columna de razta / recopilación 2005

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REVISTA COLUMNA DE RAZTA (ISSN 0719-2835) 1

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Columna de Razta ISSN 0719-2835 recopilación 2005.

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FELIPE VAN DE WYNGARD: TETRACAMPEÓN

En 2005, Felipe Van de Wyngard, representante del Club Deportivo Universidad Católica, predominó una vez más en el circuito nacional de triatlón obteniendo su cuarto título consecutivo. El 16 de enero, el triatleta cruzado logró además el impresionante registro de dos competencias ganadas en 24 horas, primero en Licanray y luego en Villarrica con un tiempo de una hora, 55 minutos y 31 segundos. Después de su histórico desempeño, Felipe Van de Wyngard declaró: “A pesar que no estaba al cien por ciento por el cansancio de la competencia de ayer, me sentí súper bien”.

En el Sudamericano disputado el 30 de enero en Villarrica, Vande fue un duro rival para el campeón vigente Reinaldo Colucci quien únicamente logró aventajarlo con claridad a escasos metros de la meta.

El 6 de febrero, Van de Wyngard obtuvo el bicampeonato del Circuito Olimpo al imponerse en el Triatlón Internacional de Valdivia con un tiempo de 57 minutos y segudos. En segundo lugar llegó el argentino Jorge Costa.

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LA ESTIRPE DE CAMPEÓN

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En la foto anterior puedes observar algunos de los jugadores campeones de 1975. Ellos dejaron el rugby cruzado en lo más alto luego de una década de espera. El espíritu de lucha que poseen nuestros rugbistas proviene de una mística que estuvo presente en la creación del club en 1937. No han sido contaminados por ambiciones desmedidas o conformismos, dan un valor a su camiseta y al deporte que practican que no podría dimensionarse con el dinero. Esa premisa tuvo plena vigencia con el equipo tricampeón del Torneo Central 2002-2004 y bicampeón del apertura 2004-2005.

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EL BICAMPEONATO DEL VOLEIBOL FEMENINO

En 2005, Universidad Católica consiguió el bicampeonato de la Liga organizada por la Federación de Voleibol de Chile. De la mano de Dominique Raab, histórica jugadora del club, las cruzadas derrotaron a Providencia en forma inapelable en los dos partidos de la serie definitoria.

Esta alegría se sumaba a la Liga obtenida por los varones durante la temporada 2004.

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EL COMIENZO DE UNA HISTORIA

Esta recopilación de la temporada 2005 de la Columna de Razta reúne algunas de las columnas publicadas durante ese año.

A fines de 2004, Pablo Zavala, administrador del sitio ucatolica.tk, luego denominado ucatolica.net y actualmente conocido como cducatolica.com, buscaba una nueva sección para su página dedicada a Universidad Católica. Fue ese el origen de la Columna de Razta, un fenómeno de culto espontáneo entre fanáticos del equipo cruzado. La primera edición o texto apareció a inicios de 2005. El proyecto sumó sus propias plataformas, por ejemplo columnaderazta.blogspot.com y otras redes sociales.

En poco tiempo, la Columna de Razta era un territorio conquistado para los fanáticos de Universidad Católica, pero su línea editorial

incomodó a quienes administraban el club. Hasta ese momento, los únicos cuestionamientos que recibían en medios cruzados emanaban de ceatolei.cl. En los estadios, había

una minoría entre la hinchada que mostraba su disconformidad, entre ellos Los Disidentes, pero la única respuesta que recibían era la represión de la fuerza pública.

En general, incluso entre los hinchas que no realizaban ningún tipo de cuestionamientos, existía la certeza de que los dirigentes decidían el futuro del club “entre cuatro paredes”.

Por aquella época, Osvaldo Hurtado declaró que era una costumbre en la institución repartir bonos tras un negocio importante y citó como ejemplo la transferencia de Mark González a Albacete en 2004. La respuesta del Presidente del CDUC, Jorge O’Ryan, fue que el club buscaba profesionalizarse. El funcionario rentado de la rama de fútbol, Andrés Tupper, aludido por la declaración de Arica Hurtado, hizo una distinción entre bono y comisiones. Hasta antes de esa polémica, nadie había mencionado la existencia de incentivos, aunque el cargo de gerente rentado formaba parte del organigrama desde hacía años. En 1991, Raúl Torrealba desempeñaba ese cargo, según declaró Alfonso Swett en la edición N° 224 de la revista Minuto 90.

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Tanto o más preocupante eran las ventas de terrenos de San Carlos de Apoquindo y el total hermetismo sobre los montos percibidos en esas transacciones. En el mejor de los casos, el desahogo financiero que los dirigentes obtenían a corto plazo hipotecaba el crecimiento del club si parte de ese dinero no era reinvertido.

Exceptuando a quienes fundaron el CDUC, rescataron al fútbol cruzado desde el ascenso o tuvieron un rol fundamental en administraciones que proporcionaron solidez deportiva o saneamiento financiero a la institución, los manejos dirigenciales en Universidad Católica fueron una constante a la hora de analizar las razones que limitaban su desarrollo en el fútbol.

En una época dorada del club en cuanto a la capitalización de recursos, como fue la década del 60´, hubo barbaridades administrativas como cancelarle el sueldo a cuatro entrenadores y a planteles excesivamente numerosos. Luego vino una reducción de gastos que finalizó con el equipo descendido en 1973, sin patrimonio financiero y con jugadores formados o con pasado en el club reforzando instituciones rivales.

En resumen, ningún emprendimiento creativo o de análisis que pretendiera el bienestar del club podía estar vinculado a una administración determinada.

La Fundación Club Deportivo Universidad Católica, organismo que administra los bienes del CDUC, posee las marcas asociadas a Católica.

Necesitaba un nombre que no pudiera ser reclamado en caso de que una opinión no agradara a Felipe Lamarca y Luis Felipe Gazitúa, una denominación antojadiza que en caso de ser impugnada quedara constancia con ese hecho de la necesidad de silenciar verdades que los hinchas gritaban por años sin ser escuchados. Además, ¿Cuántas veces en un título está enunciada también una mentira? Bastaba con ser sumisos y habríamos recibido favores, como ocurrió con otros supuestos hinchas que finalmente vendieron su pasión por dinero.

Difundiríamos la obra de los verdaderos soñadores, Ganchito Gómez, el presidente del club que iba a cantar a la barra, Jaime Perro Vásquez, Óscar Lihn y tantos otros que realmente merecían llamarse dirigentes.

Aunque la verdad posee fuerza por sí misma, existe un momento adecuado para que salga a la luz. Es frecuente que a un líder o referente de opinión lo inciten a inmolarse, luego volteará y notará que sus tropas se dispersaron antes de la batalla. En el fútbol chileno, en general, hubo situaciones de corrupción que nunca se pudieron probar. Los hechos o vicios

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reiterados reducen en la práctica la opción de una casualidad. Muchas veces una situación es evidente y reprobable, aunque no necesariamente ilegal. En Universidad Católica ocurrió lo mismo y la administración de los clubes deportivos escapa a la competencia de superintendencias y el poder judicial.

¿Quién obligará a un club deportivo a vender sus terrenos a precio comercial y no fiscal? La ley ni siquiera exige a tales instituciones que liciten o realicen concursos entre varios ofertantes. Descarta la posibilidad de una investigación que revele si sus dirigentes poseían intereses creados o conflictos de interés. Para la jurisprudencia, nada de lo antes mencionado implica un ilícito.

¿Cómo podíamos expresar nuestro repudio por situaciones como la de 1998? Fueron transferidos Alberto Acosta, Néstor Gorosito y Sebastián Rozental en años recientes, sumas que sobrepasaron los 10 millones de dólares en total. Luego hubo un nuevo traspaso de Acosta, las transferencias de Nelson Tapia, Javier Margas, Caté, Ricardo Lunari y David Bisconti, otros diez millones USD adicionales como mínimo, pero el balance arrojaba una deuda proporcional. Esos 9 millones de dólares de pasivo que arrojó la administración de Juan Carlos Benítez, presidente de la rama de fútbol, con cuatro millones de

arrastre desde la administración de Manuel Díaz de Valdez, no fueron investigados por la justicia debido a que el dolo, término utilizado para la apropiación indebida de recursos, sólo se aplica para las sociedades anónimas. El club decidió investigar la administración de Manuel Díaz de Valdés, pero no la posterior. De ahí surgieron la fórmula de los fanfics, apodos y otras claves humorísticas para informar de manera divertida situaciones que normalmente causarían enojo o desazón.

Analizando la estructura dirigencial del año 2005, no encontramos un reflejo coherente del nivel de influencia de los personajes involucrados. Felipe Lamarca asoma en la vicepresidencia del CDUC, aunque no existe otro dirigente con

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su poder dentro del club desde la época de Alfonso Swett. En su cuenta anual, Jorge O’Ryan dio la bienvenida a Luis Felipe Gazitúa al Directorio de la Fundación. Sin embargo, Gazitúa llevaba años siendo un dirigente de suma importancia dentro de la institución. En 2002, fue Gazitúa quien discutió con Juvenal Olmos por diferencias en cuanto al desarrollo deportivo del club. El funcionario rentado de la rama de fútbol en ese entonces era Andrés Tupper, reemplazado tres años después por Felipe Achondo Gazitúa. En cuanto al “Proyecto Santa Rosa de Las Condes”, Jorge O’Ryan aseguró en la misma cuenta anual 2005 que iba a proteger el patrimonio del CDUC ante la amenaza de expropiación por las obras de la Costanera y de paso se convirtió en rostro visible de esa iniciativa. El tiempo pone cada cosa en su lugar.

Durante la temporada 2005, hicimos un llamado a acompañar al equipo. Queremos creer que en esos 30 0 35 mil cruzados felices tras el penal de Jorge Polo Quinteros hubo una legión motivada por el misticismo que rescatamos en estas páginas, desde un rincón polvoriento o las penumbras del olvido.

El Torneo Clausura 2005 fue el primer título que cubrimos en terreno y, junto a la consagración del Basket UC en la Dimayor tras 19 años, una culminación perfecta para el primer año de la Columna de Razta.

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ALBERTO ACOSTA: SU HISTORIA CON LA FRANJA

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El Beto fue el máximo goleador del Campeonato Nacional en 1994, goleador de la Copa Libertadores 1997, campeón de la Interamericana 1994, campeón y goleador de la Copa Chile 1995 y campeón del Apertura 1997. Más allá de los números, marcó a varias generaciones por la potencia de su juego, una fórmula única entre talento, fortaleza y a grandes rasgos de precisión. Ganó el título de ídolo por llevar la camiseta y defenderla contra cualquiera, ser fiel al club, pese a las insistentes ofertas de nuestros adversarios, y realizar un esfuerzo sobrehumano en un momento determinante de la final del 97. Durante la campaña del 94, el Beto Acosta y Pipo Gorosito llamaron a la hinchada cruzada a asistir en masa al Estadio Monumental. En esa época era necesario ir con tánax. El administrador del casino era un guarén. Cuando la hinchada local vio ingresar a Pellegrini se pusieron de rodillas. Era la primera vez que veían a un tipo rubio y de ojos azules. Pensaron que era un elegido. Años después, con Johnny Walker les pasó lo mismo. Católica aún no ganaba en esa cancha por campeonatos nacionales y la dupla de seleccionados argentinos auguraba que esta sería la ocasión. Hubo total confianza. La hinchada respondió y en el codo sur, entonces libre de restricciones perimetrales a la barra visitante, flamearon más banderas de la franja que nunca. El resultado fue 2-0 con dos goles del Beto.

Luego uno de los clásicos universitarios más recordados de los últimos años. El Estadio Nacional lucía efervescente. El partido fue extraño, hubo una sospechosa permisividad del árbitro Salvador Imperatore. Fabián Guevara se tiraba en plancha contra Acosta para quebrarlo. El hermano chico de Víctor

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Hugo Castañeda, Cristián, hacía exactamente lo mismo. En una jugada en la media cancha, se produjo un hecho histórico mientras disputaban el balón el Beto y Luis Musrri. Curiosamente, Musrri tiró 95.000 patadas y codazos al Beto y no hubo pitazo. Acosta volteó y lo empalmó con una trompada extraordinaria, digna de las mejores jornadas de boxeo a nivel nacional e internacional. Nos dejó con uno menos y recibió cuatro fechas de suspensión, pero compensó todos los planchazos que Musrri había pegado en su vida. A la expulsión del Beto se sumaba la de Nelson Parraguez, quedamos nueve contra once, pero ya sabemos la historia. Hubo un pase largo de Gorosito, Sergio Fabián Vásquez, el destinatario de ese pase perfecto, dejó pagando a Chilenita Fuentes y Rogelio Delgado. La clavó en un ángulo con un frentazo extraordinario, ante la mirada atónita de Sergio Vargas, 1-0 y triunfo histórico ante el equipo de Marcelo Salas.

En la segunda rueda, el Beto marcó 4 goles a Unión Española ante 23.000 personas en San Carlos y lo expulsaron por “burlarse de la barra rival”. La barra rival, demás está decirlo, eran cuatro muchachos que iban disfrazados de bomberos por si había problemas. Fue una prueba más de que el campeonato estaba arreglado. En esa red de corrupción figuraban Eduardo Freicayuya, hijo de un gran hincha cruzado y verdadero caballero, Darío Robalderón, vicepresidente de la ANFP, y varios empresarios chilenos con instinto maternal. Según una carta de Orlando Sáenz a Ricardo Abumohor, Presidente de la ANFP entre 1993 y 1998, varios hombres de negocios hicieron un pozo para comprar a una parte considerable del referato chileno. No olvidemos que en la década anterior los árbitros se coludían para ganar la Polla Gol. El penal a Marcelo Salas en El Salvador estaba cobrado 8 meses antes, justo cuando Freicayuya fue elegido presidente honorario del club de sus amores. Para la última fecha del torneo, el mandatario pagó un chárter para que su familia festejara en el norte.

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Ese mismo año, el Beto marcó el segundo gol cruzado ante el Saprissa en Santiago. Pese a ser expulsado, obtuvo el primer título internacional a nivel de clubes de su carrera, la Copa Interamericana. Anteriormente, Acosta se había consagrado con la Selección de Argentina en Copa América 1993.

Hubo dos partidos de la Copa libertadores 1995 donde demostró destellos del camino que lo convirtió en un supercrack. Primero fue contra Millonarios. Falló dos o tres remates al arco desviando el balón muy lejos del travesaño, pero al siguiente lo clavó en un ángulo evidenciando que su confianza estaba intacta. Y también está mi anécdota favorita. Cuenta la leyenda que en la definición del grupo por Copa Libertadores, Mojorozco, presidente del adversario, propició una “bienvenida” al plantel cruzado en el Estadio Nacional. Quizás simplemente fue permisivo con delincuentes, pero sus públicas disputas con el Beto eran un antecedente de consideración. Por casualidad o no, una parte de la barra Los de Abajo esperó el ingreso del plantel cruzado a la bajada del bus. Cuando llegaron al camarín, la vestimenta del Beto estaba empapada de escupos. Entró a la cancha, hizo un amague fenomenal a Relojito Romero y convirtió un golazo que hasta el día de hoy es recordado. En total, anotó dos y Católica goleó por 4-1. Una vez más, Alberto Federico Acosta ratificó su condición de fuera de serie. La gran actuación del Beto en Copa Chile 1995, torneo donde anotó 5 goles en un partido por primera vez en su carrera, sucedió ante Ñublense en San Carlos de Apoquindo, nos permitió avanzar y quedarnos con el trofeo ante Cobreloa. A fines de ese año, Beto y Pipo fueron transferidos a Japón en cerca de siete millones de dólares. En la despedida realizada en el estadio precordillerano hubo intensas emociones. Meses antes, Acosta tuvo la posibilidad de irse al equipo del cual era hincha desde niño, River Plate.

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En esa oportunidad, no quiso propinarle una inquietud adicional a una hinchada conmovida tras la partida de nuestro querido Raimundo Tupper.

A principios de 1997, Alberto Acosta volvió desde Japón acompañado de David Bisconti, su nuevo socio futbolístico. El Beto mostró su jerarquía en el 3-0 sobre Palestino. Ratificó su gran momento futbolístico contra Deportes Concepción en un 7-2 contundente. Aunque David Bisconti convertía más, el Beto arrastraba marcas y era una figura desequilibrante. Acompañado del Tunga González en un principio y luego del mencionado Nazareno del Gol, su habilidad para zafarse de la marca, girar rápidamente y rematar al arco causaban estragos en los equipos rivales. Estuvo enorme el Beto en el clásico universitario del Apertura. Luego de un remate en el poste, marcó el 1-0 en el Estadio Monumental en un partido trabado y de máxima tensión. De esa campaña, tengo latente la imagen de Acosta encaramado en una reja del Municipal de Calama. Festejaba el triunfo por la cuenta mínima ante Cobreloa y en ese momento no era el consagrado artillero sino un hincha más. Entre los partidos finales, quiero detenerme en el decisivo 3-2 ante Puerto Montt. Ellos ganaban 2-0, con una actuación destacada del argentino Walter Otta. Puerto Montt confiaba el destino del partido a su cancha barrosa. Javier Margas fue expulsado y todo se volvió cuesta arriba, pero en el fútbol nada

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está escrito hasta que suena el silbato final. El ingreso de Aníbal Tunga González fue fundamental. El goleador chileno aguantó el balón y generaba espacios en el área. Empatamos luchando a muerte. Como si fuera la obra perfecta de un dramaturgo, Andrés Romero nos dio el triunfo en los últimos minutos liberando un caudal de alegría que desde el sur inundó el país deportivo. Un reportero entrevistó al Beto con TVN transmitiendo en vivo y él se despachó una frase de antología: “A todos esos que decían que arrugábamos, se la pusimos bien”. Hasta Sergio Livingstone festejó tales palabras.

Teníamos que ir a definición con Colo-Colo varias semanas después y el ambiente previó se calentó por las declaraciones de Marcelo Espina. Se referió al pasado en su club de dos jugadores que se estaban jugando a muerte por Católica, Margas y Pizarro. “Ellos llevan la camiseta de Colo-Colo debajo”, lanzó desde la otra vereda. Ricardo Gabriel Lunari respondió: “Si, se ponen la polera más fea que tienen para dormir”. En el primer partido debimos ganar, pero faltaron los goles. Convirtió Ivo Basay para ellos y perdimos 1-0 sobre la hora. Mario Lepe empalmó a Mario Salas, un jugador mediocre que pegaba más que el Neoprén. Después del encuentro, Nelson Tapia recriminó a Fernando Solabarrieta sus efusivas felicitaciones en cámara a Fernando Vergara.

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Antes del encuentro definitorio en el Estadio Nacional, al menos 2 radios tocaron el himno de Colo-Colo dándoles el título por anticipado. Una de ellas fue aquella que transmitía El Chacotero sentimental, el Rumpy, identificado con el clásico adversario, advirtió a su DJ que no festejara por anticipado. Pese a este ambiente triunfalista del adversario y su gente, la hinchada cruzada creyó en la hazaña y asistió en masa al Estadio Nacional. A los 2 minutos, Caté desbordó por la derecha y envió un centro alto y milimétrico. Saltaron a cabecear Beto Acosta y Pedro Reyes. Aunque el cabezazo no era su especialidad, el Beto sacó medio cuerpo de ventaja y clavó un frentazo descomunal en el arco de Marcelo Ramírez, una estocada de la cual nunca pudieron recuperarse. Parecía que se había elevado con la ayuda de Raimundo Tupper, como si el Mumo desde el más allá hubiera puesto la espalda, los hombros o ambas manos juntas, tal como los niños del barrio ayudaban a otros a trepar muros. Era una noche mágica. Sin duda, Mumo, con su sonrisa radiante y estampa de buen muchacho, había salido junto a sus compañeros a la cancha para ver al cruzado campeón. El rival nunca esperó que Acosta los castigara a través del juego aéreo. Sólo Pelé podía elevarse de esa forma, y tengo la impresión de que el Beto habría sacado ventaja a Iván Zamorano. Fue un gol desde el fondo del alma. Fue la impotencia de caer derrotado días antes transformada en gol, arte y júbilo. Fue el grito de los hinchas llevado a la cancha con mano maestra. Fue el salto heroico de Arturo Prat sobre el Huáscar. Fue la lucha de Lautaro contra los españoles en reemplazo de Colo-Colo, un mapuche más conocido por integrar un consejo de ancianos. Fue la mano de Dios. Fue Alberto Federico Acosta, un ídolo del pueblo cruzado. Su gol había entrado al pabellón selecto de esos momentos que trascienden generaciones. David Bisconti nos puso 2-0 arriba y luego Beto en una avivada provocó a Marcelo Ramírez para que lo empujara. El arquero colocolino pisó el palito y quedamos con un hombre más en la cancha. El resto fue un baile extraordinario. Ricardo Lunari marcó el tercero y comenzó a celebrar. Lo echaron de la cancha y esa situación fue conocida como La expulsión feliz, mucho más importante que El gol triste de Marcelo Barticciotto, debido a que ocurrió en el contexto de un título. La hinchada recordó con sus cantos a Raimundo Tupper. En medio de los abrazos, el Mumo sonrió desde el cielo, dejando una senda de estelas que encendieron la séptima estrella en nuestro firmamento. Católica era campeón del Torneo Oficial después de una década. Alberto Acosta había cumplido su promesa. Agreguemos que el Beto se fue a fines de 1997. Los dirigentes jamás perdonaron el incidente donde pateó el escudo de un paco que había empujado a Nelson Parraguez. Ocurrió en un robo descarado de Eduardo Gamboa contra Audax. Acerca de la transferencia del goleador, Juan Carlos Benítez comentó era prudente deshacerse de un jugador “mayor de 30 años”. Gracias a Dios los dirigentes no juegan.

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Ese argentino que rehusó una millonaria oferta de Colo-Colo a comienzos de 1997 en Buenos Aires, después de ser visitado por Dragonicevic y VerPIGara, que rechazó la fortuna ofrecida por Mojorozco, y estuvo cerca de volver a Universidad Católica el año 2001, por petición de Juvenal Olmos, era un hombre de principios, un muchacho de pueblo muy bien nacido. Cuando era muy joven, Beto, formado en Unión de Santa Fe, estaba impresionado con el nivel de los compañeros de San Lorenzo. Era su primer entrenamiento con ese equipo y no tuvo un buen desempeño. El Bambino Veira se acercó a él y en forma de reprimenda preguntó: “Acosta ¿Usted de qué juega?”. El Beto contestó con la personalidad que caracterizó su trayectoria en las canchas: “Quédese tranquilo, que yo le voy a responder”. A los cruzados nos retribuyó con creces. Se llama Alberto Federico Acosta y permanecerá en nuestros corazones para siempre.

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RAIMUNDO TUPPER: DESBORDANDO DE LA TIERRA AL CIELO Y PRESENTE EN TODAS LAS COPAS

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En Primera División, Raimundo Tupper jugó 8 años y medio. En ese tiempo, ganó diversas copas y un lugar imborrable en el alma de los hinchas. Ni muriendo mil veces el Mumo será olvidado. Cuando respiraba y latía su corazón, abrazó a sus padres, compartió con los amigos, se puso la franja y entró a comerse la cancha, aunque fuera en estadios construidos a gran altitud en Copa Libertadores. Raimundo Tupper nunca supo de traiciones. Vivió sólo 26 años. Jamás le faltó el respeto a nadie y su camino quedó sembrado de defensas. Nos dejó un montón de alegrías a los cruzados, como aquella definición descomunal ante Colo-Colo en la Liguilla de 1994.

En 1987, el Mumo integró el plantel campeón de Católica, tuvo una participación destacada en el Mundial Juvenil donde Chile llegó cuarto, y levantó la copa del Campeonato Nacional de la categoría con jugadores como Del Canto, Estay, Tudor y otros. En un principio, Raimundo jugaba de puntero y fue así como participó de la Copa Libertadores 1988. Católica enfrentó en esa edición a Nacional de Montevideo. Empatamos 1-1 en Santiago 1-1, con un gol anulado a Luka Tudor por una “Jugada peligrosa” inexistente, y en el Centenario igualamos 0-0. Marco Cornez tapó hasta el viento. En esa versión de la Copa se aplicó el gol de visita, y tal como en 1984, ante el Independiente de Bochini, Trossero, Reinoso, Percudani, quedamos fuera sin ser menos que el equipo campeón del torneo.

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Por su amabilidad, Mumo fue querido por todos en el ambiente del fútbol. Su actuación en el Mundial Juvenil ratificó las condiciones que exhibía en cadetes. En noviembre de 1988, definió un clásico universitario. El año anterior la franja había ganado los dos partidos contra los chunchos y el resultado de la primera rueda fue un empate 0-0. Era el segundo clásico para Mumo y Luis Musrri, otro ex mundialista de Chile 1987.

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Luka Tudor enfrentó a los 48 minutos a Héctor Díaz, un jugador que rotaba en los puestos de central, contención y delantero. Tudor retrocedió el balón para Mario Lepe, el capitán vio libre al Mumo a su derecha. Raimundo Tupper se despachó un bombazo al arco de Georgetti. El argentino no atajaba ni un globito con pelota de playa, pero se estiró más que una luca para almuerzo, minas, fotocopias y tintorrio en épocas estudiantiles, golazo y triunfo para Católica. En el año en que Universidad de Chile bajó a Segunda División, los cruzados nos quedamos con el clásico con gol del Mumo. Tras el partido, Revista Triunfo juntó para una entrevista al Mumo y Musrri, que al lado de Tupper parecía protagonista de Mea Culpa. Cuando el hachero decía que “El partido estuvo parejo”, el Mumo lo dejó haciendo sapitos: “Un gol fue muy poco para la superioridad de Católica, debimos hacerles más”. El Mumo era muy reservado, pero amistoso en el grupo. Era fanático de Silvio Rodríguez. Todos creíamos que el Mumo lo tenía todo. En 1989, una revista lo fotografió de vacaciones en Viña asoleándose con una polola muy bonita. Por esos años, una empresa acordó donar a la beneficencia un monto determinado por cada gol que convirtiera. El Mumo aceptó al instante. En 1991, Raimundo Tupper celebró la Copa Chile con la franja. Aunque la era de Vicente Cantatore fue irregular, el equipo se fortaleció con la potencia de Leo Contreras, la salida limpia de Chemo Del Solar, el quite y apoyo de Mario Lepe y Nelson Piri Parraguez, la magia de la Vieja Reinoso y el olfato goleador del argentino José Percudani. Alcanzó los logros más importantes en los años más difíciles de su vida. Un hombre ajeno a la institución, Mirko Jozic, ex entrenador de Colo-Colo y seleccionador nacional entre 1993 y 1994, estaba encantado con su juego. El croata convocó al Mumo por su técnica en velocidad y salida explosiva. Cuando Chile se preparó para jugar un amistoso con Francia en tierras galas, Anibal Pinto, arquero en ese entonces de Melipilla, conversó con otros jóvenes acerca de sacarse fotos y pedirle un autógrafo a Jean Pierre Papin, estrella del AC Milán. El Mumo los retó: “Vayan y háganle un túnel, olvídense de los autógrafos”. En ese mismo viaje, los jugadores nacionales debieron llenar un formulario en el aeropuerto. Les preguntaron la religión que profesaban. Luka Tudor escribió “Católica”, y Anibal Pinto, que tiempo después sería arquero del rival clásico, puso “Melipilla”... Francia ganó 3-1 y el descuento de Chile es cuento aparte. Iván Zamorano estaba en una sequía goleadora de 8 meses. Había perdido tantos goles a dos metros del arco que el presidente merengue, Alfredo Mendoza, había comprado unos bototos y los lustraba con cerita deluxe esperando el día para empalmarlo. Zamorano no tenía confianza y estaba absolutamente bloqueado. Raimundo Tupper lo habilitó en forma perfecta ante los galos y el delantero pudo convertir.

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En la campaña de la Libertadores 1993, Raimundo Tupper abrió las defensas visitantes. Jugando como lateral, su juego ensambló perfectamente con la movilidad de Barrera, la explosión de Lunari y el talento goleador de Almada. Leo Contreras y Daniel López necesitaban una salida expedita y el Mumo cumplió en la copa una de las actuaciones más notables de su carrera. Sin la aceleración y resistencia de Raimundo Tupper, virtudes que se sumaron al nivel superlativo de un grupo de humildes transformados en grandes, difícilmente habríamos alcanzado instancias decisivas. Ese equipo que tuvo en las cuerdas a Sao Paulo habría estado cortado en dos mitades, restringido a los pases largos de Charly Vázquez desde el fondo o las subidas de Moto Romero. La dinámica del Mumo además fue fundamental en la obtención al año siguiente de la Copa Interamericana, el primer título internacional de nuestra historia. El partido disputado en Santiago era adverso por el resultado de la ida y su velocidad contrarrestaba la marca pegajosa de Saprissa. El Mumo no daba pausas, soportaba los golpes sin reclamar y cada día crecía en su juego. A finales de 1994, Católica, pese a su inmensa superioridad a los equipos nacionales, debió jugar la liguilla. Esa edición fue dirigida por árbitros argentinos para que Robles Manolarga, Salvador Imperdonable y otros no siguieran robando. Quedó en nuestro recuerdo el desborde del Mumo por la izquierda y su empalme con borde interno de la pierna derecha para bombear el balón al segundo palo de Marcelo Ramírez. El arquero quedó mordiendo el pasto. Nos habían sacado el campeonato del bolsillo, pero la franja de Lepe, Piri, Beto, Pipo y del Mumo era gigante. Raimundo Tupper, el obrero virtuoso, permitía que el cruzado festejara con plenos merecimientos. Perdónanos a todos Mumo. No supimos que una sonrisa, los abrazos, la felicidad en la dedicatoria del gol a los hinchas contenían una despedida. La vida dolía como una herida que no cerraba nunca, pero en la cancha no dudabas en brindarte por los colores. Recuerdo el partido donde Raimundo Tupper tapó la boca de quienes criticaban su marca. Es difícil el paso de delantero a lateral, Rubén Espinoza y Andrés Romero no lograron adaptarse en un día. Luis Pérez nunca quiso ser lateral izquierdo, pese a la insistencia de Ignacio Prieto. La mejor actuación de Mumo como lateral fue ante River Plate en la Copa Libertadores de 1995, la última que jugaría. Hay una jugada en la mitad de la cancha, frente a Campeones, donde Raimundo Tupper reventó a Enzo Francescoli. Por su parte, Moto Romero barría como una pluma al Burrito Ortega. Los laterales ganaron sus duelos y el partido. Fue 2-1 para nosotros. A Rozental le anularon el 3-1 por un offside inexistente. Cada jugador cruzado tuvo la satisfacción de ser inmensamente superior durante los 90 minutos. Cuando el estadio cantaba celebrando el título de Copa Chile 1995, Raimundo Tupper estaba ahí. También se presentó para inclinar la cancha a nuestro favor. Ayudó al Beto en su salto en 1997 y finalmente nos quedamos

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con el título del Apertura. En el instante en que Chandía dio el pitazo final ante Rangers en el Apertura 2002, el Mumo vino otra vez de paso para deleitarse con los cantos de la hinchada y la vuelta olímpica de la octava estrella. Bajo los fuegos artificiales, los cruzados recordaban al “Mumo querido”. También pensé en mi padre, un cruzado de corazón fallecido meses antes. Estoy seguro que estaba ahí, al lado tuyo. Doy por hecho que un ceatoleí gritado desde el fondo del alma llega a todos lados y asoman los colores de tu camiseta en medio del paraíso.

Raimundo Tupper nos unió a los cruzados y fue el hermano e hijo que habría enorgullecido a todos los hinchas. Su alejamiento en Costa Rica propició que muchas familias tomaran conciencia. Hablan de suicidio quienes no saben que la depresión endógena araña el alma. Es necesario gritar por ayuda, en un cuerpo que callará porque conspira contra su dueño. Dios recibe a quienes pone las pruebas más duras para llevarlos a su lado primero. Sé que cuando saltaste al vacío cansado de una vida que dolía, el propio Dios te tomó en brazos y acarició tu cabeza como a un niño. Mientras los demás sepultaban los restos, tu sonreías igual que al batir a Ramírez en esa liguilla. Serás por toda la eternidad un cruzado leal en el cielo y estarás vivo hasta que muera el último de nosotros. Entonces podremos darte las gracias por tanta pasión brindada por la franja. Como despedimos a jugadores que saludaban hacia la galería en su último partido, los cruzados te cantaremos antes de llegar al paraíso.

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IGNACIO PRIETO: UN VERDADERO MAESTRO

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Junto a Alberto Fouilloux, Néstor Isella, Julio Gallardo, Polo Vallejos, Washington Villarroel, Esteban Varas, Armando Tobar, Fernando Ibáñez, Juan Barrales, Rómulo Betta y otros jugadores destacados, Ignacio Prieto dio la vuelta olímpica con Universidad Católica en el torneo de Torneo Oficial 1966. Fue un equipo mayoritariamente hecho en casa. En esa campaña de 1966, don Nacho marcó en 6 oportunidades. Convirtió el tercero del 3-1 sobre Unión, 25 de septiembre, 33.732 personas en el Nacional; el tercero y el séptimo del 7-0 a Santiago Morning, 16 de Octubre, 4.762 espectadores en Independencia; el tercero del 3-1 sobre O´Higgins, 15.240, Estadio Braden; el segundo del 2-0 sobre La Calera, 72.577, Estadio Nacional; y el primero de la franja en la derrota 5-3 contra los chunchos, 77.890 espectadores, Estadio Nacional, cuando ya éramos campeones.

Sus comienzos no fueron fáciles. Pese a sus condiciones, mientras Andrés Prieto era el técnico decían que Ignacio jugaba por el parentesco. Finalmente demostró que se equivocaban. Era un jugador distinto para la época en cuanto a dinámica y su rendimiento lo llevó tiempo más tarde a la Copa del Mundo de Inglaterra 1966. Don Nacho tuvo rodaje internacional en Francia,

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pero fue vistiendo la camiseta de Nacional donde obtuvo sus mayores logros como jugador. Se coronó campeón de la Copa Libertadores con los uruguayos y su equipo posteriormente ganó la Copa Intercontinental. Mujica fue un compañero de esa época. Se enfrentaron como entrenadores en las semifinales de la Copa Libertadores 1984. Universidad Católica había alcanzado el título de la Serie B en 1975, pero sus campañas en Primera División a fines de los 70´ eran discretas. Entre el ocaso de esa década y principios de los 80´ desfilaron en la banca Orlando Aravena, Pedro Morales y Luis Santibáñez. Corría el año 1983 y el presidente Alfonso Swett no tenía a quien recurrir, aún no se reponía del día en que llamó a Orlando Aravena para pedirle cuentas del rendimiento y el DT no paraba de rascarse. Sin embargo, el trabajo de Alberto Fouillioux e Ignacio Prieto en cadetes ya había dado frutos. El campeonato mundial Sub 19 obtenido en Croix 1980 fue un antecedente decisivo en la búsqueda. Don Nacho Prieto era el técnico indicado. Con sólo 4 meses a cuestas en el cargo, Ignacio Prieto llevó a la franja a conquistar su primer título en Primera División desde el Torneo Oficial 1966. Fue la Copa Polla Gol 1983 y su ciclo no paraba de incrementarse porque más tarde sumó la Copa de la República 1984.

En Copa Libertadores 1984, en el partido disputado en Santiago, Universidad Católica tuvo en las cuerdas al Independiente de Bochini, Percudani, Burruchaga, Trossero, Clausen, Marangoni. La final acabó por escaparse frente a los uruguayos de Nacional en Montevideo. Los uruguayos nunca

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quisieron jugar en Santiago para completar el grupo. Sin embargo, ese año el Nacho y sus dirigidos no estaban para sinsabores, tras derrotar 3-2 en España al Barcelona por la final del Torneo Ciudad de Palma, Católica se adueñó del Torneo Nacional tras 18 años de búsqueda. En la Liguilla que definió al campeón. fue una aplanadora frente a Cobreloa y Unión Española. Luego realizo un partido muy cerrado frente al Cobresal más poderoso en la historia de los nortinos.

El título de 1987 comenzó a gestarse en la pretemporada de San Vicente de Tagua Tagua. La reestructuración de un plantel que había logrado Liguillas y tres títulos fue una obra de relojería. Debió costarle varios desvelos a Prieto, muchos de los jugadores que partían contaban con su sello desde juveniles. A varios día a día les contaba sus secretos de campeón continental para que se abrieran paso en el fútbol. El fruto de ese trabajo desencadenó en una campaña asombrosa. Ignacio Prieto fue la cara opuesta de Manuel Pellegrini y los planteles millonarios de mediados de los 90´.

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Don Nacho elegía los refuerzos con pinzas. Buscaba jugadores muy económicos y rendidores. Por ejemplo, Alexis Noble, uruguayo de rol positivo en el título 1984, y Juan Ramón Isasi, autor de goles en las finales de Copa Polla Gol y la Copa de la República. Otros casos destacables fueron Gerardo Reinoso y Sergio Fabián Vásquez, ambos de un nivel superlativo en cuanto a los montos desembolsados; Ricardo Lunari, delantero de Newell´s transformado en volante ofensivo; Marco Cornez, reclutado de Palestino en 1984; Jorge Pindinga Muñoz, traído desde Huachipato en 1986; Luis Pérez

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en 1985 y Eduardo Vilchez en 1987, provenientes de Magallanes; Alex Patato Martinez, volante de creación que transformó en el mejor lateral izquierdo de 1987; Jorge Coke Contreras, repatriado desde Las Palmas en 1989 ¿Se equivocó en alguno? No. Fueron desequilibrantes. Además, Ignacio Prieto imprimía a sus equipos el juego asociado y la mística de la franja.

Puedes apostar a que Ignacio Prieto, cinco veces campeón con nuestro equipo, habría levantado la Copa Libertadores tarde o temprano con la franja. En 1984 estuvo mano a mano con Independiente, en 1988 empató ambos partidos con el campeón Nacional, en 1993 tuvo a Sao Paulo al borde del nocaut. Con Acosta y Gorosito, más la base conformada en 1993, ponle la firma, lo habría conseguido. A fines de 1993, la dirigencia había transferido a Almada, Reinoso, Lunari, José Cardozo, pero no realizó grandes desembolsos para reemplazarlos. Ignacio Prieto fue exonerado despiden por quedarse fuera de la Copa Libertadores siguiente. Él había pedido a Marco Antonio Etcheverry para reemplazar a la Vieja Reinoso y Alfonso Swett se negó, pese a que el pase del boliviano costaba 300.000 USD y Reinoso había sido vendido en dos millones. En 1994, Ignacio Prieto ganó la Copa Chile con Colo-Colo. No pudo celebrar, tenía el corazón en otro lado. Aún en medio de la querella al club de la franja por sus remuneraciones, y la disputa con los dirigentes, en el corazón estaban intactos sus recuerdos de guerrero cruzado. Tiempo después se hizo cargo de

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las fuerzas básicas del Cruz Azul, pero aquel escudo de Independencia y San Carlos de Apoquindo estaba grabado en su alma a prueba de fuego.

Ignacio Prieto, el técnico más exitoso de la franja, jamás ha vuelto a nuestro club, pero aquellos que vivimos en su época dorada como técnico conocemos su valía. Llenaba el mediocampo con un volante de marca extra en clásicos y en partidos de visita, pero fue así como conseguía y sumaba resultados con planteles atiborrados de muchachos empeñosos. Sólo cometió el error de apretar arriba en Sao Paulo, cuando debía esperar en 3/4 y reforzar su defensa, muy permeable a los mano a mano contra jugadores veloces, como había quedado demostrado en Santiago ante el América y los ataques de Harold Lozano, pero la final alcanzada fue un logro inédito y la meta que debimos superar. Al año siguiente, esa campaña nos abrió las puertas a una Copa Interamericana bajo el mando de Manuel Pellegrini. Ignacio Prieto asumió la banca cruzada cuando vivíamos de un pasado glorioso, e hizo levantarse al cruzado con orgullo hasta verle en la galería, en las calles, en el barrio y en las oficinas, flameando banderas en los años 80´, dedicándole el ceatoleí a quien quisiera escucharle a lo largo del mundo. Las personas nobles no tienen sangre azul. Esa es una falsedad absoluta. Por las venas de los grandes corren ríos rojos, pero el alma es la que lleva la camiseta. En el caso de don Nacho Prieto, no es la de Nacional, pese a todo el cariño que toda la vida profesarán los uruguayos, es la de Universidad Católica, una pasión que jamás ha olvidado. Dirigente, olvida tu miedo a perder el poder y entiende que las puertas cerradas no corren para quienes nos han transformado en la institución deportiva más grande de Chile. Hay niños que merecen aprender de un verdadero maestro.

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JOSÉ MANUEL MORENO: UN GRANDE DE LA FRANJA Y EL MUNDO

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Antes de que probara suerte en River Plate, José Manuel Moreno, El Charro, fue desechado por Boca Juniors. El destino lo llevaría años después a Independencia, pero vamos por parte. El 11 de agosto de 1935, debutó con el equipo de Núñez y se fue en 1944. Obtuvo 4 campeonatos con el elenco argentino, también vistió las camisetas de Universidad Católica, España de México, Boca Juniors, Defensor de Montevideo e Independiente de Medellín.

Nuestra historia reseña su trascendental paso por las canchas chilenas. Pronto cumpliría 33 años cuando fue visitado por los emisarios de la franja. Gracias a sus actuaciones con “La máquina” de River y el seleccionado argentino, José Manuel Moreno ya era considerado uno de los mejores jugadores del continente. Por su espíritu emprendedor y llano a los desafíos, al Charro

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le encantó la idea de venirse a Chile. Hasta antes de su llegada, nuestras mejores actuaciones había sido un 4° lugar en 1943 y un 5° puesto en 1944. Aunque el equipo cruzado contaba con jóvenes de grandes condiciones, y una figura indiscutida como Sergio Sapo Livingstone, hacía falta una cuota de magia.

La Franja desembolsó 1.500.000 de pesos por su fichaje, un escándalo para la época, y ya en la segunda fecha los hinchas cruzados se frotaban las manos. Universidad Católica enfrentó a Colo-Colo y todas las miradas recaían en la refulgente estrella. Ganó la franja 2-0 con un gol de Moreno y otro de Fernando Riera.

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El camino hacia la primera estrella comenzaba a trazarse con un director de orquesta magistral. Moreno era eximio ejecutante de formidables cabezazos, gambetas, tacos y pases al milímetro. El equipo cruzado fue el más popular del año colmando la cancha de local y visita. Sus presentaciones en cada rincón del país fueron celebradas como un espectáculo imperdible. Algunos testigos de la época describían así las cualidades del Charro:

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“Moreno fue el 50% de ese título, prácticamente lo ganó él. Después no he visto a ningún jugador así. Era el interior derecho y mandaba todo el equipo. Era inteligente, no corría por correr, y su principal virtud era el cabezazo y no sólo por su buena estatura si no porque tenía muy buen brinco. Era un conductor extraordinario, un maestro. Me acuerdo que una vez tomó al chico Hernán Carvallo por la espalda y le dijo que en el fútbol, más que correr, se tenía que jugar con la cabeza”, Rodolfo Almeyda. “Para mí, los mejores jugadores de todos los tiempos han sido tres: Di Stéfano, Pelé y Moreno. Con eso le digo todo. y considerando a una gran cantidad de jugadores como Eusebio, a quien tuve la ocasión de dirigir en Europa. Moreno fue un grande y lamentablemente las generaciones posteriores se lo perdieron, porque en esa época no había televisión”, Fernando Riera. “Ha sido el mejor extranjero que ha actuado en Chile. Lo malo fue que no jugó en Europa como Di Stéfano. Le faltó eso para alcanzar notoriedad mundial. Era el auténtico conductor, fue un aporte notable. Había partidos donde no perdía una pelota”, Julio Martínez. “Era un monstruo. Tenía un físico extraordinario, dominaba la pelota, tenía un regate como el de Maradona, cabeceaba casi tan bien como Pelé y tenía un físico grande, era ancho y espigado, pero con una agilidad tremenda. En ese tiempo yo conversaba con Raimundo Infante y decía que era maravilloso jugar al lado de él. Cuando jugamos contra la UC en 1949, recuerdo que había ratos en que uno se quedaba admirándolo”, Rodrigo Lazcano. Los jugadores de esa categoría siempre dejan historias dignas de contarse. Un ex jugador se topó con El Charro y le dijo “Te hice un túnel en cancha de River”. Moreno lo miró y contestó “Recuerdo esa jugada. Detrás de mí había un compañero y se llevó la pelota”. Hubo otra anécdota muy conocida. José Manuel Moreno ya se había retirado del fútbol y poseía una lesión gravísima en una de sus rodillas. En su etapa como entrenador de Independiente de Medellín, su equipo perdía 1-0 contra Boca Juniors en un amistoso. Disconforme con la derrota parcial, se sacó el buzo. Sin calentamiento previo, el Charro entró a la cancha ante la incredulidad de todos. El equipo colombiano ganó finalmente por 2-1 con dos goles suyos. Sin embargo, hubo un par de situaciones mucho más significativas para los hinchas cruzados. Justo cuando iba a culminar la primera rueda del torneo 1949, los dirigentes de Universidad Católica fueron alertados por fuentes confiables en Argentina. José Manuel Moreno iba a recibir una suculenta oferta del fútbol colombiano. El monto de la transacción fue calificado como “irrechazable”. El mercado trasandino ya había perdido un par de sus grandes figuras ante tal poder adquisitivo. Precisamente, realizando una escala en Santiago, un jugador ya reclutado sería el encargado de presentarle la oferta a Moreno, situación que los dirigentes colombianos consideraban un trámite.

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Aunque el Charro aseguró a los dirigentes que no se movería de Chile, ellos sabían que estaba en juego la obtención de la primera estrella, por ese motivo crearon la Brigada UC. Justo la noche en que el astro argentino recibiría la oferta, un grupo de directivos rodearon la casa donde se hospedaba y otro dio vueltas a la manzana hasta el amanecer. De ese modo, evitaron que el emisario del equipo colombiano tuviera éxito. Otro secreto bien guardado ocurrió justo antes del juego decisivo. El plantel entrenaba tres veces a la semana, pero había ocasiones en que Moreno no aparecía. Su gusto por la bohemia generó problemas con el entrenador Alberto Buccicardi, conocido por su fuerte personalidad. Moreno varias veces llegaba al camarín con el traje del día anterior, bebía café para recuperarse y luego la rompía en la cancha. Justo en la semana del partido con Audax Italiano, trascendió a la prensa que había sufrido una lesión de cuidado. Según esa información era improbable que entrara a la cancha. Con el tiempo ha trascendido la versión de que no podían encontrarlo, pero Moreno apareció en el camarín y su jerarquía fue decisiva. Universidad Católica derrotó por 2-1 a Audax, el campeón del año anterior.

De la mano del Charro, Sergio Livingstone, Andrés Prieto, Fernando Riera, Raimundo Infante, Fernando Roldán, Manuel Álvarez, entre otros, la esperada consagración había llegado por fin. Dieron a Universidad Católica un impulso generoso, respaldado por dirigentes audaces, el invaluable patrimonio del estadio Independencia y una gran hinchada.

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ANDRÉS ROMERO: POLIFUNCIONAL Y SUPERCAMPEÓN

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Moto Romero fue campeón del Torneo Oficial 1984, 1987 y Apertura 1997, Copa Chile 1991 y 1995, Copa Interamericana 1994. Sin mucho ruido, construyó una carrera sólida en diversos puestos, demostrando su adaptación a esquemas y entrenadores. Romero no contaba con la espectacularidad de Caté ni la certeza de Rubén Espinoza en balones detenidos, pero tuvo un cabezazo fuera de serie y anotó numerosos goles mediante esta vía. Moto se movía en silencio dentro y fuera de la cancha. Sin embargo, repasando los principales hitos de su carrera, siempre conquistó el arco rival en momentos críticos o adversos.

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En 1984, el equipo contaba con punteros más experimentados como Juan Ramón Isasi, Alexis Noble y Juvenal Olmos, acompañantes frecuentes de los centrodelanteros Osvaldo Hurtado y Juvenal Vargas, para Romero era una etapa de aprendizaje. Sin olvidar que Jorge Aravena podía jugar de “puntero mentiroso”. Así se llamaba por esos años del tradicional 4-3-3 al tercero en punta que se engancha, actualmente conocido como “cuarto volante” en un 4-4-2 clásico. En 1987 aportó una gran dinámica al equipo jugando como mediocampista o delantero enganchado. Era parte de un funcionamiento colectivo de gran altura, idéntico caso para otros jugadores que alternaron durante la temporada, Luis Pérez, Miguel Ángel Neira, Andrés Olivares y Luka Tudor. Convirtió el primer gol en la goleada 6-1 a San Luis, en una de esas “mañanas de Santa Laura” tan recordadas por los hinchas cruzados. Su actuación contra Colo-Colo en el Estadio Nacional por la segunda rueda fue brillante. Ya convertido en lateral derecho, Andrés Romero debió esforzarse al máximo para contener a Juan Covarrubias y Marcelo Álvarez en la final de Copa Chile 1991. La marca de Álvarez, un caballo loco de gran oportunismo, en teoría correspondía a Miguel Ponce, pero el delantero rotaba por todo el frente de ataque. Las finales se ganan con aplicación y Romero cumplió esa noche. Ellos tuvieron ocasiones, pero el gol de Percudani fue una estocada mortal y la franja dejó al equipo naranja con las manos vacías. En la histórica campaña de Copa Libertadores 1993 estuvo entre los principales baluartes, incluso sentenció la llave ante Barcelona con un gol en Guayaquil. Antes de ese partido, Ignacio Prieto sufrió una descompensación y el entrenador fue Fernando Carvallo. Demostrando la fortaleza de ese grupo, sacaron la tarea delante arrebatando el invicto que ostentaba Barcelona de local. En esa época, como uno o dos canales adquirían los derechos de cada partido y no importaba si coincidían los horarios, la Copa Libertadores a menudo se jugaba de noche, en horario estelar. Barcelona fijó el horario apostando a que el calor y la humedad de Guayaquil disminuyeran el rendimiento de los cruzados. A plena luz del día, el gol de Romero provocó un estallido que sacudió el país. Nunca dimensionarás la trascendencia de ese partido si no posees un contexto adecuado. Barcelona en esos años armaba equipos para ganar la Copa Libertadores. El triunfo de la franja por 3-1 en Santiago con gol en los descuentos de Sergio Fabián Vázquez golpeó duro a los ecuatorianos. Isidro Romero, el Presidente de Barcelona que instalaba calefactores en el camarín visitante y acondicionaba los grifos exclusivamente con agua caliente, había sentenciado antes del partido: “Barcelona ganará 3-0, el primero lo harán los jugadores, el segundo lo hará la hinchada, y el tercero lo hará Dios”. Al final ganó Católica 1-0 con gol de Moto Romero y pase de Dios.

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El cuarto título de Andrés Romero fue a nivel internacional, la Copa Interamericana 1994. Allá los ticos nos pasaron como luces en los muros del metro vistas desde un vagón en movimiento. Moto tuvo una actuación sobresaliente en la revancha. Subió, creó peligro y estuvo presente en el arco abriendo la senda del triunfo. Saprissa recibió un impacto de donde menos lo esperaba, debido a que sus defensas se esmeraban en quitarle espacios al Pipo, Barrera y al siempre peligroso Alberto Acosta. Este logro coronó uno de sus grandes años como lateral derecho, puesto donde había incursionado desde 1989 de la mano de don Nacho Prieto. En la Copa Chile 1995, Manuel Pellegrini lo relegó en beneficio de Rubén Espinoza, que levantó su quinta copa con la franja tras la Copa Polla Gol 1983, Copa de la República 1984 y los Torneos Oficiales del 1984 y 1987. En el Apertura 1997, Fernando Carvallo eligió como titular a Caté, pero Moto era cambio fijo ante las carencias en la marca o cansancio del brasilero. El 17 de mayo de 1997, Universidad Católica visitaba el Chinquihue a falta de tres fechas para el desenlace del torneo. En apenas quince minutos, el Walter Otta nos vacunó dos veces. El 3-2 que anotó en Puerto Montt fue realmente heroico. La desventaja de 2-0 nos alejaba definitivamente del título. David Bisconti convirtió de penal el descuento a la media hora de juego y a diez minutos del final Tunga González igualó el marcador. El empate no servía y el otro involucrado en la disputa del torneo se sobaba las manos frente al televisor. Ahí emergió Romero entre la lluvia y el barro para mandarla a guardar. Luego vinieron los abrazos en el clásico universitario, Calama y en la gran final contra Colo-Colo. El triunfo en el sur encausó las naves cruzadas hacia la victoria. La polifuncionalidad requiere un dominio mínimo de varios puestos, no basta con desempeñarse en ellos. En el caso de Andrés Romero, Rubén Espinoza, Álex Martínez y Raimundo Tupper hubo partidos consagratorios que demuestran esa variedad de recursos. Al igual que el mencionado Mumo, Romero jugó su mejor partido como defensor en el 2-1 a River Plate de Copa Libertadores 1995. Además de su memorable acierto en Guayaquil en 1993, anotó dos goles de cabeza a Olimpia por Copa Libertadores 1990 y uno a River Plate en Argentina en la Copa Mercosur 1998. Como dijo Bruce Lee, “Sé como el agua. El agua parece débil, pero se adapta a cualquier forma y es capaz de destruir a las rocas”. Así era este delantero, mediocampista y lateral. Se fue en silencio de Universidad Católica en el año 2000 tras la partida del técnico Fernando Carvallo. No hubo homenajes oficiales, salvo la camiseta enmarcada que recibió de los jugadores cruzados cuando llegó a San Carlos vistiendo los colores de Audax. El plantel y los hinchas sabían perfectamente a quien recibían en casa. En esa época tuvo discrepancias con los dirigentes por la manera conformista en que llevaban el club. La respuesta de Andrés Tupper fue “Que explique por qué no ganaron la Copa Libertadores el 93”. Los sucesos demostraron que Romero tenía razón. Tras un desastroso trance

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dirigencial y futbolístico, el Apertura 2002 llegó bajo la mentalidad y mística arrolladora de la era Olmos. Andrés Romero tenía derecho a alzar la voz por primera vez en su carrera de 16 años. El dirigente que quiera contradecirlo debería igualar la apuesta depositando su trabajo y copas sobre la mesa. Actualmente, Moto trabaja en las cadetes de la franja traspasando su costumbre de campeonar a los valores del futuro. En el recuento de una carrera, Moto jugó con Marco Cornez, Mario Lepe, René Valenzuela, Alexis Noble, Juan Ramón Isasi, Miguel Ángel Neira, Patricio Mardones, Jorge Aravena, Osvaldo Hurtado, Juvenal Olmos, Jorge Pindinga Muñoz, Rodrigo Barrera, Juan Carlos Almada, Ricardo Lunari, Rubén Espinoza, Luis Pérez, Gerardo Reinoso, Raimundo Tupper, Patricio Toledo, Néstor Gorosito, Alberto Acosta, entre otros jugadores destacados, y levantó un trofeo con cada uno de ellos. Fue dirigido por Ignacio Prieto, Vicente Cantatore, Manuel Pellegrini y Fernando Carvallo respondiendo a todos. Quizás este antecedente nos baste para imaginar los entrenamientos, concentraciones, partidos y arengas que el Moto vivió en camarines y túneles. Ahí, en ese césped donde a otros les pesan las piernas o quema la pelota, Andrés Romero se convirtió en un supercampeón.

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GERARDO REINOSO: ESTANDARTE DEL FÚTBOL CRUZADO

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En una noche fría de Avellaneda, Gerardo Reinoso se puso una toalla en la cabeza. Al verlo, Carlos Enrique, compañero suyo en Independiente, comentó que parecía una viejita y ese fue el origen de su apodo. Años antes, Reinoso jugaba en un club de La Rioja desde muy niño. Cuando tenía quince años lo sacaban después de dos o tres toques de magia para que no le rompieran las piernas. El día en que debutó en Independiente, se acercó Enzo Trossero, un central con pinta de matón de bar, y le dijo “Huacho, si no corrés en el camarín te cago a trompadas”. En seguida, Ricardo Bochini, figura emblemática de los rojos, murmuró “Andá y gambetéalos a todos”. Luego de ganar siendo muy joven la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental con Independiente en 1984 fue transferido a River Plate, donde se encontró con otro habilidoso, Omar Palma, ídolo de Rosario Central. River había conquistado Libertadores e Intercontinental en 1986 de la mano del Beto Alonso, retirado a fines de ese año, y mantenía un equipo fuerte con jugadores como Antonio Alzamendi y un joven Claudio Caniggia, pero Reinoso no tardó en convertirse en una de las figuras del equipo. Lo quiso Austria de Viena y Valencia de España. Ignacio Prieto realizó un exhaustivo seguimiento al jugador. Su transferencia a Chile fue posible debido a la crisis económica que vivía Argentina. César Luis Menotti le explicó la importancia de jugar en Universidad Católica bajo las órdenes de don Nacho Prieto y la Viejita no dudó en cruzar Los Andes. Se rumoreaba que Carlos Bilardo no lo tomó en cuenta para la selección por ser un jugador de Menotti en River, pero don Nacho si sabía a quien tenía entre manos y Gerardo Reinoso no tardó en transformarse en motor del equipo. En la segunda rueda de la Copa Digeder 1989, Católica ganó a Palestino 6-2, la Vieja anotó dos goles. En el segundo eludió a varios rivales y anotó con el arco vacío. Quedó de manifiesto que su gambeta era letal y ni los golpes podían frenarlo. Reinoso se levantaba una y otra vez. No saltaba ni profería quejas, encaraba y volvía a gambetear en velocidad. Le gustaba entrar al área. Actualmente, sólo podría ser comparado con D´Alessandro y Pablo Aimar. En la novena fecha de esa Copa Digeder 1989, Católica enfrentó a Colo-Colo. Francisco Hörmann cedió a Barrera por la izquierda, el Chamuca, cuando aún era el Chamuca, se pasó a Daniel Morón y el balón quedó para Lizardo Garrido. El central se quedó paveando y la Vieja apareció rápidamente desnivelando el clásico en beneficio de la franja. El primero que corrió a abrazarlo fue Raimundo Tupper y la Vieja sacó el grito desde muy adentro. Desde que había llegado a Chile se mataba en cada partido sin que importara el peso del torneo. Antes de que finalizara el juego, Reinoso arrancó desde mitad de la cancha, gambeteó hasta los pacos y dejó botado a los colocolinos

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como palitroques. Daniel Morón salió al achique y el balón pegó en la parte posterior de la red. Pudo ser un golazo de antología. El poderío de esta Católica de Reinoso quedaba de manifiesto.

Desde un principio, la Vieja dejó en claro que su meta era ganarlo todo con la franja, Campeonato Nacional, Copa Libertadores, Intercontinental y lo repetía en cada entrevista. Alfonso Swett, en vez de reforzar convenientemente el equipo, constituido en su mayoría por jugadores jóvenes como Luka Tudor, Fabián Estay, Andrés Romero, Rodrigo Barrera y Andrés Olivares, se desprendió de jugadores importantes como Luka Tudor. Durante el torneo transfirió a Juvenal Olmos al Irapuato de México. Como principal contratación, Swett trajo a principios de ese año a Jorge Coke Contreras. En un principio el Coke tuvo muchos problemas con Ignacio Prieto. En sus primeros partidos con la franja, Contreras quería entrar a jugar con un lomito palta en la mano. Mientras todos oían al técnico en el entretiempo, el Coke se despachaba una Chorrillana y asado en olla. Prieto lo convenció de ponerse en forma, fue a la banca durante un tiempo, y luego Contreras reapareció compartiendo los hilos creativos del equipo con Reinoso. En la delantera faltaba un hombre de experiencia. Aún así Católica punteaba durante largas fechas el campeonato. Don Nacho Prieto pidió para la segunda

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rueda al Polilla Da Silva, goleador uruguayo de River Plate. Su préstamo valía 50.000 USD, absolutamente accesible para el equipo. Alfonso Swett se negó. Entonces Prieto pidió el regreso de Osvaldo Arica Hurtado, y surgieron voces disidentes en el directorio por la polémica partida del jugador el año anterior. Para “reforzar” el equipo, Swett trajo a José Del Solar, líbero peruano, por 300.000 USD. Según el dirigente, la contratación del Chemo “Era un buen negocio a futuro”. La figura indiscutida del Torneo Oficial 1989 fue Gerardo Reinoso. Jugando de volante de creación anotó más de 20 goles en el campeonato. Católica soltó la punta a pocas fechas del término, precisamente por falta de variantes en ataque. Durante la liguilla, la actuación de Coke Contreras fue determinante. Católica avanzó a la Copa Libertadores goleando 4-1 a Cobreloa, equipo dirigido por Andrés Prieto. El partido fue apretado, debido a que el rival contaba con jugadores de categoría como Marcelo Trobbiani. Además del Coke, Andrés Olivares brilló a gran altura en Universidad Católica. El puntero desestabilizó la defensa naranja y anotó dos tantos.

Al llegar la Copa Libertadores, Gerardo Reinoso renacía. Estaba hecho para las instancias superiores. La actuación de Católica en la copa fue destacada para un plantel muy reducido. Quedamos eliminados en cuartos de final frente a Olimpia, campeón de ese torneo, empatando 4-4 en San Carlos, en aquel

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partido donde Moto Romero convirtió dos goles de cabezazo. En el Torneo Oficial las falencias ofensivas se reiteraban y Reinoso mantenía su rendimiento superior.

Los jugadores creen que los hinchas únicamente recordamos los títulos y los goles, pero hay instantes claves para identificarse con un ídolo. Después de una nueva eliminación de la Copa Libertadores, Católica salió de la cancha de América de Cali, equipo que tiempo después derrotó en la semifinal de 1993, con las manos vacías. Gerardo Reinoso, había ganado la copa con Independiente, era lejos el mejor jugador del equipo, había luchado por vulnerar el arco de los colombianos durante el partido y aguantado todo tipo de golpes. Se fue llorando amargamente de la cancha. Estaba muerto. Lo descorazonaba perder. Entonces comprendí, como en su momento pasó con Miguel Ángel Neira levantándose del barro en Avellaneda en 1984, o Mario Lepe conduciendo al equipo en Cali en 1993 con el marcador adverso, que la Vieja era grande como pocos. La Copa Chile de 1991 era un título que calmaba en parte la sed de triunfos. Fue la copa de Gerardo Reinoso. Católica comenzó goleando a San Felipe por 4-0 y la Viejita anotó el tercero. En ese torneo, uno de los clásicos universitarios se jugó en Santa Laura. Walter Fernández abrió el marcador para los chunchos y Mario Lepe empató de penal. Castro, un jugador argentino que amaba el drama, anotó el 2-1 para ellos y gritó de todo al Pato Toledo, en el mejor año de la vida futbolística del arquero. Pero el Piri empató el partido y el maternal, que en ese tiempo se churreteaba como gallinas en

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los clásicos, en realidad también el 2002 cuando los dejamos fuera de dos semifinales, sintió la presión de no habernos ganado en 6 años. A tres minutos del final, Rodrigo Barrera anotó y la franja dejó al chuncho hundido en pañuelos desechables. Al final de la primera fase, los cruzados ganamos el Grupo C con 17 puntos, luego siguieron los panaderos con 13, Soinca con 12, los chunchos y San Felipe con 8, y cerró Cobreandino con 2. En octavos de final, Católica enfrentó a Soinca, 2-2 de visita y 4-0 de local con goles de José Percudani, el Coke, Mario Lepe y Moto Romero. En cuartos de final igualamos 1-1, gol de Percudani, y 0-0 con Unión Española, avanzamos por el gol de visita. Los partidos de semifinal con Palestino también fueron apretados, ambos terminaron 1-1, y en los dos encuentros la Vieja Reinoso convirtió para la franja. Fuimos a definición a penales en San Carlos. En los rivales, Víctor Hugo Castañeda sucumbió ante la presión y perdió su lanzamiento. Católica se impuso por 4-3. La final de Copa Chile, tal sucedería cuatro años más tarde, enfrentó a Católica con Cobreloa, pero Gerardo Manuel Reinoso no pudo jugar el partido decisivo. Merecía levantar esa copa con la camiseta puesta. La Viejita mojaba la camiseta y bendecía nuestras retinas con cuotas monstruosas de talento. ¿Quién fue Gerardo Reinoso? Un hombre de magia y corazón. Con su llegada en 1989, nos permitió consolidar una paternidad en Torneos Oficiales sobre Universidad de Chile que se extendió desde 1987 a 1994. Tuvo temporadas extraordinarias en nuestras canchas, ubicándose entre los cinco mejores extranjeros de la historia. El pase a Ricardo Lunari en Cali por Copa Libertadores 1993 fue una obra magistral, también la habilitación al colombiano que terminó con el penal atajado por Óscar Wirth, como el mismo bromeó tiempo después. Con toda la admiración que nos despierta el Pipo, el 10 que nos condujo hacia la Copa Interamericana 1994 y Copa Chile 1995, el responsable junto al Beto de que toda una generación se pusiera la camiseta de Católica, Reinoso es el mejor volante de creación que vi en la franja. Perfectamente habrían jugado juntos, de memoria, Pipo por el perfil derecho y la Vieja por el izquierdo. Esos equipos fantásticos existen en la mente de los hinchas, en la práctica hay afinidades o desencuentros. Reinoso era un jugador que ponía el talento al servicio del equipo, un requisito indispensable en los equipos de Ignacio Prieto. Antes de iniciar el Torneo Oficial de 1993, Reinoso se sentía ansioso de jugar el campeonato por esta franja de nivel internacional. Alfonso Swett recibió una oferta de México y decidió transferirlo. Antes de despedirse, el volante se despachó la siguiente frase “Como dirigente, Alfonso Swett es un gran empresario”. En poco tiempo, el presidente del club también traspasó a Ricardo Lunari, José Cardozo y Juan Carlos Almada, goleador de la Copa Libertadores 1993.

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En el año 2004, Gerardo Reinoso confesó que había llamado a Andrés Tupper para pedirle la dirección técnica de un equipo en cadetes. Nunca recibió una respuesta. Con Ricardo Lunari sucedió exactamente lo mismo. Desde la perspectiva de los hinchas cruzados, quizás el único defecto de Reinoso fue su amistad con Sergio Vargas, compañero suyo en Independiente. De todos modos, cuando fue consultado en una radio como evaluaba el rendimiento del arquero en Chile, la Viejita recordó sus tiempos en los clásicos. Tal como a principios de los 90´, cuando Católica superó por 5-2 al clásico rival en un baile memorable, anotó un último golazo al portero con su buen humor: “En Independiente creo que Vargas jugó un partido, pero aquí en Chile fue el robo más grande”.

Gerardo Reinoso, un “diez” que ganó un sólo título, Copa Chile 1991, pero dejó sangre, sudor y lágrimas por Universidad Católica. Y eso, amigos de esta sencilla columna, se paga con una gratitud de toda la vida. Juzguen ustedes mismos. En 1992, Universidad Católica jugaba por la Copa Libertadores contra el Coquimbo de José Sulantay en la cuarta región, íbamos en desventaja y Reinoso recibía golpes de todo tipo. ¿Saben que hacía?, ponía el balón rápidamente contra el piso para ejecutar los tiros libres. Su vergüenza deportiva, ambición y amor por esta camiseta era más grande que el dolor.

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NELSON PARRAGUEZ: UN OBRERO SILENCIOSO DE LA FRANJA

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Cuando Piri recién jugaba sus primeros partidos en Primera División, Ignacio Prieto mandó al volante a la cancha ante Cobreloa en reemplazo de José del Solar. Era la definición de la Liguilla Pre-Libertadores 1989. El marcador iba 1-1. Andrés Olivares había anotado el gol de la franja y Tello para los naranjas. El ingreso de Parraguez dio aire al equipo, permitió una salida más limpia de Fabián Estay y mayor continuidad con el balón a Coke Contreras. Dos goles en total de Olivares, uno del Coke y otro de Raimundo Tupper dejaron el marcador 4-1. Nelson Parraguez entraba por la puerta amplia del fútbol. El Piri ganó 7 Liguillas como esa y otros logros más importantes, el título del Apertura 1997, Copa Chile 1991 y 1995, y la Copa Interamericana 1994. Además jugó Copa América con la Roja, eliminatorias y la Copa Mundial de Francia 1998. En 1991, Nelson Parraguez ganó su primera Copa Chile con la franja. En la primera fase Católica jugaba un clásico universitario que hemos reseñado en otras columnas. En esa época, Universidad de Chile jugaba de chico a grande a Católica, con los dientes apretados, pero en la mayoría de los clásicos mordían el polvo de la derrota. El rival contaba con dos jugadores argentinos que pretendían cambiarles el rostro. Castro, un argentino que tenía un sindicato entero de gnomos en la azotea, y Walter Fernández, conocido por sus campañas en Racing. El Piri marcó el segundo gol del triunfo por 3-2. En la final contra Cobreloa, Nelson Parraguez hizo dupla con Fabián Estay en la mitad de la cancha y levantó la Copa Chile. Como ocurrió con gran parte de ese plantel, la actuación de Piri en la Copa Libertadores 1993 fue la mejor de su carrera. Junto a Leonel Contreras, Daniel López, Sergio Fabián Vázquez, Mario Lepe, Andrés Romero y el Mumo formaron un grupo de comandos que crecían en tanto los desafíos aumentaban. Ellos cerraron el partido de revancha contra Atlético Nacional en Colombia, donde clasificamos por un gol de distancia del mismo Piri; bajaron la cortina contra el Barcelona en Guayaquil y frenaron a los Diablos rojos de América de Cali cuando la cabaña se venía abajo. ¿Qué pasó con Sao Paulo? Ignacio Prieto fue consecuente con su convicción. En 1984 y 1988 fuimos eliminados por los equipos campeones en partidos muy trabados. A excepción del encuentro en Avellaneda contra el Independiente de Bochini, partido que debimos ganar, y pese al robo arbitral en Santiago contra Nacional años después, quedó la sensación de que podíamos hacer más daño. Ignacio Prieto tenía un grupo de muchachos que jugaban por sobre sus posibilidades. Leonel Contreras y Daniel López no fueron menos que Sergio Fabián Vázquez, titular de la Selección Argentina, pero el problema de la defensa era la velocidad de los centrales. Mientras presionábamos a Sao Paulo

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en su zona, generando cuatro o cinco ocasiones que no debimos perder, atrás dejamos espacios que aprovecharon los brasileros. Sin embargo, aún con más terreno disponible, los jugadores de Sao Paulo no pudieron en Santiago. Un grupo de humildes se elevó al rango de gigantes. Tuvimos al borde del nocaut al equipo que finalmente ganó la Intercontinental dos veces ante rivales de presupuestos millonarios. La dupla Nelson Parraguez y Mario Lepe rindió a un nivel extraordinario bajo el mandato de Ignacio Prieto. El Pirí cumplía labores específicas y fue calificado por su entrenador como “un obrero silencioso”. En 1994, Nelson Parraguez sumó su segundo título y fue a nivel internacional. El Piri y Lepe presionaban incansablemente las vías de desahogo del Saprissa, tal como lo habían hecho un año antes frente a Harold Lozano y Freddy Rincón. Al año siguiente, fue reemplazado por Mario Salinas en la final de Copa Chile. De todas maneras, sumó el tercer título con el equipo de toda su vida. En 1997 jugó de líbero en la definición de la Copa Miami, un precedente anterior al desenlace del Apertura, aunque en 1996 tuvo grandes actuaciones en ese puesto. El desempeño de Dante Poli en la primera final no fue satisfactorio. Entró Nelson Parraguez dispuesto a la batalla y formó una dupla imbatible con Javier Margas. Si bien Colo-Colo esa noche no la agarró ni para jugar a las naciones, Marcelo Espina, una belleza de persona que nunca cobró un sueldo mientras sus compañeros estaban impagos, tiró hasta el colchón al área, pero Parraguez y Margas devolvieron todos los balones. Católica fue campeón después de una década y el Piri nuevamente decía presente a la hora de tocar copas. Parraguez sumó así su cuarto y último título. El Piri partió a México en la era del holandés. Allá fue atendido por un médico que lo mandaba a la cancha con los ligamentos destrozados. No descarten que lo infiltraba sin percatarse de la gravedad de la lesión. Antes el doctor había sido veterinario. Los perros y gatos que atendía aprendieron a hablar para putearlo. Cuando Nelson Parraguez retornó para el Clausura 2002 no tenía la condición física de temporadas anteriores. En el Clausura 2003, Piri jugó en los partidos decisivos y durante el Apertura 2004 no tuvo una actuación que sobresaliera al bajo rendimiento del equipo. En vez de reunirse tanto con los referentes, Oscar Garré debió percatarse de que su preparador físico era un desastre. Además él mismo causaba enojos en el plantel gesticulando como director de orquesta. Cuando finalizó nuestra participación en el Clausura 2004, también terminaba la carrera del Piri con nuestra camiseta. Una anécdota imperdible: El 1 de mayo de 2004, se jugaba la Copa UNICEF, la jornada benéfica era animada por Rafael Araneda, un animador livianito de sangre que era hincha del zorrense. Junto al Rafa Araneda se hallaba Iván Zamorano con un micrófono en la mano. Católica ganaba 1-0 y Colo-Colo nos empató. Entonces, el Rafa

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Araneda y Zamorano se abrazaron festejando. En la jugada siguiente, Universidad Católica marcó el gol del triunfo, entonces el Piri le gritó a Zamorano: “¡¡¡Toma!!!” Luego el ex delantero se quejaba por micrófono de que Piri hacía gestos “obscenos”. Y la gente en el estadio fue feliz. Estaban esperando a que Zamorano saliera con una declaración “mamá” para silbarlo. Guardo para el final el desempeño de Nelson Parraguez en la Copa del Mundo de Francia 1998. En el partido decisivo contra Perú por las Eliminatorias, Palacios y compañía nos daban un toquecito. Entró a la cancha Nelson Parraguez y Marcelo Vega. Ambos cambios dieron resultados, El Piri metía la pierna y los del Rimac volaban, y Vega aportó claridad al fútbol creativo de la Roja. Chile ganó 4-0 con una destacada actuación del Piri. En el Mundial de Francia se esperaba que Clarence Acuña cumpliera un rol trascendente en la contención. Pero el mediocampista simplemente no anduvo bien. Nelson Parraguez, realizando dupla con Miguel Ramírez, se convirtió en una baluarte para la clasificación a la segunda ronda. Pónganle la firma que con el Piri en cancha los brasileños no nos pintan la cara. Como detallamos en esta reseña, Nelson Parraguez ganó 4 títulos y nos clasificó 7 veces a la Copa Libertadores, además puso el hombro durante un periodo muy difícil en la búsqueda del Torneo Nacional. Se brindó por entero hasta que ganamos el Apertura 1997, en esa noche del Estadio Nacional donde los hinchas recordaban al Mumo. Para Piri no era fácil expresarse en los medios por su carácter reservado, pero se hacía oír en el camarín. Su principal aporte estaba en la cancha. Tuvo corazón y pierna fuerte, herramientas indispensables en el fútbol. Cuando los diarios que llevaban tu nombre sean un recuerdo amarillento, no dudaremos en decirte ¡Grande Piri! Entraste en nuestros corazones matándote por la camiseta, y a partir de ese momento cuando entrabas por Chemo del Solar, lleno de certezas en un partido incierto, compartiste con nosotros la misma sangre.

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SERGIO FABIÁN VÁSQUEZ: EL QUE PRENDE Y APAGA LA LUZ

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Argentina era el campeón de Copa América y llevaba invicto más de 20 partidos. En 1993, Universidad Católica buscaba un central y las gestiones apuntaron hacia Avellaneda, residencia de un jugador titular en el seleccionado de Coco Basile. Ignacio Prieto no siempre recibía todos los jugadores que necesitaba, en 1987 pidió un volante de creación, Daniel Valencia y Néstor Gorosito fueron alternativas; en 1989 aseguraba el campeonato con un delantero y Alfonso Swett trajo a José del Solar, líbero. Esta vez, el propio Swett estaba entusiasmado con la idea de pelear la Copa Libertadores. El presidente viajó al país trasandino para reunirse con el elegido por don Nacho. Después de escucharlo, el jugador aceptó el desafío. Su nombre era Sergio Fabián Vásquez. Por su bigote característico, parecía un Charly García más joven. Tenía buena estatura, una corpulencia promedio y basaba su juego más en la ubicación que la velocidad. Técnicamente era muy completo, podía habilitar a un compañero a larga distancia y en el área rival generaba peligro por su juego aéreo. Ejercía un liderazgo en la defensa. Generalmente su compañero de zaga iba al choque y él salía limpio, pero era bravo en la confrontación con el rival y si había problemas lo iba a buscar al camarín visitante. Óscar Ruggeri hacía lo mismo, una vez siguió a un brasilero hasta el fondo de un bus, el problema fue que todo el plantel ya había subido y se dieron un banquete. Cuando salía al cruce, Vázquez reventaba como una aplanadora. Y tenía bien aprendido un fundamento vital para un defensa en una jugada de gol en contra, pasa el balón o el jugador, pero jamás los dos juntos. Generalmente no fue expulsado en los partidos más importantes que tuvo en la franja, como los clásicos y finales, debido a que leía bien el juego. Era vivo. Si un compañero había recibido tarjeta roja, aprovechaba de meter más fuerte antes de que transcurriera uno o dos minutos. Como comentaban en el barrio, Charly se hacía respetar. Se complementó con Leonel Contreras, Miguel Ardiman, Daniel López y Claudio Lizama. En Universidad Católica festejó la Copa Interamericana 94 y Copa Chile 95, también será recordado por sus goles en clásicos y partidos internacionales. En Copa Libertadores 1993, ganábamos 2-1 a Barcelona en San Carlos y si no convertíamos otro la revancha se hacía complicada. El calor y la humedad de su ciudad jugaban a favor de los ecuatorianos. Colo-Colo había quedado eliminado el año anterior en el Monumental de Guayaquil. Ya comentamos que encendían calefactores en el camarín visitante, se acercaban al aire acondicionado y adentro del tubo había un brasero con choripanes. Cuando fue Claudio Borghi terminó muerto y le pusieron oxígeno hasta por el ojetillo. Volvamos al asunto. En los descuentos hubo un tiro libre. Frente al balón se ubicó Sergio Fabián Vásquez. Los ecuatorianos sabían que si zafaban de esa

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ocasión cerraban el negocio. Charly se mandó un golazo, en el marcador resplandecía el 3-1 y Barcelona murió psicológicamente. En varias líneas hemos hablado del manejo que requieren los entrenadores, también corre para los dirigentes. Si anticipas los problemas tienes las soluciones a mano. En esa final hubo distracciones imprevistas, como los dirigentes y representantes falsos que contrataron los brasileros para que llamaran a los jugadores con promesas de contratos millonarios. Si haces un esfuerzo adicional para tenerlos contentos, indefectiblemente todo quedará condicionado a la obtención del título. Luego debieron asegurarse de que la concentración fuera un templo de paz. Son lecciones para el futuro.

Aunque hemos dicho lo mismo en otras columnas, en ese plantel no sobraba nadie, era un grupo compacto y competitivo, todos podían sentirse dignos de vestir la camiseta. Por ejemplo, Juan Carlos Almada llegó a Chile de la B argentina. Tras un paso por Concepción y Cobreloa tuvo extraordinarias campañas con la franja en 1992 y 1993, donde fue goleador de la Libertadores, logro que repetiría el Beto Acosta para Católica 4 años más tarde. El Rodrigo Barrera que jugó ese año era material para Europa. Leo Contreras y Daniel López pasaron de la media del fútbol chileno a maniatar en Santiago a los que a los delanteros del bicampeón intercontinental. Por campaña, Católica fue el mejor equipo de América, Sao Paulo entró al torneo en octavos por disposición de los reglamentos. Lo entrevistaron en plena cancha en Cali. Atrás quedaban las semifinales y Charly lucía visiblemente emocionado. Llevaba pocos meses con la franja en el pecho y se sentía conmovido con el logro del equipo, ahí estaba su pasión,

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sudor y sangre. Tengo presente una noche en que lo expulsaron contra Colo-Colo en el Monumental y se paseó por el sector norte mostrándoles la camiseta. Años más tarde, ellos quisieron llevárselo en una etapa difícil de su estancia en Chile, pero Sergio Vásquez ya estaba en la historia de Católica y el destino jugaba a favor de nosotros. Como ya sabes, en clásico universitario de la primera rueda de 1994 fueron expulsados Beto Acosta y Piri Parraguez. Sergio Vargas vio con espanto que Pipo Gorosito se puso frente al balón en un tiro libre cerca de la mitad del campo. Gorosito envió un pase largo y Sergio Fabián Vásquez saltó a cabecear perfilado desde el segundo palo hacia el centro del arco. Estaba lejos, pero el balón hizo un globo hasta meterse al ángulo. Fue un golazo descomunal que colmaría páginas en la historia del clásico universitario. Lo gritó a Marcelo Salas en la cara. Después de ese partido Victor Castañeda dijo que a Vásquez no le saldría más un gol así, pero que sabe ese si se cargaba sobre la raya esperando a que el resto se agotara para sorprenderles con un balonazo diagonal al área. Los 9 jugadores cruzados resistieron estoicamente aferrados a la promesa de una hazaña. El rival se pisaba los cordones en su desesperación por igualar el marcador y al mismo tiempo apretaban la infraestructura trasera para que no hubiera un aluvión de manjar. Ante Saprissa de Costa Rica, Sergio Fabián Vásquez apareció en ambos partidos. Como hemos comentado, en el partido de ida los ticos pasaban como flechas. Rodrigo Gómez se comió más enganches que Tom cuando trata de pillar a Jerry. Un gol de Charly nos mantuvo en carrera y esa desventaja de dos goles era reversible en la revancha. En juego estaba el primer título internacional en la historia de la franja. En la revancha, la copa estuvo al alcance de Saprissa. No quedaba nada cuando Vázquez subió a quemar naves y acomodó un balón para que Juvenal Olmos decretara el ansiado empate. En el alargue, los ticos demostraron el agotamiento y la desazón que les produjo el resultado del tiempo reglamentario. Miguel Ardiman se vistió de héroe y Rodrigo Barrera sentenció la final. Charly era campeón de la Copa Interamericana. En el clásico universitario que perdimos 1-0 por la segunda rueda del Torneo Oficial 1994, Charly tuvo el empate. Se fue con todo a la ofensiva y falló su remate a escasos metros del arco, una circunstancia del partido considerando que había cumplido su misión. Si no hubiera sido por el gol viciado que validó Carlos Robles, un joven honesto que nunca llegó al arbitraje por las influencias de su familia ni participó en una red de corrupción en el fútbol, como podría calificarse al arreglo de partidos denunciados en la carta del empresario Orlando Sáenz, la labor de Vázquez y Ardiman habría tenido un justo reconocimiento. En la temporada siguiente, pese a ser reemplazado por Claudio Lizama en la final, Sergio Fabián Vásquez obtuvo la Copa Chile 1995. En 1996 fue

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despedido del equipo junto a Jorge Gallego Vásquez. Se cerraba el ciclo del líbero internacional. Pese a que contaríamos con buenos centrales como Miguel Ramírez, Javier Margas y Jorge Vargas, excluyendo a Nelson Parraguez que pese a su desempeño en la final del Apertura 1997 era por sobre todo mediocampista, la franja no contó con un último hombre de categoría hasta el desempeño de Pablo Lenci en la Mercosur 2001 y Libertadores 2002. Con la obligación del arquero a jugar más con los pies, los centrales comenzaron a ordenarse por perfiles en vez de anteponerse uno al otro. Estuvo desmotivado un tiempo. Como si cantara “No voy en tren, voy en avión, no necesito a nadie, a nadie alrededor”, y menos a Manuel Pellegrini que en esa época no prendía a nadie con sus charlas, igual que una revista de un compañero de la escuela donde las chicas salían con peinados de la época en que Caco Villalta era joven. Sergio Vázquez estaba acostumbrado a ganar Copa América, pelear con Sao Paulo y jugar partidos de infarto con Saprissa, con las copas al borde de la cancha, y faltaba esa muñeca que tienen los entrenadores como Ignacio Prieto para bajarle unos puntos a la ansiedad, subirle otros tantos a la ilusión, aspectos que consolidan el compromiso. En un plantel nadie es igual a otro, a los jugadores hay remecerlos, conducirlos, frenarlos y sobretodo entenderlos. Charly estuvo en planteles que nos llevaron a las instancias más altas que ha alcanzado el club hasta ahora. Fue convocado a la Copa del Mundo de Estados Unidos 1994 y aunque no jugó por lesión su convocatoria testimonia la categoría del defensor. Este fue Sergio Fabián Vásquez, referente del equipo cruzado a mediados de los 90´. Subía, anotaba goles, metía la pierna e iba a muerte con los delanteros, aprovechaba la fortaleza de Miguel Ardiman y el enriquecía el poderío de esa dupla con su fútbol. “Soy el que prende y el que apaga la luz”, como dice la canción de Charly García, frase que definiría a Sergio Fabián Vázquez, luchador en Costa Rica, baluarte en Guayaquil, héroe de un clásico universitario que siempre recordaremos.

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JUVENAL OLMOS: UNA VIDA EN AZUL Y BLANCO

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El 1 de Noviembre de 1984, Juvenal Olmos convirtió el primer gol en la goleada 4-1 a Fernández Vial, tres años más tarde, el 1 de Noviembre de 1987, anotó el tercero del triunfo 3-1 a Lota Schwager y una década después, el 1 de Noviembre de 1994, convirtió el tanto que nos permitió ir al alargue con Saprissa de Costa Rica. ¿Coincidencia?, claro que no. Ese es el toque de los elegidos. Considerando únicamente los torneos de Primera División, Juvenal obtuvo con Universidad Católica la Copa Polla Gol 1983, Copa de la República 1984, Torneo Nacional 1984 y 1987, Copa Interamericana 1994 y Copa Chile 1995. Luego volvió como entrenador para adueñarse del Torneo Apertura 2002, pero en el trayecto hubo una carrera abundante en anécdotas y triunfos. Tras probarse en Unión Española, equipo que llamaba su atención cuando niño, y ser rechazado, Juvenal Olmos decidió intentarlo en Universidad Católica. La franja llenó su corazón. Descubrió que la camiseta roja que asomaba en su destino era en realidad una de alternativa con el escudo del CDUC. En Universidad Católica hizo divisiones menores y pronto destacó a nivel internacional. La generación dorada de Olmos ganó el Torneo Internacional de Croix Sub 19 1980, la Copa del Mundo juvenil. Pablo Yoma y el propio Juvenal subieron al primer equipo. En ese entonces, por su actitud respetuosa y amabilidad, Juvenal se ganó el cariño de jugadores mundialistas como Miguel Ángel Neira y Eduardo Bonvallet. Comenzó jugando en el flanco derecho del ataque. Era rápido. Pese a que no contaba con la espectacularidad de Gustavo Moscoso, puntero izquierdo, poseía buen dominio de balón y olfato en el área, aunque su especialidad era "servir el gol". En 1983, Juvenal Olmos celebró el título de la Copa Polla Gol, en una etapa de alternancia con otros jugadores más consolidados. En 1984, tenía más rodaje en el primer equipo, aunque los titulares eran Alexis Noble, Osvaldo Hurtado y muchas veces Jorge Aravena recostado por la izquierda. Juvenal compitió además por un cupo con Juan Ramón Isasi y Juvenal Vargas, que en realidad era alternativa de Hurtado. El desplazamiento de Aravena al mediocampo, donde formaría un tridente formidable con Miguel Ángel Neira y Patricio Mardones, facilitó el ingreso de Juvenal a la punta derecha. Olmos jugó el partido decisivo contra Cobresal y obtuvo en cancha su tercer título con la franja. Ese mismo año, Universidad Católica había ganado la Copa de la República a Naval de Talcahuano con gol de Juan Ramón Isasi. En 1986, Juvenal Olmos vivía en un departamento frío y solitario en Bélgica. La comunicación se hacía difícil en un principio. No hablaba francés ni irlandés, los idiomas de la zona. Las paredes vacías ayudaban a no dejarse llevar por la nostalgia que sentía por Chile, ni siquiera quiso instalar un

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teléfono. El club de Juvenal era Waregem, un equipo que no pasaba de mitad de tabla.

Después de pelear instancias decisivas en Copa Libertadores, rodearse de jugadores competitivos, pesos pesados en el camarín, con el recuerdo latente de las vueltas olímpicas, Juvenal no terminaba de acostumbrarse al fútbol belga. En medio de esas cavilaciones, Ignacio Prieto lo llamó para vestir la franja de nuevo. Olmos retornó a Chile, ansioso de reencontrarse con su camiseta. La dinámica mostrada por Juvenal Olmos, convertido en volante ofensivo en Bélgica, fue clave en el campeonato. Tuvo más potencia goleadora que en sus tiempos de delantero. El 2 de agosto de 1987, se hizo presente en el marcador anotando el segundo del 2-0 sobre Concepción. El 27 de septiembre, convirtió el primero del 2-0 a Palestino y dedicó su gol a la barra del chuncho, que estaba detrás del arco. Además remeció las redes en el mencionado gol a Lota el 1 de Noviembre. Marcó el segundo en el 3-1 a Naval en Santa Laura, el 12 de Diciembre; el segundo del 2-0 a Iquique el 27 del mismo mes y finalizó su historial goleador en esa temporada con el primero en la goleada 4-1 a Palestino, el 23 de Enero. En su cuarto título personal, Juvenal gritaba campeón con la franja como un puntal del equipo. Al año siguiente, en 1988, Universidad Católica goleó a Cobreloa en una de las mañanas de San Carlos, herencia de las tardes en Independencia

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y las tempraneras jornadas en Santa Laura. Olmos se comió la cancha y anotó dos goles. Al año siguiente partió de la UC a México para desempeñarse en el Irapuato. Por aquel entonces, entabló amistad con Marcelo Espina. En 1994, Manuel Pellegrini lo rescató de O´Higgins. En un partido del Torneo Oficial, Católica jugaba en Antofagasta. Apenas había terminado el encuentro, un periodista provocó a Juvenal y el jugador reaccionó poniéndole la mejor patada en las bolas que se haya conocido en la humanidad. Fue el Agente Mulder de los X Files a investigar donde quedaron las nueces por si acaso había intervención alienígena. Después, ante las preguntas de la prensa, apareció con un parche en la boca que pasó a la posteridad.

A pesar de contratarlo para esa temporada, Manuel Pellegrini prefería a Gallego Vásquez para que realizara una dupla creativa con Pipo Gorosito. Pero ese toque divino que lo llevó a anotar tres goles un 1 de Noviembre en años distintos, no olvidaría a Juvenal en el momento más oportuno. Lamentablemente, el Gallego se lesionó, pero su salida dio paso a un Olmos dispuesto a llenarse de gloria. El resto está en sus almas. Quedaba poco, no había salida, los clásicos rivales esperando ansiosos el pitazo final, pero Juvenal les tapó la boca a todos y apagó la luz en Costa Rica, golazo, alargue

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y triunfo. Fue el primer título internacional para Universidad Católica, quinto torneo en Primera División y toda la gratitud de los hinchas para Juvenal. A excepción de Alberto Acosta y Néstor Gorosito, nadie tenía un puesto asegurado en el plantel de 1995. Juvenal jugó esporádicamente. Sin embargo, ganó la Copa Chile, el sexto título de su historial cruzado. A fines de ese año, Manuel Pellegrini sugirió a Juvenal Olmos que era el momento de retirarse. En 1999, Luis Hernán Carvallo, hermano de Fernando, lo despidió de su cargo de entrenador de cadetes, pese a que la división que dirigía obtuvo buenos resultados. Juvenal fue campeón en divisiones menores dirigiendo a jugadores como Humberto Suazo y Gonzalo Villagra, pero su fútbol dinámico no era afín con la posesión de pelota que identificaba a los Carvallo y lo echaron. Años después, Juvenal tendría su revancha. Según un relato de Eduardo Bonvallet, campeón con la franja en el Ascenso 1975, Jesús Goya lo llamó por teléfono muy apesadumbrado. El presidente panadero solicitó que nombrara a un entrenador para su equipo y Bonvallet mencionó a Juvenal Olmos. A fines de ese año, Juvenal sonaba para reemplazar a Wim, pero no se concretó. En 2001, Olmos se va de Unión Española y contactó a Marcelo Oyarzún. El Preparador Físico potenció a Olmos con un plan de trabajo que incluía grandes cargas físicas, motivación y música de Los Prisioneros. A mediados de 2001, se produjo la ansiada salida del holandés de la franja. Aunque Néstor Gorosito tuvo la chance concreta de encargarse del equipo a fines del 2000, cuando su nombre se manejó junto con el del propio Juvenal, el escogido por la dirigencia fue Olmos. Su contratación creó una gran contrariedad entre un sector de la dirigencia que rechazaba a Marcelo Oyarzún por su vinculación a Colo-Colo. Imprimiendo fortaleza y mística renovada al equipo, Juvenal transformó a los jugadores pasivos del holandés en verdaderos guerreros. Quienes mejor asimilaron el cambio fueron Patricio Ormazábal y Milovan Mirosevic que comenzaron a comerse la cancha. La defensa necesitaba un nuevo puntal, y Juvenal eligió a Pablo Lenci, que hasta ese momento cumplía un exilio en el ascenso mexicano tras una sanción por doping al estilo Bob Marley. Pablo Lenci tenía la revancha al alcance de la mano y realizó su mejor producción en el fútbol en esas temporadas. Durante la semana del primer clásico universitario que Olmos dirigió, César Vaccia nos desafió: "Cuando el león está herido es más peligroso". Juvenal contestó breve y preciso: "Eso del león hay que dejárselo a Walt Disney". Católica se impuso 1-0 con gol de penal de Miguel Ramírez. Pepe Díaz desperdició al menos dos goles. Según Diego Rivarola el maternal tuvo el empate. Gracias a que un guardia del estadio lo despertó llegó a tiempo para ver las jugadas.

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Antes del término del campeonato, Católica remontó desde el décimo lugar hacia los lugares de avanzada y clasificó a la Copa Libertadores. En el terreno internacional, Católica llegó a segunda fase de la Mercosur y se transformó en el único club chileno que avanzó a esa etapa. En Brasil pudimos vencer a Corinthians, pero acá nos sacaron a Lenci de la revancha por reclamos y eso marcó el juego. Al año siguiente, Universidad Católica enfrentó a Flamengo en Maracaná por la Copa Libertadores. El equipo brasileño debía jugarse la vida ante nosotros. En el torneo brasileño tenían un tranco irregular. En ese juego entró a la cancha de titular Juan José Rivera. Nos convirtieron el 1-0. Juvenal Olmos mandó a la cancha a Milo Mirosevic, y Católica presionó a Flamengo como si jugara en San Carlos. Anotaron Miguel Ramírez, Arturo Norambuena y el propio Milovan, 3-1 y ganamos por primera vez en la historia del club en Brasil. En la fase siguiente, Universidad Católica fue superior a Sao Caetano en ambos partidos, pero a Patricio Ormazábal se le achicó el arco en los penales y a Mauro Segovia no había que pedirle más. Su pega era la demolición con el alma y no la joyería. Durante el mismo 2002, Católica sumó su octava estrella, Juvenal Olmos, campeón anteriormente en Segunda División con Unión Española, se consagró como entrenador y de paso sumó su séptimo título con la franja. Había igualado un registro histórico de Ignacio Prieto, era campeón como jugador y técnico. El equipo de Juvenal presionaba arriba enfocado en doblegar a sus rivales. Si tenía un partido en las manos, bajaba esa cortina de hierro que constituían Pablo Lenci, Miguel Ramírez y Cristián Álvarez. En el repertorio de Olmos había varios esquemas, 3-5-2, 4-3-3, 4-4-2 tradicional, 4-4-2 en doble línea de 4, 3-4-3, muchas veces utilizados en un mismo partido. Católica creía en sus recursos y jugaba con los dividendos. En la fase regular del Apertura, derrotó 3-1 a Colo-Colo con dos goles de Miguel Ramírez y uno de Campitos. En semifinales contra Universidad de Chile, el equipo cruzado puso un corazón que cambió el curso de los hechos estando 1-3 abajo, fue un 3-3 que dejó herido al adversario y 2-1 a favor en la revancha, con dos goles de Jorge Campos. En la final contra Rangers fue superior en Talca, pese al empate 1-1, y en San Carlos de Apoquindo goleó por 4-0 desatando los festejos. Acerca de sus negociaciones con la ANFP durante el Clausura 2002, aportemos un dato al análisis. La Fundación ya había rechazado su proyecto para ganar la Copa Libertadores y disminuyó el presupuesto al 50% para la temporada 2003. En cuanto a sus aciertos, traspasó la pasión de los hinchas al campo de juego, por eso recibió cantos, simpatía y el apoyo de los fanáticos. Esa mística siempre estuvo en la franja, Juvenal Olmos lo sabe porque Universidad Católica está en sus raíces.

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RICARDO LUNARI Y SU AMOR POR LA FRANJA

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En 1993, llegó desde Rosario para vivir los momentos más importantes de su carrera. Tal como Juan Carlos Almada, Romualdo Moro, Miguel Ángel Montuori y tantos otros, Ricardo Gabriel Lunari escribió su propia historia en una alfombra verde que fue testigo de esa costumbre interminable de agrandarse cuando las circunstancias, el rival y la sed de triunfos así lo exigían. Vivió momentos felices en la era Carvallo y de los otros en la época de Manuel Pellegrini. Ha regalado a los hinchas el recuerdo de un apasionado por la camiseta y un gigante en Cali. Su desborde por la derecha y el remate ajustado sobre la salida del arquero en el mar rojo del América marcó alegremente a todos los que nacieron a principios de los 80, y a los más viejos, campeones de 4 copas en esa década, nos devolvió la tranquilidad de saber que la franja renovaba su poderío, apenas plasmado entre 1987 y 1993 con una Copa Chile en 1991.

Algunos de los goles favoritos de Ricardo Lunari en Universidad Católica fueron convertidos a América en Santiago y la mencionada revancha de Bogotá. No somos pocos quienes destacamos su golazo en la revancha frente a Sao Paulo en Santiago. El comienzo de Universidad Católica había sido a todo vapor. Había un ambiente caldeado entre las cincuenta mil personas del Nacional, una gran vergüenza deportiva en los jugadores, latidos que iban y bajaban del pasto a la galería entre la agitación de las banderas. Cuando Ricardo Gabriel Lunari se preparó para rematar de larga distancia al arco muchos supimos que era gol. No fue sorpresivo ver el balón dentro del arco. El motivo es muy sencillo. Ricardo Lunari se mataba en la cancha jugando por Católica, una frase recurrente que resume como el sacrificio es un combustible de la grandeza. Los días siguientes a la final en Brasil fueron insoportables. Había que demostrarles a los brasileños que la azul y blanco estaba bien puesta en el pecho. Católica debía exhibir la mística que llevó a ese grupo de humildes a

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encumbrarse a esas instancias. Ricardo Lunari sacó su remate desde el fondo del alma. El balón cortó el aire en centésimas hasta encontrarse con la red e hizo saltar a todos los cruzados de un país. Por supuesto, se encendieron las esperanzas de una espectacular remontada que estuvo en los pies de Luis Pérez, pero a final de cuentas atesoramos la bravura que demostraron los guerreros de Ignacio Prieto. Una anécdota imperdible de esa Copa Libertadores fue que una bella colombiana se acercó a Lunari en Cali y preguntó a quemarropa: “¿Por qué nos hiciste ese gol en Santiago?”. El internacional cruzado contestó: “Yo no quería...pero el boludo me la pasó”.

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El nivel superlativo de Ricardo Lunari en esa Copa Libertadores sorprendió a muchos periodistas, pero su llegada se gestó por un exhaustivo proceso de seguimiento realizado por Ignacio Prieto. Tras observarlo en Chile jugando la Copa Libertadores 1992 con Newell´s, reciente campeón del Apertura 2004 en Argentina, don Nacho supo que Lunari era un jugador ideal para Católica. A diferencia de los entrenadores de su época que exigían contrataciones millonarias a fines de cada año, Prieto siempre tomaba apuntes de la capacidad de los jugadores rivales y recurría a ellos si era necesario fortalecerse. Marco Cornez atajaba todo frente Católica, incluso suprimiendo la barrera en los tiros libres de Jorge Aravena, como ordenaba Gustavo Cortés, el entrenador que resumía el fútbol como “Hay que il y venil”; Eduardo Vilchez también destacó en la contención de Magallanes en un partido contra la franja; Alex Patato Martínez era un valor rescatable de San Luis cuando se enfrentaban a Universidad Católica; Jorge Pindinga Muñoz hacía lo mismo en Huachipato y tantos otros casos. En 1993, Ricardo Lunari, hasta ese entonces delantero promisorio del equipo rosarino y finalista de la Copa Libertadores 1992 frente al mejor Sao Paulo de su historia, arribó a la cordillera con una maleta llena de esperanzas. Observando la entrega y dinámica del rubio trasandino, Ignacio Prieto lo ubicó como volante de salida, con la libertad suficiente para involucrarse en ataque y colaborar con el quite del balón. Durante la Copa Copa Libertadores 1993, Lunari despertó el apetito de diversos clubes y Chico Swett, que habría vendido más cerros si tuvieran ruedas, no dudó en transferirle a México. No existe dirigente en el mundo capaz de traspasar a un jugador antes de que culmine su primera temporada, pero Swett tenía el olfato para los negocios propio de un empresario y el club necesitaba liquidez. Las ventas de José Cardozo, Ricardo Lunari, Gerardo Reinoso y Juan Carlos Almada, más el despido de Ignacio Prieto, pusieron fin a un proceso que de ser potenciado habría generado grandes satisfacciones deportivas. Al año siguiente, Sao Paulo era un equipo terrenal, mucho más desgastado. Los brasileros, con un plantel menos poderoso que en 1992 y 1993, estaban en el génesis de una crisis económica de proporciones cuando fueron derrotados por Vélez. Manuel Pellegrini nunca supo aprovechar a Ricardo Lunari. El esperado retorno del otrora promisorio delantero de la lepra se había insinuado a mediados de 1994, pero el Pelle había optado por dejar en el plantel a Jorge Vásquez. Finalmente, Gallego no pudo afianzarse como acompañante de Néstor Gorosito en la creación, tarea que no habría sido fácil para nadie de todos modos, había mucha dependencia futbolística hacia Pipo en ese entonces y Pellegrini simpatizaba con ese estilo de juego. El año en que los cruzados ganamos la Copa Chile 1995, Ricardo Lunari regresó a Chile. En una entrevista a Radio Corporación declaró al programa “La Gran Sintonía Cruzada” lo siguiente: “Si tuviera que elegir un equipo en el mundo, elijo a Católica”.

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La crítica periodística decía que en esa temporada Lunari jugaba “apresurado” y que estaba lejos de ser el jugador brillante de 1993, pero la crítica de la época era una mierda. Les cuento mi visión: Ricardo Lunari tuvo en Chile un técnico estudioso como Ignacio Prieto y dinámico, y dos años después cae en manos del Pellegrini que en esa época, como comentábamos recién, basaba su accionar en la genialidad de Pipo y la contundencia del Beto. Para Pellegrini era muy difícil otorgarle movimiento al equipo, por este motivo Piri Parraguez y Mario Lepe jugaban muy cerca el uno del otro. No en vano en esa época sonaba a menudo el diablo Monserrat como refuerzo, un volante explosivo. En el puesto de Ricardo Lunari tenía contemplados a Jorge Vásquez, Ian Mac Niven y Juvenal Olmos en último caso. Lunari estaba confundido y desesperado. Sabía que Pellegrini nunca encontraría una posición cómoda para él, y trataba de jugar en diez minutos lo que no había hecho en los 80 que se comía desde la banca. Finalmente Pellegrini lo descartó a fin de año y además retiró a Juvenal. Cuando los dirigentes descharchetearon al Pelle en 1996, Fernando Carvallo necesitaba jugadores que dieran un nuevo aire al equipo, y aceptó la incorporación de Lunari. El Cadi o Peluca, para nosotros, Mono para los colombianos, venía de una gran actuación en Millonarios. El volante enganchó con sus conocidos Mario Lepe, Nelson Parraguez, Luis Pérez y además con Jano Osorio. El equipo clasificó a la Copa Libertadores. Cuando Pino Carvallo, que en esa época necesitaba “Armonyl”, armaba su plantel para 1997 destinó un cupo de extranjero para el rubio volante. Los hinchas respiramos aliviados. En esa temporada, el corajudo guerrero de vicio bostero estaba para empaparse de champaña caída de la mismísima copa de campeón. En el clásico universitario de la penúltima fecha de la fase regular del Apertura 97, Lunari realizó una de las mejores jugadas que recuerdo. Reventó el hocico al pobre Sergio Vargas. Fue hermoso. Y lo más bonito de todo es que los dos estuvieron bien, Lunari no debía sacar el pie si quería pincharle el balón y Vargas no debía sacar el hocico, porque con la jeta atajaba más que con las manos, 1-0 con gol del Beto y se acercó la consagración del Rosarino. “Hay jugadores de Católica que juegan con la camiseta de Colo-Colo debajo” dijo muy suelto de cuerpo Marcelo Espina, un joven muy querido por sus compañeros del zorrense. Ricardo Lunari rugió desde San Carlos: “Uno siempre se pone para dormir la polera más fea”. En la final del Estadio Nacional entró al área y anotó un golazo que avivó aún más el fuego cruzado en su rumbo a la séptima estrella. Dejó mudos a los rivales que cantaban esa cancioncilla pajera del eterno campeón, y exultantes a los cruzados de regiones que habían aguantado horas en bus para ver su camiseta allá arriba, en el cielo, a los de Santiago que humildemente juntaron cada peso para tomar el bus desde una población hasta Ñuñoa. Esos hinchas apenas durmieron hasta que amaneció y gastaron a cuanto zorrense se atrevió a aparecerse con cara de apaleado. Levantó de

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su asiento al cruzado más pudiente, que teniéndolo todo, un lindo colegio y una casa hermosa, no es feliz si no ve a Católica donde merece. Dejó a la hinchada celebrando hasta tarde desde las humildes calles de mi barrio hasta la esquina colonial del centro, desde el pavimento cubierto de la arenilla que flota en el viento del norte hasta las calles húmedas del sur, desde el interior de un auto estacionado en una calle cualquiera hasta el paraje místico de Chiloé y Rapa Nui, desde lo alto de un departamento hasta la pieza más pequeña que un hombre puede arrendar para vivir, apenas acompañado de una radio. CATÓLICA CAMPÉON. Ricardo Lunari había pasado nuevamente a la historia y derrotó a Arbiza, reemplazante del expulsado Marcelo Ramírez, una escena que se repetiría una y otra vez en nuestras retinas, en nuestras entrañas, en nuestras sonrisas cuando evocáramos una de las finales más aplastantes de la historia del fútbol chileno, junto al 4-0 del equipo cruzado a Rangers en el Apertura 2002. Por su celebración fue echado de la cancha y ahí nació “La expulsión feliz”. Durante el Clausura de ese año Católica obtuvo un empate jugando en San Carlos. En los días previos, Ricardo Lunari había revelado el cansancio que significó la obtención del Apertura y la campaña de Copa Libertadores. Un muchacho entró al camarín y dice a Lunari que explicaba el resultado a la prensa: “Las vacaciones”. Lunari aún muy caliente por el empate preguntó: “¿Qué dijiste pendejo?”. Con las grabadoras aún encendidas, el aludido replicó: “Las vacaciones...Yo pagué una entrada”. Lunari contestó: “¿Y crees que por pagar una entrada tienes el derecho de hablar las estupideces que se te ocurran?, ¿Hacía cuanto que no eras campeón?, diez años, y ahora hablas estupideces”. Ese pendejo estaba muy bien conectado, el asunto llegó a oídos de Felipe Lamarca y ahí cagamos. A fines de 1997, Juan Carlos Benitez, el mismo dirigente que justificó la transferencia de Alberto Acosta por su edad, y luego el Beto ganó la Mercosur y Sudamericana, transfirió a Lunari para comprar a Edú Manga, Wagner y Solís el costarricense. Eran más malos que Drácula, el Hombre Lobo y Jack el Destripador juntos. Cerraron las puertas por toda la vida a un símbolo de los 90´ que se había ganado un espacio de sobra. Así es La Fundación. Años después, Andrés Tupper tuvo una entrevista con él y prometió al jugador que se retiraría en Universidad Católica. Por los hechos seréis juzgados. Ricardo Lunari era un motor incandescente cuya gasolina era el aliento de la hinchada, su propio amor por el fútbol y la pasión que sentía por la camiseta. Era un joven de Rosario que supo valorar el cariño incondicional de los hinchas chilenos. Aunque nacieron en otra tierra, Alberto Acosta, Gerardo Reinoso y Ricardo Lunari son tan cercanos para nosotros como unos hermanos que viven lejos, que aman lo que tú amas, que se jugaban con todo por lo que protegías y aportaron su sudor a nuestros colores, a los cuales regalas la voz cada fin de semana.

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Podías verlo arrojándose a los pies de Espina para arrebatarle el balón y prenderse en ataque para apoyar a Jano Osorio, una y otra vez. Cuando salía de la cancha estaba exhausto, como en el 1-1 del Monumental por el Apertura 1997, disputado cuando veníamos de jugar en Venezuela por la Copa Libertadores. Que poco valoran nuestros dirigentes a quienes juegan, corren y meten, a quienes inflan las redes en los partidos importantes e inspiran a los niños a elegir un número de camiseta, a esos referentes que llevan hinchas al estadio. Nunca me canso de decirlo. Y que gigantesco es el aprecio de los cruzados al recordar detalles de sus ídolos, esos hinchas que recortan los resultados en el diario, juntan revistas, que perpetúan un nombre glorioso en una bandera.

Ricardo Gabriel Lunari tienes la gratitud, admiración y cariño de la hinchada que no se calla en las buenas ni en las otras, que desata carnavales. Cuando venías de vuelta en el avión desde Calama en 1997, tomaste el micrófono de la cabina y comenzaste una rutina de chistes. Ese plantel sabía que iba a levantar la copa, hasta lo pronosticó Daniel Morón en la Radio a pesar de que había jugado en los rivales. Tú hablabas a los chicos dentro de la cancha, alegrabas las concentraciones y los viajes, y te transformabas en un luchador cuando había que derrochar hasta la última gota de esfuerzo. Cuando todos esperábamos que te sintieras conforme con tu despliegue, nos regalabas fútbol y goles, y eso te convirtió en un grande.

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NÉSTOR RAUL GOROSITO: DE CUERVO A CRUZADO

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Desde niño fue hincha de Tigre. Vino desde Argentina convertido en ídolo de San Lorenzo. Cuando Pipo debutó contra Melipilla en 1994 aún se ponía a punto y jugó parado. Al menos dio 12 habilitaciones claras de gol. Tenía un guante en el zapato. Al principio, Rodrigo Barrera, que se desconectaba con facilidad del juego, no corría tras sus pases porque su precisión era sorpresiva. En su primer clásico en Chile, Néstor Gorosito fue al estadio Monumental. Con gran personalidad, Pipo se puso frente al balón para ejecutar un penal decisivo y decretó el 1-1. Universidad Católica recién se armaba, pero se hizo respetar frente a Colo-Colo. Por el Torneo Oficial 1994, derrotó al mismo rival por 2-0 y 3-0. En esa temporada, el Pipo fue un extraterrestre. Pensaba rápido, habilitaba con precisión y ejercía un liderazgo evidente dentro y fuera de la cancha. Asumió la responsabilidad de poner su experiencia y jerarquía al servicio del club. Poseía una personalidad fuerte, muy necesaria para no dejarse avasallar en la vida, sin duda adquirida en su experiencia integrando planteles pesados como el River Plate, campeón de Copa Libertadores e Intercontinental 1986. Gorosito era un genio, pero podríamos definirlo como un 10 lanzador y no un gambeteador que ingresa permanentemente al área. Si armas un equipo soñado y tienes un diestro como Néstor Gorosito que habilita a la perfección a 40 o 45 metros, probablemente lo ubicas de 8, junto al volante de contención o más cargado a la derecha, y de 10 pondrías a Gerardo Reinoso, así generarías fútbol desde atrás, garantizando una salida limpia con alguien que maneja los tiempos como Pipo, y tendrías arriba un arma letal como Vieja Reinoso, capaz de convertirse en delantero o bajar para que su equipo marque superioridad en la mitad de la cancha y hacer paredes con sus compañeros. Ambos compartían esa virtud. En una combinación, el receptor del pase sabía que el balón venía al zapato o al espacio marcado. En ese mismo equipo soñado, contarías con Sergio Livingstone, José Manuel Moreno, Alberto Fouillioux, Ignacio Prieto, Néstor Isella, Washington Villarroel, Miguel Ángel Neira, Alberto Acosta, Juan Carlos Almada… El gran problema del fútbol es que los equipos deben ser funcionales. Si en el fútbol los artistas tuvieran la abnegación de los obreros y ellos la inspiración de los artistas, tendrías un equipo dúctil en cuanto a variantes y capaz de leer por sí mismo las necesidades del partido. Como era una dupla que ya había deleitado a los fanáticos del fútbol en canchas argentinas, tarde o temprano Néstor Gorosito buscaría al Beto Acosta en la cancha. La calidad técnica del Pipo y la intuición futbolística del Beto permitían que el volante sorprendiera con toques sutiles y a veces los alternara con pases largos. Alberto Acosta sabía incluso como picaba el balón tras el efecto de Gorosito y se desmarcaba corriendo en la dirección correcta o usando el cuerpo. Pipo era el socio que auxiliaba a cualquier compañero desahogando o generando fútbol desde cualquier rincón de la cancha. Fue figura en el primer

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triunfo de Universidad Católica en el Estadio Monumental por el Torneo Oficial, el mencionado 2-0, con dos goles de Alberto Acosta, en 1994. Hasta entonces la única victoria correspondía al 3-2 por Copa Chile de 1992. En ese partido histórico, Freddy Ferragut tiró un planchazo al Pipo para fracturarlo, Gorosito se elevó y lo aplastó con los estoperoles. Lo reventó. Al término del partido, Ferragut dijo que Gorosito era su ídolo. Además fue decisivo en el triunfo por 1-0 ante Universidad de Chile con nueve jugadores, aquella tarde donde Sergio Fabián Vázquez anotó un gol inolvidable. El pase para Charly fue una obra arte. Sergio Vargas se dio cuenta del peligro de gol, los defensores se confiaron, y el balón voló sobre la cancha del Estadio Nacional en su cita con la historia. Darío Robalderón, vicepresidente de ANFP, dedujo que por su estilo de juego, orientado a la posesión de balón, Católica podía derrotarles sin el Beto, pero no sin el motor del equipo. Por ese motivo, Carlos Robles parecía muy predispuesto a expulsarlo en la revancha del clásico universitario, como finalmente ocurrió. El Tribunal de Penalidades anuló la expulsión de Pipo. Recordemos que las irregulares sucedidas en ese torneo fueron descritas en la carta del empresario Orlando Sáenz a Ricardo Abumohor. Curiosamente, el ex Presidente de ANFP sacó del directorio a Robalderón tras el penal que dio el título de 1995 a Universidad de Chile ante Temuco. Hubo una anécdota imperdible en la temporada 1994, Néstor Gorosito se encontraba de vacaciones en Argentina y el maternal jugaba con Cobresal por la última fecha del torneo. Un amigo de Pipo informó: “Van perdiendo, hay posibilidades”. Néstor Gorosito contestó: “Quédate tranquilo que va a pasar algo. Esto está listo desde antes”. Poco después, Salvador Imperatore cobró un penal absurdo y al día siguiente atribuyó esta acción a un error. El título más trascendente que logró un club chileno durante la temporada 1994 fue la Copa Interamericana. Aunque el árbitro Fernando Chapell anuló el 2-0 que había convertido, era tiro libre indirecto y pateó al arco, Pipo Gorosito condujo al equipo como un director de orquesta y remontamos la llave. Cuando finalizó el partido declaró: "Estoy feliz de darle este título a la UC y a Chile". Además de ser el primer campeonato de la dupla Acosta Gorosito en Universidad Católica, también fue el primer logro en la carrera de Manuel Pellegrini. En 1995, Néstor Raúl Gorosito ganó la Copa Chile en la final ante Cobreloa. El poderío de Universidad Católica, expresado en un ataque conformado por Sebastián Rozental, Rodrigo Barrera y Alberto Acosta, rubricó un contundente 4-2. Fue el segundo título en Chile de Pipo y el primero a nivel nacional con la franja. Mientras cumplía su segunda temporada en Chile, se compró un auto nuevo. Dos integrantes de ese plantel, Rodrigo Barrera y Nelson Tapia, decidieron

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jugarle una broma. Rayaron el auto con pintura. Cuando Pipo vio su tocomocho casi pierde la melena. Antes del término de ese año, Gorosito y Acosta planeaban vengarse. La ocasión escogida fue la liguilla Pre-Libertadores 1995. Pipo y Beto pagaron al utilero para que buscara unos soretes y los trajera en una bolsita. Al poco rato el utilero trajo dicha bolsita con el fragante botín. Soportando el olor y la risa, los astros echaron el contenido entre las pertenencias de Tapia y los zapatos de Chamuca. Cuando Rodrigo Barrera vio sus zapatos no podía creerlo. Minutos después los cuatro jugaron contra Colo-Colo y la franja se quedó con la liguilla. Como sabemos, la dupla argentina fue vendida al Yokohama Marino de Japón. En el plantel de 1997, Alberto Acosta se encontró con Nelson Tapia y recordaron la broma con buen humor. Rodrigo Barrera no volvió a dirigirles la palabra en un largo tiempo. A mediados de 1996, Néstor Raúl Gorosito pudo volver a Universidad Católica desde Japón. Su retorno, sumado al aporte de Ricardo Gabriel Lunari, Luis Pérez y Aníbal Tunga González, habría potenciado la arremetida en la tabla de posiciones. Visualizando aquello, Dragonicevic y VerPIGara, dirigentes de Colo-Colo, echaron a correr rumores entre los periodistas que trabajaban para ellos. Hablaron de doping en el plantel de Universidad Católica durante la época del Pipo, entendiéndose dopaje sólo en su acepción de “sustancia ilícita que mejora el rendimiento”. Nunca hubo pruebas para tales acusaciones. Temían a Néstor Gorosito, recordaban los bailes infernales para ellos y se mareaban con solo pensar que volvería a las canchas chilenas. Los rumores llegaron a la Fundación y hubo orden de no aceptar su regreso, Néstor Gorosito decidió retornar a San Lorenzo donde cumpliría las mejores temporadas del último tramo de su carrera. Cuando al fin retornó para el segundo semestre de 1999, Néstor Gorosito rememoraba a aquél conductor que había partido en 1995. Con el tiempo trascendió que Juan Carlos Benítez firmó un doble contrato al jugador. La administración de Benítez propició que la Fundación decidiera establecer oficialmente el cargo de gerente rentado, con otra persona cumpliendo ese rol. Con su fútbol atildado, Universidad Católica tenía la paciencia y fondo de juego para doblegar a las defensas rivales. Ganamos 4 clásicos seguidos a Colo-Colo en 1999. Entre esos partidos recordamos un 2-0, goles de Hugo Brizuela y Alejandro Osorio, un verdadero baile pese a lo exiguo del marcador; un 1-0 con taco del mismo paragua Brizuela para descolocar a Marcelo Ramírez y un 3-1 donde convirtió Héctor Tapia para Católica. Después de bailarlos en uno de esos partidos, la hinchada rival cantaba una tonadilla patética, desde arriba del bus, asomado por el vidrio posterior, Hugo Brizuela cantaba y saltaba tomándoles el pelo. Al año siguiente, bajo la dirección técnica del holandés Wim, el rendimiento de Pipo fue menor, como ocurrió con todo el equipo. Lo mismo ocurrió durante el primer semestre de 2001. Antes de que se fuera Fernando Carvallo, el

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directorio de la Fundación analizó el nombre de Néstor Gorosito como entrenador del primer equipo. Gravísimo error de los dirigentes, generó rumores y conflictos innecesarios. La primera medida de Juvenal Olmos fue destituir a Pipo Gorosito, pese a utilizarle en los dos primeros partidos de su era. Entre ellos está el encuentro en San Felipe donde Gorosito desperdició dos penales. Juvenal solicitó al volante una preparación física y un despliegue futbolístico que difícilmente habría cumplido a esas alturas de su carrera.

Una estrella se encendió en la constelación de astros cruzados durante el juego entre Universidad Católica y Deportes Concepción por el Torneo Oficial 2001. Católica ganó 2-0. El Pipo que elevaban sus compañeros en andas para ser saludado por la hinchada fue el mejor Gorosito que conocimos. El jugador que constantemente pedía el balón y habilitaba a las mil maravillas a sus compañeros.

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Se despedía el Pipo de la Copa Interamericana 1994 y Copa Chile 1995, el crack que ayudó a ganar con nueve hombres un clásico universitario y paró en seco al Doctor Mojorozco. Se retiraba un astro que puso la camiseta de la franja a miles de niños de todos los estratos sociales. El campeón de la Copa América 1993 fue capaz de encandilarnos con pases profundos y golazos de tarde en tarde. Néstor Raúl Gorosito, cuantas veces soñamos con traer a grandes del fútbol mundial y vestirlos con la franja. Tú y Beto Acosta vinieron, jugaron y ganaron. No nos engañaran con los robos e injusticias de 1994, respaldado por el presidente Freicayuya y el empresariado chileno. Cuando incorporas el talento fusionado con el barrio compras el paquete completo. Hay que ser astuto para entenderse con caudillos. Néstor Gorosito el entrenador quizás chocaría con el Pipo jugador. O en el caso totalmente opuesto formaría un equipo en torno a un jugador de su nivel, al estilo de Manuel Pellegrini. A esos jugadores de clase que poseen gran influencia sobre sus compañeros debes saber encausarlos, ponerlos al servicio del equipo y rescatar lo mejor de sus liderazgos. En la cancha, donde nunca sobran figuras de su categoría, el Pipo fue un genio que al frotar sus zapatos nos concedió dos copas, una a nivel internacional, y lecciones humillantes a Colo-Colo y Universidad de Chile.

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PATRICIO TOLEDO: EL ARQUERO DE LOS 6 TÍTULOS CRUZADOS

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Figuran en su historial la Copa Polla Gol 1983, la Copa de la República 1984, el Torneo Nacional del mismo año, la Copa Chile 1991, la Copa Interamericana 1994 y la Copa Chile 1995. En 3 de los 6 torneos fue titular. Fue el mejor arquero del continente en 1991 después de un extraordinario desempeño con la camiseta de Chile en Copa América. Patricio Toledo tuvo virtudes y defectos, grandes actuaciones y de las otras, pero siempre se identificó plenamente con la franja y aquí comienza su historia. En la Copa Polla Gol 1983, la carta principal al arco era Miguel Ángel Leyes. Patricio Toledo estuvo en el banco de suplentes durante la liguilla por el título de la competencia. En ese también equipo era suplente Juvenal Olmos, Juvenal Vargas y Gastón Cid, un muchacho de pierna fuerte que podía reemplazar a Alberto Valenzuela por izquierda o a Mardones y Daniel Silva en el mediocampo. Miguel Ángel Leyes tuvo una buena actuación, recibió sólo 2 goles en los tres partidos definitorios. Como joven portero, Patricio Toledo asimiló la experiencia de levantar una Copa. En 1984 la situación cambia radicalmente. Patricio Toledo fue titular en la Copa de la República y en la banca estaba Leonardo Canales, que tiempo más tarde tendría grandes actuaciones en Naval de Talcahuano. Después de un desempeño impecable contra Santiago Wanderers en el 3-0 a favor de la franja, Toledo repite contra el mencionado Naval, ganamos 1-0 y el arquero sumó el segundo título en el club, apoyado en Rubén Espinoza, un lateral de gran proyección ofensiva, Oscar Lihn, un central que basaba su accionar en el temperamento, René Valenzuela, prenda de seguridad para cualquier defensa, y Pablo Yoma, utilizado como lateral izquierdo. Como decíamos en la columna “Cuatro títulos en 5 años”, Marco Antonio Cornez observó la final entre Universidad Católica y Naval desde las tribunas, y posteriormente tendría un rol determinante en el Torneo Oficial 1984. En la definición de ese campeonato, Patricio Toledo miró el partido decisivo contra Cobresal desde la banca, tal como Daniel Silva, Juan Ramón Isasi y Juvenal Vargas, así el Pato celebró su tercera copa, pero ya llegaría el momento de su revancha. En 1986, Marco Cornez fue enviado a préstamo por Ignacio Prieto a Palestino. Patricio Toledo fue el encargado de asumir la titularidad durante el año. Su actuación fue irregular como la de gran parte del equipo. Don Nacho Prieto hizo jugar el clásico universitario a Leopoldo Polo Vallejos, arquero que había sido contratado principalmente para entrenar a los porteros jóvenes. Vallejos, campeón con Universidad Católica en 1966, respondió a las exigencias del técnico y estuvo a su disposición en otros partidos. Aún no era el momento de Patricio Toledo, pero su anhelo de triunfar con los colores cruzados seguía intacto. En 1987, Patricio Toledo fue enviado a préstamo a Everton. Universidad Católica salió campeón con una impresionante campaña de Marco Cornez. A

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fines de 1990, Cornez emigró de la franja y al año siguiente el Pato nuevamente tuvo una opción. Tras la sanción de Roberto Rojas por el Maracanazo de 1989, Patricio Toledo estaba considerado como el mejor arquero de Chile. En 1991 brilló por sus reflejos espectaculares, elasticidad y la facilidad de colgarse del balón interceptando centros y tiros de esquina. Aunque la Roja no cumplió con el objetivo de quedarse con la Copa América disputada en casa, Toledo nos regaló una actuación fenomenal contra Paraguay y por su desempeño en el torneo fue elegido el Mejor Arquero de América. No fue todo, hasta ese momento había festejado un campeonato como titular y dos como reserva en Universidad Católica, y en la Copa Chile de ese año tuvo un rol destacado en la obtención de su cuarto trofeo. En 1993, Universidad Católica se preparaba para la Copa Libertadores. Patricio Toledo se lesionó en un partido de la Copa Ciudad de Santiago, que finalmente ganó Sao Paulo. El titular en la máxima cita continental fue Óscar Wirth, campeón con Universidad Católica en el Ascenso 1975, y Toledo debió observar desde la banca esa histórica campaña. Al año siguiente, Patricio Toledo retomó la titularidad y se convirtió en el primer arquero de Universidad Católica en levantar un trofeo internacional. Nada pudo hacer en la derrota contra Saprissa en Costa Rica por 3-1, pero en el partido de vuelta ofreció seguridad al arco justo cuando más se le necesitaba. Mientras sus compañeros estaban exhaustos por el esfuerzo prodigado en la cancha, el Pato, apenas exigido por los ticos durante los 90 minutos y el alargue, comenzaba su quinta vuelta olímpica acompañado de un centenar de hinchas. Nelson Tapia cumplió una gran actuación en el 4-1 de Universidad Católica sobre Universidad de Chile por Copa Libertadores 1995. Por su parte, Patricio Toledo vivió uno de sus partidos más memorables contra Colo-Colo en el Torneo Oficial 1995. Los cruzados vencimos 2-1 y fue en ese juego donde Marcelo Barticciotto no celebró su gol. Entusiasmado con el desempeño de Patricio Toledo, Manuel Pellegrini decidió que Toledo fuera titular en la revancha con River Plate en el verdadero Monumental. El Partido de Pato fue pésimo. Estuvo mal en las salidas y regaló un gol a Enzo Francescoli. Si comparas esa actuación con la definición de la Liguilla Pre-Libertadores 1992, donde fue figura indiscutida ante Universidad de Chile, comprenderás que muchos de los riesgos asumidos fueron los mismos, con resultados totalmente opuestos. Toledo era un arquero que jugaba al límite y dependía de su inspiración. En la final de la Copa Chile 1995, Patricio Toledo fue suplente de Nelson Tapia, pero su participación en la banca bastó para que sumara el sexto título. Su carrera en la franja llegaba al tramo final. En 1997, cuando defendía la camiseta de Deportes Temuco, prometió matarse jugando contra Colo-Colo en

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beneficio de Universidad Católica. Perdieron 1-0, pero la actuación del arquero compensó en gran parte la debilidad de su equipo.

Roberto Rojas siempre lo vislumbró como su sucesor y admiraba su capacidad para salir a cortar, la mayor debilidad del arquero subcampeón de Copa América 1987. Al margen de los motivos que provocaron su salida del club, los cuales pueden atribuirse simplemente al criterio futbolístico o personal de quienes tomaron la decisión, Patricio Toledo estuvo presente en 6 vueltas olímpicas con la franja, una apuesta muy alta para cualquier jugador que pretenda superarlo.

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EL LEGENDARIO CAPITÁN MARIO LEPE

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Hay un poema del norteamericano Walt Whitman llamado Oh, capitán, mi capitán, el texto inspiró el saludo secreto de la película La sociedad de los poetas muertos. Trata sobre un marino que siente orgullo del valor que demuestra su superior en una tormenta. Las olas inundaban el barco, y la madera de los tablones se estremecía. Cuando cesa la tempestad, el capitán yace inerte sobre el timón. Había entregado la vida por el bienestar de sus hombres. Así fue Mario Lepe. Condujo el barco de nuestra infancia, de nuestra juventud, de nuestra madurez, durante una década de aguas revueltas, donde el título del Torneo Nacional se escapaba por poco. Dejó su sangre en la cancha, dolor a raudales, inolvidables alegrías y tras ellas una amplia estela de copas y recuerdos. Esta es la historia de Mario Lepe, un soldado de mil batallas que heredó el título de gran capitán de Miguel Ángel Neira. Es el jugador más campeón en la historia de la franja. Andrés Romero y Patricio Toledo cuentan con 6 títulos y probablemente Mario Lepe supera ese registro por uno o dos. Es probable que Lepe integrara el plantel que disputó la Copa Polla Gol 1983, debido a que Ignacio Prieto lo hizo debutar esa temporada, y que haya participado además del grupo que ganó la Copa de la República 1984. Sin embargo, su nombre no aparece en las instancias finales de ambos torneos. El mediocampo en la Copa Polla Gol fue Miguel Ángel Neira, Patricio Mardones y Gastón Cid, Daniel Silva ingresó desde la banca. El 7 de Marzo de 1984, en la definición de la Copa de la República, Ignacio Prieto utilizó a Patricio Mardones, Miguel Ángel Neira y Jorge Aravena, Daniel Silva fue suplente. Nos centraremos en las campañas realizadas entre el Torneo Nacional 1984 y el 2000, donde cumplió un rol fundamental. Para potenciar a Mario Lepe y Patricio Mardones, Ignacio Prieto prescindió de Eduardo Bonvallet a principios de 1983. La decisión fue comprensible, el ex mundialista de España 82 tenía un tobillo destrozado por sus 29 infiltraciones jugando por la Roja. Mario Lepe tenía 19 años en 1984. Su actuación en la Liguilla por el título del Torneo Oficial, en especial frente a Unión Española, triunfo de Católica por 2-0 con goles de Osvaldo Hurtado y Juan Ramón Isasi, fue un factor vital para apoderarnos de la ansiada copa. Comprendiendo la trascendencia de esa estrella, un joven Lepe lloraba en el camarín mientras todos reían y se abrazaban. Era campeón con la franja. Había llegado desde Temuco a la capital para empaparse del azul y blanco. Había respondido a Ignacio Prieto y los rostros tras las banderas con una vuelta olímpica merecida y largamente esperada. Una ausencia prolongada de Mario Lepe propició que en 1987 jugaran juntos Eduardo Vilchez, Patricio Mardones y Francisco Hörmann. Lepe convirtió dos goles durante la segunda rueda: El segundo de la franja en el 3-1 a Concepción, 7.915 espectadores en el Municipal de Collao, y el primero del triunfo ante San Luis por 2-0, 6.453 personas en el Municipal de Quillota. En el clásico universitario de la segunda rueda, partido que nos catapultaría al

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título, 2-1 a favor con goles de Luis Abarca y Osvaldo Hurtado, Mario Lepe y Miguel Ángel Neira aportaron bríos al equipo en medio de la adversidad. El empate 1-1 de Colo-Colo y Palestino desató el festejo en Santa Rosa de Las Condes. La máquina cruzada había conseguido el campeonato en forma brillante. Los grandes deben enfrentar todo tipo de retos y salir victoriosos de ellos. El capitán sufrió cuatro fracturas durante su carrera, en especial impactó aquella de 1989. Católica enfrentaba a Deportes Iquique, en un partido que finalizaría 5-0 a favor de la franja. En un pasaje del encuentro, un jugador rival amenazó a Lepe: “Te vamos a quebrar”. En el fútbol los guapos meten la pierna lealmente, una acción malintencionada o cobarde termina en una tragedia. Hubo una fractura expuesta en una de sus piernas y el rostro desencajado del capitán remeció a todos. Nuevamente logró levantarse. Aunque estuvo ausente en la final, Mario Lepe se coronó campeón de la Copa Chile 1991, campeonato donde anotó el primer gol del triunfo cruzado por 3-2 en el clásico universitario, Santa Laura,15.725 espectadores, y el tercero en el 4-0 sobre Soinca, San Carlos, 6.346 personas. El juego de Lepe seguía en evolución. Aunque el concepto se reitera con cada integrante de ese plantel, su rendimiento en Copa Libertadores 1993 fue el mejor de su carrera. Frente a América en Cali, Mario Lepe jugó tal vez su mejor partido con la camiseta de Universidad Católica, sólo comparable con el nivel exhibido ante Saprissa en San Carlos por la Copa Interamericana 1994 y la final del Apertura 1997. Ante los colombianos, se echó al bolsillo a Harold Lozano, transferido tiempo después al fútbol español, y a Freddy Rincón. Llenándose de gambetas, Mario Lepe hirió la retaguardia de los cafeteros como un volante de creación más. En la final de revancha frente a Sao Paulo en Santiago, Católica buscaba el tercero en pleno segundo tiempo. Como habíamos adelantado las líneas en busca del gol, escapó un brasileño muy libre en un contraataque, salió a cortar Charly Vázquez y el rival hizo un túnel o caño. A favor del líbero, es necesario que recalquemos la urgencia del equipo por no quedarse con uno menos o la llave se cerraba antes de tiempo. Mario Lepe era el último hombre. El brasileño tiró otro túnel y el balón pasó entre las piernas del capitán, pero Mario Lepe se arroja de espaldas y atenazó el balón entre las piernas. En seguida, fue hacia delante con balón dominado. En 1994, Mario Lepe jugó las mencionadas finales de Copa Interamericana y levantó el trofeo en San Carlos de Apoquindo, campeón internacional con la jineta de la UC. Mario Lepe es el último gran capitán del fútbol chileno. Y es cruzado. Es nuestro orgullo, nuestra bandera. Si te acercas a Lepe percibes que es sumamente sencillo. El capitán un día pintó su casa azul y blanco, porque ese era el color de su alma.

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Tomándose revancha de su ausencia en la final anterior de Copa Chile, estuvo presente en la misma instancia, cuatro ediciones más tarde. Universidad Católica superó por 4-2 a Cobreloa en el Estadio Nacional ante 8.328 espectadores. Fue la primera copa dedicada al Mumo. A menudo, el capitán compartía habitación con Raimundo Tupper en las concentraciones. Según sus propias palabras, Raimundo le enseñó varias cosas pese a su juventud. “Me emociona hablar del Mumo”, confesó dos años después de que su compañero decidiera alentarnos desde el cielo. Las enseñanzas tuvieron un buen destino, Mario Lepe no dejó de crecer dentro y fuera de la cancha. El 26 de enero de 1997, Universidad Católica ganó la Copa Miami por 3-2 frente al Olimpia de Honduras. El plantel se juramentó ganar el Torneo Oficial tras una década de sequía. En la final de ida que perdimos con gol de Ivo Basay en los últimos minutos, Mario Salas sacó de quicio a nuestro capitán en el arco sur del estadio y Lepe lo empalmó. Tengo la impresión de que lo vieron en todo el mundo, pero hasta el guardalíneas celebró el aletazo. El 10 de julio de 1997, como en aquella Liguilla por el título de Torneo Oficial 1984, el clásico universitario que valía un título en 1987, Copa Libertadores 1993 y toda la temporada 1994, Mario Lepe se comió la cancha en el memorable baile por 3-0 a Colo-Colo en el Estadio Nacional, ante 40.000 espectadores y con arbitraje de Luis Mariano Peña. Mario Lepe era el capitán al que escribía Walt Whitman, un jugador que tomaba la bandera mientras el temporal nos azotaba la cara.

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Marcelo Espina le pegó un planchazo en la mitad del campo y nuestro capitán se levantó. Los guerreros no saben hasta donde llegan sus fuerzas, crecen con las dificultades. Una década llevábamos con el grito atorado, años aguantando las burlas de otros que esperaron un cuarto de siglo, diez años enfrentándonos al zorrense, que con huevitos no habría perdido 3-0 ante Estrella Roja contando un hombre más a partir de los 25 minutos del primer tiempo. “Ahora saldré a la calle y gritaré que somos campeones”, declaró Mario Lepe emocionado, tal como en 1984.

Junto a Nelson Piri Parraguez formó una dupla que en la era Prieto roncaba a nivel continental. Esa sociedad futbolística conquistó 4 títulos, incluyendo la Copa Interamericana, y 7 Liguillas. Anteriormente, su socio en la contención fue Patricio Mardones y ambos ganaron en dupla 4 títulos, además de la Liguilla Pre-Libertadores 1985. A principios de 2001, en el último semestre de Wilhelmus Rijsbergen, nuestro capitán abandonó el fútbol. Tuvo una oferta de

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Santiago Morning, pero fue rechazada. Ya había escrito su nombre con letras grandes y doradas en el profesionalismo chileno. Mario Lepe estableció un récord de 639 partidos jugados por Universidad Católica. Este fue el capitán interminable. Háganle la despedida dirigentes, cuando se vaya Andrés Tupper también haremos una fiesta. Será feriado nacional. Mario Lepe es un símbolo del pueblo chileno, una leyenda viviente para nosotros los cruzados. Abandonaron a Alberto Fouilloux, ignoran a Néstor Isella, admirado hasta por rivales en los años 60´, mantienen a Miguel Ángel Neira fuera de la institución, cerraron las puertas a Ignacio Prieto. No se equivoquen también con otro amante del azul y blanco. Nosotros tuvimos a un Sergio Livingstone, que emigró a Colo-Colo porque nadie de la época apostaba por su recuperación; extrañamos a un Alberto Fouilloux que nos dio el Torneo Oficial 1961 ante Universidad de Chile con un penal, sumó otra estrella en 1966, emigró a Europa y acudió al llamado de los cruzados para coronarnos campeones de la B en 1975; sufrimos con la venta del Beto y el Pipo a Japón en 1996; nos desencantamos de Patricio Mardones, Rubén Espinoza, Rodrigo Barrera, Sebastián Rozental y Patricio Ormazabal, pero siempre contamos con Mario Lepe, con su fuerza y ascendencia en el plantel, con sus ceatoleí gritados en la cancha y el túnel hasta romper la voz, como los cantos de la hinchada. Mario Lepe transformó el vigor de la hinchada en balones recuperados y bien distribuidos, en empuje y coraje. Son pocos quienes meten la pierna después de varias lesiones, encendiendo un corazón gigante, nacido para la batalla, y enfrentan sin miedo a cualquier adversario, mientras los hinchas aprietan los puños y viven desde afuera las jugadas que quisieran ver sobre el pasto. Si quieren recordarlo en una sola frase, volvamos a la noche de la séptima estrella: “Tengo el corazón cruzado de tanto amor por este club”. Capitán, te reconocemos por el logro de una carrera, por ganarle a los brazos invisibles que a otros sepultan en las calles humildes de los barrios, a las tentaciones que envenenan y arruinan futuros. En nombre de todos los cruzados, y aunque pasen años, vamos a compartir la mitad de nuestro pan, y a regalarte la mitad de nuestro vino, porque mientras haya un techo sobre nuestras cabezas, o un cielo y una noche fría, serás reconocido desde el más poderoso al más humilde de nosotros como un hombre que amo lo que más amamos. Han cesado los años de tormenta, las tempestades previas a 1984 y 1997, Universidad Católica es la institución más grande pese al lastre de los dirigentes. El capitán descansa sobre el timón de nuestra infancia, de nuestras memorias, después de haber brindado su vida para llevarnos al puerto del triunfo.

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MIGUEL ÁNGEL NEIRA: DIOS IBA AL ESTADIO PARA VERLE JUGAR

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En Universidad Católica fue campeón de Copa Polla Gol 1983, Torneo Oficial 1984, Copa de la República 1984 y Torneo Oficial 1987, además obtuvo la Liguilla Pre-Libertadores 1985 y jugó la semifinal de Copa Libertadores 1984. Fue un zurdo extraordinario, de magia y potencia descomunal. El 28 de junio de 1981, debutó en la franja jugando un amistoso contra Colo-Colo en el Estadio Nacional. Universidad Católica ganó 2-1 y Neira se robó la película. Convirtió el 1-0 al minuto 37 colocando el balón al segundo palo de Miguel Ángel Leyes, arquero años después obtuvo la mencionada Copa Polla Gol 1983 con la franja. Durante esa temporada, neira tuvo una campaña sobresaliente, pese al bajo nivel colectivo del equipo, y por las Eliminatorias tuvo una actuación excepcional con la Roja. El ejecutante designado por Luis Santibáñez en la Copa del Mundo España 1982 era Miguel Ángel Neira, pero Carlos Caszely pretendía convertirse en figura del Mundial. La desviación de su lanzamiento marcó a una generación. Finalmente, Neira pateó un penal ante Argelia y anotó. En un equipo los egoísmos deben ser relegados en beneficio del bien común. En la Copa Polla Gol 1983, Universidad Católica tuvo actuaciones aplastantes como las goleadas 4-0 a Palestino, 4-2 a Magallanes, 4-1 a Atacama, 4-1 a Arica en primera fase; 6-2 y 5-0 a Magallanes en segunda fase. Enfrentó a Colo-Colo dos veces en el torneo derrotándolo por 1-0 y 2-1. En la Liguilla ganó 1-0 a O´Higgins, 3-1 a Cobreloa y 2-1 a Palestino. Miguel Ángel Neira sumaba su primer título en la franja como un jugador indispensable para don Nacho Prieto. Poco después, una nueva celebración. Jugó la final de Copa de la República 1984, triunfo 1-0 con gol de Juan Ramón Isasi, y sumó su segunda copa en Católica. En la Copa Libertadores 1984, Miguel Ángel Neira convirtió a Blooming en Santa Cruz y Bolívar en Santiago por la primera fase, y a Independiente en Avellaneda por las semifinales. Los Diablos rojos originales fueron campeones ese año y contaban con figuras como Ricardo Bochini, Claudio Marangoni, Alejandro Barberón, Carlos Enrique, Néstor Clausen, Jorge Luis Burruchaga y los jóvenes Gerardo Reinoso, José Pecudani, Sergio Merlini y Sergio Bufarini. El héroe cruzado de la batalla librada en Avellaneda fue Neira, gambeteando en el barro y embistiendo con coraje hacia el arco de Goyén. Soportó golpes dados a mansalva y se tragó la sangre junto a la transpiración. Católica hizo merecimientos para al menos quedarse con un punto. Con la Copa de la República 1984 ya en el bolsillo, la zurda prodigiosa de Miguel Ángel Neira nos condujo hasta el título del Torneo Oficial. El aporte goleador de Jorge Aravena y Osvaldo Hurtado fueron el complemento ideal para su juego asociado. En la fecha final de la Liguilla por el título, Universidad Católica venció por 2-0 a Cobreloa, goles de Osvaldo Hurtado y Patricio

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Mardones, 2-0 a Unión Española con anotaciones de Osvaldo Hurtado y Juan Ramón Isasi, y empató 0-0 con Cobresal en un encuentro de infarto. Con ese punto, la franja sumó la quinta estrella tras 18 años de espera. Miguel Ángel Neira, que había anotado ante Coquimbo, Palestino y Audax durante la campaña, alzó la copa. El Estadio Nacional era testigo de su consagración como ídolo cruzado. Ese año además, Universidad Católica volvió a adueñarse del clásico universitario después de 13 temporadas, ganó 3-2 con goles de Osvaldo Hurtado en dos oportunidades y Gino Valentini. El 30 de junio de 1985, Católica sumó un clásico ante Colo-Colo al imponerse por 1-0 con gol de Juvenal Vargas. El 28 de diciembre, ganó otro clásico universitario, 2-1 con goles de Patricio Mardones y Mario Lepe, descuento de Mariano Puyol. Este partido fue vital para mantenerse con opciones de clasificar a la Liguilla Pre-Libertadores. El 5 de enero de 1986, Católica consiguió su paso al torneo reducido ante Everton. Los viñamarinos se jugaban su opción al título punto a punto con Cobreloa. Ante 50 mil personas, Miguel Ángel Neira exhibió uno de los recursos más letales de su arsenal, el tiro libre. Su lanzamiento ingresó en un ángulo y Jorge Cortés nada pudo hacer. El 2-0 definitivo fue obra de Luis Pérez en una jugada donde eludió a Johnny Aswell y Leonel Contreras. En la Liguilla Pre-Libertadores 1985, vencimos a Unión Española 2-1, anotaciones de Mario Lepe y Patricio Mardones, empatamos con Everton 1-1 con gol de Neira y derrotamos en la final por 2-1 a Rangers. El primer gol cruzado lo anotó Miguel Ángel Neira de larga distancia, el balón dio un pique que engañó a Wilfredo Leyton, arquero del equipo talquino. El gol de la clasificación a Copa Libertadores fue obra de Juvenal Vargas. En 1986, la actuación del equipo fue irregular, pero hubo triunfos notables como un doble 3-0 a Audax Italiano, 5-1 a San Felipe, 3-0 a Everton, 5-1 a Concepción, 5-2 a Magallanes y 4-2 a Cobresal. La goleada sobre el equipo nortino contó con un gran desempeño de Miguel Ángel Neira. Cuando el marcador estaba 2-2, hubo una avivada del capitán cruzado. Wladimir Bigorra, ex defensa de Universidad de Chile, trató de despejar un centro, pero cabeceó hacia arriba evitando que puñeteara su compañero Julio Acuña. Con la tarasca abierta, Bigorra esperó que cayera el balón, Neira lo desplazó levemente con el brazo mandándolo a comprar pan. La pelota terminó dentro del arco y la franja se puso 3-2. Minutos después, Rodrigo Astudillo sentenció el partido. A comienzos de 1987, Ignacio Prieto decidió prescindir de varios jugadores de experiencia para renovar el plantel. Miguel Ángel Neira fue separado del equipo y buscó otro equipo durante la Copa Polla Gol. Como la contratación de Daniel Valencia fue rechazada por el plantel y tampoco prosperó el interés en Néstor Raúl Gorosito, don Nacho Prieto reincorporó a Neira al plantel. Era un regreso triste. Acostumbrado al fragor de la contienda, a los clásicos que

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protagonizaba, el capitán estaba herido en el orgullo. Extrañaba la pasión de los hinchas y el desafío de plantarse en una cancha ante cualquiera. Tuvo una oportunidad en el amistoso contra Unión Española por la copa “Honorino Landa”. Con sobriedad, el capitán bosquejó sobre el campo un panorama de su fútbol. Ganó la franja 3-0 y se apoderó del trofeo. En el Torneo Oficial 1987, sumó minutos y se convirtió en un aporte concreto. Los clásicos de ese año ante Universidad de Chile tenían un antecedente pletórico de emociones. En el hexagonal que conmemoraba los 50 años del CDUC, aquel que perdimos, terminó con los jugadores agarrándose en el camarín y fue clave en el compromiso que asumieron de ser campeones, Universidad de Chile estuvo 2-0 arriba de Católica y en los diez minutos finales anotamos cuatro goles, 4-2 finalizó el encuentro en favor de la franja. En la primera rueda del torneo Oficial, Católica ganó 2-1 con goles de Rubén Espinoza. En la segunda rueda, los chunchos ganaban 1-0 y Pedro Pablo Díaz desperdició el 2-0 absolutamente sólo. Entraron Miguel Ángel Neira y Mario Lepe a la cancha ilusionando a los cruzados que atiborraban el codo norte. Católica poseía una ventaja tan amplia que sin duda saldría campeón, pero una derrota en el clásico universitario era inconcebible para ese plantel. Luis Abarca convirtió el empate y Osvaldo Hurtado el 2-1 definitivo. El capitán que brillaba en la Roja de los 80´, convertía penales y tiros libres, pintaba obras magistrales con la zurda, legados para a ustedes las generaciones del futuro, había librado su última gran contienda en la franja. Como hinchas, deseamos que Universidad Católica gane en la cancha aquello que los dirigentes han robado o perdido fuera de ella, que las páginas de los diarios se llenen con rostros que levantaron al azul y blanco. Rindamos homenaje a los monstruos que se mataban en la cancha mucho antes de la explosión de los medios informativos. Quiero que Miguel Ángel Neira tome el lugar entre la hinchada que realmente merece, que perdure la calidad de su técnica y el fervor de su corazón por los siglos de los siglos.

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JUAN CARLOS ALMADA: UN GOLEADOR IMPLACABLE

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Los mejores aportes de Vicente Cantatore en Universidad Católica fueron la obtención de la Copa Chile 1991 y la contratación de Juan Carlos Almada al año siguiente. Antes de que llegara a San Carlos de Apoquindo, el goleador vistió las camisetas de Almagro, Cipolletti, Defensa y Justicia, Deportes Concepción y Cobreloa. Cuando estaba confirmada su contratación en Universidad Católica, Almada se juntó con Héctor Puebla para festejar la noticia. Un dirigente de Cobreloa estimó que la despedida era un acto de indisciplina, pero Vicente Cantatore insistió para que la transferencia siguiera en pie. Al cabo de una travesía de más de diez años, el goleador había saltado del ascenso argentino a un grande de Chile. En el trayecto conoció vicisitudes que sólo él podría explicar. Como ex jugador de fútbol, Cantatore, muy conocedor de la dirigencia nortina, comprendió la situación y sabía que respondería en la cancha. El entrenador confesó al atacante que había pretendido llevárselo a la cordillera directamente desde el sur. El 18 de mayo de 1991, Almada había convertido un gol en el empate 2-2 de Concepción con Colo-Colo y el 11 de agosto nos anotó dos goles en el empate de la franja 2-2 con Concepción. Era un jugador que se hacía presente en el marcador enfrentara a rivales poderosos o débiles, pedía los penales y era un referente de su equipo, características que proyectaban un buen rendimiento en una institución con responsabilidades mayores. Con la camiseta de Universidad Católica se cansó de hacer goles. En la Liguilla Pre-Libertadores 1992, convirtió uno en la goleada 6-3 sobre O´Higgins por la Pre-Liguilla, y luego otro a Unión Española en el triunfo 2-0, partido disputado en el Estadio Monumental, por la Liguilla. Ese partido se disputó al rojo vivo, Colo-Colo y Universidad de Chile jugaban en el Estadio Nacional y a falta de pocos minutos el maternal volvía a Copa Libertadores después de décadas. Hugo Rubio, jugador del zorrense, convirtió el tanto de su equipo y eso provocó que la Liguilla se definiera con una edición más del clásico universitario. En necesario detenerse en dos anécdotas. Una ocurrió en el empate 2-2 con Colo-Colo. En un instante en que Católica iba 2-0 abajo en el marcador, Juan Carlos Almada miró hacia el palco donde se sentaban los dirigentes y estaba casi vacío, habían tirado la toalla, pero los jugadores e hinchas creyeron en el equipo. Los goles de Luis Pérez y Jorge Contreras establecieron una igualdad que nos mantuvo en carrera. Otra situación digna de destacarse ocurrió luego de que terminara el partido con Unión Española. Hubo una batalla campal entre los jugadores. Como un experimentado boxeador, José Saturnino Cardozo derribó a cinco o seis panaderos. Richard Manteca González despertó para el Año Nuevo. José Luis Sierra nunca corrió tanto en su carrera. Desde la banca de Unión Española, Óscar Meneses, ex jugador de Católica y ayudante

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técnico en ese entonces de los hispanos, tomaba apuntes de lo sucedido y años después narró los entretelones de la pelea en un programa de radio. El 13 de enero de 1992, Universidad Católica ganó 3- 1 en la final a Universidad de Chile en un Estadio Nacional lleno. Los goles cruzados fueron un triplete de Juan Carlos Almada, una lección práctica para goleadores en formación. Pese al tempranero gol en contra de Cristián Mora, y la clara derrota por el mismo marcador ante el mismo rival en el debut, recordemos que los enfrentamientos con O´Higgins correspondían a una fase previa, Católica contaba con un plantel que tenía medido a Universidad de Chile y bastó que acelerara un poco más para que desnudara las falencias del adversario.

Para Almada fue una noche soñada. Tuvo éxito con un remate al ángulo desde fuera del área en el primero, definiendo a un costado de Sergio Vargas luego de una pared con Rodrigo Barrera en el segundo, y con un disparo bajó a un rincón en el tercero. En el arco cruzado, Patricio Toledo rindió a un nivel extraordinario esa noche. Al final del partido, Universidad Católica recibió una copa como ganador de la Liguilla y la celebración fue enfervorizada por ganarle una vez más al clásico rival.

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El desempeño de Juan Carlos Almada en Copa Libertadores 1993 queda reflejado en su condición de goleador del torneo, pero además en la actitud mostrada en situaciones límites. Anotó un golazo de globito en Cali cuando el marcador era 2-0 en contra y gritó a sus compañeros “Vamos que se puede”. Después del partido, Mario Lepe confesó “Me gustó actitud de Almada” y el mediocampista agregó que había dicho gritado “Por lo menos agarremos a patadas a estos güeones”. Católica se hizo fuerte desde la adversidad, como aquellos años en que se formaba como un club de estudiantes y trabajadores. Cuando el árbitro cobró penal a favor de América en el último minuto, los colombianos rehusaban pararse frente al balón. En cualquier parte del mundo dirían que sencillamente estaban cagados, pero recordemos que el cartel influía en ese club. En medio del nerviosismo cafetero, Almada se acercó y les preguntó “¿Quieren que lo patee yo?”. Ante Sao Paulo anotó en la victoria por 2-0 obtenida en Santiago y nos dejó con la frente en alto. Fue el primer jugador en la historia de la franja en inmortalizarse como máximo artillero del torneo continental. Ese año fue convocado a la Selección Resto del mundo y emigró de San Carlos de Apoquindo antes de que finalizara el Torneo Oficial 1993. Juan Carlos Almada tenía esa rebeldía futbolística que requiere un plantel. Era amable y al mismo tiempo defendía lo suyo, que en este caso eran los intereses del club, una característica que compartía con Ignacio Prieto. El entrenador no necesitaba reclamarle a la prensa por su cobertura o trato hacia el equipo, bastaba con la frase “Suban a San Carlos, tiene buen aire”. Antes de la semifinal con los colombianos en Santiago, un periodista preguntó si buscaban un resultado tranquilizador. El goleador contestó “Quiero ganar 1-0 en el minuto 90 con gol de Oscar Wirth”.

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Sufrió una lesión mientras jugaba en Emelec. Retorno a Chile, aunque jugando para Deportes Concepción. Según confesó en Futgol, programa de Canal 13, toda su vida se arrepintió por alejarse del club más grande que conoció en su paso por el fútbol, Universidad Católica. Pese a sus irregulares actuaciones, José Percudani nos dio la Copa Chile 1991, más tarde Alberto Acosta se transformó en uno de los delanteros más importantes de nuestros colores. Entre ambas contrataciones, hubo un goleador que se echaba los clásicos rivales al bolsillo, y no cedía un centímetro en la batalla, Juan Carlos Almada, un artillero muy prolijo que alcanzó el mejor rendimiento con la camiseta cruzada.

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UNIVERSIDAD CATÓLICA CAMPEÓN DE LA DIMAYOR

Foto: Ernesto Zelada Celis

Después de 19 años, el basket cruzado retornó a la cima. Con la serie 3-1 a favor de la franja hasta antes del partido, la quinta estrella de nuestro basquetbol en la Dimayor llegó con la victoria 106 - 100 sobre Universidad de Concepción. Santa Rosa de Las Condes estuvo repleto de fanáticos cruzados que apoyaron en forma entusiasta y el equipo de Miguel Mono Ureta respondió a plenitud. El resultado no era de fácil pronóstico en el segundo cuarto, Universidad de Concepción ganaba 51-50. Al cabo de un tercer lapso parejo, Universidad Católica desniveló en el cuarto. Este título se suma a los conseguidos en el tetracampeonato 1983 - 1986. La figura de Universidad Católica fue Mike Elliot, el mejor jugador del basquetbol chileno en 2005.

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EL RÉCORD DE BULJUBASICH

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Cuando José María Buljubasich firmó con los panaderos tras un año de retiro, Fernando Carvallo lo probó con remates de media distancia. Pino poseía una pegada notable y se percató de que los guantes tenían dedos. De inmediato, decidió colocarlo de titular en su equipo. La defensa de Unión Española tenía más hoyos que la cuenta corriente de Codelco. José María Buljubasich enfrentaba varios mano a mano por partido. En las semifinales del Clausura 2004, Buljubasich enfrentó a Universidad Católica. Atajó dos penales y anotó uno convirtiéndose en la figura de la clasificación del rival. En la ronda anterior, su actuación había sido destacadísima ante Universidad de Chile. Recordando las fenomenales actuaciones de Marco Cornez frente a nuestro equipo a comienzos de los 80´, el arquero argentino se acercó a San Carlos de Apoquindo evitando goles vitales para nosotros. Pasó a la franja a principios de 2005 y enfrentó una nueva semifinal. En sus pies estuvo la posibilidad de mantenernos en la carrera por el título. Estrelló su lanzamiento en el travesaño. Pero la vida siempre ofrece revanchas. Universidad Católica había sumado un pilar en la portería sobre el cual construiría sus sueños. A medida que sumaba minutos como invicto, calculamos los partidos que en teoría implicaban un riesgo mayor. El cansancio producido por la Copa Sudamericana, y un esquema que se apoya en la defensa, aumentaban las ocasiones de gol en contra. Tal como en la campaña 1987 de Marco Antonio Cornez, donde recibió 16 goles en 30 partidos, el arquero suplía carencias y errores con ubicación y seguridad. Por ejemplo, en Calama sufrió con los cabezazos al despoblado de Luis Fuentes. Sin embargo, la salida de Rafael Olarra al exterior al inicio del campeonato, el aumento en la confianza de Mauricio Zenteno, la aplicación en la marca de Jaime Rubilar, el aporte de Facundo Imboden, más la participación esporádica de Albert Acevedo, encajaron a la perfección con las descollantes actuaciones de Buljubasich a nivel nacional e internacional. En Copa Sudamericana, Buljubasich fue un factor determinante en la eliminación del clásico rival en la revancha de la llave. Estuvo sólido ante Atlético Alianza en San Carlos y otorgó garantías en el partido de vuelta. Impuso presencia contra el DC United en USA, y cumplió un papel preponderante en la odisea de San Carlos. Nos quedamos con los goles del Polo Quinteros y la emoción del triunfo, pero esa noche el arquero argentino nos salvó de cinco goles cantados y un penal. En el Clausura 2005, Pellicer planteó el partido en el Monumental apoyándose en la defensa y el arco. La expulsión de Zenteno complicó el panorama. Moisés Villarroel lo tuvo solo y el balón se escapó entre sus piernas. Un

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manotazo ante un tiro de Arturo Sanhueza coronó una tarde brillante para el arquero. Vamos al juego con Palestino. Si ellos buscaran el gol con ese afán en todos los partidos, perderían 10-1, como la boleta que les hicimos en 1994, o marcarían más goles. Iban 2-0 abajo y parecía que buscaban un “Gol de oro”. La marca anterior de imbatibilidad la tuvo Eduardo Fournier con 1012 minutos. Los mejores arqueros de su época fueron Oscar Wirth, Roberto Rojas, Mario Osben, Marco Cornez, el Loco Araya y Pato Toledo. Fournier fue arquero del tradicional rival a principios de los 90´. En esa época, declaró antes de un clásico universitario: “Si les damos espacios, nos pintan la cara”. En ese partido, Universidad católica derrotó 5-2 a Universidad de Chile. Es el mejor arquero que han visto los hinchas de la franja desde Marco Cornez y Patricio Toledo, con su bien ganada Copa Interamericana. Si Juvenal Olmos fue campeón con Johnny Walker, Jorge Pellicer debería agradecerle al cielo 5 veces al día. Él lo trajo, pero sin duda era el mejor arquero de Chile. El mérito está en mantenerle incentivado. A los 49 minutos del partido donde logró su registro de imbatibilidad a nivel nacional, el balón rebotó en un defensa de la franja y quedó servido para Ricardo Viveros, jugador de la Universidad de Concepción. El record desaparecía por una desaplicación, pero ahí estuvo el portero en defensa de la historia. El día del récord ganamos, quedamos punteros y Buljubasich siguió sumando tiempo.

Finalmente, Renato Ramos puso término al invicto del arquero en Viña del Mar mediante un lanzamiento penal. El cronómetro se detuvo en 1.352 minutos, suficiente para ubicarlo cuarto a nivel mundial según la IFFHS. Este brillante registro nos recuerda también a Luka Tudor y su récord de 7 goles en el 8-2 sobre Antofagasta de 1994, episodio que también refulge en la páginas doradas de la competencia chilena.

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UNIVERSIDAD CATÓLICA CAMPEÓN CLAUSURA 2005

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“A todos esos que decían que arrugábamos se la pusimos bien”, Alberto Acosta, 17 de mayo de 1997.

Eduardo Rubio levantó la novena. El sector norte del Estadio Nacional cantaba como nunca. Los tranquilos lucían eufóricos y los apasionados contagiaban su entusiasmo. El Pueblo cruzado festejó a través del mundo un título absolutamente merecido, con el agregado de celebrarlo ante un clásico rival. Aún volaban sobre las cabezas el humo de los fuegos artificiales, como antes se desprendían de los cigarros en el Estadio Independencia. Por un momento los viejos fueron niños y los jóvenes mayores, dibujando emociones que les acompañarán en el futuro. De golpe, cada angustia o derrota que colgaba de nuestras vidas era olvidada por el coraje de la Franja. Todos nuestros muertos estaban ahí presentes y quienes perdieron a su madre, padre, o a alguno de sus hijos, rieron por un momento al cabo de años. La piel se volvía una coraza y el himno se oía fuerte, muy dentro del alma se desataba una emoción tan grande como el propio estadio. Somos cruzados y poco tiempo después de que abriéramos los ojos, y otros percibieran el mundo con los oídos, o la sensibilidad del tacto, descubrimos los colores con los que teñimos cada paso, gesto y grito. Porque mil tarados se ponen de acuerdo para decirnos cagones, no te íbamos a perdonar en el momento de la verdad. Nos paseamos por La Bombonera y te ganamos las finales en el estadio que arriendas. Si tienes dudas de nuestra grandeza, mira los números en el tablero y cierra la boca. Cántame que no volveré a tocar esa copa. Háblame de Salas. Dinos que somos 50 a los 30.000 cruzados del estadio. Despierta, el cruzado es Campeón. Y te lo vamos a recordar por el resto de tus días. Vamos a la cancha. El primer tiempo tuvo un comienzo de antología. En la crónica anterior anticipamos la posibilidad de que entráramos con 4 al fondo, y el cambio de Jano Osorio por José Pedro Fuenzalida. En su gol, Osorio definió con borde externo. En menos de 5 minutos ya teníamos al maternal llorando. Con la ventaja mínima y el triunfo de la primera final en mente, replegamos las líneas. En el primer tiempo, las piernas y las ideas estaban frescas y tuvimos una salida expedita. Aunque Héctor Pinto acertó incorporando a Juan Manuel Olivera desde el arranque, acompañado de Diego Rivarola y con un Marcelo Salas enganchado, maniobra anticipada por este espacio.

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El chuncho carecía de desborde y apenas esbozaron una reacción con un cabezazo de Waldo Ponce. Vamos al segundo tiempo. Tuvimos dos veces el 2-0 y la más clara en los pies de Eduardo Rubio. De contra, Marcelo Salas anotó el empate con un centro de Hugo Droguett que salió 345 kilómetros de la cancha. ¿El guardalíneas? Después de las declaraciones que hubo tras el primer juego no nos iban a cobrar ni los impuestos. . Con el 1-1, el chuncho se vino al ataque. No hay relación con temperamento, los cantos de su hinchada, simplemente el rival juega. Hugo Droguett ganó las espaldas a Albert Acevedo. Marcelo Salas robó un balón a Zenteno que casi nos cuesta el título, pero Rivarola la lanzó fuera. ¿Cómo Mandibulín hizo el segundo gol maternal?, porque definió junto al palo y ahí no tuvo nada que perder. Déjalo solo y lo desperdicia. Hasta el 2-1 estábamos replegados en ¾. Si normalmente debes hacer pressing al centímetro, cuando echas tan atrás debes marcar al milímetro, raspando a Rivarola al límite. Como la Copa Sudamericana nos pasó la cuenta, nos vimos mal por largos minutos. Lo importante era sobreponerse a los dos goles en contra, y Universidad Católica lo logró con temple. En la columna pasada decíamos “Mientras más aparezca el Polo mejor para nosotros”. Contagió su espíritu de lucha junto a Jorge Ormeño, Francisco Arrué y Jaime Rubilar, eso nos permitió rotar el balón buscando un espacio. El ingreso de Fuenzalida fue notable. Si bien perdió muchos balones, el Chapa tiene una displicencia que juega a favor y en contra. Perdió un gol en la primera final y jugó a un nivel lejano de sus posibilidades, pero se hizo presente en la definición como un sabio consumado. Por esa personalidad, aunque tenga ripios y un amplio camino por delante, merece ser campeón. En el penal de Jorge Polo Quinteros, que había desperdiciado todos los penales en las prácticas, preguntamos por cábala “¿Si lo hace somos campeones verdad?”, las respuestas afirmativas abundaban. Nunca plantees la vida desde el miedo, decreta desde la perspectiva de la oportunidad. Si subes a un escenario temblando, respira y da lo mejor de ti. Dependes de ti, como Quinteros y la novena estrella. Su gol fue una estocada del Pueblo cruzado en el arco de Johnny Herrera. El Mumo estaba presente en el alma de los fanáticos y el título era nuestro, el Estadio Nacional también. Arriba los brazos, afuera las lágrimas. Tronaban los fuegos artificiales y un coro de gargantas despedazadas se unían para agradecerles a los jugadores del campeón. La franja había vuelto a vestirse de gloria.

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Padres e hijos compartían el triunfo, los barristas se felicitaban hermanados por la pasión. Católica es amar la camiseta, porque ser cruzado es un acto revolucionario. Renuncias a la comodidad, a la cobardía y defiendes un emblema que representa el honor, los sueños de nuestros fundadores, la ambición de lograr lo imposible.

Católica implica enfrentarse a un país donde la excelencia se critica, buscan hundirte por tus errores en vez de felicitarte en el triunfo. A la salida del Estadio Nacional, los cruzados se adueñaron de las calles sembrando el cielo y la tierra de festejos. A ti que eres Cruzado y viste la copa tras el alambrado o por televisión, como nos pasa a los hinchas desinteresados que desbordamos el sentimiento a la cancha, y vibraste con un grupo de héroes que transforman las limitaciones en virtudes, y el talento en fundamento de su victoria, te mando un abrazo a la distancia y esta crónica como humilde aporte a la tradición de ser grandes.

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