cuentos de intriga

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CUENTOS DE INTRIGA

CUENTOS DE INTRIGA

Carolina-Dafne Alonso-Corts

Edicin literaria y Prlogo: Paloma Lzaro

KnoSSos

KnoSSos, Coleccin de misterio

2005, Carolina-Dafne Alonso-Corts Avda. Ciudad de Barcelona 110, B A 28007 Madrid www.knossos.es [email protected] ISBN 84-922246-2-2 Depsito Legal: M. 19394-2005 Printed in Spain. Diseo de cubierta: Paloma Lzaro

...Y levantando los techos de los edificios, por arte diablica, te he de ensear todo lo ms notable que a estas horas pasa. Mucho nos podremos entretener por ac, y ms si pones los ojos en aquellos dos ladrones que han entrado por un balcn en casa de aquel extranjero rico, con una llave maestra, a la luz de una linterna que llevan... LUIS VLEZ DE GUEVARA, El diablo cojuelo Madrid, Imprenta Real, 1641

ndice _________________________ Prlogo _________________________ Invierno La carta La chapuza Poleo de menta Buenas noches, amor El automvil El sacristn Evasin Un crimen horrendo Muerte en el mar La viuda El truco Quiere usted ligar? El seguro Gemelas Un amigo Los mosquitos La pensin El timbre El nmero cien Crimen y castigo La clnica Har dos aos para navidad Un monigote con una larga nariz La modelo Un funcionario ejemplar La sortija 15 17 19 22 25 28 32 34 37 39 51 55 57 60 62 66 69 81 84 87 90 93 95 98 113 116 119 13

Amor Alevosa La viajera Puerto deportivo Asesinato Una dama El espa El claro del bosque Accidente Chantaje Arena mortal El diplomtico Un recuerdo inolvidable Rifif Desaparecido Las naranjas Una verdadera seora La vedette El testamento Un mechn de cabellos rubios El cumpleaos El casino El encuentro El robo de los diamantes El funcionario El refugio El ltimo condenado a muerte El incendio de la fbrica La corrida Amigos El pjaro azul

122 125 129 132 145 148 154 159 163 166 170 183 189 195 200 204 223 227 233 236 243 249 257 266 270 274 280 285 290 309 317

El escorpin La carrera La invitada La rosa El robo de las joyas El anticuario De muerte natural La farmacutica El museo El quiosco chino Una gargantilla de diamantes La azafata de turismo Feliz navidad El jugador de tenis

329 343 353 371 383 402 417 424 439 458 463 463 463 463

PRLOGO

Qu extraa aficin es la que nos lleva a los humanos a sufrir como entretenimiento. Nos fascinan los sobresaltos, y los perseguimos, a fin de elevar el espritu ms all de nuestras propias carencias. De ah los espeluznantes ingenios mecnicos que llenan nuestros parques de atracciones; en algunos slo falta que, al final del trayecto, el empleado de turno se nos marque con un descabello, poniendo fin a nuestro suplicio con pericia torera. O esas pelculas que nos invitan a deleitarnos con hgados sangrantes, brazos cortados y ojos fuera de las rbitas... saludable ejercicio para mentes y estmagos blindados. Algunos disfrutamos con emociones ms sutiles, como las que inspira la lectura de relatos de intriga. Son autnticas pldoras de inquietud que nos incitan a una cierta impaciencia por conocer las eternas respuestas: Quin? Cmo? Por qu? Nos apasiona morder el anzuelo, dejarnos arrastrar por la curiosidad, hacia un desenlace que responder a nuestras preguntas. Jugar a detectives mientras observamos los hechos, bien acomodados en nuestros asientos, con la certeza de que al final tendremos la solucin, nos guste o no. Pero la tendremos, eso es seguro. Qu extravagante es el ser humano. El relato de intriga nos hace un doble favor, pues nos conduce a olvidar la realidad presente, con la ventaja de no prolongar nuestro sufrimiento ms all de unas breves pginas. El cuento de intriga es refrescante. Como lo es el crimen presentado amablemente, si eso es posible... Lo es?

INVIERNO

Haca mucho fro fuera. Yo lo saba, por eso no quera salir. No es que all dentro hiciera calor, he de confesarlo. Pero no era lo mismo. Haba estufas en los pasillos y, aunque produjeran mucho humo y lloraran los ojos, al menos los muros eran espesos y protegan de la intemperie y de la humedad del ro. Bajo el puente era mucho peor. Haba una neblina que empapaba hasta los huesos, haciendo que el reuma te atenazara por las noches como unos grandes alicates. Yo estaba all por poco tiempo. Tena un compaero de celda muy dicharachero, y por l supe que el ro estaba helado. Mal invierno dijo, moviendo la cabeza. Algunos no vern la primavera este ao. Yo quera ver la primavera. En otro tiempo no hubiera temido al fro, pero ahora ya estaba viejo y tullido. No tena fuerzas para enfrentarme con el exterior. Antes era distinto le dije. La gente te echaba una mano. Ahora pasan de largo deprisa, como si estuvieras apestado. Al da siguiente, yo tendra que abandonar la prisin. Por ms que le rogu al director que me dejara hasta el fin de semana, l no quiso orme. Estaba empeado en que saliera. Dijo que era la ley, y el reglamento, y algunas cosas ms que no entend. El guardin entraba varias veces al da en mi celda. Siempre me pareci el ms humano de los empleados, y hasta decan que ayudaba a algunos reclusos con dinero de su bolsillo. Eso ya no lo s con seguridad. Es una buena persona decan todos los compaeros. Viva cerca, y de maana su esposa y un nio pequeo lo acompaaban hasta la crcel. Luego, ella le llevaba a medioda una fiambrera con comida, y los oamos hablar. Al nio lo vi muchas veces; era un chiquillo muy gracioso, tena los ojos azules y unos rizos dorados. En verano, su madre lo llevaba a baarse en el ro. Fue all donde yo lo conoc. El padre y yo habamos hecho amistad. Me pregunt por mi familia y mis cosas y, como no quise contestarle, l me estuvo contando cosas de su niez. Aquella maana, la ltima de mi estancia en la crcel, sent que abra la puerta de la celda con llave. Puedes marcharte dijo. Y si no quiero? Si no quieres, tambin te vas a marchar. Son rdenes del director. No puedes estar ms tiempo aqu, slo por un atraco callejero. No podra aguardar al final del invierno? pregunt. Hace mucho fro ah fuera, y no s si podr resistirlo. l me mir con sus ojos azules. Lo siento dijo. Pero tienes que irte. Me pareci intil discutir. Era un funcionario honrado y no haba forma de convencerlo, y menos de sobornarlo. Cuanto ms, que yo no llevaba una sola moneda en el bolsillo. Toma tus cosas dijo l. La vi brillar en su mano. Era una navaja pequea, casi un mondadientes. A un nio lo hubieran dejado jugar con ella. Toma dijo. No te la olvides, te puede servir. La cog de su mano. No pudo decir ms, pero chill. Un momento despus, su ojo derecho se haba convertido en una masa sanguinolenta. Lo siento, amigo mo dije. Sabes que te aprecio de veras, pero hace fro y no quiero salir. Hoy me han dicho que est muerto. Y aunque lo juro, nadie quiere creerme: yo no quise hacerle tanto dao. No quise atentar contra su vida. Pero las cosas, algunas veces, se ponen as.

LA CARTA

Cuando la mujer recibi la carta haba terminado de preparar unos huevos revueltos con guisantes y tacos de jamn. Era de edad madura, y haca mucho tiempo que no disfrutaba de una verdadera felicidad. Ya, casi, ni la deseaba. Oy el sonido de las llaves en la cerradura, y a continuacin la voz adusta de su esposo: Esta carta es para ti. Estaba en el buzn. l era un hombre de aire malhumorado. Antes de entregrsela mir el remite, pero no lo tena. Mientras se quitaba el abrigo le estuvo diciendo como siempre lo mal que se haba encontrado durante el da, y que iba a pedir la baja, porque estaba demasiado dbil para trabajar. Segn dijo, slo se mantena en pie gracias a un trago de cuando en cuando. No hace falta que te disculpes murmur ella. Te conozco bien. Estaba harta de escuchar a diario su sarta de quejas, cuando acuda a la casa con un sospechoso olor en el aliento. Pero al fin y al cabo tena que aguantarlo porque era su marido. l se dej caer en un viejo silln. Te crees muy lista dijo. La mujer perfecta. Fue cuando ella examin la letra del sobre que tena en la mano. Dios mo se estremeci. Su corazn comenz a latir fuertemente. Haca tantos aos que no haba visto aquella letra y, sin embargo, la reconoci al instante. Estaba tan alterada que l lo not, y dijo con el ceo fruncido: Vaya, tenemos secretos. De quin es, si puede saberse? Ella dud antes de contestar: No es nada de particular. Es una nota del tendero. Creo que le he dejado algo a deber. Para disimular su nerviosismo fue hacia la cocina y volvi con una bandeja. Aqu tienes la cena indic. Tmala antes de que se enfre. Volvi a la cocina y abri con manos trmulas el sobre, mientras su cerebro confuso trataba de hallarle una explicacin a aquella carta. Porque, despus de tantos aos, estaba reviviendo escenas que no recordaba siquiera. Es su letra, no hay duda se dijo, mientras su vista se nublaba. Era la letra de su antiguo novio, su verdadero y gran amor. Y haciendo acopio de todas sus fuerzas, sin siquiera sentarse empez a leer: Querida ma, te extraar mi carta. Despus de mucho aguardar ha surgido algo inesperado, algo muy importante para nosotros dos. Maana mismo tengo que embarcar para Amrica, porque al parecer he recibido all una importante herencia. Nunca he ambicionado el dinero, pero ste har posible que no nos separemos ms. A continuacin la invitaba a marcharse con l, sin que le preocupara lo que dijeran los dems. Tan slo le importaba ella, se haba convencido de que sin ella no poda vivir. Pero si ella no acuda a su cita en el lugar y hora indicados, supondra que rechazaba su ofrecimiento. Esta comida est muy sosa se oy en el comedor. Dame la sal. Ya voy, ya voy contest ella, escondiendo la carta. Apenas recordaba ya cmo haban ocurrido las cosas. S record los malos ratos que pas cuando aquel hombre desapareci de su vida sin ninguna explicacin. Y ahora... Vas a traer la sal, s o no? repiti el marido con la boca llena. Ya voy, ya voy. Despus de dejar el salero se dirigi al bao y cerr la puerta por dentro; necesitaba estar sola unos momentos para meditar. Se asegur de que estaba atrancado el pestillo y sac nuevamente la carta que haba arrugado en el bolsillo del delantal. Ahora saba que l no la haba olvidado. Qu extraas circunstancias habran marcado su vida? Y supo algo ms: ella tambin lo amaba todava. Procuraba imaginrselo en la actualidad, y de pronto sinti terror de abandonar a su marido para acudir a la cita de l. Dio la vuelta a la hoja, y hall una nota escrita a lpiz que deca: Si no me acompaas, pensar que renuncias a mi amor y procurar olvidarte. Y haba una fecha antigua: trece de mayo de mil novecientos setenta y dos. En el comedor, el reloj de pared daba las once de la noche.

LA CHAPUZA

Estaba necesitado de un albail, sobre todo desde que haba sufrido el accidente en la granja. Antes, yo mismo me las apaaba bien para algunas pequeas obras, pero un caballo me haba coceado, y con el brazo en cabestrillo no poda terminar la obra que haba emprendido en la cocina. Y nadie quera hacer una chapuza por all. Con los veraneantes que hay, no hay quien encuentre un albail para nada me haba dicho el tendero del pueblo. Yo estaba de acuerdo. Llevo casi un mes con el suelo de la cocina levantado le dije, mientras trataba de rascarme dentro de la escayola. Iba a terminarlo yo mismo, pero tengo el brazo fastidiado y he tenido que dejarlo como estaba. De no ser por eso, no necesito a nadie para poner unos baldosines. Lo siento, amigo me dijo el tendero, dndome la vuelta del importe de las mercancas. Por ms que hice gestiones en el pueblo, pude comprobar que era imposible encontrar un solo albail. Cog la bicicleta que haba dejado en la plaza, y volva a mi casa cuando vi que haba unos obreros trabajando en un bonito chalet. Es el alcalde, y tiene todos los privilegios me dije, contrariado. Fue tan grande el sentimiento de injusticia, que la sangre se me subi a la cabeza y pens incluso en ponerle una denuncia por abuso de autoridad. Me detuve un momento al lado de la carretera, y mir con curiosidad a los dos trabajadores. Buenas tardes dije, movido por una ligera esperanza. Ellos se volvieron. Muy buenas contest el ms viejo, que llevaba puesto un mono de trabajo y tena unos ojillos azules y muy vivos. Me aproxim un poco ms. El ms joven trabajaba con tanto inters como si estuviera llevando a cabo una obra de arte. Estaba recibiendo una reja del chalet. Digo... podran acercarse a mi casa cuando acaben? pregunt, mostrando el brazo escayolado. He empezado una chapuza, y la he tenido que dejar a medio hacer. Es cosa de poco. El ms viejo asinti, mirndome con un cierto afecto. No se preocupe, pasaremos. Dnde dice que est su casa? Se lo expliqu con detalle; era una ocasin nica y no poda desperdiciarla. Luego me fui pedaleando por la carretera. No estaba muy seguro de que cumplieran su palabra. No creo que vengan me dije, frenando ante la verja. Una hora ms tarde estaban en mi casa. Dejaron a la entrada una vieja furgoneta cargada de chismes. Pasen, es por aqu les mostr. Ah tienen los baldosines. Hicieron el trabajo a maravilla: nunca haba visto unas losetas tan bien alineadas. Cuando fui a pagarles, el precio no me pareci exagerado. Casi, demasiado bajo para los tiempos que corran. Le puse al ms viejo un par de billetes en la mano. Necesita algo ms? me dijo l, y yo hice un gesto negativo. No, gracias. No pueden figurarse el favor que me han hecho. Pues a mandar dijo el ms joven, alzando la mano a modo de despedida. Me qued a la puerta, vindolos marchar. Luego, estuve dndole una vuelta al gallinero. Amenazaba lluvia, y cuando volva a la casa distingu al arriero que pasaba en su carro. Buenas tardes me dijo sin pararse. Voy a ver lo que ha ocurrido en casa del alcalde. Ha sucedido algo malo? Me contest de lejos y yo no lo entend. Estuve recogiendo algunas herramientas, y las guard en el cobertizo. Me haba sentado en un banco a descansar cuando distingu de nuevo al arriero, que volva, y me levant a medias. El brazo me dola enormemente, deba ser el tiempo. Qu es lo que ha pasado en casa del alcalde? le grit. l detuvo a la caballera. Un perrillo haba saltado del carro, corriendo hacia la casa. Ha habido un robo dijo desde lejos. Cmo dice? El perrillo volva, con un pjaro muerto en la boca. El arriero gesticul.

Le han robado dinero, y las alhajas de su mujer. Me puse en pie de un salto y camin por el sendero de gravilla. Que le han robado, dice? El arriero asinti. Ha sido en el chalet, ah cerca. Ellos haban ido a pasar el da en la ciudad, y la criada ha dado parte en el cuartelillo. Una idea fugaz pas por mi mente. No, no era posible. Dice que en el chalet? le pregunt. Yo no he odo nada. Una nube de un gris plomizo haba cubierto el sol. El cielo tena reflejos rojizos hacia poniente. El arriero se dispuso a partir. Los ladrones se vistieron de albailes aadi. Dicen que eran cuatro. De albailes? pregunt, incrdulo. l asinti de nuevo. Simularon una obra, quitaron una reja y luego la pusieron en su sitio, como si nada. Hicieron un trabajo fino. Pero, est seguro? insist. El hombre se impacientaba. Claro que estoy seguro afirm. Huyeron en una furgoneta. Me qued con la boca abierta. Era lo ms increble que haba odo en mi vida. Luego, solt la carcajada. S que es una gente estupenda dije, ante el estupor de mi convecino. Luego mir al cielo. Va a mojarse si no se da prisa seal. Tiene mucha razn contest el hombre, arreando el caballo. Cuando volv a mi casa caan unos grandes goterones. Cinco minutos ms tarde, estaba diluviando. Cerr las ventanas y mir el suelo recin puesto de la cocina. Un trabajo muy fino pronunci en voz alta, mientras en mi garganta cosquilleaba la risa.

POLEO DE MENTA

Cruzaban siempre las calles por los semforos, se acostaban a las diez y media, y los domingos iban invariablemente a la misa de once de la parroquia. l llevaba sus camisas impecables, los zapatos brillantes y los trajes sin sombra de mancha ninguna; para lo cual, se cuidaba muy mucho de rozarse con los automviles al pasar por una estrechura, o de estar en casa con los pantalones de salir. Tomaban la comida sin sal. Era el primer plato de verdura y luego, sin cambio posible, a medioda un filete a la plancha y una fruta; por la noche, un caldo desgrasado y pescado hervido. Como postre una taza de manzanilla o de boldo, o cualquier otra hierba de las que su esposa guardaba en un antiguo frasco de botica. Qu vas a tomar hoy? Deca ella, con un tono de complicidad. Sorprndeme le contestaba l, conteniendo un suspiro. Yo tomar poleo de menta decida la esposa, rebuscando los papelillos en el interior del frasco, de la ms autntica cermica antigua. Es el nico capricho que tengo. Como quieras, mujer. Ella lo miraba con cario. De esta forma viviremos mas tiempo deca, y de tal manera llevaba a la prctica su dieta que no ceda un pice, ni an en las ms sealadas fiestas de familia. Desde que se jubil, l haba tenido que abandonar en absoluto el vicio del tabaco; los domingos, despus de misa y del paseo, l tomaba un agua tnica en la cafetera de la esquina, y ella su infusin de poleo. Ninguna gamba, ningn calamar, ningn pincho de rin al Jerez; eran excesos que, tarde o temprano, la naturaleza tendra que cobrarse. No quiero que te mueras antes que yo deca la esposa, mientras regaba con cuidado las plantas de interior, para que no rebosara una gota. No podra resistirlo. Los suelos de la casa estaban brillantes: haba siempre dos pares de bayetas a la entrada, que se haban convertido para el matrimonio en un segundo calzado casero. Nadie hubiera podido detectar una mota de polvo: la aspiradora era la reina del hogar. Nunca jams las plantas de interior haban sufrido el ataque de insectos ni parsitos. No s qu haran sin m deca la esposa, compungida, mientras se remova en el silln de orejas. Eres un poquito desastrado, y te olvidaras de regarlas y fumigarlas una vez cada quince das. l aoraba cada vez ms su niez, cuando corra por las calles del pueblo con los zapatos desatados, a pique de haber pisado los cordones y haberse roto los dientes contra el bordillo de la acera. Recordaba con un regustillo de pecado la confitera, donde hunda la nariz en un soberbio merengue de fresa, que acababa siempre decorando su jersey. Echaba de menos aquellos juegos en la nieve y el barro, cuando el ruedo de sus pantalones quedaba al secarse endurecido y negruzco. Costumbres brbaras de chicos deca la mujer compadecindolo, mientras le serva una taza de tila humeante. Otro mejunje? preguntaba l, olisqueando juntos el olor de la tila y del poleo, que paladeaba su compaera. Te vendr bien para los nervios deca ella, mirndolo por encima de la taza. ltimamente los tienes un poco desquiciados. Hoy estaba contento. Por primera vez en muchos aos, podra ver la televisin hasta su cierre. Por vez primera, al fin, abrira la botella que con motivo de su jubilacin le regalaran sus compaeros. A los postres se hara un caf, de aquel paquete que le trajo de Portugal un amigo, y bebera una copa del coac francs que tena escondido haca aos. Lo har a su salud se dijo, sonriendo. Por vez primera no estara obligado a apagar la luz nada ms acostarse, y podra dejarla encendida hasta por la maana. Tambin escuchara libremente el transistor, sin necesidad de aquel molesto aparatito que se introduca en la oreja. Encendi un cigarro, y lo palade golosamente; mientras observaba la fina columna de humo azul, instalado en el silln de orejas que ltimamente ella se haba adjudicado, fue haciendo un regocijado recuento de las ltimas horas. No tengo ganas de cenar haba dicho ella. Creo que voy a marcharme a la cama. He debido tomar demasiada verdura a medioda. Y no te acuestes tarde, que luego me despiertas, y me desvelo para toda la noche.

l asinti, paciente. No vas a tomar nada? pregunt. Ella dijo que no con la cabeza. Tan slo mi tacita de poleo. Quiz eso me siente el estmago. l la ayud a cambiarse, amablemente. No te molestes dijo. Yo te la servir. Que est bien caliente dijo ella. Y bien cargada, vale? Por Dios, que iba la taza bien cargada de poleo. Tambin llevaba azcar, y una cucharadita de unos polvos verdosos que ella usaba contra los pulgones. Esto sabe raro dijo la mujer, torciendo el gesto. l la tranquiliz. Es tu estmago dijo. Estars empachada. Ahora, ella estaba descansando bien a gusto en su cama. Su cara tena un tinte verdoso. El hombre suspir, mirndola. Pobre dijo, aspirando profundamente el humo. No hubiera podido permitir dejarte sola, sin tener a quien martirizar. Hubiera sido demasiado duro para ti.

BUENAS NOCHES, AMOR

El hombre dorma plcidamente cuando la chica abandon la habitacin. Era una casa grande, de largos y complicados pasillos y, caminando en la penumbra, la muchacha tuvo dificultades para hallar la salida. Jo, cuntas puertas mascull. Un reloj dio las tres y ella peg un respingo. Eran las doce de esa misma noche cuando haba tropezado con l en la barra de un bar; pareca mentira que hubieran transcurrido ya tres horas. En realidad, ambos haban pasado un buen rato. l estaba bebido, pero, an as, se le notaba a la legua que era un verdadero seor. Lo haba estado observando desde el extremo opuesto de la barra; l tena las sienes canosas, y llevaba un traje oscuro hecho a la medida. Un to agradable pens, estirando sus bonitas piernas cruzadas. La falda corta dej ver unos muslos preciosos. Tomas alguna cosa? le pregunt el barman, empinndose para verlos mejor. Ella le dedic una sonrisa. Todava no le dijo con un guio. El hombre canoso la mir un par de veces; haba en su expresin un indudable inters, y al mismo tiempo not en sus ojos un punto de tristeza. Ella estaba intrigada. A la tercera, la chica se instal en una banqueta a su lado. Invtame a una copa le dijo. l asinti. Eres soltera? pregunt, con un ligero ronroneo. Ella pareci sorprendida. Claro que soy soltera dijo. Y t? l movi con pesadumbre la cabeza. Yo soy viudo contest. Era increble, pero haban charlado amigablemente en una mesa durante un par de horas. Mientras, el hombre segua bebiendo, y al final ella pens que tendra que ayudarlo a levantarse. Deba ser un tipo de buena familia. Durante la conversacin, le dijo que tena una hija casada con un diplomtico. Su madre era marquesa, o algo as. Vive conmigo dijo l. Ahora est de viaje, dando la vuelta al mundo con unas amigas. Ella le palme el hombro, con una carcajada. Eres estupendo le dijo. No he conocido a nadie como t. T s que ests buena dijo l, y al mismo tiempo dej resbalar una mano ms all del clido sobaco femenino. Tomaron un taxi para ir a la casa de l. El hombre sac una cartera abultada, y a duras penas pudo pagarle al taxista. Me da usted dinero de ms le dijo l, devolvindole un par de billetes. La chica salt del automvil. Gurdatelos le dijo. Tiene muchos ms. l deneg. No los quiero dijo, y se los meti al hombre en el bolsillo. Ante el portn de la casa, con grandes llamadores de bronce, ella se volvi un momento. Vives aqu? pregunt, observando arriba los grandes miradores panzudos. l se agarr a su brazo, y estuvo a punto de hacerla caer. Aqu vivo asinti. Por favor, aydame a buscar las llaves. Vamos, que subir contigo dijo ella. Hay alguien en tu casa? l deneg. No hay abso...lutamente nadie dijo, trastabillando. Despus de varios intentos, consiguieron localizar la llave. Tomaron un majestuoso ascensor lleno de dorados. Es aqu dijo l. Era un piso lujoso, de habitaciones amplias con los techos muy altos, llenas de muebles recargados. Haba grandes araas de cristal, y cuadros oscuros en las paredes. Sobre los muebles haba jarrones antiguos y figuras de plata. No hubo dificultad, porque l cay en la cama como un leo. Trat de desnudarlo y

ponerle el pijama, pero luego pens que era lo mismo, y se conform con quitarle los zapatos. Vas a manchar la colcha, tan elegante pronunci en voz alta. Se qued sentada a los pies de la cama, considerando su curiosa situacin. Aquel tipo la haba hecho perder una noche. Se mir en el espejo inclinado que haba en el testero, y vio que se le haba corrido el rmel de los ojos, y tena chafarrinones en la cara. Mierda susurr. Vaya una visin. Pens si tendra tiempo todava de volver a la barra, pero desech la idea. Era ya demasiado tarde, y tena sueo. Adems, hubiera tenido que arreglarse. Recogi las llaves de la alfombra, donde haban cado, y con la punta de los dedos las dej sobre el cristal del tocador. Al lado estaba la cartera, y un relmpago brill en su mirada. Por qu no? se dijo. Poda haberla perdido en la calle. Estaba segura de que aquel hombre de buena familia no se atrevera a delatarla, por temor al escndalo. Buenas noches, amor dijo, besndolo en la frente. El hombre dorma plcidamente cuando la chica abandon la habitacin. Era una casa grande, con largos y complicados pasillos, y caminando en la penumbra la muchacha tuvo dificultades para hallar la salida. Jo, cuntas puertas mascull.

EL AUTOMVIL

Un lujoso automvil, o lo que quedaba de l, haba aparecido abandonado en una carretera secundaria. Un grupo de muchachos scouts lo haba descubierto, medio oculto entre los arbustos de la cuneta. Lo rodearon enseguida y observaron, curiosos, su tono plateado y la lnea moderna y dinmica de la carrocera. Comentaron cada detalle con ruidoso asombro. Es una maravilla de coche deportivo dijo un chico muy alto, que gastaba gafas. Su compaero ms cercano asinti. Lstima que le falten las ruedas dijo. Podramos quedarnos con l. La portezuela estaba abierta, y el larguirucho estuvo husmeando en el interior. La tapicera era de cuero, y pareca nueva. Por dentro est muy bien dijo, volvindose. No parece que lleve mucho tiempo aqu. Faltan la radio, y el cassette. Era, en efecto, un automvil poco corriente, seguramente importado, y pareca contar con todos los extras. Mientras los muchachos seguan descubriendo maravillas, otro vehculo lleg por la carretera y se detuvo con un frenazo. Era un coche de la polica. Qu hacis ah? pregunt el conductor, que era corpulento y llevaba uniforme. Vamos, retiraos de ah. Yo lo vi primero dijo un chico menudo. Parece que lo han abandonado. El polica grueso se baj del coche celular, seguido por un compaero. Ambos se acercaron al vehculo. No habis visto a nadie por aqu? pregunt. El muchacho alto dio un paso adelante. No haba nadie dijo. Hace slo cinco minutos que llegamos. Los dos hombres inspeccionaron el vehculo. Una llamada annima los haba alertado, y no tuvieron mucha dificultad para hallar el paradero del automvil que estaba hundido en la cuneta, apoyado sobre la carrocera. Uno de los chicos intervino. Han visto qu trasto? Vaya chisme de lujo dijo, admirativo. El polica grueso abri el cap, que cedi suavemente, y ante la mirada atnita de todos apareci el interior completamente vaco. Ahora fue el hombre quien silb. Buena labor dijo, pensativo. Su compaero asinti. Han tenido todo el tiempo del mundo para hacerlo indic. Me pregunto quin ser el dueo de este trasto, y cmo ha llegado hasta aqu. El otro se encogi de hombros. Cualquiera sabe dijo. Lo cierto es que aqu lo han desguazado, porque los neumticos han dejado su seal en el barro. Fjate. Sobre la tierra hmeda podan percibirse claramente las huellas, algunas borradas por las pisadas de los chicos. El hombre grueso se volvi. Habr que dar aviso para retirarlo de aqu. Es un peligro si alguien pasa de noche por esta curva. El compaero resopl. Te das cuenta el dinero que debe costar un trasto as? Ya te digo corrobor el ms grueso. Luego, dirigindose a los chicos: Estis por aqu cerca? pregunt. El muchacho alto asinti vivamente. Estamos acampados en un pinar, detrs de ese monte seal. Podemos ayudar en algo? El hombre entr en el automvil policial. Es posible dijo. Ahora, podis marcharos. Apenas queda nada por robar. Cuando la gra lleg ya anocheca, y los muchachos se haban retirado haca tiempo. Izaron la carrocera, que fue a parar con otros muchos vehculos al lugar donde se aguardara una posible reclamacin. De no producirse sta por su dueo, aquellos restos se subastaran. Pero haban pasado semanas y el lujoso cascarn no fue reclamado por nadie. No tena placas de matrcula, y el nmero de bastidor estaba borrado. Se hicieron averiguaciones, y transcurrido un tiempo prudencial se dio por liquidado el asunto. Seguramente, es de algn extranjero que habr vuelto por otro medio a su pas coment el jefe de servicio. No es ms que un cascarn, pero habr que subastarlo. Hay que estar loco para cargar con eso coment su ayudante. Se adjudicaron otros vehculos a sus nuevos dueos sin dificultad: unos seran desguazados y los mejores se repararan. El encargado se impacientaba, pero a ltima hora

alguien se interes por el coche. Se trataba de una joven pareja. l vesta vaqueros y una cazadora claveteada. No es guay? le dijo ella. Poda servirnos de hotel. l solt la carcajada. Est bien dijo. Pero mis padres van a echarme de casa cuando llegue con eso. Es una ganga dijo la chica alegremente. Con un poco de imaginacin, haremos maravillas. Al da siguiente, los restos del automvil fueron retirados por los nuevos dueos, que haban alquilado una gra al efecto. La carrocera qued instalada en un garaje a las afueras de la ciudad. Estoy impaciente dijo la muchacha. Habr que empezar cuanto antes. l cerr la puerta abatible del garaje. Se dirigi hacia el fondo, y con un llavn abri un armario metlico. Dentro haba una serie de piezas brillantes, completamente nuevas. Haba cuatro ruedas con sus neumticos, y una ms de repuesto. Eso est hecho dijo l. Entre los dos, con la minuciosidad con que lo hubiera hecho un relojero, fueron situando cada pieza en su lugar. Luego las ajustaron, mostrando la habilidad de unos perfectos mecnicos. Cuando terminaron, ella se dej caer en una silla y l se limpi el sudor con un pauelo. Ya casi est listo resopl. Ahora, nos falta la matrcula. Despus de varias horas de trabajo, el automvil haba quedado como nuevo. Nos hemos ganado una buena merienda ri la muchacha. Tenemos los papeles en regla, y todo es legal. l la bes en los labios. Somos geniales dijo. Salieron a la autopista para probar el coche. Faltaban algunos ajustes, y con todo adelantaban fcilmente a cualquier vehculo que se pusiera a su alcance. Ella apoy la cabeza en el hombro del compaero que conduca, y enlaz su pierna con la suya. Nos iremos de juerga esta noche le dijo al odo. La tarde era gloriosa. Todo resultaba perfecto, sobre todo aquella sensacin de plenitud, la certeza de que haban burlado a las fuerzas del orden. Desde el da en que vieron el coche ante una lujosa urbanizacin, todo haba sido cuidadosamente planeado hasta el ltimo detalle: sin dificultad lo pusieron en marcha, y lo llevaron hasta aquella cuneta en una carretera apartada. Lo del desguace fue sencillo. Aguardaremos para dar el aviso habla dicho l. Hay que esperar a que pase el mes de vacaciones para que el fulano vuelva a su pas. Entonces, no habr ningn peligro. As lo hicieron. Mediado el mes de septiembre, la polica recibi una llamada. Era una voz femenina, y denunciaba la presencia de un coche accidentado, y el lugar. Es un auto de color gris plata inform. Yo he estado a punto de chocar con l. Antes de que el funcionario hubiera tomado sus datos, la mujer haba colgado el telfono. Se volvi hacia su compaero. Ahora no queda ms que aguardar la subasta ri. Todo aquel enredo no era para ellos ms que un juego apasionante. Y ahora, el automvil volaba por la carretera sobre los altos acantilados. Conduce t le dijo l. Fue cuestin de segundos. Cuando se apercibieron de la gran mole que se vena encima, no tuvieron tiempo de reaccionar. Era una curva pronunciada, y abajo los acantilados estaban bordeados por la blanca espuma de las olas. El conductor del camin vio con horror cmo aquel blido de plata se sala de la carretera, yendo a caer en el mar con un sonido sordo, al que sigui un macabro burbujeo.

EL SACRISTN

Haca un rato que el ltimo feligrs haba salido de la iglesia. Eran ya las diez de la noche, y la ltima misa vespertina se haba terminado haca media hora. Como siempre, casi todos los fieles que acudieron eran hombres jubilados y mujeres ancianas. Era una iglesia antigua, y estaba situada en la parte vieja de la ciudad, en el centro de un barrio de mala nota. A esta hora, mujeres de faldas muy cortas y gesto cansado hacan guardia en las esquinas, o junto al quicio de algn portal donde un letrero anunciaba habitaciones. Una lamparilla vacilante llenaba de sombras rojizas la nave lateral del templo. Junto a un altar de madera dorada, haba un gran confesionario con torrecillas gticas, una reliquia de otro tiempo donde los fieles iban a descargar sus conciencias. En el silencio son un crujido, y la cortinilla del confesionario se corri con un sonido de anillas metlicas. Alguien sali de la caseta de madera, un hombre con un abrigo rado y una bufanda que le ocultaba el rostro. Sus pasos afelpados se dirigieron hacia el altar de San Antonio. El cepillo de las limosnas estaba sujeto a la pared con grandes escarpias. Tena una ranura, y para recuperar las abundantes limosnas que el santo reciba, el prroco utilizaba una pequea llave. l tena una copia. Vamos a ver cmo te portas murmur en el silencio con voz ahogada. Son un clic y luego el chirrido de la tapa, al que sigui el tintinear de algunas monedas que haba entre numerosos billetes de banco. No est mal, no est mal dijo la voz en un susurro. Meti el dinero en una bolsa de gamuza y la guard a duras penas en un bolsillo del abrigo. Los pasos cansinos alcanzaron la puerta de la iglesia, y se detuvieron un momento. Te enviar unas flores dijo el hombre, santigundose. Parece mentira cmo te tienen, todo lleno de polvo. Y hace meses que no lavan el mantel del altar. Era el antiguo sacristn. Sola emborracharse con el vino de misa, y de tal forma aquella costumbre se haba hecho incorregible, que terminaron por echarlo. Ni su vergonzosa expulsin haba podido sofocar su devocin por San Antonio. El pestillo se desliz con un chirrido. Fuera, el personaje se palp el bolsillo a la luz de un farol. Se senta bien, porque saba que pocos metros lo separaban de su taberna preferida. La calle estaba solitaria, exceptuando unas mujeres que le dedicaron bromas soeces. Al doblar una esquina, una mano se pos en su espalda. El se sobresalt. Quin anda ah? Hubo un corto forcejeo. El hombre no pudo decir nada ms. Ni siquiera not cmo la navaja le atravesaba la garganta. Lanz un breve quejido y se desplom sobre la acera. Beber a tu salud dijo un tipo corpulento con una risotada. Al mismo tiempo, haca sonar las monedas dentro de la bolsa.

EVASIN

Procedi, en sus preparativos de fuga, sin prisas ni atolondramiento, y tan eficazmente como si estuviera llevando a cabo un trabajo rutinario de panadera. La casualidad haba puesto en sus manos la forma de evadirse de la crcel. En un rincn cerca de la puerta estaban apilados los grandes cestos cubiertos de lona y los sacos de pan que unos reclusos, ayudantes del panadero jefe, haban llevado hasta all. Ponedlos todos juntos seal el jefe con un fuerte vozarrn. Van a venir a recogerlos temprano. Era un hombre robusto y colorado, y llevaba siempre las ropas cubiertas de un polvillo de harina. Los ayudantes obedecieron en silencio y luego salieron, cerrando la puerta del almacn. Pero un recluso no haba salido. Aguard cautelosamente a que se fueran los otros, cobijado entre unos cajones de madera. Cuando se asegur de que estaba solo, fue hacia los cestos y alcanz un saco vaco, que previamente se haba encargado de ocultar. Tranquilo se dijo, mientras su corazn golpeaba fuertemente en el pecho. Sobre todo, calma. Llen el saco con gran parte de las barras del cesto, lo cerr luego cuidadosamente con el mismo bramente que los otros, y lo dej a un lado, con los dems. Luego se introdujo en el cesto con los panes restantes, y se cubri con una espesa lona. Esto va bien murmur. Veremos qu sucede ahora. Era de madrugada, y tena tiempo de sobra antes de que descubrieran su ausencia. Se recost como pudo, tratando de sosegar el galope tendido de su corazn, vigilando atentamente y a la escucha de cualquier ruido. Todo el resto de la noche permaneci en guardia; iba a amanecer cuando se sinti tan cansado que afloj los msculos, y se dej llevar por el sueo. Lo despert la voz del panadero. Cargad primero los cestos dijo. Dejad los sacos para el final. Los ojos del recluso parpadearon un momento; intentaba hallar una rendija y echar un vistazo al exterior. A tientas estir la mano, pero not que la cesta cruja, y volvi a su posicin inicial. Cogi un pellizco de pan y lo mastic con fruicin. Al menos, no morir de hambre pens. De pronto se sinti vapuleado y qued en posicin horizontal. Ms tarde lo pusieron de pie. Lo introdujeron en el camin, y colocaron otros cestos encima. Van todos? escuch, y no percibi la respuesta, porque la compuerta del camin baj con estrpito. Resisti en la misma postura, sin apenas moverse; reconoci que ya no era posible volverse atrs, y le pidi al cielo un milagro. An quedaba lo ms difcil, el momento crtico en que lo descargaran. Con un poco de suerte, no le sera difcil poderse escabullir. Oy la voz del conductor, y luego el camin enfil la salida. Not que un nudo apretaba su garganta. El camino que comunicaba el almacn con el exterior estaba pavimentado de grandes losas de piedra desiguales, y perciba en sus riones los botes del vehculo. Pasaron junto a la garita y escuch al vigilante: Puedes pasar dijo. Buen servicio. Tomaron por fin la carretera, que l saba bordeada de rboles raquticos. No intent moverse, entre otras cosas porque no poda. Si hubiera pretendido hablar, la voz no le hubiera respondido. Ojal no me descubran dese para s. El camin hizo varias paradas, y fueron descargando los sacos y los cestos superiores. Cuando la mayora del pan estuvo despachado, el motor rugi de nuevo. Hasta la vista dijo una voz de hombre, un tanto cascada. El olor del pan era tan suave, tan gustoso, que el recluso no pudo sustraerse al deseo de terminar la pieza que haba empezado. Notaba ya el frescor de la maana en su cuerpo, entumecido por la quietud. Imagin el lugar en donde sera descargado: quizs una granja estatal, pens. Imaginaba incluso el lugar: un arco de entrada y a los lados un largo poyete de piedra; al otro lado de la tapia empezara la libertad, donde habra rboles centenarios y frondosos, y extensiones de trigo. Me quedar a vivir en el campo se dijo. Trabajar de jornalero, y ellos no me podrn encontrar. Aguantar unos meses, hasta que haya cedido la vigilancia.

La inmovilidad lo estaba machacando, y bajo sus ropas sinti un sudor fro. Haban efectuado la ltima parada; lo bajaron del camin, y sinti cmo lo izaban, seguramente entre dos personas. Luego, dejaron caer de golpe el cesto. Pesa como un diablo dijo uno de los hombres. El otro solt una risotada. Qu has estado haciendo esta noche? brome. No te veo en forma. Cuando se esfumaron las voces, se dispuso a salir. Lo hizo con toda la cautela posible; salt al suelo y parpade, desorientado. Haba demasiada luz para sus ojos, acostumbrados a la oscuridad del camin; no tena la menor idea de dnde lo haban descargado, y antes de moverse lanz un vistazo a la pieza. Enseguida, su esperanza se desvaneci. Conoca el lugar. Se qued en pie, apoyado en el cesto como un obrero perezoso, y contemplando la gran cocina que se extenda ante l. Era la cocina de un penal, que por desgracia conoca; ms all estaba el comedor, al otro lado de la puerta, con sus mesas de mrmol blanco, dispuestas ya para el desayuno de los presos. Encima haba grandes tazones de loza, y los cestillos de mimbre vacos y dispuestos. Dios musit. Su rostro tena una expresin de pasmo. Se haba quedado sin aliento, paralizado como en una pesadilla. Luego, su frente se volvi de color remolacha, y una vena empez a latir en su sien. Al menos, de momento, no haba nadie en el lugar. Tengo que hacer algo mascull. No tardarn en llegar. Como respondiendo a sus pensamientos, una gran mano se haba apoyado en su hombro. Se puede saber qu ests haciendo aqu? No se permite a los reclusos entrar en la cocina. Gir sobre s mismo, incapaz de reaccionar. Not que los dedos del recin llegado se haban clavado profundamente en su cuello. Le faltaba la respiracin. S...suelte, por favor dijo sin fuerzas. El otro lo mir, bajo unas cejas negras y erizadas. Hombre, yo te conozco dijo alegremente. Qu pintas aqu? Cre que te haban trasladado de centro. l trataba de liberarse de aquella zarpa peluda, pero el otro no lo soltaba. Cada vez apretaba ms. Desde mucho tiempo antes, l no haba ejercitado sus msculos y careca de reflejos. Aquel gorila iba a estrangularlo, y no poda hacer nada. Trat de zafarse luchando desesperadamente, propinando patadas en las piernas del otro, cuyos puos lo golpearon con dureza. El ayudante de cocina acababa de entrar. Qu pasa aqu? pregunt, asombrado. Quin es este tipo? Es un antiguo husped dijo el jefe, soltndolo. Parece que le ha tomado cario a este lugar. Avisa al director, y dile que ha venido escondido en un cesto de pan. Los puos del recluso se abrieron y cerraron, impotentes; por su parte, el cocinero se frot los nudillos con las palmas de sus manos. Vamos dijo. Te invitar a desayunar. Suspirando, se sent frente al tazn vaco; no le vendra mal un poco de caf para entrar en calor. Haba cado una vez ms en la trampa del destino, pero volvera a intentarlo. La suerte haba pasado muy cerca; la prxima vez, no la dejara escapar.

UN CRIMEN HORRENDO

Mientras observaba de reojo al fiscal, el abogado defensor suspir satisfecho. Todava le quedaba el sabor al marisco que haba paladeado a medioda en un buen restaurante, cerca de su despacho. Lo haba regado con un vino excelente, y de cuando en cuando volva a su paladar en un agradable regeldo. Su defendido era un hombre de apariencia vulgar, de unos treinta aos, miope y con expresin casi bondadosa. Desde el principio no le haba supuesto ninguna dificultad su caso, y hasta el tribunal lo observaba con una cierta conmiseracin. Parece un pobre hombre haba comentado alguien en la sala, en voz alta. El asunto haba sido sonado. Una prostituta apareci asesinada en terribles condiciones, con el vientre desgarrado, los senos seccionados y cortaduras en el rostro. Entre el pblico asistente, nadie crea en la culpabilidad del acusado, que haba negado con viveza su participacin en los hechos. La defensa result fcil, ya que la vida del hombre casi rayaba en lo ejemplar. Tampoco el que visitara tales lugares era extrao, pues era soltero y viva solo desde que su madre muri. Dios la tenga en su gloria sola decir, cuando hablaba de ella. No haba ninguna prueba fehaciente de que l hubiera cometido aquel crimen: ninguna huella, ningn indicio. La vctima haba sido elegida al azar, pues en el momento del crimen no usaba su puesto habitual, ya que estaba sustituyendo a una compaera enferma. Las circunstancias parecan haberlo inculpado en un principio, ya que varios testigos coincidieron en la circunstancia de su visita. Pero el crimen se haba cometido en un piso bajo, y hallaron abierto el balcn, con lo que cualquiera hubiera podido entrar desde la calle y saciar sus sdicos instintos en aquella infeliz. El fiscal, en cambio, pareca resistirse al fracaso. Extrem el estudio de las posibles pruebas, indag en la vida del acusado, en sus amistades y relaciones anteriores, todo sin resultado. Era un hombre de rostro cuadrado y cetrino, de ojos agudos y negros, y cejas pobladas que le daban un aire mefistoflico. Tena fama de ser muy eficaz a la hora de acorralar a un posible sospechoso. Se haba ganado la antipata del pblico, que comparaba su gesto duro de acusador con el hombrecillo a todas luces indefenso, de rostro bondadoso. Al formular su ltima pregunta, el fiscal carraspe: Dgame, es cierto que manipul las entraas de la vctima despus de destriparla? As parece demostrarlo el reconocimiento del forense. l lo mir con ojos inocentes. No entiendo lo que quiere decir. Conteste dijo l. Le estoy preguntando si manipul las entraas de la vctima. El hombrecillo sonrea. Como si no fuera con l, mir primero al abogado y luego al fiscal. El pblico aguardaba expectante la respuesta del acusado. Es mentira dijo l, moviendo levemente la cabeza. Cmo se me iba a ocurrir semejante cosa? Me hubiera manchado los guantes que me hizo mi madre. La boca del juez se abri un palmo. El fiscal sac un pauelo del bolsillo y se son ruidosamente. El abogado se ajust los lentes. He terminado, seores dijo, con un hilo de voz.

MUERTE EN EL MAR (PREMIO DE CUENTOS SANTOA - LA MAR) Era de madrugada, un lunes da nueve de agosto. Comenzaba a salir una exigua luna creciente cuando unos pescadores hallaron en el mar el cuerpo de una mujer. Tena unos cincuenta aos y estaba en baador. El cuerpo fue trasladado al centro anatmico-forense, y el mismo lunes por la maana le fue practicada la autopsia. No llevaba muerta ni veinticuatro horas dijo el forense por telfono, hablando con el juez de guardia. En el estmago llevaba una buena dosis de somnfero, y haba agua salada en los pulmones. Seguiremos con el estudio del cadver, y enviaremos el informe con el resultado final. Se estuvo investigando en los hoteles y chalets de la costa. Finalmente, a ltima hora de la tarde la polica logr establecer la identidad de la muerta: era una mujer muy rica, esposa de un psiquiatra conocido. El matrimonio ocupaba desde primeros de agosto un bungalow perteneciente a un hotel de lujo, frente al mar. Haban llevado con ellos a un sobrino de la muerta de veinte aos de edad, ya que el matrimonio no tena hijos. El director del hotel era un hombre distinguido y alto, con gafas de sol. ltimamente, haba llegado una enfermera para atender a la seora inform a la polica. Al parecer ella sufra depresiones, y la muchacha le pona las inyecciones y la acompaaba en ausencia de los familiares. Se supo que haban visto al psiquiatra charlando y riendo con la enfermera en el bar del edificio principal del hotel. El sbado, al parecer, haban almorzado juntos, y solos. Se trataban con familiaridad dijo el encargado del bar. Preguntaron al marido por qu no haba dado parte de la desaparicin de su esposa. Tena el pelo canoso y una nariz prominente, y su atuendo era impecable. La ech de menos el domingo a medioda, pero no era raro que comiera en casa de alguna amiga, en la ciudad. Una de ellas haba quedado en venir a buscarla algn da. Luego, por la noche, pens que se le habra hecho tarde para volver. No era la primera vez que ocurra, y no pens que hubiera motivo de preocupacin. Por eso decid aguardar hasta el lunes. Estuve tratando de localizarla, pero no contestaba nadie en casa de su amiga. Sufra crisis nerviosas? l medit antes de contestar. Estaba pasando una mala poca debido a su edad, pero nada importante. A veces se ausentaba sin motivo justificado, pero siempre volva, ms calmada. La polica consider sus declaraciones sin demasiado fundamento, y fue detenido mientras se esclarecan los hechos. Se sell el bungalow, y se indic al sobrino y a la enfermera que permanecieran en el hotel hasta nueva orden. Pueden trasladarse al edificio principal indic el inspector. Maana a primera hora quiero interrogarles a los dos. El martes amaneci brumoso. Antes de las nueve, el inspector se haba personado en el lugar con dos ayudantes. Dejaron el vehculo en una zona de aparcamiento exterior, y antes de entrar el hombre observ el blanco edificio de ocho plantas, con sus grandes ventanales y terrazas corridas. Al otro extremo del jardn quedaba el grupo de bungalows. Antes, daremos una vuelta por aqu dijo. Seguido del polica ms joven tom un sendero bordeado de palmeras, hasta los pequeas edificios de una sola planta que se agrupaban en forma de media luna. En el centro haba una explanada con csped y piedras de adorno, y en medio una piscina de forma arrionada, que estaba desierta a esta hora. Es en el nmero uno indic. Levantaron el sello, y estaban dentro cuando lleg el director del hotel, acompaado del segundo polica. Despus de un rpido saludo, el inspector le pregunt dnde se alojaba la enfermera. En el nmero seis dijo l. Es un bungalow de un solo dormitorio, con vistas a la piscina y al mar. Sintese dijo el polica, y l lo hizo en un confortable silln tapizado en cuero blanco. Se trataba de un apartamento lujoso, aunque moderno y funcional, y el gran saln tena dos ventanales que miraban al mar. Al otro lado de un corredor acristalado se hallaban los dos dormitorios con sus respectivos baos, y a un extremo haba una bonita cocina que nadie haba usado, con los complementos de un color amarillo brillante.

Empezaremos por el dormitorio principal indic el inspector. Era un hombre de edad madura, con el cabello escaso y unos ojillos que guiaban constantemente. Por contraste tena las manos muy velludas, y en su dedo anular brillaba una ancha alianza de oro. En el dormitorio haba una cama de matrimonio lacada en blanco, a juego con el resto de los muebles. La cama estaba hecha, y reinaba un orden total en la pieza. Hallaron en una de las mesas de noche varios objetos de uso femenino, y ropa del matrimonio en el armario. En el cajn de la cmoda, entre otras cosas haba un telegrama doblado, y al lado una linterna. El polica joven trat de encenderla. No tiene pilas dijo. El inspector haba desplegado el telegrama. Parece de la enfermera observ. Lo llevaremos con todo lo dems. El bao principal apareca limpio y ordenado. Sobre la repisa haba un frasco de somnferos, pero estaba vaco. El polica joven lo tom con cuidado y lo uni al resto de las pruebas. Veamos el dormitorio del sobrino dijo el inspector. All la cama estaba revuelta como de haberse echado encima de la colcha; haba colillas de cigarro por todas partes, incluso en los ceniceros. Tambin haba cerillas usadas. Estuvieron recogiendo muestras y volvieron con el director. Una vez en el saln registraron detenidamente los muebles. La chimenea de mrmol pareca no haber sido usada nunca, y sobre la repisa haba dos candelabros iguales, de cermica blanca. Han utilizado una vela dijo el polica, y el director asinti. Hace poco, porque se reponen a menudo. La vista desde all era esplndida: el inspector descorri del todo la cortina de yute y alz el visillo para mirar por la ventana. En la piscina ya haba un par de muchachas bandose, y en el csped giraban los regadores automticos. El mar, al fondo, era completamente azul. Podemos visitar el nmero seis? pregunt el polica. El director se puso en pie. Desde luego afirm. Tengo la llave aqu. Era mucho ms pequeo, y tena una cocina americana incorporada al saln. Se entraba desde el jardn exterior, frente a la carretera, y el nico dormitorio daba a la piscina y al csped. Las cortinas eran de cretona floreada y estaban descorridas. No pareca haber dormido nadie en la cama, y no haba ropa en el armario. El polica joven lanz una exclamacin. Mire esto indic. Era una vela de cera y estaba cada cerca de la ventana entreabierta, medio oculta por un silln. El inspector se aproxim, observ la vela sin tocarla y vio que haba estado encendida. Luego inspeccion los cristales: estaban limpios y brillaban al sol, pero en un punto haba unas huellas blanquecinas. Esto es importante seal. Hay que sacar muestra de estas huellas. Recojan el cabo de vela. Qu extrao observ, entrecerrando los ojillos. La vela ha cado dentro, y las huellas estn en el exterior. Mientras, el ayudante de ms edad observaba un enchufe elctrico a la cabecera de la cama. En l haban colocado un aparato contra insectos que ahora estaba desconectado. Mire qu raro dijo. No contiene una pastilla de cartn impregnado, como las que venden en las farmacias. Esto es un comprimido de alguna medicina, y huele a desinfectante. El inspector se aproxim. Recjanlo todo orden. Ahora, si es posible voy a interrogar a la persona que se ocupa de limpiar los bungalows. Luego veremos a la enfermera y al sobrino. Cerraron nuevamente la puerta. La limpiadora era una muchacha regordeta y los botones de su uniforme abrochaban con dificultad. Su tez estaba muy curtida por el sol, y tena las manos enrojecidas. El viernes me avis la gobernanta de que la seorita enfermera haba dejado el bungalow nmero seis, y que estaba en el cinco explic. Parece que le molestaban los mosquitos que vienen de la piscina y el csped. En realidad slo lo haba usado una noche y yo lo estuve limpiando, como siempre hago cuando sale un cliente. Limpi usted los cristales? Ella asinti vivamente. Claro que lo hice. Neg haber puesto ninguna pastilla en el aparato antimosquitos. No haba nada all asegur. Yo tiro siempre las pastillas usadas, pero all no haba ninguna. Ya saben, sirven para una noche slo, y luego no valen para nada. No vio en el suelo un cabo de vela? Ella deneg. No vi nada de eso insisti, accionando. Y si no lo vi, es porque no haba nada. Est bien, gracias dijo el inspector. La llamaremos si la necesitamos.

El director los instal en un saloncito del hotel, junto al gran vestbulo donde las plantas exticas se reflejaban en un estanque con el fondo de espejos. Aguardaron al sobrino de la fallecida que no tard en llegar. Era un muchacho con el cabello rubio y rizoso como el de un querubn. Lo llevaba bastante largo, y tena los ojos claros y unas facciones correctas. Vesta descuidadamente, y al entrar levant la mano saludando a los policas. En ella llevaba un cigarrillo encendido. Ustedes dirn dijo, dejndose caer en un asiento. Simulaba estar tranquilo, pero su rostro estaba crispado. El polica lo observ, inquisitivo. Qu puede decirme acerca de lo ocurrido? pregunt. l dud antes de contestar. Yo no s nada dijo. Ella era hermana de mi madre y, desde que mi madre muri, se encargaba de m. Figrese cmo me siento. Lo comprendo dijo el polica. Cundo la vio por ltima vez? La vi el domingo por la maana, a primera hora dijo l. Luego, no volv a verla. El inspector se acomod en su asiento. Qu da llegaron ustedes aqu? El muchacho expuls una bocanada de humo. Llegamos el da primero de mes, que era domingo dijo. Dnde los instalaron? Mis tos y yo nos alojamos en el bungalow nmero uno, que tiene dos dormitorios. Cul era el estado de salud de su ta? l se pas una mano por la frente. Ella no estaba muy bien de los nervios dijo. Era demasiado sensible, y sola sufrir depresiones. Tomaba somnferos para dormir? El muchacho asinti. Mi to se los haba recetado, y l mismo se los proporcionaba. Fumaba nerviosamente, y de cuando en cuando daba un vistazo alrededor. El polica fij en l sus ojillos agudos. Era celosa su ta? pregunt, y l se mordi los labios. Pues... s que lo era. Y, a veces, pienso que con motivo. El polica asinti. Cundo lleg la enfermera? El muchacho trat de hacer memoria. Al da siguiente de llegar, mi to dijo que iba a llamar a alguien para que la acompaara los ratos en que estaba sola. l tena que hacer algunas visitas en los alrededores y yo sala, como es natural. Adems, una enfermera poda ponerle las inyecciones para su depresin. Era la enfermera amiga de su to? Al parecer, la conoca del hospital. Dijo que era muy eficiente, y de aspecto agradable. Yo la encontr demasiado guapa, supe desde el primer momento que a mi ta no le agradara. El polica pareci interesado. De qu manera la avis? l dio una nueva chupada al cigarrillo. Creo que la llam por telfono, pero ella no estaba. Le dej recado, y el mircoles por la maana lleg un telegrama suyo diciendo que vena. Por la tarde, mi to fue con el coche a buscarla a la estacin. Siga. Aquella noche, ella se aloj en el bungalow nmero seis. Al parecer no pudo dormir, porque es alrgica y le picaron los mosquitos. Ese bungalow tiene el dormitorio hacia la piscina, y hay muchos por ese lado. Qu ocurri luego? l se qued mirando el humo de su cigarrillo. El jueves, durante la comida en el hotel, la enfermera lo coment. Estbamos los cuatro almorzando, y la verdad es que mi ta estuvo un poco seca. Le dijo que cerrara la ventana y que enchufara un aparato antimosquitos. Y ella lo hizo? El muchacho neg con la cabeza. En realidad, aquella misma tarde mi to se preocup de que la cambiaran de bungalow. Supo por casualidad que haba quedado libre el nmero cinco, que tiene el dormitorio hacia el jardn que da a la carretera. Creo que lo habl con la gobernanta, y adems le dio una buena propina. El polica arrug el ceo. Supo el cambio su ta? Yo no lo creo dijo l. No sola consultarle sus decisiones. El inspector pareca cada vez ms interesado. Qu ocurri luego? Esa misma tarde lleg una amiga ma de la ciudad. Pensaba alojarse en el edificio principal, pero al saber yo que se quedaba libre el nmero seis le aconsej que lo ocupara. A ella no le molestan los mosquitos, duerme como un tronco sonri. El inspector enarc las cejas. Supieron sus tos que haba llegado su amiga? l vacil antes de contestar.

No cre necesario decrselo. Ellos ni siquiera la conocan, y la estancia la pagaba ella. Est bien, siga. Aquella noche la estuve ayudando a instalarse, ya que pensaba pasar varios das aqu. Luego volv al bungalow de mis tos, y al pasar por el corredor o que estaban discutiendo. Mi ta pareca muy enfadada. Por qu discutan? El muchacho cerr los ojos. Era por lo de siempre. Al parecer, ella tena celos de la enfermera. Me acost, y el sbado lo pasamos fuera mi amiga y yo. Estuvimos en la playa, comimos en un chiringuito y por la tarde fuimos a bailar. Quise dar un paseo de noche, pero no haba luna y, adems, ella estaba demasiado cansada. Se acost pronto y yo me volv al bungalow. Me qued dormido enseguida. El polica se inclin. Qu ocurri el domingo por la maana? El muchacho habl con voz inexpresiva. Yo me haba levantado temprano. O que mi to sala, y entr en el dormitorio a darle a ella los buenos das. Me ech en cara que me hubiera ausentado la vspera, y yo no le di muchas explicaciones. Not en ella algo raro? l se sonroj un poco. La not muy alterada dijo. Me pregunt si haba ocurrido algo grave en el hotel y le dije que no, que yo supiese. Luego, no volv a verla aadi tristemente. Fui al bungalow nmero seis a ver si mi amiga se haba despertado, y la encontr vomitando y con un fuerte dolor de cabeza. Lo achacamos a una insolacin, ya que haba abusado la vspera del sol. Estuvimos un rato en el bar del hotel, y en vista de que no mejoraba decidi recoger sus cosas y volver a la ciudad. Yo me ofrec a acompaarla, conduje su automvil y me volv en el tren. Entonces mi ta ya no estaba, y no volv a verla. El inspector se haba puesto en pie y mir por la ventana. No le pareci raro? El muchacho aspir hondo. S que me lo pareci, pero en cambio mi to estaba muy tranquilo. Dijo que no me preocupara, que estara pasando la noche en casa de alguna amiga. Sola hacerlo? l hizo un gesto vago. Se reuna con otras a jugar a las cartas un par de veces a la semana. A veces iban al cine y cenaban juntas. El inspector se volvi desde la ventana. Qu opina de su to? l se encogi de hombros. Ps. Tiene fama de ser un buen psiquiatra, de lo que est muy orgulloso. El inspector permaneci en silencio, mirando por la ventana a unos turistas que llegaban. Luego se volvi de improviso. Dgame, hicieron el amor su amiga y usted la noche en que ella lleg? El muchacho frunci el entrecejo. Usted qu cree? pregunt en tono insolente. El polica se mordi los labios. Vaya una pregunta reconoci. *** La enfermera era una muchacha realmente atractiva. Era alta y bastante delgada, y tena una bonita melena de un castao claro, casi rubio. No aparentaba ms de veinticinco aos. El inspector la invit a sentarse. No voy a entretenerla mucho dijo. Conoce usted bien al doctor? Los bonitos ojos de la mujer parpadearon. S, claro. Por eso me llam. El inspector observ su bonita figura dentro del traje veraniego, las finas manos cruzadas sobre las rodillas. Habl con suavidad. Cules haban sido sus relaciones? pregunt. Ella lo mir a los ojos. Estrictamente profesionales dijo con firmeza. Lo conoc en el hospital, y l me proporcionaba casas donde atender a sus pacientes. No puedo creer que sea un asesino dijo, sacudiendo la cabeza. El hombre la mir apreciativamente. Simpatiz con la seora? Ella frunci los labios en un gracioso gesto. Yo saba que ella sufra depresiones, pero no cre que fuera tan desagradable. La verdad, no me cay simptica, pero eso es corriente entre este tipo de personas. Y tampoco le doy mucha importancia a esas cosas sonri. El hombre afirm con la cabeza. Quiz senta celos de usted? Es posible. Algunas enfermas reaccionan as. l observ los labios rellenos de la chica y su boca atractiva, y se explic muy bien los celos de la muerta. Tengo entendido que le puso un telegrama al doctor. En qu trminos lo hizo? Cmo en qu trminos? pregunt la muchacha, extraada. En trminos

corrientes, claro est. El hombre habl con seriedad. Le mandaba un abrazo como despedida. Es eso corriente? Ella pareci molesta. No es ms que una frmula dijo. l acerc una silla y se sent frente a ella. En qu sentido se mostr desagradable la esposa del doctor? Ella parpade un momento. Al da siguiente de llegar, coment que no haba podido dormir por los mosquitos. Ella incluso pareci alegrarse, y as hubiera seguido todo si el doctor no se ocupa de cambiarme de bungalow. Estuvo sola con el doctor en el hotel? Ella hizo un gesto de impaciencia. Nos encontramos en el bar del hotel la noche del viernes, y estuvimos charlando. Tiene eso algo de particular? El tono del polica se endureci. Segn se mire dijo. Qu hizo usted luego? Ella lo contempl con sus ojos grandes y hmedos. Volv al nuevo bungalow, al nmero cinco pronunci muy despacio. En ste, el dormitorio da a la carretera pero a m los ruidos no me molestan, estoy acostumbrada. Esa noche dorm estupendamente. El sbado la seora no se encontraba bien y no quiso almorzar. Comimos el doctor y yo en el restaurante del hotel. El polica frunci los labios. Est bien dijo. Qu ocurri la maana del domingo? Ella cruz sus bonitas piernas. Me dispona a visitar a la seora, y me encontr con el doctor a la puerta de su bungalow. Nos sentamos en el balancn y estuvimos charlando unos cinco minutos. Comentamos la cantidad de gente que haba venido a pasar el domingo a la playa. Vio usted a la seora? Ella habl rpidamente. Se asom a la puerta del bungalow mientras estbamos hablando. Me extra su expresin, pareca muy asombrada. Fue cuestin de pocos segundos, y cuando yo entr ella estaba en el bao. Llam a la puerta por si necesitaba algo, y me contest que me fuera, que no quera nada. Luego, no volv a verla. El doctor me dijo que estaba en la ciudad con unas amigas, y que poda tomarme la tarde libre. Tan slo me pidi que el lunes volviera temprano. Yo as lo hice, y regres en el primer tren. Se detuvo un momento, y luego continu: No la vi en todo el da. Luego, por la tarde, me enter de la horrible noticia. No puedo creer que l la haya matado. De veras, no puedo creerlo. *** Transcurri todo el martes sin que hubiera ninguna novedad. La enfermera y el sobrino de la difunta fueron citados para el jueves por la tarde en el mismo saloncito del hotel. Ella lleg primero: se haba recogido la melena en un moo italiano y pareca mayor. El muchacho lleg a continuacin, fumando como siempre, y con aspecto de no haber dormido en muchas horas. El polica los estaba aguardando acompaado del psiquiatra y, al verlo, la enfermera no trat de ocultar su alegra. Saba que lo dejaran libre le dijo con los ojos brillantes. El mdico se dirigi al muchacho. T no te alegras? dijo, y l no contest. El psiquiatra mostraba un gesto cansado, pero, an as, resultaba un hombre todava joven y lleno de vida. El polica indic a todos que podan sentarse. Les debo una explicacin comenz. A veces, la polica se equivoca. El muchacho estaba mohno. A qu se debe el cambio? dijo en tono agresivo. El inspector sonri. Haba varias cosas que no estaban muy claras. Afortunadamente, he dado con la solucin. Ante todo, tengo que disculparme con usted le dijo al doctor. Siento haberle hecho sufrir tantas molestias, pero era necesario. Vamos, explquese dijo nerviosamente el muchacho, y l asinti. Para eso los he reunido aqu. En un principio tuve que actuar como lo hice. Las circunstancias acusaban al viudo, y haba que analizar las pruebas y efectuar los interrogatorios. Hubo un corto silencio, y los presentes se miraran entre s. La enfermera estaba tensa, y el rostro del muchacho haba adquirido un tono ceniciento. El mdico se alis el cabello, pero no dijo nada. El polica se aclar la garganta con un ligero carraspeo. Empezar por el principio, y presentar los hechos desde mi punto de vista dijo. Tenemos a una mujer madura y rica, casada con un conocido psiquiatra. Ella sufra depresiones, y actualmente tomaba somnferos que le proporcionaba el marido. Ella aparece muerta en el mar, y hay una buena dosis de somnferos en su estmago. Es el tpico crimen con un doble mvil: librarse de una esposa mayor para contraer nuevo matrimonio, y hacerse

cargo de una bonita herencia. El mdico se estremeci. Siga, por favor dijo. Pero, al mismo tiempo, la mujer tena agua en los pulmones, luego tena que haber entrado con vida en el mar. El muchacho solt una risita. Alguien pudo arrojarla dormida indic. l asinti con la cabeza. Tambin lo pensamos, pero ella estaba en baador. No es fcil ponerle un baador estrecho a alguien que est dormido. Pero hay otra cosa ms importante dijo, y se detuvo mirando a los presentes. La chica fij en l sus ojos aterciopelados. No nos haga sufrir ms, por favor implor. Esta maana, el juez ha ordenado que se abriera el testamento. Ella le deja a su sobrino toda su fortuna. El muchacho casi peg un brinco en el asiento. Qu est diciendo? chill. El polica lo aplac con un gesto. Lo que oyen, y el doctor lo saba. Su firma est en el documento. Es impensable que un hombre se prive a s mismo, aunque sea como cnyuge, de una considerable fortuna. Aqu nos falla el mvil, como ven. El muchacho segua muy plido, y el rostro de la enfermera mostraba una gran curiosidad. Pareca aguardar el desenlace de una novela de suspense. Quin la mat entonces? pregunt. No sospechar de m. El polica sonri. Esto no es una novela policaca dijo, moviendo la cabeza. Sencillamente, nadie la mat. Ella misma se puso el baador en el cuarto de bao, donde tambin vaci el frasco de somnferos. En lugar de baarse en la playa fue hacia el puerto deportivo, donde han encontrado su albornoz. Desde all se tir al agua y empez a nadar mar adentro, y los somnferos hicieron el resto. Se ahog por su propia voluntad. Hubo un silencio doloroso. El muchacho se estremeci, pero no dijo nada. El inspector continu: No fue fcil dar con la verdad. Pero haba varias cosas claras: nadie pudo matarla y luego arrojarla al mar, porque haba agua en sus pulmones, lo que demostraba que entr viva. Luego, estaba el cabo de vela. El mdico arrug el ceo. Un cabo de vela? l asinti. As es. Los bungalows se limpian cada vez que cambian de ocupante. La limpiadora jura haber limpiado el nmero seis cuando lo dej la enfermera. Tambin limpi los cristales, y no obstante nosotros hallamos un cabo de vela en el suelo cerca de la ventana del dormitorio, y huellas de cera en el cristal. Las huellas pertenecan a la muerta. Hubo una exclamacin general. Cmo puede ser eso? pregunt el sobrino, asombrado. El inspector habl gravemente. Eso quiere decir que su ta estuvo junto a esa ventana la noche del viernes contest. Era una noche oscura, sin luna, y hay piedras de adorno en el csped, donde poda tropezar. Seguramente fue a coger la linterna, pero nosotros comprobamos que tena gastadas las pilas. Entonces, no se le ocurri nada mejor que coger una vela del candelabro, y una caja de cerillas de usted. El doctor haba salido; sabemos que estaba en el bar del hotel, y ella pens que estaba en el bungalow nmero seis, donde pens que segua la enfermera. No saba que la haban trasladado al nmero cinco. El muchacho rebull en el asiento. No s dnde quiere ir a parar. No entiendo absolutamente nada. El polica suspir. Ese fue el error de su ta. Ella se acerc a la ventana del nmero seis, para espiar a su marido. Crey que la ventana estara cerrada por causa de los mosquitos y se apoy en el cristal, pero la ventana cedi. Quiz por la sorpresa se le escurri la vela y cay dentro, rodando debajo de un silln donde nosotros la encontramos. Las huellas que hallamos eran suyas, no cabe la menor duda. El mdico movi la cabeza con conmiseracin. No pudo ver nada, el bungalow estaba vaco. No lo estaba afirm el inspector. La luz de dentro estara apagada, pero al resplandor de la vela ella vio a una pareja en la cama, haciendo el amor. No tuvo tiempo de fijarse, pero para ella eran usted y la enfermera. El sobrino habl nerviosamente. Es cierto que haba dos personas all confes. El polica lo mir de frente. As es. El hombre era usted, y estaba con su amiga. Pero no estaba en condiciones de advertir una presencia extraa. Ella no dijo nada, pero una hora despus tuvo una fuerte discusin con su marido... El mdico se aferr a los brazos del silln. Es verdad dijo. Ella estaba furiosa. Su esposa tuvo tiempo para planear su venganza. Al da siguiente a la hora del almuerzo aleg no encontrarse bien, y aprovechando que ustedes coman en el hotel, entr

en el bungalow nmero seis por la ventana abierta. Haba cogido del maletn de usted una tableta de formaldehdo, de las que se usan para desinfeccin y preparacin anatmica. En una ocasin, yo la haba prevenido contra el uso imprudente de esas tabletas afirm l. Las usamos en el hospital y yo le dije que eran peligrosas, que podan llegar a matar por inhalacin. Fue una imprudencia ma llevarlas en el maletn. Ella hubiera encontrado otro medio dijo el polica. Al fin y al cabo, era una mente desequilibrada. Como digo, ella tuvo que entrar por la ventana, que cerr luego. Deposit la pastilla en el aparato antimosquitos para que al accionarlo por la noche se evaporase el formaldehdo, matando a la que ella crea su rival. La enfermera se estremeci a ojos vistas. De buena me libr suspir. El mdico alz la cabeza. Pareca consternado. El cido frmico puede matar a una persona en poco tiempo en una atmsfera cerrada. Cmo es que no produjo ese efecto? El inspector mir al muchacho fijamente. Usted me ha dicho que su amiga se haba cansado mucho el sbado, y se fue a dormir. Usted entr con ella en el cuarto? l se haba puesto rojo. Estuve un momento, y yo mismo conect el aparato. Se notaba un olor raro, y ella me pidi que abriera de par en par la ventana. Yo as lo hice, y la dej sola. Por un momento nadie dijo nada, y se miraron gravemente unos a otros. El inspector continu: Al parecer, al da siguiente su amiga amaneci con vmitos y un fuerte dolor de cabeza, pese a que la ventana estaba abierta. Pero la seora pens que all dorma la enfermera, y ella nunca la hubiera abierto por su temor a los mosquitos. La muchacha habl con voz tensa. Tuvo que ser terrible para ella verme aparecer el domingo, como si nada hubiera sucedido. Y verla charlando con su esposo en el balancn aadi el polica. Todo junto desencaden en ella una grave crisis depresiva. Que la llev a la muerte dijo torvamente el sobrino. As es. Su intencin haba sido matar, y se saba autora de un intento fallido de asesinato. Quiz pens que haba matado a otra persona, y no pudo resistirlo, llegando a su macabra decisin. Es horrible dijo la muchacha, estremecindose. El polica asinti. Lo es. La neblina se haba levantado, y las playas brillaban al sol. El mar azul, bajo un cielo limpio de nubes, haca pensar que todo lo ocurrido no era ms que una pesadilla, que se haba esfumado con la niebla.

LA VIUDA

Cuando lleg para reconocer el cadver, ella iba llorando. No obstante, vesta un impecable traje de chaqueta y llevaba un moderno bolso de piel cara, y unos zapatos a juego. Haba denunciado la desaparicin de su marido, cuyos restos haban aparecido en el ro. Cuando entr en el depsito, el mdico forense la tom del brazo con respeto. Siento que tenga que pasar por esto, seora. Pero es totalmente necesario. Ella asinti con gesto desmayado. Lo comprendo muy bien dijo. l apret su brazo. Es usted muy valiente dijo con una sonrisa amistosa. Primero le mostr un trozo de chaqueta manchada de lodo, y ella cerr los ojos y se estremeci. La deposit en una bolsa de plstico, y con un gesto invit a la mujer a pasar. Esto va a ser mucho peor advirti. Puede usted sentarse. No es necesario, gracias dijo ella muy plida. Su mirada pareca rehuir aquel bulto blanco que estaba sobre la camilla, y que ambos saban era el cuerpo de un hombre. Acrquese, por favor dijo el forense. Ella obedeci, avanzando con dignidad. S, es l pronunci despacio. No pudo articular una palabra ms. Sus manos se aferraron al bolso y pareci que iba a desmayare. Luego, su mano derecha arrug un pequeo pauelo de encaje, mientras los ojos permanecan extraamente serenos. Tena los cabellos castaos, y bajo la piel tersa de las mejillas l not que empalideca. Se encuentra bien? S, gracias dijo ella, y en sus ojos apareci de nuevo el brillo de las lgrimas. Ante ella, tendido en la camilla, estaba lo que pudieron rescatar del hombre que haba aparecido ahogado en el ro. En la pieza flotaba un olor a formol que enmascaraba cualquier otro, pero aquel rostro estaba casi devorado por los peces. La naturaleza haba hecho un perfecto trabajo de destruccin y, no obstante, ella asinti lentamente. Es l, estoy segura. Esas patillas... y adems, tiene una seal inconfundible en el cuello, aqu seal. Y son sus manos, no me cabe duda. Desvi la mirada y se qued mirando al frente con expresin vaca. El mdico la tom nuevamente del brazo, sacndola fuera. Una vez en el pequeo despacho ella se sent, sosteniendo el bolso sobre las rodillas. Se ech hacia adelante en el asiento y se pas la mano por la frente. Qu cosa tan horrible dijo. Por su aspecto, no pareca una mujer capaz de perder el dominio de s misma. Era como si luchara contra el horror, dndole la cara. Tiene que firmar aqu le dijo l. La mujer hizo lo que le indicaban, y en sus labios apareci un rictus amargo. Es todo? pregunt, suspirando. l tom el papel y le ofreci un cigarrillo. No fumo, gracias dijo ella. He terminado ya? Querra irme. Firme tambin aqu seal l. Es el reconocimiento del cadver. Ella lo hizo nuevamente, con una letra redonda y clara y una rbrica cuidadosa. Luego lo mir a los ojos. As? S, gracias. Ahora, ya puede marcharse. l se levant y se quit las gafas. Observ el tablero de seales donde una pequea luz se haba encendido. Siento mucho haberla hecho pasar por esto dijo luego, volvindose. Si necesita algo, no tiene ms que llamarnos. Ella suspir. Le estoy muy agradecida dijo con la mirada baja. Han llevado ustedes este asunto con tanta discrecin... Es tan desagradable y horrible todo esto... No faltaba ms le dijo l, y ella mir impaciente la salida. Ahora tomar un taxi dijo. Fuera aguardaba un polica joven, de ojos negros y vivos. El mdico lo llam con un gesto. Acompae a la seora a su casa indic en tono firme. Luego, de nuevo en su despacho, lanz una bocanada de humo y observ cmo se desvanecan las volutas. Oy los pasos de la mujer alejndose fuera.

Una seora notable pronunci en alta voz. Muchas no hubieran soportado este trago sin desmayarse. *** La viuda estuvo ordenando algunas cosas en la cocina. Record la escena con el forense, y en su rostro se dibuj una sonrisa. Luego ahog un bostezo con la mano. Va a llover se dijo. Tendr que recoger la ropa de la cuerda. Estuvo limpiando el pescado para la cena, y bajo el agua del grifo observ sus propias uas cascadas. Pens que tendra que hacerse la manicura al da siguiente. Luego abri la trampilla que daba a la bodega y trat de encender la luz, pero la bombilla estaba fundida. Qu fastidio gru. Habr que cambiarla. As lo hizo, y una vez abajo anduvo entre muebles arrumbados y toda clase de cachivaches intiles, apilados all. Se le ocurri pensar que el mdico forense no estaba nada mal, y le gust la forma en que le haba apretado el brazo. Al fondo de la bodega apart unos cajones llenos de virutas, y apareci debajo un trecho de suelo oscuro y removido. *** El sol se pona cuando el joven polica termin su servicio. No haba mucha gente por la calle, y record que en su casa lo aguardaba una novela de terror que haba empezado la vspera. Era un especialista en estos temas, hasta el punto de que estaba pensando seriamente en escribir alguna. Al entrar en el automvil vio un pauelo de encaje que estaba arrugado en el asiento. Ah, vaya dijo, contrariado. Se lo ha dejado la seora. De todas formas no le costara ningn trabajo devolvrselo al pasar. Por otra parte, la mujer tena un encanto indudable. Y es viuda se dijo. Aunque demasiado reciente. Detuvo el vehculo a la puerta del pequeo chalet, y atraves la verja hacia la entrada. Llam al timbre, y como nadie contestaba empuj la puerta, que cedi con un chasquido. No hay nadie?pregunt, asomndose. Le extraaba hallar la casa sola, y ms con la puerta abierta, as que avanz por el corredor hasta llegar a la cocina. Al fondo, en el suelo, una trampilla estaba abierta. Seora? insisti, detenindose. Luego se dio cuenta de que haba entrado sin permiso y dio un paso atrs, pensando en retirarse por donde haba venido. Pero aguard unos minutos, y entonces oy un ruido como de un cajn que se hubiera cado en la bodega. Algo le dijo que deba bajar. Se detuvo ante el hueco sosteniendo el pauelo en la mano, y cuando se dispona a pisar el primer escaln oy una risa chirriante de mujer. Olvidaba darte el psame, querido dijo la voz de ella. Desde hoy eres un muerto oficial. El polica se detuvo y el escaln cruji. La mujer asom la cabeza. Quin anda ah? chill. l no contest pero sigui bajando los peldaos. Al fondo descubri un espacio de tierra removida. Que es eso? comenz a decir. La luz de la bodega se haba apagado y la figura de ella desapareci. En cambio, la de l se recortaba sobre el cuadrado luminoso de la cocina. Hubo un fogonazo y l not una quemadura en el vientre. Luego, una niebla lechosa se extendi a su alrededor. Lo siento, amigo dijo ella. Me haba cado simptico. De nuevo dispar sobre el cuerpo cado, y el sonido de la detonacin qued ahogado en el stano. Luego ella encendi la luz, y vio que la sangre manaba a borbotones por las dos heridas. El hombre estaba muerto, y en su mano derecha sostena un pauelo ensangrentado. Ella lo tom con un gesto de asco. Era tan bonito suspir, y aadi con fastidio: Tendr que cavar otra vez.

EL TRUCO

El truco era muy viejo, pero siempre le haba dado resultado. No se consideraba un delincuente, sino ms bien una persona distinta de los dems, con mtodos propios de ganarse la vida. Desde nio se haba especializado en pequeas estafas, que con el tiempo llegaron a ser bastante rentables. Esta vez, entr en una pequea sucursal de un banco de provincia. Ocupaba un entrante en una calle estrecha, pero muy concurrida. Alrededor haba comercios antiguos con escaparates polvorientos, y pas ante ellos sin mirarlos. Empuj la puerta del banco, y una seal verde le indic que poda pasar. Haba varios clientes con aire distrado: una anciana haba dejado en el suelo una bolsa de colorines, y estaba revisando unos papeles mugrientos. A su lado, el esposo la recriminaba por no haber preparado los documentos de antemano. Un muchacho sali apresuradamente, y casi tropez con ellos. Un hombre con aspecto de jubilado ocupaba el primer puesto en la cola, ante la ventanilla. Tom unos cuantos billetes que el empleado le ofreca, y se despidi con un gesto. Una pareja joven ocup su lugar. Queramos saber el saldo de la cuenta dijo l. Cuando le lleg la vez, el recin llegado se acerc a la ventanilla con un billete grande en la mano. El cajero estaba contando aplicadamente varios fajos; era un hombre calvo, y su papada temblaba como si fuera de gelatina. Vamos, el siguiente indic sin mirar. El hombre desliz hbilmente su billete, que revolote, cayendo al suelo al otro lado. El empleado no pareci notarlo, y lo mir con el ceo fruncido. Vamos, qu desea? Creo que se le ha cado algo al suelo dijo l. Ah adentro. Por primera vez senta que algo le iba a fallar, y trag saliva. El otro lo mir por encima de las gafas. Gracias dijo, sonriendo con sorna. Ya lo he notado. Pero vamos a lo suyo, qu desea? No va a recogerlo? dijo el hombre con mirada ansiosa. El otro neg con un gesto. De un vistazo abarc a los tres o cuatro clientes que aguardaban a la cola. No es necesario ahora dijo, y al mismo tiempo pisaba el papel cado con la suela de su zapato. Tendr tiempo luego. Me va a decir lo que quiere? Tengo mucho trabajo. El hombre se estaba poniendo nervioso. Haba perdido de vista su billete, y el empleado mantena los suyos bien sujetos bajo su mano izquierda. No, nada dijo. Vena... bueno, no es nada urgente. Volver ms tarde. El cajero lo observ con conmiseracin. Estaba claro que haba gente un poco chiflada. Le pareca conocer de vista a aquel sujeto: quiz fuera un vecino del barrio. Pselo bien dijo sordamente. El otro intent sonrer. Lo mismo digo. Luego, sali trastabillando. Era la primera vez que entraba en un banco con un billete, lo dejaba caer junto al cajero que contaba los suyos, y el hombre no se agachaba a cogerlo, dndole ocasin de llevarse el dinero que haba sobre el mostrador de la caja. No es mi da de suerte resopl. Fuera, haba empezado a llover. Ni siquiera tena paraguas, y pens que se calara hasta los huesos. Un claxon lo sobresalt. Imbcil! En qu va pensando? No ve que est el semforo cerrado? l suspir. En verdad, haba das en que hubiera sido mejor quedarse en la cama.

QUIERE USTED LIGAR?

Acababa de conocerla, pero era como si se hubieran tratado toda la vida. La mir un momento. Su barbilla y sus pmulos eran finos, y tena un cuerpo de escultura y una mirada subyugante. Llevaba el pelo abundante en melena sobre los hombros, y estaba sin maquillar. Le importa que me siente a su lado? le haba dicho l. Como quieras contest ella tutendolo, y encogiendo sus bonitos hombros morenos. El camarero se dirigi a la mesa, abri un botelln de cerveza y lo puso delante de la mujer. Lo mismo para m dijo el hombre, poniendo un billete en el platillo. Cbrame todo. Era una mujer de bandera. Tena unas piernas torneadas y largas, que remataban en unos altsimos tacones. A los cinco minutos, ya estaban enredados en una animada conversacin. Ests sola? le pregunt l. Ella asinti, y un brillo apareci en sus ojos felinos. Completamente sola dijo. l estir la pierna bajo la mesa. El bar de la gasolinera estaba medio vaco, y el camarero limpiaba ahora la barra con aire aburrido. Not el contacto de la rodilla femenina. Tienes prisa? le pregunt. Ninguna prisa dijo ella. Mi coche tiene una pequea avera, y el mecnico lo est arreglando. Cuando l fue a coger el vaso de cerveza, sus dedos se rozaron. Por nosotros brind. Chin, chin dijo ella, hacindolo chocar con el suyo. Al mismo tiempo lo mir a los ojos, mientras sostena en la mano la bebida espumosa. Eres un hombre interesante aadi, ponindose seria. l sinti que un escalofro lo recorra Lstima que nunca volvamos a vernos dijo. Ella consult su relojito de pulsera, y dio un largo sorbo a su cerveza. Qu se le va a hacer dijo, encogindose de hombros. l mir el escote de su blusa. Lo que all pudo ver no era de lo ms tranquilizador. Para despistar cogi distradamente el papel de la nota, y lo guard en el bolsillo de la camisa. Luego pos su mano en la mano larga y fina de la muchacha. Quieres dar una vuelta? le dijo. Hay unas vistas hermosas desde aqu. Sorprendi la mirada de soslayo de ella, e inmediatamente vari de postura; luego, dijo con ojos vidriosos: No me he presentado. Me llamo Pedro, Perico para los amigos. Encantada de conocerte dijo ella. Yo me llamo Gabriela. Su cara era una verdadera maravilla. l comprendi que haba sido demasiado directo, y trat de arreglar las cosas. Le pregunt por su familia, su salud y su trabajo. No tengo familia dijo ella. Mi salud es estupenda, y trabajo tengo de sobra. Y t, tienes mucho dinero, si no es indiscrecin? La pregunta lo alarm. La cara de l pareci cambiar. Cmo dices? No, nada. Era simple curiosidad. l trat de decir algo, pero la voz se estrangul en su garganta, y trag saliva. Ella lo mir, con una sonrisa bailando en las pupilas. Daremos una vuelta le dijo. No hace falta que cojas el coche. Iremos paseando. l sinti que la corriente elctrica se haba convertido en una central de alta tensin. Al levantarse, casi tir la silla. Vamos asinti, jadeando. Ante el espejo del vestbulo, se estuvo arreglando el cuello de la camisa y se alis el cabello. Sus mejillas colgantes parecan globos desinflados. Sus ojos hicieron un rpido inventario de aquel monumento que caminaba ante l, como si calculara el coste de tal maravilla. Fuera, su auto lleno de combustible aguardaba en el porche de la gasolinera. Era demasiado cuidadoso como para mancharse el calzado de barro, pero en aquella ocasin pate un charco sin darse cuenta. Luego ech a correr tras de ella.

Aguarda dijo. Mujer, no corras tanto. El campo estaba silencioso. Anduvieron un trecho entre rboles, y l mir por el camino arriba. Nadie poda verlos. La carrera lo haba sofocado, y se agitaba su respiracin. Aguarda, aguarda repiti, ahogndose. Vamos, hombre contest ella, riendo. Que no se diga. Perdieron de vista la gasolinera tras un bosquecillo. Cuando por fin se detuvieron, una red de venas se pronunciaba sobre el vidrioso blanco de sus ojos. Cuando l pudo hablar, su voz era estridente y chillona. Piensas llegar corriendo a la ciudad? pregunt. No te parece bien aqu? Ella se volvi a medias. Me parece muy bien contest, empezando a quitarse la blusa. l avanz un par de pasos, destrabndose el cinturn. Ven ac, encanto dijo con voz estrangulada. Ella se haba quitado finalmente la blusa, y lo mir de frente. Ni siquiera le dio tiempo a fijarse en si llevaba o no ropa interior. En un momento se sinti vapuleado, arrojado al suelo y sacudido como si hubiera sido una alfombra. Pero, qu haces? chill. Trat de incorporarse, sin siquiera subirse el pantaln. Trastabillaba, y ella lo ayud a levantarse. Vamos, en guardia le dijo. l mir en direccin a la gasolinera, pero la ocultaban las copas de los rboles. Sin perder un segundo, ella volvi a tumbarlo. Te has vuelto loca? se debati l, sin ningn resultado. Se mova como un ciego, y daba manotazos en el aire. No haba nada, pens, que justificara aquel comportamiento. Ella misma lo haba conducido a aquel lugar. Sinti un golpe seco en el estmago. Socorro gimi, cayendo al suelo como un trapo. La muchacha se arrodill a su lado, y se percat de que no le haba roto ningn hueso. Con su mano de pintadas uas le acarici la frente. Buen chico dijo. Luego meti la mano en el escote de su sujetador, y sac una pequea cartulina azulada. Abri la mano del cado y le introdujo la tarjeta; por el camino a la gasolinera se fue remetiendo la blusa. Lo siento, amigo dijo volvindose, con un gracioso ademn de despedida. Camin con pasos elsticos, y cuando lleg a la casa hall su automvil arreglado. Pag la cuenta, y se acomod tras el volante. Gracias por todo dijo. Al mismo tiempo le tendi al mecnico une tarjeta azul, que l ley aplicadamente. Hum dijo, moviendo le cabeza. Lo tendr en cuenta, preciosa. Meti la tarjeta en el bolsillo del mono, y ella arranc. En el bosquecillo, el hombre se haba despabilado. Mir alrededor y solt un juramento. No obstante, comprob que tena la cartera con todo su dinero. Menos mal suspir, y al enderezarse cay la cartulina. La recogi del suelo, y ley: Gabriela. Clases de judo y krate. Defensa personal. Precios asequibles, horas a convenir. Se qued all, de pie, mostrando una lastimosa figura, con los dos brazos colgando a plomo, los hombros cados y la nuez de su cuello movindose agitadamente. Mascull: Mierda. Si pongo un circo, me crecen los enanos.

EL SEGURO

Te he colocado una sorpresa en la maleta dijo l. Era un hombre de unos cuarenta aos, de apariencia insignificante y tez cetrina. Luca una calva ms que incipiente, y llevaba gafas de espesos cristales. Acompaaba a una anciana robusta, de cabello blanqusimo. La bes en la mejilla, y la madre sonri. No debas haberlo hecho, querido. Ya deca yo que pesaba demasiado. Tema que hubiera que pagar suplemento de peso. Vesta un traje de chaqueta estampado en colores, que le quedaba demasiado ceido, y marcaba las redondeces ya ajadas de sus setenta aos. En realidad, pens que tena mucha suerte de que no se hubiera casado su hijo. Le horrorizaba la idea de tener que compartirlo con nadie. Lo siento dijo l, un tanto compungido. Debera haber sido algo ms ligero. No te preocupes dijo ella, mirndolo con ojos bondadosos. El detalle es lo que importa. Los compaeros de viaje ya mostraban sus tarjetas de embarque, y el hijo la bes en la frente. Cudate, por favor suplic. Espero que pases unas buenas vacaciones en Mjico. Ella lo abraz con cario. Lo mismo digo. No te acuestes demasiado tarde, ni comas cosas muy picantes. Luego se te resiente el estmago. l asinti, y ella le hizo las ltimas recomendaciones, mientras la fila de viajeros avanzaba: Riega las macetas, sobre todo las de la terraza. Recuerda que cada semana hay que echar el fertilizante, y el insecticida. l sonri tristemente. No te preocupes, de acuerdo, de acuerdo. Har todo lo que me dices. Finalmente, la perdi de vista entre sus compaeros. Notaba una gran sensacin de libertad. Le haba costado conseguir que se tomara vacaciones, despus de tantos aos... El aeropuerto estaba abarrotado, y el avin despeg por fin. Se elev en el aire como un brillante proyectil, hasta que no fue ms que un punto plateado en el horizonte. Menos mal suspir l. Media hora despus, una llamarada se haba producido a bordo, seguida de una fuerte vibracin. Los pasajeros se pusieron de pie, y la azafata estaba tan sorprendida que apenas pudo reaccionar. Ocupen sus asientos, y abrchense los cinturones dijo una voz masculina por el altavoz. Un gran estruendo conmocion la nave, que cay en picado envuelta en llamas. De pronto, una nueva explosin proyect los cuerpos de los pasajeros en todas direcciones. Por encima del ocano, la parte central del avin se haba convertido en una brillante pavesa. Las alas del aparato se haban desprendido, como si se hubiera tratado de un gran insecto herido; tambin la cola se haba desgajado, y todo ello en el espacio de unos pocos segundos. Los restos humanos quedaron calcinados, y cuando llegaron a la superficie del mar, se hundieron con un sordo gorgoteo dentro de su macabra sepultura. Poco despus, no quedaba ni rastro del aparato siniestrado. Los servicios de seguridad del aeropuerto dieron enseguida l