comunicación e identidad en la era de internet: un apunte sobre las comunidades de desplazados

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Comunicación e identidad en la era de Internet: un apunte sobre las comunidades de desplazados Comunicación e identidad en la era de Internet: un apunte sobre las comunidades de desplazados Ángel Badillo FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES. UNIVERSIDAD DE SALAMANCA Identidad y medios de comunicación En el siglo que acaba de terminar, los medios de comunicación se han mostrado como grandes articuladores de la sociedad de masas. Difundiendo discursos compartidos, los medios y en especial la televisión, han vertebrado una sociedad en la que la interacción personal no podría haber servido simplemente como articulador de identidad. Desde el interaccionismo simbólico, la sociología ha tratado de explicar, por diversos caminos, los mecanismo a través de los cuales se construye la identidad colectiva (véase, especialmente, Hall, 1996). Para autores como Berger y Luckmann (1968), la cuestión de la identidad se refiere siempre al individuo, no a los colectivos, aunque como apunta Schlesinger (1991) ésta es una visión muy restrictiva, que ve la construcción de identidades como externa y constrictora. Existe, sin embargo, la posibilidad de concebir la construcción de identidades colectivas como el resultado de procesos más complejos como la construcción de símbolos que interactúan con las expectativas y proyecciones de los individuos en permanente equilibrio (Sciolla, 1983, citada en Schlesinger, 1991; Hall, 1996). Esta dimensión simbólica es de especial importancia en el pensamiento de la identidad y la relación de ésta con las industrias culturales, porque, como dice Néstor García Canclini: “La identidad es una construcción que se relata. Se establecen acontecimientos fundadores, casi siempre referidos a la 1

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Publicado en Migraciones y redes sociales, 2002, ISBN 84-7800-760-1, pags. 39-50

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Comunicación e identidad en la era de Internet: un apunte sobre las comunidades de desplazados

Comunicación e identidad en la era de Internet: un apunte sobre las

comunidades de desplazados

Ángel Badillo

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES. UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

Identidad y medios de comunicación

En el siglo que acaba de terminar, los medios de comunicación se han mostrado

como grandes articuladores de la sociedad de masas. Difundiendo discursos

compartidos, los medios y en especial la televisión, han vertebrado una sociedad en la

que la interacción personal no podría haber servido simplemente como articulador de

identidad. Desde el interaccionismo simbólico, la sociología ha tratado de explicar, por

diversos caminos, los mecanismo a través de los cuales se construye la identidad

colectiva (véase, especialmente, Hall, 1996). Para autores como Berger y Luckmann

(1968), la cuestión de la identidad se refiere siempre al individuo, no a los colectivos,

aunque como apunta Schlesinger (1991) ésta es una visión muy restrictiva, que ve la

construcción de identidades como externa y constrictora. Existe, sin embargo, la

posibilidad de concebir la construcción de identidades colectivas como el resultado de

procesos más complejos como la construcción de símbolos que interactúan con las

expectativas y proyecciones de los individuos en permanente equilibrio (Sciolla, 1983,

citada en Schlesinger, 1991; Hall, 1996). Esta dimensión simbólica es de especial

importancia en el pensamiento de la identidad y la relación de ésta con las industrias

culturales, porque, como dice Néstor García Canclini:

“La identidad es una construcción que se relata. Se establecen acontecimientos fundadores, casi siempre referidos a la

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apropiación de un territorio por un pueblo o a la independencia lograda enfrentando a los extraños. [...] Los libros escolares y los museos, los rituales cívicos y los discursos políticos, fueron durante mucho tiempo los dispositivos con que se formó la identidad (así, con mayúsculas) de cada nación y se consagró su retórica narrativa” (García Canclini, 1993: 23)

El papel de los medios de comunicación ha sido y es clave para comprender la

dimensión reflexiva de la construcción de identidad, sus dinámicas de cambio y la

capacidad de grupos e instituciones para la producción y difusión de los símbolos y

discursos que cohesionan las comunidades (Price, 1995; Schlesinger, 1991, 154-155).

Los discursos funcionan, así, como un adhesivo social: “A group is held together by

what is special about it, and this “specialness” consists of information that members

have in common with each other and do not share with members of other groups”

(Meyrowitz, 1985: 54). Los vínculos entre nación y medios son así tan firmes como

para que autores como Gellner entiendan que la idea de discurso compartido es mucho

más importante para la cohesión de comunidades nacionales que el propio contenido

que se comparte (Gellner, citado en Schlesinger, 1991: 161); algo así como una

paráfrasis de la conocida máxima de Marshall McLuhan de que el medio (en este caso,

el sistema nacional de medios, la estructura nacional de la comunicación) es el mensaje

(Schlesinger, 1991: 161).

La cuestión crucial está en cómo los medios de comunicación se han convertido,

a lo largo de la segunda mitad del siglo que acabamos de dejar, en modificadores del

territorio en el que compartimos esos discursos comunes:

“A change in the structure of situations –as a result of changes in media or other factors– will change people’s sense of “us” and “them”. An important issue to consider in predicting the effects of new media on group identitites is how the new medium alters “who shares social information with whom”. As social information-systems merge or divide, so will group identities.” (Meyrowitz, 1985: 55)

En las sociedades tradicionales la relación entre la identidad y el territorio es

muy grande: para pertenecer a un grupo uno debe estar en el lugar adecuado

(Meyrowitz, 1985: 57). En este sentido, la explosión comunicativa del siglo XX nos ha

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enseñado la lección de cómo los individuos pueden tener acceso a los conjuntos de

información compartida con otros sin estar en el mismo lugar que esos otros,

especialmente dado que, usando la metáfora de Anderson (1991), los grupos de las

sociedades contemporáneas son comunidades imaginadas en las que los individuos

nunca llegan a conocer a los otros miembros de la nación personalmente. Con la

naturalidad de un aprendizaje de años, nos hemos acostumbrado a vivir rodeados de un

entorno simbólico complejo, en el que los discursos han saltado las barreras del tiempo

y del espacio. La interacción y las relaciones sociales ya no dependen más de la

presencia esencial simultánea y así la comunicación instantánea fomenta relaciones

entre “los otros ausentes” (Gillespie, 1997), tanto desde el punto de vista de la

producción de contextos comunicativos compartidos como en la interacción parasocial

(Horton y Whol, 1956) que surge con las personas que aparecen en los medios. Es,

digámoslo así, una forma de mediación de la interacción que produce resultados

equiparables a los de la interacción física, incluso si algunos autores hablan de ella

como pseudointeraccón o pseudocomunicación (Meyrowitz, 1985; Rasmussen, 1997),

porque no se basa en una verdadera interacción social:

“In so far as television creates solidarity and loyalty to specific social and cultural groups, it is not constructed out of social interaction among the members of the group.” (Rasmussen, 1997: 4)

Pero el propio tejido de medios ha superado ya el ámbito cultural de lo nacional.

Y esto de dos maneras. En primer lugar, el proceso de desregulación vivido por el

audiovisual en la Europa occidental durante los últimos veinte años ha creado un nuevo

tejido comunicacional basado no en el interés público, sino en la rentabilidad

económica. Para conseguirla, los nuevos actores de la comunicación de masas han

recurrido no tanto a la producción propia de textos culturalmente integrados en las

sociedades en las que están operando como a la compra en el mercado audiovisual

internacional, dominado por las productoras estadounidenses y las (escasas) grandes

corporaciones transnacionales. Este fenómeno ha dado como consecuencia una

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uniformización de los contenidos audiovisuales a nivel internacional que resulta

interesante desde muchas perspectivas, no sólo la sociológica. El otro fenómeno

paralelo es la aparición de verdaderos medios transnacionales, es decir, estructuras de

comunicación que difunden sus contenidos sobre comunidades cada vez más extensas y

complejas. No es una novedad: quizá uno de los valores más llamativos del audiovisual

en sus primeros años era su capacidad para traspasar fronteras. Este rasgo no sólo dio

lugar a innumerables experimentos técnicos, sino, con el paso del tiempo, a la aparición

de verdaderos medios transnacionales cuyo interés era el de la transmisión de

contenidos fuertemente ideologizados: desde Radio Pirenaica a Voice of America o

Radio Moscú representaron ese modelo. Pero se trataba de medios nacidos en el ámbito

de lo nacional para difundir propaganda sobre otros territorios. A partir de los setenta y

los ochenta, la aparición de los satélites de comunicación proporcionó una nueva

plataforma a estos medios para expandirse a nivel global y alcanzar audiencias

mundiales, con el único problema del idioma: CNN emitiendo una programación global

en inglés ha conseguido más prestigio que penetración real en muchos países; en

comunidades como la latinoamericana, la ventaja de la lengua ha hecho proliferar

programaciones transnacionales en las redes de cable de todo el continente, incluida la

de CNN en Español.

Como resultado de este proceso, ha ido naciendo, progresivamente, una industria

mundial de contenidos y, al tiempo, una verdadera esfera pública global orientada hacia

la defensa de los intereses políticos y económicos norteamericanos y con una profunda

imbricación en el neocapitalismo global (véase a este respecto Herman y McChesney,

1999). Así, la esfera pública nacional se ha roto no sólo como consecuencia de las

micropresiones de las culturas locales, sino también gracias a la fuerza con la que se ha

impuesto una verdadera agenda pública de lo política y económicamente global en los

últimos veinte años.

“Due to their very structure, global media promote a restructuring of cultural and social communities. Just as media

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such as the press, and later radio and tv have been very important institutions for the formation of national communities, global media support the creation of new communities.” (Hjarvard, 1999: 71)

Esta transnacionalización amenaza así con imponer una lógica discursiva

exportada por las grandes empresas TNC’s de la comunicación que ha llevado, por

ejemplo, en América Latina, a descubrir verdaderas estrategias de dominación (García

Canclini, 1988: 19). La metáfora de este nuevo sistema mundial de medios es la red

Internet, heredero o sustituto de los sistemas nacionales de comunicación (véanse

Carey, 1998; Holmes, 1997; Althaus y Tewksbury, 2000). Creada por la DARPA

estadounidense e impulsada y desarrollada después por universidades y centros de

investigación de todo el mundo1, la red se ha nutrido de las necesidades del capital

transnacional (Castells, 1996) y se ha convertido en un territorio comunicativo y social

sobre el que se han posado las mejores expectativas (o las peores dudas) en los planos

político, económico, cultural, social. Pero, indudablemente, la red ha demostrado su

capacidad para articular grupos de personas en nuevos grupos. Esas nuevas

comunidades son muy diversas, fragmentadas, superan las fronteras tradicionales de la

identidad cultural y están basadas cada vez más en los entornos simbólicos que les dan

soporte (club de fans de grupos de música, comunidades de chat, usuarios de foros de

discusión, colectivos que juegan on line, etc) (Hjarvard, 1999).

La identidad en la era de Internet

Si algo define a la red es, sin duda, la capacidad tecnológica que ha demostrado

para, siendo una plataforma digital, absorber las antiguas tecnologías de la

comunicación y transportarlas. Al fin y al cabo, el poder de los nuevos medios no sólo

1 No nos extendemos en revisar la evolución de Internet, pero recomendamos la historia de la red publicada por la

Internet Society y disponible en la dirección electrónica http://www.isoc.org/internet/history/brief.html

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radica en sus propias características, sino “from the ways in which it offsets or bypasses

the uses and chracteristics of earlier media” (Meyrowitz, 1985: 69). Es lo que se ha

venido llamando, en estos años, convergencia, una tendencia a la unificación de los

tradicionales medios de comunicación con las telecomunicaciones y la informática, que

proporciona el suelo común a todos ellos. ¿Qué significa esto? Nada menos que los

medios que tradicionalmente servían a la interacción personal (teléfono) y los que

servían para la difusión de discursos colectivos (radio o televisión) tienen ahora una

plataforma común de desarrollo, en la que ambos se combinan. Si desde el punto de

vista sociológico habíamos planteado que los discursos sociales y las interacciones

personales eran las dos herramientas principales en la construcción de identidades

colectivas, el surgimiento de las redes telemáticas y el proceso de convergencia han

venido a producir un nuevo territorio de dimensiones globales y que tiene la capacidad

de combinar los discursos y las interacciones: Internet es un medio que per se tiene las

condiciones idóneas para favorecer la construcción de comunidades y nuevas dinámicas

de interacción social (véan diferentes ejemplos en Hill y Hughes, 1997; Cooper y

Harrison, 2001)

Los nuevos entornos proporcionan nuevas herramientas, cada vez más sencillas

e intuitivas, de comunicación y de construcción de textos, de producción discursiva y de

interacción. Lo más llamativo de la relación entre estos dos aspectos es que la

construcción de la identidad en la red es plenamente discursiva, como ha puesto de

manifiesto especialmente Sherry Turkle (1997). Para Turkle, la construcción del yo en

los entornos de interacción de las redes telemáticas es discursiva (lo que podríamos

traducir por “eres quien dices ser”) y se basa en la construcción de personajes

(avatares, en la terminología de la red). Turkle analiza este asunto y lo entiende como

una herramienta de autoconocimiento y experimentación social, incluso terapéutica. En

el caso de los chats, por ejemplo, las identidades fluyen, cambian tantas veces como el

sujeto lo desea; en el caso de los MUDS (entornos de juego), hay personajes que tienen

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roles cerrados en la narrativa que se juega colectivamente que ofrecen la posibilidad de

una identidad paralela (Turkle, 1997: 229-264).

Y esa es una diferencia fundamental respecto a los medios tradicionales, que

generaban una pseudocomunicación, solamente discursiva. A principios de este siglo,

pensadores como Walter Benjamin o Bertold Bretch esperaban de los nuevos medios (la

radio y la televisión) un nivel de interactividad que les permitiera convertirse en

dinamizadores sociales de la democracia2. Sin embargo, ni la radio ni la televisión

parecen haber cumplido esa expectativa si lo comparamos con las posibilidades de

Internet (Schultz, 2000). Es precisamente el potencial de combinación entre discursos e

interacciones en el que proporciona a la red una capacidad de creación de comunidades

sobre sus usuarios como ninguna otra tecnología de la comunicación había logrado

hasta hoy. Estas nuevas comunidades están marcadas por una característica

transnacionalidad, a la vez uno de los rasgos clave de la red:

“The old media were unifying media, they assembled and sustained nations with real-time theater. In cyberspace, there is no center stage, however immense, cyberspace time is intensely decentralizing” (Nguyen y Alexander, 1996: 108 citado en Jones, 1998: 6).

O, en palabras de Rasmussen:

“Unlike the space of print, radio and television, the virtual contexts of ‘cyberspace’ consist of heterogeneous, isolated, selective and distinct stages of meaning-constitution. While mass media enhance homogeneity, incapable of adapting to social life as demarcated stages and segments, communication technologies enhance heterogeneity and relatively closed communication environments. While the linear space of mass media ignore memberships in social groups, the significance of social status, etc., communication technologies enhance such criteria.” (Rasmussen, 1997 :12)

2 Algunas de las ideas de Bretch sobre la radio pueden leerse traducidas en Bassets, Ll. (1981): De las ondas rojas a las

radios libres. Textos para la historia de la radio. Barcelona, Gustavo Gili.

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Es decir, que las nuevas tecnologías de la comunicación están proporcionando

marcos de cohesión que no están tan directamente enlazados con el estado nacional, no

son tanto homogeneizadores culturales como nuevos sistemas informacionales que

pueden convertirse en los territorios de cohesión de infinidad de comunidades sociales

(Bimber, 1999), que superan al estado desde lo multi-trans-nacional y que se cuelan

entre sus entresijos en lo micro-local y vienen a complementar con nuevos flujos las

sociedades multiculturales contemporáneas. Como propone la ONU en el marco para la

Conferencia Mundial contra el Racismo que tendrá lugar este año:

“Tolerance and multiculturalism are flourishing in many societies. New technologies offer opportunities and services at a lower cost than before, and can, if applied fairly, be tools of ending and not aggravating inequality.”3

La globalización cultural resulta, por tanto, uno de los fenómenos clave en este

proceso de extensión global de las industrias de la comunicación. Como apunta Mann

(1997), la mayor parte de los análisis sobre la cuestión se han concentrado en las

cuestiones tecnológicas, es decir, en la incorporación de las nuevas tecnologías como el

creador de dinámicas culturales de escala global que se vinculan a una nueva manera de

consumo de información. Preston y Kerr lo resumen en un texto reciente:

“Ironically, these academic views often closely parallel the constructions of digital multimedia products, markets and consumers which are advanced by the hegemonic industrial and policy elites –usually promoting a very instrumental vision of socio-economic change. They both suggest and evoke images of the autonomous, free-floating, global consumer, of highly individualized ‘digital beings’ roaming the global digital info-sphere, each simultaneously constructing and consuming his/her distinctive menu of information content.” (Preston y Kerr, 2001)

Para el análisis de estos autores, sin embargo, la globalización cultural no puede

ser contemplada con excesivo simplismo que muchos presumen, sobre todo por los

3 Véase http://www.ngoworldconference.org/about.htm. Véase también http://www.un.org/WCAR/

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procesos culturales y sociales implicados en el uso cotidiano de las nuevas tecnologías,

pero sobre todo porque “la globalización parece más una prescripción que una

descripción” (Preston y Kerr, 2001: 115).

Redes telemáticas y migración

Pero, ¿qué ocurre cuando cuando la comunidad vive fuera de su ámbito

tradicional de socialización? ¿Cuál es el papel de los medios en la creación y cohesión

de las identidades colectivas de los desplazados? En un trabajo esencial sobre el papel

de los medios de comunicación de masas en las comunidades de desplazados, Marie

Gillespie (1997), apuntaba lo siguiente:

“Por lo tanto, una perspectiva diaspórica reconoce los modos por medio de los cuales las identidades han sido y continúan siendo transformadas a través de la reubicación, del intercambio transcultural y de la interacción. La globalización de la cultura está profundamente implicada en este proceso. Las tecnologías comunicacionales internacionales y los productos de las corporaciones mediáticas transnacionales disuelven la distancia y suspenden el tiempo, y haciéndolo crean nuevas e impredecibles formas de conexión, identificación y afinidad cultural, pero también dislocación y disgregación entre personas, lugares y culturas.” (Gillespie, 1997: 40)

Muchos de los productos culturales a los que las comunidades migratorias

acceden, serían por tanto, reforzadoras de su identidad cultural originaria o, siguiendo a

Castells (1997: 30), articuladores de la identidad de resistencia. Por un lado, la

expansión de la red y el acceso global e instantáneo a la información ofrece por ello

esperanza para la supervivencia de la cultura de los pueblos desplazados; por otra,

resulta preocupante, por cuanto podría incrementar el aislamiento y la ausencia de

integración de muchas comunidades culturales en las sociedades en las que viven.

Recogiendo las palabras de Gillespie (1997), hay además una acusada tendencia de las

comunidades diaspóricas a conectar con los aspectos más tradicionales de sus culturas:

frente al proceso de mestizaje y renegociación (traducción, como optan por llamarlo

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algunos autores) de la identidad, aparecen con fuerza los referentes de los aspectos más

tradicionales de las culturas respectivas, convertidas así en falsamente estáticas y más

cómodas y seguras para sus comunidades. El peligro de los proyectos

“fundamentalistas de purificación cultural” (Gillespie, 1997: 49) resulta aquí claro.

Algunos autores diagnostican un miedo creciente y generalizado de “absorción cultural”

por políticas y culturas más amplias: “De este modo, la paradoja central de la política

étnica hoy es que lo primordial (ya sea del lenguaje o del color de la piel o del

vecindario o del parentesco) ha sido globalizado de tal forma que los sentimientos de

intimidad e identidad localizada pueden encenderse como sentimientos políticos a

través de espacios vastos e irregulares, mientras que los grupos que se trasladan

permanecen unidos a otros a través de las sofisticadas posibilidades de medios”

(Gillespie4, 1997: 49).

Resultado de este proceso, muchas industrias culturales tradicionales y otras

nuevas explotan las nuevas dinámicas para encontrar nuevos mercados. En palabras de

Appadurai:

“La desterritorialización crea nuevos mercados para las compañías cinematográficas, empresarios de arte y agentes de viaje, quienes prosperan con la necesidad de las poblaciones desterritorializadas de tener contacto con su tierra natal” (falta cita Appadurai)

O de nuevo con Gillespie:

“Tanto a través de las representaciones de los medios como a través de experiencias de viajes turísticos «regreso a la tierra natal», se construyen «paisajes mediáticos», étnicamente específicos, de «tierras natales inventadas».” (Gillespie, 1997: 50)

Siguiendo nuestro análisis anterior, esta construcción de etnopaisajes mediáticos

debería encontrar en las redes telemáticas un magnífico lugar de expansión. Sin

4 Gillespie escribe estas ideas siguiendo y parafraseando a Appadurai.

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embargo, Internet no es un lugar cuya entrada sea tan fácil como frecuentemente nos

gusta pensar. El gran problema social derivado del desarrollo de las autopistas de la

información es el acceso. Tanto hablemos de tener o no tener acceso (have or have not,

como se ha venido llamando a la cuestión) como de la aparición de una verdadera

fractura digital (digital divide), parece evidente que las comunidades más pobres no

tienen las mismas posibilidades de acceso a la red que las demás. Conectarse a Internet

es caro, por mucho que se empeñen nuestros gobernantes5. Y no todas las comunidades

pueden permitirse el lujo de pagar el precio, ni en sus países de origen ni, en muchos

casos, en sus países de destino. La diferencia entre las posibilidades de acceso a las

redes desde los países industrializados o desde los países en vías de desarrollo es

abrumadora, lo que hace que las posibilidades multiculturales de Internet sean, ante

todo, una esperanza.

Número de servidores de Internet por cada 1000 habitantes

23

34

55

82

0,21

0,38

0,59

0,85

1997

1998

1999

2000

paises OCDE no OCDE

Fuente: OCDE, 2001

5 Véase, especialmente, el informe de la OCDE sobre el llamado digital divide en

http://www.oecd.org/dsti/sti/prod/Digital_divide.pdf

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Por otro lado, la vertiente económica de la red ha hecho que las comunidades

más numerosas y cohesionadas tengan más interés comercial (tanto por la obtención

inmediata de ingresos publicitarios como por el posicionamiento en un mercado

emergente). Algunas comunidades culturales tienen así mucho más interés para las

empresas que otras. Por ejemplo, existen varios portales en la red destinados a la

comunidad transnacional árabe: Planetarabia.com nació el 17 de septiembre de 1999

como entretenimiento de Imad Benharouga y Ali Siddiqui, dos estudiantes de la

Universidad de Cornell, en Estados Unidos, y en los últimos dos años se ha convertido

en un lugar de referencia de la cultura árabe en Internet. Hoy, el portal se realiza desde

Estados Unidos como una zona de información y de comunidad social para los

musulmanes de todo el mundo, con versiones en inglés, francés y árabe, y con oficinas

en Casablanca, El Cairo y Dubai. Arabicseek.com, un portal de información que a al vez

contiene un interesante buscador de recursos árabes en la red, o Albawaba.com lideran

hoy la oferta de información a la comunidad árabe, cada vez más numerosa en la red.

Sin embargo, es muy difícil pensar en tendencias similares con otras comunidades. La

presencia de estos pueblos en las redes de la cultura global no va más allá del

testimonio6.

Aún así, la complejidad del fenómeno de la transnacionalización de

comunidades da a la red un papel esencial en las dinámicas culturales de las sociedades

del nuevo siglo, simplemente por su característica global que supera y erosiona los

viejos sistemas nacionales de comunicación desde la accesibilidad a los contenidos

producidos en el seno de cualquier otro sistema cultural. En palabras de García

Canclini:

“Las naciones y las etnias siguen existiendo. El problema clave no parece ser el riesgo de que las arrase la globalización, sino entender cómo se reconstituyen las identidades étnicas,

6Véase, por ejemplo, el portal de la Underepresented Nations and People Organisation, http://www.unpo.org/

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regionales y nacionales, en procesos de hibridación intercultural. Si concebimos las naciones como escenarios multideterminados donde diversos sistemas simbólicos se intersectan e interpenetran, la pregunta es qué tipo de cine y de televisión puede narrar la heterogeneidad y la coexistencia de varios códigos en un mismo grupo y hasta en un mismo sujeto.” (García Canclini, 1993: 23)

De cine y televisión, como dice Canclini, o de nuevas formas de comunicación,

como hemos visto más arriba. Las dinámicas de cambio que han de producir sobre las

identidades culturales son impredecibles y las posibilidades para las comunidades de

desplazados inmensas. Desde hace unos años, leer un periódico de cualquier lugar del

mundo, o participar en un foro de debate, o cruzar correo electrónico, se ha convertido

en una posibilidad (y cada vez más barata) para muchos –no todos, desgraciadamente–

desplazados. Hoy, la mejora en las tecnologías de compresion y difusión en la red

permite escuchar la señal de cientos de emisoras de radio, un proceso que llegará pronto

a la televisión y el cine7. Lo que es tanto como decir que las autopistas de la

información serán (son) muy pronto las redes por las que circularán la mayor parte de

los productos culturales cuya difusión estaba hasta ahora limitada por razones

tecnológicas, económicas y políticas a los estados-mercados nacionales. Los portales en

la red, mediante su combinación de comunidades virtuales que interactúan y discursos

verbales y visuales servirán como referente cultural a las comunidades de desplazados,

reproduciendo las dinámicas comentadas y produciendo nuevas formas de negociación

de identidades que hoy apenas podemos sí podemos esbozar.

Bibliografía

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Anderson, B. (1991): Imagined Communities: Reflections on the Origins and Spread of Nationalism. Londres, Verso.

7 Para localizar algunas de las emisiones a través de la red de radios y televisiones de todo el mundo se puede acudir al

sitio web de Real (http://realguide.real.com/tuner/) o al de Microsoft Windows Media (http://windowsmedia.com/mediaguide/).

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Comunicación e identidad en la era de Internet: un apunte sobre las comunidades de desplazados

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