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Cristina Margossian de Babicola

Editorial Jey Jey

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Dirección EditorialEdiciones Jey Jey

Coordinación EditorialCristina Margossian de Babicola

Diseño GráficoDaniel Callegari

Compaginación de fotosDaniel Callegari

ImpresiónRonor ®

© COPYRIGHT EDITORIAL JEY JEYQueda hecho el depósito que previene la ley 11.723I.S.B.N. xxxxxxxxxxxxxxxxx

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PREFACIO

Estimado lector:

Usted tiene en sus manos un libro muy particular. No fue escrito con pretensiones literarias y ni siquiera fue premeditado; por el contrario, ha sido terminado apresuradamente para su presentación con fecha cierta: el 8 de mayo de 2006, día en el que Juanjo hubiera cumplido veintiséis años de edad.

El inicio de este libro fue el dolor inconsolable por la pérdida de un hijo y la necesidad de volcarse a la palabra escrita para intentar atenuarlo y tratar de entender lo que parecía no tener explicación. Y éste es el feliz resultado.

Estas páginas surgieron desde la espontaneidad y como directa con-secuencia del deseo de compartir vivencias inimaginadas antes de los hechos que le dieron origen. El lector se encontrará con algunas mani-festaciones difíciles de entender en la lógica de nuestro mundo terrenal, y sólo él podrá juzgar si acepta la convicción de los protagonistas de que ellas son señales de ultra vida, pero de lo que puede estar abso-lutamente seguro es que los hechos son reales y se relatan tal como sucedieron. Se encontrarán pasajes que se leerán ávidamente porque el interés lo demandará, y otros en los que un tierno clima poético brindará un cálido sosiego. Y, por cierto, en todos sus párrafos se descubrirá la expresión de nobles sentimientos y paz espiritual por parte de su autora y de todos los que han colaborado brindando distintos testimonios de su relación con Juanjo, cuya brillante personalidad va surgiendo en cada relato con coincidente claridad a través del pensamiento de quienes le conocieron.

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PRÓLOGO

Para mis hermanos por elección, que supieron encontrar en la pérdida más profunda, una canción de cuna para adormecer el dolor; ya que su hijo, ese ser que algunos tuvimos el privilegio de conocer en este mundo, les demuestra a cada paso, cada día, el camino que deben transitar.

Porque su alma y su luz nos guía y nos enseña a no temer a la llamada “muerte”, porque ésta no existe. Es un nuevo renacer donde todos nos vamos a encontrar.

Gracias Juanjo por permitirnos saber que ¡SOS FELIZ!, y ayudar a todos los que te amamos a esperar el momento del reencuentro con esperanza.

Te extrañamos físicamente, pero vos y nosotros sabemos que estás ahí donde te busquemos… una nube, un cielo, un índice marcando el camino.

¡TE AMAMOS HASTA EL INFINITO!

Juanjo n lma nunca Jamás lvidada

Lucy Cicchiello

J U A N J O

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INTRODUCCIÓN

Desde la partida de nuestro hijo Juanjo, no hago más que pensar en él. Trataba de poner los pies sobre la tierra, de razonar. ¡Qué difícil en esos momentos me resultaba ese verbo! Una fuerza interna iba creciendo en mí. Eso sucedía a medida en que recibía día tras día distintas manifesta-ciones de Juanjo. Era un diálogo a través de figuras que les relataré en el libro. Contaba a quien se presentaba ante mí el vínculo que seguíamos manteniendo a pesar de su muerte física. Esto no me alcanzaba.

Resolví escribir las vivencias que me ocurrían a diario y las que me rela-taban todos los seres tan cercanos al corazón de Juanjo. Pensé en enviar-las por e-mail a todos los conocidos, para que supiesen que las almas de nuestros seres queridos continúan literalmente junto a nosotros. Me resultaba gratificante volcar en un papel lo que estaba sucediendo.

Luego ocurrió que, en una de las charlas con nuestro psiquiatra, éste nos recomendó ver una película vinculada con la situación que estába-mos atravesando, denominada “El cuarto de mi hijo”. Después de verla, con José, mi esposo, analizamos, que la familia de esa ficción no podía salir de su estado de desolación porque cada uno de ellos, padre, madre y hermana, hacían sus duelos en forma individual. Nos dimos cuenta de que nosotros nos estábamos apoyando, sufriendo y consolando en familia. Entonces surgió la idea de transmitir nuestras vivencias y emo-ciones, a través de un libro con objetivos concretos.

La trascendencia de Juanjo.

Es mi deseo que la trascendencia de Juanjo consista en:Que siga vivo en la tierra a través de este libro, transmitiendo esa vida tan simple, pura y maravillosa que tuvo.

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Que sea una enseñanza de vida.

Que todo lo que sembró, tenga su cosecha. Seguramente ya la tiene entre todos los que lo conocimos; está en nuestros corazones. Pero tam-bién queremos que los que no tuvieron la oportunidad de conocerlo, a través de este libro, puedan experimentar las mismas sensaciones.

Del dolor desgarrador al gran aprendizaje. Tratar de alguna manera de ayudar a quienes han sufrido pérdidas tan importantes. Que sepan que la vida es un tránsito.

Que a través de las vivencias que hemos tenido, tenemos la certeza de que hay un DESPUÉS, no sabemos dónde, pero con seguridad nos reencontraremos con los seres queridos, una vez que hayamos cum-plido nuestra misión en esta tierra.

Que podamos llegar a vivir, y no sólo sobrevivir. Vivir con su maravi-lloso recuerdo. Vivir disfrutando la familia, los amigos… LA VIDA.

Un libro que lleva como nombre de autor el mío, pero que en reali-dad, decidimos escribirlo con José, nuestra adorada hija Laura, nuestro yerno Hernán, nuestra nieta Sofía de 4 años y medio, que al no saber escribir todavía, manifiesta su AMOR en este libro a través de un dibujo y nuestra otra bella nieta Mora, de 17 meses, que cuando menos lo pen-samos nos recuerda a “Juajo” con su media voz.

Participan también sus amigos de la infancia, los de su adolescencia y corta juventud, su primer amor, sus tíos y quienes quisieron interve-nir voluntariamente porque deseaban agregar más AMOR al mismo. Deseamos fervientemente que puedan sentir como nosotros, al finalizar este libro:

EL AMOR EN TODA SU DIMENSIÓN.

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DEDICATORIA

A nuestro adorado Juanjo. A Sofia y a Mora.

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Dibujo de Sofía Dibujo de Mora

Para juanjo con todo amor

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AGRADECIMIENTOS

A mi familia: José, Laura, Hernán y “Juanjo”, con quienes con todo amor y energía maduramos juntos este libro que consideramos nuestro tesoro.

A los niños:Sofía Alí, cuatro años (su sobrina y ahijada)Mora Alí, diecisiete meses (también su sobrina y ahijada)Angelita Briata, tres añosJuan Cruz Varela, tres añosJoaquín Laje, tres añosMariano Taranto, veintidós meses.Todos ellos, con la transparencia que les otorga su corta edad, han sido transmisores de mensajes de nuestro querido Juanjo.

A la familia Cicchiello, quienes comparten con nosotros desde siempre nuestras vidas, han estado a nuestro lado en los momentos de mayor alegría, y en este momento tan especial nos han ofrecido sus hombros minuto a minuto, día a día, sintiendo nuestro dolor como propio.

A la familia Margossian, tíos y primos de Juanjo, que nos llenaron de hermosos recuerdos, para que pudiéramos mitigar nuestro dolor en todo este tiempo.

A Poupée y Oscar Abdala, quienes desde el primer instante en que reci-bimos la trágica llamada telefónica, y de manera continua, han estado con nosotros, como amigos y médicos.

A Raúl Bringas (su abuelo del corazón)

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A nuestros parientes, a nuestros amigos del Rotary Club de Quilmes Oeste, a nuestros vecinos y amigos del barrio y de la vida, quienes desde las primeras horas del accidente, estuvieron acompañándo-nos, haciendo cadenas de oración y asistiéndonos personalmente en San Nicolás. Nunca será suficiente nuestro agradecimiento por todo el esfuerzo que hicieron para tranquilizarnos y acompañarnos en un momento tan doloroso.

A todos los que nos acompañaron hasta el momento final y que, con su presencia y sentir, nos ayudaron a despedir el cuerpo de nuestro querido hijo.

Al diácono Alfredo por sus palabras de consuelo, en el momento en que uno no entiende lo que está sucediendo.

Al Dr. Héctor Barrena y familia, quienes fueron los primeros en apun-talarnos con las palabras justas y nos iniciaron en el camino de la espi-ritualidad.

A Gustavo Borelli, joven seminarista, quien fue el primer “psicólogo” que nos escuchó y nos contuvo.

Al padre Luis Ponte, quien gentilmente, sin conocernos, compartió con nosotros una charla enriquecedora, señalándonos que estábamos muy bien encaminados, a pesar del poco tiempo que había transcurrido desde la tragedia.

Al Dr. Roberto E. Rocca, médico psiquiatra, quien nos aseguró que estábamos en el camino correcto.

A Juan Carlos Palumbo, nuestro querido amigo, que con responsabili-dad, celeridad, inteligencia y amor, nos ayudó a corregir los textos del libro.

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A los queridos co-autores, y a las adorables y sensibles personas que transmitieron los mensajes que recibían de nuestro querido hijo, como también a los que testimoniaron sus vivencias durante los maravillosos 25 años que compartieron con él.

A Daniel Callegari, nuestro amigo diseñador, a quien Juanjo tanto admi-raba, que con tanta calidez y dedicación, tomó a su cargo la diagrama-ción de la tapa, contratapa, solapas, fotografías y compaginación del libro.

A la imprenta Artpress SA (Ronor) en nombre del señor Roberto Schaudt, por su gran colaboración para que este libro se transformara en una realidad.

A “Vecinos de Abril”, entidad sin fines de lucro, que nos acercó a los niños de la Sociedad de Fomento “La Porteña”, Polideportivo “Nuevos Rumbos” de la ciudad de Hudson, partido de Berazategui, para que el total de lo recaudado por la venta de esta edición llegue a satisfacer algunas de las tantas necesidades que tienen.

A “Imprenta Tipo”, a través del señor Ignacio Lomban, que con total desinterés y gran afecto, nos imprimió las tarjetas de invitación y las frases de Juanjo.

Al señor Tomás, gerente del concesionario del Parque de la Cervecería Quilmes, ya que por su intermedio logramos presentar nuestro libro en las instalaciones del mismo.

A Mirta Anido, por su ternura y amor, y a su hijo Osvaldo, que está con Juanjo.

A todos los seres queridos que acompañan a Juanjo en la otra dimen-sión.

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Carta a Juanjo

Hacía menos de una semana que Juanjo había partido. Una madrugada me desperté con muchas ganas de escribirle, de agradecer a tantas almas que nos acompañaban.

Estas palabras me salieron desde el fondo de mi triste y desconsolado corazón. La enviamos por e-mail a todos los conocidos. Ahora deseo que trascienda a todos los lectores.

“Gracias a todas las personas que nos dieron tanto calor humano para despedirnos físicamente de nuestro JUANJO.

Quiero que sepan lo que era JUANJO, para que trascienda y su ange-lical vida haya servido para ayudar al dolor o la desesperanza, o para alejar las triviales preocupaciones que a diario nos aquejan y nos hacen sentir tan mal.

JUANJO fue un hijo muy deseado, luego de perder otro en el octavo mes de embarazo. Dios nos dio la posibilidad de disfrutarlo durante 25 años.

Dios se lo habrá llevado, como dijo una amiga, porque necesita almas de este estilo para ayudarlo a poder paliar los desastres que están ocu-rriendo en nuestra humanidad.

Necesito creer que ahora es un ángel. Estoy segura de que está en paz.Para todos los jóvenes que lo conocían, que eran sus amigos, y para los que no lo conocían, les digo de JUANJO:

Ser humano íntegro. Desde pequeño se adaptaba a grandes y chicos y jugaba con amigos más grandes y más chicos, disfrutándolo siempre.

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Cariñoso, expresivo, creativo, lleno de amor que sabía transmitir con alegría.

Hijo ejemplar, hermano inmejorable. Laura, su hermana, mi hija es de la misma tinta.

Se aman profundamente y él la va a ayudar a ver todo lo positivo que solo él sabía detectar.

La vida a JUANJO casi siempre le dio inmensas alegrías, porque él sabía tomar lo bueno de ella.

Ante una adversidad que sufrió cuando lo asaltaron y balearon supo salir de la situación sin traumas posteriores. Amaba la vida, su familia, sus amigos, su trabajo; nos lo decía continuamente y la alegría que emanaba siempre contagiaba al que estaba a su lado.

Era chistoso, observador, muy cariñoso, inteligente, deportista.

Ansío de todo corazón, con toda el alma, que esa energía la pueda transmitir, como así su bondad, su dulzura.

Gracias a Dios por habernos permitido disfrutar cada segundo de la vida de nuestro JUANJO.

Si Dios nos da fuerzas y JUANJO también, seguiremos disfrutando recordándolo con alegría, con la alegría que a él le gustaba.

JUANJO, te quiero con el alma. Fuiste mi sol y desde ahora vas a ser mi estrella, mi guía.”

Mami

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Las Frases

Habían transcurrido algunas semanas desde la partida de Juanjo cuando una tarde, como tantas otras, entré en su habitación.

Sentir el aroma de su ropa, observar sus cosas me hace bien.

Me siento más cerca de él.

Sobre el escritorio, encontré una carta escrita por Juanjo con fecha abril de 2004, dirigida a una persona querida.

Eran ocho páginas de maravillosa escritura.

Me emocionó descubrir tanta riqueza interior, expresada en sabias pala-bras. En ese entonces él sólo tenía 23 años.

Las compartí con mi amiga Lucy y con mi hija Laura. Ambas quedaron muy impactadas.

Extrajimos doce frases textuales que son, a mi criterio, una lección de vida, y muestran la esencia del pensamiento de nuestro adorado hijo.

Cada capítulo de este libro está encabezado con una de esas frases.

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“Encontrar cosas positivas en las malas situaciones e intentar ser mejores todos los días. Creo que la gente tiene que apuntar a mejorar todos los días para levantarse y decir: “hoy, ¿qué voy a hacer para progresar?” y no en el sentido material, sino en la calidad de persona que uno quiere ser, para aportar al afecto de los otros que nos quieran más y mejor sin perder la humildad, pero sabiendo que uno es impor-tante para su familia, amigos, pareja”.

Juanjo

CAPÍTULO 1

Primeros mensajes

El trágico accidente ocurrió en Ramallo. Juanjo estaba en terapia inten-siva, asistido por un respirador, en el Hospital de Agudos San Felipe de San Nicolás. Tuvimos la oportunidad de hablarle, alentarlo, acariciarlo, agradecerle, besarlo en cuatro oportunidades durante los ínfimos treinta minutos que permiten las reglas de las unidades de cuidados intensivos hospitalarias. Su cuerpito estaba sin un solo rasguño, únicamente se veía una venda alrededor de su cabeza.

Él estaba en verdadera paz, sin ninguna muestra de dolor. Lo observé detenidamente, su hermoso lunar en el empeine del pie derecho, sus bellas y oscuras cejas bien arqueadas, sus delicadas, habilidosas y eté-reas manos, que acaricié una y otra vez, sus labios expresivos, siempre con una sonrisa, aunque en ocasiones, cuando se mortificaba por algo, hacía un puchero y su labio inferior sobresalía mientras sus ojos se lle-naban de brillo. Su ternura irradiaba aún en esa situación tan delicada. Le hablé continuamente, sin llorar, le dije que lo amaba con toda el alma, que lo necesitaba, que tratara de hacer fuerza, que estaba entero,

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que tenía un edema en la cabeza, pero que los médicos nos habían dicho que no le había afectado el cerebro, si se mantenía estable el edema iría disminuyendo y él podría reaccionar.

Un gran grupo de amigos y familiares se acercó hasta San Nicolás, para acompañarnos, alentarnos, rezar. Con algunos fuimos hasta el santuario de la Virgen del Rosario, luego a la capilla del hospital. Realmente con José, Hernán, mi hijo del corazón y Laura, nos sentimos muy conteni-dos y eternamente agradecidos, a todos.

Poupée y Oscar, médicos ambos, pero ante todo amigos, nos habían sugerido que sería de suma importancia la opinión de un médico tera-pista del Cemic, para ver si existía la posibilidad de trasladar a Juanjo a Buenos Aires, en avión o ambulancia.

A las dos de la mañana del 6 de noviembre llegaron los tres al hospital. El médico terapista dialogó con el doctor de Terapia Intensiva, revisó a Juanjo y observó los estudios que le habían realizado. Desde la sala de espera José y yo estábamos realmente inmersos en una pesadilla tra-tando de entender lo inentendible.

Luego de unos interminables minutos, se acercó el médico del Cemic a darnos el informe.

Al observar su rostro, nervioso, transpirado, serio, se nos dio vuelta el corazón. La horrible noticia, la peor que hayamos escuchado en la vida, salió de sus labios:

“El estado en que se encuentra vuestro hijo es totalmente irreversible, no toleraría ningún tipo de traslado…”

Siguió hablando, dándonos explicaciones médicas acerca de cuál era su estado. Obviamente, las primeras palabras bastaron. Sentí que caía en

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un agujero profundo y negro, sin retorno, oí totalmente vencido a José, diciéndome:

“Se acabó todo…”

Luego, tuvimos la repentina reacción de abrazarnos con toda nuestra fuerza, con el gran amor que nos une. Creo que en ese preciso instante decidimos tácitamente que de alguna manera íbamos a tratar de salir adelante. Cuando nos dijeron que había fallecido, a las 19 horas del día 6 de noviembre, pensé que era imposible que un espíritu y un alma como las de Juanjo quedaran ahí, con su cuerpito inerte. Me aferré al pensamiento de que su espíritu tenía que trascender, que esa vida maravillosa terrenal que él había tenido no podía terminar de esa manera. Laura, José y yo salimos del hospital, Laura desgarrada nos dijo:

“Salgamos de aquí, siento que Juanjo ya no está en este lugar”.

Volvimos al hotel, que se encontraba a pocos metros del hospital, nos sentamos en un sillón del living y nos abrazamos con la extrema nece-sidad de contenernos mutuamente. Laura sintió que Juanjo nos estaba abrazando, comenzó a hablar en forma ininterrumpida sobre lo que siempre había sido nuestra vida en familia: el amor, los diálogos, las comprensiones permanentes entre los cuatro, el pilar que habíamos sabido construir. A pesar de su gran dolor, emanaba orgullo desde su corazón y nos hizo sentir que realmente estábamos los cuatro juntos y que lo íbamos a estar por siempre. El pilar seguía siendo de cuatro, sólo que la parte de Juanjo ahora lo sería a través de su alma, tan pura que fortificaría esos cimientos.

Los amigos y familia nos siguieron acompañando incondicionalmente, lo remarco porque considero que tener amigos y familia que nos quie-ran es una bendición y constituyen otro pilar muy importante, ya que

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comparten nuestros sentimientos y están cuando más los necesitamos. ¡Gracias!

A la mañana siguiente volvimos a casa. A las cuatro de la tarde, nos cru-zamos al cementerio a despedir el cuerpito hermoso de tan sólo 25 años y medio de vida, con esa alma tan especialmente maravillosa. Desde nuestro hogar hasta el cementerio hay que recorrer tres kilómetros, más o menos, zigzagueando un camino lleno de bellos árboles y plantas. En la mitad del camino me pareció oír sobre mi oído derecho un susurro con la voz de Juanjo que me decía:

“Mamá, estoy bien”.

Con mi pensamiento le pregunté:

“¿Dónde estás?”

Y me volvió a decir

“Mamá, estoy bien…”

Ese fue el primer mensaje que recibí de mi querido Juanjo. Se lo conté a José que estaba conduciendo. Nos dio fuerzas para asistir a su des-pedida física. Cuando llegamos, con las lágrimas y el dolor que no nos dejaba ver bien, pudimos entrever que había muchísima gente, a decir verdad muchísimas almas, porque sentí el cúmulo de amor, emoción, que emanaba en ese lugar.

¡Cuánta gente te quiere hijo mío!

Al regresar a casa, intentamos mirar fotos de Juanjo, pero realmente eso nos hacía mal, nos propusimos con José ir de a poco superando los obstáculos que nos impidiesen acercarnos a los recuerdos de nuestro

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adorado hijo. Esa misma noche, estando con José, Lalo y Lucy, nues-tros amigos del alma, observé desde el interior de mi casa una estrella que titilaba en forma exagerada. Sentí que era él.

A la mañana siguiente llamé a Laura para contarle la sensación que había tenido. Sorprendida me contó que ese mismo día, de regreso a su casa, su hija Sofía estaba acostada en la parte posterior del auto mirando hacia arriba, a través de la luneta. Le pidió a su mamá que mirara al cielo, pues había una sola estrella y titilaba mucho. Luego de verla Sofía cerró sus ojitos y se durmió serenamente. A la noche siguiente, Laura y yo salimos al fondo de casa a observar la estrella y de golpe un haz de luz en forma de látigo apareció debajo de esta estrella, lo que provocó un grito de emoción y feliz sorpresa de parte de las dos.

En la familia frecuentamos un médico especialista en clínica médica, a mi criterio, místico, sabio, tranquilizador, el Dr. Héctor Barrena, en quien confiamos plenamente y es nuestra ayuda permanente. Lo visi-tamos el 9 de noviembre de 2005 y nos habló a José, Laura, Hernán y a mí de una manera muy contenedora y nos aseguró que el alma de Juanjo estaba en paz y que seguramente ansiaba vernos bien. Nos dijo que teníamos que hacer el duelo lógico, nos leyó la página del día 9 de noviembre del libro “Los cinco minutos de Dios”, de Alfonso Milagro. En uno de sus párrafos decía textualmente:

Hay una estrella en nuestro camino y esa estrella es la que debe guiar-nos no solamente hacia la patria definitiva, sino para seguir la ruta mientras vamos peregrinando…Somos caminantes, somos peregrinos, dejemos una estela de verdad y de bien…

El Dr. Barrena, su esposa Silvia y sus hijos Roque y Jeremías nos obse-quiaron una tarjeta con un maravilloso escrito de San Agustín que enri-queció nuestras almas y nos abrió el camino a la esperanza. Y así dice:

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SI ME AMAS

No llores si me amas…Si conocieras el don de DiosY lo que es el cielo…Si pudieras oír el cántico de los ángelesy verme en medio de ellos…Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojoslos horizontes, los camposy los nuevos senderos que atravieso.Si por un instante pudieras contemplar como yola belleza ante la cual las bellezas palidecen…¡Cómo!...¿Tú me has visto, me has amadoen el país de las sombrasy no te resignas a verme y amarmeen el país de las inmutables realidades?Créeme. Cuando la muerte vengaa romper tus ligadurascomo ha roto las que a mí me encadenaban,cuando llegue el día que Dios ha fijadoy conoce, y tu alma venga a este cieloen el que te ha precedido la mía…Este día volverás a verme.Sentirás que te sigo amando, que te amé,y encontrarás mi corazóncon todas sus ternuras purificadas.Volverás a verme en transfiguración,en éxtasis feliz.Ya no esperando la muerte,sino avanzando contigo,que te llevaré de la manopor los senderos nuevos de luz y de vida.Enjuga tu llanto y no llores si me amas.

San Agustín

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Una tarde, buscando consuelo, explicación a nuestro gran dolor, fuimos con José a visitar al hijo de unos queridos amigos nuestros, Gustavo. Nos trasladamos hasta el seminario donde él reside, en Villa Devoto. Gustavo, de 28 años, estudia para ser sacerdote. Además del estudio se necesita vocación, sensibilidad especial, humildad, paz espiritual para lograr ser un buen mensajero de Dios. Todas estas virtudes las vimos en Gustavo, y no eran sino el fiel reflejo de lo que es su familia. Hablamos más de una hora y media, sentados en una austera sala. Mate de por medio, nos habló como un pequeño sabio. Digo pequeño por su corta edad. Nos ayudó mucho con sus palabras y escuchándonos. Sus ojos tan dulces y transparentes, no sólo por el color celeste, nos transmitían una paz que lograba aliviar el dolor que nos oprimía.

¡Gracias Gustavo! A los pocos días fuimos a visitar a un sacerdote que el Dr. Barrena nos recomendó; tuvimos una charla agradable, lo que nos produjo cierto alivio y pensamos que era acertado el camino que estábamos transitando en nuestro gran dolor. El sacerdote, amablemente, nos ofreció organizar una misa para Juanjo cuando se cumpliera un mes de su fallecimiento. Al día siguiente mientras íbamos a trabajar con José, en el auto, yo pensaba si realmente Juanjo quería esa misa, ya que él no era creyente, y de repente veo un auto delante de nosotros, con una calcomanía que decía: “UNLIKE” (no me gusta). Esto lo interpreté como una respuesta y decidimos no hacer la misa.

¿Era posible que el amor y la comunión que teníamos con Juanjo se diluyeran y desaparecieran abruptamente? Desesperadamente pensé que el cordón de platino que nos unía no podría desprenderse jamás. Así que pude reflexionar. Juanjo era diseñador gráfico, creativo, suma-mente curioso, habilidoso, a mí me gusta la pintura. Teníamos una gran conexión, entre otras, en ese sentido. Sentí que podríamos comunicar-nos a través de dibujos, se me ocurrió utilizar el cielo y las nubes, con-

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fiando en sus grandes aptitudes e imaginación. Lo primero que se me cruzó por la mente fue que dibujara en el cielo, si podía, a Fido Dido, un personaje que a él le gustaba.

Le pedí eso, porque yo recordaba un inolvidable, reciente viaje que habíamos disfrutado los tres, José, Juanjo y yo en Italia. Sucedió que mientras nos dirigíamos hacia el lago de Como, y en tanto José condu-cía, Juanjo y yo observábamos el mapa para saber qué ruta tomar. Le comenté entonces que el referido lago, en el mapa, se parecía e ese per-sonaje. Y eso nos había causado gracia. Al día siguiente de mi solicitud, mientras estábamos en el cementerio con José, Laura y Hernán, observé en el cielo unas nubes que parecían dibujar al personaje. Una sonrisa apareció en mis labios, Laura lo advirtió y me dijo:

“Veo que en este momento Juanjo está con vos”.

Pensé en lo difícil que le había resultado a Juanjo esa tarea, ya que no se trataba de un dibujo simple. Entonces le pedí para el día siguiente que dibujara, si podía, una pelota, porque él amaba el fútbol. Al día siguiente las nubes eran más pomposas. Esa tarde subí a mi dor-mitorio y cuando abrí las cortinas del ventanal, frente a mis ojos vi una gran pelota blanca de nubes. ¡Esto me confirmaba que él estaba! A partir de ese momento la primera sensación de alivio invadió mi ser. Sin embargo lo veía a José muy agobiado. Le pedí a Juanjo si por favor podía de alguna forma mejorar su estado. Al día siguiente, mientras regresábamos a casa, José me comentó:

“¿No te sentís más aliviada?, porque yo sí, deben ser las pastillas que estamos tomando”.

Entonces le conté mi pedido, que había compartido en secreto con Laura.

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Me sentí con ganas de ver las fotos del viaje. Con mezcla de dolor, alegría de ver su rostro, angustia, nostalgia, las observé detenidamente una a una. Me trajeron recuerdos recientes, de 17 días de inmejorable convivencia y disfrute pleno. Juanjo era quien las había compaginado ordenadas por ciudad, él había elegido cuál foto iba y cuál no. Cuando llegué a las fotos de Lisboa, ante mi asombro encontré una que había tomado Juanjo donde se veía su propio dedo índice señalando el cielo bien celeste acompañado por nubes blancas. Recordé el momento en que me había dicho:

“Mami, esta foto me gusta”.

También recuerdo que mi reacción fue nula, no hice comentarios pues me pareció una foto intrascendente… no quise ver. Ahora esta foto me confirma que Juanjo desde su inconsciente sabía cual era el camino y hacia donde me tenía que dirigir para comunicarme con él.

Dedo de Juanjo

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Paisaje de Paraíso

José es un ser maravilloso, íntegro, dulce, protector, mi amor, mi amigo, mi compañero de toda la vida, a quien amo con el alma, con quien pudimos formar la familia que realmente deseamos, con dos maravillosos hijos que siempre irradian amor, bondad, ternura. Puedo decir con orgullo que la felicidad siempre nos acompañó. Aún pasando momentos difíciles, como la pérdida de nuestro embarazo de ocho meses, con enfermedades, con partidas de familiares y amigos, con problemas laborales...

Cada piedra que se interpuso en nuestro camino, la fuimos superando y resolviendo juntos, consolidando aun más nuestro amor y nuestra unión. La ausencia física de Juanjo es lo peor que nos está ocurriendo en esta vida. A pesar de ello, dormimos muy bien de noche, ¡no nos explicamos cómo! Una madrugada, no recuerdo exactamente cuándo, pero fue a los pocos días que Juanjo había partido, a las 5:30, José se levantó para ir al baño. Me desperté y no sé por qué, me acerqué a la ventana. Abrí las cortinas y me encontré con un paisaje maravilloso. El cielo totalmente rosado, esperando la salida del sol. Ninguna nube. El jardín, situado al fondo de nuestra casa, literalmente lleno de nutrias y gansos que habitan normalmente en el bello y manso arroyo natural que corre en ese lugar. Sólo una nube transparente, muy alargada, en forma de avión pasó en forma ligera frente a mi vista. Sentí que así sería el Paraíso. Luego, como si alguien guiara todos estos animales, en forma pausada y muy tranquila volvieron al lago.

¡Qué regalo me hiciste, Juanjo! Gracias.

Sueño de Laura

Laura, mi ángel en la tierra, mi hija, mi otro orgullo, la amo con toda mi alma, la siento tan conectada con su hermano y más cerca de mí que

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nunca. Ella es un ser especial, sensible, inteligente, transparente, hija ejemplar, llena de amor, protectora con sus hijas, con su marido, con José y conmigo. Es el pilar fundamental de la fuerza que estamos tratando de armar para seguir viviendo, y no sobreviviendo, como decía Juanjo en una de las frases que escribió y que presentamos en este libro.

Me sentía segura de recibir una próxima respuesta. Tenía la imperiosa necesidad de saber cómo estaba. “Hijo del alma, que no te puedo ver ¿Estás bien?”, le pregunté, “Si es así dibujame por favor, si podés, sonrisas durante todo el día de mañana”, ya que iba a realizarse la misa en honor a las personas fallecidas durante esa semana en el cemen-terio, y todos los que lo queríamos nos reuniríamos allí.

El 11 de noviembre Laura soñó que Juanjo le decía que había algo que no quería. Ella no pudo darse cuenta de qué se trataba. Pero me contó que sintió que no era grave. El día 12 de noviembre fue una buena oca-sión para reunirnos todos los que amamos a Juanjo. En el medio de la misa, Laura muy angustiada se levantó y se retiró de forma repentina. Ella dice que por respeto nunca lo hubiera hecho. Luego me dijo que era eso lo que Juanjo le decía en el sueño. Esa misa había resultado tra-dicional, genérica, de cumplimiento formal, y no aliviaba los corazones de los que tanto queremos a Juanjo.

Ese mismo día, 12 de noviembre, me levanté temprano, bajé las escale-ras y me dirigí al fondo de casa. Con llanto de emoción, observé en el cielo la parte superior blanca y la parte inferior celeste con dos ángulos en los extremos, ¡formando una gran sonrisa! Con el correr del día se fueron transformando en pequeñas nubes finitas, también en forma de sonrisas, y en el momento en que nos encontrábamos reunidos en el cementerio en una ronda con todos sus amigos, miré al cielo y les dije a los chicos que se quedaran tranquilos porque Juanjo estaba bien, que observaran la gran sonrisa que nos estaba regalando. Esa misma noche, junto a la estrella titilante, apareció una hilera de nubes muy finitas en

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forma de sonrisas, para sellar ese maravilloso trabajo que Juanjo había realizado, seguramente con todo su amor.

Ese mismo día quise saber si él podía ver. “¿Nos ves?”, le pregunté, “si es así por favor dibujá dos ojos”...

Al día siguiente, la mañana se presentó totalmente nublada. Con José estábamos detrás del ventanal de nuestro dormitorio observando el cielo.

“¿Ves algo entre las nubes?”, le pregunté emocionada. José no sabía cual había sido mi pedido, sin embargo dijo:

“Veo dos ojos”.

Efectivamente había dos grandes ojos que nos observaban profunda-mente. Sé que todo esto es difícil de creer, pero es lo que sucedió. ¡Ya sabíamos que estaba bien y nos veía! Seguí con mi interrogatorio, nece-sitaba como el aire que uno respira estar en contacto con Juanjo y saber más cosas. “¿Estás cerca de nosotros?”, le pregunté, “Si es así, por favor dibujá un 10 en el cielo”. Pedí esto porque él era fanático de Maradona. Les conté mi nuevo pedido a Laura y a José. En el trayecto de ida y vuelta al negocio buscamos entre las nubes el 10 y no lo encon-tramos.

Dejamos a Laura en su casa, luego nos dirigimos al cementerio. La tumba que contiene el cuerpito de Juanjo está situada al lado de un añejo, bello y gran ombú, entrelazado con un centenario eucalipto. Las ramas del ombú son gruesas y casi todas ellas parecen “jotas” de dis-tintos tamaños, como homenajeando a nuestro adorado hijo. Con José, siempre nos sentamos sobre una de las grandes raíces del árbol, la brisa y la sombra nos cobijan. Desde ese lugar, nos sentimos en paz, cerca de él, observamos el cielo, el paisaje manso y colorido, un gran parque

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con canteros de flores; a lo lejos la autopista y cruzando la misma, se ve parte de la cancha de fútbol donde Juanjo jugaba casi todos los sábados o domingos con sus compañeros. Particularmente ese día nos sentíamos realmente mal allí, porque habían colocado sobre el césped la plaqueta donde se leía el nombre de Juanjo con la fecha de nacimiento y muerte y las siglas QEPD; era el testimonio escrito de la partida de Juanjo. Abandonamos el cementerio con muchísima angustia.

Al salir, en el cielo, sobre nuestra derecha, descubrimos un gran 10 dibujado en nubes. ¡No lo podíamos creer! Durante el corto trayecto hasta casa, serpenteando el camino, aparecía sobre nuestra vista y a veces se escondía. Cuando llegamos, bajamos el auto al garaje y subi-mos corriendo por la escalera lateral al patio del fondo. El 10 seguía allí, majestuoso. Lo observamos con emoción durante un rato hasta que fue desapareciendo. ¡Juanjo estaba cerca de nosotros! Nuestra angustia se esfumó.

Ahora que sabía que estaba bien, que nos veía, que estaba cerca, le pre-gunté: “¿Siempre vas a estar con nosotros? Si es así por favor dibujá un corazón”.

Al día siguiente todas las nubes parecían corazones. Nos encontrába-mos reunidos en familia en el fondo de casa, disfrutando del maravi-lloso dibujo que había logrado. Hernán le tomó una foto, su corazón quedó inmortalizado.

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Iniciales

Corazón

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Iniciales de Juanjo

Un día le pedí a Juanjo que si podía me dibujara sus iniciales. Lo hice porque quería saber si continuaba con nosotros. Al día siguiente apareció el cielo totalmente celeste y solo una nube larga y finita como una flecha que terminaba en unos árboles que se encuentran detrás de nuestra casa. Comencé a observar esos árboles y advertí que entre los tres, con sus ramas formaban la inicial JJB. ¡Con sólo mirar hacia el fondo de casa todos los días puedo apreciar su presencia!

¡Gracias Juanjo!

Habían transcurrido tan sólo veinte días del accidente y Juanjo había logrado incorporar en nuestras almas alivio, paz, amor, serenidad. Para-lelamente, se fueron sucediendo otros hechos que nos demuestran la permanente presencia de nuestro ángel. Sofía y Mora son nuestras divi-nas nietitas, hijas de Laura y Hernán, además, ambas ahijadas de bau-tismo de Juanjo. ¿Cómo su padrino no se iba a comunicar a través de ellas?

Saludo a Mora

Esto ocurrió dos veces. Pero la segunda vez, Mora, de tan sólo quince meses de edad, estaba en el patio de casa junto a Laura, que la estaba hamacando. Laura observó que Mora tiraba besos, miraba, se sonreía y saludaba hacia un determinado lugar, a su izquierda. Nadie se veía allí, ni siquiera un pájaro. En ese momento salí al patio y Laura me lo contó.

Entonces le pregunté a Mora:

“¿Dónde está Juanjo?”, y ella, con su dedito índice, nos señaló el pre-ciso lugar donde estaba haciendo llegar su saludo.

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Foto de Sofía

Estábamos en casa, era el viernes 25 de noviembre. Sofía se había pro-bado el disfraz de ratoncito con que actuaría al día siguiente en la fiesta de fin de curso de la escuela. Se la veía feliz. Hernán comenzó a tomarle fotos.

En la segunda foto apareció Sofía sonriente mirando hacia su derecha, llevando su mano izquierda hacia el mismo lado, y en ese preciso lugar, un haz de luz en forma de Jota, blanco brillante, con toda su parte inte-rior en forma de círculos.

Hernán tomó unas veinte fotos más con la cámara digital, pensando que era un efecto de las luces del comedor que podría repetirse, pero ese haz no apareció nunca más. Por primera vez Juanjo se presentó físicamente con su energía. ¡Qué bendición!

Sofía y la luz

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Aparición de Juanjo en una foto con Sofía y Mora, 27-11-2005.

Laura, que ama tanto a su hermano, tuvo la experiencia más terrenal de Juanjo después de su partida.

Así lo relata ella textualmente:

“El 6 de diciembre retomé mis clases de pilates. En realidad no hice nada, pasé la hora hablando de Juanjo con Roxana, mi profesora, y Julieta, su secretaria.

Les conté todo lo que había pasado desde la partida de Juanjo. Les hablé de los dibujos en el cielo, les mostré la foto del dedo, y la de Sofía con la luz.

En un momento, Roxana me contó que tenía una amiga que había per-dido a su papá, y que su mamá había quedado muy mal. Un día con-vencieron a la madre de que saliera a pasear con sus nietos y durante el paseo se sacaron una foto. Al revelarla se llevaron una gran sorpresa, el papá estaba en la foto con ellos.

Parece increíble, ¿no?

Cuando terminó de contarme esa experiencia yo le dije: “¡ojalá eso me sucediera a mí!”

Siempre que pienso en Juanjo me desespero por el deseo de verlo. Lo busco por todos lados, sobre todo en la casa de mi mamá, porque es ahí donde más siento su presencia.

Muchas veces le digo que quiero verlo, pero que no me quiero asustar. No sé por qué, pero creo que me provocaría un shock si se me presen-tara.

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Volviendo al 6 de diciembre, cuando llegué a mi casa, me puse a jugar con las nenas. A las dos de la tarde Olimpia, la señora que trabaja en casa, me pidió permiso para salir un rato, ya que Morita estaba durmiendo y Sofía estaba tranquila.

Quiero destacar que Olimpia nunca sale de mi casa a esa hora, en los cuatro años que trabaja con nosotros debe ser la primera o segunda vez que lo hace, parecería que yo me tenía que quedar sola con Sofía…Me senté delante de la computadora y pensé: “Voy a cambiar el protec-tor de pantalla”.

Fui directamente a una foto que les saqué a las nenas el 27 de noviem-bre en la casa de mi mamá. En la computadora tengo un montón de fotos, pero fui directamente a esa. Cuando apareció la foto en la panta-lla completa me encontré con Juanjo detrás de las nenas. ¡No lo podía creer! Él me escuchó, sabía que yo necesitaba verlo, y se me presentó de la mejor manera, en una hermosa foto de mis hijas.

Enseguida la llamé a mi mamá, que ese día estaba muy mal porque se cumplía un mes de la partida de Juanjo. Había acompañado a mi papá a hacer unos trámites en la Capital Federal, pero no supe cómo, ni ellos lo saben, estaban cerca de mi casa. ¿Fué una casualidad?, yo creo que no.

Esa foto los ayudó mucho. A mi mamá, porque al verlo se le llenó el corazón de alegría, y de ser un día muy triste, pasó a ser un día lleno de emoción.

Justamente ocurrió un martes, día en que mi mamá suele reunirse con sus amigas. Ella no quería ir más, pero ese día fue, esa foto le dio fuer-zas para retomar esas reuniones, que le hacen tan bien.

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Y a mi papá lo ayudó a empezar a creer en el después. Él veía los dibu-jos pero le costaba entender cómo los hacía. En realidad nadie entiende cómo los hace, pero después de verlo en esta hermosa foto, sabemos que su alma está cerca de nosotros, que nos ve, nos escucha, nos ayuda y nos manifiesta continuamente todo su amor.

Gracias Juanjo, gracias por demostrarnos de una manera tan “terrenal” que existe el después, que el alma trasciende y que permanece junto a los que ama…

Te amo con toda mi alma”.Lau…

Cuando llegamos al departamento nos abrazamos a Laura, le temblaba el cuerpo, y su corazón estaba a punto de estallar. Rápidamente, nos acercamos a la pantalla de la computadora, ante nuestra sensación de asombro, con alegría inconmensurable, pudimos ver su figura nítida, su hermosa cabeza con cabellos largos, con sus dos grandes ondas sobre la frente, sus bellos hombros en su típica postura. Este acontecimiento fue la gloria. Sabíamos que él estaba con nosotros, pero realmente nunca pensé que pudiese presentarse tal cual era en la tierra. Estoy segura de que las nenas, en el instante en que se tomó la foto lo vieron, es por eso que ambas expresan una mirada de asombro celestial. Juanjo estaba situado detrás de Hernán, quien la obtuvo, y apareció reflejado en el vidrio detrás de Sofía y Mora. Absolutamente todos los amigos y parientes lo reconocieron.

Laura mostró la foto a un amigo de José, Charly, que veía a Juanjo con asiduidad, por asuntos comerciales. Cuando observó la foto, comentó:

“Qué lindas están las nenas”.

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Laura le comentó si veía a alguien más en la foto. Charly dijo:

“Sí, sí, está Juanjo también.”

Cuando Laura le explicó que la foto había sido sacada el día 27 de noviembre de 2005, Charly no lo podía creer, quedó absorto. Hago este comentario por la imparcialidad de esta persona, que no era íntima de Juanjo, ni sabía de cuándo era la fotografía, pues podemos pensar que el amor hacia Juanjo nos puede hacer ver cosas que no existen.

Aparición Aparición

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Voy a agregar dos comentarios sobre esta sublime fotografía.

Laura y yo siempre estamos con las fotos de Juanjo en la cartera. Una tarde Hernán y Laura fueron a visitar a un amigo llamado Diego, quien se encontraba en la casa de su madre. Charlando acerca de Juanjo, Laura sacó de su cartera la foto, para mostrársela a Diego. Curiosa, su mamá también la quiso ver. La señora es muy religiosa. Quedó impactada al ver la figura de Juanjo. Pero aún se emocionó más cuando comentó que detrás de Juanjo, ella veía la Virgen del Rosario. Dijo que ella era muy devota de esa Virgen, la conocía bien y no le cabía ninguna duda. Lo que no sabía la señora es que Juanjo falleció en San Nicolás, ciudad donde apareció la Virgen por primera vez y lugar donde está situado su santuario.

La otra situación también es mística.

La hermana de Hernán, Marcela, es devota del Sagrado Corazón de Jesús. Ella afirma que el flash que se observa en la foto, junto con una pequeña cruz en su parte superior representa justamente esa imagen. En verdad, no conozco casi nada sobre figuras religiosas. Pero lo que me causó mucha impresión, fue otra gran coincidencia. Durante el esplén-dido viaje a París que hicimos con Juanjo, me había llamado mucho la atención, cuando vi en el CD que él mismo había armado, tres autofotos que se sacó en forma sucesiva. En ellas aparece la cara de Juanjo en primer plano y como fondo, el cielo, árboles y la maravillosa iglesia del Sagrado Corazón en Montmartre. Cuando Laura me relató lo que Mar-cela vio en la foto, comprendí el porqué de esas tres fotos similares.

Ojalá, Juanjo de mi corazón, estés en un lugar tan celestial, te amo.

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Sagrado Corazón

La mariposa o el ocho

El 22 de diciembre de 2005, le pedí a Juanjo que, si realmente él estaba feliz, me dibujara una mariposa o un número ocho en el cielo. Al día siguiente cambiamos los planes que teníamos, de perma-necer en casa, y acompañé a José al negocio, entonces no pude observar el cielo en todo el día. Pero el día 24 de diciembre a la mañana, está-bamos Hernán, Sofía y yo en el living de casa. Sofía se había acostado en el piso y mientras observaba el techo comenzó a repetir de manera reiterada:

“Ocho, ocho, ocho, ocho…”, unas diez veces.

Impresionada, al oirla le pregunté:

“¿Sofía, por qué decís ocho?”, a lo que me contestó:

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“Porque lo veo en el techo”.

“¿Dónde?”, le volví a preguntar.

“Ahí”, me dijo, señalando el techo.

“¿De qué color es?”, volví a preguntarle.

“Blanco”, me respondió.

Inmediatamente le conté a Hernán acerca de mi pedido. Los dos que-damos muy sorprendidos y felices, sabiendo que Juanjo también lo estaba.

El timbre suena dos veces

El 23 de diciembre de 2005, Laura estaba en su departamento con Sofía y Olimpia. Eran las cinco de la tarde aproximadamente cuando sonó el timbre del departamento.

Laura vive en un departamento de uno de los edificios de tres torres que componen un complejo con servicio de guardia en la entrada que avisa cuando alguien llega. Olimpia le dijo a Laura que el timbre había sonado. Laura también lo había oído y preguntó:

“¿Quién es?” Nadie respondió. Observó por la mirilla y vio encendida la luz del palier, que se enciende automáticamente mediante un sensor cuando hay alguien. Abrió la puerta y se encontró con el palier oscuro y nadie a la vista. Media hora más tarde, el timbre volvió a sonar. Sofía le dijo:

“Mami, el timbre”, y la historia se repitió como la vez anterior. ¿Juanjo?

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La Raqueta

Durante este tiempo estuvimos continuamente acompañados por toda la gente que nos aprecia; tanto con su respetuoso silencio, como, con los más íntimos, mediante su presencia física. Poupée, mi amiga, mi médica, mi “pilar” (ella me entiende), es una de ellas. Junto a Lucy fuimos a la cancha de tenis a pelotear un poco. Habían transcurrido aproximadamente cuarenta y cinco días de la partida de Juanjo. Con esfuerzo me reintegré al deporte que tanto me gusta. El buen consejo que me daban mis amigas, la necesidad de distraerme un rato y seguir un mandamiento de Juanjo:

“¿Qué hago hoy para progresar?”

Luego de pelotear durante cinco minutos, alcé la vista para mirar el cielo, como lo hago habitualmente, y me encontré con que estaba com-pletamente celeste, con tan sólo una nube en forma de raqueta perfecta, con encordado. La pudimos disfrutar Lucy, Poupée y yo. Interpreté que Juanjo estaba contento porque recomenzaba a jugar.

El logotipo de “Soluciones Vidriadas”

Algunos me decían que dejara de pedirle cosas a Juanjo, pues lo iba a cansar. El Dr. Rocca, médico psiquiatra, con quien habíamos comenzado a hacer terapia con José, me dijo que le parecía muy bueno ese nexo que tenía con Juanjo. Como dice el Dr. Barrena, ese nexo es el “cordón umbilical de platino” o como dice Poupée “el dolor de ombligo” pro-fundo que se siente cuando se pierde físicamente un hijo. De ahí surge la necesidad imprescindible de estar comunicado. Hacía una semana que no le pedía nada a Juanjo, pero él, sin pedírselo me había dibujado la raqueta, como ya les comenté.

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Entonces decidí preguntarle si no le molestaba que le pidiera, es más, que si le gustaba esta comunicación que teníamos, que me dibujara en el cielo el logotipo de “Soluciones Vidriadas”, nuestra empresa familiar, que había sido diseñado por él.

El martes 20 de diciembre de 2005, José leía en casa un libro que con cariño nos prestó una vecina, Marcela, llamado “Lazos de amor” de Brian Weiss, un reconocido psiquiatra, y yo, como siempre, estaba observando el cielo. De pronto, vislumbré la figura, tomé la cámara de fotos y el logo “SV” de la empresa quedó impreso para siempre en la cámara. ¡Que felicidad!

Seguiremos dialogando hasta que podamos. Tengo la certeza de que él está muy bien, y de que en algún momento nos encontraremos en otra dimensión.

Logotipo de Soluciones Vidriadas

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Los gansos

Una mañana, con angustia, extrañando su presencia física, su dulce voz, nuestros maravillosos diálogos, me acerqué al muelle que está en el fondo de casa, y me desahogué llorando con todas las ganas, y muy fuerte. Había un pajarraco negro en la punta del muellecito que en ese momento estaba defecando.

Le pedí a Juanjo que, si estaba conmigo, provocase su repetición (¡qué ridículo, a lo que puede llevar la desesperación por la ausencia!). En ese momento los catorce gansos que todos los días pasean por el lago, comenzaron a moverse, a aletear, a meterse debajo del agua, salieron, hicieron espuma, se fueron hacia la orilla de enfrente, volvieron hasta la nuestra donde me encontraba, aletearon y continuaron su camino.

Del llanto pasé a la risa. José se acercó para acompañarme, y me pre-guntó qué me pasaba. Le conté, y le dije que observara la cantidad de espuma que había quedado en el lago después de la fiesta de los gansos, que, para mi corazón, sin dudas la había organizado Juanjo, que con su proverbial espíritu travieso había elaborado una respuesta más hermosa de la que yo le había pedido. ¡Gracias!

La flor

Esa misma tarde, mientras jugaba al tenis, observé en el cielo una flor muy grande, cuyo tallo parecía un remolino gigante y su parte superior parecía una cala. El día anterior le había solicitado a Juanjo que me dibujara una flor, si me aseguraba que el día en que dejemos la tierra nos encontraríamos con él...

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La música también suena dos veces

José, es una persona totalmente racional y terrenal. Aunque me ayudó mucho reafirmando que él veía lo que yo veía, en el fondo, su escepti-cismo no lograba dar credibilidad a todo eso. Sin embargo, algo ocurrió el sábado 14 de enero. Estábamos todos en casa, Laura, Hernán, nues-tras dos nietitas y yo sentadas en el living mirando televisión, y José sentado en otra parte de la casa, leyendo. De pronto oigo el sonido de una música:

“Está sonando un celular”, dijo José, considerando que ahora la mayo-ría de los celulares están configurados con algún sonido musical cuando hay una llamada. Hernán se levantó y verificó su celular y el de Laura, que así están configurados, pero ninguno de los dos había sonado. José siguió inmerso en su lectura, y de pronto nuevamente se oyó la misma

Mi flor

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música. Entonces se levantó y siguió el sonido para ver de dónde pro-venía; la música lo llevó hasta un arcón donde nuestras nietas guardan todos sus juguetes. Abrió el mismo, y comenzó a sacar los juguetes que estaban arriba, ya que el sonido venía de más abajo. Cuando llegó a una pequeña cámara de fotos musical que los Reyes Magos le habían traído a Mora, la tomó, y en ese instante dejó de sonar. Lo increíble es que la cámara tiene tres botones; uno de ellos para reproducir la música que había sonado, pero para ello necesariamente hay que apretarlo...

¿Quién lo hizo?, ¿Juanjo? Puede ser. Lo cierto es que el escepticismo de José comenzó a desaparecer.

Dos mensajes en uno

Hay un grupo de personas en el barrio donde vivimos a las que senti-mos como una gran familia. Todos los martes del año, a la noche, nos reunimos un grupo de mujeres a jugar al Burako, charlar, compartir momentos de distracción, sociabilidad, amistad. Somos 18, aunque no siempre la asistencia es perfecta el grupo se encuentra bien representado todos los martes. Yo había dejado de concurrir, porque realmente mi único pensamiento estaba centrado en Juanjo. José participa también, el mismo día, de una cena con amigos del barrio. Un día de diciembre, decidimos dar otro paso pensando en la mencionada frase de Juanjo: “¿Qué hago hoy para progresar?”, y nos reincorporamos a los grupos. Fue realmente positivo. Sentimos una gran compañía y contención de parte de estos queridos amigos. ¡Gracias a todos!

Un martes de enero, mientras me dirigía en el auto a la reunión habitual, le consulté a Juanjo si él estaba de acuerdo con el emprendimiento de este libro, si era así que me enviara un número 9. Mis preguntas son realizadas también para saber que él me escucha, que está cerca… y para no desesperar. Pasaron cuarenta minutos y recibí una llamada de

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Laura en mi celular. Muy excitada, me relató que acababa de sonar su despertador. Es un despertador que Hernán y Laura tienen desde hace ocho años.

Está puesto para sonar a las ocho de la mañana. Todas las noches antes de acostarse lo conectan y a la mañana cuando suena lo apagan. Ese martes sonó a las 21:24, Hernán verificó el horario de la alarma y con-firmó que continuaba fijado a las ocho. ¿Qué había sucedido? Creo que Juanjo, mientras alegraba a los chicos con su presencia, me respondía que estaba de acuerdo con nuestro proyecto del libro, dado que la suma de los números del horario en que sonó da exactamente 9.

¡Gracias mi vida, otra vez!

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Comentario de José sobre este capítulo.

Es muy comprensible que todas estas manifestaciones del alma de nuestro querido hijo, que expresa Cristina en las páginas anteriores, no puedan llegarle a todas las personas de la misma manera. Hay quienes están muy abiertas a recibir o percibir mensajes de seres queridos que ya no están, otras que son escépticas (como lo era yo), otras que no lo creen aunque lo vean, y están también aquellas que aún creyendo no tienen la capacidad de percibir lo que el alma quiere transmitir.

Es indudable que Cristina, anteriormente una persona tanto o más escéptica que yo, ante la desesperación por encontrar la forma de comu-nicarse con Juanjo, liberó su mente y dejó fluir toda esa percepción que tenía guardada en aquel lugar. Confieso que este cambio es real, porque les aseguro que yo también he logrado abrir mi mente, quizás no tanto como Cristina, pero sí estoy seguro de que algún día nos volveremos a encontrar con nuestro adorado hijo.

Tal como dice Albert Clayton Gaulden en su libro “El lenguaje de Dios”, las almas se manifiestan permanentemente. Solamente hay que estar alerta a las señales. Lógicamente que esto nos sucede cuando sufrimos una gran pérdida y entonces, si logramos abrir nuestra mente y buscar los mensajes que nos envían, con toda seguridad podremos encontrar la paz que uno necesita para mitigar un dolor tan grande. Por otra parte, hay personas que aunque hayan sufrido una gran pérdida, tienen difi-cultades para abrir su mente. Entonces viven a través de la negación del hecho, o tratando de aturdirse con el trabajo para estar bien cansados a la noche y poder dormir.

Sin embargo, no se dan cuenta de que están llevando una cruz que algún día los aplastará, no porque sean malas personas, todo lo contrario, sino porque no están abiertos a la Fe y a la Esperanza que es lo único que ayuda a calmar los dolores por la pérdida de seres queridos, y cuando

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digo esto no me refiero a la fe religiosa solamente, sino a la fe en el Alma que sufre por transmitirnos mensajes y se desespera cuando no somos capaces de interpretarlos. Estas manifestaciones expresadas por Cristina, son absolutamente reales; de hecho, ¿sobre qué base científica podría alguien atreverse a asegurarle que no son ciertas, de la misma forma que no podemos asegurar científicamente que ésta es la realidad que nos tocará vivir? Todo esto es producto de la Fe, la Esperanza y sobre todo del AMOR, ese amor inmenso que tuvimos con nuestro hijo y que hoy recíprocamente nos lo manifestamos. Sin AMOR nada es posible. El AMOR todo lo puede y como dice el título de uno de los libros del Dr. Brian Weiss : “SÓLO EL AMOR ES REAL”.

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José y Laura escriben...

La vida en familia durante los últimos treinta y un años fue maravillosa.

En los primeros cinco años, con nuestra adorada Laura, descubrimos la inmensa felicidad del milagro de una vida, gestada con todo el amor.

Cuando la vimos, asombrados, comenzamos a disfrutarla, protegerla, amarla. En realidad, desde que el antiguo “ortho test” dio positivo la dicha total estuvo con nosotros.

La felicidad se multiplicó para los tres cuando llegó Juanjo.

Toda la historia que nace con la vida de Juanjo en familia la vamos a disfrutar a través de las vivencias de José y Laura en los capítulos 2, “Mis últimos 25 años”, y 3, “Tu hermana”, respectivamente.

Ellos nos relatan sus sentimientos más profundos, sus angustias ante la pérdida física de Juanjo.

Es la realidad de nuestra familia, formada por un verdadero e incon-mensurable amor.

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“La vida no es luchar todos los días para no discutir, o tener miedo a perder a alguien, porque si nos perdemos a nosotros mismos no vamos a poder amar a nadie”

Juanjo

CAPÍTULO 2

Mis últimos 25 años

Elegí esta frase de Juanjo para comenzar a redactar mis reflexiones sobre esta terrible tragedia que puso y pone a prueba cada día nues-tra fortaleza familiar para poder continuar adelante, porque en ella hay palabras o fragmentos de frases que durante toda mi vida fueron muy importantes para mí:

- Vida - Luchar todos los días - Tener miedo a perder a alguien - Amar

Vida. ¿Qué es la vida? Un simple paso por este mundo terrenal que debemos, a mi juicio, transitarlo con simpleza, humildad, proyectos y, fundamentalmente, Amor. Amor por los hijos, los nietos, los familia-res y todas las personas que de alguna manera llegan a nuestra vida, como amigos o simplemente como conocidos. Parece tan simple, y sin embargo qué difícil es.

Cuando abrimos el periódico todos los días, lo que se destaca son todos

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los grandes defectos del ser humano: odio, guerras, robos, etc., es muy difícil encontrar una noticia que alegre el alma, y cuando la encontra-mos, es tan pequeña, que a veces ni ponemos nuestra atención en ella.

Luchar todos los días. Éste ha sido mi permanente objetivo desde que formamos nuestra empresa junto a Lalo, mi amigo de toda la vida, allá por 1973. Luchar todos los días para tener una vida mejor desde el punto de vista material, pero fundamentalmente luchar todos los días para formar una familia como lo había soñado, y como felizmente logré formar. Por supuesto que esto no ha sido mérito personal, sino que en todo este recorrido hasta hoy, nada hubiera sido posible sin la presencia y la ayuda del amor de mi vida: mi inseparable esposa Cristina.

Tener miedo a perder a alguien. Muchas veces, en sueños o en medita-ciones he pensado en la posibilidad de perder definitivamente a alguien querido, y en cómo sería capaz de afrontarlo cuando llegara ese triste momento (por supuesto que también podía ser yo el primero en partir, pero bueno, en ese caso, esos pensamientos simplemente hubieran sido vanos). Imaginé qué pasaría si perdía a mi santo padre, lo que sucedió en 1988, o a mi madre, que nos dejó en 1995, a mi querido y entrañable suegro, fallecido en 1990. Y las reacciones ante estas pérdidas han sido casi como las había imaginado.

El lógico dolor de la pérdida por todos ellos estaba atemperado por la tranquilidad de saber que habían cumplido razonablemente todos los ciclos de sus vidas (Si bien mi suegro falleció a los 65 años, tanto mi padre como mi madre nos dejaron a una edad bastante avanzada). Lo que nunca pude imaginar -y si en el algún momento se me cruzó por la mente debe de haber sido como una fugaz ráfaga de aire- fue meditar acerca de la pérdida de un hijo.

Yo veía por televisión a esos padres que habían perdido a sus hijos por diferentes motivos (enfermedades incurables, en los casos de robos o

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secuestros, etc.), y no podía entender cómo estaban de pie hablando ante las cámaras con profunda tristeza pero con una entereza admira-ble (caso Blumberg, por nombrar a alguien muy conocido). No podía entenderlo y menos explicármelo. Decía: ¡Pobre gente! ¿Cómo se puede soportar un dolor tan terrible?

Amar. Será por el enorme amor que me brindaron mis padres durante toda su vida que incorporé a mi mente que la única manera de llevar adelante una relación familiar o una amistad, tendría que ser a través del amor. Amor por todo. Amor por lo que tenemos, por lo que disfrutamos, por nuestros proyectos, por estar juntos, por vernos, por abrazarnos, por besarnos, por tenernos…

Y eso fue lo que hicimos en nuestra familia durante los últimos treinta y un años. La cosecha no podría haber sido más fructífera. La vida nos dio una familia maravillosa y una legión de amigos incomparables durante las diferentes etapas que transitamos. Sentimos permanentemente su apoyo, su cariño, su profundo respeto por nuestro dolor y su constante compañía aún desde sus silencios.

La llegada de Juanjo

La llegada de mi adorado hijo Juanjo fue en un momento muy particular de nuestras vidas. Un año y medio antes habíamos perdido un bebé en el parto y Cristina sumida en una profunda tristeza sacó fuerzas de fla-queza y decidió, contra todo lo aconsejado, volver al intento de quedar embarazada. Esto sucedió al año, y su embarazo no fue precisamente lo que se dice tranquilo.

A los dos meses comenzó con pérdidas y tuvo que estar en reposo per-manente mucho tiempo, pero su deseo inquebrantable de tener otro hijo para acompañar al sol que teníamos hasta ese momento, Laura, fue más

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fuerte que todo lo que podía interponerse. Para tranquilidad de ella y del bebé, se internó preventivamente quince días antes de la cesárea programada en la Maternidad Sardá de Capital, y así el 8 de mayo de 1980 nació nuestro adorado Juanjo.

Para toda nuestra familia era la felicidad completa. Laura, su hermana lo recibió con una adoración tan grande que parecía imposible que no tuviera celos de su hermano, a pesar de que ella apenas contaba con cinco años. Había llegado a la Tierra un ser muy especial. Un auténtico ángel.

Su infancia

Desde sus primeros pasos, advertimos que Juanjo era un chico feliz. Disfrutaba de todo y ya comenzaba a mostrar hermosos aspectos de su personalidad. Cariñoso, besuquero, compartía sin problemas sus jugue-tes con otros chicos, rara vez se lo veía enojado o peleando con algún amiguito, jamás con la hermana. Había una sola cosa que lo ponía de mal humor: cuando lo retábamos por alguna travesura que juzgábamos inconveniente. Se ponía terco como una mula, pero con paciencia y con amor, le hablábamos y al rato ya estaba bien nuevamente.

Creo que éste ha sido el mayor mérito que hemos tenido como pareja con Cristina: haber criado a nuestros hijos dándoles solamente amor, y fijando los límites a través del razonamiento. Nunca han sido castigados más que con una larga charla explicándoles dónde creíamos que estaba el error, y luego de entenderlo, sobrevenía un cariñoso abrazo y un beso para restablecer la armonía familiar. Recuerdo los torneos de paddle de padres e hijos en los que intervinimos juntos cuando tenía alrededor de 9 ó 10 años. Siempre íbamos muy contentos a jugar y el resultado de los partidos era lo que menos importaba. Yo me daba cuenta de que él disfrutaba por el solo hecho de jugar conmigo.

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En los torneos infantiles de fútbol que se organizaban en la playa, en Punta del Este, durante las vacaciones, se divertía muchísimo y a pesar de que siempre le pegaban bastante durante los partidos -era muy habi-lidoso con la pelota-, él se levantaba con una sonrisa y seguía jugando.Era inmensamente feliz.

Su adolescencia

Prácticamente nada cambió entre su infancia y su adolescencia. Me refiero a su satisfactoria forma de ser. Hacia los 18 años aún no se había desarrollado físicamente, pero nada le impedía ir a los bailes aunque su aspecto físico parecía el de un niño de 12 años, ni salir con amigos que lo doblaban en altura. Nunca tuvo complejos por esto. Su autoestima -dentro del marco de su natural humildad- siempre fue súper elevada.

Comenzó sus estudios primarios en la escuela Juana de Arco, donde mi hija cursó el primario y el secundario completo, y terminando el segundo año del secundario, nos pidió que contempláramos si podía-mos cambiarlo de escuela, porque en la que estaba había muy pocos alumnos y él quería estar en un colegio con muchos compañeros. Le explicamos que por lo general en las escuelas privadas no hay muchos alumnos por aula. Entonces nos pidió que lo inscribiéramos en una del Estado, y así fue que desde el tercero hasta el quinto año los cursó en la escuela Normal de Quilmes, donde había más de treinta alumnos por aula. Estaba contentísimo. “Por fin podemos armar un equipo de fútbol”, dijo entonces. El fútbol era su pasión, y cuando comenzaron a jugar en los torneos intercolegiales desbordaba felicidad.

De su paso por el primario y el secundario conservó muchos amigos de ambas escuelas. De la última, uno de sus amigos más entrañables es Pablo, quien más adelante contará sus experiencias vividas con Juanjo.

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Su juventud

Al finalizar los estudios secundarios comenzó a pensar qué iba a estu-diar en el futuro inmediato. Juanjo no era un alumno muy aplicado, pero su orgullo y su amor propio podían más, y por eso terminaba todos los años con la totalidad de las materias aprobadas, evitando así el tener que pasar el verano estudiando. Él disfrutaba muchísimo de sus vacaciones y hacía cualquier esfuerzo para no perdérselas. No sabía muy bien qué quería estudiar. Sabía, porque siempre hablábamos en la mesa a la hora de la cena, que era muy importante para él obtener un título universita-rio; primero, porque el mundo que se veía venir no daba muchas opor-tunidades a los no profesionales, y segundo, porque un ciclo terciario eleva los conocimientos generales y abre la mente a nuevos proyectos.De esto llegó a darse cuenta cabalmente, y nos lo agradeció siempre.

Después de un test de orientación decidió estudiar Diseño Gráfico, y parece que esta carrera estaba aguardando que él la eligiera, porque la abrazó con tanto cariño, que aseguraba que no se imaginaba estudiando algo diferente. Es una carrera donde la creatividad es un elemento fun-damental y eso le encantaba. Poder crear. Poder pensar. Poder observar cada detalle. Era un detallista por naturaleza. Cuando era pequeño y veía una puerta de algún mueble abierta, la cerraba de inmediato (hoy mis dos nietas hacen exactamente lo mismo). Durante su carrera uni-versitaria comenzó a trabajar en mi empresa, pero cuando estaba más avanzado en sus estudios, me planteó la necesidad de emprender un proyecto propio vinculado a su futura profesión, a desarrollar con uno de sus más íntimos amigos, Gustavo. Mi reacción al instante fue de una enorme tristeza. Había soñado con que mi hijo algún día pudiera reem-plazarme, pero hablé con Cristina y nos pareció que debíamos dejarlo volar. Que era un ser libre y por lo tanto no teníamos derecho a coar-tar sus proyectos. Y así fue. Le dijimos que nos parecía fantástico, le deseamos mucha suerte y que, si el proyecto fracasaba, las puertas de la empresa continuarían abiertas para él. Pero yo estaba seguro de que,

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por su capacidad y por su amor propio, nunca volvería a trabajar en la empresa. Si yo algún día quería trabajar con él debería ser en un pro-yecto suyo.

Al graduarse quiso crecer en su proyecto de empresa y continuamente me pedía consejos o reflexiones sobre las muchas ideas que tenía en su mente. Así fue que, paso a paso, fui involucrándome en sus proyectos a tal punto que dejé mi actividad para zambullirme directamente en su anhelada empresa. Él estaba muy contento con mi decisión, y yo me sentía de la misma forma en que se sentía él cuando jugábamos aquellos torneos de paddle. Era el gran remate de mi vida empresarial. Crear una empresa donde mis hijos se desarrollaran y pudieran ver en mí al con-sultor de confianza. El que siempre les decía: “denle para adelante”. Estaba tan seguro de sus capacidades, que no tenía ninguna duda de que estaban en el camino correcto.

No obstante, si el fracaso llegara a interponerse en sus caminos (uno nunca puede predecirlo, y menos en países como el nuestro, donde hoy se puede ser millonario y mañana, mendigo), tanto Cristina como yo teníamos la enorme tranquilidad de que ambos, Laura y Juanjo estaban preparados para enfrentar un mundo difícil. Nuestra tarea como padres en cierta forma había concluido. Ahora necesitábamos dedicarnos a nuestros dos nuevos soles: Sofía de cuatro años y Mora de uno, las hijas de Laura y Hernán. Era como volver a empezar, pero diferente. Más lindo, con menos responsabilidades pero con la posibilidad de transmi-tir todo el amor que uno lleva adentro.

Los nietos llegan en el momento justo. Cuando los hijos comienzan a volar y la casa va quedando vacía, comienza a llenarse nuevamente, con nuevas almas, con aires renovados, con más amor. Pensar que teníamos por delante la oportunidad de volver a dar todo el amor que le habíamos dado a nuestros hijos, ahora a nuestras nietas. Era como volver a la fuente de la juventud.

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Para esa época Juanjo también se había independizado del hogar fami-liar y vivía solo en un departamento acorde a lo que él siempre fue: sencillo, de buen gusto, tenía lo estrictamente necesario y lo disfrutaba como el tesoro más preciado. En alguna oportunidad le comenté que con el tiempo podríamos comprar uno un poco más grande para él, y que el suyo lo podríamos usar nosotros para quedarnos algunos días en Capital, de esa manera no tendríamos que viajar tanto durante la semana para ir a la empresa, que se encuentra a 45 km. de nuestra casa.Me contestó que si era por nuestro bienestar no tenía problemas, pero que si era para que él estuviese más cómodo, ello era absolutamente innecesario.

Él allí se encontraba en el lugar soñado. El año y medio que vivió en su departamento fue un tiempo en el que disfrutó intensamente cada minuto de su vida. Trabajaba, jugaba al fútbol, entrenaba tres ó cuatro veces por semana, salía con amigos. En fin, vivía cada segundo como si fuera el último. Quizás su inconsciente ya le estaba indicando que el tiempo en la vida terrenal se le estaba terminando.

En octubre de 2005 hicimos un viaje a Europa para participar de una exposición en Milán, Cristina, Juanjo y yo. Estuvimos 17 días en los que compartimos cada momento de su vida con una alegría inmensa, pues si bien en Buenos Aires durante la semana nos veíamos en el trabajo, no teníamos mucho tiempo para sentarnos a conversar sobre temas de la vida. Todas las noches que estuvimos en Europa Juanjo se propuso salir a disfrutarlas. Después de cenar, Cristina y yo nos íbamos a des-cansar y él salía solo. Lo hizo en Milán, en París, en Lisboa. No tenía problemas para hacer amigos o para pasarla bien, aunque estuviera solo y no conociera el idioma del lugar. No sé cómo, pero él todas las noches volvía feliz.

Le gustaba conocer gente, hacer amigos, divertirse, en fin, nuevamente seguía viviendo cada minuto de su vida como si fuera el último.

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Volvimos del viaje con un gran entusiasmo. Vimos cosas muy interesan-tes para el proyecto empresarial de la familia y habíamos comenzado a ordenarnos para que cada uno ocupara el lugar que le correspondería en el organigrama de la empresa. Para ello, tanto Hernán, como él, se habían anotado en la Universidad Austral para hacer un curso sobre Dirección de Pequeña Empresa. El curso comenzaba el 9 de noviembre de 2005.

La tragedia

El jueves 3 de noviembre de 2005 tuve que viajar a Montevideo y como no me coincidían los horarios de los vuelos, me quedé y regresé el 4 por la noche. Apenas bajé del avión, le mandé un mensaje por radio para saber dónde y cómo estaba, y me dijo que se encontraba a cincuenta kilómetros de Rosario, llevando un cartel para uno de sus clientes. Le mandé un beso y le dije que se cuidara mucho. Fue mi último contacto con él en la vida terrenal.

Al otro día, a las 9 de la mañana, me llama su amigo Gustavo para decirme que habían tenido un accidente y que Juanjo había sido trasla-dado al Hospital San Felipe de San Nicolás. Nada más podía agregarme, porque a él y a Sebastián, otro gran amigo, los habían llevado a otro hospital. No sé por qué, en ese momento estuve seguro de que estaba por enfrentar la situación más difícil de mi vida. Algo que nunca había pensado y para lo que no estaba preparado. De todos modos, partimos con Cristina para San Nicolás con todas nuestras esperanzas intactas. El panorama inicial no fue alentador. Juanjo estaba en coma, con fractura de cráneo y edema cerebral. En ese instante le estaban por hacer una tomografía.

Según el médico terapista, en la tomografía, a pesar de que el pronós-tico era extremadamente grave, se veían signos que alentaban alguna

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esperanza por cuanto no mostraba más lesiones que las que él había indicado antes. “En estos casos”, dijo, “el tiempo es fundamental. Las primeras 72 hs son cruciales para él. Si logramos mantenerlo estable, hay alguna posibilidad”. Luego, si eso se cumplía, evaluaríamos las consecuencias que podrían venir. Pero, lo importante en ese momento era preservar su vida. Esa misma noche un matrimonio muy amigo nues-tro, ambos médicos, nos propusieron llevar a un director del CEMIC para evaluar el estado de Juanjo. Aceptamos de inmediato y a las dos de la madrugada del domingo 6 de noviembre llegaron los médicos para hacer la evaluación.

El director del CEMIC iba y venía, discutía con el terapista del hospital, analizaba los estudios realizados y se lo veía muy nervioso. Nosotros estábamos sentados en el piso rogando que alguna ventana estuviera abierta a la posibilidad de la salvación de nuestro hijo. Luego de un rato, que pareció una eternidad, se acercó este médico, transpirando y muy nervioso para decirnos que lo de Juanjo era irreversible. No res-pondía a ningún signo de dolor, de reflejos, nada. Tenía complicaciones pulmonares, cerebrales, y toda una serie de datos médicos que Cristina y yo no quisimos escuchar.

En ese instante, sentí que la tierra se partía en dos y que un enorme agujero comenzaba a absorberme. Entré en un estado de desesperación, de llanto, de ira, de impotencia, que rayó la locura. Era el final. Todo se desmoronaba. Los sueños, las ilusiones, la felicidad que teníamos hasta unas horas atrás y por supuesto el dolor de no poder ver ni abrazar nunca más a nuestro querido hijo. Esa situación era terrible, máxime para una persona como yo, que ERA totalmente escéptico a cualquier creencia religiosa. Yo estaba deshecho y sentía que quería morirme en ese ins-tante. Me había imaginado todo en la vida, menos este momento. No estaba preparado para semejante dolor. Pensé que realmente era el final y que ahí terminaríamos, junto a Juanjo. Sinceramente no pensé en nadie más. No podía.

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No podía pensar en mi hija que me necesitaba, en mis nietas, en Hernán, en mis amigos. En nadie. Sólo el vacío, la desesperación y la voluntad de morirme en ese instante, eso era lo que sentía. Cristina, que al igual que yo estaba al borde de la locura, con una enorme fortaleza me ayudó a levantarme, y abrazándonos fuertemente, razonamos por un instante que solamente teníamos dos caminos: hundirnos en ese mismo lugar y dar por terminadas nuestras vidas, aunque el destino nos hiciese vivir muchísimos años, o iniciar una nueva vida con los seres queridos, hija, nietos, yerno, amigos y por supuesto con el alma y el espíritu de Juanjo que nos acompañaría siempre. Para mí, ese fue el primer mensaje y la primera ayuda de Juanjo.

A las siete de la tarde del domingo 6 de noviembre de 2005 Juanjo dejó este mundo terrenal y pasó a un mundo espiritual desde donde hasta el día de hoy nos ha ayudado a nosotros, al resto de la familia y a un montón de amigos que impensadamente han comenzado a creer que algo mucho mejor nos espera, más allá de la muerte.

Mi transformación espiritual

Como dije en el párrafo anterior, yo era totalmente escéptico. O tal vez agnóstico, pues algo me decía que las almas se desprendían del cuerpo terrenal y andaban flotando por el éter pero no estaba muy convencido de ello. También pensaba que había personas con gran poder de percep-ción que veían o se comunicaban con las almas.

No me sorprendía cuando alguien contaba que estando en su habitación había visto a su padre muerto, en la ventana, o que algún chico muy pequeño dijera que había estado jugando en el patio con su abuela, a la que ni siquiera conocía porque había fallecido antes de que él naciera. Era como la humorada acerca de las brujas: “No existen, pero que las hay las hay…”

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Comencé a leer vorazmente una cantidad de libros que me iban acer-cando a la vida espiritual. Al principio, leía todo lo que llegaba, pero algunos textos no me tranquilizaban ni ayudaban a consolarme. Mien-tras tanto, Cristina, que tampoco creía mucho, comenzó a sentir que recibía respuestas a cosas que le pedía a Juanjo. Y fueron una vez, dos veces, tres, cuatro… y hasta hoy debemos tener contabilizadas más de sesenta manifestaciones, efectuadas tanto a nosotros como a amigos y otras personas que han conocido a Juanjo en la vida y que han compar-tido algunos momentos.

Al principio me pareció fruto de una gran imaginación de Cristina, y pensé que debía controlar si su actitud ante esas presuntas manifesta-ciones no podría afectar su normal razonamiento a medida que pasara el tiempo. Esa misma sensación tuvo una gran amiga que nos reco-mendó visitar a un psiquiatra, simplemente “para que les hable como un papá”, dijo. Asistimos a cuatro reuniones y la conclusión fue que Cristina no estaba perdiendo la razón, y que nadie podía asegurar que lo que ella creía ver no era verdad. Científicamente no se podía comprobar que fuera cierto, pero tampoco que no lo fuera.

Mientras tanto una vecina nos acercó un libro, “Lazos de amor” de Brian Weiss, un psiquiatra norteamericano que a través de la hipno-sis hace lo que se denomina terapia de regresión. Fue la clave para comenzar a cambiar mi forma de pensar. Luego de ese libro, leí del mismo autor “Muchas vidas, muchos maestros” y “Muchos cuerpos, una misma alma” donde a través del mismo método hace lo que llama terapia de progresión.

También devoré el libro “La otra oportunidad”, de John Edward, un médium norteamericano que describe mensajes de almas que quieren comunicarse con sus seres queridos, y otros tantos libros que me ayuda-ron a reflexionar sobre el misterio de la vida y de la muerte.

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Confieso que nunca le temí a la muerte. Siempre la imaginé como algo raro, inexplicable. Es más, me preocupaba más la discapacidad física con la mente consciente que la muerte misma. De ésta lo que me resul-taba inexplicable era cómo podía ser que se murieran niños y jóvenes que no habían podido cumplir los ciclos naturales de la vida: nacer, vivir, tal vez reproducirse, y morir (como lo hacen las plantas y sus flores, por ejemplo).

Siempre me contaron que Dios era justo, sin embargo, lo que nos estaba pasando lo vivíamos como una injusticia tremenda, no tanto para noso-tros sino para Juanjo quien tenía una cantidad enorme de proyectos para llevar a cabo y que era una persona de indescriptibles atributos. Cómo podía ser que alguien tan puro, tan honesto, sincero, divertido, agrada-ble, leal -podría adjetivarlo de mil maneras más- dejara esta Tierra y no quedara nada de él. No podía ser. Pero mi forma habitual de pensar no me permitía razonar esto con claridad. Para mí ese Dios bondadoso no existía, y si existía no era tan bondadoso como decían.

Luego de haber leído siete u ocho libros de distintos autores y de diver-sos temas, llegué a una conclusión que me ayudó muchísimo a sobre-ponerme a esta tragedia. Todos coincidían en que las almas dejan el cuerpo, como hace la libélula, y flotan hasta encontrar su mundo espiri-tual. Todos hablan de que hay distintos niveles donde las almas se van posicionando según lo que hayan hecho en la Tierra. Todos hablan de que allí no existe el tiempo ni la distancia, ni los odios, ni las guerras.Todos hablan de la eternidad del alma y de nuestro corto paso por esta vida. Todos hablan de un mundo maravilloso al que podemos acceder si nuestra vida aquí ha sido basada en el AMOR. Y todos esos libros me han dejado una sensación de Paz, Amor y Esperanza.

Tenemos que transitar este mundo de la mejor manera posible, como dice Juanjo en una de sus frases: “…intentar ser mejores todos los días”, y agrego: con nosotros y con nuestros semejantes, y así lograre-

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mos pasar a la OTRA VIDA a un nivel superior. A través de la lectura comprendí que Juanjo vino a este mundo a cumplir una misión. Cumplió y partió. No dejó nada pendiente con nadie. Ni con su padres, ni con su hermana, cuñado y sobrinas, ni con sus amigos. No encontré desde su partida a alguien que me haya dicho: “qué lástima, estaba distanciado de Juanjo”, o “qué lastima, me quedaron algunas cosas por decirle”. Por cada lugar que pasó, dejó hermosas huellas. Y muy profundas.

En los últimos meses de su vida, se reunió con amigos que hacía mucho tiempo que no veía. Ello nos impulsa a creer que quería despedirse de todos, e incluso su última foto, obtenida a las 6 de la mañana (el acci-dente fue a las 8), lo muestra de pie con las piernas y los brazos exten-didos saludando como si estuviera partiendo hacia un lugar soñado. Va a ser imposible no extrañarlo, no sentir su presencia física, pero sus per-manentes manifestaciones nos han ayudado a Cristina, a Laura y a mí a llevar este dolor con una gran entereza. La espantosa sensación que tuve en el hospital cuando nos habló el médico nunca más me invadió. Estamos fuertes porque estamos unidos por el Amor. El Amor de los que estamos aquí y el Amor de Juanjo a quien sentimos permanente-mente a nuestro lado.

Hemos pasado las fiestas de fin de año, y salvo la angustia natural por su ausencia, no hemos tenido arranques de histeria o de desespera-ción. Hasta sentimos que brindamos con él el 24 de diciembre. Hoy he logrado tener la Fe que nunca tuve. No me imagino a Dios como un ser visible sentado en un trono impartiendo órdenes o decidiendo por la vida de todos. Creo y siento que Dios está en cada uno de nosotros y la mayor o menor Fe que cada uno podamos tener está relacionada con el Amor que somos capaces de brindar. El Amor es la fuerza más grande que existe. Es imbatible. Es eterno. Sólo con Amor podemos superar las dificultades de la vida terrenal, y al superar estas dificultades, crecemos enormemente y así también crece nuestro Amor por los demás.No quiero cerrar estas reflexiones sin dedicarle dos líneas a mi que-

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rida hija Laura. Es madre y esposa ejemplar. Su amor hacia sus hijas es inconmensurable. Es increíble la fortaleza que ha demostrado. Ella fue siempre una mujer de Fe. Le bastó una sola señal de Juanjo para saber que él estaba bien y que nos transmite a diario todo su cariño y su dulzura. Con Cristina decimos que tenemos dos Ángeles: uno está en el Cielo, el otro aquí, en la Tierra. A través de estas líneas quiero transmitirle que es nuestro deseo que toda su vida esté colmada de feli-cidad junto a su familia. Que sus hijas se críen siempre bajo el signo del AMOR. Que les transmita a sus hijas las vivencias de la corta vida de Juanjo. Que sea inmensamente feliz, que la adoramos y que estamos orgullosos de todo lo que es: excelente madre, esposa, hija, hermana. Que la vida la recompense con creces por todo lo que está sufriendo y que pueda disfrutar de su esposo, de sus hijas y de sus futuros nietos, como podemos hacerlo Cristina y yo.

El último párrafo es para mi yerno Hernán. Sé que tuvo que cargar con toda la contención espiritual de la familia y le estoy eternamente agra-decido. También sé que esto lo afectó muchísimo porque tenía una rela-ción de hermano con Juanjo. Se querían y se respetaban. Quizás aún no haya podido medir la dimensión de la pérdida porque tuvo que ponerse al frente de la empresa y sostenernos emocionalmente a todos nosotros durante el primer mes de la tragedia. Estoy seguro de que logrará ali-viarse y estar más tranquilo y menos estresado. Para él también esto va a ser un gran aprendizaje. Su mujer y sus dos hijas lo necesitan y con seguridad él sabrá responder como excelente padre y esposo que es. Para nosotros es un hijo más. Solemos pensar con Cristina que algo de Juanjo existe dentro de él.

Y todo lo que nos haga recordar a Juanjo para nosotros es formidable, a tal punto que hemos decidido quedarnos a dormir en su departamento los días jueves, así el viernes estamos más cerca de la empresa. Pero, en realidad esto último ha sido una excusa.

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En verdad, queríamos saber qué sentiríamos quedándonos a dormir en su departamento, y hemos experimentado una hermosa sensación. Cuando entramos sentimos su fragancia, su presencia y estamos segu-ros de que su espíritu nos está acompañando mientras tomamos mate o leemos algún libro. Juanjo: te vuelvo a decir lo mismo que cuando entré a la sala del hospital para despedirme:

“Gracias por estos 25 años que nos diste”.

Fueron los 25 años más hermosos que viví hasta hoy. Sé que volvere-mos a vernos y abrazarnos cuando Dios lo decida. Ni un minuto antes ni un minuto después. Y tu alma purificada nos acompañará por esos hermosos lugares de Amor y Paz que estás transitando. Sólo te nos ade-lantaste en el camino. De todos modos, hasta que llegue el momento de reencontrarnos vamos a seguir comunicándonos a través del Amor que nos tenemos, y eso es seguro que nunca morirá.

Papi

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CARTA DE HERNÁN

Mi relación con Juanjo fue y será de hermanos

Va a ser imposible encontrar un ser humano igual. Fue la primera per-sona del mundo que sentí que se fue y no lo esperaba. Había un millón antes que él. Estoy seguro de que es la pérdida más importante en mi vida. Éramos dos personas en una, todo, pero todo lo mío era de él y sentía que todo lo suyo lo compartía conmigo. Estoy seguro de que somos hermanos, lo siento así, no sé por qué, pero lo siento y lo creo.

¿Por qué no morir en su ley? Si se tratase de mí, ya debería estar donde está él desde hace 15 años, pero creo que no era mi momento, tengo que esperar. Creo que todos los excesos cometidos no deben de haber sido tan fuertes para partir como la necesidad de “los de arriba” para llevarme. Creo que son sabios “los de arriba”, y eligen los mejores.

Fuimos una pareja de amigos perfecta. Nunca tuvimos ni un sí, ni un no. Es increíble que -con mi carácter- encajáramos de tal manera. Se bancó de todo e igual estaba todo bien. Nunca una mala cara, ni un insulto nada. No sé quién me puso en esta familia, pero soy el hombre más afortunado del mundo en conocerlos a todos.

La mañana del sábado 5 de noviembre será la más angustiosa de mi vida. Recuerdo que me desperté y vi a Cris desesperada. No entendía nada. Era todo muy confuso. Después de enterarme del accidente salió José de su habitación y me dijo: “creo que Juanjo está muy grave”. No lo podía creer. Lo único que atiné fue a llevarme a las nenas a la habita-ción y entretenerlas hasta que todo se calmara un poco. Luego las llevé a la casa de mi hermana y partimos con Laura hacia San Nicolás. Fue un viaje largo y angustioso pero tenía esperanzas de que todo se resolviera de la mejor manera. Lamentablemente ya sabemos el final. Nunca había puesto tanta fe y esperanza en algo para que terminase bien.

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Estoy muy feliz porque sé que él está aquí entre nosotros de la manera que él quiere. Y está bien. Está feliz. Aunque me cueste aceptar algunas de las manifestaciones de Juanjo, creo que al ser tantas, el que no las interpreta soy yo.

No puedo en estas pocas líneas expresar todo lo bueno que viví junto a él, pero creo que son suficientes para asegurar que no se merecía este final. Estaba para más. Necesitaba más. Teníamos todo listo para empe-zar a concretarlo todo. (Cuando digo todo, es todo).

Nunca sentí a una persona que fuese tan querida por todos, amigos, conocidos, familiares. Era extraordinario. Todos los días de la semana nos tenía en vela esperándolo para ver qué hacíamos. Era especial. Era admirable.

El último día trabajamos en un proyecto atrasado de un local. Recuerdo que puso todo su esfuerzo, como si no pudiera seguirlo o postergarlo. Y lo terminó. Tomó fotos, redactó unos textos etc., no sé pero me parece que se sacó de encima eso como si supiera que era el último día para hacerlo.

Como pocas veces, dejó todo listo. Estaba apurado porque tenía que viajar a Rosario a ver un local. A las 5 de la tarde se fue con Gus y Seba. Partieron con mi camioneta y recuerdo que les dije: “cuídenla como si fuese mía”. Nos reímos los cuatro. Se fueron felices mirándome desde adentro del vehículo. Me quedé tranquilo porque los chicos ya habían hecho varios viajes así. De todas formas a las 2.30 de la mañana llamé a Juanjo para saber cómo estaban. Hablamos dos minutos y me dijo: “olvidate negrito, que está todo bien”. Esa fue la última vez que escu-ché su voz.

Hernán

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“Debemos tener miedo a no poder sonreír, hablar, disfrutar y en conse-cuencia debemos aprender a vivir y no sobrevivir”.

Juanjo

CAPÍTULO 3

Laura, tu hermana

Cuando me enteré del accidente no se me cruzó por la mente en ningún momento el trágico final. Partimos con Hernán hacia San Nicolás pen-sando que íbamos a llegar y encontrar a Juan en una habitación del hospital, y que hablaría con él como siempre.

Durante el viaje me enteré telefónicamente por Pablo, su amigo, que Juanjo estaba en terapia intensiva, y cuando llegamos, mi mamá y mi papá nos dijeron que el estado era grave, pero que había una esperanza si el hematoma que tenía en la cabeza lograba absorberse. Ese día volví a mi casa para ver a mis hijas con toda la esperanza del mundo. Creía fehacientemente que Juan se iba a recuperar; no podía pensar en otro final, no estaba preparada para ese dolor.

Esa noche fueron a San Nicolás Poupée y Oscar (muy amigos de mis padres) con un especialista de Buenos Aires. Yo no estuve ahí, no escu-ché nada de lo que dijo, ni siquiera conocí a ese médico. Sin embargo, cuando me levanté, al día siguiente, mi sentimiento era distinto al de la noche anterior. Sentía mucha angustia y me dolía el pecho y la panza. Llamé a mi papá y me dijo que no lo podían trasladar y que fuera tran-quila a San Nicolás. El viaje fue terrible, tuvimos que detenernos varias veces porque yo no me sentía bien y cuanto más nos acercábamos peor

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me sentía. Creo que ya Juanjo estaba “trabajando” conmigo; me estaba preparando para lo que iba a escuchar.

Cuando llegué y me enteré del terrible diagnóstico me sentí caer en un abismo. Logré salir de él gracias a la ayuda de mi mamá, mi papá y por supuesto de Juanjo que los guió para que me ayudaran. Sí, aunque suene increíble, ellos me consolaron a mí, me hicieron ver las cosas de una manera distinta. Así es nuestra familia, tan fuerte, tan unida y tan pura que pudimos encontrar una explicación de la partida tan tem-prana de Juanjo. Mi mamá ese día me dijo: “Él siempre fue un ángel, vino al mundo como tal, vino por un milagro”. (Cuando Juanjo nació, mi mamá no debía tener más hijos porque su vida corría peligro. Sin embargo todo había salido bien.) Eso me reconfortó y me alivió. No obstante yo seguía teniendo fe en el milagro, nunca dejé de tenerla hasta el momento en que nos informaron que él había fallecido.

Cuando esto ocurrió, en el hospital me sentía sola, sentía que Juanjo ya no estaba ahí. Nos fuimos al hotel y cuando nos sentamos en el hall con mi mamá y mi papá, sentí que Juanjo también estaba con nosotros, que nos abrazaba. En ese momento les dije a ellos lo buenos que habían sido siempre con nosotros, que tuvimos una infancia más que feliz, y muchas cosas más que ahora no puedo recordar. Yo no paraba de hablar. Creo que esa fue la primera comunicación de Juanjo con ellos. A través de mí les estaba agradeciendo por todo lo que le dieron en sus hermosos 25 años.

La semana siguiente me puse a pensar en la vida de Juan, desde que nació hasta el último día de su vida. Necesitaba recordar cosas de su vida que me aseguraran que él era lo que yo creía: una especie de ángel personificado. Lo primero que pensé fue en su forma de ser. Era tan especial, nunca estaba mal. Siempre tenía la sonrisa en su cara. Siempre hacía chistes, hasta cuando tenía un problema. No le gustaba discu-tir, pero él siempre sostenía sus ideas con la mejor diplomacia. Era un

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payasito, siempre lo fue. Para él estaba todo bien. Era aún chiquito y en su habitación tenía colgado un cartel gigante que decía: “En este lugar no hay ningún problema”. ¡No lo podía creer!, ¡yo estaba en plena ado-lescencia y llena de problemas! No podía entender cómo él podía estar tan bien. Y así de bien continuó su vida. Hasta su propia adolescencia la transcurrió sin sufrimientos. Lo único que le molestaba era, en aquella etapa, ser algo pequeño de físico y que le dieran menos años de los que tenía, pero eso no le impedía ser feliz. En realidad nada le impedía ser feliz. Juanjo siempre buscaba la felicidad. Ese era el principal objetivo de su vida.

El recuerdo más lejano que tengo de Juanjo es del día en que nació. Recuerdo que yo no podía ir a ver a mi mamá porque en la maternidad Sardá no permitían las visitas de niños. Sin embargo, mi abuela me llevó por la cocina del personal del instituto y así pude llegar a ver a mi mamá y por primera vez a mi hermoso hermanito. También tengo grabado en la mente el momento en que mi mamá y mi papá llegaron con Juanjo a la casa de mi abuela. Él estaba envuelto en una mantita de lana blanca y mi mamá irradiaba felicidad.

A mí me encantaba estar con él, yo lo buscaba más a él, que él a mí. Siempre fue así. Los veranos que pasamos los cuatro juntos fueron maravillosos. Siempre teníamos al payasito que nos hacía reír a carca-jadas. Los cuatro siempre tuvimos una conexión increíble. Nos diver-tíamos como si fuéramos cuatro amigos. Jugábamos todas las noches al burako o a las cartas, cocinábamos, salíamos a pasear y siempre nos reíamos. La felicidad siempre estuvo en esas pequeñas cosas. Resulta difícil contar cosas de Juanjo y que parezcan objetivas, ya que soy su hermana y lo adoro, pero realmente era un chico tan especial que para que todos lo puedan conocer necesito relatar las cosas tal como fueron. Puede ser que parezca una exageración de mi parte, pero realmente los hechos fueron así.

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Mi miedo a los Reyes Magos

Cuando éramos chicos, en una oportunidad yo creí ver a los Reyes Magos en mi casa. (Lo debo de haber soñado, pero todavía tengo en mi mente la imagen de Baltasar bajando la escalera de casa.). Desde ese momento me entró un temor muy grande, hasta que llegó un día en el que no quería dormir sola, entonces durante mucho tiempo lo hice en la habitación de Juanjo. Me sentía tan protegida ahí que casi no usaba la mía. Recuerdo que después de cenar veíamos el programa del Chavo en su habitación y después nos íbamos a dormir. Era increíble que un hermanito cuatro años menor que yo me hiciera sentir tan protegida a su lado.

Sus amigos de la escuela primaria

Juanjo siempre tuvo buenos amigos. Cuando me puse a pensar en su infancia recordé algo que me llamó mucho la atención y que hasta este momento no lo había apreciado en su justa manera. En la escuela, sobre todo en la primaria, Juanjo se llevaba bien con todos sus compañeros. Todos lo querían y lo seguían. Era una especie de líder. Siempre invi-taba a jugar a casa a los chicos más marginados de la clase, aquellos que por un motivo u otro tenían problemas de adaptación con los demás.

Con él actuaban como si ese problema no existiera. Creo que Juan les transmitía algo que los hacía sentir bien. Esto ayudaba mucho a esos chicos. Los hacía sentir más importantes, ya que uno de los “líderes” de su aula los invitaba a su casa. Este acercamiento provocaba además que el resto de los chicos los integraran a sus grupos. (¿No es ésta una actitud de alguien demasiado especial?, yo creo que sí.).

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La entrega de la medalla

Por la época en que Juanjo terminó el séptimo grado yo no estaba bien anímicamente. Estaba un poco alejada de mis amigas y eso me tenía mal. Estábamos en plena adolescencia y yo me estaba perdiendo de disfrutar muchos momentos con ellas. Ese año me operaron de unos pólipos que, según mi médico, se habían producido por un problema nervioso que estaba padeciendo. Parecía que Juanjo estaba ajeno a todo eso. Parecía que él seguía haciendo su vida sin entender lo que a mí me pasaba, lo que sonaba lógico, ya que él tenía sólo doce años. Pero, evidentemente no era así.

Cuando finalizaron las clases, en su escuela hicieron un acto para entre-gar las medallas a los chicos que egresaban. A cada uno de ellos se las entregaban sus padres, sin embargo, él pidió que la suya, se la diera su hermana. Recién ahora entiendo por qué lo hizo. Él entendía realmente lo que me pasaba, sabía que yo estaba mal y no podía ayudarme. Y esa fue la manera en que me ayudó. Me hizo sentir tan bien, tan orgullosa, que todos mis problemas se fueron de mi mente por un momento. Ese ratito que duró el acto fue como un oasis para mí.Recuerdo que lo miraba y me sentía orgullosa de él, notaba cómo lo querían sus amigos, cómo sonreía… Son imágenes que tengo en mi mente y que cada vez que recuerdo ese día se reproducen como si fuera una película. Éstos son solo tres ejemplos que demuestran lo que era Juanjo. Hay muchos más, pero todos me hacen llegar a la misma con-clusión: él era demasiado especial. Tenía dentro de sí ese ángel que descubrió mi mamá cuando recibió el peor diagnóstico.

Nuestra hermosa familia

Siempre me sentí una persona privilegiada con respecto a mi núcleo familiar. Los recuerdos de nuestra infancia son hermosos. Siempre vivi-

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mos en paz y armonía. Mi mamá y mi papá nos criaron con amor y con-fianza. Nuestra relación como hermanos fue perfecta. Nunca una pelea, nunca broncas, nunca celos. Siempre nos alegramos por los logros del otro. Nunca nos fijamos si uno tenía más o menos que el otro, nunca en la vida.

Creo que fuimos así por la crianza que tuvimos, porque siempre supi-mos valorar las cosas esenciales de la vida. A pesar de que a los dos nos gustaba tener cosas materiales, (como a la mayoría de las personas), y de que tuvimos la suerte de tener demasiado, creo que nunca perdimos la humildad, y siempre valoramos lo que tuvimos porque siempre hici-mos esfuerzos por conseguirlo. Nuestros padres nos dieron todo, pero también nos exigieron esfuerzo para conseguir las cosas. Eso es lo más apropiado, porque si a uno le dan todo servido en bandeja, no podría valorar nada de lo que tiene.

Juanjo valoraba todo. Su auto, su casa, su cuerpo. Todo lo cuidaba mucho, mucho. Quería todo lo que tenía porque hizo mucho esfuerzo para conseguirlo. Pero más valoraba a su familia, a sus amigos, los buenos momentos. Disfrutaba cada minuto de su vida. Sabía vivir la vida. Él nos enseño a vivir, viviendo.

El simple hecho de recordarlo nos deja una enseñanza: hay que ser felices, ese tiene que ser nuestro objetivo. Si somos felices y valoramos la vida, vamos a hacer felices a todos los que nos rodean. El amor es lo más importante. Es lo que une a una familia. Hoy gracias a ese amor nos sentimos fuertemente unidos a Juanjo a pesar de su ausencia física. Ese amor que nos brindamos entre los cuatro. Ese amor que nos dieron y nos dan nuestros padres es tan grande que en el peor momento de sus vidas no lo perdieron. Me lo dieron como siempre, me consolaron, me cuidaron, me mimaron. Siempre me hicieron sentir hija, me lo hacen sentir hoy que soy una mujer y no una nena.

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Ésto lo recalco porque ante la terrible situación que están atravesando podrían haber tomado la actitud de dejarse caer en la depresión y de pedirme apoyo a mí. De pedirme que los cuide, que no me mueva de su lado, de hacerme sentir la obligación de ocuparme de ellos. Sin embargo no fue así. Juanjo y yo siempre fuimos hijos.

Nuestros padres siempre nos ayudaron y velaron por nuestro bienestar. Nunca nos provocaron un problema, ni fueron una carga para nosotros. Y estoy segura de que es así como hay que criar a los hijos. Nuestros hijos no nos deben nada, no nos tienen que dar nada por lo que recibie-ron de nosotros. Los hijos son fruto del amor y lo que les damos es todo por amor. Gracias a todo ese amor que mis padres siempre nos trans-mitieron es que hoy, ante la pérdida física de su amado y hermoso hijo, están de pie, trabajando, disfrutando de mí y de mi hermosa familia, disfrutando de sus amigos y por sobre todo disfrutando de la comunica-ción que tienen con Juanjo.

Mi mamá hace poco me dijo: “nosotros somos privilegiados”. Me lo dijo después de una manifestación muy concreta de Juanjo. Creo que sólo el amor que transmite mi mamá puede explicar esa expresión. ¿Cómo puede sentirse privilegiada cuando acaba de perder a un hijo? Simplemente puede hacerlo porque está unida a él gracias a ese amor incondicional que se tienen, a ese amor que nos tenemos los cuatro y que va a perdurar siempre. El amor no se va con el cuerpo, está junto al alma y se sigue sintiendo.

Siempre digo que Juanjo con 25 años vivió mucho más que otras per-sonas que llegan a la vejez. Vivió intensamente, vivió alegre y feliz, rodeado del amor que daba y recibía. No dejó nada pendiente. Todas las personas que lo conocieron, mucho o poco, tienen buenos recuerdos de él.

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Agradezco a la vida por el hermano que me dio. Agradezco a mis padres por habernos educado con ese amor que nos permitió tener una relación fraternal tan hermosa durante 25 años. Ese amor que hoy nos conecta y nos acerca todos los días. Ese amor que, a pesar de no tener hoy a Juanjo físicamente, me permite sentirlo continuamente a mi lado. Ese amor que trasciende junto con el alma y que nos une para siempre.

¡GRACIAS JUAN! ¡TE ADORO!

Tu hermana…

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CARTA DE SERGIO

¡Lo espero de vuelta!

Queridos Cristina y José:

Qué pérdida inimaginable, cuántas ilusiones truncadas, cuántos proyec-tos interrumpidos, tanto dolor que es imposible pensarlo.

Hoy los miro con mucha ternura y alienta mi esperanza el verlos más unidos que nunca, inseparables, en búsqueda de razones que les per-mitan respirar ante la falta de lo más amado, su adorado Juanjo, mi querido sobrino.

En estos meses en los que la agonía comprimiría el pecho y cerraría la garganta de manera insoportable a cualquiera, ustedes fueron poco a poco poniéndose de pie y con una fuerza y coraje que me llena de admiración.

Comenzaron a realizar proyectos de vida que seguramente Juanjo desde alguna hermosa galaxia acompañará guiando la proa al destino más deseado.

Cristi, José, Laura, Juanjo, Hernán, Sofi, Mora:

Los amamos, los acompañaremos siempre.

Tío Sergio y familia.

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“Quiero ser feliz, quiero volver a disfrutar de despertarme a la mañana, quiero recuperar mi sonrisa y la de los demás, quiero construir nueva-mente, quiero crecer y crear para que la felicidad sea más posible”.

Juanjo

CAPÍTULO 4

Las primeras fechas

En el barrio donde vivimos desde diciembre de 1998, tuvimos la suerte de conocer un grupo de gente muy especial. Es difícil, cuando uno es adulto, lograr hacer nuevos amigos. Por suerte no fue nuestro caso. Además de los amigos y buenas amistades que hemos ido cosechando durante nuestra vida, con los que compartimos momentos maravillo-sos y quienes en esta situación nos apoyan en forma incondicional, podemos agregar con gran fortuna a estos nuevos amigos del barrio. Personas con gran sensibilidad, sanas de espíritu, solidarias. Poupée y Oscar están entre ellos. Poupée es psiquiatra, y por nuestra condición de amigas no puedo concurrir a su consultorio como paciente. Pero a través de sus palabras siempre la sentí como un gran apoyo. Nuestras consultas terapéuticas al paso, en la cancha de tenis mientras jugamos a ese deporte, son muy frecuentes.

Recuerdo que cuando Laura quedó embarazada por primera vez, ella estaba fantástica, pero yo sufría todos los dolores, de cintura, de espal-das; estaba invadida por el miedo. Pensaba que Laura podría sufrir y eso me hacía sentir mal. Me tranquilizó Poupée con sus dulces pala-bras. Todo salió perfecto. Nació Sofía. Laura feliz, la felicidad era completa.

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Recuerdo también cuando Juanjo atravesó uno de los pocos momentos de angustia de su vida. La intervención de Poupée hizo que él pudiera continuar feliz su camino en la vida.

En esta situación tan desesperante a la que nos ha enfrentado la vida, estuvo conmigo desde el primer instante. A las nueve de la mañana del infausto 5 de noviembre sonó el teléfono de mi casa. Era Gustavo, el amigo de Juanjo con quién había viajado a Rosario.

Nos dijo que habían tenido un accidente y que a Juanjo lo habían tras-ladado a un hospital de San Nicolás. Sentí que nuestra vida había dado un giro violento. Llamamos al hospital y no nos quisieron ampliar la información. Lo primero que se nos ocurrió fue llamar a Poupée, ya que como médica podría acceder a conocer el estado de Juanjo, ella comenzó a ocuparse de inmediato. Luego, rápidamente nos preparamos con José y salimos hacia San Nicolás. Teníamos que recorrer doscientos kilómetros para llegar. El viaje fue una eternidad. Cada veinte minutos Poupée nos llamaba al celular para alentarnos y tranquilizarnos, nos decía que lo estaban atendiendo bien, que no nos preocupásemos. Que había hablado con una enfermera. Luego que un doctor le había dicho que le estaban haciendo estudios. Hasta que finalmente llegamos a San Nicolás y nos encontramos con el cuadro que ya relaté en capítulos anteriores.

Habían pasado varios días del accidente. Recuerdo que Poupée me decía que uno de los desafíos era pasar los días festivos o las fechas importantes para la familia por primera vez. La primera Navidad. El primer Fin de Año. El primer cumpleaños de Laura, José, Juanjo y mío. Estos acontecimientos fueron pasando mejor de lo esperado, porque en todos, sentimos profundamente su presencia.

El primer cumpleaños de Laura, sin Juanjo físicamente presente, fue el 17 de diciembre. Laura tuvo una excelente idea. Quiso festejar su

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cumpleaños en casa, en familia, e invitó sólo a los íntimos amigos de Juanjo, a Magu, quien fue su novia durante tres años, a nuestra sobrina Marilín y su familia. Amasé pizzas para todos, y pasamos una agradable velada.

La primera Navidad, como ya comenté, con el número 8 de Sofía, diciéndonos que Juanjo estaba feliz y con Morita saludándolo eufórica, Juanjo hizo notar su presencia.

El primer Fin de Año, con el brindis en el negocio, nuevamente apare-ció la compañía de él (ver capítulo 5 “Brindis de Fin de Año”).

En las vísperas de mi cumpleaños, estábamos de vacaciones en la playa que frecuentamos durante los últimos 17 años. Esta vez junto a José, Laura, Hernán, mis nietas y Juanjo en otra dimensión. Aún sabiendo que su presencia era evidente a través de sus ya innumerables manifes-taciones, yo me sentía muy angustiada.

En la ducha, descargué todo mi dolor. El agua es energía. Mientras llo-raba con todas mis ganas, pensando que no lo tendría a Juanjo física-mente por primera vez, me preguntaba cómo iba a hacer para comenzar el día siguiente sin angustia.

Esa noche, Laura me insistió en que la acompañara al shopping para comprarme un regalo. Acepté encantada. ¡Me sentí tan bien con mi hija! Nos fuimos juntas, abrazadas, entramos a un negocio, a otro y a otro. Finalmente conseguimos unas prendas muy bonitas que me estrenaría con mucho amor al día siguiente.

La mañana del 14 de febrero, mi cumpleaños, me desperté, observé a mi adorado esposo, supe que estando al lado de él tendría las fuerzas suficientes. Luego los ví a Laura, Hernán, las nenas que con tanto amor me abrazaron y saludaron. Estaban en el living. Cuando nos reunimos

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todos, la familia me cantó el “Cumpleaños Feliz”. Era un día maravi-lloso, pleno de sol. Fuimos a la playa, allí nos encontramos con varios amigos: Víctor, Susana, Mirta, Rino, Graciela y Edgardo. José y yo nos fuimos a caminar por la playa, respirando el perfume maravilloso del mar, escuchando su música, y recordando que habían transcurrido tan sólo cien días desde la partida de Juanjo. ¡Cómo podía ser que tuviéra-mos esa fuerza de estar viviendo!

Generalmente al mediodía volvíamos al departamento para almorzar. Sin embargo, ese día, se fueron retirando todos, José se fue al super-mercado, y en la playa nos quedamos charlando un rato más Edgardo, Graciela y yo. Bajo la sombrilla les comenté acerca de este libro, habla-mos sobre el aprendizaje a partir del dolor. Graciela me contó con lágri-mas en sus ojos, que esta situación la había hecho reflexionar mucho y revalorizar su vida. Edgardo, en un momento de la conversación nos dijo que se sentía con mucha angustia y que sentía una opresión en su pecho. La charla se extendió hasta casi las tres de la tarde. Edgardo, de repente se levantó y dijo: “tengo que ir al mar”. A los cinco minutos volvió, mojado, con sus brazos extendidos, las palmas de sus manos hacia arriba como si trajera un tesoro. Se acercó y me dijo: “esto es para vos”.

Era un delicado collar de cordón marrón, con piedritas de color tur-quesa, muy fino y de buen gusto. Nos contó emocionado que una fuerza lo llevó a meterse al mar y a zambullirse de cabeza, lo que nunca hacía, ya que prefería ingresar al agua fría del mar caminando lentamente para acostumbrar el cuerpo al cambio de temperaturas.

En los segundos en que estuvo debajo del agua, sintió un alivio. Cuando emergió, quitó el agua de su rostro con sus manos. Delante de sus ojos, flotando sobre el agua, estaba el collar. Lo observó un rato, miró a los costados para ver si había alguien. Estaba solo, el collar seguía flotando allí. Con sus dos manos, como si fuera una bandeja, lo tomó con suavi-

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dad y pensó: “es para Cristina”. Así fue que volvió hasta la sombrilla y me lo entregó. Los tres interpretamos que Edgardo fue el intermediario entre Juanjo y yo.

¡Recibí su regalo de cumpleaños! Me sentí tan feliz como el día en que me dibujó la pelota de fútbol en las nubes. La sonrisa me acompañó todo el día.

Por la noche, me vestí con todo lo que me regaló mi querida familia y nos fuimos a cenar.Nos tocó la misma mesa que el año anterior habíamos compartido con Juanjo (¿casualmente?). Fue una cena alegre, estaba con los míos, con mis nietitas, Laura, José, Hernán y un matrimonio amigo de los chicos, Andrea, Diego y sus dos hijitos Oriana y Mariano. La mesa se encon-traba situada en la parte posterior del restaurante. Al finalizar la cena, nos levantamos y nos dirigimos hacia la salida atravesando el salón. Cerca de la entrada, en una de las mesas, pudimos observar que había una torta blanca con una bengala que destellaba luz con toda su fuerza. Había un grupo de personas alrededor evidentemente compartiendo un festejo. Pasé por el costado de la mesa. De repente, desde las mesas vecinas, otros comensales -por supuesto desconocidos para nosotros- comenzaron a entonar el “Feliz Cumpleaños”. Mi emoción fue muy grande, pues cuando terminaron de cantar, una señora que estaba en la mesa de la torta aclaró: “no, no es un cumpleaños, estamos festejando que mi hijo se recibió de médico…”. Sentí que Juanjo también me había regalado la torta y la canción. Los chicos se quedaron un rato más. José y yo nos volvimos en taxi al departamento. En el parabrisas del taxi, observé que había una pequeña calcomanía redonda que sólo tenía el numero ocho. ¡Juanjo me dijo que estaba feliz!

Llegó también el cumpleaños de José. Como no podía ser de otra manera, Juanjo hizo notar su presencia. Eran las 0.10 horas del día 19

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de marzo. Estábamos juntos José, Laura, Hernán y yo trabajando en la computadora en la corrección del libro, cuando Laura dijo: “ya es el cumpleaños de papi, y no lo saludamos”. Nos abrazamos los cuatro, deseándole un feliz cumpleaños a José. En medio de ese caluroso abrazo, oímos el sonido de una melodía, como si proviniese de un celular. En nuestros rostros apareció una sonrisa de complicidad, asombro, curio-sidad. Los celulares no eran. Pensamos tal vez en algún juguete de las nenas, tampoco. Acercándose al teléfono inalámbrico, José advirtió que de allí provenía el sonido, aunque totalmente distinto al habitual de ese teléfono. Tomó el mismo en sus manos y notó que en la pantalla apa-recía la palabra “José” y una torta con velitas, y en la parte superior su antiguo número de celular. Notamos su palidez mientras nos relataba lo que sus ojos acababan de ver. Se le había puesto piel de gallina en todo su cuerpo por la emoción. Se sentó, sin poder creer lo que le sucedía.

Hernán revisó el teléfono y analizó sus funciones, de ello dedujimos que Juanjo había grabado como recordatorio la fecha del cumpleaños de José y también la de él mismo. Digo Juanjo porque era el único en casa que conocía bien el manejo completo del aparato telefónico, el único curioso que podía haber hecho eso. Hay varias preguntas. ¿Por qué lo haría Juanjo en vida? ¿Tal vez porque intuía en su subconciente que algo le sucedería? ¿O lo hizo este 19 de marzo, como regalo a su adorado padre?

La libélula

Regresamos de las vacaciones con mucha fuerza para continuar con nuestro libro. El lunes 6 de marzo se cumplieron cuatro meses de la partida de Juanjo. Ese mismo día nos reintegramos al trabajo. En el primer piso de la empresa están las oficinas, que actualmente esta-mos remodelando. La idea del arreglo surgió el año pasado, en julio aproximadamente. Juanjo, junto a Daniel, nuestro diseñador industrial,

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diagramaron la obra. Recuerdo que Juanjo había elegido el tipo de piso: cemento gris. Con José, Hernán y Laura decidimos continuar con este proyecto. El piso quedó concluido en enero, pero debíamos trabajarlo mucho para que tomara “vida”, encerarlo, pasarle la máquina de lustrar todos los días, etc. En una vasta zona de las oficinas, donde se encuentra el área de diseño, en el piso, se produjo una gran grieta. Los albañiles trataron de arreglarla, hicieron lo que pudieron, pero la rajadura seguía firme allí. Observé que el piso de Juanjo había tenido un gran progreso, ya brillaba. Ese mismo día, en la sala donde trabajaba Juanjo, mi vista se posó sobre la “gran grieta”. Descubrí que era una réplica del sím-bolo de la película: “El misterio de la libélula”, con Kevin Costner. En esa película, este símbolo aparecía como un mensaje que su esposa fallecida le enviaba continuamente. Rápidamente, José con emoción, se dirigió hacia su computadora, buscó en Internet la fotografía de la película donde aparece el símbolo y la imprimió. Colocamos la imagen al lado de la “gran grieta” y ante nuestro asombro descubrimos que eran “gemelas”.

La grieta en el piso La película

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Juanjo está siempre presente, dejó su sello hasta en la empresa haciendo que el piso tomara “vida”. Ese mismo día supe que Angelita, de tres años, nuestra “cuasi-medium” que conocerán en el capítulo 6, en su primer día de jardín eligió para colgar su mochila, el único perchero que tenía precisamente una mariposa. Casualmente, al final de la jornada de trabajo, Hernán me trajo de regalo, sin saber de todo esto, un llavero cuyo adorno es una libélula.

El 8 de mayo, fue durante veinticinco años, un día de gran festejo para la familia: el cumpleaños de Juanjo. Recuerdo que su último cumpleaños lo festejamos en un restaurante compartiendo una mesa redonda con tres de sus grandes amigos: Pablo, Gustavo y Sebastián, más José, Laura, Hernán y mis nietas. Fue una noche de gran alegría. Jamás hubiera pen-sado que sería su último aniversario en la tierra. ¿Cómo enfrentar la próxima fecha? ¿Llorando en algún rincón?. Nada peor para Juanjo. Ansiosa espero el 8 de mayo de 2006. Es el día de la presentación de nuestro libro, tu libro Juanjo. Todos los que lo queremos vamos a estar presentes, orgullosos, amándolo e inmortalizándolo.

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“Cuando uno toca fondo y ya no entiende lo que pasa, deja de sonreír y de disfrutar todo lo que lo rodea: la familia, los amigos y los seres queridos”.

Juanjo

CAPÍTULO 5

Siguen los mensajes…

El 15 de noviembre, Lucy, mi íntima amiga, mi hermana de toda la vida, llorando desesperadamente, estacionó su auto frente a mi casa. Venía a relatarme, muy emocionada, una experiencia que acababa de vivir cinco minutos antes. Me contó conmovida lo sucedido. Lloramos y reímos juntas. Le pedí si podía repetir a través de un escrito la situa-ción vivida, y así lo hizo:

Mi primera gran vivencia

“Cristina comenzó a comunicarse con su hijo desde el primer día de su desaparición. Mi pequeño grano de arena fue acompañarla en todo lo que podía, escucharla en su dolor y asentir lo que me contaba. Tanto José, como yo estábamos preocupados pensando que el dolor podía hacerle imaginar, más que ver las cosas que ella le pedía a su hijo. Pero su mirada era tan especial, casi imposible de describir; mezcla de tristeza y felicidad. Todos sabemos que acompañar en un momento tan difícil, no es sencillo. Uno se tiene que hacer más fuerte de lo que en realidad es. Un día volviendo a casa, también yo le hice un pedido a Juanjo, le dije que por favor me guiara para ayudar a sus papás, que si

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era cierto lo que su mamá estaba viendo, me dibujara un número 9 en el cielo. Pasaron algunos días y nada ocurrió.

El martes 15 de noviembre estaba mirando fotos de Juanjo con una angustia muy grande en el pecho. Decidí salir al jardín y rezar. Cuando volvía hacia el interior de mi casa, siendo las 19:05 hs. miré hacia el cielo, y a mi izquierda, como cubriéndome por su tamaño, un 9 inmenso y perfecto en el cielo celeste rodeado de nubes me envolvió de tal manera que quedé paralizada. Luego de unos segundos, corrí con la intención de llamar por teléfono a Cristina para que lo viera. No pude. Un impulso enorme me llevó hasta su casa para contarle personalmente que lo que ella veía era realidad. Sentí una paz interior muy grande y la opresión en el pecho había desaparecido.

Quiero aclarar que no estaba buscando ese 9, pero sé que Juanjo lo hizo para convencernos a todos que lo que Cristina veía era verdad. Perdí muchos familiares muy cercanos, y en toda mi vida, jamás me ocurrió algo semejante”.

¡Lucy, cómo me ayudaste en ese momento! El hecho de que hubieras recibido esa fantástica señal, reafirmaba la comunicación que tenía con Juanjo. Él estaba ahí, atento, pensando en nosotros, queriendo con toda su fuerza que estemos bien.

“Juanjo, verdaderamente lo estás logrando”.

Paz soñó con Sofía

Paz, es una íntima amiga de Juanjo. Se conocieron en la universidad. Ella también estudió diseño gráfico. Periódicamente nos viene a visi-tar al negocio, almorzamos juntos, charlamos. Paz tiene muchas de las características que tenía Juanjo, es alegre, vital, simpática, inteligente.

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Nos hace bien verla. Nos envía e-mails expresando mucha ternura. La queremos mucho y sentimos lo mismo de parte de ella. En una de sus visitas nos contó que había soñado que Juanjo estaba a su lado y aunque no lo podía ver, observó su dedo índice diciéndole a Sofía, mi nieta: ”Sofi, comé, porque si no, no te van a regalar el perrito que tanto querés”. Debo aclarar que Paz apenas conoce a Sofía. Desde que sucedió el accidente, Sofía estaba inapetente y sus padres, aunque pre-ocupados, entendían que podría ser por el duelo que estaba elaborando. Luego de unos cuantos días, en forma inesperada, Sofía comenzó a comer normalmente.

Este acontecimiento coincidió con el día en que Paz nos contó lo que había soñado. Ella desconocía que estaba inapetente y, también que sus padres realmente le habían prometido un perrito ¿Fue un sueño? o lo que denomina John Edward, en su libro “La otra oportunidad”: ¿Una visita?

Abrazo de Paz

El día en que Paz nos contó lo que había soñado, nos dijo que le había pedido a Juanjo que quería sentirlo en un abrazo. La noche del 3 de diciembre había mucha neblina. Se despertó a las dos de la mañana y sintió la necesidad de abrir la ventana del balcón. Afuera no se veían ni siquiera los edificios de enfrente.

Ella había puesto rejas en el balcón, ya que tiene un bebé y necesita esa protección. No sabe por qué, sacó sus brazos hacia el exterior, por entre las rejas, y con emoción y lágrimas de amor en sus ojos sintió que Juanjo la acariciaba, ello duró unos minutos. Disfrutó intensamente ese momento sublime.

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Sueño de Hernán

En un sueño, Hernán vio en el cielo un gran círculo dentro de otro. Pensando en lo que habitualmente le contaba de mis comunicaciones a través de las nubes con Juanjo, lo entendió como un mensaje de él. Cuando se despertó recordó que Sebastián, amigo de Juanjo, le había comentado que le convenía cambiar una rueda del auto porque advertía que estaba muy gastada y eso, obviamente, era peligroso. Se trataba del auto de Juanjo, que utilizan Hernán, Laura y las nenas. Inmediata-mente, hizo revisar la rueda y efectivamente estaba al límite. Así fue que la cambió. Hernán se sintió cuidado, protegido. Evidentemente fue un aviso de nuestro ángel custodio.

Hernán y la camioneta.

Juanjo y sus dos amigos habían ido a Rosario a entregar un cartel a un cliente de ellos, y como éste no cabía en el auto de Juanjo utilizaron la camioneta de Hernán y Laura, y en consecuencia, el accidente se pro-dujo en este último vehículo. Días después del accidente, Hernán tuvo que ir con el inspector de la compañía de seguros a revisar la camio-neta destruida que había sido trasladada a un galpón. Cuando llegaron, observaron que un pájaro salió volando desde el interior del vehículo destrozado. Hernán, que estaba tan sensible como todos nosotros, en un principio se sorprendió, pensando que podía ser un mensaje de Juanjo, pero enseguida volvió a lo terrenal e hizo caso omiso a ese sentimiento. Luego, Hernán y el inspector trataron de abrir la puerta del conductor, ya que éste quería revisar el interior del vehículo.

Debido a que estaba muy trabada por el choque, se les hizo imposi-ble abrirla. Lo intentaron por todos los medios, forzándola, haciendo palanca, pero no había caso, la puerta continuaba cerrada. Entonces decidieron dejarla momentáneamente para cortarla después con las

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herramientas apropiadas. Cuando giraron para irse, oyeron un ruido, como un “clic” y notaron con asombro que la puerta se había abierto sola. El inspector preguntó sorprendido: “¿qué ocurrió?” y Hernán, sonriendo dijo: “Nada”, pero en su interior sabía que Juanjo había estado allí.

El reloj Cucú de Seba

Seba es un amigo muy cercano a Juanjo. Los últimos tiempos esta-ban siempre juntos. Además Seba trabaja con nosotros, de manera que pasaban su vida laboral y personal juntos el uno con el otro; eran muy “compinches”. Seba es un chico muy sensible. Su mirada es profunda, dulce. Lo quiero y lo necesito mucho. Lo siento a mi lado. Veo en él, una parte de Juanjo. Gustavo es otro íntimo amigo, además socio de Juanjo. Gus es un excelente chico, lleno de cualidades dignas de ser amigo de Juanjo. Juntos habían formado una empresa con todas las ganas de la juventud. La bautizaron Imagen 59. “Imagen” porque se refería a producciones de diseño, “59” porque eran compañeros en un equipo de fútbol del club GEBA, donde Gus jugaba de 5 y Juanjo de 9. Con mucho empeño, alegría y responsabilidad encararon este desafío.

Los tres amigos viajaban juntos el día del accidente. De regreso de Rosa-rio a Buenos Aires, la fatalidad, el destino, quiso que Juanjo perdiera su vida. Siento que él protegió a sus amigos, que resultaron práctica-mente ilesos, de forma milagrosa, ya que la camioneta quedó destruida. El conductor del otro vehículo comentó que le parecía imposible que alguien hubiese salido con vida de ese accidente. Sólo por uno o dos milímetros la camioneta no perforó el tanque lleno de combustible que llevaba el camión, lo que seguramente hubiera causado una explosión gigante.

Volviendo al tema que da título a este relato, quiero comentarles que

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un día de noviembre nos vino a visitar al negocio el padre de Seba. Con mucho afecto charlamos acerca de los chicos y nos contó que ellos tienen un reloj Cucú en su casa, y que lo mantienen apagado ya que les molesta el ruido. Sin embargo, cada vez que Juanjo iba a su casa, para hacerles un chiste, lo conectaba, y cuando comenzaba a sonar la familia se reía, pensando que se trataba de la reiterada travesura de Juanjo. Días después de la ida de Juanjo, ellos tenían el Cucú desconectado, como de costumbre, pero una noche el reloj volvió a sonar… ¡solo! ¡Otra vez la presencia de nuestro ángel!

Seba y “Molotov”

Esta hermosa experiencia la cuenta directamente Seba de la siguiente manera:

“Un viernes por la tarde estaba en la oficina, y Cris se sentó a mi lado para contarme que Juanjo se estaba comunicando con ella. Me explicó que le hacía preguntas y le pedía dibujos en el cielo como respuesta. Me describió algunos ejemplos en los que sus pedidos se habían cumplido con dibujos que Juanjo le hacía con las nubes. Al terminar ese relato, Cris me miró a los ojos y me dijo: “Vos tendrías que tratar de comuni-carte con él”.

Si bien yo siempre fui una persona descreída de este tipo de comunica-ciones, lo que me contó Cristina fue algo que me quedó dando vueltas en la cabeza. Esa misma noche, estaba solo en mi casa, duchándome y me puse a pensar en las palabras de Cristina. Y decidí que debía inten-tarlo. Ya que si existía alguna manera de comunicarme con Juanjo, eso me ayudaría mucho a seguir adelante. Una vez decidido a intentarlo, me topé con varios inconvenientes. Mi primer problema fue el método a seguir. ¿Cómo hacer, a dónde hablarle, al cielo, al suelo, al azulejo del baño, al duchador? Al no ser una persona creyente que jamás había

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rezado no sabía cómo hacer.Mi segundo inconveniente se presentó al querer decidir qué pregun-tarle. No sabía por donde empezar. Y por último tampoco sabía qué señal pedirle como respuesta.

Sumido en este laberinto, decidí que no le preguntaría nada. Y mi pen-samiento fue el siguiente: “Si él puede y quiere comunicarse conmigo, lo va a hacer”.

A la mañana siguiente, yo debía ir a la oficina. Como no podía manejar debido a mi lesión en el omóplato, pedí un remis. Camino al trabajo, iba pensando en Juanjo y de repente vino a mi mente una canción que con él escuchábamos siempre que salíamos a la ruta. Es una canción de “Molotov” (una banda de rock mexicana), llamada “Puto”. Es una canción que tiene muchísima energía, y siempre que salíamos a la ruta la poníamos a todo volumen y cantábamos (en realidad gritábamos) y golpeábamos el techo y el volante como dos desaforados; una vez ter-minada la canción, todo volvía a la normalidad. Por algún motivo esa canción nos “despertaba el indio” y tomábamos esa actitud.

Iba en el remis recordando esa canción, y se me ocurrió pensar que siem-pre que saliera a la ruta desde ese momento en adelante, iba a ponerla a todo volumen. En el mismo instante en que estoy pensando en esto, el remis se detiene en un semáforo (24 de noviembre y Constitución), y de repente lo hace al lado un Renault Clío, con la referida canción de Molotov a todo volumen (el auto tenía las ventanillas cerradas e igualmente se oía muy alto el sonido) y la persona que manejaba estaba cantando a los gritos, con una mano golpeaba el volante y con la otra el techo. En ese momento se me puso la piel de gallina y no podía creer lo que me estaba pasando. Fue algo muy fuerte que tomé como una señal que Juanjo me estaba mandando. Esa señal me dio muchas esperanzas y me hizo sentir que él está conmigo, y que probablemente algún día nos volvamos a encontrar.”

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Marilín y Lena

Marilín, nuestra querida sobrina, tan cercana a nuestras vidas. Donde está ella todo brilla. Irradia amor, alegría, es “compinche” de Laura, madrina de bautismo de Morita. Cuando Marilín se enteró de la anéc-dota de Seba y Molotov pensó en pedirle a Juanjo que le hiciera escu-char en la radio de su auto, en algún momento de las dos medias horas que le lleva ir y volver de su trabajo, un tema de la cantante Lena del que no conocía el título, pero sí su música y letra. No es una canción que las radios difundan habitualmente. De hecho hacía al menos un mes que no la escuchaba, a pesar de que ella todos los días iba con su auto al trabajo con la radio encendida. La consigna eran tres preguntas:

1) Si a Guillermo, su marido, se le iba a concretar una propuesta laboral en Río Grande, Tierra del Fuego.

2) Si Juanjo realmente estaba bien. 3) Si a ellos les iba a ir bien, en caso de trasladarse al sur.

Marilín pensó que si las tres preguntas merecían respuestas afirmati-vas, Juanjo le haría escuchar el tema solicitado. Al día siguiente, 6 de diciembre, Marilín iba con su auto al trabajo, escuchando la radio con atención, pasó la media hora y nada.

Por la tarde volvió a su hogar, transcurrió otra media hora escuchando la radio y nada. Pensó que tal vez no serían todas las respuestas afir-mativas. Ese día, la empleada doméstica de Marilín no había llevado su bicicleta, como hacía cotidianamente, entonces Marilín se ofreció llevarla hasta su casa. Subieron apuradas al auto y en cuanto Marilín encendió el motor, desde la radio surgió el tema de la cantante Lena. Su sorpresa fue mayúscula cuando el locutor anunció el título de la canción: “PUEDO JURARLO”.

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Cuando Guillermo regresó a la noche, antes de que pudiera contar acerca de la reunión que había tenido, Marilín se le anticipó y le dijo: “Ya sé, nos vamos al sur”. Guillermo le preguntó: “¿Quién te lo dijo?” Marilín sonriente respondió: “Juanjo”.Hoy Guillermo se encuentra ya instalado en Río Grande, y Marilín y sus hijos están a punto de viajar para radicarse en esa ciudad. ¿Increíble, verdad? Guillermo, Mary, ¡mucha suerte! Seguro que Juanjo los va a estar acompañando.

Guillermo y su camioneta

Guillermo es el esposo de Marilín. Nuestro sobrino político. Suelen visitarnos muchos fines de semana. Tienen dos maravillosos hijos, Gerónimo y Patricio a quienes amamos. Juegan con nuestra nietitas, compartiendo momentos muy felices. Guillermo es ingeniero electró-nico, muy buena persona, tal vez un poco introvertido para expresar sus sentimientos, le costaba creer lo que estamos experimentando. Hasta que un día me envió la siguiente carta:

“Comenzó cuando Cristina me llamó al escritorio de su casa para ver unas imágenes de Juanjo. Nos pusimos a hablar sobre las señales que él emitía. Yo en realidad, no estaba del todo convencido, dudaba y prefe-ría que lo dejaran tranquilo. Durante la charla, Cristina me decía que él estaba bien. A mí, hablar del tema me ponía mal, hasta que no aguanté más y lloré, lo cual siempre trato de evitar. Ella me pidió que me abriera, que lo sintiera. No sé que pasó, pero bueno, nos abrazamos y trató de consolarme.

Al día siguiente, salimos toda la familia en mi camioneta. De repente empezó a funcionar mal. Tironeaba como si se quedara sin nafta. Volví

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a casa, la desarmé y no encontré nada raro. Cuando la camioneta estaba detenida, pero en marcha, se aceleraba y desaceleraba sola, la aguja del cuenta vueltas subía y bajaba sola. La volví a armar, salí a probarla y andaba perfectamente. Cuando la quise arrancar para ir al trabajo, la camioneta no respondía. Nunca le pasó esto, desde el año 96 que la tenemos.

Al otro día fui a trabajar, luego de hacer unos diez kilómetros, empezó a hacer lo mismo. Falló igual que el domingo, o sea, que se aceleraba y desaceleraba sola. Se me ocurrió sacar el filtro de aire, que era casi nuevo. A partir de ahí, la camioneta no falló mas. Hice cincuenta kiló-metros sin filtro de aire. Cuando llegué al trabajo compré uno nuevo y lo coloqué. Hice los cincuenta kilómetros, de regreso, sin problemas. Después de la charla con Cristina, volví a pensar más en Juanjo, pen-saba qué señales me podía dar. En realidad no se me ocurrían.

Pero cuando saqué el filtro de aire me acordé que Sebastián le había comentado a alguien que había oído a Juanjo respirar mal cuando suce-dió el accidente. Cuando coloqué el filtro nuevo, tomé dos estampitas que tenía de San Cayetano y de la Virgen de Luján, y en ese momento comencé a hablarle a Juanjo.

No se si él me escuchó, pero la camioneta andaba bien. Respiraba.”

Guillermo Miceli

Gracias Guille por tu sentido relato. Creo que fue Juanjo, el travieso, quien te hizo todo esto. Él sabe que sos fanático de la camioneta, que sos detallista con la mecánica de la misma. Creo que quiso jugar un poco con vos. Que sepas que él está con vos, y que sabe todo lo que lo querés.

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Magu lo ve en una fiesta

Magu fue la novia de Juanjo durante tres años. Estaban distanciados desde hacia un año y medio. Pienso que fue el gran amor de Juanjo. Es una joven dulce, bonita, inteligente, la quiero mucho, y comparto con ella hermosos momentos de charlas interminables.Me gratifica tanto verla como a todos quienes querían tanto a Juanjo. Siento que un pedacito de él está en cada uno de ellos. Desde que la conocí le noté un gran parecido físico con Juanjo. Sus bellas cejas, su nariz, aunque un poco más pequeña y femenina, sus labios con la parte inferior mas carnosa, su cuerpo tan etéreo. Juanjo le había regalado una perra ovejera, “Juana”, que aún la acompaña. En casa teníamos a “Choco”, nuestro travieso perro con tantas ansias de libertad, que hoy seguramente está junto a nuestro Juanjo. Cuando los observaba caminar o jugar, muchas veces con los perros, parecía que no pisaban el suelo. Flotaban.

Ambos estudiaban distintas carreras de diseño. Se pasaban horas traba-jando en nuestra casa para preparar sus presentaciones en la facultad. Uno se ayudaba al otro. En uno de los recientes encuentros con Magu, me relató que un sábado de noviembre, ella estaba bailando en una fiesta como animadora junto a un grupo de compañeros. Dijo que se sentía muy triste y su único pensamiento era Juanjo. Asegura que, de repente, en medio del salón lo vio pasar en forma fugaz, sonriente, entre la gente. Esta aparición hizo que su tristeza disminuyera.

¿Otra muestra de AMOR?

Magu, la jota y el Lancer

En una charla telefónica, Magu me contó que el día de Navidad a la

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tarde, mientras pensaba en Juanjo, recostada en su jardín, sintiendo una gran paz, abrió los ojos y en el cielo totalmente celeste vio dibujada una “J” inmensa hecha de nubes. Me dijo que siempre lo siente cerca de ella. A Magu le gusta caminar. Cada vez que piensa en Juanjo por la calle, da la casualidad que pasa un auto Lancer. Ella siente que es un mensaje de él, porque cuando estaban de novios, ella tenía mucho miedo de estar en un auto nuevo, ya que unos meses antes habían sufrido una horrible experiencia de robo; incluso los habían baleado. En esa oportunidad, mientras Juanjo estaba estacionando frente a la casa de Magu, vio por el espejo retrovisor a unos delincuentes que se bajaban de una camioneta estacionada detrás de ellos, armados con itakas.

Juanjo me había relatado que en ese instante se le apareció en la mente Miguel, un gran amigo de la familia que en circunstancias parecidas había perdido la vida, quedando atrapado de la misma forma, estacio-nado sobre la vereda. Su susto fue tan grande, que decidió dar marcha atrás a toda velocidad. Mientras retrocedían les dispararon. Como con-secuencia, Juanjo recibió un tiro en su muñeca izquierda.

Asimismo, en el instante en que con su mano derecha empujaba a Magu hacia abajo, una bala se incrustó en la cabecera del acompañante. Esto lo descubrimos al otro día cuando encontramos el proyectil en el res-paldo de su asiento. Después de este triste acontecimiento, Juanjo se recuperó de una manera casi inmediata, increíble, pero Magu no. Juanjo cambió su camioneta por un Lancer azul que teníamos José y yo. La desaprobación de Magu fue total a causa de sus miedos. Pero Juanjo insistió, pues decía que era el auto soñado, que no les iba a suceder nada malo, que él la iba a proteger. Magu piensa que ese es el motivo por el cual aparece siempre un Lancer cuando piensa en Juanjo. Quiero agregar que en una pequeña cajita cerrada con llave, que Juanjo tenía en su departamento, aparte de unos pocos pesos que encontramos dentro, también tenía guardados una cadenita con un dije de Boca, su equipo, y el proyectil que esquivó Magu y salvó su vida.

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La estrella fugaz de Florencia

En Charlotte, Carolina del Norte, Florencia y Gustavo, unos amigos nuestros que viven en Estados Unidos, estaban mirando una película por televisión. Eran las 22 horas aproximadamente del infausto sábado 5 de noviembre de 2005. Florencia le comentó a su esposo que uno de los personajes de la película se parecía a Juanjo. Gustavo le dijo que él había pensado lo mismo. Flor le comentó que quería mucho a Juanjo y que, aunque era menor que ella lo sentía con cualidades de persona más grande, tan emprendedor, tan maduro. El lunes 7 se enteraron del accidente.

Hacía mucho frío. Florencia estaba sentada afuera, sola, observando el cielo muy azul y se preguntó: “¿Por qué?”, pensando en la muerte de Juanjo.

En ese instante una estrella, muy blanca, se movió de abajo hacia arriba a unos 45 grados a una distancia visible y en forma fugaz.

Flor pensó que era él. Yo también.

Karina y su florerito “mensajero”

Karina, hija de nuestros amigos Lucy y Lalo, hermana de Natalia y Cecilia que ya van a conocer, es un ser muy sensible. La conozco desde que estaba en la panza de su madre. Siempre transmitió mucha paz. Es suave en sus movimientos, tiene unos hermosos ojos azules con mirada serena. La amo como a una hija.

Me contó que había perdido un amigo muy íntimo hacía un año. En su creencia, le pidió a su amigo que si estaba bien, en el lugar en que

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estuviere, se lo hiciera saber haciendo caer el florerito que ella tenía en su baño, bien pegado al espejo. Al día siguiente, el florerito apareció en el suelo, eso la tranquilizó mucho. Volvió a pegar el florerito y ahí quedó durante un año. Hasta que se produjo la partida de Juanjo, Ahora le pidió a él que le demostrara de la misma manera, si estaba bien. A la mañana siguiente el florerito apareció nuevamente en el piso. Juanjo le había comunicado a Karina que estaba bien (y tal vez junto a su otro amigo).

Ana y la estrella

Mi cuñada Ana es la esposa de mi hermano Sergio. Nos conocemos desde los catorce años. Ella se crió prácticamente en la casa de mis padres. Ambos tienen cuatro hijos excelentes, Martín, Mariana, Diego y Juani. Los amamos profundamente. Gran parte de su infancia la pasa-ron junto a nuestros hijos. Nos unen a ellos recuerdos y vivencias mara-villosas. Diego, además de primo, era como un hermano para Juanjo, sus edades casi coincidían. Todas las noches, Ana busca a Juanjo en la misma estrella.

Una noche, Ana pidió:“Juanjo, si estás bien, con luz y en paz, que la estrella se caiga”.

No ocurrió eso, pero en ese mismo instante advirtió el paso de un avión debajo de la misma. Mi hermano y mi cuñada lo apodaban a Juanjo “Avión” desde un viaje que habían hecho juntos a Cuba, donde Juanjo nos contó que la pasó genial. Él usaba el cabello rapado y se veían sus orejas, y allí surgió el apodo.

A Juanjo realmente le había gustado. A partir de entonces en el pro-grama Messenger su identificación era “avión/ jey jey/ (9)” y agregaba alguna frase, que iba cambiando, de acuerdo a los acontecimientos que

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iban sucediendo, siempre con mucho humor. Su apodo fue tan divul-gado por él mismo, que muchos amigos lo llamaban así, Avión. Esta visión le confirmó a Ana que Juanjo estaba ahí.

El 9 otra vez

El domingo 17 de diciembre, Ana y Sergio fueron a la cancha de Boca Juniors a presenciar Boca-Pumas de México. Era de noche. Cuando salieron los jugadores a la cancha, Ana, observando la estrella que titi-laba en esa plácida noche, que coincidía con el cumpleaños de Laura, le pidió a Juanjo, que era fanático de Boca, que si estaba ahí, y bien, hiciera que el número 9 convirtiese un gol, ya que Juanjo jugaba con ese número. Ana le preguntó a Sergio quién era el 9 de Boca, ya que ella desconocía el nombre y número que llevaban los jugadores. Sergio le contestó sorprendido: “¿No sabés que es Palermo?” Al rato, la Bombo-nera estalló de alegría ante el gol de Palermo, el jugador número 9. Ana se estremeció y se puso a llorar con emoción inconsolable, sabiendo que Juanjo estaba allí. No le importó el resultado final, su deseo se había cumplido y en su alma había más paz.

Ana, otra vez la estrella

Ana nos relata una nueva vivencia a través de una carta que le escribe a Juanjo:

“Juanjo:

Hace muchos días que ponía atención en buscar alguna señal tuya y no la encontraba. La noche en que volví de las vacaciones, regué las plan-tas bastante tarde, después de las once de la noche y me quedé mirando el cielo.

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Las estrellas titilaban muchísimo, entonces, tranquila y relajada, me puse a charlar con vos. A contarte cosas que ya sabés, como el libro que tus papás están escribiendo, a preguntarte cómo estás... Fue entonces que apareció una nube no muy grande, algo gordita, moviéndose lenta-mente por el cielo hasta que formó una “J” finita resplandeciente como la luna, resplandeciente como las estrellas.”

Gracias Juanjo

Betty y Chango, ruido y luz.

Chango y Betty, son unos amigos de toda la vida. A Chango lo conozco desde la niñez. Tienen tres hijos tan buenos como ellos, Mariela, Vanesa y Gabriel. Gabriel, junto a Diego, nuestro sobrino y Juanjo eran amigos, “compinches”, jugaban intensamente en muchos momentos de la infancia. Llamaba la atención que nunca se presentaban peleas ente ellos. Se querían mucho y bien. A pocos días de irse Juanjo física-mente de este mundo, nos cuentan Betty y Chango, que mientras esta-ban mirando televisión en su dormitorio, de noche, oyeron un fuerte ruido y en ese instante un fugaz haz de luz pasó por su habitación. No encontraron explicación racional para ello. Betty dice que sintió que era Juanjo. Yo también. ¡Cómo no iba a dejar una señal suya en un hogar amado por él!

Raúl y su dolor

Raúl es mi papá del alma (aunque también tengo a mi adorado papá, que está con Juanjo). Raúl siempre está bien, es un hombre simple, bueno, agradecido a la vida, tiene un amor recíproco con Juanjo, quien lo quería como a su propio abuelo. Como Raúl trabaja con nosotros,

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era diario el contacto entre ambos. Los dos eran chistosos, siempre se reían en sus simpáticos diálogos y contagiaban la alegría a su alrededor. Raúl quedó paralizado por la muerte de Juanjo, su silencio transmitía su tristeza.

Con Laura le hablamos mucho. Lo contuvimos y le dijimos que no dejara de expresar lo que sentía. Le dijimos que Juanjo iba a estar siem-pre con nosotros y que no le gustaría verlo así. Su actitud cambió para bien.

Raúl estaba un poco afligido porque hacía varios meses que sentía dolo-res en la ingle y en un pie. Fue a ver a un médico, luego a otro y nada. Tenía un problema con un espolón en el talón de un pie. Él siempre dice que se siente bien, realmente irradia energía positiva. A su pedido, le di una foto reciente de Juanjo. Una mañana me contó que le había pedido a Juanjo, a través de esa foto, que lo ayudara a calmar el dolor. Extrañamente al otro día, sonriente dijo: “Es increíble, pero el dolor desapareció por completo”.Cada día que lo veo le pregunto “¿Raúl, como andás del dolor?”A lo que el me responde con fingida ironía: “¿Qué dolor?”

Raúl dice que lo siente siempre a su lado, que continuamente lo ayuda en todo lo que le pide. Sus pedidos son simples, triviales, tal vez excu-sas para asegurarse de que Juanjo siempre estará junto a él.

Angélica y Carlos - Imagen

En el trayecto de regreso del hospital de San Nicolás, Angélica, una amiga con una gran sensibilidad, estaba muy concentrada en alentar a Juanjo para que saliera adelante. De repente, sintió un estado de angus-tia. Acto seguido la llamaron al celular y le avisaron que Juanjo ya no estaba entre nosotros. Cuando llegó a su casa advirtió junto a su marido

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Carlos, otro gran amigo, lleno de bondad, que desde afuera de la casa, en una de las ventanas se veía una imagen, como si estuviera dentro del doble vidriado. Entró a la casa y desde adentro vieron lo mismo. Dijo que a la madrugada se despertó y la imagen seguía allí. Al otro día la imagen había desaparecido.

Ruido de Brindis

Días después estábamos José y yo en casa de Angélica y Carlos, con Paula y José. Nunca voy a olvidar la compañía silenciosa de José Sán-chez en San Nicolás. A través de la visión fugaz que tuve de él, mientras el médico del Cemic nos anunciaba lo que ya les relaté anteriormente, esa trágica madrugada en San Nicolás, lo sentí como el representante de todos los amigos y familiares que estaban tan unidos a nosotros en un verdadero lazo de amor. ¡Nunca me voy a cansar de decirles gracias a todos!

Después de la cena, con José les estábamos mostrando a través de la com-putadora, la foto donde aparece la imagen de Juanjo. En ese momento todos escuchamos un fuerte sonar de copas, como si se tratara de un brindis, que venía desde la cocina. Fuimos a mirar, pero en la cocina no había nadie, ni siquiera una copa. Los seis quedamos sorprendidos. ¿Qué había sucedido? ¿Quién hizo sonar las copas inexistentes?

Milton y su ídolo

Milton Chávez, de trece años, es el hijo de Graciela, la señora que tra-baja en casa desde hace más de quince años. Un día Graciela me contó que aunque lo había visto poco, Milton tenía como ídolo a Juanjo. Solía decir que cuando fuera grande le gustaría ser como él. Afortunadamente pude contárselo a Juanjo, quien se puso contento y se sorprendió porque

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realmente no se conocían demasiado. Graciela nos conoce bien, vivía el día a día en casa, ella le contaba a su hijo sobre la especial bondad y humildad de Juanjo.

Después de la partida de Juanjo, Graciela me pidió una foto actualizada de él, porque Milton se la había solicitado. Me dijo que la puso en su placard y que le reza y habla todos los días. Le pidió si podía ayudarlo en el examen de matemática que tenía que rendir por esos días. Milton obtuvo un 10 (diez) y agradeció a su ídolo.

Gigi soñó

Conocemos a Gigi y a Tita desde hace 25 años, justo la edad de Juanjo. Comenzamos a frecuentar el club Sanford en familia con José, Laura y Juanjo. Por esos días habitábamos en un departamento, y por lo tanto nos resultaba saludable para todos concurrir al club, donde encontrá-bamos espacios abiertos y aire puro. Solíamos comer ricos asados con amigos, bajo la sombra de añejos árboles. José jugaba al fútbol, deporte que lleva en el alma, Laura, además de jugar con sus amigos practicaba hockey sobre césped, Juanjo, otro amante del fútbol, también lo jugaba allí y disfrutaba jugando rodeado del maravilloso verde; yo me dedi-caba al tenis criollo. Tanto nuestros hijos como nosotros pasamos una etapa muy feliz, cosechando buenos amigos.

Cuando Tita, gran amiga mía, vio a Juanjo por primera vez, él era apenas un pequeño bebé, y fue él quien hizo que nos conociéramos. En esta amistad que llevamos a través de los años, Tita siempre demos-tró un especial amor por Juanjo y Laura. Gigi lo alzaba, lo hacia reír. Justamente Gigi contó que había soñado con Juanjo, en imágenes de cuando él aún era chiquito. Su presencia fue tan fuerte, que le pareció un abrazo real.

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El tatuaje de Paz

El 29 de diciembre de 2005, Paz, la íntima amiga de Juanjo me envió el siguiente e-mail:

“Cris, me olvidé de contarte algo que me pasó...Realmente mucha importancia no le di en ese momento... Unos días antes de que Sebi se tatuara el brazo, se me había ocurrido sugerirles tatuarnos los tres (Gus, Sebi y yo) dos jotas (JJ)... yo NUNCA estuve interesada en tatuajes, es más, mi hermana siempre insistió que debía hacerme uno y siempre pensé: “el día que me haga un tatuaje, tengo que estar muy segura de que lo quiero llevar por el resto de mi vida”, porque sabía que luego no habría opción, y cosa tan importante y de la que esté segura y contenta por siempre... ¡era más que imposible!

Sin embargo, cuando se me ocurre lo del tatuaje con las dos jotas de Juan, no lo dudé en ningún momento, es más, deseaba hacerlo... enton-ces pensé: a Juan, ¿le hubiera gustado, hubiera estado de acuerdo?

Hete aquí que se lo pregunté, y ese mismo mediodía, cuando salía a hacer un trámite, empecé a pensar, ¿cómo me lo contestará?... bueno, habré caminado unas cinco cuadras de ida y otras tantas de vuelta y TODAS, PERO TODAS (realmente) las patentes de los autos que veía, tenían doble letra, ejemplo, APP, SSJ, EEX... y dije, bueno, puede que sea coincidencia... Todos los autos con dos iniciales iguales... llegando al trabajo, una cuadra antes, voy a cruzar la calle (mientras me venía preguntando lo mismo, si él quería, si estaba de acuerdo) dejo pasar un auto antes de cruzar y la patente era “ASI”, tenía un SÍ mas claro que el agua...

Yo te aseguro, que si te ponés, por ejemplo en la avenida J. B. Justo, en este mismo momento (y hacelo) y te pido que mires cien paten-

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tes, quiero que me digas cuántas ves que tengan dos letras iguales y cuantas forman la palabra “sí” ... Eso no es todo, por “h” o por “b” no le encontré la vuelta al diseño de MIS JJ, entonces, charlando con mi mejor amiga acerca del tema (Paula), me dice, “tatuate algo que lo represente, algo que sepas que es él”. Ayer lo terminé de diseñar, lo que se me ocurrió fue una mariposa (la que parece un ángel, algo muy volátil) (te lo adjunto en el e-mail) con una estela de 9 estrellas... hoy, pensando en el tatuaje (el que me haré el sábado, ya pedí turno) salí de la oficina a fumar un cigarrillo (ja, acá tampoco se fuma) me di vuelta y pasó enfrente de mí, una mariposa de color rojo, ¡divina! (es raro que por mi zona, porque no hay ni un yuyito, pase una mariposa... es más, hacía mucho que no veía una...). Señales... muchas, miles y por montones. las que vemos y las que no...

No sé, sólo me había quedado por contarte...muy largo el e-mail??? jajajaaaaa

Tatoo de Paz

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Te mando muchooooooooossssssssss besossssssssssss hasta el cielo!!!!PD: Por qué una mariposa... por su fragilidad, su simpleza, porque vive para que la disfrutemos, porque irradia amor, dulzura, transmite calor, es noble, no molesta, ella vive para otros y porque vive poco y durante todo ese día de vida que tiene te da más que cualquier cosa que dure cien años... y así era Juan (Juan, le decía yo, no Juanjo y el me decía que era la única que lo llamaba así, no sé por qué le decía Juan...)

Sueño de Mariana

Mariana es mi sobrina, hija de Sergio y Ana. Nos vino a visitar hace poco y me contó el sueño que había tenido. Me pareció realmente alentador, que reafirma una vez más sus interminables mensajes y su angelical presencia. Lo transcribo textualmente, para que lo disfrutemos todos:

“Hola Tía, ¿cómo estás?, perdoná que te mande el e-mail recién ahora pero te juro que es la primera vez que tengo un tiempo libre, sin Román a upa (jajajajjajaja ¡porque se acaba de dormir!).

Espero que les haya ido bien en Mar del Plata, después te llamo y me contás. Un beso enorme, te quiero mucho y admiro lo fuerte que sos.

Desde que mi primo Juanjo se fue, todas las noches me acuesto pen-sando en él, pienso tanto, tanto, que creo que en mis sueños sigo pen-sando en él, por eso lo soñaba cada noche... Pero nunca recordaba qué era lo que soñaba...

Y me levantaba muy angustiada. La noche del jueves 19 de enero, cuando me fui a dormir, estaba muy cansada, no tardé nada en dormirme. Esa noche también soñé con Juanjo, pero fue un sueño lindo, un sueño feliz. Juan y yo éramos de la edad que tenemos ahora, pero nuestros cuer-pos eran los mismos de cuando éramos chiquititos, el con su flequillito

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y su sonrisa enorme, siempre se reía, siempre, siempre..... Estábamos caminando, tomados de la mano, y él me contaba que sabía lo que le iba a pasar, que no podía evitarlo, y que ya lo sabía, me lo contaba en secreto y sin ningún temor. Yo le dije entonces que hiciéramos todo lo que le faltaba hacer para ser feliz, él me contestó que no le faltaba hacer nada, que ya había hecho todo lo que quería hacer, yo le decía que algo le tenía que faltar, y él me volvía a decir que no, que me juraba que había hecho todo, y de golpe, siempre tomados de la la mano, me lleva corriendo a una repostería, agarra una torta de crema y me grita: “¡Me falta una! GUERRRRRRRRRRRRRRRRRAAAAAAAAAA DE TORRRRRRRTAAAAAAAAAAAS”, y me la estampa en la cara, se reía mucho a carcajadas, yo se la devolví, y también me reía, NOS REIAMOS LOS DOS MUCHO.

¡COMO CUANDO ÉRAMOS CHIQUITITOS! Entonces sonó un timbre muy fuerte, yo me desperté pensando que era el timbre de mi casa, pero sonaba distinto, lo desperté a mi novio y le dije que había sonado el timbre, pero como estaba muy dormido no me dio ni bolilla... me quedé unos minutos más despierta, pensando en mi sueño, miré la hora eran las 3:53 de la madrugada, y cuando me estaba por volver a dormir, oí el ruido de un avión en vuelo... ¡Nunca había oído uno tan cerca de mi casa!

Creo que mi primo estaba ahí, esa mañana me levanté mucho mejor, o por lo menos, no tan angustiada”.

Mari

Mariana y el mono

También Mariana nos cuenta:

“Un martes fui a visitar a mi tía, y me llevó a la habitación de Juanjo... me dijo que me llevara lo que quisiera. Como hacía algún tiempo que

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no veía a mi primo muchas cosas no me eran familiares, se me ocurrió mirar para arriba y vi lo que quería llevarme: un mono con la camiseta de Boca, ese muñeco lo tenía Juan de chiquito en su habitación, ¡siem-pre me acordaba de ese mono!

A la semana, estaba mirando los dibujitos en la tele con Román, sentada en mi sillón y abrazando al mono, estaban dando “Poko” un dibujito para bebés. Poko tiene un mono de juguete que lleva a todos lados, recordé que yo también tenía un mono y lo abracé más fuerte. Al ins-tante desde la tele un personaje del dibujito dijo “abraza a un mono, sí señor, abraza a un mono y te sentirás mucho mejor”.

No lo podía creer, mi primo siempre está, siempre haciéndonos sentir mejor”.

Brindis de Fin de Año

El 31 de diciembre nos reunimos como todos los años, con el perso-nal del negocio. Formamos un excelente grupo, me siento en familia cuando asisto a trabajar. El personal está formado por gente con gran sensibilidad y sentido de solidaridad. Se nota muchísimo la ausencia física de Juanjo, su sonrisa, su constante buen humor y buena voluntad para con todos. Recordándolo con todo nuestro amor, hicimos el brindis de fin de año. Les hablé a todos, como si fueran mis hijos, les conté lo que me estaba sucediendo con Juanjo, su permanente comunicación. Les entregué unas tarjetas que preparamos con frases de Juanjo, que tan bien interpretó Daniel Callegari para diseñarlas como Juanjo hubiera querido, según el propio Daniel comentó.

La reunión fue muy emotiva. Intervino Sofía, mi nietita del alma, diciendo que a ella también Juanjo le había dibujado una muñeca en las nubes. En el momento preciso del brindis, les dije a todos que sentía

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que Juanjo estaba con nosotros, y lo estaría en todos los emprendimien-tos que tuviéramos. En ese preciso instante se cortaron todas las luces del negocio y se encendieron las de emergencia. Cuando revisaron la caja de electricidad, resultó que un cable de forma inexplicable se había desconectado.

En realidad fue totalmente explicable. Todos lo sentimos así. Juanjo logró que los rostros melancólicos allí reunidos, se transformaran, en una bella sonrisa.

Gracias otra vez, mi amor.

Sofía y su Jey Jey

Cuando Sofía tenía dos años, se divertía viendo en el Canal Discovery Kids, entre otros programas, “Jey Jey el Avioncito” y “Teletubbies”. Son dibujos animados para niños de uno a tres años. A medida que fue cre-ciendo, sus gustos por los programas, naturalmente, fueron cambiando. Ahora, con cuatro años y medio se divierte mucho con La Pantera Rosa, Lazy Town y otros. Hace tiempo que Jey Jey no aparece en pantalla.

Los primeros días de enero Laura le preguntó qué deseaba pedirle a los Reyes Magos. Sin pensar Sofía contestó: “Quiero a Jey Jey el avioncito”. Laura quedó sorprendida. Inmediatamente lo relacionó con Juanjo, quien en el programa MSN se autodenominaba, “Jey Jey Avión 9”, detalle que por supuesto, Sofía no conocía en absoluto.

El día de Reyes recibió el regalo pedido. Realmente es un juguete muy simpático. Cuando uno lo enciende, comienza una alegre música, sus labios se mueven mostrando sonrisas y sus ojitos miran hacia un cos-tado y al otro. Además, avanza, retrocede, para, da media vuelta, todo al ritmo de esa alegre música. Cuando lo vio, Sofía reaccionó con una

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alegría inmensa. Jugó un rato con él. Morita también quería tocarlo y lo perseguía.Lo más bello fue cuando Sofía expresó: “Jey Jey está feliz”.Al rato agregó nerviosa: “le sacaría el plástico de afuera, así puede volar”.

Le pedí a José que me comprara un Jey Jey. Al día siguiente lo encontré sobre la mesa del comedor. Lo tengo en casa con su permanente sonrisa. Gracias, mi amor. “Jey Jey”, es “jota jota (JJ)” en inglés. Juanjo, mi adorado avión.

Joaquín estuvo también con Jey Jey

Joaquín es hijo de Cecilia y Daniel, tiene tres años. Es un chico suma-mente dulce como su papá y sensible como su mamá. Un día de diciem-bre, Joaquín estaba jugando solo, tarareando la canción de Jey Jey. A Cecilia le extrañó, porque a él le gustan los Power Rangers, otro dibu-jito, y como dije anteriormente hace mucho tiempo que no pasaban Jey Jey por televisión.

Cecilia intrigada le preguntó: “¿A qué estás jugando?”. “Estoy can-tando Jey Jey con G de avión”, y agregó: “Tengo un amigo que tiene algo en el ojo, como Leila”.

Leila es una compañerita de jardín que tiene una mancha natural en la zona del ojo. Juanjo, como consecuencia del accidente, el único daño exterior que tenía era un ojo morado.

¿Por qué los niños pueden ver, y con tanta naturalidad, lo que los adul-tos no podemos?A veces, pienso que Juanjo debe pararse delante de nosotros y no pode-mos percibirlo.

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¿Qué nos sucede que no podemos visualizar como los niños?¿Perdemos la naturalidad, la inocencia?¿Cuáles serán las verdaderas trabas que construimos los humanos cuando crecemos, dejando atrás la libertad de espíritu, ese encanto e inocencia que sólo los niños logran tener?

Carolina Games. Mi experiencia con Juanjo:

Desde que recibí la noticia del accidente, no pude ya borrar su imagen de mi cabeza. Comencé a verlo en todas partes; se me cruzaban viajes y momentos del pasado como la época del Colegio Juana de Arco, los veranos en Pinamar, el viaje al norte, etc. etc.

Me parecía verlo cuando subía al micro, caminando por la calle Riva-davia; todos eran él y todas las voces eran de él. Ni se imaginan la can-tidad de veces que me di vuelta buscándolo. Ir caminando y escucharlo, y decir “Juanjo”, mirar y verlo a él y tener que volver la vista para qui-tarme la duda y entender que no estaba.

A partir de aquel día en que supe que Juanjo había fallecido (me tiembla la mano al escribir esto) además de verlo y oírlo, comencé a soñar con él. Siempre sueños raros, extraños: recuerdo por ejemplo uno en que ayudábamos a los indios a recuperar tierras que les habían usurpado para poner una cadena de hoteles; sueños raros, sólo sueños, cosas sin sentido, o con mucho sentido, ¿no?

Al comentar lo que me ocurría, la mayoría de las personas coincidían en que era porque no lo había despedido (yo no pude ir a su sepelio) y otras me decían que quizás él quería que lo fuera a visitar al cementerio, y así poder despedirme. Y así pasó noviembre y casi todo diciembre; continuaban los sueños, las voces, los recuerdos, su cercanía.

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Una noche próxima al 30 de diciembre, Juanjo aparece una vez más en mi sueño. Me pedía que me quedara tranquila que todo estaría bien, que él estaba bien, e insiste en lo mismo pero yo no le creía, no podía con-vencerme de eso que él me estaba diciendo; y entonces apareció Lala, mi bisabuela.

Entre los dos me contaban que estaban juntos y bien, y que se divertían mucho. (Recordé a mi bisabuela jugando al Burako en la playa, cami-nando, andando, con sus noventa y tantos tan bien vividos). Luego ella se iba y Juanjo me contaba que venía a buscar a Eli, mi tía enferma de cáncer hacía ya algún tiempo. Yo le pedía por favor que no por ahora, que espere un tiempo, que no sea malo y él me explicaba que iban a estar los tres juntos, y que eso era lo mejor para ella. Entonces me con-cedió un tiempo: las fiestas de fin de año y el cumpleaños de su hija.

Ese día al despertar no le pude contar nada a nadie de mi familia, ni a Sebi (mi novio); dirían que era sólo un sueño; pero cuando llegué al trabajo se lo conté a mis compañeras, necesitaba que alguien lo supiera, por lo menos alguien. Dos o tres días después Eli falleció. Tampoco pude ir a su velorio ni acompañar físicamente a su familia. Esa misma noche en mi sueño apa-recieron Eli y Juanjo juntos; y él me decía: “viste que iba a estar bien, acá esta”; y Eli ya andaba de un lado para otro como siempre. Estaba bien.

Los sueños se calmaron y las apariciones ya no fueron tan frecuentes.Unos días después de todo esto viajé a San Bernardo con Seba y el papá. Salimos de Quilmes alrededor de las 18.30 hs. Ya en viaje se pusieron a hablar de fútbol, estaba cayendo el sol y el cielo se mostraba repleto de nubes. Recordé lo que me había contado mi hermana Aldana sobre las nubes que, según Cristina, le dibujaba Juanjo; y quise intentarlo… Le hablé, lo llamé y le pedí formas, y la verdad es que me aparecieron

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millones: una con forma de cola de ballena, otra con forma de zapato, la silueta de América, y me dije a mi misma: ¨todas tienen forma de algo; es uno el que las ve o no las ve”.

Me distraje por unos segundos y volví a intentarlo, pero esta vez le pedí que me dibujase una forma que yo quisiera y que fuese clara, que se viera bien; le pedí un corazón perfecto. Empecé a buscarlo y busqué y busqué y nada, y pensé que era imposible. Volví a distraerme un instante y cuando levanté la mirada hacia el cielo, justo a mi lado, sin buscarlo, mis ojos fijos en línea recta... y estaba ahí: el corazón más perfecto que hubiera imaginado, era enorme, esponjoso, clarísimo; se me puso la piel de gallina y sentí ganas de que lo vieran todos, pero no pude hacer ni decir nada; tenía una cámara en la mano y ni siquiera pude tomarle una foto.

Preferí guardármelo para mí para siempre, como un regalito de Juanjo. ¡Gracias!

Carolina Games

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“Tratar de ser nosotros mismos, respirar por nosotros mismos, traba-jar, pensar, sentir y hacer todo por nosotros mismos, para poder ser personas con características propias y empezar a construir todos los días algo nuevo”.

Juanjo

CAPÍTULO 6

Natalia

Sueño de Cecilia

Cecilia, a quien amo como a una hija, es la hermana de Natalia, ambas hijas de Lucy y Lalo. Cuando yo estaba en el octavo mes de embarazo de Laura, prácticamente me interné con Lucy, también embarazada, para acompañarla, porque estaba por nacer Cecilia. Nació, para gran felicidad de todos, y cuarenta y un días después le tocó a Laura. Ambas disfrutan de una gran amistad desde entonces. Cecilia nos contó que el día 6 de diciembre, a un mes de la partida de Juanjo, soñó con él. Fue un sueño que sintió muy real, según ase-gura. Lo encontró parado en medio de la ruta con un auto gris, su brazo derecho estaba enyesado. Cecilia, sabiendo que él ya estaba muerto, lo abrazó con fuerza, sintiéndolo.

Le preguntó: “Te veo bien, pero, ¿por qué te vas?”. “Estoy bien, pero me quiero ir por un tiempo.”, le respondió Juanjo. “¿Adónde?”.

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“A Bariloche”. Se subió al auto y se marchó por la solitaria ruta, con un sol que brillaba en todo su esplendor.

Con respecto al yeso, creo que es una de las pocas preocupaciones que Juanjo debe de tener hasta no ver bien, en su interior emocional, a su amigo Gustavo, quien era en realidad el enyesado. En cuanto a Barilo-che, lo comprenderán cuando lean este capítulo.

Angelita lo vio

Natalia, era muy amiga de Juanjo. Compartieron una infancia y una adolescencia muy felices. Una noche Natalia lo soñó, él estaba en su niñez y ella en su actual edad. Ambos jugaban contentos. En estos últi-mos tiempos se veían menos, dado que Natalia se mudó con su esposo Martín a Bariloche. El 8 de noviembre, Natalia había regresado a Bari-loche después de haber viajado a Buenos Aires el día anterior con mucha angustia, para despedir a su amigo.

Se sentía muy triste y desconsolada. Angelita, su hermosa hija de tres años de edad, jugaba regando las plantas en el jardín de su casa. Ella, prácticamente no conoció a Juanjo. Sabemos que los chicos son muy receptivos. Sintiendo lo que sufría su mamá le dijo: “Mami, no estés triste, porque vino Juanjo”. Se nota claramente que Juanjo sabe tam-bién lo receptores que son los niños.

Karina, Juanjo - Naranja

Karina, la hermana de Natalia, nos cuenta:

“Cuando me pidieron que cuente mi experiencia, confieso que me costó mucho. Pero, aquí estoy. Es tanto, tanto lo que quiero decir… tengo

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miles de recuerdos de Juanjo-niño con el que me tocó crecer y com-partir prácticamente la vida. Ya del Juanjo-adolescente-hombre conocí menos, pero el sentimiento siempre fue el mismo. Siempre fue un ángel, un niño especial que se hacía querer con facilidad. Me divertía mucho con él; espontáneo, ocurrente, siempre con una sonrisa para regalar.

Desde que se fue, no hay un día en que no piense en él; pero gracias a su familia dejé de llorar y comprendí que su alma es una constante compa-ñía. El 6 de enero, a dos meses de su partida, yo estaba comprando útiles escolares para enviárselos de regalo a mi sobrina Angelita, que vive en Bariloche. En realidad estaba preocupada por mi hermana Natalia, su madre, que tenía algunos problemas de salud. Pensé en Juanjo todo el tiempo, como pidiéndole que la ayudara. Cuando llegué a mi casa y comencé a envolver los regalos, me encontré con una cajita de resalta-dores con olor a frutas, y cada uno tenía un nombre, por ejemplo:“Mariana - Banana”“Romina - Mandarina”Y repentinamente leo: “Juanjo - Naranja”

Me quedé muy impactada, más allá de que era el único que no rimaba, entendí el mensaje. Juanjo me estaba diciendo que no me preocupara por Natalia porque también él estaba con ella. Lo cierto es que me inva-dió una profunda tranquilidad, saber de su compañía me llenó de fe y supe que desde ahora hay un ángel que nos cuida, al que vamos a extra-ñar mucho, pero al que seguramente volveremos a ver”.

Natalia y su embarazo

Natalia hace un año que busca junto a Martín, el segundo hijo. Ella pensaba permanentemente en Juanjo. Le transmitió que si quedaba embarazada, José y yo seríamos los padrinos, porque pensaba que la relación directa con una vida nueva nos iba a hacer bien. A la semana

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siguiente se hizo un test de embarazo, sólo por intuición, ¡y le dio posi-tivo! Todavía no había advertido ningún atraso, y ahora están esperando una nueva vida.

Una almita para el bebé de Natalia

El 21 de diciembre de 2005 al mediodía observé en el cielo un dibujo que me parecía hecho por Juanjo. Parece que ya le conozco los rasgos. Decidí tomar una foto. La pasé a la computadora. Observé algo pare-cido a un tridente en forma horizontal, ese rasgo se parecía al del logo “SV” (ver capítulo 1, foto logotipo de Soluciones Vidriadas) del día anterior, por eso me llamó la atención; y a la derecha me pareció ver un alma, el alma de Juanjo. Pero no entendía de qué se trataba. Ese día estaba en casa sola. Decidí subir al dormitorio de Juanjo para vaciar otro bolso que contenía ropa de él. Me encanta sentir el aroma de su ropa. Luego tomé una cajita de latón con la cruz de primeros auxilios que él cuidadosamente guardaba en el cajón de su escritorio. Dentro de la misma, encontré un montón de cartitas. Las llevé a mi dormitorio y comencé a leerlas. Eran las cartas que le habían enviado sus noviecitas de la pre-adolescencia y adolescencia. También encontré una tarjeta que le había mandado un amiguito de la infancia, Mariano, donde le decía que la amistad de ellos dos iba a estar siempre en una estrella. Pero lo que realmente me llamó la atención, fue una carta de Natalia, su amiga de toda la infancia, quien en la parte superior de la carta había dibu-jado cinco veces ¡ese mismo tridente que vi en la foto del cielo! Bajé corriendo a observar la foto y entendí el mensaje. El alma de Juanjo lle-vaba con su mano apoyada, a una almita debajo de él, hacia ese dibujo que representaba a Natalia. Esa misma tarde Natalia llamó a su mamá desde Bariloche para confirmarle, a la salida de la consulta médica, que estaba embarazada.

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Carta de Natalia

Una almita ...

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Un regalo de Navidad para Natalia

Natalia, Martín y Angelita fueron a pasar Nochebuena y Navidad a un camping cerca de Bariloche, donde viven. El día 25 Natalia estaba sen-tada en la playa. Pensaba en Juanjo y le pedía con fuerza una señal en el cielo. Pero el cielo estaba límpido y nada vio. Cerca del mediodía Natalia y Angelita estaban en el camping y Martín había ido a pescar. Natalia le contó a Angelita que cuando regresaran a casa, encontrarían un regalo grande que Papá Noel había dejado para ella. Angelita le contestó: “Yo también tengo un regalito para vos”.Natalia preguntó extrañada: “¿Qué es?”Angelita, de 3 años respondió: “Tu bebé Juanjo”.Natalia asombrada le preguntó: “¿Dónde está?”Angelita señalando le dijo: “En tu panza”.El almita había llegado a Bariloche.

21 de enero.Angelita dialogó con Juanjo, junto a Lucy, Natalia y yo

Este relato lo cuenta directamente Natalia. Y así sucedió:

“Después de tantas cosas que ocurrieron, decidí pedirle a Juanjo una señal, que si él estaba feliz me lo demostrara de alguna manera, que necesitaba saberlo para poder estar tranquila, y para que pensar en él dejara de causarme dolor. Pero lo que yo quería era algo concreto, que pudiera darme cuenta, ya que no soy muy perceptiva para estas cosas.

Al otro día, después del mediodía, yo estaba con la computadora en la casa de mi mamá, con ella y mi hija Ángela, que en ese momento se encontraba en el baño. Ángela viene corriendo y nos dice con cara de felicidad: “Está Juanjo en el baño”.

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Con mi mamá nos miramos y no lo podíamos creer. Entonces le pregun-tamos: “¿cómo es?”, pues ella no lo conoció. Nos dijo que era grande, alto y que tenía el pelo largo. Ahí no me quedaron dudas de que algo estaba viendo. La llevé a la cocina y seguía hablando de él, sin parar, como si se le hubiera metido en el cuerpo.

Mi mamá llamó por teléfono a Cristina y le dijo que viniera rápido, que Angelita estaba hablando de Juanjo sin parar. Mientras mi mamá hablaba con Cristina, Ángela se sentó en la mecedora y me dijo de manera muy dulce: “Mami, Juanjo me está haciendo upa”. En ese momento se estremeció mi pecho, ¡tenía unas ganas de poder verlo y abrazarlo! Cuando llegó Cristina le dije a Angelita que ella era la mamá de Juanjo y Angelita le contestó que había que curarle el ojo. ¡Eso sí que fue impactante! Era imposible que ella supiera que Juanjo se había herido el ojo en el accidente. Pero lo más bello y tierno de todo, fue cuando Angelita se paró frente a Cris y le dijo: “HERMOSA”.

¡GRACIAS JUANJITO POR TODOS ESTOS REGALOS TAN HER-MOSOS!

Natalia Cicchiello

Estos momentos celestiales que compartimos con Lucy, Natalia, Ange-lita y Juanjo, me llenaron de ternura, de felicidad, me hicieron sentir muy cerca de él. Hermosa, es un adjetivo muy pronunciado por mí. Cuando me dirijo a mis hijos, es muy común que, en lugar de llamarlos por su nombre, les diga hermoso o hermosa. Cuando Juanjo era chico y yo lo llamaba de esa manera, él me contestaba: ¡herrrmossaaaa! A través de la angelical mirada de Angelita, a través de su dulce voz, fue Juanjo el que me miró con intensidad y me habló. ¡Gracias hijo!

Para corroborar su presencia, hizo varias manifestaciones más. En un momento, Angelita dijo que Juanjo se había ido al supermercado a com-

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prar pollo. Me llamó la atención, porque esa misma mañana, le había contado a José, que había tenido un extraño sueño. Estaba paseando por el barrio -que es sólo de casas- y al doblar, precisamente en la esquina que forma la de Lucy, había un negocio pequeño donde vendían muchos pollos. Fue un sueño extraño, que ahora relaciono con la escena de Angelita. Estábamos tan emocionadas, deseábamos saber como lo había visto a Juanjo; entonces volvimos a la computadora para mos-trarle a la niña, una foto de Juanjo en grupo. Angelita no lo reconoció. Hasta que Lucy le mostró la famosa foto de Sofía, Mora y la imagen de Juanjo, entonces ella dijo: “Éste es Juanjo”.

Otro mensaje fue, cuando le hicimos ver una foto donde estábamos José, Juanjo y yo, obtenida durante nuestro inolvidable viaje a Europa. Le pregunté quién era yo, señalándome. Me respondió: “Cristina”. Cuando le señalé a Juanjo ella dijo que era Martín. El mensaje es que nosotros siempre comentamos que en esa foto, Juanjo no parece él, sino que se parece a su primo Martín.

Segunda vivencia de Lucy con el número 9

Así lo relató ella textualmente:

“Tengo en la ventana de la cocina dos macetas pequeñas, con petunias y un alambre blanco que usó Laura para poner la foto de su hija Mora y entregarlo como souvenir de bautismo. Mi hija Natalia está recién embarazada. Sus primeros análisis no fueron buenos (principio de dia-betes y otros valores alterados). Debió repetirlos, mi preocupación era importante. Le pedí a Juanjo que la ayudara. Si podía hacerlo, que me mostrara otra vez el número 9.

Un día, estando cerca de la cocina, sentí un ruido, como si algo hubiera caído a la pileta. Fui a mirar y dentro de ésta, estaba caído el alambre

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blanco que estaba en la maceta. Las ventanas permanecían cerradas, no había nada que lo pudiera haber hecho caer. Mi sorpresa se dio al adver-tir que ese alambre tenía una perfecta forma de 9. Pensé: “casualidad, se cayó porque sí, alguien limpiando pudo haberlo doblado”. A la tarde recibo la llamada de mi hija, diciéndome que todos sus análisis habían dado resultados satisfactorios.

¿Existen las casualidades, o son causalidades?”

¡GRACIAS JUANJO!

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“Para estar bien de a dos, primero hay que estar bien con uno mismo”.

Juanjo

CAPÍTULO 7

Magu

Encontrarte, en cada paso

en cada pensamiento

ver tu rostro

cierro mis ojos

estás ahí

te veo

y es cada vez mas intenso

Estás cerca

puedo sentirte

mi cuerpo te percibe

quiero tocarte

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abrazarte

perderme en tu risa

te escucho

Estás ahí

vuelvo a tus brazos

me sumerjo en un sueño

Infinito, increíble

no hay cuerpos

Sólo amor

estás ahí

tan cerca

puedo sentirte

Estás ahí

En mi corazón

Je t’aime.

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Nadie sabe comoUn amorPuede perderseEn el tiempo

Sólo sé que fueImposible dejarDe amarte enEstos años

Sólo sé Que voy a EncontrarteCuando despierteDe este sueño.

Juanjo = AmorJuanjo = VidaJuanjo = Peace

Juanjo = Te ExtrañoJuanjo = Risa

Juanjo = FelicidadJuanjo = AmigosJuanjo = Juanjo

Juanjo = FeJuanjo = Esperanza

Juanjo = MaguJuanjo = Sueños

Juanjo = Mi AmorJuanjo = FamiliaJuanjo = Te Amo

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Juanjo huele a

Ropa limpia, Emporio Armani, Axe Touch y un toque de Sedal para peinar (el verde, para que le haga juego con el baño del departamento).

Juanjo tiene las manos más hermosas del mundo, y siempre usa un anillo de plata

En el dedo de casado,

Juanjo me persiguió durante cuatro años, y nos encontramos en la pelopincho

De Gustavo, y jugamos a la botellita con una latita un 13 de febrero en la calle

Vuelta de Obligado y él dijo “no sabés lo que esperé para esto”.

Lo amo

Y llegaron los fines de semana en Pinamar, con los patos que pisamos en la ruta,

Guido con su risa gritona, y una señora que se enojaba y ladraba mucho,

El casamiento de Naty, bailando con Dami y Marco hasta la mañana

El viaje a Miami, su sonrisa, el abrazo que me dio cuando me vio en el aeropuerto

Seven, Santa Cruz, la fiesta de disfraces de Mauro, el Lancer, la Part-ner,

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Juana tirándose al lago, Punta del Este y pasear por Solanas

Juanjo en el casino, felizzzzz , y yo fiscalizando la jugada

Ver desde el departamento las luces del Conrad,

Y comer galletitas Lulú chantilly, Conaprole marmolado, los scons de las

Cumbres, las siestas en el sillón, jugar a las cartas y al 7750, él siem-pre ganaba

Y decía “el que gana éste es campeón del mundo” ganaba él, obvio.

Juanjo amaba el fútbol, su canal de cabecera TyC Sport y ni que hablar de Fútbol

de Primera, Maradona, Macachin los domingos y gritarle al árbitro cuando le

pegaban, Imagen 59, y despuntillar calcos hasta la madrugada, armar carteles

En el garaje de Abril, la facultad, las entregas, pegar las hojas de sus porfolios

Y maquillarlo para las fotos de mi entrega, su figurita de homero para la suerte que tenía en la billetera, las carilinas y los días de alergia

Su estornudo de soda, su pelo parado por la mañana,

Lo amo

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Su labio cuando se traba con sus dientes y hace su cara graciosa y su ritmo

caribeño caribeño, y las siestas en el sillón de mi casa, el movimiento de su brazo

para acomodarse el reloj, y cómo golpea suavemente la palanca del auto antes

de hacer un cambio, y toca tooooooodos los botones, y luchar por la

colchoneta en la pileta y la noche en que nos metimos cuando volvió de Brasil y me

contó lo bien que lo había pasado, la Mitsubishi, el asalto y su voz, su mano,

Abrazarlo mucho, decirle que todo va a salir bien, salvarme,

Lo amo

Juanjo se duerme en menos de treinta segundos, se duerme en su cama, mi cama,

su sillón, mi sillón, tu sillón, y tomá el café todo de leche y tres de azúcar

Come tostadas con manteca y dulce de leche y le gustan mis brownies con crema

Los martes solos, las salchichas con puré y la lasagna de Cris con pelotitas de

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carne.

Juanjo ama hacer reír a sus amigos, agitar a Gus con Capitán Frío, y decir

guarangadas con Seba que le dice “señor….” Imitar a Pablo cuando se peina y

Hacer reír a Guido con parecidos que encuentran mientras Guido le dice “pará,

pará Juan, ayudame…” Jugar al póker con Hernán que le dice “oíme, negrito…”

Decirle a Lau “Laura, derecha” y enderezarle la espalda y charlar con Cris y

José después de la cena, y José le dice “che, Juan...” Y Cris lo llama “Juanchi...”

Hacerle caras graciosas a Sofi, supongo que le encantaría besar a Morita

Hablar de computadoras con Leo, mi cuñado, que le dice “Joan…” y mi hermana que lo carga porque yo le corto el pelo y parece Ringo Star y le dice “Joan Jo” y mi mamá que le compra los alfajores Jorgito para la merienda, y Juana que se mea encima cada vez que él llega, y yo…

Yo, que alguna vez fui su novia, yo que nunca dejé de amarlo,

Yo le decía amoor, con dos o, porque era más lindo y él me decía mi amorcieeeto con muchas eeeeeee

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Y recuerdo exactamente su voz, y su risa cuando estaba muy tentado y le decía algo que le daba vergüenza,

Juanjo es el ser más maravilloso de este mundo, de cualquier mundo

De mi mundo.

Juanjo es amor

Juanjo es mi amor

El amor de mi vida, eso que todos esperamos Y lo amo, lo amo, lo amo, lo amo

Lo siento en mi corazón

En cada parte de mi cuerpo

Tratando de llenarme de paz

Lo amo con todo mi corazón

Lo extraño con toda mi alma.

Magu

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“Quiero poder levantarme con una sonrisa y poder hacer reír, poder disfrutar”.

Juanjo

CAPÍTULO 8

Los Amigos

Este capítulo está impregnado de emociones. Son vivencias y senti-mientos expresados por sus amigos con el amor tan merecido por Juanjo. Veinticinco años y medio de vida, su corta juventud, si conta-mos el tiempo cronológico que nos marca esta vida terrenal. En calidad, su tiempo de vida ha sido tan fructífero, para él como para todos los que tuvimos la dicha de conocerlo, de disfrutarlo. ¡Cuánta enseñanza, cuánta alegría, cuánto amor, cuánta trascendencia!

La gran cosecha: Juanjo sembró y sigue sembrando amor.

Amigos que desearon dejar expresadas en este libro sus sentidas pala-bras, reflejando todo su sentir, demostrando que Juanjo vivirá por siem-pre en sus corazones. Según la respuesta de Juanjo, a través de Sofía, me decía que era feliz con el número 8.

Casualmente este capítulo es el 8, el de la felicidad. El de haber llegado a todas y cada una de las personas que conoció, algunas en profundidad, otras no tanto, pero aún en esos casos dejó su huella.

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¡Hola amigo!Paz Schliemann

Hola amigo, te extraño, sabés. Es la primera vez que te escribo una carta, pero como dice el dicho “dicen que la primera es la que cuenta”…Qué anécdotas, qué recuerdos,… cómo nos divertíamos. Qué momen-tos, ¿te acordás?

Me acuerdo del Fiat Uno, ja, blanco, vidrios polarizados y sin olvi-darme, obvio, del “Diego de la gente” ploteado en negro en el capot …si me acuerdo…

De compartir ese primer cumpleaños conmigo, ahí conocí a la primera parte de la banda… Sebi, Pablo y Gus… los cuatro mosqueteros… a tus primos, a tu hermana, a tus tíos, (a tu tío Carlos en especial, todo un personaje, ja) y a tus viejos… sí, Cris y José…

“Hola amiguita, ¿cómo estás?” Me escribías donde hoy siempre te busco… qué placer era encontrarte ahí… socorriendo la mayoría de las veces mis novatos errores en el mundo de la gráfica… y terminabas con un “¡te quiero, besos!”

Ese sábado, ¿te acordás? El que siempre contamos… habíamos ido a bailar a Club XXI, si mal no recuerdo, estaban los chicos de la Facu… ups, ¡hace cuánto!... Estaba Sebi Costich, Greta, Pato Sorana, Gabito, y no me acuerdo quienes más… cómo bailábamos, lo que nos divertía-mos, esa canción de Elvis Crespo. Ja ja, Suavemente… Eran las seis de la mañana cuando nos fuimos, y teníamos que estar en la Facu dos horas después, a las ocho… sí, íbamos los sábados, ¡por Dios! Ja ja jaa, llevamos a Gabito hasta la casa… (¿Lomas?). Bue, por ahí, lejos y de ahí a la Facu… Llegamos a la UADE a eso de las siete, estaba cerrada, cero estacionamiento a esa hora, paramos el auto en la esquina de Lima e Independencia (no nos importó nada) y nos dormimos hasta las ocho

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y media y destruidos de sueño entramos al aula… sí, me acuerdo…

Sos el amigo que siempre soñé tener, íntegro, divertido, centrado, atento, único, especial… siempre me enorgullecí de tenerte como amigo, te conozco, sabés. Te entiendo, siempre estuviste, siempre vas a estar… ¿sabés que te quiero, no?

Gracias por compartir tu tiempo conmigo, gracias por enseñarme que todo se puede mientras no abandone su esencia, gracias por vivir momentos de alegría y optimismo. Todo eso y más, lo llevo adentro, conmigo y para siempre… gracias por elegirme. Qué momentos, ¿no, Juan? ¡Tengo mis mejores momentos con vos!

Me enseñaste a quererte y ser parte de tus cosas… gracias.Nunca hubo reproches en nuestra amistad, respetábamos cada uno los momentos del otro, eras auténtico, natural… eras mi amigo, ¡sos mi amigo! Quiero que sepas lo mucho que me enseñaste, quiero que nunca olvides lo mucho que te quiero y lo mucho que te necesito… que sos mi guía. Siempre fuiste mi guía, mi cable a tierra, mi AMIGO con mayúsculas… Sigo recordando todos los momentos que vivimos como si fuera ayer, y río sola…

Sé que estás y que siempre vas a estar, en mí, y en cada uno de los seres con los cuales compartiste tu vida y con los cuales sigo recordando esos momentos.

Estoy orgullosa de vos, ahora y siempre y voy a seguir nombrándote en cada situación de mi vida porque te quiero y porque dejaste en mí una parte tuya. Voy a hacer camino por vos, voy a seguir sintiendo, como lo hago ahora, tu presencia a mi lado, como antes, como siempre. Te quiero, te quiero como nadie más en el mundo y nunca voy a dejar de hacerlo, nunca voy a dejar de ser tu amiga, nunca voy a dejar de sentirte cerca… gracias, gracias por estar siempre.

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Amigo, volveremos a reír y charlar cuando nos juntemos en mis sueños, donde te espero… ¡te quiero con el alma!

Paz

***

AprendiendoSebastián Donatti

Es muy difícil resumir todos los momentos que se presentan en mi cabeza cuando pienso en Juanjo. Es muy difícil poner en palabras todos los sentimientos y sensaciones que me provoca pensar en Juanjo. Es muy difícil estar sin Juanjo. Es muy difícil vivir sin Juanjo.

Conocí a Juanjo gracias a su tío Mario, quien lo sumó a nuestro equipo de fútbol en el año 1999. Grupo al que Juanjo se integró inmediata-mente. Lo conocí en setiembre de ese año, y en enero del siguiente ya nos estábamos yendo de vacaciones juntos. Desde el comienzo me di cuenta de que había conocido a alguien diferente. Una persona que irra-diaba buena onda, optimismo y generosidad en todos sus actos, en sus palabras, en su sonrisa. Esta impresión se iba a confirmar con creces a lo largo del tiempo.

Puedo decir que en Juanjo encontré una persona increíble, un amigo incondicional. Una persona a la que ayudé mucho cuando la pasó feo y que a su vez me ayudó muchísimo cuando al que le tocó pasarla feo fue a mí. Una persona que brindaba todo, sin esperar nada a cambio, un verdadero fuera de serie.

En nuestra relación nos unían muchísimas cosas, el humor, el trabajo, el fútbol, nuestras charlas profundas sobre la vida, nuestras charlas bana-les sobre idioteces, el compartir horas y días enteros sin aburrirnos el

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uno del otro, compartiendo silencios, carcajadas, charlas, ocio, trabajo, salidas, entrenamientos, películas, música, amigas, amigos, momentos, discusiones, el ir al supermercado, cenas, partidos de póker, asados, el Winning Eleven, cualquier excusa era buena para estar juntos. Porque eso era lo más importante y lo que nos hacía sentir bien; estar juntos. Junto con Gus, Pablo y Guido formamos un grupo que no cambio por nada del mundo, con el que viví muchos de los momentos más felices de mi vida. Juanjo era el alma de ese grupo, por su carisma, por su mágica forma de ser. Nos mantenía unidos, generando esas ganas de estar juntos siempre.

Desde el día en que Juanjo dejó este mundo, atravesé períodos de sen-saciones muy diferentes. Mi primera reacción fue no entender como podía pasarle esto a una persona como él. Enojo, incomprensión, des-aliento, desconcierto, desazón, fueron sentimientos que me invadieron en un primer momento. Luego entendí que de nada me servía buscar razones, jamás iba a encontrar esa respuesta. Luego atravesé un período de profunda tristeza. No terminaba de asimilar lo que había pasado, y no podía imaginar mi vida sin Juanjo. Todos los días los compartía con él, desde la mañana hasta la noche. Trabajábamos juntos, entrenábamos juntos a la tarde y a la noche salíamos juntos. Regresar a esa rutina sin él, era algo que no lograba concebir. Juanjo era más que un amigo para mí, era un hermano. Un hermano que me dio la vida. Un hermano al que yo elegí como tal.

Un par de meses antes del accidente, un amigo en común nos dijo “nunca conocí dos personas tan unidas como ustedes, que compartan tantas cosas y tanto tiempo sin aburrirse el uno del otro, sin discutir, sin problemas…”. Y realmente era así, esa conexión que teníamos el uno con el otro, hacía muy especial y fuerte el lazo que nos unía.

Unos días después, me ocurrió algo que sentí como una señal de Juanjo, algo que me hizo sentir que siempre va estar conmigo acompañándome.

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Una señal que sentí que me enviaba a través de una canción que siem-pre escuchábamos juntos, que ya conté en un capitulo anterior. (Ver Capitulo 5- Seba y Molotov). Este hecho, me dio cierta tranquilidad, un poco más de paz. Pero todavía estaba muy triste y con pocas ganas de seguir con mis actividades.

Un tiempo después, ocurrió un hecho que cambió mi manera de pensar por completo. Estaba en la oficina y Cris me comenta que había extraído unas frases de Juanjo de una carta que él había escrito hacía unos meses. Luego de leer esas doce frases de Juan, en mi cabeza se produjo un profundo cambio.

Al leerlas, me encontré con que realmente el sentido de las mismas reflejaba ciento por ciento la manera de ser, pensar y actuar de Juanjo. Realmente expresaban su increíble manera de ser. En ese momento me di cuenta de que yo era un privilegiado, por haberlo conocido y por el hecho de que él me hubiera elegido como uno de sus amigos más cer-canos. Siempre voy a agradecer a la vida por haber puesto a Juan en mi camino, y porque él me haya elegido como su amigo. A partir de ese momento, decidí vivir un poco más como él. Intentar ser una persona más bondadosa, más activa, más generosa, y por sobre todas las cosas, más feliz. Decidí tomar esas frases como una guía del “deber ser”. Y eso intento cada día.

Ya no tengo su presencia física, pero Juanjo siempre va a estar conmigo. Lo llevo en mi corazón, lo llevo en mis recuerdos, lo llevo tatuado en mi piel, siempre estará conmigo.

Me guardo para siempre su permanente alegría, su inagotable opti-mismo, su inmensa creatividad, su enorme capacidad, su infinita gene-rosidad, su sincera humildad, su gran autoestima, su virtuoso fútbol, su eterno buen humor, su fuerte convicción, su increíble bondad, su contagiosa carcajada, su ágil y picaresca inteligencia, su capacidad de

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aprendizaje. Me queda el profundo amor y la inmensa admiración que siempre sentí por él y que siempre voy a sentir. Me quedan montones de hermosos recuerdos, miles de anécdotas, mucha felicidad compar-tida. Todas estas cosas que él me dejó, son las que me hacen sentir una persona afortunada. Todo lo que me dio, lo que me enseñó, lo que compartimos, y lo que pude haberle dado a él, todo eso me hace sentir una persona privilegiada. Me queda su increíble y envidiable filosofía de vida. De la cual intento seguir aprendiendo día a día.

Para Juanjo no había imposibles, todo era alcanzable con esfuerzo e inteligencia. No tenía barreras, no tenía límites, nada le impedía buscar lo que deseaba. Y en la mayoría de los casos lo conseguía.

Para Juanjo lo material sólo importaba a la hora de querer conseguirlo, pero jamás le importaba a la hora de perderlo. Le restaba importancia sosteniendo que todo lo material podía ser reemplazado o reparado.

Para Juanjo, buscar la felicidad era lo más importante en la vida, y lo más simple a la vez.

Para Juanjo la diversión era algo fundamental en todos los ámbitos de su vida. Trabajo, amor, familia, amistad, deporte, ocio. Todo en la vida lo encaraba con alegría y diversión. Divertirse y divertir era esencial para él.

Para Juanjo uno debe superarse día a día. En todos los planos que com-ponen a una persona.

Para Juanjo, siempre hay que sacar lo positivo de las malas situaciones. Juanjo sostenía que encarar un proyecto es algo sencillo, siempre que uno lo haga con pasión y esmero. Para Juanjo el amor por uno mismo, es la base para todo lo que se encare en la vida.

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Para Juanjo la creatividad es algo fundamental en todos los ámbitos de la vida.

Ojalá las personas que no lo conocieron o aquellos que no lo hicieron en profundidad, pueden encontrar en este libro aunque más no sea algo de su esencia, y así entender que hay personas maravillosas y que valen la pena en este mundo. Personas de las que todos debemos aprender y así lograr ser mejores.

Amigo: donde sea que estés, quiero que sepas que te amo con toda mi alma, te admiro profundamente, te extraño con locura, te necesito muchísimo. Siempre vas a estar en mi corazón y en todo lo que haga.

Seba

***

Gustavo Lavadenz

Mi relación con Juan fue de menor a mayor. Como no podía ser de otra manera, fue el fútbol el que nos presentó y nosotros nos encargamos del resto.

Cuando digo de menor a mayor, me viene a la mente el hecho de que, ya amigos, él me confesó que la primera impresión que había tenido de mí no había sido buena; y él no me había llamado mucho la atención fuera de lo futbolístico.

Sin más que empezar a compartir equipo, vestuarios y alguna que otra salida nocturna, nuestra complicidad y conexión fue haciéndose cada vez más férrea, hasta llegar al punto de juntarnos el viernes a la noche para no separarnos hasta el domingo a la noche, gira que empezaba por la cena y la salida nocturna del viernes, acompañarlo el sábado a

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la mañana a la facultad, por supuesto sin dormir y hasta habiéndolo ayudado más de una vez a terminar algún trabajo práctico, ya llegado el mediodía del sábado, y sin una gota más de energía que la necesaria, salíamos de la facultad e íbamos hasta mi casa a dormir, pero no mucho, porque a la tarde él jugaba un campeonato de fútbol 5 al que lo acom-pañaba con Pablo, que jugaba con él, y Seba, que iba de espectador como yo. Terminado el fútbol sabático comenzaban los preparativos para la noche, comprar o encargar comida, bañarse, vestirse, llamar al resto del equipo para sumar adeptos y como decimos nosotros, hacer “la previa” en la Capicueva (léase: la casa del Capi, yo) para después salir hasta que, por lo general, nos echen del boliche a la hora que éste cerraba, no menos de las 6:30 de la mañana, y de golpe encontrarnos en mi casa, siendo siempre más de 3 ó 4 durmiendo en mi habitación y con los ravioles con tuco que nos preparaba Lucy, mi mamá (el tuco sin cebolla para Juan, porque hasta mi mamá lo mimaba) emanando ese olorcito que nos hacía de despertador a la hora justa para comer e irnos al club a jugar al fútbol.

Dependiendo de la hora a la que terminara el partido, comenzaba nues-tro raid vehicular hasta la casa de Juan en el Country Abril, 30 kiló-metros de Capital Federal, donde pasábamos el día entre la pileta, la canchita de fútbol, el fútbol en la tele y las siestas que alternábamos entre los sillones y las reposeras, siempre entre la calidez de una familia que al ver la felicidad de su hijo, nos recibía y nos trataba como parte de ella. Esto siempre fue algo que destacábamos entre nosotros, la familia de Juan... José, con quien siempre tuvimos un trato como si fuera nues-tro amigo o nuestro propio viejo y Cris que nos atendía en todos los detalles posibles como si estuviera así mimando a Juan.

No mucho tiempo después, pero el suficiente para conocernos, saber la forma de actuar y pensar de cada uno, y tener la suficiente confianza como para planteármelo, Juan me propone tratar de formar nuestra propia empresa, sin mayor inversión que el tiempo y las ganas de cada

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uno, ya que él estudiaba diseño gráfico, y tenía un plotter (una máquina pequeña que sirve para cortar vinilo autoadhesivo y hacer carteles, calcomanías, etc.). Yo no le dí una respuesta en ese momento, y él no volvió a insistir hasta poco tiempo después, cuando lo que estaba haciendo por hobbie y sólo para gente conocida le demandaba más tiempo del que disponía, lo cual le marcaba la pauta de que debía encararlo por un camino más serio o dejarlo. En esta segunda opor-tunidad ni lo dudé, primero por la satisfacción de que entre tantos amigos, me hubiera elegido a mí solo para empezar a gestar lo que era su gusto, su sueño; y segundo, porque en ese poco tiempo entre la primera y la segunda propuesta, yo lo había ayudado en un par de trabajos y la habíamos pasado bien trabajando juntos. El aportó el plo-tter, la única computadora que teníamos y su creatividad, yo aporté el departamento que tenía para alquilar y los muebles, y por sobre todo, ambos aportamos muchas ganas. El primer año, nuestras mesas de trabajo fueron el piso de la oficina o el de alguna de nuestras casas, mi mesa de ping pong o una precaria mesa hecha con dos caballetes y una tabla.

Muchos días sin hacer absolutamente nada, otros trabajando hasta la madrugada, todo el verano trabajando en calzoncillos porque el sol pegaba de lleno en el balcón de la oficina y el calor se hacía insoporta-ble, o todo el invierno disputándonos el poco calor que nos podía dar una estufa de aceite que nos había prestado mi mamá. A ninguno de nosotros nos faltaba plata para invertir un poco y no tener que sufrir falencias, pero así era más divertido, y lo digo tratando de reflejar esa realidad, todo lo que quizás al leerlo suena malo, para nosotros era real-mente divertido, en todo encontrábamos una excusa para reírnos.

Me acuerdo que al final de ese año, cuando repartimos lo que había en la cajita verde de metal donde guardábamos la plata, sólo había 500 pesos para cada uno... ¿poco no?... para nosotros no, la habíamos pasado tan bien y habíamos aprendido tantas cosas, que si ese día no hubiera

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habido ni un peso para cada uno, para nosotros igualmente hubiera sido buen negocio. De todas formas, ese subjetivo buen balance no nos iba a conformar para estancarnos en lo que seguía, y como más allá de querer seguir divirtiéndonos mientras hacíamos lo que nos gustaba, también queríamos probarnos a nosotros mismos, nuestro compromiso y nues-tras capacidades, aceptamos la propuesta de la familia de Juan, y nos mudamos a nuestra oficina actual, donde hicimos una inversión que nos llevó más de un año poder pagar, donde empezamos a tomar decisiones, a veces acertadas, a veces equivocadas, pero pensando en un futuro y encaminándonos día tras día según el resultado de cada determina-ción tomada. Contratamos personal (entre ellos a Seba, nuestro amigo antes mencionado), alguno renunció, otro tuvo que ser despedido, otros siguen con nosotros, pero con cada incorporación, o decisión que tomá-bamos, fuimos definiendo cada vez más, hacia dónde apuntábamos o por lo menos hacia dónde queríamos apuntar.

Nunca una equivocación o un acierto fueron de él o míos, siempre fueron nuestros, jamás se le hubiera ocurrido a ninguno cuestionar una mala decisión del otro, porque sabíamos que la intención siempre era buena, de eso no había duda alguna, y eso era lo que nos importaba. Nos entendíamos, sabíamos qué pensaba el otro sin necesidad de preguntar, y por sobre todo nos complementábamos de manera impecable, a él le gustaban las tareas que a mí menos satisfacción me generaban, yo hacía lo que él no quería ni aprender a hacer, pero siempre hacíamos lo que había que hacer sin perder ni una sola vez la gracia y la risa. El chiste fácil, rápido y previsible, pero no por eso menos efectivo, de Juan y la frase ácida que me caracteriza, estaban siempre a punto de surgir, sin importar la hora, el cansancio, el cliente o lo que fuera.

Así llevamos adelante nuestra empresa, trabajando siempre con buen humor, divirtiéndonos, sin dejar la responsabilidad y el compromiso de lado, pero asumiéndolos con gusto. Esto nos llevó a poder disfrutar tanto del trabajo, como de la amistad, dejar cada cosa en su lugar, y así

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poder salir de la oficina e irnos juntos a jugar al fútbol, al tenis, a comer, a un bar, o a un boliche, o de vacaciones.

Ésto es solo un vistazo general de lo que era mi relación con Juan, mi amigo, mi socio, mi compañero de trabajo, mi compañero de equipo...MI HERMANO POR ELECCIÓN. Faltan anécdotas, viajes, vacacio-nes, mañanas, tardes, noches, cumpleaños, fiestas, charlas, póker, fútbol, entrenamientos, trabajos y mucho más, que de enumerar sería intermi-nable, ya que con él siempre había un chiste, siempre había alegría, siempre era todo posible, siempre se podía confiar, siempre estaba esa sensación impagable, que solo él podía generar en las demás perso-nas y que nunca voy a poder describir.

Él me sumó a su sueño e hizo que yo también me lo apropie, para com-partirlo. Pero más, mucho más importante que eso, me sumó a su vida y me dio un lugar del que me siento privilegiado y voy a estar orgulloso siempre.Lo extraño y lo voy a extrañar siempre. Lo admiré, lo admiro y lo seguiré admirando, porque enseñaba, quizás sin querer, con cada cosa que hacía. Personas fuera de serie, como lo era él, se encuentran uno en millones y yo tuve la suerte de encontrarlo y disfrutar de su compañía de forma inmejorable.

Ahora no lo tengo, y su ausencia se siente y mucho, porque era mucho lo que compartíamos, pero hasta ausente logra que cada recuerdo sea alegre, venga acompañado de risa y provoque esa sensación que solo él puede generar.

Gus

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Pablo Rodríguez

La primera vez que vi a Juanjo fue en el año 1995, cursábamos el tercer año de la secundaria en la Escuela Normal de Quilmes, ubicada a pocas cuadras del centro de esa localidad. Allí comenzó nuestra amistad, la que se consolidaría muy rápidamente. Compartimos, creo yo, los mejo-res años de nuestras vidas, nos manteníamos siempre juntos y nos apo-yábamos el uno al otro en todo momento. Había muchas cosas que nos unían, como el amor por el Club Atlético Boca Juniors, la euforia por el fútbol, las mujeres, la noche e innumerables cosas más como por ejemplo nuestras familias, que, si bien son diferentes, en un contexto global se parecen. Por ejemplo, en la composición de las mismas, las edades de sus miembros y, curiosamente, en el nacimiento de nuestras respectivas sobrinas. Ya que cuando mi hermana dio a luz, a los pocos meses nació Sofía, y, a la inversa, cuando nació Mora, al poco tiempo llegó al mundo mi segunda sobrina.

Compartimos los embarazos de nuestras hermanas deseando tener aquel esperado sobrino que fuese hincha de Boca para poder llevarlo a la cancha, que le gustase jugar al fútbol y compartir un picado y que, al igual que nosotros (¿por qué no?) llegasen a tener una amistad como la nuestra. Sin embargo, el caprichoso destino quiso darnos, en cambio, cuatro bellezas como sobrinas, quienes nos hicieron generar saliva hasta babearnos y col-marnos de amor, y lo seguirán haciendo por toda la eternidad.

Con su ida se fueron también proyectos en común por realizar, sueños que cumplir, cosas que compartir. Pero quedó su inmensa entrega de amor, su generosidad, su serenidad, pero por sobre todas las cosas me queda su amistad. Y a eso me quiero referir con más énfasis. Doy gra-cias a quien corresponda (Cristina y José) por haberlo traído al mundo y haberme dado la oportunidad única de cruzarlo en mi camino y haber compartido diez años de mi vida con él, en los que pasamos de ser niños adolescentes a ser hombres.

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Es imposible no nombrarlo en todos mis recuerdos, en mis anécdotas, tanto en las del colegio como las de boliches, de partidos de fútbol, cumpleaños, y tantas otras más. Es que todo lo que hice, lo hice con él; Juan fue parte de todo eso, y lo seguirá siendo, guiándome y apoyán-dome desde donde esté. Su amistad es uno de los valores más puros que tengo, la que está unida por un lazo muy fuerte; ni el tiempo ni la distancia que haya entre nosotros podrán alejarnos. Aunque su partida haya dejado un espacio vacío en mi vida y una gran tristeza en mi alma, su amistad y su recuerdo me protegen y me hacen compañía, esperando, mientras tanto, que algún día volvamos a vernos, sonreírnos y darnos ese gran abrazo de amigos.

Te ama, tu gran amigo

Pablo “Picerni” Rodríguez...

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Un ángel llamado JuanjoGuido Lorenzo

Esta es la imagen que representa Juanjo en mí. Es un verdadero Ángel, en todo el sentido de la palabra. Si hay una persona que realmente reunía todos los requisitos de ese cuerpo celestial, era él, no me cabe duda alguna. “Jey Jey”, sobrenombre con el que yo lo solía identificar, era en primer lugar mi amigo, pero más que amigo, yo lo consideraba un hermano del alma. Era un ser humano excepcional por donde se lo mirase: incondicional, humilde, solidario, querible, batallador, fami-liero, comprensible, emprendedor, afectuoso, cariñoso, sensible y, por sobre todas las cosas, tenía una característica esencial que lo diferen-ciaba del resto, y que generaba una gran química conmigo y con Seba Donatti -otro de mis hermanos del alma- el excelente sentido del humor.

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Juanjo me alegraba la vida, era un amigo con el que yo me reía mucho, compartíamos locuras diariamente, me veía reflejado en él, ya que era muy difícil verlo de mal humor, siempre me regalaba una sonrisa, aún en la adversidad, cualidades que también me caracterizan.

Por tal motivo, considero que fue su forma de ser lo que hizo que yo lo eligiese como uno de mis amigos del alma, como ya dije, un hermano. Era de esos amigos con los cuales uno siempre tenía ganas de com-partir momentos, porque sabía que se divertiría, no había posibilidad alguna de pasarla mal o aburrirse con él, no existía esa variante. Sin perjuicio de ello, “Jey Jey” era de esos amigos que siempre te ponía el hombro en las malas, se podía hablar de cualquier tema con él, ya que siempre te iba a escuchar y tratar de dar un consejo o una mano, con la única finalidad de que pudieses salir adelante o enfrentar de la mejor manera cualquier inconveniente o problema. Son tantos los recuerdos que tengo del “Avión” -ese era otro apodo por el que lo llamaba-, y que al escribir estos párrafos me vienen a la mente, que no me alcanzarían las hojas para volcarlos.

Sólo deseo recordar que a “Jey Jey” lo conocí en el Club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires -GEBA-, ya que ambos integrábamos un equipo de fútbol de esa institución, llamado Macachín. Esta circuns-tancia originó que, además de compartir una cancha de fútbol con “Jey Jey”, se forjara una incondicional amistad. Ese equipo de fútbol también generó mi gran amistad con Seba Donatti, Pablo Rodríguez -Picerni- y Gustavo Lavadenz, tres amigos incondicionales del “Avión”, también integrantes de dicho plantel. Con todos ellos compartimos salidas noc-turnas, ya sea en Capital Federal o en Quilmes -sus pagos-, viajes, par-tidos de fútbol, noches de póker junto con Hernán -su cuñado-, es decir, todo tipo de vivencias que me van a quedar en la retina eternamente. Conformábamos junto con el “Avión”, un grupo muy unido, nos diver-tíamos en cualquier situación que compartiésemos. Sólo quiero recor-dar algunas anécdotas de viajes, vividas con “Jey Jey”, las que voy a

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guardar conmigo por el resto de mi vida:

Cuando viajamos a Miami, Estados Unidos, junto con él, Seba, Gus y Santi Schiopetto -otro amigo incondicional e integrante del plantel de fútbol-, hicimos un viaje increíble, pero quiero recordar solamente un momento: una tarde nos encontrábamos en el interior de la habitación del hotel y, no me acuerdo por qué motivo, estuvimos riéndonos durante veinte minutos sin parar. Las carcajadas eran contagiosas y fue sensa-cional estar riéndose durante tanto tiempo con amigos. Impagable.

También recuerdo un lindo momento de un viaje que hice a Brasil con “el Avión”, Gus y Pablo: una mañana en que nos encontrábamos desa-yunando en el restaurante del hotel, y ante un comentario que me hizo “Jey Jey”, estallé de la risa y no pude evitar continuar riéndome por varios minutos, lo que provocó que un contingente de turistas que arri-baba en ese momento al hotel nos mirara muy sorprendido. Hay que tener en cuenta que era muy temprano por la mañana y que mi risa es muy contagiosa, lo cual condimenta la anécdota.

Otro viaje inolvidable fue el que hicimos en su auto a Pinamar, junto con Magu -quien fue su novia durante años-, Pía y Flor (otras dos amigas). Este viaje lo traigo a colación, porque “Jey Jey” me había pedido que lo acompañase puesto que viajaba Magu y que él necesitaba “sumar puntos” con ella, ya que quería concretar su sueño de que se convirtieran en novios, y este viaje era uno de los detonantes para que ello sucediera.

Por último, no puedo dejar de mencionar las últimas vacaciones de verano con amigos que “Jey Jey” realizó en vida, en el verano del año 2005, junto con Seba y Gus, en las que viajamos a Porto Seguro, Brasil. Fué un viaje increíble, la pasamos excelente,.

Recuerdo que meses antes, junto con Juanjo, habíamos convencido a Seba para que viajase con nosotros, ya que él prefería ahorrar la plata para comprarse un auto, pero le hicimos mucho hincapié en que si no

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viajaba, se podría llegar a arrepentir porque uno nunca iba a saber si se iba a repetir ese viaje, y lo convencimos. Y sucedió tal cual, fueron las últimas vacaciones de “Jey Jey” con amigos, y sé que Seba al día de hoy, valora doblemente su decisión.

Las anécdotas que expuse precedentemente son algunas de las nume-rosas que viví con él, y las elegí porque tienen un significado especial para mí. En otro orden, quiero destacar una conversación que tuve con “Jey Jey”, en el mes de agosto del pasado año, en su departamento de Puerto Madero, la que me sirvió muchísimo, en virtud de una situación particular en la que me encontraba. Como sabía que “el Avión” había vivido una situación similar, decidí acudir a él y comentársela. ¡Qué gran decisión tomé!, ya que con un par de frases que me dijo, a partir de ese día cambié la mentalidad rotundamente, y me ayudó a salir adelante con la difícil situación por la que atravesaba. Nunca me voy a olvidar de ese momento.

Finalmente, quiero concluir estas líneas, remarcando que “Jey Jey” no se fue, sino que está presente diariamente, me sigue acompañando de manera incondicional y dándome fuerzas desde arriba para que no afloje en este momento particular que me toca vivir. Yo soy un convencido de que si decaigo, “Jey Jey” desde arriba se enojaría conmigo. Juanjo me va a iluminar eternamente, ya que fue, es y será un “ÁNGEL.”

La frase “...Y vos Guido Di Lorenzo...el pasaje conseguiste”, como me cantabas cada vez que hablábamos por teléfono, y el “número 9”, están dentro de mi corazón y se van a quedar ahí por siempre. Sabelo “Jey Jey”.

Guido

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Damián Chillemi

Antes de comenzar a escribir, quiero agradecer a toda la familia Babi-cola (José, Cristina, Laura y Hernán) por dejarme ser parte del libro.En primer lugar quiero decir, que Juanjo fue un amigo de la infancia, y que nuestra amistad se alimentó, enriqueció y perduró por siempre.

Lo conocí a Juanjo cuando me mudé a la calle San Luis (Quilmes), y él vivía justo enfrente, cerca del año 1985, éramos muy chicos, Juanjo tenía sólo cinco años y yo ocho. Luego se fueron a vivir a otro sitio y, recientemente, desde que me mudé a un lugar vecino al de ellos comencé a tener una relación de amistad muy especial con él. Juanjo siempre fue de adaptarse muy bien con gente de mayor o menor edad, por eso, los tres años de diferencia (que muchas veces a esa temprana edad es mucho), no influyó para el nacimiento de esta amistad. Los pri-meros momentos que alimentaron nuestra amistad, fueron juegos que sólo chicos de esa edad entienden, mirar películas de chicos, jugar a la pelota en el fondo de mi casa o en el garaje de la casa de él; cantar canciones “de cancha” (de más está contar lo “bostero” de alma que era), etc.

Empezamos a compartir muchos fines de semanas juntos, en la casa de él o en la mía. Pasábamos mucho tiempo juntos, nuestra actividad principal era jugar con la compu, y viniendo de Juan (todos lo llamaban Juanjo, pero yo siempre le decía Juan), no podía ser otro juego que no fuera de fútbol. Él desde chico, siempre fue hábil e inteligente para los deportes y juegos. Y se sabía todos los trucos del juego, era muy difícil ganarle. El tenía una PC Comodore 64K o 128K con disquetera, y mi computadora era con casetera, por lo que preferíamos hacer los cam-peonatos de fútbol de computadora en su casa. Luego vino la etapa del club, todos los fines de semana Juan iba al club Sanford (Quilmes), yo no era de ir a clubes, pero como éramos inseparables, a José no le que-daba otra alternativa que llevarme al club. Los sábados por la mañana

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(ya viviendo él en el centro de Quilmes), íbamos a desayunar con la familia de Juan, a Jockey (un café de Quilmes), y después al club. En esa etapa conocí a Martín el primo de Juan, que tenía mi edad, y tam-bién pasaba mucho tiempo con Juanjo. En el Sanford no había persona que no lo conociera, todos lo querían mucho. Desde los más chicos, hasta las personas mayores. Era increíble y destacable la forma de rela-cionarse con todos. Él con sólo nueve años jugaba al fútbol con chicos adolescentes. Y lo más significativo era que lo hacía muy bien, siempre era de no pasar mucho la pelota, pero la mayoría de las jugadas le salían bien. A él le encantaba jugar en el mismo equipo que Martín, eran tal para cual jugando. Después, en los años 89-90, yo con más de 12 años y entrando en el secundario, dejé de ir al club. Pero no por eso dejé de ver a Juan, era el furor del paddle, y nuestro punto de encuentro era “Fitness Paddle”, ahí también pasábamos todos los fines de semana jugando al paddle, y, tam-bién me ganaba. Pero siempre sin abandonar el fútbol, hacíamos gran-des partidos de “fútbol cinco”, enfrentando a chicos que vivían cerca del club. Recuerdo en Fitness mirar los partidos del mundial 90, y salir a festejar el sub-campeonato, con las banderas, a la puerta del paddle, porque aún éramos chicos para ir al centro de Quilmes a festejar. Luego pasó el furor del paddle, y la vida nos llevó por distintos caminos, él siguió siempre vinculado al deporte (tenis, fútbol); siempre formaba parte de algún club, y yo me vinculé más a las cosas con motor, desde que me regalaron a los 13 años la primera moto empecé a tener pasión con estos chiches. Pero por suerte y para que esta amistad perdure y se alimente para siempre, la vida nos unía en irrepetibles ocasiones como viajes, veraneos, cumpleaños y otros buenos encuentros.

Viajes

Por suerte con Juan tuvimos la oportunidad de disfrutar algunos viajes

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desde chicos. El primero fue nada menos que a Disney, por el año 86, habíamos ido la familia Babicola, la familia Cicchiello y la mía. Y el grupo era Juan, Natalia y Yo. Siempre andábamos juntos. Teníamos la edad justa para disfrutar Disney, porque si bien éramos chicos, a la vez éramos grandes para disfrutar de la mayoría de los entretenimientos, como aquella montaña rusa espacial, que fue terrible. Juan fue con José y yo compartía la nave con mi papá, Juanjo siempre se asustaba un poco más, pero no dejó de ir a ningún juego. Un problema que tenía el trío, era que la mayoría de los juegos eran carritos de a tres, pero nadie quería viajar en el medio, y con Juan siempre nos buscábamos la manera para que quedara Natalia en ese lugar (pero nunca se quejó demasiado, Natalia era muy buena). Ni hablar de los kilómetros que tuvimos que hacer todos, para comprarle a Juan su tabla barrenadora de Body, que tanto quería.

El segundo fue a Bariloche, por el año 89, en un micro contratado por nosotros. Éramos más de treinta personas entre matrimonios y chicos. Justo era la semana en que asumía Menem, y recuerdo que todos los chicos cantábamos canciones en contra de Angeloz, nadie sabía por qué, debido a que éramos demasiado chicos para pensar en política, pero ayudó a aliviar los 1623 kilómetros del viaje. Entre los chicos que viajamos estaban Diego (El Mono), Martín, Gabriel, Natalia, Juanjo y yo. Fue muy divertido y la pasamos realmente bien, la mayoría de noso-tros era la primera vez que veía la nieve.

En el 90, hicimos uno de los viajes más lindos. Ya éramos un poco más grandes para disfrutarlo plenamente. Nuestro único propósito con Juan, era ganarle al fútbol a cualquier chico de cualquier parte del mundo, como argentinos que somos, nos creíamos los mejores. En lo que no nos fue muy bien fue con el Squash, debido a que en el primer y único torneo en que nos anotamos, nos eliminaron en la primera ronda. En ese viaje, además de muchas otras actividades, tuvimos tiempo de hacer de acróbatas de circo, tomamos clases para hacer acrobacias arriba de

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una bicicleta, era muy gracioso ver al instructor manejando la bici con nosotros y otros chicos más, en calzas azules, formando una pirámide humana. Otra de las cosas que nos acordábamos, era de que Lalo siem-pre nos decía que nunca debíamos decir la palabra “negro”, porque era una palabra internacionalizada, y mal vista, y entonces, cuando nos subíamos a un taxi, le alcanzaba el llavero del hotel al chofer, y gritaba “ Morocho... dale, llevanos rápido al hotel”.

El último viaje que compartimos fue en el año 93. Primero llegamos a París, ya estábamos más grandes, pero no lo suficiente como para apre-ciar su rica historia, sus monumentos, museos, y obras de arte. Una de las anécdotas, fue cuando fuimos a visitar el museo del Louvre, el gran Museo, y al ver el cuadro de La Mona Lisa, nos defraudó lo chico que era, y nos fuimos enseguida a un McDonald´s. Pero no todo fue museo en París, también visitamos Euro Disney; y apreciamos la forma loca que tienen los franceses de festejar su día de la independencia.

Veraneos

Sumado a los viajes que vivimos juntos, pasamos inolvidables vera-neos en Punta del Este, no fueron menos de 14 veranos, y cada uno que pasaba era más lindo que el anterior. Yo hasta el año 90 veraneaba en Miramar, y desde el 91 comencé a veranear en Uruguay. En los prime-ros años, recuerdo que estábamos todo el tiempo juntos, la gran activi-dad eran los partidos de ping pong, pasábamos horas y horas jugando en la sala de juegos del edificio, y como no podía ser de otra manera, ganarle era casi imposible. Hicimos muchos amigos durante los años que veraneamos, y el fútbol no podía estar lejos de Juan, y para eso se organizaban grandes partidos inter-edificios (Malecón I, Malecón II, Malecón III, etc.). Se jugaban en unas canchas muy lindas, que tenían los propios edificios. Teníamos entre 9 y 13 años, y de vez en cuando terminábamos todos los chicos peleados. A Juanjo no le gustaba que le

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hicieran “fouls”, y se enojaba rápido. Ya con más edad, hacíamos gran-des picados en la playa, y sus protagonistas eran: Matías, Ezequiel, el Mono, Gaby, Hernán, Juanjo, Víctor, José, Gigi, Miguel, Rino (única-mente al arco), entre otros. Y también, en cada temporada se realizaba el partido internacional, entre un combinado de empleados del puerto y guardería (Uruguay), y el combinado del grupo nuestro (Argentina), eran durísimos esos partidos, de los empleados del puerto el más del-gado pesaba 120 kilos. La playa sin dudas no podía faltar, y el punto de encuentro, era la parada 10 de La Mansa. En el primer verano que fui, nuestro parque náutico, era solamente una tabla de Windsurf, y un remo. Pasábamos todo el día, remando arriba de la tabla. Ya al otro año se incrementó el parque y teníamos un gomón (creo que de 8 hp), era muy chico, pero estábamos a full con el bote, con Juan nos divertíamos rescatando gente que se caía de las tablas o de los Láser, y los ayudábamos a volver a la playa. Y la gran travesía era llegar a la isla de Gorriti en ese gomón, tardábamos lo mismo que el Buquebús de Bs. As a Colonia. Después, ya José tenía lancha, eso era otra cosa. Nunca voy a olvidar las vueltas que dábamos con Juan, esquiando los dos a la vez.

Después en el verano 94, estaba el furor de la moto de agua, y tuvimos la suerte de tener una. La moto de Juan se llamaba Tanguito, y la mía Walpa (como mi perro), eran iguales, el mismo modelo y el mismo color. Y creo que ésta era la única actividad en que me podía destacar más que Juanjo, a mí siempre me gustaron más estos tipo de deportes. La ley en Uruguay permite recién a los 15 años poder manejar motos de agua, y como Juan era menor, hacía lo imposible para que no lo viera la Prefectura. Éramos diferentes en el cuidado que le dábamos a las motos, los dos la dejábamos en la guardería del puerto, pero a mí me encantaba lavarla todos los días, en cambio a Juan, eso no lo apasio-naba, y lo delegaba a un empleado del puerto.

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Además de todo lo compartido en los veranos, falta hablar de las salidas nocturnas que tuvimos, fueron muchísimas, de todo tipo y en todas las edades. Empezamos saliendo por Gorlero, y siempre parábamos en los videojuegos, todas las noches íbamos al mismo. Después, desde muy chicos salíamos a bailar, y el lugar era la matinée de Bugsy, esos fueron nuestros inicios en la noche. Los siguientes años por las diferencia de edades, se formaron dos grupos, el de los más chicos (Juanjo, el Mono, Ezequiel, Juan Pablo, Gaby, Adrián, Maxi), y el grupo de los más gran-des (Matías, unos amigos de Rosario, y yo).

La pasábamos realmente bien, los más grandes nos encargábamos de llevar o ir a buscar a los más chicos a la matinée. Después al grupo de los más chicos se sumaron, Analía y Patricia, en un principio los chicos (principalmente Juanjo y el Mono) las volvían locas, en la playa, a la tarde, a la noche, no paraban, hasta tal punto que se ponían a llorar. Después los chicos crecieron, y los dos grupos se unificaron. Ahora sí, todos salíamos juntos, anduvimos por muchos boliches, pero a desayu-nar siempre al mismo lugar (McDonald´s). Respecto de Juan, qué puedo decir, siempre se lo veía feliz, alegre, y dispuesto a pasarla bien. Siempre rodeado de amigos y conocidos, era muy querido por todos y nunca pasaba desapercibido, siempre se la rebuscaba para llamar la atención (mis amigos lo conocían como el chico de los pantalones raros, porque a mi cumpleaños venía con pantalones de todos colores). Una forma de vivir la vida sanamente envidiable, creo que se dio todos los gustos; innatamente innovador, conocía las tendencias a la perfección. Era un tanto caprichoso y cons-tante, si quería algo (o a alguien), no paraba hasta conseguirlo. Siempre tenía algo para contarte, una anécdota, un viaje, un partido de fútbol, una historia con alguna chica, un negocio, de todo, hablábamos mucho cuando nos juntábamos, yo siempre le contaba sobre mis asuntos y él sobre los suyos.

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Para concluir, quiero dejar claro y decir que aunque físicamente no podamos disfrutarlo, permanecerá en mi memoria por el resto de mi vida, nunca me olvidaré de Juan, y toda mi vida lo recordaré como era. Siempre dije que fue un amigo de los buenos momentos, porque la vida así lo quiso. Todo lo compartido y vivido fue excelente e inolvidable, y esos momentos los extrañaré por siempre. No recuerdo haber vivido un momento malo con él. Él contagiaba alegría, y sabía apreciar las cosas buenas de la vida. La vida le dio mucho, una familia ejemplar, una vida social admirable, un carisma increíble, y le abría las puertas de todos sus deseos. Por todo esto, cada vez que lo recuerde, no me ganará la tristeza y la nostalgia en mi interior, sino que agradeceré a la vida, por haber sido su amigo.

Damián

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Juanjo, su elección y su lecciónLeandro Palumbo

Hace varios años ya, en vísperas del nuevo milenio, pasé algunos pocos meses de mi existencia viviendo en la ciudad italiana de Milán, días geniales fueron los que disfruté entonces allí.

El tiempo ha pasado, y a pesar de que a veces juega a ser el asesino de los recuerdos, logré atesorar persistentemente a Milano como una de las ciudades a las que quería volver, guardaba muchas evocaciones, me había otorgado experiencias magníficas, había sido una ciudad que jugó un papel fundamental en mi crecimiento y maduración, en resumen, la tenía tan dentro de mi corazón que siempre me prometí regresar.

Hace unos pocos meses volví allí, y sí, las expectativas depositadas en ella por mis recuerdos tenían una base futura que yo ignoraba, esa urbe

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de Italia poseía algo más para darme, yo no lo sabía, pero aún se guar-daba lo mejor, conservaba un presente extra, y desde que me lo realizó se transformó Milano en aún más especial para mí.

Retorné a Milano la noche del jueves 6 de octubre de 2005, mi vuelo aterrizó en el aeropuerto citadino de Linate, y allí me esperaba la fami-lia Babicola. ¿Qué quienes son?... pues es una familia que he conocido gracias a mis padres, son amigos de ellos desde hace unos cuantos años, pero debo reconocer que sólo había tenido relación más cercana con el matrimonio que con sus hijos, quienes siempre me habían parecido claros espejos de la bondad y amabilidad de sus padres, pero las cir-cunstancias nunca se habían confabulado para que la relación pasara más allá de cálidos saludos, y algunas conversaciones agradables com-partidas muy pocas tardes o noches. Pero aquel día, tres de sus miem-bros me estaban esperando, José, el papá; Cristina, la mamá; y Juanjo, su hijo… Laura, la niña ya madre se había quedado en Buenos Aires, junto a su esposo y sus dos pequeñas hijas.

No voy a describir a cada uno de los miembros de esa familia que me esperaba, porque mi deseo está en concentrarme en la persona de Juanjo, y en lo que respecta a su imagen externa, quiero mencionar que vestía de forma desenfadada, informalmente a la moda, pantalón suelto, remera dejada en libertad, zapatillas originales, un saco de vestir por sobre toda su indumentaria, sus cabellos medio largos perfectamente desordena-dos, barbita de un par de días, una argolla en su oreja izquierda, y una cadena alrededor de su cuello; bastaba verlo para darse cuenta de que era un pibe que “tenía onda”, pero no la convencional, sino su propio estilo, nada imitado, totalmente personal.

Recuerdo que a pesar de la corta relación que habíamos tenido me recibió con un afectuoso saludo, como si hubiéramos sido “colegas” desde siempre, me sorprendió muy gratamente su actitud, porque noté en ella total nobleza y sinceridad. En coche alquilado nos dirigimos a

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dos distintos hoteles, los padres se quedarían fuera de la ciudad, noso-tros iríamos a uno que casualmente estaba a sólo unos pocos metros de aquel que albergaba mis recuerdos de tiempos pasados. Nuestra distinta ubicación se justificaba en que la noche milanesa, y la beldad de sus mujeres, gozan de cierta fama que a nuestros escasos años no estába-mos dispuestos a dejar pasar.

No sólo nos tocó compartir habitación de hotel, sino que también cama, para dos casi desconocidos era algo un poco extraño, pero luego de dejar en claro en forma jocosa que nuestra heterosexualidad no estaba en tela de juicio, nos dio absolutamente igual tener que compartirla. Luego de dejar los equipajes que traíamos, buscamos a otro amigo de Juanjo, cuyo nombre hoy no recuerdo, y que se hospedaba en el mismo hotel, y nos fuimos a por la belleza de las mujeres italianas.

Creo que es justo ahora el momento de reconocer que ninguno de los tres tenía ni la menor idea de dónde estaba la “movida” milanesa, de otro modo no nos habríamos pasado una hora caminando bajo la lluvia en la zona del “Naviglio” (por donde mi corta experiencia aconseja ya no ir un jueves por la noche). Abatidos por la falta de éxito opta-mos por preguntarle al único y decadente grupo de señoritas del lugar dónde se podría ir para encontrar gente y “juerga”, quien encaró con la pregunta fue Juanjo, lo vi tan seguro que estimé que su italiano debía de estar muy pulido... pero enseguida me reí bastante, porque lo mejor de su italiano era su buena voluntad para hablarlo, él sabía que no lo dominaba, pero ni por casualidad ese iba a ser un problema para echarle “cara” y averiguar dónde debíamos ir. Me gustó su actitud, lo descubrí como un chico alegremente desenfadado, pero de todos modos de allí en adelante optamos porque fuera quién mejor de nosotros hablara el idioma quien hiciera las próximas preguntas. “Olliwood”... o más bien Hollywood (sucede que los italianos no pronuncian la “h” ni aún en las palabras en inglés), pues bueno, fue ese el sitio que nos recomendaron visitar. Nos tomamos un taxi en esa dirección, entablamos charla con

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su conductor, y éste nos dejó en la zona donde había cierto “ambienti-llo”. Descubrimos pronto que la noche milanesa es un poco elitista... ¿o quizás sucedía que nuestra ropa era un poco demodée?... la cuestión es que al comienzo no nos dejaban entrar en sitio alguno, todas parecían ser fiestas privadas, a las que todos tenían invitación para su acceso excepto nosotros... curioso concepto de “privada”, pero Juanjo persis-tía en su idea de que aún no nos podíamos ir a dormir, no aceptaba la derrota injustificada, y habrá sido por eso, y por nuestro acento, que dos tipos totalmente desconocidos se acercaron para preguntarnos si éramos argentinos, al obtener un sí como respuesta se sintieron locamente ale-gres, o tenían mucha afinidad por nosotros, o esa noche habían fumado demasiada marihuana, como fuere, enterados de nuestra situación, se las ingeniaron para hacernos entrar en uno de esos boliches de moda, es decir conseguimos no sólo una, sino tres de esas “virtuales” tarjetas de acceso, y luego de tamaña actitud de nuestros desconocidos benefacto-res italianos, éstos desaparecieron. Nos divertimos mucho esa noche, ratifico que la mujeres milanesas están estupendas, tres votos a favor y ninguno en contra es la más irrefutable de las pruebas.

Recuerdo que con más ingenio que idioma Juanjo se las arreglaba para hablar con cuanta italiana guapa encontraba, incluso fuimos alguna vez juntos a por un par de ellas, y nos reímos bastante con la situación, Juanjo me preguntaba palabras para continuar el diálogo y yo me apro-vechaba de su desenfado para iniciarlo. Nos quedamos hasta las mil pero nos la pasamos muy bien, antes de volver al hotel nos comimos un sándwich por la calle mientras nos reíamos de las pocas anécdotas que habíamos generado esa noche, luego, para irnos al hotel, nos tomamos el único taxi de Milán cuyo dueño tenía un CD con música del “bailan-tero” Rodrigo.

Al día siguiente abandonamos pronto nuestro alojamiento, nos encon-traríamos con sus padres para ir a una feria internacional, y más tarde ellos tomarían el tren con rumbo a París. Compartimos juntos los cuatro

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todo ese día también, nos lo pasamos genial, me recuerdo satisfecho y feliz de haber tenido oportunidad de conocer con mayor intensidad a esa familia, pero por sobre todo fue Juanjo quién más me sorprendió, siempre alegre, transmitiendo energía, un tipo sin miedos que le plan-taba cara a lo que tuviera enfrente, parecía que la vergüenza no existía en él, munido de sonrisa y trato adecuado siempre iba para adelante con seguridad, y debo confesar que disfruté enormemente ese breve encuentro porque en su calidad humana, y su actitud positiva y arries-gada encontré mucho de lo que aprender.

Nos despedimos en la estación de Milano Centrale, yo volvería a Madrid al día siguiente, y ellos continuarían con su viaje, a partir de entonces exclusivamente turístico. En unos meses más nos veríamos en Buenos Aires (por entonces existían planes de que un cambio de mi trabajo nos daría trato cotidiano). Recuerdo haberme ido muy feliz de aquella estación de ferrocarriles, había tenido la oportunidad de conocer más a fondo a parte de esa familia que intuía constituida por personas de corazón gigante y moral intachable, y me marché de allí además con la esperanza e ilusión de que el futuro me permitiera hacer más habitual mi relación con Juanjo, e incluso aspiraba a que algún día ambos nos pudiéramos considerar grandes amigos. Acababa de conocer a un chico excepcional, en muy poco tiempo había adquirido tremenda estima por su persona y personalidad, bueno, es que básicamente había notado en él los valores que siempre he buscado al momento de elegir a amigos, y que en escasas ocasiones he encontrado.

Fue ese mismo año en el mes de noviembre cuando un llamado tele-fónico Buenos Aires - Madrid me informó que Juanjo había tenido un accidente automovilístico, las cosas se precipitaron, y su estancia entre nosotros dejó pronto de ser terrenal. En mi familia y en mí la noticia fue destructiva, no podíamos dar crédito a lo sucedido, y más allá de nues-tro dolor presentíamos la pena de su núcleo familiar, e imaginaba yo que no había manera de pasar por tamaño dolor... pero me equivoqué,

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Juanjo decidió, a través de sus padres y hermana, darnos una nueva lec-ción, y con ella me devolvería mi fe en algo que siempre había creído, pero que los fracasos cotidianos, la costumbre, y la mediocridad de la sociedad me habían forzado sin quererlo a dejar de profesarla y sentir. Cuando volví a ver a los Babicola, no sólo no me encontré con gente envuelta en la desesperanza y el odio, sino que aprecié una familia aún más sólida, y con todos sus miembros intactos; una estirpe que a pesar de la pena sólo buscaba salir para adelante, y lo que es más noble aún ayudar a otros a que lo hicieran también. Juanjo no estaba ya en la habitual rutina diaria, pero sí permanecía allí, sólo basta ver los ojos de su mami, de su papá, o de su hermana, para comprender que él no se ha ido, permanece día a día con ellos, con todos, sigue transmitiendo su cariño, su humor, su simpatía, su vitalidad, su energía como siempre lo ha hecho, pero además ahora nos está enseñando una lección, y ha elegido hacerlo a través de los suyos, sí, sólo ellos y él podían estar a la altura de aleccionarnos para que, pasemos por las circunstancias que atravesemos, sólo hay una premisa que nunca debemos olvidar, y esa no es otra que: “el amor es lo único que lo hace todo posible”.

Leo

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CARTA DE MARIOEl tío Mario

Sábado por la tarde… Juan estaba jugando en el equipo de fútbol “Macachín”. Yo ya me estaba yendo, pero volví a estacionar el auto y crucé caminando todo el club, más de seiscientos metros. Esperé que terminara el primer tiempo sólo para darle un abrazo, y me fui feliz. Eso generaba JUAN: afecto, concordia, calidez.

Siempre supimos que éramos similares, muy parecidos (taurinos). Sabíamos, sin hablar, lo que pensaba el otro, como cortados por la misma tijera, sólo que él era una versión muy superior. Excelente juga-dor de fútbol, amigo de sus amigos, tenaz, obcecado, jovial. Se reía a carcajadas de lo absurdo. Inteligente, sabía escuchar consejos, y, sobre todo, sabio para elegir con quien caminar a su lado. Todo eso ha hecho que viviera de la mejor manera, les aseguro que realmente fue un tipo lleno de felicidad.

Alguna vez la vida nos puso en una gran encrucijada y él actuó por encima de todo lo que uno podría imaginar, por eso lo admiraba tanto. Fue incondicional, demostró una enorme personalidad y sobre todo nobleza. Todo esto hizo que la relación enmarcada en el parentesco fuera superada por nuestra comunión. En una oportunidad estábamos en un estadio (en una velada de boxeo) con más de once mil perso-nas bramando, y sobre el ring mi única preocupación era cruzarnos las miradas. Eso generaba JUAN.

Todos podemos ver la copa medio llena o medio vacía. Cada cual puede pensar en la desgarradora partida, o agradecerle a la vida porque él haya existido, existencia de la que disfrutó a pleno. ¡Si lo conoceré!... Siem-pre disfrutó. Recuerdo aquel abrazo… Fue la despedida y sin embargo fuimos felices.

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Hoy, viernes por la tarde, llueve, y entre las disquisiciones filosóficas las personas encuentran deprimirse, soñar, aferrarse a cualquier tabla de salvación, enfrascarse en el trabajo, o construir en “su nombre”… Todo es válido para sobrevivir al dolor, la pérdida, el agujero en el alma. Acaso esta lluvia sea ineludible como el destino, como el derrotero de la vida misma, como ajena a todo lo que pueda sucedernos más allá. Es como el mar, como las montañas, el mismo enigma de por qué estamos aquí o por qué no.

Contra tamaña fuerza JUAN está vivo en cada uno de nosotros, en la medida en que cada uno pueda espontáneamente darle sentido. Él ha modificado el camino de cada ser con quien se relacionó. Cambio que también produjo en mí, porque en algún momento transité por una crisis y sólo pensé en qué era lo más cercano, lo más importante…el mástil donde aferrarme… y él fue el combustible para arrancar…, para ir en un sentido; el sentido que uno le dio a su vida.

Por eso él está vivo. Porque modificó y modifica, en la misma medida de importancia que para cada uno tenía y tiene para con él. Como la lluvia, el mar, o la montaña… el destino… Físicamente él no está, pero con certeza él sigue acompañándonos en cada decisión, y en el rumbo tomado allá en el pasado, y en el presente. Tal vez, si el futuro me diera un hijo, se llamará Juan, pero lo más importante es que trataré que se parezca a él, y esa es LA MARCA QUE PROYECTÓ EN UNO.

Por ahí, sobre la experiencia con Brian Weiss, José escribió: “parecía imposible, veníamos de una conferencia que nos había hecho recordar a Juanjo durante siete horas y ESTÁBAMOS ALEGRES”… No dejen de caminar todos los metros que sean, no dejen de abrazar a quienes quieren. Sentirán felicidad y alegría.

El tío Mario

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“Para generar grandes cambios, hay que tomar grandes decisiones”.Juanjo

CAPÍTULO 9

Un día muy especial

Sin dudas las casualidades existen, pero cuando éstas son muy reitera-das ya no pensamos en casualidades sino en causalidades. Esto es un poco de lo que se trata esta historia que les contaré paso a paso y que agrega, como todos los capítulos de este libro, un mensaje esperanza-dor, pero por sobre todo un mensaje de Amor.

Aproximadamente a los veinte días de dejar nuestro amado hijo este mundo recibimos en nuestra casa un libro y una carta de una vecina llamada Marcela, con la cual no tenemos mucha relación. En mi caso particular, salvo en contadas ocasiones en que nos vimos en las canchas de tenis del barrio donde vivimos, mas allá del saludo formal, nunca habíamos cruzado palabra alguna. Por su parte, Cristina había jugado tan sólo en un par de oportunidades al tenis con Marcela y en alguna ocasión se habían quedado a tomar un café después del partido. Cuando Marcela trajo el libro y la carta, nosotros no estábamos en casa y se lo dejó a la señora que trabaja con nosotros. Por la noche, al regresar de nuestro trabajo, Cristina abrió la carta, y al leerla vimos que transmitía muchísimo amor.

Estaba dirigida a ella y le decía que aunque no lo conocía, no podía dejar de pensar en Juanjo. Que nos apreciaba mucho y toda una serie de

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palabras muy conceptuosas hacia nuestra familia, más que por su cono-cimiento de nosotros, por los comentarios de gente allegada. Realmente nos sorprendió muchísimo viniendo de alguien con quien no teníamos una gran relación, pero sin duda la carta era muy enternecedora y trans-mitía mucho amor. Junto a la nota nos dejó un libro titulado “Lazos de amor” de Brian Weiss, para que lo leyéramos, ya que, según ella, le había ayudado mucho cuando más lo necesitó en circunstancias adver-sas que había debido pasar. En ese momento Cristina pensó que era un libro de ayuda para parejas y como estaba leyendo otro, me dijo: “después lo leo”. Yo había terminado de leer “Muertes inesperadas” de Eduardo H.Grecco y “La muerte, un amanecer” de Elizabeth Kübler-Ross, dos libros que me habían impactado profundamente por la temá-tica de los mismos. Algo que me llegaba muchísimo por la situación que estábamos viviendo. Leí la contratapa del libro y la biografía del autor y me sentí muy atraído y con una gran curiosidad por ver cómo se desarrollaba. Es más, fue tanto el interés que despertó en mí que comencé a leerlo un día sábado por la mañana y el domingo al mediodía ya lo había terminado. Había devorado casi 300 páginas de un libro (mi lectura promedio era un libro por año) que me había dejado una ense-ñanza increíble y una esperanza inimaginable.

Brian Weiss, autor de este libro, es un psiquiatra norteamericano, radi-cado en Miami, que a través de la hipnosis hace Terapia de Regresión a vidas pasadas para ayudar a sus pacientes a curar sus problemas psi-quiátricos. Weiss se licenció en la Universidad de Columbia y en la facultad de Medicina de Yale. Ha sido director del Departamento de Psiquiatría del Centro Médico Mount Sinaí, de Miami. En el libro men-ciona que durante muchos años había realizado casi cuatro mil casos de Terapia de Regresión, pero siempre dentro de la vida actual, hasta que en 1980, hace 26 años, apareció una paciente, Catherine, con graves problemas de relación y comunicación con la gente y luego de tratarla durante 18 meses con la terapia convencional, y avanzar muy poco en la sanación de sus problemas, le ofreció, como a tantos otros pacientes,

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hacer Terapia de Regresión, para ver si podía encontrar a lo largo de su vida, en su juventud, su adolescencia, su infancia, algo que le ayudara a poder descubrir la causa de sus problemas actuales. Fue el primer paciente que en su estado hipnótico, no sólo volvió a su infancia, sino que atravesó el período del útero materno y comenzó a relatar cosas de vidas pasadas. Toda esta historia está relatada en su primer libro, “Muchas vidas, muchos maestros”. No voy a contarles el libro, porque nadie mejor que el Dr.Weiss para contar las vivencias que tuvo con esta paciente, y cómo la propia vida de él cambió a partir de este descubri-miento. Hoy el Dr.Weiss tiene un instituto en Miami que atiende una cantidad enorme de pacientes y viaja por todo el mundo dando con-ferencias y talleres referentes a todos estos temas. Entusiasmado con toda esta lectura, un día, buscando un CD para mi nieta Sofía, encuen-tro en un supermercado el último libro del Dr. Brian Weiss, “Muchos cuerpos, una misma alma”, donde relata ciertas técnicas de relajación y meditación para sanar dolores físicos, y experimenta también lo que el denomina “Terapia de Progresión”, o sea ver mas allá de nuestras vidas terrenales, pero hacia el futuro.

En medio de todos estos libros del Dr. Weiss, también leí “La otra opor-tunidad” de John Edward, “El lenguaje de Dios” de Albert Clayton Gaul-den, los mencionados anteriormente, en fin, una cantidad de literatura referente a todo lo que nos estaba sucediendo, tratando de encontrar en ellos respuestas a todas nuestras dudas, que no eran pocas, teniendo en cuenta que tanto Cristina como yo somos o “éramos” agnósticos, por no decir casi ateos. Debo confesar que muchos de los libros no me lle-garon a entusiasmar, pero aún así, descubrí que todos ellos dejaban un mensaje esperanzador, de fe y de muchísimo AMOR. Sin duda, lo que más me había atrapado eran los libros del Dr.Weiss, y no sólo a mí, sino también a Cristina y a mi hija Laura, que para ese entonces ya habían comenzado a devorarlos. De todos modos, como un ser terrenal y terri-blemente racional que soy me dije: “voy a ingresar a Internet, para averiguar algo más sobre este hombre que sin saberlo nos está ayu-

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dando muchísimo”. Sospeché que podría encontrarme con alguien que a través de todo esto lucrara indebidamente o hiriera los sentimientos que estábamos teniendo. Lo que en nuestro lenguaje popular llamamos “un chanta”. Brian Weiss tiene un sitio en Internet, www.brianweiss.com, y allí pude leer su larga y prestigiosa trayectoria como profesional y enterarme que tiene un instituto en Miami, donde reside, que atiende todo tipo de enfermedades psíquicas. También pude enterarme que por razones de tiempo, el Dr.Weiss ya no atiende más pacientes, salvo los que ya tiene y que por otra parte brinda conferencias y talleres por todo el mundo.

Eran los primeros días de enero de 2006. Grande fue mi sorpresa cuando advierto en su sitio un link que decía “Argentina-Uruguay”. Ansioso por ver de qué se trataba, clickeo en el link y con gran asombro y mucha más emoción, leo que el Dr.Weiss iba a dar dos conferencias: una en Mar del Plata el 22 de enero y otra en Punta del Este el 26 de enero. Con una ansiedad imposible de describir, empiezo a buscar cómo hacer para reservar entradas para verlo. Créanme que estaba casi conmocionado. Al hombre que sin saberlo nos estaba ayudando a través de sus libros, teníamos la oportunidad de verlo personalmente en nuestro país y a los pocos días. ¿Era pura casualidad? Quiero aclarar que el Dr.Weiss venía a la Argentina por cuarta vez en toda su larga trayectoria. Una de sus visitas había sido en 2002 haciendo un taller y ahora venía a dar una conferencia. Ví que el Canal Infinito era el sponsor de su conferencia y al instante llamé al canal, cuyo número estaba en el link y me con-firmaron que efectivamente el Dr.Weiss daría una Conferencia en Mar del Plata el 22 de enero. Sería un encuentro de cinco horas, de 17 a 22 y en esa conferencia el Dr. Weiss, además de explicar las técnicas de relajación y meditación que había escrito en su ultimo libro “Muchos cuerpos, una misma alma”, haría tres ejercicios: una Terapia de Regre-sión Grupal, un ejercicio que explicaría el título de su última obra, y una Terapia de Progresión. En ese mismo momento, le comento todo esto a Cristina y sin ninguna duda me dijo: “Vamos”. Por supuesto que la

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llamamos a Laura para decirle lo que nos estaba sucediendo y ella con gran emoción nos dijo: “yo también quiero ir”.

En ese momento sentí que Juanjo nos estaba uniendo para que asis-tiéramos a ese encuentro donde realmente no sabíamos qué íbamos a hacer, pero teníamos una enorme fe en que algo importante íbamos a encontrar para mitigar nuestro dolor. Al otro día concurrí al Canal Infi-nito para retirar las entradas para la conferencia. Mientras transcurrían los días hasta que llegara el domingo 22 de enero, seguíamos devo-rando libros. Nos habíamos propuesto los tres, terminar el último de Brian Weiss “Muchos cuerpos, una misma alma” habida cuenta de que la conferencia iba a estar basada en éste y queríamos conocerlo lo mejor posible. La Conferencia se iba a dar en el Hotel Sheraton de Mar del Plata y afortunadamente conseguimos una habitación triple en un hotel con la idea de viajar el domingo por la mañana, asistir a la conferencia, dormir en el hotel y regresar al día siguiente a nuestra casa en Buenos Aires. Por suerte, pudimos plasmar nuestra idea tal como la habíamos pensado. Y llegó el día esperado.

La noche anterior, Laura le explicó a nuestra nieta mayor Sofía, que ella debía asistir a una reunión el domingo y que no iba a volver esa noche porque terminaba muy tarde. Cuento esto porque Sofía ninguna noche, en sus cuatro años y medio, se había desprendido de su madre. No importaba donde durmiera, pero ella quería siempre que su madre estuviera a su lado. Con una gran comprensión Sofía lo entendió y el día señalado a las nueve de la mañana Laura pasó a buscarnos por casa para nuestro viaje a Mar del Plata. Antes de ingresar a la ruta, decidimos pasar por el cementerio donde está el cuerpo de nuestro amado hijo, para llevarle algunas flores, ya que no sé por qué, pero sentíamos una necesidad de visitarlo antes de emprender el viaje.

Cuando había transcurrido alrededor de una hora de nuestro viaje, Laura nos dice: “mami, siento el olor de Juanjo, ¡es más: está lanzándome su

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aliento como cuando era chico!”. Cuando era chico, Juanjo acostum-braba tirarle su aliento a Laura en forma sorpresiva como una broma, porque sabía que a ella no le gustaba, pero después terminaban los dos riendo a carcajadas. No había dudas: Juanjo asistiría también a la con-ferencia. Llegamos a Mar del Plata a las 13:30. Allí nos encontramos con Mario (el hermano menor de Cristina) y su esposa Gabriela. Almor-zamos juntos los cinco y cuando ellos partieron nos fuimos a nuestra habitación y nos preparamos para asistir a la conferencia. Eran ya las cuatro de la tarde. Bajamos al Salón Vélez Sarsfield del Hotel Shera-ton en el que ya había más de 150 personas esperando que abrieran las puertas del salón para entrar. La gente de Canal Infinito, gentilmente, nos colocó un pin con el logotipo del Canal, lo que nos pareció muy atento de parte de ellos. Pudimos ingresar al salón a las 16:40, y a las 17:10 el actor argentino Boy Olmi, quien le había hecho un reportaje 48 horas antes en los estudios de Canal Infinito en Buenos Aires, fue quien lo presentó.

Y allí estaba el Dr. Brian Weiss. Un hombre de estatura mediana, tirando a pequeña, delgado, con canas en su cabellera y con una mirada que transmitía una enorme paz. Hablaba en inglés y teníamos auriculares con traducción simultánea. La traducción era perfecta, pero la ternura en la voz del Dr.Weiss era lo que me llamaba la atención. En un momento bajé totalmente el volumen de mis auriculares y escuché directamente su voz. Aunque conozco algo de su idioma, no entendía a la perfección lo que decía, pero era lo que menos me importaba. Su voz era de una ternura indescriptible, su permanente sonrisa, su paciencia para hablar, su buen humor, toda su figura transmitía una enorme paz y un tremendo amor. Comenzó explicando todo lo referente a la hipnosis, describiendo que no se trataba de un acto inconsciente, sino que, durante los ejercicios que íbamos a realizar, el estado hipnótico nos permitiría estar siempre conscientes y si quisiéramos abandonar ese estado no tendríamos más que abrir los ojos. Nos contó que esas hipnosis que se ven por televisión en las que a uno lo hacen ladrar como un perro o cacarear como un ave,

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son poco creíbles. De todos modos, “si ustedes quieren ladrar o caca-rear”, dijo bromeando, “háganlo. Sepan que siempre es por vuestra propia voluntad. Ustedes siempre van a ser conscientes de lo que hagan. Nunca van a perder el dominio de su mente. En ningún momento”. Real-mente sonaba sorprendente. Luego nos habló de las terapias de regresión y dijo que las practicaríamos en uno de los ejercicios.

Otro ejercicio sería sobre Terapia de Progresión, y además haríamos uno más, que tenía mucho que ver con el último libro que había edi-tado: “Muchos cuerpos, una misma alma”. Según sus estudios El Dr. Weiss asegura que todos somos una misma energía, que estamos en dis-tintos cuerpos, pero cuando nos unimos somos un todo. Lo ejemplificó con los cubitos de hielo. Puestos en la cubetera dentro de la heladera cada cubito es independiente, pero dentro de una hielera, al poco rato se derriten y convierten en un solo elemento: el agua. “Y de esto se trata”, continuó diciendo el Dr.Weiss, “si nosotros no amamos a los otros, no nos estamos amando a nosotros mismos, ya que todos somos uno mismo, cuando hagamos el ejercicio, lo entenderán mejor”, afirmó. Siguió hablando de su vida profesional, y manifestó que en muchos países hay terapeutas que utilizan esta terapia para curar problemas psí-quicos y también físicos. Que en la Argentina había, pero él no tenía los datos de los mismos. “De todos modos”, nos dijo, “averigüen, porque aquí hay muy buenos profesionales que se dedican a este tipo de tera-pias”. Luego contó que su experiencia con Catherine, lo puso en una encrucijada.

Él era un prestigioso médico psiquiatra y tenía dudas en revelar lo que le había sucedido. Temió que lo tomaran por loco y que todo el presti-gio que había logrado pudiera llegar a perderlo, y eso, en una sociedad como la norteamericana no es poco. Sin embargo, pudo más su fuerza espiritual que lo llevó a decidir que no era correcto que habiendo descu-bierto esa técnica para la curación de sus pacientes, no la hiciese cono-cer para que otros también pudieran aplicarla. Y así, luego de cuatro

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años decidió publicar su primer libro “Muchas vidas, muchos maes-tros”. Grande fue su sorpresa, cuando recibió e-mails y cartas de varios colegas que le manifestaban que ellos también hacían lo mismo, pero que no se habían animado a publicarlo por el mismo temor que había tenido el Dr. Weiss. Este pequeño gran detalle, dimensiona cabalmente su figura. Un hombre que tenía todo desde el punto de vista material, arriesgó su prestigio para compartir algo que podía ayudar a muchísima gente. Sin duda, que la vida lo compensó con creces, ya que su prestigio se potenció y espiritualmente lo convirtió en una persona que derrocha Amor en cada una de sus palabras y en su profunda y tierna mirada. Esta es la impresión que me quedó de la primera parte de la conferencia luego de los relatos de Brian Weiss.

Estoy seguro de que lo que sigue a continuación los conmoverá. Es el testimonio fiel de lo que sucedió en esa sala colmada por quinientas personas durante los ejercicios que realizamos. El primero de ellos con-sistió en una Terapia de Regresión Grupal. Él nos explicó que íbamos a entrar en un estado hipnótico, pero tal como lo había definido al prin-cipio, siempre conscientes de lo que nos sucedía. Nos repitió que si por algún motivo, quisiéramos salir de ese estado, no tendríamos más que abrir los ojos y todo habría terminado. Siempre éramos dueños de nues-tra conciencia. Comenzó haciendo bajar las luces y una suave música inundó la sala. Su voz, mezclada con la de la traductora, sonaba como una suave sinfonía en medio de una enorme pradera. Poco a poco nos fue indicando cómo llegar al estado hipnótico, relajando todos nuestros músculos, primero el cuello, la espalda, los brazos, respirábamos pri-mero profundamente por la nariz y exhalábamos el aire por la boca, y luego a medida que nos relajábamos, íbamos respirando normalmente. Podría decir que era una especie de respiración parecida a la de los ejer-cicios de yoga. Poco a poco fuimos entrando más y más en ese estado hipnótico consciente, cada uno como podía, ya que no todos tenemos el mismo poder de concentración y relajación. En un momento nos dijo que iba a contar de 5 a 0 y que siguiéramos así, relajados y cuando llegó

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a cero, dijo: “bien, recuerden algo de su infancia, no piensen, vean, cualquier cosa está bien. Si no pueden ver nada también está bien. Vean cómo están vestidos, si están solos, vean las casas, vean lo que puedan”.

Luego de unos minutos nos dijo que dejáramos ese lugar de la infancia y que nos trasladáramos al momento de nacer, para probar si podía-mos ver algo, y más tarde nos indicó que atravesando el útero materno hacia atrás había una puerta. “Imagínense esa puerta. Ábranla. Ya está abierta. Hay una enorme luz blanca detrás de la puerta. Atraviesen la luz. ¿Qué ven? Fíjense qué ven. No piensen. Solamente miren. Si no ven nada está bien. ¿Como están vestidos? ¿Tienen zapatos? ¿Están descalzos? ¿Qué ven a su alrededor? ¿Hay casas? ¿Hay personas?” Nos dejó durante un par de minutos en silencio para que pudiéramos apreciar bien lo que estábamos viendo y luego lentamente comenzó a contar de 1 a 10 para que todos volviésemos a nuestro estado “natural”. Preguntó cuántos habían podido ver algo y la mitad de la sala levantó las manos. Entre ellos Cristina y yo.

Laura nos contó que ella no pudo concentrarse ya que todo el tiempo estuvo buscando a Juanjo, y en realidad el ejercicio consistía en dejarse llevar y no pensar. Cristina me contó que durante su infancia se vio con su mejor amiga de esa época jugando en el patio de la casa de aquella, y que hasta sintió un olor muy claro que ella percibía siempre que iba a esa casa. El olor era a bronce (los padres de su amiga tenían una fundición de bronce). Mi visión de la infancia me hizo ver a la edad de 6 o 7 años jugando a las figuritas contra la pared de la casa de enfrente de donde vivíamos, con quien era un compañero del cole-gio que luego llegó a ser un gran amigo hasta la actualidad. Y en otra visión, pude observar al bicicletero del barrio que venía en su bicicleta trayendo otra en su otra mano, la que mis padres me habían regalado para mi cumpleaños. La regresión a vidas pasadas la llevó a Cristina a verse descalza, con un vestido de arpillera, muy pobre, con los cabellos

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rojizos, y enmarañados y en su vestido, un tajo en la parte delantera que la atravesaba transversalmente. Estaba sobre un suelo cubierto de césped pero no pudo observar a nadie a su alrededor. Mi regresión me permitió verme, no sé en que época, vestido con ropa de franciscano, creo yo, ya que era un vestido largo marrón con un lazo en el medio y sandalias. Llevaba en mi mano izquierda un bastón y estaba arriando animales sin poder identificar de qué clase de animales eran. El lugar era una colina.

Realmente nos sentimos muy conmocionados con el ejercicio, ya que, a pesar de que en todo momento habíamos estado conscientes, habíamos podido percibir escenas de la infancia y de, supuestamente, otras vidas, sin pensar en nada, como nos decía el Dr. Weiss, simplemente obser-vando lo que pasaba en ese estado hipnótico consciente. Nos pidió el Dr.Weiss que tuviéramos en cuenta que la regresión se estaba haciendo con una presencia de quinientas personas en un mismo salón y con los auriculares traduciendo al mismo tiempo que escuchábamos su voz. Totalmente distinto hubiese sido en un consultorio a solas con un pro-fesional. De todos modos, el hecho de que la mitad de los concurrentes hubiera podido hacer el ejercicio fue un porcentaje significativamente elevado. Demostraba que en la sala había mucha energía. Pero ésta no sería la mayor conmoción.

Lo que viene a continuación, si lo pensamos tan sólo desde el punto de vista terrenal, no tiene explicación, pero desde la espiritualidad que transmite el Dr. Weiss, sentimos en ese momento el más grande Acto de Amor que jamás hubiésemos imaginado. En este caso a los tres nos ocurrieron cosas.

El ejercicio consistía en demostrar la teoría de que todos somos una misma energía. (Recordar el ejemplo de los cubitos de hielo). Para ello, solicitó que nos agrupáramos de a dos personas para hacer el ejercicio. Preferentemente no conocidas. Si lo hacíamos entre familiares también

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estaría bien, pero los resultados que obtendríamos haciéndolo con una persona desconocida serían mucho más impactantes, ya que, dijo el Dr. Weiss, entre familiares hay muchas sensaciones que se experimentan a diario. La muchedumbre comenzó a moverse buscando cada uno un compañero. Cristina invitó a una señora que estaba a su lado para hacer el ejercicio, ésta aceptó inmediatamente. Laura, que es algo vergonzosa, me dijo: “papi, ¿lo hacemos juntos?”, “bueno”, respondí, mientras buscaba a mi alrededor a alguien que no estuviera en pareja para inten-tar hacerlo con otra persona. De pronto en nuestra misma fila, una joven miró hacia mi lado y le pregunté: “¿estás sola?”. “Sí”, me dijo. Inme-diatamente le pedí a Laura que se trasladara al lado de la joven para que hiciera el ejercicio con una persona desconocida. La joven resultó ser una actriz de televisión y la timidez de Laura no le permitía ir decidi-damente a ese lugar. De todos modos, el ejercicio estaba por comenzar y aceptó sentarse al lado de María, que así se llama. El Dr. Weiss pre-guntó si había alguien que todavía no hubiera encontrado pareja y unos cuantos levantamos las manos, tratando de buscarnos para poder hacer el ejercicio. En ese instante una mujer caminaba por el pasillo buscando a alguien y miró hacia mi lado. Le pregunté: “¿está sola, quiere hacer el ejercicio conmigo?”. Gentilmente la mujer aceptó y nos sentamos en un par de sillas esperando las instrucciones del Dr. Weiss. Eviden-temente el número de asistentes era impar, ya que se formó un trío, el resto pudo agruparse en parejas. La casualidad también quiso que ese trío tuviera una gran experiencia.

Toda la sala estaba expectante. Se podía sentir la ansiedad de la gente y hasta su respiración. Comenzó el Dr. Weiss diciendo que nos inter-cambiáramos algún elemento personal con nuestra pareja. Podría ser un reloj, un anillo, un encendedor, cualquier cosa que fuera personal, hasta un zapato. Si no teníamos nada o no queríamos entregar un zapato, también era posible tomar la mano del compañero. En mi caso particu-lar, con la señora que estaba a mi lado, intercambiamos nuestros relo-jes. Cristina también entregó su reloj y su compañera, le dio un anillo.

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Laura le dio su reloj a María, y ella su mano. Comenzó el ejercicio de manera muy parecida al anterior: Estado de relajación, aflojar los mús-culos, hundirnos cada vez más en nuestra mente, poco a poco hasta sen-tirnos realmente relajados. Sus indicaciones duraron aproximadamente un minuto y luego, como hacía habitualmente contó de 5 a 0, y al llegar a 0, nos dijo:

“No piensen, miren a través de lo que tienen en la mano. No importa lo que sea. Algo verán. Si no ven nada está bien igual, pero miren” y volvió a decir: “no piensen”. “Ahora me voy a callar durante dos minutos y ustedes miren todo lo que puedan”. Pasaron esos dos largos minutos y comenzó a hablar nuevamente indicándonos que lentamente volveríamos a nuestro estado “natural” cuando llegara a la cuenta de 10. Suavemente comenzó a contar y al momento de llegar a 10 se encendie-ron las luces y toda la sala comenzó a desperezarse como si hubiéramos vuelto de un largo sueño. Debo decir que durante todo el tiempo, tanto yo como con todas las personas con las que hablé después, estuvimos absolutamente conscientes. “Bueno”, dijo, “ahora les doy cinco minu-tos para que se comenten entre ustedes lo que han visto”. Un gran mur-mullo se instaló en la sala y cada pareja comentaba su experiencia.

Voy a relatar lo que nos sucedió:

Cristina comenzó diciéndole a su compañera que había visto una pequeña niña con un vestido rosa. Muy feliz. Estaba girando, como suelen hacer las niñas con sus vestidos, en un estado de mucha alegría. La señora comenzó a llorar, y le comentó que ella había tenido una infancia muy feliz y la visión de Cristina le hacía recordar a un ves-tido de organza rosa que su madre le había confeccionado cuando ella era pequeña. Lo impactante es que su madre había fallecido cuando ella tenía ocho años. ¡Maravilloso! Era el turno de su compañera. Esta mujer le dijo que ella también había tenido una visión. En ella vio a Jesucristo con la cruz subiendo una pendiente y al fondo veía la imagen

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de La Última Cena. Cristina asoció la última parte de esta visión con el hecho de que cuando estuvimos en Milán, en nuestro último viaje con Juanjo, Cristina hizo todo lo posible para ir a ver el mural de La Última Cena de Da Vinci. Juanjo había buscado por Internet la manera de poder adquirir las entradas y terminó comunicándose telefónicamente con la Iglesia Santa María delle Grazie en Milán. Pero no fue posible. Había que reservar las entradas con dos meses de anticipación. Cristina inter-pretó la visión de la señora como que Juanjo le mostraba finalmente el famoso mural que ella tanto había deseado admirar.

Respecto de la visión de Jesucristo con la cruz subiendo por una pen-diente, Cristina no pudo encontrar una relación inmediata. Luego le relató todo esto a una psiquiatra amiga y ella lo relacionó con la figura de Juanjo en su última foto, donde está con los brazos y las piernas abiertas. Esta postura representa al hombre anatómicamente perfecto dibujado por el mismo Leonardo Da Vinci. En la cristiandad se consi-dera a Jesús también el hombre perfecto, ya que es el hijo de Dios. De esta manera Cristina interpretó que Juanjo saludando con sus manos desde esa “mística” fotografía, nos dice que se dirije hacia el “lugar” perfecto (ver foto central al final del capítulo 8, “Los amigos”).

Mi experiencia fue totalmente diferente pero no menos conmovedora. Cuando terminamos el ejercicio, comenzó a hablar mi compañera. Me dijo que la disculpara, que ella no era muy perceptiva y que no era mucho lo que había podido observar. En forma imprevista, me pre-guntó: “¿usted tiene un hijo?”. “Sí”, le respondí, sin agregar nada más. “Porque yo vi a un hijo suyo que estaba intercambiando con usted algo, tal vez un paquete que no pude identificar, pero...”. “Mi hijo falle-ció hace dos meses”, le dije. “Bueno, eso era lo que no me atrevía a decirle. La imagen de quien le entregaba algo a usted no existía”. Sor-prendente, ¿no? ¿Casualidad? Nunca había visto a esa mujer. No podía saber nada sobre mí. Ni siquiera si tenía hijos. ¿Por qué me preguntó si tenía un hijo? ¿Por qué vio que esa figura que intercambiaba algo con-

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migo no era real? Cuando consulté con mi amiga psiquiatra respecto de que no podía interpretar qué estábamos intercambiando, ya que ninguna escena durante mi vida recordaba algo así, me dijo: “Estaban intercam-biando AMOR”. No tengo ninguna duda de que era eso.

A mí me tocó contarle a mi compañera qué era lo que había visto. Comencé igual que ella, pidiéndole disculpas, porque yo tampoco soy muy perceptivo, pero de todos modos había visto algo. Había podido visualizarla, con un vestido de novia, subiéndose a un banco de madera para saltar sobre una mesa y acceder a una pista de baile. En ese momento, algunas personas la ayudaban a bajar del banco y le indicaban que diera una media vuelta alrededor de la mesa, lo que hacía mucho más fácil el acceso a la pista. En el medio de la pista la vi bailando danzas españolas vestida de novia, pero no podía identificar con claridad las caras de las personas y mucho menos la de su esposo. “No sé”, le dije. “Es lo único que vi”. Ella, con enorme tristeza, pero con una mirada muy sincera y en paz, me comentó lo siguiente: “Lo que sucede es que yo me casé dos veces”. “En mi primer casamiento hicimos una fiesta muy grande” siguió, “pero mi esposo murió en la Guerra de las Malvinas”. No que-daba ninguna duda de por qué no podía identificar a su difunto esposo.

La experiencia de Laura, resultó la más increíble y fascinante de todo este ejercicio. Para no olvidarme de nada o expresar algo equivocado, le pedí a ella el relato de su experiencia. Transcribo a continuación el mismo:

“Brian Weiss nos explicó que todos estamos conectados, y mencionó el ejemplo de los cubitos de hielo, ya relatados en este capítulo. Que nosotros somos almas que estamos en distintos “envases”, pero cuando salgamos del “envase” nos vamos a unir en una sola energía. Para pro-barnos esta teoría nos hizo hacer un ejercicio en pareja. Las parejas debían formarse entre dos personas desconocidas e intercambiar un objeto personal. A mí me tocó con una chica que se llama María, yo

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le di mi reloj, que tengo desde hace nueve años y nunca me lo había sacado antes. Ella no tenía nada para darme. Estaba con la ropa que llevaba puesta y una campera, entonces simplemente me dio su mano. Una vez que nos conectamos de esa manera, el Doctor Weiss nos llevó a un estado de meditación e hipnosis, en el que se nos presentaban en nuestra mente imágenes desconocidas para nosotros. Al terminar la meditación, las parejas comentaban lo que habían visto, y para sorpresa de todos, a nuestros compañeros se le habían presentado imágenes que tenían que ver con nosotros.

Pero María, además de recibir imágenes, logró sentir. Esto fue lo que ella me dijo: “Sentí mucho pero mucho amor, en el pecho y en el abdo-men. Sentía como un cordón umbilical. Pude visualizar mucha natu-raleza, un bosque de árboles bajos con una luz en el fondo. Además vi a una persona saltando y saludando con las manos en alto. Después se me presentó un collar de perlas y una criatura junto con otra, más rubiecita, saltando a la soga”. En ese momento le conté a María que mi amado hermano había fallecido en un accidente. “En un accidente de auto”, me aseguró ella. “Sí”, le contesté. “También vi una ruta”, me dijo. “Pero desvié mi mente porque pensé que era inducido por el doctor, ya que había hecho un comentario al respecto.”. “Vi la ruta con la palabra accidente, y en el horizonte, el sol”. (El accidente fue poco antes de las 8 de la mañana).

El amor que María sintió es el que me mantiene unida a Juanjo. No lo tengo físicamente pero lo siento continuamente gracias a ese gran amor que siempre tuvimos el uno por el otro. Creo que la naturaleza refleja un poco el lugar donde descansa el cuerpito de Juan, y la persona saltando y saludando es él. Eso lo supe desde el momento en que me lo dijo, no podía ser otro. En cuanto al collar, Juanjo usó durante mucho tiempo un collar de perlitas plateadas hasta que se le rompió y debió cambiarlo por otro. La imagen de las nenas la relaciono con mis hijas. El día anterior yo había estado enseñándole a Sofía, mi hija mayor, a saltar en la soga,

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y Mora, la más chiquita estaba a un costado mirando. Después de con-tarle a María lo que había pasado con Juan le mostré la foto de su dedo señalando el cielo y una hermosa foto de él que llevo siempre conmigo. Al finalizar la conferencia, ella me pidió la foto para mostrársela a una amiga y mientras la buscaba, entre otras que tengo en el sobre, ella me dijo: ¡Esperá, mostrame esa foto! ¡Ésto es lo que yo vi!, expresó con lágrimas en sus ojos. Esa foto que tanto le llamó la atención, era la última de Juanjo, en la que él está en el medio de sus dos amigos con las manos en alto, saludando eufóricamente (ver capítulo 8, foto central).

Lo que pasó nos conmocionó a todos. Yo estaba segura de que Juanjo había estado ahí y de que me había enviado a María porque su sensibi-lidad le iba a permitir sentir ese gran amor y confirmarme que lo que a mí me está pasando con respecto a él es así. Cuando siento su presen-cia es porque él está ahí. Siento su amor, es muy fuerte. Aunque no lo pueda ver ni pueda hablar con él yo sé que está conmigo y que nuestra conexión va a ser de esta manera hasta que nos volvamos a encontrar”. Conmovedor, ¿verdad?

Bien, al finalizar este ejercicio el Dr. Weiss pidió que, por razones de tiempo, solamente cinco parejas contaran al público las experiencias vividas. Levantaron la mano muchísimas personas y el Dr.Weiss indicó a las colaboradoras de Canal Infinito, que tenían micrófonos inalámbri-cos, quiénes serían los que contasen sus experiencias. Oh, casualidad, una de las elegidas fue Cristina. Una joven contó que había visto a su compañera de ejercicio con varios niños y un hombre sentado en un banco sin prestarle mucha atención. Su compañera le dijo que efectiva-mente ella tenía tres niños y que su esposo era una persona poco socia-ble. Que casi siempre debía arreglarse ella con todo lo que se refería a los niños. Otra persona que contó su experiencia fue una joven que inte-graba el único trío que se había formado. Ella dijo que lo único que vio fueron rosas rojas. Su compañera afirmó que había cumplido 75 años y que le habían regalado 75 rosas rojas, y por otra parte su otro compa-

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ñero manifestó que él había perdido un hijo y que todos los domingos le llevaba dos rosas rojas al cementerio.¿Cosas increíbles, verdad? Todas estas comunicaciones simplemente teniendo en la mano un objeto de una persona desconocida. La teoría del Dr. Brian Weiss, respecto de que todos somos la misma energía quedaba comprobada sin lugar a dudas.

La última parte de este capítulo, la quiero cerrar, contando qué pasó cuando fue el turno de Cristina de relatar lo que había visto. Cristina es una persona a la que no le gusta hablar en público. Automáticamente cuando debe hablar delante de mucha gente se pone disfónica y se autolimita en sus expresiones. Sin embargo, había levantado la mano y estaba decidida no sólo a contar lo que había visto (lo de la pequeña niña con el vestido rosa) sino también a que toda la sala conociera su Amor por Juanjo. Comenzó a hablar y sus palabras brotaban una detrás de otra. Contó la historia del vestido rosa e inmediatamente comenzó a hablar de nuestro querido hijo. Que ella lo sentía, que le mandaba señales, que era un ser maravilloso, que no tenía dudas de que estaba con nosotros, contó las historia del “8” con nuestra nieta y no sé cuantas cosas más. En un momento tuve que tocar su pierna para indicarle que se estaba extralimitando en el tiempo, pero su entusiasmo podía más y siguió hasta agradecer al Dr. Weiss todo lo que habían aportado sus libros y su conferencia, a testificar que EL OTRO LADO existe y que el Amor que uno tiene en este mundo por una persona se agiganta cuando no podemos disfrutar de su presencia física. Puedo dar fe, ya que la conozco muy bien, de que no era ella quien hablaba.

Quiero decir, no era ella en sentido figurativo. Nunca se expresó públi-camente con esa fluidez y con esa euforia que salía desde sus propias entrañas. Sin duda Juanjo estaba expresando su enorme amor por ella y viceversa. Al finalizar, espontáneamente, toda la sala estalló en un caluroso aplauso.

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Estábamos todos conmovidos por lo que había relatado. Muchas per-sonas se acercaron a felicitarla, alguien le recitó un poema de paz y otras intercambiaron direcciones de e-mails, ya que estaban pasando o habían pasado por una situación similar. Tardamos varios minutos en sobreponernos y volver a la normalidad para seguir adelante con la conferencia. Al reiniciar la misma, el Dr. Weiss dijo: “hay una gran energía en esta sala. Hace mucho calor”. Y añadió con un tono de cómplice ironía: “Parece que hay más gente que no pagó entrada, que los que pagaron”. Obviamente se refería a las almas que estaban esa maravillosa tarde acompañando a todos los presentes.

El último ejercicio consistió en una Terapia de Relajación para sanar enfermedades o dolores físicos, luego hicimos una Regresión y de allí el Dr. Weiss nos llevó a imaginar un ascensor con tres botones. En el primero íbamos a “viajar” hacia el futuro a 150 años de la vida actual, en el segundo a 500 años y en el tercero a 1000 años. Siempre en estado de hipnosis consciente cada uno eligió el botón que quería y una vez que “llegamos” a destino, la puerta se abría y cada uno de nosotros, como siempre, debía ver, no pensar, qué estaba sucediendo en ese instante.

A mí simplemente se me presentó una visión de muchos autitos, tipo chocadores que volaban de un lado para otro, como en algunas películas de ciencia ficción, pero lo que más me llamó la atención fue que nadie se hablaba. Cada uno iba con su autito, pero no había comunicación entre los seres. En realidad, todos los trabajos que hicimos en el último ejercicio están detalladamente relatados en su libro “Muchos cuerpos, una misma alma”. Les sugiero que lo lean. Es increíble el aprendizaje que se logra.

Como último comentario a este capítulo debo decir que al finalizar la conferencia que se extendió hasta las 11 de la noche, el Dr. Brian Weiss se quedó para tomarse fotos y firmar libros a los asistentes que se lo pidieran. De más está decir que los 500 formamos una larga fila, espe-

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rando ese grato momento de poder saludar y agradecer a este gran pro-fesional. Nosotros estábamos entre los diez últimos. Al llegar junto a él, Cristina y yo nos pusimos a cada lado para que Laura nos tomara una foto. (Ya habían pasado más de 400 personas). Antes de firmar los libros, levantó su vista y nos dijo: “He was here tonight” (él estuvo aquí esta noche)”. “Creo que sí”, le respondí. “Absolutly” (absoluta-mente)” me dijo él. ¿Quién podía dudar de que Juanjo nos había acompañado toda esa tarde en la conferencia? El testimonio del hombre que sin saberlo, nos venía ayudando desde hacía dos meses lo había asegurado y quién mejor que él, que había recorrido tantas vidas anteriores en tantos pacientes, podía saber, sentir o ver la presencia de Juanjo en su conferencia. Salimos del salón a medianoche. Estábamos absolutamente reconfortados. Una inmensa alegría cubría nuestros rostros. Parecía imposible.

Veníamos de una conferencia que nos había hecho recordar a Juanjo durante siete horas y estábamos alegres. Analizamos entre los tres esto que nos sucedía, y llegamos a una misma conclusión: el amor entre nosotros es inmortal. Ahora estábamos totalmente seguros de que cuando tengamos que partir hacia EL OTRO LADO nos encontraremos nuevamente con nuestro querido hijo y desde allí seguiremos derra-mando todo nuestro amor hacia los que queden aquí. No hay ninguna duda:

EL AMOR TODO LO PUEDE.

Si lográramos entender esto, cuánto mejor estaría el mundo. Si nos amáramos sin egoísmos, sin odios, sin envidias, sin duda lograríamos un mundo tan espléndido como aquel en el que viven nuestros seres queridos que han partido. Pero el ser humano es imperfecto por natu-raleza, y estamos aquí en este mundo terrenal para aprender. Algunos aprenden por capacidad propia, otros, como nosotros, aprendemos a

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través del dolor y otros no aprenderán y como dice el Dr. Weiss, volve-rán a la Tierra para perfeccionar su alma, tantas veces como sea nece-sario, hasta lograr fundirse en su última dimensión en una sola alma. Me parece mentira que sea yo quien esté escribiendo estas líneas, un escéptico por naturaleza, pero lo que he vivido en estos dos meses me han hecho reflexionar acerca de un sin fin de cosas.

El dolor te transforma.Te enriquece espiritualmente.Te hace más comprensivo y más compasivo con los demás.Te agrega bondad.Te hace ver el verdadero sentido de la vida.Te ordena las prioridades, las necesidades.Te hace disfrutar de las cosas simples.Te quita el materialismo humano.

Lástima que para aprender esta lección, hayamos tenido que sufrir una pérdida tan grande. Por eso, a mi familia, a mis amigos, a mis conocidos y a todos los que tengan la oportunidad de acceder a este pequeño libro les digo que vivan la vida terrenal felices, alegres. Que disfruten cada momento de ella, porque el pasado no vuelve y el futuro es incierto. Lo único verdadero es el hoy. Sean felices y abran su corazón hacia sus semejantes. Entreguen todo el amor que puedan. Esto les permitirá purificar el alma y cuando llegue la hora de partir, otras almas, ya purificadas, nos acompañarán a cruzar ese largo túnel con una maravillosa luz al final que muchos ya han visto. La vida no termina aquí. Estamos de paso para aprender.

Como dice un prestigioso médico amigo: “Somos peregrinos”. Y yo agrego, peregrinos hacia un mundo mejor, donde no existen los vicios terrenales y donde todos somos iguales. Allí no existen intereses mez-quinos, sólo Amor, y como dije antes: EL AMOR TODO LO PUEDE.

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Sólo por amor, nuestra familia está de pie.

Sólo por amor a nuestro querido hijo hemos hecho este libro.

Sólo por el amor que nos tenemos todos seguimos adelante y no nos hemos hundido.

Sólo por amor seguimos viviendo.

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“Si uno no se preocupa por ser feliz, nadie lo va a hacer por uno”.Juanjo

CAPÍTULO 10

El número del amor

Durante el mes de vacaciones, también Sofía y Mora expresaron de manera continua la presencia de Juanjo con nosotros. No voy a relatar todas, pero sí algunas de las situaciones vividas. Una noche, Morita tenía en su mano un trozo de papel. Comenzó a nombrar a Juanjo. Le pregunté dónde estaba, y me señaló el papel. Con su angelical rostro de dieciocho meses y una mirada celestial, besaba el papel. Yo la imité. Abrí ese papel, se trataba de una factura de Internet por una conexión que había tramitado Hernán. Admito que siempre estoy muy atenta en la búsqueda de los mensajes de Juanjo. Me asombré cuando sumé los dígitos del número de la factura (7119), la suma da 9, luego los del número de cliente (25695) la suma da 9, finalmente los del número de contrato (125622) la suma de estos números da nuevamente 9. En la comunicación que siento con mi hijo, estoy segura de que me volvía a decir que estaba con nosotros.

Otro día, Mora se encontraba con una calculadora, tocando los números de sus teclas. Cuando se cansó de jugar me la entregó. Estaba a punto de apagarla cuando vi en la pantalla el número 8888. No te puedo ver, pero te percibo continuamente.

Esa tarde les comenté a Laura y a José que la comunicación a través de los números parecía ser una de las mejores formas, sino la más sen-

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cilla, para saber de Juanjo. Ya era casi un diálogo. Pensé en utilizar otro número, tal vez el 7, ya que ese número representa la perfección, por ejemplo: Las 7 Maravillas del Mundo Antiguo. Sin embargo, como veremos, Juanjo decidió que el número fuera otro. Todas las noches durante las vacaciones, nos acostábamos muy tarde. El clima de ese mes de febrero fue casi perfecto. Disfrutamos en familia, al aire libre en la playa todos los días. A veces pienso cosas extrañas. Creo que Juanjo, siendo tan sociable, tal vez haya logrado muchas amistades en el mundo de las almas, y que con la ayuda de todas ellas trajo el buen tiempo, días con cielos muy celestes, temperaturas agradables y sugestivas nubes que siempre dibujaban algo significativo. Al atardecer nos dedicábamos a la lectura en forma casi compulsiva. Leímos muchos textos del Dr. Brian Weiss, del Dr. Deepak Chopra, la Dra. Elizabeth Kübler Ross, el Dr. Raymond Moody, el médium John Edward y el Dr. Michael Newton entre otros. Todos ellos aportaron a consolidar nuestra seguridad de que, a través de todas las manifestaciones de Juanjo, existe el después.

Volviendo al número, una mañana me desperté, observé el reloj. Indi-caba las 11:02 horas. Me levanté, entonces José me preguntó por qué lo hacía tan temprano, mientras observaba su reloj, el que marcaba recién las 9:10 hs.

Por primera vez en el mes, el reloj, en lugar de dar la hora corriente, estaba titilando erróneamente en las 11:02 horas. Me pareció el princi-pio de una señal. Laura y Hernán aún no se habían levantado y las nenas dormían plácidamente. En el silencio del departamento fui directo hacia el balcón y comencé a observar. Todo lo que veía representaba un 4, de igual manera que en el reloj: 1+1+0+2=4. Dos mamás con dos bebés entraban en el edificio que está situado frente al nuestro. Casualmente, este edificio es bajo y tiene sólo cuatro balcones. Sólo un instante des-pués, vi pasar un ómnibus de línea local, cuyo número de unidad era el 94 (9+4=13, 1+3=4). Le pregunté a Juanjo si esos 4 podían significar que él estaba con sus abuelos y otros seres queridos, si estaba rodeado

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de Amor. Sentí el impulso de ir a caminar por la playa. Ese bello lugar donde Juanjo me envió su regalo de cumpleaños. Me acerqué a unas grandes piedras, bañadas continuamente por las olas que llegaban a la orilla, respiré ese aire maravilloso, sentía que la energía entraba en mi cuerpo. Observé con atención el cielo para ver qué dibujaban las nubes. Esas nubes finitas y etéreas que sé que pertenecen a Juanjo. Entre ellas observé un cuatro bien marcado. Era pequeño. Detrás de él cuatro nubes como si fueran almas.

Cuando regresé de la playa sucedieron dos cosas que llamaron mi aten-ción. Sofía tenía entre sus manos un pequeño obsequio que me había traído mi padre de la India. Es un adorno que está en el departamento desde hace once años. Nadie lo movía de su lugar. Pero esa mañana, antes de ir a la playa, yo lo había abrazado, pensando en que mi papá estaría con Juanjo, luego lo había dejado en la misma repisa. Casual-mente Sofía lo tenía por primera vez entre sus brazos. De esa manera tuve la certeza de que una de las almas que había visto en las nubes era la de mi padre. Además, cuando me dirigí al dormitorio, noté que el reloj estaba dando su hora habitual. Pregunté quién había puesto el reloj en hora. Ninguno de los físicamente “presentes” lo había hecho.

Sí, el número es el 4. Sólo a la mañana siguiente supe con certeza lo que significaba. A las 11:02 de esa mañana sonó el despertador, sin que “nadie” lo conectara. Sucedió mientras observaba y abrazaba a José con todo mi amor. Nos sorprendimos ambos y nos sonreímos gratamente. Fue la primera y única vez que sonó el despertador en treinta días. Com-prendimos que el cuatro representaba el Amor. El Amor de nosotros cuatro. El Amor en el cual Juanjo está inmerso en su nueva dimensión. El Amor que nos tenemos con Laura, Hernán y las nenas. El Amor que sentimos por todos los que nos rodean.

AMOR, palabra de 4 letras, encierra la única verdad de la existencia, el gran aprendizaje para nuestras almas.

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AMOR

¿Dónde está?

- en Dios

- en uno mismo

- en el alma

- en la familia

- en el prójimo

- en la Naturaleza, en interpretarla y apreciarla en toda su dimensión

- en la humildad

- en los niños, en escucharlos, en aprender de ellos, en su pureza

- en una sonrisa

- en una mirada, reflejo del alma

- en el cordón umbilical

- en la comprensión

- en la Paz

- en el diálogo

- en saber escuchar

- en agradecer

- en abrir la mente

- en la unión

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- en ser solidario

- en la energía

- en la conexión de almas

- en la luz

- en una melodía

- en la amistad

- en un abrazo

- en una caricia

- en un beso

- en el ahora y en el después

- en el 4, sólo cuatro letras nos develan el secreto del Universo: AMOR

- en las frases de Juanjo

- en los mensajes

- en este libro

- en Juanjo, en su esencia, en su eterna presencia

AMOR

MARAVILLOSO

OBSEQUIO

REAL

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“Cada día tiene que salir el sol no sólo en cielo sino en cada uno de nosotros”.

Juanjo

CAPITULO 11

Comprensión

Un día 27 me desperté por la mañana, miré el reloj y observé que eran las 10:07. Inmediatamente recordé la foto de tu aparición con las nenas. Fue el mismo número de día y a la misma hora, sólo que habían pasado noventa días.

Todo parecía coincidir. Apareció el 8 (la suma de la hora) que repre-senta “!SOY FELIZ!” y el 9 (la suma de la fecha): “AQUÍ ESTOY MAMI”. Me levanté con más tranquilidad sabiendo que te tenía a mi lado.

La sonrisa se dibujó en mi rostro. Fue un día de nuestras vacaciones en que me levanté y, curiosamente, todos aún dormían. Mora, Laura y Sofía generalmente se levantaban temprano, entre las ocho y las nueve. Pero, justamente ese día, yo era la única despierta.

Preparé el mate, salí al balcón a respirar el aire puro de la mañana, dis-frutar la luz del día, observar las nubes, el mar, y lo compartí con vos Juanjo. Te amo.

Sé que estás y estarás siempre entre nosotros por toda la eternidad.

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La noche anterior había estado leyendo un libro de Raymond Moody, “La Vida después de la Vida”. A través de ese libro comencé a com-prender paso a paso lo que fuiste sintiendo en tu paso de la vida terrenal hacia la vida en que hoy estás, gozando de libertad, amor y cobijándo-nos permanentemente.

Te quiero, te extraño, aunque te tengo. Extraño tu aroma, tu presencia física, tu sonrisa, tus juegos, tus chistes, tus abrazos. Pero no quiero ser egoísta. Sé que estás bien y feliz. Sé que no te gusta verme llorar, hago lo posible porque me veas bien. Amo a toda nuestra adorada familia. Agradezco también que a través de Sofía y Mora te comuniques con nosotros.

Creo que lo único que me falta es tiempo. Tiempo para ir digiriendo todo este cambio. Tiempo para comprender que aunque nos sintamos muy cerca, nos encontraremos en la próxima vida.

Mami

Una tarde, una amiga llamada Raquel, me regaló un CD que contiene una canción en inglés, cantada por Josh Groban. No conozco el nombre del autor.

Raquel me dijo que cada vez que escuchaba el tema “You raise me up” se acordaba de lo que me sucedía con Juanjo.

Poco después, con mucha emoción recibí la letra escrita en castellano, traducida por Raquel.

El texto es el siguiente:

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(De Cris para Juanjo)

Tú me elevas…

Cuando estoy triste y mi alma tan abrumadaCuando los problemas vienen y mi corazón se afligeEntonces me detengo y espero aquí en silencioHasta que vengas a mí por un momento.

Tú me elevas para que pueda resistir en la montañaTú me elevas para que pueda caminar sobre mares turbulentosMe vuelvo fuerte cuando te siento cerca de míTú me elevas y engrandeces mi destino.

Gracias Raquel, este poema me llega muy profundo, tiene frases con las que me siento muy identificada.

***

Adriano Mori es un excelente intérprete profesional de bellas canciones internacionales y en especial italianas, las que canta con el alma. Pero principalmente, él es una gran persona.

Al enterarse de la pérdida de nuestro hijo, nos contó que no podía dejar de pensar en Juanjo. Nos llamó una tarde de febrero, se acercó a casa y nos trajo de obsequio la traducción al castellano realizada por él ese mismo día de una hermosa canción italiana que trata justamente de un joven que fallece, y, desde la otra dimensión, le describe a un amigo cómo se encuentra.

Adicionalmente y con gran cariño, nos la cantó a capella.

Gracias Adriano

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El Arco Iris (L`Arcobaleno)

Mogol - Gianni Bella.Versión Castellana: Adriano Mori

Yo he partido así pronto, de imprevistoQue no he tenido el tiempo de saludarteY fue un instante tan corto, tan breveCuando esa luz ha invitado a marcharme

El arco iris; mensajero de amoresPuede que un día hasta lograra tocarteCon sus colores pinta el cielo y apagaAquel dolor que no te deja un instante

Me he convertido en un rojo atardecerY hablo como las hojas de abrilVibrando dentro de las voces sincerasY de los pájaros su canto sutilY mi discurso más bello y sinceroSe entiende con el silencio más denso

Yo cuantas cosas no he podido entenderQue hoy son tan claras como estrellas fugacesY te confieso; es un inmenso placerLlevar conmigo este pesado equipaje

MúsicaCuánto me faltas hoy, amigo del almaCon tantas cosas que no pude decirte;Escucha siempre, sólo música buenaY trata entonces de entender cuanto diceMe he convertido en un rojo atardecer (bis)

Final:Me faltas tanto hoy, amigo del almaCon tantas cosas que no pude decirteEscucha siempre, sólo música buenaY trata entonces de entender cuanto dice

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CARTA DE CARLOS

¿Quién explica todo esto?

Sólo Dios conoce el porqué de esta pesadilla, este enorme dolor, esta partida tan rápida. Te fuiste pero estás cada día en nuestras mentes y en nuestro corazón.

Todos venimos a esta escuela que es la vida a rendir durante años exá-menes muy difíciles, Juanjo tuvo dos maestros ejemplares que fueron sus papis, que lo llenaron de amor y ternura, pero él rindió muy rápido las materias, todas con un 10 de promedio, seguramente lo estaban esperando para cosas más importantes.

Rindió: sencillez, honradez, humildad, y por sobre todas las cosas pureza absoluta. ¡Gracias maestro por tu sonrisa, por tu bondad y por tantas cosas positivas!

La pelota te extraña, el césped no siente tus pisadas, ¿dónde está el número 9? Está en el cielo, es una estrella que brilla con mucha luz y con muchos mensajes.

¡HASTA SIEMPRE, ÍDOLO!

Carlos Sancineto

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“Ante las situaciones difíciles, es bueno capitalizar lo bueno de las mismas de la mejor manera posible”.

Juanjo

CAPÍTULO 12

La importancia de la lectura

La lectura ha sido a lo largo de todo este tiempo, una gran ayuda que hemos buscado como refugio. Nos ha cambiado los hábitos, nos ha enriquecido y nos ha hecho reflexionar sobre el concepto de la vida y fundamentalmente del Amor. En todos los libros hemos encontrado frases alentadoras, llenas de fe y de esperanza.

Quisiéramos compartir algunas de ellas con todos aquellos que han sufrido la pérdida física de algún ser querido. Aún para los que no sufren ese dolor, esperamos que sean de mucha utilidad para reflexionar.

***

Dentro de nuestras formas humanas hay un ser espiritual.Nuestra parte espiritual nunca muere.Jamás perdemos a nuestros seres queridos.En realidad, todos los seres humanos estamos conectados…para siempre.

Autor: Brian WeissLibro: “Sólo el amor es real”Editorial: Javier Vergara Editor

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En nuestra vida terrenal, es difícil recordar que somos almasy no simples cuerpos físicos.Constantemente nos distraenlas ilusiones y desilusiones de este mundo.

Nos enseñan que el dinero, el poder,el prestigio y las posesiones materialesson de suma importanciay a veces incluso el motor de nuestras vidas.Nos enseñan que para ser felicestenemos que lograr que los demásnos aprecien y nos respeten.Estar solo, nos dicen, es ser desgraciado.

En realidad somos seres inmortalesque nunca se separan energéticamentede los que aman.Tenemos almas gemelasy familias espirituales que son eternas.

Los espíritus guardianesnos guían y nos aman siempre.Nunca estamos solos.

Al morir no nos llevamoslas “cosas” que poseemos.Nos llevamos nuestros actos y nuestras obras,los frutos de la sabiduría de nuestro corazón.

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Cuando despertamos a la ideade que todos somos seres espirituales,cambian nuestros valoresy por fin podemos ser felices y estar en paz.

Autor: Brian WeissLibro: “Sólo el amor es real”Editorial: Javier Vergara Editor

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Y llega un día en que nos sorprendemossonriendo. La primera sensación serátal vez de culpa; nos parece imposible habervuelto a hacerlo. Pero la vida tienesu propia fuerza arrolladora: como una olasiempre ascendente incorporará la vidade esa persona a la que amamos tanto-no su muerte, sino su vida- al restode nuestra realidad. A partir del sufrimiento, de la tristeza, aprendemosa valorar la vida. Llega, por fin, el día en que una nostalgia que no hierereemplaza al dolor del vacío y la incomprensión.Aceptamos su desaparición física porquepercibimos junto a nosotros su presenciaespiritual. Y aprendemos de mododefinitivo que el Amor no muere nunca.Ahora es tiempo también de valorara los que han permanecido a nuestro lado,alentándonos, protegiéndonos. El recuerdode quien ya no está se suma a la presencia

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de los que nos rodean, y todo se uneen una sola palabra: AMOR. El Amor nos da fuerza para aceptarlo todo, para very apreciar lo que la vida nos da, más allá de lo que también nos quita. El Amornos ayudará a encontrar la paz, la esperanzay a recuperar la alegría que necesitamospara que nuestro mundo, que parecíadetenido, siga girando como siempre.

Libro: “Si has perdido a alguien que amabas”Editorial: V & R EditorasCompilado por: Lidia María Riba

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Algunas flores sólo viven unos cuantos días;todo el mundo las admira y las quiere,como a señales de primavera y esperanza.Después mueren, pero ya han hecholo que necesitaban hacer.

Autor: Elizabeth Kübler Ross Libro: “La rueda de la vida” Editorial: Ediciones B S.A.

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Cuando al Amor se le deja libre, no conoce límites. Busca los lugares secretos que nunca esperaron ser amados, y cuando los toca, el resul-tado es inexorable: el Amor es el que vence…….el Amor que proviene del alma vence a la muerte.Nada es más real que nuestra propia alma.Autor: Deepak Chopra Libro: “Almas gemelas” Editorial: Javier Vergara Editor Grupo Zeta

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Sólo al enfrentar la muerte puedes desarrollar una pasión verdadera por estar vivo. La pasión no es desesperación; no está impulsada por el miedo. Sin embargo, justo en este momento, muchas personas creen que están arrebatando la vida a las mandíbulas de la muerte, desespe-rados por el conocimiento de que su tiempo en el planeta es muy breve. Pero cuando nos consideramos parte de la eternidad, se termina este arrebatar las migajas de la mesa y en su lugar recibimos la abundancia de la vida, de la que oímos hablar tanto y que pocas personas poseen.

Autor: Deepak Chopra Libro: “El libro de los secretos” Editorial: Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. Una editorial del Grupo Santillana.

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….lo cotidiano no será ni gris ni apagado, sino que se convierte en aventura del alma.

Autor: Karlfried Graf Durckheim Libro: Práctica del camino interior Editorial: Mensajero

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¿Cuál es la cosa más importante de nuestra existencia?¿Consideramos la Fe como la cosa más importante del mundo?Pues bien, estamos totalmente equivocados.Si en algún momento lo creímos así, ya podemos dejar de creerlo.Desde los primeros años del Cristianismo, sabemos que hay tres virtu-des dominantes: la Fe, la Esperanza y el Amor. Pero, de todas ellas, la más importante es el Amor.Aunque mi Fe fuese tan grande como para mover montañas, si no tengo Amor, nada soy.

Autor: Herny Drummond con adaptación de Paulo CoelhoLibro: El Don Supremo Editorial: Booket, Grupo Planeta

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EPÍLOGO

Y así concluye “Juanjo, nuestra luz, nuestro amor”, con frases escritas por maravillosos autores, que nos han dejado un aprendizaje increíble. A través de ellos estamos logrando superar esta difícil etapa. Ellos nos han enseñado que con Amor todo se puede, aún cruzar los ríos más peligrosos o atravesar los desiertos más áridos.

No tenemos dudas de que por este camino encontraremos a Juanjo espe-rándonos en ese lugar tan maravilloso donde se encuentra. Tampoco tenemos dudas de que en toda la vida terrenal que nos queda debemos continuar amándonos como lo hicimos hasta ahora. Debemos llevar una vida sana y pura, ayudando y amando a nuestros seres queridos más inmediatos por sobre todas las cosas, pero también al resto de nuestros semejantes.

El Amor logra resultados extraordinarios. El Amor real y total con el que hemos constituido nuestra familia seguirá por siempre alimentando nuestras vidas, y si una sóla persona de las que acceda a este libro puede comprender y aprender todo lo que aprendimos nosotros en este tiempo, sin que para ello tenga que pasar por lo mismo que hemos pasado, senti-remos que esta tremenda pérdida no habrá sido en vano.

Alguien me dijo una vez que Dios, tal como lo imaginamos cada uno de nosotros, nunca nos da más dolor del que podemos soportar. Ahora creo que esto es así, por cuanto considero que el mayor dolor que puede sufrir un ser humano es el que nos tocó a nosotros: la pérdida de un hijo, y si bien es cierto que sólo con Amor no lograremos reemplazar la pérdida, sí podremos entender que cada uno de nosotros viene a este mundo a aprender y a cumplir una misión.

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Algunos son seres especiales que necesitan muy poco tiempo para cumplirla, otros demoramos mucho más, pero todos, sin dudas, la cum-pliremos antes de partir. Como seres terrenales y naturalmente egoís-tas seguramente pensamos que cuanto más vivamos, mejor, pero lo importante no es vivir mucho sino vivir bien, y eso solamente podemos lograrlo llevando una vida sana y plena de amor. Cuando nuestra tarea esté concluida, comenzaremos el camino hacia la eternidad, donde nuestros seres queridos estarán esperándonos para ayudarnos a cruzar al OTRO LADO y a ver esa luz tan atrapante que describen quienes han estado cerca de ella, la que transmite una enorme paz, en ese maravilloso mundo donde el Tiempo y el Espacio no tienen medida. Desde allí, seguramente podremos analizar qué hemos hecho bien y qué hemos hecho mal en esta vida terrenal y de esa manera comenzaremos a purificar nuestra alma.

No tenemos dudas de que el alma de Juanjo está totalmente purificada. Su corto paso por este mundo terrenal y su calidad de vida nos permiten asegurarlo. De su siembra se cosecharán muchos frutos. De hecho ya hemos comenzado a cosecharlos.

Este libro permitirá que sus ejemplos de vida trasciendan entre todos quienes tengan la oportunidad de leerlo y por eso creímos que no había mejor regalo de cumpleaños para él, hoy 8 de mayo, que éste que le estamos obsequiando. “Juanjo, nuestra luz, nuestro amor” será nuestro libro de cabecera hasta que nos volvamos a encontrar con él.

¡Hasta pronto Juanjo!

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ÍNDICE

Prefacio 5

Prólogo 7

Introducción 9

Dedicatoria 11

Para Juanjo con todo amor - Dibujos de Sofía y Mora Alí 13

Agradecimientos 15

Carta a Juanjo - Cristina Margossian 19

Las frases 21

Capítulo 1 Primeros mensajes 23 - Comentarios de José - José y Laura escriben...

Capítulo 2 Mis últimos 25 años - José Babicola 57 - La llegada de Juanjo - Su infancia - Su adolescencia - Su juventud - La tragedia - Mi transformación espiritual

Carta de Hernán 73

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Capítulo 3Laura, tu hermana - Laura Babicola 75 - Mi miedo a los Reyes Magos - Sus amigos de la escuela primaria - La entrega de la medalla - Nuestra hermosa familia

Carta de Sergio 83

¡Lo espero de vuelta! - Sergio Margossian 79

Capítulo 4Las primeras fechas 85 - La libélula

Capítulo 5Siguen los mensajes… 93

Capítulo 6Natalia 123

Capítulo 7Magu - Magdalena Freitas 133

Capítulo 8Los Amigos 143 - Hola amigo! - Paz Schliemann - Aprendiendo - Sebastian Donatti - Gustavo Lavadenz - Pablo Rodriguez - Un ángel llamado Juanjo - Guido Lorenzo - Damián Chillemi - Juanjo, su elección y su lección - Leandro Palumbo

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Carta de Mario 175 - El tío Mario - Mario Margossian

Capítulo 9Un día muy especial - José Babicola 177

Capítulo 10El número del amor 199 - Amor, ¿dónde está?

Capítulo 11Comprensión 205 - Tú me elevas - Raquel - El arco iris - Adriano Mori

Carta de Carlos 209

Capítulo 12La importancia de la lectura 211

Epílogo - José Babicola 217

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Este libro se terminó de imprimir en Mayo de 2006.Impreso en Ronor®.