de la invención retórica

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DE LA INVENCIÓN RETÓRICA MARCO TULIO CICERÓN Ediciones elaleph.com

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 Á LOS QUE LEERÁN

Sale a pública luz en España, por vez primera,una traducción completa de las obras de Marco Tu-lio Cicerón, príncipe de la elocuencia latina. Con ser

popularísimo el nombre del autor tanto o más queel de cualquier otro clásico antiguo, mucha parte desus obras (y de las mejores) estaban aún intactas y 

 vírgenes, entre nosotros. Es Cicerón un escritor dequien todo el mundo celebra y admira algunos ras-

gos, quizá de los menos selectos, dejando en olvidosus producciones más personales y características,más útiles para conocer la sociedad romana, y mássabrosas y de más provecho dadas las actuales afi-ciones literarias. Los recuerdos del aula nos abru-man, y mucha gente no sabe de más Cicerón quedel de libro de clase, y le imagina como a un decla-mador cuasi energúmeno, envuelto entre las nubes

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del   Quousque tandem, enamorado de la elocuencia

teatral y de aparato, y puesto constantemente en es-cena. Nada menos que eso: aunque haya en Cicerónamor excesivo a los recursos retóricos y a la pompadel estilo; aunque su oratoria, sobre todo en los dis-cursos políticos, se aleje mucho de la austera sobrie-dad de Demóstenes, ni dejan tales defectos de estarcompensados con soberanas bellezas, cuales nuncalas alcanza orador alguno de la tierra, ni todas susobras pertenecen a ese género. Cuando Cicerón di-serta tranquilamente de política, de filosofía, de reli-gión o de arte oratoria; cuando familiarmente

escribe a sus amigos sin pensar en los aplausos delforo y del Senado; cuando a su vanidad (á veces in-tolerable, aunque cándida, y después de todo discul-pable en un hombre que había hecho grandes cosas)de rey de la palabra y de hombre público se sobre-

pone su alma de artista, y aquel simpático y genero-so amor que profesaba a la filosofía y al arte de losGriegos, de quienes es el más aventajado expositor y discípulo; entonces (no dudo en afirmarlo) es Marco

 Tulio el primer prosista de la tierra, y a la vez unode los escritores  más agradables y a quienes se to-mará mas cariño. ¿Puede compararse nada a la plá-cida elegancia, serenidad y tersura, a la urbanidad

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discreta, a las áticas sales', a la claridad y precisión, a

la nobleza y rectitud de ideas, a la mezcla delicadí-sima de erudición y buen juicio que donde quieraesmaltan los diálogos del Orador, el Bruto, los Oficios,las Tasculanas, la Naturaleza de los Dioses, los libros de 

Finibus, el Suegro de Escipión o las epístolas Y ¿Dóndemás variedad halago?

Para conocer a Cicerón, hay que -verle fuera delas grandes ocasiones, lejos de la tribuna y de loscomicios, rusticando en alguna de sus villas, en el ocioameno de Túsculo, no entre Clodios y Milones, Vé-rres y Catilinas, sino embebecido en sabrosas pláti-

cas literarias o morales con sus amigos predilectos:con Ático, el incansable erudito y genealogista, mo-derado, como buen epicúreo, en sus deseos,  y ale-jándose (como la secta preceptuaba) de los públicosnegocios; con Varron, el más docto de los Roma-

nos; con Hortensio, el único orador que podía darcelos a Marco Tulio; con Bruto, que sólo en lascartas de éste y en el diálogo que lleva su nombreaparece con su verdadero carácter no tétrico ni ce-jijunto, ni de conspirador de tragedia como hemosdado, en imaginarle, sino fácil, culto y ameno; con eljurisconsulto Trebacio, objeto de sus discretaschanzas, y quizá con Lucrecio, cuyos vigorosos he-

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xámetros es fama que alguna vez corregía. Gusto

mucho de la antigüedad, pero no de la antigüedadde colegio. Por eso prefiero el Cicerón filósofo y didáctico al Cicerón cónsul y salvador de la Repú-blica, que estamos acostumbrados & ver desdenuestros primeros años.

  A pesar de mi poca afición a una parte de lasobras del orador romano, el entusiasmo que por lasdemás siento y el deseo de que se conozcan todasen nuestra lengua, me ha hecho emprender, comopor vía de recreación, el trabajo nada liviano de quehoy presento al público las primicias. El buen gusto

del editor ( rara avis entre los nuestros) me ha decidi-do a que la traducción sea completa.

 Y cierto que parece manera de sacrilegio el mu-tilar las obras de Cicerón. Aun a las más endeblessalva y escuda el interés histórico y el nombre del

autor. Cúmplese aquí aquel axioma de derecho ma-rítimo: «El pabellón cubre la mercancía. » Hasta lostanteos juveniles y los ensayos menos felices, cuan-do son de hombres como el egregio Arpinate, diceny enseñan más que las producciones perfectas deautores medianos. Hasta en el más leve rasguño de-jan los grandes artistas alguna señal de su genio. ¿Y no es espectáculo interesantísimo el contemplar

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cómo un entendimiento se va desarrollando hasta

lograr su cabal madurez, y por qué caminos llega aella?  Y digo todo esto porque a no pocos  lectores,

prevenidos con el estruendo y ruido que el nombrede Cicerón trae consigo, han de parecerles indiges-tos y de poca sustancia los tratados que en este pri-mer tomo figuran. También yo los hubierasuprimido de buen grado si se tratase de hacer unaedición escogida. Pero no es este el caso, y el quedesee conocer a Cicerón debe tomar las dulces jun-tamente con las amargas. Tiene el ingenio, como el

cuerpo, sus períodos de infancia, juventud y virili-dad: no madura la fruta en un momento, ni se va deun salto a la perfección que cabe en lo humano. Siel atleta ni el vencedor en el estadio o en la cuadrigaobtienen la corona ni llegan a la ansiada meta sino

después de mucha labor y ejercicio; y ya nos ad- vierte Horacio que el citharedo de los juegos Píticosdebe sudar y trabajar mucho cuando niño. Ni encie-rran menos provechosa lección los primeros pasosque los adelantos últimos.

Son, pues, en su mayor parte ensayos y obrasimperfectas los tratados de retórica que este primertomo contiene. El mismo Cicerón hacía tan poca

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cuenta de ellos, que al enumerar en el tratado De di- 

vinationo sus obras didácticas de oratoria, las reduce atres: De  Oratoe.-Brutus-Orator. Pero de la mesa de lospróceres de la inteligencia pueden recogerse hasta losdespojos y relieves, y bastan ellos para alimentar y enriquecer a los que saben y pueden menos.

Es el primero de los tratados que este volumencontiene el De Inventione Rhetorica, que más que obraformal parece una colección de apuntes de clase, enque quiso compendiar Marco Tulio lo que había oí-do a los retóricos, sus maestros, y lo mejor que sehallaba en los preceptistas griegos. «He tenido a mi

disposición (nos dice) todos los autores que han flo-recido desde el origen de estos estudios hasta nues-tros días.» Se aprovechó mucho de la retórica de

  Aristóteles, «el cual (sigue hablando Marco Talio)reunió en un cuerpo de doctrina todos los antiguos

escritores de este arte, desde su príncipe o inventor Tisias, y expuso nominalmente los preceptos de ca-da uno con mucha claridad y diligencia, y tal gracia y brevedad añadió a las obras de los inventores, quenadie los conoce y lee, al paso que todos acuden a

 Aristóteles.»La Retórica  en el sistema de Aristóteles viene a

ser una confirmación o apéndice de la Dialéctica. Y 

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no porque el Estagirita careciese de gusto y saber

artístico, que bien claro manifiesta lo contrario en suadmirable himno de Hermias y en los fragmentosde la Poética, sino porque atento sólo a la invenciónde los argumentos y al delicado análisis de las pasio-nes, y alejado de las luchas del foro, no atendiótanto como Marco Tullo o Dionisio de Halicarnasoa los primores de la elocución y del estilo.

No podía Cicerón contentarse con las enseñan-zas de Aristóteles, y acudió a otra escuela «consa-grada del todo al arte y a los preceptos de lapalabra.» La cual no era otra que la del «grande y 

noble retórico Isócrates,» en quien el aliño y el amora la hermosura de la frase llegaron hasta el extremode emplear diez años en la composición de su Pane- 

 gírico.

Pertrechado Cicerón con tales autoridades, sin

olvidar otras, sobre todo la de Hermágoras, a quiencita más de una vez, procedió en la Invención  concriterio ecléctico, tomando lo mejor de unos y otros.De su cosecha añadió poco, porque aun no se sen-tía con fuerzas para volar con alas propias. Tancierto es esto, que sus principios estéticos en estetratado son mucho menos independientes que los

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que después sostuvo, sobre todo en el Orator, sive de 

optimo g enere dicendi.Cuando escribe los libros de Inventione, consistepara Marco Tulio la perfección en elegir ex onmibus 

optima, no proponiéndose un solo ejemplar o mo-delo. Cree evitar los escollos de la imitación conelegir de muchos, a la manera que Zéuxis tomó pormodelos a cinco vírgenes de Crotona, «porque nocreía encontrar en una sola todas las condicionesnecesarias para la hermosura, dado que la naturalezaen ningún genero presenta obras perfectas.»

Por el contrario, en los diálogos del Orador no ve

ya lo perfecto en la selección y depuración de lasbellezas naturales, sino en la idea superior que vive y reina en la mente del artista, y no recuerda el ejem-plo de Zéuxis, sino el de Fidias, que al hacer la figu-ra -de Jove o de Minerva- no contemplaba ni

copiaba ninguna hermosura real, sino cierta idea oespecie  de admirable hermosura que llevaba en supensamiento, y ella dirigía la mano del artífice: «Ne- 

que vero ille artífex cum faceret Jovis jormam aut Minerva 

contemplabatur aliquem e quo similitudinem duceret, sed in- 

sidebat ei species quaedam eximiae pulchritudinis, quam 

intuens in eaque defixus ad illius similitudinem artem et 

man un dirigebat.

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Entre una y otra concepción, sin duda que hay 

un abismo.Uno de los trozos más notables y originales dellibro de la Invención  es el proemio. Aquella dudaprudentísima de «si trae mayores males que bienes alos hombres la facilidad de hablar y el estudio des-medido de la elocuencia;» confesión preciosa en bo-ca de un hombre que consagró a ella lo mejor, y más granado de su vida: aquella descripción del na-cimiento de las sociedades, cuando rendidos loshombres, antes duros y salvajes, a la elocuente pala-bra de un varón grande sin duda y sabio , se agrega-

ron en uno, saliendo de las selvas, y levantaron lasprimeras ciudades: aquella pintura del estado de laelocuencia cuando sólo se empleaba para el bien y para la justicia, y aquella súbita degeneración así quela oratoria se divorció de la sabiduría y de la virtud,

comenzando a preferir el pueblo a los más osados y locuaces, al paso que los sabios, como refugiándose de 

la tempestad al puerto, se daban a estudios más tran-quilos: la exhortación que el retórico les hace, paraque no abandonen la República en poder de los ne-cios y malvados, recordando el noble ejemplo deCatón, de Lelio y de los Gracos... todo esto está lle-no de sabiduría, de elevación y grandeza.

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Lo demás no ha de entusiasmar tanto a los lec-

tores, ni me entusiasma a mí. De cuando en cuandoalgún episodio como el de Zéuxis y los Crotoniatas,alguna observación discreta y aguda, viene 4 ameni-zar la aridez de los preceptos. Pero generalmente lasequedad del estilo, la abundancia de divisiones y subdivisiones, las cuestiones escolástica y formalis-tas, y el empeño de reducirlo todo a reglas menudas,cansan y hastían.

Divide Cicerón la oratoria, como casi todos losantiguos, en invención, disposición, elocución, memoria y 

 pronunciación; pero aquí sólo se ocupa en la primera,

discurriendo largamente sobre los estados de la cau-sa (conjetural, definitiva, general), y dando las reglas delexordio, narración, división, confirmación, refuta-ción y epílogo: todo con abundantes ejemplos, al-gunos de ellos muy curiosos por ser de obras hoy 

perdidas.Ojalá que estos fuesen todavía en mayor núme-

ro, y menos las cuestiones impertinentes, vg., la deaveriguar si son cinco o seis las partes del razona- 

miento; lo cual Cicerón discute con seriedad y en to-da forma.

Mucho nos asombra hoy el empeño de los anti-guos retóricos en someter a leyes los erráticos mo-

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 vimientos de la pasión o los tortuosos giros del ra-

ciocinio forense, haciendo, (vg.) catálogo y enume-ración de todos los recursos que pueden mover aloyente a indignación o lástima; los cuales, según Ci-cerón o sus maestros, son hasta diez y seis. Cual-quiera diría que se propusieron formar un oradorcomo quien educa a un carpintero, y convertir elarte de la palabra en un ejercicio cuasi mecánico,donde no el poder del ingenio sino la destreza y elsavoir faire diesen la palma. Culpa y no pequeña cabea este linaje de retórica en el nacimiento de aquellasescuelas de declamación que, en tiempos de Porcio

Latron y de Séneca, acabaron de dar al traste con laoratoria latina, convirtiendo aquella magna et oratoria 

eloquencia, que centelleó en el ágora de Atenas o en elforo de Roma, en una especie de pugilato o esgrimade salón donde la juventud dorada se ejercitaba en

tratar temas falsos, monstruosos y fuera de todarealidad humana, en estilo tan hinchado y enfáticocomo los temas mismos.

El mal venía de muy antiguo: estaba en las raícesmismas de la Retórica; arte que nació entre los so-fistas, ora fuese su inventor Tisias, ora el leontinoGórgias. No brotó, como la Poética, de la in-teligencia sobria y madura de Aristóteles, que la ba-

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só en la observación y en el análisis de la tragedia

antigua. Si la teoría ha de ser de algún provecho,debe venir siempre después del arte. Con la Retóricasucedió lo contrario. Hubo en Atenas sofistas, retó-ricos y maestros antes que apareciesen los grandesoradores áticos, si exceptuamos a Perieles. De aquíese espíritu sutil, esa selva de divisiones, esa disec-ción materialista de lo que es espiritual e intangible,esos mil efugios, para la astucia del abogado, y esospreceptos casi ridículos sobre la pronunciación y elgesto, tales como pudieran aplicarse a un autómatao a un maniquí.

 Volvamos a Marco Tulio, que en la Invención nohabla por cuenta propia, como lo hizo en sus admi-rables diálogos del Orador , donde supo evitar mu-chos de los resabios, de la Retórica antigua, y hacertolerables y amenas hasta las cuestiones de poco

interés, que no se atrevió a suprimir. No así en ellibro que vamos recorriendo, ni tampoco en la Re- 

tórica a Herennio que  la sigue, aunque esta obra tienepartes menos enfadosas que la primera, a la vez quepresenta un conjunto más armónico y completo.

Sobre la paternidad de esta obra (conocida en elsiglo XV con el nombre de Retórica Nueva de Tulio

por haber sido descubierta después que el tratado de 

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Inventione), se ha disputado mucho, atribuyéndola

unos a Cicerón y otros a un cierto Cornificio que nose sabe a punto fijo quién fuese. A la verdad, el len-guaje no difiere mucho del que usaba el insigne ora-dor; y a nombre de Marco Tulio citan fragmentosde esta Retórica escritores de los siglos IV y V.

 Tampoco puede negarse que si no la ordenación y forma definitiva del tratado, a lo menos la doctrinaes del todo ciceroniana, y lo son muchas veces hastalas palabras. Si bien se examinan, los dos primeroslibros no son más que un extracto bien hecho de losde Inventione , y hay   trozos idénticos. Por esto, y por

ajustarme al común sentir de los editores de Cice-rón, pongo esta obra entre las suyas, como pondréasimismo alguna otra cuya autenticidad anda en telade juicio.

No se aparta tampoco el autor de la Retórica de 

Herennio de las divisiones usadas por Cicerón. Comoél, empieza tratando del oficio, del  orador, de losgéneros de la causa, de las partes del discurso, de lasmaneras del exordio y de los estados de la -causa.

Es asunto principal del libro II el estado conje- 

tural , y la invención de los argumentos en todo li-naje de causas judiciales, sin olvidar la controversiade leyes escritas.

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El libro III tiene más novedad. Trata del género

deliberativo y del demostrativo: de la disposición, de lapronunciación y de la memoria, ofreciéndonos untratado completo de  Mnemotecnia, que es lo más cu-rioso del libro, aunque de tan escasa o ninguna utili-dad como casi todos los que se han escrito sobre lamisma materia. No hay más recurso mnemotécnico queuno muy natural y sencillo: 14 asociaciones de ideas.

 También se lee sin disgusto el libro IV, dedicadodel todo a la elocución y a  sus formas o  figuras.  Auninteresaría más si el autor, en vez de presentarejemplos propios y casi siempre de causas fingidas,

hubiese formado un ramillete de los mejores, trozosde los oradores antiguos. En su prólogo es de vercon cuán enredadas y sofísticas razones quiere justi-ficar su método.

Las figuras que el autor de esta Retórica  explica

son innumerables y algunas están evidentemente re-petidas aunque con nombres diversos. Otras sonpueriles adornos de Pésimo gusto, como todas lasque se fundan en aliteraciones o en juegos y susoponentes de palabras. Entre los ejemplos hay al-gunos de verdadera elocuencia, como la descripciónde la muerte de Tiberio Graco, y otros muy amenos,

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 vg., el de la notación (pág. 204), que parece una esce-

na de comedia. A continuación de los tratados anteriores vienenlos Tópicos , una de las obras menos leídas de Cice-rón, aunque a la verdad no interesa mucho. Redú-cese a una serie de extractos de los Tópicos de Aris-tóteles, para uso del jurisconsulto Trebacio.

Cuenta Cicerón en un prólogo muy agradable,que hallándose juntos Trebacio y él en la bibliotecadel Tusculano, tropezaron con el Ubro, del Stagirita,y el jurisconsulto suplicó al orador que le explicaseaquel método. Hízolo, Marco Tulio mucho después,

durante una navegación, y de memoria, la cual eneste caso hubo de serle bastante, infiel, porque ni enel orden de las materias, ni en las divisiones, ni en lanomenclatura se ajusta bien este tratado al que connombre de Aristóteles tenemos hoy entre los de su

Lógica . A algunos les ha movido esto (desde el sigloXVI) a dudar de la autenticidad de esta parte de laobra griega; cuestión hasta hoy indecisa.

Cicerón extractó sólo una parte pequeñísima, y,esta en cuanto podía ser útil al orador y al juris-consulto, puesto que intérprete famoso del derechoera el amigo a quien se dirigía. Casi todos los ejem-plos que cita están tomados de las leyes romanas.

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Mucho admiraba Marco Tulio a Aristóteles, y no

sólo en concepto de filósofo, sino de grande escri-tor. La precisión, limpieza y severidad de aquel es-tilo filosófico le cautivaban. Reconoce que los filó-sofos en su tiempo le leían poco (aún no habíanllegado los siglos de su absoluto dominio y tiraníaen las inteligencias); pero añade: «Y cierto que esimperdonable descuido, porque no, sólo debíanatraerles las cosas que dice e inventa, sino tambiénla abundancia y suavidad increíbles del estilo.» Di-gan los que tachan de malo y ácido, escritor a Aris-tóteles, si estiman en algo el testimonio y juicio de

un tan grande estilista como Cicerón.Divide éste la dialéctica en invención y juicio. En

uno y otro descolló, a su parecer, Aristóteles. Losestoicos se fijaron sólo en la ciencia del juicio (criticaque llamaríamos hoy).

 Tienen importancia los Tópicos ciceronianos co-mo muestra única o casi única del peripatetismo enRoma. Por lo demás la sequedad y rapidez de la ex-posición. (donde se suprimen muchas ideas inter-medias) hacen dura y escabrosa su lectura, aunteniendo a la vista el tratado de Aristóteles.

Las Particiones oratorias son un diálogo bas-tante fácil, pero sin interés dramático, entre Cicerón

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y su hijo, donde el primero expone y recopila, en

términos breves lo que en otras obras suyas habíaexplicado con más detención. No hay gran métodoen este opúsculo, que acaba con una exhortación alestudio de la filosofía académica, por lo útil quepuede ser su parte moral y lógica al orador.

Cierra este volumen el proemio que Marco Tuliopuso a su traducción (desdichadamente perdida co-mo otros trabajos suyos de que sólo queda el re-cuerdo) de las dos contrapuestas oraciones de laCorona de Demóstenes Y Esquines. Digna empresaera, en verdad, del orador romano, interpretar las

dos obras maestras de la oratoria griega. En el pre-facio trata principalmente del estilo ático: de la va-nidad y error de los que juzgaban llevar al aticimo,sólo con ser fríos y correctos, sin vigor ni sangre; y acaba con algunas observaciones sobre los deberes

del traductor que no debe contar las palabras, sinopesarlas.

¡Ojalá hubiese conseguido yo alguna de estascualidades en la traducción que ahora publico! Perocon harto dolor mío he de confesar que ninguno demis trabajos me ha dejado tan descontento comoeste; que he traducido este primer tomo sin interésni afición alguna, y que la pesadez de la materia ha

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influido no poco en mi estilo, haciéndole inculto,

pesado y mazorral mucho más que de ordinario. Y lo peor es que se me han de achacar otros defectosde que tengo bien poca culpa. Deslumbrado el lec-tor por el nombre de Cicerón, pondrá en cabezamía todos los tropiezos, oscuridades, repeticiones y desaliños que encuentre, sin reparar que casi todos(y muchos más que he templado como he podido)son del autor original, y que no puede traducirse deotra manera, so pena de alterar, desfigurar o com-pendiar el texto. No hay suplicio mayor que el detraducir un libro mediano de la antigüedad. sobre

materias didácticas. Enojo para el traductor; enojopara el lector, y nadie aprecia el trabajo. ¿Cómo per-suadir al vulgo de que Cicerón no dijo en cualquierade sus obras más que preciosidades y maravillas?

Quizá el estudio excesivo de la fidelidad y la ad-

hesión a la letra latina quitan a esta traducción graciay energía; pero nadie tiene derecho para desfigurarni vestir a la moderna al autor a quien traduce. Unade las cosas de que más me remuerde la concienciaes el haber usado (aunque subrayándolos por locomún) algunos términos técnicos de retórica queno tienen equivalencia casi nunca. Traduzco, vg., elinfirmatio por debilitación y no por refutación, ni menos

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por debilidad, cosas una y otra muy distinta, y uso las

 voces definitiva, traslativa.. remoción del crimen, asunción,negocial, y algunas otras palabras raras, sobre todo enlos nombres de figuras. Algunas de estas cosas hu-bieran podido expresarse por rodeos más o menoslargos; pero he preferido acercarme en lo posible ala nomenclatura de Cicerón.

No menos me disgustan las repeticiones conti-nuas de que esta traducción está llena: repeticiones,de ideas, lo mismo que de palabras. ¿Y querrá creerel lector que todavía he quitado otras tantas? Los

 vocablos causa, género, exornación, y otros  semejantes,

ocurrían dos, tres y cuatro veces en casi todas laspáginas. No hay duda que los antiguos daban muy poca importancia a ciertos defectos de estilo quehoy nos ofenden y chocan sobremanera.

Otra de las dificultades (y está claro que no po-

día vencerla el traductor) es la vaguedad y falta deprecisión didáctica con que Cicerón se expresa, re-sultado en parte de las malas condiciones de la len-gua latina para la enseñanza. Hallará el lectordefiniciones en que entra el definido o en que nadase define, razones y argumentos que ni lo son ni loparecen.

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Fuera de esto, confesaré que hay no leves defec-

tos míos, y prometo corregirlos en una segunda edi-ción, así por la que hace al estilo, como en las dis-tracciones o infidelidades al texto que yo hayapedido cometer. ¿Quién puede lisonjearse de ha-berlas superado todas, y más en un texto que no lees simpático? Pero como he observado que muchosjuzgan y censuran las traducciones sin haber hechoninguna, ni conocer siquiera las lenguas clásicas, nodejaré la pluma sin advertir que una versión, comofiel espejo que ha de ser del original, debe reprodu-cir todas sus desigualdades, incongruencias y aspe-

rezas, se pena de degenerar en Imitación oparáfrasis. Para demostrar que una traduccionesmala, lo racional es hacer otra mejor, o intentarlasiquiera: sólo así se palpan las dificultades.

Donde le puesto mayor esmero ha sido en las

introducciones, en los ejemplos y en ciertos episo-dios y digresiones con que a veces ameniza Cicerónlos preceptos. Aquí se prestaba el texto a algunamayor elegancia: no sé si la habré conseguido.

El tomo que sigue compensará ampliamente alos lectores de la molestia que haya podido causarleseste. Comprenderá los diálogos del Orador, el Bruto o

de los esclarecidos oradores, y el Orador o del mejor género

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de elocuencia. Sólo se comprende bien el mérito de

estos tratados habiendo leído antes los que doy eneste volumen.Las restantes obras de Cicerón pueden clasifi-

carse en Oraciones, Cartas, Tratados filosóficos, Poesías y 

otros fragmentos.

En los tomos de Oraciones, que serán por lo me-nos cuatro, incluiremos todos los discursos políticosy forenses, aún aquellos de que sólo se conservanfragmentos, y el de la Paz, que conocemos única-mente en el texto griego de Dion Casio.

La colección de Epístolas  abrazará, no sólo las

 familiares  (con las respuestas de los corresponsales),sino las dirigidas a su hermano Quinto, a Ático y aBruto, aunque la autenticidad de estas últimas seadisputable. Se imprimirán todas por orden de fe-chas.

En la categoría de tratados filosóficos entran los  Académicos, el de Finibus, la Naturaleza de los Dioses, lasCuestiones Tusculanas, la   Adivinación, los Oficios, la 

  Amistad, la Vejez, la República (aunque muy incom-pleta y fragmentaria), las Leyes, el De fato, las Parado- 

 jas y algunos retazos.

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Traduciremos en verso las  poesías, si  tenemos

tiempo y humor para ello. No tienen nada de des-preciables ni de indignas del nombre de su autor.En uno de los tomos siguientes irán la vida de

Cicerón (objeto hoy de tantas investigaciones y delibros tan curiosos como los de Forsyth y GastónBoissier), el juicio de sus obras y un catálogo de sustraductores castellanos, formado con la mayor dili-gencia que me sea posible.

Por lo que hace a las obras contenidas en estetomo, bien puede afirmarse que es esta la primera

  version castellana. Del tratado de Inventione  trasladó

sólo el primer libro, en el siglo XV, el famoso obis-po de Burgos D. Alonso de Cartagena; versión queyace inédita en la Biblioteca Escurialense. Constaasimismo que D. Enrique de Aragón (comúnmentellamado de Villena) tradujo la Retórica a Herennio, pe-

ro se ha perdido. De los demás tratados que van eneste tomo, no sé que haya traducción alguna.

Necesitaba este volumen algunas notas, pero nohe querido ponérselas, porque más y mejor que loque yo pudiera decir, lo hallará el lector en muchoscomentarios que andan en manos de todo el mun-do. El repetir lo ya dicho y llenar con doctrina ajenapáginas y páginas, fuera palabrería inútil y enojosa.

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Cosas hay, sobre todo en los Tópicos , que no se en-

tienden bien sin alguna noción de Derecho romano,pero con una tintura muy elemental basta, y ésta noes difícil adquirirla. Entrar en largas explicacionessería impropio de quien, como yo, se reconoce pro-fano en tales materias. Hay también algunos ejem-plos oscuros por referirse a costumbres, no muy sabidas, de la antigüedad, pero tampoco faltan li-bros donde ilustrarse ampliamente.

He dejado en latín los ejemplos que se reducen ajuegos de palabras, porque variando los términosperderían la poquísima gracia que encierran, y ni aun

tendrían razón de ser. ¿Cómo conservar en castella-no el equívoco entre amari (ser amado) y amari (ge-nitivo de amarus: amargo) o entre el verbo veniam 

(vendré) y el acusativo veniam (perdón)? ¿Cómo ha-cer sentir la similicadencia de egentem, y abundantem en

una lengua que no tiene casos; ni la similidesinencia cuando varían las terminaciones? ¿Cómo formarseidea, si no viéndolos en el ejemplo latino, de lospueriles artificios llamados atenuación, producción, abre- 

viación, adición, trasmutación, etc? Cuando el ejemplotiene interés por sí mismo, he puesto entre pa-réntesis la traducción castellana.

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El texto latino que he seguido es el de la magní-

fica edición de Madrid, 1797, en la Imprenta Realque está dividida en catorce volúmenes o impresacon tanto esmero y nitidez como las mejores ex-tranjeras. Sólo en algunos casos me he apartado desu lección para acercarme a la de otras posteriores y,de todos conocidas, vg., la de Tauchnitz y la de Le-maire, y sobre todo la de Orelli , que pasa por defi-nitiva y que sólo adquirí cuando estaba impresa lamayor parte de este volumen. Hubiera podido llenaralgunas páginas con variantes y comentarios filoló-gicos sobre tal o cual pasaje, o a lo menos justificar

en cada uno de los dudosos la lección que he adop-tado. No lo he hecho por el carácter de esta traduc-ción, que no se dirige tanto a los doctos y humanistas, como a la generalidad del público, quese cuida poco de tales discusiones, cuya utilidad, a

pesar de esto, es innegable, siempre que no degene-ran en quisquillas y pedanterías. El que coteje estatraducción con el original podrá ver hasta qué puntohe acertado o errado en tal o cual interpretación.

Llevado por mi amor a la concisión, he suprimi-do o abreviado ciertas fórmulas de transición de quenunca o rara vez prescinde nuestro autor. Así y to-

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do, quedan hartas cosas en que puede ejercitar su

paciencia el lector.Repito que entrego con mucha desconfianzaeste volumen, como me sucede con toda obra tra-bajada a disgusto, y por tanto mal.

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DE LA INVENCION RETÓRICA.

Muchas veces he dudado si trae mayores malesque bienes, a los hombres y a las ciudades, la facili-

dad de hablar y el estudio excesivo de la elocuencia.Cuando considero el detrimento de nuestra Repú-blica y traigo a la memoria las antiguas calamidadesde otros Estados, no puedo menos de pensar queparte no exigua de estos daños, se debe a los orado-

res. Mas veo, por otra parte, en las historias, tantasciudades constituidas, tantas guerras acabadas , tan-tas alianzas firmísimas y santas amistades adquiridaspor la fuerza de la razón y aun más por la elocuen-cia, que al cabo de todas mis meditaciones he llega-do a sentar el principio de que poco vale a lasciudades la sabiduría sin elocuencia, al paso que laelocuencia sin sabiduría las más veces daña, y no

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aprovecha nunca. Por lo cual, si alguno, dejados los

rectos y honestísimos estudios de la Razón y de laMoral, gasta todo su tiempo en los ejercicios retóri-cos, será un pésimo ciudadano; pero el que se armacon la elocuencia para defender los intereses de lapatria en vez de menoscabarlos y combatirlos, es, enmi sentir, un varón utilísimo para los suyos y para larepública., y un verdadero ciudadano.

 Y si querernos estudiar el principio de lo que sellama elocuencia  (sea un arte, un estudio, un ejercicioo una facultad natural), verémosle nacido de hones-tísimas causas y cimentado en perfectas razones.

Hubo tiempo en que los hombres andabanerrantes por el campo al modo de las bestias, y ha-cían la vida de las fieras, ni ejercitaban la razón sinolas fuerzas corporales. No se conocía la divina Reli-gión, ni la razón de los deberes humanos, ni las

nupcias legítimas: nadie podía discernir cuáles eransus hijos, ni alcanzaba la utilidad del derecho y de lojusto. Así, por error é ignorancia, el apetito, ciego y temerario dominador del alma, abusaba para saciar-se de las fuerzas del cuerpo, perniciosísimas- auxilia-res suyas. Entonces, un varón, (no sabemos quién),grande sin duda y sabio, estudió la naturaleza hu-mana y la disposición que en ella había para grandes

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cosas, con sólo depurarla y hacerla mejor con pre-

ceptos: congregó a los hombres dispersos por elcampo y ocultos en la selva, les indujo a algo útil y honesto: resistiéronse al principio; pero rindiéronsedespués a la razón y a las palabras del sabio, quiende fieros e inhumanos, tornolos mansos y civiliza-dos.

Paréceme que la sabiduría callada o pobre deexpresión nunca hubiera logrado apartar a los hom-bres súbitamente de sus costumbres y traerlos anuevo género de vida. Y ya constituidas las ciuda-des, ¿cómo hubieran aprendido los hombres a res-

petar la fe y la justicia, cómo logrado de otros que sesometiesen a su voluntad, y no sólo trabajasen en elbien común, sino que por él diesen la vida, a no serpersuadiendo con la elocuencia lo que la razón lesdictaba? Sin el prestigio de un discurso grave y ele-

gante, ¿cómo un hombre poderoso había de humi-llarse a la ley común, ni consentir en igualarse conaquellos entre quienes antes sobresalía, ni apartarsepor su voluntad de un hábito que tenía ya fuerza y dulzura de costumbre? Así nació y fue creciendo laelocuencia, ejercitada después en las artes de la paz y de la guerra, con utilidad grande de los hombres.Más adelante, el interés particular, con máscara de

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  virtud, se valió de la facundia y del ingenio para

trastornar las ciudades y poner en peligro la vidahumana.Expliquemos el origen de este mal, ya que del

principio del bien hemos hablado. Verosímil cosame parece que en otro tiempo ni los principiantes eindoctos trataban de los negocios públicos, ni losgrandes y sabios varones de las causas privadas. Losasuntos de la República eran administrados por lospersonajes más conspicuos, mientras las controver-sias entre particulares estaban encomendadas aotros hombres de no poco ingenio y travesura. Y 

como en estas controversias se defendía muchas ve-ces la mentira, la facilidad de hablar alentó la auda-cia, y fue necesario que los corifeos de la Repúblicaresistiesen a los audaces, dando ayuda cada cual asus amigos. Y confundido ya todo, dio en preferir el

  vulgo a los que tenían elocuencia sin sabiduría, y alentados éstos por su favor, creyéronse dignos dela gobernación del Estado. Regido éste por hom-bres audaces y temerarios, siguiéronse tristes nau-fragios y calamidades. Por donde vino a caer entanto odio y descrédito la elocuencia, que los hom-bres de más ingenio, corrió refugiándose de la tem-pestad al puerto, abandonaron aquella vida sediciosa

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y de tumultos, para darse a estudios más tranquilos.

Entonces florecieron las demás disciplinas y buenasartes, gracias al ocio forzado de los que más valían,y fue abandonada la elocuencia cuando era más ne-cesario cultivarla y defenderla. Si grande era la teme-ridad y audacia de los necios y malvados, paraperdición de la República, grande debía ser en losbuenos y justos la resistencia.

No se ocultó esta verdad a Catón, ni a Lelio, nia su discípulo (que así puedo llamarle) Escipión el

 Africano, ni a los Gracos, sobrinos del Africano. Entales hombres hubo virtud suma, autoridad acre-

centada con la virtud, y, para ornamento de todasestas cosas y defensa de la República, grande elo-cuencia.

Por lo cual, a mi entender, no debe abandonarseel ejercicio de la oratoria, por más que de él se abu-

só pública y privadamente, antes debe trabajarsecon mayor ahínco para que los  malos no prevalez-can con detrimento grande de los buenos y perdi-ción universal. Para el bien público y privado es útilla elocuencia: ella hace segura, honesta, ilustre y agradable la vida. De aquí proceden grandes bienesa la República, con tal que la sabiduría guíe a laoratoria: con ella obtienen los que la alcanzan y po-

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seen, gloria, honor, dignidades: ella es la mejor y 

más segura defensa para los amigos. En muchas co-sas me parecen los hombres más humildes y débilesque las bestias, pero les exceden por tener el don dela palabra. ¡Cuán grande no será la gloria del que

  vence a los demás hombres en aquello en que elhombre excede a las bestias! Y si esto no se ad-quiere solo por naturaleza y ejercicio, sino que esobra del arte, no será inútil saber lo que de él dicenlos que nos dejaron escritos preceptos de esta mate-ria. Pero antes que tratemos de los preceptos orato-rios, conviene decir del género de la misma arte, de

su oficio, fin., materia y partes; pues conocido esto,podrá estimarse con más facilidad la  razón y méto-do de la Oratoria.

Muchas e importantes son las divisiones de laciencia política. Una de ellas es la artificiosa elo-

cuencia que llaman retórica. Pues ni asentimos alparecer de los que creen que no es necesaria la cien-cia política para la elocuencia, y todavía diferimosmas de los que juzgan que toda esa ciencia está re-ducida a la energía y artificio del orador. La facultadoratoria es una parte, no todo el saber civil. Su ofi-cio es, decir de una Manera acomodada para la' Persua- 

sión; su fin, persuadir con palabras. Entre el oficio y el

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fin hay esta diferencia: en el oficio se considera lo

que ha de hacerse; en el fin, lo que conviene al oficio: asíel oficio del médico es curar para sanar;  el fin es lasalud misma.

El oficio del orador será lo que debe hablar; el fin,aquello por Causa de lo cual debe hablar.

 Materia de un arte o facultad llamamos el objetoen que se ejercita: así, materia de la medicina son lasenfermedades y las heridas: materia del arte retórica,las cosas en que se ejercita el arte y la facultad orato-ria. Algunos dicen que estos objetos son muchos,otros pocos. Así Górgias Leontino, el más antiguo

(quizá) de los retóricos, creyó que la oratoria se ex-tendía a todas las cosas, y le dio una materia inmen-sa e infinita. Aristóteles, a quien la retórica debe 

mucha luz y ornamento, dividió la oratoria en tresgéneros, demostrativo, deliberativo y judicial. De-

mostrativo es el que se emplea en alabanza o vitupe-rio de alguna persona. Deliberativo el que se usapara dar el parecer en consultas y disputas civiles. Eljudicial (o usado en juicio) abraza la acusación y ladefensa, la petición y la recusación. En mi sentirtambién a estos tres géneros está reducido el campode la Oratoria.

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Pues Hermágoras parece que no entiende lo que

dice, cuando divide la materia del orador en causa y cuestión. Causa llama a la cosa puesta en controversia,con interposición de personas, la cual nosotros atri-buimos al orador, distinguiendo en ella los tres gé-neros, deliberativo, demostrativo y judicial. Cuestión 

apellida a la cosa puesta en controversia sin interpo-sición de personas, vg.: ¿Qué bien hay fuera de lahonestidad? ¿Se engañan los sentidos? ¿Cuál es la lo"a del mundo? ¿Cuál la magnitud del sol? Cuestio-nes todas bien apartadas del oficio del oidor, comofácilmente entenderá todo el mundo. ¿No es locura

atribuir al  orador, como si fuesen cosas de pocamonta, los problemas en que más han ejercitado suingenio los eximios filósofos? Y todavía si Hermá-goras hubiese sido un grande orador por estudio y disciplina, pudiéramos decir que, confiado en su

ciencia, expuso lo que él podía, no lo que alcanzabala elocuencia. Pero eso lo dice un hombre a quien esmás fácil negar saber oratorio que conceder filoso-fía. Y no lo digo porque me parezca del todo vana y mentirosa el arte que escribió (pues bien veo que re-cogió con ingenio y diligencia lo mejor de los trata-dos antiguos y añadió algo de su cosecha), pero nobasta al orador hablar del arte, como éste hizo, sino

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hablar según el arte, en lo cual Hermágoras valió

poco. Por tanto, me parece que la mejor división dela Retórica es la de Aristóteles.Sus partes son (como muchos han enseñado)

invención, disposición, elocución, memoria y pro-nunciación. Invención es el hallazgo de cosas verdade-ras o verosímiles que hagan probable la causa.Disposición  es la distribución en orden de las cosashalladas. Elocución es la acomodación de palabras y sentencias idóneas a la invención.  Memoria es la fir-me retención de palabras y cosas. Pronunciación  lacompostura de la voz y del cuerpo según la dignidad

de cosas y palabras. Esto sentado, dejaremos paraotro lugar el exponer las razones que determinan el género, oficio y fin de este arte, pues fuera materialarga y que no conduce a la exposición de los pre-ceptos. Pienso que el que escribe de retórica debe

tratar de dos cosas: de la materia del arte, y de suspartes. Yo, que escribo de la invención, hablaré dela materia y de las partes al propio tiempo, ya que lainvención es en todas las causas lo más importante.

 Todo asunto sujeto a controversia encierra unacuestión de hecho, o de nombre, o de género, o deacción. A esta cuestión (sea la que quiera) la llama-mos posición o constitución de la causa. La constitución 

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es el primer conflicto y contraposición de la causa,

de este modo: lo hiciste: no lo hice, o lo hice con razón.Cuando la controversia es de hecho, y sólo hay conje-turas, se llama constitución conjetural;  cuando es denombre y hay que definir  las palabras, constitucióndefinitiva; cuando se cuestiona sobre la cosa misma y sobre el género del negocio, constitución general. Perocuando la causa pende de que no se defiende o acu-sa a quien conviene, ni con quien conviene, ni anteel tribunal que corresponde, ni se le aplica el tiempo,la ley, la pena etc. debidas, la constitución se llamatraslativa, porque requiere traslación o conmutación.  Al-

go de esto ha de intervenir en la causa, porque si no,no habría cuestión ni sería tal causa.

La controversia de hecho puede dividirse en tiem- 

  pos. o se discute lo que ha sido, vg.:   ¿mató Ulises a 

 Ayax?; o la que ha de ser, por ejemplo:   ¿los Fregella- 

nos conservarán amistad con el pueblo romano?; o lo quehubiera sido, vg.: si hubiéramos dejado subsistir a Carta- 

 go, ¿hubiera venido alguna calamidad sobre nuestra repúbli- 

ca ? La controversia de nombre  tiene lugar cuando,averiguado el hecho, se pregunta cómo ha de llamar-se, no porque se dude del hecho mismo, ni porquedeje de estar comprobado, sino porque a unos lesparece de una manera, a otros de otra, y por ende le

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llaman con distintos nombres. En estos casos con-

 viene definir y describir brevemente el hecho, vg.: si sepregunta ¿el que roba un objeto sagrado en una ca-sa particular ha de ser tenido por ladran o por sacríle- 

 go?, necesario es definir lo que es ladrón y lo que essacrílego, y mostrar con la descripción misma que elhecho merece otro nombre que el que los adversa-rios le aplican.

La controversia de  género ocurre cuando, con-formes todos en el hecho y el nombre, se pregunta:cuanto, cwál o de qué manera,  vg.:   ¿es justo o injusto? 

 ¿útil o inútil? En este género pone Hermágoras cua-

tro partes, deliberativo, demostrativo, judicial y nego- cial. Error no pequeño, a mi juicio, y digno dereprensión aunque sea breve, pues ni podemos se-pararnos de su opinión sin motivo, ni detenernosdemasiado en ella retardando los demás preceptos.

Si la deliberación y la demostración son géneros decausas, no pueden llamarse con propiedad partes deningún género. Una cosa puede ser a la vez género y parte, pero no de la misma cosa. La deliberación y lademostración son géneros de causas. Pues o no hay ningún género, o solo el judicial, o el judicial, de-mostrativo y deliberativo. Decir que no hay ningúngénero, cuando él mismo enumera muchas causas y 

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da preceptos, para ellas, seria locura. ¿Y cómo pue-

de haber sólo el judicial cuando la deliberación y lademostración difieren mucho de él y difieren entresí, y tienen cada cual su fin a que referirse? Resta,pues, que haya tres géneros de causas. Luego la de-liberación y la demostración no son partes de laconstitución general, como dice Hermágoras.

Ni mucho menos partes de la causa. Parte de lacausa es toda la constitución, pues no se acomoda lacausa a ella, sino ella a la causa. ¿Cómo han de ser lademostración y deliberación (siendo géneros) partesde la parte? Además, siendo la constitución contra-

posición de intención, donde no haya contraposi-ción no habrá ni constitución ni parte de ella. Luegola demostración y deliberación no son ni posiciónde la causa ni parte de ella. ¿Es Constitución la prime-ra confirmación del acusador, ni la primera depreca-

ción del defensor? Además, la causa conjetural no puede al mismo

tiempo y en el inicio género ser conjetural y definiti-  va, ni la definitiva  puede ser a la vez definitiva y translativa. Y ninguna Posición ni parte de la posi-ción puede tener a un tiempo, su fuerza y la ajena,porque cada una se considera aisladamente y segúnsu naturaleza. Se duplica el número de las posicio-

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nes, no se aumenta la fuerza de la posición. Ahora

bien: la causa deliberativa suele contener a la vez, laposición conjetural, la general, la definitiva y latranslativa (o de recusación). Luego no es posiciónni parte de ella. Lo mismo sucede en el género de-mostrativo.

La constitución  que llamamos  general  tiene dospartes: indicial y negocial. En la judicial, se investigala naturaleza de lo justo o de lo injusto, la razón delpremio o de la pena. En la negocial , el derecho estáfundado en las costumbres y en la equidad: a estegénero atienden entre nosotros los jurisconsultos.

La judicial se divide en dos partes: absoluta y ac-cesoria. La absoluta contiene en sí la cuestión delderecho y de la injuria: la accesoria no contribuye ala defensa directa, pero sí a la indirecta. Sus partesson cuatro: concesión, r emoción del crimen, relación de él,

comparación.En la concesión, el reo no defiende el hecho, sino

que pide perdón. Esta se divide en dos partes: pur-gación  y deprecación. En la primera se concede el he-cho, pero se disculpa, por la imprudencia, por elacaso o por la necesidad. En la deprecación (que ocu-rre raras veces) el reo confiesa el crimen y la inten-ción, pero pide que se lo perdone. En la remoción 

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procura el reo con todas sus fuerzas hacer recaer en

otro la recusación de que es objeto. Lo cual puede,hacerse de dos maneras: achacando a otro la cansadel hecho, o el hecho mismo. La causa, cuando sedice que el crimen fue consumado cediendo a unpoder o fuerza mayor. El hecho, cuando se sostieneque otro pudo o debió hacerlo. La relación del crimen 

tiene  lugar cuando se justifica por injurias anterioresde otro. La comparación, cuando se cita otro hechoútil u honesto para conseguir el cual se han emplea-do aquellos medios.

En la cuarta posición que llamamos translativa,

se pregunta: a quién, con quién, de qué modo, ante quié- nes, con qué derecho, en qué  tiempo, tratando por todasmaneras de conmutar o debilitar la causa. De estaposición pasa por inventor Hermágoras, no porqueno la hubiesen usado los antiguos oradores, sino

porque no habían hecho mérito de ella los tratadis-tas anteriores. Muchos la han reprendido después,no por ignorancia (pues se trata de una cosa evi-dente) sino por odio y envidia.

  Ya hemos expuesto las posiciones  y sus partes:ahora convendrá poner ejemplos para que en cadauna de ellas pueda hallarse copia de argumentos.Pues la manera de argumentar será más clara, cuan-

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do pueda desde luego acomodarse al género y 

ejemplo de la causa.Hallada la posición, importa considerar si la causaes simple o compuesta, y dado que sea compuesta,si lo es de muchas cuestiones o por comparación.Simple es la que contiene una sola cuestión absolu-ta, por ejemplo: ¿Declaramos la guerra a los Corin-tios o no? Compuesta de muchas cuestiones, vg.: ¿Hemosde destruir a Cartago, o restituirla a los Cartagineses,o enviar allá una colonia?

Por comparación cuando se busca lo mejor y másprovechoso, vg.: «¿Ha de enviarse el ejército a Ma-

cedonia contra Filipo para ayudar a los aliados, omantenerle en Italia, para que haya más tropas con-tra Aníbal?» Luego, ha de considerarse si la contro-

 versia es en razón o nace de ley escrita.Los géneros de esta última (distintos de las posi-

ciones) son cinco. Unas veces parece que las pala-bras riñen con la sentencia del legislador, otras estánen oposición dos o más leyes. En ocasiones, de loque está escrito se puede deducir lo que no lo está.

 A veces una misma frase puede interpretarse en doso más sentidos. Finalmente, puede haber duda encuanto a la fuerza de las palabras. Al primer génerole llamaremos de escrito y sentencia, al segundo de leyes 

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contrarias, al tercero ambiguo, al cuarto racional, al

quinto definitivo.La controversia de razón  no se apoya en la ley escrita, sino en los argumentos. Consideradas lascosas dichas, resta conocer la cuestión, la razón, el jui- 

cio y el fundamento de la causa, todo lo cual nace de la posición. Cues tión es la controversia que nace del con-flicto de la causa, por ejemplo: no lo hiciste con derecho; 

lo hice con derecho. Razón es la que contiene la cau-sa, y si la razón falta, no habrá controversia. Pon-gamos un ejemplo fácil y vulgar. Orestes, acusadodel asesinato de su madre, si no dice: «lo hice con

razón, porque ella había matado a mi padre,» notiene defensa. La razón de esta causa es, pues, que 

ella había matado a Agamenón.

 Juicio es la controversia que nace de la debilita-ción y confirmación de la razón. En el mismo

ejemplo. «Ella había matado a  mi padre. -No (con-testará el adversario), no eras tú, hijo suyo, quiendebía matar a tu madre: no era necesario tu crimenpara castigar el suyo.» De esta deducción racionalnace aquella última controversia, que llamamos juicio,

vg.: ¿Fue justo que Orestes matase d su madre, es venganza 

de la muerte de su padre? 

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Fundamento es la firmísima argumentación del

defensor, y el mejor apoyo para el juicio, por ejem-plo: si Orestes dijera que tan mala fue la voluntad de su 

madre hacia el ma rido de ella, hacia sus hijos, hacia el reino

 y contra la fama de su linaje y familia, que tenían justísimo

derecho sus hijos para castigarla. En todos los demásestados de la causa se hallan juicios a este tenor; pe-ro en la causa conjetural no nace el juicio de deduc-ción de razón, puesto que no se concede el hecho.Entonces la cuestión y el juicio son una misma cosa,de esta manera:  ¿se ha hecho o no se ha hecho? Cuantossean los estados de la causa, otras tantas habrán de

ser las cuestiones, razones, juicios y fundamentosque se busquen. Hallado todo esto, entonces escuando conviene considerar una por una las partesde la causa. Pues no porque una cosa se diga prime-ro, ha de dedicársele preferente atención, antes, si

deseas lograr enlace y vehemencia en el discurso,debes fundar el principio en lo que venga después.Cuando el juicio y todos los argumentos que ante-ceden al juicio estén artificiosamente elegidos, y concuidado y buena diligencia ponderados, entonces y sólo entonces debes ordenar las partes de la ora-ción.

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Estas son seis: exordio, narración, partición,

confirmación, reprensión, conclusión. hablaremosante todo del exordio, ya que es en orden la prime-ra.

El exordio es la parte del discurso que prepara elánimo de los oyentes para todo lo restante, hacién-dolos benévolos, atentos y dóciles. Para componerun buen exordio es necesario atender mucho al gé-nero de la causa. Los géneros de las causas son cin-co: honesto, admirable, humilde, dudoso, oscuro.En el género honesto, el ánimo de los oyentes es yafavorable al orador. En el admirable, el auditorio está

muy ajeno de lo que va a oír. En el humilde, prestapoca atención y lo estima de poca importancia. Enel dudosa, o lo es el juicio, o la causa participa de ho-nesto y de torpe, fluctuando el ánimo del oyenteentre benevolencia y ofensa. En el oscuro, o son

tardos los oyentes, o la causa está enlazada con ne-gocios difíciles de desembrollar. Siendo tan diversoslos géneros de las causas, no se puede comenzar entodas de la misma manera. El exordio puede ser dedos maneras: principio e insinuación: Principio sellama el exordio cuando clara y descubiertamente sepropone hacer al auditorio benévolo, atento, y dócil.

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Insinuación, cuando disimuladamente y por rodeos va

dominando la voluntad de los oyentes.En el género admirable, si los oyentes no sondel todo contrarios, se puede captar su voluntad conel principio. Si están prevenidos hostilmente, acu-damos a la insinuación. Cuando de hombres airadosse solicita a cara descubierta paz y benevolencia, nose consigue, antes crece y se inflama el odio. En elgénero humilde, para evitar el desprecio, es necesariogranjearse la atención del auditorio. Cuando el juicioes dudoso, conviene empezar por el juicio mismo. Sila causa participa de lo honesto y de lo torpe, hay 

que ganarse la benevolencia, trasladando el litigio algénero honesto. Si la causa es honesta, puede omi-tirse el principio, y empezar por la narración, o porla ley, o por alguna razón firmísima en apoyo denuestro dicho; pero si se quiere exordio, puede pe-

dirse benevolencia, acrecentando así la que ya tienenlos oyentes.

En el género dudoso hay que hacer dóciles a losoyentes con el principio. Ahora mostraré con qué ra-zones pueden producirse estos efectos.

La benevolencia puede nacer o de nuestra per-sona, o de la de los adversarios, o de la de los jue-ces, o de la misma causa. De la nuestra, cuando

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hablaremos sin arrogancia de nuestros méritos Y 

servicios, o destruimos las acusaciones y sospechasinjuriosas que contra nosotros pueda haber, o ex-ponemos los peligros y dificultades que amenazan,o usamos de humildes ruegos y súplicas. De los ad-

  versarios, si conseguimos hacerlos odiosos o des-preciables, o excitar contra ellos la envidia. Recaeráen ellos el odio público, si contamos algún hechosuyo cruel, inmundo, malicioso, o alguna muestra desoberbia: la envidia, si ponderamos su poder, fuer-zas, riquezas, linaje, dinero o el uso arrogante e in-tolerable que de tales ventajas hacen, creyéndose

más seguro con ellas que con la justicia de su causa.Los haremos despreciables, pintando su inercia, de-sidia, flojedad y lujo.

Puede captarse la benevolencia por parte de losoyentes, elogiando su fortaleza, sabiduría y clemen-

cia (sin que tampoco se vea muy clara la adulación),y mostrando cuanta y cuán fundada es la esperanzaque en su justicia se tiene. Del asunto mismo puedenacer la benevolencia, si alabamos nuestra causa y deprimimos la de los adversarios.

 Atentos haremos a los oyentes, prometiendo co-sas nuevas, grandes, increíbles, que digan relación yaal bien común, ya a los que oyen, ya a algunos

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hombres ilustres, ya a los dioses inmortales, y anun-

ciando además que seremos breves y claros en lademostración de nuestra causa y en la exposicióndel juicio, o de los juicios, si fueren varios. Noscaptaremos la docilidad al mismo tiempo que la aten- 

ción, con hacer un breve y sencillo resumen de lacontroversia.

 Ahora diré cómo han de tratarse las insinuaciones.

Usaremos de la insinuación cuando la causa pertenez-ca al género admirable, y esté prevenido en contra elánimo del auditorio. Lo cual puede proceder de trescausas: o de que haya en el asunto mismo algo de

torpe y antipático, o del efecto persuasivo que ha-yan hecho antes otros oradores, o del cansancio delos oyentes y lo tardío de la hora: cosa que influyeno poco en perjuicio del orador.

Si la odiosidad está en la causa, al lado de aquel

hombre a quien el pueblo aborrezca se ha de citarotro a quien ame: al lado de la cosa que le ofenda,otra que le agrado, para que pase así el ánimo deloyente de lo que odia a lo que ama, y disimule la de-fensa que quieres hacer, Entra poco a poco en ésta,diciendo ante todo que también a ti te parecen ma-llas cosas que indignan a los adversarios. Y cuandoya tengas amansados a quienes te oigan, demuéstra-

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les que ninguna  de aquellas odiosidades tiene que

 ver contigo; di que no afirmarás de tus adversariostal o tal cosa: para que así, sin herirlos de frente, va-yas enajenando de ellos, en cuanto puedas, la vo-luntad de los oyentes. Cita además alguna autoridadde caso análogo, algún ejemplo digno de imitación,añadiendo que ahora se trata de una cuestión se-mejante, o mayor o menor, según sea.

Si el auditorio está prevenido por los discursosdel contrario (lo cual te será fácil de conocer si tefijas en las cosas que hayan dicho), conviene anun-ciar, o que tratarás primero de lo que los adversarios

hayan tenido por más firme, o de lo que más hayaconvencido a los oyentes, o empezar por algún di-cho del adversario, sobre todo de los últimos, o de-cir, entre duda y admiración, que no sabes a qué res-ponder primero; pues es cosa probada que el oyen-

te, cuando ve preparado fortísimamente para la de-fensa a aquel a quien juzgaba vencido por lasrazones del adversario, las más de las veces no loachaca a temeraria confianza, sino que desconfía desu anterior juicio. Si el contrario ha estado largo y fatigoso en su oración, anuncia que tú no le imita-rás; que serás más breve de lo que te proponías. Si elasunto lo consiente, podrás empezar con alguna co-

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sa nueva, inusitada o ridícula, ora la improvises en-

tonces, ora la traigas preparada, vg., un apólogo,una fábula, cualquiera burla; y si no fuere ocasión degracejos, alguna novedad triste y horrible, que in-funda suspensión y pavor. Pues así como el fastidioy la saciedad en la comida se remedian con dulces ocon amargos, así el ánimo, cansado de oír, se templade nuevo con la admiración y con la risa.

He hablado separadamente del principio y de lainsinuación. Ahora pondré con brevedad las reglascomunes a los dos. Debe tener el exordio muchagravedad y sentencias, como que es la parte del dis-

curso que recomienda más al orador en el ánimo deloyente; pero no mucho esplendor, gracia y aliño,porque el excesivo aparato y diligencia hace sospe-choso al orador y le quita autoridad.

Los vicios que más conviene evitar en el exor-

dio, son que sea vulgar, común, indiferente, largo,separado, trasladado o contra los preceptos. Vulgares el que puede convenir a muchas causas. Común,el que puede aplicarse lo mismo a una parte de lacausa que a la contraria. Indiferente o conmutable, el quecon leve modificación puede ser aprovechado por eladversario. Largo, el que tiene excesivo número depalabras o sentencias. Separado, el que no se toma de

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la misma causa ni es un miembro anejo a la oración.

Trasladado, el que sale del propósito de la causa, vg.,si se quiere hacer al auditorio dócil cuando convienehacerle benévolo, o si se usa del principio cuandodebe usarse de la insinuación. Todo esto es contra lospreceptos, porque no produce ninguno de losefectos del exordio; no hace a los oyentes benévo-los, atentos y dóciles, o (lo que todavía es peor) lospreviene en contra.

Basta del exordio.Narración es la exposición de los hechos como

fueron o como debieron ser. Tres géneros hay de

narraciones. Uno en que se contiene la misma causay todo el fundamento de la controversia. Otro enque se mezcla alguna digresión fuera de la causa, ode acriminación, o de similitud, o de amplificación y ornato no ajena del principal asunto. El tercer géne-

ro nada tiene que ver con las causas civiles: viene aser un ejercicio, no inútil, de estilo. Sus partes sondos: una versa sobre los negocios; otra sobre laspersonas. La exposición de los negocios abraza trespartes: fábula, historia, argumento. Ea la fábula nose cuentan cosas verdaderas ni Verosímiles, vg.:

 Aladas, ingentes culebras,Sujetas al yugo.....

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Son asunto de la historia  los hechos pasados le-

janos de nuestra edad, vg.: Apio declaró la guerra alos Cartagineses. Argumento es una cosa fingida, peroque pudo suceder, como en este ejemplo de Teren-cio:

Pues éste, después que salió de la juventud, ¡ohSosia!

La narración que versa sobre las personas esaquella en que se hace hablar a las personas mismasy se muestran sus caracteres,vg:

Muchas veces vino a mí clamando: «¿Qué haces,Micio?

¿Por qué hechas a perder a este joven, por quése enamora, Por qué bebe? ¿Por qué lo aconsejasestas cosas?

Le dejas vestir con demasiado lujo: eres muy ne-cio. -Y tú eres más duro de lo que es razón.» -En

estas narraciones debe haber mucha gracia, nacidade la variedad de objetos, de la desemejanza de ca-racteres, de la gravedad, mansedumbre, esperanza,miedo, sospecha, deseo, disimulación, error, miseri-cordia, mudanza de fortuna, inesperadas calamida-des, súbita alegría, feliz resultado. De estos adornostrataré luego al hablar de la elocución. Ahora con-

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 viene decir de la narración dónde se expone la cau-

sa.  Tres cualidades ha de tener: que sea breve, clara y 

 probable. Breve será si se toma el principio de dondese debe, y no de lo último, y si no se enumeran laspartes de un objeto cuando es necesario decir el to-do (pues muchas veces basta decir que una cosa sehizo sin explicar cómo se hizo); si no te dilatas en elnarrar más de lo que sea suficiente para clara inteli-gencia; si no pasas de un asunto a otro; si exponesde tal manera, que de lo que dices se deduzca lo queomites; si pasas en silencio, no sólo lo que te perju-

dica, sino lo que ni te ayuda a ti te favorece; si norepites las cosas más de una vez, ni te recalcas sobreuna misma circunstancia. A algunos les engaña labrevedad, y creyendo ser concisos, son muy pesa-dos; ponen todo su estudio en .decir muchas cosas

en pocas palabras, y no en decir pocas cosas, ni másni menos de las justas. Paréceles que hablan conbrevedad cuando dicen, por ejemplo: «Me acerqué ala casa, llamé al niño; me respondió: le pregunté porel atrio, y me dijo que no estaba en casa.» Y aunquetantas cosas no podían decirse en menos palabras,como bastaba decir «me respondió que no estaba encasa», todo lo demás sobra. Hemos de evitar con

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igual cuidado la abundancia superflua de cosas y la

de palabras.Clara será la narración si se expone primero loque primero sucedió, y se guarda el orden de lugar y de tiempo, contando las cosas corno fueron o pu-dieron ser. Nada se ha de decir confusa ni embro-lladamente, ni saltar de un hecho a otro, ni empezarpor el último, ni atropellar el fin, ni omitir nada delo que convenga a la causa. En una palabra, se hande aplicar todos los preceptos que dimos para labrevedad; pues a veces se entiende peor una cosapor lo largo que por lo oscuro de la narración. Se ha

de usar de palabras claras, como veremos en lospreceptos de la elocución.

Probable  será la narración si en ella aparecenaquellas cosas que suelen aparecer ea la realidad; sise guarda la dignidad de las personas; si se dicen las

causas de los hechos, y la ocasión, y el tiempo, y elespacio, y la oportunidad; si se ajusta la cosa narradaa la índole, de los que se suponen autores, o al ru-mor del vulgo o a la opinión de los que oyen.

No se ha de interponer la narración cuando es-torbe o sea: inútil, ni se ha de narrar inoportuna-mente, o de un modo que no convenga a la causa.Perjudica la narración cuando puede ofender a los

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oyentes: en este caso vale más argumentar y hacer la

defensa sin exponer directamente. Para esto se irádesmembrando el hecho en las distintas partes de lacausa, fortificándolas bien con razones, para que allado de la herida vaya la medicina, y el odio se miti-gue con la defensa. Es inútil la exposición cuando,hecha ya por los adversarios, no nos conviene repe-tirla ni hacerla de otro modo, o cuando los oyentesestán perfectamente enterados de todo. Será ino-portuna la narración cuando no esté colocada en ellugar de la oración donde debe estar: de esto ya ha-blaremos al tratar de la disposición. Se narra de un

modo no conveniente a la causa cuando se exponeclara y perspicuamente lo que favorece al adversario,y con oscuridad y desaliño lo que a nosotros nosayuda. Para evitar este inconveniente, todo se ha dereferir al interés de la propia causa, pasando en si-

lencio todos los hechos desfavorables que puedanbuenamente omitirse, tocando levemente los que nose omitan, y esforzando con mucha precisión todolo favorable.

Hablemos ahora de la división.La buena partición hace ilustre y perspicua toda

la arenga. Dos son sus partes: ambas muy útiles, pa-ra abrir la causa y fijar la controversia. Una de las

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partes consiste en mostrar en qué convenimos con

el adversario, y en qué diferimos: con lo cual se daya al oyente un punto de atención preciso. En la se-gunda parte se anuncia brevemente lo que vamos adecir, logrando así que el auditorio lo tenga presenteen la memoria.

En la primera partición debe torcerse a prove-cho propio aquello en que se conviene con los ad-

 versarios: vg., convenirnos en que la madre ha sidomuerta por el hijo: o dirá el contrario: «convenimosen que Agamenón ha sido muerto por Clitenmes-tra.» Aquí uno y otro pusieron aquello en que con-

  venían, pero atendiendo a la vez al interés de sucausa. Lo que está en controversia ha de ponerse enla exposición del juicio, para cuya invención dimosya reglas.

La segunda partición, que divide y distribuye las

cosas que han de decirse, ha de ser breve, completay sobria. Breve, cuando no se usan más palabras quelas necesarias. Esto es tanto más necesario, cuantoque en esta parte del discurso ha de tenerse suspen-sa la atención del auditorio con las cosas mismas y con las partes de la causa, no con palabras ni extra-ños ornamentos. Completa, cuando abraza todas laspartes de la causa de que vamos a hablar, sin omitir

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nada útil, ni dejarlo fuera de la división para volver a

ello luego: cosa viciosísima e inelegante. La sobrie-dad se guardará, poniendo los géneros sin mezclar-los con las partes., Género es el que abraza muchaspartes, vg., animal. Parte la que está comprendida enel género, vg., caballo. A   veces una misma cosa esgénero y especie. El hombre es especie respecto delanimal: género respecto del Tebano o del Troyano.

Esta prescripción es tanto más importante,cuanto que bien entendida la división general, enella van incluidas las especies. Si uno dice: mostraréque por el apetito, audacia y avaricia de los adversa-

rios, han venido todas estas calamidades a la Repú-blica,» mezclará las partes y el todo. El género detodas las liviandades es el apetito: la audacia y la ava-ricia no son más que especies. Evita, pues, el poneral lado del género, y como cosa distinta, una parte

de él. Y si algún género comprende muchas espe-cies, puedes exponerlo en general en la primera divi-sión, y hacer las divisiones secundarias cuandollegues a tratar de aquel asunto en el cuerpo de lacausa. No hemos de anunciar tampoco que proba-remos mas de lo que es necesario probar, verbi gra-cia: «mostraré que los adversarios han podido haceresto, y lo han querido y lo han hecho.» Con probar

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que lo han hecho, basta. Cuando la causa es simple

y no cabe división, lo cual rarísima vez acontece, esexcusada esta parte del discurso. Otros preceptoshay sobre las particiones, pero no tocan al arteoratoria, sino a la filosofía, de la cual hemos tomadotambién los que van expuestos por no encontrarlosen las demás artes.

En todo el discurso deben observarse estas re-glas, tratándose las cosas por el orden en que se ha-yan enunciado, y pasando después a la peroración,de suerte que nada nuevo se introduzca, fuera delepílogo. Una breve y excedente división nos pre-

senta Terencio en el  Andria, en boca del viejo quedice al liberto:

De esta suerte sabrás la vida de mi hijo y mi propósito.

Y lo que quiero hacer en este asunto.

 Y como lo anuncia en la partición, así lo narra:primero la vida de su hijo:

Después que éste salió de la pubertad, oh Sosia, Tuvo

más libertad en su vida.

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Después cuenta su propósito: «Ahora estoy  em- 

  peñado en esto.» finalmente, dice la que quiere quehaga Sosia: Lo que te pido es esto.

 Así como éste comenzó por la parte primera, y acabadas todas puso fin a su razonamiento, así quie-ro que lo haga el orador, pasando desde las partes alepilogo. Tratemos ahora de la confirmación, comoel orden natural lo pide.

En la confirmación, damos por medio de los ar-gumentos fe, autoridad y fuerza a nuestra causa. Suspreceptos son varios, según las causas. No me pare-ce inoportuno presentar primero una como selva o

materia universal, mezclada y confusa, de argu-mentos, fijándome después en los que pertenecen acada género de causas. Todos los argumentos setoman o de las personas o de los negocios. Los atri-butos de las personas son: nombre, naturaleza, gé-

nero de vida, fortuna, hábito, afectos, aficiones,consejos, hechos, casos, razonamientos.

 Nombre  es el propio vocablo con que designa-mos a cada persona. La naturaleza en sí es difícil de-finirla, pero fácil enumerar sus partes: mortal oinmortal, hombre o bestia: varón o mujer, griego obárbaro, ateniense o lacedemonio: niño, adolescen-te, de edad madura o viejo: según el sexo, la nación,

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la patria, el linaje, etc. Pueden considerarse también

las ventajas o desventajas naturales de alma y decuerpo: fuerte o débil: alto o bajo: hermoso o de-forme: veloz o tardo: agudo o torpe: memorioso uolvidadizo, cortés, oficioso, modesto, tolerante o alrevés. Las cualidades que dependen de la voluntadpertenecen al hábito.

En el modo de vida, hemos de, considerar conquién, cómo y bajo la dirección de quién ha sidoeducado; qué maestros de artes liberales ha tenido,qué preceptores, qué amigos, en qué negocio, in-dustria o arte se ha ocupado, cómo administra sus

bienes, cuál es su régimen doméstico. En la  fortuna,preguntaremos si es libre o siervo, opulento o po-bre, particular u hombre de gobierno, si tiene poder,cómo lo ejercita, justa o injustamente; si es feliz y esclarecido o al contrario; si tiene hijos y cuáles. Si

se trata de un difunto, hemos de considerar ademásde qué muerte ha fallecido.

Llamamos hábito a una constante y absoluta per-fección, en alguna cualidad, del ánimo o del cuerpo:

  vg., una virtud, una arte, una ciencia, o algún biencorporal adquirido por industria y trabajo propio.La  pasión  es alguna mudanza súbita del alma o decuerpo; vg., alegría, miedo, deseo, molestia, enfer-

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medad, debilidad, y otras del mismo linaje. Estudio

es una asidua y vehemente aplicación del ánimo,con deleite grande, a alguna cosa, vg., a la filosofía,poesía, gramática, literatura. Propósito es la determi-nada voluntad de hacer o no hacer alguna cosa. Loshechos, los acaecimientos fortuitos y los  razonamientos sehan de considerar en tres tiempos: 1.°, qué hizo, oqué le sucedió, o qué le dijo; 2.°, qué hace, qué lesucede, qué dice; 3.°, qué hará, qué ha de sucederle,qué dirá. Esto es lo que atribuimos a las personas.

Las cosas que atribuimos a los negocios, parteson del negocio mismo, parte de la gestión del ne-

gocio, parte añadidas al negocio, parte subsiguientesal negocio. Las primeras no se pueden separar delasunto mismo, y son: 1.°, un breve resumen del he-cho, vg., parricidio, traición a la patria; 2.°, la causa delhecho; 3.°, los antecedentes; 4.°, las circunstancias

de la acción: 5.°, las consecuencias.En la gestión del negocio hay que inquirir el lu-

gar, tiempo, modo, ocasión, facultad. El lugar, encuanto pudo ser oportuno para consumar el hecho,por su magnitud, distancia, lejanía, proximidad, so-ledad, celebridad, por su naturaleza misma o por loslugares que le cercan. Si es santo o profano, público

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o privado, ajeno o de aquel a quien el hecho se atri-

buye, o si le ha pertenecido en algún tiempo.El tiempo de que ahora tratamos (pues no es fácildar una definición general) es una parte de la eterni-dad, con distinción precisa de año, mes, día o no-che. Abraza, pues, los hechos pasados, aún aquellosque por la lejanía y oscuridad parecen increíbles y fabulosos; los que están consignados en monu-mentos de segura fe; los que pasaron hace poco y son de notoriedad pública; los presentes, los queamenazan o están próximos a suceder; los futuros,distinguiendo en estos últimos los cercanos y los

remotos. Conviene siempre medir con la duración elhecho, y ver si en aquel espacio del tiempo han po-dido suceder tantas cosas o una de tal importancia.Considérese el año, el mes, el día, la noche, la vigilia,la hora, etc.

Ocasión es la parte del tiempo oportuna para ha-cer o dejar de hacer alguna cosa. Genéricamenteentra en la categoría de tiempo, pero en éste se atien-de sólo al espacio, en la ocasión a  la oportunidad. Sedivide en pública, común, singular. Pública  la que seextiende a una ciudad entera, vg.: unos juegos, undía de fiesta, una guerra. Común la que se presenta atodos en el mismo tiempo, como la siega, la vendi-

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mia, el calor, él frío. Singular  la que se ofrece a algu-

no por causas privadas, vg.: bodas, sacrificios,muerte, convite, sueño. En el modo inquirimos cómose ha hecho una cosa, y con qué intención. Suspartes son   prudencia e   imprudencia. La razón de pru-dencia se funda en si lo ha hecho pública u oculta-mente, por fuerza o persuasión. La imprudenciapuede nacer de ignorancia, casualidad, necesidad, ode alguna pasión, como la molestia, la iracundia, elamor, etc.

Facultades son los medios de hacer fácilmente, osin los cuales no se puede hacer, una cosa.

Los adjuntos al negocio pueden ser mayores queel mismo negocio, o menores, o semejantes, o igua-les, o contrarios, o diversos, o género, o parte, oevento.

Lo más, lo menos y lo igual se estiman por la

importancia, el número y la calidad del asunto, co-mo por la estatura del cuerpo. Lo semejante  se juzgapor comparación, Lo contrario está puesto en génerodiverso de lo que se disputa; así, el calor es contrariodel frío, y la vida de la muerte. Desemejante es  lo quese separa de otra cosa por oposición de negación;por ejemplo, el saber y el no saber. Género es el queabraza algunas partes, como el a petito.

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Parte la abrazada por el género, como el amor, la

avari cia. Evento es el resultado de algún negocio. Enél suele preguntarse: qué ha resultado, qué resulta, y qué resultará.

Para conocer lo que ha de resultar, no hay másque atender a lo que de ordinario sucede; así, de laarrogancia nace el odio, de la insolencia la arrogan-cia.

La cuarta categoría que atribuimos a los nego-cios es la consecución: en ésta tratamos de averiguar loque sucedió después del hecho. Primero: cómo hade llamarse el hecho. Segundo: quiénes son los au-

tores o inventores del hecho, quiénes los testigos y los émulos, y qué grado de autoridad merecen. Ter-cero: qué ley, costumbre, acción, juicio, ciencia oartificio es aplicable a aquel hecho. Cuarto: si el he-cho es de los comunes y frecuentes, o por el con-

trario sucede rara vez. Quinto: si el juicio de loshombres suele aprobar semejante acción o conde-narla. Ultimamente, ha de atenderse a las conse-cuencias naturales de las cosas que llamamoshonestas o justas: de lo cual hablaré al tratar del gé-nero deliberativo.

  Toda argumentación tomada de estos lugaresdeberá ser, o probable o necesaria. Para decirlo bre-

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 vemente, es la argumentación un razonamiento que

demuestra alguna cosa como necesaria o como pro-bable. La demostración necesaria recae sobre cosasque no pudieron ser ni pueden probarse de otramanera que como el orador las prueba, vg.: si  parió,

tuvo ayuntamiento con varón. Este modo de argumentarpuede ser por complexión, por enumeración o por simpleconclusión.

En la complexión  no puedo aceptar el contrarioninguno, de los dos términos, vg.: «Si es malo, ¿porqué lo tratas? y si es bueno, ¿por qué lo acusas?» Enla enumeración, después de enumeradas y rechazadas

muchas cosas, queda una sola como necesaria, así porejemplo: «Necesario es que el asesinato haya sido opor causa de enemistad, o por miedo, o por espe-ranza, o por favorecer a un amigo; si ninguna deestas causas hubo, el autor del homicidio no es este

acusado, porque nadie hace el mal sin causa: ahorabien, no hubo enemistades, ni temor, ni esperanzade ningún bien que por tal crimen hubiera de venir-le, ni esa muerte importaba nada a ninguno de susamigos: luego no fue él el homicida.» La conclusiónsimple resulta de una consecuencia necesaria, vg.:«Cuando vosotros decís que yo hice eso, estaba alotro lado del mar:

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por tanto no solo no lo hice, sino que ni siquiera

pude hacerlo.» ha de procurarse con diligencia queeste modo de argumentar no admita refutación, y que la confirmación no tenga sólo apariencia de argu-mentos y semejanza de necesaria conclusión, sinoque la misma argumentación esté fundada en razo-nes necesarias.

Probable es lo que suele acaecer ordinariamente,o lo que está en la opinión común, o lo que tiene ensí alguna verosimilitud, aunque sea falso. Ejemplode lo primero: «Si es madre, ama a su hijo; si es ava-ro, no cumple sus juramentos.» Ejemplos de cosas

que están en la opinión común: «Para los impíoshay penas en el infierno»; «los que se dedican a lafilosofía no creen que hay dioses.»

La semejanza puede ser en las cosas contrarias,en las iguales o en las que caen bajo la misma razón.

En las contrarias, vg.: «Así como se ha de perdonara los que ofendieron por imprudencia, así no es deagradecer el servicio hecho por necesidad.»  A  pari: 

«Así como el lugar sin puerto no es seguro para lasnaves, el ánimo sin fe no puede ser estable para losamigos.» Ejemplos de cosas que caen bajo la mismarazón: «Si a los Rodios no les es deshonroso alquilarel portazgo, tampoco a Hermacreonte tomarlo en

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arriendo.» Estas cosas son, ya verdaderas, vg.: «la

cicatriz muestra que hubo herida;» ya verosímiles,por ejemplo: «el polvo de su calzado muestra que  viene de camino.» Todo argumento probable es, osigno, o creíble, o juzgado o comparable.

Signo es lo que cae bajo algún sentido y significaalgo que parece nacido de él mismo, ora haya sidoantes del asunto, ora después, ora al mismo tiempo,aunque necesite de testimonio y más grave confir-mación, vg., la sangre, la fuga, la palidez, el polvo,etc. Creíble es lo que, sin ningún testigo, es admitidopor el oyente, vg.: «Nadie hay que no desee que sus

hijos estén salvos y felices.» Juzgado es lo que secomprueba por asenso, autoridad o juicio de algu-nos. Se divide en tres géneros: religioso, común, apro- 

bado. Religioso es lo que está autorizado por losmagistrados y las leyes. Común, lo que todas las

gentes aprueban y siguen, vg.: «Levantarse delantede los mayores», «compadecerse de los suplicantes.»

 Aprobado, lo que los hombres han establecido porsu autoridad, en caso dudoso, como el hecho deGraco (padre), a quien el pueblo romano, por nohaber hecho, durante su censura, cosa alguna sinconocimiento de su colega, hizo cónsul después.

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Comparable, es lo que en cosas diversas contiene

alguna razón semejante. Sus partes son tres: imagen,comparación, ejemplo. Imagen, es el discurso quedemuestra alguna semejanza de cuerpos o naturale-zas. En la comparación  se cotejan dos cosas, unacon otra. El ejemplo confirma o fortifica una cosapor autoridad o caso semejante. Al tratar de los pre-ceptos de la elocución dará ejemplos y descripcionesde cada una de estas formas.

Por lo que toca a las fuentes de la confirmación,creo haberlas dicho con claridad, en cuanto mi in-genio y la materia lo consienten. Cómo ha de tratar-

se cada estado de la causa, y cada parte del estado, y toda controversia, ya esté fundada en razón, ya enescrito, y qué argumentos convienen a cada causa,lo diré en el segundo libro, cuando escriba en parti-cular de cada género. Ahora baste apuntar en gene-

ral los números, modos y partes de laargumentación. De todos estos lugares podrá sacar-se la argumentación. Una vez hallada, es forzosoornarla y dividirla; artificio olvidado por muchospreceptistas. Debo tratar aquí de ello, para que a lainvención del argumento se una el esmero en la eje-cución. Materia es ésta digna de ser considerada contoda atención, aunque difícil de sujetar a reglas.

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 Toda argumentación se ha de tratar o por induc- 

ción o por raciocinio. La inducción mueve el asenso delos oyentes en cosas que no admiten duda, y aun enlo dudoso, valiéndose de la semejanza. Véase, porejemplo, esta demostración de Sócrates (en el So-crático Esquines) hablando Aspasia con la mujer deXenofonte y con Xenofonte mismo. «Dime, mujerde Xenofonte, si tu vecina tiene más oro que tú,¿preferirías el tuyo o el de tu vecina? - El suyo,contesta.-¿Y si tiene mejores vestidos y adornosmujeriles de más precio, querrás los tuyos o los deella?-Los suyos.-¿Y si tiene mejor marido que el tu-

yo?» Aquí la mujer se quedó cortada. Entonces As-pasia dirigió la palabra a Xenofonte. «Dime, si tu

 vecino tiene mejor caballo que el tuyo, ¿cuál preferi-rás? El suyo ciertamente.-¿Y si tiene una heredadmejor que la tuya?-La de él, si fuera mejor -¿Y si

tiene una mujer mejor que la tuya?» Aquí Xenofontese quedó callado. Y dijo Aspasia: «Puesto que nin-guno de los dos me contesta a aquello que yo queríasaber, diré lo que uno y otro pensáis. Tú, mujer,quisieras tener el mejor marido, y tú Xenofonte, lamás excelente mujer. Y mientras no consiguieraisrespectivamente que no hubiera mejor marido o

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mejor esposa en la tierra, siempre desearíais más que

lo que antes teniais por mejor y más perfecto.»Habiendo logrado así el asenso en cosas que noadmitían duda, fácil fue por analogía concederaquello que presentado por si solo, hubiera parecidodudoso. De este género de interrogación usó muchoSócrates, porque no quería persuadir nada directa-mente, sino deducirlo de las palabras de aquel conquien disputaba para que éste no pudiera menos deaprobar lo que ya antes había concedido.

En este modo de argumento ha de procurarseante todo que lo que inducimos por similitud sea

preciso concederlo. Pues cuando pedimos que senos conceda lo dudoso, no conviene que ofrezcaduda aquello que inducimos. Se ha de procurarademás que aquello por cuya causa se hace la induc-ción sea semejante a aquellas cosas que hayamos in-

ducido antes como no problemáticas. Poco valdráque antes nos concedan algo, si después no se hallasimilitud entre lo concedido y el motivo de la con-cesión. No conviene tampoco que entienda a pri-mera vista el oyente adónde van a parar aquellasinducciones. Pues el que conoce que asintiendo a loque primero se le pregunta tiene que conceder luegonecesariamente una cosa que le desagrada, con no

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responder o responder mal, ataja la interrogación.

El interrogado debe ser conducido, sin que él lo vea,de lo que concede a lo que no quiere conceder.Al fin ha de callarse, o conceder o negar. Si nie-

ga, no hay sino mostrarle la similitud de las proposi-ciones que antes ha concedido, o usar de otrainducción. Si concede, cerrar la argumentación; si secalla, o arrancarle la respuesta, o tomar el silenciopor confesión, puesto que el que calla otorga. Estomodo de argumentar es triple. La primera parteconsta de una semejanza o de muchas. La segundaestriba en lo que deseamos probar, y por cuya causa

se traen las semejanzas. La tercera en la conclusiónque o confirma lo concedido o muestra las conse-cuencias de la concesión.

Paréceme conveniente poner algún ejemplo,tomado de causas civiles, para mayor claridad; no

porque los preceptos difieran, sino para satisfacer ala voluntad de algunos que quieren en todo caso verconfirmada la doctrina con la práctica. Veamos, porejemplo, aquella causa tan célebre entre los griegos,cuando Epaminondas, general de los Tebanos, noquiso entregar a su sucesor el ejército, y en los po-cos días que tuvo el mando contra ley, venció deltodo a los Lacedemonios. Podrá el acusador, que

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defienda la letra de la ley, decir así: «Oh jueces, si se

añadiese a la ley aquello que según Epaminondas essu verdadero sentido, quiero decir, la excepción si-guiente: «en el caso que la República peligre no seentregará el ejército,» ¿lo permitiríais? No, segúncreo. Y si vosotros (cosa muy lejana de vuestra jus-ticia y sabiduría) no más que por honrar a Epami-nondas, añadieseis esta cláusula a la ley, ¿loconsentirla el pueblo tebano? No, por cierto. Y si escosa ilícita añadir esta excepción a la ley, ¿os parece-rá bien el ponerla en práctica? Conozco vuestraprudencia: no os puede parecer bien, oh jueces. Y si

la voluntad del legislador no puede ser corregida nipor él, ni por vosotros, ved que es cosa mucho másindigna que esto se mude por capricho y sentencia

  vuestra, cuando en el texto de la ley no puede co-rregirse.»Baste ya de la inducción. Tratemos ahora

de la naturaleza del raciocinio.Raciocinio es una oración que deduce de la cosa

misma algo probable, lo cual expuesto y conocidopor si se corrobore con su propia fuerza y razones.Los que más atentamente consideraron este género,distinguieron un poco en cuanto a los preceptos.Unos dijeron que sus partes eran cinco, otros quetres. No me parece inoportuno exponer esta con-

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troversia con las razones de unos y otros. Es breve,

y toca a un asunto que de ninguna manera ha de de-satender el orador.Los que afirman que las partes son cinco, dicen

que primero conviene poner un resumen de la ar-gumentación, vg.: «Mejor se administran las cosascon buen consejo que a ciegas.» Esta razón ha deconfirmarse luego con variedad y copia de palabras,

  vg: «Una casa que se rige por la razón es siempremás rica y bien gobernada que .otra administradacon imprudencia. Un ejército, guiado por prudentey sabio general, es en todo más afortunado que otro

al que manda un general necio y temerario. Lomismo sucede en las naves: la que mejor cumple suderrota es la que tiene mejor piloto.»

  Aprobada ya la proposición, hacen consistir latercera parte del raciocinio en tomar, como conse-

cuencia de esa misma proposición, lo que se quierademostrar, verbigracia: «Pero ninguna cosa hay mejor regida que este universo mundo.»

En cuarto lugar ponen la confirmación de estapremisa, así: «Porque la aparición y puesta de losastros guardan un orden invariable, y los cambiosanuales no sólo se cumplen siempre del mismo mo-do y necesariamente, sino que se acomodan a la ge-

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neral utilidad de las cosas, lo mismo que las mudan-

zas del día y de la noche. Pruebas todas de que unasapientísima prudencia rige el mundo visible.»En quinto lugar ponen la complexión que, o infie-

re sólo lo que se deduce de las partes, vg.: «estemundo, por consiguiente, está regido por una Pro-

  videncia,» o habiendo conducido brevemente a untérmino la   proposición y la asunción, añade la conse-cuencia, vg.., «Las casas que se administran conprudencia están mejor regidas que las que se hacensin consejo. Es así que ninguna cosa está mejor re-gida que este mundo: luego una prudencia interior le

rige.»Los que afirman la partición triple no discuerdan

en lo esencial, sino en el número de las partes. Cre-en que ni la proposición ni la asunción 1 deben sepa-rarse de las pruebas, y no les parece proposición ni

la asunción  las que no están probadas. Pero en sus-tancia, las partes son las mismas, versando la dis-puta, no sobre la práctica, sino sobre la razón delprecepto.

 A mí me parece más cómoda la división quíntu-ple, admitida por casi todos desde Aristóteles y Teo-frasto. Pues así como el método interrogativo o por 1 Significa lo mismo que medio de la argumentación.

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inducción lo cultivaron especialmente Sócrates y los

socráticos, así el de deducción o raciocinio fue pre-dilecto de los Peripatéticos, sobre todo de Aristóte-les y Teofrasto, y luego de los más elegantes, y artificiosos retóricos. Ahora debo decir por qué pre-fiero esta división; pero será breve, porque el méto-do de enseñanza no permite otra cosa.

En algunos argumentos es superflua la prueba:basta con la proposición.  En otros, la proposiciónno tiene fuerza sin prueba. La prueba es, por tanto,cosa distinta de la proposición, puesto que puedeunirse a-o separarse de-ella. Inútil cosa es empeñar-

se en demostrar una proposición evidente, y quepor necesidad admiten todos, vg.: «Si el día que su-cedió en Roma la matanza yo estaba en Atenas, malpude tomar parte en la matanza.» No hay para quédemostrar una cosa tan clara. Lo que es preciso

probar es que aquel día estuve en Atenas. Si esto noconsta, necesita prueba. Aducida esta, se puede lle-gar a la conclusión: «luego no asistí a la matanza.»hay, pues, proposiciones que no necesitan aproba-ción. Cosa evidente es que otras la necesitan. Es,por tanto, la prueba algo distinta de la proposición:luego no son tres las partes del raciocinio.

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De la misma manera se demuestra que hay 

 Asunciones  que no necesitan prueba, al paso queotras la exigen. No necesitan prueba las que sonevidentes para todos. Pero si decimos, por ejemplo,«si el saber es útil, conviene dedicarse a la filosofía»esta proposición necesita prueba, puesto que no esevidente ni todos la aceptan. Muchos opinan que lafilosofía es inútil, y otros la tienen por dañosa. Porel contrario, la proposición «el saber es útil» es evi-dente en sí y no necesita prueba.

Falso es, pues, que la argumentación sea triple. También hay argumentaciones en que ni la pro-

posición ni el medio necesitan prueba. Pondré unejemplo: «Si la sabiduría debe buscarse, debe huirsede la ignorancia: es así, que la sabiduría debe buscar-se con sumo empeño: luego con sumo empeño de-be huirse de la ignorancia.» Aquí la proposición y el

medio son perspicuos y no necesitan prueba. La.prueba, por tanto, que puede unirse o dejar de unir-se a la proposición y al medio, es cosa distinta deellos, y tiene su fuerza propia y peculiar. Cinco son,pues, las partes de la argumentación por raciocinio.En la proposición se expone brevemente aquel lugarde donde conviene que emane toda la fuerza del ra-ciocinio. Prueba de la proposi ción, donde se hace

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probable y claro por razones lo que brevemente se

expuso. Medio. Prueba del medio, donde éste se con-firma con razones. Complexión, donde brevementese expone el término del raciocinio. La argumenta-ción más larga consta de cinco partes. Las hay decuatro, ,de tres, de dos (esta última es dudosa). Al-gunos sostienen que puede haber argumentaciónsimple o de una sola parte.

Daremos ejemplos de proposiciones evidentes y razones de las dudosas. La argumentación en cincopartes es así: «Todas las leyes, todas las sentenciasjudiciales han de referirse a utilidad común de la

República, o interpretarse por esta utilidad y no porla letra muerta.» «Nuestros mayores fueron de tal

  virtud y sabiduría, que en las leyes no se pro-pusieron otra cosa que la salud y utilidad de la Re-pública. Nada querían escribir que fuese contrario a

estos intereses, y si por error podía inferirse deltexto de la ley algún daño, teníanlo por no dicho.Nadie quiere que la ley se respete por ser ley, sinopor el bien de la República, ya que con las leyes serigen los Estados. Interpretemos, pues, las leyes, siqueremos ser útiles a la República, conforme al bieny utilidad de la misma República. Así como la medi-cina no debe servir para otra cosa sino para utilidad

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del cuerpo (por cuya causa fue inventada), así de las

leyes no ha de inferirse más que lo que conduzca alprocomun, por el cual se establecieron. Por tanto,no atendáis en este juicio a la letra de la ley, sinoajustad la ley a la utilidad de la República. ¿Qué cosamás útil para los Tebanos que vencer a los Laced-monios? ¿A qué debió atender Epaminondas, gene-ral de los Tebanos, sino a que los Tebanos

  venciesen? ¿Qué cosa debió serlo más cara que lagloria de los Tebanos y un tan ilustre y glorioso tro-feo? Olvidando las palabras de la ley, debía atendersólo a la mente del legislador, y considerar que toda

ley ha sido dada para bien de la República. Locuragrande juzgaba no interpretar en el sentido mas fa-

 vorable a la República, lo. que para bien de la Repú-blica había sido escrito. Acudió, por tanto, a lasalvación de la patria. Y ¿cómo pudo en el mismo

hecho salvar la patria y faltar a las leyes?»De cuatro partes consta la argumentación cuan-

do proponemos o asumimos sin prueba. Esto ha dehacerse cuando la proposición sea inteligible por simisma o el medio sea perspicuo y no necesite prue-ba. Ejemplo de argumentación cuádruple, en que laprueba de la proposición se omite: «Jueces que juz-gáis según ley, debéis obedecer las leyes. No podéis

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obedecer las leyes, sino cumpliendo lo que está es-

crito en ellas. ¿Qué testimonio pudo dejar de su  voluntad el legislador más cierto y seguro que suspropias palabras escritas con tanto esmero y diligen-cia? Si el texto no se conservase, procuraríamos bus-carle para conocer por é1 la voluntad del legislador;pero no toleraríamos a Epaminondas (aún cuandono estuviese sujeto a juicio) que él por si interpretasela ley. Mucho menos hemos de tolerar, cuando la ley existe, que se interprete no según suena, sino de lamanera que conviene a su causa. Y si vosotros, ohjueces, debéis obedecer las leyes y no podéis hacerlo

sino siguiendo lo que está escrito en la ley, ¿por quécausa no habéis de sentenciar a Epaminondas comoa infractor de ella?»

 Argumentación cuádruple sin prueba del medio:«No debemos dar crédito a los que muchas veces

nos engañan. Y si nos dejamos engañar, no tendre-mos razón para culpar a nadie sino a nosotros mis-mos. Dejarse engañar una vez es malo, dos esnecedad, tres vergüenza. Ahora bien: los Cartagine-ses nos han engañado repetidas veces: gran locuraserá confiar en la palabra de aquellos cuya perfidiaya hemos experimentado.»

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 Argumentación tripartita sin ninguna de las dos

pruebas: «O dejamos salvos a los Cartagineses paraperpetuo terror nuestro, o destruimos su ciudad. Esasí que no nos conviene esa amenaza constante:luego debemos destruir su ciudad.»

 Algunos dicen que en ciertos casos puede y debeprescindirse de la complexión cuando ésta se dedu-ce naturalmente. Entonces resulta una argumenta-ción bipartita, vg: «Si parió no es virgen: es así queparió.» Dicen que aquí basta .proponer y asumir, por-que la consecuencia es evidente y necesaria. Yo opi-no, sin embargo, que todo raciocinio debe cerrarse,

y para evitar el defecto que a ellos los desagrada,bastará no poner en la complexión aquello que seaevidente.

Para esto basta fijarse en los géneros de la com- 

 plexión. Pues o sacamos la consecuencia, llevando a

un mismo término la proposición y e1 medio, vg.:«Si todas las leyes han de referirse a utilidad de laRepública, y Epaminondas se hizo benemérito deella, mal pudo con una misma acción salvar la patriay desobedecer las leyes;» o procediendo por contra- 

riedad, v g.: «Gran locura es tener esperanza en laspalabras de aquellos que tantas veces nos engaña-ron;» o por necesidad: destruyamos , pues, a Cartago;» o

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por ilación subsiguiente y necesaria, por ejemplo: «Si

parió, tuvo ayuntamiento con su marido: es así queparió; luego tuvo ayuntamiento con su marido. Siniegas esto, tienes que conceder forzosamente quecometió adulterio. Así cierras la argumentación, hu-yendo de la complexión perspicua.

En las argumentaciones largas conviene concluirsegún lo alegado o al contrario de lo alegado: en lasbreves basta exponer la conclusión. En aquellasdonde el término es claro, es suficiente la conse-cuencia. Si alguien cree que la argumentación puedeconstar de una parte sola, podrá decir que muchas

 veces basta argumentar así: «Puesto que parió, tuvoayuntamiento con su marido»; pues no necesitaaprobación ni asunción, ni prueba del medio, ni com-plexión. Pero me parece que se engañan por la am-bigüedad del nombre. La argumentación significa

dos cosas: el medio probable y necesario para de-mostrar alguna cosa, y la artificiosa exornación delmismo medio. Cuando dicen, vg.: «puesto que pa-rió, tuvo ayuntamiento con su marido,» dicen elmedio hallado, no la exornación. Pero nosotros delas partes de esta exornación hablamos.

No hace, pues, al caso ese argumento, y con estadistinción podemos contestar a las demás objecio-

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nes que puedan hacerse a esta partición, diciendo

algunos que puede omitirse la asunción y otros laproposición. Si algo tiene el discurso de probable y necesario, claro es que ha de hacer efecto en el au-ditorio. Pero si solo fijásemos la atención en lo quese inventa y dice, y no en la manera como se dice y trata, ¿qué diferencia habría entre los grandes ora-dores y los medianos?

Mucho convendrá hacer la oración variada, por-que en todas las cosas la semejanza es madre de lasaciedad. Conseguirase esto no entrando siempre dela misma manera en la argumentación. Ante todo

conviene distinguir la oración en géneros, es decir,usar unas veces de la inducción y otras del racioci-nio. En la misma argumentación, no empezar siem-pre por la proposición, ni usar siempre de las cincopartes, ni exornar del mismo modo las divisiones,

sino que unas veces se puede comenzar por la asun- ción, otras por cualquiera de las dos pruebas, ora porentrambas, y usar ya de uno, ya de otro género decomplexión. Para que se comprenda cuán fácil esesto, basta hacer un ejercicio por escrito o aplicarestas reglas a cualquier ejemplo de los propuestos.

No se ha de creer que yo desconozco los mu-chos y oscuros artificios con que se tejen los argu-

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mentos en filosofía: de los cuales hay tratado espe-

cial. Pero creo que son impertinentes en la prácticaoratoria. Lo que a esta pertenece, no diré que lo heexpuesto mejor que los que me han precedido, perosí que lo he escrito con diligencia y cuidado. Vamosadelante.

Reprensión es la parte del discurso en que con ar-gumentos se destruye, debilita o aminora la confir-mación del adversario. Tiene las mismas fuentes deinvención que la confirmación, porque los mismoslugares que sirven para confirmar una cosa, sirvenpara refutarla. Nada se ha de considerar en estas in-

 venciones sino lo que atribuimos a las personas o alos negocios. Todo lo que he dicho sobre la inven-ción y exposición de los argumentos puede aplicarsea esta parte del discurso. Como precepto especial,diré los modos de reprensión: quien los observare,

fácilmente podrá destruir o debilitar las razonescontrarias.

 Toda argumentación se refuta, negando uno delos miembros de la prueba o muchos, o concedién-dolos y negando la consecuencia, o mostrando quees vicioso el género de argumentación, u oponiendoa una argumentación firme otra que lo sea igual-mente o más. Se niegan las premisas diciendo que

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no es creíble lo que por creíble se da, o que es de-

semejante lo que se trae como parecido, o que lasentencia no recae sobre un caso igual, o que deninguna suerte es válida la sentencia, o que no esindicio lo que el adversario da como tal, o repren-diendo la complexión en alguna de sus partes o enlas dos, o mostrando que es falsa la enumeración, osi la conclusión es simple, que contiene alguna fal-sedad. Pues todo lo que se toma para la argumenta-ción como probable o como necesario, ha detomarse de estos lugares, según antes vimos.

Lo que se da por creíble, podrá refutarse si es

claramente falso, vg :  «Nadie hay que no prefiera eldinero a la sabiduría.» o si por el contrario tiene algocreíble, por ejemplo: «¿Quién no es más codiciosode dignidades que de dinero?» o será del todo in-creíble, como si alguno conocido, claramente por

avaro, dijese que por causa de algún honor pequeñohabía despreciado una gran cantidad de dinero. o sise afirma como general y frecuente lo que sólo su-cede a algunos hombres y en determinados casos,

 vg: «Los que son pobres prefieren el dinero a la dig-nidad. » «El asesinato ha sido en un lugar desierto,porque ¿cómo es posible matar a un hombre enpoblado?» o si se niega rotundamente que pueda su-

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ceder lo que alguna vez, aunque rara, sucede. Así

Curio, defendiendo a Fulvio, dice: «Nadie puede a laprimera vista ni de pasada enamorarse.»Lo que se toma como indicio podrá impugnarse

con los mismos argumentos que sirven para con-firmarlo. Pues en el signo se ha de mostrar primeroque es verdad aquello de que se trata; después, quees el indicio propio de la cosa de que se trata, comola sangre, de la muerte; luego, que se ha hecho loque no convenía o que no se ha hecho lo que con-

 venía; y por fin, que el acusado ha conocido la ley y costumbre aplicable a la acción de que se trata. De

los atributos del signo trataré separadamente, al ha-blar del estado conjetural. En la refutación se habráde decir: o que no hay tal indicio, o que es pequeño,o que más bien favorece a nosotros que a los adver-sarios, o que es del todo falso, o que se puede apli-

car a otra sospecha.En lo comparable, donde se procede generalmente

por similitud, convendrá negar que los dos hechoscomparados sean semejantes, mostrando por elcontrario que difieren en género, naturaleza, fuerza,magnitud, tiempo, lugar, persona, opinión, y ha-ciendo ver el número y lugar que corresponde al he-cho que se trae por semejanza y a aquel por cuya

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causa se trae. Demuéstrese después en qué difieren

ambas cosas.Esta facultad de discernir es muy necesaria,cuando se ha de responder a un argumento de in-ducción. Cuando se introduce alguna autoridad decosa juzgada, se confirma principalmente con estoslugares: alabanza de los que juzgaron: semejanza delasunto que se discute y de aquel sobre el cual recayóla sentencia: afirmación de que ésta no fue repren-dida sino corroborada por el aplauso común: queaquella cuestión era más difícil y grande que ésta,etc.

Por lugares contrarios a ésta, puede impugnarse,siempre que la verdad o verosimilitud lo permita. Y se ha de procurar diligentemente que el juicio alega-do tenga algo que ver con el asunto, así como nopresentar cosa alguna en que haya habido tropiezo,

para que no parezca que se hace juicio del mismoque juzgó. Tampoco se ha de citar un juicio aisladoo raro, porque todo esto quita valor a la autoridad.

De esta manera podrá responderse a los argu-mentos probables.

Los que se traen como necesarios, si solo tienen laapariencia de necesidad, podrán impugnarse así: Lacomplexión que se impone necesariamente (cual-

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quiera de los dos términos que aceptes), si es verda-

dera, no sufre refutación; sí no lo es, puede ser des-truida de dos modos: por conversión, o pordebilitación de una de las partes. Por conversión, vg: 

Si tiene vergüenza, ¿por qué has de acusar al quees bueno?

 Y si no la tiene, ¿por qué acusar al que en nadaestima su honra?

El argumento quiere concluirte y obligarte aconfesar que, tenga vergüenza o no la tenga, no de-bo ser acusado. Se responde así por conversión: «  An-tes se lo debe acusar, porque si tiene vergüenza, no

estimará su honra en poco, y si no la tiene, debeacusárselo porque es malo.» Por debilitación de unade las partes: «Si tiene vergüenza, con la acusaciónse corregirá de su error»

La enumeración  será viciosa cuando se pase en

silencio algo que quisiéramos conceder o cuando seincluya en la enumeración un miembro inútil o débilque pueda aplicarse en sentido contrario, o que sindificultad pueda conceder el adversario. Ejemplo deomisión: «El caballo que tienes, o lo has comprado,o lo Posees por herencia, o te nació en casa, o lohas robado: es así que no lo compraste, ni te vienepor herencia, ni nació en tu casa, ni te lo han rega-

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lado; luego la robaste.» A esto se responde bien di-

ciendo que el caballo fue una presa que hiciste a losenemigos. La falta de este miembro debilita la enu-meración.

Puede contestarse de otra manera, esto es, di-ciendo lo contrario, por ejemplo, si se puede probarque el caballo vino por herencia. O si se puede con-ceder sin inconveniente alguno de los términos, porejemplo, cuando el adversario dice: «o has queridoponer asechanzas, o complacer al amigo, o te handejado llevar por la codicia,» puedes contestar quehas querido dar gusto al amigo.

La conclusión simple se refuta mostrando que loque se da como consecuencia no se deduce necesa-riamente de lo anterior. Por ejemplo son conse-cuencias necesarias estas: «si respira, vive;» «si es dedía, hay luz.» Pero puede demostrarse que no lo son

estas otras: «si es madre, ama a su hijo;» «si alguna  vez pecó, nunca se corregirá,» Este género y losdemás argumentos de necesidad y su refutación tie-nen mayor fuerza y alcance que lo que aquí expo-nemos; pero el conocimiento de esto artificio nopuede añadirse a ninguna parte de la oratoria en es-pecial, sino que ella por sí y separadamente requieralargo y difícil estudio, que quizá lo dedicaré yo en

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otra ocasión. Ahora baste con estos preceptos de la

Retórica, acomodados al uso oratorio. Con ellospodrá debilitarse cualquier argumento que no sequiera conceder.

Cuando se concede el argumento y se niega lacomplexión, ha de considerarse si se concluye unacosa y se dice otra, vg: si dice uno que ha estado enel ejército, el adversario podrá argumentar así: «Sihubieses ido al ejército te hubieran visto los tribu-nos militares: es así que no te vieron; luego no estu-

  viste en el ejército.» Aquí se ha de conceder laproposición y el medio, pero no la complexión,

porque se ha inferido otra cosa que lo que se debía.Para que mejor se comprendiera esto, pusimos

un ejemplo donde el vicio es grande y manifiesto;pero muchas veces se aprueba por verdadero un so-fisma oscuro, o por olvidarse de lo que se había

concedido antes, o por no dis tinguir una proposi-ción ambigua. Si el adversario quiere torcer en favorsuyo y acomodar a su intento una concesión tuya,tendrás que demostrarle que la consecuencia nace,no de lo que tú concediste, sino del medio que élusa, vg.: «Si necesitáis de dinero, no le tenéis; si nole tenéis, sois pobres: es así que necesitáis dinero,porque si le tuvieseis os dedicaríais al comercio: lue-

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go sois pobres.» A esto se contesta: «Cuando dijiste

si necesitáis dinero, no le tenéis,» yo entendía: «sitenéis escasez de dinero.... »  Y esto yo lo concedía.Cuando decías: «luego necesitáis dinero», yo enten-día «luego queréis tener más dinero.» De cuyas pro-posiciones no se deduce esta otra: «luego soispobres.» Pero sí se deduciría, si yo te hubiera con-cedido que «quien desea tener mas dinero, no tienedinero.»

Muchas veces cree el adversario que has olvida-do lo que concediste, y pone en la conclusión algoque realmente no se deduce, vg.: «Si la herencia rea-

cia en él, es verosímil que él le matara.» Aprobadoesto, se añade: «es así que en él reacia la herencia;luego él lo mató.» Esto no se deduce de las premi-sas. Se han de considerar, pues, atentamente estas y la conclusión. Se mostrará que es vicioso este gé-

nero de argumentación, o por algún defecto intrín-seco, o por no ser acomodado al propósito. Será

  vicioso en sí mismo cuando sea del todo falso, ocomún, o vulgar, o liviano, o remoto, o mal defini-do, o controvertible, o perspicuo, o no concedido, otorpe, u ofensivo, o contrario, o inconstante, o ad-

 verso.

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Falso es aquel en que hay evidente mentira, vg.:

«No puede ser sabio quien desprecia el dinero: es asíque Sócrates despreciaba el dinero; luego no era sa-bio.» Común   es el que lo mismo  puede servir a lacausa contraria que a la nuestra, vg.: «¡Oh jueces!hablé con brevedad, porque mi causa era verdade-ra.» Vulgar es el que una vez concedido, puede apli-carse a otra cosa no probable, vg.: «Si su causa nofuera justa, no se hubiera puesto en vuestras manos,¡oh jueces!» Liviano es el que se dice fuera de tiem-po, vg.: «Si lo hubiera pensado bien, no lo hubierahecho.». O el que intenta defender con leve excusa

una acción torpe, así: «Cuando todos estaban pen-dientes de tus labios en tu florentísimo reino, yo tedejé: ahora que todos te abandonan y estás en peli-gro grande, yo voy a restituirte en el solio.», Remoto

es el que prueba demasiado y está traído muy de le-

jos, vg.: «Si P. Scipión no hubiera casado a su hijacon Tiberio Graco, y de ella no hubiesen nacido losdos Gracos, no hubiera habido tantas sediciones.»Es absurdo atribuir a Scipión estos daños. Del mis-mo género es esta otra lamentación: «¡Ojalá nuncala segur hubiese cortado en el monte Pelión maderapara las naves.» Está traída la cosa de muy lejos. Mala definición es la que, o peca de común, vg.: «Sedi-

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cioso es aquel que es malo e inútil ciudadano,» pues

esto no se aplica sólo al sedicioso, sino al calumnia-dor o a cualquiera otro hombre malo; o es falsa deltodo, vg.: «La sabiduría es el arte de ganar dinero;» ose fija en circunstancias insignificantes y de pocaentidad, p. ej.: «La necedad es una inmensa ambi-ción de gloria.» Aquí no se define la necedad, sinouna parte de ella. Controvertible es el argumento du-doso que se trae para una causa dudosa, vg. : «¡Ea,tú! los dioses, que tienen poder para trastornar latierra y los infiernos, hacen entre sí paz y concor-dia.» Perspicuo es aquello en que no cabe controver-

sia, como si alguno, acusando a Orestes, pusieratodo su conato en probar que éste había matado asu madre. No concedido es lo que se da por probadocu ando todavía está en controversia, como si algu-no, acusando a Ulises, hiciera grande hincapié en

demostrar que era una vergüenza que un hombretan cobarde hubiera asesinado al fortísimo Ayax.

 Torpe es lo que por alguna circunstancia Inhonestadesdice o del hombre que habla, o del tiempo enque se dice, o de los oyentes, o del asunto de que setrata. Ofensivo lo que puede herir el ánimo del audi-torio, como si alguno, ante los caballeros romanos,celosos del derecho de juzgar, alabase la ley judicial

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de Cepión. Contrarío, es lo que se dice contra las ac-

ciones de los mismos que oyen, vg,.: si uno, hablan-do en presencia de Alejandro Magno contra algúnexpurgador de ciudades, dijera que nada hay máscruel que arrasar las ciudades, cuando precisamenteel mismo Alejandro asoló a Tébas. Inconstante  es elque se alega por el mismo orador y sobre el mismoasunto de distinto modo, vg., si se dice primero: «Elque, tiene virtud, no necesita de nada para vivirbien;» y añade después: «Sin buena salud nadie pue-de vivir bien;» o dice primero: «Yo ayudo a mi ami-go por benevolencia;» y después: «Le ayudo porque

espero de él algún beneficio.»Adverso es lo que enparte daña a la misma causa, vg., el ensalzar la fuer-za, número y fortuna de los enemigos cuando seexhorta a los soldados a entrar en batalla.

Si alguna parte de la argumentación no es aco-

modada al propósito, tendrá por fuerza uno de es-tos vicios: o promete mucho y demuestra poco, odebiendo probar el todo, prueba una parte sola, vg.:«Las mujeres son avaras, porque Eriphile vendió aprecio de oro la vida de su esposo;» o defiende loque nadie ataca, como si uno a quien se acusase deconcusión, se pusiera a probar que era muy esforza-do y valiente, como Anfión en Eurípídes, o como

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un personaje de Pacuvio, que para defender la músi-

ca hace el elogio de la sabiduría; o si se reprendenlas cosas por los vicios de los hombres, como si al-guno dijera mal de la ciencia por los vicios de algúnsabio; o si queriendo alabar a alguno se pondera sufelicidad y no su virtud; o si se comparan dos cosasde tal manera, que la una no resalte sino por el vitu-perio de la otra; o si se alaba la una sin decir nada dela otra; o si en vez de lo particular se trata de lo ge-neral, vg.: en una deliberación sobre si ha de hacerseo no la guerra, ponerse a hacer el panegírico de lapaz en vez de demostrar que aquella guerra no es

inútil; o si se dan razones falsas de las cosas, vg.: «Eldinero es un bien, porque hace feliz la vida;» o ra-zones débiles, como en este pasaje de Plauto; «Cas-tigar al amigo por sus fechorías es cosa mala, peroen estos tiempos útil y provechosa: yo castigaré hoy 

a mi amigo por sus malos hechos, con harto pesarmío, para que después no de oídos yo a la amistad, y lo perdono»; o esta otra: «Gran mal es la avaricia,porque a muchos los trae disgustos notables la codi-cia de dinero;» o si se alegan razones poco idóneas,

 vg.: «Gran bien es la amistad, porque en la amistadhay muchos placeres. »

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Cuarto modo de reprensión es aquel en que

contra una argumentación firme se pone otra deigual fuerza. Tiene lugar especialmente en el génerodeliberativo cuando concedemos que es verdad algode lo que en contra se dice, pero demostramos a la

 vez que es necesario lo que nosotros defendemos; oconfesando que es útil lo que defienden ellos, de-mostramos que es honesto lo que nosotros deci-mos. Basta de la reprensión. Tratemos ahora de laconclusión.

Hermágoras habla antes de la digresión, enten-diendo por ella cierto razonamiento apartado de la

causa y del juicio, que, ora contiene alabanzas pro-pias y vituperios del contrario, ora se refiere a otroasunto de donde puedan sacarse argumentos deconfirmación o reprensión, no argumentando, sinopor vía de amplificación. Si alguno cree que esta es

una parte de la oración, puede seguir a Hermágoras.En cuanto a los preceptos de amplificar, alabar o

  vituperar, parte están dados ya, parte los daré enotro lugar. No me parece que la digresión debe po-nerse entre las partes del discurso; antes la conside-ro como un defecto cuando no está enlazada o nosea un lugar común; de lo cual trataré más adelante.

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Las alabanzas y vituperios no han de tratarse se-

paradamente, sino ir envueltas en los mismos argu-mentos.La conclusión es el término y fin de todo el discur-

so. Tiene tres partes: enumeración, indignación,moción de afectos. Por la enumeración se reúnencomo en un haz las cosas dispersas y difusas, y sepresentan bajo un solo aspecto, para que sea másfácil recordarlas.

Si la enumeración se hace siempre del mismomodo, será patente el artificio. Si se hace con varie-dad, podrá evitarse esta sospecha, así como el can-

sancio de los oyentes. Convendrá, pues, comohacen muchos (y es lo más fácil) tocar breve y ma-readamente cada cosa, reunir todos los argumentos(y esto es ya más difícil), recordar qué partes has he-cho en la división, de qué has prometido tratar, con

qué razones has confirmado cada parte, y preguntara los que oyen: ¿«No es esto lo que se quería de-mostrar?» o bien: «Esto hemos probado, esto he-mos puesto en claro.»

Como antes he dicho, en este género convienetocar separadamente los argumentos (y lo que esmás artificioso todavía) juntar con las tuyas las ar-gumentaciones contrarías, y después de decir tus ra-

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zones, mostrar cómo has destruido las contrarias.

 Así por una breve comparación volverá a la memo-ria del oyente lo más esencial de la confirmación y de la refutación. Y aún puede variarse de otras ma-neras. Puedes enumerar en persona propia, refirién-dote a lo que en tal o en cual parte hayas dicho, ointroducir otra persona o cosa, atribuyéndole toda laenumeración. Una persona, vg.: «Si el legisladorexistiese y os preguntase lo que ibais a hacer, ¿cómopodríais dudar, cuando os ha sido demostrado estoy esto?» Y después, lo mismo que cuando se enume-ra en nombre propio, pasar rápidamente por todas

las argumentaciones y divisiones, o preguntar al au-ditorio qué es lo que desea, o comparar los argu-mentos propios con los del contrario.

Se introduce una cosa, cuando se hace hablar a unaley, a un lugar, a una ciudad o a un monumento por

enumeración: vg.: «Si las leyes pudiesen hablar, ¿nose quejarían de esto ante vosotros? ¿Qué más de-seáis, oh jueces, cuando os he puesto en claro esto y esto?» También a este género se pueden aplicar lasdemás reglas expuestas. Para la enumeración se daun precepto común: elegir de cada argumento (yaque no puede repetirse entero) lo más importante, y 

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tocarlo brevísimamente para renovar la memoria,

no la oración.Indignación  es un razonamiento destinado aexcitar, contra algún hombre, grande odio y animadversión. Debo advertir que de todos loslugares que sirven para la confirmación, puede nacerla indignación lo mismo que la amplificación, estoes, de todo lo que se predica de las personas o de lascosas. El primer argumento se toma de la autoridad,

recordando cuan estimada es la cosa ofendida, porlos dioses inmortales o por los hombres deautoridad gravísima. Aquí puede recurrirse a los

sortilegios, oráculos, vaticinios, portentos,prodigios, respuestas fatídicas, etc., así como a lascostumbres de nuestros mayores, reyes, ciudades,naciones, hombres sapientísimos, senado, pueblo,legisladores. En el segundo lugar se muestra con

indignación en quiénes recae la ofensa, o en todos oen la mayor parte (¡cosa atrocísima!) o en lossuperiores (¡cosa indigna!) o en los iguales deánimo, fortuna o cuerpo (cosa injusta) o en losinferiores (muestra grande de soberbia). En el tercerlugar preguntaremos qué va a suceder si todoshacen lo mismo, demostrando que si el hechoqueda impune, muchos emularán la misma audacia,

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y resultarán de ello grandes males. En cuarto lugar

se demuestra que muchos esperan con ansia laresolución para arrojarse a lo mismo, si el hechoqueda impune. En quinto lugar se prueba que otrascosas podrán corregirse con mejor acuerdo, peroque ésta, una vez sentenciada, no podrá alterarsepor otro juicio ni corregirse por ninguna potestad.En sexto lugar se muestra que el hecho fueconsumado con plena advertencia y deliberación,añadiendo que no se debe dejar sin castigo unamaldad voluntaria, aunque a veces conviene toleraralgo la imprudencia. En el lugar sétimo subirá de

punto la indignación: calificaremos el hecho dehorrible, cruel, nefando, tiránico, consumado porfuerza o por soborno; cosas remotísimas de lo legaly de todo derecho. Demostraremos en el octavolugar que el hecho no es común ni frecuente aún

entre los hombres más audaces y depravados, ni seha oído de naciones bárbaras o de bestias feroces.

  Así pueden calificarse los atentados crueles contrapadres, hijos, cónyuges, consanguíneos, suplicantes,etc.. y sucesivamente contra los mayores en edad,huéspedes, vecinos, amigos, compañeros de vida ode educación, maestros, etc.; o contra los muertos,contra los infelices y dignos de misericordia, contra

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hombres ilustres, nobles y que han tenido grandes

honores, contra los que no pueden ofender nidefenderse , vg., niños , viejos, mujeres. En todosestos casos puede excitarse una violenta indignacióny odio contra el criminal. En otro lugar se comparael crimen con otros tenidos por tales, mostrandopor la comparación cuánto más atroz o indigno esaquel de que se trata. En el décimo lugar se recogentodos los antecedentes y consecuencias del crimen,haciendo notar lo que tienen de indignos y criminales, y poniendo (digámoslo así) la cosa antelos ojos, para que lo que es indigno le parezca

indigno al oyente, lo mismo que si hubierapresenciado el hecho. Enundécimo lugar se muestraque este ha sido cometido porquien menos debía,por quien, si otro lo hubiera intentado,debierareprimirlo. En duodécimo lugar cabe la indignación

de que esto haya sucedido por primera vez ennuestros tiempos. En décimotercer lugar puedemostrarse que en el ofensor hubo soberbiamezclada con arrogancia, evitando así el odio contraestas malas cualidades. En décimocuarto lugar,pediremos a los oyentes que tomen como propiaslas ofensas; que si son padres, piensen en sus hijos;si maridos en sus mujeres; si la injuria ha sido en

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contra de un anciano, que se acuerden de sus padres

o parientes. En décimoquinto lugar diremos que anuestros mismos enemigos y adversarios les suelenparecer indignos, hechos de este jaez. Así se excitala indignacion.

La compasión es un razonamiento dirigido a cap-tarse la misericordia del auditorio. Conviene predis-poner a sentimientos blandos el ánimo del oyente.para que con facilidad dé oídos a la misericordia.Sirven para esto los lugares comunes sobre el poderde la fortuna y la debilidad de los hombres: todoello dicho grave y sentenciosamente hace fuerza en

los ánimos y los prepara a la misericordia, porque -consideran su propia debilidad en el mal ajeno. Dí-gase en primer lugar cuán felices han sido antesnuestros defendidos, y en qué males se ven ahora.En segundo lugar (que se divide en tiempos), mués-

trese qué males les han aquejado, les aquejan y lesaquejarán. En el tercero, deplórese cada una de lasinfelicidades, corno en la muerte de un hijo el de-leite de la infancia, el amor, la esperanza, el con-suelo, la educación y cualquiera otro del mismogénero. En el cuarto, cítense las cosas torpes, hu-mildes, deshonrosas e indignas de su edad, linaje,fortuna, antiguos honores, beneficios, etc., que han

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sufrido o han de sufrir. En el quinto, pónganse ante

los ojos todas las molestias e incomodidades, paraque al oyente le parezca verlas, y se conmueva por larealidad de la cosa, no solo por palabras. En el sex-to, pruébese que son miserias no esperadas, o quedeseando el infeliz conseguir algo, cayó en sumadesdicha. En el séptimo, conjúrese a los oyentes aque tomen como propias las miserias ajenas y seacuerden de sus hijos o de sus padres, o de lo máscaro que tengan en el mundo. En el octavo, dígaseque no se hizo alguna cosa que debía hacerse, o quepor el contrario se hizo algo que no convenía. «No

estuve, no lo vi, no escuchó sus últimas voces, norecogí su postrer aliento.» o bien: «murió a manosde los enemigos, yació torpemente insepulto en tie-rra hostil, y destrozado largo tiempo por las fieras,careció hasta del común honor de sepultura.» En el

nono lugar se dirige el razonamiento a las cosasmudas o inanimadas , vg. al caballo, a la. casa, al

  vestido, para que se conmueva con vehemencia elánimo de los que lo oyen, si amaron a alguno. Endécimo lugar se muestra la pobreza, la debilidad, lasoledad. En undécimo se trae alguna recomenda-ción de los hijos o de los padres, o algún encargorespecto a la sepultura. En el duodécimo se deplora

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la ausencia o separación de alguna persona querida

con quien se haya vivido grata vida, vg., padre, hijo,hermano, familiar. En el décimotercio nos indigna-mos de que nuestro defendido haya sido maltratadopor los que menos debiera: por sus parientes o ami-gos, por aquellos a quienes haya hecho algún bene-ficio o servido de ayuda, o por sus siervos, libertos,.clientes: lo cual es indigno. El decimocuarto lugarprocede por obsecración, suplicando a los oyentes, enhumilde y rendida oración, que tengan misericordia.En el decimoquinto muéstrese que nos quejamos node desdichas propias sino de las de personas queri-

das. En el décimosexto, que nuestro ánimo es com-pasivo para con los demás y al mismo tiempoamplio, magnífico y sufridor de trabajos, y que se-guirá siéndolo, suceda lo que quiera. Porque muchas

  veces la virtud y la magnanimidad expresadas con

gravedad y autoridad sirven más para mover a com-pasión que la humildad y el ruego. Conmovidos yalos ánimos, no hay que insistir en el discurso, por-que, como dijo el retórico Apolodoro, «nada se secatan pronto como las lágrimas.» Expuestas ya todaslas partes del discurso, y creciendo en demasía este

 volumen, quédese lo demás que tenemos que decirpara el segundo.

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LIBRO SEGUNDO.

Cuando los Crotoniatas  florecían en riquezas y felicidad entre todos los pueblos de Italia, se propu-sieron enriquecer con excelentes pinturas el templode Juno, que veneraban en gran manera. Para esto,llamaron con un salario grande a Zéuxis Heracleota,que pasaba por el mejor de los pintores de enton-ces. Pintó éste para aquel templo muchas tablas, delas cuales, algunas han llegado a nuestros días. Y pa-ra cifrar en una imagen muda la más acabada belleza

de mujer, dijo que quería pintar el simulacro de Ele-na. Oyéronlo gustosos los Crotoniatas, por saberque en la pintura del cuerpo femenino excedía a to-dos los demás artífices y creer que, haciendo é1 unaobra excelente en aquel género en que más se

aventajaba, daría eterna gloria a aquel templo, y nosalieron engañados en su opinión. Comenzó Zéuxispor preguntarles cuáles eran las doncellas más her-mosas que tenían. Ellos le llevaron a la palestra y lemostraron muchos niños de grande hermosura. Esde saber que en aquel tiempo los Crotoniatas ven-cían en fuerza y hermosura corporal a todos losdemás pueblos y obtenían gloriosísimas victorias en

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todos los certámenes gímnicos. Después que admiró

Zéuxis las formas y los cuerpos de aquellos niños, ledijeron los de Crotona: «(Hermanas de estos niñosson las doncellas; ya puedes inferir cuán grande serásu hermosura. -Escogedme, pues, contestó él, lasmás hermosas de estas doncellas, y pintaré lo que oshe prometido, trasladando la verdad natural a unamuda imagen.» Entonces los Crotoniatas por acuer-do público presentaron al pintor las vírgenes paraque entre ellas eligiera. Él escogió cinco, cuyosnombres están consignados en muchos poetas co-mo elegidas por el juicio de aquel que mejor debió

entender de belleza. No creyó poder encontrar enun solo cuerpo todas las condiciones necesarias parala hermosura, porque la naturaleza en ningún géne-ro presenta obras perfectas en todas sus partes.Corno no tendría que dar a los demás si todo se lo

concediese a uno, otorga a cada cual ciertas perfec-ciones mezcladas con ciertos defectos.

Por ende, cuando yo determiné escribir de retó-rica no me propuse un solo ejemplar o modelo paratornar de él todas las partes, sino que reuniendo to-dos los escritores, escogí de cada uno los mejorespreceptos y las ideas más excelentes. Entre todoslos que son dignos de nombre y de memoria, no

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conozco ninguno que lo diga bien todo, ni que deje

de decir bien alguna cosa. Paréceme necedad apar-tarme de los aciertos de uno, sólo porque alguna vezerró, o imitar los defectos de otro, sólo porque enocasiones acierta. Y si en los demás estudios proba-sen los hombres escoger de muchos autores másbien que someterse ciegamente a uno, serían menosarrogantes, no perseverarían tanto en los vicios, y adolecerían menos de ignorancia.

Si nuestra habilidad en este arte fuese tanta co-mo la de Zéuxis en la pintura, quizá brillaría más ensu género esta obra que la suya, por lo mismo que

ha tenido más ejemplos entre que elegir, si solo pu-do escoger dentro de una ciudad y en el número delas doncellas que entonces había: yo he tenido a midisposición todos los autores que han florecido des-de el origen de estos estudios hasta nuestro tiempo.

Reunió en un cuerpo de doctrina Aristóteles to-dos los antiguos escritores de este arte, desde supríncipe o inventor Tísias, y expuso nominalmentelos preceptos de cada uno con mucha claridad y di-ligencia, y tal gracia y brevedad añadió a las obras delos inventores, que nadie conoce ya sus libros, al pa-so que todos los que quieren enterarse de sus pre-ceptos acuden a Aristóteles como a un intérprete

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mucho más claro. Este sirvió de intermedio para

que por él conociésemos a los restantes y a él mis-mo. Sus discípulos, aunque hicieron más hincapiéen la filosofía, fieles aún en esto a su ejemplo, nosdejaron muchas reglas de retórica. De otra fuenteprocedieron otros maestros de elocuencia que ade-lantaron mucho el arte, si el arte es útil. Contempo-ráneo de Aristóteles fue el grande y noble retóricoIsócrates, de quien no conocemos arte escrito; perosus discípulos o imitadores han consignado muchospreceptos.

De estas dos escuelas diversas, ocupada la una

en la filosofía y solo por incidencia en la retórica,consagrada del todo la otra al arte y a los preceptosde la palabra, ha nacido posteriormente una nuevaescuela que elige lo mejor de unos y otros para sustratados. A éstos, así como a los anteriores, hemos

acudido, añadiendo algo de nuestra cosecha; y si laelección de las cosas que en estos libros exponemoses tan feliz como grande fue el estudio y diligencia,cierto es que ni a nosotros mismos ni a nadie ha depesar de nuestro trabajo; pero si por ignorancia he-mos omitido algo o no lo hemos expuesto bastantebien, con facilidad y gusto mudaremos de parecercuando alguien nos lo advierta. No es vergüenza sa-

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ber poco, sino perseverar obstinadamente en el

error. Este debe achacarse a la común flaqueza hu-mana; la tenacidad sólo a un defecto individual. No-sotros, sin afirmación alguna, investigandomaduramente, diremos todas las cosas como en du-da, no sea que por buscar la pequeña ventaja de ha-ber expuesto estos preceptos con elegancia,perdamos otra cualidad más apreciable: la de noasentir temeraria ni ligeramente a ninguna cosa.Esto hemos de conseguirlo, ahora y en toda nuestra

  vida, siempre que nuestras facultades lo permitan.Para no dilatar con exceso el razonamiento, trataré

ahora de los preceptos restantes.En el primer libro hemos hablado del género y 

oficio de este arte, del fin, de la materia, de las par-tes, de los géneros, de las controversias, de las in-

 venciones, de los estados de la causa y de los juicios,

de las partes de la oración y de sus preceptos. Detodo hemos discurrido distintamente, menos de laconfirmación y de la reprensión. Ahora vamos a se-ñalar las fuentes de la confirmación y de la repren-sión en cada género de causas. Y ya que en el libro 1queda dicho, no sin estudio, cómo han de tratarselas argumentaciones, aquí se expondrán sencilla-mente y sin ninguna exornación, dándolas ya por

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inventadas. Todo lo que ahora digamos se referirá a

la confirmación y a la reprensión. Necesario es quetoda cansa demostrativa, deliberativa o judicial sehalló en alguno de los estados constitutivos que an-tes enumeramos, o en varios a la vez. Hay preceptoscomunes a todos, y otros separados y especia1es decada género, dado que no pueden aplicarse losmismos a la alabanza o vituperio que a la sentenciao que a la acusación y recusación. En los juicios sepregunta qué es lo equitativo; en las demostracionesqué es lo honesto; en las deliberaciones qué es lohonesto y lo útil, pues el fin de la suasión o de la

disuasión no es la utilidad sola, corno algunos hansupuesto. Si el fin y objeto de cada uno de los gé-neros son distintos, tampoco pueden ser iguales lospreceptos. No por eso negamos que puedan ocurriren toda causa los  mismos estados, naciendo del

mismo fin y género de la causa algún breve discursodemostrativo o deliberativo dentro de una oraciónjudicial. Trataremos sobre todo de las causas judi-ciales, pues mucho de lo que digamos podrá aplicar-se fácilmente a las otras, de las cuales hablarédespués.

Empecemos por el estado conjetural y  pongamosun ejemplo: «Yendo un hombre al mercado y lle-

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  vando algún dinero, se le agregó en el camino un

desconocido. Hablaron largamente y con muchafamiliaridad, y habiendo encontrado una taberna sequedaron allí a cenar y a dormir. El posadero (y asíse averiguó después, cuando se le sorprendió enotra maleficio), habiendo sabido lo del dinero, acer-cose a ellos después que los vio profundamentedormidos por el cansancio, tomó la espada del queestaba sin dinero, mató con ella al otro, le robó eldinero, escondió en la vaina la espada ensangrenta-da y se recogió en su lecho. El compañero cuya es-pada sirvió para el atentado, se levantó antes del

alba y llamó repetidas veces a su amigo. Viendo queno contestaba, le creyó dormido; tomó la espada y demás cosas que traía, y partió solo. El posaderocomienza a gritar enseguida, que en su casa hablasido muerto un hombre: reúne gente y persigue y 

alcanza al caminante; la saca de la vaina el acero en-sangrentado, lo conduce a la ciudad y le acusa deaquel crimen.» Acusación: «Le mataste.» Respuesta:«no le maté». De aquí nace el estado conjetural de lacausa. Se pregunta: «¿le mató?»

 Ahora expondremos aquellos lugares de los cua-les siempre ocurre alguno en la controversia conje-tural. Ha de tenerse presente, así respecto de estos

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casos como de los demás, que no todos convienen

en la misma causa, pues así como un nombre se es-cribe con algunas letras y no con todas, así en todacausa aparecen los argumentos necesarios y no to-dos los posibles. Toda conjetura ha de tomarse de lacausa, de la persona o del hecho mismo. La causa sedistribuye en impulso y raciocinio. Impulso es el quesin deliberación y por algún afecto vehemente in-duce a ejecutar algo. Así acontece en el amor, en laira, en la enfermedad, en la embriaguez, y en todasaquellas pasiones del ánimo que no han permitido

 ver las cosas claras y libremente, siendo tales actos

obra más bien de un impulso ciego que de propiojuicio. El raciocinio es una diligente y consideradaintención de hacer o dejar de hacer alguna cosa. Sedice que hubo raciocinio cuando se ve algún motivopara obrar o dejar de obrar de una u otra manera,

 vg.: la amistad, el deseo de vengarse de un enemigo,el miedo, la gloria, el dinero, o finalmente, el empe-ño de retener, aumentar o lograr algún bien, o porel contrario, de rechazar, disminuir o ahuyentar al-gún mal. Este lugar es como el fundamento del es-tado conjetural, pues no se prueba el hecho si almismo tiempo no se muestra la causa. Por tanto, elacusador cuando atribuye el hecho al impulso de la

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pasión deberá describirla y amplificarla con palabras

y sentencias, poniendo de manifiesto cuán grande esla fuerza del amor, cómo perturba el ánimo la ira, ocualquiera otra de las causas a que el impulso seatribuya. Todo esto se confirmará con ejemplos deotros hechos cometidos por impulso análogo, consímiles y comparaciones, y con la explicación delmismo afecto, para que nadie se asombre de que elalma así perturbada haya podido caer en aquellamaldad.

Si por el contrario se quiere sostener que el de-lito ha sido cometido con plena deliberación, de-

muéstrese qué ventajas han resultado al criminal ode qué males se ha librado; pondérese esto cuantose pueda, para que se conozca que es causa sufi-ciente para explicar el pecado. Si la causa es la glo-ria, dígase cuánta gloria ha pensado conseguir. De la

misma manera se hará el encarecimiento cuando lacausa haya sido la dominación, el dinero, la amistad,la enemistad, etc.; considerando, sobre todo, notanto  la realidad de las cosas como la opinión delacusado sobre ellas. Nada importa que no haya

 ventaja o inconveniente real, con tal que pueda de-mostrarse que al acusado le ha parecido que la ha-bía. De dos maneras engaña la opinión a los

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hombres: o son las cosas distintas de como se las

figuran, o no corresponde el éxito a sus deseos. Yer-ran en la cosa misma cuando juzgan bueno lo malo,o por el contrario, malo lo bueno, o creen bueno omalo lo que en sí es indiferente, o indiferente lo quees intrínsecamente malo. Entendido esto, si algunoafirmare que no hay dinero más preciado y apeteci-ble que la vida de un hermano o de un amigo, o queun deber cualquiera, no ha de negar el acusador es-to, se pena de atraerse odio e indignación grandespor oponerse a una cosa santa y justa, pero si ha dedecir que al reo no le pareció así, para lo cual nos

 valdremos de los lugares comunes pertenecientes alas personas.

Engaña el éxito cuando suceden las casas deotra manera que como el criminal esperaba, vg.: si elasesinato no ha podido consumarse por haber sido

engañado el homicida por alguna semejanza, sospe-cha o demostración falsa, o si ha envenenado a al-guno por heredarle y luego no resulta heredero en eltestamento. No se ha de juzgar de la intención porel éxito, sino parar mientes en la idea, ánimo y espe-ranza con que se cometió el maleficio, puesto que loimportante en los actos humanos es la intención y no la casualidad del éxito. En este punto deberá es-

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forzarse el acusador en demostrar que ningún otro

que el reo ha tenido causa para cometer aquel delito,y si esto no puede probarse, a lo menos, que nadieha tenido tanta causa ni tan idónea. Caso de que lahubieran tenido, hay que probar que les faltó poder,facultad o voluntad:  poder , si decimos que o no losupieron o no estaban cerca, o que no lograron con-sumar el acto: facultad, si probamos que les faltaronrazón, auxiliares, medios, etc.; voluntad, si  se de-muestra que su ánimo es inocente y no acostumbra-do a tales crímenes. Finalmente, cuantas razonesalegue el reo para la defensa, otras tantas aprove-

chará el acusador para eximir a los demás de culpa,aunque esto ha de hacerse con brevedad y resu-miendo mucho, para que no parezca que, en vez dedefender a uno, hemos tomado el papel de acusado-res de otro.

Esto por lo que toca al acusador. El defensor, alcontrario, dirá: o que no hubo ese primer impulso,o caso que se conceda, procurará atenuarlo todo loposible y mostrar que fue pequeño o que no suelenderivarse tales hechos de semejantes causas. Paraesto, explíquese la fuerza y naturaleza de aquella pa-sión que se considera como impulso, y trayendoejemplos y semejanzas, interprétese la pasión en el

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sentido más moderado, para que se vaya sosegando

el ánimo de los oyentes impresionados por el relatode un hecho cruel y turbulento, acomodándose asíla oración al íntimo y oculto estado de la conciencia.

Debilitará las sospechas del raciocinio, mostran-do que no hubo ventaja alguna, o que fue pequeña,o mayor para otros que para él, o igual, o que hubopara él más daño que provecho, de modo que ésteno pueda compararse con el peligro o con los in-convenientes que subsiguieron. Si dijere el acusadorque el reo había obrado, no por una ventaja positivao por evitar algún mal, sino por una falsa opinión

de estas cosas, demuestro el defensor que nadie hay tan necio que en caso semejante pueda ignorar la

 verdad. Si esto se concede, no puede negarse la ig-norancia del reo, sino decir que éste no dudo unpunto en tener lo verdadero por verdadero y lo fal-

so por falso: si lo dudó, fue suma locura arrojarse aun peligro cierto por una dudosa esperanza. De lamisma manera que el acusador puede valerse de losargumentos del defensor para apartar de otros laculpa, así el reo se valdrá de los mismos lugares co-munes que el acusador, cuando quiera hacer recaerla culpa en otros.

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De las personas nacerá la conjetura si nos fijar-

nos en todos los atributos que de ellas pueden pre-dicarse, corno vimos en el primer libro; a veces nacesospecha del nombre, ofendiendo también por estapalabra el sobrenombre: así, podemos decir que unose llama Caldo por ser de temeraria y repentina de-terminación, o que los Griegos han engañado ahombres ignorantes como que se llamaban Clodio,Cecilio, Mucio.

  También en la naturaleza  pueden fundarse sos-pechas. Considérese para formar la conjetura si elacusado es hombre o mujer, si es de esta ciudad o

de la otra, de qué familia, qué parientes tiene, de quéedad, de qué índole de alma y condiciones de cuer-po. Se sospechará de sus costumbres  investigandocomo ha sido educado y por quién y entre quiénes,con quiénes vivo y qué género de vida hace. Tam-

bién pueden hacerse argumentos de su fortuna, si essiervo o libre, rico o pobre, noble o plebeyo, feliz oinfeliz, particular u hombre público, o si lo ha sidoo ha de serlo. El hábito, que consiste en alguna per-fecta y constante disposición de alma o de cuerpo,

 vg., la virtud, la ciencia y sus contrarias, se deducirádel hecho mismo puesto en juicio, viendo si por élhay lugar a sospechas. Las pasiones, v g., el amor, la

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ira, la molestia, suelen traer consigo clarísimas con-

jeturas, y según sea su fuerza pueden fácilmente de-ducirse las consecuencias.Del estudio, que es una asidua y vehemente ocu-

pación de la voluntad a alguna cosa, fácilmente sededucirán argumentaciones traídas por el mismoasunto. También del consejo podrá tomarse algunasospecha, puesto que el consejo es la razón escogitadade hacer o dejar de hacer alguna cosa. También seráfácil ver si contribuyen a confirmar la sospecha loshechos, los casos y los razonamientos, todos loscuales, según hemos dicho al ocuparnos de la con-

firmación, se dividen en tres tiempos.Quedan dichos todos los predicados de las per-

sonas, que puede reunir el acusador para la repren-sión del acusado. Poca firmeza tiene la causa delhecho si no se hace sospechoso al reo de haber sido

capaz de aquel crimen. Así como no basta describirsu mala índole cuando no se alega causa ni razónque le moviese al pecado, así tampoco es suficientealegar la causa del delito si no se muestra que la vo-luntad del acusado es muy propensa a caer en él, pa-ra lo cual deberán recordarse hechos malos de su

  vida anterior, sobre todo si ha sido convencido deotro delito igual o semejante, o si ha caído en análo-

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ga sospecha, o si movido por la misma causa ha pe-

cado en cosa equivalente, o mayor o menor: porejemplo, si el crimen se atribuye a codicia de dinero,podrá citarse algún ejemplo de su avaricia. En todacausa hay que añadir a la razón del pecado la natu-raleza, las costumbres, el estudio, la fortuna y demásatributos de las personas, o valerse de otras culpasdel acusador si no se puede de las mismas, vg.: siatribuyes el crimen a avaricia y no puedes probarque es avaro, dirás que tiene otros vicios parecidos,que es torpe, ambicioso, petulante, por lo cual no esmaravilla que también en esto haya delinquido. To-

do lo que menoscabes de la autoridad y reputacióndel acusado, tanto quitas a los medios de defensa.

Si no se puede mostrar que el reo tuviera ante-riormente un vicio conocido, diríjase la palabra a losjueces rogándoles que para nada tengan en cuenta la

buena reputación antigua de aquel hombre, que an-tes tenía oculta su maldad y ahora la manifiesta, y que no conviene juzgar este hecho por su vida ante-rior, sino la vida anterior por este hecho, y que si nodelinquió antes, fue porque no pudo o porque no loconocimos. Si ni aún esto puede sospechase, dígasea lo menos que no es maravilla que peque ahora porprimera vez, pues alguna había de comenzar. Si se

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ignora del todo su vida anterior, emítase este lugar, y 

dígase por qué se omite.El defensor deberá, si puede, demostrar ante to-do que la vida del hombre tenido por sospechoso eshonestísima, recordando en prueba de esto algunas

 virtudes suyas públicas y sabidas; su buena conductacon los padres, parientes, amigos, deudos y allega-dos, y lo que es más raro y excelente, algún particu-lar servicio, trabajo o peligro por cumplir un debero por ayudar a la República, a los padres, etc. Sinunca ha delinquido, ningún género de codicia pu-do apartarle de su obligación. Demuéstrese que aún

en ocasiones en que pudo hacer impunemente algu-na cosa menos honesta, le faltó voluntad de hacerla.

 Todavía hará más fuerza este argumento si se prue-ba que el reo fue íntegro en aquello mismo de quese le acusa, por ejemplo: si se atribuye el hecho a

avaricia, pruébese que en toda su vida no fue codi-cioso de dinero; clámese, después con mucha gra-

 vedad o indignación, y en son de queja, que es cosamiserable o indigna creer que la misma causa quesuele llevar a los más audaces criminales al fraudehaya podido inducir a un hombre virtuosísimo y cu-ya vida estuvo siempre limpia de todo vicio, o quees inicuo y pernicioso para todos los buenos que en

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nuestros tiempos no sea de provecho una vida ho-

nesta, y se juzgue por una acusación súbita y quizáfingida, más bien que por la vida anterior, que nipuede fingirse de improviso, ni de manera algunatrocarse.

Si en la vida anterior hubiese algunas torpezas,dígase que fue una falsa opinión nacida de la envidiay mala voluntad de algunos, o acháquese a impru-dencia, a necesidad, a persuasión, al fuego de la ju-

  ventud o a cualquier otro afecto no malicioso delalma, o dígase que se trata de un género de viciosmuy desemejante, y que si su ánimo no está puro, a

lo menos está libre de esa culpa; y si de ningunamanera puede ocultarse la torpeza o infamia de la

 vida, dígase que aquí no se trata de la vida y costum-bres, sino de aquel crimen de que se le acusa, por locual, omitiendo los hechos anteriores, hay que ocu-

parse de lo que más urge.Del hecho podrán inferirse sospechas si se fija la

atención en la manera como todo el negocio ha sidoadministrado. Estas sospechas nacerán, unas sólodel negocio, otras del negocio y de las personas. Delnegocio podrán deducirse considerando atenta-mente las cosas que al negocio atribuimos. Hemosde considerar, pues, los géneros, las partes de los

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géneros, etc. Véase primero lo que es inseparable

del mismo negocio. Bastará considerar con atenciónqué es lo que ha precedido al hecho, de dónde hanacido la esperanza de buen éxito, cómo se ha ha-llado ocasión de llevar a término el propósito, quées lo que ha sucedido en la acción misma, qué des-pués. Ha de atenderse a la gestión del mismo nego-cio, al lugar, al tiempo, a la ocasión, a la facilidad.

 Ya en los preceptos de la confirmación hemos ex-plicado la fuerza de cada una de estas cosas. Para norepetirlo aquí ni omitir del todo esta materia, dire-mos brevemente qué es lo que se ha de considerar

en cada parte. En el lugar la oportunidad, en eltiempo la lejanía, en la ocasión  la comodidad, en la 

  facilidad la abundancia de aquellos medios sin loscuales no es posible llevar a cabo la acción. Han deconsiderarse después los adjuntos del negocio, sean,

mayores, menores, iguales o semejantes, en todoslos cuales puede fundarse razonable conjetura.

 Tampoco ha de olvidarse el éxito, los indicios natu-rales de cada cosa, vg., el miedo, la alegría, el titu-bear, etc.

La cuarta parte de las que atribuimos al negocioes la consecución, es decir, los hechos acaecidos inme-diatamente o poco después del hecho de que se

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trata. Podrá fundarse alguna sospecha en la cos-

tumbre, en la acción, en el juicio de los hombres, enla aprobación o en la reprobación.Hay algunas sospechas que se fundan a la vez en

los negocios y en las personas. Muchas de las cir-cunstancias que se refieren a la fortuna, a la natura-leza, a la índole, al estudio, a los hechos, a lacasualidad, a los razonamientos, a la deliberación, y al habito de alma o de cuerpo, pertenecen al mismogénero de indicios que pueden hacer una narracióncreíble o increíble, y se unen con la sospecha del he-cho. Debe averiguarse en este estado de la causa: l.°,

sí pudo hacerse algo; 2.°, si pudo hacerlo algún otro;3.°, si hubo facultad de hacerlo; 4.°, si es un hechodel cual sea necesario arrepentirse; 5.°, si tuvo el reoesperanza de ocultarle; 6.°, si se vio en la imperiosanecesidad de obrar, o de obrar así. Parte de estas

cosas corresponden a la deliberación, que es uno delos atributos de las personas, y así lo hemos visto enla causa antes expuesta. Antecedentes: el haber tra-tado familiarmente en el camino, el haber buscadoocasión de conversar, el haberse hospedado y habercenado juntos. Circunstancias de la acción: la noche,el sueño. Circunstancias posteriores: el haber salido

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solo, el haber dejado tan de prisa a su tan familiar

compañero, el tener la espada ensangrentada.  Algunas de estas circunstancias pertenecen a ladeliberación, pues se pregunta si ha habido una ra-zón suficiente y escogitada para el acto, o si éste hasido temerario hasta un grado inverosímil. Pregún-tase además si pudo hacerse más cómodamente porotro medio o si fue caso fortuito, pues muchas ve-ces no se verifica el crimen por falta de dinero o deauxiliares. De esta suerte, si con diligencia aten-demos, hallaremos conformes entre sí las circuns-tancias de los negocios y las de las personas.

No es fácil ni necesario distinguir aquí, como enlas partes anteriores, cómo ha de tratar el asunto elacusador y cómo el defensor. No es necesario, por-que la causa misma inspirará a cada uno lo conve-niente sólo con una mediana inteligencia aplicada a

los preceptos que referidos quedan. No es fácil,porque sería proceder hasta lo infinito el tratar me-nudamente de tantas y tantas cosas por parte delacusador y del defensor, mucho más cuando lospreceptos suelen convenir a las dos partes de la cau-sa.

Más fácilmente se procederá en la invención sise medita con largo tiempo y diligencia la narración

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propia y la del adversario, separando en cada una lo

que pueda haber de sospecha, vg.: por qué, con quédesignio, con qué esperanza; por qué de este modoy no de otro; por qué se atribuye el crimen a éste y no a aquel; por qué ha tenido auxiliares o no los hatenido; por qué no lo ha sabido nadie, o porqué loha sabido y quién; por qué se ha hecho antes o des-pués; por qué en el mismo negocio o después delnegocio: si se ha hecho a sabiendas; cuáles han sidolas consecuencias; si el razonamiento está conformecon la cosa o la cosa consigo misma; si hay indiciosde un hecho, o de otro, o de dos, y de cuál más; si

se ha hecho lo que no convenía o si no se ha hecholo que convenía. Después de haber considerado conesta atención todas las partes del negocio, podránaplicarse todos los lugares de que queda hecha me-moria y fundar argumentos, ya en cada uno de ellos,

ya en todos juntos. De estos argumentos, parte se-rán del género probable, parte del necesario. Añá-dense a veces a la conjetura cuestiones, testimonios,rumores: de todo lo cual se aprovechará el orador,según convenga a la utilidad de su causa. De lacuestión, del testimonio y del rumor pueden nacersospechas, lo mismo que de la causa, de la persona y del hecho.

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Paréceme que yerran igualmente los que juzgan

que este género de sospechas no requiere artificio, y los que creen que tiene preceptos distintos de todaconjetura, siendo así que toda conjetura debe to-marse de los mismos lugares. Las mismas reglas pue-den aplicarse para indagar la causa y verdad delrumor, o de la respuesta dada en el tormento o en eltestimonio. En toda causa, una parte de los argu-mentos está sacada de las entrañas del asunto y tanadherida a él que no puede fácilmente trasladarse aotras causas: otra parte es más general y acomodadaa todas o a la mayor parte de las causas semejantes.

Los argumentos que pueden aplicarse a muchascausas se llaman lugares comunes. El lugar comúnes una amplificación, o de cosa cierta, vg., «que elque ha matado a su padre es digno de gravísimo su-plicio,» y de este lugar no conviene hacer uso sino

después de probada y perorada la causa; o de asuntotan dudoso que haya también razones probables porla parte contraria, vg., que conviene creer las sospe-chas, o por el contrario, que no conviene creer lassospechas. Parte de los lugares comunes se introdu-ce o por indignación o por queja, como ya dijimos;otros por alguna razón probable de entrambas par-tes.

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Distínguese y se ilustra mucho la oración intro-

duciendo pocos lugares comunes, y solo después dehaber confirmado los argumentos más fuertes. Sólose concede acudir a lugar común cuando ha sidotratado con esmero algún lugar propio de la causa, y cuando el ánimo del oyente se renueva para lo quefalta o se aquieta después de dicho todo. Todos losornamentos de elocución en que consiste mucho dela suavidad y gravedad, todo el esplendor de pala-bras y de sentencias deben reservarse para los luga-res comunes. Son Comunes estos lugares, de lascausas, pero no de los oradores, pues sólo aquellos

que con grande ejercicio hayan adquirido mucha ri-queza de palabras y sentencias, podrán tratarlos conelegancia y gravedad, y como su naturaleza pide.

Esto sea dicho en general sobre los lugares co-munes. Ahora expondremos los que suelen ocurrir

en el estado conjetural, y son: si conviene creer o nolas sospechas, los rumores, los testigos o la cuestiónde tormento; si se ha de atender o no a la vida pa-sada; si el haber cometido un delito es razón paraque se culpe de otro; si conviene atender mucho a lacausa, o no conviene. Estos lugares comunes y otros semejantes, nacidos del mismo argumento,pueden usarse por una y otra parte. Lugar exclusivo

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del acusador es el encarecer la atrocidad del hecho,

o decir que nadie debe compadecerse de los malva-dos. El defensor debe mostrar con indignación lacalumnia de los acusadores, o implorar y captarse lamisericordia de los oyentes. Estos y todos los demáslugares comunes se toman de los mismos preceptosque las restantes argumentaciones; pero estas setratan más tenue, aguda y sutilmente; aquellos conmás gravedad y elegancia, y con palabras y senten-cias excelentes. En aquellas el fin es que parezca

 verdadero lo que se dice: en estos el fin principal esel ornato. Pasemos ahora a otro estado de la causa.

Cuando la controversia es de nombre, y se ha dedefinir el  valor de un vocablo, la constitución de lacausa se llama definitiva . Pongamos un ejemplo: «Ca-yo Flaminio, el que siendo cónsul gobernó mal larepública durante la segunda guerra púnica, cuando

era tribuno de la plebe presentó sediciosamente alpueblo una ley agraria contra la voluntad del Senadoy de todos los optimates. Cuando se celebraba la reu-nión de la plebe, el padre de Flaminio lo sacó porfuerza del templo. Se lo acusa de lesa majestad. Laacusación es: cometiste delito de lesa majestad sa-cando del templo al tribuno de la plebe. «No atentéa la majestad.», Cuestión: «come tió delito de majestad.»

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Razón : «me valí de la potestad que tenía contra el

hijo.» Refutación: «el  que valiéndose de la patria po-testad, esto es, de una potestad privada, ataca lapotestad tribunicia, es decir, la del pueblo, cometedelito de majestad.»  Juicio:  «atenta a la majestadaquel que se vale de la patria potestad contra la tri-bunicia.» A este juicio pueden traerse todas las ar-gumentaciones.

Nadie crea que dejo de entender que hay otroestado en esta causa; pero solo tomo aquella parteaplicable a los preceptos. Explicadas en este librotodas las partes, podrá cada cual en toda causa, si

con atención la mira, ver todos los estados y partesy controversias, pues de todos trataremos. El primerargumento, para el acusador, es una definición breve,clara y generalmente admitida del nombre sobre cu-ya fuerza se disputa, vg.: el delito de esa majestad

consiste en menoscabar la dignidad, autoridad opotestad del pueblo o de aquellos a quienes el pue-blo dio su poder.

Dicho esto con brevedad, pasarás a confirmarlocon muchas palabras y razones. Aplicarás después ladefinición al hecho de que se trata, mostrando, vg.,que el adversario ha cometido el delito de majestadtal como tú le definiste, y lo confirmarás todo con

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algún lugar común en que se pondere la atrocidad o

indignidad, o sencillamente lo culpable del hecho.Después hay que combatir la definición del ad-  versario, demostrando que es falsa y contraria a lacomún opinión de los hombres cuando hablan oescriben, o que es torpe o inútil, y de ella se sigueninconvenientes (aplíquense aquí los preceptos queen la deliberación daremos acerca de lo honesto y de lo torpe). Compararemos nuestra definición conla de los adversarios, probando que la propia es ver-dadera, honesta y útil, y la otra todo lo contrario, y traeremos ejemplos de negocios mayores, o iguales,

o menores, que confirmen nuestra definición.Si hay que definir muchas cosas, vg., si es ladrón

o sa crílego el que robó en privado vasos sacros, úse-se de muchas definiciones y procédase en lo demásde una manera semejante. El lugar común versará

sobre la malicia de quien no sólo se arroga el poderde hacer las cosas, sino el de las palabras, haciendolo que quiere y llamándolo como le place. El primerargumento para el defensor es también una breve, cla-ra y generalmente admitida definición, vg.: «delitode lesa majestad es el administrar algún negocio dela República no teniendo potestad para ello.» Añá-dase la confirmación con ejemplos y razones seme-

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jantes; el deslinde del hecho con presencia de la de-

finición, y finalmente, un lugar común donde sepondere la utilidad u honestidad del acto.Síguese el refutar la definición del adversario,

tomada  de los mismos lugares que señalamos parael acusador. Sólo en cuanto al lugar común hay dife-rencia. El que conviene al defensor es indignarse deque el acusador, por dañarle y ponerle en peligro,no sólo tergiverse los hechos, sino las palabras.

Los lugares comunes  que se emplean para demos-trar la calumnia del acusador o captarse la miseri-cordia, o indignarse del hecho, o apartar a los jueces

de la clemencia, se fundan en la magnitud del peli-gro, no en el género de la causa, y no ocurren entodas sino en algunas. Haremos mención de ellas enla constitución conjetural. Cuando la causa lo requiera,podrá usarse de la inducción.

Cuando la causa requiere traslación o conmuta-ción, porque no la presenta quien debe, o ante quie-nes debe, o según ley, pena, acusación y tiempooportunos, el estado de la causa se llama traslativo.

Muchos ejemplos necesitaríamos poner si nos fijá-ramos en cada género de traslaciones, pero como larazón de los preceptos es la misma o muy semejan-te, prescindiré de la mayor parte de los ejemplos.

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Por muchas causas son raras las recusaciones;  las

excepciones pretorias excluyen muchos litigios, y detal manera tenemos constituido el derecho civil, queen la causa sucumbe el que ha cometido alguna ile-galidad. La mayor parte de las traslaciones tienenlugar antes del juicio; entonces se presentan las ex-cepciones, se concede en alguna manera libertad deobrar y así se constituye toda la armazón de los jui-cios privados. En los juicios criminales rara vez seintercalan, y si alguna vez ocurren y tienen por sípoca firmeza, confírmense poniendo la causa en al-gún otro estado. Así, en una causa que se llamo de

 parricidio, y en la que no resulte probado éste contestigos y argumentos, aunque lo estén otros delitos,conviene que el defensor insista en que el crimen noestá probado, y ea que es cosa indigna imponer alreo la pena con que se castiga a los parricidas, lo cu-

al sucedería necesariamente si el reo fuera con-denado, porque ha sido admitido contra ley el títuloy nombre de la causa. Si no se puede imponer al reoesta pena, tampoco se le podrá condenar, porque lapena sigue necesariamente a la condenación. Aquí eldefensor, induciendo la condenación de la pena, porel modo traslativo, debilitará toda la acusación. Paradefender al reo de las otras inculpaciones, confirma-

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rá la traslación con algunas conjeturas. Pongamos

un ejemplo de traslación en la causa : « Habiendo ve-nido a hacer una violencia ciertos hombres arma-dos, otros también armados les resistieron, y entonces uno de los agresores cortó la mano con laespada a un caballero romano. Este se queja de inju-ria; el abogado reclama del pretor una excepción pa-ra que se haga un juicio previo de causa capitalcontra el reo. El interesado pide un juicio puro y sencillo; el defensor quiere que se añada una excep-ción: la cuestión es si se ha de admitir o no. Razón: 

no conviene admitir en el juicio recuperatorio otro jui-

cio anterior sobre un maleficio cometido por sica-rios. Respuesta:  las injurias son de tal naturaleza quees indigno no juzgar de ellas desde luego. Juicio: ¿laatrocidad de las injurias es causa bastante para quehaya un juicio anterior?».

En toda causa convendrá ver por ambas partesquién  litiga y quién juzga, o con quiénes o de quémodo o en qué tiempo, y qué conviene estableceren este punto. Fíjese para esto el orador en las par-tes del derecho de que hablaré luego, y raciocine loque en casos semejantes suele acontecer, y vea sipor malicia o por torpeza se trata de una cosa y sefinge otra, o si el juicio puede tratarse rectamente

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sin ninguna de estas cosas. El lugar común contra

aquel que interpone la recusación es que huye deljuicio y de  la pena porque desconfía de su causa, y que de la recusación nace en los juicios todo desor-den. Ahora consideremos la constitución  general ensus varios modos.

Cuando se concede el hecho y el nombre delhecho y no se suscita ninguna controversia traslativa,

sino que se investiga solo la fuerza, naturaleza y gé-nero del negocio mismo, el estado de la causa sellama general: sus partes son dos: negocial y judicial. Ne- 

 gocial es la que lleva implícita en la misma causa una

controversia de derecho civil, vg.: Uno deja por he-redero a su pupilo; muere éste antes de llegar a lamayor edad; se disputa sobre la herencia que le co-rrespondía, entre los segundos herederos del padredel pupilo y los agnados  de éste. La posesión es de

los segundos herederos. Dicen los agnados. «nuestroes el dinero de que no ha testado aquel cuyos legíti-mos herederos somos.» Respuesta: «la herencia nospertenece puesto que somos herederos por el tes-tamento de su padre.» La cuestión es a quiénes per-tenece. La razón de unos es que el padre escribió untestamento por sí y en nombre del hijo cuando ésteera todavía pupilo. Lo que fue del hijo es necesario

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que por el testamento del padre sea nuestro. Se

contesta a esta razón, que el padre escribió el testa-mento en nombre propio de él, no del hijo. Juicio:«¿puede alguno testar de la hacienda de su hijo me-nor, o los segundos herederos lo son del padre defamilias y no de su hijo pupilo?

No es inútil advertir esto, porque muchas vecesocurre y a muchas causas es aplicable. Hay algunasque en su estado sencillo consienten muchas razo-nes, y esto acaece cuando el hecho o lo que se de-fiende puede parecer por muchos argumentos rectoy probable, como en esta misma causa. Supóngase

de parte de los herederos esta razón: «No puede ha-ber por causas diversas muchos herederos de unamisma hacienda y nunca se ha visto que hubiese unheredero por la ley y otro por el testamento.» A estose responde que la hacienda no era una, porque a

ella se agregaban los bienes adventicios del pupilo,para los cuales no había heredero designado en eltestamento, y por otra parte hacía mucha fuerza la

  voluntad del padre, que, muerto ya el pupilo, con-cedía los bienes a sus herederos. En el juicio se pre-gunta si la herencia es una. Si se ha usado delargumento de que puede haber muchos llamados a

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la misma herencia por distintas causas, de aquí nace-

rá el juicio.En este ejemplo hemos visto cómo pueden pre-sentarse muchas  razones y respuestas y juicios.

  Veamos ahora los preceptos de este género. Antetodo se ha de considerar el derecho en que la cues-tión estriba. Hay un derecho natural, otro consuetu-dinario fundado en causas de utilidad, ya sean claraspara nosotros, ya oscuras; y fundado en la costum-bre y en la utilidad, otro derecho consignado en lasleyes. Derecho natural es el que no se funda en laopinión, sino en una virtud o disposición innata. A

él pertenecen la religión, la piedad, el agradeci-miento, la vindicta, la veneración y la verdad. La reli- 

 gión  consiste en el temor y culto a los dioses. La piedad comprende los deberes con la patria, con lospadres y consanguíneos. El agradecimiento, consiste

en la memoria y remuneración de los honores,amistades y beneficios recibidos. La vindicta  com-prende la justa defensa contra todo injusto ataque anosotros y a los que nos son caros, y el justo castigode los pecados. Veneración  es la reverencia que setributa a los mayores en edad, sabiduría, honor odignidad. La verdad consiste en que las cosas sean ohayan de ser tales como las afirmamos.

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El derecho natural es menos útil para las con-

troversias, porque no suele tener aplicación a lascausas civiles y está más apartado de la común inte-ligencia, pero puede usarse para alguna semejanza oamplificación. Derecho consuetudinario se llama el quepor voluntad de todos, pero sin ley, se halla estable-cido desde muy antiguo. Hay en este derecho cosasya ciertas por su mucha antigüedad, como son lamayor parte de las sentencias de los pretores.

Géneros de derecho que se apoyan en la cos-tumbre son el pacto, lo equitativo y lo juzgado. Pacto es elconvenio, entre algunos, y se tiene por tan justo,

que se dice anterior al derecho. Equitativo, lo que esjusticia igual para todos. Juzgado, lo que ya ha sidodecidido o constituido por alguna sentencia. Encuanto al derecho legítimo, se conocerá por las leyes.De todas y cada una de estas partes del derecho po-

drá cada cual inferir y deducir lo que ha de hacerseen el mismo caso o en otro semejante, mayor o me-nor. Por lo que hace a los lugares comunes, comohay dos géneros, uno que contiene amplificacionesde cosa cierta y otro de dudosa, considérese lo quela causa da de sí, y lo que puede y debe amplificár-sela por medio del lugar corneen. No pueden pres-cribirse los mismos argumentos para todas las

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causas. En la mayor parte de ellas bastará defender

o combatir la autoridad de los jurisconsultos. Se hade considerar así en esta como en todas las demáscausas si el asunto presenta algunos lugares comu-nes además de los que quedan expuestos. Conside-remos ahora el género judicial y sus partes.

En el género judicial se discute la naturaleza delo justo o de lo injusto, y la naturaleza de la pena.Sus partes son dos: una que llamamos absoluta, otraaccesoria. Absoluta es la que contiene en sí, no im-plícita y escondidamente como la negocial, sino cla-ra y patente, la cuestión de lo recto y de lo injusto,

 vg.: «Habiendo vencido en guerra los Tebanos a losLacedemonios, y siendo costumbre de los Griegos,cuando tenían guerras entre sí, levantar algún trofeoen sus confines, sólo para declarar por entonces su

  victoria, y no para que permaneciese como eterno

monumento de la guerra, los Tebanos levantaronun trofeo de bronce. Son acusados ante los anfic-tiotas, es decir, ante el tribunal común de la Grecia.»La acusación es: no fue lícito. La respuesta. Fue lí-cito. La cuestión: ¿fue lícito? La razón es que por el

  valor en la guerra se adquiere tal gloria que quere-mos dejar monumentos imperecederos de ella anuestros descendientes. Se contesta a esta razón di-

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ciendo que los Griegos no deben dejar eternos mo-

numentos de sus enemistades con otros Griegos. Eljuicio es: «¿Obraron bien o mal los Griegos cuandodejaron como recuerdo de su valor un monumentoeterno, de sus enemistades civiles?» Hemos puestoesta razón para que se conozca el género de la causade que tratamos, pues si hubiéramos acudido acualquiera otra de las que quizás se usaron, vg.: «nohabéis hecho la guerra justa ni piadosamente,» hu-biéramos pasado a la relación del crimen, de la cualhablaremos después. Es evidente que en esta causacoinciden los dos géneros; las argumentaciones se

tomarán de las mismas fuentes que hemos señaladopara la causa negocial. Lugares comunes muchos y graves podrán tomarse de la causa misma, si en ellahubiere algo de indignación o queja; así como de lautilidad y naturaleza del derecho, si la dignidad de la

causa lo pidiere. Consideraremos ahora la parte ac-cesoria en la causa judicial. Llámase accesoria cuandoel hecho no puede probarse por si mismo, sino quese defiende con algún extrínseco argumento. Suspartes son cuatro: comparación, relación del crimen, remo- 

ción y concesión. Comparación , cuando algún hecho quepor sí no puede probarse, se defiende atendiendo ala causa por que se hizo, vg.: «Un general cercado

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por los enemigos, y no pudiendo en modo alguno

salir, pacta con ellos que dejará las armas y los ba-gajes, y sacará incólumes a los soldados, y así lo ha-ce: abandonando las armas y los bagajes, salva a lossoldados contra toda esperanza.» Se le acusa de lesamajestad. Aquí ocurre la definición, pero conside-remos sólo el argumento de que ahora se trata. Laacusación es: «no debió dejar las armas ni los baga-jes.» La respuesta: «debió dejarlos.» La cuestión:«¿Debió dejarlos o no?» La razón. «todos los solda-dos hubiesen perecido.» Respuesta conjetural: «nohubiesen perecido,» u otra conjetural: « no lo hiciste

por eso» De aquí nacen los siguientes juicios: «¿Hu-biesen perecido?» «¿Lo hizo por eso?» u otro juiciocomparativo, que es el que ahora necesitamos:«¿Fue mejor perder los soldados que entregar armasy bagajes al enemigo?» De aquí nace esta cuestión:

«Si todos los soldados habían de perecer, caso de nohacerse este pacto, ¿fue mejor perder los soldadosque someterse a estas condiciones?» Este género decausa se tratará con los mismos argumentos.

Convendrá asimismo dar la razón y los precep-tos de los demás estados de la causa, y sobre todo,debilitar por medio de conjeturas la comparaciónhecha por los acusados. Si por ejemplo dice el de-

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fensor: «esto hubiera sucedido si no se hubiera he-

cho esto otro de que se acusa al reo,» se contestaráque no hubiera sucedido, o que el reo lo hizo porotra razón y causa. La confirmación de esto y larespuesta de la parte contraria se fundarán en con-jeturas. Si el crimen viene ya nombrado al juicio,como sucede en la causa de lesa majestad, usaremosla definición y los preceptos de la definición. Mu-chas veces se presentan juntas la conjetura y la defi-nición, y si ocurre cualquier otro género deargumentación, podrán de la misma manera aprove-charse sus preceptos, procurando el acusador, ante

todo, destruir con muchas razones y estados de lacausa lo que el reo quiere que se le conceda cornorazón suficiente del hecho.

La misma comparación, separada de los demásgéneros de controversia, tiene su fuerza propia si se

demuestra que lo que se compara no es honesto, útilo necesario, o no lo es en tanto grado como se dice.Separará después el acusador lo que él arguye de loque el defensor compara, demostrando que no sueleobrarse así, ni conviene, ni hay razón para que unacosa se haga por otra, vg.: para que por la salvaciónde los soldados se entreguen las armas en que estamisma salvación consiste. Comparará el beneficio,

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con el maleficio, y lo que él reprende, con lo que el

contrario alaba o sostiene que debía hacerse, y ate-nuando el beneficio, encarecerá la gravedad del he-cho malo. Demostrará que era más honesto, útil y necesario lo que el reo evitó que lo que hizo. Des-pués convendrá exponer el juicio comparativo lomismo que en la causa deliberativa, de que ya dire-mos al tratar de los preceptos de la deliberación.Sirva de ejemplo el mismo juicio que antes expusi-mos: «Si todos los soldados hubiesen perecido, casode no hacerse este pacto, ¿era mejor dejarlos pere-cer que hacer el pacto?» Esto tiene que tratarse co-

mo una deliberación o consulta.El defensor seguirá al acusador en todos los es-

tados en que este vaya poniendo la causa, y tratarápor la contraria todos los demás lugares que perte-nezcan a la comparación. Los lugares comunes del

acusador contra aquel que, confesando algún hechoinútil o torpe, busque alguna defensa, será ponderarcon indignación la inutilidad o torpeza del hecho. Eldefensor contestará que ningún hecho puede juz-garse inútil o torpe, ni útil ni honesto, si no seatiende a la Intención, al tiempo o a la causa. Esteargumento es de tal naturaleza, que bien tratado,puede ser de gran momento para persuadir en esta

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causa. Podrá usarse también una amplificación en

que se demuestre la grandeza del beneficio por lautilidad, honestidad o necesidad del hecho. El tercerlugar común consiste en poner el hecho mismo a la

 vista de los oyentes, de tal manera, que juzguen queellos hubieran hecho lo mismo si se les hubiera pre-sentado un caso semejante.

En la relación del crimen, confesando el reo el actoque se le imputa, dice haberlo hecho con razón y por castigar el delito de otro, vg.: «Horacio despuésde haber muerto a los dos Curiacios y perdido doshermanos, vuelve vencedor a su casa. Ve que su

hermana, sin dolerse de la muerte de los hermanos,repetía tan solo el nombre de Curiacio entre gemi-dos y lamentos. Indignado él, mata a la doncella. Sele acusa. El cargo es: «mataste sin razón a tu herma-na.» Respuesta: «la mató con razón.» Cuestión: «¿la

mató con razón?» Argumento: «ella lloraba lamuerte de un enemigo, se olvidaba de sus herma-nos, llevaba a mal mi victoria y la del pueblo roma-no.» Réplica: «pero tú, hermano suyo, no debíasmatarla, Puesto que no había sido condenada.» Eljuicio, por tanto, es: «Si Horacia se olvidaba de lamuerte de sus hermanos y no gustaba de la victoriade su hermano y de la patria, ¿fue lícito al hermano

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matarla sin forma de juicio?»En este género da cau-

sa se aprovechará ante todo, si se puede, algo de losdemás estados, como dijimos al tratar de la compa-ración. Se presentarán argumentos en defensa deaquel a quien el crimen se traslada. Se dirá que esmás leve el crimen que el reo achaca a otro, que elque cometió él. Se usará después de la traslación,mostrando cómo, por quiénes, de qué modo y enqué tiempo debía juzgarse o decidirse sobre estacausa, y que no debía ser el suplicio antes que el jui-cio. Se citarán las leyes y los juicios que hubieranpodido recaer sobre este delito, ya que el reo por su

propia voluntad le castiga. Dirase después que no seha de oír a quien achaca a otro un crimen, del cualno ha querido que se hiciese juicio, y lo que no hasido juzgado debe tenerse por nulo. Se reprenderáluego la imprudencia de los que acusan ante los jue-

ces a aquel a quien ellos mismos sin jueces condena-ron, y que someten a juicio al mismo a quien yaimpusieron el suplicio. Encarecerase la perturbaciónque ha de introducirse en la causa, pasando los jue-ces más allá de sus atribuciones, si se juzga al mismotiempo al reo y a quien el reo acusa; cuántos males

 vendrían si se admitiese como lícito entre los hom-bres vengar delitos con delitos, injurias con injurias.

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  Además, si el que acusa hubiese querido hacer lo

mismo, ni aún esto hubiera dado motivo a un juicio,ni lo habrá aunque otros muchos lo hagan. Y aun-que hubiese sido condenada su hermana en juicio,no podía él castigarla, porque es cosa indigna que enjuicio, ni aún en el caso de haber sido condenada,hubiera podido castigarla, le haya dado muerte antesde haber venido a juicio. Pedirá que le muestran laley en que se ha apoyado para hacerlo. Y así comodecíamos, al tratar de la comparación, que procurarael acusador debilitarla en todo lo posible, así en estegénero importa comparar la culpa de aquel a quien

se achaca la causa del maleficio con el maleficiomismo, demostrando que no había derecho ni ra-zón para castigar tan pequeño delito con uno tangrande. Finalmente,   vienen, como en la compara-ción, el juicio y la amplificación.

El defensor contestará, valiéndose de los mis-mos lugares, a todas las razones que se hayan pre-sentado, y comprobará su relación, encareciendoprimero la culpa y audacia de aquel a quien se refiereel crimen, y poniéndola, digámoslo así, a la vista congrandes muestras de indignación y queja. Demostra-rá que él ha sido castigado menos de lo que merecía,y comparará la pena que se le ha impuesto, con el

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delito. Debilitará con razones contrarias los argu-

mentos que hayan sido tratados por el acusador, detal modo, que puedan refutarse y torcerse a la partecontraria.

  Aquella gravísima acusación sobre el trastornoque se introduciría en los juicios, si se concediese acada cual el derecho de castigar a quien no hubierasido condenado, podrá rechazarse: 1.°, demostran-do que la injuria era intolerable, no sólo para unhombre de bien, sino para todo hombre libre; 2.°,que era tan clara la culpabilidad, que nadie podíadudar de ella, ni aún el mismo que lo hizo; 3.°, que

principalmente, estaba obligado a castigarla el que lacastigó, y que no era tan recto ni honesto que aque-lla acción viniese a juicio como que fuese castigadaen el modo y forma en que lo fue; 4.°, que siendo elasunto tan claro, era superfluo el juicio. Aquí se

probará por razones y similitudes, que hay muchasculpas tan atroces y evidentes que no es necesario niútil siquiera esperar a que sobre ellas recaiga juicio.El lugar común del acusador será contra aquel que,no pudiendo negar los cargos, tiene alguna es-peranza en el trastorno y confusión del juicio. Aesto podrá añadirse una demostración de la utilidadde los juicios y una lamentación sobre la suerte de

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aquel que sin sentencia fue castigado. Todo esto con

arrebatos de indignación contra la audacia y cruel-dad del que se tomó la justicia por su mano. El de-fensor contestará quejándose de la audacia de aquelque ha sido castigado por el reo; diciendo: que no seha de considerar la cosa en sí, sino la intención delque lo hizo y la causa y el tiempo, y cuantos maleshubieran precedido de aquella injuria o crimen sitanta y tan evidente audacia no hubiera sido castiga-da por aquel cuya reputación ofendía, o bien la desus padres o hijos, o de lo más querido que tuvieraen el mundo.

En la remoción del crimen  se hace recaer en otrapersona  o cosa la acusación presentada por el ad-

  versario: unas veces se remueve  la causa, otras elasunto mismo. Ejemplo de remoción de  causa: «LosRodios enviaron embajadores a Atenas; los cuesto-

res no les abonaron el dinero que debían, y los em-bajadores no partieron.» Se les acusa. El cargo es:«debieron partir». Respuesta: «no debieron partir»Cuestión: «¿debieron o no partir.» «Razón: «elcuestor no les dio el dinero, que suele pagarse delErario público.» Réplica: «vosotros debíais, a pesarde todo, cumplir la misión que se os había confia-do.» La controversia es: «No habiéndose pagado a

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los embajadores el sueldo que se les debía, ¿estaban

obligados a cumplir su embajada?» En este génerocomo en los demás podrá usarse de la conjetura, dela comparación y de la relación del crimen.

El acusador defenderá, si puede, a aquel por cu-ya culpa dice el reo haberse movida a cometer la su-ya. Si no puede, dirá que no pertenece a este juicioaquella culpa, y que cada uno debe cumplir su deber,sin que la falta del uno sea excusa para el otro. Casode que el cuestor hubiera delinquido, procederíapresentar una acusación separada y no mezclarlacon una defensa. El defensor, después de tratar los

demás estados de la causa, vendrá a la remoción y de-mostrará: 1.°, de quién ha sido la culpa. 2.°, caso deque la culpa haya sido ajena, que é1 no ha podido ono ha debido hacer lo que al acusador le parececonveniente. Que no ha podido, lo probará por la

utilidad en que va envuelta la necesidad; que no hadebido, lo probará por la honestidad. De una y otraparte trataremos en el género deliberativo. 3.°, queel reo ha hecho todo lo que estaba en su mano, y que si no ha hecho más es por culpa ajena. 4.°, alexponer la culpa del otro, ha de indicarse cuánta

 voluntad y deseo tenía de obrar así, confirmándolopor indicios, hechos y palabras anteriores. Se dirá:

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que le era útil hacerlo e inútil dejar de hacerlo, y que

está demasiado conforme con el resto de su vida,para que sea necesario suponer que la culpa ajena leindujo a cometer la suya. Si la remoción  fuese, no auna persona, sino a una cosa, vg.: «si el cuestor hu-biera muerto y por esto no hubiesen recibido losembajadores el dinero,» después de contestar a laacusación y a la réplica del contrario, se usará de losmismos argumentos, valiéndose después de la conce- 

sión, como veremos más adelante. Los lugares co-munes son casi los mismos que antes hemos dicho,y los que ocurren con más frecuencia son: de parte

del acusador, la indignación del hecho; de parte deldefensor: «que no conviene castigar al reo cuando laculpa no es suya, sino de otro.»

Se hace la remoción de la cosa misma  negando quela que se da como crimen tenga nada que ver con el

reo, ni deba atribuírselo, vg.: «en las ceremonias delpacto que se hizo con los Samnitas, un joven patri-cio sostuvo la víctima por mandado del general.Cuando el Senado no aprobó aquel pacto y entregóel general a los Samnitas, dijo un senador que tam-bién debía entregarse al que sostuvo la víctima.» Lademanda es: «debe entregarse.» La respuesta: «no sedebe.» La cuestión: ¿se debe o no? Defensa: «no era

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mi deber ni estaba en mi mano, siendo yo tan joven

y hombre particular, oponerme a la autoridad y po-der del general, que es quien debía ver si hacía unpacto bastante honesto. Réplica: «pero como túfuiste parte en un sacrílego juramento, debes serentregado.» Cuestión: «aquel que no ha tenido po-der alguno, y sólo por orden del general ha interve-nido en un tratado y juramento, ¿debe ser entregadoo no?» Este género de causa difiere del anterior enque, concediendo el reo que convenía hacer lo queel acusador tiene por conveniente, atribuye a algunapersona o cosa el haber sido impedimento para su

libre determinación. No se acusa a otro, ni se letraspasa la culpa, sino que se demuestra que no es-taba la cosa en nuestro poder ni en nuestra mano.Sucede a veces en este género que el acusador fundaen la remoción un nuevo cargo, vg.: si se acusa a uno

que ha sido pretor de haber llamado el pueblo a lasarmas cuando esto correspondía a los cónsules. Y así como en el ejemplo anterior el reo alegaba que elhecho era ajeno de su poder y facultades, así en éstefunda el acusador en el mismo argumento una ra-zón contraria. Uno y otro deberán poner en claro,por todas las razones de honestidad y utilidad,ejemplos, indicios, signos, raciocinios etc., qué es lo

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que pertenece al derecho o potestad de cada uno.

Los lugares comunes se tomarán del mismo asuntosi en él va envuelto algo de indignación y queja.En la concesión el reo, sin aprobar el hecho, pide

que se le perdone. Dos partes tiene la concesión: purgación y deprecación. En la primera no se defiende elhecho, sino la voluntad. Tiene tres partes: impruden- 

cia, caso y necesidad. Imprudencia, cuando el hecho secometió por ignorancia, vg.: «había cierta ley paraque nadie inmolase un becerro a Diana; unos nave-gantes prometieron en una tempestad, si Regaban alpuerto que tenían a la vista, sacrificar un becerro al

dios que allí se venerase. Casualmente habla enaquel puerto un templo de Diana, a quien no eralícito inmolar el becerro; ellos, ignorantes, lo hicie-ron.» Se les acusa: «Inmolasteis un becerro a unadiosa a quien no era lícito.» Se responde concedien-

do, pero se da esta razón: «no supe que era ilícito.»Réplica: «pero como hiciste lo que no debías, segúnla ley eres digno del suplicio.» La controversia es: «sihizo por ignorancia lo que no debía, ¿es digno dasuplicio?»

En la casualidad estriba la concesión, cuando sedemuestra que algún imprevisto accidente se haopuesto a la voluntad, vg.: «Era ley entre los Lace-

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demonios que si el comisionado para traer las vícti-

mas no las presentaba el día señalado, se lo conde-nase a pena capital. Acercábase el día del sacrificio,y comenzó él a traer las víctimas, del campo a laciudad. Hinchado con las grandes lluvias el Eurotas,río que corre junto a Lacedemonia, iba tan impetuo-so y crecido, que era imposible pasar las víctimas. Elque las guiaba púsolas a la una parte del río, en sitiodonde pudieran verse desde la ciudad, para mostrarasí su buen deseo. Convenciéronse todos de que lasúbita crecida del río había sido el único impedi-mento, y sin embargo, algunos lo acusaron capital-

mente: «Las víctimas que debías dar para elsacrificio no estuvieron a tiempo.» Defensa:  «Conce-do; pero es porque el río creció de pronto, y fueimposible pasarlas.» Réplica:  «Pero como no hicistelo que manda la ley, eres digno del suplicio.» Cuestión: 

«¿Es digno de suplicio, por haber contravenido a laley, a causa de la crecida del río?»

Con la necesidad o fuerza mayor puede tambiéndefenderse el reo, vg.: «Es ley entre los Rodios, quesi se encuentra en el puerto una nave rostrada, seponga en venta. Levantada una gran tempestad, lafuerza de los vientos arrojó una nave al puerto deRodas, bien a pesar de los navegantes. El cuestor

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pone la nave en pública almoneda. El dueño, de la

nave lo resiste.  Acusación: « Una nave rostrada ha en-trado en el puerto.» Se concede, pero añadiendoesta razón: «La fuerza y necesidad nos compelie-ron.» Réplica: «Es preciso que se cumpla la ley res-pecto a esta nave.» Cuestión: «Mandando la ley quese saque a venta pública toda nave rostrada que en-tre en el puerto, y habiendo entrado ésta contra la

 voluntad de los navegantes, y traída por la tempes-tad, ¿deberá venderse?»

Hemos puesto en este lugar ejemplos de los tresgéneros, porque los preceptos son muy semejantes.

En todos procurará el acusador, si el asunto sepresta, introducir alguna conjetura o sospecha deque ha sido voluntario el hecho que el reo da comofortuito o necesario: definir la necesidad, el acaso ola imprudencia, y añadir a la definición ejemplos en

que se vea imprudencia, necesidad o acaso: separarde éstos lo que el reo infiera, es decir, mostrar que elcaso es muy desemejante, y que no es verosímil quehaya sido fortuito ni necesario: demostrar que hapodido evitarse o precaverse de esta o de la otramanera, y probar con definiciones que no debe lla-marse imprudencia, caso o necesidad, sino inercia,desidia y fatuidad.

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Si la necesidad tiene algo de torpe, convendrá

demostrar, por implicación de lugares comunes, quehubiera valido más padecer cualquier trabajo y hastamorir que someterse a tal necesidad. Valiéndose delos lugares comunes, de que hemos hablado en laparte negocial, se investigará la razón de la equidad y del derecho, y corno en la causa absoluta  judicial, seconsiderará esto mismo por si y separado de todaslas demás cuestiones. Se usará, si es posible, deejemplos, citando algún caso en que semejante ex-cusa no haya sido válida: se añadirá la comparación,diciendo que mucho más motivo había para que se

perdonase en aquel caso; y acudiendo a la delibera-ción, se probará que es torpe o inútil conceder loque el adversario quiere, y que sería gran detrimentoel que dejasen de castigar aquel hecho los que paraello tienen autoridad.

El defensor podrá valerse de los mismos argu-mentos por la parte contraria. Hará hincapié, sobretodo, en defender la intención y en ponderar losobstáculos que se opusieron a su voluntad: dirá queno pudo hacer más de lo que hizo; que en todas lascosas debe atenderse a la voluntad; que no puedeconvencerse de que ha incurrido en culpa, y quecondenándole a él no se condenará más que la fla-

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queza común a todos los hombres. No hay cosa

más indigna que imponer un suplicio a quien noestá culpado. Los lugares comunes del acusadorconsisten: uno en la concesión, y otro en considerarqué puerta se abriría al delito si se juzgase, no delhecho, sino de la causa del hecho. El lugar comúndel defensor será: quejarse de aquella calamidad quele ha sucedido, no por culpa suya, sino por fuerzamayor, y del poder de la fortuna, y de la debilidadhumana, y rogar a los jueces que consideren la in-tención y no el resultado, en todo lo cual mezclarála lamentación de sus desdichas y la indignación

contra las crueldades de sus adversarios. A nadie admire que en estos y otros ejemplos se

 vea mezclada la controversia de ley escrita, de la cualhablaré luego separadamente; porque hay génerosde causa que se consideran en sí mismos y tienen

fuerza propia, y otros que llevan interpolado algúnotro género de controversia. Conocidos todos, noserá difícil trasladar a cada una de las causas los pre-ceptos del género que le sean aplicables, y por eso,en estos ejemplos de concesión, aparece unida lacontroversia que se llama de escrito y sentencia;  perocomo ahora tratábamos sólo de la concesión, paraella dimos preceptos. En la deprecación no se defien-

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do el hecho, sino que se pide perdón. Apenas puede

admitirse este género en juicio, porque confesado eldelito, es difícil conseguir que sea perdonado poraquel que tiene obligación de castigarlo. Solo podráintroducirse en parte y no como principal estado dela causa, vg.: si hablas en defensa de algún varónfuerte y esclarecido que haya hecho muchos benefi-cios a la República, podrás usar de la deprecación,sin que parezca que lo haces, de este modo: «Ohjueces, si este hombre por sus beneficios, por elamor que siempre os tuvo, por tantos y tantos he-chos buenos, pidiera que le perdonaseis este solo

delito, seria digno de vuestra clemencia y virtud elconcedérselo.» Después se encarecerán los benefi-cios; y por medio del lugar común, se traerá la vo-luntad de los jueces a clemencia.

  Aunque este género de defensa sólo en parte

puede usarse en el juicio, como quiera que con fre-cuencia ocurre en el Senado o en Consejo, debe-mos poner aquí sus preceptos. Vemos que en elSenado y ante el pueblo se deliberó acerca de Sifax,y que Quinto Numitor Pullo fue acusado ante el tri-bunal de Lucio Opimio, donde le valió más el pedirmisericordia que ningún otro género de defensa. Nole fue tan fácil el probar por conjeturas que había

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tenido siempre buena voluntad hacia el pueblo ro-

mano, como el pedir por medio de la deprecaciónque se le perdonase, atendiendo a sus anteriores be-neficios.

Deberá el que pida perdón recordar sus benefi-cios, si algunos ha hecho, y probar, si puede, queson mayores que sus delitos y que él ha hecho másbien que mal: recordará después las hazañas de susantepasados, si algunas hicieron: dirá que no proce-dió por odio ni crueldad, sino por imprudencia oajeno impulso, o por otra causa honesta y probable:prometerá, que ya escarmentado y agradecido al be-

neficio de los que le perdonen, huirá siempre de taldelito, y que tiene esperanzas de poder servir en al-guna ocasión señalada a los que tal favor le hagan.Si es posible, alegará su parentesco o antigua amis-tad con los jueces: ponderará la magnanimidad y 

nobleza de los que quieran salvarle, y mostrará sinarrogancia que hay en él buenas cualidades, dignasde honor y no de que se le imponga un suplicio: tra-erá a la memoria otros casos en que se han perdo-nado mayores delitos. Será de mucho efecto elrecordar que ha sido misericordioso y propenso alperdón cuando ha tenido algún poder. Procurarádisminuir en todo lo posible la gravedad de su pe-

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cado y los inconvenientes que de é1 hayan nacido,

en términos que parezca torpe o inútil el castigar atal hombre. Después, por medio de lugares comu-nes, se captará la misericordia del auditorio segúnlos preceptos que hemos dado en el primer libro.

El adversario ponderará la maldad, diciendo queno se ha cometido por imprudencia, sino por cruel-dad y malicia, y que el criminal nunca ha sido mise-ricordioso, sino soberbio y siempre enemigo, sinque haya esperanza de que venga a ser amigo alguna

 vez. En cuanto a los beneficios, demostrará que nohan nacido de benevolencia, sino de algún interés

privado, o que después se ha trocado la amistad enodio y los beneficios en malas acciones, o que éstashan sido más que las buenas, o que ya se han pren-dado los beneficios, y ahora conviene castigar loscrímenes: que es torpe o inútil perdonar, y que sería

necedad grande dejar de usar de la potestad contraaquel que tanto hemos deseado someter a ella, y querecuerden los jueces el ánimo o el odio que teníancontra él. El lugar común será la indignación contrael crimen, o el decir que debemos compadecernosde los que son desdichados por la fortuna, y no porsu malicia.

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Como nos hemos dilatado tanto en la  posición 

general de la causa, por ser tantas sus partes, con- viene, para que no se extravíe el entendimiento conla variedad y desemejanza de los cosas, decir qué eslo que nos resta tratar y por qué. Decíamos que cau-sa judicial era aquella en que se investigaba la razónde lo justo o de lo injusto, del premio o de la pena;quedan expuestas las causas de lo justo y de lo in-justo; resta, pues, hablar del premio y de la pena.

Muchas causas hay que consisten en la peticiónde algún premio no sólo en el Senado o en los co-micios, sino ante los jueces, donde muchas veces se

pide el premio de los acusadores. Nadie piense quecuando ponemos algún ejemplo de lo que se trataen el Senado nos apartamos del género judicial,pues todo lo que se dice en acusación o en defensade un hombre, siempre que no recaiga sentencia, es

deliberativo, pero también pertenece al género judi-cial. Todo el que con atención estudie las causas,

 verá que difieren en género y en forma, pero que enlo demás se parecen todas, y unas están enlazadascon otras.

 Volvamos a los premios: «El cónsul Lucio Lici-nio Craso habla vencido, en la Galia citerior, a unosforajidos que tenían infestada la provincia, pero que

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ni por su número, ni por su fama, ni por carecer de

jefe conocido, merecían ser llamados enemigos delpueblo romano. Vuelve a Roma y pide al Senado eltriunfo.» Aquí, como en la deprecación, no hay paraqué poner las razones y las réplicas que preceden aljuicio, porque si no ocurre algún otro incidente en lacausa, será un juicio simple y contenido en la mismacuestión. En la deprecación preguntamos: «¿se ledebe imponer pena?» y aquí: «¿se le debe dar pre-mio?»

La razón del premio estriba en cuatro cosas: enlos beneficios, en la persona, en el género del pre-

mio y en las facultades. Los beneficios se juzgan:por su importancia, por el tiempo, por la intenciónde quien los hizo, o por el acaso. Se consideran porsí mismos, vg.: si son grandes o pequeños, fáciles odifíciles, singulares o vulgares, verdaderos o falsos.

Por el tiempo, si se han hecho cuando estábamosindigentes, cuando los demás no podían o no que-rían ayudarnos, o cuando se había perdido toda es-peranza. Por la intención, si no se han hecho eninterés propio, sino por el beneficio mismo. Por elacaso, si el beneficio no es obra de la fortuna, sinode la industria, o si a la industria se ha opuesto lafortuna.

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En cuanto al hombre, se considerará: cómo ha

 vivido; qué gastos o qué trabajo ha invertido en es-to; si alguna otra vez ha hecho cosa semejante; sisolicita el premio del ajeno trabajo o de la bondadde los dioses; si alguna vez ha sido él de opinión quetal causa no merecía premio; si se lo ha concedidoya el premio o algún honor por lo que hizo; si se vioobligado a hacerlo por la necesidad, o si el acto esde tal naturaleza, que hubiera merecido pena el dejarde hacerlo, y el hacerlo no merece premio; si pide elpremio antes de tiempo, o vende, por un preciocierto, una esperanza incierta, o pide el premio por

evitar alguna pena y tener este precedente favorable.En cuanto al género del premio, se ha de consi-

derar: qué se pide, cuánto y por qué, y de qué pre-mio es realmente digna la cosa; a quiénes y por quécausa solían conceder este honor nuestros antepa-

sados, y que este honor no debe prodigarse mucho.El lugar común para atacar a quien pide el premioserá que las recompensas de la virtud y del deberhan de ser sagradas y venerables, sin que se comu-niquen a hombres malvados ni medianos. Tambiénpodrá decirse, que si el premio se hace vulgar, dis-minuirá en los hombres el ansia de la gloria, puestoque el premio hace bellas y apetecibles las cosas ar-

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duas y difíciles. Y si existen aún los que en otro

tiempo lograron el mismo honor por sus eximias  virtudes, ¿no creerán que se menoscaba su gloriaconcediendo a tales hombres el mismo premio? Sehará una enumeración de los que se hallan en elmismo caso, y se los comparará con el adversario.El que pide el premio deberá encarecer por la am-plificación sus hechos y compararlos con los deotros que han logrado la misma recompensa; diráque muchos se apartarán del camino de la virtud, si

  ven que la virtud no se premia. Cuando el premioque se pide es de dinero, hay que considerar los re-

cursos de la república, y si tiene abundancia o penu-ria de trigo, de contribuciones o de dinero. Loslugares comunes serán: que conviene aumentar y nodisminuir los recursos, y que es una imprudencia elpedir por un beneficio, no gracias, sino merced. A

esto se responderá: que es vergonzoso hablar de di-nero cuando se trata de agradecimiento, y que él nopone precio a su acción, sino que solicita honor.

 Tratemos ahora de las controversias que se fun-dan en una ley escrita. Ocurren estas controversiascuando nace alguna duda de las palabras del escrito,o por ambigüedad, o por discordia entre el escrito y la sentencia, o por leyes contrarias, o por raciocinio,

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o por definición. Por ambigüedad, cuando es oscura

la intención del escritor y sus palabras pueden to-marse en dos o más sentidos, vg.: «Un padre de fa-milia que dejó a su hijo heredero, legó a su mujer

 vasos de plata con esta condición: mi heredero daráa mi mujer los vasos de plata que él quiera hasta elpeso de ciento.» Después de la muerte pide la madrelos vasos magníficos y cincelados. Contesta el hijoque él puede darle los que quiera. Demuéstrese pri-mero, si fuere posible, que el escrito no es ambiguo,porque todos en el lenguaje común suelen usar deaquellos vocablos en el mismo sentido en que deci-

mos nosotros que han de tomarse: aclárese aquelescrito con las palabras que proceden y siguen, por-que todo resultaría ambiguo si separadamente se mi-rase, pero no ha de tenerse por ambiguo lo que seaclara por todo el contexto rectamente entendido.

La intención del escritor se deducirá de sus demásescritos, hechos, dichos, ánimo y vida, y toda escri-tura en que hay ambigüedad deberá escudriñarsedespacio y por todas partes, para ver si hay algo quefavorezca nuestra intención o que se oponga a la delos adversarios. De la escritura, y de la persona delescritor, y de las cualidades de las personas, se dedu-cirá verosímilmente el sentido del escrito. Después

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ha de demostrarse que la interpretación del adversa-

rio es violenta y sin salida, al paso que la nuestra esfácil y cómoda, vg. en esta ley (y bien se puede po-ner un ejemplo fingido para mayor inteligencia): «Lameretriz no lleva corona de oro: si la llevare, sea

  vendida públicamente. » Al que sostenga que la vendida debe ser la meretriz, se puede contestar queno se ve el objeto de la ley al mandar esto, y que pa-rece violento e irracional, al paso que el vender lacorona de oro es cosa natural, de fácil ejecución y sin ningún inconveniente. Se atenderá con diligenciasi lo que nosotros interpretamos es más útil, ho-

nesto o necesario que lo que dicen los adversarios.Se citará, si la hubiere, alguna otra ley que excluya oprevenga la interpretación contraria. Se mostrará dequé manera hubiera dicho las cosas el escritor si hu-biera querido que se entendiesen como el adversario

quiere entenderlas, vg.: en esta causa de los vasos deplata, pudiera decir la mujer, que sería inútil la cláu-sula, «los que quiera», si por otra parte lo dejase eltestador a voluntad del heredero. Claro es que si nose hubiera puesto condición, el heredero podríadarle los que quisiera.

En estas causas conviene mucho usar de estegénero de razonamiento: «Si hubiera querido decir

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esto, no hubiese colocado los vocablos así, pues de

esta suerte es como se conoce la intención del es-critor.» Se preguntará en qué tiempo lo escribió, pa-ra calcular verosímilmente cuál era su voluntadentonces. Por medio de los argumentos de la delibe-ración, comprobará cuál era lo más útil y honestopara él al escribir, y cuál debe ser para nosotros alaprobar. Aquí se puede usar de la amplificación y del lugar común.

Del escrito y sentencia nace la controversia,cuando uno se atiene a las palabras escritas y otros ala voluntad del escritor tal como la entienden. El

que defienda esta última parte tendrá que demostrarcon algún hecho o acontecimiento, que la intencióny voluntad del escritor han sido siempre las mismas,

 vg.: «Un ciudadano que tenía mujer, pero no hijos,escribió en su testamento: si llego a tener algún hijo,

él sea mi heredero, pero si muero antes de llegar a lamayor edad, tú serás heredero segundo.» El hijo nonació. Disputan los parientes con el que es segundoheredero, si debe considerarse al hijo como muertoen la menor edad, para los efectos de la ley. En estecaso no puede acomodarse al tiempo o al resultadoninguna sentencia del escritor, y sólo fiado en su

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 voluntad constante es como defiende ser suya la he-

rencia el que va contra las palabras del escrito.En otras ocasiones se cita alguna sentenciadonde no solo aparece la constante voluntad delescritor, sino la interpretación que entonces debedársele, conforme al hecho y al tiempo. Tiene lugarprincipalmente en la causa judicial accesoria, dondesuele introducirse la comparación, vg.: «habiendouna ley que prohibe abrir las puertas de la ciudad denoche, las abre uno en tiempo de guerra o introduceauxilios en la ciudad que tenían cercada los enemi-gos.» Otras veces se usa la relación del crimen, corno

en el caso de aquel que mata a un tribuno de laplebe que quería hacerle violencia, siendo así queestá vedado por ley común, de todos los hombres elmatar a nadie. Otras veces se emplea la remocióndel crimen, vg., en el caso del embajador que no

partió el día señalado porque el cuestor no le pagólo que le debía. Otras la concesión por disculpa, yade imprudencia, vg., en la inmolación del becerro aDiana; ya de fuerza, como en el caso de la naverostrada; ya de casualidad, como en la crecida del ríoEufrates. 0 se demuestra que el escritor ha queridosiempre lo mismo, o que en aquel caso y tiempo loha querido. El que defiende el escrito, podrá usar de

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todos estos argumentos o de la mayor parte: 1.°,

alabando al escritor, o diciendo que no toca a losque juzgan atender más que a lo que está escrito,mucho más si se presenta una ley o algo derivado dela ley; 2.°, y  es de mucha fuerza, mostrando laoposición entre el hecho o intención de losadversarios y el mismo escrito: este argumentopodrá variarse de muchos modos, según las palabrasescritas, el hecho, el juramento de los jueces, etc.;3.°, admirándose de que nadie pueda decir locontrario; preguntando al juez qué le resta que oir oqué espera; preguntando al mismo adversario si ne-

gará que el escrito está en los términos que decimos,o que es contra él, y caso que lo niegue, anunciarque no hablaremos más. Si no lo niega, y habla noobstante en contra, exclamaremos que no se puedehallar hombre más imprudente. En esto conviene

detenerse mucho, como si nada más hubiéramos dedecir ni pudiera decirse, recitando muchas veces laspalabras del escrito, comparándole con la interpre-tación del adversario, y dirigiendo a veces con acri-tud la palabra a los jueces, para recordarles lo quehan jurado y lo que deben hacer, y que sólo por doscausas debe dudar el juez: si el escrito es oscuro, o siel adversario niega algo; pero cuando el escrito está

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claro, y el adversario lo confesa todo, al juez toca

obedecer la ley y no interpretarla. Confirmado estelugar, destrúyanse los argumentos contrarios: estosson: 1.°, que una cosa pensó el escritor y otra escri-bió, vg., en la controversia del testamento que cita-mos antes; 2.°, una causa accesoria, por la cual no sepuede o no se debe obedecer el escrito. Si se alegaque una cosa pensó el escritor y otra dijo, el que de-fienda lo escrito podrá decir que no es necesario ar-gumentar sobre la voluntad de aquel que nos dejóuna muestra tan clara de ella, y que se seguirían mu-chos inconvenientes si se estableciera la costumbre

de apartarse de lo escrito, pues los que escribieranno tendrían confianza alguna en que su voluntadfuese respetada, y los jueces no hallarían ley alguna aque atenerse; por tanto, si la voluntad del escritordebe ser conservada, nosotros somos los que la de-

fendemos y no el adversario. Mucho más se acerca ala voluntad del escritor el que la interpreta por susletras , que son como la imagen de su alma, que noel que se vale de domésticas hablillas.

Si el adversario alega alguna causa, se contestará:1.°, que es absurdo confesar que se ha faltado a laley, y alegar razones para ello; 2.°, que todo andatrocado: así como juntos solían los acusadores per-

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suadir a los jueces de que había incurrido en culpa el

acusado, y decir la causa que le indujo al delito, así elreo es ahora quien alega la causa y la disculpa; 3.°,

introducir esta división, a cada una de cuyas partesconvienen muchas argumentaciones : I.° que enninguna ley conviene admitir pretextos contra lo es-crito; 2.°, que aunque en otras leyes se pueda hacer,en esta no conviene; 3.°, que aunque convenga enesta ley, no en esta causa.

La primera parte se confirmarácon estos argu-mentos: que no faltó al escritor ingenio, ni ocasión,ni facilidad para decir claramente lo que pensaba;

que no le hubiera sido difícil hacerse cargo de la ra-zón que alegan los adversarios, si ésta tuviera algunafuerza; y que es costumbre en los legisladores hacerexcepciones. Se citarán algunas leyes en que estoocurra; se verá si la ley en cuestión exceptúa o si hay 

excepciones en otras leyes de la misma mano: nuevoargumento de que también las hubiera hecho en elcaso que se discute, si lo hubiera juzgado digno detenerse en cuenta. Pruébese que el admitir razones y pretextos no es otra cosa que destruir la ley, pues seatiende con preferencia a lo que en ella no está es-crito. Todos se alentarán a delinquir, si ven que eldelito se juzga por el criterio del que lo cometió, y 

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no por la ley que los jueces han prometido cumplir.

Para los mismos jueces y para todos los ciudadanos,será un trastorno y confusión grande el apartarse dela ley. Los unos no encontrarán norma para sus jui-cios y para reprender a los que juzguen contra ley; y los demás ciudadanos no sabrán a qué atenerse, siobra cada uno según su talante y capricho, y no se-gún la legislación común de la ciudad. Pregúntesedespués a los jueces por qué se empeñan en nego-cios ajenos; por qué sirven a la República, pudiendoatender a sus propios intereses; por qué prestan ju-ramento; por qué se reúnen y se paran en tiempo

fijo. No darán otra causa sino que la ley lo previeneasí. Ahora bien, sometiéndose ellos a la ley, ¿con-sentirán que nuestros adversarios la conculquen?¿Consentirán acaso que el reo intercalase en la ley elpretexto o excepción con que se defiende? Pues

más indigno y reprensible todavía es lo que hace. Y si los jueces mismos quisieran añadirlo a la ley, ¿loconsentiría el pueblo? Pues todavía más censurableque alterar las palabras y el texto de la ley, es alla-narla en la ejecución y en el juicio. ¿Quién derogaráuna ley, o la abrogará, o en algún modo la alterarásin consentimiento del pueblo? A los mismos juecesles atraería esto grande odio. No son éste tiempo ni

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lugar oportunos para modificar la ley: ante el pueblo

y por el pueblo debe hacerse. Y si ahora tratan dehacerlo, ¿quién lo propondrá, quiénes lo aceptarán?  Tan inútiles como ilegales son todas estas cosas.  Ahora se ha de respetar la ley por los jueces; másadelante podrá modificarla el pueblo. Sí la ley no sehallara, procuraríamos buscarla, y en ninguna mane-ra, aunque no estuviese bajo el peso de una acusa-ción, nos atendríamos al parecer del reo. Y si la ley está expresa, ¿no será locura insigne fiarse más delas palabras del delincuente que de las de la ley? Conestas y otras razones se probará que, la excepción

no debe admitirse.La segunda parte es aquella en que se demuestra

que, aunque en otras leyes convenga la excepción,en esta no conviene. Esto sucederá cuando la ley 

 verse sobre cosas muy graves, útiles, honestas y reli-

giosas; o cuando parezca cosa inútil o torpe el nosometerse escrupulosamente a su texto, o cuando laley esté escrita con tal minuciosidad y diligencia, y con tantas excepciones, que razonablemente no sepueda creer que se ha omitido nada.

El tercer argumento, que es muy necesario parael que defiende la ley, consiste en probar que aun-que pueda admitirse alguna excepción contra lo es-

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crito, no la que los adversarios alegan. Digo que este

lugar es tanto más necesario, cuanto que siempre elque combate la ley se funda en la equidad, y seríaimprudencia suma el no hacerlo.

Esto se hará si se demuestra que no hay culpaen aquel que se defiende y con los argumentos decomparación, remoción, relación del crimen o concesión : siaprovechamos de estos mismos argumentos todo loque pueda perjudicar a la causa contraria, o si se ex-plica la razón de que esté escrito así en la ley y en eltestamento, para que se vea que tal fue el parecer y 

 voluntad del escritor.

El que impugne el escrito usará, ante todo, delargumento de equidad, o mostrará con qué inten-ción y porqué obró así, o se defenderá con los ar-gumentos de causa accesoria, y después de habersedilatado mucho en este argumento ponderando la

razón del hecho y la justicia de su causa, sostendrácontra los adversarios que deben aducirse excep-ciones; que ninguna ley puede mandar cosas inútileso injustas; que todas las penas que la ley impone sonpara castigar la culpa y la malicia; que el mismo le-gislador, si existiese, aprobaría esto y aún lo haría, sise viera en un caso semejante; y que para eso esta-bleció el legislador jueces graves y de cierta edad,

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que no se limitasen a recitar la letra de la ley, para lo

cual bastaría un niño, sino que interpretasen su pen-samiento y voluntad. El mismo legislador, si dirigie-ra sus escritos a horribles necios y a jueces bárbaros,lo hubiera expresado todo con suma diligencia; perocomo sabía que los jueces no iban a ser recitadoressino intérpretes de su voluntad, omitió lo que eraevidente.

Se preguntará después a los adversarios: «¿Y qué, si yo lo hubiera hecho? ¿Qué si hubiera acon-tecido esto? ¿Me acusaríais por un acto cuya causaes honestísima o de necesidad forzosa? Decís que la

ley no hace excepción. Pero la hay tácita, porque lacosa es evidente. Además, ni en las leyes, ni en es-critura alguna, ni en el lenguaje familiar, ni en el ré-gimen doméstico, podría hacerse nada si diéramosen atender a las palabras y no a la voluntad del que

las dice.» Se probará con los argumentos de utilidady honestidad cuán torpe o inútil es lo que los adver-sarios juzgan que debió o que no debió hacerse, y cuán útil y honesto lo que nosotros hicimos o pe-dimos. No apreciarnos las leyes por la letra, que esdifícil y oscura muestra de la voluntad, sino por loútil de los preceptos y por la sabiduría y diligenciade los legisladores. Dígase lo que es la ley, y que

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consiste en las sentencias, no en las palabras, y que

obedece a la ley el juez que se atiene a la intención y no a la letra. Sería indigno imponer la misma pena alque por delito o audacia infringió la ley y al que porcausa honesta y necesaria se apartó de las palabrasdel legislador, pero no de su espíritu. Con estos y otros argumentos se probará que deben admitirseexcepciones en esta ley y por esta causa; y así comodecíamos antes que sería muy útil al que defendierael escrito derogar algo de la equidad que se atribuyóel adversario, así el impugnador del escrito podráaprovechar algo del mismo escrito para su causa, y 

mostrando en la ley alguna ambigüedad, defender laparte que le favorezca, o definir la fuerza de algunapalabra y traerla en interés de su causa, o inducir pormedio del raciocinio lo que en la ley no está expre-so. Si puede en alguna cosa, aunque sea poco pro-

bable, defenderse con el texto de la ley, por más quesu causa sea muy equitativa, necesariamente ade-lantará mucho, porque quita su mayor fuerza alprincipal argumento de los adversarios.

Los lugares comunes y accesorios convienen aentrambas partes. Además, el que defiende lo es-crito dirá que las leyes han de mirarse por sí y nopor la utilidad del que falla a ellas, y que nada debe

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respetarse tanto como las leyes. El que ataque el es-

crito dirá que las leyes consisten en la intención delescritor y en la utilidad común, no en las palabras.Es cosa indigna atacar por medio de las palabras laequidad que se defiende con la voluntad del legisla-dor.

De leyes contrarias nace la controversia, cuandodos o más leyes parecen discrepar entre sí, vg.: «esley que quien mate al tirano obtenga el premio delas Olimpiónicas y pida al magistrado lo que quieray el magistrado se lo conceda. » Y otra ley: «muertoel tirano, deben ser muertos también cinco de sus

próximos parientes, siempre que sean magistrados.» A Alejandro, tirano de Féras en Tesalia, le mató unanoche su mujer Tebe estando acostados juntos. Lamujer pide, en lugar de premio, el hijo que había te-nido del tirano. Otros, conforme a la segunda ley,

sostienen que este hijo, debe ser muerto. En estejuicio los mismos argumentos y las mismas reglasconvienen a entrambas partes, porque una y otradeben confirmar su ley y debilitar la contraria. Con-sidérese: l.°, cuál de las dos leyes toca o pertenece acosas más graves, útiles, honestas y necesarias, y sidos o más discrepan entre sí, debe preferirse aquellaque está en el caso antedicho; 2.°, cuál de las dos ha

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sido dada después, porque la última es la que hace

más fuerza; 3.°, si una manda y otra permite, porquelo que se manda es necesario y lo que se permite voluntario; 4.°, en cuál de las leyes se impone pena aquien no obedezca; y en cuál, pena mayor, porquesiempre debe preferirse la ley que tenga sanción pe-nal; 5.°, si una manda y otra prohibe, porque siem-pre la que veda parece corregir, con algunaexcepción, la que manda; 6.°, cuál de ellas es gene-ral, cuál particular, cuál puede aplicarse a muchoscasos, cuál ha sido escrita para uno especial, puessiempre las leyes particulares hacen más fuerza en la

causa y en el juicio; 7.°, si manda la ley que se cum-pla pronto y necesariamente, o da alguna tardanza y espera, pues siempre debe hacerse antes lo que másurge; 8.°, si una ley está clara en los términos y laotra ambigua, de suerte que haya que proceder por

raciocinio o definición, debe tenerse por más firmey respetable la más clara- 9.°, debe interpretarse laley contraria de tal modo, que, a ser posible, desapa-rezca la discrepancia entre las dos leyes: 10.° y últi-mo, si la causa lo permite, será de grande efectoprobar que, siguiendo nuestro parecer, se respetanlas dos leyes, al paso que los adversarios tienen querechazar una de las dos.

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En cuanto a los lugares comunes, la causa mis-

ma mostrará los que deban usarse, explicando conargumentos de utilidad y honestidad a cuál de lasdos leyes debemos con preferencia ajustarnos.

Del raciocinio nace la controversia, cuando de loque está expreso en una ley se llega a lo que no estáen ninguna, vg.: «es ley que si un ciudadano está lo-co, sus parientes y. allegados tengan potestad sobresu persona y bienes.» También es ley que se respetela última voluntad del padre da familias, respecto asu familia y bienes.» Y finalmente, es ley «que si elpadre de familias muere abintestato, su hacienda se

aplique a sus consanguíneos y parientes.» Acúsose auno de parricidio. No halló modo de librarse de lapena: se le ató, se le puso en la boca una mordaza y se le llevó a la cárcel, donde solo debía permaneceralgunas horas mientras se preparaba el saco en que

había de ser arrojado al río. Entre tanto, sus familia-res llevan a la cárcel las tablas y los testigos. Designaherederos y firma el testamento. Después se le im-pone el último suplicio. Entre los herederos llama-dos por el testamento, y los parientes del muerto sesuscita una controversia sobre la herencia. No sepresenta ninguna ley que prohiba hacer testamentoa los condenados a muerte. Valiéndose de otras le-

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yes y de la misma por la cual ha sido condenado, y 

de las que tocan la materia de testamentos, se dedu-cirá por raciocinio si tuvo o no derecho para hacer-lo.

Los lugares comunes en este género de argu-mentación son, a mi entender, estos: 1.° alabanza y confirmación del escrito que tú presentas; 2.°, com-paración de lo que está en controversia con lo queno admite duda: así se verá la semejanza; 3.°, pre-guntar con admiración cómo el que concede la jus-ticia de una cosa, niega la de otra que es igual o másjusta; 4.°, que si no hay nada escrito sobre el parti-

cular, es por haber creído el legislador que la cosano admitía duda; 5.°, que en las leyes se omiten o nose expresan muchas cosas que nadie juzga a pesarde eso, omitidas, porque se deducen fácilmente delas demás que están escritas; 6.°, demuéstrese la

equidad de la causa lo mismo que en la judicial ab-soluta.

El contrario deberá combatir la semejanza, de-mostrando que los términos de la comparación di-fieren mucho en género, naturaleza, fuerza,magnitud, tiempo, lugar, persona, opinión, o usan-do, si puede, del raciocinio; y si no, diga que es ne-cesario atenerse a lo escrito; que peligraría todo

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derecho si se admitiesen semejanzas; que no hay co-

sa que no se parezca en algo a otra; que para cadauna de ellas hay su ley, y que puede probarse la si-militud y la desemejanza de todo.

Los lugares comunes del que defiende el racioci-nio serán: que por lo que está escrito se ha de con-jeturar lo que no está expreso, y que nadie puedeabarcar todos los puntos en un escrito, bastandoque de lo que dice se pueda inferir lo que omite. Elcontrario dirá: que esta conjetura es una adivinación,y que sería necedad en el legislador escribir de ma-nera que no se entienda lo que quiso decir.

La definición ocurre cuando se trata de averi-guar el valor de alguna palabra, vg.: dice la ley: «Losque en una tempestad abandonen la nave, piérdanlotodo: la nave y la carga sean de los que se queden enla nave.» Navegando en alta mar el dueño de la car-

ga y el de la nave, vieron a un náufrago que nadabay les tendía las manos: movidos de piedad, acerca-ron a él la nave y lo recogieron en ella. Poco des-pués se declaró una violenta tempestad, hasta talpunto, que el dueño de la nave, que era a la vez pi-loto, se refugió en el esquife, y desde allí, por mediode las cuerdas que mantenían el esquife sujeto de lapopa, gobernó la nave en cuanto pudo: el dueño de

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la carga se hirió con una espada dentro de la misma

nave. Entonces el náufrago cogió el timón, y con-tribuyó cuanto pudo a salvar la nave. Sosegadas lasolas, y calmada la tempestad, llega al puerto la nave:el herido convaleció fácilmente, porque la lesión noera grave. Cada uno de los tres reclama la nave y lacarga. Todos se fijan en la misma ley, y la contro-

  versia es sobre el valor de las palabras. Trátase dedefinir qué es el abandonar la nave y el quedarse enla nave, y qué es la misma nave. Aquí se aplicaránlos mismos argumentos con que se trata la causa enel estado definitivo.

Expuestas ya las pruebas que se aplican al géne-ro judicial, daremos argumentos y reglas para el de-liberativo y el demostrativo, no porque toda causadeje de hallarse en alguno de los estados antedichos,sino porque hay ciertos lugares propios de estas

causas, no independientes de la posición de la causa,sino acomodados al fin especial de estos géneros.En el género judicial, el rin es la equidad, esto es,una parte de la honestidad. En el deliberativo, segúnquiere Aristóteles, es la honestidad y la utilidad; enmi opinión, la utilidad sola. En el demostrativo, lahonestidad. En este género de causas hay que tratarciertas argumentaciones de una manera común y 

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semejante, y añadir otras por separado hacia el fin,

adonde se ha da encaminar todo el razonamiento.No nos sería molesto poner ejemplo de cada uno delos estados de la causa, si no viéramos que así comolas materias oscuras se aclaran con palabras, así seoscurecen las claras. Vengamos ya a los preceptosde la deliberación.

  Tres géneros hay de cosas apetecibles, o igualnúmero de las que deben evitarse. Las primeras nosllevan hacia si, por su propia fuerza Y dignidad, nopor interés alguno. De este género son: la virtud, laciencia, la verdad. Hay otras cosas que no apetece-

mos por su propio valor y naturaleza, sino por elfruto y utilidad, y el dinero. Algunas cosas nosatraen a la vez por su valor y dignidad, y por algo deútil y deleitoso, vg.: la amistad, la buena estimación.Las cosas contrarias a todas estas, fácilmente se en-

tenderán sin que nosotros las digamos.Diremos los nombres de estos tres géneros. El

primero se llama honesto, el segundo, útil ; el tercero,porque contiene una parte de honestidad, y porqueesta es la mayor, pertenece a entrambos géneros,pero se llama con el vocablo mejor: el de honestidad.

De donde resulta que las razones para apetecer unacosa, son: la honestidad y la utilidad; y para evitarla, la

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torpeza y la inutilidad. A estas dos cualidades atribui-

mos otras dos: necesidad y afecto. La primera dependede una fuerza extraña; la segunda, de las cosas y delas personas. Expliquemos ahora las razones de lahonestidad.

Llamamos, pues, honesto lo que en todo o enparte apetecemos por su propia excelencia. Siendodos sus partes, una simple, otra compuesta, conside-remos primero la simple. Hay entre estas cosas una,que en nombre y naturaleza las comprende todas: esla virtud, un hábito del alma conforme a razón. Co-nocidas sus partes, conoceremos todo el valor de la

simple honestidad. Estas partes son cuatro:  prudencia, justicia, fortaleza , templanza.

Prudencia es el saber de las cosas buenas, malas oindiferentes. Sus partes son: memoria, inteligencia, pro- 

videncia. Por la memoria  recuerda el hombre lo que

fue; por la inteligencia conoce lo que es; por la  provi- dencia  ve algo antes que suceda.

La justicia es un hábito del alma que consiste endar a cada uno su derecho, respetando la comúnutilidad. Tiene su fundamento en la naturaleza.Después agregó la costumbre algunos preceptosfundados en la utilidad. Finalmente, la religión y el

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temor a las leyes sancionaron lo que la naturaleza y 

las leyes habían establecido.Derecho natural es el que no nace de la opinión,sino de cierta facultad innata en el hombre, vg.: lareligión, la piedad, el padecimiento, la vindicación,el respeto y la verdad. La religión comprende el cultoy ceremonias a una naturaleza superior y divina. Lapiedad es una veneración y sumo respeto a los con-sanguíneos y a los que han hecho bien a la patria.En el agradecimiento, entran: la memoria de los servi-cios y buena amistad de alguno, y la voluntad deremunerarlos. Por medio de la vindicación, se  rechaza

o castiga toda fuerza y agresión injusta. Respeto esaquella veneración y honor que se tributa a loshombres eminentes en alguna dignidad. La verdad 

consiste en decir la cosas tales como son, han sido oserán.

El derecho consuetudinario es a veces un desa-rrollo del derecho natural, acrecentado por la cos-tumbre, vg.: la religión. Otras veces es unacostumbre antigua confirmada por la aprobacióngeneral, vg.: pacto, equidad, sentencia. Pacto es el con-

 venio entre algunos. Equidad es la costumbre que sefunda en una razón igual para todos. Sentencia es ladecisión de algún juicio o juicios anteriores. Ley es

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la que se formula por escrito y que se impone al

pueblo para su observancia.Fortaleza es el arrojo meditado en los peligros y laconstancia en los trabajos. Sus partes son: magna-nimidad, esperanza, paciencia y perseverancia.  Mag- 

nanimidad es la tendencia del alma a excesos, grandesy espléndidos propósitos. Confianza, es la seguridadque de sí tiene el ánimo en las cosas grandes y ho-nestas. La paciencia consiste en sufrir voluntaria-mente, y por largo tiempo, trabajos arduos y difíciles, por causa de honestidad y utilidad. La  perse- 

ve rancia estriba en permanecer estable y perpetua-

mente en un propósito bien considerado.Templanza es el firme y moderado dominio del

alma sobre el apetito y los demás impulsos no rec-tos. Sus partes son. continencia, clemencia y modestia. Lacontinencia rige  y modera el arrebatado consejo. La

clemencia aquieta el ánimo que se movía a odiar a al-guno. Por medio de la modestia  guarda el pudor suhonestidad clara y verdadera. Todo esto ha de ape-tecerse por sí solo, y no por interés alguno. El de-mostrarlo sería ajeno de nuestro intento y de labrevedad de los preceptos.

 También deben evitarse por si mismos, no sólolos vicios contrarios a estas virtud, como la flaqueza

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contraria a la fortaleza, y la justicia a la injusticia, si-

no también los que parecen cercanos y semejantes alas virtudes, y sin embargo, distan mucho de ellas, vg.: a la confianza es vicio contrario la desconfianza,al paso que la audacia no es contraria, sino cercana y parecida, y sin embargo, es vicio también. Así se ha-llará cerca de cada virtud un vicio, vg.: la audacia, allado de la confianza; la pertinacia, cerca de la perse-

 verancia; la superstición, no lejos de la religión; y asíotras que tienen propio nombre y algunas que no letienen. Todas estas deben contarse entre las cosas

 vitandas como contrarias a las buenas.

  Tratemos ahora de aquel género en que lo ho-nesto anda mezclado con lo útil. Cosas hay que nosllevan hacia sí, tanto por la excelencia que en sí tie-nen, como por el fruto, vg.: la gloria, la dignidad, lagrandeza la amistad. Gloria es la fama y loor univer-

sal de alguno. Dignidad es la autoridad justa y dignade honor y veneración. La  grandeza  consiste enabundancia grande de poder o majestad. Amistad esla buena voluntad hacia alguno, por causa de lasmismas virtudes que ama o practica, correspondien-do él con igual voluntad.

Como aquí hablamos de las causas civiles, he-mos añadido la utilidad a la amistad, no sea que nos

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reprenda alguno creyendo que hablamos de la

amistad en general. Unos sostienen que esta se fun-da sólo en la utilidad, otros que en sí propia, otrosque en sí propia y en la utilidad. No es este lugaroportuno para tal cuestión. Tratando aquí de lapráctica oratoria, decimos: que la amistad debe bus-carse por su propia excelencia y por lo útil de susresultados. Como la amistad varía, y unas veces estáconfirmada con juramentos, otras no; unas veces esantigua, otras nueva, cuándo fundida en beneficiosajenos, cuándo en beneficios nuestros; y finalmente,es más o menos útil; ha de atenderse siempre a la

dignidad de las causas, a la oportunidad del tiempo,a los servicios, a los juramentos, a la antigüedad.

La utilidad consiste, o en la persona o en cosasextrañas a ella, pero que se convierten en utilidadsuya. Así como en la República hay cosas que per-

tenecen al cuerpo de la ciudad, vg.: los campos, lospuertos, el dinero, las armadas, los soldados de mary tierra, los aliados, cosas todas que mantienen in-cólume y libre una ciudad; y hay otras que solocontribuyen a su mayor esplendor y magnificencia,como el adorno y amplitud de sus calles, la multitudde amistades y alianzas, todo lo cual hace las ciuda-des, no solo salvas e incólumes, sino hermosas y 

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potentes; así en la utilidad han de considerarse dos

partes: la salud y el poder. Salud es la conservaciónsegura o íntegra del bienestar. Poder es la facultad deconservar lo adquirido y de adquirir más. En todo lodicho se ha de atender a la facilidad o dificultad. Fá- 

cil , es lo que se hace en tiempo brevísimo y con po-co o ningún trabajo, gasto y molestia. Difícil, lo queexige trabajos, molestias y gastos, pero que, venci-das estas dificultades puede llevarse a efecto. Fálta-nos tratar de la necesidad y del afecto.

La necesidad es irresistible, no se puede vencer nialterar. Con ejemplos mostraré cuán grande es su

fuerza. Es necesario, vg., que la llama abrase la ma-dera, que el cuerpo mortal perezca en algún tiempo,y necesario con aquella necesidad irresistible de queantes hablábamos, única que merece ese nombre. Sise presentan obstáculos superables, pero difíciles,

habrá que considerar si la ejecución es posible. Hay necesidades absolutas y simples, otras condicionales,

 vg.: «necesario es que los Casilinenses se entreguen a Aníbal: necesario es que Casilino venga a poder de  Aníbal.» En el primer ejemplo se sobreentiende lacondición: «sí no quieren morir de hambre,» porquesi quieren morir, no hay tal necesidad; pero en la se-gunda no sucede así. Pues ora quieran los Casilinen-

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ses entregarse, ora morir de hambre, necesario es

que Casilino venga a poder de Aníbal. ¿Qué utilidadtiene esta división? Grandísima. Porque cuando lanecesidad sea absoluta e invencible, no hay para quédetenerse en ella, ni hablar más; pero cuando hayaalgún efugio o condición, se ha de considerar si esútil u honesto.

Hallareis muchas proposiciones necesarias sincondición, vg.: «los hombres tienen que morir. » Porel contrario, esta proposición: «los hombres tienenque tomar alimento,» no es necesaria sino con lacondición siguiente: «si no quieren morir de ham-

bre.» La condición se fundará, ya en la honestidad, vg.: «necesario es que hagamos esto si queremos vi- vir honestamente;» ya en la salud, ya en la comodi-dad. La necesidad más fuerte es la de la honestidad;la más leve, la de la comodidad, que nunca podrá

luchar con las otras dos. Se han de comparar entresí, pues aunque lo honesto sea más excelente que losaludable, es motivo de deliberación cuál se ha deseguir con preferencia. Sobre esto puede darse unaregla. Cuando atendiendo a lo saludable haya espe-ranza de recuperar alguna vez con virtud y diligencialo que de la honestidad se haya sacrificado, pareceque ha de atenderse a la salud: cuando no, a la ho-

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nestidad. Y no por eso se puede decir que infringi-

mos la honestidad. Porque si no estamos salvos eincólumes, en ningún tiempo podremos alcanzarla.Conviene, pues, someterse a las condiciones queotro imponga, aquietarse entonces y esperar mejorestiempos.

En cuanto a la comodidad, véase si la causa esbastante útil y digna para que por ella se deroguealgo de lo magnánimo o de lo honesto. En estepunto, basta atender a la condición y tener siemprepor más necesaria la causa más grave y poderosa.

 Afecto, es una súbita mutación en el tiempo, en

el resultado y administración de los negocios o en lacondición .humana, vg.: «torpe es el pasarse a losenemigos, pero no con la intención con que Uliseslo hizo.» «Es inútil arrojar el dinero al mar, pero nopor el motivo que tuvo Arístipo.» Hay acciones,

pues, que se han de considerar, no según su natura-leza, sino según el tiempo, la intención o las perso-nas; no mirando el hecho en sí, sino la ocasión, la

 voluntad, etc.Las alabanzas y los vituperios se fundarán en

aquellos lugares y argumentos que tocan o pertene-cen a las personas. Si se quiere alguna división, po-demos decir que atañen al alma, al cuerpo o a cosas

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extrañas. Al alma pertenece la virtud, cuyas partes ya

dijimos. Al cuerpo, la salud, la dignidad, las fuerzas,la ligereza. Cualidades extrínsecas son: el honor, eldinero, la afluidad, el linaje, los amigos, la patria, elpoder, etc. Y de la misma manera las cualidadescontrarias. En la alabanza o en el vituperio se ha detener en cuenta, no tanto las cualidades corporales y extrínsecas que el personaje tuvo, como el uso quehizo de ellas.

El alabar la fortuna es necedad y el vituperarlasoberbia. Por el contrario, la alabanza de las cuali-dades del alma es honesta, y el vituperio, grave.

 Ya que hemos expuesto la manera de argumen-tar en todo género de causas, damos por terminadala invención, parte primera y principal de la Retóri-ca. En el libro anterior hemos expuesto una parte, y como éste es ya demasiado extenso, quédese lo de-

más para otros libros.