danzantes y mayordomos

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DANZANTES Y MAYORDOMOS DE LA VIRGEN DE LA NATIVIDAD Juan Manuel Magán García

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Los danzantes de Méntrida y la soldadesca de la Virgen de la Natividad. Sus orígenes, su historia, sus usos y costumbres. La danza ritual. Danzantes de enagüillas.

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DANZANTES Y MAYORDOMOS DE LA VIRGEN DE LA NATIVIDAD

Juan Manuel Magán García

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

DANZANTES Y MAYORDOMOS DE LA VIRGEN DE LA NATIVIDAD

Significado histórico de los danzantes

Orígenes y evolución histórica Valor y significado

El grupo de los danzantes

Componentes Indumentaria y atavío

Danzas y alardes

Danzas procesionales La muestra: dichos, danzas y alardes

Ámbito de actuación de los danzantes

Las Fiestas de Abril Otras celebraciones litúrgicas y populares Los danzantes, legados de Méntrida

La mayordomía

Su origen y evolución histórica Indumentaria, usos y costumbres Actuaciones de la mayordomía

© Juan Manuel Magán García Méntrida, 2014

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

LOS DANZANTES DE MÉNTRIDA

SU SIGNIFICADO HISTÓRICO

Los pueblos con personalidad propia tienen a gala contar con un recorrido histórico que les ha ido proporcionando, a lo largo de los siglos, sus genuinas señas de identidad, unos rasgos distintivos y unas especificidades que les hacen únicos y les aportan un marchamo muy particular.

Para Méntrida, sus danzantes y todo lo que en torno a ellos gira, constituye una de sus peculiaridades más emblemáticas, alcanzando incluso la categoría de rasgo distintivo singular de su perfil identificativo.

Hay razones poderosas que justifican dotar a los danzantes de la categoría de rasgo identificativo. La primera y principal, el hecho de constituir un legado cultural con una tradición histórica estrechamente ligada a una de las vivencias compartidas entre generaciones de mayor arraigo en Méntrida: la devoción secular a la Virgen aparecida en Berciana en 1270, en fecha muy próxima a los albores mismos de la refundación del pueblo. Este es el motivo por el cual se conoce a los danzantes de Méntrida popularmente como los danzantes de la Virgen. Además, hay otras razones, que iremos desgranando más adelante.

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Orígenes y evolución histórica

Pese a lo anteriormente expuesto, el origen histórico de los danzantes de Méntrida no surge en paralelo a la celebración del culto a su Patrona; al menos a la luz de la documentación histórica conocida hasta el momento. Con los datos de que disponemos, podemos decir con rotundidad que la presencia de la danza coral ritual en Méntrida se documenta en origen asociada a la celebración de la fiesta en honor del Patrón de la villa, San Sebastián.

Aún sin argumentos documentados, dada la laguna existente al respecto, cabe conjeturar que la devoción a San Sebastián en Méntrida arraiga en los primeros años del siglo XVI, muy probablemente a raíz de un voto popular al Mártir tras la terrible peste que asoló Castilla en 1507, que se materializó en la celebración anual de su fiesta, cada 20 de enero, y en la construcción de una ermita en su honor. O, tal vez, pudiera ser aún mucho más antigua, remontándose incluso a mediados del siglo XIV, tras la superación del tremendo azote de la Peste Negra.

Sea cuando fuere, siguiendo los usos ancestrales, la ermita de San Sebastián se ubicó extramuros de la villa, a la solana del caserío, en lo alto de uno de los cerros que lo circundaban. A mediados del siglo XVI, aquella ermita se transformó en el nuevo templo parroquial, coincidiendo con un periodo de gran expansión demográfica y urbana del municipio. La primitiva parroquia de Santa María quedó como santuario de la Patrona, cediendo la titularidad a San Sebastián Mártir en su nuevo y definitivo templo parroquial.

En este contexto se erige la cofradía de San Sebastián que, a imitación de la preexistente cofradía de la Caridad o cofradía General, en relación con la solemnización de la fiesta de la Natividad de la Virgen, tomó a su cargo la fiesta del santo Patrón. Y es precisamente en estas circunstancias en las que hemos documentado las primeras referencias a la presencia de danzas rituales como elemento para realzar las celebraciones de la festividad del santo Patrón, propiciando el mayor lucimiento a la procesión que en su honor celebraban cada 20 de enero.

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

Así pues, podemos afirmar que el precedente inmediato de los danzantes de la Virgen fueron los danzantes de San Sebastián. La circunstancia de no contar con el primer libro de esta cofradía, al que se alude en la documentación con el apelativo de libro viejo, nos priva de saber la fecha precisa en que se incorporó la danza en la festividad de San Sebastián; no obstante, consideramos muy probable que se implantase desde los inicios mismos de la andadura de la cofradía.

Es inusual y chocante que esta hermandad no conservara sus ordenanzas; caso contrario, es verosímil que su articulado nos hubiera proporcionado alguna información al respecto. Así se verifica en las ordenanzas que surgieron de la unificación de la cofradía de la Virgen de la Natividad con la de San Sebastián, en 1607. En efecto, en uno de sus postreros capítulos, se hace referencia explícita a la incorporación de la danza en las dos celebraciones de la cofradía unificada. El tenor del mentado capítulo es el siguiente:

Ordenamos que si al cabildo de esta cofradía pareciere algún año tener posibilidad y alcance conveniente, pueda ordenar que se haga en el día del nacimiento de Nuestra Señora, o en el día del señor San Sebastián, o un año en la una fiesta y otro año en la otra, alguna representación santa y honesta, en que se sirva Dios y el pueblo se edifique, recree y alegre, como es razón, y alguna buena danza, con gasto moderado; para lo cual será justo el concejo y pueblo y todos ayuden, como a cosa debida a la Madre de Dios y Señora Nuestra y al glorioso Patrón y abogado de todos. Por caer el día del Patrón en el tiempo tan encogido del invierno, en que son tan breves los días para semejantes fiestas, se podría ordenar que cuando la fiesta se hiciere sea en el día del nacimiento de Nuestra Señora susodicho.

Estamos, pues, ante la noticia fehaciente que confirma que los llamados danzantes de la Virgen fueron en origen los danzantes de San Sebastián, quedando por el momento restringida su participación a las fiestas patronales de septiembre, no a las de abril.

Del texto reseñado se infiere que las danzas debían intercalarse en ambas celebraciones, la del día del Patrón y la del de la Patrona, en función de las posibilidades económicas de cada año, matizando que, dadas las circunstancias climáticas, sería lo más oportuno reservarlas para la festividad de la Natividad de la Virgen.

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

El rastro documental de los siglos XVII y XVIII evidencia que hubo reiteradas desavenencias en el cabildo de la cofradía unificada, debido a la ambigüedad con que se plasma este asunto en las ordenanzas. En ocasiones, al aludido factor climatológico se suma, por parte de los partidarios de primar a la Patrona, el argumento de que la mayor parte de los ingresos patrimoniales de la hermandad provenían de la antigua cofradía de la Caridad.

En todo caso, lo que se constata es que, con el paso del tiempo, coincidiendo con el languidecimiento de la fiesta del santo Patrón, la actuación de los danzantes se fue restringiendo a la fiesta septembrina de la Virgen. Y de este modo, la danza quedó, poco a poco, asociada a la particular celebración de la Patrona en la conmemoración de su Natividad, a lo que contribuyó de manera eficaz el hecho de que los gastos que generaba se sufragaran en gran parte con cargo a la fábrica de la Ermita.

En definitiva, de la documentación se desprende que a lo largo de los siglos XVI y XVII las danzas en honor a los santos patronos de la villa no tienen carácter estable; antes bien, cabe conjeturar que hubo algunos años que no se llevaron a cabo en ninguna de las fiestas. No obstante, lo digno de reseñar es, sin duda, el apego del vecindario mentridano a este tipo de celebraciones, que, contra viento y marea, han perdurado hasta nuestros días.

Han debido sortear para ello muchas dificultades económicas; nos consta que en varios años los vecinos hicieron frente a los gastos que ocasionaba la danza mediante derramas populares o por voto de algún particular. Igualmente han pasado por alto reiteradas trabas provenientes del ordinario diocesano, cuya huella documental hemos rastreado en las visitas eclesiásticas, superando asimismo las disposiciones prohibitivas tanto de sínodos como de cédulas reales, como la promulgada por Carlos III el 20 de febrero de 1777, en la que taxativamente se ordenaba:

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

No toleren bailes en las iglesias, sus atrios y cimenterios, ni delante de las imágenes de los santos, sacándolas a este fin a otros sitios con el pretexto de celebrar su festividad, darles culto, ofrenda, limosna, ni otro alguno; guardándose en los templos la reverencia, en los atrios y cimenterios el respeto, y delante de las imágenes la veneración que es debida conforme a los principios de la religión, a la santa disciplina, y a lo que para su observancia disponen las leyes del reino.

Téngase en cuenta que la afección de los mentridanos por las danzas, asociadas a sus manifestaciones religiosas, hizo que algunos años del siglo XVII llegaran a anotarse hasta tres actuaciones de danzantes en su calendario festivo: las ya aludidas fiestas patronales (San Sebastián, en enero, y Virgen de la Natividad, en septiembre), más la promovida por la cofradía de los Mancebos en la celebración del día de su patrón, San Juan, el 24 de junio.

Sin embargo, con el transcurso del tiempo, la presencia de danzantes en estas tres fechas indicadas fue poco a poco extinguiéndose. Su decadencia discurrió en paralelo a la pujanza cada vez mayor de la danza que, desde mediados del siglo XVII, quedó definitivamente ligada a las fiestas del voto popular de la Romería de Berciana, en conmemoración de la aparición de la Virgen de la Natividad al anciano cabrero Pablo Tardío, que es la que en la actualidad perdura.

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

Valor y significado

Como ha quedado expuesto, la danza ritual instituida en Méntrida para lucimiento y adorno de las celebraciones en honor de su Patrona, la Virgen de la Natividad, hunde sus raíces en una tradición ancestral. Esto le confiere un valor cultural de primer orden y le otorga rango más que suficiente para ser considerada, en terminología al uso, bien de interés cultural, en tanto que pieza singular del patrimonio popular castellano.

Desde esta perspectiva han de contemplarse cuantos aspectos etnográficos confluyen en los ceremoniales que le son propios, como también el atuendo e indumentaria de los componentes del grupo de danzantes, sus melodías y coreografías; en definitiva, sus usos y costumbres heredados de tiempo inmemorial. En este sentido, con sus singularidades que iremos detallando en adelante, los danzantes de Méntrida son una pieza más del rico conjunto de agrupaciones que en nuestros días realizan danzas rituales corales. Y, por concretar más, los de Méntrida se encuadran en la categoría de los denominados por algunos folcloristas danzantes de enagüillas, no sólo en atención a estas prendas que incluyen en su vestuario, sino también teniendo en cuenta la instrumentación y coreografía de sus danzas, e incluso por la utilización de las paloteas, que son de uso común en estos grupos de danzantes.

Son numerosos los grupos de danzantes de esta tipología que hoy en día pueden contemplarse en diferentes zonas de nuestra geografía nacional; serían muchísimos más, de no haber ido cayendo en el olvido los usos tradicionales generalizados en numerosas comarcas. Desde este punto de vista, nuestros danzantes atesoran el mérito de haber sabido preservar un legado patrimonial de gran valor que, como sus semejantes dispersos en distintas regiones, merecen las atenciones precisas para preservar su continuidad, en el respeto más escrupuloso a sus peculiaridades e integridad.

Desde un plano más profundo, los danzantes de Méntrida representan una muestra ancestral y genuina de religiosidad popular. Sólo desde esta dimensión ritual adquieren su significado más hondo, en tanto que manifestación colectiva y popular de la intensa devoción que los mentridanos profesan a su Patrona. Porque no son sólo los integrantes del grupo quienes realzan con sus ceremoniales el fervor que sienten hacia la Virgen de la Natividad; lo son también sus familias, que con primor ponen de su parte cuanto sea necesario para que todo luzca con el mayor esplendor; y también lo son cuantos están pendientes de sus actuaciones y vibran al unísono con sus danzas ante la Patrona, estremecidos como otrora se estremecieron sus abuelos y los abuelos de sus abuelos. Desdiciendo lo expresado en la antes citada real cédula de Carlos III, los danzantes actúan ante la Virgen para celebrar su festividad y darle culto, guardando la debida reverencia en los templos y mostrando la veneración que es debida delante de su imagen. También desdiciendo al visitador eclesiástico que prohibió las danzas en Méntrida en 1820, los danzantes no cometen ningún tipo de irreverencias que desdicen del respeto y veneración debido al templo y a su santa Imagen; antes al contrario, con sus atávicas danzas contribuyen al lucimiento y adorno de las celebraciones en honor de la Patrona en que intervienen, en expresión de fray Luis de Solís.

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

Desde una mirada limpia de prejuicios, el papel de los danzantes en las fiestas de la Patrona en que participan, como últimamente en las celebraciones del Corpus Cristi, subraya la adhesión popular a las creencias religiosas heredadas y contribuye a enraizarlas en las generaciones futuras. Sólo desde esta perspectiva se puede comprender el ahínco con que se han mantenido hasta nuestros días, superado no pocas dificultades.

Es del todo indudable que el pueblo mentridano no concibe unas fiestas abrileñas en honor a su Patrona sin la presencia enriquecedora de sus danzantes. La nota de tipismo y vistosidad que imprimen va indisolublemente ligada al sentimiento sencillo y cariñoso que las buenas gentes de Méntrida profesan a su Virgen de la Natividad.

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

EL GRUPO DE LOS DANZANTES

Componentes

El grupo de los danzantes está compuesto por once personas: el alcalde o maestro de la danza, los ocho danzantes y los dos instrumentistas.

Como es habitual en los denominados danzantes de enagüillas, el grupo consta de ocho danzantes. Si antaño eran jóvenes, algunos incluso casados, desde hace casi un siglo los danzantes son muchachos de entre diez y doce años.

Como el maestro e instrumentistas, los danzantes lo son por propia iniciativa; el hecho de participar en el grupo responde a un interés personal de servir a la Virgen de manera voluntaria y gratuita. La Hermandad tiene un libro en el que se registran las solicitudes, al objeto de prever con la debida antelación quiénes formarán el grupo en los años sucesivos. Por regla general, los danzantes actúan dos o tres años seguidos; los instrumentistas se van turnando y renovando, al igual que los maestros. Todos suelen ser vecinos del pueblo.

Atendiendo a la situación en la formación del grupo, los que encabezan y cierran las filas cuando hacen calle reciben el apelativo de guías; estos puestos se reservan para los danzantes más veteranos y son quienes marcan las diferentes mudanzas en cada uno de los bailes.

Aunque en tiempos pasados se solía dar una gratificación, en nuestros días la actuación en las fiestas no tiene retribución ninguna; los propios danzantes organizan una rifa y el producto que obtienen, junto con las propinas que recaban en los ranchos el día de la Romería y las que reciben por las calles del pueblo en la mañana del día 26 de abril, lo reparten equitativamente.

Tradicionalmente, la participación en el grupo de danzantes se reservaba a los varones, dada la prohibición taxativa del estamento eclesiástico a la presencia de mujeres en este tipo de actividades. En nuestro caso, se sigue la tradición sin más.

El grupo de danzantes lo dirige un personaje que recibe la doble denominación de maestro y alcalde de la danza. Se trata del equivalente al botarga, que suele estar presente en la mayor parte de los grupos de danzantes de la geografía española. Al igual que éstos, viste una indumentaria estrafalaria (moderadamente, en nuestro caso) y porta una vara muy adornada con papeles multicolores. Sin embargo, su función difiere notablemente respecto de la que es propia del botarga o chiborra, que tiene un carácter netamente grotesco. Asimismo, en los actos en que interviene junto a los danzantes no interactúa con el público, como ocurre con la mayoría de los botargas, centrándose exclusivamente en la supervisión de la actuación del grupo.

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Así pues, en nuestro caso cumple una doble misión, que coincide exactamente con cada una de las dos denominaciones que recibe. Por un lado ejerce como maestro de la danza, ya que tiene a su cargo el adiestramiento de los danzantes, a los que enseña los pasos de cada una de las danzas y la ejecución de los alardes. Como tal maestro, asume también la dirección de los ensayos previos, que suelen comenzar el 25 de marzo, justo un mes antes del día de la Romería. Tanto en la enseñanza como en los ensayos, el maestro suele contar con la ayuda y colaboración de alguna persona con oficio y veteranía en la materia. Por otro lado, actúa también como alcalde de la danza en cada una de las funciones en las que interviene el grupo, dirigiéndolo, alentándolo y marcando el inicio de cada intervención, dando las oportunas instrucciones a los músicos de la danza.

En la época en que los danzantes eran mozos, el alcalde de la danza solía ser una persona mayor; desde que el grupo lo integran muchachos, lo habitual es que el cargo recaiga en algún joven con experiencia en la danza.

Dos instrumentistas acompañan las danzas, el dulzaina y el redoblante. En épocas anteriores las melodías se interpretaban con clarinete y, en otros tiempos, con flauta o gaita. En nuestros días ha quedado institucionalizado el uso de la dulzaina, acompañada de redoblante o caja sin bordón.

Intervienen en las funciones de los danzantes a las órdenes del alcalde de la danza, quien les da la entrada en la ejecución de las diferentes melodías.

Por varios documentos históricos sabemos que en determinadas épocas el acompañamiento musical de los danzantes se reducía a un único músico, que tañía la gaita y el tambor, tal y como se refleja en las pinturas del camarín del santuario de la Virgen (1699). También sabemos que, en ocasiones, era el músico quien adiestraba y dirigía al grupo, asumiendo las funciones del maestro y alcalde de la danza.

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

La indumentaria

La indumentaria actual del grupo de danzantes presenta una uniformidad cuya antigüedad no alcanza más allá del siglo XIX; con anterioridad, se acomodaba a las características de las libreas que se alquilaban en Toledo y Madrid para la ocasión. Sobre las primitivas libreas, de cuya tipología tenemos un único testimonio gráfico en las citadas pinturas del camarín del santuario de la Virgen, de finales del siglo XVII, sabemos que constaban de una casaquilla abotonada de terciopelo o paño, ajustada a la cintura mediante fajín atado al costado, camisa de amplio cuello de rico encaje que sobresale por la pechera, pantalones bombachos hasta las rodillas, medias a tono con el fajín y zapatos negros, con sombrero de fieltro negro de corona y ala reducidas, ornado con un discreto penacho de plumas. Respecto del colorido, se observa una curiosa alternancia: la mitad visten casaquilla roja y fajín verde; la otra mitad, combinan al contrario. En todos coincide el tono beis de los pantalones y de las mangas de las casaquillas. Las calidades de los tejidos hablaba de la categoría social de la casa a cuyo servicio estaban los criados que las vestían, que se identificaba con la combinación de los colores de las prendas que portaban, y también con algunos signos específicos que, a modo de insignias, hacían referencia a los titulares. De estos últimos dan testimonio, hoy en día, las bandas del traje de los danzantes y las escarapelas o divisas con que se adornan los danzantes y el alcalde de la danza.

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La evolución de las modas puede explicar la actual indumentaria del grupo de danzantes, cuya tipología es absolutamente coincidente con la generalizada en los demás grupos de danzantes de enagüillas dispersos en muy dispares zonas de España, pero especialmente en ambas Castillas, Aragón y La Rioja. Como más adelante habrá ocasión de explicar, las coincidencias de nuestros danzantes con los genéricamente nombrados danzantes de enagüillas no acaban en lo tocante a indumentaria y atavíos; semejantes son también las coreografías, las melodías y los instrumentos musicales de que se acompañan.

En nuestros días, los danzantes tienen una indumentaria uniforme, con alguna variante que diferencia el atuendo de campo, específicamente empleado el día de la Romería –de ahí su denominación–, respecto del llamado traje de gala. El color rojo que predomina en los mantones, bandas, escarapelas, pajarita, adornos de pasamanería en chorreras y puñetas, gorros, arcos y borlas, distingue el traje de campo que se usa el día 25 de abril, en comparación con el empleado en el resto de las actuaciones, cuyo color predominante es el azul. En la vestimenta cortesana tradicional, el color rojo solía reservarse para las prendas usadas en actividades campestres.

Pese a estas variantes en materia de colores, la indumentaria en sí no varía. El traje consta de los siguientes componentes [2]. Una camisa de algodón de manga larga, que se adorna con una chorrera, guarnecida con diversos broches en el pecho, y sendas puñetas en las bocamangas, ajustada en el cuello con una pajarita de raso; unos amplios pololos de algodón, con encajes en los bordes de las perneras; unas medias de perlé caladas; tres enaguas de algodón o de batista superpuestas, rematadas con primorosos encajes –principalmente, la cimera–, bien almidonadas, para dar un vuelo amplio y vistoso; y unas alpargatas, que se sujetan trenzando dos cintas. Todos estos elementos son invariablemente de color blanco, símbolo de pureza.

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

Además de los adornos para la camisa ya citados, el danzante lleva una banda de raso cruzada del hombro derecho a la cadera izquierda, donde se sujeta mediante una gran escarapela. También, luce un mantón de seda con flecos, profusamente bordado en tonos vivos, que lleva prendido a la enagua exterior, sobre la que pende de costado a costado, volando por el frente su vértice inferior, a modo de mandil. Lleva asimismo dos pares de escarapelas ajustadas a la camisa, a la altura de los codos, y a las rodillas, sobre el extremo de cada pernera. Finalmente, los danzantes utilizan un gorro globular, en forma de tiara papal, dispuesta sobre una ancha banda circular. La parte superior del gorro va cubierta con tiras de papel de seda rizados, formando cinco anillos superpuestos de diferentes colores, en clara alusión y homenaje a la madre naturaleza; la parte inferior, forrada de raso, va ornada con oropeles, abalorios y medallas con la imagen de la Patrona. Actualmente, el uso del gorro se restringe al momento en que se recitan los dichos, al inicio de la muestra. Anteriormente, se lucían en las procesiones y en la ejecución de algunas danzas.

La utilización de las enaguas otorga a los danzantes cierta apariencia femenil, lo que ha propiciado múltiples interpretaciones sobre su significado. Coincido con quienes opinan que las enaguas no tuvieron en origen un uso restrictivo de las mujeres, tratándose de un atuendo típico de los labradores y hortelanos medievales, que solían cubrirse el calzón con una especie de faldellín, a modo de enagua, simplemente para protegerlo. El atuendo de los gremios de hortelanos en las procesiones de la Semana Santa de Murcia así lo corroboran.

La indumentaria del alcalde de la danza es totalmente diferente a la de los danzantes. Viste un amplio blusón estampado (flores rojas, para el día de la Romería; flores azules, para el resto de las funciones), recogido a la cintura, y unos pantalones bombachos hasta la rodilla, con medias caladas; calza alpargatas, como los danzantes. También como ellos, porta escarapelas en codos y rodillas. Los pantalones, las medias y las alpargatas son de color blanco. Va tocado con un sombrero canotier, profusamente ornado con flores en el ala y con cinta colgante roja o azul, según vista de campo o de gala. El traje del maestro es bastante sobrio en adornos; restringiéndose éstos a una pajarita al cuello del blusón y un discreto broche en la pechera. Como atributo específico, porta una larga vara adornada de manera similar a los arcos de los danzantes, que va moviendo de manera incesante, al compás de cada melodía, guiando a los danzantes mientras ejecutan sus danzas.

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

El traje de los músicos de la danza es muy sobrio; se compone de chaquetilla y calzón de paño negro, que sujeta un fajín (rojo, el día de la Romería; azul, el resto de las funciones); camisa blanca con lazo y chorreras; medias caladas, también blancas, y alpargatas negras. Van tocados con sombrero de teja, de fieltro negro, con borlas. Como único adorno llevan un alfiler en la chorrera y otro en la solapa izquierda de la chaquetilla.

Desde su refundación en 1917, la Hermandad de la Virgen ha jugado un papel decisivo en la promoción y mantenimiento de las tradiciones ligadas a los danzantes de la Virgen, que en la actualidad dependen institucionalmente de ella. Esto se traduce, entre otras cosas, en proporcionar a los danzantes, su maestro y sus instrumentistas, todo lo necesario en materia de indumentaria y vestuario, al igual que con el grupo de la mayordomía o soldadesca de la Virgen. Antes de que la Hermandad se hiciera cargo del ropero de los danzantes, cada familia era la responsable de agenciar para el danzante su atuendo, teniendo que recabar todo lo necesario en las casas donde lo había. Esto hacía que la uniformidad de los trajes no fuera del todo completa.

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DANZAS Y ALARDES

Los danzantes de Méntrida cuentan con un notable repertorio de danzas y alardes, que se ha ido definiendo a lo largo del tiempo hasta cuajar en el programa que está en vigor desde, al menos, los albores del pasado siglo. De hecho, entre los más ancianos no hay memoria de otras danzas ni alardes diferentes de los que en la actualidad se realizan.

Que no ha sido siempre el mismo repertorio, lo ponen de manifiesto los dos únicos documentos antiguos de que disponemos al respecto. Uno de ellos es el ya comentado mural del camarín del santuario de la Virgen, en cuyo lienzo sur se puede ver al grupo de danzantes tocando las castañuelas, haciendo calle de tres en tres, quedando a los extremos de la misma los dos restantes, en una composición que no concuerda con ninguna de las que actualmente ejecutan. El otro documento es el libro de fray Luis de Solís (1734), que da cuenta de la presencia de dos grupos de danzantes en la solemne procesión del día 7 de septiembre en honor a la Patrona, y otros dos grupos los días 24 y 25 de abril, en la procesión de la Víspera y en la Romería a Berciana. Lamentablemente, Solís no entra en detalle al anotar la participación de los danzantes en las fiestas de la Virgen; pero el simple hecho de restringir su actuación a las procesiones y no hacer referencia a ningún tipo de muestra, nos permite deducir que el programa de entonces diferiría sustancialmente del actual.

Antes de profundizar en el actual repertorio de danzas y alardes, cabe preguntarse cuál es su origen. No tenemos respuesta cierta al respecto. Nos podemos imaginar que las danzas y alardes en vigor son el resultado de reiteradas aportaciones foráneas, producto de la presencia de grupos de danzantes y de maestros de la danza que, en tiempos remotos, fueron contratados de diversas localidades, como atestigua la documentación consultada. Éstos fueron creando escuela con sus aportaciones en distintas épocas, contribuyendo a configurar poco a poco el actual repertorio. De hecho, tanto las coreografías como las melodías a cuyos sones se ejecutan las danzas tienen similitudes notables en las diferentes zonas donde se practican y perviven este tipo de manifestaciones populares folclóricas.

En todo caso, a la hora de clasificar el repertorio mentridano hay que decir que se trata de danzas o bailes de cuenta, en expresión de Juan de Esquivel, ya que todas ellas responden a unos pasos y mudanzas perfectamente marcados y estipulados, ajustados en todo momento al ritmo que marcan sus respectivas melodías. Y, por supuesto, como indicábamos al principio, estamos ante una danza coral ritual cuyo objeto primordial estriba en rendir homenaje a la Patrona, como muestra de veneración y reverencia.

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Al no contar con documentación más explícita, no disponemos de datos que nos permitan concretar los usos y costumbres del grupo de danzantes con anterioridad al siglo XIX. Así, por ejemplo, ignoramos si en tiempos pretéritos las diferentes danzas tendrían letra para acompañar sus melodías, como es común en grupos de danzantes de otras zonas. Desconocemos también el ceremonial de las danzas en el interior de la iglesia que, según Solís, tenían lugar al finalizar la procesión del día de la Víspera. Y tantos y tantos otros detalles que nos serían de gran utilidad para conocer en profundidad esta singular muestra de religiosidad popular, así como la evolución de sus ritos,

protocolos y repertorio. Estas limitaciones nos obligan a centrarnos en el análisis de la situación presente, que abordaremos de inmediato.

Antes, me confieso totalmente lego en asunto de musicología, y aclaro que en las líneas siguientes me limitaré a clasificar y describir el repertorio de danzas y alardes de los danzantes. Cuento para ello con la colaboración del veterano maestro de la danza Julio Martín Ramos, que sirvió el oficio diecisiete años tal y como lo aprendió del célebre Felipe Pernales. Dejo para los doctos en materia de musicología un estudio más técnico sobre sus coreografías y melodías.

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

Danzas procesionales

En sentido estricto, el repertorio mentridano cuanta con una única danza específicamente ambulatoria o de procesión, si bien en este mismo ámbito suelen ejecutar también las paloteas, a las que más adelante nos referiremos.

El papel específico y genuino de los danzantes es el de actuar como cortejo de honor de la Virgen en algunas de las salidas que hace de su santuario. Así, el cortejo de danzantes ocupa un lugar preeminente en las procesiones, situándose por delante de su carroza, de la que les separan el presidente de la Hermandad, portando el cetro, acompañado de las camareras de la Virgen, el capitán y alférez de la mayordomía, con sus correspondientes banderas, los mochilleres y los músicos de la danza. En esa privilegiada ubicación llevan a cabo el denominado Baile de Procesión, al tiempo que tocan las castañuelas, que hacen sonar elevando sus brazos en arco.

El Baile de Procesión conlleva una sobria coreografía. Discurre el grupo haciendo calle, en fila de a dos, y va desplazándose monótonamente, repitiendo unos pasos cadenciosos a base de ligeros saltos a una pierna, imprimiendo un grácil movimiento de cintura, en forma de leves giros acompasados, al pisar ambos pies sobre el terreno.

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

Aunque lo habitual es ejecutar este baile dando la espalda a la carroza, en ocasiones, cumpliendo órdenes del alcalde de la danza, el grupo hace un giro de media vuelta, colocándose de cara a la Virgen y desplazándose de espaldas. Esto suele ocurrir en tramos del trayecto elegidos a criterio de dicho alcalde, siendo común realizarlo en una parte de la cuesta de la Ermita de Berciana. Asimismo, al llegar a ciertos puntos del trayecto con amplitud suficiente, se ejecutan los llamados cruces. Con ocasión de dichos cruces se lleva a cabo unas mudanzas que implican pasar los danzantes de un extremo a otro de las filas, entrecruzándose en el recorrido de dichas evoluciones, hasta que el maestro ordena recuperar la posición habitual del cortejo, a la voz de “¡al puesto!”.

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

Como decíamos antes, también en el marco de las procesiones se ejecutan en diferentes momentos las cuatro paloteas del repertorio.

La palotea de la Marcha Real se realiza a los sones de una melodía tomada de los compases iniciales del himno nacional, a los que se añaden algunas variaciones que se van reiterando a lo largo de la canción, acompasando las paloteas al ritmo que marca el redoblante y la dulzaina. Se baila a las puertas del santuario de la Virgen y del templo parroquial cuando la imagen de la Patrona sale a la calle, al inicio de las procesiones.

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Esta danza conlleva una coreografía muy simple, basada en agrupamientos de los danzantes en paralelo, formando calle, con diferentes desplazamientos al paso, para mudar la disposición de las dos filas transitando de una situación transversal a otra longitudinal, respecto de la carrera procesional, hasta completar cuatro lazos. La danza de la Marcha Real tiene parangón en numerosos repertorios de danzantes de ambas castillas, siendo uno de los ejemplos más cercanos al nuestro el de los danzantes de Castillejo del Romeral (Cuenca), en las fiestas a su patrón, San Bartolomé.

Por otra parte, coincidiendo con las diferentes salvas que a lo largo del trayecto procesional tributa a la Virgen su mayordomía, el grupo de danzantes ejecuta las otras tres paloteas: el Medio Baile, la Valmojá y la Habanera.

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Casualidad o no, las danzas de paloteas, cuyo antecedente inmediato son las danzas de espadas, tienen un marcado cariz guerrero, por lo que encajan perfectamente asociadas a las salvas de los sargentos de la mayordomía.

En los tres casos, la coreografía es muy similar; el grupo inicia la danza dividido en dos filas paralelas, intercambiando por parejas los golpeos con las paloteas, para derivar en continuo movimiento en diferentes posiciones, ejecutando mudanzas para formar grupos de cuatro en línea o en cuadro, realizando siempre cuatro lazos que culminan en la formación de partida mediante sincronizados desplazamientos. En estos bailes las paloteas se golpean entre sí y contra las de algún compañero, al ritmo de las respectivas melodías; en la Valmojá, además, los danzantes aporrean el suelo con sus paloteas, al tiempo que rotan sin perder la formación, al inicio de la danza y a la finalización de cada una de los cuatro lazos de que se compone.

En este mismo apartado de danzas ambulatorias cabe incluir la que se reserva para el desfile del día previo a la Romería, en el que los danzantes recuerdan por las calles al vecindario la proximidad del inicio de las fiestas. Este recorrido se desarrolla a los sones de la Diana, un pasacalles con aires similares a los tanguillos andaluces, que le emparenta con las músicas de las charangas carnavalescas gaditanas del siglo XIX. Como en el Baile de Procesión, la melodía y ritmo de la Diana conjuga el sonido del tambor y la dulzaina con el de las castañuelas, que los danzantes tocan al paso que avanzan en su desfile mañanero.

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La muestra: dichos, danzas y alardes

Al margen de las procesiones, el grupo de danzantes realiza una muestra de danzas y alardes en dos ocasiones, en dos escenarios diferentes: la tarde de la víspera, el 24 de abril, en la plaza del Ayuntamiento, y al mediodía del día 25, en plena Romería, en la explanada de la Vega, en la Dehesa de Berciana. En ambos casos, su actuación va precedida por la muestra de la mayordomía, una suerte de parada de la soldadesca de la Virgen. Presiden ambas muestras una representación de la justicia de la villa y de la Hermandad de la Virgen, con su capellán, que de principio a fin sostiene sobre sus rodillas un cuadro con la imagen de la Virgen, en referencia al objeto primordial de los homenajes que mayordomos y danzantes tributan en sus respectivas actuaciones.

El origen de esta actuación es incierto. Fray Luis de Solís, en su descripción de los actos festivos del día 24 de abril, indica que los soldados de la mayordomía pasan muestra y se juega garbosamente la bandera. Alude sin duda a lo que en la actualidad denominamos la muestra de los sargentos. Sin embargo, nada refiere Solís a este respecto en relación a los danzantes, salvo una curiosa y reveladora anotación; una vez concluidos los actos litúrgicos de la procesión de aquel día, se da licencia, en honor de tanta fiesta, a que entren en la iglesia las danzas con sus festivos obsequios. Es decir, acabada la procesión y sus epílogos litúrgicos, los grupos de danzantes realizaban en el interior del templo una especie de exhibición de su repertorio.

Así, si la muestra de la mayordomía tenía lugar en la plaza de la villa (saliendo de la iglesia, los señores de justicia, venerables sacerdotes y plebe se van a la plaza grande) y consistía en un desfile y revista de la soldadesca, con bandeo incluido, la muestra de los danzantes se celebraba en el interior del templo parroquial, y se cifraba en una actuación que Solís sintetiza en un genérico festivos obsequios de las danzas, refiriéndose a los dos grupos de danzantes intervinientes. Lástima que fray Luis omitiera los detalles de aquellos festivos obsequios, privándonos de una valiosísima información.

Me inclino a pensar que, a raíz del mandato del visitador prohibiendo taxativamente las danzas en el templo, documentado en 1820, la muestra de los danzantes se trasladaría a la plaza del pueblo, llevándose a cabo acto seguido de la tradicional revista de la soldadesca, o muestra de los sargentos, que es como ha quedado hasta nuestros días.

El programa de la muestra de los danzantes comienza con la recitación de los dichos, para dar paso después a una serie de danzas que se inician con el Baile de la Entrada y prosiguen con las ya citadas danzas de paloteas (la Habanera, la Valmojá y el Medio Baile), siguiendo el criterio del alcalde de la danza, que decide cuántas se bailan y en qué orden; a continuación, tiene lugar los alardes de los Puentes y los Pinos; el broche final lo pone el baile del Cordón.

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Los dichos

Los dichos son poemas que cada miembro del grupo recita en honor de la Virgen. Se trata de cuartetas de versos octosílabos, en los cuales se alude a las tradiciones que se han ido fraguando a partir de la legendaria aparición de la Virgen en Berciana, en 1270.

En ellos se piropea a la Virgen, con alusiones a su condición de pastorcilla en Berciana, a la hermosura que la adorna y a los epítetos con la que se le nombra. Se mezclan también plegarias y peticiones, dada su condición de patrona y protectora, junto con acciones de gracias por favores recibidos. En ocasiones incluyen referencias a asuntos coyunturales, como la situación social por la que se atraviesa, aludiendo a veces a sucesos específicos de singular relevancia. Suelen constar de ocho a doce cuartetas, salvo el dicho del alcalde de la danza, que supera la veintena. Todos suelen concluir con una invitación a vitorear a la Patrona, que es efusivamente aclamada por el auditorio en pleno.

La declamación de los dichos se amolda a un inmemorial soniquete, que ayuda a memorizar los versos y aporta una sonoridad inconfundible, muy peculiar. Esta musicalidad en la recitación nos lleva a emparentarla con los cánticos que en ocasiones se asocian a la danza en algunos documentos

consultados, en los que se alude de manera explícita a algún personaje que canta la historia de la danza.

Muy probablemente se haga referencia en estos supuestos a la narración de historias hagiográficas referidas, en nuestro caso, a San Juan Bautista y a San Sebastián. En las de la Virgen no es descabellado pensar que el objeto de la historia narrada fuera la de Pablo Tardío y el hallazgo de la imagen de la Virgen en Berciana; por cierto, tema recurrente y en ocasiones monográfico en los dichos de los alcaldes de la danza más antiguos.

Son muy escasos los grupos de danzantes que incluyen en su programa el recitado de versos. Conocemos uno muy cercano a nosotros, el de los danzantes del Cristo de la Viga, en Villacañas, que, como los mentridanos, declaman con una muy peculiar musiquilla; estos finalizan con una cuarteta suplicando la bendición de su Cristo en el último instante de sus vidas. También recitan versos los danzantes de Támara de Campos (Palencia), en alabanza de su Virgen de Rombrada; la declamación aquí está desprovista de musicalidad, pero el contenido de sus versos se asemeja mucho al de los dichos mentridanos, finalizando invariablemente con una aclamación colectiva a su Patrona.

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El recitado de los dichos se efectúa por turno, comenzando el maestro de la danza. Hasta su finalización, el grupo permanece formado haciendo calle, de frente al cuadro de la Virgen, que, como se decía anteriormente, en manos del párroco preside simbólicamente el acto.

A medida que van declamando sus dichos cada una de las cuatro parejas de danzantes, se desplazan a los últimos puestos de las respectivas filas al compás de una sencilla melodía, que coincide con la parte inicial del Baile de la Entrada. Estos desplazamientos se realizan por el pasillo que forma la calle, retrocediendo la pareja de danzantes hacia el final de las filas sin dar nunca la espalda a la presidencia, serpenteando entre los compañeros.

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El Baile de la Entrada

El repertorio de danzas de la muestra se inicia con el baile de la Entrada. Los ocho danzantes se disponen en fila de a dos, para trazar el primer lazo. En el momento en que vuelven a recuperar la formación de la doble fila, se agarran de la mano los componentes de cada fila, contrapeados, unos mirando hacia el interior de la calle y otros hacia afuera. Sin soltarse de la mano, cada fila cambia su posición, de modo que quienes miraban al interior de la calle, lo hacen ahora al exterior. Se repite este lazo tres veces. En el último lazo se forma una cadena, situándose todos en una única línea, en diagonal, para culminar volviendo al puesto en la formación inicial en forma de calle. Esta danza se ejecuta portando los danzantes un arco en su mano diestra.

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Los paloteos

A continuación vienen los paloteos, a criterio del alcalde de la danza, que pueden ser cualquiera de los tres descritos anteriormente: la Habanera, la Valmojá y el Medio Baile.

En estas danzas cada mudanza deriva en un nuevo lazo, propiciando diferentes evoluciones, tales como entrecruces y tránsitos del conjunto en dos grupos en diversas formaciones, según van marcando los cuatro guías. Siempre parten y culminan en formación de calle.

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Los Puentes y los Pinos

Después de los paloteos, la muestra continúa con la ejecución de los Puentes. Se disponen los ocho danzantes por parejas, ocupando cuatro vértices de un amplio cuadrado. Cada pareja, enfrentados, se agarran de ambas manos y realizan a pies juntos unos ligeros movimientos de cadera, agitando sus enaguas con garbo, hasta escuchar un toque seco del tambor, que marca el momento en que rotan sobre el terreno sin soltarse de las manos. Este grácil movimiento lo ejecutan dos veces seguidas. Finalizado este preludio, se comienzan a desarrollar desplazamientos sucesivos en diagonal, cruzándose las parejas opuestas en el centro del cuadrángulo de la muestra, momento en que una de ellas salta, haciendo un puente, para dejar hueco suficiente por donde la pareja contraria atraviesa, siguiendo ambas el trayecto iniciado.

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Este lazo se efectúa cuatro veces, precediendo a cada una de ellas una traslación de las parejas en el sentido de las agujas del reloj, cambiando de vértice en el cuadrado; cada traslación implica la realización del prólogo antes descrito, en cada uno de los vértices. Realizado el último cruce, a la voz de “¡al puesto!” que grita el alcalde de la danza, los ocho danzantes acuden al centro y forman calle, de acuerdo con la disposición inicial de los paloteos. El maestro acompaña a una de las parejas en el desplazamiento en diagonal, a la misma velocidad que los danzantes, que en ese tránsito es muy acelerada.

El alarde concluye reagrupándose todos en formación de calle, momento en el cual efectúan un brioso brinco, al tiempo que los danzantes exclaman “¡Méntrida!”

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Desde esa posición, se inicia un segundo alarde denominado los Pinos, que se desarrolla en dos partes, precedidas ambas por un preludio ejecutado por parejas, con las manos apoyadas en la cadera. Al son acompasado de la música, rotan sobre el terreno contoneándose con suma gracia, en un movimiento extremadamente reposado y elegante. Igual que los danzantes, su alcalde hace la misma maniobra, ocupando el centro de la calle que forman.

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La primera parte de los Pinos conlleva la formación de dos torres o pinos; en un primer paso, tres danzantes por cada torre se agarran de espaldas con los brazos a la altura de los codos; así colocados, reciben al cuarto danzante que, ayudado por el alcalde de la danza, se embute cabeza abajo en el hueco entre las espaldas de sus tres compañeros, elevando al máximo sus piernas y pies hacia el cielo. Una vez culminadas las torres, suena la música unos instantes, marcando el tambor el momento en que cada torre se desmonta, con la ayuda nuevamente del alcalde de la danza. Acabado el ejercicio, todos vuelven a la posición inicial, desde donde se repite la misma estampa con que se daba comienzo a este alarde.

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La segunda parte consiste en la formación de un solo pino, con intervención de siete de los ocho danzantes. Para iniciar la construcción, se suben a hombros tres de los danzantes más menudos sobre otros tantos compañeros.

Después, se agrupan dándose la espalda y asiéndose los brazos a la altura de los codos, de modo que quede la estructura perfectamente firme. Para finalizar, el alcalde de la danza eleva al danzante más pequeño hasta colocarle con la cabeza embutida en el eje de la estructura y las piernas y pies erguidos. El octavo danzante se mantiene al lado del pino formado por sus compañeros, con sus manos a la cintura, mientras el alcalde gira en torno a la estructura, pendiente, por si hubiera de intervenir. Una vez el pequeño de la cúspide está en posición, suena la dulzaina y el tambor unos instantes, hasta que el alcalde de la danza da la orden de parar.

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En ese momento, desciende el danzante pequeño, se destrenzan las tres parejas de la torre y se colocan todos en línea, para avanzar hacia la presidencia, saludando con la mano derecha, con la palma girada a la izquierda, moviéndola hacia adelante y atrás. Llegado el grupo a dos o tres metros de la presidencia, los tres danzantes que van a hombros de sus compañeros descienden bruscamente hacia el suelo, de frente. En ese preciso instante, cesa la música. Así concluye el alarde de los Pinos.

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El Baile del Cordón

La muestra finaliza siempre con el Baile del Cordón. La coreografía de esta danza consiste en trenzar y destrenzar ocho cintas multicolores prendidas del extremo de un mástil blanco de algo más de tres metros de altura. Se trata de una danza que en tiempos remotos se interpretaba como un canto a la fertilidad, de la que es símbolo el mástil o árbol del que penden las cintas; siendo su tejer y destejer una alegoría de la rueda de la vida.

Para su ejecución se colocan los danzantes en círculo en torno al mástil, sujetando cada uno con ambas manos el extremo de la cinta que van a tejer, de modo que la parte final de la misma queda por delante de cada danzante; en esta posición, realizan sobre el terreno sucesivos giros de cadera, en unos breves compases, terminado cada uno de los cuales hacen un giro completo, saltando en el aire. Se repite este previo dos veces, mientras suena la música de los Puentes.

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De inmediato da comienzo la rotación en torno al mástil, para ir enrollando las cintas en el mismo. Esta rotación la efectúa la mitad del grupo en un sentido y el resto al contrario, entrecruzándose, cinta arriba, cinta abajo, a los sones del Baile de Procesión. Finalizado el trenzado, tras el grito de “¡al puesto!” hay un pequeño descanso.

Se reinicia después la danza repitiendo los previos iniciales anteriores, para volver a rotar, esta vez en sentido contrario al inicial, con el fin de ir destrenzando las cintas.

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El destrenzado se efectúa a los sones de la Media Jota; el ritmo se acelera en las últimas vueltas, a una señal del alcalde de la danza, culminando el ejercicio con evoluciones a gran velocidad, hecho que levanta el entusiasmo en los espectadores, que prorrumpen en sonoros aplausos hasta la conclusión de la danza, después que el alcalde grita finalmente “¡al puesto!”.

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ÁMBITO DE ACTUACIÓN

Las Fiestas de Abril

Las fiestas del voto de la Romería son en la actualidad el marco de actuación específico del grupo de danzantes. Se conocen popularmente como Fiestas de San Marcos, por coincidir con la festividad del evangelista San Marcos el día grande de este ciclo.

En el día 24 de abril, conocido como la Víspera, la jornada de los danzantes comienza a las ocho de la mañana, dándose cita con los instrumentistas en el domicilio del alcalde de la danza, para realizar la tradicional diana o alborada de los danzantes. En ropa de calle, recorren pueblo a los sones del baile de la Diana, anunciando con sus castañuelas el inicio de las fiestas. A las doce del mediodía acuden a la explanada del santuario de la Virgen, para participar en los actos de la ofrenda floral, que concluyen con una especie de ensayo postrero de parte del repertorio de la muestra.

Por la tarde tiene lugar la procesión para acompañar a la Virgen desde su santuario al templo parroquial y, posteriormente, la muestra en la plaza de la villa. En estos actos participa el grupo ataviado ya con el traje de gala.

Una hora antes del inicio de la procesión se reúnen en el domicilio del alcalde de la danza, para ir juntos al del presidente de la Hermandad, donde se encuentran con los componentes de la mayordomía y la Junta de la Hermandad de la Virgen. Todos en comitiva van a la casa de la camarera mayor de la Virgen, que custodia la bandera de gala de la mayordomía. Una vez que se entrega dicha bandera al capitán de la soldadesca, la comitiva acude a la plaza grande, para recoger a la justicia y, todos juntos, dirigirse al templo parroquial, acompañados desde ese momento por la banda de música. Allí recogen al párroco y van en comitiva al santuario de la Virgen.

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La procesión comienza con una salva a la Virgen, en el momento en que sale de su santuario. Suena el himno nacional y simultáneamente los danzantes hacen la danza de la Marcha Real, al tiempo que el alférez de la mayordomía realiza el bandeo y los sargentos, sable al pecho, saludan respetuosamente mientras se escuchan los cornetas.

A continuación, se realiza el recorrido procesional, en el transcurso del cual los danzantes ejecutan el baile de Procesión de manera ininterrumpida hasta el templo parroquial, al que acceden bailando, y del que saldrán en busca de la imagen, para volver a entrar de nuevo y concluir así su actuación instantes antes de acceder la Virgen a la iglesia.

Terminada la procesión, se forma la comitiva para acudir a la plaza de la villa, para realizar la muestra. La justicia y la Hermandad, acompañados del grupo de danzantes y la mayordomía, marchan hacia la plaza. Una vez allí, tiene lugar la muestra de los sargentos, finalizada la cual se realiza la de los danzantes, con la recitación de los dichos y la ejecución de danzas y alardes.

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El día de la Romería, el 25 de abril –la fecha más señalada en el calendario festivo mentridano–, es cuando tienen lugar los actos más emotivos e intensos en el programa de actuación de los danzantes. El traslado de la imagen a la dehesa de Berciana, en cumplimiento de un voto popular datado en la primera mitad del siglo XVI, se inicia a las ocho en punto de la mañana. La Virgen sale del templo parroquial y se le tributa un acto de homenaje similar al descrito en la procesión de la Víspera, excluido el bandeo.

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El trayecto comienza con el baile de Procesión, que se realiza sin descanso hasta la plaza Chica; allí se produce una primera estación, para que la mayordomía ejecute la primera salva festiva a la Virgen, con el brioso bandeo de la bandera a guerra del alférez. Como en la siguiente salva del recorrido, los danzantes efectuarán una danza de paloteo; en esta primera salva, el Medio Baile. Prosigue la marcha hasta la fuente del Pinote, en las inmediaciones del solar que en otros tiempos ocupó la antigua ermita dedicada a San Ildefonso, hoy en día desaparecida. En este lugar se hace la segunda salva, mientras los danzantes danzan la Valmojá.

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En el trayecto desde la plaza Chica hasta el Pinote los danzantes han ido danzando a los sones del baile de Procesión, haciendo pequeños descansos en algunos tramos. Desde el Pinote en adelante, el grupo de danzantes dejan la procesión, que retomarán cuando se realice la tercera salva de la mayordomía, a la entrada del puente de Berciana, ya en plena dehesa. En esta ocasión, con el sonido nuevamente del himno nacional de fondo, los danzantes inicial el baile de Procesión, con el que acompañarán a la Virgen hasta su ermita.

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En la explanada posterior de dicha ermita hay una nueva salva de la mayordomía, concluida la cual, cesa el baile y tiene lugar una Misa de campaña. Acabada la Misa, se traslada la imagen al interior de la ermita. En este breve recorrido los danzantes repiten el baile de Procesión, a cuyos sones entran y salen en la ermita reiteradas veces, hasta el momento en que la carroza penetra en el pequeño templo, después de haber realizado el alférez el bandeo de la última salva de la mañana, a las puertas de la ermita.

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Viene después la muestra, que tiene lugar en la explanada de la Vega, a los pies de la ermita. El ritual se repite idéntico al realizado la tarde de la Víspera. Finalizada la muestra llega el momento de la comida, que realizan los danzantes en el rancho de la justicia, invitados por el consistorio. Más tarde, los danzantes recorrerán los ranchos dispersos por la dehesa, para recabar propinas de los romeros, a los que recitan sus dichos en agradecimiento.

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El campanillo de la ermita señala, minutos antes de las siete de la tarde, que va a dar comienzo la procesión de regreso al pueblo. El grupo de danzantes precede a la Virgen al salir de su ermita, iniciando el baile de procesión en el momento mismo en que el abanderado realiza la primera salva de la tarde, a las puertas de la ermita. Los danzantes acompañarán a la Virgen a los compases del baile de Procesión en el primer tramo del recorrido de regreso, que culmina en el puente del arroyo de Berciana, donde se efectúa una nueva salva de la mayordomía. Terminada la ceremonia, los danzantes dejan la comitiva.

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Se incorporan en el ritual del Encuentro, junto a la Cruz de Gabriel Rodríguez. En el momento en que la imagen de la Virgen se aproxima a la del Resucitado y la comitiva de santos que le acompaña, suena el himno nacional, se repite la salva festiva de la mayordomía y el grupo de danzantes palotea la Marcha Real. Concluido el acto, se reanuda la procesión. Desde ese punto hasta el templo parroquial, los danzantes irán danzando el baile de Procesión sin cesar, junto a la Virgen, hasta entrar en la iglesia, repitiendo el mismo ritual con que terminó la procesión de la jornada anterior.

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La intervención de los danzantes en estas fiestas culmina el día 26, con su participación en la procesión para devolver la Virgen a su ermita, tras la celebración de la Misa Mayor. Minutos antes de las doce del mediodía, ataviado con el traje de gala, el grupo se da cita en la plaza de la villa para acudir desde allí a la iglesia en comitiva, con la mayordomía, la justicia, la Junta de la Hermandad y la banda de música. Terminada la Misa, los danzantes marcan el inicio de la procesión con el paloteo de la Marcha Real. Acompañan el recorrido hasta el santuario de la Virgen de manera ininterrumpida con el baile de Procesión, que culminan con reiteradas entradas y salidas al templo, hasta que la carroza de la Virgen hace su entrada en el mismo, después de recibir una postrera salva por parte de la mayordomía. Culmina así su actuación en las denominadas Fiestas de Abril.

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Otras celebraciones litúrgicas y populares

Al margen de esta intervención abrileña, el grupo de danzantes participa también en otras dos citas litúrgicas. La primera, en la denominada Función de Mayo, una fiesta votiva de acción de gracias que tiene lugar el primer domingo de mayo, desde mediados del siglo XIX. La segunda, en la solemne procesión del Corpus Christi, desde 1986.

En la Función de Mayo, los danzantes acompañan a la Virgen vistiendo el traje de gala en la procesión vespertina que la conduce desde la iglesia parroquial hasta su santuario, en un amplio recorrido por las calles del casco urbano. La intervención de los danzantes es muy similar a la de la procesión del día 26 de abril, con la única diferencia de que en esta ocasión ejecutan los tres paloteos en las tres salvas que se intercalan en el trayecto: el Medio Baile, en la plaza del Ayuntamiento; la Valmojá, en la plazoleta de los Gorullos (antes, de Isabel II), y en la plaza chica, la Habanera.

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En la procesión del Corpus Christi, los danzantes, vistiendo el traje de campo, van delante de la carroza que lleva la custodia. Danzan la Marcha Real en el arranque del recorrido, a las puertas del templo, y en el acto de la bendición desde el baluarte, en la plaza del Ayuntamiento. También hacen el Baile de Procesión acompañando a la custodia en el momento de la entrada a la plaza de la villa y en alguno de los tramos de regreso al templo.

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Además, el grupo de danzantes viene participando desde el año 2000 en el ceremonial de la pisada de la uva y del ofrecimiento del mosto a la Patrona, en el acto central de la Fiesta de los Vinos de la Denominación de Origen Méntrida, que se celebra cada septiembre. Para esta ocasión los dos danzantes de menor edad son los encargados de hacer el ofrecimiento a la Patrona, vistiendo para ello el traje de gala; los seis restantes realizan simbólicamente las labores de la pisada de la uva, ataviados con traje de labriego, compuesto por pantalón oscuro ajustado con fajín rojo, camisa blanca con pañuelo a cuadros atado al cuello, alpargatas blancas y boina; los pantalones los llevan ajustados a la pantorrilla con una cuerda. En esta actuación no intervienen los instrumentistas; el maestro de la danza acompaña a los danzantes, si bien no tiene a su cargo ninguna tarea determinada.

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Legados de Méntrida

De manera ocasional, desde mediados del pasado siglo, el grupo de danzantes acude a citas puntuales, en calidad de “embajadores” de Méntrida, respondiendo a invitaciones diversas.

En varias ocasiones han participado en la procesión del Corpus Christi de Toledo y, con motivo de su coronación canónica, bailaron delante de la Virgen del Prado en Talavera de la Reina el año 1957. Desde la declaración de nuestra Romería como Fiesta de Interés Turístico Regional, los danzantes han pasado por diferentes ferias turísticas (FITUR, en Madrid; INTUR, en Valladolid), y por la Exposición Universal de Sevilla, en 1992. También acudieron invitados a la ciudad italiana de Palermo, en 1959. Incluso, han intervenido en algún programa de TVE y en las célebres muestras sindicales del primero de mayo en el estadio madrileño del Bernabeu.

Y, por supuesto, el grupo de danzantes han acompañado a la Virgen de la Natividad en las dos ocasiones en que ha viajado, para participar en actos como la concentración de imágenes de la Virgen el año 1954, en Toledo, y la coronación canónica de la Virgen de la Poveda, en la vecina Villa del Prado (Madrid), en 1998.

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LA MAYORDOMÍA

Desde tiempos remotos, cada vez que la imagen de la Virgen de la Natividad sale de su santuario lo hace escoltada por una soldadesca, que recibe el apelativo de la mayordomía. Aunque en épocas anteriores su composición ha sido diversa, en las últimas décadas el grupo lo integran habitualmente un capitán, un alférez abanderado, ocho o diez sargentos, dos cornetas y dos tamborileros, y dos o cuatro niños pequeños, entre 4 y 6 años, denominados mochilleres. A todos ellos se les conoce popularmente con el nombre de los sargentos o mayordomos.

Su origen y evolución histórica. El motín de 1608.

Con toda probabilidad, el origen de la soldadesca que en Méntrida denominamos la mayordomía se remonta a los comienzos del siglo XVII, época en la que comienzan a proliferar en pueblos y ciudades de Castilla este tipo de manifestaciones asociadas a desfiles procesionales, con motivo de fiestas y celebraciones diversas a lo largo de todo el calendario litúrgico, asumiendo tareas de escolta de los pasos o imágenes, de la custodia en las fiestas del Corpus, o, incluso, de grupos de disciplinantes en las procesiones penitenciales de Semana Santa. Y, en todo caso, aportando un colorido y una vistosidad notables, muy del gusto de las manifestaciones litúrgicas barrocas.

La composición de las soldadescas, cuya indumentaria difiere en las múltiples localidades en que actúan, tiende a ser relativamente uniforme. Al frente del grupo hay un capitán, a cuyo mando se encuentra un alférez y un número indeterminado de soldados, alguno de los cuales tienen a su cargo marcar el ritmo de la marcha procesional a los sones de tambores y cornetas. El símbolo distintivo de la compañía suele ser una bandera o gallardete, que habitualmente es portada por el alférez. Las armas que luce la soldadesca varían, dependiendo de las posibilidades económicas y de la época. Lo que apenas presenta diferencias significativas es la organización marcial de los desfiles o paradas, cuyo referente más inmediato radica en las ancestrales muestras o alardes que periódicamente realizaban en numerosos municipios sus respectivas milicias concejiles, en plena Edad Media.

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No tenemos noticias documentales fehacientes que marquen de forma precisa el comienzo de la soldadesca que escolta tradicionalmente la imagen de Nuestra Señora de la Natividad cada vez que sale en procesión de su Ermita. Todo hace suponer que, en nuestro caso, la soldadesca surge a raíz del célebre motín de 1608, dando respuesta a una necesidad real, más directamente emparentada con la conveniencia de custodiar la imagen de nuestra Patrona, que con el mero cariz decorativo que justificó en su momento la aparición de tantas otras soldadescas en la España del siglo XVII.

El célebre motín tuvo lugar en diciembre de 1608. El concejo de Méntrida recibió la preceptiva requisitoria de la justicia de Segovia, previa al amojonamiento y deslinde del término y jurisdicción de aquella ciudad confinante con la villa. El hecho no era inusual; así se procedía periódicamente, siempre que se llevaba a cabo la renovación de los mojones que delimitaban el territorio jurisdiccional de las localidades castellanas.

Al amojonamiento eran citadas las partes interesadas en el mismo, en virtud de la existencia de lindes comunes. Pero aquella ocasión no sería una de tantas. El pueblo de Méntrida entendió que era llegada la hora de reivindicar de modo expeditivo sus aspiraciones sobre la propiedad jurisdiccional de la dehesa de Berciana. Así, acordaron aprovechar el acto anunciado del deslinde de términos para pergeñar una operación que pusiera de manifiesto, ante los representantes de Segovia, su rotunda y decidida intención de negarles cualquier pretensión de propiedad sobre los derechos jurisdiccionales de la dehesa.

El momento era sumamente propicio, por cuanto el acto de amojonamiento se entendía como uno de los que, de modo más

patente, rubricaban el ejercicio de potestad jurisdiccional sobre un territorio.

Indudablemente, aquellos mentridanos eran conscientes de la gravedad e importancia de la determinación que estaban adoptando y sabían de las consecuencias que aquello les podía acarrear. Aún así, desafiando a la suerte, resolvieron no mandar los delegados que pedía la requisitoria de la justicia de Segovia, y, en lugar de ello, decidieron armar una partida de vecinos que pusieran contundente resistencia al pretendido amojonamiento. Como quiera que, por la citación de la ciudad, supieran la fecha y hora en que se había de iniciar el amojonamiento, los intrépidos vecinos acudieron puntualmente con la resuelta intención de impedir la realización del mismo.

Dicen los documentos que el grupo lo componían más de 80 hombres, armados de escopetas, arcabuces y otras armas ofensivas. Cuando éstos vieron a los segovianos aproximarse a Berciana, salieron a su encuentro con gran resolución y con ánimo decidido de impedirles el acceso a la dehesa. La comitiva de los de Segovia debía ser reducida, integrada tan sólo por el teniente de corregidor de la ciudad, uno de sus regidores, el procurador general de la Tierra, el escribano de comisión y algunos alguaciles, a los que acompañarían dos o tres personas de Aldea del Fresno y otras tantas de Villamanta, Casarrubios del Monte y Valmojado, pueblos de la Tierra de Segovia limítrofes con Méntrida. El grupo segoviano era sin duda menos numeroso que el mentridano. El desequilibrio de fuerzas era patente, máxime si tenemos en cuenta que los de Segovia ni se esperaban aquel recibimiento, ni contaban con los recursos precisos para hacerles frente. Ambas circunstancias explican el rápido desenlace de los hechos. La disuasión fue absoluta.

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

Debemos pensar que el enfrentamiento no llegó a consumarse, pues ninguna noticia hemos hallado sobre desgracias personales, que deliberadamente fueron excusadas por los segovianos; quienes, dada la evidente desventaja en que se hallaban, resolvieron retirarse pacíficamente, ante el alborozo, regocijo y escarnio de los agresores.

Aunque a falta de algunos datos concluyentes al respecto, contamos con los suficientes para afirmar que, pocas semanas después del motín, la ciudad de Segovia se querelló de los protagonistas de la rebelión ante los tribunales regios, exigiendo las penas más severas para castigo de los inculpados y escarmiento de todos. Por la sentencia dada en primera instancia por el juez pesquisidor Diego Nieto de Mojica, sabemos la lista de los 25 condenados en el caso. Teniendo en cuenta la gravedad de la pena impuesta a cada uno de ellos, cabe deducirse el grado de participación en los hechos juzgados a título individual, y, por ende, el protagonismo que cada quien tuvo en el motín. Diez de ellos fueron muy severamente represaliados, pues al parecer se hallaron en la mojonera con escopetas y arcabuces; del resto se dice que fueron causa del motín y resistencia. Probablemente el hecho de no existir derramamiento de sangre hizo que las penas impuestas se restringieran al pago de los salarios ocasionados por la pesquisa, así como las costas de todo el proceso. En cualquier caso, a la represalia implícita en la sentencia hay que sumar las humillaciones de que fueron objeto los culpados durante los interrogatorios llevados a efecto. La saña con que se emplearon los pesquisidores en la averiguación de lo ocurrido propició hartas vejaciones a los encausados, que no pasaron desapercibidas a la sensibilidad del vecindario mentridano. De estos malos tratos infringidos a los indefensos acusados de amotinamiento tenemos abundantes noticias por un proceso posterior, en donde se hacen eco de las afrentas sufridas por los participantes en la revuelta de 1608. Así se expresa a este respecto el procurador de la parte de Méntrida en el pleito, Gabriel Valdés:

... Habían amenazado a los oficiales y a otros vecinos de la dicha villa, de que les habían de dar crueles tormentos si no declaraban todo lo que les ordenaban que dijesen; y habían puesto las manos en ellos, dándoles muchos golpes en la cara y en el cuerpo, con grande nota y escándalo de los que estuvieron presentes a ello (...) Y les habían dicho que habían de traer verdugo y les habían de dar tormento y condenar a azotes y a galeras...

La relación del procurador iba refrendada por el testimonio de varias declaraciones suscritas por algunos de los inculpados en el caso, todos los cuales afirmaban que se había procedido contra ellos con muy grande aspereza y con mucho rigor, tratándoles muy mal de obras y palabras y teniéndoles presos con grillos y cadenas, y llamándoles pícaros y bellacos perjuros. Reseñaremos, para mayor abundamiento, la declaración de uno de los testigos, en cuyas palabras queda bien patente la amargura de quien se sabe humillado y afrentado:

... Y porque no quiso decir y declarar todo lo que (el juez) quería, que este testigo no lo sabía, le dio el dicho juez cinco bofetones a mano abierta; y por amenazarle y atemorizarle que dijese lo que el dicho juez quería, le dijo muchas y diversas veces que había de traer un potro y un verdugo para darle tormento, para hacerle venir a decir lo que el dicho juez quería que dijese; y que trajesen un jumento, que quería que le azotasen; haciéndole otros muchos malos tratamientos (...) Y de la misma suerte procedía con las demás personas que tenía presos, de

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

manera que todos los vecinos de la dicha villa estaban atemorizados (...) Y les iba amenazando que les habían de hacer dar 200 azotes, y que fuesen a Casarrubios por un verdugo para dárselos (...)

Las consecuencias del motín y los pleitos posteriores que acarreó fueron la definitiva clarificación del dominio jurisdiccional de la dehesa de Berciana, y la posterior adquisición de aquella propiedad por el pueblo de Méntrida, que pocos años después pasó definitivamente a integrar el catálogo de bienes comunales de la villa.

Estas circunstancias históricas justificaron, con toda probabilidad, la consolidación de la soldadesca que en lo sucesivo escoltó la imagen de la Patrona en sus desplazamientos a Berciana cada 25 de abril. De hecho, algunos testimonios de la famosa Declaración Jurídica de 1653 atestiguan que habrá como cuarenta o cincuenta años que, por la fama que siempre ha tenido de milagrosa esta santa imagen y por haber debates entre Segovia y esta villa sobre la dehesa de Berciana, vinieron mucha gente de Segovia con ánimo de robar la dicha santa imagen el día de San Marcos, que la llevaban en procesión a Berciana, y llevársela diciendo que era suya. Y que por eso salió de esta villa mucha gente prevenidos con armas para defender la santa imagen y guardarla, y los de Segovia llegaron a la Aldea del Fresno, mas que no pasaron a Berciana; y que luego se siguió el pleito con la dicha ciudad de Segovia y esta villa sobre la jurisdicción de la dicha dehesa de Berciana y salió con ella esta villa como la tiene hoy. Así pues, debemos concluir que la escolta de la Virgen por jóvenes armados en la jornada romera del día de San Marcos comenzó a institucionalizarse a finales de la primera década del Seiscientos, teniendo una motivación plenamente justificada en la necesidad de custodiar la imagen de la Patrona de posibles agresiones.

Con el paso del tiempo, tras la compra definitiva de Berciana por el concejo de la villa de Méntrida, cabe pensar que la función defensiva de la soldadesca pasó a un segundo plano, primando entonces su misión protocolaria.

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Los Mancebos

A comienzos de los años veinte del siglo XVII, el cometido de organizar la soldadesca fue asumido por los miembros de la recién instituida Cofradía de San Juan Bautista. Esta hermandad surge en sus principios como una asociación de jóvenes solteros, cuya misión se limita principalmente a proporcionar el mayor lucimiento posible a las ceremonias de las celebraciones más notables del calendario litúrgico, y, muy especialmente, a las de la Semana Santa, el Corpus Cristi y las fiestas de la Virgen. A ellas acudían con su cera, en forma de congregación, contribuyendo así a realzar los actos centrales de dichas festividades. Para ello, y a diferencia de otras cofradías, realizaban a lo largo de todo el año diversos trabajos en los campos, aplicando el jornal que ganaban para los gastos propios de su hermandad, el más importante de los cuales solía ser la compra de cera para acudir con ella a los actos litúrgicos y procesiones de las fiestas antes mencionadas. Estos trabajos voluntarios los realizaban en días festivos, después de conseguir de la autoridad eclesiástica la licencia correspondiente, dado que, según las normas de la época, trabajar en días festivos estaba terminantemente prohibido.

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Hasta el año 1690 no se refleja en la contabilidad de la cofradía ningún gasto referido a los que ocasionara el compromiso de asumir la guardia de la Patrona, que se restringía tan sólo a los actos festivos del día 25 de abril. Pero en las cuentas del mencionado año figura una partida por valor de 120 reales aplicados a la compra de picas –lanzas largas usadas antaño por los soldados de infantería– para la soldadesca. Años después, en 1711, encontramos una primera alusión expresa a la formación de la soldadesca:

Se propuso que, en atención a que el día de San Marcos es costumbre establecida en esta villa por voto que tiene hecho el llevar en procesión y romería a Nuestra Señora de la Natividad a la ermita de Berciana donde fue aparecida, y, asimismo, es también costumbre entre los hermanos de dicha cofradía el hacer una soldadesca para lucimiento y adorno en este día y acompañar con ella a Su Majestad hasta su santa casa; y queriendo continuar con esta buena obra, acordaron todos, némine discrepante, que se haga dicha soldadesca y se eligió por capitán a Sebastián Díaz, por alférez a Francisco Hernández, por sargentos a Francisco González, Gervasio Rodríguez, Juan Pascual y Juan Mayoral.

Se trata de un acuerdo excepcional adoptado en el cabildo de la cofradía, por cuanto no suelen reflejarse este tipo de decisiones en sus libros. Sí hay repetidas alusiones a los nombres de quienes asumieron los oficios de capitán y alférez de la soldadesca, en diversos años. A este respecto, la costumbre imperante era que fueran los propios mayordomos de esta cofradía los que realizaran cada año tales cargos al frente de la soldadesca. De ahí que ésta adoptara, con el tiempo, la denominación que actualmente suele aplicársele: la mayordomía. No había una norma que así lo prescribiera en sus ordenanzas, pero sí era costumbre y tradición; aunque, en ocasiones, algún mayordomo se negó a aceptar tal responsabilidad. Así ocurrió en 1770, en cuyas cuentas se puede leer: “Estos mayordomos no hicieron por sí la soldadesca, porque dijeron no era de su obligación; la hicieron voluntariamente los mozos”.

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A finales del siglo XVIII, más concretamente el año 1793, los cofrades de San Juan Bautista acordaron comprar 50 alabardas para la soldadesca, invirtiendo para ello 400 reales. Del documento en el que encontramos la noticia se desprende que en los últimos años las picas adquiridas en 1711 quedaron en desuso, siendo suplidas por alabardas –lanzas similares a las picas, pero rematadas en una moharra con cuchilla transversal, aguda por un lado y en forma de media luna por el otro–, que eran alquiladas cada año. Así reza el texto de referencia:

Y teniendo la devoción los mayordomos que se nombran de esta cofradía hacer cada uno en sus respectivos años la festividad a Nuestra Señora de la Natividad llevándola en procesión donde fue aparecida en la dehesa de Berciana, propia de esta villa, con su soldadesca que se compone de diferentes mozos y casados armados cada uno con sus alabardas, que no habiendo éstas en esta villa tienen que salir los mayordomos de cada año a buscarlas a los pueblos comarcanos donde se sabe las hay, que además de tener que echar empeños para recaudarlas, como se está verificando, tienen que pagar el alquiler de ellas, sin los crecidos gastos que en todas estas diligencias y en la de volverlas a llevar se les irrogan (...) han tenido a bien éstos, para que en lo sucesivo no se originen tan crecidísimos gastos, de comprar 50 alabardas con sus varas para los propuestos fines.

La utilización de alabardas por parte de la soldadesca hubo de prolongarse hasta la extinción de la cofradía, a mediados del siglo XIX. Las estampas romeras que quedaron reflejadas en las pinturas murales del Camarín de la Ermita nos presentan diversos detalles relacionados con la soldadesca, según la usanza de finales del siglo XVIII. En ellos podemos observar los atuendos y la indumentaria empleada por los sargentos, así como las armas que portan, que son picas y trabucos. Por cierto, que tenemos constancia documental de la utilización de los trabucos para la realización de salvas, supliendo así algunos años a los artefactos pirotécnicos en las procesiones del día de San Marcos.

La extinción de la cofradía de los Mancebos ocasionó sin duda cambios en las costumbres de la soldadesca. Unos cambios que afectarían no sólo a la impedimenta empleada por los sargentos, sino también a su participación en otros actos, una vez asumida la organización de la mayordomía por parte de la Hermandad de la Virgen, a partir de su refundación en 1917.

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Indumentaria, usos y costumbres de la Mayordomía

Antiguamente, la mayordomía se constituía de manera oficial el día 24 de junio, fiesta de San Juan Bautista, en memoria del patrón de la extinguida cofradía de los Mancebos. Ese día, la mayordomía saliente entregaba los poderes a la entrante. Para ello, los mayordomos se reunían en la casa del capitán, para acudir juntos a misa, terminada la cual, en presencia de la Junta Rectora de la Hermandad, los mayordomos salientes entregaban los poderes a los entrantes. Después, recorrían las casas de todos los entrantes, donde tomaban una copa de vino rancio. Este ceremonial se perdió hace décadas. Actualmente, la mayordomía se constituye en las fechas próximas al día de Barrer la Vega, un mes antes de las fiestas de Abril, realizándose los ensayos a lo largo de las cuatro semanas previas a las fiestas.

La participación en la soldadesca tiene un carácter voluntario y altruista. El capitán y el alférez que se ofrecen para servir los oficios son los encargados de reclutar a los sargentos, mochilleres y músicos que les acompañarán. Si el servicio en los cargos de capitán y alférez responde, en la mayoría de los casos, a promesas hechas a la Virgen, el resto de la mayordomía se justifica en razón de lazos de amistad o parentesco. Hay una lista de peticiones para servir como capitán y alférez de la mayordomía, asentadas en las páginas de un libro que la Hermandad tiene al efecto, donde también se anotan las reservas para servir en el grupo de los danzantes.

Aunque en otras épocas la composición ha sido diversa, en la actualidad la mayordomía está formada por el capitán, el alférez o abanderado, un grupo de ocho a diez sargentos, cuatro

músicos (dos tambores y dos cornetas) y una o dos parejas de mochilleres. El mando del grupo recae en el capitán, hecho que se destaca en las muestras de la mayordomía, en el transcurso de las cuales forma parte de la presidencia de las mismas durante el primer bandeo. En la formación, el capitán va emparejado con el alférez, que indica su presencia mediante la bandera de combate que porta. El alférez es el principal protagonista de la muestra, dada su función de abanderado. Los mochilleres cumplen la función de pajes del capitán y del alférez; en origen era una única pareja, que desfilaba, como se comprueba en el mural del camarín de la Ermita, a la vera del oficial a cuyo servicio actuaban. Su denominación hace alusión a la misión que asumían originariamente, pues a su cargo estaba el transporte de la mochila de sus oficiales.

La tropa de la soldadesca la integran habitualmente ocho o diez sargentos; reciben ese nombre en recuerdo del antiguo cometido que tenían asignado, cual era el de responsabilizarse de los grupos de soldados que integraban la milicia concejil. Sus armas han sido diferentes a lo largo del tiempo; por la documentación de diferentes épocas sabemos que utilizaron picas, alabardas, trabucos y sables. Dado el carácter primordial como escolta y guardia de la Virgen, lo más apropiado es la utilización de alabardas, que son de uso habitual en los cuerpos de la guardia de la realeza. La presencia de escopetas tiene su justificación en la realización de las salvas de honor que tenían lugar en los cortejos procesionales, en los momentos en que se efectuaba el bandeo.

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Las escasas noticias de que disponemos sobre la indumentaria de los mayordomos nos las ofrecen el libro de fray Luis de Solís y las pinturas murales del camarín de la Virgen. Dice Solís, aludiendo a este particular, que los mayordomos usaban actuar riquísimamente vestidos, sin aportar más detalles. Efectivamente, el lienzo del muro meridional del camarín, donde se retrata la mayordomía en formación en la ceremonia del Recibimiento, corrobora la afirmación de Luis de Solís. La soldadesca va tocada con sombrero de tres picos negro; llevan casacas largas moradas, al estilo de los tercios nuevos de Toledo, con grandes vueltas en las bocamangas, sobre chupa de jerguilla y camisa de lienzo, y corbata de bocadillo blanca al cuello; calzan zapatos de baqueta negros, con prolongada lengüeta en el empeine, sobre medias calzas blancas ajustadas a la pantorrilla, a la altura del calzón.

La mayordomía mentridana de finales del siglo XVIII usaba una

indumentaria de influencia valona, de características similares a la de los tercios provinciales formados en el reinado de Carlos II.

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Tanto el capitán y el alférez, como sus mochilleres y el tambor visten uniformes con ligeras variaciones respecto de los sargentos. Los dos oficiales y sus mochilleres portan fajas de seda carmesí, anudadas a la cintura con grandes lazadas, y van tocados con sombrero de fieltro de alas anchas, adornado con flores alrededor de la copa. El tambor viste de modo similar al músico de los danzantes.

En los últimos tiempos, posiblemente después de la desaparición de la cofradía de los Mancebos, tanto la vestimenta como los demás atributos de la mayordomía se simplificaron al máximo, adoptando el uso de los sables para todos los componentes del grupo que van armados. Así, fue lo corriente que los sargentos llevaran traje de chaqueta, usando como único distintivo un sencillo galón prendido en los laterales del pantalón, dorado para las funciones del día de San Marcos y la de Mayo, y blanco para el resto.

En 1991 se comenzó a utilizar la vestimenta vigente, que imita la de la mayordomía retratada en las pinturas del Camarín de la Virgen, ya comentadas, si bien con algunas variaciones. Todos van tocados con sombrero de fieltro de tres picos y visten casaca sobre camisa blanca, calzón y medias, calzando zapatos negros de lengüeta. La casaca es morada, salvo la de los oficiales, que es de color verde; el calzón, negro, sujeto con cinturón ancho de cuero; y las medias, blancas. Llevan al cuello un lazo de raso, blanco, salvo los oficiales, que lo llevan de color verde. En ocasiones, cuando la temperatura lo aconseja, se despojan de la casaca; en esas circunstancias se ajustan un fajín a la cintura, que es de color granate, salvo los del capitán y el alférez, que es verde. Estos colores son también los de los lazos de la camisa cuando van desprovistos de la casaca. El cambio de indumentaria no se aparejó con la recuperación de las armas tradicionales, manteniendo el uso exclusivo del sable por parte de los sargentos y mochilleres.

Respecto a la bandera que porta el alférez de la mayordomía, conocida con el apelativo de bandera a guerra, hay que decir que es el emblema de la soldadesca. La bandera de la mayordomía de las pinturas del Camarín de la Ermita lleva en su fondo representada la cruz de San Juan, blanca sobre rojo, con adornos triangulares azules en los bordes del paño; no es extraña la alusión a San Juan, dada la vinculación de la mayordomía con la cofradía de los Mancebos, cuyo patrono era el Bautista. Después, posiblemente con la extinción de la citada cofradía, las sucesivas banderas que se fueron utilizando cambiaron los símbolos, incorporando el anagrama de la Virgen María coronado, que ocupa el centro del campo; va en amarillo sobre azul y, ocasionalmente, porta diferentes adornos bordeando el paño. En las banderas que tenemos documentadas fotográficamente desde inicios del siglo XX, observamos que la cara opuesta a la que lleva el anagrama va adornada con diferentes motivos geométricos simétricamente dispuestos, confeccionados a base de piezas de tela de muy variado colorido, según esquemas que se han reproducido con algunas variantes hasta nuestros días. Sirva de muestra a este respecto las siguientes fotografías.

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A diferencia de otras banderas similares utilizadas en diferentes pueblos de la provincia, la mentridana tiene un peso considerable. Puede alcanzar los 18 kilos. Está confeccionada con paños de colores, cosidos a sendas telas pareadas, cada una de distinto color, que forman el campo de la bandera. Su peso limita en parte la ejecución de determinados alardes y piruetas, haciendo muy meritorios los complejos bandeos que se realizan.

Además de la bandera a guerra, la mayordomía cuenta con otra que se denomina de gala. Ésta no se emplea para los bandeos con los que se rinden honores a la imagen, ciñéndose su uso al de procesionar junto a la Patrona, a hombros del capitán.

La bandera de gala fue un regalo de la “Sociedad Artística Mentridana” hecho en 1915. Está confeccionada en tela de raso y va bordada, con la venerada imagen en su trono de plata en el haz, y con una escena de devoción en su envés, como se aprecia en las siguientes fotografías.

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La muestra de los sargentos

La muestra de los sargentos es, en la actualidad, el prólogo de la muestra de los danzantes. Sin embargo, todo indica que en tiempos remotos no había más que la muestra de la mayordomía, que tenía lugar en la plaza de la villa la víspera del día de la romería, una vez terminada la procesión para el traslado de la imagen de la Virgen desde su ermita a la iglesia parroquial.

Siguiendo los viejos usos de las milicias concejiles medievales, la soldadesca que escoltó la imagen de la Virgen desde los inicios del siglo XVII en su romería a Berciana instauró la costumbre de realizar, el día antes, una parada en la plaza pública ante las autoridades. En ella hacían alarde de la preparación que tenían sus integrantes para asumir su cometido, al tiempo que mostraban las armas reunidas al efecto. Tras el desfile ante las autoridades locales, de acuerdo con las antiguas etiquetas, el alférez procedía al bandeo de la denominada “bandera de combate”, que en Méntrida siempre se llamó “bandera a guerra”, cuyo cometido primigenio era ubicar al capitán de la tropa (de ahí que tanto en la formación de la muestra, como en las procesiones, el alférez siempre acompañe con su bandera al capitán de la mayordomía). El acto tenía como objeto rendir honores a la autoridad y, por supuesto, a la Patrona, representada para la ocasión en un grabado enmarcado, que portaba el cura del pueblo, quien ocupaba un sitio destacado en la presidencia de la muestra.

Con esta doble función de parada militar y rendición de honores, la muestra ha perdurado hasta nuestros días. Como es habitual en las tradiciones que perviven, la ceremonia sigue un

ritual estrictamente marcado, reproduciendo usos ancestrales que, con leves diferencias, se mantiene en el presente, tanto en el protocolo de la muestra, como en los movimientos del bandeo.

Actualmente, la muestra se realiza completa en tres ocasiones. Como marca la tradición, se mantiene el día de la víspera (24 de abril), una vez concluida la procesión para bajar la Virgen de su ermita al templo parroquial. Esta se sigue celebrando en la plaza del Ayuntamiento, precediendo a la muestra de los danzantes. Y, desde tiempo inmemorial, se hace también en la explanada de la Vega, a los pies de la ermita de Berciana, el día de la Romería, después de dejar a la Virgen en la ermita, una vez concluida la misa de campaña. Ignoramos en qué tiempo se introdujo esta muestra en Berciana; desde luego, el padre Solís no hace alusión a esta muestra al describir la jornada del día de San Marcos, por lo que deducimos que es posterior a 1734. El día 24 de abril, después de la ofrenda floral, los sargentos hacen la muestra frente a la imagen de la Virgen, si bien en esta ocasión van vestidos de calle.

Como indicábamos anteriormente, el ceremonial de la muestra responde a los usos antiguos. Tras consultar el testimonio del recordado Gabino López, recogido por don Jesús García Cuesta en su libro “Nuestra Señora de la Natividad, patrona de la villa de Méntrida”, con la inestimable colaboración de Agustín Simal, recopilamos a continuación los datos sustanciales de la muestra de los sargentos, según los usos tradicionales.

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La formación de la mayordomía para la dar comienzo a la muestra, es la siguiente. Se organizan dos filas; van en cabeza, los sargentos, seguidos de los mochilleres, el capitán y el alférez; cierran, los tambores y los cornetas. El capitán, los sargentos y los mochilleres portan sable, envainado y sujeto al cinturón; el alférez lleva la bandera a guerra, echada sobre los hombros y sujeto el mástil con la mano derecha, portando sobre la muñeca izquierda el borde de la misma; los músicos, con sus respectivos instrumentos.

La ceremonia, una vez en los puestos de partida, se inicia con un golpe seco de los tambores, seguido de dos más, para ordenar la posición de firmes; así, tras escucharse dos golpes seguidos,

los formados echan mano a la empuñadura de sus respectivos sables; un postrer golpe de tambor ordena desenvainar los sables y echarlos al hombro. Inmediatamente comienza el redoble incesante de los tambores, a cuyo ritmo se inicia la marcha hacia la presidencia de la muestra.

Al llegar a su altura, cada pareja de la formación hace un saludo, consistente en una leve genuflexión, al tiempo que adelantan el sable hacia las autoridades, girando de inmediato hacia el exterior de las filas y marchando para recomponer la formación en el punto de partida. El saludo del alférez es con su mano zurda, dado que porta la bandera con su diestra.

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Recuperada la posición de partida, el grupo de sargentos y mochilleres dan media vuelta, quedando enfrentados al resto de la formación. En ese instante, el alférez avanza el antebrazo izquierdo, en señal de saludo a sus compañeros, que responden con un saludo desde el puesto, avanzando adelante sus sables, para recuperar la posición sobre el hombro de inmediato. Seguidamente, la formación hace un giro y quedan enfrentadas las filas, momento en que, mediante un leve movimiento del sable, se produce un nuevo saludo de cada uno con su compañero de enfrente; salvo los oficiales, que mantienen su posición enfrentados a la autoridad que preside.

En este momento, los dos sargentos de cabeza giran y se dirigen a la presidencia; tras un saludo al cuadro de la Virgen, mediante un ligero movimiento de cabeza, solicitan permiso para que los mochilleres abandonen la formación; y vuelven a sus puestos, tras recibir la respuesta afirmativa del alcalde o quien en su nombre presida la muestra. Una vez reintegrados a las filas, los sargentos hacen un giro y dan la espalda a la presidencia, momento en el que el capitán ordena a los mochilleres que se coloquen entre los sargentos que cierran la formación, mirando hacia la bandera; a una señal del alférez, todos repiten con sus sables el saludo a la bandera. Inmediatamente, quienes daban la espalda a la presidencia dan media vuelta. En ese instante, avanzan los mochilleres entre las filas hasta situarse junto a los sargentos guía; entonces, se produce un nuevo saludo de la formación a la presidencia, tras el cual los mochilleres se dirigen a la presidencia, donde les darán asiento, tras envainar sus sables. En ese momento, los sargentos guía, tras saludar con una inclinación de cabeza al cuadro de la Virgen, piden

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autorización para que el capitán ocupe un sitio en la presidencia. Obtenido el permiso, hacen un giro y regresan a la formación, que automáticamente se gira, enfrentándose las dos filas. El capitán, entonces, se coloca entre la primera pareja de sargentos, dando cara a la bandera, al tiempo que los sargentos dan media vuelta hacia la bandera y hacen nuevamente el saludo con el sable. Después, girando capitán y sargentos, toda la formación queda de cara a la presidencia, mientras el capitán avanza hacia los sargentos guía; llegado a su altura, la formación saluda nuevamente a la presidencia, tras lo cual el capitán ocupa su asiento, una vez envaina su sable. Antes de volver a la formación, los sargentos guía vuelven a solicitar permiso para que el alférez bandee; una vez concedido,

regresan a sus filas, momento en que la formación vuelve a situarse cara a cara, para de inmediato desplazarse dando tres pasos hacia atrás, para abrir la formación y que se dé comienzo el bandeo de muestra.

Acabado el bandeo, el abanderado regresa a su puesto y allí espera la colocación de los sargentos, quienes, regresando a su puesto y dando media vuelta, saludan a la bandera. Una vez hecho el saludo, giran y quedan mirando a la presidencia. Entonces, los mochilleres vuelven a colocarse en medio de los guías y, desenvainando el sable y saludando a las autoridades, dan la media vuelta, marchando a su lugar en la formación, el que ocuparán una vez hecho el preceptivo saludo a la bandera.

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

Colocados los mochilleres, junto con los sargentos dan la vuelta completa y quedan todos mirando a la presidencia. En este momento, el capitán procede a regresar a la formación. Se coloca entre los sargentos guía y, desenvainando su sable, saluda a las autoridades. Hecho el saludo, el capitán gira y marcha hasta la altura de la última pareja de sargentos. Entonces, todos saludan a la bandera, incorporándose el capitán a su sitio habitual. En este momento, la formación se coloca de nuevo cara a cara, desplazándose tres pasos atrás, abriendo filas, para que el alférez ejecute el bandeo de despedida, que se inicia a los sones de los cornetas.

Finalizado el bandeo, la formación se dispone en círculo, estando el alférez en su centro, acompañado de los mochilleres (capitán frente al alférez y los mochilleres emparejados con su respectivo oficial, trazando una cruz). En este punto, los tambores cesan. Suena luego un golpe seco de tambor, para indicar la orden de firmes. Acto seguido suenan tres toques de

tambor, para que todos adopten la posición de sable al pecho, lo que se ejecuta al tercer toque, coincide con el movimiento de la bandera por parte del alférez, que la inclina ligeramente al frente, cruzándose con el sable del capitán. En este momento comienza el redoble de los tambores y resuenan las cornetas, en señal de homenaje a la bandera.

Terminado el toque de las cornetas, cesan los tambores. Suena un toque de tambor para volver a la posición de firme; suena luego un redoble breve, que anuncia la posición de sables al hombro, lo que se ejecuta de inmediato. Después, vuelven todos a sus puestos, con la formación de cara a la presidencia. Desde esta posición, se procede al desfile final, avanzando hacia la presidencia y, a su altura, girando al exterior de las filas para abandonar el lugar de la muestra, después de saludar por parejas a las autoridades, envainando los una vez hecho el giro final, tal y como se procedió en el saludo inicial.

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EL BANDEO DE PROCESlÓN

El bandeo de procesión comienza con tres saludos consecutivos, cada uno de los cuales consiste en realizar tres “cuchillos” en cada lateral y tres “molinetes” por encima de la cabeza. Seguidamente, tras colocarse de rodillas el abanderado, bandea seguido por detrás y por delante, por los flancos y sobre su cabeza; el ejercicio se repite tres veces seguidas, con ambas manos; sigue luego la parte de las “mudanzas”, también con ambas manos, en un triple bandeo similar al anterior. Tras recuperar la posición inicial, el alférez se pasa la bandera al pecho y la cruza a derecha e izquierda, para concluir con tres pases por la cabeza. Al finalizar el bandeo, el alférez se envuelve en la bandera. Los tambores no cesan en sus redobles durante todo el bandeo; los cornetas suenan al finalizar los ejercicios de rodillas y levantarse en pie el abanderado, así como cuando se lleva la bandera al pecho para iniciar la fase final.

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

EL BANDEO DE MUESTRA

El bandeo de muestra se inicia con cuatro salidas sucesivas, como saludo a la concurrencia, cada una de ellas en una dirección determinada; la primera, de frente a la presidencia; después, a la derecha; luego, a la izquierda; y, finalmente, otra de frente. Este saludo se repite por tres veces consecutivas. A continuación, se procede a bandear lateralmente, seguido por detrás y de delante hacia atrás, con ambas manos; después, por debajo de las piernas, también con ambas manos. Seguidamente se suceden las mudanzas con las dos manos, ejercicio que concluye con el denominado “codazo”, consistente en volver la bandera atrás valiéndose del codo. Concluido el bandeo, el alférez enrolla la bandera en su brazo diestro, dejándolo caer sobre el hombro contrario. Después de un mínimo descanso, vuelve a desenrollar la bandera, iniciando una segunda fase con la ejecución de unos movimientos sobre ambos costados y sobre el cuello, soltando y recogiendo la bandera con la misma mano, y terminando con el denominado “pecho”, que consiste en elevar por encima de la cabeza la bandera apoyando el mástil en el pecho. El bandeo culmina envolviéndose en la bandera el alférez.

Mientras la ejecución del bandeo de muestra, los tambores redoblan sin cesar; por su parte, las cornetas se hacen sonar en tres ocasiones: la primera, a la finalización de los pases de saludo inicial, la segunda, al desenrollar la bandera, y la tercera al ejecutar el “pecho”.

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Actuaciones de la Mayordomía

Las fiestas de la Virgen de la Natividad, en las funciones de abril, mayo y septiembre, constituyen el ámbito natural de la intervención de la mayordomía, en virtud de su función de custodia de la imagen. Sin embargo, es tradicional también su presencia en la procesión del Encuentro, en la celebración de la Resurrección; y, desde 1986, contribuyen a realzar la procesión del Corpus Christi, escoltando la carroza de la custodia. Ambas actuaciones responden al antecedente histórico de la activa participación de los mayordomos de la cofradía de los Mancebos tanto en la Semana Santa como en la festividad del Corpus.

Las fiestas de la aparición de la Virgen

El día 23 se produce la primera actuación en las fiestas de la Aparición de la Virgen, con la tradicional alboreá que anuncia las fiestas. A las diez de la noche, la mayordomía al completo, salvo los mochilleres, se reúne en la casa del capitán y desde allí inician el recorrido del pueblo, haciendo siete paradas en los siguientes sitios, por este orden: plaza de los Castillejos; plaza de los Gurullos; plaza Chica; plazoleta de las Cinco Calles; calle de Santa Teresa, esquina a la calle Lepanto; calle de Lepanto, esquina Cuesta de las Molinas; calle Barranco, esquina a la calle de la Virgen. El recorrido culmina en la casa del capitán. En las siete paradas mencionadas, los cornetas y tambores hacen el toque de costumbre. Los tambores redoblan sin parar durante todo el trayecto.

El día 24, la mayordomía al completo, se hace presente en la ofrenda floral a la Virgen, finalizada la cual ejecutan la muestra ante la imagen. Por la tarde, antes de la procesión, se dan cita en la casa del capitán. Una vez todos juntos, se trasladan al domicilio del Presidente de la Hermandad de la Virgen y, desde allí, van a recoger la bandera de gala al domicilio de la Camarera Mayor, desde donde se trasladan a la plaza del Ayuntamiento, donde se agrupan con la Justicia y la banda de música. Después, acuden todos a la Iglesia, a cuyas puertas les aguarda el párroco; desde allí, todos en comitiva marchan a la Ermita de la Virgen.

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

Al comenzar la procesión, cuando la Virgen sale en su carroza de la Ermita, la mayordomía le rinde honores, llevando el sable al pecho, al tiempo que el alférez inicia el bandeo, acompañado de tambores y cornetas. A continuación, una vez se va a iniciar la marcha, los sargentos ocupan sus puestos flanqueando la carroza, en tanto que capitán, alférez y mochilleres cubren el frente, y tambores y

cornetas escoltan la trasera. Durante el recorrido, el redoble de los tambores es incesante, hasta las puertas de la iglesia, donde se realiza el bandeo de nuevo. En el momento en que la carroza accede al templo parroquial, la mayordomía rinde nuevamente honores, con el sable al pecho.

Finalizada la procesión, la bandera de lujo quedará en la parroquia, ya que se utiliza exclusivamente en las procesiones. La comitiva de la mayordomía, junto con el grupo de danzantes, la Junta de la Hermandad y la Justicia, acuden a la plaza del Ayuntamiento, donde tiene lugar la muestra, siguiendo la tradición descrita por Solís, a la que en páginas anteriores nos referíamos. Acabada la muestra, se disuelve la mayordomía junto a la puerta del domicilio de su capitán.

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El día 25, a las ocho en punto de la mañana, la mayordomía al completo se da cita en la puerta de la Iglesia para acompañar a la Virgen en su procesión a la Romería de Berciana. Se procede de igual forma que en el comienzo de la procesión del día 24, exceptuando el bandeo, que sólo se tributa a la Virgen en sus entradas al templo parroquial, no así en las salidas, como sí es costumbre en las dos ermitas.

Como quedó explicado en páginas anteriores, en el trayecto a Berciana se producen dos salvas en el tramo urbano, con sus bandeos correspondientes; una, en la plaza Chica; otra, en El Pinote.

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

Después de éste último, la escolta de la Virgen queda reducida a cuatro sargentos, hasta el puente del arroyo de Berciana, donde se incorporará la comitiva al completo, instantes antes de iniciarse el primer bandeo en la Dehesa. El fin del recorrido, al acceder a la explanada de la Ermita, se rubrica con un nuevo bandeo de procesión.

Durante la misa de campaña, la mayordomía en formación ocupa el pasillo central, frente al altar. A lo largo de la ceremonia se desarrolla un minucioso ritual. Un redoble anuncia el inicio de la eucaristía. La soldadesca está en la posición de sables al hombro, postura en que permanecerán hasta el momento en que un toque seco indique que se va a proceder a la lectura del evangelio, instante en que todos adoptan la posición de firmes. Después de la homilía, se canta la Salve de los Sargentos; previamente, a un toque de tambor toda la formación da un paso lateral hacia el interior de las filas; otro toque avisa para que eleven los sables y los entrecrucen, formando arcos. Finalizado el cántico, a un toque de tambor vuelven a la posición de partida, firmes; otro más, para recuperar la posición de partida en las filas, mediante un paso lateral. Luego se interpreta la Salve de los Danzantes, para lo cual éstos, que estaban ubicados en grupo a continuación de la mayordomía, avanzan hacia el altar y se colocan entre las filas de los sargentos, momento en que, a un nuevo golpe de tambor, los mayordomos vuelven a hacer arcos sobre las cabezas de los danzantes. Una vez acabado el cántico, los danzantes regresan a sus puestos de partida, mientras a un toque de tambor recobran la posición de firmes. Después viene el ofrecimiento; dos parejas de sargentos hacen la colecta entre los asistentes, depositando la misma en un pañuelo desplegado sobre uno de los tambores, que se ha colocado al inicio de la formación.

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Danzantes y mayordomos de la Virgen de la Natividad. Juan Manuel Magán

Antes de proceder a la colecta, los sargentos depositan sus sables en el pasillo de la formación, de dos en dos, cruzados, con la empuñadura opuesta al altar. Los primeros en hacer el ofrecimiento son los propios mayordomos, que avanzan hasta el tambor por parejas, de atrás hacia delante, comenzando por los cornetas; después, irán los danzantes, también por parejas. Tanto los mayordomos como los danzantes regresan a su posición de partida caminando hacia atrás, sin dejar de mirar al altar. Finalizada la colecta, se anuda el pañuelo y se deposita en persona de confianza. El producto de esta colecta, como las de las misas de los días 26 y 27, se destina a la mayordomía. En el momento del “Santo, Santo, Santo” suenan tres golpes de tambor, para que se adopte la posición de “presenten armas”, es decir, con el sable en vertical, empuñadura en el pecho. Así permanecen hasta el momento de la consagración, en que tres nuevos toques de tambor (dos seguidos y uno final) ordenan colocarse rodilla en tierra, con los sables avanzados, apuntando al suelo, para rendir honores. Cuando termina la consagración suenan de nuevo tres golpes seguidos (dos seguidos y uno final), que ordenan adoptar la posición de sable al pecho. Acabada la misa, un golpe seco de tambor ordena posición de firmes; inmediatamente un sencillo redoble ordena la posición de sables al hombro. Seguidamente, tras la celebración de la misa de campaña, se acompaña a la Virgen hasta el interior de su Ermita, ofreciéndole a las puertas un bandeo más en su honor.

La intervención de la mañana concluye con la ejecución de la muestra en la explanada de la Vega; hasta las siete de la tarde, la mayordomía se dispersa. A esa hora, dará comienzo la procesión de regreso al pueblo, que se amoldará a lo indicado respecto del inicio de la procesión del día 24.

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Cuando la comitiva llegue al puente del arroyo, tras el bandeo de rigor, se reduce de nuevo la escolta de la Virgen a cuatro sargentos. En la ceremonia del Recibimiento, junto a la Cruz de Gabriel Rodríguez, se recompone la mayordomía y tiene lugar el penúltimo bandeo en honor de la Virgen y de las demás imágenes que salen a su encuentro. La procesión discurre hasta el ingreso de la carroza en la parroquia, después del postrer bandeo de la jornada a las puertas del templo.

El día 26, sale la mayordomía bien temprano desde la casa del capitán para, todos juntos, recorrer casa por casa todos los domicilios de los sargentos. Al llegar a cada uno de ellos se hacen sonar los tambores y cornetas, con presentación de armas y el saludo al sargento correspondiente. En ocasiones, el recorrido por los domicilios de los mayordomos se distribuye en diferentes jornadas.

Finalmente, tras reunirse en la plaza del Ayuntamiento con la Junta de la Hermandad, la Corporación Municipal, los danzantes y la banda de música, todos acuden a misa, en la parroquia, donde ejecutan una entrada muy ceremoniosa. Pasan primero los cornetas, seguidos de los tambores y mochilleres; a continuación, el capitán y el alférez; y, tras ellos, los sargentos, de dos en dos. Al rebasar la puerta de entrada, los cornetas tocan su música acompañados por los tambores, y todos en formación se dirigen al altar Mayor, saludan al Santísimo Sacramento mediante leve genuflexión e inclinación de cabeza y, dividiéndose los dos grupos, en fila de a uno, discurren por las naves laterales hasta los pies del templo, volviendo después en formación de doble fila a la nave central; en ese punto vuelven a sonar cornetas, cesando en el momento en que todos y cada uno ocupan sus puestos en el pasillo de la nave central.

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Durante todo este ceremonial de la entrada suenan constantemente los tambores, en tanto que la asamblea permanece de pie. El ritual de la misa de campaña del día 25 se repite este día, salvo el cántico de la Salve de los Sargentos. Terminada la misa, comienza la procesión de regreso de la Virgen a su Ermita, que finalizará tras el bandeo a sus puertas. Concluido el acto, es norma habitual acudir juntos al domicilio del capitán o de algún otro miembro de la mayordomía, para compartir un refrigerio.

El día 27, San Marcazos, tiene lugar la denominada Misa de los Sargentos, que se lleva a cabo en la Ermita. El ceremonial de la entrada en el templo se lleva a cabo como en la misa del día de San Marquitos, repitiéndose el resto del ritual de la misa de campaña del día de San Marcos.

Finalizada la eucaristía se acostumbra realizar, en acción de gracias a la Virgen, un bandeo especial dentro de la Ermita. Los sargentos, sable al hombro, forman un corro junto a la puerta, en el interior de la Ermita, en torno al alférez que ejecuta el bandeo de procesión. Acabado éste, previa autorización del capitán, la gente que lo desea ejecuta por turno algunos compases del bandeo. Terminados los bandeos, la mayordomía se disuelve a las puertas de la casa de su capitán.

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Las funciones de mayo y septiembre

Siguiendo los rituales descritos, la actuación de la mayordomía en la Función de Mayo se inicia con la procesión del sábado, para el traslado de la Virgen desde su Ermita hasta la parroquia. En la tarde del domingo tiene lugar la procesión larga. Antes, se forma una comitiva en la plaza del Ayuntamiento, integrada por la mayordomía, los danzantes, la Junta de la Hermandad y la Justicia; todos juntos, acompañados por la banda de música, marchan a la puerta de la parroquia.

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Los mayordomos se incorporan a sus puestos, igual que en la procesión del día de San Marcos, con la diferencia que ahora el alférez porta la bandera de lujo, que intercambiará con la bandera a guerra, que lleva el capitán, en los momentos en que se realicen los bandeos del trayecto, que tienen lugar en los sitios acostumbrados de la plaza Grande, la plaza de los Gorullos, la plaza Chica y, al concluir el recorrido, en la puerta de la Ermita. Finalizada la procesión, tiene lugar la ceremonia de entrega de la bandera de lujo a la camarera mayor, que se lleva a cabo en la puerta del domicilio de ésta. En el instante en que el capitán pone en manos de la camarera mayor la bandera, el resto de la mayordomía rinde honores, sable al pecho, mientras suenan cornetas y tambores. Después, como es habitual, a las puertas del domicilio del capitán, se dispersa la mayordomía.

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Siempre que la Patrona sale a la calle, sea cual sea la ocasión, lo hace escoltada de su mayordomía. Así sucede con motivo de las procesiones que tienen lugar en sus Fiestas de Septiembre, si bien en esta ocasión sólo intervienen el capitán y el alférez, acompañados de cornetas y tambores. En las salidas y entradas a los templos se llevan a cabo los preceptivos bandeos en honor de la Patrona, que se repiten en el trayecto de regreso a la Ermita, a los que se suman los que tienen lugar en la plaza del Ayuntamiento, en la plazoleta de Los Gurullos y en la plaza Chica.

Semana Santa y Corpus Christi

Como ya anteriormente apuntábamos, la antigua cofradía de los Mancebos asumía entre sus cometidos la participación activa en los actos litúrgicos y en las procesiones tanto de la Semana Santa como de la festividad del Corpus Christi, lo que justifica que la actual mayordomía mantenga de algún modo esta vieja tradición. Por lo que respecta a la Semana Santa, la intervención de los mayordomos se restringe a la procesión del Encuentro del Resucitado con su Madre. Intervienen tan sólo el capitán y el alférez, acompañados de los músicos, cornetas y tambores. Se lleva a cabo un bandeo en el momento preciso del encuentro, en la plaza del Ayuntamiento; y otro, cuando las imágenes vuelven al templo, a las puertas del mismo, al finalizar la procesión.

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En la procesión del Corpus, la mayordomía al completo escolta durante el recorrido a la carroza que porta la custodia, si bien tanto el capitán como el alférez se sitúan por delante de la misma, tras el estandarte de la Hermandad de la Virgen. acompañados de sus músicos y mochilleres. Durante la bendición desde el baluarte, se ejecuta el bandeo de procesión en el centro de la plaza. Mientras dura esta ceremonia, los sargentos se ubican a derecha e izquierda del sacerdote, en el templete que se instala al efecto en el remate de las escaleras del baluarte.

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