cultivamos la palabra
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Cada amanecer recordamos la palabra de nuestro camino de vida, transmitimos oralmente nuestras experiencias y reflexiones, para que en común unidad los sumapaceños podamos aprender del pasado. Las organizaciones sociales en el territorio adelantamos estos esfuerzos teniendo claro que: “en cada abuelo que fallece se pierde una parte de la historia”, y a manera de reconocimiento a la experiencia vivida, al aporte en la construcción de lo común, a los saberes que permitieron sobrevivir en un territorio tan difícil y en situaciones tan adversas, como homenaje a la sabiduría y a la humildad de los abuelos y las abuelas campesinas, publicamos este libro.TRANSCRIPT
EDICIÓN No 1 AGUA... C... RO
CULTURA, RECREACIÓN Y DEPORTE - Instituto Distrital de Patrimonio Cultural
LA PALABRACULTIVAMOS
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CULTIVAMOS LA PALABRA
Investigación:Natalia ChavesCamilo TorresSupervisor IDPC:Juan Camilo León Edición:Natalia Chaves Camilo TorresCorporación para el desarrollo humano sostenible rural ”El Roble”Diseño portada y cuerpo:Grupo Creativo Amapola Azulwww.amapolazul.comIlustración de portada: Oscar GonzálezIlustración “Mamá Tierra”:Colectivo GUACALACorrección de estilo: Gabriel Mondragón Fotografías:Diego González y Oscar GonzálezImpresión:Corporación para el desarrollo humano sostenible rural ”El Roble”www.roble.org ISBN:
Esta obra se imprimió en Bogotá en Marzo de 2011.
Cultivamos la palabra... cosechamos la memoria by corporación para el desarrollo humano
sostenible rural ¨el roble¨ is licensed under a reative Commons Attribution-
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C
Edición No. 1 AGUA…C…RO
CONTENIDO
Presentación
Abriendo Camino Gilberto Riveros y Natalia Chaves
Recordar es Vivir Horacio Gutiérrez y Natalia Chaves
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Agradecimiento
Desde el corazón agradecemos el apoyo solidario de
nuestros amigos y hermanos: Jason Molina, Víctor
González, Oscar González, Diego González, Andrés y
Sebastián (colectivo Guacala) y Gabriel Mondragón por
acompañarnos en el sueño de regreso al territorio
ancestral del Sumapaz.
A Gilberto Riveros, Héctor Horacio Gutiérrez (coautores de
relatos) y a todos los abuelos y abuelas del Sumapaz,
muchas gracias por compartir con nosotros y darnos un
ejemplo de humildad, constancia, trabajo y sabiduría en la
hermosa sencillez de una vida dedicada a la tierra y a la
construcción de territorio y comunidad.
Los editores.
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PRESENTACIÓN
Cada amanecer recordamos la palabra de nuestro
camino de vida, transmitimos oralmente nuestras
experiencias y reflexiones, para que en común unidad los
sumapaceños podamos aprender del pasado. Las
organizaciones sociales en el territorio adelantamos estos
esfuerzos teniendo claro que: “en cada abuelo que fallece
se pierde una parte de la historia”, y a manera de
reconocimiento a la experiencia vivida, al aporte en la
construcción de lo común, a los saberes que permitieron
sobrevivir en un territorio tan difícil y en situaciones tan
adversas, como homenaje a la sabiduría y a la humildad de
los abuelos y las abuelas campesinas, publicamos este
libro.
Desde hace un tiempo, los abuelos y abuelas hemos
decidido empezar a hacer texto de nuestras memorias,
viendo que en el país y en la región del Sumapaz los
investigadores entrevistan y publican sus visiones, que no
siempre vuelven a las zonas donde han sido generadas
para revertirse en educación de las y los jóvenes, nos
hemos hecho responsables de la educación propia de los
sumapaceños, haciendo nuestros propios libros y espacios
de encuentro. Porque en la repetición de las memorias y
sus relaciones está una parte de nuestra historia, y
queremos, al tiempo que necesitamos, que se conozcan y
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valoren estas experiencias de vida, de esperanza, de dolor,
de caminar juntos y juntas.
Entonces, después de relatar a la familia, los
estudiantes y a la comunidad una y otra vez nuestro
trasegar, asumimos la palabra escrita, aunque nos cueste
trabajo, como una opción distinta, que nos permite llegar
a más personas y en otros tiempos y dinámicas. Así hemos
logrado que la oralidad y la escritura se fundan en
productos como este, reflexiones escritas que reproducen
historias transmitidas mayormente en conversaciones.
Esta iniciativa ya ha pasado por varios espacios de
encuentro de los que han salido documentos, varios de
ellos inéditos, y sin embargo soporte de un proceso de
transmisión de los recuerdos y saberes, de contrastar voces
del pasado y del presente, para llegar al futuro sin perder
nuestro patrimonio inmaterial local. Entre éstos podemos
mencionar: Aprendamos historia del páramo, Historia del
Corregimiento de Nazareth, Historia de la Vereda las
Auras, Relatos de la montaña,…
Ahora, Cultivamos la palabra, continúa este camino
en el que hombres y mujeres del territorio ancestral de
Fusuangá (lugar donde el hombre y la mujer se hacen uno
con el sol) comparten sus memorias, para fortalecer la
cultura campesina que se fundamenta en el amor por
cultivar la tierra y construir el territorio, y que aporta a la
identidad y a la identificación del ser y hacer como
campesinos y campesinas, desde el nacimiento hasta la
muerte.
Un elemento de reflexión atraviesa este documento:
la historia oficial no ha podido abordar estos procesos de
construcción de comunidades, que por el abandono
estatal se han dado al margen de su influencia. En este
sentido es importante recuperar la polifonía de las y los
actores del proceso y hacerlo desde la unión y el
reconocimiento de la diversidad de pensamientos y
esfuerzos (aprendizaje que hemos fortalecido trabajando
en ésta compilación).
Esto cobra vigencia teniendo en cuenta cómo está
disminuyendo la población de la localidad: los campesinos
se han visto sometidos a las prohibiciones de la agricultura
y la ganadería por parte del Parque Nacional Natural
Sumapaz, y éstas aún no se han acompañado de la
construcción de alternativas para garantizar el sustento.
Aspectos como la violencia y las difíciles condiciones
de vida han incidido crecientemente, teniendo en cuenta
que cada día bajan los precios de la papa, principal
producto agrícola, y suben los costos de los insumos para
cultivar, impidiendo al agricultor obtener una ganancia e
incluso que alcance a cubrir los precios de las cosechas.
Muchas veces se quedan los cultivos sembrados y se saca
solo lo que se puede consumir, porque cosechar para
comercializar implica gastos que la venta de los productos
no cubre.
La ciudad de Bogotá también ha generado una
influencia arrolladora en la cultura tradicional y en
costumbres fundamentales como el trabajo de la tierra, la
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trasmisión oral de los saberes, la unidad familiar. La copla,
la alimentación, la medicina natural, las fiestas y un sinfín
de aspectos se ven amenazados en una juventud que en
ocasiones ha creado otra forma de vida, estudiando y
trabajando en la ciudad, separada de sus familias y de su
territorio. Retomamos entonces la urgente necesidad de
fortalecer los procesos educativos con énfasis en las
particularidades locales, en los conocimientos
tradicionales, en el nivel básico, medio y superior.
Finalmente se invita al campesino y la campesina a
conocer mejor su territorio como legado ancestral Muisca,
a mirar al pasado transformado en ley de origen, para
poder entender cómo la vida de estas tierras de
Cundinamarca y Boyacá salió desde las aguas en forma de
lagunas.1Reproduciendo una vez más las leyes de origen
invitamos a escuchar la voz que ha sostenido la historia
más antigua, que nos enseña a cuidar la madre tierra, a
respetar y proteger el territorio del páramo y sus lagunas y
ríos, como un hijo o una hija ama y protege a su madre que
le da el sustento y la vida.
Este libro es producto del contrato de apoyo no. 151
entre el Instituto Distrital del Patrimonio Cultural (IDPC) y
la Corporación para el desarrollo humano sostenible El
Roble.
1 Las Leyes de Origen Muisca fueron recuperadas por la Corporación
“El Roble”.
Abriendo CaminoPor: Gilberto Riveros Ramírez y Natalia Chaves
En memoria de mi padre: Marco Gerardo Riveros.
Hoy recuerdo con dolor, hablo del dolor. Soy un
abuelo. Hay quienes piensan que los abuelos ya no
podemos hacer nada, otros dicen que somos sabios. Yo sé
que la vida hay que llevarla a cuestas, la mía pesa bastante,
pero no me desanimo. No tengo buena salud, no puedo
trabajar por eso, no tengo casi nada. Sólo a mi familia y a
mis amigos, los seres que me quieren y consuelan mi
corazón. Ellos son el tesoro que guardo, porque con su
amor alimentan la esperanza que es el sustento de la vida:
camino lleno de piedras, donde el desecho lleva al abismo,
y la opción larga y difícil es la que te permite aprender,
crecer y seguir vivo.
Yo he vivido paso a paso, me he sobrepuesto a cada
dificultad. Todavía a mis 68 años lo sigo haciendo, aunque
hay vecinos que no creen en lo que hago. ¿Cómo van a
creer (en esto) si sus sueños se extinguieron por el dolor
que nos ha tocado vivir en el Sumapaz? Yo también siento
el dolor, sería imposible no hacerlo, pero no puedo dejar
de soñar con un lugar donde el hombre y la mujer se hacen
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2 Relato producido a partir de una entrevista: Chaves, Natalia. (2010).
Entrevista con Gilberto Riveros. Ciudad de Bogotá, C.R. 4 de diciembre de 2010.
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uno con el sol , con su tierra, que la cuidan y la aman
porque nos da todo; con el agua, que nos da el hermoso
regalo del sonido producido por su andar rápido, fugaz,
que nos enseña que nada puede detenerla, que su destino,
igual que el nuestro, es moverse y llegar a tantos seres
como sea posible. El agua debe desplazarse para regar la
vida, no puede represarse porque se agota.
Nosotros, como campesinos del páramo más grande
del mundo, somos guardianes del agua, de la tierra y de la
montaña. Nacimos aquí, y hemos sufrido para aprender
que el dolor se expande como la llama que acaba con el
bosque, y que el amor es la única salida posible cuando
estamos en la encrucijada. El amor es recuperar las semillas
del arco iris, no cultivar con químicos, no rasgar la tierra
con el tractor, reconocernos como campesinos libres de
cultivar el alimento, de construir territorio, familia y
comunidad y reinventarlas cuando creamos conveniente,
de valorar el pensamiento diferente, de cultivar la palabra
para cosechar la memoria, de soñar y seguir soñando, de
ser felices.
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3 Traducción del nombre ancestral del Sumapaz: Fusuanga.
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Hoy, 4 de diciembre de 2010, voy a contarles de un
profundo dolor que ensombrece mi corazón: la historia
que tuve que vivir entre 1955 y 1956, cuando gobernaba
Gustavo Rojas Pinilla, justo después de que nos engañaron 4con la ilusión de la paz .
Me acostumbré desde muy pequeño a los fracasos de
la vida. El 3 de mayo de 1955 mataron a mi padre Marco
Gerardo Riveros, yo no contaba sino con 12 años de edad.
Salió de la casa hacia donde un vecino y no apareció más,
mucho tiempo transcurrió antes de enterarnos que lo
cogieron y lo asesinaron amarrado mientras suplicaba por
su vida. No terminábamos de preguntarnos por qué papá
no regresaba cuando fuimos notificados de que debíamos
abandonar inmediatamente todo lo que teníamos, no
preguntar más por él, y sencillamente caminar para afuera
sin volver a mirar atrás. De lo contrario… nuestra familia
sólo sería una cifra más de la que nadie se enteraría, por el
desinterés y la desinformación que siguen reinantes.
4 El 31 de octubre de 1953, durante el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla, los
guerrilleros del Alto Sumapaz y el oriente del Tolima hicieron su presentación en
la plaza de Cabrera (Varela y Romero, 2007: 215). Los líderes exigieron al
gobierno la reparación de todos los perjuicios que hubiera causado la violencia, la
construcción de vías de comunicación, el restablecimiento de las escuelas, y la
amnistía. El general Duarte Blum aceptó en nombre del gobierno las peticiones, y
prometió que se les respetaría la vida, se les permitiría regresar en paz a sus
parcelas y se les prestaría apoyo para rehacer sus economías (Varela y Romero,
2007: 215). Estas palabras no se convirtieron en hechos, lo cual se constituyó en
el germen que desencadenaría el nuevo baño de sangre que cubrió al Sumapaz
(Varela y Romero, 2007: 220).
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Todo esto por causa de la violencia y el conflicto entre
los chusmeros y la gente del gobierno, o sea la famosa
disputa bipartidista: los liberales y los conservadores, que
eran los del Estado y que se llamaban chulavitas en ese
tiempo. Así las cosas, los campesinos teníamos que huir
porque nos catalogaban a todos como chusmeros,
aunque siendo fieles a la verdad las cosas no eran así.
Nosotros perdimos ganado, cerdos, sementera, casi
todo lo que teníamos. Salimos encabezados por María de
Jesús Ramírez que era mi madre, Evangelina Riveros
(mamá de mi padre), y cinco hermanos de los que yo que
era el mayor y el único hombre. A los pocos días de haber
sido asesinado mi padre, cargamos en unas bestias lo que
pudimos, las cobijitas, la ropa, y salimos a nuestro primer
desplazamiento. Nuestra casa quedaba en la vereda La
Playa, y alcanzamos a llegar hasta el Río Sumapaz (hoy la
vereda Tunal), donde nos tocó quedarnos a la intemperie
toda la noche. Allí duramos un mes con una familia que
nos acogió, y por el conflicto nos fuimos para donde es
ahora la vereda de Santo Domingo. Estuvimos creo que
unos quince días, y después seguimos hacia la casa de mis
tíos, para el lado de lo que es actualmente la vereda de
Capitolio.
Esos días fueron de mucha preocupación y tristeza para
todos por la situación que se nos estaba presentando,
enguayabados por la ausencia de mi padre, mi abuelita
sufriendo un trauma muy terrible. Y como nosotros
estábamos pequeños, pues todavía no entendíamos bien
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la situación real que nos acarreaba, era
trágico, con mucho llanto y dolor. Y así tocaba medio
trabajar lo que se pudiera, porque con el conflicto encima
era difícil, para comer alcanzamos a bajar papita de los
cultivos que teníamos antes de salir y con eso nos
sosteníamos.
A uno con el conflicto lógicamente le da miedo, pero
este fue mucho mayor cuando los niños salimos a jugar
con la lluvia de papeles que caían de esos pájaros enormes
que aturdían nuestros oídos. Estábamos contentos
cogiendo los volantes, niños inocentes éramos, jugando
con las notas que acabarían con la vida como la
conocíamos. En ellos se anunciaba que el territorio había
sido declarado zona de operaciones militares, y quien se
encontrara dentro de éste sería perseguido o detenido y
llevado a la justicia. En esas condiciones la opinión que
teníamos era huir, pero, ¿adónde?, ¿cómo? ¿Y papá?
Todas las preguntas se disolvieron en un segundo cuando
llegaron unos aviones a bombardear y ametrallar. Al caer la
lluvia de fuego la respuesta fue inmediata, la vida y la
familia hay que protegerlas, ¡a correr!
Eso fue en julio o agosto, no me acuerdo de la fecha
exacta. La gente se bajó cada cual para donde pudiera,
salieron para Pasca, para el Hato, para el lado de Nazareth
y Betania, para Usme, tantas partes. Eso es lo que hoy en
día llaman desplazamiento.
No todos salimos de la misma forma, hubo algunos
sectores que sí se hablaron y discutieron hacia dónde
algo sumamente
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moverse; los demás al ver que se iban hacían lo mismo.
Entonces en ese momento todos, hombres, mujeres,
animales y lo que se pudiera sacar, nos movimos para
algún lado.
Mis tíos salieron con nosotros, o más bien nosotros
con ellos. Uno de ellos, Miguel Ramírez, tenía su hogar, y el
otro, Trinidad Ramírez, vivía con mi otra abuelita, la mamá
de mi mamá, que se llamaba Francisca Porras; nos
desplazamos todos con otros vecinos de San Juan. En total
íbamos siete familias, con seis matrimonios y varios niños.
Nos unimos, y decidimos entre todos irnos para la
cordillera hacia la Hoya de Bogotacito. Para llegar salimos
de San Juan, pasamos por la Hoya de la Rabona que es el
nacimiento del Río San Juan, allí se quedaron las mujeres y
los niños y nos fuimos los varones; a mí me llevaron a que
les ayudara, e hicimos unas casitas con frailejón, palitos de
romero y winche. Después de esto regresamos por las
familias y atravesamos la Hoya de los Amarillos, la Hoya de
los Charcos, la Hoya de Bogotá, y después la Hoya de
Bogotacito que queda hacia el lado de la Hoya del Nevado,
al pie de un sitio que se llama el Alto del Suspiro.
Nosotros, como caminantes tradicionales del
páramo, no le temíamos a la naturaleza a pesar de los
obstáculos que en ella se presentan. El peligro era que de
pronto se encontrara uno con la tropa del gobierno –
afortunadamente esto no sucedió. En el camino pasamos
grandes dificultades, a veces tocaba atravesar los ríos y
cargar a los niños, yo tenía que cargar a mi hermana
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menor; la travesía duró dos días. Cuando llegamos,
aprovechamos las casitas que había entre todos, y con el
tiempo cada familia hizo la suya, pero todas muy cerca,
más o menos a cinco minutos unas de otras.
En un comienzo cada familia cocinaba en un fogón a
la intemperie, y nos hacíamos todos alrededor;
cocinábamos de noche porque en el día la tropa nos podía
ubicar por el humo; comíamos papita y el mercadito que se
había alcanzado a llevar, lo que más escaseaba era la sal, en
ese tiempo no era sal molida, era en piedra; también
apelamos a unas ovejitas que habíamos podido rescatar,
no fueron todas, apenas unas que alcanzamos a
resguardar, y con eso nos manteníamos.
En esta situación las mujeres cocinaban y trataban de
organizarnos a todos; los niños mayorcitos salíamos a
coger conejos con la ayuda de un perrito que teníamos.
Nos asustábamos mucho cuando pasaban aviones,
todavía les temo. Pasamos los días hasta que se agotaron
los recursos con que contábamos, y después tomamos la
decisión de regresar a San Juan, porque ya no teníamos
como mantenernos, se nos había acabado todo, no
podíamos más.
Nos tocó devolvernos a la casa de un gran amigo que
ya nos había dado la mano con anterioridad, en la vereda
Capitolio. Allá estuvimos más o menos un mes, pero se
rumoraba que había llegado la policía a San Juan y tuvimos
que meternos al monte de nuevo. Habíamos comprado un
cortecito de papa, y a veces por la mañanita bien temprano
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íbamos a sacar, y eso era lo único que comíamos al
comienzo. Ya cuando fue pasando la arremetida salíamos
a ver qué conseguíamos, íbamos a esas tierras
abandonadas a ver qué había, en ese tiempo la gente
trabajaba mucho y tenían huerticas y por ahí uno se
encontraba de vez en cuando comidita, habas o algo así,
recogíamos lo que nos encontráramos y regresábamos.
Nos tocó pegar hasta una vereda que se llama La Cascada y
otra que se llama Pueblo Viejo, en Cabrera, a recoger
calabacitas y unos frijoles que se llamaban frijoles todo el
año, por ahí entre los arrabales había muchos, se metía
uno a recogerlos y llevaba para comer.
Nosotros con mi mamá y mis hermanas vivíamos en
un cuartico que tenía una sola cama de varas, y todos nos
acomodábamos con algunas cobijas que teníamos y el
perrito que siempre nos acompañó.
En esa ocasión sólo estábamos mis hermanas, mi
mamá y mi abuela – el resto de la gente se había quedado
por El Suspiro –, pero cerca nuestro había otras familias
dispersas; en una de las casas un señor formó entre los
jóvenes una especie de centro juvenil, nos enseñaba a leer
y a escribir, como si fuera una escuelita, era una acción muy
linda la que hacía. A él le debo lo que yo medio sé de leer y
escribir. Estudiábamos y jugábamos, el señor nos ponía
tareas y no nos cobraba nada; los jóvenes de todas las
edades que estábamos cerca íbamos todos los días que
podíamos, los que estábamos mas retirados éramos
nosotros que vivíamos como a un cuarto de hora.
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En este lugar estuvimos escondidos un año. A veces la
policía iba y armaba tiroteos cerca, pero lo que nos
favorecía era que esa gente no se metía pa'l monte,
también que éramos muy cuidadosos y sólo salíamos a
estudiar o ciertas personas a buscar la comida; de resto,
permanecíamos en las casitas. Una vez salió mi madre con
una señora (a quien le habían matado al hombre con quien
vivía en unión libre a principios del conflicto), a una finca
que tenían por Santo Domingo, para ver si se encontraban
unas habas en la huerta, y se toparon con un campesino
viejo al que habían matado y se lo estaban comiendo los
perros… llegaron muy aterradas.
Mi mamá estuvo muy afligida durante todo ese
tiempo, era una situación muy dura, nos tocó trabajar
mucho, nos enterábamos de lo que pasaba por
comentarios de la gente.
Una cosa bien curiosa es que en este tiempo que
estuvimos escondidos, mi perrito Bocanegra no pegó ni un
solo latido, como que sabía que estábamos asustados y
nos cuidó y nos ayudó a conseguir comida.
Cuando pasó la parte más dura de ese conflicto todos
nos dispersamos y fuimos cogiendo cada uno por su lado,
porque había gente de varias partes, cada grupo se
desplazaba más o menos para donde conocía. Nosotros
salimos para la misma finca de nuestro gran amigo en
Capitolio, donde tenía dos casas: una donde él vivía que
era grande, y una casita más abajo metida entre el monte
donde nos alojamos y duramos harto tiempo, no me
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acuerdo cuánto, pero ahí si pudimos trabajar y
cosechamos papita.
Por medio de esta historia trágica yo les transmito a
las nuevas generaciones la problemática y el sufrimiento
que nos tocaron a nosotros, porque fue una parte de
nuestro pasado y del esfuerzo que hicimos para poder
estar en este territorio.
Viviendo en el territorio desde que nací he aprendido
el valor de la tierra, de cultivarla, de darle vida y defenderla,
y quisiera que mis nietos y todos los niños le tuvieran el
mismo amor que yo.
Las dificultades me han enseñado a no temerle al
fracaso: dos veces me he quedado sin nada y he tenido que
comenzar de nuevo, trabajando honradamente. La tierra
es siempre agradecida, y no nos deja desamparados; como
dicen: “Vale más sembrar una cosecha nueva que llorar por
la que se perdió”. A las situaciones difíciles hay que
hacerles frente, y buscar nuevas expectativas para poder
sobreponerse uno, salir adelante y volver a comenzar: yo lo
pude hacer a pesar de ser tan joven y sin experiencia, y ya
sin tener la guía del padre es más complicado, pero yo he
sido siempre una persona honesta y muy trabajadora, y
por esto siempre aparecen personas iguales a uno que nos
tiendan una mano.
En este caso fue la familia de nuestro gran amigo que
siempre nos apoyó, y que me enseñó a trabajar para salir
adelante.
RECORDAR ES VIVIRPor: Héctor Horacio Gutiérrez y Natalia Chaves
A mis 73 años se ve la vida toda en un solo conjunto, el
pasado deja de tener dudas y preguntas, reconozco que
pasó lo que tenía que pasar y de la misma forma me queda
por delante lo que tendrá que suceder. Veo mi propia vida
en la simplicidad, esa simplicidad tan compleja que no
quise ver siendo joven.
En este momento es cuando reconozco que hice
mucho en mi vida y tengo todavía la energía para hacer
mucho más, el camino sigue siendo largo, y es preciso
cultivar cada día la palabra para llegar a cosechar la
memoria, la esperanza y el amor. Amor que los campesinos
debemos a nuestra tierrita, que nos dio la vida incluso en
tiempos de grandes dificultades.
Escribo hoy para ustedes, los que temen aprender a
pesar de su juventud, los que se dejaron opacar por el paso
del tiempo, los que perdieron la sonrisa un día de tragedia.
Escribo para decir que sigo vivo, y que mientras respire mi
aliento enseñará a vivir, sabiendo que recordar es vivir con
un nuevo amanecer sumapaceño. Lo hago, aun sabiendo
que se me dificulta mucho, porque en mis tiempos
5
5 Relato creado a partir del trabajo de escritura de las Memorias de Héctor
Horacio Gutiérrez.
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educábamos hablando, la palabra era el soplo sagrado y la
memoria nuestra condición esencial, al no poder
guardarlo todo más que en nuestras cabezas. Aunque me
duelan las manos, aunque me duelan las vistas, aunque a
veces me duela el corazón, escribo para que tú recuerdes
mis memorias, para que crezca mi memoria, para ti, joven
sumapaceño, que puedes reconocerte en mi relato, y para
ti, joven de la ciudad, que olvidas que tus abuelos fueron
campesinos como yo.
Yo, Héctor Horacio Gutiérrez Cruz, soy hijo legítimo
de Miguel Gutiérrez Dimaté y Custodia Cruz.
Mi padre, natural de Une y domiciliado en Pasca,
Cundinamarca, hombre noble, humilde y sano, de
costumbres trabajadoras. Mi mami, nacida y criada en
Pasca. La familia que conformaron era liberal, y esa fue la
tradición que heredamos sus hijos.
Yo nací en Pasca el 22 de abril de 1938. Cuando tenía
3 años mis padres se fueron para el Municipio de Silvania,
vereda el Chocho, y de la edad de 10 años volvimos a Pasca
a una vereda llamada Corrales, donde me seguí criando
muy pobre, ya que lo poco que teníamos lo acabamos con
el viaje a Silvania.
De niño me tocó vestirme con los pantalones a la
rodilla y sin alpargates, mis pies y piernas chistiados,
escurriendo la sangre, en un páramo muy frio. Gracias a
Dios y al sudor de mis padres, de comer no nos hacía falta,
¡y eso que fuimos 10 hermanos!
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A mí me matricularon en la escuela en 1950. Tenía 12
años en ese tiempo no iban a la escuela los niños
pequeños, había jóvenes con bigote y niñas abultadas del
pecho. A uno pequeñito lo maltrataban mucho los otros
alumnos; a mí me quisieron los jóvenes y señoritas, fui muy
memorístico. El primer año los hombres íbamos a la
escuela lunes, miércoles y viernes; las niñas iban martes,
jueves y sábado. En el segundo año íbamos todos los días
revueltos.
Salí de la escuela a la edad de 15 años: ya tomaba
trago y fumaba cigarrillo, esa era parte de la herencia de
mis compañeros. Tenía novia, y quería casarme con ella,
pero no sabía de la responsabilidad de un hogar, lo que
quería era tener una mujer a mi lado, y corrí con tan mala
suerte que ella al año de salir de la escuela falleció. Yo
también casi me muero del guayabo de quedar solo, pero
con los consejos de mi padre recapacité, y pude
enamorarme de nuevo. Desde ahí la relación con mis
padres, especialmente con mi padre, fue como la de dos
amigos íntimos.
Con el paso del tiempo vi que era una necesidad tener
un hogar, una mujer e hijos; ya uno en la casa con los
padres le parece un poco mal, la cosa debe marchar de otra
forma, mejor dicho es una necesidad formar un hogar y
tener una mujer al lado que vea por uno. Uno soltero
tampoco es responsable con las cosas, diciéndolo
vulgarmente puede anochecerle en la porra, mientras que
con una mujer sienta cabeza, es más responsable. Inés (mi
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esposa) es natural del Tolima, de Cajamarca, y llegó a
Pasca, a una vereda diferente a la que yo habitaba. En el
pueblo de Pasca nos encontramos, y uno de joven empieza
a echarle piropos, le dice adiós o la saluda, y así las mujeres
escuchan que un hombre las está piropeando, las está
poniendo como en un nivel superior, eso les llama la
atención y de pronto le ponen cuidado a uno y ya se
pueden dialogar, así se empiezan a conocer. Cuando nos
empezamos a tratar yo tenía 20 años, ella 21, y duramos 5
años de amores. Así fue que en el año 65 contraje
matrimonio con Inés Herrera, que ha sido lo más
importante en mi vida después del amor de mi madre. Así
como dice el cura: en la pobreza, en la riqueza, en la salud y
en la enfermedad se está, siempre viendo el uno por el
otro, eso es lo más importante. Soy padre de 11 hijos,
nueve vivos y dos muertos.
Al comienzo nos llegó una pobreza que no
hallábamos qué hacer, en ese tiempo tenía dos hijitos muy
pequeños. En 1968, viviendo en la vereda Corrales, me
tocaba el exprime de unas vacas que estaban en 6compañía , y luego llevar en la espalda hasta una arroba de
cuajada a Pasca, me correspondía hacer el mercadito, y
vuélvalo a cargar en la espalda tres horas de subida.
Un día, el señor Lupercio Hurtado que conocía mi
situación, me ofreció garantías dizque muy buenas y
6 Compañía: Forma de trabajo solidario que subsiste en el Sumapaz, en la
cual dos campesinos se asocian, uno pone el ganado, otro el cuido, y reparten
la ganancia de la producción.
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tomamos la decisión de venirnos de Corrales para San Juan
de Sumapaz. En mayo de 1968 empacamos nuestra ropita,
la cama y nuestros hijitos, y a la vereda Las Vegas nos
fuimos a conocer otros genios y a sufrir la humillación. Uno
con el anhelo de tener otra vida, pero al mando de otro se
convierte como en esclavo, eso era tremendo; ella
madrugando a hacer desayuno para todo el mundo, hacía
el almuerzo y veía la ropa de todos. Siempre había oficio,
no teníamos ni un rato de descanso. Yo trabajaba en la
agricultura, madrugaba, tomaba tinto, y salía a traer la
leña para el fogón, me desayunaba y bajaba a trabajar. Por
todo eso la recompensa que teníamos era la comida.
Pudimos aguantar esta situación por tres años.
Como era amigo de don Héctor Alfonso Gutiérrez
Penagos, de la vereda Lagunitas, pedí su apoyo y en el año
1971 me trasladé para allá, donde mi situación cambió un
cien por ciento en lo personal y en lo económico.
Desde muy joven en mi trabajo diario mi anhelo era
ser dueño de unas mulas de carga, porque me gustaba
mucho la arriería, así pasara el día sin comer y con los
sufrimientos que pasa el arriero. Esa vida es alegre y
divertida, así esté borracho va contento, se monta en su
caballo, se va para donde quiera y se queda donde le
toque. Se me cumplieron mis deseos, y llegué a ser dueño
hasta de ocho mulas; con esto dedica uno el tiempo que
sea necesario a cuidarlas, aparejarlas, herrarlas y tenerlas
al día. Yo con mis mulas era feliz, viajaba mucho al sector
del Duda y al Palmar, en el departamento del Meta, me
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gastaba dos días entrando y dos días saliendo. Me tocaba
pasar por un campo abierto en el páramo, llevaba remesas
de comida, sal, panela y otras cosas que traía desde Bogotá
o Cabrera. Esa gente acostumbra a hacer mercado de
pronto para un año, entonces uno les entraba lo que ellos
necesitaban y sacaba lo que producían: cereales ya secos
(alverja, fríjol, maíz). Uno hacia el negocio con la persona,
le entraba lo que ella necesitaba y de paso le sacaba lo que
producía, y por eso me pagaban un flete. Había que
llevarles la lista de lo que se compró y el valecito, y ahí sí
ellos le pagaban a uno. Existía la honorabilidad de la
palabra, uno decía una cosa y eso se cumplía; hoy en día
eso no vale nada, la palabra ya no cuenta, no se respeta. Mi
familia me enseñó a ser honesto, nada de problemas, nada
de peleas, a mi no me gusta eso, hacía mi negocio, les
cumplía y me pagaban.
Con mi trabajo y con la ayuda de mi patrón compré
una finquita como primera propiedad que aún tengo. En el
año 78 me fui para allá, seguí trabajando la de mi patrón y
atendiendo mi labor de arriero, yo siempre me he
esforzado mucho, bregando a ser lo que me nace del
corazón. Me gusta tener mis cosas y trabajar por mí
mismo, que nadie me esté empujando, que si quiero
dormir todo el día es que la cama es mía, la casa es mía, no
que me vengan a sacar. Eso es como un orgullo que uno se
lleva, lo mejor que me he podido ganar es tener en estas
alturas de la vida donde reposar, donde descansar un rato.
33
El 12 de febrero de 1981 falleció mi padre, tras haber
sufrido una enfermedad muy tremenda que lo tuvo en el
hospital treinta y dos días. Esto para mí fue un golpe muy
duro, aunque hay que entender que nos puede pasar a
todos, sufrí por la orfandad y porque él era como mi mejor
amigo; en todas las cosas que me sucedieran ya no tenía a
quien irle a contar. En ese mismo año fui nombrado
presidente del Comité Sindical de la vereda Lagunitas,
gracias a mi experiencia de tantos años participando en la
organización social.
La tradición de las organizaciones sociales en el
territorio de Sumapaz empieza al calor de la lucha agraria,
que inició en el año 1925. En esa época empezaron los
campesinos, sometidos y casi esclavizados, a investigar
quién era el verdadero dueño de la Hacienda Sumapaz, si
era realmente de los hermanos Pardo Roche, porque se
estaban cansando de pagar tanta obligación y de trabajar
para el patrón. No demoraron mucho en saber que dentro
de la Hacienda había tierras de la nación y se las podían
adjudicar a ellos, entonces se empezaron a organizar y
nombraron una directiva. Esto fue muy difícil, porque era
muy escasa la gente que sabía leer y escribir, pero aun así
hicieron todos los trámites correspondientes, con la ayuda
de Erasmo Valencia y Juan de la Cruz Varela.
Esa fue una lucha muy dura que costó muchas vidas,
los terratenientes pidieron fuerza pública para que los
defendieran, y los colonos se armaron con machetes y
escopetas de fisto, y les peleaban sin descansar. Cada día
34
se iban uniendo más colonos reclamando su parcela y al
que se estaba quieto lo llamaban “manzanillo”, porque
pensaban que con esa actitud lo que estaba era ayudando
al patrón. Esta guerra duró varios años, pero los colonos
ganaron la batalla, se hicieron dueños cada uno de su
parcela que ya venían habitando y cultivando desde
tiempo atrás.
Llegando a 1945 todo estaba muy tranquilo, la
violencia y el conflicto habían cesado, parecían todos
como de una sola familia, se ayudaban los unos a los otros
y compartían sus productos. Se hacían celebraciones,
fiestas hasta de ocho días sin parar, no había ninguna
especie de disgustos, porque se respetaban los unos a los
otros a pesar de que había hombres muy guapos que
habían peleado contra el patronado.
Entonces llega el día 9 de abril de 1948, que es
cuando asesinan a Jorge Eliecer Gaitán, líder del partido
liberal, y toman represalia los liberales contra los
conservadores, cogiéndolos y llevándolos a donde estaban
acuartelados, pero no les hacían nada, era como una burla
al verlos muy asustados pensando que los iban a matar,
aunque no era así, esto no pasaba a mayores y no duró
mucho tiempo. Muy pronto se les volvió el Cristo de
espaldas a los pobres liberales, y a ellos sí los cogían, los
torturaban y los masacraban, diciendo que los tenían que
acabar porque eran muy malos, por el sólo hecho de ser
liberales. Estos se empezaron a organizar para hacerle
frente a los conservadores, que salían vestidos de militares
35
y se hacían llamar los chulavitas, a los liberales los
llamaban chusmeros, y empezó la guerra más inhumana
que se haya podido conocer en este territorio. Los
chulavitas arrasaban despiadadamente con todo lo que se
encontraban en su camino, violaban a las mujeres en
presencia de sus esposos y el resto de la familia, a los bebes
los tiraban al aire y los recibían con la bayoneta que ponían
en la punta de su fusil.
Viendo todas estas injusticias que se venían
cometiendo en contra de los campesinos, los chusmeros se
armaron como Dios les ayudó y empezaron a hacerles
frente (a los chulavitas). Cada día era más fuerte el
conflicto y cobraba más víctimas de parte y parte. Así
llegaron al día 3 de marzo de 1953, cuando salieron unos
chusmeros del oriente del Tolima para ver qué era lo que
estaba pasando en el Sumapaz, y se encontraron que en el
pueblito de la Concepción había una celebración y estaban
algunos de los mandos superiores de los chulavitas. Los
chusmeros no hallaron otra forma de vengarse que la de
prenderle candela al pueblito. Ese día hubo muchas
pérdidas humanas y económicas que acabaron con buena
parte de la tradición cultural de ese lugar.
Después de eso se enfurecieron mucho más ambas
partes, se puso más grave la situación para los habitantes
que no estaban alzados en armas y se vieron obligados a
salir del territorio, en una evacuación muy terrible sin
ninguna consideración: a muchos los mataron por el
camino, otros murieron de hambre y frio, pues no llevaban
36
nada para comer, no habían alcanzado a sacar nada, no
sabían para dónde iban, estaban atenidos a los buenos
corazones. Todo este páramo permaneció muy solo, los
chulavitas quemaron las casas en su mayoría, divirtiéndose
mucho mientras las veían arder; las casitas que con mucho
esfuerzo habían construido los campesinos para alojar a
sus familias humildes y trabajadoras.
Los que lograron salir con vida, unos se fueron para
los municipios vecinos como Pasca, Une y Usme, otros se
fueron para la Sabana de Bogotá a buscar trabajo para
ganar el sustento, para poder mantener a sus familias, y de
paso a volver a sufrir los rigores de los patrones que
encontraban, como los grandes agricultores de papa que
les daban trabajo a los que llegaran desde que fueran
guapos y buenos obreros campesinos. Así pasaron
algunos años como forasteros y esclavos del trabajo,
echando azadón adonde les saliera para medio poder
comer y mantener a la familia. Sólo guardaban el recuerdo
de que habían tenido el modo de poder vivir sin tanto
sufrimiento, pero lo habían perdido todo, y ahora tenían
que empezar una nueva vida.
A algunos no les fue tan mal, consiguieron la forma
de poder medio vivir, tratando de olvidar todos los
sufrimientos que habían pasado en esta etapa de
violencia.
Hacia 1958empezaron a regresar algunas familias, a
reconstruir las casitas en sus fincas, a tratar de sembrar y
criar ganado. Llegaron cada vez más, aunque con mucho
37
miedo, pensando que de pronto se viniera otra época de
violencia igual, pero con el pasar del tiempo la gente se fue
olvidando de la tragedia, y ahora sólo piensan en su
acomodamiento económico, sólo en el capital, y se
olvidaron de la defensa del territorio.
En el año de 1982 sufrí una enfermedad en los ojos y
me puse en manos de los médicos, adonde decían que
había un médico bueno, allá iba como durante un año. Por
último un señor Roberto Mendoza me ayudó
económicamente. Me tuvieron seis meses en controles y
no se me encontró otra solución que la de ser operado.
Hice todos los trámites y me hicieron esa cirugía; quedé
otros seis meses en tratamiento para ver si recuperaba la
vista pero fue imposible. De ahí en adelante quedé con esa
discapacidad en una vista y ya no pude trabajar en oficios
muy pesados, porque la cabeza no le sirve a uno muy bien,
de modo que empecé a recibir algunos talleres de
capacitación en el manejo del movimiento comunal,
sindical y organización de masas.
Así fue que yo seguí adelante, y en 1985 la
comunidad de la vereda Lagunitas me eligió presidente de
la Junta de Acción Comunal, esa Junta estaba muy
olvidada, la Personería Jurídica ya se iba a perder y no
registraba ningún reconocimiento hacía varios años. Yo le
dediqué todo el tiempo necesario para volverla a legalizar
y ponerla al día con toda la reglamentación, con ese
trabajo me hice mucho más conocedor de Bogotá, sus
instituciones distritales y a dónde puede uno dirigirse a
hacer solicitudes.
38
Con la Junta Comunal de Lagunitas pedíamos, pero
como el Estado no daba lo suficiente para poder
solucionar todas esas necesidades, entonces nosotros nos
dirigíamos por medio de cartas a los representantes del
Concejo Distrital de Bogotá, de la Cámara, del Senado,
ellos manejaban unos rubros y eran autónomos de poderle
dar algo a las comunidades. Nosotros pedíamos el
mejoramiento de los caminos, de las escuelas, la
educación que ha sido el punto más importante, todos
pensábamos en cómo poder educar a los hijos, la
secundaria era muy difícil, pero que al menos tuvieran
acceso a la primaria. La mayor parte del sostenimiento de
las escuelas estaba en manos de las comunidades: con
nuestra propia fuerza cargar de todo lo que se necesitara y
construir en los lotes que nos regalaban algunos dueños.
Eso se logró con las Juntas, que eran la unión de la
comunidad en torno a una idea, eran la común unidad de
los sumapaceños organizados, pensando siempre en vivir
mejor. Logramos también que nos pusieran algunos
puestos de salud, al principio para por lo menos tener
acceso a un médico en la comunidad, así hubiera que
pagar. Llegó un médico a atender a la gente con subsidio,
arrendamos una casa de familia para que los médicos
pudieran atender como si fuera un puesto de salud, y otro
señor puso una especie de droguería.
Así iba yo trabajando cuando de nuevo mi corazón
sufrió una fuerte herida el 5 de marzo de 1986, con la
muerte de mi madre en la ciudad de Cali. En ese entonces
39
no había líneas telefónicas en la región y tocaba escribir
cartas, era muy difícil la comunicación. Me llegó la carta a
San Juan exactamente el día del entierro pero dos horas
después de éste. Figúrense cuál no iba a ser mi angustia y
mi dolor en ese momento al no poder verla por última vez
aunque fuera muerta. Ir después a una misa y ver adónde
había quedado. Ese pesar que me quedó casi no lo puedo
olvidar, por más que yo lo intentaba todos mis esfuerzos
eran perdidos, huérfano de padre y madre seguía mi
diario batallar de la vida, y le pedía a Dios me ayudara a
darme valor para aguantar no se qué cosas más adelante.
Cuando llegamos a 1991 con la nueva Constitución
Política de Colombia, el Distrito Capital se divide en 20
localidades y le corresponde a Sumapaz la 20. El
presupuesto que le entra al Distrito se reparte entre éstas,
somos Bogotá rural y nos dan un rubro, tuvimos la
oportunidad de tener una representación, una Junta
Administradora Local (JAL) y alcalde local. Esto mejora
mucho la situación, dándole solución a diferentes
necesidades de la comunidad, principalmente en vías
carreteables, mejores construcciones en las escuelas
(algunas con canchas deportivas), llegamos a tener
colegios de secundaria, salones comunales y otros
beneficios; en la Junta de Acción Comunal (JAC) tuvimos
más trabajo. La pelea más verraca ha sido pidiendo y
pidiendo mucho para ver si nos dan un poquito.
Yo realicé varios contratos con el Fondo de Desarrollo
Local de Sumapaz. En ese entonces el Presidente de la
40
Junta se ganaba un 15 % de las utilidades, pero se hacían
muchas más obras porque no había tanta corrupción.
Desde la ley 80 de 1993 se dificulta la contratación de las
Juntas Comunales porque se debe tener tarjeta
profesional, años de experiencia y un capital disponible
para respaldar el contrato. Como las JAC no son
organizaciones con ánimo de lucro y no tienen capital
disponible, no pudieron contratar más. Desde entonces
los contratistas, por cumplir con los requisitos, se están
ganando el 35% del monto del contrato (cosa que nunca
lograré comprender); como quien dice, “tome pero deje”.
Dicen que asignan un monto muy elevado, pero en la
práctica lo que se invierte es menos del 50 % y el resto ya
tiene dueño desde que fue aprobado, y las comunidades
siguen con las necesidades, siempre es la misma historia, y
entonces dicen: “es que al Sumapaz se le invierten muchos
millones de pesos al año para ser una población tan
pequeña”, pero lo que en realidad se invierte es muy poco,
por eso debemos mirar con las gafas puestas y ayudarnos
hasta de lupa, no podemos dejar que se sigan llevando la
plata.
De nuevo, las sorpresas de la vida me entristecen. Yo
desde que formé mi propio hogar por varias razones he
vivido lejos de mis hermanos. No porque seamos
contrarios, sino por cosas del destino; el cariño de
hermanos siempre ha sido el de respetarnos y querernos, y
más en los momentos de enfermedad estamos presentes
para ayudarnos, pero la vida al pasar, como da momentos
41
de gran felicidad también da momentos de mucha histeria
y dolor. Piensen por un momento, cuál sería mi guayabo
cuando en el año 2000, el 17 de julio falleció mi hermano
menor, Omar Saúl Gutiérrez, siendo un joven de sólo 45
años de edad, y en el año 2002, el 9 de Julio en Pasca,
falleció mi hermano mayor Rafael Cruz de la edad de 72
años. Como en cualquier familia todos los hermanos son
queridos, pero más los hermanos mayores y los menores, a
mí me ha tocado sufrir esas dos penas pero así sigo mi
destino y mi lucha con las dificultades que se pueden
presentar en el camino.
Me ha gustado participar en los concursos del
Departamento Distrital de Acción Comunal: en el año 2002
con mi apoyo como presidente de la JAC, concursamos en
un proyecto y nos ganamos un premio a la Junta que
tuviese más experiencia en los temas de conciliación y que
hubiera solucionado algún problema grave. Nosotros lo
hicimos, arreglamos un conflicto de peleas a muerte entre
cuatro familias.
El 6 de noviembre de 2008, la alegría inundo mi
corazón: salimos con varios adultos mayores de paseo
para la Costa Atlántica, esta es una ganancia del trabajo
con los adultos que hemos venido solicitando en los
Encuentros Ciudadanos, recreación y salidas fuera de la
localidad. Con este paseo nos damos cuenta de que hay
momentos en que uno gana lo que sueña, que el trabajo
constante y decidido produce los resultados esperados, y
es una motivación para seguir luchando por los derechos y
los deseos de los campesinos sumapaceños.
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En el viaje pude experimentar muchas cosas que no
conocía, como viajar en avión y navegar a bordo de una
lancha en el mar. Nosotros nunca habríamos tenido la
oportunidad de hacer algo así debido a la situación
económica en que vivimos. Yo soy de los pocos que ya
había tenido el gusto de conocer el mar.
Mientras voy en el avión mirando el cielo, el pasado se
funde con el presente y recuerdo que de noviembre 23 al
25 de 2001 se realizó el Diecisieteavo Congreso Comunal
Nacional, en el departamento de Sucre, ciudad de Tolú. En 7 esos tiempos yo era el presidente de Asojuntas de la
localidad 20 de Sumapaz y pude salir como delegado a
este evento. Pasamos veinticuatro horas en el recorrido en
bus de Bogotá a la ciudad de Santiago de Tolú y pensar
que en el avión es tan poco tiempo. Allí estuve 3 días;
conocí las comunidades de ese departamento como los
negritos y negritas, cuál es su trato con los blancos, cómo
es su alimentación y qué trabajan, entre otras cosas, en
pesca y artesanía.
Además de las políticas aprendidas del Congreso
llevé mucho qué contar a mis comunidades, coge uno
conocimientos de la importancia que tienen las Juntas
Comunales y el movimiento comunal en el país,
especialmente para las clases medias y obreras. Aprendí
montones, pero lo más bello fue conocer el mar: estar uno
bañándose en esa agua, acostarse en la arena y disfrutar
7 Asociación de Juntas de Acción Comunal.
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del calor, ver las lanchas, los buques pesqueros, y en la
inmensidad los grandes barcos de carga y pasajeros. El
mar… el mar, que tendré la oportunidad de visitar de
nuevo.
Un sonido en el avión me saca de mis pensamientos y
anuncia que aterrizaremos en Santa Marta. Después de
dejar el equipaje en el hotel fuimos a las playas del
Rodadero y vimos las olas furiosas rompiendo en la costa.
Visitamos la Quinta de San Pedro Alejandrino y ahí nos
contaron toda la historia del libertador Simón Bolívar; el
Puerto Marítimo de Santa Marta y el Morro desde donde se
alcanza a ver los buques gigantes en el horizonte; la playa
de Taganga, que fue donde montamos en lancha y me
bañé en el mar.
El tercer día de viaje nos desplazamos a Barranquilla y
conocimos Ciénaga, la zona bananera, y nos contaron que
ahí hubo una gran masacre hace algunos años contra los 8miembros de una organización sindical . También vimos el
Puerto Marítimo de Barranquilla y el zoológico, en el que
hay muchas especies de animales que no conocía, ya que
en tierra caliente se dan animales que en el páramo no se
ven; pasamos por muchos sectores inundados a tal punto
que se ven las casas tapadas por agua hasta la mitad, el
ganado ahogándose y los cultivos perdidos por la
inundación, ¡qué dolor perderse la comida y saber que
todos los campesinos vivimos lo mismo! Que tu trabajo,
las semillas, la esperanza queden sepultados, por
8 Masacre de las bananeras 1928.
44
inundación, sequía o los bajos costos de los productos
agrícolas, produce un gran pesar.
De paso hacia Cartagena estuvimos en un sitio
llamado el Volcán del Totumo, que lo tienen cercado
porque el barro negro que brota de su interior es muy
medicinal, uno lo frota sobre su cuerpo y después se lava
en una laguna que hay al lado. Ya en la ciudad estuvimos
en Boca Grande, pasamos por un parque donde había un
par de zapatos muy grandes de cobre, visitamos el Castillo
de San Felipe, la estatua de la India Catalina, la ciudad
amurallada, el Estadio Metropolitano y la Bahía. En mi
opinión, Cartagena fue la ciudad más linda por sus
riquezas y las costas que la rodean.
Al hacer la evaluación final del viaje los adultos
mayores dijimos que fue muy bonito, y que conocimos
cosas que a nuestra costa hubiera sido muy difícil poder
hacer por la situación económica en que vivimos, los
ancianos sumapaceños. Dimos las gracias, y que estos
eventos se sigan realizando cada año. Todos muy
contentos y con muchos anhelos, primero de contarle a
nuestros amigos todo lo que habíamos conocido, y de
seguir trabajando. A participar en la discusión del plan de
Desarrollo, ¡y que dejen recursos para volver a viajar a la
Costa Atlántica!
Yo sigo sin parar y sin descanso. En la primera semana
del mes de febrero de 2009 hice parte de la Asamblea del
Comité de Participación Comunitaria Copaco, que se
realizó en Chinauta, Cundinamarca, para discutir algunos
45
proyectos en salud del Hospital de Nazareth nivel I, que es
el que tenemos en el Sumapaz y atiende las enfermedades
que cada día se presentan a todos los sumapaceños que
tenemos régimen subsidiado, aunque debería atender a la
totalidad de la población.
A mí nadie nunca me ha dicho qué es lo que toca
hacer a beneficio de una comunidad, me nace esa idea de
ayudar a las comunidades para que tengan un futuro
mejor, un bienestar de vida, eso es lo que me ha llevado a
estar metido en las diferentes organizaciones y eventos
que sean a beneficio de la comunidad, aunque a veces no
lo agradecen algunas personas y dicen que eso ya tenía
que pasar, pero los beneficios se ganan con esfuerzos que
muchos no ven, aunque disfrutan de ellos.
En esta vida no todo es color de rosa, ni todos son
gozosos, detrás vienen los dolorosos, que llegan cuando
uno menos lo espera y le interrumpen la tranquilidad. Es el
duelo, a mí ya me ha tocado varias veces. En esta ocasión
fue el fallecimiento de una hermanita querida y apreciada
por todos mis hermanos: Gladis Miriam Gutiérrez Cruz,
que falleció el día 25 de marzo de 2009. Sus exequias
fueron en la ciudad de Fusagasugá, donde con gran pesar
y llanto nos tocó darle el último adiós.
Y pensar que por todas esas etapas tenemos que
pasar todos perdiendo hasta lo más querido: madres
hermanos, esposa, esposo e hijos, nietos y demás
familiares, amigos que nos han acompañado en la vida.
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Tuve el gusto de participar nuevamente en otra
Asamblea del Copaco que se realizó en la cercanía del
Espinal, Tolima, los días 6, 7 y 8 de noviembre de 2009,
discutiendo los proyectos de salud que hay que ejecutar en
el año 2010. También para que los usuarios y trabajadores
del Hospital tengan en cuenta que todos tenemos unos
deberes y unos derechos en salud, que no dejaremos
perder estos esfuerzos que con grandes dificultades
hemos venido defendiendo, para el beneficio de la
comunidad sumapaceña.
Otro evento en el que participé fue en el Décimo
Congreso Nacional de Fensuagro, que se realizó en Bogotá
los días 3 al 6 de diciembre de 2009, donde se hicieron
delegaciones nacionales e internacionales de los distintos
sindicatos que existen, todos con la política de defender la
clase obrera y el campesinado para que tenga derecho a la
tierra y defendiendo su territorio. Aquí me di cuenta que
en todos los rincones del mundo hay inconformidad y se
lucha en contra de las leyes de los mandatarios del
universo, que quieren tener a los trabajadores bajo su
dominio, privándolos de sus derechos y pagando
impuestos hasta para dormir.
Como también hago parte del Consejo Local de
Cultura Sumapaceña, asistí a la Asamblea Anual de la
Cultura del 2009 que se realizó en la ciudad de Girardot,
del 16 al 19 de diciembre de 2009, éramos unas sesenta
personas, entre ellos los presidentes de las JAC de la
localidad de Sumapaz. Esto no fue un paseo, sino una
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jornada de trabajo, un poco pesada porque allí es donde se
discute sobre los proyectos de la cultura para ejecutar en el
año siguiente, y por lo tanto el Consejo de Cultura debe
saber cuáles son los proyectos, los recursos asignados y el
tiempo de ejecución para así mismo hacerle la veeduría
ciudadana por parte de los campesinos, que debemos
verificar que los recursos se inviertan y no queden en
manos de la corrupción. Así se está terminando el 2010, y
yo siempre cada año recojo más experiencias y más
conocimientos, porque nunca me he retirado de las
organizaciones y siempre me ha gustado ayudar a las
comunidades a que tengan un futuro mejor en educación,
salud, vivienda digna, atención al adulto mayor y a las
personas en condición de discapacidad.
Mientras tenga vida en estos años que entran, mis
ideas seguirán siendo las mismas: seguir luchando frente a
las entidades gubernamentales para que el desarrollo de
las obras en la localidad no quede inconcluso, y ayudando
a defender los proyectos. Por eso yo les digo a los jóvenes
que nunca es uno viejo para estudiar, eso no tiene edad, lo
que se tiene es un interés, y como los jóvenes son el futuro
de las organizaciones cívicas y comunitarias que el
campesinado necesita hoy a nivel de todo Colombia, yo les
recomiendo que para entender deben hacer parte de las
organizaciones campesinas, que son las más olvidadas por
las instituciones gubernamentales que sólo miran el
campo como la despensa de la ciudad. Yo les cuento a
todas las comunidades campesinas que mi vida ha sido
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estar siendo parte de las organizaciones cívicas, como lo
son el Sindicato de Trabajadores Agrícolas del Sumapaz,
Sintrapaz, la Asociación de Juntas Comunales de la
localidad 20 de Sumapaz, la Junta Comunal de la Vereda
Lagunitas, de la que fui presidente por veinte años, el
Consejo de Cultura de Sumapaz, el Consejo de Personas
Mayores, el Comité de Movilidad y Maquinaria del Fondo
de Desarrollo Local del Sumapaz. En la actualidad, soy
delegado de Asojuntas a la Federación Comunal de
Bogotá, al Comité de Abuelos de la Vereda Lagunitas, al
Comité de Participación Comunitaria Copaco del Hospital
de Nazareth, y comisionado a la discusión del Plan de
Desarrollo del Sumapaz.
Ya sólo me queda invitarles a unir esfuerzos, a
organizarnos y a defender nuestro territorio y el agua
como base primordial de la vida. Todos sabemos que sin
agua no hay vida, ni humana ni animal, y que por eso es un
bien común. Las grandes transnacionales no le quitan la
mirada al Sumapaz, porque es un pulmón del mundo, aquí
está toda la riqueza hídrica, ya que éste es el páramo más
grande del universo. Sin el precioso líquido del agua no
hay vida, por eso el agua no es una mercancía, el agua no
se vende, es una necesidad vital y debe ser para todos.
Tenemos derecho a acceder a ella sin que la empresa
privada se lucre con la sed y el hambre que genera.
Nosotros somos hijos de esta montaña y como tales
debemos velar y esforzarnos por su bienestar, yo les pido
que busquemos las organizaciones y nos unamos para
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defender nuestras aguas y nuestro territorio, volviendo a
las costumbres tradicionales de nuestros abuelos,
recordemos que ellos nunca tomaron aguas tratadas y así
vivían hasta los cien años sin sufrir tantas enfermedades
como hoy en día, que los niños nacen ya con las miles de
enfermedades, y son sometidos a ser operados y no sé qué
otras cosas más. También porque antes no se contaminaba
el agua ni el suelo con químicos ni con basuras, y por esto
la salud era mucho mejor.
Debido a esto mi recomendación es siempre que no
dejemos de participar en las organizaciones, que los
jóvenes que son el futuro del mañana se apropien de lo
que les pertenece hoy por herencia y por ley. Propongo
unir esfuerzos en la defensa del agua y del territorio
avalados en la constitución, y que se respeten los derechos
sociales a los grupos de personas que hemos habitado este
páramo desde la época de nuestros abuelos ancestrales,
que nacieron y murieron defendiendo y sembrando vida
en esta tierra.
A pesar de mi avanzada edad no pierdo el anhelo de
seguir adelante buscando ese mejoramiento de las
condiciones de vida de las personas en la región y el
desarrollo de las obras en la localidad, hasta cubrir todas
las necesidades básicas para que podamos llevar una vida
digna.
La vida sigue, el futuro se construye desde el pasado,
nunca olvides que recordar es vivir con un nuevo amanecer
sumapaceño de historia de vida.
Así me la he pasado haciendo todo igual.
No más porque estoy enfermo y no puedo ya trabajar,
pero siempre sigo siendo un líder comunal.
Yo desde muy pequeño aprendí mucho a trabajar,
por eso ahora que estoy viejito que me dejen descansar.
Todas las novias que yo tuve podrían hacer un congreso,
y dictar sus propias leyes en lugar de hacerme rezos.
Pobrecito el viejo Horacio, tanto como trabajó,
pero por no cobrar nada, mucho se empobreció.
Ahora que está tan enfermo le deberían ayudar,
con un mejor trato para que ya no joda más.