, materia de es­coger y dudar, mundo y problema. El sumo valor del verso es el de la pasión incontemDie y creadora; y el del teatro, el de la habilidad en la representación dehberada. ¡Quién sa­be del clásico teatral intonso, del partido a ciegas en pluraJi.. dad Y conciencia! Poesía meramente adosada al teatro es, con relación a lo que debe ser la poesía, lo que la metopa es en el muro, algo de contingente y abusivo, función del todo en la Parte como del organismo en el forúnculo. Y el teatro romántico nuestro es asf. horror o fragmento, según se le examine como teatro o como poesía. Muchas vece$, las más de ellas, el teatro es teatro y nada sino teatro, edificio en que la poesía es apenas pintura, pintUra que suele ser cha­farrinón mipertinente; sin que por esto consideremos que el teatro sea aceptable ni mucho menos, que toda vez es malo. Sin embargo, de vez en cuando, la poesía es consutancial con el teatro,. bambalina .de la ~ ma1tedl~·

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algo que está por encima de la distinción racional del poema de la lírica con el poema del teatro y que nos hace preci­pitarnos en el ciego y sordo seno de la poesía, en el espacio y régimen inefable, como ante aquel drama de Corpancho, verosímil, compartido, y con todo, de alma de verso.

Así, pues, nuestro teatro romántico nos da figura que si es de reconocer a primera y torpe mirada, que el pueblo está atento, no da así la acción, que de ningún modo es acogida ni asimilada como teatral, acción que viene a con­sistir -ya no en acción, sino en alegoría, representación como plástica- en proposiciones morales cualesquiera di­rigidas a quienes menos entienden en suma y perífrasis, que son los más del pueblo; aquí, ·de un pueblo americano, mes­tizo, rencoroso, feriante y chispo. Si la figura no se la reco­noce, nada hay que logre incitar a la atención fervorosa. Las mejores obras de nuestro teatro romántico se salvan por lí­ricas, por lo bello del verso; y lo dice Ricardo Palma, que es Bohemio de fiar. El teatro popular, el de virtud romántica, es el de Segura, formalmente no romántico, no romántico como se pretende que es el pueblo costeño regular y cam­pante. Este teatro es el popular, el apetecido, el exultante. Allí la alusión es directa; lo representado, propio; el verso. octosílabo; el humor, ligero. Na Catita es gozo del año 1856; Y en él no suena un solo apóstrofe sublime siquiera, ni muere nadie y los amantes se casan, y el amancebamiento se manifiesta por boca de la tercera, lleno de escrúpulos Y en pos de sacramento. Una que otra octavilla de las que estrenaron los románticos; y ni una transigencia más con la moda en apogeo. Palma colabora así o asá en El Santo de P_anchita; y este despropósito de nuestro romanticismo es. sm duda, su mejor éxito; éxito debido a Palma que, entre burlas Y veras y sin aclarar ni poco ni mucho, declara fran­camente su ineptitud de autor teatraL

. En ese hecho creo que debe reparar el que se propusiese avenguar cómo fueron sociahnente Jos poetas y escritoR~

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r~mánticos del Perú. Estos fueron por destino líricos, lí­ncos y breves. Si en algo vale nuestro romanticismo es, donde acierta, toda vez en la estrofa y composición propia­mente líricas, en lo de Salaverry, en lo de Márquez; y, por contraste y desborde, en el verso de otro lirismo, torcido. alterado, revertido, que es la confidencia de Juan de Arona. Por lo demás, debemos reconocer en los Bohemios cierta honestidad que les mueve a apartarse de lo que les está vedado. Si alguno se empecata, la generación -el grupo en la escuela- se arrepiente y enmienda, bien que cada cuál varias veces y acaso más. Sin duda y por fin, el teatro no es la sede de la fortuna de nuestros románticos. tan poco afortunados en cuanto emprenden.

Es difícil establecer la verdadera posición social de un limeño de hoy; y es dificilísimo averiguar la de uno de me­diados del siglo XIX, aunque sea poeta romántico y no se OCUpe sino de escnbir sobre sus afectos y circunstancias. La vida en la ciudad de clima neutro y gentes fabnladoras; la política en los términos de la época y en los alcances del gobierno, todo hace de Lima, a partir del fenecimiento de la Colonia, con el caudillo y el trajín de los primeros años de la República, ciudad en que es casi imposible escn"bir coa buen orden y buena letra, la biografía del verdadero vecino. · La inagotable, la angustiosa abundancia de datos por ~ car, de sucesos como peripecias, de pamplinas catastrófieas,. todo impide la derecha biografía, así como los árboles no dejan ver el bosque. Es tanto así, que de los románticos pe- }.' :

~::m:~ :d~:i::~ ::;;::: ~:;:: ): '!~É~~~1; bros de L. A. Sánchez. uno sobre Palma y uno sobre ~· zález Prada. Lo demás son las notas de José DomiDgo OJdés:: en su Parnaso Peruano; algunas tesis universitarias,. que ~ producen los datos sabidos; éxtasis y visiones iróJJic::a Y ~ · rablemente narradas por Ventura Garda Caldcróa en breves menciones hístoriogréfieas; Ql ~~ Ot.C~~ii.,;'_

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. . . Lo fundamental está en la tesis doctoral de Riva Agüe­ro, Carácter de la literatura del Perú Independiente, aun con ser otro su objeto y método, por las justas e inmediatas refe­rencias, por el profundo conocimiento y la cautela por cine­gética del limeño que ha escrito.

Nada que no sea el plante invariable y sospechoso de los poetas y los prólogos amargos de los libros señeros, nada nos lleva a creer que la sociedad de Lima, la Lima del li­meño que opina en presencia de otro, escatime el aplauso. Antes bien, Palma afirma que sí lo hubo. Márquez; Cisne­ros, que escribe el mejor drama de la Bohemia, a juicio de Palma; éste, Palma, que principia a los dieciocho años, y que no saldrá nunca de la literatura; Corpancho, que logra todo un triunfo con El poeta cruzado, mal drama, poesía romántica, verso excelente; Salaverry y quizá todos divierten a aquella Lima aldeana y facciosa, maldiciente e ingenuísima.

Es inobjetable que la Lima de su promedio aspira to­davía hoy a la sala decentemente amueblada, que es el centro cordial y la escena perpetua del teatro de Segura;· allá se driige hoy todavía, y es así acaso en toda ciudad, si no en todo teatro. Pues esta Lima de la sensatez y de la regularidad es la que hemos de creer que provoca como pri­mer estímulo, no la insatisfacción, que sería razonable Y frugífera, sino la sensiblería de nuestros románticos, sensible­~ que dictará el mismo verso a desiguales poetas y que Igualará la vida de personas desemejantes. El poeta ro­mántico encarnó cierto arquetipo de la personalidad regional a que ha sido funesto que aspiraran el vecino intonso para ~gnificaci~n de la propia persona. Características idiosincra­SiaS del cnollo costeño: inclinación a exagerar lo contrario Y acomodarse en tibio; a adular, a denostar y desafiar en ~ de teoría o de burla; a dignificar con la pluma y la gracia las funciones del vientre, lo peor de toda Lima esplended .. · bal Y deslumbra en aquel romántico. Y cuando no. es

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aciaga novelería, síntoma de nru;;stra desarreglada sensibi­lidad. Segura en su Don Alejo nos presenta al poeta coetá­neo, de su criterio maduro, versista que es, a la par, figu­rita de consola y anófeles sin responsabilidad; limeño nume-­roso, inmortal y temible. (Segura no lo declara por tal poeta; pero todo se adivina en la simplicidad y derechura de la sátira suya, de limeño remedador y dotado). En nues­tros días, Ventura García Calderón asevera, medio con ter• nura, que los románticos peruanos plagiaron a los franceses hasta muriendo jóvenes; lo cual es mentira que debiera SCl'

verdad para bien de poetas que solían negar con uso y hábito lo que predicaban con énfasis y tropo. Vivieron largo, disi­mulando al escribir que vivían en Lima, atracándose de zafir Y ambrosía, desdeñados de huríes, y primas, alternativa­mente protegidos y desamparados por el Gobierno.

La vida de Lima, que es entonces ciudad muy pe­queña, ha de discurrir por entre ruinas recientes y por sobre cimientos recentísimos. La mesocracia de la Colonia, que hubo de abstenerse de actividades mayores -l'eservadas a nobles o ennoblecidos-, comienza, con el desconcierto de la Independencia y el trajín de la República, a tomar ~ tos adelantados, ya no de mero título y aparato como los de los nobles coloniales, sino de consejeros y Validos de lO& jefes militares y poñticos. Lo hacen con recelo y ~ .pel(J •. lo hacen sea como sea. Los caudillos triunfantes casan coa mujeres de la aristocracia, con linajes de ~ eoa .. escaleras de fondo de patio. El cholo acaba quedando ea casa, a pesar de lo que asegura cierta riquísima ar.técdot-.; ' · El guano y el salitre. después, llegarán a colmar · sociales, aunque los carteles del peligro y la ore~.:í6J-~~:. permanecerán, carteles que los propios .advcmedizos zan y repintan. La aristocracia. cuyo c:oneurso eJíJa cipación poñtica fue, sin duda, ~; :a··· llCI)?

trance y aprieto de .. ~ . . •··~ . ..

tumbres seculares, 1 ~;-'*'

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sado arrollo de una clase social más esforzada y ejercitada. En la tragicomedia de la democracia nuestra -muy paté­tica en sí y muy jocosa para el que no es actor en _ella-, los poetas, comparsas, dicen el apóstrofe y la evastva ge­niales del parlamento. En coro, se desgreñan, lloran, ~e­nazan, recuerdan, deliran, en el argumento por hacer, m­terminable. Farsan sin papel, sin apuntador, sin más con­cierto que el que imponen la escena y el aprieto; Y c~o farsan, se ingenian; y como farsan sin tregua y se fatigan sm alivio repiten y repiten. Se repite lo que los autores europeos escribieron; en otro suelo y bajo otro ciel~; traducido,_ vul­gazirado, diluido; que se supone que convtene al mo~v~ Y la circunstancia del Perú. Así, hoy nos es muy difícil distin­guir lo que es menester, de lo que es arte; lo que es persona­lidad, de lo que es hado; lo que es memoria, de lo que es emoción; lo que es delirio, de lo que es circunstanCia; lo que es principio, de lo que es impulso; lo que es impresión, de lo que es cenestesia; lo que es propio de lo que es ajeno; lo que es verdad, de lo que es mentira.

Ello es que el romanticismo nuestro comienza ya con acabada figura de mazacote y de bisiesto, fosilífero Y o~ ticio, desganado y maniático, recóndito y sutilmente frai­lesco. Es como burla que compensa, curiosea y ensaya. Y para en pasión, y por fin, en rutina. Amontona como por indiferente sensualidad de niño: todo lo codicia Y todo lo toma; y si no puede cogerlo porque es astro o concepto, Hora y patalea. Contradice escolásticamente a su circunS­tancia, a su norma, a su voluntad, a su destino; y esto lo llama comportarse., ser liberal y progresista, no estar en la sombra de la Edad Media. En el siglo científico, de las n:laciones consumadas, de los sistemas completos, nada es más chocante que nuestro desván romántico, en el que se mira en un tnismo rincón lo colosal y lo humildísimo, lo uno sobre lo otro,~ todo: las Andes y las huñes, los mece-­DaS y los ~ las Chepitás y las baBderas, los fotÓ-

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grafos y los templarios, los cipreses y los ferrocarriles. Sería gracioso si fuera juego; pero 'no es juego, sino que es alegoría del humano y del mundo. Y la expresión de tal engendro es de diapasón insufrible: si no aúlla la Teresa de Espronceda, asorda locomotora de La ReVilla.

Es esa mezcla, sin sustancial confusión, lo que a nuestro romántico le da imagen de lo que era la mente de Byron, anormal y normativa en el romanticismo ~ co, incapaz de lo grecorromano, ensañado en su antítesiS:

A wbirling gu1f of phantasy and flame.

Aunque parezca paradoja, ya lo churrigueresco que se or­dena o lo barroco que se endereza, sudoroso pero ecuán.im.e, hacia los equilibrios y mensuras del primer Renacimiento; la humilde suma caída en oscuro problema. Mas no se pro­curaba de vera efigie. Era cosa de. parecer como Ossian. en Macpherson según el Cairvar de Espronceda, y de cailtar en el nuevo ocio a la propia flema.

Impresiona muy poco por romántica la biografía de nuestro romántico, en tanto que su escrito impresiona tan así que, como en reflejo fisiológico, provoca a ironÍa Y a duda, acaso más allá de conciencia. Trato sólo de la obra impresa, con prólogo, f"uma y pie de .imprenta, tantas ve­ces publicada en París, con orlas y marmosetes. el libro deJ Bohemio cuando bien aderezado.

Esa vergonzosa poesía, cuya desnudez. aunque cándi--. da, no es pueril, ¿de quién puede ser obra sino de aJgúat· .. honesto y apacible señor algo maniático? En ~ .lo que· disculpa más es lo tanto pecaminoso· Es una lilelaQd . simplona, ingenua. ociosa; infierno de pecadilloJ Y pur­gatorio de perezosos. y si se . la Dama vergunmsa . por desnuda, es de aclarar que la desm:adeZ Y la~ .. ···· son de la obra sino del autor ~ · · desvestirse. aCtitud y no· ~· · ··

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romántico luce mil perifollos con que lo engalana aquel cuyas virtudes de padre de familia y funcionario público tapan honestamente las del poeta o autor teatral si el crí­tico está mirando. Palma cada vez que tropieza con uno de estos románticos ejemplares -tales son casi todos­transcribe completa la foja de servicios y encomia con ma­no seria, la lealtad del amigo. Los románticos peruanos son normales tanto cuanto puede ser normal el hombre que vive, procrea y se conforma y adapta en el Perú. En ellos nada de lo suyo descubre la teratología si no es cierto surco en el cerebro que habrá de descubrirse en el cadáver. Los versos burlescos de Los Heros, los epigramas de todos son cosas de limeños, no de románticos. Palma. en 1896, en su Bo­hemia de mi tiempo, habla de sus compañeros como de buenos muchachos que conviven en la pequeña Lima de en­tonces sin envidia, creyendo que el camino es ancho y que por él pueden ir todos en montón y con huelgo. Si se burlan del ~ lo hacen a sus espaldas, pero siempre le visi­tan; Y en las postrimerías de su vida, Palma no descubre más que diferencia de criterio, gusto y aptitud entre don Miguel del Carpio -que en sus mocedades fue mozo vivaz y bra­vo-- Y los Bohemios; no diferencia de temperamento hu­mano.

¿Cómo se comporta Lima con los románticos? En los años próximos a 1848 dice Palma que se interesa por eDoa. En los años próximos a 1867 Arona. en prefacio a sus CUIIIlros y pisodios MCibnales, habla de nuestra tierra como de una '4en que no hay público; en donde la diferencia mtre lo publicado y lo médito es ton insignificante, que ~· da un libro y parece que siguiera médito". Entre Jo mu­. dto que agrega, dice que .. la obra-libro no circula sino en el peque~ espocio en que ya había o podía haber girado ~; y que ulos 4/anes, gastos, zozobras 1 esperan­·.~ _. li1Ul ~ resultan inútild' _ Es probable que

._ya·~· y que tambiéa esagesen los demás

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Bohemios, que tanto se quejan de la hostilidad social. Con todo, debe considerarse lo frecuente de la lamentación de tales hombres, apacibles y acomodados en cuanto no era aspiración estética, y plan universal, como fueron casi todos, a juzgar por lo que refieren Cortés y Palma. Un romántico dice a gritos:

Y el mundo, madre, me ha llamado necio; y el mundo, madre, me ha llamado loco;

lo cual, repetido en vario verso por vario poeta, mueve a creer no poco de lo dicho. Por otra parte, no debemos extrañar que entonces se repute por chifladura d escribir en verso, pues así diagnostica hoy todavía nuestro pueblo. Nuestra sensualidad es vil por la poca civilización, y nuestra ironía calla ante las necesidades naturales. Versificar en se­rio es cierto síntoma y nada de normal ni saludable.

El melenudo poeta hacía epigrama de toda eficaciá Y gracia; después, gemía y hacfa el loco como lo entiende el cuerdo. Se le toleraba la manía porque d ~ por lo demás, era simpático y bueno. Uno de los :BohemiOs es Porthos; y Palma le pone entre los mayores, Y no por los versos. Y como siempre Lima asimiló al forastero. Hay que leer cómo se asimilaron a los Bohemios limefiOS.. ea aficiones y modales, los nacidos en las provincias. Palma llega a no distinguir, entre d limeño y d que no lo em al principio. Todo fue como hoy. pues en Lima es todo .st• siempre.

Las peripecias de la vida del Bohemio SOJl not~DriaiiK'Jll~···

te providenciales; y se diría que Dios paró Ja COJltsHi~:íúB en las circunstancias a cada momento de Ja vida de .esas buenas creaturas. A estar a lo que aada hizo --~· de nuestros poetas romántieos que no o funcionario. Es verdad que falta mos otra ~la poJ~ :aJ•.·GIUicJIII~

178 RAFAEL DE LA FUENTE BENAV1DES

desordenando el desorden, sino interviniendo en él como todos. Algunos para quienes la vida bohemia acaba entera y repentinamente, renacen sin resucitar y sin espantar a nadie, en la vida más arreglada y provechosa; siguiendo, como si los hubieran comenzado, trabajos y lucros. Uno se nos presenta al cabo de lo bohemio sudando en la hacienda del suegro; y si muere, como muere, a manos de bandoleros, es porque Dios lo dispuso así, y no por celada del Diablo. Así son todos nuestros románticos: uno tiene buena letra; otro para en prefecto y coronel; muchos se­rán cónsules; a otros les veremos ascender hasta la secre­taria del Presidente. Sufren, sin duda; conspiran; componen letrillas y libelos; son desterrados a Chile; y nada de esto es romanticismo en aquella Lima ni en Lima alguna, aun­que, de todos modos y ninguno, parezca cosa romántica. al que no es romántico. Palma se limita a aseverar que fue­ron hombres buenos y amigos cabales. Lo dice, y lo prueba. Así, la generación romántica hace buen papel en la historia del Perú, acaso porque no emprendió nada de grande, nin­guna revolución de espíritu: atenidos a todas las resultas, enviciados con su estilo y evasiva, no procuran sino estar en el Estado puesto que está el Estado. No yerran ni abusan ni propasan sino con la letra, débil e hinchada, musa de murga y estribillo.

El fin de los Bohemios varía de uno en otro; pero, en teneral. Prevalece la muerte que suele llamarse romántica por imprevista y espantosa. Uno de los tres o cuatro que llegan a enriquecerse muere asesinado por bandoleros. Al­guno habrá político; otro, héroe revolucionario; y otro disi­pará su patrimonio; y así acabarán como Bohemios. Dos o tres ~ tísicos; otros tantos, locos; otros tantos, en naufragio. En pocos vivos se enseñará :re3Imente el DestinO. a quien tanto hostigaron en el verso. Dorada mediocridad. ~ Y C0ogma, será el sitio preferido por eso titanes. N~C~eron tarde para las obras grandes, que no Begaroll aea-

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so a realizarse porque ellos faltaron, los románticos y poetas, y hubieron de inspirarse como pudieron abogados y milita­res. En los Bohemios, la nostalgia de la palestra de verdad y peligro se volvió rito, mueca, obsesión y, al cabo, enajena­ción en arte sólo con la realidad posible. No se vaciaron en forma los ánimos al rojo. No fue gesta: fue gesto. Labio­grafía, por paradoja, en ningún momento deja de ser la del funcionario público, la del empleado público, la del buró­crata típico. En esto y por esto, merecen el mayor respeto del que busca fuera del verso. Pues en el verso provoca a que uno afirme absurda y temerariamente que ninguno fue romántico, menos Melgar y Pardo, porque ninguno de aqué­llos fue sinceramente sincero y porque ninguno refonó la gramática antigua sino desmejorándola y empobreciéndola. Y provoca también a que uno afirme que ninguno fue clá­sico, aunque muchos lo valen por correctos, pues ninguno tiene proporciones estéticas y ninguno se abstiene de imitar a los románticos europeos, a excepción de Arona otro cla­sicista, que es el que salva nuestro romanticismo, con su vida y su obra. Un romántico peruano recién leído es un romántico peruano; la cual definición no será lógica, pero si que es verdadera.

Sin embargo, bien leída y un poco olvidada la poesía romántica, la recordamos por ingenua y gracicsa, humana como es la risa o la injuria, tal bajo el erizado ropaje de la retórica y los espesos tules de la extravagancia. Al pesar a nuestros románticos hemcs de poner en la balanza del cm,.­tico, en el platillo de las obras buenas, también las malas, Y hasta una mano, si ello es necesario para que ese ~ , rinda más que el otro. La justa valoración dell'ODl""f'irin; nuestro corresponde a la sicología, a la moral, a la JústcJda, no a la estética, que apenas tiene allí por objeto el exap!wa de los efectos de cierta mania. . . . .·

Si en el verso el romanticismo es diferente . eJ!. ~ · · • Y verso, no es así en la prosa. La voeatiYa~.4cl~1l@-'·:::j~

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tico proviene inmediatamente de la expresión jacobina, efectivamente romántica, de expresión espontánea e inme­diata. La prosa de nuestro romántico es prolongación de la del Olavide de El Evangelio en Triunfo, y de la del Vidaurre de las Cartas. El modelo, con todo, fue mayor y mejor que la copia. Aquellos románticos, que no fueron así a lo literario, dieron a su expresión la frescura de la fuente, la sinceridad de la predestinación, y la fuerza del combate. Uno ha de leer, al menos, con curiosidad vehe­mente. Excitan todavía en el siglo subsiguiente. "Salto del lecho, ate"ado y despavorido; todos los miembros del cuerpo me temblaban, no podía apartar de mi aquellas imágenes terribles de que estaba mi imaginaci6n; y aunque corría ~ "':, lado ~ otro, ~ seguían a todas partes, sin darme so­szego · Suena Olavide con su muerte. Y es así como se aterra Vidaurre, soñando con su vida; el mismo tono con que, tantos años después del terror de Olavide, habla Vi­~ a Josefa LUÍ$a, al exhortarla a olvido de él y matri­momo con otro, escnbiéndole en carta americana y en madrugada jacobina. Empero lo de entrambos es verdad, y lo parece. Existía el objeto amoroso. Olavide se amaba tier­~ a si mismo; y Vidaurre amaba todas las cosas, con poluCIOn Y con pureza. El valor de tal expresión es el de las Vcrific •

. ac10nes personales y de las contradicciones plató-mcas; Y es. sobre todo, la ausencia de Oderay y Corolay. ha de Segunde· Pruvonena, en el apogeo del romanticismo. idén . dar temple Y el peor posible, a prosa de intención

lica a la de los h"belistas próceres. Quiere convencer y defenderse; Y para ello deforma sus verdades en tal manera. que parece es a sf mismo a quien trata de engañar en punto :!:! al delito. Con todo, hay que ponerle entre los

de condes ~· Asecaux - vuelto rubio nieto

tesa ~~~~fue la que mantuvo. incon-,. COiltiJmidad barroca.. eseacial al, Perú-

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aprendió en la sátira demasiado de ataque y defensa. Difiere notablemente de la que la engendró y seguía mante­niéndola. Para sugestivo contraste, la retórica semirromán­tica más sensible se refugia en la que se opone, con más dignidad, con más integridad, con más oportunidad: en la oratoria de Herrera y, después, ya abreviada y aligerada, en la monográfica de Lavalle. La hinchazón de la oratoria ofi­cial y común es la específica del romanticismo francés más reciente. El alma de Olavide y Vidaurre ha sustraído cuanto era de ella inalienable, coraje y pasión, viveza y renuncia. La novela de Casós -para mi gusto, la más considerable de la prosa romántica menos literaria- es instrumento iner­te para el vivífico objeto, todavía y toda vez ausente en tal novela. El criterio, el ánimo, el dejo, ¡qué sé yof, del pri­mer Pruvonena no está en el segundo sino como en tarjeta o en memorándum. Ya no es el argumento de la pasión, sino el de la novela, el que confunde al señor con el mulato; ya no la crueldad, sino el cóncierto. Por otra parte, al tieln­po en que Casós novelaba, la circunstancia real había pros­perado en el Perú: había ocupado ya la venia de Vivanco y la interjección de Castilla. Lima está, así o asá, comportada ~ dispuesta para el retrato. De aquel trato, y de prosa ma­nosa y apurada, de galanura clavada como banderilla en. toro, sale, vuelto rubio nieto de condes franceses, .Asec$lU. ~icado y angelical, y salen con él sus acusadores, preva.­ncadores y traidores. En Los Amigos de Elena hay escena como la del despertar del provinciano recién llegado, en· el hotel, con buscones y busconas, que da tufo veraz de prúa. Y cochambre, de mezcolanza y tristeza muy limeñas; y no ,; ");~;;:(;:~ menos novelesco a lo tealista apactble y pla11$1blc, ea ;ct> ' , '.1' ~ festín de la abadesa. Pero la prosa,. por ~ es de ~' " ,:¡; muy menor que el asunto, y éste es una mentira de~ • larga para ser de buena literatura. ··. . '

El relato romántico mejor, tal por. ~ ·

consumado, viene a dme, a1JoJa ~· -~~· ~ -~··"""·"·

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José Gálvez, breve de extensión pero extenso de intención y en lo expreso, a la letra, verosímil y armonioso, con aire real y que brinca de vivo. Esa novelita trata de Lima, en la Sierra, y de india en el limeño. Romántico formalista bajo la vestidura modernista, Gálvez hubo de damos, y nos lo díó, el asunto por contraste y la conjunción por imposible. ¡Mas qué diferente, cuán favorablemente diverso, por ro­manticísimo según la categoría romántica y por antírromán­tíco según el romanticismo nuestro positivo e histórico, qué romántico Gálvez entre los románticos lares, entre los ro­mánticos de la Bohemia!. . . La tragedia romántica viene a ser aquella fallida aproximación de la Costa, curiosa, a la Sierra, inalcanzable; y de esta rica antítesis traerá Gálvez uno de los contadísimos relatos a la romántica que persua­den y emocionan aun a los antirrománticos y clasicistas. Sin embargo, tan generoso esfuerzo y tan flagrante acierto no alcanzaría a enfestar el hecho narrado en psicología siste­mática o en psicología suasible: todo es, a la segunda lec­tura, intuición artística y artista dotado. El celo y el amor de la india no casan en anécdota trascendente y ni aun si­quiera en concubinato duradero. Como siempre en nuestra novela, el positivo y longevo y cabal entre los personajes, resulta ser el propio autor, el que compone novela en el Perú, aquél que nunca saldrá a escena con las dramatis per­sonae · · · · . . Y como siempre pensamos en el loco Vidau­rre, que, en sus Cartas, nos enseña que la más viable y vivaz novela del criollo será la resoluta y derecha autobiografía.

Novela de costeño típico y letrado que trajere de Sie­rra a~Iuta, de indio elemental, tal novela, si leída por cc:-teno letrado o por cualquier letrado, será tal novela tan sólo por su figura, que habrá de girar interminable y mo­~~nte en to_rno de la impenetrable e indolente del

1 o, mstrnmento IDlpenetrable y carne indolente para con

e autor; Será, ya editada, todavía la imposible como novela, pero ast con su forma Y estilo de novela propios y ~

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como los de aquella novela colonial y embriagadora, torpí­sima y sutilísima, con que tanto ganaron y derrocharon Loti y Farrere en otros días, gustos y suelos. Y si tal novela deliberadamente la hacemos, y si somos prudentes, habre­mos de hacerlo a la europea, que ya es norma clásica y que fue regla de nuestro romanticismo y que sigue siendo como obran ahora, con acierto no más que formal, V. García Cal­derón y en atestado (de incalculable valor para el etnógnlfo y el sociólogo) López Albújar, atestado de sucinto relato, admirable pero apenas como de la novelística. Y todo esto y todo aquello dicho sea en punto a estructura. Pues la ca­tegoría romántica que hemos de procurar para unción Y para recreo generales en nuestra incipiente literatura Y en nuestro incipiente lector, la categoría romántica que hemos de procurar, requiere cebo y aperitivo; donde no, caeremos en antropología y en geografía. Creemos, en fin. que ha de buscarse menor estilo que el de García Calderón Y mayor que el de López Albújar, uno que no sea ni de verso fral:l..~ cés ni de atestado policial. Si el simplísimo Eguren ~~ do, todo substancia elemental bajo nomenclatura festival,. apenas más europeísta y revolvedor que su coetáneoS más . . .·· leídos y estimados; si Eguren basta hoy nos parece ~ · ·: 0

impenetrable, ¿como llegar a la verdaderamtllte ~· · · ble Sierra humana sino por terquedad y treta de .mJéSitO romanticismo histórico! Habrá que rastreat', aún bajo cielo • de Francia, en pos de Ja paseana de Lazo. ProcntrenlOI. nero que ese romanticismo deliberado y· ~ insincero como ~ no sea D:ds que e1 ind~C.i~ ~~~~~{ Contar bien la gota europea, y echar a su tiempo 4 Que en el barroco retablo de nuestra :reptcaataci6e fa1tfdi .... sean la exornación y el detalle apenas patético, ' que pateticísimos el bulto y el grupo; que gesto Y compongan el argumen~ y que apuate. aqui Y -· ._..,.. lo que place al. más vulgar·• wi&O ·~· •. :at novela así como es ·poalia; · · ·

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tro de primeras letras literarias para la América Ibérica. Que más no podemos, al menos por ahora.

Reparemos que la mente, notoriamente romántica, de la mayor novela moderna de la América Española, de la novela magistral hispanoamericana, logra lo suyo, que re­sultará más propio y predestinado, por arte retórico, por buena retórica, la cual viene a ser la de la novela de Es­paña de los últimos siglos, prosa de novela que nos llegará a tonsurados e intonsos por la del siglo XIX. (Es de no creer cuánto y cuánto debemos a Pérez Galdós, a Oarín, a la Pardo Bazán, al mismo V alera ... ) Y tornando a la retórica necesaria, digamos que La Vorágine, de Rivera, viene a ser como por verificación y prosificación de poema de Chocano o Díaz Mirón, con verba consultada y gigante circunspecto, de hijuela de Quintana que hemos de gozar con prudencia y disfrutar sin despilfarro. Pues Gallegos obró así. y así sobrevive en La Vorágine: el intruso, pasma­do, sabe empero salvarse en toda selva de realidad litera· ria: con sólido esfumino desvanece la escasa individualidad humana Y escorza la espesura zoomorfa e incontrastable, bien seguro el autor en ciencia natnral y en mente nove­lísitica. Es lo más verosímil y efectivo logrado con la retó­rica Y el panteísmo de la buena prosa romántica, al desva­necer el humano y al repintar la selva. La Bárbara Y el borracho de Gallegos son tremendas alegorías en tremen­do vórtice, apenas algún sujeto y toda la biología en la vi­vacidad, interminable e indiferente. · Como en el poema de Chocano, y no más ni mejor que en él, América es salvaje. Es enorme y furiosa a la choca­n~ ·Y lo es en verdad, esto es, en humano, porque está desrerta en el habitante o inasequible en el viajero. Es, en su blasón, estado de naturaleza y mito de bárbaro. La úni­ca novela así o asá configurada vendrá a ser la poemática. En ~~ días y en La Serpiente de Oro, Ciro Alegria prosifica ru más ni menos que como versificaba Qweano;

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va a su término así como éste iba en su metro, y por el mismo olfato, y por la misma memoria, y con el mismo éxito: ha conmovido y ha convencido a los más Alegría.

América es salvaje si la convidamos a mesura, si la sometemos a mensura. . . En versos de Arona y Eguren, aun los páramos de la Costa darán nombres fieros y som-bras enormes. Pues América, más que enormidad de su naturaleza -¿qué naturaleza no es enorme ante poeta Y descalzo!-, América es su desamparo y hasta su hostili-dad para con sujeto de estética, y así es toda tierra bárbara, innumerable y fragosa. Situará Gallegos en la llanura, en la sabana; Rivera, en la selva baja; Chocano, en pampa, puna Y selva; y el acierto de tales teorías y alegorías románticas viene a ser el mismo cuanao es acierto de literatnra: de individualidad exasperada y desmandada en congrua retó-rica, de terror bastante aparente por la versomilitnd de la expresión, en fin, de trazo barroco, espontáneo y fallido. en plano y estructura, consideradísimas, del clasicismo de Es-paña, padre, arrimo y sustento de la América que compone su figura y su literatura con substancia de indescriptible. V al en aquéllos por tesar y extremar la regla que nos di6,. floja y esotérica, el romanticismo histórico, en el Perú, el de la Bohemia. Y el parnasianismo de Francia les acude oportunamente; y el simbolismo de Francia, que casi, casi se nos traga a Eguren, desdeña y aparta, felizmente, a Chocano, Rivera y Gallegos. Para nosotros, lo de ChocaDo viene a representar, en cierto modo, y así la tara Y el bfa.. són de nuestro linaje, lo que primero descompone Y se~ guirá descomponiendo en el primer italianismo de ~·· Y viene a corresponder, hasta por anotación cualquiera Y por manuscrito original, a lo que ese itaJjatüsmo CQDCibe .• Y describe de las Indias en el siglo XVI. tanto más . voladas .. cuanto más asidas. Es el principio y el proceso de lo barrocO. . . • . . .

En los últimos nocturnos de Chocano Y .. en ~ ~·. ;:;:,;; poéticos de Gálvez es donde obra fiptaJ~ ~·1:('···

186 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

sia de novela peruana verosímil, ingenua, despreocupada de novelística y tan acertada con ésta. Es ahí donde hemos de buscarla si queremos destetada y criarla para que sea no­vela con honor y de provecho. Pues pulula novela en el asunto, en la artesanía y en el gusto de tales autores, tan criollos, tan avisados y tan populares. Si es verdad que en croquis de Moncloa y Gastañeta, así como, antes, en come­dia y en artículo de Segura, y hasta en la ironía curiosa de V. García Calderón y en la sátira amena de Beinglolea; si es en ellos donde prospera y prosigue descripción verosímil ~ nosotros y de lo nuestro, descripción y narración que Juntan Y componen apenas con relaciones accidentales de contraste, repudio y orgía; si es verdad que cierto linaje, literario mantiene la representación del Perú aparente como costeño Y festivo, es sin duda que el otro Perú, el real y trá­gico, así criollo o indio, con su jerarquía y su ubicuidad, este ~erú, sin duda, tiene su persona y trance de literatUra prendidos en la lírica y quién sabe si en la métrica, de los románticos modernos, con su civilidad, con su hispanismo, con su maña •.• El costumbrista -el poeta Gálvez instaura el costumbrismo, y el más entonado y con historiografía, al ev~ la costumbre y plañir por su muerte-; d costum­brista ~· costumbrista que no es Gálvez y que Gálvez D? acertaña a ser, por ilustrado y présbite, el costumbrista. digo, es ~ que inmoló la teología en d ara de la anécdota. ~~~do su propósito, en el ara de lo cuotidiano Y

· ~. sm que el fuego llegara a consumir la víctima en el holocausto. En nuestras aras satiricas, divierten hoy to­~vía por c6micos e infandos los socarrados apenas. las jetas ~ ~vía, los penosos rasgos y rictus incom­buaúbles. . . Faltó alta poética a nuestros satíricos en pro--sa Y ~ -olvidemos a Felipe Pardo-, y sobró a todoS ~ CO)'untura Y dicho. Hubo basta desan-ollo cabal

. Y hasta desatroDo ~o, en la sátira ~ donclé leaár011 a-~~ ...... _., ~ .. _.. drino. . ... · · -ac.- ~ .....-- _,. pa y ea d .-

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de llaves. Tanto costumbrismo, con sus veras y basuras, aplasta la costumbre, que si es de texto literario, no es más que teoría y movimiento, desiderátum y gracia, algo de lo más ingenioso y frágil de la máquina y de la figura de la narración novelística.

Y tornando una vez más a José Gálvez y a su obra y a su escuela, recordemos ahora a José Diez Canseco, que es quien dará figura integral, no ya suasoria sino autorita­ria, al cuento de pura prosa, sólo de prosa, hecho de prosa Y en prosa, Diez Canseco, no valido de los recursos poéti­cos, especñicamente líricos, de Valdelomar y de Gálvez. Pues antes de Diez Canseco, nunca lo costeño no lírico, nunca lo costeño patético y antilírico, nunca lo c~teño bra­vo Y expansivo había logrado tanto con el regnícola y d sitio de la Costa, ello adobado por Diez Canseco con el. contraste oportuno del indio y el extranjero. Al leer a Diez Canseco, ha de olvidar el que leyere todo lo que de pastoso Y doméstico, todo lo que de broma y melodía dieron los anteriores narradores y loadores de la Costa. Su relacióD formal, inmediata, con nuestros satíricos clásicos; su reJa.. ción, recóndita o imponderable, con los realistas clásicos ~odernos; lo pronto, simple y cabal de sus artes de costeño, sm teoría flagrante y con presa cobrada, mueven y moverán por siglos en el Perú a admirarle en su espontaneidad y a imitarle en su fraza. Es, sin duda, lección cabal para con .la Costa y método por seguir para con la Sierra y la Monaaiia llevadas a letras. Mas he de confesar que en la inlegridad. literaria de Diez Canseco, integridad no perfectible, intíegd-, · dad consumada y cerrada, ahí confieso que extraño Y · · . · lo de la integridad contraria, lo de la antítesis J)eJdurldJfl': ternura y civilidad del buen Gálvez, buJnikfad e i&Dom-. del mayor Valdelomar. . . Pues la Costa es con _ • .,.,... .• ......,, .... como es con arranque, y es tanto en ~a~~IDD •;-.• '" forajido, Y es tanto en . . . . .. ··.

Pues el mestizaje nuestro •• ••i~

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nificará como en ht'brido que vaciló. Que de la atención a la Costa no sólo hacen improperio y carcajada, sino tam­bién, y acaso antes, sonrisa beata y manso prejuicio. Me atrevo a afirmar que es colgando de la réplica y regla de Diez Canseco la ironía y suavidad apasionadas de Gálvez y Valdelomar como conviene más que representemos Y perpetuemos humano y día, cielo y circunstancia, sino Y trance del Perú en la página de la Literatura.

Toda la obra literaria, y aun la crítica, de José Gálvez viene a ser venerable tentativa de mantenencia de aquella angustiosa forma, hoy de arquetipo inane y figura neoclasi­cista, en que procuró establecerla como política y doctrina el otro José Gálvez, el ínclito romántico. El verso del poeta, de encantador y habilísimo prosaísmo, versa, no ya en ritmo, sino en dicho, en sentido real tanto como en el mismo verso: Gálvez vive y escribe tomando al principio. Y en tomando que toma, describe a Lima y narra de Lima el tarmeño y el juanramonista con derechura y verdad que no alcanzaron los prosadores de más historiografía: Riva Agüero lo estima y acata sinceramente, por sob~ todas las discrepancias; me consta. Su mérito, enorme en nuestra li­tc:ratura, viene a ser el de la dignificación de lo costumbrista pmtoresco; y es tanto por afecto y por inclinación como por desdén .de patricio para con las fórmulas y transigencias de la doctrina decaída, del criollismo relajado, del tra:DSO­chado romanticismo supérstite: el Gálvez de la charla es ~ón ~ señoril como pocos, y lo es sin escepticismo ni indolencia. Una Lima Que Se Va es libro que ha ca"Yado en .la memoria inmediata quizá tanto como la más famosa ~ de tradiciones de Palma, y estaria entre ellas si Gálvez nnsmo no lo impid~ indignado. Su ensayo crítico y tesis doCtoral sobre la posibilidad de una genuina literatma pe· :;:a -:et Propio Mariátegoi lo reconoce- es voz discor· tieo!te Y JUSta.! ~nw:a mayor y mejor en nUestro coro cñ­

• Y es facil inducit por el porte y el tono de lo · otn'l8

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el brío que, bajo la cogulla académica, inquiere y corrige ante el facistol de la comunidad.

La exhortación de Gálvez a la ordenación de la inte­grid8:d y a la supeditación de los valores es de lo muy poco de rotundo y austero que se ha dicho jamás en el Perú desde la altura literaria. La voz de Gálvez viene cargada de sabiduría y sentencia de la Colonia postrimera y afligi­da, la de los Amantes del País, que procuran enderezar en lo posible o habilitar para otro uso todo lo del pobre Car­los lll, tan bruto como progresista. Y la vocación literaria de Gálvez, al cabo de breve odisea, descubrirá su propia forma en una de instauración barroca aligerada, como de tras el clasicismo de Maestro y de Pando, todavía con pro­lijo polirritmo salomónico, como de Pardo, y con escena placera y hogareña que por compuesta, apacible y melancóli­ca desdeñaría Segura. Primogénito, tal vez unigénito del Palma tradicionista e inmortal, Gálvez, el buen Gálvez li­terario, guarda el tesoro de la esperanza segura e indispen-sable. •

Nuestro romanticismo propiamente romántico, de re­curso y efecto románticos positivos, el popular y próvido, tal romanticismo con romanticidad ha sido toda vez, no el histórico, sino el ascético; no el del modismo y la escuela, sino el de la individualidad y el trance; que estuvo el .ro­mántico verdadero y el verdadero romanticismo, no en espa­~o ni en tiempo reales, sino en mente y en momento, en ro unponderable y en lo inefable, en reconditez humana. Y asf. no fue el de la innovación romántica del Bohemio, sino el de la secuela clasicista del batido. Lo del mismo Palma llOi emocionará por su chispa fría, por su dispuesta armoufa. por lo equilibrado en cuanto grave y lo remedido ea eúaátD · gracioso; digamos que por lo que de limeño tmsceadeatal. ~ vertió en la copa de Voltaite. impregDaDdo Y . esta al tiempo que caía. y Melgar, ~ --~,,~ Arona, González Prada, ~ ·. ·. · ·

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dos los memorables se engendran sucesivamente unos a otros en la misma castidad estética para con el desmán del embriagado y la circunstancia del trópico. Son populares, si lo son, o cuando lo son, porque se les cree enfrenados Y constantes, y porque se fían de su veracidad; y se les cree veraces porque son verosímiles; y son verosímiles porque son prudentes con la letra. Arona, Althaus, Chocano, los de más cantidad son los que más estrechamente escriben, y en Chocano el epíteto en la imagen afanará tanto como la figura. En Melgar, lo ya prosaico será hito para la ter­nura, y por Melgar se llora todavía, y llora el beodo o el adolescente. En todos, el verso es término inviolable. Y la Antología, ante ellos,· no vacilará entre muchos modos Y estados; que la gula curiosa puede considerarse condición favorable del autor para sí, pero no lo es, ni lo puede ser, de su obra y ejemplo: el libro ha de ser fiado como el cón­yuge, y el autor de cabecera ha de acreditarse por su cons­tancia. Reparemos que la poesía de Eguren, tan celebrada por su novedad y refinamiento, viene a consistir y quedamos por su imaginería; y el símbolo, a no ser en contadísimoS poemas, creatura es, y póstuma, de la creatura consumada; Y así Y todo ello, si ello acontece, todo pasará fuera del verso mismo, de la misma forma. Sin llegar a formas acaba­das (si no contamos a Pardo y a Palma, a Eguren y a Val­delomar), nos dan todos de consuno la gran regla y el buera consejo: escribir es perfeccionar y reducir a signo, y des­pués. libremente ejercitar el ánimo y decir la verdad, ya entre ~ y bajo techados vivideros de lógica, gramática Y estética. Que el ser es en la medida del comportamiento, Y así todo lo pasmoso en un día, deSde lo descomunal del gongorismo de la Colonia hasta la malparada jugetería del ~traísmo, todo lo asombroso fallido nos confmnará que la ~ra voluntad romántica del hispanoamericano.lo­IP apenas la resignación de la estructura de su obra coa la~~"'-. . --I!"~IUil· y el o.rwuueuto de su .ruma.

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Toda razonable y justificable interpretación del Perú positivo y sensible, del Perú real para la teoría; todo Perú ~teligible y suasible traigámoslo del mestizaje nuestro, re­g¡do y presidido por el de la Costa; y traigamos tal inter­pretación, que es la única frugífera, no como de proceso consumado y noción eterna, sino como proceso concurrente Y progresivo con el del discurso. En el Perú, nación plural Y heterogénea, la estructura ·universal y principio constante ?a sido siempre de casta, de casta originada en el mestiza­Je, en el patrimonio, en la dependencia y en el sitio, y bien sabemos que el sitio, la dependencia y el patrimonio cau­saron el mestizaje y con éste se consubstanciaron. Donde­q~era Y comoquiera, la información y expresión del grupo mas o menos civilizado, toda vez, así o asá, el grupo mestizo que escribirá en nuestra literatura lo del indio, definiéndolo Y desfigurándolo; el grupo mestizo y profesional que influye en virreyes, oidores y prelados; el tremendo grupo mestizo que siempre obró a su modo por vario modo; el mes~ e~ una palabra, aclimata y cultiva las recientes categorías cnollas para el congruo sustento de España, en las Indias, de la ley española; de tal suerte, que todo orden se funda,. no tan sólo en economía, sino también y previamente en moral y en cultura, esto es, en la sumisión absoluta del indio y en la relativa prelación del criollo. Si recordamos que señores casaron con indias, consideremos los inicios y las postrimerías de la Colonia, apetito de vida, conversión de moribundo, exaltación de estado. • . Reparemos la burla de Pardo contra Santa Cruz, despreciado por cholo antes que por nada el hijo de la cacica_ En eso nada pudo ni puede la Ley, así como nada logró en la Colonia contra la viaal-. lación carnal de la esclava negra con el amo criollo ea 1cdlo ~ en hábito, esto para confusión que. al cabo y ea ~ tiempo, llega a personificar en figura regitiva la ~ literaria y toda representaci6n secundaria, o coo pensatorios y no menos ~ ~ C(ll~._.·.1:'

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callares. Y de este mestizaje no integral ni inmediata ni de­finitivamente criollo, que procura superarse; de ese mestizaje vil y de su imperio real tratará Terralla con amonestación y exageración que frisan en panfleto político, y omitiendo, por sabido o por prohibido, lo de coito y prole:

La negra pide tamal, aguardiente quiere un negro, carne quiere la mulata, pan y dulce el calesero.

Pero si enferma el marido, la china, el zambo o el negro, no se apartan de la cama, con sustancia de puchero

............................

La esclava come gallina, pollo, dulce y bizcochuelo; y el marido, la escamocha que le sobra a los conventos. .........................

Oue la pública salud está en manos de los negros, de les chinos, los mulatos Y otros varios de este pelo. Que estos señores doctores, del Rey del Congo los nietos, son los que pulsan las niñas, las damas y caballeros.

Manuel de Mendiburu, arquetípico historiador de es­~to ! documental, ·señala piedad creciente para COD el cunarron Y repugnancia menguante para con el ahijado, en su famosa monografía de La Revista de Limtz confirmando en la bibliografía el secreto a voces de la cituÍad que n:suo-. · na ea el~

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Había pasado para siempre la primitiva esclavitud, crn­delísima del negro en las Indias; aquella de que decía Mi­ramontes, por boca de Jalonga, que era:

. . . . . . . . dura, intolerable y grave, collares, bragas, grillos y cadenas, palos, azotes, hierros, en los gestos oprobios, vituperios y denuestos.

El mismo Concolorcorvo, a quien nadie podría llamar melindroso ni godo, afirma y corrobora que las diversiones de los negros son las más bárbaras y groseras que se pueden imaginar, que la quijada del asno es uno de los instrumentos musicales, que las danzas se reducen a menear la barriga y l~s ca~eras con mucha deshonestidad. . . Miraron y vieron OJOS lmces de serrano en la Costa. Por otra parte, bien sa­~mos que el régimen doméstico y espontáneo de la escla.;. VItud perduro en efecto y por afecto, y ya contra ley y así por lustros, después de la liberación de Castilla; y sabemos también que, antes de eso, poquísimo o nada influyó la Ley del Vientre Libre. Que la esclavatura siguió en el día cuotidiano de las últimas coloniales, bajo rigor amenguadí­simo y hasta blandengue; y llegó a abusiva y revoltosa la esclavatura, y a asaltar en caminos y a mandar en mot:ines, Y no, por cierto, para dar a Barco Centenera asunto de octava real. Mas nunca se opondrá el negro al blanco en la fórmula, a no ser en tuteo y en celo: arrimase, ltmta, imita, manteniendo la antítesis. ·.Arraiga el negro en el bJan.,.

co, que lo descolora, lo enflaquece y lo enajena. Y por -la relacióñ de reciprocidad y uso supedítase a la de histol.ia Y argumento y, trastrocando en escena, lo más criollo del blanco costeño en las representaciones viene a ser Ja ·~.· janza del negro, lo de negro que procura y luce el ~ . , blanco. En la Sierra, el mestizaje ~ ~··•

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):;,;;:~!:~~ mente la jerarquía; en )a .Costa. Ja.iustaura. ea .• c~'.j&9:?·;;;f);s;

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de aniquilarla en siglos, cobrando en ello la jerarquía so­berbias, argucias, engaños y mimos de zarzuel~ afrancesada.

Con todo, lo de negro no aparece palad~o, de negro y por sí, en lo más criollo de la Costa. En el s1glo XIX, Y~ en crisis de sensiblería sistemática, tan sólo Pardo, eneiDI­go teórico del negro libre, y blanco alegórico de la histo­riografía peruana Don Felipe, tan sólo él admít~lo en su teatro, bien que sea por servicial y dócil, o por pmtoresco, o por inevitable, concluyamos, por comparsa, no de otro modo que como lo entra Miramontes en su verso Y Conco­lorcorvo en su itinerario. Mas hemos de notar y anotar que Pardo agrega a la benignidad la verdad, al ponerlo, ~on hado y habla entre las dramatis personae de su afanadís1IDa comedia, que es lección de blanco a blanqueciente Y en la cual tanto se exhorta, a nunca visitar al jabonero sino para comprar jabón; que resbalarse no manda la cortesía. Así, antes de Pardo, no hubo negro literario virtual y original, imagen de negro que siguiera tal, por mucho que se la em­plumase y pintase.

En tiempo, no de perífrasis, sino de guerra, no de ver­sete de colicuación satírica, sino de muy personuda octava real, el negro --es otro negro, éste sí que africano, recóndito y forzudo-, el Jalonga de Miramontes no sirve, sino acusa. Mas acusa al negrero, amo temporal entrevisto en penum­bra de sentina, tras giro de látigo y cómitre. En ese Jalonga azotadísimo, inmune empero a ilusiones liberales y h'bre de leyes dialécticas; en ese hediondo montón de carne y hueso Y bestialidad, el alma en boca y costal de huesos del pregón

. en el mercado, en ese animal hace eco la buena doctrina. la.~ humaniza a todo humano que aspira a lo divino, la Cl'ístiaDa de Las Casas y Cano. La voz platicable, que re­presenta lo humano, no es la reflexión ecoica que representa lo fisico. El negro de Miramontes, que es enteramente como la tabla del navío que lo importó, dice noticias y razones

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de cultísimo eclesiástico de la España del siglo XVI, sujeto de escolástica renovadora. El negro de Pardo es un negro, repito; uno que es comparsa, pero negro que es un negro; negro que hace y dice lo suyo hasta cuando no hace ni dice nada, que así se comporta por lo regular el negro en el Perú; negro verosímil, porque es coetáneo nuestro, leal Y díscolo, sensual y timorato; negro verdadero, que nos pa­rece de nuestra propia servidumbre y como para increparle por su real presencia en todo un teatro. . . Y se echa de ver, a la primera mirada historiológica, que idiosincrasias decisivas, rectoras y argumentistas nacieron de secreción Y por temperatura de negra. Que es negra quien amamanta y cría al blanco y lo preserva de todo mal o todo bien que no sea de blanco o de negro.

Segura apartará al negro; así obra todavía el blanco de la clase media, cuyo linaje nunca poseyó esclavatura Y que ignora que la diferencia mayor y memorable de negro Y blanco no se determina· y erige en la ~ sino en la confusión, no en lo racional, sino en lo tradicional, así en salones y así en galpones donde complacen Y engañan los contrarios de la tesis. Y Segura aparta al negro. El ~ gral, ZaDlbo o mulato, o más bien. el pellejo crepuscular. trascuélase en alguna letrilla dialogadá, mas ello nos suena a que se acusa al negro por ausente, aunque vaya la invo­cación desde hocico de negro. Y de tal ausencia peca mor­talmente ese teatro, por lo demás tan estimable con su gra­cejo de sacristán y su realismo de mandadera. Exageralldo. diríamos que, bien mirada, nuda y muda, la pobJacl6n efe· Lima que nos presenta Don Manuel por cabaJ es como abstracta, peuple a la romántica. no más que númerOS '1 trápalas para la farsa, tanto se extraña al negro, con ·~ desmán, sobaquina y montón en el teatro. tiberalote 1 e»­Vachuelista, achispado y planchadifo, progtaista J moso, parlanchín y retrechero, de Don Manuel A. o:JCg~~.

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Al costeñísimo Arona, de opulenta familia, se le da el negro por ingenuidad propia, reconocida de pr~to Y enfrontada en rapto; y contra sí mismo combate el senor Y el culto, enzarzándose por su afecto, escalando su inclina­ción y apaleando con el negro al blanco de su misma perso­nalidad y casi, casi de su misma persona. Su gozo con el goce del negro es tanto mórbido cuanto natural, simple Y breve. Romanticísimo Arona. romántico inefable y tem"ble, su clásica ingenuidad y su técnica clasicista fracasan por conciencia de hipóstasis: repara, aclara y desbarata. Así Y todo, y al tiempo del romanticismo de la Bohemia, es el único Arona que, con tino de estética, fruto de arte Y rea­lismo de intelectual, el único, repito, que sitúa, como ha de ser, en niebla y en páramo, al cenizo y enervado negro del Perú. y hay estrofa, en los Cuadros y Episodios que hace que el más atento y erudito olvide por completo ~­quiera otra tentativa de representación de la entrañada di­ferencia, de la furiosa resignación, del hado perplejo que es el negro en el blanco del mulato y en el mulato del blanco y en el blanco del negro.

En la psicología de Althaus, lo de negro viene a ser, ! es en principio, el no curable y nunca reprimido engret­miento y la propensión al insulto. Es Althaus, formalmente, el Bohemio más blanco, y p0r lo lívido. Su hipocondría n~ le consintió propio realismo, el cual está en el asunto . ( S1

es realidad la historia), sin llegar al modo, que es todo en la literatura. El viaje educará muy idónea y gravosamente ese verso epileptoide, meloso y golpeador; el viaje por mu­cho que se extienda y atienda, siempre será ••e:xpédition noc­tume autour de sa chambre", como el de Maistre. Los ver­sos a la negra Magdalena, la teta que lo amamantó, versos escritos en París y hervidos a democracia, esos versos IDO'"

iados Y geniales declaran como ninguno la índole, coyutltlt­ra Y término de su intimida~ afección y semántica de blaa-­quito, de ~ de goyito, de loquito ••.

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Palma se comportó con el negro ya con experiencia e indolencia de romántico veterano y con ciencia y conciencia de casticista profesional. Siempre en relación meramente de sentimiento y por técnica --el negro, por sí solo, no ha obrado nada en el Perú, ni siquiera cantar o ajuar-, Palma es el único que ganó en el trato, porque no se apasionó ni prejuzgó ni mintió más que como lo manda la buena pre­ceptiva, la preceptiva del clasicismo español para con el trasgo al darlo todo anticipadamente por sabido y reprobado. Mas Palma, genial adaptador e innovador en el Perú, muy sin que ninguno lo cate acalla la jerga y la imagen, todo como debe ser, que sólo color y sólo trajín es el negro del Perú, y ni mero color ni mero trajín cantan la jerga al oído. Digo que Palma es el que más gana en su· toda vez fortuito y breve trato con el negro de entre nosotros; pues el admi­rable López Albújar, el mismo López Albújar, más perderá como romántico, que ganará como iealista en Matalaché. Aquél, Palma, buscó al principio otro principio: el indio --recuérdese infeliz tradición de dos caciques suicidas Y otras aparentes niñerías o chocheces por el estilo, lo ajeno de Palma en lo de Palma- y de tan infeliz Y aleccionadc.lra tentativa de consubstanciación e interpretación llevó a las tradiciones del verdadero y riquísimo Palma no más que. • escaldadura y enmienda, curiosidad reflexiva para con olla . . ·· podrida, preocupación inextinguible por no quemarse la lengua y por no meter Ja pata ni en burbujas ni en vetos; que bastante burbuja y veto quedan por romper Y anular en el Perú perfectible y en Ja letra literaria. As!- Pabda .•. soslaya la brutalidad del negro elemental Y retórioo. ~····· .. ··. tético y usual, para extremar y esmerar en lo del ~ :<

real. . . aquel viso de negro en el blanco o en el ~. •:, · diferenciado, civilizado, españolizado; ese ~elo ~.· '•X delgadísimo que confiere sotnbra y profundidad al~·. en fin, el negra! que cuenta y proüfica ~·la.~ · presentación del Perú. Y ~ vali!emc;lJI=te

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el cafre como tiento para andar en la cuerda floja, sobre honduras y niveles, que avertigan, de casticismo a la españO­la, de clasicismo a la francesa y de romanticismo a la ame­ricana

El español aparece en las Tradiciones observado Y re· figurado como tipo convencional de humano elemental, tal desde el punto de vista novelístico; digamos que se ~os lo sirve al natural, con una nada de sauce a la Ruy BliLY, cQn:­traste y añagaza de hors d' ouvres para el sabroso, picante· Y vario convite; que, en reflexión de sobremesa, ha de pa­recer al gusto discreto tan pronto como prevenido, tan acci­dental como oportuno, tan simple como guisado, tan jocundo como edificante ...

En verdad y análisis, Palma enfesta y afinca y fiase en el mulato, criollísimo, acaso el espejo criollo, que es pro­penso a hispanismo y reacio a etnograña. Narrando de ira, hombrada, pechugón y dúplica de calesas gentilicias atasCa­das en angostura limeña, suelta el ocurrente resabido la más entrañable, compuesta, blasonada y graciosa genealogía que ha soltado socarrón en las Américas y en los siglos; pinto­resca genealogía enderezada a convecinos y conciudadanos, Y florecida al pie con vide y vale de huidizo, con que él no aspira a ennoblecimiento. . . Pues por otra parte, derecha Y no menos cordial, es notoria la sensualidad, digamos que la instintiva, irreflexiva sexualidad de Palma para con bla­són Y linaje: no da virrey sin abuelos ni armas. ¿Tal sensua­lidad, como toda inclinación asaz expresa y paladina, no nos parece más que alarde? Y tal incertidumbre de aspiración Y hasta de comportamiento, se deben a la República, que tanto confundió en la Historia del Perú Eterno. Pues las ~~ones que sucesivamente reemplazan el Estatuto Provisorio de 1821, y también los debates de la Sociedad ~triótica, con no mayor efecto, toda ley de mayúscula de­jará puerta abierta al ciudadano para la· revalidación de tí­tolos de nobleza. San Martín prOClliÓ establecer la mooar-

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quía, y emplazó a los titulados para que obtuviesen nuevas cartas y cambiasen viejos nombres, y el Marqués de Torre Tagle transfórmase en Marqués de Trujillo. La derrota del Presbítero Moreno y la victoria de Sánchez Carrión, Luna Pizarro y Pérez de Tudela no causan ni aun orden munici­pal o desorden urbano. Felipe Pardo será tan bnen funcio­nario y hombre tan honesto como fue, acaso por no serlo de conciencia inmediata.

El negral corteja y halaga al blanco, porque envidia el atuendo y la circunstancia, mas carece de respeto profundo por la jerarquía aristocrática, en que se trasunta y forma­liza, por un extremo y por cierto nombre, la raza y el es­tado señoriles. El negral, zambo o mulato, aspiró siempre al encumbramiento, desde que el azote desfalleció y co­menzó la caricia. Anécdotas corren y estámpanse, de amas Y camareros, de afecciones y sevicias, relaciones que no son de la pluma del romántico, sino de la libreta del historió­grafo.

Lo que logró el negral no es poco, y logróse toda vez por inopia del blanco, que causa la negligencia Y que pR> cipita el derrocne, y por virtud del negral, que trae el natural o que infunde la doma. Y el negral parará en duda sobre lo blanco del blanco, y acabará ensañándose ea la blancura ensombrecida; esto, no en proceso general e his­tórico, sino en comportamiento personal y c:uotidiano. LlJo.. go, tras de remirar, se pone a imaginar el zambo, y entonces retrata Pancho Fierro a la Marquesa. los pies torc:icfos :Y chantados en brutesco taburete, y el rostro, todo él Jl8li..: zota miscelánea, unto casero y trapo sucio. Intuye el zambo: que la casta que desarmó el Vureiuato y que compaíD la República, no es la que jacta y estornuda en la :recá1Qata; · que fue aquella la burguesía menos mestiza y más·~· . la que habilitó y empleó, ventajclsamentt,. coav~ · J.· figuras tradicionales, como la ñmci6a y el ta1IJO de. ka · .. , · marqueses y condes. de entre Felipe Aajoll '1•~·~

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la casta que impone y mantiene esforzadamente la Repú­blica; la casta de Valdez, que florece en Castilla, en tanto que se agosta en Casós, y ya discurriendo, ya con abstrac­ción y artificio como del algebra, la casta aparente Y con­sentida, todo lo de la virtualidad política, todo lo del gentío entusiasta y tenaz para con el zambo Piérola, de estirpe noble, nieto de una Flores del Campo, pariente del mismí­simo Althaus; tan señoril y tan europeísta, Piérola, provin­ciano circunspectísimo, y acaso el único señor histórico valeroso, fuerte, sensato y realista que ha gobernado el . Perú tras Manuel Pardo; quizás la sola mente y mano que acertó a inyectar al cuerpo real del Perú ideas generales Y necesarias de la Europa universal, sin que se extravenase ninguna, mas cada idea con todo su curso y virtud posibles.

Es en nuestra literatura republicana, muy señalada­mente en la más moderna, donde se muestra la formalidad y la alusión de aristocrático como viñeta de tratado, o corno lis de papel, o como tiro de juego; así, tal vez donde más entre todas las literaturas hispanoamericanas, sin duda que por el papel principal del Virreinato del Perú en la escena de las Indias. No por nada, sagaces coetáneos que opugnan toda tradición del señorío, reclaman a Palma por precursor. y lo recatan como daga, y lo esgrimen como estoque. Aun cuando no hay conciencia y cautela, muéstrasenos lo que concebimos por aristocrático en el Perú. fuere esto como fuere, versallesco o guennantesco, o con choque de aaan­que, o con nimiedad de reparo, o con rictus de lascivia. 0

con rubor de vergüenza, o con palmada de burla, o con reiteración de gana.

Pasemos ahom a tratar, y sea por arte apológico, una materia de historia a la que ni siquiera alude el integi3lismO historiográfico en el Perú: el sujeto arquetípico del tratado clásico viene ahí a ser no más que objeto de referencia ptes-. cindible. Aquella persona. esencial y aquella inexClJS8ble . relaeión es lo del señor y jefe, raíz y flor, y acaso el·~

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y bastante fruto del organismo y el desarrollo de la nación, dondequiera en el mundo y cuando quiera en la historia, si vamos a señor original y principio jerárquico; a quien, sobrehumano, emprende y logra lo que ejemplica tra~ción, tras de generarla; al que rige y resguarda, como propto que le es el divino atributo incompartible, cuanto de alma Y cosa pudiera arrebatarle codicia o virtud ajena; en fin, a quien hace la alegoría moderna con el género antropológico Y ~­zón histórica del primate social y jefe guerrero que desp~ de Cristo y por sí, allega y mantiene figura congrua, un­ponente, tenaz y constante, ya en el orden político milicia­no, con la nobleza de la Alta Edad Media, feudal Y feral, ya en el orden político unitario de monarquía, con el real y deifico mandato de acatamiento general, o con la sorda e inexorable hegemonía burocrática de las primeras cortes y remotas personerías reales. Y entiéndase que por el arte de fábula a que me referí líneas atrás, quiero decir que. los individuos y nombres que en estas páginas revuelan, P~ y chocan, me son, y han de ser al lector: como las abeps de en torno del colmenero que va despeJando la colmena. el cual sólo procura panales. Pues, así o asá, a todos toCa lo que trataremos. Pues ¿quién no proviene. por ~ o pot otra rama, del mismo tronco común indiano Y cnolto. _Y de los mismos fundadores de ciudades y genitores de v~ rios, movidos de ocios y ganas, de prejuicios Y ~ Y diezmados por terremotos y pestes, por ~. .J·· ruinas! Así, pues, todo personaje que por ahí~ Y se llega, ha de representarnos, en absoluto, espeete Y~. ralidad, ni más ni menos que el gato de Esopo Y d.·~ de ~aniego. , dd

S1 nos ponemos de mente y planta-~·~.~ . · hm!IJQi·.' de España, y si no somos utopistas m ~ ... ·.· de admitir que pueblos que, en el siglo XVI de la ... . . . · · tiana, ignoran todavía la cosa Y uso de. Ja. beto, en actual ~ ~ el ~jsmlliOiJ¡<

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milenios probables de civilización autodidacta y paulatina. especial y consumada, digamos que hemos de admitir que tales pueblos admitan el sino, cifrado en la peripecia, así como lo admitieron, plenísimo como del mundo real, todo aceptado como por instinto de historia inevitable, tanto cuanto el hombre con familia, memoria y alma puede con­sentir, con la reserva mínima de lo doméstico y la inase­quible reconditez de lo anímico. No por nada, irá el sobrio indio mansuefacto, apropiándose prenda suntuaria del espa­ñol, prenda que, como la montera y la vara, denota cabeza y mando hasta en nuestros días. Procede suponer que no había de proseguir por sí el paso y la expresión -en el orden elemental y fundamental, son ejemplos magníficos los que alcanzaron- de la concertada barbarie, que es casi toda la población del rígido y maquinal Imperio de los Incas, constelación innumerable y diversa, y astrolabio com­plejo Y preciso, algo que el sol natural rige, tan ajeno, tan indolente y tan inexorable como en el espacio o en el mito. Mas en el imperio que España arruina y convierte, ya pren­dían el desconocimiento del poder soberano y el consigUiente desconcierto político, epifenómenos propios y característicOS de las declinaciones imperiales. Era, ciertamente, como en la figura de Vico, curso que se cumplía en curva que se cerraba, crepúsculo vespertino de la historia.

No contemos para nada, sino para censo (mas el de Tfboada atribuye a Arequipa miles de negros que hoy en día no se nos descubren en forma alguna, y hoy en día. la Costa, costeñísima toda ella, nos mostrará lo más del suelo bien escardado hasta de negrales), no contemos para nada que no sea folklore pertinente y discreto de la Costa zamba al esc~~o, ni al así venido, ni al así mantenido; que el ne­gro ODgmal nada propio que sea estimable jamás obró, ni en el ~ ni en el Africa, ni ea la historia. Donde quieta. en el Perú • Y en el mundo el puro negro no es más que~ genJtura.. epilepsia, inercia, quebrantamiento. Natura pata

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Froebenius. . . algo así como el cebú de entonces. En el , Perú, es tanto así, que el industrioso y atrevido Chocano,

versificador despacioso, más humano impulsivo, aspira, con todo, y alcanza a prescindir de aquella materia e instrumen­to. Pescando en la vastísima y copiosísima riolada churri­gueresca, quiere y gana Chocano que el negro no caiga en atarraya; mariscando en áspera peñolería de pino castellano y tradición gramatical, Chocano. -¡Chocano mismo, en n,ada menos que Chocano! ... - se empeña en desdeñar blando y odorífico asiento de musgo y concha multicolor Y pornográfica todo lo que rinde, orillas de la expresión lite-­raria y de la teoría artística, bi. mar de negro. Pues el nú­mero del negro, con ser cuantitativa y relativamente grande, al menos, para el buen gusto y el buen orden, tal número no llega a imponer y establecer su forma natural, elemental Y diferencial; y no la impone el negro, porque no la comu­nica ni la concibe, y porque no hay ni hubo forma original, innata y genuina forma de negro, que fuera ce810le bajo ley ni deseable en poblado. Hurtándola a inconsciencia, pata ostentación ulterior y orgiástica, habrán de introducir la · pura forma negra, · proteica e infernal, el snobismo Y el · novismo recientes, africanistas a la francesa o a la inglesa,· Y lo hacen, donde más, en Cuba, en Haití y en la América Central, y hasta sin etnología o etnografía que adecente la negra cosa. Lo inmediato e indudable de negro en el arte consciente del Perú es apenas alguna disposicióa de la cosa . ajena; no traza ni mano. sino puñado o manotada; algún desorden, o algún exceso. o aJgún terror, o alguna ignotaa­cia; en suma, repelón o munúsculo de imposibJe Y ~· ble. Si obra tan poco de traseendental y UJíiVe;;sal en la Costa y en el tie~ el blanco virtual o el negr:al ~ ciente, es por lo que en ellos nmca de blanco que cri6 1111~1". negra y que negreó en jarana. '

No cabe duda que llegaron acá. tardía no infamaba. entonc:es eo~~no'aborl,....,. .·

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pañeros de Pizarra, sangres y nombres antiguos y homosos de España. Se ha escrito y acreditado que la Corona solía escoger entre súbditos que querían pasar a las Indias, pro­curando que sólo partieran los de solar conocido. Más aun, satisfaciendo providencias ulteriores de la Corona, los que pretendían patir hubieron de probar limpieza de sangre, co­mo para vestir hábito de milicia caballeresca. Y por ciertO que América fue, y siguió siendo por un siglo, fomes e instrumento de nueva disciplina espiritual y social para Es­paña en su península. Mas la empresa de allá va desvirtUán­dose progresivamente en América, ínsula extraña e intermi­nable, tierra distinta y absoluta. Muy señaladamente, por lo intratable del territorio y de la tradición, irá decayendo Y desfigurándose el señor específico e histórico, la persona Y principio de autoridad como tradicional y mágico, en lá nueva población del Perú. El orden político impuesto por el Conquistador a pueblos de conciencia primaria e índole gregaria, troquelados en siglos por el Inca con una indolente Y punzante patria potestad; el orden político esencial e ini­cial de la única España, quien, en sus Indias, y por SUS Dorados, y contra sus Leyes, recuperó su genio y su figura de visigoda y aún de celn'bera, de hecho quebrantada la sujeción del súbdito por el fugitivo confín de la conquista; el orden político, que es orden humano, sea ahora el del Gran Siglo de España, tal orden ha de ceder muy pronto. ya sin. héroe y sin común, a la Corona, que estableCe he­gemonía, por obra y gracia de La Gasea. En Jaquijaguana, ~cabarán para nosotros el individualismo y al rivalidad se­noriles, la condición inmediata del señor instintivo Y la aptitud Y la prensa del señor histórico. En adelante. la templadera de la Administración, la ley rastreadora. deli­~rante Y privativa, irá tasando cada caudal del egoísmO lDlJ?Cluoso. Ni aun el grupo unánitne deriva la tuerza neee­~ para arrastrar u orillar imagen y cabrilleo de la ubicUa. ineludible Corona. Por otra parte, la pasividad exterior ...

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indio da al indiano objeto compensatorio y adecuado a su gula sísmica, de manifiesta barbarie recóndita, con edén entrado a saco. A nuestros días no llegará linaje de ningún señor primero y constante, ni aun en la más apartada tie­rra: el rico rapaz, el gobernador autocrático, el cura con­cupiscente, todos los mestizos prepotentes de las aleluyas revolucionarias, no representan ningún principio señorial, ni lo causan nunca por la sucesión histórica: apenas en­carnan y baten contingente prioridad biológica de entre la misma servidumbre, y significan liberación y menester que no se ven hartos con ningún exceso, trastada sin jefe ni orden perdurables.

Con nuestro problema y tesis, consideremos que el nombre de linaje, monumento de tradición y móvil de pos­teridad, tal nombre se reserva para el mayorazgo, sobre el cual cae también, con la herencia patrimonial, la disipación consiguiente, inexcusable en teórica ciudad que es caserío aldeano. Todavía hoy puede repararse en pueblo de funda­ción española y valle dilatado, cómo olvida, cómo huelga Y cómo decae, sin término, el linaje histórico y patricio, Y cómo llega la sangre del Conquistador y del Fundador a expender aceite lubricante en puesto y grifo de carretera as­faltada. . . y no es cosa da extrañar, que, ahora tres siglos, la calmachicha del caballero sucedió a la encalrnadunl del caballo.

El nombre de linaje se reserva para el mayorazgo; de ello se sigue, con la concurrente, ilusoria insignificancia de la homonimia familiar española, y con el hecho, contra la letra de la ley, y en todo el Imperio Españ~ de que la Corona y la Sociedad toleraran, acaso movidas de ~ casos de Trastamaras y Braganzas, que, a falta de ~ parientes consanguíneos, y por respetar la voluntad del fun­dador plenamente sucediese en el mayorazgo el hijo ·ilegíti­mo sin nota infanda, si estamos a las Leyes de TO$ .Y a los mayorazgos de hecho; de todo dio. se si,gue Ja pa:~;:

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confusión de líneas de generación y filiación, espejismo o maraña que hace tantos eruditos y tantas vanidades, que dan cierta madre y cierto meandro al curso y al discurso de la historia y de la cultura en el Perú, curso y discurso, éstos, que deben ser atentamente examinados y debidamente corregidos. Pues la recta noción historiológica del ser polí­tico y objeto y régimen señoriles originales, desaparece tras la Conquista, y sus fugaces reapariciones e intervenciones en el clímax de la República se refieren muy más a la persona que a la familia -es hoy prácticamente imposible hurgar en tal mente romántica, ya burguesa y medio positi­vista, del señor criollo de la República-.

A la confusión de nombres de linaje, agreguemos ahora la de conferirse a primogénito de segundón el nombre de la madre mayorazga, y el del causante al sucesor adventicio en bienes ~~orazgados. Por fm, y para marmosete, el nombre de lmaJe se trasmitirá más de una vez al hijo de pila, uso éste que se extenderá al coolí bautizado en la República, Y que concurre, en el siglo pasado con el que del apellido señorial hace la esclavatura ma~tida o libe­ra":a. ~caso por saberse con sangre del amo. Por otra parte, el !~o, la,tente ~n todo problema de la España histórica; el_ JUdío, ~ el judaizante Y procesado, elemento indiscri­~inable e mseparable del mestizaje español; el judío sefardí, solo buscado y reconocido por la extinta 1 · · "ón 1 __ ,n:-· odem nqws1C1 y e <UIClilli1S m o el judío' • • . msufla al temperamento criollo, s~ ~ombres, hC:Chizos Y espirituosos, de santoral y de topo-Dlmla, con senstble tornasol y aparente viso de . . morial y perilnstre y ongen mme-

. emparejado con ese nombre putativo y ~onesta<!o~, que ya excita y azuza, penetra y c~unícase ~ pstque onginal del tenasísimo hebreo y docilísimo sefar­dí, Y por ende, fuegos fatuos Y sobrecogedores d 1 • de Judá, el tremendo y contradicto . e smo

·la levadura y hace la no por antonomasia, que iBYCintes de toda , -~ de Europa. En criollos in-

epoca lllVestigada, lucen Y alucinan can--

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delas de entierro y chispas de atavismo, prurito de acomodo, blanco de oculto, fragilidad de mente, táctica de humildad, don de simpatía, leonismo de condómino, talento de prodi­gio, persona de lance, idealismo de incendaja, paloma de prestidigitación, y realismo, autoritarismo y exclusivismo de entretelas.

Hemos de aceptar los que no somos genealogistas, y hasta hemos de aprender, cuanto de lares y méritos enseña la tribuente genealogía versada; que es la genealogía disci­plina que lleva a fuentes necesarias y escondidas de la his­toria. Mas entendamos y atendamos que, en los siglos XVI Y XVII, cobra España en sus Indias la persona cabal, psí­quica y somática, y el sino pleno y trágico de su personalidad histórica, extensa y universal. Entendamos y atendamos que es en su Indias donde España, la Europa primordial de nosotros, alcanzó a coger, de sobre la inventada tierra, y así con mano firme y capaz, el ya acedado y desprendido fruto renacentista, profano y liberal, peregrino y licencioso, fruto que hubieron las otras naciones europeas de dimir, hacía ya siglo y más, con durísimo palo de picota y de lanza, en los purgamientos y guerras de religión. Sobre todo, entendamos y atendamos que es acá en América y en el Perú, donde, lejos de la España filipina, comrae el seiioño mente burguesa, urbana, curiosa y preocupada; es acá donde el conquistador de la tierra principia a vivir de azaroso. te- · rrazgo, que mano ajena cobrará, y vive el señor en ciudades Y cortes incipientes y míseras, confirmándose en rigores. .no para guerra y conquista, sino para asentamiento Y di.sfrute; Ja mente burguesa indiana y criolla, contrarísima a la tra­dición del señorío metropolitano. e incoativa de la contemporánea, por lo que rinde· el primate social político. Es en América donde España, huérfana de tórnase evitemamente sensl"ble y pasible al ftítum eur.ope~ Y universal; es acá en América dollde la Corona de ·Pf;Jtttqpl; ••

echa cerco que eme toda vez... como si·~ "· ie:. ·~

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a Don Sebastián, ya difunto y así reinante. Es acá en Amé­rica donde la, para sí, ciega y aciaga política de Carlos m acierta con la historia, por única vez y por ministerio divino, al dar intento y coyuntura al criollo adulto y apartadizo. Por fin, es en el ejemplo de América donde la inacabable revolución española, que viene durando como dos siglos, SÍ,

es acá, ciertamente, donde se abreva y reanima, hasta ahora mismo.

Ello es que, en el Perú, el señor constitucional y real. de figura clásica por su virtud de romántico; ello es que nuestro Raubritter, nuestro obereau, el caballero según la hazaña, que golpea y chispea en todas las sociedades juve­niles; ello es que nuestro señor histórico muere, vencido en celada y por canónigo. Asimismo, ello es que el hijo y heredero, o huye por el aire, o se echa en sus años a desalar solares asolados por venganza y letrón de la Corona, hu­millándose y procurando confingirse con los fieles y pacífi­cos aquél que, por ley de la biología, si no por ley de la historia, había de reemplazar al ambicioso y temerario, al verdadero y endemoniado del romancerista -la historia es, por la parte humana, obra y lección del demonio-. ~ que seguirán bregando y penetrando, con entradas

de JlllSton y por jornadas de trance, son el sacerdote y el aven~ro, ajeno el uno y contrario el otro, a la sociedad comun, dondequiera sometida a ley y aplicada a procura de menor esfuerzo, de previsto lucro y de seguro necesario. Antes de la Era Española, el señorío indígena, pleno, mági­co, lucha con la naturaleza, mas en la cima para; desdeña el In~ todo campo y asiento no imposibles, adonde consiente 0 destina al reducido, y para sí sigue entallando todo un rei­~0 en dura roca, toda la quimérica, exacta y próvida andene­n~ que hasta ~ora susténtase y sustenta; mas ahí se detie-­::;.!as armas unperiales no desmontan la Montaña baja, el "'--~nico. Ouédase en lo más alto y frío, y el burlescO ..-uuwo de la cronología hist6rica invalida a quien man-

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comó los Andes, para detener a Pizarro. Luego, en la pose­sión de España, siempre faltará a la cisandina población civil y ordinaria, el apremiante y vivificante riesgo que la gea concedió al Brasil, con divina largueza. Así, en el Bra­sil, de historia fácil y paso difícil, costa en que la liana lárgase hacia la mesana, y selva donde el bandeirante y la capitanía éntranse y radícanse como la fauna circunstante y hostil, todo con esfuerzo y hado de la cosmogonía; así, en e1 Brasil, se originan, al punto y para siempre, jefe idóneo y dominio apropiado; que allí el mundo real y el mundo mo­ral es, todo ello y todo uno, espesura, peligro y hazaña, caldo de señorío. Por contraste, Carlos m, problematicísima figura de la historia, la estupidez y la cultura atrail1adas en la misma diadema, destruye, en Madrid y por decreto, cuan­to de real y vital, cuanto de probado y dispuesto, babia obrado, defendido y preservado el Jesuíta en el Paraguay, más allí, la selva, el menester, el contraste, la agonía salvará el señorío, y el señor, años desués, tomará el apellido de Francia, nombre sin más tradición onomástica que la olvi­dada o calladísima que contara ese presunto nombre de judío trajinante o perseguido. Temía la efectividad y efecto señoril aquel Borbón de España e innovador de précis; mas la República del Paraguay milagro de la historia, selva me­diterránea, vecino ávido, puerta compartida, siguió siendo entidad política, tal como la dispone la América Española. Así como en el Paraguay, y como en todo el Imperio, con­~enía a la Corona, y así también convino a la historia; que el señor fuese urbano y cortesano, y que prevaleciese. ape­nas por alguna gala, en ciudad mfnima, distante Y ~ Y en corte burocrática, ínfima y remedadora. Lo que la Compañía de Jesús, romana y universalista, afanaba y sus­citaba de suma categoría, con ténnino real y contraste mal, no había de concertarse y enfestarse en el imperio de alfe.. ñique con que se recreaba y reptaba el BodJ6D y la bodJo.. nistería, la ahíta y liviana España rococó.. dtmcfe d lldlltGr •.

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de sobremesa no se saciaba de imponer nueva forma Y equilibrio a la materia más frágil, que es la de la moda po­lítica y el súbdito remoto. Lo que Luis XVI hacía con sus relojes, el Primo de España se pone a hacerlo con sus es­tados.

Salgamos ahora del Paraguay, y comparemos las histo­rias políticas de Méxic<? y el Brasil independientes, que en el mismo continente y con equivalente facción, pasan por situaciones y estados tan semejantes como contraponedores. Al Brasil, una figura de la tradición imperial llega, caída de su altura y salida de su marco, y halla al punto, en esa distante posesión, en el virtualmente emancipado Brasil, no al huésped que la alberga, sino al vasallo que la acata. En México, la misma figura imperial, que es de personería y emblema del señorío, y éste con la virtual ventaja histórica de que el destronamiento no representaba castigo, de Dios o del Súbdito, por flaqueza o culpa del monarca o de la dinastía; pues, en México, la misma figura soberana no puede permanecer y arraigar. Nada valdrá a la figura im· perial hispanoamericana su famoso nombre, ora el de Itur­bide, militar criollo de estampa bonapartesca y uno de los Libertadores de México; ora el de Maximiliano, un nieto del César Carlos y un germano de buena sazón romántica. benévolo y erudito, rey sublime del mal teatro. Se opondrá la América Española, tenazmente, a la figura suma y unitiva; ·la propia y deseable, en estricta lógica, por la tradición Y por ~ trance de reciente estado político hispanoamericano, oponiéndose asi a la presión política mayor: América se opone cuando se conservaba el prestigio y respeto del sis­tema de goblemo monárquico, y cuando se fiaba todavía la taumaturgia de la Corona, ya Uberal y constitncionalista. Q Europa, que es donde venían y vienen las opinioneS Y lós gustos públicos a América, y ella se opone Q siglo ~ :.*!lR · toda S\1 .. A .. A ro .... .t> .. .;....,. __ .te · · l <{_;.,.. del. selt 'J'irtltle ........u, ._.. ..... __... , proptcm e t¡;¡AAU'

; · . kinB • . como el.Bonaparte y el Bernadotte y ~Y

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establece al príncipe advenedizo, como el Sajonia Coburgo de Bélgica, el Hohenzollern Sigmaringen de Rumania y el O!denburgo danés de Grecia. Y quien se opone es un pueblo hi&panoamericano, pueblo mestizo y agitado que reducen, rigen y representan una antigua tradición imperial y un efec­tivo despotismo señoril. Pues el pueblo hispanoamericano, por trescientos años uncido al tiro de la burguesía, desco­noce al señor del arquetipo clásico, al archiduque del Sacro Imperio Romano Germánico, así como antes desconoció la gloria y la dignidad del general vencido. Pues el típico señor, el efectivo señor hispanoamericano, en el curso de tres siglos., es un burgués que nunca pierde su corona, y es el señor en tanto que retiene y emplea con felicidad las armas y los atributos del mando político. El burgués, que proviene, asf o asá, del vecindario ordinario, participa de la emoción y del criterio populares, y el señor hispanoamericano descono­ce al monarca, inerme, que ya sólo manifiesta historia de otro y figura de arte, ni más ni menos que el San Luis de Francia de sobre su cómoda. El señor hispanomericano se abalanza a la República, tras de cocerla y guisarla; q\leden para el ambigú y la sobremesa las hazañas y magnificencias de los abuelos, tan fatigosa y onerosamente apañados. Entre nosotros, la Sociedad Patriótica (donde, por su nombre y número prevalecen y definen los de cuna señorial), arruina el plan monárquico de San Martín, hombre y político hon­rado y prudente, que ve en la monarquía molde para vaciar Y conformar la varia condición, tradición y aspiración del mestizaje en el Perú, fundado San Martin, para su piaD, en la notoria prioridad señoril. No pudo el argentino penetrat. el republicanismo señoril, ni su deseo de máquina de :refrl..c geración que guardase fresca la golosina. ni su .menester dC máquina de guerra, que dispersase el cerco mesocr:ático. Pues en el Virreinato del Río de la Plata. Ja burguesía hubo de erial alma tan prudente como heroica, temple para. c:oA la interminable pampa. De Ja ~.Y orpuiza<i6e ~·

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caica quedan pocas huellas, en las alturas andinas septentrio­nales, y el colono europeo en el siglo pasado, irá confirman­do y encarnando predestinación de burguesía ya ejemplar Y aun juvenil, burguesía perseverante y asada que, en todo el siglo XIX, sigue apropiándose la pampa en todos sentidos. Ante el exceso de Rosas, dueño absoluto, huracán pampero, burguesía ganadera y sanguinaria, la expresión moderadora del burgués pacífico, con urbanidad y letras, burgués con­tenido pero resuelto, y en él y por él toda la justa y belige­rante burguesía moderna, escribe, por mano de Sarmiento, un libro histórico, esto es, un libro que han de leer las ge­neraciones para enterarse del asunto original y sano, libro de sagrada escritura para el argentino, y libro de ejemplo universal para el americano. Ese libro no guarda perla ni trae nácar de retórica, mas proviene, por el mayor arrojo, de la mayor hondura del mundo moral y el real de América. Todos los libros magnos de la América romántica, son, al tacto nuestro, ásperos y fríos, cuando en la otra mano, está, en rústica, el gordo Facundo. Gracias~ él, puede, en nuestro siglo procurarse finos y preciosos instrumentos la expresión argentina. Pues quién cavó la mina en las Montañas del Oro? ¿Quién procura a Banchs el modelo para su lindísimO pastiche de poética? ¿Quién sigue procurando y atesorando en el gabinete de Mitre? ¿Quién acorre y reanima a Abna­fuerte? A la sombra de Facundo, un cualquiera podrá com­poner el Martín Fie"o, y ya por sí, incontrastable, purifi­cada Y agilitada en el accidente contrario, irá discurriendo. recreando, pesonificando y enseñando, la saga pampera.

En el siglo XIX. con cuanto trae de vivo, de mero humano Y de ser contrastable, desde el siglo XVIll, la dureza Y la expansión señoriles, que son dignas de historia. por lo. ~ue toca a la expresión magistral, o se van de coJl la patética del Perú -recordemos a José María de Pan• ~· 0 en tornando, se transtornan y trastruecan según cierto cuadJ:¡ • 0 pSicopatológico. tan vario como presente, taD

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múltiple como único, tan simple como confuso: clasicismo de la preceptiva, que resulta más o menos clásico y más o menos inasequible e indiferente al vulgo, clasicismo criollo éste, que es todo idiosincrasia y peculiaridad, y que ha de comedirse y comparecer, ante catones y letrilleros, con la vida más personal y privada, vida ésta de lugareño principal entre romántico y loco; todo lo cual prosigue hasta nuestros días y en ellos. Sin duda que el criollo de nombre y hacien­da señoriles, muy dotado está también, por lo regular, para la vida de salón. En tres tercios del siglo pasado, el criollo revalida, con dignidad, en España, y mantiene, con pres­tancia en Europa, títulos nobiliarios de muy reciente cochu­ra, uno de los cuales subirá a la grandeza, sin que renuncie el poseedor la ciudadanía de peruano. En los Episodios Na­cionales, Pérez Galdós conduce a Pardo a través de una tertulia madrileña de gran tono social e intelectual; conduce Pérez Galdós, con el nervio que gastaba, muy al cabo de la anécdota; y conduce Don Benito a Don Felipe con tanta naturalidad, y nombra tan de carrerilla en la presentacióa de personajes, como lo haría con el Conde de Cheste, natu­ral de Lima y español de brillo. Y en do atrás y adentro ea el criollo, prieto e inextricable vergel romántico, neocJasi.. cista y rococó, miremos ahora cómo Olavide, en París, Y Ostolaza, en Cádiz, tiran del hilo en el retablo de Europa, sin que, en la función aborrascada, nadie los eche, por. in­trusos y torpes.

Reconozcamos que el sino burgués moderno (que d' Indiano trae, seminal, en su ráfaga de primavem: ellmpedo Incaico no rinde más que señor y siervo, entrambos en abso-: luto para sí y el uno para con el otro, d uno por temOr religioso, el otro por prioridad teocrática), d distíDtO Y ·' sutil sino moderno comunícase a nuestra jefatura social; mas no llega con figura personal y mente~ al uaaee Y nivel político. Digamos que el criollo señoril de filara ~· · · rica no cuaja entre nosotros a ~. ~ ~· ~~.

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poder que alcanza ha de alcanzarlo por dones y artes de burguesía, y en el Virreinato del Perú, si uno u otro sube a eminencia administrativa, el poder poñtico, el teórico Y el positivo, sigue en el atanor de la Corona. La nominal nobleza del Perú, burguesía descarriada y desatentada -por esto, su obra y mérito de ultimación ha de admitirse y ta­sarse con equidad historiológica-, la nobleza criolla no puede reducir y apropiarse la nueva circunstancia, ni acierta a concertarse y disponerse para emprenderlo, con humano campeador y organización eficaz. El plan considerable, el plan histórico, será, como siempre, el de la Iglesia y el de la burguesía, que es el de Bartolomé Herrera, mesócrata tradicionalista y eclesiástico cultísimo, criollo ejemplar entre los ejemplares, no menos que Unánue, Castilla, Pardo Y Piérola. Bajo la Corona, la nobleza no cobra pieza de his­toria, ni aún en placentero coto de estrado rococó: la co­brada lo será por cetreóa y halcón de clientela. En el siglo X VIII, asaz cortesano a la versallesca, no hallamos, en lo que toca a la expresión literaria, ni por lo exquisito, ni por lo imperioso, ni en texto, ni en contexto, ni aun en blanco. expresión alguna que sea la notoria o la inaudita de la no­bleza histórica: por los carteles de certamen, corren, idén­ticas Y babosas, las loas del señor y las del covachuelista. ~~ <?'~de de la Granja, indiano enriquecido y versista, con mdictano apellido tópico, aun con ser del siglo y escuela de más bóo el antor, no quedan al siglo siguiente y al gusto nuestro más que biografía de hombre ingenioso y laborioso Y algunos versos de pedante afortunado y de ocioso dili­gente; 1~ del nuevo rico, cuajado de adornos y abrumado de ~tiempos; versos, aquéllos, sin la envergadura poética Y sm la presa real de Miramontes Zuazola, de Mejía de Femangil o de Dávalos Figueroa, indianos trajinantes del rudo, Y buen tiempo, aventureros como renacentistas, por bravtos, letrados Y elegantes, tales en proporción y porte personal de España. De la Limana Musa, marquesa criolla

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DE LO BARROCO EN EL PERU 215

del siglo maduro, no nos queda ni un verso, y en ello viene a consistir su fama y atractivo, según nota en birli de la antología. Al iniciarse la República, Riva Agüero, criollo y patriota insigne, el mayor agitador de la nobleza ilustra­da; Riva Agüero, con todo lo que guarda de prestigio Y experiencia en el granero señorial; el señorón Riva Agüero mostrará inopia ante Bolívar, que, recién llegado, entra en su recinto, a tomar el fruto que la historia depara al hado y al genio. Pues el señor criollo tradicional carecía de sino histórico, lo cual se anunciaba de antes, por sus antojos de burgués veleidoso, inepto para el mando supremo Y continuo. Al cabo, Riva Agüero se transformará en Pruvo­nena, uno de los libelistas nuestros, sin más ni menos artes y señas que los del propio libelo, eJ cual, por lo resentido y desentonado, siempre y dondequiera ha de parecer de cuna humilde e incómoda. Mas -aquí la madre del corde­ro- Riva Agüero era noble como el que más en el Perú, por su vinculación familiar con estirpes italianas Y flame&­cas, de corona.c; con diademas y parientes con tronos.

Los Amantes del País, con toda su parsimonia de funcionarios de la Corona y de servidores de la nobleza. obraron más de lo que se proponían, Y más lograron que procuraron --el talento y la ciencia de los Amantes del País no eran extraordinarios, si los juzgamos por la letra del Mercurio-. Unánue cifra la madurez que la repáb1iea deseable y virtual ofrece, muy antes y muy mejor _que la república real e histórica. En el siglo XIX, sólo bajQ ~-nuel Pardo, noble por la cuna, pero burgués por el sentido.. .ú ,i:J la República recupera, mas apenas para contado ~.las ?;,é•

calidades y dones del buen vino añejo, que place. ~ ·· "'' Y estimula: ni Castilla, ni Piérola convidan con el·~ . ';'}

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el trato y la compañía de Pardo. . . . . » ; ,; ¡,,; . Volvamos a los Amantes. del País, Y ctigaJD,ClS ~ \W:· eo:

b1eron sino y tino que no hubiefol) lal ~ ~!! ~;;; .;. {!; Virreinato asumidos y empleaclasJtorla~~~·:: .. ;~;;~,;~;;~;¡ , . > . ~ :-, . -. ·. ," • }. -• .:, \ .. -¡' ·~·,, •. y, ~~,;~,~~.~~::,: ~.~:~~:~~' ~, •

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tos, la propia perplejidad y la paridad competidora delatan Y patentizan la complexión e intimidad de esa clase social, entre senil y pueril, que tanto olvida como evoca y tanto bulle como desmaya. Tras los caudillos militares de la Re­pública inicial, la Ninfa Egeria del Enciclopedismo, que inspiró a los Amantes del País, irá labrando y consagrando, es verdad, los ídolos y tun'bulos de la morfolatría román­tica; mas en ello y por ello, mantiene y ejercita, definiendo Y probando como por teología y liturgia, la confusísimas ideas y deseos de nuestra meteorología y liturgia, la con­fusísimas ideas y deseos de nuestro mestizaje y de aquel tiempo.

Como digo en página anterior, me es en absoluto ajeno e indiferente el asunto de la nobleza criolla en sí, lo del privilegio o la sangre, lo del título nobiliario, o del árbol genealógico, lo del blasón familiar, o de la sucesión efecti­va· . . La nobleza criolla me trae a tratado, no por su propia modalidad ontológica -la genealogía y la heráldica no atienden al espíritu de la acción, sino al cuerpo y al nom­bre; no a la personalidad del sujeto, sino al personaje en la escena-; digo que el Noble Criollo no me trae a tratado más que por su condición de circunstancia política y social Y de factor histórico y nostrísimo; factor y circunstancia. ora obstantes, ora coadyuvantes, alguna vez engendrantes, con relación al Perú real y variable, en cada época del día que ~tamos viviendo. Como antes discurrí~ sigo discurrien­do, stgo creyendo y sigo repitiendo que la autoridad positiva ~o manó ~ mano blanca nunca, y muy menos en la Amé­nca Espanola, que es invento y composición de temerarios. guerreros ~ misioneros, mineros y matuteros. Y aquí paro Y otra vez discurro, ésta por atajo y para término.

A tan varia, confusa y crítica sociedad como la nues­tra, ~viene predicar y recalcar que la jefatura imponente Y pems~nte es el primero y cardinal principio o imagen de ordenación Y culto que da a la vida humana la sociedad

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inicial. Así, nacida ésta de la reconditez antropológica, del matriarcado hace la forma política primaria; que es del vientre materno de donde viene al mundo y al trance la vida eviterna y consciente, la substancia para el sino his­tórico. Donde un par de humanos comparecen ante el mi­rar y considerar historiológico, ahí está mandando el Jefe, anterior a la fratria, a la gens, a la tribu y acaso al totem y al tabú; erigido y venerado, el Jefe, antes que el menhir, el dolmen y el crónlech; ceño y norma, el Jefe que instin­tivamente procura el humano elemental, tal vez al tiempo que persigue y pesca el pez de la alimentación primigenia. así como el pez procura el plankton o alible, y así como el recién nacido hoza dondequiera por la mamila. Mi ciencia no es más que la natural; empero doy, irreflexivamente, casi por acto reflejo, en poner al Hombre de Cro-Magnob. Y aún al de Neandertha1, como el primer jefe o el primer súbdito, y se me representa corriendo el reno en el muncfo paleolítico . . . a vivir y matar incitado por el Jefe, c:uancfo no es el Illismo Jefe, que está urgiendo y dando el hala. Ahora bien, tal mando, fatal o incontrastable como la au­rora o el terremoto, tal mando ni lo ejerció ni lo pretendió el señorío titular y formalista en el Perú españolizado. El Mármol de Carvajal da a leer de un aborto trascendental tanto como de un castigo personal.

Ello es que el Noble Criollo, forma recentfsima, Ct'D­tingente, incierta, modalidad y no personalidad. tal noble.. . de las Indias ni crea· ni cabe en el Perú función orgánica vivaz y misión histórica autoritaria. Por lo. moral, por}() . político, hasta por lo histórico~~~.· briosamente en crear y caber su autonomla Y cierta ~ nía, valido de la economía, todo con celo Y . . .. tanto se apartasen de la vesania Y empeaamienlo~ clél · .. -- ···'·" dor Agnirre como de la añagmt y periftasis.det.JW!dm.'; Baquíjano, dos extremos . una gesta malhadada Y así.

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convenir todos los tratadistas. La españolísima inclinación al menosprecio de la actividad económica paciente y pau­sada, tendencia que hubo de criar particularísima y gene­ralísima persona y personalidad en siglos y siglos de in­cesante guerra, tal conjunto y concierto de idiosincrasias, hábitos y moralizaciones, tan adversa constelación viene, fatídico y aciago, con el sol que nos advip.o por el occidente del tópico, en el día nefasto del Inca y del Sol, sol aquél que nunca se pondrá ante nosotros, ni aun al declinar de la dinastía austríaca, y que seguirá iluminando con el Roí Soleil del panegírico de Pedro de Peralta y de Lorenzo de las Llamosas. El estupendo y orondo pauperismo español, gran goloso y gustador de su hambre secular y que en su desnudez tan sólo deplora la falta de talabarte para los tíros de la espada y la carencia de sombrero para con él cubrir al mendigo tiñoso, aquel atractivo y traspuesto trasgo de hoy en día llegó hace cuatro siglos con cada indiano, así o asá caballero y desbaratado y versificador, como cierto Henríquez de Guzmán, problema del historiógrafo y el ge­nealogista contemporáneos de nosotros. La España austria­~a, toda infestada de corte, de tercio, de cenobio y de par­tida; la España que todavía ahora envuelta en raídos - ' panos, toma el café o el sol en alguna gravosa página de ~rin o de Baroja (esto y otros, de realismo y repasata ecoica con relación al pueblo que critican, pueblo que es ~1 pueblo de que nacen y suténtanse); aquella antigua e mmortal España, que se echó a la guerra, o al Pirú, o a la bn'ba, después de en vano golpear a la cerrada puerta traS

que el grande, tremendo y hediondo Felipe callaba, amo­nestaba, firmaba y remiraba con ojos de aguas estantías Y pai:Stras en tanto que se hundía la Invencible; aquella Es­pana que en cada español se siente suma de divinales atri­~os Y ~ra de divinos encargos, descargándose Es­~ de tnenoría y minucia en afanosos y rapaces moriscOS. gitanos. neerlandeses, italianos y judíos; pues tal ~

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desisabelada, desatinadísima, es la que llega con el Español al seco y árido Perú de Ja superficie y la población, y son el misionero y el minero, creadores o inventores de oculto, los únicos que proseguirán la conquista, movidos de espe­ranzas como ciega y libidinosa, de ganancia de metal o de alma. Y el monopolio comercial metropolitano cultivaba esa nacionalísima propensión a lucro y peligro inefables y terribles, de régimen que suscitaba conducta y circunstancia como ascéticas en el indiano más hondo. Verdad es que el caserío y campiña ganó frecuentemente mucha moneda del artesano en la feria de Portobelo; mas quien sudó y labró fue el indio que la Ley encomendó a su guarda y sometió a su mando: siempre quedó para aquél todo el problemático y espantable valor y gozo del viaje de Panamá. Es el eros hispánico, y de los males que trajo en todo tiem­po lamentóse más de un español europeísta. Mateo López Bravo inculpará a España de su inadvertencia, que .. por no haver sabido estimar ni premiar los Comercios y Comer­ciantes, los ve oy en poder de Estrangeros que se han heclw Señores de ella con lo mismo que ella está desprecúmdo''. Y en otro término racional y temporal de ese lamento y acusación, y en su Política Indiana, Solórzano Pereyra amo­nestara por todo lo alto, y pormenorizara que "assi en aque­ila question, que tan disputado ha sido, si la MercaluTtl perjudica a la Nobleza, se suele hacer comunmente distill­ción entre estos dos modos de exercitarla, el de los que cargan y venden por gruesso, y trafican para esto de uno&

Reynos a otros, por mar, o por tierra, como lo adrinte. Rebufo, llamando/os por este respeto Grossarios, Y t:lidtmdD · que es honesta y honrado ocupación en bien comú4 Y tle pública utilidad, aunque ese paso se mire por la pl"((lJÍÍl.. 'Y· d modo de los que venden por menudo, los Y~ · · · . Y no hubo grossarios entre los señores; no hubo grosarios que debió haber, como los hubo . ea los estaaol· italianos y harseáticos. donde la poca tima ·creó .y

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burguesía y artesanado grandes. En cuanto al comercio, pri­ma fuente de sociabilidad extensa y civilización considera­ble, cuanto pudo tasó la ley, y ya en el siglo XVI, prohibe qu~ el buhonero corra la calle y que el negro sea pulpero. Mas .la Corona exige el tributo, que necesita y el que pudo rendir clase social con patrimonio activo y consiguiente mando -tal sazón social la temió y evitó siempre la Co­rona-, el tnbuto que debió soltar mano empuñada, pues tal tn~uto hubieron de rendirlo funcionarios y nobles hechi­zos e meptos. Rezabal en su Tratado del Real Dereclw de las Medias Anatas Seculares y del Servicio, nos dice (con ntuy otras palabras, por cierto) que, desde Felipe, el Real Tesoro ha de abrevarse a la ponzoña, fuera media anata, fuera. la mesada, fuera la pensión de lanzas, fuera alguna ~ nnpetra como la de tasa y puja para la concesión de tierras vacas o la de composición, ésta para legitimar las meras posesiones. . . Y la Corona venderá los hábitos mili­tares Y autorizará al Duque de la Palata o al Conde de Superunda, para la determinación y dispensación de onero­sos honores y mercedes nobiliarias, que se ingeniarán hasta con el santoral y con la cbilindrina. ¡Ay, la creatura del ~an?, a lo divino; la más antigua, virtuosa y popular figuracion Y figura histórica, la jefatura y el jefe reconoci­bles Y continuos, y tratables, la coerción constantísima. la trama de ' ·

, SI ~mo, faltará por siempre a nuestro pueblo, que mas que nmguno necesita unidad de trama! Pueblos Y pueblos son sin libertad en el Tiempo y están sin suelo ~ el Mundo; mas ningún pueblo con dignidad y sujeto del smo de 1 bis · de la • ~ . ~ona Y del amor del sino, ninguno se evade

jurisdicción o se excusa del servicio de la autoridad Consagrada y contínua.

Más allá o más acá de la historia tricta da .... .~ .. el nr---~ bis , . es y .uwa, r~............. tórico de la metrópoli· ·--~--- ~-..:r--ft t .... lltdias, com~, en wu- -~....!-~ Colonia, Y ésta lo guarda latente, y Jo trasm.itt; ---uu.;u, a la republiqueta del Géuesis. El desarr01IO no

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se opera por curso pando o en tierra llana, sino por aluvión Y en escabroso, y añadamos que toda ribera resultará ro­badiza. En la segunda mitad del siglo XVIII, la nobleza del Perú, si no engaña a la Historia del Perú, sigue jugando con la baraja a la pimpindonga y al rey dormido, o danza a la francesa y con pie forzado en el salón de la Azaña o en el de la Calderón; y versifica, y nunca suelta el naipe, aun en el salón del Oidor Orrantia y en el del Mariscal Villalta, a quienes evoca, sonriendo, José Gálvez, como huéspedes y tertulios próceres de los últimos años del siglo; Y así jugó la Nobleza en todo el curso del siglo anterior -un historiógrafo me asegura haberse enterado, por un testamento de la época, de que el propio Marqués de Man­cera, gobernante bienfamado, jugó hasta los topes, y no como los ángeles-. Ahora bien, el juego de azar es muy propio de hombres fuertes y duros, y recordemos lo que sobre tal inclinación de Quiroga dice, en el Facundo, Sar­miento. Mas la afición y práctica del juego caracteriza también a la grandeza que enervada, huelga, hace la que reemprende y arriesga. . . con la baza.

Por su parte, los omniscios redactores del Mercurio Peruano. Aristo, Nordacio y demás rococós de verdín neo­clásico, publican allí, entre datos de la geografía y nanas de la Enciclopedia, la elegía, en octava real, de Amanto. pastor de Lambayeque y esposo de Erbenise, a un pastor de las riberas del Rímac, Lesbio, elegía a una inundación; allí, en el Mercurio, enumeran y critican los modos de JDi.. rar de la limeña; allí mismo, en el Mercurio, se trasCribe Y comenta de tesis del judío y canonista Antonio de León Pinelo --que el chocolate no quebranta el ayuno ecJasiá&:. tico-; de todo lo cual se trata pausada y pesadamente ea otras páginas de este boro .

Era, pues, todo en las Indias como en la Metrópoli, Y así fue siempe, y como por el desacomodo de la coeft ·· España, creadora e inspiradora de la concieDcia de sus ba-

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dias. Es, pues, la angustia de España siempre, que, desde la reconquista del territorio, consumada por Felipe ll con la echada del morisco, y desde la conquista de las Indias, consumada en el Perú por un tahur de órdago, La Gasea, el sino español indiano procura hazaña que sea más que la defensa y la prevención ante el Pirata o el Turco. Sién­tese empantanado el sujeto español en el espíritu y orden, tan expansivo como curialesco, negociador y trapacista, Y tan imperialista como casamentero, logrero y descuidero, del típico Habsburgo reinante. Y rebulle la angustia de España en el pícaro de Cervantes, en la moraleja de Quevedo, en la reforma de Teresa y, sobre todo y en principio, con el alzamiento y alistamiento de Ignacio. Esa mentalidad y men­te, acerba y superba, no se sosegará ni en la España rococó o en la neoclasicista: velarán Feijóo, Isla y Jovellanos, Y pasará por el ardido Larra, el memorioso Mesonero y el Espronceda mítico, a los analistas y analizadores de la Es­paña actualísima.

Volviendo al Perú, prescindamos ahora de lo que el erudito dice de la categoría social que trae y establece el primer poblador que de España vino; mas oportunamente recordemos y repitamos que el segundón de sangre señoril cae en las Indias . . . hidalgo de gotera que sacó del solar nativo o la estrechez o la codicia, cuando no alguna ema­nación y burbuja de la acedada y fermentante Península, según lo narró en su hbro Larreta, quien da a tal persona de España acabamiento y salvación en las Indias y en nues­tra ciudad, como accediendo a los principios y contrarie­dades del español coetáneo. No olvidemos tampoco que ya las primeras capitulaciones conceden más de la tierra con­q~istada al que es más por la sangre historiada, pues la opi­món Y el uso generales y tradicionales de Europa identifican entonces la posesión territorial y el nombre señorial· así los .. .. .. ' ' pnmeros OSlentos distinguen y tasan repartimento de caba-llerla Y reportbnen.to de pecmía., cuando el menester o la

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ambición de la Corona original y única dueña del suelo con­quistado, o cuando lo breve de la superficie regadiza en el Perú, toman mezquinas leyes que fueron dadivosas. Tampo­co olvidemos que en la Capitulación de Toledo socálzase es­puela dorada a los conquistadores que eran hidalgos poi la cuna, distinguiéndolos de a los que la misma Capitula­ción otorga la condición de hijosdalgo por merced y privile­gio. En los siglos XVII y XVffi, y todavía en el XIX, la pretensión y demanda del título nobiliario ha de ser rodri-¡ gada con ejecutoria así como ha de estar plantada en di_; nero. Más de un erudito sostiene, como digo en otra pá­gina, que la Corona solía escoger entre los que aspiraban a pasar a las Indias, y que sólo consentía que partiesen los de solar conocido. Después nombres magnos y con ecO¡

en toda Europa, llegarán en loS siglos y por la sangre a, las Indias, y en el Perú hemos de atender, quizás entre cien; otros, olvidados o ignorados, a los de Aranberg, Rospigliosi, Borgbese o Borja, Colonna, Grimaldi (trocado este I10Jllbre, · según algunos genealogistas, en Grimaldo y con ·~ co de Pérez), y ya al tiempo de la Liberación, el de Hesse Y Battenberg y el de Looz Corswarem. Yo no soy genealo­gista, y ni quito ni pongo rey: me reduzoo a repetir lo de los tratadistas quienes afmnan que semejante sangre coni6 en el Perú, aunque en la mayoría de Jos casos no por lfftea de varón y caz de nombre. ·.

Ya en la República. la Nobleza mantiene cima ~ .. • ·. •· ·. · ·.· · sona y porte. Aunque cbapuc:era y desastrada al cabo; .faet ~ .. · ... · fuera como fuera, obradora y determina.nte en el PJime¡t • Día. Parapetada en la Sociedad Patriótica y bajo t:tl1nt11111D(e) ... ···· :····'P"'•·};:.;,.

republicano, muy certeramente consigue que a san ~ :; ··· .....•. suceda una Junta de Gobierno. la cual preside el Co&ld!J· . · de Vistaflorida, y esa .Junta. coa todo lo del ti1ual po1ftieo; t · elevó a la Presidencia Coostitudonal de la Repúbtica .· .· .... ·· .·· Marqués de Mooteafe&re de Aviada- Ausenfe sé. . carga otro matqlfés del. MámlO SUpremo= el de

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y el Propio Mariscal de Ayacucho ha de prestar espada, ma­no y hombro para esa exaltación en la Democracia. Al Mar­qués de Torre Tagle asesora principalmente el Vizconde de San Donás. Y ésta es la verdadera historia del Gato con Botas, y aquel desconcertante episodio en que el Congreso declara incompatibles las instituciones republicanas, los tí­tulos de Castilla y la Orden del Sol, no es más que delibe­rada peripecia y contradicción incentiva de recurso noveJís. tico o dramático. Por otra parte, que viene a ser la de estructura, el mayorazgo quedará indemne hasta 1849, año en el cual decide la ley que sea forzosa la desvinculación, y aquello ha de atribuirse a que la desvinculación no placía al mayorazgo. Concluyamos con la consideración atentísi­ma de que el régimen tradicional del patrimonio, toda vez entre nosotros venero del formalismo nobiliario, sigue, in­cesante, por su vena más honda y más henchida, a través del siglo XIX.

Para mejor entender lo de la prima República, volva­mos por un minuto al siglo XVTII. Oso tal invitación, por­que el siglo XVIII, a más de bonito, está cuajado de sím­bolos y sorpresas de lo pasado y lo futuro como el fuste destripado de la columna en el altar mayor de nuestro San Sebastián o de nuestra Concepción. Así, veniales marqueses ornamentan sus patios con el mascarón de la prora que los trajo sin los aliños del señor, y si mal no me lo contaron, cierto conde in petto de los últimos días del Virreinato planta, en su por él granjeado solar, palo de la nave que lo trajo sin abrigo. España sigue llegando y establecién­dose en el Perú, con arrogancia nueva, pero con positiva arr~cia; Y el criollo sigue contemplando con devoción la predra de armas bajo la cual se ven, al fondo, palo proel Y_ cabeza monstruosa. Así por varios modos y en variadas figuras, el genio español y el genio criollo, procuraran .lo qU: Procuraran, conviven y cásanse. El embudador Ba­qwJano usa el tópico y mercado nombre de Vistaflorida, Y

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el sagaz y deferente Unánue rechaza un marquesado, el del Sol, según afirma Luis Alayza. Lo español y .lo criollo per­manecen, juntísimos e inmortales, embutidos ambos demo­nios en la misma redoma de individuo; si por magia salen, · adularán y conspirarán como áulicos, o trompicarán Y equi­vocarán como opositores. El no nada servil panegírico de Jáuregui por Baquíjano y las inconcebibles y Reales Elegíos de Larriva no pueden ser más encubridoras ni más desca­radas, ni más entecas ni más prolíficas. Empero, en su vez y con su faz, tuvo fuerza y ángel de humano la Nobleza del Perú. No era tonta: era mestiza, aún por ósmosis, Y era sensible y curiosísima, y dice alguno de sus tratadistas que también era bellaca - reparar que a ella encomendó Peralta nada menos que su piecezuela. . . Las virtudes ma­yores de la Nobleza Criolla debían de venir de siglo an­terior, que no lo facultó nunca para función política rectora; pues la vasta administración pública encargada a criollos, aunque estuvo de hecho subordinada siempre (esto, en atención al nacimiento) hubo de cobrar todo el poder en­trañable del receloso, diestro y ágil. Que la mantención cabal y continua y el incesante y silencioso acrecentamientO físico y cimentación moral de las Indias no pudo ser obra personal de la pavoneante y pavorida burocracia de 1~ Habsburgos ni de la escribanil y relajadísima buroCraCJa de los Borbones. Es por ahí, por la virtnd de la ~~eza, por donde sigue entrándose en sus misiones el ~· Y es por ahí por donde corren los viáticos y las ~ nes del señor criollo, noble reciente y rico perezoso..· el. cual, sin embargo, funda, con el mayorazgo, la ~· Y la obra pía, inducido acaso, por el pecado on~ .. tfd abuelo conquistador o encomendero, o por las propas· ~ .· · pas de vecino aforado, caprichoso y vehe¡neo!e. "'! es creer que las Indias, por lo natural Y por lo socia\ ~· virtieron en cierta medida a Jos indianos que Y criaron indios, y asimismo es de cteef que.

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la suma e impulsiva propensión hispánica, el ser esencial e insuperable, apenas el soplo real y principio mental de España ha de permanecer vivificando, según la Historia del Espíritu, en el español indiano y en el hijo criollo, en la corazonada y en el problema de la España Ultramarina Y de la República Hispanoamericana. Al alba del Virreinto, muy más otro que el que fue antes parece hoy el cronista, que no el indio. Pues, y para tesis y prueba, y con todo eso Y aquello, la planta y el paso del idioma y el dicho concurren, convienen y comparten. Que es en la expresión don~e. hemos de azuzar intuiciones, imágenes y antojos, to­d~ mtimo perro capaz y veloz, nervio y salvo que nada ve m sabe, pero que requiere, olfatea, coge. . . mojada nariz de nudo y mudo humano bestial que va vagando o arras­trándose en pos de lo inefable e inasequible, liberado ya el colmillo de la traílla bibliográfica, cuando no de ámbito de dialéctica y término de lógica ...

La Nobleza Indiana y, por ende, la Criolla sin duda que fue, ~ su tiempo y en cada caso, una de las empresas. logros e mversiones de la burguesía, de la virtual del india­no noble o de la inicial del criollo ennoblecido, en fin, del burgués te,_naz tras el título y el blasón; del burgués efectiVo. del hurgues de la psicosociología, si no de la historia; del burgués que si más no luce e imprime al texto historiográ­~ es porque a la psique no lo consiente el recato domés· tico del rentista, la parva perspectiva de la posesión, o la obscura oficina de la sinecura. Llegado el tiempO. si no en todo caso y con toda persona, esa Nobleza y tal NobleZa. ahora sí que ítel a su corona propia y, bien aguijada del fl~ Y punta de la misma. trató de servir y alcaató a ~· Y con diligencia y mérito como absolutos, para po-51~· entrar Y acreditar la República, la única audaz Y feliz de sus empttsas, su Arca de Noé en diluvio de _.

~- Son muguescs del siglo xvm tan.~ 1-=aaos eomo llOSOtroi en extremar al imifat tos ~

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cultos, protocolarios o revolvedores, que en Europa rigen Y de Europa vienen. Mas ningún Mirabeau o Karolyi está entre ellos: son criollos y burgueses que sólo perderán la cabeza en el anfiteatro académico de la Sociedad Patriótica Y por uno que otro arranque retoricísimo del Monteagudo transnochado. Tan burgueses eran, bajo el refajo no se si de Clío o de Talia, que, si mal no recuerdo yo, uno de los condados del siglo XVIII ostenta el nombre, flagrante e hilarante, de Casa Real de Moneda. Casi todos los demás son de factura romántica, y parecen compuestos por la Bohemia de Palma, un siglo después, con amenidad anató­mica o con dominio soñado o con alusión cínica. Así, a la postre y en el centenar, hemos de topamos hasta con marqueses de Negreiros y condes de Torres Secas y de Pozos Dulces. Empero alguno, y en el siglo XVH~ sin duda que por el ennoblecimiento vernal, trae nombre de veras y con dimensiones, aunque no de superficie terrestre Y sustentadora, como el Condado de la Laguna de Chan­cacayo. Siempre en cada historia del criollo, la idio&iDcra-. sia sobrevive a la persona y la modalidad queda al tiempo. ello es que la mente y el objeto criollo están abí. . . don-­dequiera. . . inamovibles. . . El rasgo criollo es inmortal y entre audaz y bromista, y medio veraz y medio desfacha­tado; y en 1742, alguno pagó porque se crease marquesado de Mozobamba del Pozo, más de uno junta anlffrasis. como el Bohemio de la Antología cuanao compone lo suyisinlo de álbum de Chepita y vejamen de rival, y entooces el Condado de Montesclaros de Sapán. No se más. de tales títulos nobiliarios, ni se nada de lo& finales que festona Y cuelgan: toda mi erudición la tomo. hurtada, de los .aufCI'e$ que trataron de la Nobleu del Petó. y a restimir me .,.... suro, nombre y nombre, nota y nota; yo no soy ¡ear.ato-:: gista; yo como que escucho ahora y a veces oi¡p la~ , ' que leo; mi sentir y mi discUDir ••. dkt .~.a ..-lo d!$ . turista novato y tefJexivo que~ a fa.~ ... · . · ·

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y extraño cantar del país remoto. Repito que escucho siem­pre, y, no más que por oir el nombre que leo; que de letras indianas y criollas profundas y sensibles trato en este libro, y nuestro título nobiliario creo que es, con relación a la geografía y a la historia, ni más ni menos que letras lite­rarias, nomenclatura estimulante. Y prosigamos, que todo eso y todo aquello prosigamos. Pues, por los apuros eco­nómicos y bajo los manoteos atávicos de la Casa de Fran­cia, los nombres nobiliarios ya se componen a la buena de Dios por arte simplísima de registro civil o militar: tours Y maísons transpirenaicós pónense y desplómanse sobre fe­bles apellidos, muchos no de facción o tradición alguna, ni de toponimia siquiera, sino de desnudo y alelado patro­nímico.

El tiempo de la historia corre y descorre y pasa como el del reloj, pues al cabo de su cuerda caerá el señorío formalista del Perú, y caerá en campo de Agramante Ora­d?I', Y caerá defendida paladinamente apenas por un pres­bttero que se apellidaba Moreno, y entre sus vencedores más sañudos, uno, Pérez de Tudela, era de la espumita nobiliaria, como dice que son todos Torres Saldamando· ¿~osísimo, verdad?. . . Más aún, y confirmando ~­nosttco Y pronóstico, y abreviando resúmenes de la bistofla destinados ad usum scholarum: noble será el primer PreSi­dente de l.a República, Riva Agüero, y nobles Tagle, Orbe­g'*? Y Nteto, criollos próceres, h"bertadores y caudillos ~gun.Ia verosimilitud historiográfica, si no según la verdad hlStori 1 ~ • • ,

. o.o~ Más la consiguiente progresiva conmistiOJJ Y. asmilacton corporal a la formal burguesía, ésta toda vez dispuesta Y aparejada -¿no era entonces ProtoJnédico Cottard?- pues la tremenda incorporación fue tan de eupepsia, ~ue pasa inadvertida al que hoy rebusca sin fuego. Como fe~no social de su día cronológico y experiencia h~a, bi~ puede afirmarse hoy, si por letras~ que m el. nnsmo nervioso Pardo la nota: en un sarao de

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comedia suya, marqueses y notarios se atracan a la misma consola, todos, hijos de Dios y paladares de Lima. Es tanto así, que el orden antiguo y renombrado, con ejecutoria y copete, y hasta el particularísimo y problemático de las estalaciones señoriles y de los acatamientos generales, diga­mos que el ente y el proceso de la sociedad tradicional prosigue, y así prosiguen, no ya por pretnio real ni por real confianza ni, por tanto, para real tesoro, sino que prosi­guen, inmediata y naturalmente, por el matrimonio; que es así como siguen ennobleciéndose el minero, . el alcabalero, el guerrillero. . . Así, el conde nuevo, sin condado morfo­lógico, resulta título consorte, hecho social, rango político Y problema histórico, sin que eso traiga traslado alguno o solución de continuidad ni al proceso ni al grupo, que per­sistían y perseveraban con su rito y por su hado. En suma, caudillos y ricachones casan como coburgos, con escaleras de fondo de patio, y crean informales y efectivísimas vineu­laciones bajo inflexible y perdurable oligarquía republicana. Pues Y qué, ¿erró o no erró como profeta en todo y a la postre Simón Bolívar? Releamos aquel párrafo de la Corta de Jamaica: "Supongo que en Lima no tolerarán los ricos la democracia, los esclavos y pardos libertos la aristocra­cia: los primeros preferirán la tiranía de uno solo, por no padecer las persecuciones tumultuarias y por establecer un orden siquiera pacífico. Mucho hará si consigue recobrar su independencia". Verdad es que entonceS Bolívar . DO

conocía nuestra paradoja por el tacto; que es asf como se ha de conocer el espíritu politico.

Ahora bien, todo lo acontecido es, en póDcipio. lo · deseable, si fiamos el croquis. Que haya paz Y ~ en la República. . . Que lo caduco e inseJ: rible ·no estodJe a la nación, y que trasmita su materia a Ja ,ley justa Y. a la forma imponente, a la realidad históriCa ·soi>Jeveaidf... actualidad que parió y cri6 la que ha fiDiqui«ado~·· •. llica.: muy bien. Mas en ello y por.·eno..Ja ~~·Jo::

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ontológicamente original y siempre inseparable: el ser que, indiano imberbe, agarra y trueca un mundo en los siglos XVI y XVII; el criollo burgués que se peina y empolva peluca al espejo (tal siglo no fue más) del siglo xvm; e! criollo magno, no nada instruido y una nada gobernante; el criollo rococó y releído, que basta marquesados creó; el burgués criollo murió como tal a nueva política, y el cadá­ver quedó a cada puerta. No parecía más en la palestra del Perú la burguesía bastante mestiza y bastante letrada que inspiró a la Libertad y que entronizó a la República, Eclesiásticos humanistas y humanísimos, y hasta clérigos vulnerarios; nobles metidos a profesionales y funcionarios; burgueses buenos, todo dignidad, circunspectos por cohibi­dos Y por azorados de alguna abuela parda o bastarda; hasta santas mujeres de sangre noble y batidora, varonas , un:ununescas; .todos los distintos y contrarios del Noble Cnollo Arquetípico, mas a él sujetos en la conducta y con él confundidos en la tradición por el vínculo de la clientela Y del parentesco, pues estos han de pelear en adelante la batalla, de. la República, por ella y para ella y ninguno al­canzará VIctoria en casi medio siglo; y el primero en ven­~r con las armas de la panoplia cívica, y será por contado ~ es Manuel Pardo, político genial pero noble genuino· Está_ ~ República, y está aun el Republicano, pero falta Y ~ faltando el Repúblico. Piérola, el grande y sutil ~ será el último en reconocer por obligacioneS evíc­CJOn Y saneamiento de casta acumulada; mas hubo de liti­gar con menoscabo de la demanda, y peleó con su valentía Y ~ su alarde; ¡pero también con un lumbago!. • . DeSde el ~ entonces propiamente nuestro, desde la implan­tación de la República, la aspiración democrática es ape­nas por éxtasis de dialéctica o retórica de liturgia; los más de les dias, se. tá ,.~n..;...~.....:- do --.. -~ &Lm-- --~lilo cuan no ~-...-·

..• ,...~ &1lterior . expresión ~ que fue fugaZ toda . ~ Cletfa. gran expresión. sincem y sociable. COJilO a.qut·

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DE LO BARROCO EN EL PERU 231

d.i? voz y v~rs_o a Mariano Melgar y como política y expre­ston,. P_O~ rephca o eco, a Manuel Pardo, tal expresión de lo Vtvíftc.~ o deífico será reemplazada en nuestro siglo Y en el d~alogo memorable por la frisson de la poética, por ~a causene del club, por el afrancesamiento internacional e tmpersonal, por el culteranismo romántico, de comedimiento d~scome~ido, ajudiada industria, impertinente curiosidad, ctega avtdez y mano burlera. Y es con sentimiento confu­so Y penoso como recuerdo que entre los afrancesados ma­gistrales que fue dado conocer y tratar, entre los señores Y cultos ejemplares de mi siglo del Perú, está mi amigo y maestro Luis Varela, cuyo comparecer tanto pasma como corrobora a quienes conocimos al escaso y frívolo Clovis y procuramos conocer el Perú interior y trágico. Pues era Don Luis criollo de ilustre y añeja estirpe, y estaba, por sus facultades, nociones y principios, dotado singularmente para ser el escritor que él se empeñaba y esmeraba en no parecer por escrito. Que era Clovis, tras la cuartill~ hom­bre de inteligencia y sensibilidad extraordinarias, y era señor de conciencia de casta tan lúcida y austera como benigna y prudente; y era viajero y cultivado como pocos; Y era, ante todo, generoso, valiente y leal como ninguno. ~o hizo lo suyo tampoco ese aristócrata, por lo demás Irreprochable. Lleno de fe y de fortaleza, anduvo, sin embargo, siempre lejos de la política, y su asco para con la confusión y forcejear de teoría y sentimiento y de título Y gana, nunca provocó en él más que la ironía del inteli­gente y la erudición del genealogista. Y yo moriré cre­yendo que Luis V arela debió exhortar y excitar al smo,ío del Perú a la formación de un partido tradicionalista qUe contribuyese a determinar y ubicar en el belén o pande-. monium.

La supeditación virtual y verdadera, efectiva e. inapa-:·· rente, que impone la iguala de la Repúblicá, al qu.il:ar a · la burguesía del Perú el tan apetecido y próximO· tí~ 'de· ··

232 llAFAEL DE LA PUENTE BENAVIDES

Castilla o hábito de Calatrava; eternizada así mente Y pru,.. rito individual y social del Virreinato y, luego, reavivada la categoría colonial en el rol y rango de la patética Y cas­carriosa y revolada República, todo incitará, una vez que acabó la Guerra de la Liberación Política, todo incitará Y moverá, y subrayo, a proseguir en guerrilla por la satisfac­ción personal. Aquella lucha por la libertad del Perú juntó en ejército casi todas las cabezas y los brazos, los del señor y los del plebeyo; y trae todo el caudal, diverso y universo, y por su fuerza, el curso rectísimo arrasador de la conquista por España. Mas la guerrilla de la República, batiera o no batiera, se inclinó a armar y destacar ociosos y codiciOSOS, induciendo con hecho y cosa, bajo máscara jacobina Y fronda romántica. Indujo, es patente, a prevaricación, a adulación, y cuando no se adelantaba así, a revolución. valida, ésta muy más de verba e infundio que de valor Y constancia. Que los menores aspiran, si los mayores pros· peran, y si los menores conspiran, los mayores disparan.

Wiese, es una de sus anécdotas de Castilla, da fe de cómo el republicano fuerte, próspero y certero por exce­lencia, el magnífico Castilla afirmaba creer, como lo hu· biese declamado Bermúdez de la Torre en el rango esencial, real Y actual de las personas más que decentes, con relación a las personas de cuna baja, personas de obscuro origen. Se dirá, Y bien se dirá, que lo dice el redicho Don RaJDÓD por, en táctica militar, transigir con la opinión pública so­bre materia de teoría que no puede detener al capitán braVO

ni hace escrupulizar al propósito político. Mas reparemos que es la opinión pública quien concibe eso y que es un gobernante genial y criollísimo quien lo declara. El psico­sociológico es método reciente, y por lo tanto, hem<lS de atribuir aquel aserto, todo acierto, de Castilla a su cordurll Y realismo, veterano iniciador de toda experiencia de nosotros.

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DE LO BARROCO EN EL PERU 233

Ahora volvamos al criollo común y al montón criollo, Y digamos que la aspiración personalísima, vergonzante y vergonzosa, y el estar en la propia persona con despego y abuso de inquilino; el alma de criolla numerosa, tan del siglo y tan sin regla, desde que la Inquisición no la tortura ni la Corona la enjaula; la vulgaridad resentida; el áptera Y menesterosa burguesía; en fin, el número que cuenta en la historia, tal clase social viene a ser el agente de los exce­sos políticos y el autor de las letras románticas, lleguen adonde llegaren las letras y los excesos. ¡Ah!. .. razas inmundas, mueven a apartamiento real; leyes y más leyes consagran por deber y virtud el engaño, y el mismo Felipe Pardo habrá de acogerse alguna vez, ante el puño del pue­blo soberano, a seguro del atrio jacobino. Y cunde y bate el engaño; y aflora el fondo con el precio y la osamenta; y todos los Bohemios y románticos se angustian por el des­tino de la humanidad, en tanto que calumnian y maltratan a los vecinos y tiran con los montoneros, y caen con los templarios; y chupan con Angelito de Quiroz, y lloran en plagios a Lamartine. Así el sujeto y así la conducta, cada episodio resulta inocente y tremendo, ridículo y conmove­dor, parodia de tragedia y tragedia de parodia en cada aparte del acto.

Mas no digamos que la Nobleza del Perú no haya impuesto categoría alguna, y repítase que la maniobra Y la especulación señoriles hubieron de referirse (donde más. en el centro urbano) a forasteros desorienta~ clientes me­nesterosos y a manumisos perplejos. La confusa tesis dio. . por lo menos, antítesis apasionada. Si nada mandó el Noble Criollo en la alta política, sí que mandó duro ea el recinto doméstico; no retó ni alanceó moros ea d Roman- .. cero, pero capó y ultimó negros en el Pel'a:IViUooc Y ello ~.· tará a cierta historia y a cierta bistoriogJafía,. 8

estado y a cierto sino, y a cierto enredr> Y a disl=am~··· Y a cierto dios y a cierto llumano,

234 RAFAEL DE LA FUENTE BENAV1DES

El regalón y blandengue señorío, aunque obró~ por mano de otro y en término de ley, ésta suele extenderse, en la letra y contra la finalidad y la innumerabilidad, al zambo, casi inocente, ya hispanizante, figura paradigmática de la encomienda antropológica, el señorío fue inexorable, digamos que cruel, y mucho, al castigar al esclavo que desir· ve, y de ello que penosa carga de agobiadores apuntes en páginas de Mugaburu y otros diaristas y noticieros, y donde más, en los autos procesales, todo lo cual será confirmado para nosotros por historiadores modernos, Manuel de Men· diburu y Javier Prado, entre otros. Con todo lo de sevicia de la punición que hubo de padecer, es indudable que eJ negro representa peligro latente y constante. Y no es el { negro recién importado y traspasado como orangután de l circo, el alma en boca, costal de huesos de rematista Y pre- ji

gón, ése no es el solo antropomorfo que amenazó al cir· , cunstante y a la circunstancia. ¿Qué duda me cabe que ·¡ ~go más que consideración de política y decoro inspiró Y ¡ dtctó bandos y ordenanzas del siglo XVII que leí hace años . ~ Y que recuerdo prohibían, bajo pena de azote sin cuento. 1 que portase ningún negro o negra! arma alguna, aun cuan· f do acompañase al amo!. Si yo hubiera de conceder armas 1 a la ~obleza del Perú como a persona corporativa, yo ñn- ... ~ pondría, en el escudo, por blasones los cuatro reyes de la ·· f b~aja española en el jefe y en la base la natura y los com-. pano~ ~l n~gro sentenciado y por divisa, la regia de Honnz sozt qu1 mal y pense o aquél genialísimo verso de Sbakespeare: Let me be cruel, not unnatural. Al contrario: que el indio, el negro, tan próximo al señor de la eosw• Y muy señaladamente al de Lima del cual es. por lo reP" lar: cocinero hasta en el siglo p~ado, cuando no lo es el chino, ~ el negro inspira a su amo tenue y sordo miedo. .. · .. · •• ~este miedo debió de ser en el siglo del Virreinato COJD.C)){ . que emana, en el siglo de la República del coolí, .· .. · · · ·

suno Y pacientísimo, impenetrabilísímo e · · ·.· ·

DE LO BARROCO EN EL PERU 235

Es miedo que al indiano, a todo español de las Indias, ya medio mestizo por la maceración e impregnación, y es mie­do que al mestizo, que todavía rojea y humea por el incor­poro, aunque ya españoliza, y hasta europeíza, y presume de contrario de su mitad y su medio, es miedo, en fin, que el chino ha de inspirar hasta en nuestros días. Es el miedo mudo que causa vívida representación antropológica del humano elemental y de la sociedad arcaica, domina­dores de la naturaleza y creadores del dios, figuras de inme­morial proceso que no distingue por su estadio el ignorante Y que remata con silvestre genuflexión y sonrisa en el hu­milde y forzado chino y con súbito arrumaco o agresión en el epileptoide y resbaladizo negro. Es miedo que ins­pira el humano como original y elemental o por selva o por cultura tan distintas y tan distantes y que oponen hon­dable faz de misterio y magia. Hasta hoy al diligente y bondadoso, al risueño y liberal chinito que vende arroz en la esquina de la calle, casi todo parroquiano y casi todo vecino dan en suponerlo fumador de opio y verdugo de mujeres; hasta hoy, el señorío limeño, culto y europeísta, va con fe como religiosa y ciega, y por evitar la cirugía del Occidente, al herbolario chino, que diagnostica de le­pra o de gripe o por el pulso o por el iris, y me dicen que así acude hasta hoy el señorío serrano al brujo y curandero indio. Por otra parte, se ha vuelto rasgo de criollismo el comer en la fonda china, donde la imaginación de todo criollo amontona ingredientes y condimentos así horribles como imposibles. Y como con el negro, y todavía en cer­canos lustros, habrá con el chino represalias y expansiooes como la persecución por el chiquillo armado con cañas de castillo de la pirotecnia. Y el chino y el negro no soa de descuidar en el examen del Señor Criollo, que" es en ellos donde cae el mando y la dureza, con el temor. Y el cultO del origen. Al patentizar el temor del negro, por así .Jihe- .. · rarse de él, azuzado quizás por la aterrada y ttopeZldora

236 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

octava del Arcediano Barco Centenera, el mayor cronistá del mayor negrear de la mayor negrería en cuatrocientOIL~.-~­años, el número señoril y españolizante da, como dije, al acto de punición modos y efectos de servicia: cuando no ultima, castra. Y aquel folklorista de la Costa me per~ done el confesar que no puedo más que creer que la fun.. ción Y la misión del negro en la materia y en la categoría ~ial de nosotros, y acaso del universo y de la historia, VIenen a ser las del mordiente en la tintorería: el rigurosa­mente fijar color y pan de oro. Creo, sí, que la funCión Y la misión histórica del negro en la Costa del Perú han de ser Y hubieron de ser las de heroicamente confirmat al bl~co de puridad hipotética o al blanqueciente de mesti-~~- noto~o, sirviendo así, por modo personal y no gen.- , tillClo, al Imbuir dondequiera la animalidad indispensable,:

Tomemos a la Nobleza, que es de ella de quien veni-mos tratando y consideremos alguna opinión de su legitimi­~d o su ilegitimidad, y no la del genealogista moderno, smo la del plebeyo coetáneo. Y si consideramos opinión hemos de convenir en que se la acataba y en que la propia burla de los copleros del siglo XVIII viene a ser sensible prneba de aprecio y envidia. El mismo Concolorcorvo no se _atreve. a hincar el diente en tan olorosa tajada, que por baJO el ?~nte se le entra, ganosa la Nobleza de hagiografía Y panegí:rico como ha de imaginarse al santo nuevo, Y re­paremos también que tiembla el índice alzado y que cada letra calla lo suyo:

_ .. La Nobleza del Perú no es disputable o lo será ~¿,a demás del Mundo, porque todos los días ~tamOS .· ;ren , los ~ollos que heredan mayorazgos y señoríos de ·. > os mas antiguos de España". ..

, ¿Fueron, en verdad, así y tantos los señoríos de lA Pemnsula que se trasladaron y radicaron en el Perú? DiJo una vez más q sólo . ue no soy genealogista, y confieso que

me vrenen a la memoria los señoríos de la Villa

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DE LO BARROCO EN EL PERU 237

Puerto de Santa Cruz y de Valfondo, de la casa ducal de San Carlos; y los señoríos flamencos de Wesenbeck y Ophen, de los Guisla Boot, marqueses de Guisla Guiselín, nombres y posesiones éstas notoriamente foráneas, que I~ueven a Torres Saldamando a tratar de ellas en nota par­ticular de la Revista Peruana, como si se tratara de rareza, agre~emos los señoríos de Amusgo y Redecilla, de los M:mnques de Lara, marqueses de Lara, y el del Castillo de Mirabel, de los Carrillos de Albornoz, condes de Monte­blanco. Acaso debiéramos agregar el señorío de la Villa de_ M~yaldes, de cierta sangre o línea de Alvárado, el cual­senono parece que no permaneció sucesoriamente en el Pe­rú. Y antes que ninguno conviene mencionar el señorío de Valero, del histórico linaje cordobés de Sancho Dávila, se­ñorío que reconocen y confirman los Reyes Católicos tras la toma de Granada, y en el cual sucede, con dignidad y prestancia, ya en este siglo, José de la Riva Agüero y Osma. No olvidemos, que de la forma nobiliaria original se trata. el marquesado de Castellón, título de Castilla fundado so-bre tierras de Nápoles y exento de la pensión de laazas. Otro señorío o marquesado, creo que no recordará el que no fuere genealogista o heraldo y bien pudo ocurrir que aquel incierto, problemático Concolorcorvo, criollísimo dJis... -porroteo e incurable socarra que hasta ahora no sabemos a quién imputar con certidumbre, bien puede ocurrir en­tonces, digo, que el tal Concolorcorvo mintiera o enpiá­rase, indiano o criollo, como suele proseguir en ·nuestro '" mundo social y total, tan confuso, tan rodadizo, tan·~ "'>• ' tan te, muchedumbre miscelánea que diríamos que el ac::ci- ;· .";;,;2iJ~~ dente, el menester o la catástrofe arrebató o espa.rci6 ea ei, . ,: ' suelo más fragoso y diverso. A tal pueblo ha de correspooder ';: '.; aquel señorío, que no nace del tiempo ni de la tietra, ·cpe.·.· ··· '-.~'r.~ nunca imperó, ni por la antropología ni por la historia. .:~~~ sobre humanos de la misma raza y de la miSma We~ .i;~'~f chaung. La continuidad perdurable ea.el -·~e.

238 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

presentarla, en el mundo real y en el orden práctico, el indio, el negro y el mestizo de entrambos. Releamos el Lazarillo de Concolorvo, los Souvenirs de Radiguet o las Peregrinations de Flora y releamos la sátira de Felipe Pardo, Y releamos el poema burlesco de Amézaga, y releamos al costumbrista o al planfletista del siglo XX; releamos, y re­pararemos que nuestra sociedad sociológica sigue edificán­dose con ornamento o derribándose por ruina sobre los mismos brutescos y brujescos cimientos de la fábrica, ele­mental Y primordial, de la población íntegra, ingenua e inmutable, el número del indio, el negro y el mestizo, éstos antonomásticos de fuera de la aspiración, el criterio y la inestabilidad del blanco señoril y europeista y el zambo o el cholo progresista y blanqueciente, en suma, por fuera del preteico romántico constitucional que desde el siglo XVIII Y el primer Borbón viene dictando y rigiendo la más ento­nada expresión nuestra.

Empero el formalismo colonial supérstite y la tentatiVa de su instauración política formal, 0 más propiamente, de su mantención por la Ley de la República es borrosa Y pasajera figura, hecho eñmero y desdeñable no sólo de la historia del reciente Perú, sino que lo es d: la Historia de ~as In~ Liberadas. Señalemos que Monteagudo, giróvago lDlperutente y jacobinísimo entonces, ya en escrito publica­do en 1815 en Buenos Aires, denuncia a los aristócratas en camisa que aspiraban entonces a cobrar poder político, que no alcanzaron nunca bajo la Corona.

Chilla Monteagudo:

hoq"Entre las extravagancias de que es fecundo el

c. ue. de las pasi~nes e intereses, no es de poca ~ s~deraetó~ el empeno con que cierto número de indi-!..~'-~ndose aristócratas, pretenden reducir a -~uunaaas personas la administración de los eot­pleo& Y el derecho a las distinciones y honores que ea.

DE LO BARROCO EN EL PERU 239

todo país bien constituido debe ser premio de la virtud y el mérito, y mucho más en un sistema popular como el nuestro".

Mayor debió de ser el mangoneo en la gran Lima de los primeros lustros del siglo pasado, pero, con todo, fue sin trascendencia alguna, como reconoce Monteagudo mis­mo que fue el de los señores del Río de la Plata. Pues la mente señorial sobrevive, convalece y reemprenderá en la República, no en títulos de personas sino en humanos de veras y con instrumentos, en sesos y sables, en bolsas y bragas. Pues no es el alma señoril más que el alma de la burguesía que floreció viciosamente en conde de condado eufónico y que fruteció mil veces en profesión liberal, en idea naturalista, en parroquia alzada y en patria arduísima e indispensable .

Era, entrando en el siglo XIX, el alma de nuestro siglo, alma de criollo litigante y de mestizo diligencia, ba· tiendo y dilatando el lomo de la sauria Enciclopedie Fran· caise, descabalada y apolillada, pero superna, firme e inabar­cable en su plúteo hasta ahora mismo. Pues entonces, un criollo libertador, titulado y gobernante, irá a morir al Real Felipe, entre soldados y banderas del Rey; y otro, no me­nos prócer en todos sentidos, ostentó hasta en letra de retrato cuando todavía rojeaba el rescoldo de la Guerra, la condición de caballero de una orden honorífiCa de la Coro­na, campante así entre los títulos y cargos porque acataba la República. Pues éste y todo prócer, fuera quien fuera, fuere quien fuere, lo es en primer término por el rugo social; a este rango va el primer apetito y en él afinca Y permanece; la medida del panfleto y del programa suden ser psicométricas, si atendemos al autor, y son dos o tres Y no más los que en siglo de política peruana atinan Y . agarran al procurar alcanzar su dicho y su hecho. .

Todo fue así desde su priocipio, y todo fue .. a8Í desde entonces, porque no fue de siempre y de pt'OfuDdo Y ~·

240 RAFAEL DE LA FUENTE BENAV1DES

ni Dios ni Criollo cambian -la unidad y continuidal del · Perú de tras la Conquista Española, no es de letra constante ni de alegoría impasible, sino que es de actualidad vivida Y práctica, y es el criollo el único sujeto de la historia en la República: el indio es como semoviente de hecho, fatí­dico sustentador hasta de sí propio, de su corporeidad, que trata como instrumento, para servicio de otro, comunidad o caique; por fin, el negro o muerde o lame, y acariciado o tratado, no es más ni menos que el perro de casa. , . Volviend~ al Noble, recordemos que, en su comenta­

dísuna memona de Quito, escrita en 1823, Monteagudo pr~tende explicar y justificar su conversión ideológica y po­lític~ :n-gumentado para ello en la mejor parte con razones rentistic~ y con lo parvo y exiguo del patrimonio personal. el cual Vtene a ser el señoril, tal o por el causante o por e~ e~~leo. Dice Monteagudo, al pie de la letra, y por dt~ca y, en blanco, hasta con retórica de arduo día miO y tuyo:

. ''Calculand~ su extensión, fecundidad y produc­C!ones que encterra en los tres reinos de la naturaleza, Ciertamente ~ uno de l.os países más opulen~ del gl~ a los OJos de un filósofo. Pero si se considera ;u nqueza ec,onómicamente y sólo se estiman los va­ores que están actualmente en circulación, dista mu-

cho de poderse igualar aun a los Estados que se ha­llan en la mediocridad. La falta de datos estadístico& C:U ~pueblos cuyo gobierno ha ignorado la aritmé­~ política, no permite admirar su riqueza con exac­titud, aunque para mi objeto basta observar por ma­yor _la pr~rción en que ella está distribuida. La rutidad: ~!las considerable resulta del precio de. las meas rústicas o urbanas, y en especial de las pntne­

ras. por los valores que en ellas se acumulan para laS tareas de ~~ agricui~a o para las mezquinas fábricaS ~~tia d _gobremo español. Las más, o están.·· .... · -~ en cterto número de familias, o lo que es .. · · peor, pertenecen a manos muertas. El número·

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DE LO BARROCO EN EL PERU 241

los particulares propietarios de bienes raíces, sotn:e ser muy corto en proporción a la superficie del tem­torio y al total de sus habitantes, son pocos lo que no están gravados con pensiones a favor de sus habi­tantes. A este se agrega que, atendida la poca ~an­da que hay de bienes raíces por la falta de capitales, su precio es muy bajo en el mercado, y la renta que producen, deducidas las pensiones ordinarias, no bas­ta para que sus poseedores puedan vivir independien­tes".

En los que nos quedó entonces y nos queda t~vía del Virreinato y el Barbón, influye poquísimo la formalidad nobiliaria como ente y gesto de ley o doctrina; que es el oficioso y encubierto agente factótum de la Nobleza· ya creada o por crear, el criollo común, conservador entr~~ Y revolucionario aparente, el faite de la historia, genenClSl­mo e impecune, quien la guarda y friega y usa, esto no siempre sin razón de historia ni sin tino de polític~ ~ la forma de la Nobleza que sería la efectivamente histónca; la que debió ser y no alcanzó a ser objeto y réplica a nuestro tardío arrebato y ardiente deliberación en el siglo XIX; la que habrá de figurarse en lo desaparecido por la raspadura del Presbítero Maestro -todo lo resolvió la poliDa ·en. lo que respetó el terremoto--, pues nuestra forma nobiliaria . nunca da asunto ni texto a tratado sociológico ~ memorable. A la nomencla~ correspond_e la . • .eJe: Es plaisir o hobby de burguesta de coloma, azoráda .·· .· · . abuelo, infestada de mestizo, desconcertada de ~Y. :~· gan de te • Qu todo lo ~o no es mú .,)0•

osa ca gona. e . y-., . . .. ·••. ···""'''····!{ce y nombre, a no ser la sopa, que es fuente ."! rango. J ~t'I berbia y espíritu, si fiamos la moderna psicolo&1a.· ... :•; ninguna grandeza real y sensible. ni siquiera la ele y atuendo; sin mayor volumen que el de la la colgada y arrollada y arrinc~ en •. ~ de,. . •••.••;••·· política del Perú. como la ~ .itúitif., así queda; pues llUilCa foe.·et;.~ rFtaJ.CO;ttm·J·~

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242 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

que no !o hubo en la obra que echó España -no hay más personaJe Y parlamento que el suyo--, sino que fue el Noble del Virreinato no más que la púrpura de las libreas Y la situación en las tablas.

Mas persiste, así o asá, como algo que bien pondría trama Y lance al teatro de Pirandello: que es alma del teatro histórico que en teatro real queda vagando, tapando, atas­~ando, engañando, en toda acción o argumento. Empeña-

as las coronas y agostados los lambrequines, queda en el escudo nobiliario, cierta intermitente de heráldica figura que ~o es ~e blasón o de concepto, figura que sí que es de mdescnptible e inenarrable varonía inmortal y brío noble, alg . ,

o que Jamas acaba de dificultar en el problema, de alzar en la democracia, de revivir en la tradición y de amedrentar ~n el cementerio; algo como inmaterial y tan substancial y :ctu~l; alg~ que es el indominable y confeso individualismo spanol, Siempre aparejado con voluntad de servicio ge­

neroso· s't, I · d f ' a Vlftu ecunda y el ideal présbite el repensado rcpent~ Y el consumido cuerpo de España· sí, ~uanto España comuntca, por su mandoble o su abrazo ~1 criollo capaz de sacramentos.

. , ~ cabo, hoy, nuestra nobleza será en la propensión Jerarqwca que dará 1 la . . P., 1 a popu ridad de V1vanco Pardo y

tero a; que ibilit . ' h , post ará en Lima nueva, reiteradamente

eterogenea y re t · ' . presen ativa, el auge de lo colonial (recién mstaurado) en el atu d

. en o, que blasonará en cemento y en PISo, aun oponiéndose 1 . vista euro . a os estilos preconizados en la re-

.pea Y en el cmema norteamericano Raúl p~ .. en su IeCiente A l , . u-u....,

ñata la . !'to ogr.a de Lima advierte de esto y lo se­a atencron del lector atento En lo que queda d . · .

bieza como tal . e la Colorua, influye poco la no-Cado. Pero e ' smll ~d~, ~guna, ni siquiera la del to-

n e a está mVIvtta ba' d 1 Y la corona, 1 . d . • por JO e paramento consustancial ~~ ~mable Y confesa individualidad, la

guia del español Verdadero y apurado.

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DE LO BARROCO EN EL PERU 243

La libertad fue hazaña de criollos, enteramente a la espa­ñola. La hidalguía, después, será categoría efectiva de la República. Jorge Guillermo Leguía, en páginas encanta­doras, nos cuenta cómo la vanidad nobiliaria de Vidaurre se transmuta en arrogancia patricia de ingenuidad jacobina, y cómo no renuncia el republicano ni al airón de la cimera ni a la divisa de la bordura. Y a en la República, al estilo romántico, los mayores y mejores · representan la vieja casta en su más humana persona: Gálvez desciende de los Marqueses de Sonora; Alvarado, de los Condes de Cartago~ Lavalle, de los Premio Real; Amézaga, del Fundador Agüe· ro; Althaus, de los Flores del Campo y de inmemorial ba­ronía del Sacro Imperio. Herrera representa la más esen­cial jerarquía y la más antigua forma, la eclesiástica.

La más poderosa, la más vivaz de las manifestacio­nes del espíritu criollo, propensamente jerárquico, es la ac-­titud de la milicia. No proviene ésta siquiera de las 1)8.­ramentales y oficiosas milicias del virreinato. Es. forma. la primera y desatada, del brío de aquella casta. Bn sus principios, la representan· y, así o asá, dirigen caudillos que dan las casas de Olmos, de Torre Tagle, de ~~ :~;: de Aulestia, de Alastaya, caudillos en los que se lffi..,.,.J .. 'g · " '

séquito. Los posteriores, personales directores Y por~. ,,.,,:: sicológicamente, más representantivos. los dio la clase ~ ;}:~ dia, la burguesía mestiza y mínima. casta ordenada Y ~, ;~:.,,~ en la Colonia acaso más que ninguBa de las nuesttu, 13. p

que dio los cosmógrafos, los protomédicos. los · · los párrocos, los mayores criollos que ~ del discurso, la Lima postrimera del VttreJ eJCOJID-~¿

Como cree Mariátegui, creo que la obra de generación predestinada. heroiat Y . • • . mada según instintiva y genial oposiciód a ~ coloniales que la impedían y . maniatab$1 en :Alta No creo --contrariamente a · .. 'JUC,. · mación de las combatidas Y

244 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

las repúblicas recientes se haya consumado como el anti­colonialismo lo explica: por prolongación de sentido políti­co. El caparazón no es la tortuga entera. La forma mili­tar es la característica de la República en el siglo pasado; Y no podemos negar que fue fatídica y aun necesaria para la mantenencia del primer principio. Sus excesos coinci­dirán con los del formalismo doctrinario de la democracia; Y son posibles por la incertidumbre y flaqueza de ésta, in­capaz de enfrenar su propio brío. Con Santa Cruz, el es­píritu integrador -tendenciosamente colonial por profun­damente criollo, mestizo y jerárquico-- procura cierta res­t~?ración y tira a su propia sombra, a Salaverry; y la oposi­cton más consciente, trascendental y significativa en la teoría se encarna, no en el demócrata jacobino, sino en el Pardo moratiniano; no en la doctrina, sino en el melindre; no en la razón, sino en el complejo.

La Costa, por virtud de su característico mestizaje su­~rior, ~ás vasto y rasante en patrimonio que el de la S1erra, hizo de su entraña cordial y predispuesta, de Lima, teatro preclaro de la incertidumbre, vacilación y peripecia de la angustiosa integridad peruana.

No aparece en nuestra literatura romántica la forma del pa~ci~do. Nada menos noble que aquellos tules en que ~m~ los hedores de la sentina y los pliegues del enca­JO~nnento. Nada menos viril que aquel llanto inmediato al motivo Y aquella metáfora para lectoras. Nada menos razo­nable que la calumnia y la sátira por amor al orden público. Tangente Y tocante, la literatura romántica nuestra es prueba tanto de que anduvieron en el crimen los románticos como de , . . que estos no se atrevreron a consumarlo. Si en otraS

literaturas americanas apunta ' allá 1 · · ' de aqw o a mtenc1on or -nadora, -en la argentina, con Sarmiento; en la ecuatoriana. con Montalvo; en la chilena, con los historiógrafos- y deja en ~as estilo Y ejemplp; en la nuestra, no deja sino leccio­nes lDlpetsonales z~. ~. Constitucional, monografías

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apasionadas y versos adocenados. Lo clásico de Facundo es lo de allí propuesto por normal en contraste con lo ~baro: la forma de Sarmiento -aunque acaso muy gramatical­no es hermosa a lo retórico ni declara de ningún modo gusto de elite, de salón, de prosapia. Pero de lo que Sarmien~ ~e y representa proviene, en su más poderosa y pers~JVa fi­gura, la del legitimado y utilísimo patriciado argentmo .. Es claro que, sin Sarmiento, no se concibe a Lugones m la envidiable realidad como de América y origen que recubren y exaltan Las Montañas del Oro. En el Ecuador, mesócrata y aun menos en el orden social era Montalvo; Y aun opo­niéndose, como se opuso, a orden consumado. causa orden formal; orden que, en el literario, informa y representa clase social, porque su fuerza es ordenada y ordenadora, porque pretende jerarquía, porque sirve norma.

En nuestra literatura romántica -fuera de la tradi­ción de Palma, que tiene tanto de magia o de milagro--. acaso la mejor prosa como prosa es la del proyecto de Mar­tínez para el Código Civil de 1859; la oratoria -siempre sagrada, anterior e indistinta- de Herrera Y las crónicas brevísimas del Pardo costumbrista, en los principios; Y .Jos artículos de González Prada en las post:rimerlas del ro­manticismo. Y es éste, González Prada, el que, en páginas memorables declara la esencial inanidad y el formal em· beleco de ~uestra literatura y elogia. por escarmiento, a Montalvo y a Uona. .

Repito una vez más que no es la forma gramatical de nuestro romántico -que es regular, con gali4:ism0 ID11Y ~ nor que el de la escuela-; sino que es su acti~.Y ~ dad para con la forma integral impuesta. la ~ de lo más propio, lo que bace de nuestro romantiCISmO &JIDO desolado y figura vituperable.

Es en lo de Pardo y Arona apenas escrito eoll lttta donde más claro veo la figura de la casta. cierla réplica • sonante y activa y, de hecho. ímpedida o alterada en la ~

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de los que les sucedieron o reemplazaron en el debate. Nun­ca después en nuestra literatura se nos dará la expresión del * asco tan tácita y como mueca ingerida en buen castellano, como gesto de letra, como término de mente. Es el asco real, el de Aurel Kolnai. La confusión y propensión de nuestro ser volverá, con el romanticismo, al encubrimiento o simu­lación gongorina de la Colonia. En nuestros días, la inédita biografía de V aldelomar insinuará algo de aquello, con acrecentada importancia por el sujeto, pero sin propia im­portancia de literatura.

En la estrófica prosa de González Prada, que tiene to­dos los defectos de la prosa y todas las virtudes del verso, el asco será vivacísimo, actualísimo, nostrísimo y es indudable que tiene oyente y motivo de Pardo y Arona; pero ya no se dará como de la literatura literaria. Enteramente expreso, vuelto concreto y finalizado, referido a la administración pú­blica Y a las realidades políticas e intelectuales, dicho con ocasión Y designio políticos, el asco de González Prada, so­bre desconcertar en su estilo, es el que, fuera de estética, nos contagiará a nosotros de su cenestesia y apóstrofe. El asco será estímulo para el apetecer contrario, instrumento de ?esfi~ción y compensación, trinchera de enfrente; ya no •~genutdad de estética, sino orden de política; no pasión, ~too ~telequia; no desahogo, sino argumento; no expansión Inmediata, sino comportamiento deliberado. En vano, el ira­cundo nombrará y señalará a nuestros nobles y ventrales Y los denostará por el encumbramiento social y la piel humil­de. ~n especifica virtud de discurso poético, la prosa de González Prada es camino en ascuas hacia figura de pasión Y cosa de arrebato. El vicio del prosador se convierte al lect . , or en v~d de poeta. Hace que uno execre o desee se-gun el penodo Y el tropo. Autónoma forma y autónoma tende · neta se dan cita en la prosa de González Prada; y el dobl~ curso -de tremenda eficacia en lo político- tendrá P!'feJa eficacia en el orden de las formas. Sin embargo, en

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retórica, el contraste se supedita al objeto; y en lo más de su prosa, se dará tanta admiración como dis~to al que le­yere dos veces. La insinuación al rechazo, segwda en Pardo por no más insinuado afecto a la aceptación y ~forma de lo total se expresa con González Prada en preciSa nomen­clatura de texto por cruentas exhortaciones de poema. Enu­mera señala enseña al tiempo que exhorta, confunde Y en­ciende; y la 'misma mano esparce y arrebaña las,~ re­lumbrantes de la cinceladísima prosa, limalla esplendida de cepas, duras y frías filosofías evolucionistas.

En cierto modo, y como siempre en la literatura nues-tra por muy enterada y culta que fuera la forma europea no convino, en su prístino estado, con el sentido nuestro. El parnasianismo de González Prada es acaso el modo con­trario al parnasianismo mismo. Ante todo, digam~ que la belleza excede la forma. Romanticismo labradísimo con ~·· criterio y escofina de parnasiano, romanticismo pa~te en el verso, de la forma de González Prada, Y de su amiStad Y·· charla, proviene nuestra coetánea mejor poesía neo~áa­tica; y en nuestra prosa, la más vulgarizadora, enfá~ Y apelativa literatura doctrinaria. Mariátegui reconoce la lite­ratura de González Prada por peruana señaladamente 1*" su pureza de parnasiana; como una de las ~~as posibleS y provisorias de nuestra literatura como definitiva Y ~· Es así el punto neutral de la balanza, punto a que aspttamos en procura del rendimiento verdadero, pun~ que. es ·~· serenidad y que, por paradoja, no puede ser ~~ de ~ tud; fugaz y tornadizo instante de la hora deciSIVa, angustiO­sa, interminable. Pues en nuestra América estar UD?.~ es porque está oponiéndose, sobreponiéndose. Qasiei11110· Y parnasianismo, fuera de_cronol~ coneurren ~· a cierta profunda eqwvalencia El valor que . . · niega a Pardo es, sin embargo, en gran ~ el quede~ .· en González Prada. Reparemos en que m la pureza .. · ni la de González Prada SOJJ aséptieJIS; en ql~C?·· -- ·-· ·-· ·

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formal, el ripio y paradiástole con que Pardo rellena su quebradiza letrilla pesan tanto como las sentencias alambi­cadas y retóricas de Páginas Libres; en que en uno y el otro la pasión dicta lo de la antología, sólo que mejor a lo esté­tico en lo de Pardo que en lo de González Prada.

La expresión de Pardo vale, sobre todo, por estar es­crita en, sugerida por el contexto. Es autor hondable, inter­pretación posible, sentido próspero en lector y tiempo. Per­fectamente actual y reactivo en su día, González Prada hoy se nos presenta ya un tanto como tema de tratado. Su ri­queza formal -más auricular que gramatical-; su íntima contradicción entre dicho y dicho y entre dicho y período; su extravagancia crítica; su alusión perecedera; su anécdota patética aun mostrando como muestran extraordinario tem­peramento, lo limitan en lo retórico. Sus letras no se arrai­gan en profunda unidad de discurso: tirios y troyanos han ido allá por argumento, y todos vuelven comentando del epi­fonema perfecto, de la realidad maltratada, del pretexto preferido. Lo libérrimo y autónomo del elemento en la prosa de <?onzález Prada dan proporciones de poema y despro­porciOnes de monstruo. El mármol palpita, suda, espanta. Adec:nada a recurso político y heroico, en lo propiamente estético ha envejecido con cada año y ha disminuido con cada asunto. Si hace treinta años hubo de emocionar al mismo Riva Agüero, hoy, escueta y sólida cómo fue siem· pre, ya no reduce a creer y gozar con su línea y brillo en e~ fogoso imperio de antes. La estructura sostiene apenas, Vtsible Y examinable, el extraño contenido materia de cues-ti' h • on °Y ya no en bella literatura, sino en campal batalla. Hoyvamosasuc t d" ., . . ., , _ on ra tccton y confhcto -a su admíraCIOn por N~nez de Arce, a su elogio de Manuel Pardo- como a su smceridad h · . • Y co erencta. Hoy leemos su verso -de ro-manttctsm f ¡·

, 0 e lZ como ninguno, ejemplar en nuestra anto-~a-, a su estrofa cultísima, a su esmero formidable; Y

reconocemos en el autor de Presbiterianas sino al clu-

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dadano descontento que entra en la jurisdicción de Arona para salir enseguida y sin sombrero. Hoy veneramos al ami­go de Eguren y de Bustamante; al que posibilita y facilita el desarrollo de Valdelomar y Mariátegui; al que allanó con dureza y valentía el campo del criterio artístico, derribando prejuicios miliares e inconducentes, hitos anacrónicos e ine­ficaces, formas anticuadas y vacías. Su influencia en nues­tra literatura es, más que formal, personal, moral; compa­rable con la de Mariátegui en quienes fuimos sus fervorosos y afectuosos contradictores; norma polimorfa en que todo espíritu halló su necesario y deseable contraste.

La pobreza, la sopa negra del falansterio romántico, fue el manjar predilecto del bohemio harto. Ya en una Rima de Bécquer leímos en la poesía, de un billete de Banco al dorso escrita, con el sarcasmo, tan necio por tan dicho, que será frecuentísimo en nuestra poesía romántica; y que será aun más necio por dicho con alusión y rodeo risibles. Típica angustia del burgués responsable, es lamentación por lo que no se posee, no menosprecio de ello en manera alguna. Balzac, a su tiempo, y en el modelo, con honesto cinismo, apartará el más encubridor telón del escenario romántico. Aquí, en América, se imita; pero la bambalina seguirá en su sitio, acabada la tragicomedia. En Yeroví, apenas ayer, la queja romántica por el bolsillo vacío andará a lo largo de toda su poesía musitando"' y pretendiendo, entre sentida queja y linda burla; y así coino es en Yerovi, es en todos nuestros festivos, desde que echó flojel la levita de Pardo.

La pobreza -que será en su recto uso cosa de festi­vos-- comienza regularmente en nuestra literatura con los ya conscientes no románticos, con los antirromántico& dae· trinarios, con Pardo y Segura. En lo de Larriva no aparece:. La pobreza se muestra con la impudicia hipoColldriaca con el enfermo que se desnuda por cada síntoma. Son ya ·tos Bohemios. La nerviosidad se ha reeogido y entrado en romántico, resignado en la teoría con Jo que fuera~ -M-·-~· .. • .. ·

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critor político, si no enfurecido como cesante o adulador, co­mo favorito. Con Pardo y Segura, será alusión, ripio, cuando peor, contexto; algo de súbito y breve. Pardo versificará sobre la levita de Beranger y murmurará de pesetas penosas en El Espejo de mi Tie"a; y Segura, en sus artículos de costumbres, se quejará de la comadre gorrona y la espOSa botarate, del costoso veraneo en el Callao y del patrimonio m partibus infidelium. Es queja entonada, varonil y veraz; Y en el teatro de entrambos está más de una posible deter­minación de cuantía del patrimonio indispensable.

La parva economía individual -que seguirá hasta nuestros días, confirmada en la República, apenas alterada hoy por recientes industrias y transacciones- comienza a definirse, en literatura con lo de Pardo y Segura, que son los primeros que, fuera de pasquín y loa como eran enton­c~s, encarecen o denigran abstracciones, modos y estados, VIrtudes Y -vicios, aunque con diferente propósito y estilo. Por ellos, no lejos de los días de la Bohemia, sabeJllOS, aunque no mucho, de cómo sea capital y renta de congruo sustento Y de las ambiciones y satisfacciones concomitantes. El Bernardo de Frutos de la Educación, el cunda, se queja de tutor y mesada:

-¡Fume Ud; con treinta pesos; tome champus por-la noche Y por la mañana, fresco; ' Y vaya Ud. a los toros Y a una comedia de vuelo· Y a Chorrillos, a la vieja; ' Y a Amancaes, a un almuerzo!

• Pardo, el aristócrata, siente más que Segura la econo­mta; la padece más, el señorito. Su teatro, aunque por regla vaya a la costumbre ~.......!-• arr..io,. l , d -"'-hl-a . -uu, --.._en a economta o~ como entidad individual. quebrantada la hacienda colmüal por el hospedaje Y pecorea de las guerras de emancipación

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y los abusos y excesos del presupuesto republicano. Es cons­tante el conflicto, en la comedia misma y en todo su teatro; tanto, que Pardo puede ser que valga particularmente por cómo se sobrepuso a este y parejos motivos y siguió hacia innumerables personajes y sumos fines, procurando, no per­fección de tipos, sino corrección de limeños. Bien que su teatro, excelente en lo peruano, resulta, al cabo, definj.. tivamente valioso por su atención profunda al personaje, contrariamente al de Segura, característico teatro de tipo. Volviendo a aquello, Juana, su espléndida limeña, negará la hija al inglés, a don Eduardo, ante todo, porque es pobre; y Pardo ha de oponer a semejante criterio el imponderable tesoro de la previsión, decencia y parsimonia inglesa. Dice Juliana:

Una levita y un frac; camisas muy bien planchadas; uno o dos libros en blanco; plumas y papel de cartas, es todo el caudal que trae el inglés a nuestras playas.

Es en el verso -donde Pardo, por atender a otra me­dida, descuida a veces el meollo de la estreCha Y dificil le­trilla-, es en el verso donde Pardo definirá como ~ simple y terriblemente las tres partes de la inmoralidad de la criolla:

-¿Es patriotismo? -No señor: hambre.

252 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVlDES

cierto, rebuscado, informe; y su inevitable, efectiva forma humana --que otra forma no sabe dar la de Segura- se da en la medida de su conmistión y apareamiento con la clase media. Para Segura:

bienes que bastan para vivir como un lord

son los de don Melitón, de alzada aún mucho menor Y estampa muy menos briosa que la de la fauna propia de este teatro:

diez casas realengas, seis chacras y un callejón, Y algo también en contántibus, por si hay un lance de honor.

Será :fila Catita, la que destape más en el modus viven­di, tratando del remedido haber de don Alejo, el menos vivido y más figurado personaje de Segura, ubicuo en indi­viduo Y casta directora y dirigida. Es el dinero genérico del relumbrón, dinero mezquino y atareado, que prefigura el de la estafa y prevaricación modernas:

la mitad, puesta a interés; con la otra da sobre prendas.

~n 1864, Althaus dice cosas a Fabio que no se atreVió a dec1r Segura a nadie, porque la impudicia romántica fue ~ Partes más allá que la varonía del Sargento Mayor Re­taado:

lícito es ser entre nosotros todo, con tal se entiende de ganar dinero. ¿Qué importa en suma de ganarlo el modo? Ganarlo ha sido siempre lo primero. ............................ .- .

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La misma hoy despreciada poesía, si al fin llegara a dar dinero, luego estimada de todos se vería, tanto quizás como la usura y juego.

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Empero el romántico fabula, por mente Y norma. Ni su verdad ni su mentira valen en historia por lo con­fusas y apuradas. Pardo y Segura, pocos años antes -años que son en punto a moda literaria no sustancialmente variados, sino en punto a la cronología política- se que­jan de la divertida ignorancia, de la afable indiferencia Y del atolondrado esnobismo de la Lima que lee. El primero -todavía con la discreción y el embarazo del señorón que escribe para todos como si a todos estimara, periodista for­zado y contenido, reprimido y azuzado- dirá afuera de la crónica, en holgada sátira, algo de muy amargo contra la censura oficial, que tanto comparte del más común Y ordi­nario gusto y criterio. Aconseja a Salvagio:

No formes plan y ensarta de con~ dos estrofas, y cinco, y veinte, y ctento; . y en estilo pedestre y arrastrado,

en ronca voz y destem~lado ru:ento, sin majestad ni raptos n~ armoma, necias figuras brotarán sm cuento.

Son los versos que gustan a los más; Y desde. luego, los peores. Muy europeo él, en nociones y modales; mveterado conloador del genio europeo, no sáCa de sus ca~orias per· sonales anécdotas pertinentes a ejemplos ~os. ~ su obra, ni la cita ni la referencia ni el enconuo van diri­gidos a compatriotas: su política es heroica,. cruenta ~ por bajo la suave prosa y adecuado asunto. En ~· a América se atuvo; la sirvió con honestidad~ la adlÓ con !""" cetismo; y sus medios -fuera de lo -.lmente ~ , a la obra- fueron los del escritor de ~· petO .tot~,

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254 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

sencillo, elegante, proporcionadísimo, prudente en su sazón y en su menester extremado.

Segura -en quien el algo satírico de siempre antes se precipita, libre de escorias, hasta la más dura forma y do­méstica costumbre- entra de inmediato en querella de ve­cinos a propósito de cada novedad imperfecta. En verdad, excepto la obra del antitético Pardo y la incomparable de los Bohemios, nada se producía en el teatro del Perú, que no fuera su propia obra, la de él, la de Segura. Razonable Y lógico a ciegas, beato de la aspiración corta y segura, con~reta y defiende a ninguno y a todos por posible con­vecmo, por dignidad en el debate, por el nacional progre­so. Su fin no va por el desolado y disimulado itinerario de Pardo. El fin de Segura se conforta en cada esquina; Y llega al término próximo con cien nuevos amigos y ra­zon~, todos recién conocidos, para el recreo bien ganado. El diálogo de don Juan y don Mariano, monólogo de Se­gura, es interesantísimo. Dice don Mariano que el autor te~tral peruano no tiene talento, afirmación que los Bohe­ffilos corroboraron a su tiempo:

Ni donde tiene talento para dar justa expresión de caracteres y afectos a las diversas personas que pone sobre el proscenio. Mi ~go, mal que nos pese, preciSO es que confesemos que no somos los peruanos todavía para eso.

Arguye don Juan, por la necesidad de teatro a lo Segur~ Y ~ lo nocivo del importado, opinión que arraiga en la mop1a de la Bohemia; y pide teatro que venga:

a corregir las costumbres los abusos los excesos '

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de que plagado se encuentra por desgracia nuestro suelo.

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Acaso entendía por teatro nocivo Segura el aquí inútil, de servida estética y sicología; acaso, el que inspiró el mons­truoso y delirante. Ello es que clama contra la obra es­crita:

en Londres, Francia o Marruecos, ........................... que he visto yo, un mal compendio de inmoralidad y errores, la elevamos a los cielos, tan sólo porque el anuncio nos dijo en gruesos letreros: ejecutada en París con aplauso un año entero.

Poco después de 1830, llega a Lima Flora Tristán, ad­mira nuestra Catedral batie en píerre (?), sube a la torre de San Francisco con alegres frailes y entra en la Biblioteca, donde opina -a su modo, desde luego, saltarín Y vacuo. sobre la Lima que lee. Mejor dicho, no opina: apenas declara, lamentando por decoro:

"Malheureusement, le goftt de la lectute est encore trop peu repandu ~ que bea~oup de personnes en profitent. J y VIS. aUSSI W~ Scott, Lord Byron, Cooper, traduits en ~ et quantité d'autres traductionS· On Y voit encore quelques ouvrages en anglais et en aDc: mand; de plus, tout ce que l'Espagne a prodait de meilleur s'y trouve".

La Lima de entonces debió de hacer peusar a la T ristán que acaso allí se leía demaSiado· Raúl Portas, agudísimo crítico de la integridad, parte Y calidad de lO ... peruano, dice, con muy mayor ~· de •aqudlal:.··· ·

256 RAFAEL DE LA FUENTE BENAV1DES

Lima que el de la recién llegada y prejuiciosa extranjera. que la vida social había vuelto al siglo XVIII y que el re­poso, la monotonía, la inercia y el tedio de la ciudad cuando Terralla y Landa escribía La Semana de un Currutaco en Lima eran los mismos que cuando don Felipe Pardo, en 1840, descn"bía el inusitado viaje del Niño Goyito, para El Espejo de mi Tierra.

Cerca de 1850, los periódicos anuncian la llegada y venta a Lima de libros de Paul de Koch, Lamartine, Cha­teaubriand, Jorge Sand, Paley, Silvela; y es lo más proba­ble que se vendan y lean en el mismo desorden con que se ofrecen. Predomina el libro de español. Excluye el libro en español. Es numerosa la obra festiva o de mero entre­tenimiento, como Los Misterios de París y Las Veladas de la Quinta. Abundan asimismo el libro clásico latino y el francés histórico, el diccionario y la biografía.

~tiene Riva Agüero que los poetas o versificadores antenores a Pardo y Segura no debieron nada a Francia. aunque debieron de conocer bien a Boileau, Racine y Vol~; Y que la influencia determinante, y aun la propia sus~cm, es la literatura española. Creo que lo mismo ~6 a los Bohemios; que la penetración de ellos en Jo frances fue por précis, por referencia, aunque leyeron Y releyeron en francés a los franceses coetáneos. Para el ~iario trabajo se atuvieron a materia e instrumento espa­~oles; ~ apenas para la apostilla y el epígrafe fueron a la osa ~ma. Debió de pasar entonces lo que desde enton­

ces VIene pasando: que el modelo no espan-ol no valía para nuestro des· · sin . l8fUO o que no supieron ponerlo en la actitud ~~ ~ol Y acabado. Esto, hasta que los mo-

tas amencanos, en cuanto nos tocan -aquéllos, en ~to Y por esto importantes- definieron y distinguieron la literatura .americana por la aptitud no española, sí que bi&­pan~ para asimilar atn"butos, para adaptar for­mas no espanoJas propias. La versificación romántica es- •••·

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pañola logra lo mejor ingenuamente, aprovechando la in­diferente libertad que el romanticismo llevó a todas partes en su principio. Y lo logra llevando de allí allá la misma aJma en las estrofas tradicionales, en el romance de Zorri-lla y Saavedra, en la redondilla y pareado de Campoamor, en la octava y silva de Núñez de Arce, en la lira que llaman rima de Bécquer, estrofas todas ellas compartidas con la antigua y la anterior poética española. El verso métrico estuvo ya virtual en los balbuceos del idioma, en los dodeca­s~abos de Mena, tetrámetros anfibráquicos; y en el siglo XVIn, volvió, renovado y variado, con Moratín e lriarte~ El polirritmo -en lo formal, la más valiosa conquista de la versificación romántica española- da en sus comienzos la clarinada de los famosos versos del Pirata de Espron­ceda; y sigue propagándose en toda la forma poética. sin que tal forma llegue a alcanzar verdadera penetración y consustanciación con el sentido. Lo más propiamellte :ro-. mántico en sentido y valor --el Canto a Teresa, de ·:es-. pronceda; las leyendas de Zorrillá; los poemas mayon:s de Núñez de Arce; las más recordadas humoradas de cam­poamor- se convierte a pareado, a octava real, a silva. a cuarteto endecasílabo, a cuarteta heptasilaba, El verso aJejandrino -ritmo francés clásico; en Espaiía, p.rimelo romántico-, el alejandrino florecerá con los modernista~ Y con verdadera esplendidez en los modernistas ~ .,,

los rubendarianos espafioles. Darío y Valencia -afraD.. , cesado el primero y latinizante el segundo- hacen esptéá,-"· ' didos alejandrinos; y Juan R.atbón Jiménez, ~ leyes de acentuación y número fundamen~ escaude P • sin hemistiquio, en h"bérrimo catorcesilabo. ()tn'JJ rit,laol Y combinaciones fueron probados desde muy~~ en la letrilla española. •:

España del Renacimiento,. por gusto de angustia, ··u-o- .... · có el holgado dodecasíJabcJ y odUaíJallo · ., ..... :.,t~·''"·<•: el endecasílabo eo~ y esa· :edür.cfd··iafii&R;~.~~

258 RAFAEL DE LA FUENTE BENAVIDES

la relajación romántica, los españoles recobran la amplitud de aquella medida: a más del tradicional verso de arte mayor, tetrámetro anfibráquico, emplean otros dodecasílabos métricos, sobre todo, trímetros, el dactHico, el anapéstico · En los polímetros, hallan cada medida necesaria, aunque -siguen barrocos-- gustan de adelgazar inútil y peligro­samente hasta en monosílabo literal, bisílabo virtual, a ejemplo de Zorrilla. Pero ya Peralta, más de cien años antes, había empleado casi todos los metros, ritmos y com­binaciones de la poética romántica. No era conocido co­mo poeta; pero debió serlo. ¡Cuántas necias novedades nos hubieran dispensado los románticos; y cuánta sencilla expresión hubiéramos ganado! Leamos el Romance Heroi­co a Armendaris, milagro de acróstico; y así nos conven­ceremos del admirable versificador que fue, aun fuera de la poesía. Y en su teatro, pasa y repasa el repertorio en­tero de la versificación novísima del romanticismo; se la apropia, con vigor sorprendente; y la:

declara clara

ara

para su rito culterano. Creo que debemos meditar sobre tal coincidencia. Es en ella en la que más me fundo para atreverme a proponer la figura de nuestro romanticismo por nostrísimo, apenas despertado por el español afranee'­sado de su modorra de neoclasicista. La forma romántica ~ ?ues, apenas cierta convencional disposición de galas ~)as. En la solemnidad, lucieron siempre las galas tra­dicronales.

~n cuanto a la sustancia, entre la de España y la de Francm siempre hubo hostilidad, no sólo diferencia. Al apogeo <I: la monarquía francesa corresponde la imposición ~ ~pana de la dinastía más extraña y enemiga en S1l

hiStoria, sin rey de nombre español desde la muerte del

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hijo de Isabel y Fernando, historia de España en que pudo ser rey Felipe V.

El romanticismo español, que trae su más probable posibilidad histórica y su más próximo antecedente sico­lógico con el clasicismo afrancesado de la España del siglo XVII; y ha de convenir con el propio romanticismo in­ternacional e individual sólo en superficiales arreglos. La novedad literaria iba a España desde un siglo enervado Y díscolo, de grandes majos y eunucos clavecinistas, para­ninfo de fandango, orgía con fioritura. Era la enfermedad del fuerte, el mal engrandecido por el músculo y hueso gran­des. En nuestros días y en las consecuencias y reflejos de la España posterior por cincuenta años, podrá pinchar Valle Inclán maravillas de bocio, desgarro y miseria para su Ruedo Ibérico.

Al tiempo del inicio romántico en España, hacía un siglo que la literatura apenas decía de español. La neuras-­tenia de los Austrias convino al genio en crisis y sin forma del español, en el Renacimiento. Mutuamente, la casa de Austria y el reino de España se informaron y figuraron; Y hasta un griego, en el rapto postrimero, acertó a pintar en el éxtasis la llama aquella, con nunca presentida visión española, visión primera y normativa. . Ultimo esfuerzo, el apologético y hagiográfico se aplica a cada vez menores humanidades y motivos. La candorosa y derecha trova de Berceo; la fe y aplomo de la cantiga 4e Alfonso el Sabio; el apólogo indudable e incontenible de Don Juan Manuel; el henchido y continente dodecasílabo de Juan de. Mena;· todas las expresiones de la España bien ocupada. capaz de sí, de arrebato desahogado y predestinací6n cwnplida ya no parecen ni parecerán nunca más en la litera~ ~· trictiva y obsesiva, la influencia de la casa de Austna Jm- ·

pulsará sólo en sentido de ascetismo, de negación. de ~ extremará exterior y artificiosamente la propeasi6n ~. ñola.

260 RAFAEL DE I:A FUENTE BENAVIDES

Los Borbones han de llevar a España apenas admi­nistración en lo político, regalismo en lo eclesiástico, mo-­delo en la expansión, regla en la estética; las consumacio-­nes francesas heladas con la transposición en España. El individualismo español irá al extremo de la inhibición; Y dirá las cosas de la Paquita de Moratín; y escribirá la pue­ril biografía de Meléndez. Recaerá la parábola en el Padre Feijóo; y por fin, un siglo después en los introvertidos an­gustiados, perplejos y contusos de 1898, ensañados en su realidad, en su realidad que, por mucho que la penetren, no les penetra. La preocupación por el designio, la suspi­cacia con el discurso, el desacomodo en el estado desde entonces serán las formas consistentes y durables de la España inteligible.

Lo que allegare de Estébanez, Isla y Quintana el ro-­manticismo serán epifenómenos espantables de la cósmica ~ripecia de lo goyesco, partes del horror pasado. La ~ción decorosa y recelosa se ha apropiado de Es­p~a, Y la ha hundido en el para ella infierno de la refle., XIón Y mesura. La España del siglo XVlli nos importa por lo que, con la forma de Pardo, transtorna letras Y sig­nos en nuestro siglo XIX, pues su influencia en el anterior. fue menos que mínima. Nuestro Pardo nace de la defensa de aquella España contra sí misma, de la cosa contra el ex~. El afrancesamiento quiere, en balde, contener la multitud, como el predicador mal entendido. Todas las fuerzas de la orgía de España despertadas a los principios del'gl . ' •·. 81 o con el pnmer Borbón no atinan en la farsa inte-rnuo 'da ' ~~ , la cara en las manos y la máscara lela. Lo ~ versallesco que pasó a España fue con su secreto =·y ~osperó infaustamente en organismo propicio. ·S

. muento ha cerrado su onda en tomo de España; Y ~ ~ disgregarse la naturaleza sensible. . .. ~entender,~ Salaverry el mejor poeta entre. toe •... ·

. Y el que prJmero y mejor demuestra la aptitud ·

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del criollo para la mensura briosa y la elegancia sobria y la naturalidad graciosa. Y al hablar de la naturalidad y de la gracia, he de advertir que me acuerdo de Pardo, que también las tuvo, pero muy fuera del genio del idioma. En Pardo se advierten a la primera mirada los andamios y plomadas de la estructura. Además, Pardo trabajó en ma­teria endurecida y enfriada. Salaverry hubo de obrar con cincel en la fragua romántica, a temperatura inconveniente; Y hace maravillas con los instrumentos comunitarios y embaídos del gremio. No es miniaturista ni estuchista, asl tenga su verso todos los primores que ha de mostrar en lo mínimo el buen arte. Y sus asuntos son los colegiales de la Bohemia colegiada. Empero vence el soneto, que es la estrofa de prueba _de nuestra versificación como de todas aquellas en que rige el soneto. Salaverry es verdadero poeta y versificador consumado.

La sincera desazón del que fue romántico en el Perú será definida, a fines del siglo, por el Jorge DeDo de la -Carbonera, la naturalista. En pésima novela, en parlamento ridículo, en sociología necia, la queja vale porque eQUaciá Y porque enuncia prosa:

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nos persuade a la confesión lastimera. La regla román­tica se dobla al peso de la humana miseria, consistente Y abrumadora. La declaración tardía sirve para la interpre­tación de la clave de medio de insana fábula. Y es en víspera de que la más nacional, consentida y justa de las revoluciones del Perú se haya de consumar; ésta, al cabo, se consuma para apenas cardar en la piel, toda podrida.

Suena horroroso; pero podemos afirmar con verdad que toda la cacharrería romántica que se procuró nuestro poeta romántico, de doméstica utilidad y ornato, provenien­te del bric-(1-brac español, se fabricó con el polvo y pedazo del primitivo panteón del Renacimiento rompidísimo en España. Nuestro romanticismo fue como el español, acaso el es~añol mismo. Y hemos de discurrir que no fue España propta palestra para la lucha romántica. La burguesía. in­cipiente en patrimonio; la cultura filosófica, ausente en el U:~do mismo; la experiencia de lo humano profundo Y diVIDo, nunca interrumpida ni extrañada en la vida espa­fiola; la incapacidad de gracia francesa, flor de parterre; la nos~gia eterna del español, mística nostalgia de lo jamás habido, vuelta, no al monumento, sino al instinto; la len­~a, impenetrable y voluminosa; la falta de enemigo propor­Cionado a la furia, todo hace de España mal teatro real para la representación del formal romanticismo. En Es­pañ~ e_I rom~ticismo siempre fue presencia aterrada; y el romanttco meJor hubo de dar en escena el embarazo del verdadero mozo de cuerda llevado allá sin preparación al­guna P~~ hacer la verosímil y verificadora del arte. :El n~oc~tcismo español, más que arreglo del clasicismo tran-­ces,. VIene a ser, según es posible y positivo, decainliento del genial romanticismo español, alisamiento en la realidad a~da, enderezamiento del cuerpo compulsivo, exánime s1 enderezado El neocl · · - . i6n · asiCISmo espanol es restgnac con el en Es~ imponderable y aciago tesoro de lo a priori. sustento de infreles y hambre de españoles. Es el rdabr8t_

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en la todavía basta materia que introdujeron los abuelos, el medir y aserrar en lo de Vitoria y Molina, que plan­taron para cruces, cuando el Dios del Angélico se P~. a faltar de la consciencia española y, en su reemplazo, ngte­

ron los crueles e inconstantes dioses de la razón endemo­niada.

El romanticismo, tal como lo hubimos, no es forma que penetra hondo en nuestra sustancia. Apenas nos alte­ró; y esto, en lo peor que eramos, y para empeoramos. El clasicismo afrancesado a lo Meléndez --que fue, en lo for­mal, período fatídico y aun deseable de la literatura. espa­ñola- rebotó aquí en no características idi~Ias. de Melgar- y ya fuera de la literatura -en los OCIOS patéticoS dt:: Valdez; sin que su anestesia y sutileza llegara a operar en el criollo barroco. Con docilidad de escayola, entero el fragmento aquel, Churriguera hizo de vie~ los nuevos pórticos. Como en los retablos del Presbítero. MaestrO, las efigies seculares perpet~ las antiguas ~voetones ':: otras advocaciones. El cateciSmo de la regm alabanZa repetirá en homenaje a las recientes Y actuales potes~. Y el romanticismo, de artificio, fue alli donde P~ .la incendaja, sin que el romántico curara de tirar a, ~ · Si en definitiva se atuvo a lo español, no ~ ~~·

. , . d España Atendió e imít6 a ül a la ley del siDo ~g¡co e • · . snob . España más extenor y aparente, a cierto Zorrilla . '1 frondoso; a cierto oficioso y manirroto Caste~; a ciertO.

, . • · . a ciertO memonoso Y de&-Larra anecdótiCO y estrategiCO. . • ..-....t...nte ~ orientado Lafuente; a ciertO repentino Y ..u•y•--ue rc-pronceda; a cierto eco de lo que de vago Y para~ tumbara dijo Donoso; al Valera más embrOlDBdot, f ·. , .'

mediocre Bécquer bedñZO,· 4e y ameno, y al ~ Y . ~ roulántt~en sus amigos y de sus R.imtJS. No prOClJIÓ

allí, en la España de la ~ ~.ea~ hi5tlllOCI~; categorías que son, en cada illdi'riduo. . · ' mente, las nadonaJes. Jlosa personal de la d. ~-~ .. t;UD

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currente. No reparó en la mueca angustiosa del locuaz y ro­tundo. Fue cierta España de compromiso con Francia la que gobernó a nuestros románticos, nociva como nos será toda y aun la más accidental España desvirtuada que no haya sido desvirtuada por nosotros al confundirla y asimi­larla de inmediato. Las leyendas de Zorrilla, Saavedra y Bécquer -.expresiones nacionalísimas- fueron lo menos imitado de esos autores; y eran, sin embargo, lo que, de un modo u otro, tocaba más en lo nuestro. Hartzenbusch fue apenas reconocido por español en Los Amantes de Te­ruel; Y lo que menos debió interesar y gustar al más sincero romántico, lo más exterior y circunstancial en la obra, fue lo que persuadió y consumó: la semejanza con lo diferente Y la opOrtunidad en el estreno. El verso de Valera, cifra de la sobriedad y entereza españolas, aun con convenir, por su gracia aparente, con cierto modo del romanticismo USual, no deja huella en sus coetáneos del Perú si no es en ciez:o improptu y desmaño ingenuos, contrarios a los de aquel, en nuestros menos felices versificadores.

. Los dioses que rehizo el romanticismo son inspirados, bautiZados y vestidos a imagen de los oscurecidos frescos. Se llamarán Libertad, Igualdad y Fraternidad los mayores; ~ los menores, Lealtad, Simpatía, Desesperación, Ingen~-

ad Y con otros nombres. Se retrae el romanticismo bacm el ceño Y recela de la originaria Florencia, de fiesta de puer­tas adentro, tras altnenados muros de piedras no desbasta­das. El d~orden escrupuloso del desahogo experimentado pretende~ reconocerse y tranquilizarse esta vez con estam­pas de Siglos santos, de afectos sacrificados, de peligros generoses; Y en tan convencional escena, el romántico hace ~r creer que convive, en simultaneidad alucinante, con

odofredo de Bouillon y con Pico de Mirandola. Sin duda =ib~~ los poetas soñadores hubo número de paladines . ' pero, para nuestra desgracia, no es el noble entu-

stasmo lo que alc<>n--. a A-" . . . --... ~nca. smo la licencia intrascen-

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dente. Siglo el romántico de error obrador y triunfante, de tesón burgués y felicidad mezquina, nos da sus peores re­sultados como nuevos problemas; su impertinencia irrepara­ble, como deuda paterna. Siglo obeso, inane y caprichoso, hemos de cargarlo y padecerlo filialmente, sin que él procure de curarse ni piense en morirse. Y no se nos da ni siquiera parte del teórico modo del prinler romanticismo; s~o, ~­pirante éste, en extemporáneo anticipo, casi toda la merc~a, ceniza y malicia del desmán consumado, los montones Y agruras del platonismo descompuesto. Ni el mismo Palma podrá impedir la compensación y expansión horrendas:

Mis lágrimas abogo. . . La humanidad me aterra, y estalla en carcajada temole el corazón.

No hay continuidad entre nuestros ~ticos Y los modernos, si no es por derivaciones, yuxtapos.tewnes Y en­lazamientos en la literatura española según la francesa. El naturalismo es el eslabón más apropiado a la prueba.

Aquellos autores son desconocidos aun para los que hoy ejercen oficio de crítica. Son autores para tratado mo­nográfico, histórico; apenas autores de be~as le~ de re-­creo y confidencia. Entre éstos está el nusmo ~ Ulás conocido por quevedesca leyenda que ~ en su biopafia que por su curiosa obra literaria, tan viVaz como ~ tan ruda como artificiosa, tan excelente como repudiabJe, tan clásica como romántica. Si en Altbaus hemos de pooer la dificultad, en Arona es la cootradicción, el contraste,. el pasmo, el disgusto lo que hallamos primero, aun antes ~""'. el estilo, aun antes que el autor, aun antes que el ~ ' No hemos de agitar a Arona para que .la ef~ de confiese; o el Arena que se nos muestra en alp poema las mocedades no es el Arona que vamos a ~· ya conocido, sino uno de los Behemics. de los que hiiUDOil.

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Volviendo a la discontinuidad en nuestra literatura re­publicana, hemos de convenir si leemos con atención de­sahogada a los Bohemios y a quienes de ellos tratan, hemos de advertir que el mérito principal que tuvo Arona en sus días y con sus días, equivale y casa en cierta parte en los nuestros con el que nos proponemos al escribir hoy nuestra literatura: sinceridad entera, noción locuaz, precisa expre­sión, osadía con el escrúpulo y obstinación por la osadía, todas las corazonadas y antítesis en que, para mi concepto, consiste el justo espíritu representativo, con el que preten­demos todos llenar la expresión nuestra, vacía desde que se consumó el desgano para con el modo romántico. Des­pués de lo de Arona, el realismo castrado e ingrávido que pasó apenas por nuestras letras como volando a lo román­tico, sólo sirvió para agravar el peso de la balumba retórica que ya abrumaba: dijo doctrina, y escamoteó la cosa. Lo que la escuela naturalista dio a la literatura sacándolo de lo ordinario y cotidiano, desvistiendo al personaje, levan­~~~o el_ entarimado, pudo traer consigo, y así trajo, lacería mutil e infecta; pero el hábito de escudriñar, de remirar, de comparar, procurando que ello fuera como de sí y para SÍ. fue recurso en cierto modo novísimo y de todos modos ne­c~~o e indispensable para remediar la hipocondría ro­manuca efectiva.

En nuestra literatura, donde el romanticismo vino a ~r confrontación de cosa real y hombre antropomorfo. m~te alegoría oficiosa, lo que el naturalismo trajo -el antt~azar, el infiernillo, la prole del obispo, el diputadO .· del cacique-- fueron más y más cosas en el desván atentado; Y la ~ic~ogía, el ritual y memorioso parlamento desgreñado Y. solitario de la versificación romántica, tendido, no ya ha­cm la luna, sino hacia el retrete. Fue tan pnm· ariamenU rom' ti · · · ~ co nuestro menudo naturalismo, que, casi no dife-renciado en nuestro romanticismo, en él cupo y con él cola­boró desde su aparición a su común acabamiento. A .etlo· ·

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debimos acaso que se nos ahorrara el realismo de chata e incesto, que bien pudo infestamos, porque somos en puerto mayor de la derrota de la epidemia. Felizmente, nues­tra novela naturalista paró en el celibato eclesiástico, Y en el fraude electoral, en hechos como problemas. Dejó ilesa la poesía, que siguió evaporada en sus tules Y melopeas en tanto que vio auditorio. El naturalismo llegó a los cos­tumbristas, en quienes prosigue en vario año Y manera, ya útil y cultivado regularmente, como en Las Cojinovas de Cloamón · en las crónicas sobre la familia de Doña Caro, de Gast;ñeta · en alusiones de Yerovi y atrevimientos de Balduque. N~turalismo sin pretensiones y con harta razón vale porque se atiene a la naturaleza presente Y aparente. Podría discurriese que nuestra sociedad no pedía otro re-medio ni consentía otro síntoma. El pecado no ha inventado nada en Lima· y con las novedades pecó a la anti~ La rebeldía social, -la de Proust y la de Marx, una sola_ ca Lima- es peripecia en nuestros días: hace ~ aiíOS: e

se ignoraba que hubiera proletarios en el Pero; Y sieiDPfC nuestro salón se alhajó para el advenedizo. Lo que en pró­logo a Lucecitas, de la Fanning, dijo la Pardo Bazán ~

· coetáneOS la autora, puede extenderse a todos los escrttores . · empeñados en transtornar la reallda:d ~un modo •:: Pues la timidez ambiciosa, la beatena ~ e~ ; . provechoso son, más atributos, la . SUStanCl3 dos

0 nuestro realismo. Es cosa muy sabida que ~ ~·. tres de nuestras novelas parecen nm:,etas; Y que e1·.~ menos inverosímil es una ~ a ti~~ ea~·.·.· tro -la de La Cr""'" de Santuzgo, de Cammo. ·. · · . · i<i<' -. h8CCI8U..... ,, ~~ naturalismo puede ~ y Dep ~ ser ~ue ~ • ./''~:; hdad escotada a me~ de .su =: t. ~ y,,j"'~: como de la novela nusma, smo de la 11111"' • ·.~ · te-. En esta novela, los uansportes nochJlBOS ~ · l · 1 - "to en ---- dfas. lo taa · ·. atrta con e senon ; Y _..... ~ ~ df " / mente imaginado y eompuesJO de lo& ::

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V. García Calderón, son, sin duda, los más felices y lite­rarios rasgos como recursos que se pueden hallar en la descripción del Perú descrito. Prescindamos de Escalas Me­lografiadas, de Vallejo, tan valioso en otra estimativa; pues allí no está en lo descrito, sino en cuanto lo evita y reem­plaza con alusión y nomenclatura.

La suma verosimilitud en sumo desarrollo, aunque éste sea breve, la debemos a Valdelomar cuando sale de ciudad y teoría y narra de hechos y de pueblos. Aun con haber alcanzado en La Ciudad de los Tísicos notabilísima traducción en peruano de lo d'annunzziano; aun con ser los cuentos chinos y los diálogos máximos literatura novedosa Y considerable como ninguna de las de su tiempo, el Val­delomar de más que la intención, el de la categoría perdu­rable, es el de la anécdota costeña aldeana y simplísima. ~1 acorde de Evaristo y el sauce vale y valdrá por el doble <llscurso, no por la misma parábola. Los Ojos de Julios vale, n~ por el artificioso misterio, sino por la tremenda na~~raltdad de la relación del mar y el niño, descripción ceruda Y completa, artística y verosímil, perfecta como de nosotros. La mayor habilidad es la del V aldelomar que sus~~e. modelo, exceso y peligro; no la del orgiástico Y preJUICioso novicio que apura, confunde y desvanece delei­t~s antes de la embriaguez consumadora. Si bien su curio­sidad nos trajo nuevas sustancias, las que él transformó para su mejor figura fueron toda vez las informes y cir­cunstantes, las que tomó por próximas y conocidas, aque-­~as a que fue como a sí mismo. Donde más logra, que lo ogra todo, es en El Caballero Carmelo, donde Jammes ya no está, ~onde está V aldelomar solo, trémulo y lúcido en la ~mo~ de su inocencia. Si la mano de aquél lo guió bacm. la infancia, ello es que la abstracta infancia -ahora el milagro- la vuelve V aldelomar no infancia según Sil madm · · ' ez, smo la nnsma que fue en su infancia, en su ver-dad, en su humildad, en su destino.

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El fétido Conde de la Vega del Ren de La Cruz de Santiago, de Camino, y el tuberculoso gordo de La Ciudad de los Tísicos, de Valdelomar, son acaso los primeros no­velados a lo europeo moderno en nuestra novela, bastante contradictorios y sugestivos a dar representación de huma­nos, tanto el viejo entusiasta como el entusiasta moribundo. Así y todo, el Vidaurre autobiográfico de las Cartas Ameri­canas es nuestro mejor personaje, en el romanticismo y en la secuela. Es nuestro Werther, el más wertheresco que con­seguimos; y podemos decir que es nuestro Werther tanto porque esto suena a blasfemia como porque mueve a sui­cidio.

Reparemos en el verso y prosa poética, espléndidos, de V. García Calderón; y comparémoslos con sus cuentos sobre el Perú, escritos recientemente en Francia. Descubri­remos allí la ingénita incapacidad del criollo para la repre­sentación impoluta de lo real inmediato. Nuestro realismo, de ser alguna vez, sería como el español, esencial, reforma· dor sin término, autor apenas de etopeya y monstruo, lo prueba mejor que nada la cosa del relato de V. Garcia Cal­derón, verosímil, habilidosa y que, sin embargo, no llega a reducirse ni a objetividad ni a conitdencia, ni a indiferen­cia ni a autobiografía. Deforma García Calderón, pero no es la suya la que reconocemos por nuestra. Muy mejor descrito nos parece el Perú en lo de Atona o en lo de López Albújar, nada unciosos ni formales. García Calderón ha deformado, involuntariamente de modo no español, aten­to a reglas universales o francesas. No creo que mi error provenga de mala información, sino de intención y expre­sión extrañas, sagaces, sicológicas.

La serenidad del novelista o el que relata de manera artística y modo genérico no es cosa nuestra. ni lo fue ·de España, cuya gran novela fue ejemplac, de caballería, de arquetipo. Ejemplar llamará Cervantes a su Rilfconéte.y Cor­tadillo, por apellidar su obra a la española. Y JJuestlá l'fO->

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vela, distraída por el afrancesamiento tanto como la espa­ñola misma del modelo clásico y el engendro genial, no dará ni héroe ni cosa cabales, sino cosa palpitante, cosa antropomorfa, tropo asaetado, panfleto ameno. No nos im­buye en la realidad, ni nos saca enteros de ella. Aun nues­tro poeta no se confirmará en la naturaleza, sino que irá y volverá consigo mismo como con recién conocido, conver­sando de sicología y ontología. A mi entender, la novela más verosímil del romanticismo costeño es la de Segundo Pru­vonena, panfleto político, casi libelo. En la tradición de Palma no hay sicología que no sea la propia de Palma. su obra y su ánimo, ni más desarrollo que el del disco de Newton, así sean el alma y el arte de Palma como un solo milagro en el Perú y en la América española. El relato de·. Valdelomar, si perdurable y memorable, es autobiografía, y a la francesa, y su valor es de poema. La novela de C~­mino, la más lograda formalmente de nuestro moderrus­mo, es de trama histórica y de urdimbre extranjeriza, así sea la urdimbre de E~a de Queiroz, tan iniciado como por­tugués Y romántico en la sicología de mulatos ociosos Y libe­rales como eran los súbditos de los últimos Bragan~· Y ninguna novela nuestra ha llegado a ser popular, ni aun las excelentes que aquí menciono. Ninguna ha llegado al pue­blo, que es el más sutil crítico de lo que es en prosa vero­sí~il e inverosímil como representación de lo suyo ~~ diano aun como meramente posible. Y reparemos por últi­mo en que las mayores novelas americanas tienen giro de epopeya Y sobreposición heroica del ánimo en el mundo; e» que ~o son sicológicas, sino poemáticas; en que narran Y ~~ben no en novelista sino en arquetipo, en que SOil obJetivas Y didácticas, en que equivalen a la española, aUD con las deformaciones y aditamentos consentidos por el ~~ del criollo e impuestos por América misma. Y· ~r último reconozcamos que La Serpiente de Oro, de AleiJí8. es más poema que novela. ·

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ALTHAUS

Rafael de la Fuente Benavides nació en Lima en 1908 . Con el seudónimo de Martín Adán publicó en 1928 su célebre novela juvenil La casa de cartón. Dentro de su singular obra poética destacan: los fragmentos de su poemario inédito Aloysius Acker; La rosa de la espinela. 1939; Travesía de extramares, 1950; y La mano desasida, 1964. Martín Adán es incuestionablemente uno de los más grandes poetas contemporáneos en lengua española . De lo barroco en el Perú fue presentada por su autor como tesis para optar el grado de Doctor en Letras en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en 1938; algunos de sus capítulos ampliados fueron posteriormente publicados en Mercurio Peruano y en Cultura Peruana. Esta es la primera versión completa de la tesis, basada en el original y con las ampliaciones del autor. En esta obra fun­damental, Rafael de la Fuente estudia la esencia romántica y la expresión barroca de la literatura peruana. Con mirada zahorí Y álucinante prosa. Martín Adán nos entrega una honda visión de la cultura peruana a través de sus textos literarios y dentro de una perspectiva histórica universal.