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Anexo 1: Debates CUADERNILLO Nº8

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CUADERNILLO Nº8 Anexo 1: Debates pág. 2 El regreso del debate político a la escena nacional: Modelos de Desarrollo Agropecuario • Rol del Estado • Actores, Intereses y puntos de vista • Derechos de exportación • Debate público a través de medios periodísticos en el último mes inicia- do por gustavo grobocapatel y mempo giardinelli, a los que se sumaron luego enrique martínez, aldo ferrer, alfredo zaiat, josé natanson

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Anexo 1:Debates

CUADERNILLO Nº8

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El regreso del debate político a la escena nacional:

Debate público a través de medios periodísticos en el último mes inicia-do por gustavo grobocapatel y mempo giardinelli, a los que se sumaron luego enrique martínez, aldo ferrer, alfredo zaiat, josé natanson

Modelos de Desarrollo Agropecuario•Rol del Estado•Actores, Intereses y puntos de vista•Derechos de exportación•

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pág. 3Proteínas como arma de negociación con el mundoPensar que la producción de ali-mentos es sólo soja es achicar el horizonte. Pero sin soja, es proba-ble que no tengamos cómo gestio-nar la colocación de otros produc-tos.

Por GUSTA VO GROBOCOPATEL, PRODUCTOR

AGROPECUARIO, TITULAR DE “LOS GROBO”

Los recientes acontecimientos que tuvie-ron a nuestra relación con China como protagonista permiten, una vez más, re-flexionar sobre la estrategia de desarrollo de nuestro país.No es casual: China es una locomotora que absorbe materias primas diversas -en-tre ellas, a los alimentos-, es el país que tendrá el 25% del PBI mundial en pocos años más y aparece como una economía con enormes complementariedades con la nuestra. Muchos países, que hoy son los líderes en el mundo, hubiesen querido te-ner hace 10 años este escenario de certe-zas básicas.También es cierto que estos fundamentos no resuelven por sí mismos una estrate-gia de desarrollo inclusivo y es aquí donde el conjunto de fuerzas de la nación deben construir una visión de largo plazo.Los gobiernos han sido elegidos para eje-cutar políticas pero, sobre todo, se les ha delegado la facultad de generar y facilitar el funcionamiento de espacios de creación colectiva.La complejidad del mundo es tal que el pensamiento único tiene amplias probabi-lidades de llevarnos a errores. El sistema de liderazgo de la sociedad debe participar activamente en estos debates.Desde hace varios años venimos sostenien-do que hay fundamentos muy sólidos para la demanda de alimentos -hay que sumar-les desde hace 5 años las energías ver-des- y que las oportunidades para nuestro

país son extraordinarias. Muchas personas no lo creyeron o miraron con desconfianza pensando que era una opinión teñida de interés sectorial, pero son pocos los que hoy -por fuerza de la realidad- dudan. Los beneficios están presentes en el conjunto de la sociedad y el modelo económico se sustenta, entre otros pero sobremanera, en el aumento de la producción de alimen-tos, su exportación y provisión asegurada al mercado interno.Yo agregaría que este proceso está en sus albores y que, si bien tenemos una pla-taforma muy buena, podemos perder la oportunidad de crear un siglo de bienes-tar para nuestra sociedad. Todavía puede ser peor: podríamos tener la ilusión que lo logramos, pero nos quedamos a mitad de camino. Sólo analizando las posibilidades de colocar proteínas en forma de carnes varias y derivados de lácteos, de fibras o de biocombustibles de segunda y tercera generación podemos ver la oportunidad que tenemos, lo lejos que estamos toda-vía y el arduo camino que tenemos que transitar.Desde mi punto de vista, pensar que la producción de alimentos es sólo soja y que nuestro rol debería reducirse a él es em-pequeñecer el horizonte. Argentina posee competitividad para producir una enorme cantidad de productos y el enorme desafío es crear y exportar productos con mayor grado de complejidad. Esto crearía mayor utilización de mano de obra, trabajo más calificado, mayor valor de las exportacio-nes y más oportunidades para más gen-te.Lo que está errado, en mi percepción, es creer que la soja es responsable de que ello no ocurra. En principio, porque hay una complejidad creciente en la produc-ción de soja que sólo por ignorancia o mala fe no se puede reconocer, y también porque hay mayor valor de las exporta-ciones, ya que éstas no sólo dependen del valor por tonelada sino de la cantidad de toneladas que podemos vender.Lo más importante es que la soja no sólo no compite con los productos de valor agregado sino que puede ser su aliada na-tural y principal.Si el mundo necesita soja y sus deriva-

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espág. 4 dos, se los podríamos dar a cambio de que

también nos compren otros productos. Si no tenemos soja es muy probable que No tengamos cómo negociar la colocación de los otros productos, sean del origen que sean.Las proteínas pueden ser nuestra mejor arma de negociación ante el mundo. Estas deberían darse en el marco de una cre-ciente integración regional previa, la es-cala aumenta las posibilidades y el poder de negociación. Junto a Brasil y la región tendremos el rol de contribuir con más del 50% de la oferta futura de alimentos y energía verdes; hay una necesidad de rá-pida y profunda convergencia de intereses entre los países del sur de América. Los sectores exportadores encontrarán más capacidad de negociación frente a otros países o bloques y los sectores ligados al consumo interno deberán asumir que “el gran mercado interno de Argentina” es toda la región sin fronteras.Pensar en los flujos de bienes y servicios a mediano y largo plazo y el rol de Argenti-na permitirá hacer una asignación eficien-te de los recursos, se podrían generar in-centivos que orienten la inversión pública y privada y construir una multilateralidad en las relaciones globales. Los pueblos deben confiar y saber que los argentinos cumpliremos con el desafío de alimentar al mundo y proveer las energías limpias para que el desarrollo sea sustentable .Necesitamos un horizonte claro para la sociedad y que el Estado facilite este pro-ceso haciéndolo de todos. Facilitar es ha-cer cumplir con las reglas y no cambiarlas para incentivar la inversión privada, es invertir en servicios públicos de calidad e infraestructura, es redistribuir riqueza con equidad e inclusión. La sociedad en su conjunto debe estimular el desarrollo de un empresariado fuerte, grande e in-tegrado al mundo, que gane dinero y que reinvierta sus utilidades. En este marco estratégico el debate profundo y relevante no es quién captura las rentas sino con qué eficiencia se utilizan las mismas para lograr el desarrollo sustentable.

CLARÍN 05/08/10

Carta abierta a Grobocopatel: soja sí o soja no

Por Mempo Giardinelli

Estimado Gustavo,Ante todo, gracias por enviarme la nota que publicaste en Clarín el 5 de agosto; no la había leído porque soy lector habitual de La Nación y Página/12. Otra aclaración: no integro el colectivo Carta Abierta y el título de esta nota responde a un estilo de artículos que escribo desde hace años.Lo hago ahora porque siento respeto por tu inteligencia y guardo hacia vos una simpatía personal basada en el hecho de que hace años cantábamos con la misma, querida maestra, y en el común origen de nuestras familias, pues mi madre era de Carlos Casares, donde yo pasé muchos veranos en mi infancia. Siento, por ello, una cercanía de la que hablamos la últi-ma, en el Ministerio de Educación, y que ahora me autoriza, dado tu envío, a discu-tir algunos conceptos de tu nota.No soy experto en soja, ni en agro ni en nada. Declaro mi ignorancia de antemano, y acepto que v os sí sos un experto. Pero también un dirigente con fuertes intere-ses, que te hacen mirar las cosas desde un ángulo que también respeto, pero al que cuestiono por todo lo que, sin ser experto, puedo ver con mis ojos y con el corazón.Las oportunidades económicas que men-cionás en tu artículo podrían ser incluso compartibles, pero si muchos decimos que la soja es mala para la Argentina es porque vemos los daños que ha produci-do y produce: bosques arrasados; fauna y flora originarias destruidas; quemazo-nes irresponsables de maderas preciosas; plantaciones desarrolladas a fuerza de glifosatos, round-up y otras marcas que parecen de Coca-Cola pero venenosa. Yo recorro el Chaco permanentemente y via-jo por los caminos de las provincias del NEA y el NOA: Santiago del Estero, Santa Fe, Corrientes, Formosa, Misiones, Salta, Jujuy, y veo los “daños colaterales”, diga-mos, que produce la soja: agricultura sin

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pág. 5campesinos; cada vez menos vacas en los campos; una industrialización completa-mente desalmada (eso digo: sin alma) y el incesante, inocultable daño a nuestras aguas.Esto no es una denuncia más, Gustavo, y no es infundada: la modesta fundación que presido ayuda a algunas escuelitas del Impenetrable y en una de ellas hice tomar muestras del agua de pozo que bebe una treintena de chicos. El análisis, realizado por trabajadores de la empresa provincial del agua, mostró que el arsénico es 70 ve-ces superior a lo humanamente admisible. Siete y cero, Gustavo, 70 veces. Lo traen las napas subterráneas de los campos so-jeros de alrededor. Hace veinte años esa agua era pura.Como no sé quién es el exacto responsa-ble de este horror, entonces digo que es la soja. Porque en los viejos campos de algodón, tabaco, girasol o trigo que había en el Chaco trabajaban familias enteras para cultivar cada hectárea. Pero ahora un solo tractorista puede con 300 o 400 hectáreas de campo sojero y eso se tra-duce en la desocupación a mansalva y el amontonamiento de nuevos indigentes en las periferias de las ciudades de provincia. A esto lo v e cualquiera en las afueras de Resistencia, Santa Fe, Rosario y muchas ciudades más.Aun admitiendo por un momento que quizás no sea la soja específicamente la responsable, hay una agricultura indus-trial –tu artículo elogia su presente y sus posibilidades– que es la que está come-tiendo otros crímenes ambientales. Ahí está, como ejemplo, la represa que inte-reses arroceros –al parecer dirigidos por un tal Sr . Aranda, del Grupo Clarín– están haciendo o queriendo hacer en el Arroyo Ayuí, en Corrientes. Esa represa va a cu-brir unas 14.000 hectáreas de bosques naturales, va a tapar uno de los ríos más hermosos del país con un ecosistema has-ta ahora virgen, y, lo peor, va a contami-nar todo el acuífero de los Esteros del Ibe-rá con pesticidas y químicos para producir arroz, soja o lo que China necesite.¿Se entiende este punto de vista, Gustav o? Yo entiendo el tuyo y comparto que nuestro país “necesita una estrategia de desarrollo con una visión de largo plazo”

dado que estamos frente a una extraor-dinaria oportunidad. De acuerdo en eso. Pero no a cualquier precio. No si nos v a a dejar un país ambientalmente arrasado. Nos v amos a quedar sin pampa, sin sa-banas donde pacer el ganado, sin el agua potable que es el tesoro mayor que tiene el subsuelo argentino y que ya, también, destruye una minería descontrolada.Tu nota subraya “la oportunidad que tene-mos”, pero ¿qué desarrollo y qué susten-tabilidad tendrán las futuras generaciones de argentinos sobre un territorio deserti-ficado en enormes extensiones, un sub-suelo glifosatizado y con las aguas conta-minadas con cianuro, arsénico y una larga lista de químicos letales que ya es pública y –sobre todo– notoria?Tampoco es cierto que “los beneficios están presentes en el conjunto de la sociedad”, porque si así fuera y con las gigantescas facturaciones sojeras no tendríamos las desigualdades que tenemos. Que no son sola culpa del Gobierno, la corrupción o los políticos. Son el resultado de una vo-racidad rural que a estas alturas está sien-do, por lo menos, obscena.Como bien decís, el desacuerdo no puede reducirse a soja sí o soja no. Eso sería, en efecto, “empequeñecer el horizonte”. Pero entonces gente sensible como v os –y me consta tu sensibilidad y creo que no pertenecés a la clase de neoempresa-rios argentinos que no v en más allá de su cuenta bancaria y son incapaces de te-ner más ideas que las que les dictan los economistas que les sacan la plata– gen-te como v os, digo, debería hacer docen-cia para que tengamos, si ello es posible, grandes producciones de soja pero no a cualquier precio.Soja sí, entonces, pero no si se descuidan el medio ambiente y el agua. No sin de-sarrollar alternativas verdaderas para los miles de campesinos que han sido y están siendo expulsados de sus tierras de mo-dos brutales o sutiles.No si los sojeros siguen eludiendo impues-tos y negreando a sus empleados.No si las grandes empresas semilleras o herbicidas siguen comprando medios y periodistas para que mientan a cambio de publicidad.No todo es soja sí o soja no, de acuerdo.

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espág. 6 Pero tampoco la declaración de idealismo

e inocencia que se lee en tu artículo.Si querés lo seguimos discutiendo. Vos sos un experto. Yo apenas un intelectual. Capaz que enhebramos buenas ideas para el país que amamos.Un cordial saludo

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Respuesta a Giardinelli

Por Gustavo Grobocopatel

Estimado Mempo:Qué alegría poder intercambiar ideas, con respeto, entre personas comprometidas con el interior del país. El afecto que sentí de tus palabras lo retribuyo por los mis-mos motivos. En principio no me consi-dero un experto, creo que las cosas son tan complejas que se necesitan miradas desde varios lados. Creo en los procesos colectivos con una certidumbre que me asusta. Lo que sí me estimula es el co-nocimiento, no como verdad, sino como proceso. No es que desestime lo emotivo, ya sabés que tengo una parte de músi-co, sólo digo que debe haber una tensión entre la emoción y la razón. Quiero decir también que no me hago cargo de todos los empresarios, como seguramente no te harás cargo vos de todos los intelectuales. Voy a hablar de mí mismo, mi empresa y mi punto de vista, que un amigo definió como la vista en un punto. Dejame en-tonces poder reflexionar sobre cada uno de los párrafos de tu carta y, como bien lo decís al final, que sea sólo el principio. Quizá pueda visitarte pronto en tu queri-do Chaco y v os en mi querida Casares, y así podamos, sobre las geografías, seguir construyendo juntos.Es cierto que tengo intereses, todos los tenemos, pero creo que esto no me debe marginar del debate. Yo creo en el interés que también es compromiso y, mejor aún, integridad. En mi caso particular, mi inte-rés está vinculado con el placer de la crea-ción y la realización con otros. Todo lo que ves y te preocupa es sin duda una realidad que, desde mi punto de vista, se debe no sólo al oportunismo de algunos pocos, sino

a la falta de un Estado de calidad, respon-sable y respondible. Los problemas que describís deberían ser resueltos con un ordenamiento territorial, con organismos de control, con justicia. Sin soja, este pro-ceso de deterioro que observás se hubiera acelerado, más pobreza, más migraciones a las villas de Rosario o Buenos Aires. Los problemas importantes de degradación datan en el Chaco de mucho tiempo atrás, antes de la soja, y estaban vinculados con una agricultura con labranzas.La agricultura sin campesinos es parte de un nuevo paradigma vinculado con tras-formaciones en la sociedad. Es un proce-so que observamos desde la década del ’40, no está asociado a una ideología y no afecta sólo al campo; también hay mu-chas industrias con menos obreros. Por supuesto que las políticas aceleran o re-trasan el proceso y lo pueden hacer más o menos equitativo, pero es inevitable y, desde mi punto de vista, positivo más allá de los temores que despierte. Yo recuerdo a mi abuelo y sus vecinos trabajando en el campo, un esfuerzo enorme, con condicio-nes de v ida hoy inaceptables, sin comu-nicaciones, sin acceso. La movilidad social era mucho más lenta, para ser agricultor tenías que ser hijo de... Hoy los empren-dedores, no importa su origen, pueden llegar a ser productores. Un sistema de acceso muy democrático a los factores de la producción. También recuerdo, no hace mucho tiempo, a pequeños productores que estaban a punto de perder sus cam-pos en manos de los bancos o de los usu-reros locales. Este nuevo sistema agrícola de servicios ha hecho mucho más por ellos que el Estado o los organismos públicos o multilaterales.La nueva agricultura, con campesinos transformados en emprendedores, en proveedores de servicios, con hijos en las universidades o escuelas técnicas, con condiciones de trabajo calificadas, creo que es lo mejor para toda la sociedad. Hay más empleo, pero alocados en dife-rentes lugares, menos productores, más proveedores de servicios, más industrias. El impacto sobre la sociedad está estu-diado incipientemente, pero los primeros resultados son optimistas. En un reciente trabajo encargado por Naciones Unidas se

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pág. 7comprobó que diferentes grupos de inte-rés vinculados con Los Grobo han ganado en autonomía, empleabilidad (que para mí es más importante que el empleo), em-prendedurismo y liderazgo. Una sociedad más libre, más creativa, con más capaci-dad de adaptarse a los cambios, con más acceso al conocimiento. Por supuesto que esto no basta. Tenemos que tener un Es-tado e instituciones fuertes, robustas, que faciliten, que estimulen, que den igualdad de oportunidades.Mempo, en Casares el agua está contami-nada igual y en muchos lugares también, pero esto no es por la soja. No es que no haya riesgos; en Europa, las napas están contaminadas por siglos de agricultura irracional; felizmente en la Argentina no tenemos esos problemas y hay que preve-nirlos sobre la base de los conocimientos y la presencia de un Estado que controle, que no es lo mismo que detener o impe-dir. Yo creo que la desocupación es menor a la que hubiera habido sin soja, en todo caso lo que falta es la industrialización de la soja en origen y así dar más trabajo. Por ejemplo, transformar la soja en po-llo, cerdos, milanesas o derivados lácteos. El tema es cómo se estimula ese proceso. Mi punto de vista es que debería ser la inversión privada con incentivos desde el Estado. Para que haya inversión tiene que haber una percepción de que el esfuerzo v ale la pena. En nuestro país el éxito está mal visto, los empresarios son permanen-temente degradados, los emprendedores no tienen ganancias suficientes porque la presión impositiva es grande, no hay po-sibilidades de invertir. Yo puedo decirlo, ya que contra viento y marea en los últi-mos años invertí en producción de pollo, de harinas, de fideos, etcétera. No lo hice con ganancias grandes, tuve que vender el 25 por ciento de mi empresa a inverso-res brasileños y no tuve gran apoyo de los bancos. Qué bueno sería que sean las ga-nancias genuinas las que incentiven estas inversiones y que haya grandes empre-sas nacionales que se globalicen y sean parte de una gesta nacional en el mundo. Entonces en Charata o en Sáenz Peña o cualquier otro lugar de Chaco tendríamos más trabajo y retendríamos a la gente en sus lugares. No para subsistir sin digni-

dad, que para mí es sinónimo de “agricul-tura familiar”, sino para vivir con calidad y oportunidades.Yo creo que los beneficios de la agricultura están distribuidos en la sociedad.La Argentina este año crecerá el 7 u 8 por ciento, de eso el 3 por ciento se debe a la soja. Y hay otros sectores vinculados: la industria automotriz, petroquímica, quími-ca, electrónica, metalmecánica, etcétera. No hubiesen sido posibles las Asignacio-nes por Hijo, los aumentos a jubilados, sin el aporte del campo. No es lo único, por favor; pero debemos reconocer y agrade-cer el aporte. Aunque sea sólo para que haya entusiasmo y seguir aportando.Las cosas que te preocupan tienen para mí otra lectura: gracias a la siembra directa no estamos desertificando más, el glifo-sato es el menos malo de los herbicidas y no pasa a las napas porque se destruye al tocar el suelo. La desigualdad no se pue-de combatir si no hay creación de riqueza, salvo que quisiéramos igualar para abajo. Creo que la sociedad se debe un debate claro y objetivo sobre estos temas.Dejame que te dé otro punto de vista so-bre la “voracidad rural”. Hoy un productor aporta el 80 por ciento de sus ganancias como impuestos, con el agravante de que si pierde dinero sigue pagando. El proble-ma no es pagar impuestos. Yo creo que debemos pagar muchos impuestos y for-talecer alEstado. El problema es cómo se paga. Las retenciones son anti-Chaco, anti–desarro-llo rural, anti-equidad. De esto tengo certe-za. Hay que cambiar el modelo impositivo, en forma transicional, pero urgente. Por más parches que se les ponga como seg-mentaciones de todo tipo, devoluciones, si esto no ocurre, no podremos dar vuelta la página y caminar hacia el desarrollo inclu-sivo. Aquí hay v arios socios para que esto no cambie: parte de los políticos, muchos empresarios y muchos confundidos por las peleas políticas de corto plazo.Creo que los empresarios debemos tener una responsabilidad enorme en este pro-ceso, también los intelectuales, los acadé-micos y todos los sectores de la comuni-dad. La acusación de negrear o comprar medios es, por lo menos, injusta para la mayoría que cumplimos con nuestras obli-

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espág. 8 gaciones. No digo que no haya casos, pero

no puedo aceptar este prejuicio como par-te de un debate equilibrado entre lo emo-cional y lo racional. Los prejuicios no ayu-dan a las emociones y a las razones.Espero, con entusiasmo, el momento de vernos personalmente y discutir sobre, como bien v os decís, nuestro amado país.Un abrazo.

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Soja transgénica y glifosato, ésa es la cuestión

Por Mempo Giardinelli

Estimado Gustavo,También agradezco el afecto contenido en tu carta, que celebro hayas hecho públi-ca. Me parece que ambos intentamos no tener razón, sino claridad para ayudar a otros a entender un aspecto del presente. Eso exige un debate público, no privado. Así nos lo han pedido v arios amigos.Ante todo, quiero precisar nuevamente el argumento medular de mi carta anterior: que no es suficiente pensar una “estrate-gia de desarrollo con una visión de largo plazo” a cualquier precio. No cuestioné tu rol empresario ni tu visión de la economía mundial. Lo que cuestioné y me preocu-pa, y quiero discutirlo, es el daño –para mí palpable y enorme– que produce el abuso de agroquímicos vinculados con la soja. Expuse lo visible: una geografía de-gradada a partir de plantaciones a fuerza de glifosatos y otros venenos. Y enumeré los “daños colaterales” –despoblación, in-digencia, contaminación–, los cuales son negados o minimizados sistemáticamente por productores, empresarios y corpora-ciones del sector .Ese y no otro fue mi cuestionamiento, ex-presado antes desde mi ignorancia que desde mis prejuicios. Y eso porque no los tengo ni respondo a dogmatismo alguno. Apenas tengo curiosidad y ojos y corazón para ver. Por lo tanto, no cuestiono tus in-

tereses ni los de nadie que trabaja y gana dinero.Saludo el éxito bien habido, la fortuna transparente y sobre todo el empeño de los emprendedores. Mi padre fue uno de ellos, seco pero decente y tenaz.Con tu permiso, entonces, voy a discutir algunas de tus afirmaciones.1) Decís que “Falta un Estado de calidad” y proponés “un ordenamiento territorial, con organismos de control, con justicia”. Digo yo: ¿No es justamente eso lo que in-tenta el Estado ahora, al proponer un Plan Agropecuario Nacional a 10 años, y una ley de arrendamiento que incluye un principio de ordenamiento territorial? ¿Es razonable oponerse sólo porque son propuestas K? Ignoro tu posición al respecto, pero la del llamado “campo” me parece muy contra-dictoria. Con el debate por la “125” pasó lo mismo, y ahora muchos se dan cuenta de que les salió el tiro por la culata.Por lo tanto, yo prefiero decir que los pro-blemas deberían ser resueltos con un or-denamiento legal muy estricto en materia de soja transgénica y de agroquímicos. Y explico por qué.Hacia el final de tu carta decís que “gracias a la siembra directa no estamos desertifi-cando más, el glifosato es el menos malo de los herbicidas y no pasa a las napas porque se destruye al tocar el suelo”.Pero esto no es así, porque son muchos los millones de hectáreas que se defores-taron para sembrar soja y tienen destino de desierto ya que las rotaciones son difí-ciles. Y cuando deforestan para ampliar el área sembrada inevitablemente desertifi-can, al generar “cambio climático” (ciclos de sequías e inundaciones, como padece-mos en el Chaco).En cuanto al glifosato, no es inocuo. Según autorizados genetistas y científicos que he consultado (entre ellos un reputado investigador en Medio Ambiente y Salud del Hospital Italiano de Rosario, que hace veinte años trabaja en esto) el problema son los agregados, empezando por los detergentes para penetrar la tierra, que acompañan siempre la mezcla y que son disruptores orgánicos poderosos, como el viejo DDT . Además, como las malezas se vuelven cada vez más resistentes, le agregan otros agroquímicos –endosulfan,

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pág. 9clorpirifo o el 24D–, la mayoría de los cua-les están prohibidos en los países serios. En Francia e Inglaterra el cultivo exten-sivo de soja transgénica está penado por la ley. Y en otras sociedades desarrolladas no se permite bajo ningún motivo el uso de agroquímicos.Entonces no es posible presumir inocencia para el glifosato, producto del que además en la Argentina se abusa, como se abusa de la soja transgénica, que tiene agregado un gen que la hace resistente al glifosato, que es el herbicida que mata todo, excep-to a ella. Y la verdad es que nadie sabe cómo actúa este gen en un organismo vegetal, animal o humano. Y cuando esto sucede, en ciencia se aplica lo que se lla-ma un “principio de precaución” hasta que se sepa qué pasa con las otras especies que interactúan con este gen. La FDA (EE.UU.) lo está experimentando en animales, pero no en humanos. De ahí que muchos tenemos la fuerte sospecha de que millo-nes de argentinos indirectamente somos quizás conejitos de Indias.2) Vos decís: “Sin soja este proceso se hu-biera acelerado” y que la degradación data en el Chaco “de mucho tiempo atrás, an-tes de la soja”. Es cierto, todos los proble-mas son anteriores, pero eso no autoriza a dar la bienvenida a la soja a cualquier precio. Es lo que propuse discutir. No para tener razón, repito. Sí para saber y que sepamos todos. Porque si no va a resultar que la soja no es culpable de nada. Y eso no es verdad.También afirmás que “la agricultura sin campesinos es parte de un nuevo para-digma vinculado con trasformaciones en la sociedad”, viene “desde la década del ‘40, no está asociado a una ideología y no afecta sólo al campo; también hay muchas industrias con menos obreros”.A mí en cambio me parece que las ideo-logías siempre juegan un papel y con los intereses mueven al mundo. Y los para-digmas son cambiantes y no siempre se erigen en favor del bienestar de los pue-blos. La transformación de los últimos 40 a 60 años es producto de la tecnología, los costos de la mano de obra, las luchas sociales por la redistribución de las ganan-cias y v arios etcéteras. No acuerdo con que la pérdida de mano de obra campesi-

na no es tal porque pasa a los sectores de servicios.Pero además, esa idea del nuevo paradig-ma agricultor me parece cuestionable si, casi inexorablemente, deja sin trabajo a la gente y destruye familias, tradiciones culturales, apegos a formas de trabajar. No propongo que volvamos al arado de manceras, pero la modernidad desalmada tampoco. Y menos cuando hay minorías demasiado minoritarias que se enriquecen tanto mientras las mayorías cada vez más mayoritarias se empobrecen hasta niveles de indigencia.Es por esto que el crecimiento y el desa-rrollo, para mí, no son una cuestión econó-mica, sino cultural. Si el nuevo paradigma agricultor destruye la cultura de los pue-blos y a sus pobladores, es un paradigma negativo.3) “La movilidad social era mucho más lenta, para ser agricultor tenías que ser hijo de... Hoy los emprendedores, no im-porta su origen, pueden llegar a ser pro-ductores...”Aquí tengo otro desacuerdo, Gustav o, porque en la Argentina de hoy, a 15.000 dólares la hectárea, la concentración es asombrosa: hay media docena de grandes agroindustrias, mientras 200.000 produc-tores familiares tienen el 15 por ciento de la tierra. Y a mí sí me importa el origen de quien emprende, porque ese origen me permite conocer sus intenciones, su valo-ración del esfuerzo ajeno y su sensibilidad social.4) Mencionás luego a los “pequeños pro-ductores que estaban a punto de perder sus campos en manos de los bancos o de los usureros locales. Este nuevo sistema agrícola de servicios ha hecho mucho más por ellos que el Estado... “Pero esto no es verdad. Fue el Estado el que condonó deudas; fue el Banco Nación el que refinanció a muy bajo costo y apoyó de múltiples maneras a los que perdían sus propiedades. Me parece injusto atribuirle semejantes méritos al nuevo sistema.5) “En Europa, las napas están contami-nadas por siglos de agricultura irracional; felizmente en la Argentina no tenemos esos problemas...”En Europa los pueblos consumen agua en-vasada y purificada con tratamientos muy

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espág. 10 estrictos, Gustavo. En la Argentina el 80

o 90 por ciento de la población consume aguas contaminadas que son dudosamen-te tratadas.Y como se cortan bosques enteros y el gli-fosato está descontrolado, la contamina-ción se extiende a las nuevas áreas sem-bradas.6) Decís que “la desocupación es menor a la que hubiera habido sin soja” y que falta industrializar la soja en origen para “dar más trabajo”.Esto también es discutible. Hay muchísi-mos cultivos sin mano de obra, y el 70 por ciento de los que trabajan están en negro. Sobran datos sobre esto.Pero además aquí se dice que no es posi-ble industrializar porque la demanda (es decir , China) la requiere tal como se ex-porta: puro poroto. Lo que es una con-dena adicional. Un amigo empresario al frente de una PYME me dice: “De aquí sale tabla aserrada pero nada de muebles. Yo visité la región de La Marca, en Italia, y en una zona que no es más grande que Tucumán hay 5000 fábricas de muebles, y exportan 20.000 millones de euros al año. ¡Todo con madera importada!” Eso es lo que hace China: nos compra el poroto, nuestra tierra queda exhausta y el agua contaminada, y la industrialización la ha-cen ellos.Finalmente, imagino que a v os te han re-prochado haber entrado en este debate. A mí también me pasa. Pero sostengo que si algo v ale de este intercambio es que ni v os ni yo escribimos para la tribuna, sino para saber.Y me consta que hay empresarios tanto o más poderosos que v os, que se esconden todo el tiempo; procuran que nadie los co-nozca y algunos convierten sus empresas en asociaciones ilícitas. Por eso te respeto: porque v os ponés el pecho y la cara, y te-nés ideas, y aunque tu modelo productivo puede no convencerme yo valoro tu perfil de empresario y me encantaría que la Ar-gentina tuviera muchos más como vos.Un abrazo

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Diálogo de unoPor Enrique Mario Martínez, Presidente del INTI *

Gustavo Grobocopatel despliega toda su filosofía liberal desarrollista respecto del modelo vigente de producción agrícola, al que considera el deseable, a partir de un planteo de Mempo Giardinelli, que le achaca a la soja buena parte de los males de su Chaco empobrecido, hambreado y sediento.Es cierto que el agua con arsénico no es culpa de la soja. Es un problema de am-plias regiones del país, que necesita de-finición de los actores políticos locales en cada caso, ya que hay soluciones tecnoló-gicas de la dimensión que se quiera, tanto a escala de ciudades como de cada paraje rural. El INTI y muchos otros lo han estu-diado y propuesto las soluciones. Sólo fal-ta darle al tema la misma importancia que a una autopista o una planta de biodiésel para exportar.Pero eso es lo único no refutable de la nota del potentado sojero.No es cierto que la agricultura sin campe-sinos forme parte de un nuevo paradigma productivo. A pesar de todo el proceso de concentración, propio de la inercia capita-lista, el tamaño de una unidad productiva promedio en la zona sojera norteamerica-na es tres veces más chica que en Argen-tina. Las propiedades que allá aportan el 10 por ciento de mayor facturación tienen 700 hectáreas de promedio. Los 13.000 productores que dominan el 60 por ciento de las cuatro provincias agrícolas más im-portantes de Argentina explotan un pro-medio de 2500 hectáreas cada uno.En Estados Unidos también se da tierra en arriendo, pero sólo el 25 por ciento de la tierra arrendada en Iowa, principal cen-tro sojero y maicero, es tomada por gen-te de otro estado. Aquí es exactamente al revés. Mucha gente en Argentina gana dinero produciendo soja en tierras que ni sabe dónde quedan, porque se limita a ser capitalista de una actividad que otros im-plementan.No es cierto que el paquete tecnológico aplicado sea más conservacionista que el anterior. El herbicida total y la siembra di-

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pág. 11recta reducen el riesgo de erosión. Pero la rotación soja sobre soja ya ha disminui-do la fertilidad de algunos predios en más de un 30 por ciento y compacta los sue-los, constituyéndose en una preocupación hasta para quienes promovían el esquema ciegamente hace algunos años.No es cierto que “un emprendedor, no im-porta su origen, puede llegar a ser pro-ductor”. Es casi una burla. Es como decir que quien invierte en cédulas hipotecarias es un constructor. Los pooles de siembra permiten mirar el campo como un negocio financiero de alta rotación. Sin embargo, desplazan toda la ocupación física de de-talle, haciendo creíble la imagen ya insta-lada del desierto verde.No es cierto que sea bueno que haya me-nos productores y más proveedores de servicios. No sólo no es eficiente, sino que invitaría al poderoso sojero a sentarse sólo un mes arriba de un camión granelero y comparar esa condición con la del labra-dor de 50 hectáreas con su propio tractor, para ver cuál elige.No es cierto que las retenciones son anti desarrollo y anti equidad. Es sorprenden-te esta afirmación. Son simplemente el aporte impositivo necesario para que la comunidad nacional pueda compartir los altísimos beneficios generados por una actividad vital para el país, pero con ba-rreras de entrada enormes, ya que como se sabe, sin tierra no se puede producir, y la tierra está aquí más concentrada que en cualquier país de potencial agrícola similar en el mundo.Se propone cambiar el modelo impositivo. En realidad hay que cambiar el modo de uso de la tierra. La fertilidad de la tierra debe ser considerada patrimonio público y no puede admitirse que un propietario la destruya productivamente para las gene-raciones futuras.Por lo tanto, debería dictarse una ley de uso racional del suelo agrícola, en que zona por zona, con intervención de los mejores técnicos del país, los productores del lugar y si es necesario especialistas de primer nivel mundial, se establezcan cuáles son las rotaciones admisibles, para evitar el deterioro del patrimonio común.A partir de allí, cada chacarero debería po-der elegir libremente qué menú adopta,

pero debería fiscalizarse que lo hiciera. De tal modo, la rentabilidad futura del campo sería la rentabilidad promedio, entre los granos, la ganadería, la lechería, la pro-ducción de forraje, sin posibilidad de que alguien se juegue a la ganancia de corto plazo y deje desnudos a todos los argenti-nos para el largo plazo.Esta norma, acompañada de la legislación de control ambiental que está faltando y una nueva ley de arrendamientos, que busque que quien cede la tierra y quien la tome tengan mayor proximidad física, para que el desarrollo local no se evapore detrás de las ruedas gigantes de los con-tratistas transhumantes, configurarían un nuevo escenario virtuoso para la actividad productiva más importante de la historia argentina.En paralelo con ese nuevo ordenamien-to, crecerían las industrias de alimentos locales; podría aumentar enormemente la producción de alimentos en las zonas periféricas, para atender los consumos lo-cales. En fin: la Argentina pasaría a ser de todos y para todos.De otro modo, la agricultura sin chacare-ros, que el poderoso sojero pregona, será en algún tiempo la agricultura sin argen-tinos. Dice que vendió un 25 por ciento de su sociedad a brasileños, para poder crecer. Le hago un pronóstico. Por ese ca-mino, en algunos años, los brasileños ven-derán a otros brasileños más grandes, que le comprarán mayor porcentaje a usted; éstos luego les venderán a prósperos chi-nos, en sociedad con jeques petroleros en busca de inversiones que les aseguren sus alimentos. Y usted, yo y los 40 millones de argentinos terminaremos mirando pasar sus camiones desde la banquina. El único consuelo que quedará es que los habre-mos embromado, porque nuestras tierras ya no tendrán la fertilidad necesaria y a lo mejor no se dan cuenta.

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espág. 12 Carta abierta a

Grobocopatel Por Aldo Ferrer, Economista del Plan Fénix

A raíz de la polémica que vienen soste-niendo a través de Página/12 el escritor Mempo Giardinelli y el empresario sojero Gustavo Grobocopatel sobre la cuestión social del agro y su responsabilidad en la protección del medio ambiente, empiezan a surgir otras voces que se suman al de-bate.Aquí, la del economista Aldo Ferrer.Estimado Gustavo:Recordarás que, hace algún tiempo, con nuestro común amigo Bernardo Kosakoff, publicamos un artículo, en co-autoría, so-bre el papel de la cadena agroindustrial en la economía y la sociedad argentinas. En estos días he leído un intercambio de car-tas abiertas que mantuviste, con MempoGiardinelli, sobre las mismas cuestiones y no resisto la tentación de entrometer-me para señalar algunos puntos. El inter-cambio es muy rico y esclarecedor sobre cuestiones fundamentales, como la pro-tección del medio ambiente y los recursos naturales y la cuestión social en el agro. Al mismo tiempo, creo que el análisis debe ubicarse en el contexto más amplio del desarrollo de toda la economía nacional en su inmenso territorio y su posiciona-miento en el orden mundial. Concentraré mi comentario en la cuestión de las re-tenciones, que es crucial en el tratamiento del tema.Decís en tu carta: “Las retenciones son anti-Chaco, anti-desarrollo rural, anti-equidad”. No es así, por múltiples razo-nes. No se puede hablar de retenciones sin referirlas al tipo de cambio. Es como tratar de contar la historia de Hamlet sin el príncipe de Dinamarca. Desvincular las retenciones del tipo de cambio no es sólo una insuficiencia de tu afirmación, sino una falta generalizada en todo el debate sobre la materia. La consecuencia es que el problema se reduce a su impacto en la distribución del ingreso. En mi interven-ción en las comisiones de Agricultura y Hacienda de la Cámara de

Diputados de la Nación, durante el trata-miento de la resolución 125, destaqué que el debate se limita a ese aspecto distribu-tivo cuando, en realidad, lo que está en juego es la estructura productiva y el de-sarrollo económico.Las retenciones tienen un efecto fiscal y desvinculan los precios internos de los alimentos exportables de los precios ex-ternos. Pero estos objetivos podrían al-canzarse, en principio, por otros medios. Para el único fin para el cual las retencio-nes son insustituibles es para establecer tipos de cambio diferenciales, que es lo que realmente importa para la competiti-vidad de toda la producción interna sujeta a la competencia internacional, en toda la amplitud del territorio nacional y sus re-giones.La necesidad de las retenciones surge del hecho de que los precios de los produc-tos agropecuarios respecto de las manu-facturas industriales son distintos de los precios relativos de los mismos bienes en el mercado mundial. Es decir, las re-tenciones permiten resolver el hecho de que, por ejemplo, la producción de soja es internacionalmente competitiva con un tipo de cambio, digamos, de dos pesos por dólar y, la de maquinaria agrícola, de cuatro. Los tipos de cambio “diferenciales” reflejan las condiciones de rentabilidad de la producción primaria y las manufacturas industriales. La brecha, es decir, las reten-ciones, no es estrictamente un impues-to sobre la producción primaria, sino un instrumento de la política económica. El mismo genera un ingreso fiscal cuya apli-cación debe resolverse en el presupuesto nacional, conforme al trámite constitucio-nal de su aprobación y ejecución.La asimetría entre los precios relativos in-ternos e internacionales no es un problema exclusivamente argentino. La causa radica en razones propias de cada realidad na-cional. Entre ellas, los recursos naturales, nivel tecnológico, productividad y organi-zación de los mercados. En la Argentina inciden, entre otros factores, la excepcio-nal dotación de los recursos naturales y los factores que históricamente condicio-naron el desarrollo del agro y la industria. Todos los países utilizan un arsenal de instrumentos (aranceles, subsidios, tipos

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pág. 13de cambio diferenciales, etc.) para “ad-ministrar” el impacto de los precios inter-nacionales sobre las realidades internas, con vistas a defender los intereses “nacio-nales”. En la Unión Europea, por ejemplo, sucede a la inversa que en nuestro país: las manufacturas industriales son relati-vamente más baratas que los productos agropecuarios. En consecuencia, se sub-sidia la producción agropecuaria, lo cual insume la mayor parte de los recursos co-munitarios. Si no lo hiciera, desaparece-ría la actividad rural bajo el impacto de las importaciones, situación inadmisible por razones, entre otras, de seguridad ali-mentaria y equilibrio social.¿Cuáles serían las consecuencias de uni-ficar el tipo de cambio para eliminar las retenciones? En nuestro ejemplo, si el tipo de cambio fuera el mismo, dos o cuatro por dólar, tanto para la soja como para la maquinaria agrícola, en el primer caso (dos por dólar) desaparecerían la produc-ción de la segunda y gran parte de la in-dustria manufacturera, sustituida por im-portaciones. Las consecuencias serían un desempleo masivo, aumento de importa-ciones, déficit en el comercio internacio-nal, aumento inicial de la deuda externa y, finalmente, el colapso del sistema. En el segundo caso (cuatro por dólar), se produciría una extraordinaria transferen-cia de ingresos a la producción primaria, el aumento de los precios internos y el desborde inflacionario. En las palabras de Marcelo Diamand, en la actualidad, dada nuestra “estructura productiva desequili-brada”, es inviable la unificación del tipo de cambio para toda la producción sujeta a la competencia internacional. Unificar el tipo de cambio traslada los precios relati-vos internos a los internacionales, con lo cual el campo se convierte en un apéndice del mercado mundial en vez del rol que le corresponde como sector fundamental de un sistema económico nacional, condi-ción necesaria del desarrollo de cualquier país.¿Por qué es preciso, simultáneamente, tener mucho campo, mucha industria y mucho desarrollo regional? ¿Por qué es necesaria la rentabilidad de toda la pro-ducción sujeta a la competencia inter-nacional? Por la sencilla razón de que la

cadena agroindustrial (incluyendo todos sus insumos de bienes y servicios prove-nientes del resto de la economía nacional) genera 1/3 del empleo y, por lo tanto, es inviable una economía, próspera de pleno empleo, limitada a su producción prima-ria, por mayor que sea la agregación de valor y tecnología al complejo agroindus-trial. En otros términos, no es viable una economía nacional reducida a ser el “gra-nero” ni, tampoco, la “góndola” del mun-do. Sólo con esto nos sobra la mitad de la población. Por otra parte, la ciencia y la tecnología son el motor del desarrollo de las sociedades modernas y, para des-plegarlas, es indispensable una estructura productiva diversificada y compleja que incluya, desde la producción primaria con alto valor agregado, a las manufacturas que son portadoras de los conocimientos de frontera.Si se alcanza el convencimiento compar-tido sobre la estructura productiva nece-saria y posible, se abandona la discusión de las retenciones como un problema re-ducido a la distribución del ingreso. Se plantean entonces dos cuestiones centra-les. Por una parte, el tipo de cambio que maximice la competitividad de toda la pro-ducción nacional sujeta a la competencia internacional. Es decir, el tipo de cambio de equilibrio desarrollista. Por la otra, el nivel de las retenciones compatibles con la rentabilidad de la producción primaria e industrial, tomando en cuenta los cambios permanentes en las condiciones determi-nantes de costos y otras variables relevan-tes. Las retenciones deben ser “flexibles” y tomar nota de tales cambios. Al mismo tiempo, deben aplicarse de la manera más sencilla posible. Por ejemplo, la compren-sible demanda del ruralismo integrado por pequeños y medianos productores de reci-bir un trato preferente es, probablemente, difícil de cumplir con retenciones distintas conforme al tamaño de las explotaciones o la distancia a los puertos y centros de consumo. Otros medios pueden ser utili-zados con más eficacia para los mismos fines.Es necesario referir los problemas señala-dos en el intercambio de cartas comentado al desarrollo nacional. Vale decir, el pleno despliegue del potencial, la gobernabili-

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espág. 14 dad, la libertad de maniobra en un mundo

inestable, la inclusión social, factores to-dos que, en definitiva, son esenciales para la prosperidad del campo, de la industria, las regiones, el capital y el trabajo, y para proteger la naturaleza y el medio ambien-te. Para contribuir a tal fin es indispensa-ble aclarar , de una vez por todas, qué son y para qué sirven las retenciones.

Castigo a la gula

Por Alfredo Zaiat

Los Derechos de Exportación son una im-portante herramienta de política econó-mica en manos del Poder Ejecutivo para intervenir en el objetivo de equilibrar la estructura productiva con tipos de cambio diferenciales. Las retenciones son también una notable fuente de ingresos fiscales, un potente factor para ordenar las rentabili-dades relativas del sector agropecuario, una adecuada medida para socializar la fabulosa renta de la tierra y, en especial, una imprescindible arma de la política de precios de productos sensibles de la ca-nasta de alimentos. Todos estos destaca-dos alcances han quedado marginados de un debate que se extiende por más de dos años, porque las retenciones adquirieron una característica extraeconómica. En esa puja se dirime una de las principales dis-putas de poder político, con las correspon-dientes alianzas sociales que acompañan a cada uno de los actores involucrados y sus respectivos senderos de desarrollo que proponen. Esa tensión ha quedado definitivamente al descubierto en la reno-vada polémica por las retenciones, ahora derivada al terreno de la segmentación, esquema que en su momento fue recha-zado con entusiasmo por los mismos que hoy la promueven. Por eso las retenciones no son una cuestión de supervivencia de productores del campo privilegiado, como confundió y lo sigue haciendo el conglo-merado agromediático, ni de controver-sias sobre sus implicaciones económicas, sino que se han convertido en un símbolo

de la pelea por el poder político.Este rasgo adicional ha contaminado el análisis sobre la importancia económica y social de los derechos de exportación. La forma en que ahora se introduce la pro-puesta de segmentación sólo colabora en agudizarlo. Sin embargo, es un debate necesario, puesto que el discurso políti-camente correcto refiere a la necesidad de segmentar la carga de los derechos de exportación según extensión del predio o volumen de producción para beneficiar a pequeños productores. Uno de los argu-mentos en ese sentido sostiene que así se frenaría la sojización y se incentivaría la diversidad productiva agrícolo-ganadera. El ingeniero agrónomo Juan Carlos Pavo-ni, presidente de la asociación civil Alte-ragro, uno de los profesionales que más ha estudiado e impulsado esa medida, convalida esa idea y agrega que se re-quiere de “mecanismos compensatorios que tiendan a corregir las asimetrías de rentabilidad, provocadas entre otras cosas por las asimetrías de escala”. La segmen-tación favorecería entonces “la conserva-ción de nuestros pequeños y medianos productores rurales en su medio natural y en su ocupación ancestral para la que están capacitados”. Ese experto piensa la segmentación como un factor de redistri-bución operando como un subsidio que compense las diferencias de escala entre los extremos de la producción agropecua-ria. Pavoni afirma que “hablamos de un sistema diferenciado y progresivo de apli-cación de las retenciones al agro”. Esa re-distribución sería hacia adentro del propio sistema productivo agropecuario, gravan-do en forma diferencial con mayor carga a las mayores escalas de comercialización y con esos excedentes financiar los reinte-gros para los sectores intermedios y con subsidios a los sectores más vulnerables.La idea de la segmentación como herra-mienta redistributiva intersectorial es muy potente en términos de adhesión política. En esa instancia aparecen dos cuestiones del proceso económico que merecen con-siderarse para precisar el debate: en el capitalismo, la mayoría de los commodi-ties se producen a escala, entre ellas la soja. En otras palabras, para el pequeño productor ese tipo de actividad no brinda

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pág. 15la misma rentabilidad que la obtenida por medianos y grandes. Por ese motivo, el pequeño productor sojero casi no existe, porque fue corrido por el mercado ante las necesidades de escala de la producción. Esto explica el fenómeno de los arrenda-mientos. Al propietario de un campo de pequeñas dimensiones le conviene alqui-larlo para que otro produzca a escala. Esto también explica los nuevos sujetos agra-rios: la empresa de servicios, el arren-datario y el “pequeño” rentista. Y por lo tanto el doble piso de rentabilidad en la actividad agraria. Eduardo Azcuy Ame-guino, director del Centro Interdisciplina-rio de Estudios Agrarios de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, en base al Censo Nacional Agropecuario 2002, cal-culó que en la zona privilegiada de Perga-mino casi el 60 por ciento de la superficie agrícola es trabajada por contratistas, ele-vándose a un promedio del 80 por ciento para los pequeños productores de hasta 100 hectáreas. Se estima que en los años siguientes ese proceso se ha profundizado aún más.Si la presencia de pequeños productores de soja es marginal, la propuesta de seg-mentación que fuerzas políticas impulsan en el Congreso encerraría otro objetivo. Una pista puede encontrarse en los ar-chivos cuando se discutía suspender por seis meses el cobro de retenciones a 22 distritos de la provincia de Buenos Aires declarados en desastre agropecuario. En esos días, el entonces vicepresidente de Confederaciones Rurales Argentinas, Nés-tor Roulet, alentó a un grupo de producto-res reunidos cerca del Congreso diciendo que “si les bajan las retenciones a distritos de la provincia (de Buenos Aires), vende-mos todo por ahí y listo”. Una eventual segmentación para la soja puede derivar en el milagro de descubrir que en el país se produce a pequeña escala, cuando las condiciones materiales y el desarrollo tec-no-productivo revelan que en gran parte se realiza en amplias dimensiones.Ante esa situación, quienes proponen la segmentación sugieren crear instrumen-tos eficientes para identificar al pequeño productor. Por lo pronto, hoy no existe un registro de productores, proyecto que los encargados del área agropecuaria de las

provincias junto al Ministerio de Agricul-tura se proponen impulsar. La mayoría de los arrendamientos son contratos de pala-bra, lo que implicaría primero la necesidad de una formalización, para lo que se re-quiere una estructura de fiscalización que, además de eficiente, sea aceptada por el sector, lo que no parece tener adheren-tes teniendo en cuenta la resistencia que concentra la Oficina Nacional de Control Comercial Agropecuario (Oncca).Respecto de aplicar subsidios por distan-cia al puerto, Claudio Scaletta, periodista del suplemento Cash y especialista en te-mas agropecuarios, explica que “cobrarle menos al que está más lejos del puerto rompe todas las leyes económicas, em-pezando por la renta diferencial de David Ricardo. El que produce más lejos, pro-duce en un campo que cuesta menos. No puede pretender que por la vía impositiva se le equipare la rentabilidad con la zona núcleo. Y esto para no hablar de que no hay que promover la sojización en el no-roeste y noreste del país, donde se puede hacer otra agricultura en la que realmente los pequeños productores puedan agre-gar valor”. Si hoy esos productores tienen una ecuación desfavorable en relación a la zona núcleo, e igual siguen haciendo soja y expandiendo esa frontera productiva, se aceleraría aún más la sojización si se los favorece con subsidios al transporte.La Mesa de Enlace militó para el rechazo de la Resolución 125 modificada en Diputa-dos, proyecto que incluía la segmentación y subsidios al transporte. Las retenciones ingresaron así en el terreno de la disputa política. Esa alianza social conservadora se anotó una indudable victoria que poco se vinculaba con las cuestiones económi-cas y sociales derivadas de los derechos de exportación. Hoy, ese triunfo político invita a dirigentes gremiales del campo, representantes políticos y fuerzas sociales que repudiaron con éxito la 125 a un acto de contrición confesando que se olvidaron de que “El Señor castiga la gula”.

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espág. 16 Lobby feroz

Por Alfredo Zaiat

En la introducción protocolar de su discur-so en el acto por el 156º aniversario de la institución, el titular de la Bolsa de Co-mercio, Adelmo Gabbi, dio la bienvenida a la presidenta de la Nación, a autoridades de los otros dos poderes de la república, a ministros del Ejecutivo, a embajadores, a representantes de las provincias y muni-cipios y a los invitados y socios en gene-ral. Se olvidó o ignoró la figura, sentada visiblemente a pocos metros del atril, de la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont. Esa llamativa descortesía de hombres de negocios fue la primera ex-presión pública de la resistencia que la city concentra en la primera mujer que ocupa la poltrona principal de la entidad mone-taria, además con visión heterodoxa de la economía. Le adjudican la responsabilidad de haber frenado el proyecto que financis-tas y áreas de Economía habían elaborado para eliminar la restricción al ingreso de capitales especulativos. Subestimaron a Cristina Fernández de Kirchner, quien fue contundente en su discurso en la Bolsa: los mandó al psiquiatra a los promotores de esa iniciativa. Desde entonces, co-rrientes conservadoras han intensificado observaciones críticas hacia la gestión de Marcó del Pont.En días previos a ese festejo bursátil de hace un mes, Gabbi había sugerido que el Gobierno estaba estudiando dejar sin efecto el encaje (inmovilización) por un año del 30 por ciento sobre capitales fi-nancieros del exterior que ingresan al mercado local. El diario Ambito Financiero anunció en tapa que Economía tenía en carpeta un avanzado proyecto en ese sen-tido. Se sabe que Marcó del Pont es una economista que a lo largo de su trayecto-ria ha sostenido la necesidad de controlar el arribo de fondos especulativos, pues-to que son potentes perturbadores de la estabilidad macroeconómica. El objetivo de corredores y financistas compartido con Economía quedó trunco. Cristina Fer-nández de Kirchner decidió mantener esa necesaria restricción en la Cuenta Capital

explicándolo en los siguientes términos: “...que las cámaras empresariales que las representan definan claramente cuál es su estrategia porque suena muy inconsisten-te y casi para el psiquiatra que, por un lado, un sector esté reclamando el levan-tamiento del encaje y, por otro lado, diaria y cotidianamente se mencione la fuga de capitales como uno de los principales pro-blemas de la política económica del país”.La banca privada también se ha sumado a la incomodidad de los operadores bursáti-les con la actual conducción del BCRA. En algunos casos por transacciones puntua-les y en otros por normas generales que intervienen en sus fabulosas ganancias. El Banco Macro, cuyo presidente Jorge Brito es además titular de la cámara de entida-des de capital nacional Adeba, se molestó porque el directorio de la autoridad mone-taria no apuró la autorización de compra del Banco Privado de Inversiones. Demora que estaba motivada en la actuación de la Unidad de Información Financiera sobre el BPI. La UIF es una dependencia que se ocupa de investigar y combatir negocios sospechados de lavado de dinero. En tér-minos generales, los banqueros están dis-gustados con Marcó del Pont porque los orienta a emprender una política de pres-tar al sector productivo. Los ha invitado a trabajar con más entusiasmo en uno de los servicios donde muestran más defi-ciencias.Una de las herramientas que tiene a dis-posición el Banco Central para encaminar al sistema hacia el financiamiento de la actividad productiva son los encajes (por-centaje del dinero de los depósitos que deben inmovilizar). En borrador, en traba-jos a nivel técnico se esbozó la idea de su-bir los encajes de los depósitos a la vista y bajar los de plazos fijos. Las primeras co-locaciones se realizan a tasas cercanas a cero y hoy concentran casi el 60 por ciento del total de los depósitos. Con ese dinero los bancos financian saldos de corto pla-zo (tarjetas, descuento de documentos) a tasas altísimas con un costo de fondeo de casi cero. Ese cómodo esquema financie-ro explica gran parte de las fabulosas ga-nancias que contabilizan los bancos (ver el suplemento Cash de esta edición). En es-pacios técnicos del Central se estudió en-

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pág. 17tonces la posibilidad de bajar los encajes de plazo fijo y subir los de colocaciones a la vista, para de esa forma alentar los pri-meros depósitos y así incentivar créditos a mediano plazo. Si bien es cierto que un eventual traspaso de depósitos de caja de ahorro y cuenta corriente a plazos facilita-ría el cumplimiento del programa moneta-rio (los plazos fijos no se computan en el M2), con esa medida los bancos perderían rentabilidad. Por ese motivo arremetieron contra una iniciativa que ni había llegado a ser tratada por el directorio del institu-to emisor, lo que revela los aún aceitados canales de comunicación que persisten en área del Central con despachos importan-tes de la city. El argumento esgrimido fue que con ese plan Marcó del Pont quería enfriar la economía, instancia que para el kirchnerismo es considerada una herejía.Esa intención se descubre muy burda de acuerdo con los antecedentes de la presi-dente del BC, de quien se sabe que no es partidaria de frenar la demanda. En es-tos meses está lidiando con el Programa Monetario 2010 diseñado por el entonces presidente del Banco Central Martín Redra-do, quien lo proyectó con un crecimiento del PIB de apenas el 2,5 por ciento. Hoy la estimación más prudente de avance de la economía es de 7,0 por ciento, lo que im-plica que la expansión de dinero debería acompañar ese ritmo, pero la actual con-ducción está bajo presión por las fallidas proyecciones iniciales de Redrado. Por ese motivo se intensificaron las observaciones críticas en medios conservadores respecto de que no se podrá cumplir con ese pro-grama, con el objetivo de desgastar la gestión de Marcó del Pont y así acotarle el margen de acción para su continuidad y futuras nominaciones en el directorio, que deben ser presentadas por el Ejecutivo el mes próximo.Para no tropezar con el lobby feroz de la banca y sus voceros, resulta ilustrativa la última edición de “Coyuntura y Desarrollo” de la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo. En ese documento se publi-có la nota “Programa Monetario y crédi-to productivo”. El presidente de FIDE es el economista Héctor Valle y su directora –en uso de licencia– es Mercedes Marcó del Pont. En ese artículo se expresa, preci-

samente, todo lo opuesto a la intención de enfriar la economía y cuestiona las con-cepciones monetaristas:El stock de crédito en la Argentina, ape-nas superior al 10 por ciento del PIB, es uno de los más bajos entre los países de ingreso medio.Se trata de un rasgo prácticamente es-tructural que viene de antaño y que no se ha revertido luego de la caída del régimen de convertibilidad.La muy líquida plaza financiera local se ha caracterizado en los últimos años por pres-tar a altas tasas de interés y bajo riesgo.Uno de los mayores desafíos estructura-les de cara al futuro consiste en cambiar ese sesgo y orientar la altísima liquidez de nuestro sistema bancario hacia emprendi-mientos productivos.Pero este objetivo puede eventualmente tropezar con ciertos límites que impone la propia lógica de la política monetaria, tal como ésta se viene llevando a cabo duran-te la postconvertibilidad.El Programa Monetario del Banco Central se basa en metas cuantitativas de creci-miento de la cantidad de dinero en circu-lación (M2).Esa idea –resabio monetarista del último programa con el FMI– es mantener la ex-pansión monetaria bajo control para evi-tar un desajuste inflacionario por exceso de emisión.El Programa Monetario 2010, por ejem-plo, estableció un rango de variación del M2 con un máximo de 18,9 por ciento in-teranual y un mínimo de 11,9 por ciento para diciembre de 2010.Ahora bien, el sostenimiento de la expan-sión monetaria dentro de estos límites puede resultar contradictorio con el obje-tivo de expandir el crédito al sector pri-vado.Conciliar la agenda de mediano plazo –ex-pansión del crédito productivo– con el di-seño de una política monetaria que, por naturaleza, se encuentra orientada funda-mentalmente al corto plazo, requerirá una revisión de los criterios con que se venía diseñando el Programa Monetario en los últimos años.Esta notoria convicción heterodoxa de la política monetaria y su vocación de orien-tar el crédito a sectores productivos de la

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espág. 18 actual conducción del Banco Central es el

principal motivo de incomodidad de los banqueros y sus socios.

Yo sojizo Tú sojizas El sojiza

Por José Natanson

Pensando sobre todo en los países mono-productores de hidrocarburos, la politólo-ga Terry Lynn Karl, de la Universidad de Stanford, escribió The Paradox of Plenty. Oil Booms and Petro-States (University of California Press), donde desarrolla la tesis de “la paradoja de la abundancia”, la idea de que aquellos países con una dotación extraordinaria de recursos naturales tie-nen mayores dificultades para lograr un crecimiento económico sostenido, arras-tran niveles de pobreza y desigualdad altos y son políticamente inestables. En suma, son menos desarrollados.La clave es el rentismo, que puede definir-se como aquella actividad económica que no depende de la innovación o el riesgo empresarial, sino de la dotación de recur-sos naturales, es decir de la generosidad de la naturaleza. Las actividades rentistas generan un ingreso que no tiene contra-partida productiva, en el sentido de que no son el resultado del esfuerzo de los fac-tores de producción –el trabajo y el capi-tal– sino de la suerte. Por eso la renta no se produce; se captura.El ejemplo más claro es el petróleo. De hecho, aunque el rentismo ha sido con-ceptualizado por la ciencia económica al menos desde Adam Smith, los primeros esfuerzos serios por indagar en sus con-secuencias datan de principios de los ’70, en coincidencia con el primer boom petro-lero.La concentración de la producción en uno o unos pocos recursos naturales tiende a distorsionar la estructura económica y la asignación de los factores productivos, impide la generación de encadenamientos virtuosos y limita el mercado interno, ge-nerando una redistribución regresiva del ingreso. En el caso extremo de los países

extractivistas como Bolivia o Venezuela, la economía funciona con una lógica de enclave, islas hiperrentables de activida-des primario-exportadoras en medio de océanos de atraso. Esto expone al apara-to productivo a los vaivenes del mercado mundial, donde el subibaja de los precios –como sucede con esas relaciones ator-mentadas que años de psicoanálisis nos enseñaron a evitar– lo desilusionan o lo llenan de alegría, pero nunca lo dejan en paz.Hay excepciones, por supuesto. Un caso interesante es el de Noruega, octavo pro-ductor de petróleo del mundo y segundo país en el Indice de Desarrollo Humano del PNUD, situación que se explica por el hecho de que el petróleo fue descubierto y comenzó a explotarse tardíamente, pa-sados los ’60, cuando Noruega ya era país de punta. Pero más allá de este tipo de excepciones y admitiendo las flexibilida-des del caso, la idea básica es que existe una relación inversa entre riqueza natural y desarrollo. O incluso más: la maldición de los recursos naturales ha sido asumi-da por algunos académicos casi como un determinismo geográfico, un fatalismo tropical. Estudios recientes del BID, por ejemplo, sostienen que los países más ri-cos en recursos naturales y más cercanos a la línea ecuatorial están condenados a ser más atrasados y pobres.En América latina, el caso más claro de fracaso del rentismo es Venezuela, que depende casi exclusivamente del petró-leo, con una producción manufacturera en bancarrota y una agricultura devastada, un Estado que bate records de ineficien-cia y un proceso de desinstitucionalización rampante del sistema político. Chávez, le-jos de revertir esta situación, la empeoró: las exportaciones petroleras representan hoy cerca del 94 por ciento de los ingre-sos por exportaciones totales, cuando diez años atrás constituían el 68; del mismo modo, cerca del 49 por ciento de los in-gresos fiscales del gobierno central pro-viene hoy del petróleo, por vía de impues-tos, regalías y dividendos, contra 37 por ciento en 1999.Quizá no tenga sentido, al menos en este espacio, discutir si esto es resultado de la gestión chavista, de los altos precios del

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pág. 19petróleo o del espíritu saudita de las eli-tes venezolanas, cuyo mal gusto en ma-teria de ropa, autos y yates es una buena muestra, especialmente desagradable, de los efectos que el rentismo produce in-cluso en el sentido de la estética. Pero al menos habrá que reconocer que el proce-so bolivariano no ha logrado mejorar las cosas: hay en América latina países con bajo crecimiento y baja inflación (Colom-bia, México) y otros con alto crecimiento y alta inflación (Argentina); Venezuela com-bina ambas cosas (el PBI cayó 5,8 en el primer trimestre de este año y la inflación superará el 30 por ciento). Un deterioro económico indisimulable que se refleja en una baja del rendimiento de las misiones sociales, el gran logro de la gestión cha-vista. Según datos del Aponte Bank, en los últimos dos años cerraron un 30 por ciento de los centros de atención prima-ria de la Misión Barrio Adentro, la primera lanzada por Chávez y la más valorada por los venezolanos de bajos recursos, que encontraron en los médicos cubanos una solución a los déficit crónicos del sistema de salud.La soja es una actividad productiva, pero genera superganancias casi tan extrordi-narias como las producidas por el rentis-mo. Esto se explica por una conjunción de factores. En primer lugar, la nueva realidad del mercado mundial de alimentos, con los commodities batiendo records de pre-cios gracias al empuje de India y China. El segundo factor es la fertilidad del campo argentino y la abundancia de tierras, que ha permitido una ampliación de la frontera agrícola hacia zonas no pampeanas, pero pampeanizadas, como el sur de Chaco y Santiago del Estero. El tercero es el salto tecnológico producido en los ’90, una dé-cada mala desde el punto de vista de la rentabilidad pero que a pesar de ello –o quizá como consecuencia de ello– permitió incorporar semillas genéticamente modifi-cadas, fertilizantes, maquinaria agrícola, ese invento argentino que son las silobol-sas, nuevas terminales portuarias, etc. Aprovechando al máximo el uno a uno, los productores lograron enormes ganancias de productividad que después de la deva-luación impulsaron el boom sojero.La soja no es una actividad rentista, pero

casi. Parte de las condiciones que explican su auge –el clima, el suelo– no tienen que ver con la astucia o la capacidad schumpe-teriana de asumir riesgos de los producto-res, sino con la generosidad de la natura-leza (igual que sucede con el petróleo, el oro o el gas). De hecho, los márgenes de ganancia que produce son tan inmensos que sólo pueden compararse con los ge-nerados por industrias extractivas, como el petróleo y la minería, o con aquellas ac-tividades en las que el Estado, justamente por los altos ingresos que producen, se re-serva el monopolio fiscal, como el juego.La soja, a diferencia de los hidrocarburos o los minerales, es un recurso renovable. Pero hasta cierto punto. Las nuevas tec-nologías transgénicas, claves para el des-pegue sojero, producen un agotamiento de los suelos si no se rotan con otros cul-tivos. Con los precios por las nubes, los productores se ven tentados a no hacerlo, con el consiguiente deterioro del principal factor de producción (la tierra). En suma, el suelo puede agotarse si la tasa de ex-tracción es más alta que la tasa ecológica de renovación del recurso.Esto no significa que haya que dejar de cultivar soja ni caer en los cuestionamien-tos livianos, a veces técnicamente infun-dados, a las nuevas tecnologías de la agri-cultura. Tampoco se trata de recuperar el viejo dogma desarrollista que dice que cualquier exportación industrial es buena y cualquier exportación basada en recur-sos naturales es mala. Como sabe bien un trabajador de la frontera mexicana, la maquila –el ensamble de piezas destina-das a crear productos que luego se expor-tan– es una actividad manufacturera que no crea puestos de trabajo de calidad ni se derrama sobre el resto de la economía. Contra lo que piensan los viejos desarro-llistas (todavía quedan algunos), no todo se soluciona construyendo una planta de agua pesada.De hecho, hay países que han logrado al-tos niveles de desarrollo con una estructu-ra exportadora basada en recursos natu-rales. El 49 por ciento de las exportaciones de Nueva Zelanda son alimentos. Allí, el Gobierno ha creado organismos y progra-mas que alientan la cooperación entre el sector público y las empresas privadas con

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espág. 20 objetivos tan precisos como incrementar

las exportaciones de vino a los segmentos de mayor poder adquisitivo del Sudeste de Asia o desarrollar nuevas variedades de kiwi –que en el pasado era un fruta ex-clusivamente neocelandesa pero que aho-ra se cultiva en todo el mundo– para no perder presencia en el mercado mundial. El resultado es que una tonelada de ali-mentos exportada por Argentina vale, en promedio, 300 dólares, mientras que una exportada por Nueva Zelanda vale 1600.En un interesante informe publicado por la Cepal (“Australia y Nueva Zelanda: la innvocación como eje de la competitivi-dad”), Graciela Moguillansky sostiene que ambos países “basaron su desarrollo en los recursos naturales, pero a diferencia de América latina, han experimentado un alto ingreso per cápita, estabilidad en su crecimiento y superado la pobreza. La ex-plicación de ello –afirma– no es sólo un buen manejo macroeconómico, sino una estrategia de crecimiento e inserción in-ternacional, donde la innovación tiene un lugar central”.Las retenciones son un mecanismo nece-sario pero insuficiente para combatir los males del rentismo y redistribuir las ga-nancias generadas por la soja. La semana pasada, Clarín informó que Los Grobo –con 100.000 hectáreas en la Argentina y una facturación de 800 millones de dólares en esta campaña– decidió comenzar a produ-cir pastas secas, con una primera planta en Chivilcoy, de modo de integrar la pro-ducción de trigo y diversificar sus expor-taciones. ¿Este tipo de operaciones serían posibles sin las retenciones, que le quitan rentabilidad a la exportación del commo-ditie? Quizá, si no hubiera retenciones al trigo, Los Grobo nunca se hubieran lanza-do a producir fideos y capeletis. Pero esto no significa que con ello alcance. Para un desarrollo más profundo se necesita tam-bién cierta previsibilidad macroeconómica (que el Gobierno viene garantizando bien), una mejor sintonía Estado-privados a tra-vés de políticas sectoriales más amplias y activas (clave de una estrategia desarro-llista) y un entorno legal claro. En esto los neoliberales tienen razón.