comuniÓn como expresiÓn de la caridad … · ocupe de mí mismo y de mi pequeño mundo”. y sin...
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COMUNIÓN COMO EXPRESIÓN DE LA
CARIDAD EDUCATIVA
Antoni Vadell i Ferrer
1) Objetivos
a) Conocer el concepto de comunidad cristiana, enmarcado en el proceso de
evangelización;
b) Descubrir cómo la experiencia comunitaria responde a la necesidad humana
de la relación;
c) Diferenciar entre comunidad, equipo e institución
d) Conocer y reflexionar a partir de la propuesta de “comunidad de fe”, como
perfil comunitario para una comunidad educativa
2) Introducción
«En nuestros días tener que convivir con un gran número de gente se siente cada vez más como una carga.
Vivimos muy cerca unos de otros y hay cantidad de leyes y reglamentaciones que tratan de regular las relaciones
interpersonales sobre las cuales se abate una red de normas y decretos. Además de tener que vivir en contacto con un
gran número de personas, estas son a menudo muy diferentes de nosotros. Muy pronto ya no habrá un lugar que sea
homogéneo en cuanto a raza, color, lengua o religión en el mundo. Y entonces se oye decir: “Pues dejadme que me
ocupe de mí mismo y de mi pequeño mundo”.
Y sin embargo, vivir en comunión con muchos otros, incluso diferentes, es el primer sueño de Dios para la
humanidad. El paraíso era el ámbito por excelencia de la co-existencia: los seres humanos, las plantas, los animales y
todo el cosmos. Se ponían nombres, para poderse conocer y para poderse interpelar mutuamente. Entonces reinaba la
paz, la serenidad y la alegría. Entonces, lo que provocaba a Adán el encuentro con el otro no era un lamento sino un
grito de alegría: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del
varón ha sido tomada” (Gn 2,23). La vida en común con otros no era una carga sino una gracia».1
El sueño de Dios es la comunión de todas las personas. En este capítulo nos gustaría
mostrar como la comunidad cristiana es escuela de comunión y caridad, y describir un
posible perfil de ésta en los centros educativos de ideario cristiano.
Jesús de Nazaret compartió también este sueño con el Padre, Él también quería hacer
este sueño realidad, y buscaba vivirlo con los primeros apóstoles. Uno de sus milagros
más bellos es precisamente, el de la “comunión y la caridad”. Me gusta titularlo como
1 CONFERENCIA EPISCOPAL DE BÉLGICA, ¿No sabéis interpretar los signos de los tiempos? (Cf. Mt 6, 13b)
(2007), nn. 60-61, en CONFERENCIA EPISCOPAL DE BÉLGICA, Hacerse adulto en la fe. Catequesis y signos de los tiempos, Santander, Sal Terrae, 2010
2
“el milagro sobre la hierba” (Jn 6, 1-14). Suena a película o a poesía, pero me refiero a
lo que pasó en aquel prado en el que Jesús había estado todo el día con la gente,
enseñando y curando a los que se sentían rotos y heridos. Al atardecer, Jesús se
preocupó por su alimento. ¿Dónde podían ir a cenar? Lo comentó con los discípulos, y
ellos le dijeron que no tenían ni alimento ni dinero suficiente para tanta gente. Andrés,
el hermano de Simón Pedro, comentó a Jesús que un chaval insistía en que él tenía
cinco panes y dos peces. Pobre infeliz, iluso muchacho, pensaba Andrés: ¡con tan poco
era imposible alimentar a tanta gente!
Pero Jesús se conmovió ante tanta generosidad y confianza del chico. Era poco para
tanta gente, pero mucho pan para un chico; y además, demostraba tener mucha
confianza en Jesús. Aquí ya hay un primer milagro que sorprende a los calculadores,
estrategas, creadores de proyectos a partir de los recursos que tenemos. La confianza del
joven en Jesús y el atrevimiento de su generosidad era un primer milagro, en la sintonía
del sueño de Dios.
Jesús bendijo el pan y lo partió, solemne eucaristía del prado; y animó a los apóstoles a
que indicaran a la gente que se sentara en el suelo. «Había mucha hierba en aquel
sitio»: siempre me ha sorprendido esta descripción del evangelista. ¿Por qué este detalle
de la hierba? Quizá simplemente para indicarnos que podían sentarse cómodamente en
el suelo. Y resulta que aquí está otra clave importante de este milagro, que para mí le da
el título, ya que se trata de un detalle importante.
Cuando uno se sienta en el suelo, y deja la silla, descubre que el vecino, sentado
también en el suelo, es igual que yo, y juntos, cara a cara, sentados cómodamente en la
hierba podemos compartir de corazón a corazón. Sentarse en el suelo significa
abandonar la silla, la cátedra, el trono que me hace diferente, por el título, la clase
social, la casta, etc… Porque sentado en el suelo poco importa lo que tienes, sólo cuenta
quién eres. La silla y el trono no permite intimar, porque siempre me sitúa en una altura,
rango o categoría diferente. La intimidad es posible sentado sobre la hierba.
La comunidad cristiana es heredera del Sueño de Dios que comentábamos antes, y
también del proyecto de Jesús del Reino, que el milagro sobre la hierba describe
bellamente. Quizá, al reflexionar sobre la comunidad cristiana, que encarna la comunión
y caridad, y sobre todo en el contexto escolar donde pretendemos educar en esta
dimensión, tenemos que imaginar una “comunidad sobre la hierba”, donde los distintos
carismas, dones, servicios, ministerios, no responden a las sillas que las personas
3
disponemos, sino al don que Dios regala bajo su criterio de soñador, entre los que
comparten el amor sobre la hierba.
Permitidme que os presente brevemente el contenido de este capítulo. En el apartado 3º
hemos intentado situar el papel fundamental que tiene la comunidad en el proceso de la
evangelización que nos describe el documento del Concilio Vaticano II, Ad gentes.
Nuestra pretensión es mostrar como la comunidad cristiana es término de la
evangelización, en tanto que los que reciben el anuncio y son iniciados a la fe, a través
de los sacramentos entran a formar parte de la comunidad; pero también la comunidad
es sujeto de evangelización y encarnación de Evangelio, en tanto que en la comunidad
se concreta la vida cristiana. El apartado termina con una gran pregunta que
precisamente motiva toda nuestra reflexión: ¿cuál el perfil de una comunidad cristiana
en un centro educativo?
En el apartado cuarto partimos de una afirmación: la experiencia comunitaria responde a
una necesidad de la persona, la necesidad de relación. Con ello nos gustaría explicar
cómo la comunidad no es un invento o un capricho del cristianismo, sino que responde
a razones antropológicas. También en el mismo apartada nos acercamos a describir
como las personas de hoy viven las relaciones interpersonales de manera más
espontánea que estructurada, y como esto tendremos que tenerlo en cuenta a la hora de
hacer una propuesta de comunidad cristiana educativa.
La comunidad cristiana se crea y se desarrolla por unos dinamismos, estrechamente
relacionados entre ellos. En el fondo son las dimensiones fundamentales de la vida
cristiana que tienen que dinamizar la comunidad. Esto lo encontramos en el apartado 5º.
En el último apartado, el 6º, intentaremos definir lo que entendemos por “comunidad”,
intentando concretar la definición en un contexto educativo-escolar. Diferenciamos lo
que es la comunidad de lo que es el equipo; precisamos el significado de un nuevo
concepto, la “pequeña comunidad eclesial”; y concretamos nuestra propuesta en una
“comunidad de fe”, inserida en la “comunidad educativa”. Esta propuesta está
inspirada en el artículo Evangelizar en la escuela, retos de una misión compartida, de
Antonio Botana, hermano de la Salle, que al no estar publicado, lo reproducimos
íntegramente al final del capítulo como un anexo.
4
A modo de conclusión nos atrevemos a reproducir unas palabras de Jesús Sastre, que
apuntan al verdadero fundamento de la comunidad cristiana: la confianza en el Señor y
la obediencia a su voluntad.
3) La importancia de la comunidad en un proyecto de evangelización, según el
documento Ad gentes…
Si queremos profundizar en la experiencia comunitaria de un centre educativo,
estamos de acuerdo que esta comunidad está llamada a la misión evangelizadora,
tiene que estar al servicio del anuncio del Evangelio a los niños, jóvenes y familias.
Por ello, en este apartado queremos situar el papel que tiene la comunidad en el
proceso de evangelización, independientemente si se trata de una comunidad en un
centro escolar o en otro ámbito.
Alvaro Chordi indica, en este sentido, que “la evangelización no es una actividad de
la comunidad, sino la clave que articula todo el proyecto comunitario”2. Desde aquí
tenemos que entender lo que significa la comunidad en el proceso de
evangelización que propone el documento conciliar Ad gentes (nn. 11-15).
Según este documento del Concilio Vaticano II, que trata sobre la actividad
misionera de la Iglesia, el proceso de evangelización tiene las siguientes
dimensiones: el testimonio y la caridad; el anuncio explícito del Evangelio con el
deseo de desvelar la conversión inicial, el deseo de Dios; el catecumenado y la
iniciación cristiana, y la recepción de los sacramentos de iniciación; y la entrada en
la comunidad.
Sin embargo la comunidad no sólo debemos entenderla como el término de la
evangelización, sino también como el sujeto, el ámbito y el destino en el que la fe
cristiana se vive como proyecto de vida personal y comunitario; y des de la
comunidad se propone la fe como una nueva experiencia de fraternidad para ser
vivida. En este sentido, sin comunidad cristiana no es posible un proceso de
2 ALVARO CHORDI MIRANDA, Volver a creer con los jóvenes explorando nuevos horizones, Gasteiz/Vitoria,
Instituto Teológico de Vida Religiosa, Ed. Frontera, 2011, 54.
5
evangelización, al ser el ámbito donde se vive el Evangelio y al mismo tiempo
plataforma desde la que se anuncia.3
Cuando nos proponemos transmitir la fe a los jóvenes en un ámbito educativo-
escolar, o cualquier otro ámbito, necesitamos la comunidad cristiana. Precisamente
porque cuando hablamos de proponer la fe no nos referimos solamente a transmitir
una doctrina, sino sobre todo una forma de vivir.
Juan Martín Velasco dice que “la fe comporta toda una forma social y visible en las
relaciones interhumanas que abarca, además, el conjunto de la vida”4. Y
precisamente las comunidades cristianas tienen que ser contextos vitales en los que
las personas comparten esa nueva forma de vida impregnada por el espíritu
cristiano, aunque sea de forma deficiente e imperfecta. Es así como podemos
afirmar que la transmisión de la fe exige la comunidad, en tanto lugar de
verificación de la vida cristiana, entendida como forma de vida. 5
José Luís Pérez Álvarez añade que “la fe no es simplemente un mensaje que se
propaga. Es ante todo una experiencia de vida que surge del encuentro amoroso y
salvador con el Padre, en Jesús por el Espíritu. Este encuentro se inicia y se
acrecienta en el seno de la comunidad de los discípulos como hijos, hermanos y
siervos cara al proyecto del Reino”6.
La educación en la fe entre los jóvenes, en nuestros centros escolares, no puede
consistir únicamente en proponerles una aceptación de verdades abstractas, ritos
religiosos, normas morales, etc… Los jóvenes nos piden “más profecía que doctrina,
más celebración que ritos, más opciones de amor nuevo que prohibiciones, más
comunidades participativas que iglesias de clientela”7.
Ya no vivimos en la época de la cristiandad en que la religiosidad se asumía por
tradición o por ambiente. En este sentido, la pastoral escolar consistía entre otras
muchas cosas, en crear un clima, un ambiente cristiano en el colegio. Hoy la fe
3 Cfr. ALVARO CHORDI MIRANDA, Volver a creer con los jóvenes explorando nuevos horizones,
Gasteiz/Vitoria, Instituto Teológico de Vida Religiosa, Ed. Frontera, 2011, 54. 4 JUAN MARTÍN VELASCO, La transmisión de la fe en la sociedad contemporánea, Santander, Sal Terrae,
2002, 101 5 Cf. JUAN MARTÍN VELASCO, La transmisión de la fe en la sociedad contemporánea, Santander, Sal Terrae,
2002, 101-102 6 JOSÉ LUÍS PÉREZ ÁLVAREZ, Comunidades con jóvenes en la pastoral juvenil, en “Misión Joven” (411), abril
2011, 57 7 JOSÉ LUÍS PÉREZ ÁLVAREZ, Comunidades con jóvenes en la pastoral juvenil, en “Misión Joven” (411), abril
2011, 57
6
supone, especialmente, un proceso personal i grupal de conversión de la persona al
proyecto de Jesús. Y la comunidad es el microclima adecuado para este proceso, en
tanto que ofrece, como indicábamos anteriormente, una experiencia vital, un
testimonio y un compromiso personal de cada uno de los miembros en una manera
de vivir concreta, plasmada en un proyecto de vida. Así la comunidad no es una
forma más de organización eclesial o escolar, sino una experiencia fundamental de
la fe vivida, compartida, celebrada y comprometida.8
Así, una comunidad cristiana que tiene la evangelización como clave de su vida –
pensemos en una comunidad cristiana escolar- no puede ser un grupo cerrado, que
se auto-contempla, aislado del mundo, del resto de alumnos y educadores. Tiene que
transparentar el Evangelio, ser lugar de experiencia del Resucitado, laboratorio de
evangelio vivido, y desde esta vivencia, transmitirlo.
La comunidad es quien tiene que suscitar y acompañar el proceso con los jóvenes.
Cada joven necesita una comunidad como seno materno en la que pueda iniciar y
profundizar su fe. La responsabilidad de la comunidad tiene que concretarse en ser
signo y testimonio de la propuesta del Reino; y salir a buscar a los jóvenes, siendo
instrumentos de la iniciativa de Dios, que siempre está en salida; acoger su realidad,
sus necesidades y búsquedas, interpelar y proponer, ofreciendo experiencias y
espacios donde los jóvenes puedan encontrarse con Jesús; acompañar el proceso de
apertura y crecimiento en la fe. 9
En este sentido, en el n. 5 del Manifiesto del Fórum de Pastoral Juvenil (noviembre
2008) podemos leer: “Nos comprometemos a promover comunidades cristianas que
susciten y acompañen el proceso de las personas jóvenes. Que les busquen, les
acojan en su realidad concreta y les propongan explícitamente el evangelio de Jesús
que llama a la fraternidad”.
Enseguida nos viene la pregunta: ¿encontraremos comunidades así, en nuestros
colegios o parroquias? ¿Seremos capaces de crearlas? Quizá ahí esté una de las
causas fundamentales de la crisis de la transmisión de la fe, y por consiguiente uno
8 Cf. JOSÉ LUÍS PÉREZ ÁLVAREZ, Comunidades con jóvenes en la pastoral juvenil, en “Misión Joven” (411),
abril 2011, 57 9 Cfr. ALVARO CHORDI MIRANDA, Volver a creer con los jóvenes explorando nuevos horizones,
Gasteiz/Vitoria, Instituto Teológico de Vida Religiosa, Ed. Frontera, 2011, 54-55.
7
de los grandes retos que tiene hoy la pastoral escolar: ¿cuál es el perfil de la
comunidad educativa escolar que necesitan nuestros centros?10
4) La experiencia comunitaria responde a una necesidad humana: la
necesidad de relación
La búsqueda de experiencias personales significativas es una clave cultural
importante para comprender la época actual. Lo que el joven no experimente como
significativo, que tiene valor para su persona, difícilmente se va a convertir en algo
que incorpore a su vida. Esta premisa hay que tenerla muy en cuenta a la hora de
hacer una propuesta pastoral, sea cual sea nuestro interlocutor.11
Otra premisa muy importante concierne al mundo de las relaciones humanas. Todo
lo vivencial tiene un centro dinamizador muy potente en el mundo de las relaciones.
La dimensión relacional desde siempre ha sido fundamental en la constitución y en
el desarrollo de la personal, y hoy podemos decir que la dimensión afectiva-
relacional tiene suma importancia entre los más jóvenes. Podríamos afirmar que la
fe se hace significativa en la vida de los jóvenes en la medida que el mundo
relacional en que se comparte la fe es intensamente significativo. 12
Sin embargo, ¿cómo se relacionan los jóvenes? Sus relaciones tienen mucho de
espontáneo y poco de organizado, mucho de imprevisible y poco de caminos
trazados y muy estructurados. Son relaciones que se experimentan con libertad,
relaciones por las cuales las personas poco a poco optan y se sienten implicados en
esta opción. 13
Experiencias como hacer el Camino de Santiago con un grupo de jóvenes da razón a
la afirmación anterior. Lo importante no es la estructura o el itinerario catequético-
pastoral que hayas preparado. La significatividad de la experiencia, incluso del
10
Cf. JUAN MARTÍN VELASCO, La transmisión de la fe en la sociedad contemporánea, Santander, Sal Terrae, 2002, 102 11
Cf. LUCIO URIARTE GONZÁLEZ, Lectura de los testimonios desde un horizonte humano, en “Misión Joven” (411), abril 2011, 26 12
Cf. LUCIO URIARTE GONZÁLEZ, Lectura de los testimonios desde un horizonte humano, en “Misión Joven” (411), abril 2011, 26-27 13
Cf. LUCIO URIARTE GONZÁLEZ, Lectura de los testimonios desde un horizonte humano, en “Misión Joven” (411), abril 2011, 27
8
mensaje, se cuece en el fuego de las relaciones personales entre ellos, y si éstas son
significativas, pueden gestar inicios de experiencia comunitaria i procesos de fe.
Las comunidades que todos necesitamos en el siglo XXI tiene que tener otro aire y
otro estilo, diferente a antaño: con flexibilidad de pertenencia, más espontáneas e
independientes, más estéticas, gestionadas por ellos mismos, más inclinadas a
cultivar la espiritualidad frente al compromiso, menos condicionadas, aparentemente
más débiles.14
En consecuencia, los procesos o itinerarios muy marcados y estandarizados, como
se ha intentado siempre, hoy quedan muy relativizados.15
Y esto nos suscita una
pregunta, que deberemos responder en nuestro quehacer pastoral: ¿cómo
compaginar la espontaneidad y la necesidad del proceso o la mínima estructura?
Recrear ecosistemas cristianos
Una experiencia comunitaria puede ser muy significativa para niños, jóvenes,
familias, educadores, catequistas, en tanto que supone un micro-clima, donde la fe
es experimentada personalmente, compartida vitalmente, celebrada
significativamente y comprometida proféticamente. 16
Ello me evoca la película sobre los monjes de Argelia, mártires, De dioses y
hombres. La experiencia comunitaria que se expresa de manera impresionante en la
cena última de los monjes, es el marco donde aquel grupo de creyentes viven la fe,
escuchan la Palabra y celebran la Liturgia, y practican el amor fraterno y la caridad,
siendo un monasterio abierto, a través del dispensario y la mediación de paz.
Quizá muchas veces hemos ofrecido comunidades o procesos de iniciación para
jóvenes muy estructuradas. Lo que ahora quizá nos estén solicitando los jóvenes son
experiencias más simples, menos pretensiosas, pero que posibiliten la cercanía del
14
Cfr. ALVARO CHORDI MIRANDA, Volver a creer con los jóvenes explorando nuevos horizones, Gasteiz/Vitoria, Instituto Teológico de Vida Religiosa, Ed. Frontera, 2011, 56-57. 15
Cf. LUCIO URIARTE GONZÁLEZ, Lectura de los testimonios desde un horizonte humano, en “Misión Joven” (411), abril 2011, 27 16
Cf. LUCIO URIARTE GONZÁLEZ, Lectura de los testimonios desde un horizonte humano, en “Misión Joven” (411), abril 2011, 28
9
testimonio coherente del creyente17
, del otro joven, del adulto, del educador, cuya
experiencia se convierte en significativa y atractiva.
Como afirma Danielle Hervieu-Léger, antes que adherirme a una filosofía, a una
religión o a un principio moral, quiero encontrarme con personas que lo vivan y a
las que reconozco como interesantes y realizadas.18
En este sentido Henri Derroitte habla de “recrear ecosistemas cristianos”,
precisamente en un mundo en el cual ser cristiano corre el riesgo de ser una opción
heroica, en tanto que el ambiente no se presta (indiferencia, hostilidad,
marginación…). Derroitte propone los ecosistemas cristianos como un ambiente de
relaciones fraternas, un ambiente vital en el que la fe de cada uno puede nutrirse y
crecer con la aportación mutua de todos. Lo dice el Directorio General para la
catequesis (n. 220), con otras palabras: “un contexto o ambiente comunitario rico en
relaciones”, que es como el humus para la planta. La fe es una vida que necesita ser
cuidada, necesita un ambiente vital. Los ecosistemas cristianos que tenemos que
ofrecer son un conjunto de interacciones que nutren la fe vivida, como un sistema
biológico, un ambiente comunional.19
El método del ecosistema cristiano es el pequeño relato, como dice Alvaro Chordi
para referirse a las pequeñas comunidades de referencia. El joven de hoy no se
vincula a grandes relatos. En otras épocas ha funcionado, primero, la ilusión del
gran relato, la Tradición de la Iglesia, la gran institución, el gran movimiento juvenil
o familiar… y después descubríamos el pequeño relato como comunidad de vida, su
pequeño grupo, más concreto y cercano. Hoy el método es al revés: el joven no se
vincula a nada si no encuentra el pequeño relato que le resulte cercano, como calor
afectivo, con relaciones interpersonales, vida en lo cotidiano, en el día a día. A partir
de ahí tendrá que descubrir el gran relato. 20
Hemos dado un paso más en nuestra reflexión. La comunidad responde a una
demanda, a una necesidad de la persona, a un deseo de relación interpersonal.
17
Cf. LUCIO URIARTE GONZÁLEZ, Lectura de los testimonios desde un horizonte humano, en “Misión Joven” (411), abril 2011, 27 18
Cf. HENRI DERROITTE, Por una nueva catequesis. Jalones para un nuevo proyecto catequético, Santander, Sal Terrae, 2004, 76 19
Cf. Patrick Braud, Il vissuto autentico della comunità cristiana, vero luogo d’iniziazione?, en HENRI
DERROITTE, Catechesi e iniziazione cristiana, Leumann, Elledici, 2006, 93-94 20
Cfr. ALVARO CHORDI MIRANDA, Volver a creer con los jóvenes explorando nuevos horizones, Gasteiz/Vitoria, Instituto Teológico de Vida Religiosa, Ed. Frontera, 2011, 57.
10
Debemos buscar canalizar esta demanda con una estructura sencilla, al servicio de la
persona, como un ecosistema que posibilita el crecimiento en la fe, a través del
método cercano del pequeño relato. Tendremos que dar nuevos pasos para concretar
todavía más el perfil de estos ecosistemas o pequeños relatos en las comunidades
educativas escolares.
5) Dinamismos que configuran la comunidad cristiana21
Detengámonos en este apartado contemplando 4 dinamismos que posibilitan la
creación y crecimiento de la comunidad cristiana. No sólo son dimensiones de la
comunidad, son dinamismos que engendran vida, y están perfectamente
relacionados entre ellos. No debemos entenderlos como compartimentos estancos:
uno necesita al otro. Fijaos que se trata, en cierta manera, de los pilares de la vida
cristiana.
a. Palabra e historia. Se trata de proponer a la comunidad la escucha de la
palabra des de la propia vida, desde la propia historia. La Palabra ayuda a
los miembros de la comunidad a comprender el verdadero sentido de sus
vidas y de su compromiso en la historia. Por otra parte, la escucha de la
propia vida, el análisis de la propia historia ofrece a la palabra un
contexto de encarnación y profecía.
b. Formación y oración. Es evidente que no se trata de proponer al grupo
de jóvenes o de educadores únicamente un grupo de estudio o de
formación, pero ésta es necesaria para profundizar la propia experiencia
de vida cristiana. Se trata de buscar una forma concreta que posibilite el
acceso a una formación teológica, bíblica y espiritual adecuada a los
miembros de la comunidad.
Asimismo será necesario cultivar, e iniciar en el caso de los jóvenes, la
experiencia de oración personal y comunitaria. La oración tiene que
21
Cf. JOSÉ LUÍS PÉREZ ÁLVAREZ, Comunidades con jóvenes en la pastoral juvenil, en “Misión Joven” (411), abril 2011, 59-61
11
ocupar un lugar privilegiado tanto en los proyectos personales como en el
proyecto comunitario.
c. Comunicación de vida y fraternidad. La comunión de vida pasa por
educar a la comunicación, en un proceso progresivo, gradual,
personalizado, respetuoso, pero al mismo tiempo necesario y exigible, al
compás de la maduración en las relaciones fraternas y de la formación
comunitaria de cada persona.
La educación a la comunicación es necesaria para el crecimiento de la
persona y su maduración personal y en la fe. Y al mismo tiempo, sin
comunicación personal de vida es imposible el discernimiento
comunitario y la corresponsabilidad.
d. Celebración cristiana y compromiso solidario. Debemos descubrir y
vivir que la liturgia es el alma de la comunidad. De ella emana la fuerza
y la identidad de sus relaciones fraternas, de su pertenencia comunitaria y
de su presencia testimonial en la sociedad.
Como en Emaús, la escucha de la Palabra y la fracción del Pan les
desvela la presencia del Señor y les reintegra permanentemente en la
comunidad, y al mismo tiempo les remite constantemente al mundo para
que compartan la vivencia que han tenido con Él.
También será importante descubrir y vivir la dimensión comunitaria de la
Reconciliación sacramental.
Si entendemos la comunidad cristiana, también en el ambiente escolar, como una gran
oportunidad que posibilita el seguimiento, vivir y crecer en la fe, estos dinamismos
antes descritos, tendrán que desarrollarse y concretarse en cualquier experiencia
comunitaria.
6) Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de comunidad?: ¿de equipo? ¿de
institución?...
La comunidad educativa pastoral
12
En nuestros colegios muchas veces hablamos de la comunidad educativa pastoral.
Angel Miranda propone una definición:22
comunidad, porque implica, en clima de familia, a destinatarios, familias y
educadores;
educativa, porque ayuda a que maduren las posibilidades de cada uno de sus
miembros en todos los aspectos culturales, profesionales y sociales;
pastoral, porque acompaña hacia el encuentro con Cristo en la construcción de
la Iglesia y del Reino
Pero incluso cuando hablamos de comunidad educativa pastoral a qué nos referimos?
¿al equipo de pastoral, a la institución educativa, a un grupo de educadores, a un grupo
de niños o jóvenes…?
Pequeñas comunidades eclesiales
Permitidme que introduzca otro concepto, las pequeñas comunidades eclesiales.23
. Se
trata de comunidades cercanas, que cuidan la relación personal; pequeños núcleos
comunitarios, células eclesiales vivas, de talla humana, con identidad cristiana, en
comunión eclesial (conectada con otras comunidades, articuladas en la Iglesia local o
particular), y en solidaridad, actitud de servicio y corresponsabilidad.24
En este perfil de las pequeñas comunidades eclesiales podemos incluir un equipo
directivo, o un grupo de profesores, incluso un grupo mixto de educadores i educandos
y familias, o con el personal no docente, etc... Cualquier equipo puede convertirse en
pequeña célula comunitaria, pequeña fraternidad, siempre que reúna las condiciones de
la definición que exponíamos en el párrafo anterior.
Esto supone también que estos núcleos comunitarios o pequeñas comunidades cristianas
están formadas por personas “iniciadas” a la vida cristiana. Por ello cuando pensamos
en estas comunidades dentro de los centros educativos, generalmente no coinciden
exactamente con las estructuras de equipos de trabajo o institucionales. Para poner un
22
ANGEL MIRANDA, Nuestra escuela ¡Qué buena noticia!, hacia un Plan de Animación Pastoral de la Escuela, Madrid, CCS, 2001, 66 23
Cf. ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE CATEQUETAS (AECA), Hacia un nuevo paradigma de la iniciación cristiana hoy, Madrid, PPC, 2008, 67 24
Vale la pena estudiar los criterios que tiene que reunir una comunidad cristiana para ser considerada eclesial. Los encontramos en el documento de la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis de Conferencia Episcopal Española, La Catequesis de la Comunidad, 1983, nn. 257-265.
13
ejemplo: por mucho que lo deseo el representante de la titularidad de un colegio
cristiano, así como puede exigir a todos los educadores que estén en una comisión de
trabajo, no les podrá exigir de la misma manera que estén integrados en una pequeña
comunidad de estas características, que se reúna en el mismo colegio.
Notemos la diferencia entre equipo y comunidad, que encontramos en el anexo adjunto
a este capítulo de Antonio Botana:
- Un equipo es una agrupación de personas cuya finalidad es realizar una acción
común. El equipo se reúne para trabajar juntos.
- La comunidad, independientemente de que se realice o no una acción común,
atiende primeramente a las personas que la componen. Es decir, da prioridad al
“ser” sobre el “hacer”.
Comunidad de fe
Llegamos a este punto, permitidme que haga una propuesta: “comunidad de fe en el
centro educativo”… Puede parecer un sueño, pero bajo mi punto de vista, creo que es
una propuesta realista, en el momento en que viven hoy nuestros colegios, en el
contexto social y eclesial actual. Para la comprensión de esta propuesta os animo a la
lectura del artículo de Antonio Botana, hermano de la Salle, que reproducimos a
continuación, como anexo.
Antes, en la mayoría de nuestros colegios cristianos, existía una comunidad religiosa
que animaba y dirigía la misma comunidad educativa. Quizá, en esta nueva época, si
queremos vertebrar un proyecto de evangelización en nuestros centros, deberemos
recuperar esta realidad: una comunidad de fe dentro de la misma comunidad educativa.
Nos puede ayudar reproducir algunas palabras de Botana, que encontráis en el anexo
siguiente:
Evangelizar desde la comunidad de fe
“Evangelizar...” en la escuela o en cualquier otro medio, tiene siempre una dirección y un objetivo bien
precisos: anunciar la persona de Jesús Resucitado y proponer su mensaje, el Evangelio, como estilo de vida.
Ahora bien, anunciar a Jesús es tarea y responsabilidad de los creyentes en Jesús; proponer el Evangelio es
el compromiso que asume la comunidad de creyentes, la comunidad de fe.
El proyecto educativo de nuestra escuela, siendo un proyecto evangelizador, debe incluir como objetivo
mostrar a Jesús y su mensaje a los alumnos y demás miembros de la comunidad educativa en la medida en
que éstos sean receptivos para acoger la Buena Nueva. Pero para poder hacer esta propuesta es necesario
que en el interior de la comunidad educativa haya una comunidad de fe, que es quien asume esa
responsabilidad. Como la punta de la flecha marca la dirección de toda la flecha sin separarse de ella. Ese
14
papel era asignado tradicionalmente en nuestras escuelas a la comunidad religiosa. Pero esto no puede ser
ya así. Los creyentes de la comunidad educativa, religiosos/as y seglares, han de asumir conjuntamente esa
responsabilidad.
En la nueva comunidad educativa (…) la comunidad de fe debe ser fermento de unidad. Siempre en unión
con los demás miembros y trabajando codo con codo, sin protagonismos que no sean imprescindibles,
intenta que la escuela sea realmente el ámbito comunitario en el que los jóvenes puedan iniciarse a la
sociedad. Y ha de ser un signo profético: deberá dirigir su denuncia profética sobre las estructuras puestas
en marcha para llevar adelante el proyecto educativo. Porque si se comprueba que favorecen interpretacio-
nes poco evangélicas: de dominio, de instrumentalización de las personas, de dar más importancia a la
eficacia que a la atención de los más desfavorecidos,... será necesario transformar o eliminar tales
estructuras.
Para poner en marcha la comunidad de fe entre los creyentes que ya colaboran en la escuela, primeramente
han de tomar conciencia de que la comunidad de fe ya existe entre ellos aunque sea de manera germinal, y
que lo único que han de hacer es impulsarla a partir del punto mismo en que se encuentran. Así comenzarán
a crear las estructuras que acrecienten la comunión entre ellos y que les permitan ser fermento en la
comunidad educativa. A partir de ahí, déjense guiar por el carisma que ha dado origen a esta obra de
evangelización. El Espíritu, que estuvo presente en sus comienzos, también lo estará hoy en la refundación,
y seguro que no será ni menos claro ni menos exigente de lo que lo fue entonces.
Permitidme ahora que describa algunas características de la comunidad de fe
i. No es una comunidad de elegidos. Se trata más bien de una oferta-propuesta de la
comunidad educativa, siempre abierta, que tiene un dinamismo propio. Está
especialmente abierta a aquellos educadores que quieren vivir su profesión
educativa desde una clave vocacional cristiana, y necesitan un ámbito comunitario
para cuidar su fe y confirmar su misión evangelizadora en el campo de la educación.
También pueden integrar la comunidad de fe los “educadores sin aula oficial”,
personal no docente, que también marcan el estilo de la escuela en los ámbitos
donde trabajan, y también ellos necesitan cuidar su fe para la misión. Es evidente
que nuestra comunidad de fe también puede estar abierta a los padres y madres de
nuestros educandos, y a los mismos niños y jóvenes.
ii. Se trata de una pequeña comunidad eclesial, que definíamos anteriormente, que
busca desarrollar los dinamismos propios que configuran una comunidad, tal y como
describíamos en el apartado cuarto. Tanto el dinamismo de la historia y la palabra, la
formación y la oración, la comunicación de vida y fraternidad, así como la
solidaridad y la celebración tendrán que concretarse en un proyecto comunitario.
iii. Es motor que anima la acción pastoral del centro. Ciertamente la acción pastoral
tiene sus propios organismos: equipo de pastoral, coordinador… pero éstos
pertenecen naturalmente a la comunidad de fe, y ésta es más amplia que el equipo de
pastoral. Los agentes más directos de la pastoral del centro encuentran en la
15
comunidad de fe un oasis para nutrir su vida cristiana y encontrar la fuerza para la
misión (en las actividades que la misma comunidad organiza), si bien, esta
comunidad no se limita a estar integrada por los miembros del equipo de pastoral.
Las acciones pastorales del centro se convierten en experiencias bisagra o del
umbral, que pueden atraer a vivir un proceso de fe en el seno de la comunidad de fe
del centro educativo.
iv. Comunidad abierta. Las pequeñas comunidades eclesiales tienen que ser abiertas
para ser de Jesús, con puertas de entrada y puertas de salida. Cuando un grupo de
personas vive en serio el Evangelio se convierten en instrumento de la atracción de
Dios. Ser miembro de la comunidad tiene que responder siempre a la libre elección,
al deseo de crecer en la fe del educador, o del padre, o del trabajador de la escuela.
v. Plataforma pastoral. La comunidad de fe tiene que ser significativa, estar presente,
que se note que está en el colegio, sin ser una comunidad proselitista, pero
precisamente porque quiere ser un “ecosistema de vida cristiana”, se convierte en
plataforma de anuncio. Quizás muchos, incluso alumnos se sentirás atraídos por la
sana convivencia que se respira, la profundidad del grupo de lectio divina, o la
belleza de sus sencillas celebraciones.
vi. Matriz de otras comunidades. Al entorno de la comunidad de fe, en principio,
adulta, pueden aparecer otras comunidades de niños y jóvenes, con sus
acompañantes: grupos de fe, de revisión de vida, movimientos juveniles, etc… 25
vii. La comunidad de fe es icono de la comunión, como estilo de vivir la escuela. El
estilo de la comunión tiene vivirse en todo el centro, y la comunidad de fe tiene que
animar e impulsar estrategias concretas para educar la comunión, como la levadura
en la mas: la acogida en portería y en secretaría, la gestión de conflictos entre
trabajadores, el claustro de profesores, la relación con las familias, la mediación de
conflictos entre los alumnos, etc…
7) Conclusión: La comunidad de fe vive de la confianza en el Dios que me
salva y en la obediencia a su voluntad, y de aquí nacen todos los proyectos
25
Vale la pena leer el capítulo cuarto “Comunidad y acompañamiento” que encontramos en: JOSÉ RAMÓN
URBIETA, Acompañamiento de los jóvenes. Construir la identidad personal, Madrid, PPC, 1998, 65-87
16
Permitidme, a modo de conclusión, que reproduzca unas palabras de Jesús Sastre,
que apuntan al núcleo de la experiencia cristiana que tenemos que vivir, celebrar y
anunciar en la comunidad:
Hemos sido salvados, «no por nuestras fuerzas y obras, que ya sabíamos que eren inútiles, sino
por “pura gracia”. Esta experiencia de salvación nos mostró quién nos da la vida, quién es nuestro
Señor, quién es el que nos ha sacado de nuestra muerte y de nuestra finitud, quién es el Señor de
la vida. De ahí surgió “un cántico nuevo” como dice el salmo 40. Fuimos liberados y quedamos
sorprendidos por la fuerza transformadora que tiene no confiar en uno mismo sino en Dios, y nos
dimos cuenta que la vida no consiste en dominarla, sino en confiar.
Experimentamos que el secreto de nuestra libertad está en la confianza radical en nuestro Señor y,
así, nuestra libertad se convirtió en relación. Nuestro drama, que es el drama del hombre moderno
del que formamos parte, es que hemos conquistado nuestra libertad frente a la relación y,
entonces, convertimos el amor en un contrato de responsabilidades y de compromiso
(bienintencionado e, incluso, por el Reino) y no en una relación de confianza radical.
Experimentamos que en la relación de confianza radical con Dios nuestra libertad es liberada de
su mayor esclavitud: nuestro yo.
Allí experimentamos que sólo Dios nos centra y fundamenta, que sólo Él es la fuente de la vida y
de la libertad. Nuestro pequeño mundo de proyectos quedó muy pequeño al descubrir que la
vocación de nuestra libertad era el señorío de Dios, sus planes inagotables, y nuestra libertad
empezó a ensancharse a la medida de Dios, el plenamente libre.
Y tuvimos la experiencia de pertenencia, ya no decíamos “Señor” sino “mi Señor”, y con ella la
alegría de poder servirle, el privilegio de ser sus hijos y la experiencia de que Reino de Dios
significa que Él reine, no nosotros. Fuimos fundamentados. Nos dimos cuenta (¡cómo no nos
habíamos dado cuenta antes!) que hasta que el primado de la voluntad de Dios no se ha hecho raíz
de nuestro ser, no estamos fundamentados y por eso vamos de un proyecto a otro y acabamos
viviéndolos como carga. Su voluntad es lo que da unidad a la vida y entonces, las tareas y los
proyectos se convierten en Misión.
Confianza radical en Dios – Salvación por Gracia – Obediencia a su Voluntad – Misión: eso es lo
que experimentamos. Fuimos salvados de nuestra finitud y de nuestro callejón sin salida por
decisión gratuita de su amor y pasamos de tener fe a vivir de la fe. Desde entonces, de manera
muy incipiente y frágil, intuimos que la vida cristiana no consiste ni en oración ni en acción, sino
en recibir gratuitamente su salvación y en hacer su voluntad y que, así, la vida entera es misión.»26
La comunidad es un don de Dios, es una gracia que tenemos que pedir, necesaria para la
evangelización de la escuela… A veces sólo pensamos en nombrar personas y equipos
para organizar actividades y eventos pastorales. Quizá tenemos que propiciar el
nacimiento de comunidades de fe para posibilitar vivir el Evangelio y anunciarlo entre
el resto de la comunidad educativa.
26
JESÚS SASTRE GARCÍA, El catecumenado de adultos. Catequesis para una fe adulta, Madrid, PPC, 2011, 170-171
17
ANEXO
EVANGELIZAR EN LA ESCUELA,
RETOS DE UNA MISIÓN COMPARTIDA
Antonio Botana
1. LA BÚSQUEDA DEL TESORO ESCONDIDO.
En 1996 se publicaba el Informe Delors sobre la educación, con este título: “La
educación encierra un tesoro”. La comisión que redactó este informe para la UNESCO
recurrió a una fábula de La Fontaine, “El labrador y sus hijos”, para elegir el título:
“Guardaos (dijo el labrador) de vender el patrimonio dejado por vuestros
padres.
Veréis que esconde un tesoro”.
Los hijos del labrador emprenden una afanosa búsqueda, pensando en un cofre
lleno de joyas, escondido en algún lugar del campo. Y como la tarea es ardua y muy
amplia, han tenido que ponerse de acuerdo y ayudarse mutuamente. Su trabajo da como
resultado una tierra concienzudamente labrada. No encuentran el cofre que esperaban,
pero como el campo ha quedado tan preparado, siembran y más tarde descubrirán en la
cosecha el tesoro que su padre les había prometido. Y año tras año tendrán que iniciar la
búsqueda del tesoro que llegará con la cosecha.
Felizmente ha habido muchos buscadores del tesoro del que hablamos, aunque
nunca suficientes. De manera especial desde el siglo XVII hasta la primera mitad del
siglo XX una larga lista de grupos de privilegiados, conducidos por líderes proféticos,
supieron encontrar el tesoro escondido en el campo educativo de la escuela. Cuando se
dieron cuenta del valor inmenso de ese tesoro, estos buscadores se atrevieron a vender
todas sus posesiones para poder comprar el campo; y renunciaron a otros intereses y
ocupaciones para dedicarse exclusivamente a la búsqueda de este tesoro. Así surgieron
las Congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza.
Pero, el tesoro a que nos referimos, ¿no es algo relacionado con la cultura, lo
humano, la iniciación de niños y jóvenes en la sociedad, su integración en el mundo...?
¿Y qué hacen en todo ello esos grupos de personas que, por definición, se reconocen a sí
mismas como consagradas a Dios? “La educación es todo lo que la humanidad ha
aprendido sobre sí misma”, dice el Informe Delors al final de su presentación
introductoria. Para un creyente cuya fe se asienta sobre el dogma cristiano de la
Encarnación de Dios –Dios que ha hecho suyo todo lo humano- el proceso de
humanización que es la educación será siempre un lugar de especial predilección para
18
encontrarse con Dios. Y consagrar la vida a guiar a otros en ese proceso será una de las
mejores formas de procurar la gloria de Dios.
No tiene que extrañar, pues, que tantos religiosos y religiosas hayan visto en la
escuela un lugar apropiado para que el Reino de Dios se realice y para vivir desde él su
vida consagrada. Estos grupos de personas no inventaron la escuela, pero la vivieron de
tal modo que hicieron de ella un signo del Reino de Dios que está llegando, y un signo
de esperanza para el pueblo al que servían. Podemos decir que su manera de buscar el
tesoro escondido, su dedicación en cuerpo y alma a esa tarea, y no en solitario sino con
la fuerza de la comunidad, pero también la atención que ponen en la persona de los
educandos, el hacer de la escuela un lugar de vida y no sólo de aprendizaje intelectual,...
todo eso ha provocado la extrañeza, ha hecho que la sociedad y la Iglesia se pregunten
por lo que se juega en ese campo de la escuela. ¿Será tan importante como para merecer
la dedicación de unas vidas consagradas?
Tratemos de identificar algunas claves de esa búsqueda del tesoro, tal como lo
hacían aquellas comunidades consagradas. Nos darán las pistas para la búsqueda que
hoy hemos de realizar en una situación de “misión compartida” entre religiosos/as y
seglares.
1.1 El signo de la comunidad
Sin ninguna duda, la primera clave que salta a la vista es la comunidad. Estos
educadores y educadoras consagrados no aparecen como grandes héroes aislados, sino
como miembros de una comunidad. Y es la comunidad quien anima y da vida a la
escuela. En realidad, la primera aportación que esta comunidad educadora está haciendo
al pueblo, a la sociedad, no es lo que cada uno de sus miembros o algunos de ellos
enseñen en la clase, sino el signo de vida que la comunidad entera ofrece, un signo que
puede ser percibido fácilmente por la gente que rodea la escuela, gracias a la relación de
cercanía que, generalmente, ha existido entre estas comunidades y la gente del pueblo.
Allí donde se encontraba una de estas comunidades, era para el pueblo una señal
de esperanza y de sentido; su forma de vivir no transmitía la negación de lo humano,
sino la búsqueda de su sentido más profundo. El signo que transmitían al pueblo estaba
integrado en la promoción de este mundo. El signo era LA COMUNIDAD.
Se trataba de una comunidad consagrada. Esa consagración podía ser traducida
fácilmente como disponibilidad para la búsqueda de Dios y el encuentro desinteresado y
gratuito con los hombres. Por ello, su presencia en medio del pueblo ha sido al mismo
tiempo signo de la encarnación de Dios en la historia humana y signo de la
trascendencia de Dios, el cual no nos pertenece sino que somos nosotros quienes le
pertenecemos.
Notemos estas tres características:
19
- Su signo es, en primer lugar, visible y cercano a la gente de su tiempo, porque
su vida está integrada en la problemática cultural de la sociedad y en la
construcción de la sociedad civil desde el ámbito educativo.
- Su signo es interpelante porque la respuesta que dan a esa problemática, su
contribución específica a la construcción de la sociedad, está planteada desde
una lectura de la realidad hecha con una perspectiva desacostumbrada: la de los
pobres y marginados. La integración social de estas comunidades se presenta
con una opción clara: la preferencia descarada, aunque no excluyente, por los
pobres. “Los pobres son evangelizados”, ése es el signo de que el Reino de Dios
está llegando.
- Finalmente, su signo es revelador de lo invisible, de lo que trasciende su propia
realidad. La manera que tienen ellos de insertarse en la sociedad no es como
meros profesionales sino como comunidad fraterna consagrada a la búsqueda de
Dios y cuya motivación última está en su dependencia del querer de Dios. La
comunidad establece el puente que permite hacer visible a Dios en este mundo.
La comunidad convierte a sus miembros en profetas de salvación.27
1.2 Un ministerio laical: profesionales de la educación
La segunda clave la encontramos en la relación directa entre esta comunidad y la
escuela. La presencia de la comunidad en la escuela no es una excusa para poder
impartir la catequesis o la instrucción cristiana. Si el pueblo los ha aceptado plenamente
es porque ha reconocido la profesionalidad de estos educadores y educadoras. Se les ve
identificados con la educación; es su tierra, no están en ella de prestado.
Si esto es así, y si estas personas se sienten a gusto y plenamente realizadas en su
consagración es porque hay una fuerza interior, una espiritualidad que les ha permitido
descubrir el sentido profundo de su tarea humana. Ni siquiera tienen la pretensión de
llevar a Dios a la escuela o de hacer presente a Dios en la escuela gracias a su
consagración religiosa. En realidad acuden a la escuela para buscar allí a Dios, porque
saben que Dios está ya presente en el crecimiento humano de estos niños y jóvenes y en
ellos les espera. Su misión se desarrolla en un ministerio laical, lo cual significa que no
aporta ninguna dimensión sagrada, sino que señala lo humano, y más concretamente la
educación humana, como lugar de la presencia de Dios.
Es un ministerio que tiene pleno sentido en sí mismo. A través de este ministerio
laical viven su vida religiosa en plenitud. Han reconocido la educación cristiana de los
niños y jóvenes necesitados como la Obra de Dios, la viña a la que su Señor les llamaba
a trabajar, un lugar especialmente deseado por Dios para hacer crecer en él su Reino. En
esta tierra han visto, como Moisés, la “zarza ardiendo” a la que han de acercarse
“descalzos”, dispuestos a escuchar y adorar a Dios, porque esta situación plenamente
profana es también plenamente sagrada. Por eso están aquí.
27
Las reflexiones que aquí aporto son deudoras en buena parte de las ofrecidas por Pedro Gil en su libro El futuro de los religiosos en la escuela. Cuadernos Lasalianos nº 4. Centro Vocacional La Salle. Valladolid 1996.
20
Si pueden reclamar alguna autoridad para estar en la escuela, ésta no les viene de
los votos religiosos. Incluso, aunque pueden decir que es la Comunidad eclesial quien
los envía, este envío no es más que el reconocimiento del carisma que les impulsa. El
carisma que han recibido del Espíritu los convierte en “ojos, oídos y corazón” de Dios;
por eso sienten de manera especial los gritos silenciosos de esos niños y jóvenes
necesitados. Se han descubierto a sí mismos como mediadores del amor de Cristo. Este
es el núcleo de toda su espiritualidad. Y de esa mediación les viene su autoridad.
Vienen enviados como profetas que saben leer los signos de Dios en la historia y
en el mundo, y reconocer las “semillas del Verbo” (Vaticano II, Ad gentes 11) en la
cultura, en los pueblos, en las personas de sus alumnos. Por eso están capacitados para
despertar la esperanza en aquellos a los que han sido enviados, y para acompañarlos en
el camino hacia su realización humana y cristiana.
1.3 Una escuela para la vida
La tercera clave es consecuencia de las dos anteriores. Una comunidad de
personas que se sienten “ojos, oídos y corazón” de Dios no puede limitarse a aplicar en
la escuela unos programas previamente confeccionados o simplemente heredados del
pasado. Su primera preocupación es ver, oír y sentir a esos niños y jóvenes. Y desde las
preguntas y las necesidades que han surgido de ellos nacerán las respuestas que la
comunidad educativa intenta dar en la escuela.
No vale cualquier escuela para que se pueda decir de ella que es “signo del
Reino”; no toda escuela es signo de esperanza. La escuela que sólo es repetidora de
contenidos no aporta esperanza sino aburrimiento. La escuela a la que las comunidades
de religiosos y religiosas educadores han servido con sus vidas ha sido una escuela para
la vida, centrada en la persona del alumno y no en los programas de asignaturas.
Los principales beneficiados de esta escuela han sido precisamente los que más
carecían de sentido y esperanza porque estaban al margen de la Sociedad y de la
Historia. Los hijos de los obreros y de los pobres podían aprender en las escuelas de
estos educadores el uso de la palabra; con ella adquirían conciencia de sí mismos y de
su identidad; entraban en el mundo de las relaciones humanas y religiosas, se integraban
en la Sociedad y en la Iglesia; se convertían en sujetos activos de la Historia; también de
la Historia de Salvación.
2. CUANDO SE PIERDEN LAS CLAVES
Nuestra historia no ha sido siempre una búsqueda del tesoro. En nuestra escuela,
a veces han desaparecido las claves que hacían de ella un signo de esperanza. Y sin
21
claves no hay búsqueda, sólo queda una estructura que intenta prolongarse a sí misma.
Las claves desaparecen con las rupturas que se van produciendo entre elementos que
deberían estar muy unidos en la escuela.
2.1 La ruptura entre lo escolar y lo educativo
La pérdida más evidente fue la relación escuela-vida. Simbólicamente
podríamos decir que la búsqueda del tesoro se redujo a un paseo organizado donde
todas las preguntas y todas las respuestas estaban perfectamente calculadas y
previamente redactadas.
El cambio se dio de forma generalizada cuando comenzaron a extenderse las
legislaciones estatales en torno a la escuela y se impusieron los programas obligatorios
de asignaturas. Así comienza el paso de la escuela de la iniciación (la escuela de la vida,
la que ponía el centro en la persona, la que escuchaba las necesidades de los alumnos...)
a la escuela de los contenidos (la que tenía todas las respuestas ya prefabricadas).
La entrada de los bloques de contenidos -las diferentes asignaturas-, responde a
una necesidad social, ciertamente. Pero va acompañada de un cambio profundo de
orientación: la escuela deja de preocuparse, ante todo, por la preparación para la vida -lo
que se lograba con el desarrollo de estructuras lógicas y el establecimiento de
relaciones- y pasa a centrar su atención en el aprendizaje y memorización de contenidos
y la capacitación para los exámenes. Además, el currículo de contenidos vendrá
impuesto verticalmente desde fuera de la escuela y según los intereses en boga de
gobernantes y otros poderes fácticos, con lo que se aumenta la dificultad de conectar
con las necesidades cercanas y reales de los alumnos.
Poco a poco se va distanciando "lo escolar" y "lo educativo". Lo escolar se
identifica con los programas curriculares de las asignaturas impuestas desde el Estado.
Lo educativo es todo aquello que tiene que ver con la vida real, con los intereses
próximos de los alumnos y su maduración personal, con las relaciones sociales, con el
desarrollo del pensamiento crítico, con la organización del ocio,... Todo esto se
considera como un "plus" que supera el proyecto de la escuela, pero que "el buen
educador" no puede dejar de atenderlo, por lo que pasa a constituir las actividades
"extra o peri-escolares"; en consecuencia, queda reservado para una élite, para los que
disponen de "tiempo libre" (que es lo que puede dedicarse a ello), o simplemente, los
que pueden pagar estas actividades que, por no ser "escolares", no siempre están sujetas
a la gratuidad...
Así es como muchas escuelas, también de Instituciones religiosas, se fueron
transformando en academias, donde la preocupación fundamental era la transmisión de
unos contenidos intelectuales perfectamente programados, y su adquisición lo más
perfecta posible por parte del alumno, cosa que debía reflejarse en los exámenes.
22
2.2 La ruptura entre profesionalidad y espiritualidad de la educación
Muchos de los “buscadores del tesoro”, los que tenían por carisma reinventar la
escuela, sin darse cuenta se transformaron en repetidores del esquema oficial,
funcionarios al servicio de un programa estatal; se olvidaron de que lo suyo era ser
profetas de vida y signos de esperanza, especialmente para los más marginados de la
esperanza, para los que no se adaptaban al programa oficial de asignaturas... Otros
tuvieron que acostumbrarse a vivir un doble juego, el de la fidelidad a lo académico y el
de la atención a la persona y a la vida... y no era fácil mantener el equilibrio.
La insuficiencia de religiosos o religiosas para cubrir ciertas especialidades o,
simplemente, para el número de plazas requeridas en las obras educativas que dirigían,
se soluciona, aunque fuese a regañadientes, con la contratación del personal seglar
necesario, cada vez en mayor abundancia. En la mayor parte de los casos los seglares
entran como simples trabajadores, en condiciones de subalterno, para realizar tareas
pedagógicas bien precisas, pero sin facilitarles su identificación con el proyecto global,
con la “búsqueda del tesoro”.
Cuando este hecho comenzó a producirse, las religiosas y religiosos educadores
partían de un principio falso: pensaban que la espiritualidad propia de su carisma,
aquella que les descubría el sentido profundo de su tarea educativa para poder realizarla
como una misión y una búsqueda apasionada del tesoro, era algo propio suyo, “no apta
para seglares”. Por consiguiente no les proporcionan a éstos las motivaciones que les
permitirían pasar de ser meros profesionales a convertirse también en buscadores del
tesoro.
Unas rupturas producen otras. Así apareció el concepto “pastoral escolar” como
algo no identificado plenamente con la escuela y su proyecto educativo, sino como un
“plus” añadido a la escuela para que ésta sea evangelizadora.
Para unos, esta “pastoral escolar” era algo así como un remiendo que se cosía a
la escuela, no porque ésta lo necesitara, sino porque gracias al cual se podía
colocar la etiqueta “escuela católica”.
Para otros la “pastoral escolar” era como el distintivo de la comunidad
religiosa que patrocinaba la escuela, y también su tarea específica, pues eso –
así pensaban- era lo peculiar de las personas religiosas y no las tareas
profesionales específicas de la escuela.
De esta forma se establecía la división entre los “profesionales” y los
“pastoralistas”. Cuando se hablaba de evangelizar en la escuela se entendía que esa era
una tarea propia de los pastoralistas, los “espirituales”, no de los profesionales. Muchos
de éstos (incluidos religiosos y religiosas) se consideraban exentos de la labor de
evangelización, porque, se decían, ¿qué tienen que ver las matemáticas, o la gramática,
o la geografía,... con la evangelización?
23
2.3 La ruptura entre equipo de trabajo y comunidad
Un equipo de trabajo y una comunidad son dos cosas diferentes, aunque no
opuestas.
Un equipo es una agrupación de personas cuya finalidad es realizar una acción
común. El equipo se reúne para trabajar juntos.
La comunidad, independientemente de que se realice o no una acción común,
atiende primeramente a las personas que la componen. Es decir, da prioridad al
"ser" sobre el "hacer".
No es que haya oposición entre equipo y comunidad, pero no tienen por qué
coincidir. En el equipo lo que interesa son las funciones que desempeña cada miembro;
el equipo trata de coordinar dichas funciones para lograr los mejores resultados en el
trabajo conjunto. El "vivir juntos" del equipo se termina en el "hacer juntos". La
comunidad une a las personas por dentro, en su interioridad, y no simplemente en sus
funciones. Se logran así sentimientos comunes y una tendencia a realizarse en la
intercomunión personal. Es un "ser juntos" que conduce a "realizarse juntos", en solida-
ridad unos con otros. La relación interpersonal es mediadora de este crecimiento del
"ser".
Las religiosas y religiosos educadores, cuando animaban solos una escuela,
habían vivido de forma integrada el equipo y la comunidad. La comunidad era la fuente
donde se alimentaban de la espiritualidad que daba sentido a su trabajo.
Cuando se produjo el hecho que referíamos, la entrada de profesionales seglares
en la escuela de los religiosos y religiosas, éstos siguieron viviendo su comunidad, pero
al margen de los educadores seglares, en muchos casos subrayando bien la “clausura” y
evitando las relaciones personales con los colegas seglares. Pero las propias necesidades
académicas exigían la formación del equipo de trabajo. El equipo iba destinado a
favorecer la acción profesional, especialmente en aquello que había acaparado la
escuela, el programa académico; pero no ofrecía motivaciones. Las motivaciones, el
sentido profundo –la espiritualidad en definitiva- de la educación, se transmiten a través
de la relación personal, no simplemente funcional; se encuentran y se transmiten en la
comunidad, porque es la comunidad el lugar donde se comunica el Espíritu y donde se
renueva y actualiza el carisma que hemos recibido para la misión.
Notemos ahora la relación entre las tres rupturas, empezando por la última que
hemos señalado: la falta de relaciones comunitarias, la falta de relaciones personales
entre los educadores religiosos/religiosas y seglares impidió o dificultó el
descubrimiento de la espiritualidad de la educación, especialmente en los seglares. La
falta de espiritualidad en los educadores reducía la escuela a una plataforma académica,
porque era la espiritualidad quien abría los ojos de los educadores para ver el auténtico
centro de la escuela, que no son los programas sino las personas de los alumnos y sus
necesidades, y quien hacía descubrir que la cultura no es un conjunto de respuestas sino,
24
sobre todo, un camino construido con muchas preguntas que avanzan hacia la
comprensión de la persona humana, del mundo y de la historia.
3. LOS VIENTOS NUEVOS DEL ESPÍRITU
El Espíritu ha levantado muchos vientos e incluso vendavales en los últimos
tiempos, en la Iglesia y, de manera particular, en el campo de la escuela. Ha dejado a la
intemperie muchas de nuestras seguridades y ha tirado por tierra muchas estructuras que
no tenían consistencia. Algunos de los signos que nos ha dado son incluso dolorosos y
aparecen primeramente como signos de muerte, cuando, en realidad, apuntan a otra
forma de vida; es el caso de la disminución en el número de religiosos y religiosas que
nos dedicamos a la educación; ha sido justamente esta disminución la que nos ha hecho
contar más con los seglares y nos ha obligado a transmitirles los secretos que nosotros
habíamos descubierto, lo que he llamado “espiritualidad”, para salvar así el sentido de la
escuela como búsqueda del tesoro.
Analicemos algunos de estos signos.
3.1 La recuperación de la escuela como signo de esperanza
La sociedad –lo mejor de ella, al menos- se resiste a que le arrebaten este signo
de esperanza que siempre ha sido la escuela en medio del pueblo. Últimamente hemos
asistido a muchas muestras de esta resistencia y de lucha por recuperar la escuela como
un signo vivo. Entre ellas está el Informe Delors, ya mencionado. Pero hay otras
muestras que van acompañadas de la fuerza profética que transforma, como las redes de
escuelas populares que se establecen en muchos lugares del Tercer Mundo (“Fe y
Alegría”...), o nuevas instituciones educativas que surgen en el primer mundo,
dedicadas a las nuevas formas de marginación.
En esas muestras de resistencia hay, primariamente, una denuncia que debemos
encajar: el que nuestra escuela haya dimitido de su principal responsabilidad, que es la
de ser elemento iniciador e integrador social, y se ha reducido a lo más fácil, a ser un
simple transmisor de contenidos intelectuales, de “saberes” aislados. O tal vez se
preocupa del saber como fuente de aprendizaje, e incluso del saber hacer, pero se
olvida del saber ser y el saber convivir 28
. Nuestro primer reto es recuperar la escuela
como proyecto integral de educación. Lo cual no consiste en ver cómo añadimos nuevos
aspectos a nuestro currículo escolar, se trata más bien de reorganizar todo nuestro
proyecto educativo a partir de este principio: la persona no se realiza fundamentalmente
en la posesión de contenidos, sino en el establecimiento de unas relaciones adecuadas
con su entorno, con las personas, con la sociedad, con la naturaleza. Los contenidos han
28
Las cuatro facetas o actividades del saber, según el Informe Delors, La educación encierra un
tesoro, Ed. Unesco, Madrid 1996.
25
de ponerse al servicio de esas relaciones, para interpretarlas y llegar a nuevas estructuras
de convivencia. Se trata de un proyecto dedicado a cultivar la conciencia de pertenencia;
encontrar el sentido de la propia identidad en la pertenencia a una comunidad, a un
pueblo, a una historia y, ya desde la fe, al plan salvador de Dios.
Se trata de concebir la escuela como lugar de encuentro, de convivencia, de
escucha, de comunicación; concebirla y plantearla como un escenario donde los
alumnos, al igual que los demás miembros de la comunidad educativa, se conviertan en
actores de un aprendizaje constructivo basado en la experimentación de los valores que
construyen la comunidad. El Informe Delors presentaba ya como una urgencia especial
que sobresalía entre los cuatro pilares de la educación: “Se trata de aprender a vivir
juntos ... y, a partir de ahí, crear un espíritu nuevo que impulse la realización de
proyectos comunes... La Comisión piensa en una educación que genere y sea la base de
este espíritu nuevo...” (Introducción, p. 17).
En este tipo de escuela tiene sentido hablar de iniciación cristiana, de Buena
Noticia, de proyecto educativo evangelizador.
Esta escuela desborda el marco académico y se configura como ámbito de vida,
plataforma educativa en la que se dan grupos humanos originados por afinidades
culturales, deportivas, festivas, amistosas, políticas,... y también religiosas; afinidades e
intereses que dan origen a las mil y una actividades que se desarrollan en el marco
escolar, entre profesores, alumnos, padres de alumnos, simpatizantes...: charlas,
competiciones, campañas de realidades humanas, experiencias sociales, investigación,...
y también grupos de catequesis formados por aquellos miembros de la comunidad
educativa -alumnos, padres, profesores,...- que deseen profundizar en su fe.
3.2 Los nuevos buscadores del tesoro
Esa escuela de la que hablamos con esperanza viene de la mano de todo un
nuevo grupo de “buscadores del tesoro”, es decir, de educadores vocacionados.
Es interesante caer en la cuenta de la dinámica que aquí se establece, en un doble
sentido:
Un escuela se constituye como ámbito de vida cuando está animada por un
grupo de educadores vocacionados, más preocupados por la vida, es decir, por
las personas y sus necesidades reales, que por los programas académicos o el
prestigio social del centro.
Pero también: cuando una escuela tiende a constituirse como ámbito de vida se
convierte al mismo tiempo en lugar de convocatoria para educadores. Y la
razón es clara: esta escuela se manifiesta como signo de esperanza, signo que
llama la atención y golpea las conciencias de muchos observadores que se
sienten identificados con lo que ese signo está proclamando. Atraídos por el
signo, gente que hasta entonces no había pensado para nada en la educación, se
26
dirá: “Esto sí merece la pena. Es algo tan valioso que bien puedo gastar en
ello parte de mi vida, de mi tiempo, de mi energía...” Esa escuela será como
una caja de resonancia donde se amplifican las llamadas. Cada alumno o
alumna que está en esa escuela creciendo, iniciándose en la vida, es una
llamada, y de manera especial si está en situación de pobreza.
Los que se acercan a esta caja de resonancia y escuchan con atención, enseguida
se dan cuenta de que las llamadas que aquí se oyen no se satisfacen sólo con
matemáticas, literatura o religión, sino que requieren una respuesta más integral y
compleja, la respuesta que debe dar un proyecto educativo en el que participa una gran
variedad de personas. Así es como muchas personas descubren que tienen algo que
aportar a este proyecto educativo, aunque sólo sea el testimonio de su vida.
¿Quiénes son estos nuevos buscadores del tesoro?
Junto a los religiosos y religiosas educadores, los primeros que debemos
nombrar son muchos de los profesores seglares que estaban compartiendo la
tarea educativa y que no quieren resignarse a ser simples profesionales de la
enseñanza. Felizmente, ellos también han sentido la llamada y han descubierto
que podían vivir su empleo y su profesión de enseñante con esta otra
dimensión más profunda, la vocación de educador. Para estos profesores el
alumno o alumna ya no es sólo un receptor de conocimientos, sino una persona
a la que tenemos que asomarnos con mucho respeto para su misterio, y cuyas
necesidades son un reto a nuestra creatividad. Estos profesores-educadores se
descubren a sí mismos como mediadores en el proceso de maduración de sus
alumnos. Para sentirse mediador hay que tener un poco de humildad; hay que
bajarse del peldaño (la tarima) de protagonista para aceptar un plano
secundario. El educador-mediador deja de ser el magister (el que es más,
porque sabe) para ser simplemente el minister (el que es menos, porque sirve).
Al lado de los profesores hay otro grupo de personas que desarrollan su
profesión en el entorno de la escuela, y a los que frecuentemente no se les ha
tenido suficientemente en cuenta, cuando de hecho estaban interviniendo en la
tarea educativa de la escuela, y a veces con mucha influencia. Son los
educadores “sin aula oficial”, las personas que trabajan en la recepción, en la
secretaría, en la administración, en la limpieza,... Son personas que marcan el
estilo de la escuela en diversos sectores, y gracias a su trabajo la labor de los
educadores con aula se facilita o se dificulta. Estas personas descubren también
la llamada que resuena en la escuela y se sienten parte del mismo proyecto
educativo, y sienten que este proyecto, que es signo de esperanza para toda la
sociedad, da un sentido profundo a sus propias vidas y a su quehacer, más allá
de la motivación económica del empleo.
La mayor novedad viene del grupo creciente de personas que, ejerciendo su
profesión fuera del entorno escolar, se sienten vocacionalmente atraídos por la
llamada que resuena en la escuela. Muchos descubren su vocación de
27
educadores al margen de su empleo y profesión; es una experiencia más fácil
de gozar en las sociedades desarrolladas como la nuestra, donde se dispone de
un tiempo libre relativamente amplio, una vez cubiertas las necesidades vitales
con el empleo o la seguridad social. Muchos padres, a través de sus propios
hijos o de la participación que se les ha brindado en alguna organización
escolar como la Asociación de Padres, se han sentido interpelados y aludidos
por esa llamada misteriosa y llena de vida que resuena en la escuela.
El modelo de escuela al que antes nos referíamos como “ámbito de vida” se
hace posible gracias a este nuevo grupo de “buscadores”; difícilmente podría
ser impulsada por sólo el grupo de profesionales de la escuela, por generosos y
dispuestos que sean; supera normalmente sus posibilidades de tiempo,
dedicación, habilidades,... Esta escuela necesita de los educadores “no
profesionales”, es decir, muchas personas, jóvenes y adultos, que aportan
voluntariamente una parte de su tiempo y de sus fuerzas para realizar el
proyecto educativo de la escuela en las múltiples facetas que ya hemos
nombrado, aunque su profesión se desarrolle en otros ámbitos muy diferentes
de la escuela.
Pero es importante que la incorporación de todas estas personas, los
profesionales y los no profesionales de la escuela, a la comunidad educativa escolar no
sea sólo en calidad de “recursos humanos” sino desde la participación consciente en la
misión, desde la formación que ha de facilitárseles en el carisma y la espiritualidad que
dan vida a esta misión. Son el carisma y la espiritualidad que hasta hace poco parecían
propiedad exclusiva de la comunidad religiosa. Desde el momento en que es un carisma
para la misión, ese carisma puede contagiarse a todos los que comparten la misma
misión, aunque sea desde diferentes opciones de vida. Y la espiritualidad originada por
ese carisma puede servir también a los seglares para descubrir las riquezas y el sentido
que se esconden en esa misión.
3.3 El nuevo escenario eclesial
Los protagonistas, viejos y nuevos, de esta escuela que queremos que sea
evangelizadora, formamos parte de un nuevo escenario eclesial en el que han cambiado
profundamente las relaciones. Desde el Concilio Vaticano II la Iglesia se está
transformando, aunque lentamente y con muchas resistencias internas, en torno a un eje
que define muy bien su identidad más original: una comunión para la misión. Al
definirse así, la Iglesia está afirmando que, en ella, la igualdad básica y fundamental
entre todos es antes que las diferencias por cuestiones de puestos y ministerios, y que la
llamada común a la santidad es antes que las especificaciones vocacionales, y que la
comunidad y la relación interpersonal es antes que la Institución y la organización.
En este modelo de Iglesia se afirma como núcleo central la misión común, la
obra de la evangelización, y a esa misión cada creyente sirve desde sus propios dones,
desde su propia vocación. Siempre será la única misión de la Iglesia, desarrollada en
diversos campos, en nuestro caso en el campo de la educación y más concretamente en
la escuela.
28
Esta misión eclesial desarrollada en comunión produce la comunión entre sus
protagonistas y en los destinatarios.
Simultáneamente, en este nuevo modelo de Iglesia ha cambiado la manera de
entenderse a sí misma la Vida Religiosa. Ya no está separada de los demás creyentes,
sino que debe trabajar, codo con codo, al lado de ellos. Lo suyo no es ya el ser “expertos
en clausura”, sino “expertos en comunión”. Y muchas de las características que, al
parecer, distinguían a la persona religiosa de la persona seglar, como la vida
comunitaria o la dedicación al apostolado o la radicalidad evangélica, son asumidas sin
complejos por grupos de seglares, como exigencias propias del Bautismo y
Confirmación.
Ahora ya podemos hablar de “misión compartida” entre religiosos y seglares,
porque también podemos hablar de comunión. Será un proceso de comunión para la
misión, donde tiene un papel fundamental el carisma que ha dado origen a la
Institución. Lo que fue el dinamismo fundacional debe recuperar su protagonismo en
esta refundación.
4. EVANGELIZAR EN LA ESCUELA... ES CONSTRUIR LA
COMUNIDAD
4.1 El signo está en la comunidad
“Evangelizar en la escuela” no es tanto hacer algunas cosas especiales, sino
convertir la escuela, toda ella, en un elemento evangelizador, hacer de ella una “buena
nueva” para nuestros alumnos, un signo de esperanza para toda la sociedad; y ésta es
tarea de religiosos/as y de seglares, pero también de creyentes y de no-creyentes.
Esta escuela es posible si sus educadores son “buscadores del tesoro” y no
simples profesionales de una rama del saber. Para ser buscador se necesita ser una
persona vocacionada, alimentada por tanto de la espiritualidad, que revela el sentido
profundo de la tarea educadora. Un educador ha de tener vida interior, es decir,
capacidad de ver más allá de lo inmediato, capacidad de admirarse ante el misterio de
las personas –de sus alumnos-, capacidad de descubrirse a sí mismo como un mediador
y reconocer la grandeza y la responsabilidad que lleva consigo. Necesitamos empeñar
en la búsqueda del tesoro, en la confección de esta escuela evangelizadora, no sólo a los
profesionales de la escuela, sino también a otras muchas personas que se sientan
vocacionadas para la educación en formas muy diversas.
Pero todo lo anterior está condicionado al logro de una gran clave, que es al
mismo tiempo el gran reto: la comunidad. El signo está en la comunidad, lo estuvo
29
entonces, cuando la comunidad que animaba la escuela estaba formada por personas
consagradas, y lo estará hoy, cuando la comunidad educadora es tan heterogénea. El
secreto de la escuela evangelizadora no está en el número de actividades sino en la
calidad de las relaciones; como el secreto de la evangelización no está en la magnitud o
la heroicidad del esfuerzo que desplieguen sus protagonistas, sino en la comunión que
promuevan.29
Sintonizamos con el pensamiento de Juan Pablo II, que, en la carta con la que
abría el nuevo milenio, proponía a toda la Iglesia un programa que él sintetizaba de esta
forma:
“Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: este es el gran desafío
que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al
designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo.
Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una
espiritualidad de comunión, proponiéndola como principio educativo en todos
los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los
ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se
construyen las familias y las comunidades.” (Novo Millennio Ineunte, 43)
Por eso, al final de esta reflexión, me quedo sólo con una propuesta que es, al
mismo tiempo, camino y meta.
4.2 La comunidad, contenido y método de nuestro proyecto
La comunidad representa el contenido y el método de nuestro proyecto
educativo; y aún hay que añadir: ella es también el sujeto. La comunidad como estilo de
vida es la propuesta que nuestra escuela plantea como meta, y así intenta organizarse
internamente: es un “ensayo de alternativa social” que adquiere, cada vez con más
nitidez, la forma y el contenido de una educación para la justicia y la solidaridad, a
modo de eje transversal que afecta a todo el desarrollo curricular y a toda la vida de la
comunidad educativa.30
Amplificar los márgenes de la comunidad educadora
El proceso hacia la comunidad sólo se puede impulsar desde una comunidad. Si
hablamos de la escuela como comunidad, en su sentido amplio, es sólo en la medida en
que existe la comunidad educadora, en sentido restringido.
¿Dónde ponemos los márgenes de nuestra comunidad educadora?
Tradicionalmente se limitaban a los profesores y el equipo directivo; sólo ellos
intervenían en la vida escolar. Pero esto ya no es así; o al menos, no puede seguir siendo
29
Cf. Congregación para la Educación Católica, Educar juntos en la Escuela Católica. Misión compartida de personas consagradas y fieles laicos (8 septiembre 2007), n. 13.
30 Cf. Id. n. 39.
30
así. Es necesario establecer lazos de comunión y favorecer la sintonía entre los que
están en el escenario, a la vista de todos, y los que están “entre bambalinas”, haciendo
posible que la acción en escena se desarrolle adecuadamente. Si no hay sintonía entre
unos y otros se romperá el hilo de la narración o aparecerá distorsionada.
Por otra parte, el escenario se ha prolongado enormemente. Las necesidades de
la educación en esta sociedad de hoy se han hecho de tal forma complejas que no
pueden ser satisfechas por una sola persona, el maestro profesional; por el contrario,
requieren la colaboración de una pluralidad de educadores que actúen todos en una
misma dirección, aunque desde distintos ángulos: los profesores de las diferentes
materias, monitores de "tiempo libre", animadores de grupos cristianos, "enlaces" con
instituciones sociales y eclesiales...
Crear nuevas estructuras de relación y encuentro
Esta diversidad de educadores tendrá que dar lugar a nuevas estructuras de
relación y encuentro que superen el "claustro de profesores", pero también que vayan
más allá del modelo “equipo” -centrado en la acción educativa- en favor de la
comunidad –que da prioridad a la relación interpersonal.
Ciertamente, el funcionamiento de la institución escolar exige un equipo
educativo que se reparta las tareas, y el director que ha de coordinarlas. Pero el proyecto
educativo no tendrá vida ni podrá contribuir a la gestación de la personalidad de los
educandos si no es elaborado, vivido y sostenido por una comunidad de personas que
han aceptado y decidido, no sólo elaborarlo y formularlo, sino también vivirlo juntos y
sostenerlo juntos para hacerlo vivir. Así es como todos los miembros de una comunidad
educativa se convierten en autores de un proyecto.
Buscar la motivación última en las necesidades de los alumnos
Podemos hablar de "comunidad educadora", y no sólo de "equipo de
educadores", en la medida en que está formada, sobre todo, por educadores
vocacionados, que, por tanto, han superado la perspectiva meramente laboral e incluso
la profesional, y se organizan en función de los alumnos, intentando dar la mejor
respuesta posible a las necesidades de éstos. A ello se orientan predominantemente las
reuniones de la comunidad. De igual modo, la obra escolar es considerada como medio
de satisfacer las necesidades educativas de los alumnos, más allá de los programas
oficiales, y más allá de lo legalmente establecido. Y entre los alumnos, los más
necesitados son objeto de mayor atención.
La voluntad de dar respuesta a las necesidades de los alumnos sitúa a la
comunidad en actitud de búsqueda y creatividad: no absolutiza las diversas estructuras
escolares sino que las somete a crítica para asegurar su validez actual: las mejora, las
cambia, inventa otras nuevas...
Promover la vida, el crecimiento y la maduración de la comunidad
31
- La comunidad ha de constituirse como lugar de amistad y valoración mutua;
ha de programar momentos de encuentro y celebración, de expansión y fiesta.
- Deberá dar gran importancia a la comunicación dentro del grupo, y esto tanto
más cuanto mayor es el número de componentes. Muchas otras deficiencias en
las relaciones y en el funcionamiento tienen aquí su raíz. Habrán de buscarse
cauces fluidos y eficaces que faciliten la comunicación: entre los directivos y el
conjunto del profesorado, de los educadores entre sí; de éstos con los demás
estamentos de la comunidad escolar.
- Ha de fomentar el diálogo en el grupo; que todos puedan expresarse, que se
estimule la participación de todos, el escucharse mutuamente. En la toma de
decisiones hay que procurar que, en lo posible, se haga por consenso o acuerdo,
y no mediante votación. Para ello es preciso pasar de la discusión al compartir:
discutir es exponer las propias ideas para defenderlas; compartir es proponer sus
ideas para enriquecerlas con las ideas ajenas; sólo el diálogo compartido hace
posible el progreso.
- La integración ha de llevarse a cabo, no mediante la reducción de las
diferencias entre los miembros del grupo, sino mediante su complementariedad.
Es frecuente, sobre todo en grupos reducidos, que se ahoguen muchas iniciativas
por temor a sobresalir, a sentirse apuntado con el dedo... Y hay que tener en
cuenta que la nivelación tiende a darse por el listón más bajo o más cómodo, no
por el más exigente.
Estas y más cosas que caracterizan a una comunidad han de situarse en un
proceso: La comunidad no es algo que uno se encuentra "hecho", ni siquiera cuando se
ingresa en una que lleva tiempo funcionando. La comunidad es siempre algo por
construir: desde el intento, siempre renovado, de acercamiento a cada una de las
personas; desde una actitud de diálogo que me obliga con frecuencia a dejar de lado las
propias opiniones para considerar las de los otros; desde la búsqueda conjunta de los
fines de la comunidad; desde el trabajo en equipo, con todas las dificultades que lleva
consigo, sobre todo para quien está acostumbrado a dirigirse "magistralmente" desde
una tarima a un grupo de muchachos que "sólo pueden escuchar". Habrá que superar
miedos, inseguridades, prejuicios,... Habrá que aprender a perdonar, olvidar, disculpar...
Estamos ante un camino arduo, si se quiere tomar en serio.
4.3 Evangelizar desde la comunidad de fe
“Evangelizar...” en la escuela o en cualquier otro medio, tiene siempre una
dirección y un objetivo bien precisos: anunciar la persona de Jesús Resucitado y
proponer su mensaje, el Evangelio, como estilo de vida. Ahora bien, anunciar a Jesús es
tarea y responsabilidad de los creyentes en Jesús; proponer el Evangelio es el
compromiso que asume la comunidad de creyentes, la comunidad de fe.
El proyecto educativo de nuestra escuela, siendo un proyecto evangelizador,
debe incluir como objetivo mostrar a Jesús y su mensaje a los alumnos y demás
miembros de la comunidad educativa en la medida en que éstos sean receptivos para
32
acoger la Buena Nueva. Pero para poder hacer esta propuesta es necesario que en el
interior de la comunidad educativa haya una comunidad de fe, que es quien asume esa
responsabilidad. Como la punta de la flecha marca la dirección de toda la flecha sin
separarse de ella. Ese papel era asignado tradicionalmente en nuestras escuelas a la
comunidad religiosa. Pero esto no puede ser ya así. Los creyentes de la comunidad
educativa, religiosos/as y seglares, han de asumir conjuntamente esa responsabilidad.31
En la nueva comunidad educativa que hemos descrito, la comunidad de fe debe
ser fermento de unidad. Siempre en unión con los demás miembros y trabajando codo
con codo, sin protagonismos que no sean imprescindibles, intenta que la escuela sea
realmente el ámbito comunitario en el que los jóvenes puedan iniciarse a la sociedad. Y
ha de ser un signo profético: deberá dirigir su denuncia profética sobre las estructuras
puestas en marcha para llevar adelante el proyecto educativo. Porque si se comprueba
que favorecen interpretaciones poco evangélicas: de dominio, de instrumentalización de
las personas, de dar más importancia a la eficacia que a la atención de los más
desfavorecidos,... será necesario transformar o eliminar tales estructuras.
Para poner en marcha la comunidad de fe entre los creyentes que ya colaboran
en la escuela, primeramente han de tomar conciencia de que la comunidad de fe ya
existe entre ellos aunque sea de manera germinal, y que lo único que han de hacer es
impulsarla a partir del punto mismo en que se encuentran. Así comenzarán a crear las
estructuras que acrecienten la comunión entre ellos y que les permitan ser fermento en
la comunidad educativa. A partir de ahí, déjense guiar por el carisma que ha dado origen
a esta obra de evangelización. El Espíritu, que estuvo presente en sus comienzos,
también lo estará hoy en la refundación, y seguro que no será ni menos claro ni menos
exigente de lo que lo fue entonces.
PISTAS PARA REFLEXIONAR EL TEXTO
o ¿Te consideras un buscador del tesoro?
o ¿Te parece realista el planteamiento de una escuela para la vida?
o ¿Cómo paliar la ruptura entre lo escolar y lo educativo, y entre la profesionalidad
y la espiritualidad de la educación?
o ¿Qué diferencia encuentras entre equipo de trabajo y comunidad?
o ¿Ves posible que en una escuela exista una “comunidad de fe” en la misma
comunidad educativa, sin que se convierta en un grupo de élite? ¿Crees que es
posible evitarlo? ¿Cómo?
31
Cf. Id., n. 55.