de corazón a corazón. por juan pablo filippini

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DE CORAZÓN A CORAZÓN

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"Cuando se habla de corazón a corazón, aunque se digan cosas diferentes, hay, a pesar de todo, un acuerdo"

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Page 1: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN

A CORAZÓN

Page 2: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

DE CORAZÓN

A CORAZÓN

EDITORIAL DUNKEN

Buenos Aires

2013

Page 3: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

Contenido y corrección: Juan Pablo Filippini

Colaboradora: Lucila Domínguez Imagen de portada: Leandro Parodi Impreso por Editorial Dunken Ayacucho 357 (C1025AAG) - Capital

Federal Tel/fax: 4954-7700 / 4954-7300 E-mail: [email protected]

Página web: www.dunken.com.ar Hecho el depósito que prevé la ley 11. 723

Impreso en la Argentina © 2013 Juan Pablo Filippini e-mail: [email protected]

blog: corazondespertate.blogspot.com.ar https://www.facebook.com/corazondespertate

ISBN en trámite

Page 4: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

A mi esencia y a la esencia de

cada uno. Para que salga victoriosa sobre

todas las otras capas de nuestra

existencia.

Page 5: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

ÍNDICE

Prólogo .................................................................. 11 Capítulo uno

Las piedras del poder ........................................... 17 Capítulo dos

Aprender a dar .................................................... 31 Capítulo tres

Siempre se puede sonreír ..................................... 51 Capítulo cuatro

Saltar al agua helada ............................................ 73 Capítulo cinco

Entender la metodología ...................................... 93 Capítulo seis

La vida es una obra de arte ................................. 111 Capítulo siete

Sentirse bendecido ............................................ 127 Capítulo ocho

Despertémonos ................................................. 143 Capítulo nueve

La felicidad ...................................................... 159 Capítulo diez

De corazón a corazón ........................................ 177

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Page 6: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

PRÓLOGO

El aprendizaje se da en dos etapas. La primera etapa es cuando recibís el conocimiento.

Cuando tomas contacto con la sustancia. Este contacto

puede darse a través de las palabras de un maestro, a

través de la observación, a través de la experiencia, a

través de la meditación. Todas estas formas de contacto con el

conocimiento confluyen en un rasgo común que es la

inspiración. Para que la inspiración ocurra en una persona es muy

importante la manera en la cual uno recibe el

conocimiento.

Es muy importante para que ocurra la segunda etapa

del aprendizaje. La segunda etapa del aprendizaje se da

cuando el conocimiento ocurre dentro nuestro.

Si en la primera etapa no recibiste el conocimiento

de una forma directa, el conocimiento no solo que no

ocurre en vos, sino que se distorsiona y te confunde. Eso

sucede cuando recibís el conocimiento de una forma

distorcionada, sin claridad. Cuando recibís el

conocimiento de una forma difusa el conocimiento no

ocurre dentro nuestro. No hay inspiración. Entonces

podes recibir ese mismo cono-cimiento una y otra vez, y

nunca incorporarlo.

Tomás contacto con el conocimiento sin desarrollar

un aprendizaje. Este contacto con el conocimiento sin

aprendizaje puede atraparnos sin que nos demos cuenta. También puede darse que en la maduración de la

per-sona el conocimiento finalmente ocurra. Y de un

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Page 7: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

momento a otro ese mismo conocimiento que durante

tanto tiempo estuvo dando vueltas, finalmente logró

inspirarnos. Finalmente ocurrió dentro nuestro.

Por otro lado, cuando el conocimiento se transmite

de una forma sutil, el aprendizaje es inmediato. El cono-

cimiento se transmite por un canal más directo y ocurre

instantáneamente. El aprendizaje es instantáneo. Tomás

contacto con el conocimiento al mismo tiempo que

ocurre en vos. Esta situación en la cual el conocimiento se recibe y

ocurre al mismo tiempo dentro tuyo, te lleva a la visión

correcta del conocimiento. Al crecimiento.

Entonces luego de esta pequeña introducción. Al leer

este libro te sugiero algunas tareas para hacer.

Toma contacto con las experiencias como si fueran

tus experiencias. Toma contacto con la sustancia.

Reconoce en mis experiencias tus propias experiencias.

Deja que mis experiencias ocurran dentro tuyo. Y al

mismo tiempo deja que tus propias experiencias ocurran

nuevamente dentro tuyo. Observa.

Date cuenta que el conocimiento ya está dentro. Observa tu vida.

Observa todo lo que hay en vos. Vivimos tantas

cosas y aprendimos tan poco de nuestras experiencias. Es

momento de despertarnos. De hacer una introspección

dentro nuestro. Que lo abarque todo. Y aprender de

nosotros mismos. Conocernos a fondo. Auto

reconocernos. Deja que el conocimiento ocurra en vos. Tenés que

despertar esa sabiduría que está dentro tuyo. La

naturaleza esconde tanta sabiduría adentro nuestro,

almacenamos tanto conocimiento.

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Page 8: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Simplemente lo habías olvidado. Lo hacemos todo el

tiempo. Vivimos experiencias increíbles. La vida nos da

grandes lecciones. Nosotros las atravesamos y las

olvidamos. Y en el proceso no aprendemos nada. Despertémosnos!

Incorporálo al libro con sinceridad. Y deja que te

transforme. Que la lectura de este libro sea un espacio

para observar con sinceridad nuestro interior. La

sinceridad es muy importante. Una vez que empezás a mirar hacia dentro tuyo te

encontrás con tanta abundancia. Te das cuenta todo lo

hay en vos. Que tu vida te da tantas lecciones. Que sos

muy sabio. Que estas lleno de energía. Que tu vida es una

obra de arte.

Vos sos el artista principal.

Este libro no fue escrito para puntualizar ideas. Sino

que fue escrito para que vos saques tus propias conclusio-

nes. Para que vos lo reflejes en tu propia individualidad.

Para que algo dentro tuyo se transforme. Es por eso que

prefiero comunicarme de corazón a corazón y no de inte-

lecto a intelecto. Este libro no fue escrito para conceptualizar ideas.

Sino que fue escrito para que te hagas preguntas. Para

que seas fiel a vos mismo. Para que te despiertes. Para

que busques tu propia verdad. No mi verdad, sino la tuya.

La que se esconde dentro tuyo.

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Page 9: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

Abuelito, Esta es la hora de la paz y del amor, del amor y de

las gracias; porque somos afortunados en tener a

semejantes personas de ejemplo, como mi abuelo. Él me

dejó muchas cosas, y me las va a seguir dejando aunque

se haya ido fí-sicamente de este mundo, y seguramente

también les dejó muchas cosas a tantas otras personas.

Fue mi maestro en la paciencia, en la humildad y en el

humor. El abuelo Aníbal está en las historias, historias de

batallas y de próceres, o en las historias de travesuras con

sus compañeros de colegio, e historias de viajes con la

Cope. El abuelo es esa lectura de la historia, ese escuchar

y aprender, esa travesura y rapidez en el humor y en las

muecas. Para mí, el abuelo es entender que la verdad está

en el silencio, porque sólo en aquellas relaciones

verdaderas uno encuentra confortable al silencio. Con mi

abuelito, cuántas sobremesas compartí en un silencio

admirable, y cuánto llegué a valorar ese silencio, poco a

poco; qué especial me hizo sentir, y cuánta paciencia me

regaló desde chiquito. Abuelito, mi viejo, ahora te hablo a vos. Porque ya te

dejé ir. Te llevo adentro, pero te liberé abuelito, para que

partas y descanses en aquel lugar “re lindo” como dice mi

niño interior. Abuelito, cuán grabada a fuego tengo esa

imagen: tengo 12 años, tal vez, y estamos sentados en

una mesa del restaurant del Hotel Hermitage en Mar del

Plata. Es verano y estamos cenando, la abuela Cope, vos

y yo. Nos acabamos de sentar a la mesa cuando vemos

pasar a un mozo con una copa de frutillas con crema. El

postre se ve espectacular, realmente apetecible y la copa

es enorme.

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Page 10: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

No puedo evitar notar tu mirada fija en las frutillas

mientras pasan. Y vos también notas que yo te observo;

nos miramos, entendemos, y nos reímos a carcajadas. No sabemos qué vamos a comer, pero ya está

definido el postre. Y esto pasó a ser objeto de nuestro

recuerdo por muchos años después: “¿te acordás de las frutillas con crema de Mar del Plata?”, solíamos recordar.

Eso tal vez me lo pueda olvidar algún día; pero la forma

en que le diste a la abuela la última frutilla, le acercaste la cuchara hasta la boca para que la comiera, eso no se

olvida.

Esa vez, y todas las veces, la última frutilla o cereza

era de Cope. ¿Qué más puedo decir?, punto y aparte, sin palabras. ¡Qué sentimiento que me inspiras abuelito!

Lo que escribo ahora, chicos y chicas, es para darles una manito, para que el abuelo pueda ir a ese lugar tan

lindo, que lo dejemos ir, así como se lo merece. Hermano

mío, libera al abuelo para que vaya a descansar con la paz

absoluta de vivir. Dejalo ir pero incorporalo a tu corazón. Agradecido estoy de que el abuelo Aníbal sea mi abuelo,

de tener ese ejemplo en la vida, de ser la prolongación de

ese ser, de ser esta familia. Es ahora el momento de abrir el corazón, de vivir con amor, de sincerarnos, de reír.

Agradecido estoy de tener este abuelo, y aquel que no sea

su nieto, también puede agradecer que haya gente así en

el mundo. El que sabe de sus ancestros, y el que no lo sabe, todos podemos continuar la línea del amor, y

sumarnos.

Ahora chicos, a vivir, a Vivir.

Te quiero abuelo

Gracias por tantos chistes,

H A F

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Page 11: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

CAPÍTULO UNO LAS PIEDRAS DEL PODER

Siento que me desperté por primera vez en mi vida

cuando apenas tenía ocho años. Hasta entonces todo

había transcurrido sin sobresaltos. Pero una vez que te

despertás te cuesta volver a dormir. Porque no está en

nuestra natu-raleza estar continuamente durmiendo. Sino

que perma-nentemente hay algo dentro nuestro que

quiere despertar. Despertar y ver nuestra realidad de otra

manera.

Nací una mañana del veinte de noviembre de 1991

en un sanatorio de la ciudad de Tandil, una pequeña

localidad al sur de la provincia de Buenos Aires,

Argentina. Una hermosa ciudad de sierras, lagos,

cascadas, cultivos, tra-diciones y religión.

Desde el mismísimo momento en que nací empecé a

cambiar las cosas que me rodeaban. E incluso algunas

cosas cambiaron desde antes de haber nacido. Tal es así

que mi familia decidió mudarse de la casa en la que

estaban viviendo para darme una cómoda bienvenida. Nuestra nueva casa tenía todo lo que un niño podía

pedir. Escaleras, un patio con árboles y plantas, una te-

rraza, un garaje donde jugar al fútbol, cosas para romper

y muchos juguetes. Mis padres siempre cuentan que lo

primero que instalaron en la nueva casa fue la alfombra

de juegos y mi cuna. La alfombra de juegos en el living,

al lado del cajón de los juguetes. Se trataba de una alfombra de colores, de forma rec-

tangular. Generalmente se transformaba en un campo de

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Page 12: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

batalla cuando nos sentábamos a jugar al “bien” contra el

“mal”. Aunque en otras ocasiones se transformaba en un campo intergaláctico. Durante muchos años estuvo esa

alfombra ahí. Y arriba de esa alfombra transcurrieron muchísimas horas de concentración y felicidad. Años

más tarde mis padres me explicaron que la alfombra era fundamental, porque no había forma de que lograran que

no nos quitáramos los zapatos para jugar. Les daba impresión porque el piso de mosaicos del living estaba

siempre muy frío. Mi papá nos advertía que caminar descalzos te daba

dolor de garganta. Pero no había forma de que obedecié-

ramos. Lo primero que hacíamos para jugar al fútbol en el garaje era sacarnos las zapatillas. Para nosotros

caminar descalzos era nuestra libertad. Y en todo caso te podía causar dolor cuando te golpeabas el dedo chiquito

del pie contra alguna silla o pared. El jardín que cultivó mi madre en el patio de la

nueva casa era el jardín con más amor que conocí en mi vida. Rosas amarillas, blancas, rojas. Jazmines y todo

tipo de arbustos. Salías al patio y podías sentir todo tipo

de fragancias. Tantos perfumes y tantos colores. Siempre había aves revoloteando por los árboles. Y cuando

empezaba a asomar la primavera, el jardín se llenaba de

mariposas y de colibríes. Siempre me imaginé que el jardín de Edén no podía ser muy diferente al jardín que

teníamos en el patio de casa. Había cierto aire de

divinidad en el ambiente. Siempre que sugeríamos una actividad que suponía

un riesgo de romper algo, nos mandaban a jugar afuera.

El patio era ideal para jugar a las escondidas. En el fondo

y a los costados del patio había hileras de densos

arbustos. Uno al lado del otro.

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Page 13: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Escondites por doquier. Incluso podías pasarte a lo del

vecino por la medianera si podías saltar bien alto y te

esforzabas en escalar. También podías pasarte si alguien

te hacía piecito y te apalancaba para arriba. Pasarse a lo de los vecinos era el “escondite

supremo”. Según el día decidíamos de ante mano si se

podía utilizar el escondite supremo o no. La decisión

dependía en gran parte de si nuestros padres estaban en la

casa o no. También dependía de si los vecinos tenían su

perro suelto o no. Entre la familia había una unanimidad absoluta sobre

cuál era el árbol del jardín favorito de todos. Era un

aromo amarrillo gigante. Un árbol que estaba en el centro

del patio. De flores de un amarillo intenso y un perfume

fragante de una suavidad que te envolvía. Cuando llegaba

el verano el patio brillaba. Era como tener un sol entre los

arbustos. Un día el aromo se cayó con una fuerte tormenta.

Tratamos de revivirlo pero nada funcionó. El tronco

principal se había quebrado casi en su totalidad. Lo

dejamos ahí en el centro del patio hasta que todas sus

ramas se secaron y dejó de emitir su perfume. Siempre

supe que algún día volverían a plantar un aromo en su

lugar. Un aromo de dulce perfume, como había sido toda

mi infancia. En lo que respecta a mi familia soy el menor de

cuatro hermanos varones. José es el mayor, es diez años

mayor que yo. Después sigue Federico, que es dos años

más joven que José. Y después sigue Andrés que es tres

años mayor que yo. Nuestros padres José y Cecilia son la

razón de nuestra existencia. Sin ellos nada de esta historia

hubiera transcurrido. Ellos nos dieron la vida. Es el

primer agradecimiento que se me venía a la mente cada

vez que me sentía feliz de estar con vida cualquiera fuese

la circunstancia.

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JUAN PABLO FILIPPINI

Si no hubiera sido por ellos no habría tantas páginas

por llenar. Literalmente.

Despertarme.

Fueron ocho años los que trascurrieron desde mi na-

cimiento hasta el primer sacudón de mi vida. Hasta

entonces pasaron muchas cosas. Pero ninguna de la

intensidad suficiente como para que mi vida cambiara por

completo. Yo tenía ocho años y habían llegado las vacaciones

de verano. Las clases habían terminado para todos. Nos

esperaba el verano. La pileta, el club, el sol y el viaje de

vacaciones familiar. Todos los hermanos nos volvíamos a ver las caras to-

dos los días. Algo que hasta entonces solo ocurría los

fines de semana. Se contagiaba un espíritu de

camaradería para hacer frente a las nuevas obligaciones

que nos requerían en la casa. Todos coordinábamos para

terminar las tareas del hogar lo antes posible, sin recibir

tareas adicionales. Eso era toda una hazaña. Requería una

logística que solo podía desarrollarse con un fuerte

trabajo en equipo. Y nosotros éramos el mejor equipo de

todos los tiempos. Todos los años elegíamos un destino de vacaciones

diferente. Ese año con mi familia decidimos tomarnos

una semana de vacaciones en la playa. A mi madre

siempre le gustó ir a la playa y bañarse en el mar. Podía

meterse al mar y pasar horas sumergida en el agua.

Cuando salía siempre alguno de nosotros la esperaba con

una toalla seca a la orilla del mar. Había veces que se

secaba en la orilla, nos devolvía la toalla y volvía a

sumergirse por un rato más. Solía decirnos que el agua de

mar lo curaba todo. Yo le creía mientras la observaba

flotar en el agua. Sin dolores, sin preocupaciones, sin

enfermedad. Y cada tanto me dejaba llevar por el impulso

de correr al lado de ella.

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Page 15: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Ese verano el lugar elegido para vacacionar fue Cha-

padmalal, una localidad costera muy próxima a nuestra

ciudad natal Tandil. Nos hospedamos en un condominio

que parecía una pequeña ciudadela. Todos los

apartamentos estaban uno al lado del otro. De techos de

tejas y paredes blancas. Había plazas y juegos por todos

lados. Columpios, canchas de fútbol y de básquet. Como

en la mayoría de los condominios, se formó un grupo de

chicos entre siete y trece años de edad que se reunía en la

puerta principal todos los días para realizar actividades

recreativas. Era parte del servicio del condominio. Mi

hermano Andy que tenía once años y yo nos unimos al

grupo apenas llegamos. En el grupo había chicos y chicas de todas las

edades. Muy pronto hicimos nuevos amigos.

Compartíamos dulces, juegos, fogatas. La cuestión era

simple: todos queríamos divertirnos y cuantos más

éramos mejor. El grupo tenía un adulto a cargo al que

llamábamos con cariño “Corcho”. El se encargaba de

organizar las expediciones, los juegos y las actividades

del grupo. Siempre estaba atento a que todos nos

estuviéramos divirtiendo. Una mañana muy temprano nos encontramos con

nuestro grupito de amigos, como todos los días a la

entrada del condominio. Corcho había programado una

excursión por arriba de los acantilados. Los acantilados era una formación rocosa que

bordeaba parte de la costa. La pared del acantilado media

por lo menos seis metros de alto. Ya la habíamos visto el

primer día al recorrer la ciudad con nuestra familia. La

playa se abría en toda su inmensidad hasta un punto en

donde empezaban los acantilados. La pared de roca se

erigía hacia la mitad de la playa por lo que una vez que

ingresabas en los acantilados la superficie de arena se

encontraba reducida a la mitad.

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Page 16: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Por este motivo es que nos advirtieron en el condominio

que para caminar por los acantilados había que conocer

muy bien los horarios de la marea. Yo escuchaba distante

la advertencia. Pero la duda se había sembrado en mi

cabeza. La duda y la curiosidad. Los acantilados eran muy sombríos. Desencajaban

del paisaje. A los pies del inmenso bloque de roca una

sombra magistral cubría la arena. Esa inmensa sombra

escondía los tesoros del mar que nadie había recogido de

la playa. Sabíamos que en los acantilados estaban las

piedras más preciosas de Chapadmalal y todo tipo de

caracoles. Nos resultaba muy misterioso porqué

permanecían ahí. Como si nadie los hubiera movido de su

lugar en años. Quizás era porque la gente evitaba circular

por debajo de los acantilados.

Quizás el mar los ponía ahí por algo.

Era una mañana muy tranquila. El viento salado nos

acariciaba la piel y el sol asomaba sobre nuestras

cabezas. Cuando ya todos estuvimos reunidos, Corcho

nos contó uno a uno e iniciamos la caminata. Todavía

había algunas caras soñolientas. Algunos bostezos.

Algunos bigotes de chocolate. Clara señal de un

desayuno a las apuradas. Caminamos por arriba de los acantilados como por

una hora. Cada tanto nos asomábamos al precipicio y

veíamos la playa. El mar apacible a lo lejos. Realmente

no habíamos hecho un tramo muy largo, porque

constantemente íbamos frenando para jugar con las

piedras, jugar a la mancha o simplemente jugar a ser fe-

lices, como cualquier niño. El cielo lentamente empezó a

cerrarse y se veían unas nubes asomando. Luego de hacer la última parada para tomar agua, el

grupo bajó los acantilados por una escalera serpenteante.

Escalones de piedra que te recuerdan lo antiguas que -

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Page 17: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

pueden llegar a ser algunas ciudades y la cantidad de

historias que esconden en sus veredas. Todos corrieron a

la arena, se empujaban, se revolcaban y tocaban el mar.

Mientras tanto, Andi y yo nos dedicábamos a buscar

las “piedras del poder”.

Nuestro papá siempre nos hablaba de la magia de las

piedras del poder. Estas piedras solo se encontraban a los

pies del mar. Eran piedras verdes. A los ojos de un adulto

eran trozos de vidrio verde que con el tiempo, el mar

había suavizado y mineralizado sus bordes. Pero a los

ojos de un niño dejaban de ser pedazos de vidrio.

Simplemente eran piedras de la fuerza. Con

características increíbles. Las piedras del poder eran las

piedras más preciadas del planeta. Si mirabas al sol a través de una piedra del poder po-

días ver el futuro. Papá siempre nos contaba que aquel

que juntaba esas piedras del poder adquiría una energía

sobrehumana. Las piedras eran muy difíciles de encontrar

a decir verdad. Había que buscar mucho tiempo con

paciencia. Y cuando uno encontraba una piedra del poder

cualquier cosa era posible, se iba el sueño, el hambre y la

tristeza. Desde que habíamos llegado a Chapadmalal estába-

mos buscando las piedras del poder. Ya había pasado una

semana y todavía no habíamos logrado encontrar

ninguna. Con Andi estábamos empezando a

impacientarnos. Los acantilados eran nuestra mejor oportunidad, pero

tampoco queríamos alejarnos mucho del grupo. Dimos

vueltas y vueltas con la mirada atenta en el suelo. Remo-

víamos caracoles, arena, algas. Cada tanto

encontrábamos un montículo de rocas y nos

entusiasmábamos. Ya les habíamos contado a nuestros

nuevos amigos de las piedras del poder y de sus

propiedades sobrenaturales, aunque ellos nunca habían

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Page 18: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

escuchado de estas parecían muy interesados en sus

poderes. Con Andi queríamos volver a casa con el trofeo

tan ansiado.

Corcho empezó a llamar a todos para juntarnos e

irnos cuando finalmente las encontramos. Estaban en un

costado. Vimos los destellos verdes llegando del brilloso colchón de arena. Sentí que el corazón me estallaba de

alegría. Cinco piedras del poder. Las juntamos en silencio

y con mucho cuidado. Implícitamente con una simple mi-rada acordamos que Andi las tenía que guardar, él era el

mayor y las piedras iban a estar más seguras en su poder.

Lentamente luego de haberles dado una última ojeada nos juntamos con el grupo en silencio. Andi cerró el puño

con fuerza y no volví a ver las piedras del poder hasta

mucho más adelante. No dijimos nada sobre el

extraordinario descubrimiento que acabábamos de hacer. Era nuestro secreto más sagrado.

El grupo estaba en ronda listo para emprender el re-

greso. En ese momento Corcho se dirigió al grupo y nos preguntó por dónde queríamos volver. Si por arriba de los

acantilados regresando por el mismo camino por el cual habíamos llegado o si queríamos volver por la costa.

Personalmente la pregunta me entró por un oído y me salió por el otro, toda mi atención estaba en las

piedras del poder y la valentía que nos iban a dar para poder hacer cosas increíbles. Quizás hasta podríamos volar con las piedras del poder. Papá nos había dicho de

la superfuerza, también nos había contado que nada te podía lastimar si tenías una piedra del poder, nos había

hablado de la capacidad de ver el futuro y que hasta podían curar heridas. Pero nada nos había dicho sobre

volar. A lo mejor se podía, yo estaba seguro que sí.

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Page 19: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Todo el grupo estaba entusiasmadísimo con la idea

de volver por la costa, sin embargo cuando todos se

estaban poniendo en movimiento Andi levantó la voz,

con una seguridad que solamente había escuchado en

momentos de suma importancia (como cuando teníamos

que hacer una tarea, o teníamos alguna misión

importante). Expresó que él creía que lo mejor era volver

por arriba, que el clima estaba muy mal. Instintivamente

sentí que tenía toda la razón. No me había percatado del

clima. Había nubes negras cubriendo todo el cielo. El sol

se había apagado hacía ya mucho tiempo. No hacía falta

pensar mucho. Yo sentía que Andi tenía toda la razón. Yo

confiaba ciegamente en lo que él creía, no hacía falta que

me explicara nada. Así que grité que estaba de acuerdo

con él, que lo mejor era ir por arriba. “¡Volvamos por

arriba!”. Sin embargo la mayoría ya había tomado la decisión.

Nadie lo escuchó a Andi, ni a mí.

Comenzamos a caminar por la costa. Ahora la situa-

ción era diferente. Una muralla de seis metros de alto se

erigía a nuestro lado derecho. Una cortina negra se cerró

sobre nuestras cabezas. El viento cada vez más violento

soplaba con furia. Pero nada parecía alarmar a nuestros

amigos ni a Corcho. Como suele ocurrir cada vez que

cosas terribles suceden, todo estaba bien hasta que de un

momento a otro todo pasó a estar muy mal. No hubo tran-

sición. Recuerdo que fue en un abrir y cerrar de ojos. Un

instante en el cual miré para atrás y el camino no estaba

más, solo había agua. Miré hacia adelante y tampoco

estaba más el camino. Estábamos atrapados. Atrapados

en los acantilados. La marea había subido y nos había

encerrado. Todo lo que vino después fue una pesadilla.

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Page 20: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Todos gritábamos, todos corríamos. Al comienzo

avanzamos muy rápido, porque el agua solo nos cubría

los tobillos. Rápidamente la marea subió más y empezó a

estrellarnos contra la pared. Empezó a llover. Las gotas

caían violentamente. Todo se tornó muy borroso.

Podíamos escuchar los truenos que sobrevenían uno tras

otro. Corcho nos indicaba que mientras la ola retornara al

mar corriéramos, pero cuando la ola subiera nos sujetára-mos de la pared para evitar que el agua al retornar al mar,

nos chupara mar adentro. Las chicas lloraban, los chicos

gritaban por sus padres. Algunos intentaron escalar la

pared, pero era imposible por la verticalidad del

acantilado. Las imágenes eran muy fuertes. Los minutos

parecían horas. Yo no sabía hacia cuanto tiempo

habíamos estado luchando. Perdí totalmente la noción del

tiempo. Pensaba que no iba a terminar más. Tenía

muchísimo miedo. De repente vi venir una ola enorme, paré de correr y

me sujeté a la pared con todas mis fuerzas para

amortiguar el golpe. Estaba agotado ya. La ola golpeó

con tanta brutalidad que me hizo golpear la cabeza contra

la pared, caí en la arena y el mar no dudo en chuparme

hacia adentro. Creo que por unas milésimas de segundo perdí la

consciencia.

Cuando volví a abrir los ojos el agua me estaba

arrastrando mar adentro. Parecía como si viera la escena

desde afuera. Veía todo como si fuera un observador que

mira desde afuera como todo ocurre. Estaba totalmente

abstraído de la situación. No había sonidos, ya no había

gritos, ni llantos, ni truenos. Solo silencio, un silencio

absoluto. Una calma que solo podía anticipar lo peor. Me

podía ver a mi mismo en la perdición.

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Page 21: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

No había nada que pudiera hacer para evitarlo. Me estaba

yendo, trataba de sujetarme de la arena pero no había

forma de escapar. El mar era mucho más fuerte que yo. Miré a los costados y había tres chicos más luchando

contra la succión del mar. Gritaban con todas sus fuerzas,

pero su voz no llegaba a mis oídos. Su imagen se alejaba

cada vez más. Corcho los estaba levantando, pero no ten-

dría tiempo para ayudarme a mí. Por un instante creí que

me iba a desmayar. Grité con todas mis fuerzas, pero

sabía que la suerte ya estaba echada. Mis gritos se

hundían en el vasto silencio. Estaba perdido. Fue entonces que lo vi a Andi. El nunca me había

quitado los ojos de encima. Todo volvió a moverse

normalmente. Volví a sentir mi respiración. Todos mis

sentidos volvieron a abrirse como si nunca antes los

hubiera utilizado. Las imágenes se volvieron muy nítidas,

los sonidos muy claros. Andi me agarró del torso y logró

que el mar no me llevara. Yo no daba crédito de lo que

acababa de pasar. Él me agarró de los brazos y me puso

de pie. Yo sentía que mis piernas estaban todas

lastimadas. Bajé la vista para verme los pies. Al bajar la

vista vi que Andi tenía sangre en las piernas. Tenía cortes

en los tobillos y en las rodillas. Lo miré a los ojos, pero el

parecía estar abstraído de esas heridas. Me agarró del

cuerpo, me miró y me dijo que corriera con todas mis

fuerzas. Corrimos durante varios minutos más y finalmente lo

vimos. Ahí adelante nuestro terminaba el acantilado. Era

increíble como una línea dividía el acantilado, la pared

majestuosa de roca, nuestra perdición y la playa abierta.

Cruzábamos esa línea y estábamos salvados.

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Page 22: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Andi corrió con toda su velocidad y cruzó la línea.

Se dio vuelta y me gritó que corriera con todas mis

fuerzas. Yo estaba totalmente exhausto, pero llegué.

Los primeros que habían llegado se estaban yendo

llorando a buscar a sus padres. Había chicas tiradas en la

arena con los tobillos sangrando por los cortes de la filosa

pared. Corcho llegó con los últimos del grupo. Por suerte

esa mañana nadie se perdió en los acantilados, pero mu-

chos estuvimos muy cerca. Volvimos abrazados con Andi a buscar a nuestros

padres. Estábamos temblando de frío y miedo.

Acabábamos de tener la aventura más increíble de

nuestras vidas. Siempre habíamos soñado con una

aventura así. Pero casi nos había costado la vida.

Sabíamos que lo que acabábamos de vivir iba a marcar

nuestras vidas para siempre. Habíamos estado tan cerca

de perderlo todo, pero sobrevivimos. Eso era una

bendición. No nos dijimos una sola palabra en todo el

camino de regreso. No podía parar de revivir los momentos, los rostros,

cada segundo. Diez minutos atrás pensaba que nunca

volvería a ver a mis padres, a mis hermanos. Llegamos a

nuestra casa, con sangre y arena. Antes de abrir la puerta

lo frené a Andi, le di un abrazo y le dije gracias. Juntos atravesamos la puerta. Nuestros padres nos saludaron

como si nada hubiera ocurrido. Nos miraron sorprendidos

cuando los abrazamos con tanta efusividad. No nos pre-

guntaron nada hasta mucho después. Nosotros tampoco

queríamos contar nada, antes que nada teníamos que

atender un asunto importantísimo. Lo miré a Andi y le pregunté resignado si había per-

dido las piedras del poder. Estaba completamente seguro

28

Page 23: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

de que si las había guardado en el bolsillo, en la lucha y

los forcejeos se habrían perdido.

Todo habría sido en vano. Ya no podríamos ver el

futuro, ni curar nuestras heridas. De todas formas más

tarde le preguntaría a papá si las piedras te daban poder

para volar. Solo por curiosidad. Le contaríamos lo cerca

que estuvimos de traer a casa cinco piedras del poder.

Una para cada integrante de la familia. Andi y yo

hubiéramos compartido la nuestra. En ese momento no quería volver a acercarme a los

acantilados. Quizás mas adelante podría recuperar la tran-

quilidad, y volver a buscarlas. Si es que todavía estaban

ahí. Seguramente el agua las había tragado para siempre.

Algún día volvería a esos acantilados, pero no en esas

vacaciones. Después de un largo silencio Andi me preguntó si

estaba bien. Me miró a los ojos y dibujó en su cara una

sonrisa eufórica. Extendió su mano hacia mí y lentamente

la abrió. Sorprendido me confesó que se había olvidado

por completo que las tenía en su mano. Lo último que

recordaba había sido cerrar el puño y sentir las piedras

dentro de su palma. Siempre las tuvo en la mano, nunca

las había soltado desde que las habíamos juntado.

Ahí estaban en su puño. ¡Las cinco piedras del

poder! Empezamos a saltar y a festejar. Fui corriendo y

llamé al resto de mis hermanos. “¡Las tenemos! ¡las

tenemos! ¡las tenemos!”. Nos abrazamos con Andi y

empezamos a saltar abrazados. Lo habíamos logrado.

Volvimos a salvo y con el tesoro más increíble de todos.

Estábamos eufóricos. Toda la familia se reía de nosotros.

No entendían exactamente qué había pasado. Pero la alegría se contagiaba a caudales. Fuimos corriendo a la

mesa sacamos todo lo que tenía arriba. Una vez vacía,

pusimos las cinco piedras del poder en el centro.

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Page 24: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Uno a uno el resto de la familia observó las piedras.

“Hay una para cada uno, con Andi compartimos la nues-

tra”. Cada uno tomo una piedra del poder. No podían

creer lo que estaba pasando. Fue en ese momento que

relatamos lo sucedido mientras nuestra familia escuchaba

atentamente cada detalle. Esa mañana no me llevó el mar porque Andi tuvo el

poder necesario para salvarme la vida.

Estoy totalmente convencido de eso.

También estoy totalmente convencido que ese día

algo ocurrió en mí. Ahora lo entendía con claridad. El

poder para salvar está en nuestras manos. Todo el poder

está en la palma de tu mano. El poder para curar, la

superfuerza, el poder para volar. Solo tenés que

emprender la búsqueda. Buscálo en el símbolo que

quieras. Buscálo en las piedras del poder. Ponele el

nombre que quieras al símbolo que te haga fuerte.

Buscálo. Y al final del camino te vas a dar cuenta que

todo estaba en la palma de tu mano. Ese fue mi aprendizaje con las piedras del poder. Cuando extendés una mano. Cuando salvas a

alguien. Se te va el hambre. Se te va el cansancio. Te

sentís indestructible. De acero. Todo es posible. Podés

volar. Podés curar las heridas. Podés mirar el futuro.

Podés hacer todo lo que quieras. Las piedras del poder están en la palma de tu mano.

Extendésela a alguien y hacete cada vez más fuerte.

Más adelante nos enteramos que un grupo de padres

se enfureció con Corcho. Hubo un gran alboroto.

Nosotros continuamos yendo al grupo. Y aceptamos a

Corcho en su error. Creo que nadie sufrió tanto como él.

Ojalá que lo haya podido dejar ir, después de todo fue

una gran aventura.

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Page 25: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

CAPÍTULO DOS APRENDER A DAR

A la hora de comer en mi casa había algunas reglas

básicas. Cada vez que comíamos todos juntos nos

sentábamos en la mesa, sin música ni televisión.

Solamente se podía comer en los sillones “con bandeja”

en algunas ocasiones especiales. Quién cocinaba, no

lavaba. No se podía cantar en la mesa, ni jugar con la

comida. Poner la mesa era responsabilidad de los más

“chicos”. Lavar los platos responsabilidad de los más

“grandes”. Mientras se estaba cocinando se podía entrar a

la cocina solo para ayudar con algo. Bajo ningún

concepto se podía entrar a la cocina solamente para “ver

lo hay en la heladera”, o “para mirar”. Y

fundamentalmente, siempre se comía lo que se servía. Un

apartado de la regla anterior era que nunca se comía

postre sin antes haber comido el plato principal. En algunas ocasiones alguno de los cuatro hermanos

se quedaba regañando en la mesa. Discutiendo,

suplicando a veces, hasta que finalmente se decidía a

terminar el plato principal y recién ahí le tocaba el postre. Generalmente siempre había postre cuando

comíamos todos juntos. Y eran lo suficientemente

suculentos como para que comieras el plato principal

aunque no te gustara. Pero había veces en las que uno

trataba de ganarse el postre, sin tener que hacer ningún

sacrificio. Pero lograr esa jugada significaba discutir con

mamá. Lo cual era un precio bastante alto a pagar.

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Page 26: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Yo personalmente tenía una cuestión personal con la

lechuga.

Una vez me tocó a mí ser el que regañaba. No en-

tendía porque tenía que comer esas hojas verdes. No

sabían bien con nada. Yo prefería el tomate. Tenía una

textura mucho más apetecible. Tenía más sabor, e iba

perfecto con la carne. Pero la lechuga no tenía espacio en

mi paladar. No me gustaba como crujía en mi boca, ni el

hecho de meter algo verde en mi panza. Todo lo verde

era repugnante. Los mocos, el moho, el brócoli. Mi mamá trataba de manipularme por el lado de la

valentía. Pero yo me mantenía firme en lo que yo creía.

Yo era muy valiente, no le tenía miedo a nada. Yo no le

tenía miedo a masticar una hoja. Pensar eso era ridículo.

Siempre comía una hoja para demostrar mi valor, pero

sabía muy bien decir basta. No era nada fácil

manipularme con palabras. Quería comer el postre, que

era banana con dulce de leche, pero no quería terminar

mi lechuga. Y estaba dispuesto a pagar el precio para

obtener lo que yo quería. Ya había soportado la

humillación de haber masticado la primera hoja de

lechuga. Mi orgullo estaba en juego. No iba a ceder un

solo paso más. Mis hermanos terminaron de comer el postre. Uno a

uno se levantaron de la mesa. Mi papá empezó a lavar los

platos de todos menos el mío. Esa vez le tocaba a Fede

barrer y a José pasar el trapo, así que Andi tenía vía libre

para ir a hacer la digestión. Salió al patio con todos los

juguetes. El día estaba hermoso. Yo lo veía divertirse al

sol con los autitos desde la ventana de la cocina. En la mesa había quedado solamente mi plato con

lechuga, mi vaso, y en la heladera esperaba mi banana

con dulce de leche. Mi mamá estaba sentada en su silla

frente a mí. Había ido a buscar su equipo de coser, y

estaba arreglando una camiseta de rugby de alguno de

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Page 27: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

los chicos. Cada tanto levantaba la mirada y me miraba

de reojo. Yo estaba cruzado de brazos mirándola

fijamente. Era una injusticia lo que me estaba pasando. Los su-

perhéroes como yo no aceptaban las injusticias. Tenía

que aguantar la tentación, no podía bajar los brazos. Me

quedé media hora solo en la mesa, muy enojado. Cada

diez minutos mi mamá insistía en que tenía que terminar

de comer mi lechuga para comer el postre. Me decía que

era la única forma, no había otra alternativa. “Para comer

el postre hay que terminar de comer la comida”.

Solamente decía eso y volvía a coser. Yo estaba muy enojado. Cada vez que ella trataba de

alcanzar mis ojos yo miraba para otro lado, tratando de

mostrar indiferencia. Mi mamá trató de encontrar nueva-

mente mis ojos. Finalmente decidí enfrentar la situación.

La miré a los ojos con el ceño fruncido y mirada

desafiante. Y al abrir mi boca grité con todas mis fuerzas

“¡Yo no como pasto!”. Me levanté de mi silla y me fui al

patio a jugar con Andi.

Claramente esa no era la manera de hablarle a mi

madre.

Todos se ríen de esa anécdota, quedó en la memoria

familiar. Paradójicamente esa anécdota me hace reír mu-

cho. Más adelante en mi vida me hice vegetariano. Dejé

de comer comida con “ojitos”. Dejé de comer carne y

empecé a comer todos los vegetales habidos y por haber.

Empecé a comer todo tipo de “pastos”. Lechuga de todos

los tipos, rúcula y radicheta. Pero a lo que voy con esta esta anécdota es algo más

profundo. Algo que no tiene que ver con las decisiones

personales de alimentación. Tiene que ver con la

abundancia.

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Page 28: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Yo solía notar que había veces que cuando yo no

quería comer algo, mi hermano Federico me observaba

pensativo y volvía la atención a su propio plato de

comida. Lo hacía cada vez que yo me quejaba de la

comida. Era algo automático. Miraba para abajo a su

propio plato y decía algo entre dientes. Ya lo había hecho

varias veces. Yo notaba que tenía algo para decirme, pero

quizás no era el momento adecuado para hacerlo. Había

veces que me daba curiosidad preguntarle. Pero esperé. Y

el también esperó. Y el mensaje maduró, hasta que un día

me transmitió una enseñanza que no me voy a olvidar

jamás. Ese momento llegó una noche muy especial. El frío

invernal de Tandil te calaba los huesos. Las calles de

adoquines estaban cubiertas de un colchón dorado de

hojas. La ciudad había amanecido con una capa de hielo

que la hacía brillar con los primeros rayos de sol. La

desolación de las veredas pronosticaba el día más frío del

año. Los chicos de la casa de enfrente que siempre

jugaban con nosotros al fútbol en la vereda no salieron en

todo el día. Mamá había entrado a nuestro perro adentro

de la casa. Esa mañana todos despedimos a nuestro papá

cuando sacó el auto y se dirigió a su trabajo bajo una

correntada de frío. Lo despedimos desde adentro de la

casa. Con nuestros piyamas de invierno y las pantuflas

abrigadas. Yo tenía nueve años. Para un niño de nueve años un

sábado por la mañana es algo extraordinario. Percibe que

es un fin de semana. Y solo piensa en divertirse. Las ac-

tividades que me esperaban para el resto del día eran los

“juegos de invierno”. Una serie de actividades diseñadas

para días como aquel, de frío extremo. Diversión para

dentro de la casa. Juegos de cartas, juegos de mesa, ex-

perimentos científicos, manualidades, juguetes, dibujos,

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Page 29: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

arte, escondites, fútbol, rollers en el garaje, paddle contra

la pared de la cocina, etc.

Esa mañana jugamos a las bolitas con Andi en la al-

fombra de nuestro cuarto. Cada uno arrancaba la ronda

con cinco bolitas y el primero que se quedaba sin bolitas

perdía. Más tarde jugamos con las figuritas de nuestra

serie de dibujos animados favorita. Las ordenamos.

Vimos cuales teníamos repetidas. Y las separamos para

intercambiarlas el lunes en el cole. A la tarde nuestro

papá había traído una caja enorme con papeles de su trabajo. Con Andi la vaciamos y jugamos a la misión

espacial. Le dibujamos unos botones en la parte de

adentro y dejamos volar nuestra imaginación. Nos gustaba imaginar misiones secretas en las cuales

teníamos que evitar una catástrofe global. Nos deslizába-

mos en la casa en completo silencio, escondiéndonos

detrás de las paredes. Teníamos un lenguaje de señas para

las misiones. Para poder movernos sigilosamente. Para

poder comunicarnos sin que el resto pudiera entender. Para cada misión era muy importante tener un líder.

Nos íbamos rotando en el rol. No necesitábamos nada

más que nuestro cuerpo y la imaginación. Creábamos un

mundo diferente todos los días. Cuando nuestros padres despertaron de la siesta nos

llamaron desde la cocina. Nos contaron que era el

aniversario de la fundación de la Biblioteca Bernardino

Rivadavia de Tandil. Nuestro bisabuelo había participado

en la creación y apertura de la biblioteca. Por lo tanto

toda nuestra familia estaba invitada a una pequeña

ceremonia en conmemoración de los fundadores.

Estábamos citados para las 19:30 en la entrada de la

biblioteca. Así que nos pidieron que nos bañáramos y nos

arregláramos bien. Nos iban a pasar a buscar a las 19 15.

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Page 30: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Para esa hora teníamos que estar listos y bien prolijos.

Nos recordaron que no podíamos jugar al fútbol después

de habernos bañado.

Siempre era necesario que nos recordaran esa pauta

fundamental de higiene. Porque para nosotros cualquier

tiempo libre era un buen momento para jugar al fútbol.

Nos bañamos uno después del otro y bajamos a es-

perar al living. No sé realmente quién fue el que empezó.

Probablemente haya sido yo, no lo recuerdo. Pero la

pelota de fútbol llegó al living. Acordamos que

solamente íbamos a “hacer unos pases”. Al cabo de unos minutos estábamos en el garaje ju-

gando la final del campeonato mundial. Andi era

Riquelme y yo era el mellizo Guillermo. Las dos estrellas

de nuestro equipo favorito. Nuestros ídolos del club Boca

Juniors del cuál éramos fans. Estábamos con todo nuestro

corazón en ese partido de fútbol, cuando de pronto

escuchamos la bocina del auto llamando desde la vereda. Fuimos al baño a las corridas y nos limpiamos la

cara que ahora volvía a estar llena de sudor y roja de la

emoción. Agarramos nuestras camperas y salimos.

Sentíamos debajo de nuestros abrigos el vapor de la

transpiración. Fede ya estaba en el auto con nuestros

padres. Abrimos la puerta del auto y nos subimos con una

falsa naturalidad de haber seguido las instrucciones al pie

de la letra. Nuestros padres estaban acostumbrados a este tipo

de sorpresas.

Había veces que me mandaban a bañar después de

volver de jugar al fútbol. Yo subía al baño de mis padres

y abría la ducha. Iba a la canilla y me mojaba la cabeza.

Luego agarraba el perfume de mi papá y me ponía un

poco en el pelo.

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Page 31: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Esperaba diez minutos y salía del baño desnudo con una

toalla alrededor del cuerpo y otra en la cabeza fingiendo

que me estaba secando. Mi mamá se horrorizó la primera

vez que descubrió esto, al ver que debajo de la toalla

tenía las rodillas más negras que el carbón.

Completamente cubiertas de barro seco. No lo podía

creer. A partir de entonces cada vez que salía del baño me

revisaban las rodillas, las orejas y me olían el pelo. Era

un chequeo necesario. Hasta que dejaron de hacerlo.

Hasta que tomé consciencia de mi higiene personal. Por suerte esa noche no me revisaron

minuciosamente antes de entrar al evento.

Llegamos con lo justo a la biblioteca. Ya era de

noche. Todos estábamos muy abrigados. Con bufandas

de lana, guantes y camperas. Estábamos todos menos mi

hermano José que estaba en Buenos aires. Fede tenía

diecisiete años y estaba terminando su último año del

secundario. El año próximo se iría a iniciar sus estudios

en la universidad. José ya se había ido hace dos años.

Había cierta melancolía cada vez que vivíamos algo con

Fede. Porque sabíamos que faltaba poco para que se fuera

también. Esa noche se lo veía más pensativo que lo usual.

En lo cotidiano Fede siempre tenía algo para

enseñarnos. Cuando tuve la edad suficiente para

participar de los juegos de mesa me uní a las reuniones

que siempre hacían mis hermanos y primos a jugar al

T.E.G. en nuestra casa. El T.E.G. es un juego de dados y

estrategia. Es un juego particularmente largo en el cuál

generalmente hay un único ganador. Nos sentábamos todos alrededor de la mesa ansiosos

de empezar a jugar. Se repartían las cartas y las fichas. A

mí me gustaba jugar con las fichas blancas. Entre los

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Page 32: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

primos se daba completo crédito a que las fichas negras

tenían una mística especial. Por lo que siempre antes de

empezar el juego tirábamos los dados a ver quién se que-

daba con las fichas más poderosas de todas. Nunca me

tocaban las fichas negras. Por eso siempre elegía las blan-

cas. Si eran opuestos tenían que tener algunos rasgos en

común. Algunos de los primos jugaban juntos, en equipo.

Yo siempre trataba de jugar solo. Yo siempre quería

ganar. Frotaba los dados, tocaba las fichas, hacia una

postura especial para tirar, recurría a todo tipo de cábalas

y amuletos. Armaba mi estrategia minuciosamente. Planificaba

cada ataque, cada jugada. Pero había veces que la suerte

no estaba de mi lado. Generalmente cuando llegaban dos

rachas seguidas de un 1 en los dados bastaba para desatar

mi angustia. Uno de esos días tire cinco veces seguidas

un 1. Pedí levantarme para ir al baño, y me fui a llorar de

rabia solo. “¿Por qué me pasa esto a mí?”. No lo

entendía. Todo el universo estaba conspirando en contra

mío. Nunca más volvería a jugar un juego de mesa. Fede se dio cuenta de lo que había pasado. Pasó al

baño y me miró muy enojado. Con tono serio me dijo que

uno en la vida no puede abandonar solo porque va per-

diendo. Uno no se puede levantar de la silla e irse a

llorar. Hay que seguir adelante hasta el final. No importa

ganar o perder. Tenía que seriamente pensar mejor lo que estaba ha-

ciendo. Porque si bien era un juego, tenía que replantear

mis actitudes frente a las adversidades. Nadie iba a querer

volver a jugar conmigo si seguía actuando así. El juego

dejaba de ser divertido cuando yo empezaba a

angustiarme. Me explicó que se contagiaba a los demás.

Que ahora todos estaban en la mesa pensando que tal vez

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Page 33: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

tendrían que jugar a otra cosa donde no haya ganadores.

“No podes abandonar, solo porque vas perdiendo”.

Fede me ayudó a limpiarme la cara, me agarró del

brazo y juntos volvimos a la mesa. Me sentía avergonza-

do de mi mismo. Esa tarde perdí en el juego, pero gané

algo mucho más importante. Perdí en el juego, pero jugué

hasta el final. Esa tarde aprendí a nunca bajar los brazos.

También aprendí a compartir la alegría en la derrota. Y a

disfrutar de la buena fortuna de los demás. Aprendí a

aceptar que no siempre se puede ganar. Fede siempre tenía la forma de explicarnos las cosas

más importantes, de una forma tan simple. Y así era el

aprendizaje cotidiano con mis hermanos. Sencillo, sin

malas intenciones. De corazón a corazón. Esa noche en la Biblioteca Fede volvería a

comunicarse de corazón a corazón. Sin darse cuenta.

Algo tan sutil, difícil de percibir.

Luego de estacionar el auto enfrente de la Biblioteca

cruzamos la calle y nos paramos todos en la puerta. La

biblioteca tenía una entrada muy chica con un frente

delicado. Tenía una iluminación de un pálido amarillo

neblinoso. Parecía un lugar muy pequeño. Sin embargo,

una vez que entrabas al edificio, se abría un salón muy

grande que era impresionante. Tenía toda la

majestuosidad necesaria para llevarte al silencio. Al

entrar te dejaba sin palabras. Los escalones de madera,

los pisos de madera, las luces tibias, todo te llevaba a

sentirte en un cálido lugar. Apenas entre vi una foto

enorme de mi bisabuelo y de los otros fundadores que me

llamó muchísimo la atención. Me llevó a otros tiempos.

Tiempos de antaño. Todo me daba la impresión de que

estaba entrando a un lugar fuera de lo común.

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Page 34: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Hasta el aire que se respiraba era diferente. Quizás era el

lugar geográfico, quizás fuera la energía de sus

fundadores, quizás se trataba del propósito del lugar,

quizás era lo que las personas iban a hacer ahí. Iban a

estar en silencio. Había al menos veinte personas dentro,

charlando con suavidad. La sala rectangular estaba decorada especialmente

para la ocasión. Las paredes cubiertas de estanterías con

libros tenían guirnaldas de colores que me recordaron a la

navidad. En el centro de la sala había al menos cincuenta

sillas dispuestas en filas mirando hacia un improvisado

escenario que estaba al fondo de la biblioteca. Las sillas

tenían nuestro apellido en la primera fila. El piso de

madera brillaba como si hubiera sido encerado minutos

antes del evento. A los costados había unas mesas

grandes, que durante el día deberían servir de escritorios

de estudio pero esa noche tenían unos alegres manteles

azules y blancos. Nuestros padres saludaron a la gente que estaba

adentro. Rápidamente entablaron una alegre conversación

con otro matrimonio amigo. Teníamos vía libre para

sentirnos libres. Teníamos vía libre para recorrer el lugar. Mientras esperábamos el comienzo de la ceremonia

nos pusimos a investigar toda la biblioteca con Andi.

Emprender una aventura con Andi siempre tenía un

riesgo implícito de que algo raro ocurriese. Andi era más

criterioso y delicado en sus acciones. En cambio, yo era

un niño propenso a los accidentes. Desde pequeño solía tener algunos accidentes. Siem-

pre me llamaban mucho la atención las escaleras, los ani-

males y los experimentos. Ese entusiasmo por descubrir

nuevas cosas, a veces conducía a resultados no deseados

en términos de adultos.

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Page 35: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Durante mis primeros años de vida tuvimos un perro

muy grande. Un pastor alemán. Siempre que me dejaban

en la cuna, “Bronco” se sentaba al lado y cuando yo

empezaba a llorar el ladraba para alertar a los que

estuvieran cerca. Era algo increíble. Sin embargo cuando crecí lo suficiente para jugar

con él, solía tirarle del pelo y agarrarle las orejas. Tenía

buenas intenciones, pero mis acciones eran bastante

caóticas. En fin, cuando empecé a gatear empezaron a llegar

las travesuras. Solía formar con los estantes de la cocina

una escalera para subirme a las mesadas. A mi madre le

daba pánico la idea de que me podría llegar a caer.

También me escondía durante horas en cajones y

muebles. Pero la alarma sobre el peligro que

representaban potencialmente mis acciones llegó una

mañana como cualquier otra en la que yo tenía tan solo

dos años. Mi madre había salido al patio a tender la ropa

mojada en el tendal. Ella me había dejado en la cuna. Era

la misma cuna que habían usado todos mis hermanos. Era

una cuna simple, pero efectiva en su rol. Era tan alta que

no había forma de salirse sin la ayuda de un adulto.

Ninguno de mis hermanos había podido salir de ahí gateando o había tenido ningún inconveniente una vez

que lo dejaban ahí. Pero esa vez al regresar con la ropa

seca que había tendido más temprano mi madre sintió un

olor fuera de lo común al entrar en la casa. Ella siempre tuvo un olfato muy particular. Siempre

estaba un paso delante de todos en la percepción de los

olores. Llegaba a la casa de mi abuela y te decía apenas

cruzaba la puerta qué estaban cocinando. Siempre que

probaba un plato podía identificar los ingredientes sin

ninguna dificultad.

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Page 36: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Para ella era evidente que había olor a quemado.

Entró en desesperación. Dejó la ropa sobre la mesa y

corrió a la cocina. Había humo saliendo del horno. No

podía ser. Ella lo había puesto en mínimo no hacía más

de diez minutos. Con determinación lo apagó, bajó la

llave de gas y abrió la puerta. Dio un grito horrorizada

por lo que acababa de ver.

Yo me había encargado de agarrar un zapato del

colegio de mi hermano Federico y lo había puesto en el

horno, donde se estaban cocinando unas papas. El zapato

había empezado a derretirse y largaba muy mal olor. Después de ese percance reforzaron la cuna.

Creo que no hubiera sido una mala idea atarme a la

cuna, pero estoy seguro que mis padres nunca barajaron

esa posibilidad o al menos nunca se concretó. Los imprevistos eran algo natural en mí. Continua-

mente tenía mucha curiosidad y ese interés la mayoría de

las veces terminaba con algo roto. Pero todas las veces

estaba acompañado de aprendizajes increíbles.

La biblioteca. La biblioteca era un lugar totalmente nuevo. Nunca

antes había estado allí. Nuestra casa ya la conocíamos

minuciosamente en detalle. Cada rincón, cada escondite,

cada lugar secreto. Sabíamos precisamente cuales

escalones de la escalera crujían y cuáles no. Conocíamos

el sonido del auto de mi papá cuando llegaba. El sonido

de la llave al abrirse la puerta de casa. No se nos

escapaba ningún detalle. Pero ahora estábamos en un

mundo totalmente nuevo. Necesitábamos conocer sus

secretos. Asique nos pusimos manos a la obra. Tocamos los

libros, nos subimos a las escaleras, corrimos por las

estanterías. Nos escondimos detrás del mostrador,

intentamos bajar al sótano. Siempre había algo por hacer.

Algo por descubrir.

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Page 37: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Hasta que se hicieron las 20 horas y la ceremonia dio

inicio.

Nos sentamos forzados por nuestros padres en la

primera fila y escuchamos algunos testimonios. Todo se

nos hizo muy largo. Yo tenía ganas de ir al baño. Todas

las personas que pasaron al frente a hablar terminaban su

discurso señalando las imágenes de los fundadores de la

biblioteca, y al terminar sus palabras todos aplaudían.

Esa era mi parte favorita, la de los aplausos. Yo

aplaudía con fuerza tratando de sobresalir por sobre los

demás aplausos. Los discursos terminaron y se sirvió algo para

comer. Andi me acompañó al baño y volvimos a la sala

principal. Las sillas se habían levantado y la gente

charlaba alegremente en el centro de la sala. Las

imágenes de los fundadores se habían retirado de donde

estaban y se habían colgado en la pared lateral de la

biblioteca. Estábamos cansados. Teníamos hambre. La

charla nos había agotado. Cada vez que parábamos voluntariamente de jugar

era para comer o descansar. Eran las únicas dos razones

que captaban nuestra atención con la profundidad

necesaria para que voluntariamente decidiéramos dejar de

jugar. Éramos conscientes de que había que recuperar

energías. En casa bastaba frenar cinco minutos para

tomar un té con leche y unas tostadas con miel. Era todo

lo que necesitábamos. Un poco de combustible para

volver a la aventura. Por suerte en el evento se sirvió algo para comer.

Había una mesa enorme de sándwich de miga de todos

los tipos. De jamón y queso, de tomate, de aceitunas.

También había otra mesa enorme de comidas más

elaboradas. Como empanadas, quesos y tomates rellenos. Nos abrimos paso entre la gente y no dudamos en

agarrar una buena cantidad de sándwiches de todos los

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Page 38: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

tipos. Me alejé de la multitud con las provisiones y

empecé a atragantarme en un costado de la sala. Si mi

madre me hubiera observado me hubiera llamado la

atención por mis modales. No es correcto tragar sin haber

masticado antes, tampoco es biológicamente saludable.

Pero el tiempo que tardaba en comer, era tiempo que me

demoraba de hacer lo que más me gustaba, jugar. Asique

la velocidad en el refrigerio era fundamental. En los primeros dos sándwiches ni siquiera levanté

la cabeza, hasta que lo hice no había notado que mi

hermano Federico estaba parado al lado mío y me miraba

fijamente. No me decía nada, simplemente me estaba

observando. Estaba con las manos en los bolsillos y a

contramano de lo que todo el mundo estaba haciendo él

no parecía interesado en comer nada. Yo lo miré

sorprendido y le extendí un par de sándwiches con mi

mano. El los agarró con delicadeza, dio media vuelta y se

dirigió a la puerta. Iba con pasos lentos pero firmes.

Nadie se percató de lo que estaba haciendo. Como si

fuera invisible. Pasó desapercibido en medio de todas las

conversaciones. Todos seguían atentos a sus propios

asuntos. Mirando en su propia dirección, ajenos a lo que

estaba sucediendo alrededor. Probablemente yo tampoco

me hubiera percatado de lo que estaba haciendo mi

hermano si no me hubiera acercado momentos antes. Fede cruzó toda la sala con los sándwiches en la

mano. Inicialmente pensé que quizás lo había ofendido.

Al momento siguiente pensé que quizás se estaría llevan-

do los sándwiches al auto. Pero eso no tenía sentido, Fede

nunca hacía ese tipo de cosas. Esas travesuras solo se me

ocurrían a mí. Además para que querría llevarse los sánd-

wich si podía comer todos los que quisiera en la mesa.

No entendía lo que estaba haciendo. Ni siquiera tenía la

llave del auto.

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Page 39: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Quizás se la habría pedido a mi padre mientras yo me

servía.

Yo lo seguía con la mirada atentamente. Estaba

confundido. Giré varias veces la cabeza buscando algún

patrón, alguna explicación. Alguna señal. Andi no estaba

para ayudarme. No entendía nada. Hasta que vi a Fede

abrir la puerta de la biblioteca y salir. La puerta se cerró

detrás de él y Fede se inclinó hacia el suelo. Desde

adentro podía ver a través de la puerta de vidrio como le

extendía los sándwiches a una persona que estaba sentada

en la puerta. Sin decir nada. Tan solo le dio los

sándwiches. Esa persona me resultaba familiar, ya la había visto

antes. En ese momento la recordé. Cuando entramos a la

biblioteca ya la había visto ahí sentada en los escalones

de la entrada. Parecía que tenía mucho frío. Parecía que

debía de tener mucha hambre también. Su figura se

agrandaba con todos los abrigos que traía puesto. Una

campera arriba de la otra. Sus guantes negros no parecían

abrigarle mucho. Me había llamado la atención como

frotaba sus manos tratando de encender un poco de calor. Cuando pasé por su lado no me miró y yo tampoco

lo miré. Ambos fuimos indiferentes. Yo lo había pasado

por alto. Y él también a mí. Sin ningún esfuerzo la gente

pasaba por su lado y él continuaba consigo mismo, en sus

cosas. Frotándose sus manos. Sin levantar la cabeza.

Entre una multitud de gente que pasó por su lado, él

estaba solo. Solo en medio de una multitud de

transeúntes. Cómo era posible que ocurriera algo así. Definitivamente ese hombre estaba ahí para aprender

algo. Y nosotros también.

Cuando lo vi por primera vez no me había detenido a

pensar que hacia ese hombre ahí. Pero una pregunta

mucho más urgente era que hacía Fede dándole los

sándwiches.

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JUAN PABLO FILIPPINI

Porqué lo estaba haciendo. Ese hombre debería estar por

volver a su casa donde lo estaría esperando su familia con

la comida, pensé. Mi mente continúo el hilo de razonamiento. “¿Por

qué todavía no volvió a su casa?”. ¿Qué era lo que lo

retenía ahí en la puerta de la biblioteca? Naturalmente no

venía a asistir al evento, pero tampoco se iba. No era un

día como para esperar a alguien a la intemperie. Si estaba

esperando a alguien tampoco entendía porque no

esperaba adentro. Seguramente estaba muy aburrido ahí

afuera, sin nadie con quien jugar ni nada para hacer.

Como no se aburría de estar ahí sentado sin jugar, sin

correr. Entonces la puerta se volvió a abrir y Fede volvió a

entrar. Se sorprendió al verme. Yo lo esperé estupefacto.

Me había quedado sin palabras. Permanentemente yo estaba inquieto y dinámico, pero había veces que mis

hermanos me dejaban totalmente sin palabras.

Tanto para pensar.

Cuál era la historia de esa persona. Que estaba

buscando. Fede percibió que yo estaba muy confundido y

que miraba ahora los sándwiches con una intranquila

mirada. Ya no tenía ganas de comer. Quería que me

explicara. Quería poder entender. Cuando finalmente Fede llegó a mi lado. Se paró en-

frente mío se agachó y me apoyó la mano en el hombro.

Notó en mi rostro que ya no tenía más ganas de comer.

Sin más me miró y me dijo. “No te preocupes, si querés

podés seguir comiendo. Pero de ahora en adelante por

cada cosa que quieras comer, dale la misma cantidad al

hombre que está sentado allá afuera”. Yo lo miré con vergüenza, yo no me animaba a salir

afuera y darle el sándwich a un desconocido. No sabía

qué decirle, ni cómo actuar.

46

Page 41: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Ese hombre tenía el pelo largo y una barba desprolija.

Era la personificación del malo en todas las películas de

dibujitos que había visto. A decir verdad me asustaba un

poco. Ya le había echado una primer mirada, tenía la cara

sucia y los ojos se le movían muy rápido. Si bien yo no

era un ejemplo de higiene, pero ese señor realmente olía

muy mal. Fede entendió todo en mi mirada. Luego me

dijo con tranquilidad que él me iba a acompañar. Se paró

de un salto y juntos fuimos afuera. Le alcance varios sándwich al señor. No hizo falta

decir nada. Fue mucho más fácil de lo que me había ima-

ginado.

Y así por cada sándwich que comí le di uno al señor

de afuera. Con Fede llevamos juntos la cuenta. Con entu-

siasmo. Como si fuera un juego. Contando, riendo, sepa-

rando, clasificando. Como si fuera una misión. De

aquellas aventuras que tanto me gustaban. Había que

hacerlo bien. Por el bien de todos. El universo entero

dependía de que nuestra misión no fallara. No había

aburrimiento en semejante hazaña. Cada vez que me quería volver a servir, iba a la mesa

y agarraba dos. Agarraba unas servilletas y envolvía

cuidadosamente el paquete. Fede me cubría la espalda.

Nadie debía enterarse de lo que estábamos haciendo.

Podía complicar los planes de nuestra misión. Y cuando

Fede me daba la señal yo salía y le daba el paquete al

señor. Moviéndome con agilidad. Agachándome

cuidadosamente para no ser visto. Abriendo la puerta con

atención para que su ruido no me delatara.

Escondiéndome detrás de los muebles para regresar

adentro al lado de mi hermano. Actuando con disimulo

para no llamar la atención de nadie.

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Page 42: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Finalmente cuando se hizo más tarde agarré todo un

plato de sándwiches, salimos afuera con Fede y los

compartimos. Nos quedamos afuera charlando, riendo,

compartiendo. Nuestros padres ni nadie de la reunión se

percató de lo que estábamos haciendo. Andi se había que-

dado dormido en un escritorio del fondo con un sándwich

en la mano. Pasamos totalmente desapercibidos, tal como

ese hombre había pasado desapercibido para mí cuando

entré por primera vez. Ahora que estaba ahí y miraba

hacia adentro entendía un poco mejor la historia de ese

hombre. El hecho de que todo lo que hagas sea tan

sigiloso. Cuando vimos que nuestros padres empezaron a bus-

carnos volvimos a entrar. Al despedirnos del hombre nos

dio la mano a los dos. Nos dijo que desde el momento en

que salimos afuera con él había dejado de sentir frío. Nunca más volvimos a ver a ese hombre en la biblio-

teca, ni en la ciudad. Fue como si hubiera estado en ese

momento, para enseñarme una lección y hubiera desapa-

recido después. No volvimos a hablar del tema con Fede.

A lo sumo nos dirigíamos algunas miradas cómplices que

decían muchas cosas. Esa noche me vino a despedir a mi

cama antes de irnos a dormir. No sé bien que es lo que

Fede quería decirme. Pero si se que a partir de ese

momento desperté la consciencia sobre todas mis

acciones. Aprendí que hay veces en los que uno tiene que

mirar un poco hacia afuera. Cuando mantenemos la vista fija en nuestros pies, en

nuestro camino, en nuestras relaciones, en nuestro

camino, en nuestra vida no somos conscientes de lo

afortunados que somos. Solo tenés que levantar un poco

la vista. Y el crecimiento fluye a través de ese despertar

de la consciencia.

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Page 43: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

A partir de entonces no tuve más inconvenientes en

comer el pasto que me servían todos los días, en

agradecer el plato de comida, levantar la mirada. Al día

siguiente cuando mi mamá me sirvió la ensalada de

lechuga y tomate con voz clara y elegante me dirigí a

ella. Sinceramente le dije muchas gracias. Ella me miró

sorprendida. Una sonrisa se le dibujó en el rostro. Algo se

había liberado en su corazón. Y algo había ocurrido en

mí también. Se notaba el entusiasmo que tenía cuando me ofreció

más ensalada y yo se la acepté con mucho gusto. Ahora

que había levantado la mirada podía ver claramente la

abundancia que había en mi mesa. La abundancia que ha-

bía en mi vida. Y todo lo que tenía para dar. Podía ver la abundancia en todos lados. En mi casa.

En mis relaciones, en mi familia. En la naturaleza. En las

personas. En el mundo.

De a poquito empezaba a ver toda la abundancia que

había dentro mío.

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Page 44: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

CAPÍTULO TRES SIEMPRE SE PUEDE SONREÍR

Mi hermano José es el hermano mayor de la familia

y también es mi padrino. Siempre me sentí afortunado

porque él fuera mi padrino, sentía que él me había

elegido y yo a él. Una conexión. Mi hermano José es la persona más valiente que co-

nozco.

De chico y no tan chico tuvo varias operaciones y

muy complicadas. Uno suele pensar que en la vida pasar

por el quirófano es un acontecimiento importante. Y con hacerlo una vez ya parece suficiente, a lo sumo dos

veces. Por una apendicitis, para sacarte las muelas de

juicio, en los partos y suficiente. Solemos pensar que nuestro cuerpo no es capaz de resistir mucho dolor. Nos

lastimamos y le damos una gravedad sobredimensionada.

Muchas personas se operan de los meniscos o de hernias

de disco y creen que se van a morir. Pero el común de las personas no tenemos ni idea de lo que es el dolor físico.

Y hasta que límite el cuerpo puede soportar el dolor. Mi hermano fue operado varias veces, estuvo inter-

nado por largos períodos de tiempo y algunas

operaciones fueron de una complejidad difíciles de

imaginar. La inestabilidad emocional. El dolor. Todo tan difícil

de imaginar. Y mucho más difícil de vivir en carne

propia. Y así en el mundo hay personas que conviven con el

dolor físico. La insoportable sensación de querer decir

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Page 45: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

basta. El abatimiento tanto interior como exterior.

Convivir con el deseo de despertar sin dolor o no

despertar. Yo no entendía nada de eso. Tampoco mis padres, ni

mis hermanos, ni nadie del entorno familiar, ni los

médicos. Pero mi hermano José sí.

Y nunca trató de explicarnos.

Ni siquiera quiso compartir con nosotros lo que

sentía. El convivió con ese dolor y nunca nos dejó

acercarnos ni siquiera para poder saber de qué se trataba.

José siempre tuvo la fortaleza para salir adelante.

Podría escribir un libro entero sobre lo que me inspira mi

hermano. Sobre su fuerza. Su coraje. Sobre su actitud

frente a la muerte. Sobre su carisma. Sobre su esencia.

Sobre su luz. Mi hermano es un verdadero superhéroe.

De esos superhéroes que te inspiran. Mi hermano fue una

inspiración. Me dio muchísimas cosas, sin pedir nada a

cambio. Me dio mucho amor ante todo. Siempre nos protegía a todos. Si bien había veces

que mis padres le daban cuidados especiales, el siempre

quería que nosotros tuviéramos lo mismo que él. Cuando

mi madre me retaba porque le comía el puré de manzana

que preparaba bajo indicación médica para darle de

comer, él se enojaba con ella y me dejaba comer todo lo

que quisiera. Qué más puedo decir. Que se enojaba

muchísimo. No soportaba la idea de que porque yo estuviera

“sano” me tenían que dar menos y porque él estaba “en-

fermo” le tenían que dar más. Creo que en el fondo él

defendía lo contrario. Creo que él siempre quería que a

nosotros nos dieran más. Yo lo sentía así. Y ese

sentimiento me conmovía. Ese amor que nos daba. Tan

sutil pero tan poderoso.

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Page 46: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Él siempre quería lo mejor para nosotros.

Si nos peleábamos entre los hermanos, era el quién

intervenía y hacía las paces. Tenía una autoridad

conferida, que era ser el mayor, y siempre utilizó esa

autoridad para unirnos como hermanos. Siempre nos inspiraba a sacrificarnos a costa de

ayudar a tu hermano.

En una ocasión mis padres habían traído una docena de alfajores de Bariloche y los tenían guardados para

regalárselos a unos amigos de la familia. Estaban

guardados en un armario en la planta alta de la casa. Yo

sabía muy bien donde estaban guardados. Pasó el tiempo, y pasaron muchas cosas mientras tanto. Hasta que una

mañana me desperté con unos gritos que llegaban del

cuarto de mis hermanos. Me desperecé y fui al cuarto desde donde llegaban los gritos. Mi madre estaba muy

alterada con la caja de alfajores vacía. “El que fue, que

confiese”. Todos sabían que los alfajores eran para un regalo.

Los amigos estaban llegando en una hora y no había

regalo. Los cuatro hermanos nos miramos entre sí. “Yo

no fui”. “Yo tampoco”. No había sido nadie. Mi madre al escuchar esto se alteró aún más. Si

había algo que la alteraba a mi mamá y mucho, eran las

mentiras. No lo soportaba. Siempre decía que no resistía

que sus propios hijos le mintieran. Paradójicamente algo

que yo no soportaba era que me llamasen mentiroso.

Consecuentemente estas situaciones siempre terminaban

en acaloradas discusiones. Todos levantábamos la voz,

nadie se escuchaba. El tiempo transcurría y no había

soluciones. Solo había cansancio, intolerancia y

resentimiento.

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Page 47: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Mi madre nos dijo que nadie iba a salir del cuarto

hasta que se encontrara al responsable. Nos quedamos

quince minutos mirándonos los unos a los otros. Hasta

que finalmente José se paró, fue con nuestra madre y le

dijo que había sido él. Que se había levantado a la noche

y los había comido. Yo estaba muy nervioso. Me

transpiraban las manos. Estaba totalmente seguro de que yo los había

comido. Me parecía muy evidente. José siempre que

comía algo dejaba los envoltorios. En cambio, cuando yo

comía algo borraba la evidencia. Estaba cien por ciento

seguro que José sabía que había sido yo. Hasta Fede y

Andi sabían que yo los había comido. Lo percibía en la

forma en la que me preguntaban si había sido yo. Sin

acusarme, pero llamando a la sinceridad. Dos días atrás me habían visto en el armario donde

se guardaban los alfajores y me habían preguntado qué

estaba haciendo ahí. Yo les dije que nada.

El desenlace para José no fue nada bueno. Había

transcurrido mucho tiempo desde que nuestra madre ha-

bía preguntado quien había sido hasta el momento en que

mi hermano se confesó. Ese tiempo era acumulativo en

cuanto al castigo. Como un taxi que te cobra la espera en

la puerta de tu casa. Mientras pasaban los minutos, había

que pagar más. José prefirió dar la cara por mí. Y yo me sentía muy

angustiado porque realmente no recordaba haberlos

comido. En ese momento declaraba con total seguridad

que yo no había sido. Quizás no quería que mi madre

volviera a desconfiar de mí. Después de todo era algo

insoportable que me llamaran mentiroso. O que no

confiaran en mi palabra.

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Page 48: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

En una ocasión estuve tres días sin hablar una sola

palabra porque mi madre aseguraba que yo había

ensuciado unas cortinas blancas, mientras que yo juraba

que no lo había hecho. Tres días sin dirigirle la palabra a

nadie. Ni dentro de la casa ni afuera. “Si no confían en mi

palabra, no la voy a volver a utilizar nunca más”. Para ser

un niño era bastante testarudo. Sin embargo, esa fortaleza

que mostraba hacia afuera se derrumbaba cuando miraba

hacia adentro. Cuando miraba hacia adentro me sentía débil. No te-

nía la fuerza para poder decir la verdad. No podía ganarle

al impulso de protegerme con mentiras. Esa era mi mayor

debilidad. En ese silencio de tres días lloré mucho, porque

sabía que había sido yo. Me escondía en mi cuarto y me

culpaba. Y me enojaba hasta que finalmente hacía las

paces conmigo. Y luego hacía las paces con los demás. Esos procesos de mi niñez fueron tan delicados. Tan

tenues y hermosos. Algunos con bastante sufrimiento.

Pero seguidos de crecimiento. Fue en esos silencios que

empecé a conocerme un poquito más a mí mismo. A

entenderme como persona. A entender mis acciones y

mis reacciones. Fue en esos procesos de mi niñez donde

empecé a descubrirme a mí mismo. Y en esos procesos

siempre estaban mis hermanos para acompañarme. José siempre daba un paso al frente cuando se trataba

de cuidarnos. Siempre lo hizo. Sin importar las

consecuencias. Esa mañana estuvo limpiando la casa

durante horas. Y no le importó. Porque sabía que la unión

entre nosotros era algo mucho más importante. Para él el

castigo cobraba sentido cuando con el resto de los

hermanos nos acercábamos a ayudarlo a limpiar. Lo

ayudábamos a pesar de que nos habían dicho que el

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Page 49: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

trabajo lo tenía que hacer José solo, para que “aprendiera

la lección”.

Pero en realidad era él quien nos acababa de enseñar

una valiosa lección a todos.

Había lapsos de tiempo que mis padres y José se au-

sentaban por mucho tiempo de casa. Viajaban a Buenos

Aires para hacerle estudios. Mi hermano permanecía

internado en el hospital y mis padres se turnaban para

quedarse a dormir con él. Como Andi y yo éramos muy

chicos no nos contaban mucho lo que pasaba. Pero

sabíamos que algo extraño estaba ocurriendo con José.

Los chicos pequeños perciben todo. Siempre veíamos que cuando estaban en Tandil

había veces que José y mis padres tenían charlas a solas

en la cocina. No lo dejaban entrar a Fede ni tampoco a

nosotros. Sabíamos que algo estaba pasando. Pero por

más que intentábamos escuchar a través de la puerta no

podíamos entender nada. También pasaban otras cosas fuera de lo común.

Cuando se suponía que nuestros padres nos tenían que acompañar a nuestro primer día de colegio, nosotros íba-

mos con nuestras tías. No es que no la pasáramos bien

con las tías, todo lo contrario, pero nos resultaba un tanto extraño. Todos los días almorzábamos en la casa de

nuestros abuelos. Y ellos nos llevaban a las actividades

que hacíamos extracurriculares. Nuestros padres y

nuestro hermano nunca estaban en la casa y siempre venía nuestra abuela a dormir con nosotros. Cuando

preguntábamos cuando iban a volver nos respondían que

la semana entrante seguramente, pero esto solía postergarse. Todo me resultaba muy extraño.

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Page 50: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Fede nos cuidó muchísimo durante ese tiempo. Nos

acompañaba al club, nos enseñó a cocinar, nos retaba

cuando nos portábamos mal, se encargaba de toda la

casa. Cuando nuestros padres no estaban ni tampoco

José, teníamos que hacerle caso a él. Cuidarnos a

nosotros era una responsabilidad que implicaba mucho

trabajo. Fede siempre hacía las compras, y si nos

portábamos bien nos traía los postres que nos gustaban. Pero no siempre nos portábamos bien. Durante el tiempo en que mis padres no estaban en

casa yo me hice fanático de los jueguitos de la

computadora. Andi me había ayudado a aprender a

usarla. Teníamos una computadora muy vieja, pero en

cuanto pude instalé un jueguito de aventuras. Empecé a

jugarlo a toda hora. Tenía la libertad de manejarme como

quisiera. Me despertaba temprano para ir a jugar, después

me iba al colegio. Volvía del colegio y me acostaba tarde

para jugarlo. A veces lo jugaba con Andi, pero él no

parecía tan entusiasmado como yo. Venía, jugaba diez

minutos y después se iba. Fede notaba que yo estaba muy metido con los

jueguitos y empezó a esconderlos. Al comienzo yo

descubría los escondites con facilidad. En la biblioteca

del living, entre los libros. En el cajón donde mamá

guardaba las pinturas y los pinceles. En el cajón de las

herramientas. Esos escondites no representaban un gran

desafío para mí. Hasta que un día Fede se enojó. Me sacó el jueguito

y me mando a leer a mi cuarto por todo el día.

Siempre que me retaba me mandaba a leer a mi

cuarto y después me hacía preguntas para verificar que

había cumplido con el “castigo”. Me mandaba a leer por

una hora, pero lo curioso era que la mayoría de las veces

transcurrida la hora yo seguía leyendo. Muchas veces me

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Page 51: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

mandaba a leer y me quedaba toda la tarde leyendo. In-

cluso a veces el me venía a buscar al cuarto y se quedaba

conmigo leyendo.

Ese día que Fede se enojó leí todo el libro “Robinson

Crusoe”. Estaba encantado con el libro. No podía dejar

de leerlo. En ese preciso instante dejé de interesarme por

los jueguitos para siempre. El jueguito que Fede escondió

nunca lo volví a ver. Nunca lo busqué. Nunca dejé de leer

a partir de entonces tampoco. Fede no solo nos cuidaba, sino que también nos

educaba con paciencia. Con tan solo quince años él nos

mandaba a leer cuando nos portábamos mal. Tenía tanta

sabiduría. Pero las ausencias de mis padres, de alguna forma,

fueron ausencias justificadas. Fede tuvo que hacerse

cargo de nosotros, pero nadie podía hacerse cargo del

dolor que sufría nuestro hermano José. Fue un año en particular muy duro para José. Lo

operaron repetidas veces en unas pocas semanas.

Permaneció seis meses internado en Buenos Aires con

mis padres. Estuvo muy mal, casi al borde de la muerte.

Nosotros le preguntábamos a nuestra abuela que pasaba

con José y no nos decía nada. La realidad era que ella

tampoco conocía la gravedad del asunto. Pero había

algunas señales que nos preocupaban. Cada vez que

charlábamos con nuestra mamá por teléfono se la

escuchaba con la voz tomada y nos pedía que rezáramos

mucho. En el colegio se realizó una cadena de oración por él.

Todas las tardes nos quedábamos en la capilla del colegio

con Andi para rezar el rosario con la directora del colegio

y algunos padres. Todo el mundo nos preguntaba cómo

estaba nuestro hermano.

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Page 52: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Últimamente pasábamos mucho tiempo con nuestras

tías. Aprendiendo la tabla de multiplicar en mi caso,

jugando a la maderitas, dibujando y pintando.

Prácticamente su casa se transformó en nuestro segundo

hogar durante esos meses. Después de estabilizarse. José volvió a casa con

nuestros padres. Estaba muy flaco, había soportado

muchísimo dolor. Todos estábamos muy contentos de

verlo de vuelta en casa. Lo habíamos extrañado mucho.

Cuando escuchamos el auto frenar en la vereda los tres

hermanos salimos a recibirlo a la calle. José abrió la

puerta del auto y mi madre lo ayudo a bajar. Todos los

abrazamos uno a uno. José estaba re contento. Bajamos

todas las valijas, los bolsos y entramos a casa. Con los

chicos teníamos la merienda lista para sorprender a los

recién llegados. Habíamos hecho un té para cada uno,

tostadas con queso, habíamos comprado fiambre y

mermeladas. Nos sentamos todos en la mesa familiar del

living y empezamos a tomar el té. Hacía mucho tiempo que no poníamos la mesa para

seis. Habíamos preparado la cama de José y la de

nuestros padres. Fede se había encargado de avisarnos

con tiempo para que pudiéramos dejar la casa impecable.

Esa misma tarde habíamos pasado la aspiradora en todos

los cuartos, puesto las fundas de los sillones, lavado

todos los platos y pasado el trapo en todos los pisos. Nuestra mamá quería saber todo lo que habíamos he-

cho en los últimos seis meses. Asique estuvimos un buen

rato charlando en la sobremesa.

Cuando todos se levantaron quedamos solamente José y

yo. Él siempre se tomaba un tiempo para hablar conmigo.

A pesar de llevarnos diez años de edad siempre tenía la

paciencia y la atención de escucharme y responder cuida-

dosamente todo lo que yo le preguntaba, por más ridículo

que fuera.

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Page 53: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Lo primero que le pregunté fue porque había tardado

tanto tiempo en volver a casa. El me respondió que nunca

se había ido de casa, que siempre nos llevaba con él a

todas partes. En ese momento no entendí mucho que me

había querido decir, pero sentí que él también me había

extrañado cuando se paró y al pasar por al lado mío me

abrazó con mucha fuerza. Yo también lo abracé. Y le di

palmaditas en la espalda. Yo siempre daba palmaditas en

la espalda cuando era chico. Al día siguiente mi madre se sorprendió muchísimo

cuando me vio sentado leyendo el diario. Para ella yo no

leía, y apenas escribía algunas palabras sueltas. Lo que

ella no sabía era que mientras había estado afuera yo ya

había aprendido a leer y escribir. A sumar y a restar. Y a

cocinar también. Nos bañábamos, nos cambiábamos y

nos arreglábamos solos. Éramos prematuramente muy

responsables. Nadie nos decía que teníamos que hacer la

tarea. Nosotros sabíamos que teníamos que hacerla.

Nuestros padres ya tenían suficientes preocupaciones

como para darles una más, esa frase se escuchaba muy

seguido en nuestra casa. “Pórtense bien que sus papas ya

tienen suficientes problemas”. Nadie nos decía que nos teníamos que portar bien en

el colegio, pero nosotros sabíamos que teníamos que

hacerlo. Estaba a cargo nuestro hacer las cosas bien o

mal. Era nuestra responsabilidad. Varias veces mi

hermano Federico siendo menor de edad nos firmaba el

boletín de las calificaciones. Naturalmente creo que a él

nadie le firmaba el boletín. Creo que se lo firmaba el

mismo. Sin nadie que moderase, nosotros tomábamos

responsabilidades por propia voluntad. Nosotros nos

reíamos y decíamos que éramos completamente

independientes.

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Page 54: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Mi madre no quería saber mucho de esa independencia.

Le asustaba la idea de que fuéramos tan autosuficientes a

tan temprana edad.

Nos comprábamos los útiles para él colegio, nos en-

cuadernábamos los cuadernos, nos peinábamos solos e

incluso nos despertábamos solos todas las mañanas para

hacernos el desayuno. Una tarde después de haber regresado del colegio mi

madre intentó sentarse conmigo para hacer la tarea. El

experimento fue un caos. Yo ya estaba acostumbrado a

hacer la tarea solo, no necesitaba ayuda de nadie. Mi ma-

dre era profesora de matemática, era su vocación enseñar.

Pero conmigo no había caso. Terminamos los dos

llorando, porque yo me sentía sofocado y mi madre triste

por esta nueva independencia nuestra. Yo quería hacer

las cosas solo, sin que nadie me controlara. Ya estaba

acostumbrado a manejarme así. Finalmente acordamos que ella no intervendría más

en mis tareas, pero yo tendría que participar en las

Olimpíadas de Matemática y practicaríamos los

problemas juntos. Me pareció bien tener ese espacio para

compartir con ella. Para que ese fuera el espacio en el

cuál ella intervenía y compartíamos. Y en el resto de las

actividades continuara con la libertad y la independencia

que ya estaba acostumbrado a tener.

Mi hermano José. Mientras tanto José volvió a casa, volvió a estudiar,

volvió a vivir con una intensidad que se transmitía. Mi

hermano tiene una luz especial. Estoy seguro que lo que

él transmite no se va a apagar nunca en mí.

Una tarde todos se fueron de casa y nos quedamos

solos él y yo. Fui a la cocina para prepararme algo para

comer. Tenía mucha hambre. Tenía muchas ganas de

hacerme un sándwich de queso con tomate.

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Page 55: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Antes fui al living y le pregunté a José si quería lo

mismo. Me dijo que no tenía hambre al momento, pero la

realidad era que no podía comer nada de eso. Estaba con

una dieta delicada para recuperarse bien y no obstruir al

organismo. Volví de la cocina con mi sándwich y le alcancé una

Gatorade de naranja. Nos sentamos a ver un poco de tele-

visión mientras yo comía. Yo no había llevado un plato

siquiera. Asique todo el piso se llenó de migas. Entonces

José me mandó a buscar la escoba para barrer. Pero para

cuando volví José ya no estaba más en el sillón. Empecé a mirar alrededor, pero no estaba en ningún

lado. Empecé a llamarlo a gritos, pero no respondía. Abrí

la puerta del living y pasé al garaje. Tampoco estaba ahí.

Me fijé detrás de las puertas, detrás de las cortinas.

Empecé a sospechar que se estaba escondiendo de mí.

Entré al baño y rápidamente corrí las cortinas. No estaba

ahí. Tenía que moverme más rápido. Definitivamente él

se estaba moviendo de lugar. Me saqué las zapatillas para

no hacer ruido al caminar. Con las medias, las pisadas se

amortiguaban perfectamente. Traté de agudizar mi oído

para escuchar alguna respiración, algún movimiento. Ya

había revisado toda la planta baja y no estaba por ningún

lado. Tenía que estar dentro de la casa, de otra forma hu-

biera escuchado claramente la puerta del exterior

cerrarse. Con pasos rápidos volví al living y saqué de mi

cajón de los juguetes una pistola de agua.

Tenía que moverme aún más sigilosamente. Fui al

baño y con delicadeza abrí la canilla y cargué mi pistola

hasta el tope. Tenía que despertar todos mis sentidos,

alerta a cualquier señal que pudiera delatar la ubicación

de mi hermano. En mi mente empecé a formular una

estrategia.

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Page 56: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Reconociendo todas las posibilidades. Descartando algu-

nas ubicaciones que ya había revisado. Interiorizándome

con cada paso que iba a dar.

Traté de respirar cada vez más lento, cada vez más

suave, que mi respiración fuera imperceptible. Inhalando

profundo y exhalando profundo. Con suavidad.

Con Andi siempre jugábamos a los ninjas secretos,

así que sabía muy bien como tenía que moverme. Tenía

que deslizarme agachado, contra las paredes, evitando

reflejarme en los vidrios y espejos. Sin dejar rastros.

Conectándome con el ambiente. Apagando las luces para

moverme más fácil en la oscuridad. Sacándome la ropa

que tuviera colores llamativos. Evitando pasar cerca de la

puerta que daba al patio para que el perro no delatara mi

ubicación. Tenía que convertirme en un verdadero ninja.

Fue en ese estado de fantasía que se me ocurrió una

idea brillante.

En el segundo piso de mi casa en el baño de mis pa-

dres había un botón que al apretarlo hacia sonar el timbre

de la casa. Lo habíamos descubierto con Andi en una de

nuestras primeras aventuras en la casa. Tenía que llegar

al segundo piso sin ser visto. Y podría accionar el botón.

José pensaría que alguien estaría llamando a la puerta y

en cuanto se dirigiera a atender yo tendría una

oportunidad única para emboscarlo. Una oportunidad

única para mojarlo de pies a cabeza con mi pistola de

agua. Era el plan perfecto. Pero no había lugar a errores.

Tenía que cruzar la casa sin ser detectado. Escon-

diéndome detrás de las paredes me fui acercando a las

escaleras. Sentía la emoción de la misión. Mi corazón

latía ante la posibilidad de que mi hermano me

emboscara. Él podría estar en cualquier lado.

63

Page 57: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Me sentía constantemente acechado. Legué al rellano de

la escalera y no lo encontré en el camino. Delante mío

estaba la prueba más importante de la misión. La escalera era muy ruidosa.

Pero yo tenía mucha experiencia para subirla con

sigilo. Muchas veces me había escapado sin producir un

solo ruido cada vez que mi mamá me llamaba para pasar

el trapo en la cocina. Tenía mucho entrenamiento en el

sigilo. No tenía que pisar el primer escalón ni el tercero.

Y a partir del quinto tenía que ir caminando exactamente

por el centro de la escalera. Ni un centímetro a la derecha

ni un centímetro a la izquierda. No había margen de

error. Si hacía algún paso en falso el chillido de la escalera

se escucharía en toda la casa. Había un silencio absoluto.

Solo se escuchaba el vacío de la casa y algunos autos que

pasaban por la vereda de enfrente. Con agilidad empecé a subir la escalera. El éxito de

mi empresa estaba depositado en que José no estuviera

arriba. Llegué al final de la escalera. Me dirigí inmedia-

tamente al cuarto de mis padres y entré a su baño. Ahí

estaba el botón en frente de mis ojos. Un botón que

emitía una luz roja. Era el momento de la verdad. Tenía muchísimas

ganas de reírme. Estaba solo en el baño de mis padres y

no podía contener la risa.

Accione el botón tres veces y el timbre se sintió

fuerte y claro por toda la casa. Me resultó muy difícil

contener la risa en ese momento. Salía de mi interior.

Desde mi panza. Pero no había tiempo para regocijarme,

era momento de atacar. Me acerqué a la escalera y desde

arriba empecé a sentir los pasos firmes de José

acercándose a la puerta.

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Page 58: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Lentamente empecé a bajar los escalones uno a uno. Él

había caído en mi emboscada. Seguramente se había

escondido en la cocina. Venía desde esa dirección.

José tenía puesta una máscara de un mono con la que

ya me había sorprendido unos días atrás. Evidentemente

quería asustarme. José preguntó quién era. Nadie respon-

dió del otro lado de la puerta. Bajé un par de escalones

más. “¿Quién es?” Ya lo tenía en la mira. Desenfundé mi

pistola. Ajuste con precisión mi puntería. José se acercó a

la puerta y miró por el rabillo de la cerradura. “¿Quién

es???!!”. Desde un costado le grité. “¡Yo!” y empecé a

mojarlo con mi pistola de agua.

Se empezó a reír desde adentro de la máscara. Em-

pezamos a correr y a reírnos. El me perseguía, yo me

escapaba. Yo lo perseguía, él se escapaba. Alrededor de

la mesa fuimos tirando todas las sillas al piso. Corrimos

por el garaje, nos tiramos al suelo. Yo lo aplastaba, el me

abrazaba. Perdimos la noción del tiempo y espacio. Salta-

mos arriba de los sillones, nos tacleamos, gritamos. Y de

repente volvimos en sí. Nos habíamos divertido como nunca. Como hacía

tanto tiempo que no nos divertíamos. El se olvidó de

todo, y yo también. Fue como si no hubiera pasado nada

en los últimos seis meses. Pero de repente sentí la

agitación de José. Y empecé a preocuparme cuando se

sentó en el sillón. La colcha del sillón se había

desgarrado completamente. Habíamos estado saltando

durante varios minutos sobre ellos. Las sillas estaban

todas tiradas en el suelo. Habíamos roto una lámpara de

un pelotazo. José estaba sentado recuperándose. Había

sido demasiado. Mamá estaba a punto de volver.

65

Page 59: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

La casa era un completo caos. Y lo peor, se suponía que

José no podía hacer grandes esfuerzos.

Él había estado muy mal. Quizás la agitación que

tenía era grave. Quizás cuando lo aplasté le había abierto

los puntos o desacomodado algo de la intervención.

Cómo iba a explicarle a mi madre que por mi culpa iban

a tener que volver a internar a José. De repente lo que

había sido un juego se transformó en una pesadilla para

mí. La emoción me había sobrepasado. No podía

comportarme de esa manera. Todos esos y muchos

pensamientos más vinieron a mi cabeza. La

desesperación me colapsó. Empecé a sentirme cada vez

más y más angustiado. José no entendía nada. Yo le explicaba que había

sido toda mi culpa. Yo solamente quería jugar. Lo había

extrañado mucho todo ese tiempo. No había tenido

cuidado en su estado de salud. Había sido muy

irresponsable. De repente empecé a llorar con

desesperación. José me miraba sentado desde el sillón. Se

paró enérgicamente y se acercó a mí. Me agarró de los

hombros y se empezó a reír. Juntos íbamos a ordenar la casa y todo iba a salir

bien. Solo teníamos que sonreír. De todo lo demás no

había que preocuparse tanto. Yo no estaba tan seguro de

eso. Lo acababan de operar. A lo mejor se había

lastimado. Yo estaba muy colorado. Sin consuelo. Lo

último que quería era que lo volvieran a llevar a Buenos

Aires. Que lo tuvieran que operar de nuevo. Entonces José me agarró del hombro y me llevó al

baño. Me quería mostrar algo. Me paró frente al espejo y

miramos nuestros reflejos en el vidrio. Podía ver mi

rostro amargado enfrente mío. Los labios arrugados y la

tristeza de mis ojos. De repente José se levantó la remera

y me mostró donde lo habían intervenido a la altura de la

panza.

66

Page 60: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Yo lo veía a través espejo. Tenía la zona inflamada, de un

tono violeta. Tenía las marcas de todas las

intervenciones. Marcadas en su piel. Los puntos

brillaban. Y su cara estaba pálida. Pero sin miedo. No

había miedo, ni sensibilidad en su cara. Como si no

estuviera viendo nada fuera de lo común. Ajeno a lo que

estaba observando. En cambio yo estaba totalmente impresionado por lo

que estaba viendo. Conmovido. Nunca antes me había

mostrado sus intervenciones. Nunca antes habíamos ha-

blado siquiera del tema. Sentía muchísima impresión.

Pero lo que más me impresionaba era el

desapasionamiento de mi hermano. Cuando me volvió a hablar lo hizo con tanta pureza

y sinceridad.

Me miró a través del espejo y me dijo que estaba

todo bien. Me explicó que la herida no se había abierto ni

nada. Mientras con su dedo índice recorría los puntos de

la intervención. “Quedate tranquilo que todo está en su

lugar”. “¿Ves?”. Y me señalaba toda la intervención. Entonces esbozó una sonrisa y me miró con esa luz

que me inspira tanto. Me dijo que la única forma de que

las heridas cicatrizaran más rápido era sonriendo

“¿Entendés?”. Me sequé las lágrimas con el buzo que

tenía puesto y me soné la nariz. Lentamente empecé a

esbozar una tímida sonrisa contra el espejo. “¡¡Dale

sonreí más grande!!”. Nos vimos en el reflejo los dos

sonriendo. Todo volvió a ser natural. Los dos estábamos radian-

tes. Y a través del espejo mi hermano me miró a los ojos,

mientras su sonrisa desaparecía. Volvió a su rostro la

expresión de desapasionamiento. “¿Ves que la herida ya

está mucho mejor?”. Cuando te reís ya no hay dolor, ni

67

Page 61: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

preocupaciones, ni miedos. Volvió a sonreír mientras se

bajaba la remera y me agarró de la panza

sorpresivamente. Nos abrazamos y volvimos juntos a ordenar todo el

desorden, pero siempre con una enorme sonrisa en

nuestro rostro. Mi hermano José me recuerda el motivo

por el cual vivimos. Vivimos para ser felices. Para

disfrutar de la vida, aun en las adversidades. Él en vez de compartir con nosotros el dolor y el

miedo a la muerte nos compartió el entusiasmo por

alcanzar la felicidad. Las ganas de vivir. Las ganas de ser

mejores personas. José es un maestro. Tomó todas las

adversidades, los obstáculos, los miedos; los purificó y

los compartió en forma de bendiciones. Esa es la obra de

un verdadero maestro. Despertó en cada uno de nosotros

una chispa por vivir. Una chispa por disfrutar la

abundancia que nos rodea. Una luz que nos hace creer en

nosotros mismos. Mi hermano cumplió un rol principal en mi vida. Me

enseñó a ser como el ave fénix. A revivir de las cenizas,

una y otra y otra vez. Me enseñó a afrontar las adversida-

des con total desapasionamiento. Fue gracias a él que aprendí a meditar. Porque en su

camino por restablecer su salud inició una búsqueda. Una

búsqueda por caminos alternativos, más allá de la medi-

cina tradicional. No solo para curar el cuerpo, sino para

curar el alma. Y lo logró. No solo lo logró para sí mismo,

sino que compartió con todos nosotros los frutos de esa

búsqueda. Particularmente en mi contagió el entusiasmo

del buscador. A partir de la adversidad generó bendiciones y las

compartió con todos nosotros.

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Page 62: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Y yo siempre lo seguí. Porqué quería ser un

buscador como él. Me gustaba apoyar su entusiasmo.

Porqué sabía que su búsqueda nos iba a elevar.

Juntos aprendimos a cuidar nuestra alimentación. A

cuidar nuestros hábitos cotidianos. A investigar. A querer

estar cada vez mejor. A entrenar nuestra mente y nuestro

cuerpo. A replantearnos nuestra vida. A no conformarnos

en la comodidad de nuestros patrones. Juntos fuimos al curso de El Arte de Vivir. Fue él

quien me llevó por primera vez a meditar. Fue él quien

me acercó a la Escuela del Cambio. Me enseñó a

profundizar hacia mi interior. Me enseñó

fundamentalmente a hacer cosas para estar bien conmigo

mismo. A partir de sus propias acciones mi hermano fue

transformando todo su alrededor. A partir de su propio

cambio.

Toda la familia empezó a compartir desde otro lugar

cada momento. Disfrutando meditaciones en familia.

Disfrutando de nuevos hábitos para crecer desde el

interior. Conociéndonos desde otra perspectiva. Disfrutamos de otra energía. Disfrutamos de otro ni-

vel de consciencia. Disfrutamos de nosotros mismos y de

nuestras relaciones. Disfrutamos de la luz.

Mi hermano hizo de su enfermedad un regalo para

todos. El más hermoso regalo.

El agradecimiento hacia la persona que te acerca por

primera vez a meditar florece y se hace cada vez más

grande. Porque para la persona que toma contacto con ese

conocimiento tan antiguo por primera vez, es algo divino.

El más hermoso de todos los regalos. Y ese

agradecimiento que yo siento hacia mi hermano es una

bendición de mi parte para él que va a perdurar por

siempre.

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Page 63: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Durante mucho tiempo José me habló de la energía

ancestral que todos tenemos. Me contaba que era una

energía dentro nuestro que no se renueva. Que se va

agotando con el tiempo. Una energía no renovable. Las situaciones de stress extremo, el sometimiento al

alto rendimiento, sobre exigencia física y mental agotan

más rápidamente esa energía ancestral. Cuando uno

pierde sangre también pierde energía ancestral. Y cuando

uno agota toda su energía ancestral muere. El dolor físico es la principal causa por la cual se

pierde energía ancestral de un modo más rápido de lo

usual. La energía ancestral es como el tanque de reserva

de un auto. No se puede recargar. Y cuanto más rápido

quemas la gasolina más rápido el auto se detiene. Yo percibí el pensamiento que él tenía en su cabeza

mientras me hablaba de estas cosas. El estaba pensando

en todas sus operaciones. Seguramente pensaba que le

habían quitado un montón de energía ancestral. Yo

sospechaba que esos eran sus miedos. Él pensaba que no

podría vivir tanto como el resto de las personas. Qué

tendría una vida corta. Más corta de lo común. Había

sufrido muchísimo dolor, había perdido tanta energía

vital en ese dolor. En cada intervención, en cada

operación. En ese momento me comunique sin palabras,

solamente a través de la intensión. Y por más que no nos

hablamos, los dos nos entendimos. Lo que yo le transmití

en ese momento es que la energía ancestral se alimenta

de las bendiciones que uno va acumulando en su vida.

Ese era un detalle que no estaba en los libros orientales

que había leído. Yo no sabía decirle si iba a vivir más o

menos. Lo que si sabía es que mi bendición lo iba a

acompañar toda su vida. Ya sea corta o larga, mi

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Page 64: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

bendición lo iba a acompañar por siempre. Lo que si

podía decirle es que al momento en que diera su última

exhalación, yo iba a estar acompañándolo. Mi

agradecimiento iba a estar con él hasta que todo termine. Esa tarde cuando desordenamos toda la casa tuve el

primero de muchos aprendizajes con mi hermano José.

Cuando nos miramos al espejo, todo fue muy claro. Más

tarde el resto de la familia volvió a casa. José y yo

estábamos sentados en el living como si nada. La casa

estaba en orden. Todo estaba como antes de que se

hubieran ido. Solo había un detalle diferente. José y yo

nos estábamos riendo a carcajadas. Estábamos

disfrutando la vida. Estábamos dando los primeros pasos

hacia una búsqueda sin límites. Redescubriéndonos

constantemente. Trascendiendo. Era la búsqueda más importante de todas. Una bús-

queda de la felicidad.

No hay felicidad en las palabras.

No vas a encontrar la felicidad en este libro.

No vas a encontrar la felicidad en estos capítulos.

La felicidad ya está en vos.

La comunicación fuera de las palabras. La comuni-

cación “de corazón a corazón” te ayuda a reencontrarte

con esta verdad. A despertarte y observar que vos ya sos

felicidad. La última internación que tuvo José en su vida

estuvo todo el tiempo con Andi.

Mi madre estaba enferma y se quedó en Tandil con

mi papá. Fede estaba fuera del país. Por lo tanto Andi y

yo nos encargamos de acompañar a José en su

internación. Todas las noches uno de los dos tenía que

irse terminado el horario de visitas. Solo podía quedarse

un acompañante.

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Page 65: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Todas las noches se quedó Andi. Cuando se terminaba el

horario de visita yo me iba y Andi se quedaba a dormir.

Los días pasaban y José no mostraba mejorías. No

podía dormir a la noche. Estaba muy deshidratado. Con

mucha fiebre. Sin ganas de comer. Estaba perdiendo

mucho peso. Nosotros lo veíamos en su rostro. La estaba

pasando muy mal. Y se lo veía cada vez peor

anímicamente. Sin ganas de hablar. Sin ganas de

levantarse de la cama. Entonces una noche tuvo una conversación con Andi

que lo cambió todo.

Andi le pidió que rezara con él para que se

recuperara rápido. Pero José no quería rezar. No tenía

ganas de rezar, ni de pedirle nada a Dios. Ya no creía en

Dios. Se sentía abandonado. Sin fuerzas. Sin fe. Total-

mente abatido. En ese momento Andi le dijo algo muy hermoso.

“No hace falta que reces con palabras, podes rezar con el

corazón”. Y juntos en silencio se quedaron varios

minutos sin hablar. A partir de entonces algo se transformó. Todo fue di-

ferente. Al día siguiente José estaba recuperándose.

Estaba recuperando todas sus fuerzas. Fue algo muy

fuerte. Hay momentos en que las palabras no alcanzan. Es

necesario comunicarse por otro nivel de consciencia. Y

cuando te comunicas por ese nivel, cosas increíbles

ocurren. Cosas increíbles ocurren en vos. Cosas increíbles

como la felicidad.

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Page 66: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

CAPÍTULO CUATRO SALTAR AL AGUA HELADA

La mayoría de los viajes familiares los hicimos cuan-

do yo era muy chico. Teníamos un auto con tres filas de

asientos. La fila del conductor y del acompañante, la se-

gunda fila donde viajaban Fede, José y Andi y un asiento

que se colocaba en el baúl del auto donde viajaba yo

junto con el resto del equipaje. El auto iba siempre muy cargado. Mi madre solía

preparar comida para el viaje y subíamos a la ruta bien

temprano. Generalmente nuestros padres nos avisaban

tres o cuatro días antes de salir. Nos llamaban a la

mañana a su cuarto y nos metíamos todos en la

habitación a las corridas. Ya todos sabíamos que si nos

llamaban al cuarto era porque había algún anuncio

importante. Como éramos muchos en la habitación, alguno

siempre se llevaba sábanas y se tiraba en el suelo

mientras el resto se metía en la cama. Nuestros padres

después de dar algunas vueltas nos daban la buena

noticia. Los festejos eran instantáneos. Algunos nos

poníamos a saltar en la cama, otros se disparaban al

cuarto a armar la valija y a separar los juegos que

llevarían para el viaje. No había que olvidarse de la ropa

deportiva, ni de la pelota de rugby, ni la de fútbol. Habría

que llevarlas a la bicicletería para inflarlas bien. Eso era

lo primero que se me venía a la cabeza. Inflar las pelotas

de fútbol y rugby. Después me encargaría de la ropa y el

resto de los preparativos. Con Andi siempre compartíamos un bolso y lo ar-

mábamos juntos. Una mitad del bolso para cada uno. Y

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Page 67: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

una mochila para los dos. Era un trámite muy simple.

Nos gustaba viajar livianos. En la mochila llevábamos las

cosas indispensables para el día a día. Algún libro para

los tiempos libres, agua, y nuestras herramientas de

supervivencia. Como binoculares, brújula y cortaplumas. El clima festivo se extendía desde el momento en

que nos subíamos al auto para viajar hasta el final de las

vacaciones. Era todo una celebración familiar. El mismo día en el que salíamos de viaje, todos se levantaban muy

temprano. Con Andi siempre nos despertábamos

primeros, bajábamos las valijas de todos y las dejábamos

al lado del auto. Después de comer algo nos sentábamos a esperar en la escalera a que el resto de la familia se

despertara. Algunas veces nos ganaba la impaciencia y

empezábamos a simular algunos ruidos para que el resto de la familia se despertara. Simulábamos un repentino

ataque de tos o una serie de estornudos. Hubo un viaje familiar al glaciar Lanín que fue parti-

cularmente anecdótico. El viaje en auto fue muy especial.

Hicimos varias paradas en el medio para que mi padre

pudiera descansar y tomarse un café. Mi madre también

manejó por un buen rato. Todos estábamos con los

rostros pegados a los vidrios. Los paisajes cambiaban en

un abrir y cerrar de ojos. En uno de esos cerrar de ojos

me quedé completamente dormido. Los viajes siempre

me relajaban. Quizás era que viajábamos con las

ventanas cerradas y eso me adormecía. Quizás era la falta

de oxígeno. Quizás era el movimiento del auto que me

mecía como en una cuna. Quizás era que simplemente

tenía sueño. Para cuando me desperté ya habíamos llegado. Había

estado durmiendo durante las últimas tres horas. Mis ojos

no daban crédito. El paisaje era increíble. El contraste de

la vegetación era impactante.

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Page 68: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Lentamente empecé a desperezarme. Tenía el cuerpo

totalmente entumecido. Entre todo el equipaje no tenía

mucho espacio para moverme, pero la ventaja de viajar

en el baúl era la vista. Una vista a contramano. Mientras todos miraban

para adelante yo miraba para atrás. A contramano. Con

una perspectiva totalmente diferente.

Entonces, giré sobre mi asiento para ver como venía

el resto de la familia en las filas de adelante y estaban

todos mis hermanos durmiendo menos Fede. Lo desperté

a Andi y le dije que habíamos llegado. Se despertó con

entusiasmo. El paisaje era un motivo para festejar. De

todas formas nosotros siempre estábamos festejando. En

ese momento festejamos con nuestro saludo secreto en

silencio. El mismo saludo secreto que hacíamos todas las

noches antes de dormirnos. Durante mucho tiempo con Andi compartimos el

mismo cuarto. Dormíamos en una cama marinera triple.

El dormía en la parte del medio y yo siempre sacaba la

parte de abajo. Porque la parte de arriba me resultaba

muy calurosa. Todas las noches, instantes antes de

dormirnos, cumplíamos con el mismo protocolo. Nos

dábamos la mano y ensayábamos el saludo secreto.

Chocábamos las palmas tres veces y al tercer choque las

estrechábamos. Y en ese momento hacíamos el saludo

secreto. Que si se los cuento dejaría de ser secreto. Pero lo más importante del saludo se daba al final.

Al terminar de darnos el saludo contábamos lentamente

con las manos estrechadas llevándolas para arriba y para

abajo. “uno, dos, tres”. Y a la cuenta de tres teníamos que

decir la contraseña secreta a la máxima velocidad

posible. Era muy difícil decir la contraseña a la máxima

velocidad sin equivocarte. Para nosotros era un

mecanismo para reconocernos.

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Page 69: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Si lo decíamos bien, estábamos seguros de que nadie

había tomado la forma de nuestro hermano. Y si lo

decíamos mal nos hacíamos preguntas personales para

asegurarnos de que no estábamos hablando con un

impostor. El saludo secreto era un protocolo muy importante y

necesario dado los asuntos tan importantes que

llevábamos a cabo durante el día. Como agentes

especiales teníamos que llevar a cabo ciertas medidas de

seguridad. Medidas de seguridad para evitar el espionaje

de impostores. Al final del saludo, entre risas y con la tranquilidad

de no estar durmiendo con un impostor, nos deseábamos

las buenas noches y nos dormíamos.

En el auto.

Con la agitación del saludo José se despertó también.

Las calles estaban cubiertas de hielo y se notaba que al

auto le costaba aferrarse al pavimento. Ya se estaba

haciendo de noche y todos teníamos bastante hambre. Por

suerte ya estábamos muy cerca. A mi papá no le gustaba

viajar de noche, por lo que siempre coordinaba todo para

viajar con luz en la ruta. Llegamos a nuestro hospedaje con los últimos rayos

de sol. Estábamos alojados en una cabaña muy sencilla

donde los hermanos compartíamos las camas y

dormíamos todos en el mismo cuarto junto a mis padres.

Naturalmente cuando se despertaba uno se despertaban

todos. Una vez instalados en la cabaña nos subimos de

vuelta todos al auto y fuimos al supermercado a comprar

algunas cosas para la cena. Esa noche cenamos unas

lentejas con carne picante que nos regeneró del largo

viaje. Hacía mucho frío y la calefacción en la cabaña no

era muy buena. Por suerte habíamos llevado muchísima

ropa de abrigo. Medias para esquiar, gorros de lana y

guantes.

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Page 70: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Al día siguiente nos levantamos con esa brisa

matinal que te hace sentir tan libre y tan fresco. Nos

esperaba una excursión muy larga que habíamos

programado a través de unos amigos de mis padres que

vivían ahí. Nos pasaría a buscar una combi para llevarnos

a los pies del glaciar y continuaríamos a pie recorriendo

el lugar. La fauna y la flora de la región era única en el

mundo. Una naturaleza tan salvaje. Tan intacta. Tan pura.

Tan vasta. El plan era ir caminando a un lago a orillas del

glaciar y poder verlo de cerca. Estar a sus pies.

Para tener energías suficientes para todo el día de

actividad el desayuno era una parte esencial en nuestra

travesía. Tostadas, huevos, fruta, cereales. Nos sentamos

todos a desayunar bien temprano. Había una alegría

impregnada en el aire. Sentíamos la aventura cerca y eso

nos animaba. Habíamos tenido una noche de profundo

descanso reparador. Estábamos listos para descubrir este

nuevo mundo que nos esperaba afuera. Estábamos listos

para la aventura. Nos cambiamos prestando especial cuidado en los

detalles. Debajo de los pantalones todos nos pusimos

unos calzoncillos largos. Debajo de los buzos, remeras

térmicas. Cada uno se acomodó las medias con especial

cuidado para evitar que en la caminata se nos lastimaran

los pies. Sabíamos que afuera nos esperaba un clima sin

pulimientos, áspero y descortés. Ya lo habíamos

percibido la noche anterior. Pero esta vez iba a ser

diferente, nos íbamos fuera de la ciudad. Allí no habría

reparos, ni refugios para protegerse. Esperamos a la combi que nos pasó a buscar y nos

encontramos con el resto de la gente que iba a participar

de la excursión. Era un grupo muy variado. Había

muchos extranjeros que hablaban solo en inglés. También

había una pareja con su bebé y una pareja de ancianitos.

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Page 71: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

El resto del grupo eran viajeros que promediaban los

treinta años de edad. Nosotros éramos los únicos

argentinos del grupo, sin contar al conductor y al guía de

la excursión. Siempre nos pareció muy agradable conocer

personas de otros países. Desde muy chicos todos los

hermanos fuimos a aprender inglés. Y siempre había

visitas extranjeras en nuestra casa. Ingleses, americanos,

taiwaneses, rusos. El intercambio cultural siempre estuvo

muy arraigado en nuestra familia. Espontáneamente al cabo de unos minutos cada uno

había entablado una conversación con alguno de los otros

pasajeros. Todos eran muy agradables. Todos querían

compartir sus historias. Todos escuchaban y compartían. Nos sacamos muchas fotos durante el viaje. Íbamos

por caminos de tierra y de hielo, muy sinuosos. La natu-

raleza estaba intacta. Tan pura y bella. Brillaba bajo el sol

del mediodía. Al llegar al lugar, nos bajamos de la combi y em-

pezamos a caminar todos en fila siguiendo al guía de la

expedición. Al bajar lo primero que hice fue buscar el

palo más grande que encontré. Ese iba a ser mi bastón

para protegerme de los animales salvajes.

Empecé al marchar al frente del grupo con el guía.

Apoyaba mi bastón con fuerza. Quizás cuando volviera a

la cabaña podría adornarlo con alguna pintura y afilarle la

punta para que fuera más temerario, pensaba al caminar.

Calzaba perfectamente en mi mano. Las serpientes se

iban a alejar de mi camino. Y si algún animal salvaje

aparecía tenía algo con lo que protegerme.

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Page 72: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Caminamos durante una hora y media hasta que lle-

gamos a la orilla del lago. Hacía un frío desgarrador. Las

caras estaban rojas y los ojos llorosos. Pero la vista, la

vista era increíble. Un paisaje de antiquísima belleza.

Éramos el único grupo en quilómetros a la redonda. Se

percibía una plácida tranquilidad. Se disfrutaba una

perspectiva circular del paisaje. Era circular porque te

envolvía. Te envolvía con suavidad. Clavé mi bastón en la tierra y me acerqué corriendo

a tocar el agua. El agua era de un azul marino cristalino,

transparente. Me saqué los guantes y hundí la mano en el

lago. La sensación refrescante fue muy breve. El agua

estaba helada. Se hacía muy difícil sostener la mano

debajo el agua. Cuando miré detenidamente a mí

alrededor parecía como si pequeños trozos de hielo

flotaran en lago. Las rocas de la orilla estaban cubiertas

de escarcha. Todo el paisaje parecía de cristal. Frío y

frágil. Transparente. Como si te pudieras reflejar en el

paisaje. Hundí mis manos como un cuenco en el agua y al

retirarlo me lo llevé a la boca. El agua se deslizó por mi

garganta activando la sensibilidad en cada tejido mientras

pasaba por mi cuerpo. El frío se fue a mi cabeza. Sentí un

pequeño cosquilleo en mi frente. Era el agua más

deliciosa que había probado en mi vida. Ya no tenía más

sed. Estaba totalmente satisfecho pero quería seguir

bebiendo. Mi ánimo se había levantado por los aires.

Mientras continuaba bebiendo, una brisa se levantó y

sopló sobre mi rostro. De repente un escalofrío recorrió mi espalda.

Empecé a prestar detenida atención a mi cuerpo. El aire

entraba con dificultad por mi nariz. Mis pies estaban

húmedos. Y mi voz estaba seca, sin brillo. Mi cuerpo

estaba luchando por adaptarse a estas nuevas condiciones

climáticas.

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Page 73: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Pero valía la pena el frío. Estar ahí era algo

extraordinario. La magnificencia del glaciar que se erigía

en frente era espectacular. De pronto me sentí tan

insignificante frente a esa gran masa de hielo. Yo que

pensaba que cada vez era más grande y más fuerte. En

ese momento me sentía diminuto. Después de dar una última vuelta junté varias rocas

de la orilla y volví a caminar hacia la camioneta.

Me volví a reunir con el resto del grupo que estaba

tan impresionado como yo. Mi madre sacaba fotos en los

trescientos sesenta grados. Parecía un remolino. Conti-

nuamente se escuchaba el sonido de la cámara fotográfica

gatillando fotos. En un costado mis hermanos contaban

historias de criaturas gigantescas que vivían en el lago.

Mientras tanto, yo, saltaba de un lado a otro. De repente José señaló hacia un costado con gran

efusividad y todos volvimos la cabeza en esa dirección.

Vimos que en la orilla nos esperaba una balsa de madera

para cruzar el lago. Yo no me esperaba algo tan genial.

Íbamos a poder cruzar el lago en balsa. La intensidad que sentí al ver la balsa fue muy linda.

Siempre estaba listo para una nueva aventura. Quería

investigar cada detalle de la balsa. Me puse a observar

con detenimiento cada parte de la embarcación pero no

encontraba ningún remo, ni motor. De repente mi vista

salió de la balsa y encontró un cable muy grueso que cru-

zaba el lago de lado a lado. La balsa estaba sujeta a dicho cable por unos postes que lo hacían correr por un sistema

de poleas. El sistema era simple e ingenioso. Bastaba

bajar una palanca para que se deslizara el cable por los

postes y la balsa empezara a cruzar.

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Page 74: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Parecía la balsa de un náufrago, salvo por el sistema

de poleas, era muy precaria. Los troncos del piso estaban

atados con sogas de marineros. Todos los troncos eran

diferentes, como si hubieran sido talados a mano. En ese momento se me vinieron a la mente historias

de piratas y tesoros. También de marineros saltando por

la borda a un mar de tiburones. Pero estaba seguro de que

en ese lago no había tiburones. Mis padres ya me habían

explicado que los tiburones eran de agua caliente. Fue un

alivio saber eso después de haber entrado varias veces

temeroso al mar en las vacaciones anteriores. Ahora tenía

la tranquilidad de que si me caía al agua ninguna bestia

me devoraría. A continuación, todos subimos a la balsa con cierta

inseguridad. El primer paso era el más difícil. Me costó despegar mi bota del suelo y subirla a una superficie flotante. La balsa no tenía barandas ni asientos. Era bá-sicamente una plataforma de madera. Un piso de madera flotante. No tenía timón, ni bandera. La balsa viajaba en línea recta como el cable. Solamente tenía cuatro postes en los extremos que sostenían un improvisado techo que tenía algunas sogas de las cuales te podías agarrar. Todos íbamos parados uno al lado del otro. Sin dejar de admirar la bastedad del lugar. Sin poder dejar de sorprendernos del paisaje que nos rodeaba. Sin palabras.

El guía nos dio algunos detalles sobre el origen de la

balsa que no recordé con precisión. Lo que sí recordé es que no me dieron mucha seguridad. Contó historias de muchos años atrás. Yo tenía mis serias dudas sobre si la

madera no estaría podrida por dentro. Se generó un alegre nerviosismo con los primeros movimientos de la balsa sobre el agua. Si bien el agua estancada del lago no suponía ninguna fricción en el viaje, los movimientos de

los pasajeros se transformaban inmediatamente en oscilaciones de la balsa.

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Page 75: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Es decir, si una persona se movía, la balsa también se

movía. Los movimientos de las personas se

transformaban directamente en movimientos de la balsa. Una vez que todos estuvimos a bordo el cable

empezó a correr y empezamos a deslizarlos por el lago

hacia el otro lado. Todos sacaban fotos y disfrutaban del

paseo. Cada metro que avanzábamos nos acercábamos

más a los pies del glaciar. Se podía sentir la respiración

del hielo y su presencia. El agua estancada nos empezó a

rodear y la costa empezó a verse cada vez más chiquita.

A lo lejos podía distinguir mi bastón clavado en la orilla.

Cada vez se hacía más pequeño. Había algunas aves volando sobre nosotros. El sol

alumbraba alto en el cielo. No había ni una sola nube. El

paisaje se reflejaba en el agua que parecía un espejo. Me

sentí como adentro de una obra de arte. Cada pincelada

de la extensión del paisaje tenía el trazo de la divinidad.

Cada detalle era tan perfecto que daba la sensación de

estar presenciando el grado máximo de belleza. En el aire

se percibía un deleite espiritual. Jamás volveríamos a ver ninguna imitación de esa naturaleza que nos produjera

algo tan profundo en nuestra percepción. Cada uno parecía ensimismado en los colores, en las

figuras. Tan conectados con lo que estábamos viendo.

Podríamos habernos detenido en esa imagen para

siempre. Pero unos segundos más tarde todos volvimos en sí.

Nos habíamos alejado unos cincuenta metros cuando

la balsa empezó a moverse de una forma muy violenta.

Se sentían algunos crujidos en las maderas. Todos

dejaron de hacer lo que estaban haciendo para sujetarse

de las sogas del techo de la balsa. Aunque yo no llegaba a

agarrarme de las sogas me agarré de un brazo de mi

hermano.

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DE CORAZÓN A CORAZÓN

Por unos segundos se formó un silencio intenso. La balsa

seguía avanzando pero cada vez más lentamente

oscilando hacia atrás y adelante. Empezaron a sentirse

algunos ruidos en el sistema de poleas. El cable no estaba

corriendo con total normalidad. Todos empezamos a

mirarnos a los ojos. No había nada de tranquilizador en lo

que estaba pasando. Naturalmente el hecho de estar

cincuenta metros adentro de un lago de agua helada no

mejoraba la situación. El guía trató de tranquilizarnos. Nos dijo que los rui-

dos eran normales, que se escuchaban todo el tiempo.

Trató sin mucha convicción de calmar al grupo. Pero

realmente no se lo veía muy tranquilo a él. De repente la balsa se sacudió con mucha violencia.

Avanzaba y se detenía en seco. No había dudas de que

eso no era normal. Algo no estaba funcionando como

debía. Al menos en el peor de los escenarios

terminaríamos sepultados en el lugar más lindo del

planeta, pensé. Pero por las miradas de angustia del resto

de la gente descifré que no estaban pensando lo mismo

que yo. El guía tomó los pocos salvavidas que había en la

balsa y los repartió entre las personas que no sabían

nadar. Pero no alcanzaban para todos. Esa fue la peor

señal que le pudo haber dado al grupo. La tensión empezó a aflorar en la balsa. Algunos

conflictos surgieron. La pareja con su bebe entró en pá-

nico. Empezaron a gritar en inglés. El nuevo movimiento

producto del caos no hizo más que empeorar la situación.

La balsa finalmente se detuvo y dejó de avanzar. El cable

se había atascado en la polea y no corría. Se había atasca-

do definitivamente. Había algo que había desestabilizado

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Page 77: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

la estructura de la balsa. Ya no estábamos flotando como

antes.

Nos estábamos hundiendo lentamente.

Estábamos atrapados. No había tiempo para volver a

la orilla ni para terminar de cruzar el lago. El cable no

corría correctamente porque nos estábamos hundiendo.

Había demasiado peso y el pánico general desestabilizaba

aún más la estructura. Nuestro propio miedo nos estaba

hundiendo cada vez más rápido. La desesperación. La lo-

cura. Los gritos. Busqué a mis hermanos con la vista para asegurarme que estaban bien. Mi mamá había cerrado los

ojos y estaba rezando. Yo cerré los ojos para no ver lo

que estaba pasando. Cuando estuve listo para aceptar la

situación volví a abrirlos. Cuando lo hice lo vi a mi papá transfigurado. Ya no tenía la habitual tranquilidad que lo

caracterizaba. Estaba erguido. Irradiaba una actitud.

Determinación. Alguna fuerza sobrenatural se había

apoderado de él. Parecía un león. Mucho más grande de

lo habitual. No había miedo en su rostro, solo

determinación. En ese momento me sentí inmediatamente

más tranquilo. Él sabría qué hacer. No podía quitarle los

ojos de encima. De repente lanzó un rugido que resonó

en todo el paisaje. “¡¡¡Silencio!!!”.

En ese preciso instante todo se detuvo. La balsa dejó

de moverse. Todos se quedaron callados, e inmóviles.

Incluso el guía de la excursión dejó de hablar. Todos se

dieron vuelta para mirarlo. Todo se frenó. Mi papá pidió calma, que no se moviera nadie. Sus

palabras resonaron en todo el lago. Hasta los animales y

la naturaleza parecieron detenerse. El grupo completo

quedó petrificado observándolo. Si bien gritó en español

todos entendieron a la perfección lo que les había pedido.

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Page 78: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Fue como si hubiera utilizado un lenguaje universal.

Como si se hubiera comunicado desde la naturaleza del

hombre. Fue impresionante. Yo estaba totalmente

asombrado y envalentonado. Podía seguirlo a mi papá

hasta la muerte sin miramientos ni duda alguna. Toda mi

fe estaba depositada en él. Sabía que él nos iba a salvar. Entonces mi papá nos miró y se dirigió a nuestra

familia. Nos dijo que nos íbamos a tener que tirar todos al

agua. Que éramos los únicos que sabíamos nadar bien.

Nos pidió que con movimientos delicados empezáramos

a golpearnos el cuerpo para entrar en calor. Luego de darnos esas indicaciones se volvió hacia el

resto de la gente.

Esta vez en inglés les explicó cuál era el plan. Una

vez que nosotros ya no estuviéramos arriba de la balsa

esta iba a volver a flotar normalmente y todos iban a

poder volver a la costa a salvo. La balsa necesitaba

perder peso para flotar normalmente. Pero mientras tanto

no tenían que moverse porque el movimiento iba a

continuar desestabilizando la estructura. Teníamos que estar quietos pero al mismo tiempo

actuar rápido.

Nos sacamos las botas y la ropa para poder nadar

más rápido pero nos dejamos las camperas puestas para

poder flotar mejor. La gente observaba como lentamente

nos íbamos desvistiendo. Yo tenía las orejas muy

calientes pero no sabía por cuánto tiempo iba a poder

mantener el calor debajo del agua. Entre los hermanos

nos alentábamos a nosotros mismos mientras nos

preparábamos para saltar al lago helado. Una vez que estuvimos listos para saltar nuestro

papá nos juntó a todos en el borde de la balsa. Nos miró

con autoridad y nos dijo que pasara lo que pasara nunca

teníamos que dejar de nadar hacia la costa.

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Page 79: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

No nos teníamos que distraer con el frío ni la

incomodidad. No teníamos que mirar atrás a ver qué

hacían los demás en la balsa. Solamente teníamos que

nadar hacia la costa lo más rápido que pudiéramos con

todas nuestras fuerzas. Nos preguntó varias veces si

habíamos entendido. Y todos asentimos sin decir una sola

palabra. Uno a uno nos tiramos al agua helada. Yo fui el

último de los hermanos en saltar. Mi papá se tiró cuando

ya todos estábamos en el agua.

Me temblaban los músculos. Yo sabía nadar pero no

sabía nadar en agua helada. No era algo que te enseñaran

en la colonia de verano. No sabía que podía pasar una vez

que estuviera dentro del agua. Pero una vez dado el salto

no tenía sentido pensar en estas cosas. Cuando me sumergí, por un instante pensé que no

podría flotar.

Mi cuerpo se volvió más pesado que de costumbre.

Como si cada célula de mi cuerpo se contrajera y quisiera

hundirse. Al principio creí que me hundiría. Pero lenta-

mente empecé a flotar naturalmente. Todo mi organismo

temblaba, se sacudía involuntariamente. No podía

controlar los movimientos de mis músculos con

normalidad. Me costaba mover las terminaciones de mi

cuerpo. Era como si un millón de agujas se clavaran en

cada pedacito de piel. Respirar era muy difícil. Sobre

todo porque al contraerse el organismo por el frío, el

diafragma subió y me apretaba los pulmones. La

sensación era similar a la de sufrir un espasmo bronquial.

La horrible sensación de que se te aplastan los pulmones.

De que el aire no entra. La intranquilidad de al exhalar

escuchar como tus pulmones chillan. Escuchar el silbido

asmático en cada exhalación.

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Page 80: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Entre todas estas sensaciones, empecé a sentir miedo por mi mamá. Todo se volvió muy confuso en mi mente. Los pensamientos no se formaban con claridad. Me sentía adormecido. Estaba flotando en el agua, esa era mi única certeza, todo lo demás no estaba muy claro. Durante la confusión hice un esfuerzo por aclarar mi mente. Un esfuerzo para que mi cabeza volviera a funcio-nar. A partir de este esfuerzo, una sola idea se impuso so-

bre todas las demás. Era importantísimo arrancar a nadar inmediatamente.

Todos empezamos a nadar hacia la costa a nuestra

máxima velocidad. Sentía que el agua me cortaba los

brazos. Cada movimiento era doloroso. Una voz en mi

interior me decía que si me detenía nunca más iba a

poder volver a arrancar. Asique no me detuve hasta que

estuve a diez metros de la costa. Y cuando frené mi

cuerpo dejó de responder. No podía seguir nadando. La

voz de mi interior había tenido razón. Había sido

demasiado para mí. Estaba muy agitado. Mi cuerpo

estaba exhausto. Empecé a temblar más violentamente

que nunca. Me dolía la cabeza como si estuviera a punto

de congelarse. El cuerpo me pesaba mucho. Quería

empezar a gritar pero la voz no me respondía. Estaba por rendirme cuando de repente sentí que

algo me sujetaba por la espalda. José y Fede me

agarraron y me cargaron los diez metros que faltaban. Yo

me mantuve flotando mientras ellos me llevaban. Tenía

mucho sueño. Sentía que en cualquier momento me

dormiría. Pero no me dormí. Y de repente sentí el piso

rocoso debajo de mis pies, estábamos a salvo. Mi cuerpo

estaba fuera de sí. Mi papá nos dijo que no nos

quedáramos quietos. Que nos abrazáramos para darnos

calor. Estuve varios minutos sentado en el suelo sin poder

articular ningún movimiento.

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Page 81: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

No podía dejar de temblar. El agudo dolor en los

músculos disminuía a medida que volvía a respirar con

normalidad. Pero el dolor en los pies no se iba. El dolor

en los pies era insoportable. Todos teníamos los pies, las

manos y los labios de un ligero tono violeta. Teníamos

los dedos de las manos tan hinchados que parecían

salchichas. Busqué a mi madre entre mis hermanos y

estaba a salvo. Le dolían mucho los pies, pero estaba

bien. Lentamente empecé a sentir como la sangre volvía a

correr por mi cuerpo. Pero el dolor en los pies no lo podía

tolerar más. Como si un gigante se hubiera parado sobre

mi empeine. Me costó mucho caminar de vuelta hasta la

camioneta. Me costaba mantenerme de pie, caminar. Finalmente la balsa regresó a la costa con el resto del

grupo. La estructura había vuelto a flotar con normalidad

en el momento en el que nos tiramos al agua. El cable

volvió a correr normalmente y pudieron regresar sin

problemas. El plan había funcionado bien. Estábamos

todos a salvo. Cuando estuvieron de vuelta en tierra firme, el resto

del grupo nos trajo nuestra ropa seca. Nos abrazaban, nos

daban su ropa, nos secaban. No voy a olvidar como una

mujer europea se acercó hacia mí y me ayudó a vestirme.

Después de vestirme me puso su campera sobre mis

hombros. Finalmente metió la mano en su cartera y luego

de revolver un poco sacó una cajita del tamaño de un

puño. Adentro de la cajita tenía un pequeño frasco

transparente con un león en la tapa. Delicadamente abrió

el frasco que contenía una crema viscosa color crema de

un olor muy fuerte. Mientras tanto, yo observaba en

silencio. No tenía reacción. Solo la miraba atentamente.

Ella me miraba con dulzura. Todavía no había recuperado mi voz. Lo único que

quería era volver a casa a tomar una tasa grande de choco

late caliente.

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Page 82: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Al verme ensimismado en mis pensamientos la mujer

corrió el pelo de mi frente y sin decir nada metió un dedo

en la crema. Empezó a ungirme en la nariz, en la sien y

en los pies. Al cabo de unos pocos minutos empecé a

sentir un calor que me incendiaba desde adentro. Desde

la punta de los pies, hasta el último pelo de mi cabeza. Mi

cuerpo estaba en llamas. Empecé a saltar mientras ella se

reía. Fue como si hubiera tragado fuego. Volví a sentir el

calor en las cuerdas vocales y las fosas nasales se me des-taparon inmediatamente. Tenía lágrimas en los ojos y los

mocos se me caían de la nariz. Ya no quería más una tasa de chocolate caliente,

tenía hambre, mucha hambre. Tenía un hambre voraz.

Necesitaba comer algo cuanto antes. Con mi renovada

voz le agradecí y le pregunté si tenía algo para comer.

Ella sacó un paquete de galletitas de su cartera y me lo

alcanzó con una gran sonrisa en su cara. Me abrazó y

siguió ungiendo al resto de mi familia. El calor había vuelto a mi cuerpo y principalmente a

mi cabeza. Caí en la cuenta de que había estado como

media hora sin pensamientos claros. Ahora entendía bien

lo que acabamos de hacer. Miré al resto de mi familia y

cada uno estaba soportando el fuego de la crema a su

manera. Nadie se atrevió a preguntar qué era. Era mejor

no saber. Esperé sentado en silencio junto con los demás

mientras compartía las galletitas. Tenía los pies tan

hinchados que las botas me calzaban muy justas, pero ya

no había tanto dolor. Todos estábamos esperando a que la camioneta

viniera a buscarnos. El guía había hablado con el

conductor y de ninguna forma quería que volviéramos

caminando. Antes de irme fui hasta mi bastón y lo clavé

con más fuerza. Ya no lo iba a necesitar más.

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Page 83: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Prefería dejarlo. Como un estandarte. Dí media vuelta,

volví sobre mis pasos mientras terminaba de comer el

paquete de galletitas y me subí a la camioneta.

Acabábamos de realizar una gran hazaña. Me sentía

una persona ilustre, un verdadero héroe.

Me senté en mi lugar y me dormí inmediatamente.

Cuando me desperté estaba tapado por muchas frazadas y

mantas. Sentía el calor. No el calor de las mantas, sino el

calor del afecto, del agradecimiento. Miré a mí alrededor

sin poder abrir demasiado los ojos y la pareja con su bebé

me sonreía. Me sonreían de corazón a corazón. Muchas veces se repitió en mi vida esa manera de

saltar al agua helada. Se repetía como un patrón en mí.

Saltar y aguantar lo que venga. Sin mirar atrás. Con el

convencimiento de estar haciendo lo correcto, jugándote

la vida por los demás. Un patrón que se repitió en mi vida

como una impresión plasmada en mi forma inconsciente

de tomar decisiones. A partir de esta introspectiva dejó de

ser algo inconsciente. Dejó de ser una acción

involuntaria. Pude detectar el origen del salto. Pude

aprender a caer mejor. Durante esta introspectiva recordé otra ocasión en la

que salté en mi vida. Salté aunque no me correspondía

hacerlo.

En aquella ocasión yo salté como capitán de mi

equipo de rugby. Era un partido “muy importante”. El

ganador clasificaría a la siguiente ronda del torneo. El

perdedor jugaría el torneo “reubicación”. Cerca del final

una pelea frenó completamente el partido. Algunos

tratábamos de separar, pero ya nadie estaba pensando en

el juego. La cancha se había transformado en una

verdadera batalla campal.

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Page 84: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Al disiparse la pelea el árbitro llamó a los dos capita-

nes. Él había observado toda la pelea desde el costado del

campo. Me dijo que yo tenía que elegir un jugador de mi

equipo para que se vaya expulsado y el capitán del

equipo adversario tenía que elegir dos. Teníamos que

elegir en ese mismo instante. Esa era la penalidad que el

árbitro dictaminó luego de haber observado la pelea. En

ese momento se quedó observándonos a los dos capitanes

esperando una devolución. Yo miré al resto de mi equipo. Por supuesto que

había algunos chicos que jugaban mejor que otros. Como

en todo equipo. Recuerdo como los miré uno a uno.

Recuerdo como el partido estaba frenado. Como todos

me estaban mirando a mí. Ellos no habían escuchado lo

que nos había dicho el referee. Pero seguramente

esperaban ver alguna tarjeta roja en el aire. Entonces después de que el otro capitán señaló los

jugadores de su equipo que se iban a ir expulsados yo me

dirigí al referee. Le dije que yo me iba de la cancha. En

ese momento le estreché la mano y salí corriendo de la

cancha para ver el resto del partido desde afuera. Yo creía en algo.

Yo prefería irme y darle la confianza a mis compañe-

ros. Su confianza era lo más importante para mí. Más que

ganar un partido. Lo hice porque confiaba en ellos.

Porque creía en lo que para mí era correcto. Porque creía

en mí. Porque creía en el equipo. Eso es para mí saltar al

agua helada. Creer en vos, saltar y aguantar lo que venga. Ese partido lo perdimos en el último minuto. Pero en

el vestuario no hubo reproches. No se dijo nada. Ya todo

estaba dicho. No hacía falta dar explicaciones. El gran

salto de confianza ya se había dado y todos lo habían

percibido.

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Page 85: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Volviendo al primer salto de mi vida. Hacía el final

de la historia se dio el mayor aprendizaje. El viaje de

regreso en la camioneta fue muy silencioso. Ya nadie hablaba. Cada cual estaba procesando individualmente su

propia experiencia. Cuando finalmente me desperté, me

incorporé en el asiento y me quedé observando. En frente mío el bebé dormía en su cuna. Yo estaba asombrado de

su tranquilidad. Era una bebita adorable. Varios minutos atrás había

estado en los brazos de su madre hundiéndose con todos

nosotros. Y aun así permanecía en paz. Al crecer no re-

cordaría nada lo que acababa de vivir. No se acordaría de

nosotros. Pero no tenía dudas de que algo había ocurrido

en ella. Por más pequeña que fuera. Viviría en ella la im-

presión de la experiencia que acababa de vivir. Yo estaba totalmente seguro de que esa bebita

crecería y se animaría a “saltar al agua helada”.

Entonces su mamá me miró con mucha ternura.

Primero miró a su bebe y después me miró a los ojos. Y

cuando se dirigió hacia mí me dijo unas palabras que

nunca olvidé. “Que perfecto que es el universo ¿Lo

ves?”. Y a través de ella yo lo vi. Lo sentí así. Ocurrió en

mí en ese instante. El universo en toda su complejidad

era perfecto. Todo había sido perfecto. Cada instante.

Cada acción. En la inmensidad. No tenía dudas de que

todo había ocurrido tal como debía ocurrir. Esa era mi

forma de percibir la perfección del universo. Tomar contacto con esa idea, era algo increíble. Le sonreí de vuelta y volví a dormir con mi espíritu

contento. Sin dolor. Me dormí, descansando en mi

sonrisa. Madurando dentro mío esa forma tan particular

de saltar al agua helada.

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Page 86: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

CAPÍTULO CINCO ENTENDER LA METODOLOGÍA

Al alcanzar la mayoría de edad mis hermanos se

mudaban a Buenos Aires para iniciar sus estudios uni-

versitarios. Primero se fue José. Después Fede y luego

Andi. Todos eligieron la carrera que querían estudiar, la

universidad a la cual querían asistir y solicitaron becas

para poder hacer lo que les gustaba. Durante el lapso de tiempo en el cuál Andi se fue a

estudiar a Buenos Aires hasta el momento en el cuál yo

me fui, viví tres años solo en Tandil con mis padres.

Fueron tres años complicados en mi experiencia per-

sonal. La casa siempre estaba vacía. Andi que había sido

mi compañero durante tantos años ya no estaba. Cuando

se fue me sentí muy solo. Incluso los meses anteriores a

su partida se me notaba más taciturno. Estaba triste e

irritable. Me molestaba hablar. Buscaba excusas para

discutir con quién me contradijera en lo más mínimo. Al

mismo tiempo algo dentro de mí sabía que lo tenía que

soltar y dejar ir. Pero otra parte se resistía. En el fondo

sabía que tenía que darle una buena despedida a mi

hermano. Durante los últimos meses antes de su partida le pre-

paré el desayuno todos los días. Era mi manera de despe-

dirlo y decirle gracias.

Prepararle el desayuno a alguien era en mi familia

una distinción muy importante. Solo para ocasiones muy

especiales uno se veía agasajado con semejante honor.

Era un privilegio reservado para el día de la madre, el día

del padre o días de enfermedad.

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Page 87: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

En los cuales el desayuno se preparaba con varios

preparativos especiales. Era todo un evento. Había un

protocolo muy estricto a seguir.

Se preparaba una bandeja con todos los componentes

del desayuno y se subía ceremonialmente al cuarto del

distinguido. Era un “desayuno a la cama”. Con jugo de

naranja, tostadas, te con leche y mermeladas con

manteca. Andi al comienzo se sentía muy halagado. Pero

al cabo de dos días me pidió que se lo preparara en la

cocina porque si se lo seguía llevando a la cama no le

daban ganas de despertarse para ir al colegio. Finalmente el día de su partida a Buenos Aires todos

estábamos un poco nerviosos. Con mis padres lo acompa-

ñamos a la terminal. Fede y José lo esperarían en la

terminal de Buenos Aires para acompañarlo al

departamento. Luego de entregar su bolso en el

portaequipaje volvió con nosotros. Primero la abrazó a

mi madre, después a mi padre y por último se dirigió

hacia mí. Yo me sentía muy emocionado. Pero al mismo

tiempo sabía que la despedida no tenía por qué ser triste.

Asique los dos nos sonreímos y nos dimos un fuerte

abrazo. Al comienzo no quería soltarlo. Pero el tiempo había

llegado. Metí la mano en mi bolsillo y saqué una cajita

blanca. Era la cajita de nuestros ahorros de toda la vida.

Siempre habíamos ahorrado juntos con Andi desde muy

chiquitos. Llevábamos la contabilidad de nuestros ingre-

sos y egresos. También le hacíamos varios préstamos a

nuestra mamá. Nos gustaba perdonarle las deudas que

tenía acumuladas a fin de mes. En el fondo sabíamos que

la plata de nuestros ahorros era en realidad de ella.

Porque nuestros ahorros eran regalos de cumpleaños,

vueltos de algunas compras, plata que era de mis padres.

Pero de todas formas nos gustaba perdonarle

ceremonialmente contablemente sus deudas.

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DE CORAZÓN A CORAZÓN

Le comunicábamos que no había ningún problema. Que

le borrábamos su saldo y podría arrancar de cero. Realmente nuestros ahorros eran muy pocos. No le

servirían para mucho en Buenos Aires. Pero él los nece-sitaba más que yo. Asique se los alcancé y le desee muy

buena suerte. Vimos partir el colectivo mientras Andi nos

saludaba desde la ventanilla. Fue un desafío muy grande

en mi vida volver esa tarde a mi casa y lidiar con la ca-

rencia de la compañía de todos mis hermanos. Sentía un

pesar por su ausencia. Ya no tenía ganas de entrar

cantando a mi casa. Porque sabía que iba a gritar el

nombre de mis hermanos, como hacía siempre que

entraba en la casa, y ellos no iban a responder. Esa etapa de mi vida fue bastante conflictiva.

Mi madre solía decir que yo tuve la peor “edad del

pavo” de todas. Fue un momento de mi vida donde se

juntaron varias cuestiones. El cambio hormonal, las

primeras salidas, la ausencia de mis hermanos y la

rebeldía contra mis padres.

Mi madre siempre estaba hablando de la edad del

pavo.

Era como una erudita de la edad del pavo. Podía

reconocer sus síntomas, sus reacciones, sus implicancias

fisiológicas. Sabía muchísimo de la edad del pavo. Para

ella la edad del pavo era entre los catorce y los diecisiete

años. Nos explicaba que era una cuestión hormonal.

“Uno está creciendo demasiado rápido y las hormonas se

enloquecen”. Cada vez que hacíamos algo tonto

argumentaba lo mismo. “Estás pasando una tremenda

edad del pavo”. Cada vez que ella se equivocaba yo le

decía que no se preocupara que ya se le iba a pasar la

edad del pavo. Para mí era muy gracioso pero

generalmente una contestación así no era bien recibida.

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JUAN PABLO FILIPPINI

Mi mamá siempre me decía que tenía que hacer

como Fede que no había tenido edad del pavo.

Fede argumentaba que él no tuvo la posibilidad de

tener una edad del pavo, como cualquier adolescente,

porque tuvo que tomar responsabilidad por sus hermanos

menores. “Si yo hubiera tenido edad del pavo, ¿Quién los

llevaba a los chicos al colegio?”. Yo no estaba seguro si

la edad del pavo era algo que podía adquirirse o no. Pero

estaba seguro de que todos hasta cierto punto vivimos en

la edad del pavo. Mí adolescencia sobrevino con todos los matices

habidos y por haber. A veces se expresaba a través de mi

alegría. Entonces llegaba cantando a mi casa, haciendo

ruido y gritando. Un día cantos de hinchada, otros días

canciones de Oasis. Siempre cantando a viva voz. Y can-

tando iba saludando a la familia. Pero otras veces estaba

distante, enojado y molesto. Me sentía fastidiado e

irritado. Muchas veces ofuscado e incomprendido. Fue un momento de mi vida en el cual le hice mal a

muchas personas. Gracias a Dios eran personas fuertes.

Les agradezco de todo corazón la fortaleza que tuvieron.

No tengo dudas de que si no se hubieran cruzado en mi

camino yo no sería la persona que soy hoy. Gracias por

haber sido tan valientes. Les pido perdón sinceramente.

Compañeros y compañeras del colegio a los que

molestaba sin miramientos. Conversaciones indiferentes con personas que me querían. Y actitudes que no

sumaban a nadie. Palabras que lastimaban y palabras que

hubieran hecho bien pero no las dije.

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DE CORAZÓN A CORAZÓN

En esa etapa de mi vida no era consciente de como

las emociones me manejaban a mí. Y como yo afectaba

las emociones de los demás. Era un esclavo de mis

emociones. Actuaba barbáricamente. No entendía mis

reacciones, ni mis acciones. Ahora tampoco las entiendo,

pero al menos tomo consciencia de lo que hago con mi

vida. Con mi tiempo. Tomo consciencia sobre mis

emociones. Tengo pertenencia con los sentimientos de

los demás. En mi adolescencia el aprendizaje se dio de una

manera brutal. Pero se dio. Quizás hubiera sido mejor

evitar la parte brutal pero así fue trazado mi camino.

Tuve que caer para aprender a levantarme. Una tarde en Tandil caí muy fuerte, en el festejo de

la primavera. Me da gusto recordar la caída. Muchas

personas se caen sin darse cuenta con que se tropezaron.

Esa tarde en Tandil yo me caí al tropezarme con migo

mismo. El festejo del inicio de la primavera era el veintiuno

de septiembre. El mismo día también se conmemoraba el

día del estudiante. Por lo que en conformidad con el es-

píritu de celebración se cancelaron las clases de todos los

secundarios y primarios. Era un día para la juventud. Un

día para festejar. Era un día soleado en Tandil. El sol irradiaba libertad. Usualmente se organizaban

comidas a la canasta en los principales lugares públicos

de la ciudad en ese día. Desde temprano nos hablamos

con mis amigos para decidir cómo íbamos a celebrar

nuestro día. Decidimos encontrarnos en la fuente de la

“plaza de las banderas”. Luego subiríamos al parque y

comeríamos algo. Había que llevar algo para comer y

algo para tomar. No había que olvidarse de avisarles a las

chicas para encontrarnos allá.

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JUAN PABLO FILIPPINI

Mi madre siempre se asustaba con los festejos del

día de la primavera. Le preocupaba todos los

adolescentes que se juntaban a tomar alcohol a plena luz

del día. Siempre había problemas. Peleas, corridas,

agresiones. Los festejos a veces terminaban en disgustos.

Por lo que me dio muchísimas tareas para hacer en la

casa. Había que cortar el pasto, podar el jardín, sacar los

pastos de las baldosas del frente, remover la tierra de las

rosas y sacar a pasear al perro. Yo sentía urgencia por terminar todo e irme de mi

casa cuanto antes. Últimamente me quería ir de mi casa

todo el tiempo. Ya casi no pasaba tiempo con mis padres.

Apenas llegaba ya me estaba yendo. Pero si me quería ir

rápido no tenía sentido discutir con mi madre para

negociar hacer todas las tareas al día siguiente. Era una

pérdida de tiempo hablarlo. Lo mejor que podía hacer era

ponerme en marcha cuanto antes y terminar todo lo más

rápido posible. Mis amigos me estaban esperando y yo no quería

perderme el día libre. Todo el mundo iba a estar ahí

festejando. Preparándose para los festejos de la noche.

Era una maratón de la juventud. Empezaba esa tarde y

terminaba a la mañana del día siguiente. Rápidamente me puse la ropa para trabajar en el

jardín. Unas zapatillas rotas, el pantalón de rugby y una

remera vieja que usaba para dormir. Saqué la máquina de

cortar el pasto del fondo del patio y decidí arrancar a po-

dar el pasto del frente de la casa. Tenía que hacer un buen

trabajo sino mi madre me obligaría a hacerlo de nuevo. Mi madre había tenido que lidiar con cuatro hijos va-

rones. Tenía una metodología muy simple. Había que

ayudar en la casa, había que hacer las cosas bien y había

que hacerlo con buena voluntad. Era una metodología

muy rigurosa.

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Page 92: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

La metodología implicaba que si ella subía y no tenías

bien armada la cama te la desarmaba completamente y

tenías que volver a hacerla. Ella ya nos había explicado

que implicaba una cama bien armada. Las reglas eran

claras. Significaba sacar todas las sabanas, estirar el

cubrecama y volver a poner las sabanas bien estiradas. Y

las sabanas tenían que ir del derecho. (Si las sábanas

estaban del revés por más que lo hayas hecho perfecto, la

cama estaba mal armada y tendrías que volver a hacerla.).

Esta definición de una cama bien armada tenía algunos

detalles más. Con su metodología mi madre básicamente te plan-

teaba un trade off entre ser vago y arriesgarte a que te

descubran o hacer las cosas bien a la primera vez. (Más

adelante en mi vida me di cuenta que mi madre no me

planteaba nada, solamente era exigente porque me

quería). El incentivo que ponía en juego era que si te

descubría siendo vago te hacía hacer toda la tarea

nuevamente incluso la parte que hiciste bien. Y en

castigo te daba aún más tareas. Si tuviera que definir la

característica fundamental de su metodología diría que

era una regla simple. Una regla simple, muy fácil de

entender. Pero que fuera fácil de entender no implicaba que

fuera fácil de incorporar. Yo constantemente discutía con

mi madre. Lo que le discutía incansablemente a su meto-

dología es que no había incentivos a actuar

correctamente. Si vos hacías las cosas bien a la primera

no había premios, ni reducciones de tarea. Incluso si vos

hacías las cosas bien antes de que te las ordenaran nadie

te lo reconocía. Nadie te felicitaba. Eso me desmotivaba. Pero lo que yo no entendía era que había un aprendi-

zaje detrás de la metodología de mi madre. Ella siempre

repetía lo mismo. “La casa es de todos. Hay que hacer las

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JUAN PABLO FILIPPINI

cosas bien, sin esperar nada a cambio. Porque también es

para vos. O ¿Vos limpias la casa para mí? ¿Vos crees que

limpias la casa para mí? Vos limpias la casa para todos,

incluso para vos”. Había tanta sabiduría escondida detrás de esas pa-

labras. Quizás en el momento no se dio la comunicación

precisa. Pero ahora entiendo que era lo que me quería de-

cir. Por suerte aunque en ese momento no lo entendía,

ella logró que yo incorpore esa actitud en mi vida. Hacer las cosas bien sin esperar nada a cambio.

Ser exigente desde el amor.

A veces la metodología implicaba una mano más

dura pero solo para niveles de vagancia extrema.

Tiempos de mano dura. En una ocasión mi madre nos pidió durante todo un día que juntáramos la ropa del

suelo de nuestro cuarto. Nosotros le decíamos que en un

rato subíamos y lo hacíamos. Constantemente se

escuchaban excusas en la casa: “Ya subo”. “Termino esto y voy” “Ya voy”. Al llegar la noche ella subió a nuestro

cuarto y seguía toda la ropa en el suelo. Antes de irnos a

dormir nos dijo que si no ordenábamos la ropa, al día siguiente la tiraría por nuestro balcón al frente de la casa

que daba a la calle. Para ella esto no era una amenaza, era

una advertencia. Era parte de las reglas de juego. Esa noche nos fuimos a dormir y nos olvidamos de

la ropa. A la mañana siguiente nos despertamos con el

ruido de la persiana que se abría. El viento que entraba

por la ventana y el sol que ingresaba al cuarto

directamente sobre nuestros rostros. Nuestra madre nos

dijo buen día con una voz enérgica. Rápidamente

notamos que el piso de nuestro cuarto estaba limpio y sin

ropa. Con un rostro lleno de satisfacción nos dijo que

cuando quisiéramos podíamos ir a buscar la ropa al patio

del frente de la casa.

100

Page 94: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Que lo hiciéramos antes de que alguien más se la llevara.

Con Andi saltamos de la cama, nos pusimos las pantuflas

y salimos al balcón. Efectivamente había tirado toda

nuestra ropa por el balcón. Nuestros calzoncillos, medias,

zapatillas, remeras, estaban desparramados por el pasto.

Incluso unas medias de Andi se habían quedado

enganchadas en las ramas de un árbol. Con Andi nos miramos atónitos.

Estábamos indignados, no lo podíamos creer.

A partir de entonces siempre procuramos mantener

un orden mínimo en el cuarto. Si la ropa sucia se

acumulaba estaba todo bien, pero la poníamos arriba de

una silla. O dentro de algún cajón. O incluso debajo de la

cama. Pero nunca en el suelo. La metodología era una regla simple, aunque me

llevó bastante tiempo entender su verdadero propósito.

Aquella tarde del día de la primavera, todavía no lo

entendía. Me resistía a entenderlo. Me fastidiaba. Ahora que les expliqué la metodología quizás en-

tiendan un poco mejor por qué ese día de la primavera no

tenía sentido negociar las tareas con mi madre. Después

de varios minutos, terminé de cortar el pasto con suma

precisión. Los detalles de las terminaciones habían

quedado muy prolijos. Pasé la bordeadora a todos los

bordes, tratando de mantener la precisión en cada línea

recta. Había quedado espectacular. Fui a buscar un

cuchillo a la cocina y me puse a sacar los pastos de las

baldosas de la vereda. El tiempo pasaba. Me estaba

demorando mucho. Junté todos los pastos y los tiré a la

basura. Entré la máquina de cortar el pasto devuelta a mi

casa y la guardé. Agarré la pala y removí la tierra de

algunas de las rosas y del Jazmín.

101

Page 95: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Volví a entrar a la casa y fui corriendo a bañarme.

Subí a toda velocidad la escalera. Tenía olor a pasto

recién cortado y tierra. Abrí la ducha y me metí bajó el agua fría mientras se empezaba a calentar. Más tarde iba

a tener que ajustar cuentas con mi madre por no haber terminado de podar las plantas del patio de adentro. Salí

de la ducha con algo de espuma del shampoo. Me sequé un poco el cuerpo y me dirigí a mi cuarto con una toalla

en la cintura. Me puse un jean con la rodillas rotas y una remera blanca. Me calcé las zapatillas y bajé la escalera deslizándome por la baranda. Cuando ya estaba casi en la

calle recordé que no le había dado de comer al perro. Volví sobre mis pasos y fui directo a la cocina. Agarré la

bolsa de su comida y salí al patio. Tiré una buena cantidad de alimento en el pasto y le di una palmada en el

lomo autorizándolo a empezar a comer. Volví a salir a la calle y empecé a caminar a toda

velocidad dirigiéndome a la plaza de las banderas. No

quedaba muy lejos. Tenía que agarrar la avenida

Avellaneda y caminar derecho unas doce cuadras. Sonó

mi celular. Mi madre me llamó para recordarme que

cuando volviera tendría que terminar de cortar el pasto y

podar el jardín. Seguramente había vuelto de caminar y

encontró la tarea incompleta. Me ordenó volver a la casa

antes de que se hiciera de noche. Después me preguntó a

dónde me iba y yo le dije que nos juntábamos en la casa

de un amigo del colegio. Si le decía que nos íbamos a encontrar en la plaza de

las banderas seguramente se hubiera preocupado mucho.

Ella conocía a mis amigos y le tranquilizaba la idea de

juntarnos en alguna casa de familia. Asique me pareció

bien mentirle.

102

Page 96: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Las calles estaban llenas de adolescentes. Todos ca-

minaban por la avenida en la misma dirección. La gran

mayoría llevaba botellas de cerveza. Algunos llevaban

botellas de coca cola con alcohol adentro. Otros parecían

estar tomando jugo, pero yo estaba seguro que era jugo

con vodka. De repente me sentía muy rebelde. Cuando

llegara con los chicos les diría de ir a comprar una

cerveza o algo. Ese día nadie se negaría a vendernos por

más de que fuéramos menores de edad. Era un día muy bueno para sus negocios.

Una caravana de autos se dirigía por la avenida. Con

las ventanillas bajas y la música a todo lo que daba.

Finalmente llegué a la esquina donde se cruzaban la ave-

nida Avellaneda y la Avenida del lago. Allí la caravana

se dividía en una bifurcación de edades. Los más grandes

doblaban a la izquierda y se dirigían al lago y los más

adolescentes seguíamos derecho a la Plaza de las

banderas. Empecé a llamar a mis amigos pero no me

atendían. Seguramente ya estaban ahí y no escuchaban el

celular por el ruido. Se me había hecho muy tarde. Estaba

molesto con mi mamá. Siempre me hacía trabajar tanto,

especialmente los días en los que tenía eventos muy

importantes. Cada vez que tenía partido de rugby, cada

vez que tenía un cumpleaños, cada vez que tenía una

fiesta. Siempre elegía los momentos más incómodos en

mi semana para pedirme que la ayude en la casa. Yo creía

que lo hacía a propósito. Durante días no había nada por

hacer hasta que yo tenía algún evento social e

inmediatamente surgían todo tipo de tareas. Finalmente llegué a la fuente donde habíamos acor-

dado encontrarnos con los chicos. No estaban ahí. Pasé

de largo la fuente y me senté en los escalones de la plaza

a esperar. A lo lejos podía ver el parque enteramente

colapsado de gente.

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Page 97: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Algunos jugaban a la pelota, otros tenían guitarras y

cantaban. Pasaron en frente mío algunos conocidos del

colegio. Me saludaron y siguieron su camino. El pasto

estaba cubierto de botellas vacías de cerveza. Se

escuchaba música que salía de los altoparlantes de la

plaza. Era realmente una gran fiesta. Decidí no esperar

más y meterme en el mar de gente para buscar a mis

amigos. Había gente conocida por todos lados. Crucé todo el parque y no los encontré. Hacia el

final, donde terminaba el parque, había un grupo de

chicos que miraban al resto de los adolescentes con un

aire de repudio. Se notaba que estaban buscando algún

conflicto. Señalaban a algunos grupos y charlaban entre

sí. Naturalmente intuí que era mejor irme de ahí. Después

de todo yo estaba solo y era un blanco fácil. Volví sobre

mis pasos y me di cuenta que no había comprado nada

para comer. Pasé nuevamente por los escalones donde

había estado sentado antes, crucé la calle y me metí en un

quiosco. Compré unas papas fritas y unas galletitas

dulces. Tenía mucha hambre. Había desayunado muy

temprano, y todo el trabajo me había despertado el

apetito. Abrí el paquete de papas fritas y me senté en los

escalones a esperar algún llamado o algún amigo que me

viera. Me sentía muy envalentonado. Más tarde cuando es-

tuviera con los chicos compraríamos una cerveza o algún

licor. Definitivamente no iba a volver a mi casa antes del

anochecer. Era el día del estudiante y esa misma noche

habría una fiesta de la espuma en uno de los boliches de

la ciudad. Seguramente tendría que decirle a mi madre

que nos juntábamos a ver una película en lo de mi mejor

amigo. Ella no aprobaba mucho la idea de salir a un

boliche tan joven, pero la fiesta de hoy sería increíble. No

me la podía perder.

104

Page 98: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Tendría que hablar con mi mejor amigo para quedarme a

dormir en su casa o para que me preste ropa seca. Porque

si volvía a mi casa todo mojado me delataría

automáticamente. Mentir no era nada fácil. Requería bas-

tante trabajo. Principalmente para no dejar cabos sueltos. De repente me llegó un mensaje de texto de los

chicos. Me habían esperado en la fuente, pero un grupo

de chicos más grandes los había increpado. Habían tenido

que salir corriendo. A uno de los chicos le habían

intentado pegar. Traté de llamarlos pero no contestaban.

Finalmente me atendieron. Estaban muy agitados. Habían

tenido que correr como diez cuadras. Ahora estaban en el

centro de la ciudad. Todos estaban bien, pero a uno de los

chicos le habían robado su gorra. Me dijeron que tenga

mucho cuidado. Que eran como diez chicos grandes. Que

estaban drogados. Tenían cadenas y navajas. Ellos los habían visto pegarle a otro grupo de adoles-

centes y cuando se estaban yendo los interceptaron. Mis

amigos estaban muy preocupados porque yo estaba solo.

Quedamos en encontrarnos en la casa de uno de los

chicos en el centro. Querían volver a buscarme pero yo

les dije que no hacía falta. Sentí un desinterés, una rebeldía con el mundo. A mí

nadie me iba a sacar corriendo. Asique corté la comuni-

cación y me senté a terminar mi paquete de papas fritas.

De a poco la gente empezó a irse de la plaza. Había

algunos policías dando vueltas por la zona. De repente

por sobre el bullicio escuché a unos chicos que hablaban

cerca de mí. Contaban muy entretenidos que se había

desarrollado una pelea campal en el lago. Aparentemente

se habían peleado dos grupos de colegios diferentes. A

varios de los involucrados en la pelea los había detenido

la policía. Todo me parecía muy estúpido.

105

Page 99: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

La pelea, esos chicos hablando de la pelea, las reglas de

mi casa, el colegio, la gente que estaba en la plaza.

Seguramente al día siguiente en el colegio no se

hablaría de otra cosa más que de la pelea. Se comentaría

quién había peleado mejor. Quienes habían “ganado” y

quienes “perdido”. Todos opinarían al respecto. Me

causaba gracia como circulaban historias con tanta

velocidad dentro de mi colegio. Así como las historias

aparecían, se iban. De repente reconocí un rostro delante mío. Era un

chico que iba a mi mismo colegio, un año más chico que

yo. Me caía muy mal. Siempre estaba comiendo en los

recreos y nunca le convidaba nada a nadie. Siempre se

compraba lo mismo. Todo para él. Alfajores, un

sándwich, caramelos y una coca. Todos los días tenía las

golosinas en sus bolsillos, un sándwich en una mano y

una coca en la otra. Todos los días lo mismo. Todos los

chicos le pedían que les convidara y él nunca le daba

nada a nadie. Esas actitudes me repugnaban. Yo estaba acostum-

brado a compartir todo con mis hermanos, incluso la

ropa. Siempre se aplicaba la “ley del hijo menor”. La cual

implicaba que la ropa que se le compraba al hijo mayor

terminaba siendo usada por el hijo menor. No existían

prácticamente los bienes personales en mí casa. Los

juguetes eran de todos. Los libros eran de todos. Lo mío

era tuyo y lo tuyo era mío. No entendía como la gente no

podía compartir. Ese chico realmente me fastidiaba

mucho. No tenía ganas de saludarlo ni de dirigirle la mirada

siquiera. En ese momento miré hacia otro lado para no

tener que saludarlo. Pero para cuando volví la mirada en

su dirección él no estaba más solo. Un grupo de chicos lo

habían rodeado. Lentamente vi como el rostro del chico

106

Page 100: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

cambió rotundamente. Tenía mucho miedo. Se notaba en

sus ojos. Quería irse pero estaba atrapado en una ronda.

De repente el más chico de los atacantes dio un paso al

frente y le pidió plata. Mientras tanto yo observaba toda

la escena desde un costado. Mi compañero del colegio le

sacaba una cabeza de altura y era el doble de ancho, pero

no entendía la dinámica de la violencia. No entendía nada

relativo al movimiento de la pelea. Estaba totalmente

atemorizado. El atacante le sacó el dinero y empezó a

increparlo. Le preguntaba por qué lo miraba. Lo

intimidaba cada vez más. “¿Qué mirás?”. Lo estaba

sometiendo anímica y psicológicamente. Gritándole e

insultándolo. Yo miré toda la escena desde un costado.

Creía que de alguna forma se lo merecía y que yo no

podía hacer nada para ayudarlo.

No me correspondía hacer nada. No era mi

problema. Decidí no hacer nada. El atacante empezó a

golpear a mi compañero en el rostro. Le cortó el labio.

Mi compañero estaba totalmente aterrorizado. No podía

reaccionar pero aguantaba los golpes sin dar un paso

atrás. Tampoco se cubría. Quizás pensaría que si recibía

un par de golpes se irían. Y así fue. Luego de darle una

paliza el atacante estaba satisfecho. Y se fue, con el resto

de su patota. Hasta que no se fueron los atacantes yo no me puse

de pie. Tiré el paquete de papas fritas vacío al suelo, por

más que había un tacho de basura cerca. Me saqué las

migas de la remera. Y me empecé a dirigir para el centro.

Como si nada hubiera pasado. Riéndome del estúpido

que lo acaban de golpear. Pensando que realmente se

merecía esa paliza. Me estaba yendo cuando mi compañero me

intercepta y me saluda. Tenía sangre en el labio y la cara

un poco hinchada. Me empezó a contar que recién lo

habían atacado.

107

Page 101: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Me miró a los ojos y me dijo que se alegraba de que no

hubiera estado unos instantes antes ahí porque quizás me

hubieran atacado a mí también. Se lo veía triste. Como si

ya no tuviera más ganas de seguir festejando. De repente

levantó la cabeza con intriga y me preguntó si no quería

ir a su casa a tomar la leche y jugar un rato al fútbol. Yo lo miré estupefacto. Me tomó totalmente por sor-

presa. Nunca hubiera esperado algo así de parte de él. En

mi cabeza él no era la clase de persona que te abría las

puertas de su casa. Ahora que lo miraba detenidamente

sentía vergüenza. Minutos atrás había dejado que lo gol-

peen. Minutos atrás me estaba riendo de él. Ahora todos

mis prejuicios se habían disuelto en un solo gesto. Sentía

muchísima vergüenza. Ahora sentía repugnancia de mis

propias acciones. De mi propia actitud. Pero algo mucho más sutil ocurrió en mí esa tarde.

Vi reflejado en lo que me acaba de pasar tantas otras

situaciones de mi vida. Tantas otras veces había dejado

que mis prejuicios me llevaran a hacer sufrir a otras

personas. Tantas otras veces había decidido ver a las

otras personas sufrir y no hacer nada. Quedarme de

brazos cruzados. Incluso disfrutando de su sufrimiento.

Estaba equivocado si me creía ajeno al sufrimiento ajeno.

Si no tomaba responsabilidad sobre mis acciones. Si

continuaba actuando superficialmente. Sin mirar a través

de las personas. Sin conectarme directamente con el

sufrimiento de los demás. Es la asimetría, la distancia, la

falta de pertenencia la que te lleva a no sentir compasión

por los demás. Te lleva a hacerles daño. Porque no ves en

los demás su esencia. Porque no te ves a vos mismo en

los demás. Esa tarde sentí vergüenza de mí mismo. El prejuicio

me había llevado a hacer algo totalmente irresponsable.

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Page 102: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

No me reconocía a mí mismo. Como pude dejar que le

pegaran así. Lo que había hecho estaba muy mal. Todo lo

que venía haciendo en mi vida estaba muy mal. Mi

actitud. Mis acciones. Me estaba reconociendo como un

estúpido. Yo era el estúpido y no todos los demás. No podía seguir mintiéndole a mi madre. No podía

dejar de hacer lo correcto por impulsos personales. Nece-

sitaba corregir mi actitud. Mi actitud y mis acciones. Mi

actitud frente al impacto que tenían las decisiones que yo

tomaba. Mi actitud frente al sufrimiento de los demás. La actitud con la que estaba viviendo mi vida.

Porque en nuestras actitudes se encuentra el impulso de

nuestras intenciones en la vida. Una actitud resume todo

lo que querés para tu vida. Un día discutí con mi madre desde que me levanté

hasta que me fui a acostar. Discutimos durante todo el

día. No había forma de que ninguno de los dos cediera.

Para cada cosa que mi madre decía yo tenía un

argumento en mí favor. Parecía el abogado del diablo

siendo tan solo un niño. Enérgico y perverso para

alcanzar mis fines. Queriendo tener siempre la razón, a

toda costa. Para cuando me estaba yendo a dormir Fede me

frenó. Me dijo que cuando empezara a tomar consciencia

y utilizar la energía que usaba para discutir en pos de

algo que persiguiera una buena intención, iba a poder

hacer grandes cosas. Tenía que tomar conciencia de toda

esa energía depositada en discusiones. No tenía sentido. Él tenía razón. Yo tenía la rebeldía, la energía, el

entusiasmo para discutir con mi madre, para molestar a

mis compañeros en el colegio, para ver cómo le pegaban

a un compañero enfrente mío, para poner excusas a todo,

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Page 103: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

pero cuando se trataba de hacer algo bueno por los demás

decidía mirar hacia otro lado.

Eso era ser un cobarde.

Eso era ser una persona emo-cionalmente débil.

La tarde en la que golpearon a mi compañero del co-

legio, acepté su invitación y fui a su casa. Conocí a su

familia, me prestó un CD de música y jugamos al fútbol

hasta tarde en la vereda de su casa. Llegué a conocerlo

más allá de mis prejuicios. Al día siguiente en el colegio se habló de la pelea en

el lago. Nuestro colegio había “perdido” en la pelea. Se

hablaba de una venganza y de repercusiones. Había

algunos que la habían presenciado y fueron el centro de

atención durante todos los recreos. Pero con mi

compañero nos encontramos en el kiosco y charlamos de

música. Me convidó de su sándwich y yo le compartí un

chocolate. Todavía le dolía la boca. Yo no se lo dije. Pero

el día anterior había sido él el único de los dos que había

demostrado ser un verdadero hombre. Yo no se lo dije pero el día anterior tuvo que

romperse la cara para que yo pudiera aprender una

valiosa lección. Para que yo pudiera encaminar mi vida.

Para que yo pudiera tomar consciencia respecto de

mis emociones.

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Page 104: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

CAPÍTULO SEIS LA VIDA ES UNA OBRA DE ARTE

Irse a estudiar a Buenos Aires no era nada fácil. Al

menos no era la alternativa más cómoda. Lo más cómodo

era quedarse en Tandil. En casa.

Decidir ir a estudiar a Buenos Aires era optar por

salir de la zona de confort. Al irte de tu casa todo era

incertidumbre. Llegar con el dinero a fin de mes, pagar

los impuestos, pagar las expensas, manejarte en la

ciudad, lavarte la ropa, hacerte la comida, cuidar tu salud,

depender de uno mismo. Todas estas variables

conformaban un campo de posibilidades desconocidas.

Pero más allá de la incertidumbre lo más chocante de

salirse de la zona de confort era el impacto. Por más adaptación previa que hicieras en tu casa en

el impacto te dabas cuenta de que todo dependía de vos.

También te dabas cuenta de que no tenías mucho tiempo

para adaptarte, tenías que hacerlo bien y rápido. Sobre

todo porque al ser estudiantes becados no teníamos un

margen de error para equivocarnos. Desaprobar una

asignatura significaba volverte a tu casa. Es por eso que

era tan importante la adaptación. Para rápidamente poder

responder frente a todas las responsabilidades. En conclusión, los primeros meses en Buenos Aires

eran de una intensidad muy fuerte.

Cuando se fue José yo todavía era muy chiquito. Con

la familia empezamos a viajar a Buenos Aires con más

frecuencia para visitarlo. Preparábamos en Tandil una

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Page 105: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

heladera portátil cargada de comida. Hacíamos milanesas

caseras, salsa bolognesa, carne picada condimentada y

siempre mandábamos alguna tarta o empanadas. Mi

madre preparaba las encomiendas con mucho amor.

Siempre me pedía que le diera dos capas de huevo y pan

a las milanesas. Porque a José le gustaban así. Ella

siempre estaba pensando en esos pequeños detalles. Después se fue Fede y con José se mudaron a un de-

partamento juntos. Entonces la encomienda la preparába-

mos entre mi madre, Andi y yo. Finalmente cuando se

fue Andi quedamos solamente mi madre y yo para preparar la encomienda. Había cierta melancolía cada que

vez que nos juntábamos a hacer las milanesas o a armar

las empanadas. Mi madre sabía que próximamente yo me

iría y se quedaría sola con mi papá. Y yo también sabía que me quedaba poco tiempo antes de partir. Esos meses

antes de irme a vivir a Buenos Aires, fueron meses de

sensaciones muy extrañas. Fueron meses de mucha variabilidad emocional, de grandes emociones.

Desapego y melancolía al mismo tiempo y mucho

crecimiento emocional. En esos meses empecé a desper-

tarme lentamente una vez más en mi vida. Pero con otra

intensidad y desde otra perspectiva. Mis primeras visitas a Buenos Aires fueron durante

el tiempo en que José y Fede vivían juntos. José ya estaba

trabajando por lo que tenía un horario más exigido. En

cambio, Fede salía temprano de cursar en la universidad.

Cuando volvía nos pasaba a buscar a Andi y a mí por el

departamento para pasar un tiempo con nosotros. Al-

morzábamos juntos, generalmente comida que habíamos

llevado en la encomienda. Con Andi pactábamos de ante-

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Page 106: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

mano comer poco para dejarles la comida a ellos.

Nosotros podríamos comer a nuestro regreso a Tandil.

Fede siempre nos llevaba a pasear a algún lugar de la

ciudad. Nos divertíamos mucho mientras caminábamos

juntos. Siempre corríamos a los colectivos, íbamos de acá

para allá. Para nosotros todos los lugares eran nuevos.

Los edificios altos, el subte, los monumentos, las

publicidades. No había nada de eso en Tandil. Fede trataba de mostrarnos toda la ciudad antes de

que cayera el sol. Terminábamos el día sin aliento.

Cuando el sol empezaba a bajar emprendíamos el viaje

de vuelta. Yo siempre me dormía al regreso en el

colectivo. La gran ciudad me cansaba mucho. También la

emoción de estar con mis hermanos mayores. Al volver

al departamento pasábamos por el trabajo de José y

volvíamos todos juntos. Años más tarde cuando me mudé a Buenos Aires con

Andi alquilamos un departamento bastante pequeño en el

barrio de Belgrano. Un barrio muy tranquilo de calles

adoquinadas y frecuentes inundaciones. Había decidido estudiar economía. “Toda una gran

decisión”. “De las decisiones más importantes de tu

vida”. “Pensálo bien”. “Pensá en tu futuro”. Esas frases

eran moneda corriente en aquel momento. Yo no

entendía muy bien qué rol se suponía jugaban en mi

decisión. Eran frases solamente. No me orientaban en

nada. Pero la gente al decirlas las pronunciaba como si

fueran un sabio consejo. Las últimas semanas antes de dejar la ciudad de Tan-

dil habían sido caóticas. De emociones muy fuertes. De

muchas despedidas y de muchos cambios. Marcaron un

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Page 107: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

punto de inflexión. Un momento de mi vida a partir del

cual muchas cosas ocurrieron dentro de mí.

Durante todo el verano había estado compitiendo en

un programa de becas de una de las universidades más

prestigiosas del país. Andi y José habían estudiado ahí.

En cambio, Fede había estudiado en la “competencia”.

Fede había estudiado en la Universidad Torcuato Ditella. Todo parecía indicar que yo estudiaría en la univer-

sidad de Andi y José. Yo sentía que era una gran opor-

tunidad. Estaba compitiendo en un programa de becas

increíble. Suponía la posibilidad de poder financiarme

mis estudios. Dado que la situación financiera de mi

familia no era muy buena, era la única manera de poder

estudiar en una universidad privada. Ya lo habían hecho

mis hermanos. Y yo me sentía capaz de hacerlo también.

Me sentía muy entusiasmado. Competir en un programa de becas fue un proceso

bastante particular que me dejó muchísimo aprendizaje.

No había manera de que pudiera estudiar en Buenos

Aires si no obtenía una beca. Asique le dediqué mucho

tiempo al programa. Lo cual significó dejar de dedicarle

tiempo a otras cosas. Mientras mis amigos estaban de viaje de egresados

yo estaba haciendo entregas online de escritura y mate-

mática. También dejé de jugar al rugby. Desde los cuatro

años que jugaba al rugby. Pero era una etapa que tenía

que dejar atrás, para poder avanzar. Al año siguiente me

iría de Tandil y en Buenos Aires todo sería diferente. El

rugby dejaría de formar parte de mi vida. Sería el primero

de mucho cambios.

En Buenos Aires se produciría un pequeño despertar

en mí.

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Page 108: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Ese verano fui avanzando en las diferentes instancias

del programa hasta que finalmente llegué a la instancia

final a la cual llegamos muy pocos. A principios de

febrero tenía que asistir a un curso de un mes en la

universidad y por último debería rendir un examen final.

A partir de las calificaciones de ese examen se otorgarían

las becas. Por lo que a finales de enero viaje a Buenos

Aires para empezar a asistir al curso. El programa de becas estaba destinado a la gente del

interior del país. En ese contexto de diversidad hice gran-

des amigos de todas partes de la Argentina. Jóvenes de

todo el país. Jóvenes de lo más talentosos. Mentes

alegres, sin prejuicios, brillantes cada uno en las

habilidades que tenían, muy buenos amigos. Durante todo el proceso mantuvimos entrevistas con

orientadoras vocacionales que nos sometieron a varios

tests estandarizados de “inteligencia”.

Siempre supe que no hay una única inteligencia, sino

que hay muchas inteligencias. Y cada cual en su

individualidad no es comparable con las demás. No se

trata de los resultados. Sino del crecimiento en el

proceso. Todo el mundo debería sentirse especial. Y

compartir su individualidad libremente. Expresarse,

descubrirse. Sin guardarse nada. Esa es la manera de

vivir una vida en plenitud. Dejando ser tu máximo

potencial. Es por eso que los tests estandarizados eran

para mí un juego. Nada más. Mi individualidad no estaba

en hacer esos tests, estaba en otro lado. La tenía que

encontrar. Finalmente, luego de varios meses de trabajo llegó el

momento decisivo. Teníamos que rendir un final de escri-

tura y de matemática. Los resultados de esos exámenes

determinarían si me otorgarían la beca o no.

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Page 109: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Había transcurrido el curso y todos los que

estábamos aplicando para la beca nos habíamos hecho

muy amigos. Pero contradictoriamente sabíamos que solo

algunos obtendrían la beca. Y eso dependía de los

resultados relativos. Tus resultados te harían obtener la

beca, pero al mismo tiempo otro amigo dejaría de tenerla.

Pero eso no impidió que nos deseáramos lo mejor antes

de entrar a rendir el examen. Después de haber rendido los exámenes algunos de

nosotros nos volvimos a nuestros pueblos natales a

esperar los resultados en familia. Los que vivían más

lejos esperaron en Buenos Aires. A esa altura del año ya

estábamos muy cerca del inicio oficial del semestre. Las

clases empezaban la segunda semana de marzo y todavía

no conocíamos los resultados. Yo tenía cierto

nerviosismo. Faltaba una semana para el inicio de las

clases y todavía no tenía certeza sobre el resultado de mi

beca. Toda mi familia estaba esperando los resultados

para poder ser proactivos a partir de la determinación. Mi

madre por momentos sentía que me iba a quedar todo un

año sin estudiar si es que no me salía lo de la beca. Tenía

mucha angustia. Pero en ese momento no tenía sentido

preocuparse por algo que no podía controlar. Solo tenía

que esperar. Y esperé hasta que una mañana llamaron a

casa. Levanté el teléfono y me comunicaron que mis exá-

menes habían salido muy bien. Que había obtenido muy

buenos resultados, había quedado dentro del ranking a los

que se les atribuía la beca. Estaban muy contentos con

mis resultados. Sin embargo, como esa misma beca ya se

la habían otorgado a mi hermano Andrés no me la podían

otorgar a mí también. No les parecía correcto beneficiar

dos veces a la misma familia cuando podían beneficiar

116

Page 110: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

a dos familias diferentes. En ese momento un silencio se

apoderó de la conversación. Hasta que del otro lado del

teléfono volvieron a hablar.

Si bien me iban a sacar del programa completo de

beca, me ofrecían otra ayuda que si bien no era la beca

completa, era un ayuda considerable.

No era lo que correspondía acorde a mis resultados

pero era una ayuda. Yo me sentía muy agradecido para con la

universidad pero a la vez sentía que había fracasado.

Sentía enojo y frustración. “¿Por qué no me avisaron

antes? ¿Por qué no me avisaron al momento de anotarme

al programa de becas?”. Faltaba una semana para el

inicio de las clases y yo no tenía universidad. Todo el

esfuerzo que había hecho durante tanto tiempo para no

tener nada en concreto. Sentía tanta angustia. No sabía

cómo darle la noticia a mi familia. Todo me resultaba

muy complicado y angustiante. Fue en ese momento que algo en mí se transformó.

Algo dentro de mí me decía que no había tiempo para

reproches. Que tenía que actuar. De nada servía quejarme

si no iba a hacer nada al respecto. Tenía que analizar

todas mis opciones, mis alternativas. Tenía que hacer

algo. De nada servía quedarme sentado quejándome. Y como si siempre lo hubiera sabido, en ese

momento supe que al final iba a terminar estudiando en la

Universidad Torcuato Ditella.

Yo había rendido el examen de ingreso de la

Universidad Di Tella en la primera fecha, en julio. Lo

había rendido libre porque no podía faltar a mis clases en

Tandil. Había viajado, había rendido y me había vuelto.

Había aprobado el ingreso. Pero también había

descartado la opción de estudiar allí porque la beca que

había solicitado no me alcanzaba para poder vivir en

Buenos Aires.

117

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JUAN PABLO FILIPPINI

Me sentía un poco mareado. Pero a partir de la

confusión surgió la claridad.

Mientras pensaba sentado frente a la computadora se

me ocurrió que tenía que volver a intentarlo. Que todo se

iba a dar. Me dejé llevar por mis impulsos. Como si

alguien manejara mis movimientos. Tenía que llamar a Di Tella y pedirles si podían

hacer un esfuerzo en mi beca para que pudiera estudiar

ahí. No había mucho tiempo, tenía que moverme rápido.

En ese momento sentí como algo se movía. Sentí como la

gente de la universidad ponía toda su voluntad e

intención para ayudarme. Sentí como el proceso era

instantáneo. Algo que me parecía tan complicado se

volvió de un instante a otro algo muy simple. La angustia desapareció. En la acción no había an-

gustia porque estaba haciendo todo lo posible para poder

reescribir la situación.

Finalmente la Universidad Di Tella me dio la beca

que necesitaba. Fue la primera vez que experimenté la

sensación de estar reescribiendo el borrador de mi vida.

Mis planes, mis esquemas mentales, mis proyectos

futuros se desarmaron y se volvieron a armar de otra forma.

Como un tetris.

Mi vida que se estaba construyendo sobre unos

bloques se desarmó. Los bloques giraron y se volvieron

acomodar. Todo lo que estaba hecho se desarmó y se vol-

vió a reconstruir. Ese proceso de reconstrucción se llama

creación destructiva. A partir de entonces atravesé ese proceso repetida-

mente en mi vida. Y siempre que estoy parado en esa

situación dejo que los bloques se vayan acomodando

solos.

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Page 112: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Por ejemplo este libro. Este libro se fue escribiendo

solo. Como mi vida también se fue escribiendo sola. Yo

tan solo me dejé llevar. Lo que venía lo dejaba salir en

cada momento. Tal cual lo sentía. Sin distorsiones.

Cuando empecé a escribir este libro los movimientos

fueron bajando desde la coronilla. Y yo simplemente los

dejaba salir. En el camino tan solo me limitaba a apreciar.

De eso se trata la inspiración. La inspiración fluyendo a

través tuyo. Como cuando compones una canción, un

poema, pintás un cuadro o vivís algún proceso creativo.

Simplemente dejás que fluya a través tuyo. No te detenés

a pensar de donde viene o porque. Simplemente lo dejás

salir y lo aprecias en el camino. Lo aprecias sin tocarlo.

La inspiración se apodera de vos. Al final del proceso te

das cuentas que desde el momento en que empezaste a

componer hasta que terminaste simplemente estabas con

la inspiración. No tenías margen para pensar en otras

cosas. Porque sos consciente de que a la mínima

distracción esa magia que se apodera de vos se disuelve.

Así como vino se va. Todos somos conscientes que cada

instante de inspiración es irrepetible. Es por eso que cada

instante de inspiración es algo tan sagrado. Porque no hay

dos momentos de inspiración iguales. El proceso de creación destructiva se explica por la

inspiración. Por la inspiración que sentimos en nuestra

vida cotidiana. La inspiración no es algo que solo les

pasa a los artistas. Sino que la inspiración esta en cada

día de tu vida. Cuando estas inspirado sentís que cada

situación de tu vida, que cada evento es un proceso de

creación destructiva. Cuando no estás en contacto con esa

inspiración cada situación y cada evento de tu vida son

procesos solamente de destrucción.

119

Page 113: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Todos vivimos instantes de lucidez en donde todo

nos parece más claro. Estas totalmente enfocado. Tu

visión de las cosas se vuelve muy nítida. Te dejas llevar

por la inspiración. ¿Lo experimentaste alguna vez en tu

vida? Preciosos instantes de lucidez. A veces son

fugaces, pero si te detenés a observar siempre están ahí.

Vienen y se van. Pero siempre están ahí. Así es como yo me sentía al comenzar a escribir este

libro. Sentía que estaba viviendo mi vida en constante

inspiración. En un constante proceso creativo. Un

proceso creativo llamado vida. Lo sentía desde que me

despertaba hasta que me iba a dormir. Me sentía en

constante inspiración. Sentía que mi vida era inspiración

instantánea. La inspiración está en nuestra naturaleza. En

cada instante de tu vida estás creando. Constantemente

sos el artista de tu vida. Despertémonos y démonos

cuenta de esto. Constantemente estamos atravesando un

proceso de destrucción creativa. Lo hacemos todo el

tiempo. Algunas veces lo hacemos con armonía y otras

veces lo hacemos brutalmente. ¿Alguna vez sentiste que tu vida perdió la armonía?

Que tu vida era un caos. Que vivías enredado en constan-

tes problemas sin solución. En algunas ocasiones nuestra

cabeza es un infierno. Y quemamos a todos los que nos

rodean. Te sentís completamente desequilibrado. Sentís

que en tu vida no suceden cosas buenas. Que estas

atravesando un mal momento. En esos momentos tenés que detener tu mente y re-

cordar que tu vida es como una obra de arte. Si tu vida no

tiene armonía es porque no estas conectando con tu

inspiración. Lo que sucede es que te olvidas de estar en el

instante. No estas conectando con tu inspiración. ¿Cómo

podes crear una obra de arte si no estás inspirado?

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Page 114: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Cada ser humano es un artista, solo que no se da

cuenta de lo que está creando.

Generalmente creemos que los artistas son aquellas

personas que tienen una fuerza creativa que los distingue

del resto de las personas. Y llamamos a esa fuerza

creativa inspiración. ¿Pero qué es la inspiración?

La palabra inspiración es una combinación de dos

palabras. Inspirar y acción. Figurativamente al pensar en

esto yo me imagino una persona que toma una

inspiración profunda, en esa inhalación toma contacto

con algo divino y ese contacto baja a través de la acción

de esa persona. En mi cabeza me imagino un artista

pintando una obra de arte. El artista que pinta una obra de arte mientras pinta

simplemente está en la acción. Porque, ¿qué es lo que

pasa si el artista se inspira pero no está al 100% con esa

inspiración? ¿Qué pasa si el artista se inspira y no lo deja

bajar a través del pincel? La inspiración se diluye, se

desvanece en la nada. Lo “trágico” de dejar que la

inspiración se desvanezca es que cada inspiración es

única e irrepetible. Entonces para el artista es

imprescindible cuando se está inspirado ponerse a pintar.

Para que ese momento de contacto extraordinario no se

diluya en la nada. Esto mismo nos ocurre a las personas cuando al vivir

nos olvidamos de estar en esa acción. Nos olvidamos de

estar al 100% con nuestra vida. Entonces nuestra inspira-

ción se diluye en la nada. Todos los artistas saben que cada momento de ins-

piración es único e irrepetible. Es esa característica de la

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Page 115: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

inspiración lo que le otorga una personalidad a sus obras,

a sus creaciones.

Ahora bien, el ser humano es un artista.

Desde que te levantás hasta que te acostás estas

creando sin darte cuenta. Para cuando hoy te vayas a

dormir ya habrás pintado todo un día sin darte cuenta.

Constantemente estas creando. Creas al decidir que ropa

ponerte. Creas al hacer el desayuno. Creas al elegir las

palabras que utilizas. Creas en tu trabajo. Creas tu rutina.

Tu rutina es algo que vos mismo creas. ¿Alguna vez te

detuviste a pensar en esto? Tu vida es única e irrepetible. Cada día de tu vida es única e irrepetible. Cada día es un

cuadro en blanco, listo para que vos hagas tu arte. Tenés

que estar en esa acción. La pregunta que creo que debemos hacernos es. ¿Al

despertarme me siento inspirado? ¿Al despertarme me

siento inspirado para pintar mi vida?

No es posible pintar una obra de arte sin inspiración.

De la misma manera no es posible pintar una vida plena y

llena de felicidad sin inspiración. Entonces me parece

que está bueno preguntarnos porque no estamos en

contacto con esa inspiración. Porque yo personalmente

quiero que mi vida sea una obra maestra (espero que

ustedes quieran lo mismo para sus respectivas vidas).

Quiero que al final de mis días mi última exhalación sea

la pincelada final de una obra maestra. La obra de mi

vida. Yo quiero estar en contacto con esa inspiración. Des-

pertarme todos los días y sentirme inspirado. Con la con-

fianza de un artista de saber que los pasos que estoy

dando son los pasos que le van a dar armonía a la obra.

Que cada día de mi vida sea un trazo hermoso en un

cuadro increíble. Un cuadro lleno de colores y de amor.

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Page 116: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

¿Qué es lo que vos querés pintar en tu vida?

Nuestras vidas son un caos porque nos olvidamos de

inspirar y simplemente accionamos. Nos olvidamos de

respirar hondo. De tomar contacto con lo divino. Nos

olvidamos de ir hacia dentro. Y cuando accionamos no

estamos accionando desde la inspiración. Volvamos de nuevo sobre este punto.

Hay veces que nuestras vidas son un caos.

¿Qué es lo que hace un artista cuando no está satisfe-

cho con su obra? Sigue trabajando. Sigue trabajando para

volver a conectarse con su inspiración.

Cuando no estamos satisfechos con nuestra vida ¿se-

guimos buscando conectarnos con nuestra inspiración?

Hay personas que accionan fuera de la inspiración y

hacen de esto un hábito. Su vida es un caos y hacen de

ese caos su rutina. Y todos los días vuelven a pintar lo

mismo. Todos los días hacen los mismos trazos sin

sentido, sin armonía. Todos los días vuelven a pintar lo

mismo. Esas personas dejan de ser artistas. Dejar de

crear. Esas personas son replicadores. Replicadores de

cuadros sin sentido. No hay creación en replicar. No es

arte, es una réplica. Si podes inspirar hondo y tomar consciencia de que

vos sos el propio artista de tu vida, entonces te transfor-

maste en un buscador. Una vez que te transformaste en

un buscador empezás a descubrir que hay miles de

formas de inspirarte. Miles de formas de lograr que tu

vida sea una obra de arte. Miles de maneras de pintar tu

vida de colores. Solamente tenés que buscar. La inspiración es algo muy sutil. Todo lo que

creemos surgió de una inspiración. Todas nuestras

creencias surgieron de una inspiración.

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Page 117: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Todo el conocimiento surgió de una inspiración.

Por ejemplo, el conocimiento de los grandes

maestros iluminados de la historia de la humanidad. El

conocimiento que ellos trajeron surgió a través de ellos a

partir de la inspiración. La iluminación, es la expresión

para una persona que vive en la inspiración. Los grandes

maestros de la humanidad eran personas inspiradas.

Llámese Jesús, Moisés, Mahoma, Buda, Sri Sri Ravi

Shankar, Juan Pablo II, Ghandi, Mandela. Todos tuvieron

contacto con lo divino. En su inspiración surgió un conocimiento que fluyó a través de sus acciones.

Solemos creer que el conocimiento siempre estuvo

ahí. Que vino con escrito junto con el planeta Tierra. En

el sentido de que es algo indiscutible. Pero nos olvidamos

de que el conocimiento surgió a partir de la inspiración

de una persona. Es verdad el conocimiento siempre

estuvo ahí pero en otro sentido. Siempre estuvo ahí. En la

misma fuente. La misma fuente con la que se conectaron

todas las personas que se inspiraron hasta la iluminación.

El conocimiento sigue estando ahí para que vos te

conectes y te inspires. La inspiración es algo muy sutil. Se puede experi-

mentar de diferentes formas. A partir del silencio. A

partir de la oración. A partir del ayuno. A partir del

servicio. A partir de la observación. A partir de la fe. A

partir de la meditación. A partir de la respiración. A partir

del yoga. Algo muy hermoso ocurre dentro tuyo cuando te

inspiras. ¿Lo notaste en tu vida? ¿Cuándo escribís una

canción? Cuando escribís una carta. Cuando cocinas algo

nuevo. Cuando estás en la inspiración tu vida toma otro sa-

bor.

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Page 118: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

¿Entonces porque no dejar que toda nuestra vida sea

una obra constante de inspiración?

Si no sabes cómo inspirarte podes ser un buscador.

Puede que encuentres cómo inspirarte aprendiendo de

otras personas que se inspiraron antes. O puede que en tu

búsqueda te inspires y encuentres una nueva forma de

inspirarte. Lo importante es tomar consciencia de que vos

sos el artista de tu vida. Lo importante es que nos despertemos. Que salga-

mos de la nuestra inmutabilidad. Abramos los ojos y

apreciemos la complejidad de la naturaleza. No te

conformes con ser un replicador, cuando podes ser un

artista. Solamente te tenés que inspirar. Solamente te tenés

que conectar con la fuente.

La universidad.

Mi ingreso a la universidad fue una oportunidad para

observar los procesos creativos que se daban en mí. Me

dejó una enseñanza muy importante. Me dejó una

sensación. Me dejó ese primer contacto con el proceso de

destrucción creativa. Me permitió observar como el sendero de mi vida

cambiaba drásticamente con las decisiones que estaba

tomando. Todo el sendero completo de mi vida. Gene-ralmente no somos conscientes de que cada instante de

nuestras vidas determina el sendero entero que vamos a

transitar. Que al borrar un camino estamos trazando otro.

Nuestra vida es una obre de arte. Sintámonos bendecidos.

Transitemos la vida con esa seguridad. Esa seguridad del

artista cuando se siente inspirado. Esa tranquilidad de

estar completamente amparado. Esa necesidad de

simplemente dejarte llevar.

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Page 119: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Esa fue mi experiencia al ingresar a la universidad.

El crecimiento de empezar a caminar en la luz. Porque en

la oscuridad siempre te tropezás y andas a tientas. Dando

manotazos al aire. En cambio, a la luz todos tus caminos

son más fáciles de transitar. No hay “equivocaciones”.

Solo aprendizaje. No hay “errores”, solo apreciación.

Como en el arte. Tu vida es una obra de arte. Se dio

como se tenía que dar. No hay una sola pincelada que

esté de más. En una obra de arte cada pincelada es importante. No hay ningún detalle que tendría que

haberse omitido. Todo se dio como tenía que darse. En el momento en que me comunicaron que me

habían sacado del programa de becas yo creía que mi

mundo se estaba derrumbando. Porque no entendía la

verdad. Que la obra de mi vida no se derrumba por una

pincelada negra. Sino que la pincelada es parte del

cuadro. Es parte de la obra. Yo no entendía, en ese

momento, que estudiar en la Universidad Di Tella fue lo

mejor que me pasó en la vida. Así como todo lo que me

pasó.

Por el simple hecho de que eso fue lo que ocurrió.

Por el simple hecho de que ocurrió fue lo mejor que

me pasó en la vida.

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Page 120: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

CAPÍTULO SIETE SENTIRSE BENDECIDO

Después de haber ingresado a la universidad me ins-talé en la Ciudad de Buenos Aires. Con Andi llevábamos

una vida muy tranquila. En el departamento no teníamos televisión, equipo de video, ni DVD. Tampoco teníamos

Play Station, ni video juegos. Las habitaciones eran muy chicas y el resto de los ambientes también. Por lo que la

movilidad dentro del departamento no era del todo inde-pendiente. Generalmente siempre encontrábamos alguna

actividad para divertirnos. Había veces que ni el equipo de radio funcionaba. En el departamento prácticamente

no había distracciones para los tiempos libres. Teníamos que ingeniar actividades recreativas. Yo tocaba la

guitarra todo el tiempo. También empecé a escribir, componer canciones y poesías. Andi leía muchísimo.

Organizaba cenas con sus amigos. Cocinaba un montón. Y también empezó a estudiar chino mandarín, sin saber

que años más tarde se iría a vivir un año a Taiwán. Había veces que jugábamos al ajedrez o hacíamos

sudokus por internet. Éramos creativos a la hora de

utilizar nuestro tiempo libre. Tratábamos de aprovechar

nuestro tiempo al máximo. Organizándonos para también

poder cumplir con las tareas de la casa. Alternábamos

entrenamientos, compras, salidas y mandados. Y varias

veces a la semana pasábamos a visitar a José por su

departamento. Cuando Andi viajó fuera del país, durante un tiempo

viví solo. Llegó la época de finales y me pasaba muchas

horas estudiando en mi cuarto. Generalmente utilizaba mi

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Page 121: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

computadora para estudiar. Era primavera y hacía mucho

calor en la ciudad. Un día particularmente caluroso mi

computadora no lo soportó. Se sobrecalentó, se apagó y

no volvió a encender. Por suerte ya no necesitaba de la

computadora para repasar para mi examen. Fui a rendir.

Fueron tres horas muy intensas. Salí del examen y estaba

muy cansado. Solo quería dormir o al menos tirarme en

un sillón a descansar la mente. Pero así y todo me quedé

haciendo tiempo en la universidad. Charlando con amigos, comiendo algo. No sabía bien que era lo que

estaba haciendo. Pero me resistía a volver a mi casa. Cuando todos se fueron yo también emprendí el

regreso. Decidí volverme caminando. Cotidianamente

cada vez que podía, elegía hacerlo. Me encantaba

caminar por Buenos Aires. Pero esta vez era diferente

porque físicamente estaba muy cansado. Me sentía

contrariado. Tardé una hora en volver a mi casa. En el

camino entré en una librería a ver libros, a hojear los

últimos lanzamientos. También me detuve a escuchar a

unos músicos que tocaban en una plaza. Recién cuando

estuve a una cuadra de mi departamento tomé

consciencia de lo que estaba pasando. Yo no quería volver a mi casa porque no tenía nada

para hacer ahí. No tenía computadora, no me andaba la

radio, no podía escuchar música, no tenía televisión, no

había nadie para charlar, no había comida y

definitivamente no me podía ir a dormir con la cabeza

dando tantas vueltas. Ahora lo entendía y tenía que hacer

algo al respecto. Que mi computadora dejara de

funcionar era algo muy incómodo. No podía ver ninguna

película, ni revisar mi mail, ni escuchar música, ni buscar

partituras de canciones. No había nada en el departamento para pasar el tiem-po.

Ya había leído todos los libros que teníamos. Tenía que

pensar en alguna distracción que no me demandara

mucho dinero ni mucha energía intelectual.

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Page 122: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Asique lo que hice fue ir a un puesto de libros y re-

vistas que quedaba a una cuadra de mi casa. Y por veinte

pesos (cuatro dólares en ese momento) me compré un

ejemplar del libro “El principito”. Tenía curiosidad sobre

ese librito. Sabía que había sido escrito en Argentina,

pero nunca lo había leído. Llegué al edificio de mi

departamento y subí por las escaleras. Yo vivía en el

séptimo piso. Puse la llave en la cerradura y abrí la

puerta. El departamento estaba sumergido en un silencio absoluto. No tenía ganas de tocar la guitarra. Prefería el

silencio. Estar en ese silencio. Cuando crucé la puerta mi mente estaba dando

vueltas, pero al sumergirme en ese silencio todo se fue

calmando. Agarré una manzana de la cocina y me senté

en el sillón del pasillo. Saqué el libro de la mochila y le

di un vistazo general mientras le daba algunos mordiscos

a la manzana. Empecé a leerlo y no me detuve hasta que

lo terminé. Me sentía nuevamente cómodo conmigo

mismo. Mi mente estaba totalmente en el libro. En los

personajes, las voces, los dibujos. Pude conectarme

directamente con el mensaje. Fue la lectura de mayor

intensidad de mi vida. En ningún momento me percaté de

que se había hecho de noche, ni de que tenía muchísima

hambre. Ya no tenía más ganas de irme a dormir. Sin

darme cuenta había hecho la meditación más larga de mi

vida. Desde la primera hoja hasta la última había estado

ahí conmigo mismo. Todo lo demás se había fundido en

la lectura. Mi mirada en ningún momento se levantó del

libro. Desde el principio hasta el final estuve ahí con el

principito. Abstraído de todo lo demás.

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Page 123: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Abstraído del ambiente, del examen, del futuro, del

cansancio.

De repente ya no me sentía más cansado. Volvía a

sentir ganas de cantar, de salir, de vivir. De disfrutar y de

compartir. Tenía ganas de salir a respirar el aire de

afuera. Me sentía fresco. Renovado. Me sentía bien. Pero

este repentino cambio de bienestar no hubiera ocurrido si

hubiera decidido irme a dormir directamente desde un

principio. Me felicité a mí mismo mientras me bañaba.

Había transformado una tarde desganada, en un momento de gran calidad. Me descubrí en el silencio. Descubrí que

no hay aburrimiento cuando estás con vos mismo. Solo

hay satisfacción y paz. De ahí en adelante dejé de esperar a que mi compu-

tadora se rompiese para dedicar horas a estar conmigo

mismo. Estaba en mí la decisión de qué hacer con mi

tiempo. Y pasar tiempo con uno mismo siempre es una

buena inversión a largo plazo. Porque si te sentís aburrido

estando con vos mismo imaginate lo aburrido que sos

para los demás. Progresivamente a medida que empecé a dedicarme

más tiempo, empecé a conectarme de otra manera con

mis emociones. Empecé a conectarme de otra manera con

los demás. Cuando Andi volvió de su viaje volvimos a

convivir. Empezamos a cuidar mucho nuestra

alimentación. Nos cocinábamos todos los días comidas

muy sanas. Todos los fines de semana íbamos juntos a

una sucursal del mercado central de frutas y verduras y

traíamos un bolso cargado con víveres para toda la

semana. También hacíamos mucho deporte. Una tarde nos encontramos en el departamento y

decidimos salir a correr. Generalmente salíamos a correr

a un lago que estaba bastante oculto en nuestro barrio.

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Page 124: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Quedaba más o menos a unas quince cuadras de nuestro

departamento. Teníamos que cruzar unas vías de tren

para llegar ahí. Generalmente, una vez que estábamos en

el lago, dábamos una vuelta o dos y nos quedábamos

entrenando en el costado. Siempre terminábamos el

entrenamiento con una larga elongación y nos volvíamos

corriendo a casa. Luego de programar la salida nos pusimos la ropa

deportiva. Pantalones cortos y zapatillas de correr.

Bajamos por las escaleras y salimos a la vereda con tan

solo la llave del departamento en nuestras manos.

Empezamos a trotar lentamente. Teníamos que entrar

bien en calor, había una cierta humedad en el aire. Las

primeras cuadras fuimos charlando hasta que la agitación

nos llevó al silencio. Yo me sentía muy bien, muy

liviano. Empecé a prestar atención en cómo estaba

corriendo. Erguí bien el torso y trabé los abdominales

para enderezar bien la espalda. No sentía ninguna

molestia muscular en el cuerpo. Pero tenía una molestia

dentro de mí. Una molestia en mis pulmones. Durante todo el mes había estado arrastrando una tos

que brotaba principalmente a la noche antes de

dormirme. En el momento en que me metía en la cama

para dormir empezaba a toser. Era una tos seca. Una tos

que salía de lo más profundo. Como si quisiera sacar algo

malo que estaba dentro mío. Estaba tratando de sacar

algo que tenía guardado muy dentro mío. No venía

durmiendo muy bien. Me despertaba a la noche con

mucha sed y con agitación. Estaba teniendo un sueño

intranquilo. Me movía en la cama de un lado a otro.

Había algo que no andaba bien. Yo me resistía a tomar

alguna medicación e ir al médico. Estaba seguro que si

ajustaba un poco la alimentación y empezaba a respirar

mejor se me iría. Además quería que mi cuerpo se hiciera

fuerte. Que le ganara a la tos sin ayuda.

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Page 125: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Mi maestro de artes marciales siempre me decía que

el sistema inmunológico se vuelve “vago” cuando toma-

mos muchos medicamentos. Sobre todo cuando tomamos

medicamentos para aliviar pequeñas molestias. Como

cuando tomás algo para detener un dolor de cabeza o un

dolor muscular. El sistema inmunológico se acostumbra a

que al mínimo problema alguien haga el trabajo por él. Y

así progresivamente el sistema inmunológico se

deteriora. Se acostumbraba a que hagan el trabajo por él. Y cuando sobrevienen problemas más grandes está

totalmente debilitado. Cuando te duele la cabeza y tomás muchas aspirinas

tu cuerpo deja de hacer el trabajo para recuperarte.

Porque la aspirina lo hace por él. Y progresivamente

empezás a enfermarte cada vez más seguido. El maestro

siempre hablaba de fortalecer nuestro cuerpo, de volverlo

cada vez más fuerte. Hablaba de aguantar los síntomas y

ayudar al cuerpo a eliminar las toxinas. De honrar a tu

cuerpo, conocerlo, cuidarlo pero de una forma no

convencional. Me hablaba de soluciones definitivas, a

largo plazo. Yo no pensaba dejar que la tos me ganara. Tenía en

mente aguantar los síntomas y hacerme fuerte. No quería

que mis defensas se volvieran dependientes de los reme-

dios. Mientras corría trataba de llenar todos mis

pulmones, como si el aire que entrara pudiera lentamente

sacarme la tos. Tenía en mi mente la imagen de algo

negro que me apretaba los pulmones. Si bien nunca tuve

el hábito de fumar, me imaginaba un pulmón similar al

de un fumador. Ahogado por un humo negro. Sentía el

silbido de mis pulmones en la exhalación. Estaba

teniendo un pequeño bronco espasmo. Como cuando era

chico y tenía que aspirar mi remedio para el asma. Hacía

tiempo que no tomaba más ese remedio.

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Page 126: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Era tiempo de dejar de depender de cosas exteriores para

estar bien. Yo quería depender solamente de mí para

poder estar bien. Estaba todo en mi cabeza. Estaba todo

en mi convicción. Mientras tanto continuaba corriendo con seguridad.

Tratando de disimular lo que me estaba pasando por den-

tro. Seguimos corriendo hasta que llegamos a la estación

de servicio antes del cruce de las vías. El semáforo se

puso en rojo y nos paramos a esperar a que cambiara

nuevamente de color. Nos sorprendió por completo

cuando empezaron a caer algunas gotas. Una lluvia suave

pero intensa. No era una lluvia vertical sino que caía de

costado. Antes de que el semáforo cambiara a verde ya

estábamos completamente empapados. Lo miré a Andi y

le hice un gesto como para cruzar. Pero él me detuvo e insistió en volver. Yo estaba seguro que la lluvia no iba a

parar al menos en la próxima media hora. Literalmente el

cielo se estaba viniendo abajo. Pero sentía que tenía que seguir igual. Sabia dentro mío que algo muy importante

me esperaba allá adelante, algo que no debía ignorar. Le

di la mano a Andi y le dije que me esperara en casa. Que

tenía que seguir adelante. El me trató de retener. El lago siempre se inundaba con la lluvia. Todo el barrio se

inundaba. Yo ya lo sabía, sentía que debía seguir

adelante. Le prometí que iba a dar la vuelta al lago a mi máxima velocidad e iba a ir directo a casa.

Generalmente la vuelta sola nos llevaba bastante

tiempo. Andi estaba muy preocupado por la tormenta. Yo

no sabía cómo explicarle pero creo que Andi lo vio en mi

mirada y me dejó ir. Me dejé llevar totalmente por mi

impulso. Un impulso que salía de mi interior. Era como si

el movimiento se produjera solo. Algo me estaba

llevando, yo solamente me tenía que dejar llevar.

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Page 127: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Tenía que confiar. En ese momento no sabía que una de

las lecciones más importantes de mi vida me estaba

esperando. Crucé la avenida y para cuando llegué al otro lado ya

tenía las zapatillas completamente mojadas. La lluvia no

me dio tregua. Crucé las vías a toda velocidad. Sentía la adrenalina correr mi cuerpo. La remera se me pegaba al

pecho, que estaba más inflado que nunca. Estaba

entrando a la plaza que me llevaba directamente al lago cuando de repente enterré mi pierna derecha hasta la

canilla en un pozo de agua. Milagrosamente no me caí.

Por un instante pensé que me hubiera podido haber

quebrado el pie. A la velocidad que iba pude haberme lastimado seriamente. Casi me caigo de cabeza al suelo.

Potencialmente pudo haber sido un accidente muy grave. En ese preciso instante fue cuando supe que si iba a

hacer la prueba tenía que hacerlo bien y rápido. Hacerlo

bien. Sin errores. Y rápido. Eso era lo que implicaba en

ese momento dar mi 100%. El impulso que me estaba llevando me advertía que

lo que estábamos por hacer requería que desarrollara al

máximo mi determinación y concentración. Tenía que es-

tar totalmente enfocado. Por lo que inmediatamente

decidí empezar a correr por la calle en vez de por el

pasto. Iba a poder correr más seguro y más rápido. Tenía

que estar sumamente atento a los autos, que en fila

parecían dispuestos a huir del lugar al cual yo me estaba

dirigiendo. Los autos pasaban al lado mío casi rozándome. Al-

gunos me hacían luces, otros me tocaban la bocina. Tal

vez querían advertirme que diera la vuelta. Que no debía

seguir corriendo en esa dirección.

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Page 128: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Finalmente llegué al lago. La primer imagen del lago

fue impactante. El lago se estaba rebalsando. Los

desagües de las calles se habían tapado y había grandes

charcos de agua. Había barro por todos lados inclusive

sobre la acera. El barro rápidamente se adhirió a mis

zapatillas. Me sentía mucho más pesado. La ropa mojada

ahora me pesaba más también. Pero mi cuerpo se sentía

más fuerte al mismo tiempo. Estaba corriendo a toda

velocidad. Parecía imposible mantener ese ritmo por más

de cinco minutos. Estaba corriendo en mi máximo nivel

de exigencia. Era muy probable que no pudiera aguantar

a ese ritmo. Pero en ningún momento pensé en eso.

Estaba totalmente enfocado. No había margen para la

duda. Al comenzar a dar la vuelta al lago algunos rayos

empezaron a caer. Naturalmente yo aceleré un poco más

mi ritmo. Dando todavía un poco más. Estaba totalmente

solo. No había nadie corriendo, ni esperando algún

colectivo, ni refugiándose de la lluvia. Solo se escuchaba

la lluvia estrellarse contra los árboles y mi respiración. Se

me hacía cada vez más difícil ver. La lluvia caía como

una cortina de agua. Me golpeaba directamente en la

cara. Precipitaba como nunca. Estaba diluviando. Cuando estuve a la mitad de la vuelta me pareció ver

algo que se movía a lo lejos. Una figura borrosa que se

movía lentamente. De repente pude observar una persona

que también estaba corriendo. Se estaba dirigiendo hacia

mí. Cuando estuvimos a la misma distancia le choqué la

mano. Cada uno sabía muy bien lo que estaba haciendo.

Estábamos poniéndonos a prueba a nosotros mismos.

Algo habíamos ido a buscar ahí. Los rayos caían cada vez más fuerte. Empecé a sentir

miedo. Quizás no había sido una buena idea después de

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JUAN PABLO FILIPPINI

todo. Sentía la electricidad en el ambiente. Yo era la única persona en todo el lago excluyendo a la persona que se había alejado hacía ya un tiempo. Si bien no llevaba nada electrónico, no me resultaba muy atractiva la idea de que me cayera un rayo. Los truenos eran explosiones. El cielo permanecía oscuro hasta que un rayo iluminaba momentáneamente el paisaje. Y al apagarse volvía a la oscuridad. Tenía que alejarme lo más

rápido posible de ahí. Tenía que ponerme a resguardo. De repente todo se volvió a estremecer.

En ese momento un rayo cayó exactamente delante

mío. Fue un desarrollo súbito y violento. Hasta ese

momento me había dejado llevar por un impulso. Pero

cuando vi al rayo caer en frente mío empecé a sospechar

que el impulso me había llevado hasta ahí y me había

abandonado. Me había conducido hasta esa situación

pero a partir de ese momento tenía que continuar solo.

Era mi prueba, nadie más podía hacerlo por mí.

Instantáneamente empecé a sentir que estaba en una

situación de vida o muerte. Había sido una locura haber

ido hasta ahí. El rayo había caído a unos pasos de

distancia y había golpeado fuerte contra un árbol. “¿En

qué estaba pensando al venir acá?”. Ver caer el rayo en frente mío fue algo muy extraño. Cuando el cielo se iluminó, antes de que cayera el

rayo, durante unos instantes pensé que caería sobre mí. Percibí la explosión que estaba por venir. Podía sentir lo

que estaba pasando en el cielo. Cerré los ojos en el impacto. Ya estaba listo para irme. Pero no me golpeó. No me golpeó a mí. Volví a abrir los ojos y mis piernas

seguían corriendo. Fue como una pequeña muerte. Cerrar los ojos, morir. Abrirlos y volver a vivir. Volver a vivir y tomar consciencia de que tenía mi respiración. Tenía mi cuerpo. Tenía mis piernas.

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DE CORAZÓN A CORAZÓN

Empecé a correr con desesperación, con miedo. Los

músculos estaban con otra tensión. Iba a toda velocidad.

Los estruendos se sentían arriba mío. Pude terminar de

dar la vuelta al lago. Volví a cruzar nuevamente por el

barro y llegué nuevamente a la plaza de la entrada.

Estaba a algunas cuadras de las vías de tren cuando

surgió un problema. No podía creer como no lo había

pensado antes. Las vías del tren eran los mejores

conductores de electricidad a la redonda. Era muy

peligroso cruzarlas. Pero tampoco había forma de

evitarlas. No sabía qué hacer. El impulso me había

abandonado completamente. Y las descargas eléctricas

del cielo no dejaban de tronar. Los estruendos seguían

rugiendo con fuerza. Tenía miedo de no volver a tener

tanta suerte. Tenía miedo de que el próximo rayo si me

alcanzara.

Era mi decisión. Podía llegar a ser la última decisión

que tomase. Sentía la gravedad del asunto. Fue en ese

preciso momento que empecé a rezar. Luego más

adelante entendí que lo que había ido a buscar al lago

había sido llegar a esa situación. Lo que había ido a

buscar lo había encontrado. Estaba rezando con todo mí

ser. Necesitaba cruzar las vías a salvo. Necesitaba que mi

cuerpo se hiciera fuerte. Indestructible. Resistente a todo.

Al agua, a la electricidad, al miedo, a la enfermedad. Los truenos parecían armas de fuego y al mismo

tiempo, justo estaba pasando el tren. Pasó de largo y yo

me decidí. En ningún momento detuve mi marcha. Crucé

las vías a toda velocidad con los ojos cerrados. Cuando los volví a abrir del otro lado era otra

persona.

Aún me faltaba mucho para llegar a casa. Me metí

nuevamente entre las calles de mi barrio atento a los

cables eléctricos que se balanceaban sobre mi cabeza.

Las calles estaban inundadas con medio metro de agua.

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JUAN PABLO FILIPPINI

Para cruzar la calle tenía que saltar pequeños arroyos. La

ciudad era un caos. Logré llegar a la subida principal que

me llevaba a mi casa. Crucé caminando una calle con

medio cuerpo en el agua y empecé a subir. Y de repente

lo sentí. Me sentí bendecido. Sentí que nada podía

tocarme o lastimarme, nada ni nadie. Supe que estaba

totalmente amparado. Mi mente estaba totalmente

tranquila. Estaba muy conectado con mi cuerpo, mi

respiración, mis latidos, mis emociones. Ya no había

limitaciones, todo se volvió tan favorable, tan claro. No

había fatiga física, ni desgaste anímico. Había recuperado

el envión que me había llevado en un principio. Llegué a la avenida Cabildo, estaba a dos cuadras de

mi casa. Tenía que terminar esto a mi máxima velocidad.

Todo lo que había pasado para llegar a estar a dos

cuadras de mi casa me motivó a dar mi mayor esfuerzo.

No buscaba una marca, no buscaba un record. Solamente

lo hacía para dar mi cien por ciento. Saqué fuerzas de lo

inexplicable. Me sentía tan fuerte. No se podía explicar

cómo pude correr a máxima velocidad durante tanto

tiempo, pero lo había hecho. Necesitaba seguir cruzando

barreras. Necesitaba dejar todo mi corazón en esa hazaña. Cuando estaba llegando a la esquina de mi casa, lo vi

parado contra la pared a Dani.

Ahí estaba Dani, mi amigo de la calle.

Hacía un tiempo había notado que casi todos los días

estaba sentado en la esquina de mi casa la misma

persona. A veces jugando al ajedrez, a veces con la

mirada perdida. No sé bien cuando fue que empezamos a

saludarnos. Pero ese saludo se hizo cada vez más

habitual. Hasta que un día frené y decidí conocerlo. Si iba

a saludarlo todos los días quería saber por lo menos cómo

se llamaba. Asique una tarde compré un brownie de

chocolate y frené a compartirlo con él.

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DE CORAZÓN A CORAZÓN

A partir de entonces pasamos muy buenos momentos.

Charlamos con mucha sinceridad. Él siempre se ríe de mi

forma de ir cantando por la calle. Yo siempre me río cada

vez que lo veo jugar al ajedrez solo. Dani es mi amigo y ahí estaba parado, refugiándose

de la lluvia. Alto, flaco y un poco encorvado. Con una re-

mera negra de led zeppelín y unos jeans de color claro.

Tenía su mochila donde guardaba todas sus pertenecías a

un costado. En su cara se percibía un rostro asustado.

Como un niño que le tiene miedo a las tormentas. Se

había hecho un corte de pelo muy misterioso. Un corte de

otra época seguramente. Probablemente él mismo se

había cortado el pelo. Tenía el pelo muy corto pero un

flequillo abundante que le daba cierto aspecto artístico.

De repente volteó la mirada hacia la dirección en la que

yo venía corriendo. Vi con clara nitidez como su

preocupación se disolvió en una gran sonrisa. Se corrió el

flequillo de la frente para asegurarse que era yo. Extendió

su mano para que cuando pasara se la chocara. Chocamos

las manos y me pegó un grito de aliento que me motivó

aún más en mi carrera. Ese entusiasmo, hizo que todo valiera la pena. Dani siempre recordaba esa anécdota. Ese día de la

tormenta. Me miraba fijo y me decía. “Siempre supe que

vos tenías algo de Clark Kent”.

Llegué a la puerta de mi edificio. Traté de no frenar

de golpe y seguí caminando en el lugar con las manos

atrás de la cabeza, tratando de recuperar la respiración.

Lentamente empecé a tomar consciencia de lo que acaba

de hacer. Mientras calmaba la agitación sentía como mis

pulmones estaban limpios. Había largado todo el humo

que me sofocaba. Ya no tenía nada adentro mío que

quisiera sacar.

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JUAN PABLO FILIPPINI

Todo lo había dejado atrás. En el lago. Mis pulmones

respiraban normalmente. Fue algo increíble. La sensación

de recuperar la plena salud.

Me di cuenta que tenía los gemelos totalmente aca-

lambrados. Mi emoción estaba descontrolada. La inten-

sidad era vehemente. Respiré hondo y levanté la cabeza.

Sonreí y empecé a aplaudirme a mí mismo. Durante unos

minutos me estuve aplaudiendo y arengando a mí mismo

en la puerta del edificio de mi departamento. Era pura

felicidad. Estaba de pie solo, aplaudiéndome a mí mismo. Me reía solo. Tenía ganas de entrar a casa y contarle

todo lo que había pasado a mi hermano. Tenía ganas de

compartir lo increíble. Cada detalle. Lo había encontrado,

todo lo que había ido a buscar. Me saqué las zapatillas y

las medias completamente mojadas y entré al edificio

descalzo. Empecé a subir las escaleras, tratando de fijar

los momentos más importantes en mi memoria. No

quería olvidarme de nada. Cuando entré al departamento Andi me esperaba con

la ducha lista. Había estado muy preocupado. Apenas nos

habíamos separado había pensado en ir a buscarme y

convencerme para volver. Pero sabía que no me iba a

alcanzar. Asique había vuelto al departamento y no hacía

mucho había llegado. No lo podía creer. No entendía

como yo ya estaba ahí. No daba el tiempo. Como era que

había dado la vuelta al lago tan rápido. No podía ser

posible. Yo quería contarle todo lo que me había pasado.

Pero el insistió en que me bañara primero. Realmente

tenía mucho frío. Tenía todos los dedos arrugados por el

agua. Como si hubiera estado nadando por mucho tiempo

en la pileta. Estaba muy contento. Era algo difícil de

explicar.

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DE CORAZÓN A CORAZÓN

Tenía que escribirlo antes. Tenía que dejar un registro por

escrito de lo que acababa de pasar.

Esa noche no tuve ninguna tos. Ya la había dejado ir.

Fue muy fácil entrar en el sueño. Volví a disfrutar la

suavidad del profundo descanso. Tenía la tranquilidad de

estar amparado. Sentía la bendición. Nada me podía

tocar. Había atravesado un camino con obstáculos, pero

ahora veía un paisaje sin fronteras. Había experimentado

una milagrosa evolución de mi estado intencional. Mi

intención se había transformado en un armonioso optimismo. Todo había surgido a partir de la inspiradora

tempestad. Todo me abrazaba. Me fui a dormir con la

sensación de que todo alrededor mío me abrazaba. Eso era lo que había ido a buscar. Encontrarme con

migo mismo. Sentirme bendecido, amparado por toda la

creación.

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CAPÍTULO OCHO DESPERTÉMONOS

Mudarte de tu ciudad natal para empezar a estudiar

en la universidad no era nada fácil. Tuve que dejar

muchas cosas atrás y en muchos aspectos de mi vida

empezar de cero. Tuve que reconstruirme. Para reconstruir se necesita mucha imaginación. Ne-

cesitas mucha imaginación para despedirte de tu familia.

Necesitás mucha imaginación para dejar tu casa, tu cama,

tus mascotas, tu rutina. Necesitas mucha imaginación

para despedirte de tus amigos de la mejor manera.

Imaginación para hacerles entender que vas a volver. Que

siempre los vas a llevar con vos a todos lados. Que no era

una despedida, sino un hasta luego. Con mis amigos teníamos una banda de rock en Tan-

dil que se llamaba Contrasentido. Era la excusa ideal para

pasar más tiempo juntos. Y de paso disfrutábamos de ha-

cer música, que tanto nos gustaba. El guitarrista y

cantante de la banda era Rama. Rulo tocaba el saxo,

Lucho la batería, Segu la guitarra, Iña el bajo y yo tocaba

los teclados. Y también estaban el resto de nuestros

amigos. La parte más importante de la banda. Los que te

aplaudían en la vida, después de que terminaba el show.

Los que siempre nos alentaron. Los que nos mantenían

con los pies en la tierra. Pasábamos muchas tardes ensayando en el quincho

de la casa de Rama. Tardes viejas, llenas de vida.

Generalmente hacíamos covers de bandas de rock

internacional. El quincho era chico, pero el corazón muy

grande. Tal vez eso sirvió para que interna y

externamente estuviéramos cada vez más unidos.

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Page 136: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Cada uno tenía un lugar en el quincho, un espacio.

Cuando faltaba alguno de los integrantes se formaba un

vacío. Se sentía en el espacio, se sentía en el sonido.

Había una falta de contenido. Solíamos tocar en algunos bares de la ciudad.

Siempre con el mismo sonidista. Al terminar los recitales

siempre nos preguntaba lo mismo, cuándo íbamos a

empezar a escribir nuestras propias canciones. Todavía

no estábamos pensando en eso, recién estábamos

empezando. Disfrutábamos mucho tocando covers de

nuestras bandas favoritas. No nos preocupaba para nada

la originalidad. Nosotros teníamos nuestro propio estilo.

Nuestro propio sonido. Y eso hasta ese momento era

suficiente para nosotros. Pero era inevitable que pronto

escribiéramos nuestras propias canciones. Era parte del

crecimiento de la banda. Un día Rama llegó con su guitarra acústica y nos

dijo que nos quería tocar un tema que había compuesto

él. Nos contó que se lo había dedicado a su mamá. La

mamá de Rama había fallecido hacía unos años a causa

de un cáncer. Falleció un tiempo antes de que yo lo

conociera a Rama y de que empezáramos a vernos todos

los días. Todos los que conocíamos bien a Rama

conocíamos la historia de Laura. Habíamos visto fotos.

Yo veía a Laura en la sonrisa de Rama cada vez que nos

reíamos. Y nos reíamos todo el tiempo. Me hubiera

gustado muchísimo conocerla. Agradecerle por todo lo

que inspiraba. Muchas veces le agradezco. Cierro los ojos

y le agradezco. Escuchamos “Junto a vos” con gran expectativa.

Tenía una armonía muy melódica. Una energía muy

linda. Nos emocionamos todos con la letra. ¡Qué regalo

nos acababa de hacer! Cuanta inspiración. Empezamos a

tocar la canción en cada ensayo.

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DE CORAZÓN A CORAZÓN

La hacíamos una vez y otra vez. Al final de la canción

rulo había incorporado un solo de saxo que te dejaba sin

palabras. Había algún tipo de magia cada vez que la

interpretábamos. Una magia muy antigua. No nos

cansábamos nunca de tocarla. Era como un himno para

nosotros. Nuestro himno. Era inevitable para mí escuchar

la canción y pensar en mis amigos. Cuando vine a Buenos Aires empecé a ir al taller de

canto de la universidad. Teníamos un profesor muy divertido. La pasábamos muy bien. Éramos un grupo

reducido y muy heterogéneo en los rangos vocales. Había

mucho potencial para trabajar. Cantábamos un montón.

Al comienzo de la clase siempre entrabamos en calor.

Luego hacíamos algunos ejercicios de elongación y

colocación del sonido. Luego, individualmente, uno a

uno íbamos pasando al frente y cantábamos la canción

que habíamos llevado para ese día mientras el profesor

nos acompañaba con el piano y nos daba indicaciones. Hubo un día que me decidí y llevé la canción que

había compuesto Rama. Estaba un poco nervioso. A decir

verdad estaba aterrado. No me sentía cómodo con mi

voz. Todavía me daba un poco de nervios cantar solo

frente a mis compañeros. Pero tenía ganas de homenajear

a mis amigos a la distancia. Entré a la clase y me saludé con todos. El profesor

ya estaba sentado en su silla frente al piano. Empezamos

la clase y mi cabeza empezó a dar vueltas.

Contantemente analizaba lo que iba a pasar minutos

después cuando me tocara pasar al frente. No podía

concentrarme. Estaba distraído, por lo que empecé a

equivocarme en los ejercicios. Terminamos de entrar en calor y el profesor me

llamó para pasar al frente primero. Se me hizo un nudo

en la garganta.

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JUAN PABLO FILIPPINI

Tragué un poco de saliva y le extendí la letra de “Junto a

vos” de Contrasentido. Le pasé el mp3 y le hice escuchar

la canción. El profesor se colocó los auriculares y

empezó a sacar la melodía en el piano instantáneamente.

Tenía un oído privilegiado. En cinco minutos ya tenía

toda la canción lista. Yo me sentía muy observado por el resto de la clase.

Sentía la curiosidad del resto de mis compañeros. Quería

salir corriendo de la sala en ese preciso instante. No

estaba listo para cantar. Pero mis piernas estaban

paralizadas. No me quedaba alternativa más que seguir

adelante. Por dentro trate de reírme de mi mismo. Había

hecho cosas mucho más difíciles en mi vida y ahora no

era capaz de cantar una canción frente a ocho personas.

Era algo ridículo. La distancia entre mi persona y el resto

de la gente se había hecho enorme. ¿De dónde venía toda

esa inhibición? De a poco empezamos a trabajar sobre los versos.

Luego pasamos al estribillo. Yo me sentía tenso. Y se no-

taba en mi voz. Finalmente luego de darle varias vueltas

a la canción nos detuvimos y preparamos el grabador

para grabar una ronda entera. Cuando empezó la grabación cerré los ojos por un

instante y cuando los volví a abrir, me acordé de mis

amigos. De las anécdotas, de los recuerdos, de lo mucho

que los extrañaba. La letra empezó a fluir sola por mi

garganta. Ya no se notaba tensión en mi voz sino que se

contagiaba emoción. Estaba cantando de todo corazón.

Estaba haciendo de traductor para mis compañeros y mi

profesor. Estaba traduciendo sentimientos y emociones

en palabras. Cuando llegué al estribillo por un momento la voz se

me tomó un poco. Pero la rasposidad del sonido hizo aún

más emocionante la performance. Me estaba expresando

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DE CORAZÓN A CORAZÓN

desde lo más profundo de mi alma ahí enfrente de todos.

Cuando terminó la canción no sabía si levantar la cabeza

o seguir mirando a la letra. Las manos me temblaban. Rápidamente las llevé detrás de la espalda, para disimular

la emoción. Volví a recordar que a mí me avergonzaba

mucho mi voz. Que yo no cantaba nada bien. Pero también recordé que mis amigos estaban ahí conmigo

para hacerme sentir como en casa. Así que levanté la

cabeza y cuando lo hice todos me aplaudieron. Todos me sonreían encantados. Les había gustado mucho la

canción. Les había gustado mucho el sentimiento. Habían

tomado contacto con la esencia. Con el amor. De un hijo

a una madre. De un amigo a otro. Por unos minutos.

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JUAN PABLO FILIPPINI

“Junto a vos” – Contrasentido

Despierta ahora y no mires para atrás

El dolor ya ha pasado Es difícil volverte a encontrar

Y para eso tendré que esperar

Cierro los ojos y amanezco con el sol

El refugio ya lo he encontrado Ahora

yo me siento muy bien A pesar de que no estás a mi lado

Como un río la vida corre

Soy feliz con tan poco Te siento cerca y tan lejos

estás Otro vaso no me hará

mal

ESTRIBILLO

Para decir adiós un beso y un amor

Que se marcha por un tiempo La tormenta pasó y mi corazón

Que va a llorarte siempre Y se siente bien junto a vos

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Page 141: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Momento extraordinarios.

Esa tarde no fui a cantar a la universidad como cual-

quier otro día. Esa tarde fui a la universidad y tuve la

mejor clase de canto de mi vida. No fue una tarde más en

el cotidiano curso de mí andar. Fue un momento extraor-

dinario. Un momento que nunca voy a olvidar. Viví una

experiencia que fue tan profundo en mí que dejó una

marca en mi conciencia. Dejó una impresión en mi

persona. Al igual que todas las experiencias que relaté antes. Las piedras del poder, el Glaciar Lanín, etc.

Significaron un antes y un después en mi vida. ¿Por qué?

Por la intensidad. La intensidad de las emociones. Te preguntaste ¿de qué se trata este libro? ¿De qué

se tratan las anécdotas? ¿De qué se tratan las

experiencias? Todo se trata de la intensidad. Todas las experiencias y anécdotas estaban impreg-

nadas en mi memoria. Permanecieron en mi conciencia

por que fueron momentos muy especiales. Especiales e

irrepetibles. Tenían una fuerza que se manifestaba en mi

percepción de los detalles. Me permitieron estar en pleno

contacto conmigo mismo. En pleno contacto con la vida.

Acariciando la complejidad de la naturaleza.

Inundándome en una bastedad de sensaciones. Fueron

momentos que hicieron volar mis preconceptos. Fueron

momentos que le dieron un sacudón a la inmutabilidad de

mi rutina.

Las experiencias me decían a gritos. “Despertate”

Este libro se trata de un proceso que experimenté en

mi vida. Un proceso que ocurrió en mí, meses antes de

publicar este libro. Fue el resultado de la acumulación de

pequeños pasos hacia mi interior. Es algo muy difícil de

explicar, solo puede experimentarse. Solo puede vivirse.

No puede comprenderse con el intelecto.

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Page 142: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

No trato de explicar lo que sentí. O como pueden hacer

para sentirlo. Simplemente relato una sombra de mi

experiencia. Fueron varios días de introspección. Me levantaba y

recorría toda mi vida como una línea de tiempo tratando

de abarcarlo todo. Buceando en un mar de recuerdos, tra-

tando de ordenar las imágenes, los rostros, las

conversaciones. Recorriendo cada rincón de mi vida.

Puedo decirles que me llevó mucho tiempo. Que no fue

una tarea fácil. Cuando te pones a bucear en los recuerdos más

recónditos de tu vida con toda atención pueden pasar

muchas cosas. Fisiológicamente hablando puede ser que

te empieces a reír hasta que te duele la panza. Puede ser

que segundos después te emociones hasta las lágrimas.

Puede también que te duela la cabeza, que te dé fiebre y

no quieras recordar nada más. Que sientas mareos, que

las imágenes te confundan, que te olvides de comer.

Cuando haces una introspección de tu vida con toda tu

intención el proceso es muy profundo y afecta tu cuerpo. Pero la introspección te ayuda. Te ayuda a observar

tu vida. A tomar consciencia de algunos patrones en tu

forma de ser. Te ayuda a conocerte un poco más. Para

aprender. Para crecer. Durante el proceso me pasó de todo. Una mañana

muy temprano me puse a escribir sobre algunas

anécdotas de mi pasado. Así fue como todo empezó.

Después de un rato empecé a sentir calor en el cuer-

po. El día anterior me sentía perfecto cómo podía ser que

tuviera fiebre. No tenía dolor de garganta, ni dolor en el

cuerpo. No tenía resfrío ni ninguna inflamación. Era muy

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Page 143: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

raro lo que me estaba pasando. Mi cuerpo estaba muy ca-

liente. No me sentía debilitado en absoluto, solo sentía

que mi temperatura corporal podía derretir un cubo de

hielo. Salí afuera a tomar un poco de aire. Seguí tratando

de entender que era lo que me había pasado tan

súbitamente. Me llevó un buen rato descubrir que estaba

literalmente somatizando lo que tenía en mi cabeza.

Estaba afiebrado de recuerdos. Estaba ardiendo por el

pasado. Era parte del ejercicio de recordar los rincones más recónditos de tu memoria. Era un efecto secundario.

Estaba algo cansado, necesitaba respirar. Traté de

equilibrarme y seguir adelante. Volví al escritorio de mi

cuarto y seguí hurgando en lo más profundo de mi

memoria. Rápidamente reconocí que si bien tenía

muchísimos recuerdos de mi infancia y de mi

adolescencia, solamente algunos eventos habían

transformado mi vida para siempre. Por más de que

buscara y buscara había superado un umbral a partir del

cual mi mente volvía sobre los mismos recuerdos. Cerré los ojos y dejé que mi mente me llevara al mo-

mento del pasado que quisiera. Tantas imágenes sucedie-

ron una tras otra. Pero mi mente siempre volvía sobre las

mismas huellas. Las mismas historias. Una vez y otra

vez. No había forma de ir a contramano. Necesitaba respirar de nuevo. Mi desayuno estaba

dando vueltas en mi estómago. Sin embargo, no estaba

dispuesto a darme por vencido tan pronto. Estaba

dispuesto a seguir buscando. A llegar al final del asunto.

Había una pregunta dentro de mí que necesitaba

encontrar una respuesta.

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JUAN PABLO FILIPPINI

No era una tarea fácil conocerse a uno mismo. Desa-

fiarse a uno mismo a abrir las puertas del auto reconoci-

miento como persona. Finalmente abrí los ojos.

No había nada más que buscar.

Había estado dando vueltas siempre sobre lo mismo.

Estaba muy mareado.

Sentía un ruido en mi cabeza que cada vez se hacía

más fuerte. Era como si estuviera sonando una campana

de iglesia dentro de mi cabeza. El ruido no me dejaba

pensar. Traté de concentrarme en lo que acaba de

descubrir. Acaba de encontrar un patrón en mi mente.

Acababa de encontrar un patrón en la naturaleza humana. Al contar los momentos que verdaderamente me

marcaron profundamente, descubrí que son muy pocos

relativamente a lo que fue mi vida. Eran muy pocos los momentos que me despertaron de la rigidez. Que me

hicieron descubrir un nuevo espectro de sentimientos,

que reinventaron mis emociones, que transformaron mi

naturaleza humana. Todos somos personas inmutables hasta que algo cambia nuestras vidas para siempre. Ya

sea una experiencia, una palabra, una actitud, un abrazo

que transforma totalmente tu forma de ver las cosas. Mi vida podía resumirse en esos “instantes extraordinarios”.

No hacía falta buscar más. La conexión de esos momentos había sido muy deli-

cada. Cada detalle se dio en el momento justo para que el

cambió fuera tan fuerte en mí. Un puñado de anécdotas

me describían como persona. Pincelaron mi personalidad. Al tratar de hacer un reconocimiento de mi vida, de la

construcción de mi persona, de todo el camino que

transité hasta llegar al momento presente, siempre volvía

sobre los mismos recuerdos.

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DE CORAZÓN A CORAZÓN

Era como el ADN, toda mi identidad estaba en esos

recuerdos. Estaba seguro que no me había equivocado.

Solamente me había quedado con aquellos momentos que

destruían mis estructuras y me permitían reconstruir

sobre los escombros. Yo me preguntaba. “¿Cuáles fueron

los momentos de la vida tales que yo no sería la persona

que soy hoy si no los hubiera vivido?”. Y en la respuesta

aparecían siempre los mismos recuerdos. Impregnados en

mi mente. Una y otra vez. Las mismas impresiones en mi

mente. Una y otra vez. Por más que me esforzaba en

buscar algo diferente, siempre volvía sobre lo mismo.

Concluí que eran esas experiencias las que me definían.

Empecé a trabajar con ellas. A apreciarlas. Yo era un

producto de esas experiencias. Mirando para atrás, notaba

la fragilidad de esta idea. La fragilidad de la línea de mi

vida. Todo había sucedido exactamente como tenía que

suceder. Tanto lo “bueno” como lo “malo”. Empecé a apreciar la perfección con que estas expe-

riencias se fueron dando en mí. En la línea de mi vida un

centímetro al costado lo hubiera cambiado todo. Volvía a

apreciar esta idea de que mi vida era una obra de arte.

Que se construyó de una manera única e irrepetible. Mi

vida era un hilo en un hilar de posibilidades. Algo tan

complejo. Me sentía agradecido de que ese camino me

hubiera traído hasta ese momento de conciencia. Pero en medio del proceso, di otro paso más hacia

adelante. Ahora sentía curiosidad por conocer el ADN de

experiencias de las personas que me rodeaban. Natural-

mente cada persona en este planeta tenía su propio

abanico de experiencias que habían transformado sus

respectivas vidas.

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JUAN PABLO FILIPPINI

Me pregunté si yo hubiera sido participe en alguna

experiencia transformadora en la vida de alguna persona,

además de mis hermanos y de mis padres. Me pregunté a

mi mismo si estaba logrando que las personas que me

rodeaban vivieran con intensidad sus vidas. Me pregunté

si yo estaría en la impresión de alguna otra persona. Así como muchas personas participaron de las expe-

riencias que marcaron mi vida, me pregunté cómo

afectaba yo las experiencias que marcaban a los demás.

Me propuse a partir de ese momento empezar a regalarles

“instantes extraordinarios” a las personas que más quería.

Regalarlos como las sonrisas. Con la misma naturalidad.

Algo mágico estaba sucediendo en mí mientras pensaba

todas estas cosas. Se produjo un contacto con el

conocimiento al mismo tiempo que ocurría en mí. Estaba

tomando contacto con un instante de lucidez. Estaba

atravesando una inexplicable súbita comprensión de las

cosas. Tenía veintiún años y sentía como si ya hubiera

vivido toda una vida. Pero al mismo tiempo quería poder

seguir descubriéndome. Seguir descubriendo quién era.

Cuál era mi máximo potencial. Me preguntaba por qué no

vivíamos con más vitalidad. Porque los días nos

resultaban tan pasajeros. Porqué los dejábamos pasar

como si tuviéramos un horizonte infinito de vida. Tenía

veintiún años y quería vivir. Una vez que terminé de asimilar todas estas pregun-

tas y respuestas me levanté de mi silla. Como cinco días

después. Me fui a caminar con mi hermano por la ciudad

sin ningún propósito en particular. Salimos a caminar y

nos dejamos sorprender. Acaba de revivir los momentos

de mayor intensidad de mi vida. Una vida de sucesos ex-

traordinarios. Tanto las “buenas” experiencias como las

“malas” me elevaron.

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DE CORAZÓN A CORAZÓN

Nadie te asegura un horizonte infinito de vida. No

nos confundamos. Tomemos contacto con la intensidad.

Con la abundancia. Con la bendición de estar aquí y

ahora con vida. Yo tardé veintiún años para volver a

despertarme. ¿Qué estamos esperando? ¿Por qué no nos despertamos todos los días con la

confianza de que nos va a suceder algo extraordinario?

Sería increíble poder vivir cada día de tu vida con esa

intensidad, la intensidad de la aventura. La magia de lo

sorprendente. La alegría de la sorpresa, de lo desconoci-

do, de la curiosidad. La vehemencia de las emociones. La

manifestación de la consciencia y el impulso inquieto por

hacer el bien. No lo hacemos porque estamos dormidos. Porque

nos gusta que nos prometan la comodidad. Pero la

comodidad en la vida es aburrimiento.

Comprometámonos a darle otro sabor a nuestro tiempo.

Démosle intensidad a nuestro trabajo, a nuestras

relaciones. Démosle intensidad a nuestra caminata a la

universidad, al tiempo con nuestra familia. ¿No sería

increíble que todos los días despertemos y cuando nos

volvamos a acostar seamos otra persona? ¿Qué ese día

haya cambiado nuestra vida para siempre, y que así sean

todos los días de nuestra vida, hasta tu último día?

Destruirnos y reconstruirnos todo el tiempo. Vivir en

constante inspiración. De manera tal de que cuando

estemos a punto de morir sintamos la plenitud. Estar a

punto de morir, cerrar los ojos y felicitarte a vos mismo.

Felicitarte por haber vivido tantas vidas en una. Pero al leer esto no nos confundamos. La intensidad

no solo hay que vivirla en las experiencias positivas.

También es muy importante vivir con intensidad en los

errores.

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JUAN PABLO FILIPPINI

Equivocarnos con todo nuestro ser. Solo así vamos a

poder tomar conciencia del daño que estamos

ocasionando a los demás.

En el camino dejémonos llevar por los momentos

que le dan claridad a tu vida. Démosle importancia.

Démosle tiempo. Dales una oportunidad. Démosle

nuestra conciencia. Puede ser una charla con tus padres,

puede ser un asado con tus amigos, puede ser una acción

solidaria, puede ser una pelea con tu novia, puede ser la

muerte de algún familiar, puede ser el hambre, puede ser

una pelea con tu hermano. Puede ser leer este libro. Y empecemos a darnos cuenta de que somos el

artista de la obra de nuestra vida. Solo tenemos que

conectarnos con la inspiración. Al conectarnos con la

inspiración todo simplemente fluye. Dejemos que la

inspiración fluya a través nuestro. Para que al final del

día la obra de nuestra vida, ¡sea una obra maestra!

Observemos. Observemos nuestras experiencias.

Observá tus propios “instantes extraordinarios”. Apre-

ciémoslos. Aprendamos de ellos. Tomemos contacto con

esa esencia. Dejemos que ocurran en vos y dejemos que

ocurran en nosotros. Tomá contacto con la sabiduría que

hay en vos. Conocete. Auto reconócete. Miremos hacia

adentro. Te vas a sorprender de todo lo que hay en vos.

Hay tanta abundancia dentro tuyo. Simplemente deja que

ocurra. Pero al final del proceso despertémonos.

¿O solo somos experiencias?

¿O solo somos impresiones?

156

Page 149: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

¿O solo somos recuerdos?

Somos intensidad. Vivamos en la intensidad de nues-

tro ser. Vivamos cada transformación. Y en esa intensi-

dad nos vamos a encontrar con la inspiración. Te vas a

encontrar con vos mismo. Te vas a encontrar con tu Ser.

Podemos ser lo que queramos. Solo tenemos que experi-

mentar la intensidad dentro de nosotros. En la inspiración

desaparecen las limitaciones. Desaparecen las barreras.

Vos sos mucho más que eso.

Vivamos con intensidad la paz y la paz va a ocurrir

en nosotros.

Vivamos con intensidad el amor y el amor va a

ocurrir en nosotros.

Vivamos con intensidad el error y va a surgir el

aprendizaje.

Vivamos con intensidad tu vida y en el camino nos

vamos a conectar con la inspiración.

157

Page 150: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

CAPÍTULO NUEVE LA FELICIDAD

Dos semanas antes de empezar a escribir el libro es-

taba estudiando. Una semana antes de empezar a escribir

el libro estaba meditando.

Durante el último mes anterior al comienzo del libro

había empezado a preguntarme qué era lo que iba a hacer

después de la universidad. Empecé a charlarlo con mis

hermanos con más detenimiento. Yo creía que tenía un

plan, pero nunca me había detenido a pensar

minuciosamente en todas las posibilidades. Fede me

hablaba de todos los caminos posibles y de los

requerimientos que cada elección implicaba. José me

hablaba de mi personalidad y de los intereses que él veía

que se desarrollaban en mí. Ambos trababan de

ayudarme, sin decirme que camino tenía que tomar. Las

dos versiones completaban la información que yo

requería para tomar una decisión. Era importante ir

pensando en esto. La decisión tenía que ir madurando en

mí.

Siempre recordaba el consejo que José me había

dado hacía mucho tiempo. “Las decisiones más

importantes en la vida se toman en soledad”. Solamente

en soledad te miras a vos mismo a la cara y decidís sin

pensar en lo que los demás quieren o esperan de vos.

Asique me propuse empezar a pasar más tiempo

conmigo mismo. Más tiempo mirando hacia adentro.

Para poder encontrar la respuesta en ese silencio interior.

159

Page 151: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Un día Andi volvió a casa de una entrevista laboral y

me comentó que quería hacer un curso de respiración y

meditación. Yo ya lo había hecho en el 2010 cuando

recién acababa de desembarcar en Buenos Aires y me

había hecho muy bien. José me había invitado en aquella

ocasión a hacerlo. El curso había consolidado un lazo

muy especial con él. Siempre le estuve muy agradecido

por haberme llevado. El curso me había ayudado mucho

en muchos aspectos, sobre todo con mis problemas

respiratorios. Yo hacía mucho deporte desde muy pequeño y

cuando llegaba el invierno siempre tenía que ir a todos

lados con mi inhalador para asmáticos. Había hecho todo

tipo de tratamientos para mi bronco espasmo y mi

alergia. Masajes bronquiales, lavajes nasales,

nebulizaciones, todo tipo de terapias. Incluso en mi

último año de secundario empecé a aplicarme todas las

semanas unas inyecciones para la alergia. Las

inyecciones me las tenía que aplicar yo mismo. Odiaba

tener que hacer eso. No le tenía miedo a las agujas, pero

me desagradaba la sensación, la picazón y la inflamación

de la piel. No era nada natural lo que estaba haciendo.

Siempre tenía alguna excusa para no aplicarme la

inyección. Algunas veces me “olvidaba”. Otras veces

prometía hacerlo a la mañana siguiente con más tiempo.

Otras tantas veces mentía y juraba que ya me las había

aplicado. Cuando fui en aquella ocasión al curso me pregunta-

ron si tenía algún problema de salud y si tomaba alguna

medicación. Yo les expliqué lo de mi asma. La

instructora de ese curso me miró y con una gran sonrisa

me dijo que nunca más iba a tener que volver a usar el

inhalador. Y así fue. Terminamos el curso con José y

nunca más volví a tomar ninguna medicación para el

asma.

160

Page 152: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Al principio guardé el inhalador por las dudas. Pero

después de algunos meses lo tiré. No volví a ir a un con-

sultorio por mis bronquios desde entonces.

Empecé a sentirme mucho más cómodo en la respi-

ración. Era tan aliviadora la sensación de poder respirar

como una persona normal. Sin estornudos, ni mocos, ni inflación, ni sinusitis. Tomé consciencia de lo mal que

había estado respirando hasta entonces. Todo era mucho

más fácil ahora. Toda mi vida era mucho más fácil. Dor-mía mucho mejor, corría mucho más, me enfermaba mu-

cho menos. Es como cuando una persona con sobrepeso

empieza a bajar algunos kilos. Se empieza a dar cuenta de todo el peso que había cargado toda su vida. Toma

consciencia de lo difícil que era convivir con ese sobre

peso. Y al bajar unos kilos se siente tan liviano. Toda la

vida toma otro sabor. Pasar de levantarte todos los días con la nariz tapada

y con sinusitis a despertarte todos los días sintiendo el

aire matinal, es un cambio radical en la vida de cualquier

persona. Transforma radicalmente tu día. Eleva en la per-

petuidad tu calidad de vida. A partir de este cambio radical en mi vida también

comencé a tomar un interés muy grande sobre la medita-

ción. Sentía mucha curiosidad. José empezó a prestarme

muchos libros y juntos íbamos a meditaciones. Me

parecía una herramienta de un poder inconmensurable.

Andi y el curso. Cuando Andi me comentó su iniciativa, por hacer

este curso no dude en acompañarlo. Yo me había sentido

muy bien cuando José me había acompañado y ahora

sentía que podía hacer lo mismo por él. También tenía

muchas ganas de volver a meditar. Seguramente me

ayudaría en este ejercicio de mirar hacia adentro. Sentía

que lo tenía que hacer.

161

Page 153: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

El cursó se dictaba en una sede a un par de cuadras

de nuestro departamento. Yo ya la conocía. Había ido

varias veces con anterioridad. Asique nos inscribimos al

curso y nos preparamos para compartir juntos la expe-

riencia. Cuando nos presentamos con Andi el primer día

del curso nos abrieron la puerta con una gran sonrisa. Ese

recibimiento fue muy refrescante. Yo estaba muy

cansado. Había tenido un día muy largo. Estaba más para

ir a comer algo que para empezar un curso con gente que

no conocía. Subimos las escaleras y fuimos a dejar los

abrigos y las zapatillas en el cuarto de la ropa. Una vez

descalzos nos dirigimos al cuarto donde se tomaba el

curso. El salón era muy cómodo. Parecía un salón donde

se ensayaban coreografías de baile. Los pisos eran de

madera plastificada. Las paredes blancas y había, contra

la pared, un pequeño sillón blanco. Todo parecía muy

limpio. Como si estuviera recién lavado.

Lo primero que vi al entrar fue un equipo de música

al lado del sillón blanco. Había un parlante grande y un

micrófono. En el otro extremo de la sala había un montón

de almohadones, sillitas para apoyar la espalda en el

suelo y un montón de colchonetas individuales como para

hacer gimnasia arriba de ellas. Ya había gente adentro. Había música sonando y dos

chicas bailando.

Las saludamos y empezamos a charlar. De a poco

fue llegando más gente. Todos fueron muy puntuales.

Cuando ya no faltaba nadie, una de las chicas que

habíamos encontrado bailando y otra más se sentaron en

el sillón y nos invitaron a sentarnos en las sillitas. Éramos

siete personas tomando el curso. Y uno a uno nos fuimos

presentando. Lo primero que hicimos fue aprendernos los

nombres de todos con un juego. Desde ese momento

hasta que me fui no pensé en otra cosa más que en lo que

estaba compartiendo con esas personas.

162

Page 154: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Al final de ese primer día me despedí de todos con sus

respectivos nombres. Por el lado de las chicas estaban

Agus y Janine. Al día siguiente otra chica más se unió al

grupo. Josefina llegó al grupo para completar el número

de ocho integrantes. Por el lado de los chicos estábamos

Pablito, Rubén, Damián, Andi y yo. Y las actoras

principales de la historia, las instructoras del curso Meri y

Flor. Ese primer día hicimos un poco de yoga y yo estaba

de jeans. Había estado un poco incómodo pero me había

encantado el ejercicio. Flor nos había enseñado a hacer el

“saludo al sol”. De ahí en adelante nos esperaban muchos saludos al sol en grandes dosis. Ya para el día siguiente

fui preparado con la ropa más cómoda que tenía para

poder hacer cada movimiento en mi máxima elongación.

Me hacía sentir muy bien transpirar en ese ambiente tan alegre. Era como si mi cuerpo pidiera a gritos que me

deshaga de todas las toxinas que pudiera. El aire que se

respiraba en el curso era esterilizante. Estábamos en un ambiente muy puro.

El yoga no era lo único que nos hacía despertar. Con

el correr de los días empezamos a conocernos a nosotros

mismos en situaciones nuevas. Nos dejábamos

sorprender por nuestras reacciones. Y también

empezamos a vernos reflejados en los demás. Muy

pronto empecé a conocer al resto de las personas de una

forma que no daba rodeos. Era una autopista sin peajes.

Empecé a conocerlos de corazón a corazón. Sus intereses,

sus preocupaciones, sus miedos. Lo que los hacía feliz y

lo que les molestaba profundamente. Simultáneamente

todos veían lo mismo en mí y yo podía ver como ellos me

descubrían. Lo veía en sus ojos.

163

Page 155: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Al mismo tiempo me veía en sus propias vidas. Al

final y al cabo no teníamos vidas tan diferentes. Pasamos

cinco días increíbles. Cada uno había sentido muchas

sensaciones. La energía desbordaba de todos nosotros.

Las sonrisas se regalaban espontáneamente. Había

ocurrido una transformación en cada uno de nosotros.

Todos los días me despertaba con ganas de volver a ver a

los chicos del curso. Con ganas de compartir lo que me

estaba pasando. Me sentía muy feliz. Y también veía un cambio en Andi.

Empezamos a despertarnos más temprano por la

mañana, con música, con ganas de llevarnos la vida por

delante. Nuestro espíritu explotaba de nuestro pecho. Ese

entusiasmo, esa repentina sensación de querer vivir, no

era consecuencia de una etapa de nuestra vida sin

problemas. Era resultado de esta nueva fortaleza que

estábamos desarrollando dentro nuestro.

Siempre se sobrevienen sobresaltos. Pero la alegría

que estábamos experimentando era tan grande que nada

la podía tirar abajo. Provenía de una fuente renovable de

bienestar. Una fuente que se escondía en nuestro interior

y que estábamos empezando a descubrir. Una tarde volvimos a nuestra casa y teníamos una

llamada perdida en Skype de Fede. Le devolvimos la lla-

mada pero no nos atendía. Llamamos al celular de Maru,

su esposa, pero tampoco atendía. Todo me resultaba muy

extraño. Fede siempre nos devolvía las llamadas al

instante. De repente sonó el teléfono de Andi y él

atendió. Era nuestra mamá. Tenía algunas novedades. No

eran buenas noticias. Se notaba en su voz. A Maru le

habían hecho un estudio correspondiente a su sexto mes

de embarazo. Los primeros resultados no habían sido

nada buenos. Pude ver como en cámara lenta la sonrisa

de Andi se borraba lentamente de su rostro.

164

Page 156: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Desde el preciso momento en que Fede me había

contado que Maru estaba embarazada y que iba a ser tío,

lo único que quería en la vida era que ese bebito naciera

sano. Para mí era como si todo lo demás no importara.

Simplemente quería ver a ese bebe bien y quererlo

mucho. Andi trató de tranquilizar a nuestra mamá que estaba

bastante alterada.

“Son solo probabilidades”. “Las probabilidades son

tan solo probabilidades. Podes tener un 95% de

probabilidad y que no ocurra”.

Hasta que el bebé naciera no había ninguna certeza

de nada. Lo decía con seguridad pero su voz temblaba un

poco. Era muy difícil evitar que la noticia nos afectara.

Pero había algo dentro mío que me decía que todo iba a

estar bien. Yo no sabía bien como expresarlo. Entonces

llegó un mail de José que tradujo exactamente lo que

estaba sintiendo.

“Al final siempre todo es para bien. Y si no lo es, es

porque el final todavía no llegó”.

La angustia y el optimismo empezaron a

balancearse. Lo más importante era estar con Fede y

Maru. Acompañarlos. Asique decidimos con Andi

dedicar una hora entera a hacer algo que ponga toda

nuestra atención en nuestras buenas intenciones sobre la

noticia que acabábamos de recibir. Yo me puse a hacer

yoga. Andi se puso a planchar. Cuando los dos

terminamos agarré la guitarra y cantamos una canción

juntos. Durante toda una hora los tuvimos presentes a

Fede, a Maru y a la bebita en nuestra intención. Ese día fui al curso en silencio. Hicimos un montón

de actividades y procesos. Todos comentaban, todos

intervenían, pero yo estaba muy callado. Estaba muy

reservado. No sentía la agitación de otros días a la hora

de participar.

Page 157: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

165

Page 158: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Era consciente de que no podía seguir así. Tenía que

levantar el espíritu. Pero era algo ajeno a mí. Estaba sin

energía. Todos me notaban diferente. No podía disimular

que había algo que me preocupaba. No tenía la chispa de

siempre. Esa espontanea felicidad que me caracterizaba.

Esa energía de vida tan mía. Me sentía estático, sin

dinámica. Cuando terminamos todas las actividades todos se

pararon para ir al cuarto de la ropa, cambiarse e irse. Pero

yo me quedé atrás haciendo un esfuerzo para ponerme de

pie. Delante de todos Flor me llamó, me miró a los ojos y

me preguntó si me quería sentar con Meri y ella para

charlar un poco. Las dos estaban sentadas en el sillón

blanco. Mientras el resto del grupo siguió su camino, yo

me paré y me senté en el medio de las dos. Me hundí en

el sillón y descubrí que realmente era muy cómodo. Flor

pasó su brazo por detrás de mi cabeza y empezamos a

hablar de mi día. En ese instante algo en mi cambió. La

naturalidad, el cariño. Era como si pudiera sentir una

vibración en el abrazo. Ellas vibraban de energía de vida.

Y me la estaban transmitiendo. No recuerdo de qué

terminamos hablando. Lo único que recuerdo es que

cuando me levanté del sillón ya no tenía más el peso de

mi angustia. Me levanté con una sonrisa de oreja a oreja.

Mi espíritu vibraba de nuevo. Lo habían logrado

despertar. Cuando volvía con Andi a mi casa caminando no

dejaba de sonreír. El abrazo de las chicas me seguía

acompañando. Volvía a sentir que todo iba a salir bien.

Volvía a recordar que todo era para bien. Al día siguiente nos presentamos con Andi al último

día de curso. Había cierta emoción en el ambiente. Todos

llegamos con tiempo de sobra. Todos queríamos empezar

antes y terminar más tarde. Fue un día lleno de intensi-

166

Page 159: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

dad. Hicimos más yoga que lo habitual. El ambiente era

maravilloso. Las luces estaban bajas. Cada uno se paró en el extremo de su colchoneta. La música empezó a sonar

por los parlantes. Y todos al mismo tiempo empezamos a movernos sincronizadamente. Todos los brazos se

elevaban al cielo simultáneamente. Luego bajaban junto con todo el cuerpo hasta tocar el suelo.

Empezamos a hacer un saludo al sol tras otro.

Íbamos contando en ronda. Cada uno tenía que contar

tres saludos al sol completos. Cuando llegó mi turno de

contar el sudor corría por mi rostro y por mi cuerpo. Mis

cervicales, mi cintura, todo mi cuerpo estaban bien

elongados. Cada una de mis vertebras estaba alineada en

su posición. Mis hombros y mi cuello se movían sin

ninguna tensión. Mi cuerpo se relajaba más y alcanzaba

una mayor elongación al mismo tiempo. Estaba

disfrutando del momento. De la elongación. De mi

respiración. No tenía ningún dolor ni tampoco ninguna

molestia. Me sentía cada vez más flexible. Más flexible

en el cuerpo y en la mente. Mis pensamientos estaban

con la secuencia de movimientos, con la música, con el

resto del grupo. Terminé de guiar los tres saludos al sol que me

correspondían y siguió el turno del siguiente. Cuando

terminó la ronda y ya todos habían guiado sus saludos al

sol continuó Flor y le dio intensidad a los últimos

movimientos. Flor hacía todos los movimientos con los

ojos cerrados. Era re lindo verla moverse con tanta

gracia, intensidad y naturalidad al mismo tiempo. Mucho

más lindo era cerrar los ojos y sentir la presencia de

todos. Cuando terminamos con el yoga nos sentamos cada

uno en su sillita en el suelo y nos dispusimos a hacer los

ejercicios de respiración y a hacer la última meditación

del curso.

167

Page 160: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Después de haber respirado mi mente estaba muy

serena. Cuando Flor nos dijo que nos podíamos recostar

en el suelo boca arriba, con suavidad me recliné hacia

atrás, apoyé la espalda en el suelo y dejé mi sillita en un

costado manteniendo los ojos cerrados. Apoyé mi espalda

en el suelo y dejé que todo mi cuerpo se relajara

completamente contra el suelo. Rápidamente sentí que

alguien me tapaba con una frazada. Sonreí y volví a

sentirme abrazado. Flor nos dijo que inhalemos y

exhalemos y yo me dejé ir con su voz. La vibración del

sonido lentamente se iba apagando y yo me apagaba con

él. No sé cuánto tiempo estuve en ese estado.

Hasta que de un momento a otro todo lo que veía

dentro mío era verde.

Había un horizonte infinito de pasto verde. Una

pradera que lo abarcaba todo. Sin edificios, sin árboles.

Tan solo pasto. Y si buscabas el final no lo encontrabas.

La pradera no terminaba nunca. Había también mucha

luz. La temperatura era perfecta. La suavidad del pasto

era increíble. La belleza del lugar paradisíaca. Por un

momento pensé que el tiempo se había detenido para

siempre. Sentía los sonidos en el ambiente. Sonidos de la

naturaleza. El cielo producía un sonido. El sol producía

otro sonido. La tierra producía su propio sonido también.

Podía escuchar el sonido universal. Toda mi atención

estaba en estar en ese lugar. En descubrir cada rincón.

Hasta que Agus, mi compañera del curso, apareció en la

escena.

No tenía la ropa que había llevado al curso sino que

estaba vestida con un vestido blanco. El color más blanco

que vi en mi vida. Ella tenía la piel brillante. Su pelo

rubio suelto y largo. Su sonrisa tan hermosa. Podía ver

cada movimiento que hacía. Y Agus se movía con gracia

en la pradera. Descalza sobre el pasto se reía a

carcajadas. Estaba eufórica.

168

Page 161: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Daba vueltas con los brazos en el aire. Hasta que se

desplomó sobre el colchón de pasto.

Era como si yo pudiera sentir lo que estaba sintiendo

ella en ese preciso instante. Como si estuviéramos

conectados. Cómo si yo estuviera sintiendo a través de

ella. Como si fuéramos uno. Tanta felicidad. Explotaba de felicidad. Era algo de-

masiado grande. De repente me empezó a inundar. No

estaba seguro de poder aguantar tanta alegría. Su

mudanza había salido bien, había conocido a alguien,

estaban enamorados. Completamente enamorados. Ella

no pedía otra cosa en el mundo. Era completamente feliz.

Felicidad absoluta. Era absoluta satisfacción. Todo el

ambiente estaba lleno de dicha. De repente alguien más entró en la escena. Y mi

mente pasó a enfocarse en esa figura.

Rubén, mi otro compañero del curso, apareció de la

nada con una guitarra y con sus hijos. Con pasos

solemnes avanzaba. Era una persona grande, pero con

vitalidad. Llevaba consigo tanta tranquilidad en sus

expresiones. Nuevamente fue como si me transportara

dentro del cuerpo de Rubén y pudiera sentir todo lo que

estaba sintiendo. Ahora me invadían sensaciones

diferentes. Finalmente había podido completar el

“círculo” del que tanto hablaba. Un círculo que hasta

entonces no cerraba pero que finalmente se había

completado. Su divorcio ya había quedado atrás. No

necesitaba estar casado para ser feliz con sus hijos. Se

sentía completo. Sus padres que habían completado el

círculo después de toda una vida de casados estaban muy

orgullosos de él. Se sentía emocionado. La emoción de

un padre que siente el calor de sus hijos. Lo había

logrado. Estaba totalmente conmovido. Completamente

llenó de emoción.

169

Page 162: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Yo lo sentía vívidamente. Una emoción sin fronteras.

Que lo abarcó todo. Incluso abarcó la felicidad que hasta

segundos antes había ocurrido tan intensamente. Una

emoción que ahora inundaba toda la escena. Pero la escena continuó. Uno a uno fueron

apareciendo todos los chicos del curso. Andi, Josefina,

Jani, Pablito, Damo, Flor y Meri. Todos aparecían

realizados en sus vidas. Con una luz alrededor de sus

cuerpos. Brillantes, sin preocupaciones, sin miedos.

Todos felices. Completamente felices. No deseaban nada.

Explotaban de una infinita felicidad. Una energía muy

especial. Cada uno se fue fundiendo en esa pradera. Y la

energía iba creciendo. Y fluía entre todos nosotros. Todos

estábamos conectados. Todos éramos uno. Podía sentir

las emociones de cada uno. Estuve en el lugar de cada

uno. Conectándome a medida que aparecían en la escena.

Flor apareció jugando en el pasto, Andi apareció leyendo

a la luz del sol. Al final todos estaban ahí. Regalando

sonrisas. En paz. Yo lo podía observar como abstraído de

la escena. Pero al mismo tiempo los percibía desde

adentro. Era una sensación contradictoria. Era como si

estuviera adentro y afuera de la escena al mismo tiempo.

Me empezaba a marear en esa ola de sensaciones. Si bien

estaba relajado, había algo de rigidez que impedía

dejarme llevar completamente. Esa rigidez me mareaba.

Me desorientaba. Estaba en contacto con todas esas sensaciones

cuando de un momento a otro lo vi a mi hermano Fede

entrar en la pradera. A lo lejos, avanzaba lentamente.

Estaba trayendo a alguien de la mano. Venía caminando

muy lentamente. Con pasos muy lentos. Pasos muy

cuidadosos. Al lado suyo estaba Maru que traía algo en

sus brazos. Era un bebé.

170

Page 163: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

El bebé más hermoso que vi en mi vida.

Me dejé llevar aún más profundo. Solté lo que me

estaba atando y me fundí dentro de ese bebé. Nos hici-

mos uno. En ese momento todo se volvió tan puro. Sentí un amor inconmensurable. Desbordaba toda la escena.

Desbordaba todo el espacio. Desbordaba toda la existen-

cia. Desde las partículas más pequeñas ya se desbordaba

el amor. Hasta los horizontes más bastos. Desde lo más pequeño a lo más grande. En todas las dimensiones. En

todos los ángulos. Era algo incontenible. Incontenible en

mi imaginación. Incontenible en mi pequeñita mente. Sentí mucha felicidad. Amor por sus padres. Ganas de

vivir. Curiosidad. Por los colores, por las formas. Por el

cielo. Curiosidad y agradecimiento. Y también sentí salud.

En ese momento sentí que la emoción era más fuerte

que mí mismo. Ya no estaba más en la piel del bebé.

Toda esa alegría me había sobrepasado. Algo se estaba

derrumbando. Algo dentro mío. Se estaban derrumbando

pilares de angustia. Todo porque había sentido la salud.

Eso era todo lo que más anhelaba en mi vida. Que el bebé

tuviera salud. Y la sentí. También sentí la urgencia de encontrarme en esa

escena. Estaba desesperado. Tenía que encontrarme y

decirme a viva vos lo que había visto. No aguantaba un

segundo más sin poder comunicarme la buena noticia.

Pero no me encontraba allí. Estaban todos menos yo.

Busqué por todo lados y mi rostro no aparecía. Todos

sonreían. Todos se divertían. Todos celebraban la salud

de la recién nacida. Pero yo no me encontraba por ningún

lado. Ya había recorrido todo el escenario de felicidad.

Corpóreamente no aparecía por ningún lado. Estaban

todos y ahora todos sonreían en la misma dirección.

171

Page 164: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Todos miraban para el mismo lado. Todos querían

presenciar lo que estaba por llegar. Porque

definitivamente algo estaba por ocurrir, de eso no había

dudas. Nadie quería perdérselo. En simultáneo empecé a sentir un cosquilleo. Había

algo que no estaba bien. Si yo no estaba ahí como era que

podía sentir un cosquilleo en el estómago.

Todas las imágenes tomaron una claridad y una ni-

tidez que nunca había experimentado. Era como si toda la

escena estuviera en alta definición. Las imágenes y las

sensaciones. En ese instante de claridad absoluta me di

cuenta que mi felicidad no iba a aparecer corpóreamente

en ningún lado. No iba a poder encontrar nunca una

representación relativa a una condición física que

equivalga a mi felicidad. Mi felicidad estaba en la

intensidad del momento que estaba viviendo en ese

preciso instante. Mi felicidad estaba en la intensidad del

momento. Mi felicidad estaba en esa meditación. Mi

felicidad estaba en esas sensaciones. No iba a aparecer en la escena de la felicidad. Porque

la escena era mi felicidad.

No iba a aparecer en la escena de felicidad. Porque

mi felicidad estaba en ese instante.

Suena como un acertijo. Pero sin lugar a dudas tenía

solución.

Cuando volví a abrir los ojos no podía contener el

cosquilleo de mi panza. De vuelta estaba en el suelo con

todo mi cuerpo recostado. Tenía unas ganas incontenibles

de reírme. Miré a los costados y todos habían abierto los

ojos hacía rato. Estaban sentados en dos filas enfrentados

despidiéndose uno a uno. Me paré y me senté enfrente de

172

Page 165: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Agus que había quedado sin pareja. Se escuchaba una

música muy tranquila. Todo estaba muy tranquilo.

La miré a los ojos y volvió a mi mente su imagen en

el campo verde. Con su vestido blanco y su eufórica

alegría. Ella no lo sabía pero yo sí. Lo que le esperaba era

pura felicidad. Finalmente no lo pude contener y empecé

a reírme. A reírme de la cara de felicidad de Agus en mi

meditación. Me estaba riendo con todo mi cuerpo. Cada

célula de mi cuerpo se estaba riendo. Porque yo lo había

visto. Lo había sentido. Esa felicidad absoluta. Había

ocurrido en mí y ahora la volvía a sentir. Agus al

comienzo se sorprendió. Pero al instante siguiente

empezó a reírse también. Estábamos los dos

completamente tentados. No había forma de frenarlo.

Asique le di un abrazo tratando de contener la risa que

salía por dentro mío y le agradecí. Flor nos indicó que mi fila rotara un lugar hacia la

izquierda y pasé a tener delante mío a Rubén. Lo miré a los ojos intensamente. Pero ahora fue otra imagen la que

se me vino a la cabeza. La emoción. La emoción de Rubén de haber cumplido con su propósito más valioso.

Cultivar el amor de sus hijos. Ya no sentía ganas de reírme. Seguía sintiendo un cosquilleo dentro mío. Una

vibración. Pero estaba vez no eran ganas de reír. Era emoción. De ahora en adelante lo que le esperaba en su

camino era felicidad y emoción. Me sentí muy conmovido. Y él lo vio a través de mis ojos y empezó a llorar. Yo tampoco lo pude contener por mucho tiempo y

algunas lágrimas empezaron a caer. Pero eran lágrimas dulces. Lágrimas de felicidad. Nos dimos un fuerte

abrazo y le agradecí. Entonces todos nos paramos. Mi cuerpo seguía vi-brando

por dentro. Nos fuimos todos juntos a ver un video antes

de irnos, comimos algo y una hora más tarde cada uno

estaba de regreso en su casa.

173

Page 166: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Me sentía muy agradecido por lo que me había pasa-

do. Acababa de vivir un “instante extraordinario”. Algo

totalmente surrealista. Me resultaba muy difícil de

explicar con palabras. Aunque tampoco quería

compartirlo con nadie. Los secretos que guardamos

dentro nuestro se hacen cada vez más grandes. Si es un

secreto que nos avergüenza, cuanto más tiempo lo

guardamos dentro más grande se vuelve. Y a medida que

pasa el tiempo más difícil nos resulta soltarlo. Mientras

que los secretos que nos dan alegría cuanto más tiempo lo

guardamos se vuelven más grandes y más fuertes. Hasta

que son lo suficientemente fuertes como para que los

podamos compartir. Y en ese momento nos inundan de

felicidad. Decidí que no iba a compartir lo que me acababa de

ocurrir. Decidí guardarlo como un secreto sagrado. Tal

como me había explicado Flor. Para cultivarlo en mi in-

terior, conservarlo, cuidarlo y darle fuerza. Para que al

compartirlo tuviera la fuerza para soportar las opiniones

de los demás. Había algo que se había despertado en mí. Algo que

necesitaba compartir con todo el mundo. Era mi secreto

sagrado. Que se hizo cada vez más fuerte. Y ahora lo

comparto con ustedes. Este libro es mi secreto sagrado.

Espero que crezca dentro de ustedes como creció

dentro de mí. Cuídenlo con mucho amor y se va a hacer

cada vez más grande. Dejen que ocurra dentro de ustedes.

Dejemos que despierte en nosotros la sinceridad. Que

despierte en nosotros el entusiasmo por la vida, la

inocencia por aprender.

174

Page 167: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Que despierte en nosotros el afán por trascender en la

vida.

Que despierte en nosotros la inspiración.

La inspiración para vivir una vida llena de colores.

La inspiración para poder conectar con nuestro ser.

La inspiración para reconocer nuestra naturaleza.

La inspiración para ser el artista de nuestra vida.

La inspiración para experimentar el cambio.

La inspiración para crear una obra maestra. Pero por sobre todo la inspiración para poder recono-

cer que la felicidad está adentro nuestro.

Es importante que nos despertemos. Que salgamos

de nuestra inmutabilidad. Abramos los ojos y apreciemos

la complejidad de la naturaleza. Seamos buscadores de la

felicidad. Dentro de cada uno de nosotros hay una

pradera verde. Una fuente. Desde ese lugar podés

conectarte con todas las personas. Podés hacerte uno con

todos. Reencontrémonos con esa fuente. Yo lo hice a

través de la meditación. No importa como lo hagas pero

no nos olvidemos que la pradera está ahí. Un espacio de

pasto verde en donde podemos reencontrarnos. A partir

del cual podemos ser uno. Hay cosas maravillosas dando vueltas por el

universo. Solamente nos tenemos que inspirar. Solamente

nos tenemos que conectar con la fuente.

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Page 168: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

CAPÍTULO DIEZ DE CORAZÓN A CORAZÓN

Cuando uno es niño todo es mucho más natural. A

uno le vienen las emociones y las transmite así como vie-

nen sin distorsiones.

Cuando uno atraviesa la preinfancia y está dando sus

primeros pasos no hay inhibiciones. Simplemente las

emociones bajan y se transmiten. Es muy simple. Los

niños no se complican. Los niños actúan por impulsos.

Lo lindo de esos impulsos es que muchos reflejan la

esencia misma de la persona. Surgen de lo más profundo

del ser. Eso es parte de la inocencia de un niño. No hay

premeditación. No hay intelecto. No hay culpa. Solo

sencillez. Solo impulsos. Solo el Ser. Esa esencia, ese “ser” es nuestra mayor fuente de

inspiración.

Cuando cumplí tres años mis padres me enviaron a

asistir a un jardín de infantes llamado “Los Manantiales”.

El jardín de infantes era un pequeño edificio rodeado de

naturaleza en una zona particularmente alejada de la

ciudad. Tenía arboles por todos lados. Con flores, tierra,

piedras. Asistir al jardín era estar en contacto con la natu-

raleza misma. De eso se trataba el jardín de infantes. Era

un jardín muy sencillo. Muy familiar. Sin muchos

recursos. Pero tenía tanta abundancia en espíritu. Nos

enseñaban a cuidar la tierra, las plantas. A creer en tus

sueños. Mis hermanos iban al colegio “Los Manantiales”. Yo

iba al jardín a la tarde y ellos iban al colegio a la mañana.

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Page 169: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Durante todo el tiempo que viví en Tandil estuvo pegado

en la puerta de nuestro guardarropas, un presente que le

habían regalado a Fede en “Los manantiales”. Puede

parecer algo pequeño pero para mí tuvo un impacto muy

grande. Era un poster de un mundo redondo y grande. El

poster en su interior tenía escritas las siguientes palabras. “El mundo es demasiado pequeño para tus sueños”.

Durante muchos años todas las noches me iba a

dormir viendo ese poster. Y todas las mañanas que iba a

buscar la ropa para vestirme lo miraba. Y de alguna

forma algo tan pequeño hizo un cambio grande en mí.

Dejó una impresión, una huella en mi consciencia. Luego de varios años volví a encontrarme con una

compañera del jardín de Los Manantiales. Si bien éramos

muy chiquitos cuando habíamos compartido el jardín ella

se acordaba de mí. Y su madre también. Mi madre

también se acordaba de ella. Mi compañera me contó que

tenía un video del jardín en donde yo aparecía. Un video

muy gracioso. Un video que había filmado su madre

durante una clase de nuestra salita de tres añitos. Cuando yo era chico no había mucha tecnología. No

todas las familias tenían una cámara filmadora. Mi

familia no tenía una. Y yo nunca había visto un video

mío de niño. Me encantó la idea de juntarnos a ver el

video. Me quería ver a mi mismo con tres años. Tan solo

había visto fotos mías. Un video era algo más real. Podría

escuchar mi voz, observar mis gestos, reconocer mis

movimientos. Entonces nos pusimos de acuerdo y una

tarde nos juntamos en su casa. Tomamos la merienda y

miramos el video. Yo no lo podía creer. Estaba fascinado. Verme ahí

con tres años de edad. Era una sensación tan linda.

Reconocerme en esa personita que daba vueltas y

cantaba, mientras saltaba.

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Page 170: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Iba y venía de un lado a otro. Corriendo y jugando. Era

algo muy inspirador. Pude reconocer ese niño del video

en mi persona.

Pero había una parte del video que mi amiga me que-

ría mostrar particularmente. Una parte del video que ya

había visto varias veces y le causaba mucha gracia. Ella

estaba de novia con mi amigo Rama y se lo había

mostrado también. Incluso lo habían visto con varios

amigos míos más. A todos les había resultado un

momento muy gracioso. Todos se habían matado de risa. Entonces puso esa parte del video. Y nos quedamos

mirando en silencio.

Estábamos todos sentados en el suelo en una ronda

alrededor de la maestra. Todos mirábamos atentos a la se-

ñorita mientras nos hablaba con dulzura. Estábamos

aprendiendo algunas palabras en inglés. La seño nos

mostraba un objeto y si alguien sabía de qué color era lo

gritaba. Y así íbamos aprendiendo todos juntos. De

pronto me reconocí en la escena sentado en un costado de

la ronda. Tenía mi cara apoyada sobre un brazo y estaba

un poco aburrido. La maestra empezó a señalar algunos objetos de la

sala para que digamos los colores en inglés. Empezó a

señalando un piso de madera marrón y todos gritaron

“¡Brown!”. Y ella pegó un grito de entusiasmo y

continuó señalando a su remera verde. Todos gritaron al

unísono “¡Green!”. Y ella volvió a aplaudir. Yo hasta ese momento permanecía sentado en silen-

cio. Mirando todo lo que estaba pasando. Distraído pero

escuchando al mismo tiempo. Hasta que al tercer intento

la maestra señalo una cartulina amarilla que estaba

pegada en la pared. Nadie respondió. Todos se

empezaron a mirar. Hasta que una chica de trenzas casi

dando un saltito gritó“¡Black!”.

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Page 171: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Pasaron varios segundos en donde todos esperaron en

silencio. La maestra no la corrigió, sino que esperó a que

alguien más interviniera. En ese momento, desde el fondo

de la ronda levanté la mano y me paré. Grité con

autoridad. Con total naturalidad. Sin premeditar. Algo tan

inocente., pero a la vez con un tono autoritario. “¡No!

¡It’s yellow!”. Lo grité con enojo. Pero con un enojo de

quién quiere corregir, no lastimar. En ese momento con mi amiga nos empezamos a

estallar de risa. La escena era tan graciosa. El tono de voz

que había usado. Como había levantado la mano. Como

me había puesto de pie. La cara de la señorita. Todo era

muy gracioso. Al momento en que observaba esta anécdota del

jardín me acordé de otra anécdota que manifestaba mi

esencia. Tenía siete años. Mi madre quería cocinar dulce de

leche casero. Ella había puesto una olla enorme de leche

al fuego y le había agregado mucha azúcar. Entonces me

asignó a mí la tarea de batir la leche junto con el azúcar.

Era simple hacer dulce de leche. Se mezclaba el azúcar

con la leche y después de mucho batir a fuego lento el

dulce ya estaba listo. Muy simple. Pero hasta que se

formará el dulce de leche iba a pasar al menos una hora y

si no lo batía bien el dulce de leche se iba a quemar. Iba a

tener que pasar un buen tiempo batiendo constantemente

lo cuál para mí era una tarea sumamente aburrida. Yo lo

menos que quería hacer era pasarme toda la mañana

parado en la cocina batiendo como un poste. Tenía que

encontrar alguna manera de poder evitar hacer la tarea sin

ser descubierto. Mi mamá subió a su cuarto a bañarse y

arreglarse para salir a almorzar con sus amigas. Por lo

tanto tenía tiempo de sobra para pensar en algo. Asique

lo que hice fue ir a mi cajón de los juguetes y del fondo

del cajón saqué una lata verde que parecía de caramelos.

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Page 172: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

La llevé a la cocina y la abrí. Dentro de la caja había

canicas de todos los tipos y tamaños. Había canicas

verdes. Había canicas blancas, que con Andi las

llamábamos “canicas lecheras”. Había algunas que nos

recordaban a la vía láctea. También había mini canicas.

Eran canicas de tamaño menor. Y también había canicas

grandes que las llamábamos bolillones. Todas las canicas

eran de vidrio. Asique seleccioné de entre todas las

canicas varios bolillones. Agarré todos los bolillones que

había. Solo los bolillones. Eran ocho bolillones de vidrio.

Cada uno del tamaño de un chupetín redondo. Entonces

los puse debajo del agua de la cocina y los lavé. Después

de secarlos cuidadosamente, uno a uno los fui metiendo

en la olla de leche y azúcar que estaba al fuego. Me

quedé un minuto verificando que todo estaba bien y me

fui a patinar con mis rollers al garaje. Cuando mi mamá bajó las escaleras veinte minutos

más tarde y me vio con los rollers puestos patinando en el

living casi se muere del espanto. No solo que estaba

rayando todo el piso del living que recién había limpiado,

sino que no estaba batiendo el dulce de leche.

Seguramente se había quemado todo. Empezó a gritarme

al mismo tiempo que me agarró y me arrastró a la cocina.

Yo trataba de explicarle pero ella estaba muy nerviosa

como para escuchar. Estaba atenta por si sentía olor a

quemado. Pero para sorpresa de ella, cuando entró a la cocina

el dulce de leche estaba listo.

Dentro de la olla la leche había tomado un color ma-

rrón y emanaba un perfume exquisito. Ella no lo

entendía. Como había pasado. Ella me había dado

instrucciones exactas de lo que tenía que hacer y yo me

había ido a patinar con los rollers al living.

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Page 173: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Se quedó mirándome esperando una explicación

convincente.

Entonces yo agarré una cuchara de madera y la metí

en la olla. Y después de revolver un poco, cuando la

saqué tenía un bolillón adentro. Le expliqué a mi mamá

que el bolillón era de vidrio y que como era redondo con

el calor iba a girar. Como cuando giraba en el suelo.

Entonces lo que había hecho había sido meter todos los

bolillones que tenía para que giraran adentro de la leche.

Al calentarse a fuego lento el calor iba a hacer que los

bolillones girasen. Y como giraban rápido la leche se iba

a mezclar sola. Sin necesidad de que yo lo tuviera que

hacer. No sabía muy bien que era lo que estaba diciendo.

Pero sin embargo lo estaba dejando salir. Estaba

totalmente seguro que así funcionaba. Cuando lo hice

tampoco lo había tenido que pensar demasiado. Sabía que

funcionaba así. Solo tenía que hacerlo. Yo me había asegurado cuando los había metido por primera vez. Me

había quedado un minuto mirando como los bolillones

empezaban a girar al calentarse. Y sabía que el dulce de

leche se iba a hacer solo. Mi mamá escuchaba, sin dar

crédito a lo que estaba escuchando. Sin dar crédito al dulce de leche que estaba perfec-

tamente hecho frente a sus ojos. Totalmente uniforme sin

grumos ni quemaduras.

Mas recuerdos.

El último recuerdo que se imprime en mi mente

cuando transcurro esta secuencia de mi infancia es el

momento en que leí una carta que nos escribió nuestra

maestra del jardín al finalizar la salita de cinco añitos. Cuando nos egresamos del jardín para empezar el

primer año de la escuela primaria hubo una pequeña

ceremonia de graduación. Y en la despedida nuestra

señorita, nos obsequió a cada uno una carta de despedida.

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Page 174: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Escrita por ella misma, personalmente para cada uno. La

carta estaba escrita como para que un niño de cinco años

la pudiera entender. Con palabras sencillas. Con adjetivos

simples. Y describía la evolución de cada uno a lo largo

del año. Era una carta muy emocionante porque estaba

dirigida a mi niño interior de cinco años. Resaltaba que

era un niño muy alegre. Que me gustaba correr y cantar.

Que a lo largo del año había hecho muchos amiguitos. Y

que siempre estaba dispuesto a compartir la comida y los

juguetes. Pero en la carta hubo algo que me llamó la atención.

Algo que realmente sentí que describía mi esencia.

En el último párrafo describía algo que yo hacia

todos los días.

Todos los días yo iba al jardín con el delantal bien

puesto.

Con cada botón en el lugar correspondiente. Y al

comenzar las actividades de recreación me sacaba el

delantal y lo dejaba colgado en el perchero. Luego iba

con mis compañeros y los ayudaba a sacarse el delantal y

colgarlo. Al terminar el día sacaba el delantal del

perchero y me lo ponía correctamente. Con cada botón en

el lugar que correspondía. Luego volvía con mis

compañeros. Y si había alguien que se había puesto mal

el delantal yo lo ayudaba. Sacaba los botones que estaban

en lugares equivocados y luego los ponía correctamente

en su lugar. Siempre estaba pendiente de ese detalle. De ayudar a

mis compañeros a ponerse bien el delantal.

De corazón a corazón.

El mensaje de este libro no va dirigido a tu intelecto.

No es un mensaje de mi intelecto al tuyo. La idea de este

libro no es que analices una idea. Que lo conceptualices.

El mensaje de este libro un mensaje que viaja por otro

canal. Un canal más sutil. Un camino más directo. Sin

desvíos. Sin bifurcaciones.

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Page 175: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

El mensaje de este libro viaja de corazón a corazón.

Cuando alguien escribe algo generalmente es para

los demás. Yo no escribí este libro para mí, para volver a

leerlo una y otra vez. Probablemente cuando termine de

escribirlo no lo vuelva a leer. Yo no lo escribí para

atesorarlo. Para tenerlo en mi biblioteca y releerlo todos

los días. Yo lo escribí para sus corazones. Le hablo a otra capa de tu existencia. Por más de que

no lo percibas, el mensaje es una mano invisible que va a

transformar algo en lo más profundo de tu ser. Te puede

despertar o no. Pero algo dentro tuyo se va a transformar.

Como algo dentro mío también se está transformando.

Porque en esta lectura algo muy sutil está ocurriendo.

Aunque no te des cuenta, eso no quiere decir que no esté

ocurriendo. A nivel de tu consciencia algo se está

moviendo. Generalmente creemos que lo percibimos todo. Pero

ocurren tantas cosas de las cuales no somos conscientes.

Pero eso no quiere decir que no estén sucediendo.

Cuando inhalas ocurren millones de cosas dentro

tuyo. En microsegundos. En microsegundos el aire

ingresa a tu cuerpo. A través de la sangre se transporta a

todo el organismo, llega a cada célula. Y en cada célula

produce una respiración celular que libera dióxido de

carbono. Ese dióxido de carbono vuelve a tu sangre. Y

finalmente sale por tu exhalación. Todo esto ocurre en

microsegundos. En el lapso de tiempo entre una

inhalación y una exhalación. No percibimos nada de esto,

pero eso no quiere decir que no esté ocurriendo. Cuando comés un alimento también ocurren

millones de procesos en microsegundos. Te ponés el

alimento en la boca y en el momento en que diste un

mordisco pequeño, el jugo tomó contacto con tu paladar.

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Page 176: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

En ese contacto ocurren millones de cosas en

microsegundos. Se envían señales nerviosas a través del

sistema central. Las señales llegan a tu cerebro, se

procesan y te dicen que la fruta es dulce. Que tiene un

perfume delicioso. Todo ocurre en el lapso de tiempo en

el cual una gota de jugo tomó contacto con tu lengua. En

ese instante se dieron millones de sinapsis a nivel

nervioso. No somos conscientes de todo esto, pero eso no

quiere decir que no esté ocurriendo. Nuestro cuerpo está formado por millones y millo-

nes de unidades de materia llamada átomos. Cada átomo

está formado por neutrones, protones y electrones. Los

protones y neutrones están en un núcleo y los electrones

giran aleatoriamente alrededor. Es decir, que todo nuestro

cuerpo está formado por unidades en movimiento.

Nuestro cuerpo está continuamente vibrando. Toda la

naturaleza está vibrando. ¿Somos conscientes de todas estas cosas?

Que cada instante que vivimos, en realidad son

millones de años a nivel de procesos microcelulares.

No somos conscientes. Porque vivimos nuestra vida

en otra dimensión. No vivimos en contacto con la

dimensión microcelular. Vivimos en contacto con nuestra

dimensión. Que se mide en segundos, minutos, horas,

días y años. Es una cuestión de escala. No podemos

tomar contacto con lo que sucede en microsegundos.

Bajo el mismo argumento tampoco podemos tomar

contacto con la dimensión macro. Tampoco somos

conscientes de que la Tierra se está moviendo

constantemente. No percibimos la rotación del planeta.

Estamos parados sobre una masa planetaria en

movimiento y para nosotros el suelo esta inmóvil. Todo

está inmóvil.

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Page 177: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

JUAN PABLO FILIPPINI

Nosotros vivimos en una dimensión. Estamos en

contacto con una sola dimensión de nuestra existencia.

Pero eso no quiere decir que otras cosas no estén

ocurriendo. Este libro trata de comunicarse por otra

dimensión. Trata de comunicarse de un modo más sutil.

Quizás no lo percibas. Pero eso no quiere decir que no

esté ocurriendo. Con este libro volví a sentirme como me sentía en mi

pre infancia.

Este libro bajó a través mío y lo quiero dejar ir tal

cual llegó a mí. Sin distorsiones. De eso se trata el libro.

Yo lo siento así. Un impulso sin intelecto. De corazón a

corazón. Cómo cuando puse los bolillones en la leche.

No estaba totalmente seguro de lo que estaba haciendo

pero sabía que funcionaba así. De la misma forma me

ocurrió con el libro. Es muy importante que tomemos contacto con esta

sustancia. Que tomemos contacto con nosotros mismos.

Que tomemos contacto con el conocimiento. Que

empecemos la búsqueda. Que despertemos. Puede que las

formas no sean las más adecuadas. Ni que el

conocimiento sea tan puro. Pero hay una frase de un

maestro iluminado que me animó a compartir este secreto

sagrado con ustedes. “Cuando se habla de corazón a corazón aunque se

hablen cosas diferentes hay a pesar de todo un acuerdo”.

Puede que intelectualmente se conceptualice este

libro de diferentes maneras. Pero en la dimensión del

corazón siempre va a haber un acuerdo. A través de este

libro me encontré con mi esencia. Con esa esencia que

hay en mí. Con mi fuente de inspiración. Descubrí en mi

niño interior ese ser que me caracteriza. A partir de este

libro quiero hacer las dos cosas que hacía en mi pre

infancia.

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Page 178: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Quiero enojarme con los que viven su vida sin inten-

sidad. Atrapados en la rutina, viendo los años pasar. A

los que viven postergando la felicidad. A todos las personas que están dormidas. A los que viven una vida

gris les quiero gritar con todas mis fuerzas. “¡No! ¡It’s

yellow!”. La vida es amarilla no es gris. La vida no es gris. La vida es multidimensional y de todos los colores,

no es de un solo color. No es solamente gris. Hay que

vivir con intensidad. Con alegría, compasión, curiosidad. A vivir, a vivir cada preciado momento. Cada inhalación,

cada exhalación, cada instante. ¿Cuántas vidas más

pensamos vivir? ¿Cuánto tiempo creemos que nos queda?

¿Creemos que vivimos un horizonte infinito de tiempo? Vivamos ahora. No nos vamos a arrepentir.

Por otro lado me quiero acercar a los que viven la

vida con una intensidad que destruye. Una intensidad que

lastima a los demás. Sin conciencia. Sin amor. A esas

personas las quiero ayudar a ponerse bien el delantal. A

reflexionar. A tomar conciencia. Ayudarlos a sacar los

botones puestos en lugares equivocados y volverlos a

poner correctamente. Lo podemos hacer todos los días.

Tomar consciencia. Crecer.

Tomar contacto con la

inspiración.

Ser felices.

Inspirarte en cada trazo de tu vida.

Crear una obra maestra.

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JUAN PABLO FILIPPINI

El cambio No es fácil transformar nuestro ser

descubrir un nuevo mundo de sentimientos.

Reinventar nuestras emociones cambiar nuestros pensamientos. Todos somos personas inmutables

hasta que algo toca nuestras vidas. Una experiencia que te da otra perspectiva

te pone en piel de las circunstancias. Son pocas las oportunidades que se brindan

podes quedar atrapado en la rigidez. Perder una parte grande de la torta de la vida

inmutable hasta la vejez. Estoy hablando de vivir y morir en plenitud de acariciar la complejidad de nuestra naturaleza. Inundarse en la vastedad ser felices en su infinita belleza. El cambio son experiencias pero también imaginación

es perderte y volverte a encontrar. Nuevos colores para pintar

sin miedo a la reconstrucción.

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Page 180: De corazón a corazón. Por Juan Pablo Filippini

DE CORAZÓN A CORAZÓN

Estado intencional I

Un ramo de flores, un silencio pactado y una mente

tranquila: Llueven bendiciones en forma de luz y agua. Claros amaneceres del nuevo despertar del hombre Donde los pensamientos se detienen y el silencio se

apo-dera del presente Caen cristales de oro y bronce sobre los rostros

alegres la respiración, los sonidos, los latidos, las

emociones páginas de un libro confuso; pero con

ideas que se escribe sobre los corazones de papel Intensidad de los vientos de la claridad

desvanecen los trazos de la zozobra. Ligereza para dibujar un mundo lleno de colores;

todos blancos, todos grises y todos azules Se disuelve la sensibilidad ante el cambio agonía de los argumentos más absurdos de los esquemas anhelamos mas sonrisas, barriletes de papel estrellas luminosas, campos de girasoles, atardeceres de

miel Milagrosa evolución de los estados

intencionales armonioso optimismo, inspiradora

tempestad ordenas el caos, anticipas lo

impredecible

ves en sus ojos, lo más hermoso de su alma

Inexplicable súbita comprensión de las cosas.

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JUAN PABLO FILIPPINI

Preciosos instantes de cristalina lucidez un camino con obstáculos, un paisaje sin fronteras la

verdad de tus sueños, que nadie puede soñar mejor Latente impresión de estar oportunamente amparado

Nada nos toca, nada nos quema, todo nos abraza.

Extensión de las pausas entre el fuego y las cenizas

equilibrio en la insondable perpetuidad. Una vida más allá de dilatada comprensión de las limi-

taciones poder mirar hacia adentro, y querer mirar a través de los demás observar la esencia de nuestra condición humana

dulce como el perfume de cedrón, fresco como el rocío

de la primavera Observar las intenciones en su aspecto más favorable

dirigir toda la voluntad a nuestro amparo más apacible

darle vida a cada transformación de nuestro ser sentir la fragilidad de la molesta sensación de angustia Suavidad de la profunda concentración del pensamiento

jugar con los conceptos, entretenerse con la imaginación

adornar el dinamismo del espíritu con rosas amarillas

Inspirar en los demás la vana melancolía de ser luz Se evaporan los pretextos de la fantasiosa realidad

perplejidad de las corrientes superficiales

conclusión de los bosquejos de tantos dibujantes que dibujaron facetas de la aparente evolución de las

sonrisas.

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Noviembre de 2013

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