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Ciudades de cuento Alcalá de Henares [p. 5] Ávila [p. 11] Cáceres [p. 19] Córdoba [p. 27] Cuenca [p.35] Ibiza/Eivissa [p. 41] Mérida [p. 49] Salamanca [p. 57] Santiago de Compostela [p. 67] Segovia [p. 77] Tarragona [p. 83] Toledo [p. 89] Ciudades Patrimonio de la Humanidad de España

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Page 1: Ciudades Patrimonio dela Humanidad de España · tuido por trece maravillosas ciudades: Alcalá de Henares, Ávila, Cáceres, Córdoba, Cuenca, Ibiza/Eivissa, Mérida, Salamanca,

Ciudades de cuentoAlcalá de Henares [p. 5]Ávila [p. 11] Cáceres [p. 19]

Córdoba [p. 27] Cuenca [p.35] Ibiza/Eivissa [p. 41]

Mérida [p. 49] Salamanca [p. 57]

Santiago de Compostela [p. 67] Segovia [p. 77]

Tarragona [p. 83] Toledo [p. 89]

CiudadesPatrimonio de la Humanidad

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ace ya quince años, exactamente en el año 1993, un grupo de ciudades deEspaña muy hermosas, decidió unirse como una panda de amigas y quiso llamar-

se Grupo Ciudades Patrimonio de la Humanidad de España. Todas las ciudades tenían encomún un buen número de monumentos, iglesias, castillos, plazas, palacios, casas histó-ricas o incluso puentes que las habían convertido en lugares admirados por cuantos lashabitaban y las visitaban. Además la UNESCO, una institución muy respetable en elmundo, les había otorgado el título de Ciudad Patrimonio de la Humanidad, una altísimadistinción que las ayudaría y protegería para siempre.

—¡Qué suerte tenemos! –dijeron todas.

A la panda de amigas se fueron sumando algunas ciudades más, hasta conseguir, enel año 2008, que el Grupo Ciudades Patrimonio de la Humanidad de España esté consti-tuido por trece maravillosas ciudades: Alcalá de Henares, Ávila, Cáceres, Córdoba,Cuenca, Ibiza/Eivissa, Mérida, Salamanca, San Cristóbal de La Laguna, Santiago deCompostela, Segovia, Tarragona y Toledo.

Durante estos 15 años de amistad, el Grupo ha trabajado en muchos proyectosconjuntos para hacer de sus ciudades lugares más bellos, más dinámicos, más modernosy más comprometidos con el cuidado de todo aquello que las hizo ser merecedoras dela distinción de Ciudades Patrimonio de la Humanidad.

¡Fijaos! ¡De la Humanidad! ¡Uff, qué responsabilidad tan grande!

Estas ciudades tan bonitas y tan llenas de historia siempre tendrán muchas cosasque contar y por eso desearon escribir estos cuentos para sus más jóvenes y pequeñosadmiradores. En cada uno de ellos, los niños y los jóvenes imaginarán y soñarán sus pro-pias aventuras. Los libros son los mejores sitios para hacerlo.

Así que, amigos, adentraos en todas las historias de estas CIUDADES DE CUENTO.

Grupo Ciudades Patrimonio de la Humanidad de España

©Grupo de Ciudades Patrimonio de la Humanidad de España (Comisión de Cultura) y los autores

Coordinación y maquetación; EDIFSA (Fundación Salamanca Ciudad de Cultura)

Depósito Legal: S. 1227-2008

Impreso en Salamanca,en los talleres de Globalia Artes Gráficas

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducidatotal o parcialmente, almacenada o transmitida en manera algunani por ningún medio sin permiso previo de los editores.

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Un día en AlcaláTexto: Beatriz Hernando Pertierra

Ilustraciones: Ana de Santos Galíndez

Alcalá de Henares Ciudad Patrimonio de la Humanidad de España

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hecho ni caso. Por cierto, ¿alguien se hafijado en las nubes? Parecen pegatinas en elcielo. ¡Cada una tiene un color distinto! Lashay rosas y moradas, blancas y grises. ¡Esade ahí parece la pluma de ave con la queCervantes escribió El Quijote! ¡Y esa otraparece un molino! ¡Seguro que si estoy unrato mirando aparecen todos los personajesde la novela!

Pero... ¿dónde está la clase? No se ve anadie y la calle parece distinta, llena de pie-dras. ¡Sopla! ¡Si la gente va vestida con túni-cas! ¿De dónde habrán salido? Todavía no escarnaval...

Afortunadamente, Marta se acordó de loque había dicho la maestra. “Si alguien sepierde...”.

Sólo tengo que buscar la plaza y la esta-tua, pensó.

—¡Por favor! ¿Puede decirme dónde estála plaza de Cervantes?, preguntó a un cami-nante vestido con túnica.

—Lo siento, niña, pero no sé quién es eseCervantes ¿Tienes algún problema?

—Pues que me he perdido aquí en Alcalá...y no encuentro a mi maestra, respondió.

—¡Pero esta ciudad no se llama así,pequeña! Se llama Complutum.

Marta pensó que aquel hombre se habíaequivocado o que estaba tomándole el pelo.En cualquier caso era simpático y parecíaconocer la ciudad, así es que le preguntóquién era y si podía acompañarle hasta queencontrara a sus compañeros de clase.

—Soy Hipólito, un artista, y te voy aenseñar el mosaico que estoy construyendoen el patio del edificio de las termas, parael colegio de los jóvenes.

Vamos de camino hacia Alcalá de Henaresen el tren de Cercanías. Ya llegamos. Toda laclase. Irene también, aunque ella tiene lasuerte de vivir aquí. Es mi mejor amiga yademás sabe bailar sevillanas. Su madre laapuntó a clase en Alcalá y un día me enseñódónde bailaba. Las chicas vestidas con lar-gas faldas de volantes y los chicos con cha-quetas cortas. ¡Fue mágico!

Pero hoy no venimos a comer las galletasde chocolate que hace la madre de Irene.Hoy venimos con la “seño” para ver la ciu-dad, porque aquí nació Cervantes y es una delas pocas ciudades Patrimonio de laHumanidad.

Nos lo han enseñado en el colegio y noshan dicho que la Comunidad de Madrid tienesuerte de que Alcalá sea uno de sus munici-pios. ¡Vaya si tenemos suerte! Aunque yo me

preguntaba qué era eso de ser “patrimonio”,que debe ser bueno, pero no lo tengo muyclaro.

De tanto mirar por la ventanilla ya casihemos llegado. Con la emoción he saltado laúltima al andén y voy corriendo detrás detodos los compañeros. ¡Menos mal que lamaestra está explicando lo que vamos a very me ha dado tiempo de acercarme algrupo! Lo que no sé es lo que ha dicho.Solamente he oído el final, que si alguien sepierde tenemos que ir a la plaza donde estála estatua de Cervantes, y que mañana nospreguntarán qué es lo que hemos visto deAlcalá.

Irene me ha gritado desde la esquina:¡Marta! ¡No te pierdas! ¡Que eres muy des-pistada! No sé por qué lo dice... Porque yosiempre estoy atenta. Así es que no he A

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El mosaico era precioso. Hipólito lo esta-ba haciendo con piedrecitas de distintoscolores. Parecían pescadores echando lasredes al mar desde un barco. Pero comoMarta tenía la costumbre de distraerse,empezó a pensar en nombres de peces ycuando quiso darse cuenta había perdido alhombre de la túnica, que parecía un romanode los antiguos.

De nuevo se había extraviado y la ciudadtampoco parecía la misma. No había túnicas,ni casas de piedra. En su lugar había gentevestida como en las fiestas de moros y cris-tianos, algunos armados con cuchillos curva-dos y hablando al pie de una torre que se uníacon un arco, a la orilla de un río. Marta pensó

que estaba un poco loca, pero siguió acordán-dose de lo que había dicho la maestra...

Una joven con un velo pasó a su lado yMarta –que se acordó de su compañeraAmina, de Marruecos– preguntó de nuevopor la plaza de Cervantes, pero la respuestafue la misma.

—No sé quién es ese tal Cervantes, niconozco la plaza. Pero puedes acompañarmepor Al Qual’at en Nah’ar.

A Marta aquello le sonó parecido a Alcalá,así es que ni corta ni perezosa siguió a sunueva amiga por un empinado montículo. Ycomo podréis imaginar, queridos lectores, laatención de Marta pronto se posó en una mari-posa amarilla que revoloteaba a su alrededor.

Cuando se quiso dar cuenta, la joven musul-mana había desaparecido y todo era distinto.Estaba en una calleja empedrada por la quevenía, por lo menos, un cardenal o un obispo,con aire de pensar en cosas graves.

A pesar del rostro serio, Marta pensóque debía preguntar por la plaza. Pero tam-poco Francisco Jiménez de Cisneros, que asíse llamaba el arzobispo, sabía dónde estaba,aunque no le extrañó el apellido Cervantes.

—Ven conmigo a la Universidad. Desdeallí podrás encontrar a tus compañeros. Laacabo de fundar y estoy orgulloso de susalumnos y profesores, los mejores deEspaña. Por eso somos ciudad universitaria,ejemplo para todas las demás, incluso

Salamanca. Pasaremos por el Colegio Mayorde San Ildefonso y podrás ver toda la ciu-dad. Seguro que en alguna parte estará esedon Miguel del que hablas. Si tan bien escri-be, Alcalá debe ser su ciudad.

Marta siguió al franciscano, y por elcamino atravesaron una calle que le recordósus paseos con Irene, aunque no había nin-guna hamburguesería. Su guía dijo que era lacalle Mayor de la Judería y había unas tien-das bastante raras, con hermosas columnasde piedra que sujetaban las casas.

La estatua no aparecía, pero había unciego que cantaba una copla en la calle...

Marta se había despistado de nuevo yfrente a ella había un burro y un hombre A

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La fiestade los sombreros

Texto: Juan José Severo HuertasIlustraciones: Bernabé Lozano Jiménez y Gerardo López Mozo

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comiendo un pedazo de pan. Rucio y Sancho,que así se llamaban animal y dueño, dejaronclaro que ninguno de ellos sabía leer, pero elbuen Sancho dijo que unas jornadas anteshabía nacido un niño al que iban a bautizaren una capilla cercana, llamada “del Oidor”.Siguiendo las indicaciones de aquel Sanchoque tanto se parecía al personaje sobre elque Marta había leído en El Quijote –¡hastaen la panza era igualito!– nuestra amiga llegóa la iglesia, pero ya habían bautizado al niño.

—¿Y qué puedo hacer para encontrar laestatua de don Miguel de Cervantes?, lepreguntó al cura.

—Estatua, no conozco ninguna. Miguelsólo al niño que acabo de bautizar. Pero lacasa de los Cervantes está cerca.

Marta ya desesperaba, cuando vio a uncaballero con su armadura y un caballo muydelgado, que le señalaba una dirección.Corriendo hacia allí se topó, de golpe y porra-zo, con la estatua que había estado buscando.Y junto a ella su maestra, su amiga Irene y elresto de la clase. La alegría de Marta fueenorme. Todos la esperaban, aunque estabanacostumbrados a sus despistes.

—Mañana ya verás, comentó Irene. Tehas perdido todas las explicaciones.

—No te preocupes, contestó Martarecordando sus encuentros. Me parece queen un solo día he recorrido toda la historiay he visto construir muchos edificios deAlcalá de Henares. ¡Ahora ya sé por qué estan importante esta ciudad!A

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Ávila Ciudad Patrimonio de la Humanidad de España

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—¡Pero si es muy pronto abuela! ¡Notengo sueño!

—Jimena, cariño, ya es muy tarde, tie-nes que dormirte. ¿No estás cansada?

—No estoy cansada.

—Pues yo estoy rendida. Así que vetecerrando los ojos, que también me voy a ira la cama enseguida.

—¿Por qué no me cuentas un cuento?

—Está bien, pero en cuanto acabe tedormirás. ¿Me lo prometes?

—Te lo prometo.

—Está bien. ¿Te acuerdas de que estatarde, cuando paseábamos junto a lamuralla, me preguntaste para qué servíanesos muros tan altos?

—Sí, y me hablaste también de unamujer muy valiente que se llamaba como yo,y que salvó a la ciudad de un grave peligro.

—Exacto. Se llamaba Jimena Blázquez.Te voy a contar esa historia. Verás, hacemuchos, muchos años, cuando la murallade Ávila era joven todavía, pues estabarecién construida…

—¿Tú también eras joven entoncesabuela?

—¡Uy, no, mi vida! ¡Yo ni siquiera habíanacido! ¡Ni mis padres, ni mis abuelos, nimis tatarabuelos! ¡Lo que voy a contarteocurrió hace unos novecientos años! ¡Eraen una época muy antigua llamada EdadMedia! La estudiarás pronto en el colegio.¡Ah! ¡Y no es un cuento, ocurrió de verdad!

Jimena estaba cada vez más interesa-da. Se sentó en la cama para escucharmejor. La abuela continuó.

—Bueno, entonces había muchas gue-rras por todas partes. Los cristianosluchaban contra los árabes.

—¿Y por qué luchaban?

—Porque anteriormente, los ejércitosárabes habían invadido la Península y,siglos más tarde, los reyes cristianoslucharon contra los árabes para recupe-rar los territorios. Para eso se construye-ron las Murallas de Ávila y las de otroslugares, para defenderse de los enemigos.

—¿Pero ya no son enemigos, verdad“abue”? En mi colegio tengo amigos quedicen que son de Marruecos.

—Claro, cariño. Todos debemos seramigos aunque tengamos distintas creen-cias. Pero entonces, en la Edad Media, losárabes y los cristianos luchaban entre sí,

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y la Muralla era como un gran castillo queservía para que nadie atacara a los abu-lenses. Entonces… una vez… ocurrió que…

La abuela bajó la voz y comenzó ahablar con cierto misterio:

—…como había tantas guerras, todoslos hombres de Ávila, ya fueran jóvenes omayores, se habían tenido que marchar aluchar muy lejos de la ciudad.

—¿Y las mujeres no iban a la guerraentonces?

—No, cariño. Entonces las mujeres nopodían ir a la guerra, así que se quedaronsolas en Ávila. Bueno, también se queda-ron aquí los niños, las niñas, los hombresque estaban enfermos y las personasancianas como yo.

—¿Y si les atacaban los enemigos? ¿Noles daba miedo quedarse solos?

—Bueno, un poco asustados sí que esta-ban porque, aunque la muralla era muy altay muy poderosa, no había soldados enÁvila para defenderla y las mujeres nosabían luchar con la espada, ni disparararcos y flechas. Y claro, los niños y lasniñas tampoco, y mucho menos los ancia-nos. ¿Te imaginas en esa situación?

—¿Tú hubieses tenido miedo?

—Pues claro. Date cuenta de que losenemigos estaban al acecho y, en cuantose enteraron de que en Ávila no había sol-dados y que aquí sólo quedaban ancianos,mujeres y niños, enseguida vino un ejérci-to a atacar la ciudad. Un pastor que apa-centaba su rebaño en las afueras de Ávilavio a lo lejos una gran polvareda. ¿Sabesqué era? ¡El ejército enemigo que se acer-caba a nuestra ciudad para conquistarla!¡Eran miles y miles de soldados! Todosvenían a lomos de sus caballos y teníanlargas espadas, escudos y lanzas.

La abuela contaba la historia con tantaemoción que Jimena no pestañeaba.

—El pastor dejó a sus ovejas solas en elcampo y vino corre que te corre gritando:

—¡Vecinos, alarma! ¡Alarma, vecinos!

—¿Qué ocurre, pastor? ¿Por qué gritasde esa forma? –le decían las gentes de laciudad.

—¡He visto un numeroso ejército ene-migo que viene a atacarnos! –gritaba asus-tado el pastor.

Al principio no le creían y pensaban queel pastor estaba borracho o estaba un pocochalado por pasar tanto tiempo solo en elcampo sin más compañía que sus ovejas.

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Pero luego algunas mujeres subieron a lamuralla y divisaron a lo lejos al ejércitoque, sin duda, venía con la intención deatacar a nuestra ciudad y acabar contodos los habitantes.

Entonces, las mujeres, los ancianos ylos niños se pusieron muy tristes y empe-zaron a abrazarse, a rezar y a llorar muydesconsolados pensando que los enemi-gos les atacarían y acabarían con susvidas.

—Es muy triste esta historia abuela.

—Espera, cariño, que no he acabado.Cuando todos estaban llorando, apareciódoña Jimena Blázquez, que era la mujerdel gobernador. Era una mujer listísima ymuy valiente. Como su marido, el goberna-dor, no estaba tampoco en la ciudad, algu-nas mujeres habían acudido a doñaJimena para contarle lo que ocurría.Entonces Jimena hizo que tocaran lascampanas de la ciudad para que todo elmundo al oírlas, acudiera a la plaza delConcejo, lo que hoy es el Mercado Chico.Cuando todos los habitantes que queda-ban en la ciudad, mujeres, ancianos yniños, estaban ya reunidos, Jimena convoz muy fuerte les dijo:

—¡Escuchadme todos, ya sabéis que un

numeroso ejército enemigo se acerca a laciudad! ¡Al anochecer estarán aquí!

—¿Qué podemos hacer Jimena? –gritóuna mujer. Ellos son muchos, y aunque lamuralla es alta, nosotras solas no podre-mos defender la ciudad. ¡Si Dios no loremedia, moriremos todos!

—¡Tranquilizaos! –contestó con vozfirme Jimena. ¡Se me ha ocurrido una ideapara vencer a los enemigos!

—¿Pero cómo vamos a vencerlos? –dijocon voz temblorosa un anciano. ¡Míranos,Jimena, los que aquí hemos quedado nopodemos luchar!

—¡No tendremos que pelear! –respondióJimena. Haremos algo mejor. Utilizare-mos la inteligencia. Si mi plan funciona,engañaremos a nuestros enemigos y salva-remos la ciudad.

—¿Qué quieres decir? –preguntó otramujer que tenía a su hijo en brazos.

—Aunque no quedan soldados en Ávila–dijo Jimena–, las mujeres que estamosdemostraremos a todos que somos inteli-gentes y valientes. Veréis lo que se me haocurrido. Primero, todas las mujeres nosdisfrazaremos de soldados. Nos reco-geremos los cabellos, nos pondremos

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Miles gloriosushomenaje a Cáceres y a Plauto

Texto: Pilar GalánIlustraciones: Andrés Talavero

sombreros y nos vestiremos con ropa dehombre. Después encenderemos hoguerasen los torreones y cuando el ejército ene-migo se acerque, subiremos todas a lamuralla y haremos mucho ruido con cucha-ras y cazuelas y nos asomaremos entre lasalmenas gritando con voz de hombre y contodas nuestras fuerzas: ¡Al ataque, abu-lenses! ¡Al ataque! Así engañaremos a losenemigos.

—Abuela… ¿y consiguieron engañarlos?

—Claro, mi vida. Las mujeres hicieroncaso a Jimena. Primero fueron rápida-mente a sus casas y se disfrazaron de sol-dados. Luego, encendieron las hoguerasen los torreones y se subieron todas a laMuralla. Allí arriba hicieron mucho ruidopara que los enemigos, desde lejos, creye-ran que en Ávila había muchos hombresdefendiendo la ciudad. ¡Y lo consiguieron!Los soldados enemigos, como vieron tantomovimiento de gente en la Muralla, y comodesde lejos no distinguían si los que esta-ban en las almenas eran hombres o muje-res, creyeron que había muchos soldadosdefendiendo la ciudad, y como además, la

Muralla es tan alta y tan fuerte, desistie-ron de sus intenciones y se marcharon pordonde habían venido, gritando: “¡Mal-dición, nos han engañado! ¡Es mentira queen Ávila no hay soldados! ¡No podemosconquistar la ciudad! ¡Retirada! ¡Reti-rada!”.

Al ver que los enemigos se retiraban,todos en Ávila se pusieron muy contentos.¿Y sabes? Desde entonces, cada año, sehizo una gran fiesta, la “Fiesta de losSombreros”, para celebrar que la ciudadse había salvado gracias a la inteligenciade Jimena Blázquez y a la valentía detodas las mujeres abulenses.

—Abue, ¿y yo puedo ser algún día tanlista como Jimena Blázquez?

—Claro, querida. Además te llamas igualque ella. Ahora dame un beso y a dormir.

—Hasta mañana abuela.

Jimena cerró los ojos y no tardó endormirse. Esa noche soñó con ser la nuevaheroína de la ciudad. Ávila se volvía a sal-var gracias a la inteligencia de otraJimena, esta vez una niña de ocho años.

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Cáceres Ciudad Patrimonio de la Humanidad de España

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—No soy capaz de entenderlo –grita–.Yo, que gané la batalla famosísima de lasTermópilas, al mando de unos pocosespartanos, y que abatí diez mil rinoce-rontes sin más armas que mis brazos des-nudos. Cuando el Cid los contempló, quisocambiármelos por Tizona, dándome de rega-lo además a Babieca, pero le dije: “No quie-ro saber nada con quien gana batallashaciéndose el muerto”. ¿Y qué? Al Cid lehacen un poema entero, y a mí nada... Quemi nombre no rima, que mi nombre no rima...¿Acaso rima Cid con algo?

El poeta, que trabaja para el soldado,sabe que no es bueno que esté tan furioso.

—Señor –le dice–, un guerrero comovos no debe malgastar sus fuerzasDebéis descansar, no sea que sufráis unaindigestión. Habéis comido demasiadosbuñuelos...

—Demasiadas cabezas tendría quehaber cortado –responde–. Sobre todo latuya, ¿es que no te pago para que compon-gas poemas en mi honor?

—Vuestras hazañas son tantas y tanincreíbles que apenas da tiempo a plas-marlas. Cómo voy a acordarme de cómo se

llaman los diez mil millones de guerrerosque vencisteis el otro día.

—¿Cómo diez mil millones? Yo hubierajurado que eran más –miente el soldado.

—Perdonadme, quise decir, diez milmillones a la derecha y otros tantos a laizquierda.

—Y eso que no estaba en uno de mismejores días... El caso es que no os paga-ré hasta que escribáis un poema.

Todo empezó en la fiesta celebrada enla Plaza Mayor de Cáceres el primer díade primavera. Tal vez fuera la noche –unanoche hermosísima– o la Luna, con sucerco de plata, o tal vez el olor suavecitode los almendros en flor. Algunos no tie-nen reparos en afirmar que toda la culpafue de los pasteleros y sus famososbuñuelos de viento. En realidad, puedeque equivocaran la mezcla sin querer,aumentando ligeramente la cantidad deesencia de anís, lo que, como todo elmundo sabe, provoca hinchazón y ataquesde risa loca. Otros, principalmente elpoeta, criatura mentirosa por naturaleza,creen que el único culpable fue el soldado,que siempre se había dado muchos aires.

En realidad, estoy adelantando la histo-ria; todavía no he hablado de Cáceres, nidel soldado, ni del poeta; pero lo haréahora mismo. Veréis, Cáceres es una ciu-dad preciosa, con una ciudad antigua en suinterior, como una sorpresa dentro deotra. En la Plaza Mayor, existe un arcoque da paso a un laberinto de calles ytorres desmochadas, patios, murallas,iglesias y placitas donde el tiempo se paraa escuchar, por ejemplo, las palabras delsoldado, que es un poco fanfarrón, comotodos los soldados. Si le preguntáis a él,es más bello que Apolo y más fuerte queJúpiter, ha ganado todas las batallas y lasmujeres se desmayan a su paso. Si le pre-guntáis al poeta, la respuesta depende desi el soldado está o no delante. Los poe-tas, ya se sabe, son muy suyos y lo mismocomparan un cabello con el oro que unoslabios con rubíes.

Como os iba diciendo, se había celebra-do una fiesta en la que se recitaron poemasen honor de varios héroes. Pero, ay, nadiecantó las hazañas de nuestro protagonista.Por eso ahora, muy enfadado, pasea suarmadura por los adarves, haciendo reso-nar las piedras con su paso metálico.Cá

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dad, y hasta querían que la llamara con minombre, pero yo dudaba entre CastraCaecilia y Norba Caesarina, por aquello deque a los romanos les gusta tanto el latín.

Tenía que haberse llamado como yo,pero preferí ceder el honor.

Conmovidos por mihumildad, mehicieron apa-

recer en el escudo.

Acababa yo de superar a Hércules ensus trabajos, matando a doce mil leonescon una sola mano. Por eso los romanoscolocaron el león en el escudo. Y, siglosmás tarde, cuando Alfonso IX, ayudadopor mí, reconquistó definitivamente nues-tra ciudad para el mundo cristiano, eligióponer a su reino el nombre de León, tam-

—Ya os dije que vuestro nombre eramuy largo para rimar. Todos los héroestienen nombres cortísimos: el Cid,Eneas... –contesta el poeta, intentadojustificarse.

—Ninguno de ellos puede comparárse-me. Cada uno tiene el nombre que semerece. Y qué si yo he añadido al mío losnombres de los territorios conquistados.No tengo la culpa de haber participado entantas batallas y menos de haberlas gana-do todas.

—Quitad algún país pequeñito,eliminad aunque sea una regióninsignificante... –dice el poeta.

—Quitaría Asia, o Australia,pero se molestarían sus habi-tantes, que tanto me adoran–contesta orgulloso elsoldado.

—Lo comprendo, perotened en cuenta que los héro-es seleccionan sólo una desus hazañas, si no, los poe-mas no acabarían nunca. Porejemplo, Eneas eligió la fun-dación de Roma...

—Vaya tontería, y qué es eso de Romaen comparación con haber fundadoCáceres (el poeta, le deja hablar sin inte-rrumpirle, para reírse un poco de susmentiras). Yo mismo la fundé al mando delos romanos, no se trata de quitar méritoa quien te ayuda, ya conocéis mi modestia.Tenían los infelices muchos problemas enExtremadura, andaban perdidos entrelusitanos, celtas, vetones y Viriato. Yo losolucioné y como recompensa, me die-

ron esta ciu-

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bre no cabe en una placa –dice el poeta,adulador–. Cortad algún apellido, ycabréis en el letrero.

—Más bien meestán entrandoganas de cortarotra cosa, vues-tra len-gua, porejemplo. O de dejar depagaros la cena... Os hedicho que no voy a renun-ciar a ninguna conquista pormuy difícil que sea rimarla.

—Quería decir que es injus-to, que no hay derecho a lo quehacen con vos –se apresura adecir el poeta,que se vepasando ham-bre–. Voy aescribir aho-ramismo a la RealAcademia para quevaya cambiando lasle-yes de la lírica ypodáis tener no una epo-peya, sino la literatura

entera a vuestros pies. Mientras me con-testan, intentaré ir rimando cada pala-

bra de vuestro nombre porseparado, a ver si os gusta,

por ejemplo, Saavedra con gue-rra... Campeador con vencedor,o con seductor...

—Las dos cosas soy, de igualmanera, seguid, que yo os paga-

ré una moneda por cada rimaque encontréis a mis ape-llidos –dice muy contentoel soldado–. Es palabra deLorenzo el Magno de lacasa de Aldana Cano de

S a a v e d r aGarcía de

Holguín Álvarezde Ovando,

Carvajal y So-lís deAsia, Etio-pía,

Madagascar, NuevaZelanda, Mau-ritania,Dalmacia, Siria, Coimbra detodos los Santos, Termópilo,Campea-dor de Cáceres y sus

llanos y...

bién en mi honor. Y el castillo que aparece,también, por tantos como conquisté parala Corona, aunque este rey no era muyamigo de Castilla y tampoco acabó muyamigo mío.

—¿Cómo fue eso? –le interrumpe elpoeta, que no puede contener la risa, antetanta patraña.

—Fue culpa de su mujer, la reinaBerenguela, que se enamoró de mí conlocura –continúa el soldado–. El rey lotomó bastante mal, claro que Berenguelase tomó bastante peor lo de la hija delcaíd. Yo le explicaba, Berenguelita, que noestoy enamorado, sólo trato de encontrarun pasadizo bajo las murallas para invadirCáceres en condiciones. Que la enamora-da es ella, que viene todas las noches abuscarme por un lugar secreto. Ingrata.Descubro la entrada, conquisto Cáceres,le dejo la gloria a san Jorge, y a la pobrehija convertida en gallina por su padre, yaun así, no me cree. Ay, si mi boca noestuviera sellada, os contaría cosas hastade la reina Isabel. Fijaos que el sobre-nombre que le dieron a la hija se lo debíanhaber dado a ella, pues en verdad loca se

volvió por mí, tan loca que vino a Cácerescon la excusa de pacificar la ciudad, y conel motivo verdadero de verme. Y más nopuedo decir. ¿Por qué creéis que desmo-chó torres a diestro y siniestro?

—Yo había oído decir que había sidopara castigar a los nobles cacereños quehabían apoyado a la Beltraneja en su gue-rra por el trono –le interrumpe el poeta.

—Si vais a creer la primera paparruchaque cuentan los historiadores... –contestamolesto el soldado–. ¿Os he hablado ya decómo fundé los Fratres y de cómo resis-timos heroicamente en la torre deBujaco?; ¿y de cómo la reina Isabel mepuso a prueba mandándome un encargo,con estas palabras: “Si con sol is, y con solvolvéis, noble seréis”? Y claro que alcancélas Cortes en un día. A cambio, me hizopropietario de la Casa del Sol. De ahí queincluya Solís en mi apellido, y vos queréisque renuncie a una sola de mis conquistas.Me estoy entristeciendo con el recuerdo.Los poderosos son tan ingratos... Os podéiscreer que ni una calle lleva mi nombre.

—A lo mejor no os dedican una calleporque la inmensidad de vuestro nom-Cá

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La ciudadmás hermosa

Texto: Ana RamosIlustraciones: Ana Ramos

Con cada apellido que pronuncia, el sol-dado se va hinchando como un globo. Sucara se pone roja y los pies se apartan delsuelo, elevándose poco a poco. Ay, teníaisrazón, he comido demasiados buñuelos deviento –grita, a punto de desaparecerdetrás de la concatedral de Santa María.

—Qué buñuelos, sois vos, que estáis tanlleno de aire y de mentiras, que habéisacabado por convertiros en globo –le con-testa el poeta, muy bajito, por si acaso elsoldado se vuelve humilde y baja algún día.No sea que le castigue y le deje sin cena.

Y si vais a Cáceres y os perdéis por laparte antigua, más allá del Arco de laEstrella, si miráis con atención, aúnpodréis ver la sombra de un soldado quejuega a esconderse tras las cigüeñas,sobre las torres desmochadas y los cam-panarios. Y si tenéis suerte, todavíapodréis escuchar la lista interminable desus apellidos. Aún no se ha vuelto humilde,para suerte del poeta. Al menos eso es loque él cuenta. Los poetas como ya os hedicho, somos, por naturaleza, gente exa-gerada y mentirosa.

¿Creéis mi historia?CáceresCiudad

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Érase que se era una niña con el pelocorto y las ideas largas que se llamabaAna. Vivía en la ciudad de las siete plan-tas, una hermosa ciudad de edificios desiete plantas rematados por azoteas conropa tendida al sol y una selva de antenas.Como todos los habitantes de esta ciudadpasaba la mayor parte del tiempo en supropia azotea porque es donde hacía másfresquito, pues vivían en una tierra muycalurosa. Ana tenía la intención de ganaraquel año el concurso fotográfico “La ciu-dad más hermosa de la Tierra”. Ana noera fotógrafa, se dedicaba a encuadernarlibros, tarea que le había dejado la espal-da un poco encorvada y la cabeza conganas de hacer cosas distintas cuandoacababa su larga jornada de trabajo. Asíque se hizo con una cámara réflex digitaly se dispuso a fotografiar la ciudad comonadie lo había hecho hasta entonces paraque en todo el mundo la admirasen como lamás bella. Esta ciudad de la que hablamostenía otra peculiaridad, estaba separadadel resto del continente por una fallaenorme en el terreno. Era tan profunda yancha que casi nadie se atrevía a acercar-se por miedo a caer por el precipicio ycasi nadie tampoco salía de la ciudad, por-que el único modo en que podían hacerloera en helicóptero y esa es una forma muycostosa de viajar. Ana pensaba que lagrieta afeaba el paisaje así que decidióque no la sacaría en la foto. Ya he dicho

que verdaderamente quería ganar el con-curso y con el dinero del premio planeabatomarse unas vacaciones y no hacer librosen una buena temporada. Tantas ganastenía que pensó en fabricarse un globoaerostático para poder hacer la fotogra-fía desde el cielo y conseguir un punto devista único. Ana tecleó en Internet laspalabras “globo aerostático” y descubrióque no era tan difícil fabricar uno. Siguiódetenidamente los pasos indicados en unaweb y con las cortinas de su casa y conpegamento fabricó la bolga formada pordoce franjas verticales, la mitad de coloramarillo y la otra mitad de color malva,que es el color que tenían sus cortinas.Hizo la barquilla de junco entrelazado ycolocó los cables que unen la envolturacon la cesta. Esto le llevó meses y muchosdolores de cabeza, pero, por fin, aquellatarde el globo estaba terminado.Maniobró los quemadores, se subió dentroy, cuando el globo se hubo inflado dandola apariencia de un enorme sol varado,soltó la cuerda que lo ataba a su azotea yascendió en el viento suave.

Pero no tuvo mucha suerte o quizá nohabía aprendido bien a hacer el globo,pues en cuanto subió hacia el cielo empe-zó a despegarse una de las franjas amari-llas y entonces comenzó a perder altura.Ana intentó remendarla, saltaba parapoder sujetarla pero no llevaba pegamen-to, ni aguja ni hilo para coserla, y seguía

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despegándose y haciéndole perder alturamientras se desplazaba hacia el oeste.Ana le pidió por favor al viento que no lallevase hacia la falla. Pero el viento aqueldía se había levantado travieso y bribón yla dejó justo sobre aquella gran aberturapor donde empezó a caer.

“¡Socorro!”, gritaba Ana, pero nadie dela ciudad de las siete plantas la escucha-ba, “¡Socorro!”, gritaba ya dentro de lafalla donde, contra todo pronóstico, nohabía una oscuridad total, sino unapenumbra que se hacía cada vez más lumi-nosa. Ana se quedó con la boca abiertacuando delante de sí, en una de las pare-des de la falla, a unos cien metros pordebajo de su ciudad, se abrió una cúpulaceleste y debajo de esta un cielo comple-tamente nuevo con un nuevo sol y nuevasnubes. Ana no cabía dentro de su asom-bro: “Una ciudad enterrada”, pensaba.“¿Cuántos años llevará aquí, y cómo no noshemos conocido nunca? ¡Eh, hola!”, gritabadesde el globo, pero los habitantes de esaciudad no la escuchaban. La ciudad estabaprecedida de un maravilloso bosque depalmeras y columnas de granito y alabas-tro que se entrelazaban formando arcos.Tras ellas se erguía un hermoso palaciorodeado de jazmines, damas de noche,naranjos y fuentes claras sobre las quebebían elegantes mujeres ataviadas convelos de seda. Este gesto tan sencillo lellamó mucho la atención a Ana que siempre

tenía que beber el agua embotellada en suciudad. “¡Hola! ¡Ayuda!”, seguía gritando,pero el globo bajaba y bajaba y ninguno delos habitantes, ni siquiera aquellos quepaseaban por un mercado más cercano a lagrieta ni los del barrio de casitas blancas,la escucharon.

La sorpresa de Ana era tan grande quese le olvidaba que estaba en un gran peli-gro, pues la emoción de descubrir algo tanmaravilloso es tan extraordinaria queestá por encima del susto o de las dificul-tades, así que, cuando descendió algunosmetros más y descubrió una nueva cúpulaceleste, otro cielo y otras nubes, Anatodavía estaba con la boca abierta. Estanueva ciudad estaba encerrada entrefuertes murallas y sobre ella se alzaba unacueducto; podían observarse cantidadde carreteras hechas de guijarros y sóli-dos puentes, grandes piscinas marmóreas,circos y plazas habitadas por hombres ymujeres que se ataviaban con togas y san-dalias. Esta ciudad era tan distinta de laanterior, y tan extraordinaria, que a Anale costó trabajo sacar las palabras paragritar de nuevo “¡Socorro! ¡Ayuda! ¡Eh!,¡estoy aquí!, ¡que alguien me ayude!”. Peroel globo continuó bajando y aquellos habi-tantes que vivían debajo de la ciudad de losarcos que hay debajo de la ciudad de lassiete plantas, en la ciudad de las murallas,no vieron a la niña que seguía cayendohacia el interior de la falla. Có

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Pero he aquí que, más abajo, otra cúpu-la de ladrillo claro se abrió ante sus ojos,aunque ya no le dio tiempo ni a gritarsocorro porque el globo bajaba ahora tanrápido que casi no vio una enorme canterade la que se sacaba cobre y plata, rodea-da de hombres y mujeres de muy diversoaspecto que comerciaban entre sí conestos metales y con cerámicas.

Bajo los últimos estratos de tierra ypiedra Ana llegó al interior de otro cielodistinto, un cielo oscuro en el que reinabauna enorme luna y allí, finalmente, el globotocó tierra firme. Ana saltó del globo a unterreno pantanoso. A su alrededor sedesperdigaban casas de forma circularhechas de ramas y barro de las que salie-ron hombres y mujeres oscuros y bajitosque se acercaron a ella. “¿Vienes delcielo?”, preguntó uno. Ana les respondióque sí y les relató su aventura desde quesalió de su azotea y cayó en la falla paradescubrir que bajo su ciudad habitabancuatro civilizaciones distintas, de las queno había tenido conocimiento nunca. Ellosa su vez le dijeron que tampoco las cono-cían pero que habían pasado todo la vidaimaginando distintas posibilidades porquea menudo caían objetos de lo más diversoy se hundían en el pantano sin que pudie-ran llegar a verlos bien. Y le señalaron unterreno en donde el barro se aclaraba y elagua casi se volvía transparente y allí Anareconoció una antena de la ciudad de las

siete plantas, una columna labrada quepodría haber pertenecido a la primera delas ciudades, el busto de un hombre comolos que habitaban la segunda ciudad y unavasija con trazos negros como las queatisbó en la tercera. Como aquellos mora-dores le estaban agradecidos por haber-les descubierto el misterio que tantosaños les había intrigado quisieron ayudara Ana a reparar su globo, y así fue cómo,en poco tiempo, ella volvió a estar monta-da en la cesta con la envoltura del globoarreglada gracias al esparto, el barro y laresina que aquellos primeros habitanteshabían recogido para ella.

Y “vuela, vuela mariposa”, se dijo Ana,que estaba feliz de poder regresar sana ysalva a su casa y se despidió agitando losbrazos mientras ascendía. Pero algo impi-dió que se elevara por completo, una cuer-da del globo se había enganchado en algúnobjeto del suelo, Ana tiró y tiró con tan-tas ganas que, de pronto, se cayó deespaldas dentro del globo y este subiócon la fuerza de un tifón. La niña habíadesatascado algo que llevaba mucho tiem-po encerrado y oculto por todos estosobjetos, me refiero al gran río que corríasubterráneo y con verdaderos deseos desalir de una vez por todas de la tierra. Altirar de la cuerda Ana lo había desperta-do y el río se desperezó saliendo dispara-do hacia arriba y empujando al globo delque colgaban enganchados una ristra de

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Mateo el GenovésTexto: Marta Méndez

Ilustraciones: Marta Méndez

objetos: una bicicleta, ventanas aljamia-das, hachas de basalto, ruedas primitivas,monedas agujereadas, trenes, fósilesprehistóricos, hermosas joyas, juguetesdel futuro y, junto a todo esto, un bulli-cio de risas, sorpresas y gritos en diver-sos idiomas procedentes de todas lasciudades superpuestas en las que el aguahabía entrado enérgicamente haciéndo-lo saltar todo por los aires: aquí unamujer con velos flotaba sobre un arco,allí un señor con toga blanca le daba lamano a uno de los primeros moradores, ytal fue la fuerza del río que llegaronhasta el mismísimo cielo de la ciudad de

las siete plantas y, como en un estallido,los fragmentos y habitantes de las ciu-dades se distribuyeron en la superficie.Donde antes se erigía la falla ahorareposaba el gran río sobre el que seasentaron los puentes. Las montañas sedistribuyeron al norte y las casitasencaladas al otro lado del río, frente aellas los arcos y palmeras conformaronun gran templo. Y los pisos de siete plan-tas se repartieron a lo largo de toda laciudad con todos los ciudadanos ates-tando como nunca las azoteas para verel espectáculo.

Ana, por su parte, seguía dentro delglobo, en el cielo, asistiendo al extrava-gante suceso de la creación de una nuevaciudad. Tomó la cámara fotográfica, par-padeó e hizo la fotografía que sin dudaganaría el concurso de la ciudad más her-mosa de la Tierra. Entonces miró al cieloy vio la cúpula celeste, y a Ana, que en elviaje no le había crecido mucho el pelopero sí las ideas, se le metió en la cabezaque después de todo lo que había descu-bierto en el suelo quizá había muchas máscosas detrás del cielo. Así que se prepa-ró, soltó lastre y se dispuso a descubrir loque hay detrás del cielo y lo que haydetrás de lo que hay detrás del cielo.Porque el bicho revoltoso de la curiosidadle había picado.

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Cuenca Ciudad Patrimonio de la Humanidad de España

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Le despertó el barullo de la calle.

—¡Qué vergüenza!

—¿Quién habrá sido?

—No lo sé.

—¿Habéis visto a alguien?

—¡Dónde vamos a parar!...

A través de las rejas vio cómo un hombre enorme miraba perplejo el trozo de martranquilo que había quedado varado como por arte de magia en su fachada.

Su hija María tiraba de su mandil de zapatero y suplicaba:

—¡No lo borres papá, no lo borres!

Tenía siete pecas en la nariz. Mateo las contó una a una, perdiendo con cada lunar unpoco de su pena. Al llegar a la última se paró en sus ojos verdes que le hicieron un guiño.

El zapatero gruñó, se marchó y volvió al cabo del rato con un cubo y una brocha deencalar. María empezó a chillar y su padre con resignación echó en el cubo unossobres de azulete y empezó a pintar la fachada.

Cuando Mateo salió de Génova lloraba tormentas, una semanadespués las lágrimas eran como una lluvia fina y al entrar enCuenca sólo quedaban unas goteras que mojaban de vezen cuando el gorro de su padre. Tenía seis añosy ya lo había perdido todo, una mamá, sieteamigos, un gato y un barrio de colores.

Miró la ciudad de piedra y cal sucia, tangris que no sabía muy bien dónde empezabanlas casas, y empezó a llorar otra vez. Y siguióllorando cuando bajaron a un sótano frío conun pequeño ventanuco y se durmió llorandoen un jergón al lado de su padre...

A media noche se despertó y mirófuera. No vio el cielo, sólo una paredpardusca. Cogió su caja de pinturas,se deslizó por las escaleras y concuidado dibujó un rectángulo azulen la pared de la casa de enfren-te. Más tarde, desde la camasoñó con la panadería añil desu barrio.

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—Dame el naranja, deprisa.

Juntos pintaron un cuadrado naranjay, más allá, otro amarillo oro.

Y entre carreras y risas nocturnasgastaron la caja de tizas del niño en unaciudad que cada día se parecía más a unabandada de pájaros a punto de volar.

No necesitaron más, los vecinoshicieron el resto porque los colorestenían la extraña facultad de levantarel ánimo y provocar la sonrisa.

Cuando acabaron con todas lasfachadas siguieron con los chalecos,las camisas, los mandiles y llenaronde flores las ventanas.

Cuando acabó todo el barriomiraba asombrado el edificio

acuático que brillaba en medio del gris.

Aquella noche Mateo, casi dormido, viocómo una cara de luna aparecía en suventana. Era María.

—¡Coge tus colores y ven, susurró,vamos a casa de José!

El niño obedeció asombrado.

—Te vi anoche –dijo ellamientras andaban pegadosa las fachadas.Se paró ante una casaespecialmente suciay le dijo:

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De Ibsm a IbzTexto: Emna Segura Oms

Ilustraciones: Carme Balanzat Muñoz

Luego bajaron todos juntos al río a lavar brochas y cubos, y se dice quefue ese día cuando el agua se volvió verde esmeralda, aunque eso no losabremos nunca con certeza.

La madre de Mateo llegó un mes más tarde y abrazó a su hijo, que habíaencontrado siete pecas, más de diez amigos y un nuevo gato en la ciudadmás acogedora del mundo.

En Cuenca, las casas de la parte antigua están pintadas decolores. Se cree que fueron los genoveses que venían a trabajara los molinos de papel los que introdujeron este estilode policromía en el siglo XVII.

A lo mejor fue un niño que se llamaba Mateo...

Marta Méndez, habitante de una casa amarillaCuenca

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Ibiza/Eivissa Ciudad Patrimonio de la Humanidad de España

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—¡Anda! ¡Qué pasada! Entonces yo nacíen un día muy importante para Ibiza.Pero, ¿por qué le dieron este título?

—Pues… –el padre pensó un momen-to…–, porque Ibiza se puede describircomo una fusión armonizada de historia,cultura, patrimonio y naturaleza en per-fecto equilibrio.

Tánit sonreía entusiasmada mirandolos ojos de su padre. La niña giró lacabeza hacia la ventana. Al otro lado deaquel cristal doble y grueso se veía elmar calmado. El azul marino mostrabapequeñas olas blancas que trazaba elbarco a su paso. Tánit bostezó y apoyósu espalda y su cabeza en el respaldodel asiento. Se quedó quieta, con lamirada perdida en el paisaje. Sus piesse balanceaban suavemente a dos pal-mos del suelo. Al cabo de unos minutosseparó rápidamente la espalda de labutaca y exclamó señalando con el dedoa lo lejos:

—¡Mira, papá! ¡Allí se ve tierra, se vealgo parecido a un edificio, en medio delmar!

—¡Ah!, sí, ¡es verdad! –dijo su padre–;ya estamos cerca, aquello es la ciudad deEivissa. ¿La ves? Emerge del mar con unacompostura entre altiva y galana… Nosmuestra sus murallas, el Castillo-Almudaina y su Catedral. La ciudad es muyantigua.

—¿Como cuánto de antigua, papá? –pre-guntó ella atraída por la intriga.

—Pues Eivissa es la ciudad más antiguade las Islas Baleares –le explicó supadre–. Allí hay una importante necrópolispúnico-romana que es un cementerioarcaico con más de 3.000 tumbas. En la

En un barco que surcaba el Mediterrá-neo viajaba gente de muchas nacionalida-des. Era verano, hacía calor y el buque lle-vaba a sus pasajeros de vacaciones. En latercera fila de butacas, al lado de la ven-tana, se sentaba Tánit, una niña inquieta yperspicaz. Su padre leía unos folletosmulticolores.

—¿Qué estás leyendo, papá? –le pre-guntó ella intrigada.

—Pues mira, los librillos que nos dieronen la feria de turismo –respondió supadre.

—¿Y de qué hablan?

—Hablan y muestran fotos de la isladonde pasaremos las vacaciones. ¿Re-cuerdas cómo se llama la isla dondevamos? –preguntó.

—¡Sí, papá! Se llama Ibiza.

—¡Muy bien hija! Tienes muy buenamemoria –dijo su padre contento.

—¿Y qué hay en esa isla? ¿Qué hare-mos allí?

—Pues mira, en Ibiza hay playas ypaisajes naturales espectaculares.Ahora, al llegar, visitaremos la ciudadque se llama Eivissa, que es Ibiza encatalán. Ya verás cómo te gustará; mirasi es bonita que la Unesco la declaróPatrimonio de la Humanidad en diciem-bre del año 1999, justo el mismo día quetú naciste.

—¿Sí? Y, papá, ¿qué significa Patri-monio de la Humanidad?

—Pues es como decir que a la ciudad deEivissa le han dado un título de honor porbonita y por tener un patrimonio excep-cional, y que la protegerán y la cuidaránsiempre.

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antigüedad, Eivissa era la población másimportante de todo el archipiélago balear.Este folleto explica que la fundaron losfenicios en el año 654 antes de Cristo.¡De eso hace más de 2.650 años! Mástarde, a mediados del siglo XVI, un inge-niero italiano que se llamaba Calvi empezóla obra de las murallas que rodean Eivissapor encargo del rey. Hacia el año 1576Calvi murió y otro señor, también italiano,llamado Fratín las amplió y terminó. ¿Lasves, allí a lo lejos?

—Sí. ¿Y por qué se rodeó la ciudad conmurallas? –preguntó Tánit mirando a lolejos.

—Porque Ibiza está situada en un puntoestratégico del Mar Mediterráneo y lasmurallas la protegían de los ataques decorsarios y piratas.

—¿Y vivía mucha gente en Eivissa?

—Pues sí, era una villa importante.Tradicionalmente estaba formada portres barrios: Dalt Vila (donde vivía lagente más rica), La Marina (hogares demarineros y comerciantes) y Sa Penya(donde vivían los pescadores).

Al bajar del barco la luz natural brillabacon fuerza. El cielo estaba completamentedespejado y el viento no soplaba, debíaestar descansando para salir por la noche.

—¿Qué es esa aguja gigante? –pregun-tó Tánit a su padre, que le ponía una gorrapara proteger su cabecita de la intensi-dad del sol ibicenco.

—Este obelisco es un monumento levan-tado a los corsarios ibicencos. Dicen quees único en todo el mundo.

—¿Qué son corsarios? ¿Como piratas?

—¡No! No es lo mismo. Los piratasactuaban al margen de la ley, saqueandotodo aquello que se les antojaba. En cam-bio, los corsarios tenían una patente decorso, que era como un permiso oficialpara salir al mar a luchar contra barcosde países enemigos debiendo respetarunas normas.

La niña escuchó la aclaración entusias-mada. Después de dar unos pasos se paróante un cartel grande expuesto en la calleque ponía: “BENVINGUTS A EIVISSA”.

—¿Qué pone en esas letras, papá?

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—Pone “Bienvenidos a Ibiza” en cata-lán. Aquí, en Ibiza, sus habitanteshablan ibicenco, que es un dialecto delcatalán.

Cruzaron la calle con un grupo de visi-tantes y allí les esperaba Pep, el conduc-tor de un autobús que les llevaría de rutaturística por la ciudad de Eivissa.

—¡Bon dia a tothom! 1 –dijo Pep al grupode recién llegados.

—Buenos días; bon dia, hola, GutenMorgen, hello, buongiorno, bonjour… –ibancontestando los turistas.

En el autobús, Tánit y su papá se sen-taron justo detrás del conductor, queconversaba con el guía turístico que viaja-ba de pie a su lado:

—Trobes que hem d’anar a pescar a solpost?2 –preguntó Lluc, el guía.

—Jo no ho sé… En acabar sa feina, jaet diré si sí o si no3 –le contestó Pep.

1 ¡Buenos días a todos!2 ¿Podríamos ir a pescar, cuando se ponga el sol?3 No sé… Cuando acabe de trabajar ya veremos. Ib

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Éstaera la en-trada a un pa-sadizo secreto quete llevaba al interiorde la ciudad sin quenadie te viera. Y poreso los soldados cata-lanes sorprendieron alos árabes yconquistaronfá-cilmente la ciudad de Eivissa, quedesde aquel 8 de agosto de 1235, pasó aformar parte de la Corona catalano-arago-nesa. Por eso hoy, más de setecientos añosdespués, aquí hablamos en catalán.

El grupo de turistas descendía por lascallecitas de la ciudad detrás de Lluc, quese volvió haciendo una pausa y siguió con-tando cosas interesantes:

—Ibiza siempre ha sido una isla de pasopara muchas civilizaciones, y cada puebloque ha desembarcado aquí nos ha dejadoalguna huella de su cultura. No tenemospistas de los primeros pobladores de

Ibiza,pero sa-

bemos que losfenicios (y más ade-

lante los cartagineses)incorporaron esta isla a lahistoria. El pueblo fenicio,dio excelentes comercian-tes. Ellos se instalaron enuna preciosa cala del

sureste de la islallamada Sa Caleta. Allí

se conservan restos de un poblado fenicioque forma parte también del conjunto dePatrimonio de la Humanidad. La Ibizafenicia se llamaba IBSM, siglas referidasa la isla según el idioma fenicio.

También vinieron los griegos, que se que-daron asombrados al ver tantos pinos enIbiza y Formentera. Hoy en día las llama-mos Islas Pitiusas, y ese nombre viene delgriego y significa islas con muchos pinos.

Eivissa también fue cartaginesa (opúnica, que significa lo mismo) durantemucho tiempo. Ellos la llamaron Ibosim.Después pasó a ser romana con el nombre

—Així mateix, es temps serà bo pernavegar avui…4 –comentaba Lluc.

—Bé, si no estic massa cansat cap altard, sí que hi podem anar5 –le dijo Pepindeciso.

El padre miró a Tánit, que escuchabaesa conversación intrigada:

—¿Lo escuchas Tánit? Estos señoreshablan en ibicenco, son de aquí.

—¡Ala! Suena muy dulce… Creo que yahe aprendido bon dia y también tard, quedebe significar tarde, no?

Lluc miró a Tánit y afirmó con la cabe-za sonriendo. El padre miraba a la niñasatisfecho de tener una hija tan educada,amable e inteligente.

El autobús aparcó en Dalt Vila, la partealta de la ciudad. Desde allí, como si fueraun balcón al mar, se veía a lo lejos la islade Formentera, donde se encuentran laspraderas de posidonia de es Caló de s’Oli,que forman parte también del conjuntodeclarado Patrimonio de la Humanidad.

Descendieron por un túnel de piedra ysalieron bajando unas escaleras muy anti-guas que daban a las pequeñitas calleslaberínticas de la ciudad. El guía turísticoles explicó obras, hazañas e historiasmágicas; pero ahora viene la historia quemás le gustó a Tánit: se pararon delantede una pequeña capilla que se llama cape-lla de Sant Ciriac. Lluc explicó:

—Cuando Eivissa era musulmana se lla-maba Madina Yabisah. Cuenta la leyendaque el jeque árabe que gobernaba la ciu-dad se enamoró de la novia de su herma-no. Al cabo de pocos días tuvo lugar eldesembarco de las tropas catalanas delrey Jaume I el Conquistador, que venían aconquistar Ibiza, encabezadas por losgenerales Nuño Sanz, Pere de Portugal yGuillem de Montgrí. El hermano del jequeárabe estaba muy furioso con él así que,por venganza, en vez de luchar contra lastropas catalanas les enseñó a aquellos sol-dados este lugar –contaba Lluc, mostran-do un agujero oscuro al pie de la pequeñacapilla–.

4 Hace buen tiempo hoy para navegar.5 Bueno, si no acabo del trabajo muy cansado, podríamos ir.Ib

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Cuando la historiadejó de ser un cuento

Texto: José Luis Mosquera MüllerIlustraciones: Ernesto Mosquera Müller

de Ebusus. Otros pueblos dejaron tam-bién su huella: vándalos, bizantinos…. Fuetambién árabe durante más de tressiglos, hasta la conquista catalana.

La ruta turística finalizó a última horade la tarde. Lluc se despidió de los visi-tantes en el centro del barrio de LaMarina, bajo el techo del mercado de fru-tas y verduras que se construyó en elsiglo XIX. Contó Lluc que antes el mercadoera al aire libre y que ahora allí se hacenconciertos en directo los sábados por lamañana y eso le da ambiente al barrio.

Tánit y su padre tenían sed y se senta-ron a tomar un granizado de limón en unaterracita junto al mercado.

—¿Sabes? –dijo a Tánit su padre–,

estamos en el sitio perfecto para contarteun secreto, ¿quieres que te diga por quéte llamas Tánit?

—¡Claro que sí, papá! ¿Por qué me llamoTánit?

—Tu abuelo, mi padre, era un enamora-do de la isla. En los años 60 el abuelo pasóuna temporada en Ibiza, vivió en la épocallamada hippie. Él siempre me contabahistorias fascinantes de esta isla. Meprometía siempre que vendríamos los dosy que me enseñaría la casa donde él vivió,pero nunca pudimos hacer este viaje.

Él me contó la leyenda fascinante deuna diosa que adoraban los cartaginesesibicencos… La diosa se llamaba Tánit.

—¿Sí? Pues yo quiero saber la leyendade esa diosa que se llamaba como yo.

—Vale, pues esta noche, para dormirte,en vez de un cuento te contaré la leyendade la diosa que se llamaba como tú.

Al acabar su refresco, Tánit y su padrese alejaron lentamente por una calleestrecha camino al hotel para cenar ydescansar de aquel día tan intenso.Ib

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Mérida Ciudad Patrimonio de la Humanidad de España

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En un tiempo lejano venían reuniéndo-se en Mérida los siete gigantes moros,monarcas de los reinos del olvido:Persafhar, Khaled, Imar, Usdrum, Túbal,Raizar e Ilrim, eran sus nombres. En rea-lidad no eran moros pero, por su vejez,eran tenidos como tales por los lugareños.

Se juntaban para debatir sus asuntosuna vez cada cincuenta años. Siempre lohacían en el mismo lugar, sobre el conjun-to de gradas, restos de un viejo teatroromano que, en número de siete, emergíande una loma. Sobre esos escalones, queparecían encaramarse al cielo, ellosM

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recostaban sus colosales cuerpos y duran-te horas, que se hacían interminables,discutían sobre el comportamiento de sussúbditos así como sobre las formas a tra-vés de las cuales éstos deberían llegar atener conocimiento del presente, futuro ypasado. Precisamente sobre este últimoaspecto trataron los siete gigantesdurante la reunión que yo, como cronistade la ciudad, os traslado.

Y fue Túbal quien, con una voz profun-da y atronadora, inició la polémica que oscuento diciendo:

—Queridos colegas, los humanos sehan dado cuenta de que pueden escribirsu propio diario, un diario muy personalal que ellos llaman historia. Todo lo queno ha sucedido jamás, queda fuera deese diario y pasa a integrarse a un libro,el de las leyendas, que sólo sirve paradivertir a los niños en sus momentos deocio. Como sabéis nuestro poder se sus-tenta en hacer creer a los humanos quetodo lo imaginado puede ser auténtico,real. Es más, nosotros ocupamos eseespacio al que ellos tanto temen y sobrecuyo paso no pueden tener influencia: ELTIEMPO. Pactemos pues que el serhumano, generación tras generación,sufra una enfermedad en la memoria.Así, al no recordar lo sucedido en elpasado, todas las personas y pueblosestarían condenados a repetir sus erro-res y necesitarían, para superarlos, denuestros consejos.

Persafhar, el más influyente y soberbiode los siete reyes, continuó diciendo:M

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—Puede que Túbal tenga razones paraanimarnos a tomar esta importantísimadecisión, pero antes le pediría a nuestroespecialista en todo aquello que habrá desuceder, Usdrum, que nos diga qué acon-tecerá sobre este lugar que nos sirve decobijo y asamblea. Lo que relate nos ser-virá de ejemplo y, de paso, nos ayudará adecidir si es oportuna o no esta iniciativade Túbal.

Usdrum, el más viejo de los reyesgigantes, se irguió sobre su tribuna concierta dificultad y dijo a los presentescon un hilo de voz apenas perceptible:

—¡Se hará realidad vuestro deseo!

Se desenredó la barba, larga y blanca,que llevaba enroscada a su cuello comouna bufanda. La dejo caer hasta tocar elsuelo y, al entrar en contacto con las pie-dras de la grada, cambió súbitamente decolor, adquiriendo el tono que teníanéstas. De una forma que no podríamoscalificar más que de mágica, la barba seconvirtió en el hilo conductor entre elpasado y el futuro, hilo que llegaba a laboca del viejo Usdrum, a través de la cual,

las piedras y el mortero del que estabanconstruidas las gradas del teatro comen-zaron a hablar.

—Monarcas del olvido que perdéis eltiempo intentando ocultar nuestra voz,sabed que no hay nada más inútil quevuestro empeño. Estas ruinas de las quesomos alma, ruinas que vosotros usáiscomo estrado para vuestros debates, ser-virán de escenario a nuevas generacionesde actores y su público. Ellos rescataránpáginas de la gloriosa literatura que nosdio sentido como edificio.

En ese instante Persafhar, indignado,gritó:

—¡Que se callen esas piedras majade-ras! ¡Mienten y lo saben! Las ruinas sonruinas y no pueden resucitar. Son inútiles,como todo lo que deja tras de sí el pasa-do. Las ruinas sólo sirven de asiento paranuestras reales posaderas y para quesobre ellas crezcan chumberas y retamas.Queridos colegas, como dice Túbal, lomejor que puede pasarle a los humanos esque desconozcan lo que dejan tras de sí, queolviden sus ruinas.

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Pero las voces que reverberaban en laboca de Usdrum no dejaban de insistir ensu verdad.

—Llegará un día en que los habitantesde este lugar, ayudados por sabios veni-dos de otros lugares, tendrán necesidadde saber de dónde proceden las ruinasque vosotros despreciáis. Ellos hurgarán

con persistencia sobre la piel de la tierrahasta sacar de sus entrañas cientos decabezas de mármol que hablarán de lagrandeza de quienes nos crearon.Surgirán de las paredes encaladas ins-cripciones y relieves que sorprenderán alos viajeros por su belleza o por las des-cripciones que trasmiten, sean éstas tristes

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La ranita sabiaTexto: Jorge Moreta

Ilustraciones: Rosa BarrientosMéridaCiudad

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o alegres, íntimas, curiosas, admirables odespreciables. En todo caso, todas seránciertas como la mano del cincel que lascreó. No pararán de amasar coleccionesinmensas con objetos procedentes detodos los rincones de esta ciudad a la quevosotros pretendéis quedar siempre ador-mecida. Se juntarán así objetos extraídoscon mimo de las tumbas y templos, casas oalcázares, calles y baños públicos. Se alzaránplanos que interpretarán la monumentali-dad de cloacas, aljibes, puentes y acueduc-tos... Todas esas colecciones de objetos eimágenes serán ensambladas para recons-truir un apreciadísimo tesoro, la ciudadque creímos perdida: Augusta Emerita.

Persafhar, enojado por lo que las pie-dras contaban a través de Usdrum a lospresentes, tiró de la barba de éste cre-yendo que así no seguiría hablando.Usdrum, sobresaltado por el empellón, ledijo a su colega:

—¡Persafhar, insensato, no deberíashaber hecho esto! Mi barba es como eltapón de corcho que cierra la tinaja delrecuerdo. Sólo yo puedo sacarlo o intro-ducirlo. Ahora tú has destrozado esepoder con tu arrebato y no podremossilenciar jamás a estas piedras.

Era cierto. Los reyes gigantes delolvido no pudieron evitar que en 1910,hace ya casi un siglo, los arqueólogoscomenzaran a excavar el teatro romanode Mérida. Desde entonces, con los fru-tos de ese trabajo continuo, se gestóuno de los mejores museos que de laantigüedad romana existen en Europa.Se logró igualmente que la humanidadentera considerara a esta ciudad comouna fuente de su memoria. Pero, sobretodo, se logró que desde entonces ypara siempre quedaran desterrados losreyes de las siete sillas, los reyes delolvido.

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Como le gustaba jugar al escon-

dite, la ranita sabia se alejó del

medallón-palacio donde vivían los reyes y

buscó un escondrijo en aquel bosque encantado de

piedra. Allí se hospedaban hombres importantes de la

historia, dragones alados, plantas de arenisca y extrañas

criaturas. A la ranita, decidida y valiente, nada le daba

miedo. Por eso se tumbó al sol sobre una calavera

despellejada. Aquel lugar era estupendo. Sí, magnífi-

co porque tan sólo los más observadores conseguirí-

an adivinar dónde se había escondido.

La ranita, para hacerse sabia, se

ayudó de una mano de cantero que la

destinó a vivir todos los tiempos venideros en la famosa

fachada de la Universidad de Salamanca.

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Pero, hace mucho, mucho tiempo, la ranita sabia no era de piedra.

Entonces, el campo y los montes eran pequeñas islas que flotaban sobre el

agua y adonde llegaban nadando las ranas para cantar mientras los grandes lagartos

dormían bajo gigantescas noches de estrellas.

Tampoco la Luna era una piedra fría y de color tan pálido como ahora. De dar

tantas y tantas vueltas alrededor de la Tierra, la Luna se mareó y perdió su precioso

color rosado. Y además, por salir tanto de noche, se cogió un buen resfriado.

Mientras, la Tierra juguetona se ponía de puntillas y daba vueltas y

vueltas sobre sí misma y alrededor del Sol.

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Para hacerse sabia, la rana se asomó por una

pequeña ventana a la sala de los incunables, esos

libros enormes y antiguos que contienen toda la sabiduría

jamás imaginada y vigilan genios encantados. Y la ranita leía

y leía sin cesar. Luego, aprendió a callar y a escuchar a

los turistas que por allí pasaban. Así conocía todo lo que

ocurría en el mundo entero.

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.

Miles de años después, cuando el fuego de los volcanes se había

apagado y tras sucederse innumerables lunas ya frías y pálidas, un cantero muy viejo

la descubrió dentro de una piedra que labraba. Sorprendido y satisfecho por el hallazgo,

la limpió cuidadosamente para llevarla hasta aquel bosque

encantado de piedra que era la fachada de

una Universidad con casi ochocientos

años de historia. Seguramente allí, la

pequeña rana encontraría de

nuevo la felicidad. Y así fue. La

ranita comenzó de nuevo a

soñar, jugar y aprender. Tanto

que, según pasaron los cursos, se

hizo famosa y sabia.

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Pero un día, el fuego

dormido que habitaba en su

interior se enfadó tanto que volvió a

encenderse. Una hoguera muy grande

salió por las chimeneas de todos los

volcanes del planeta. Con tanto calor, se secaron

las aguas y ranas y peces quedaron atrapados entre

piedras y lava. Allí quedó enterrada la ranita sabia y, según

pasaban los años, se puso cada vez más dura hasta convertirse en un fósil.

Una rana de piedra

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A veces se va calle abajo, por Veracruz o Tentenecio y llega hasta el río

Tormes, donde canta con otras ranas amigas bajo la luz de la luna. También es

habitual verla huyendo de las cigüeñas hambrientas que han bajado de las torres

doradas en busca de comida para sus crías. O esconderse en las capas

de los tunos estudiantes que rondan a las mucha-

chas jóvenes y bonitas.

Hay noches en que los niños sueñan y la ven saltar

desde la fachada hasta la calle. Y con colosales piruetas

llega hasta la Plaza Mayor de la ciudad y saluda, uno

por uno, a todos sus amigos que se asoman

en los medallones.

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El grifónTexto: Xosé A. Perozo

Ilustraciones: Xaime Asensi

Santiago de Compostela Ciudad Patrimonio de la Humanidad de España

O saltar de alegría con las chispas de los fuegos

artificiales que iluminan las aguas del río. O asistir a

un concierto de rock. O simplemente ser feliz y sabia. A

veces también ven a la ranita cerrar los ojos y soñar con

Salamanca, donde vive para siempre. Una hermosa ciudad

dorada que, según cuentan, bajó muy despacio, para no

romperse, desde un maravilloso cielo azul donde explota-

ban miles de brillantes estrellas.

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La ciudad antigua de Santiago deCompostela se había acostado con eltemor metido entre las piedras. Las noti-cias inquietaban tanto a los creyentescomo a los escépticos porque era ciertoque en las últimas semanas habían aconte-cido fenómenos extraños que nadie logra-ba explicar. Por ejemplo, la campana de latorre Berenguela estaba muda sin que sesupiera por qué. Desde que el arzobispodon Berenguel de Landoira concluyera latorre en el siglo XIV y más tarde la com-pletaran con uno de los dos relojes mecá-nicos más antiguos de Europa, su campanano había guardado silencio hasta el pasa-do martes.

Pero mucho más extraño era lo aconteci-do al profeta Daniel, considerado la escul-tura más simpática del Pórtico de la Gloria.Daniel había mantenido una enigmáticasonrisa desde que el maestro Mateo loesculpió en el siglo XII hasta la madruga-da del miércoles, en que no sólo dejo desonreír sino que su rostro reflejaba unrictus de espanto inquietante. Al mismotiempo, los músicos y los sabios alquimis-tas representados en el tímpano habían

cambiado sus posturas y ahora, en lugarde dialogar amigablemente, parecían irri-tados entre sí. Muchos visitantes de laobra cumbre del gótico quedaron descon-certados con la visión y los periódicos die-ron la noticia de que un inglés había enlo-quecido al mirar fijamente a los ojosextraviados del profeta.

Fue precisamente un guía turísticoquien descubrió que la figura de Adánhabía desaparecido de la fachada rena-centista del Hostal de los Reyes Católi-cos. Su hornacina se mostraba vacía y nin-gún experto lograba explicar cómo unbajorrelieve podía desprenderse sindejar rastro. El mismo guía avisó de que laescultura del Santiago triunfante, quecabalga sobre el frontón central del pala-cio de Raxoi, había descendido de sucaballo para auxiliar a los desgraciadosmoros que antes pisoteaba y humillaba.

Con todo, lo que hizo correr el miedopor la ciudad antigua fue la visión delAtlas, que desde el siglo XVIII corona elbarroco palacio de Bendaña, en la plazadel Toural. El mítico gigante ya no carga-ba a sus espaldas la bola del mundo, algoSa

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que los agoreros tomaron como un malaugurio, como la señal de una desgraciainminente. Sin embargo fue Pedro deBonaval, un insigne periodista local, quienpara ilustrar a la ciudadanía y apuntalar eltemor, escribió en su columna de ElCorreo Gallego:

“Tenemos motivos para alarmarnos,compostelanas y compostelanos, pero noporque una desgracia apocalíptica amena-ce al Universo. No. Todo lo acontecido enlos últimos días en los lugares más emble-máticos de la Ciudad Patrimonio de laHumanidad puede tener una explicación. Yes que el grifón ha despertado y andasuelto. Dice la leyenda que cuando esabestia visita los monumentos, las piedrastiemblan y cambian de fisonomía, otrasveces las devora…”.

—Si la leyenda expuesta por Pedroresultara cierta, la monumentalidad deCompostela podría desaparecer o volver-se insoportable para propios y extraños–explicó don Marcial a sus hijos, sin darcredibilidad a lo dicho y escrito–.

Salomé y Brais lo miraron inquietos.

—¿Dónde duerme el grifón, papá? –pre-guntó ella.

—Ésa es otra parte de la leyenda con-fusa. Nadie lo sabe. Sólo conocemos quetan sólo podrá atraparlo la misma personaque lo haya liberado. Una tontería.

Los dos hermanos se miraron impacien-tes recordando lo acontecido en la tardedel domingo. Habían subido sin permiso aldesván de la antigua casa, conocida comoel palacio gótico del conde de Aranda,donde vivían. Un gran caserón en la plazade Casas Reais, frente a la iglesia de lasÁnimas, que albergaba muchos misteriosy recovecos, como tantos edificios deCompostela. La noche se rompía en rayosy el agua azotaba las claraboyas cuandoBrais descubrió un resorte de bronceincrustado en la pared de piedra. Con lacerteza de que no se movería tiró de éljugando y ambos se pasmaron de asombroal ver que una especie de portezuela degranito dejaba al descubierto un doblefondo en el interior del muro. Al acercar-se para investigar, sintieron como si unasombra fría escapara de allí a toda prisa.Salomé acercó la linterna para que BraisSa

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—Tenemos dos horas escasas antes deque se ponga el sol.

—¿Qué dice el pergamino?

—Es una fórmula para neutralizar algrifón. Dice: Hombre necio, por tu malacabeza el grifón ha despertado. La bestiaduerme de día y vive de noche. Deberásemplear esta fórmula antes de que ano-chezca. Empieza por cortar nueve floressalvajes de entre las tumbas de SanDomingos de Bonaval y deposítalas en elcrucero do Home Santo…

—En San Domingos ya no hay cementerio–replicó Brais–. Ahora es un gran parque.

—No importa –contestó Roque–. Habráflores y los espíritus de los difuntos aúnseguirán allí. Las flores, o mejor sus per-fumes, simbolizan el aire.

Corrieron hasta la Puerta del Camino ycumplieron el mandado. Luego el pergaminolos guió hasta la iglesia de las Ánimasdonde debieron encender siete lamparillasrojas, símbolos del fuego, ponerlas en acei-te y hacerse con un vaso de agua bendeci-da. Con ella fueron hasta el monasterio de

San Martín Pinario y la derramaron en elcentro del claustro. Cruzaron la plaza dela Inmaculada y, como los peregrinos anti-guos, entraron en la Catedral por la puer-ta de Azabachería con un puñado de tie-rra en la mano. Depositaron la tierra en unsarcófago de la Corticela, fueron hasta elPórtico de la Gloria, pidieron el deseo deque el grifón volviera a dormir, dieron loscroques al santo buscando su sabiduría ysalieron por la Puerta de Platerías.Estuvieron obligados a dar tres vueltas ala Catedral antes de entrar en el Palaciode Xelmírez, subir hasta el salón sinodalde la segunda planta y tomar de uno de loscapiteles un pan de piedra. Al volver a laplaza del Obradoiro ya era de noche.

En la madrugada –decía el pergamino–si has cumplido bien el rito, hombrenecio, deberás aguardar por la llegadadel grifón en la Quintana de Vivos.Entonces le arrojarás el pan de piedrapara engañarlo, si lo atrapa, volverá a susueño. Pero si el rito no ha sido perfectopor la categoría de sus símbolos, la bes-tia te comerá los ojos. Sa

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alargara una mano y se hiciera con unpequeño cofre de madera negra, quizás deébano o, quién sabe, si de azabache.

—¿Dónde guardas la caja? –preguntó larapaza a su hermano cuando se retirabana los dormitorios después de desearlesbuenas noches a los padres.

—La escondí en la biblioteca, hasta quepudiéramos encontrar el modo de abrirla.

Salomé tomó el mando. Para algo era lahermana mayor.

—Creo que hemos despertado al grifóny tenemos la obligación de atraparlo.

A Brais le temblaron las rodillas comounas castañuelas, pero no lo dijo. Esperarona que la casa durmiera para rescatar lo queél consideraba un pequeño tesoro. Conesfuerzo, maña y un destornillador consi-guieron hacer saltar la tapa de la misterio-sa caja. El interior estaba forrado de cueroy sólo contenía un pergamino cuidadosa-mente doblado. Al extenderlo, quedaronatónitos a la vista de la escritura.

—Parece latín –dijo Salomé–. Noentiendo nada.

—Tendremos que aguardar a mañana–completó Brais, muy nervioso.

—No te preocupes –prosiguió ella–.Conozco un tipo que estudia lenguas clási-cas, igual nos ayuda.

Al día siguiente toda la ciudad buscabalas huellas visibles del grifón. De la plazade Platerías había desaparecido uno delos caballos de la fuente. Encontraron laescultura de Alfonso II, el Casto, rezan-do arrodillada en la iglesia de San Fiz deSolobio. Temblando de pavor, se negó avolver a su peana. San Paio había hechofrente con su alfanje a la bestia y estabaexhausto en su hornacina del monasteriode Antealtares… La lista que publicaba elperiódico era inmensa. Ya nadie dudabade que el monstruo con cabeza como deáguila, cuerpo como de león, alas inmensascomo de pájaro gigante, estaba despierto.

Salomé y Brais tardaron en dar conRoque y en conseguir que les prestaraatención. Sólo cuando tuvo el pergaminoante sus ojos, el joven comprendió laangustia de los dos hermanos y la impor-tancia de sus temores. Miró su reloj y dijo:Sa

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El silencio de la plaza agrandaba eltemor de los tres aventureros y unescalofrío les agarrotó las espaldascuando vieron aparecer al gran mons-truo por encima del tejado de laCatedral con las alas desplegadas comosombras de mal presagio. Brais proyec-tó al cielo el pan esculpido en piedra yel grifón, que lo vio, se lanzó a él comohipnotizado, lo tomó entre sus garras,giró y quedó prendido en el alero de laCasa de la Parra, convertido en piedra,mirando hacia la Vía Sacra. Los tres

respiraron hondo al comprobar que nose movía.

—¡Ha funcionado! –gritó Salomé llenade júbilo.

La campana de la Berenguela anunciósonora las doce de la madrugada. Deinmediato las cosas volvieron a la normali-dad en Compostela y casi nadie se perca-tó de que ahora la bestia duerme a lavista de todos. La mayoría de los viandan-tes cree que se trata de una gárgola más.Pero tú y yo sabemos que no es cierto.

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Segovia, dondela felicidad no pesa

Texto: María Fernanda SantiagoIlustraciones: Juan Carlos Mestre

Segovia Ciudad Patrimonio de la Humanidad de España

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Hay quien considera que, en realidad, loabandonaron; otros, incapaces de aceptarla maldad en el corazón, siguen convenci-dos, sin embargo, de que se trató de undescuido a causa de las prisas.

Lo cierto es que el ángel vagabundo delAcueducto lo conoció cuando, siguiendo unviejo hábito de paraíso, recogía rocío paraprepararse el primer té del día.

Era un títere indio con un lunar doradoentre las cejas. A pesar del polvo y latristeza, que le ensuciaban su cabecita demadera, parecía tan delicado como elamanecer frente al Pinarillo, donde se loencontró este vagabundo que siembracuentos para que alguien los escriba.

—¿Y bien? –le dijo en el idioma de laternura.

—Me he quedado solo –respondió lamarioneta con un llanto del mismo colorque el horizonte.

Verás: ayer terminó la Luna de Mayo,en la que Segovia festeja la consagración

de la primavera. La naturaleza se engala-na de sueños y de sueños se viste la ciu-dad. Durante esta ceremonia de la fanta-sía, no habrá niño ni niña con motivos paraestar tristes, ni hombre o mujer en quie-nes no germine la ilusión.

Cada esquina es un teatrillo; laCatedral o los patios escondidos contie-nen relatos infinitos que endulzan el almacon alegría de helado y de chocolatecaliente.

Los enamorados le cantan a la luz de laluna, y quienes tienen el oficio de hacermundos de barro guardan esos cantos enla frágil textura de las vasijas.

Dice el títere: —¿Cómo volveré a casa?

Y los pájaros que no se posan en laVeracruz: —Quédate aquí. Somos librosde aire. Te enseñaremos los versos detodos los poetas que han paseado, algunavez, las calles segovianas.

Y las aguas del río Clamores: —Pero, silo prefieres, te devolveremos al Ganges.

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Y las cigüeñas que viven en los árbolesdel Alcázar: —Deja de llorar, títere her-moso: nosotras vamos a cuidarte.

Entonces el vagabundo, que hastaahora había permanecido silencioso, subeen su espalda al títere; a las orejas delángel se agarra, con fuerza, la marioneta.

Procesión del alba: pájaros, cigüeñas,las hojas de los árboles que la brisa des-prende de las ramas, y ese intenso olor afrescura que regala mayo florido.

Recorrieron, de plaza en plaza, el cami-no hasta la de las Sirenas; allí se detuvie-ron ante la misteriosa iglesia de SanMartín. El ángel vagabundo convocó alrede-dor de la fuente a las sombras de la imagi-nación. Acudieron por miles de todos losrincones de la historia hasta que la Plaza,las escaleras de la Plaza, los balcones delTorreón de Lozoya o los de la Casa delSiglo XV corrían peligro de hundimiento.

—Si no fuera porque la felicidad nopesa... –como recordó la sombra de una

abuela judía que, cuando estaba viva,hacía pasteles para los niños de subarrio.

Habló la sombra de una dulce tejedora:—Yo dejo la lana de mis ovejas para hacerde Segovia un mundo de abrazos.

Las sombras de los viejos trovadorescelebraron tan honrosa actitud resuci-tando la música de sus laúdes. Y las cam-panas iniciaron un viaje hasta el deseo detodos los durmientes, guiadas por la vozmágica del almuédano que, en otro tiem-po, llamaba a la oración a quienes así lorequerían.

Dicen que el ángel vagabundo sopló enel oído de una angélica titiritera elresultado de asamblea tan singular. Yque se eligió a las Sirenas de la Plazapara que gobernaran ese país que, cadames de mayo, hace de Segovia unTitirimundi.

Y que el títere indio, por supuesto,dejó de llorar.

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Numidescubre Tarraco

Texto: Quim CarroIlustraciones: Quim Carro

Tarragona Ciudad Patrimonio de la Humanidad de España

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Una de mis mejores amigas se llamaba MEDUSA, y a pesar de su simpatía mucha gente le tenía miedoporque sus cabellos eran serpientes y podía transformarte en piedra con sólo mirarte. Unos dicenque era así porque era hija de dioses y otros aseguran que la diosa Minerva, envidiando su belleza,transformó su melena en reptiles. A mí eso me da igual, me río mucho con ella y por su cumpleañosle regalé un mosaico con su retrato. Creo que no le gustó mucho, pero hoy en día está en un museo.

Lo bueno de trabajar en el anfiteatro esque tienes mucho tiempo libre. A mí me gus-taba pasear por las calles de TARRACO, ira comprar y a debatir al foro de la coloniao ver las tragedias y comedias que repre-sentaban en el teatro de la ciudad.

Hola… ¡Hola…! Sí, sí, soy yo quien os habla, este león que veis aquí...¿Sorprendidos? Pues ya veréis cuando os explique mi historia… Yo nacíen Numidia, una provincia del Imperio Romano que está en el norte deÁfrica. Es por eso por lo que mis padres me llamaron NUMI.

Un día, en uno de los libros de papá, leí un texto del poeta latinoFlorus, que hablaba de una ciudad llamada TARRACO.

Según él, era la población más agradable de todas, con la gente mássimpática y un clima que era una constante primavera. Deseoso de nue-vas aventuras, me enrolé en un barco que iba hacia allí. TARRACO era

aun mejor de lo que decía Florus y decidí quedarme a vivir en ella, la capital de la HispaniaCiterior. Con mi currículum enseguida encontré trabajo en el anfiteatro, donde unos catorce milespectadores disfrutaron desde entonces con mis luchas contra otros animales, o contra gladia-dores de todos los confines del imperio.

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Tanto me gustaba TARRACO que le pedí a MEDUSA que me transformara en roca. Así, siendouna estatua, sería inmortal y podría ver cómo evolucionaba la ciudad. Literalmente, me quedé depiedra, y me gustó, me sentí... cómo decirlo, más duro que nunca, je, je...

Así pude ver cómo, mucho más tarde, se construía una basílica en la arena del anfiteatro en honora San Fructuoso, un obispo que había sido quemado allí mismo junto a sus dos diáconos.

La ciudad medieval creció usando restos de TARRACO para su construcción. Por ejemplo, laCatedral se edificó sobre un gran templo romano.

También me gustaba ir al circo, un gran estadio donde cabían unos veinticinco mil espectadoresy donde se realizaban carreras de carros. Éstos estaban conducidos por los aurigas y mi prefe-rido se llamaba Eutyches. Era el ídolo local y recuerdo una emocionante carrera en que ganó a untal Ben-Hur.

Y para relajarme tras un duro día de trabajo, nada mejor que tomar un baño en las termas. Enellas había diferentes salas...

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Las tres espadasTexto: Enrique Sánchez Lubián

Ilustraciones: Isabel Barrilero Lara

Toledo Ciudad Patrimonio de la Humanidad de España

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Las estatuas no calculamos muy bien el paso del tiempo pero creo que debió de ser en el año 2000cuando el conjunto arqueológico de la antigua TARRACO fue nombrado Patrimonio de laHumanidad. Toda la ciudad lo celebró con pasión.

Tras tantos siglos estoy enterrado bajo tierra, pero ello no me impide seguir admirando y cus-todiando la ciudad. Y aquí estoy, quizá bajo vuestros pies... ¿No os apetecería estudiar mucho yexcavar para encontrarme? ¿Os atrevéis?

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Balmaseda era un hombre sabio.Interpretaba el futuro mirando a lasestrellas, descifraba cualquier pergaminopor extraños que fueran sus caracteres,curaba los males mezclando hierbas y raí-ces, adivinaba la proximidad de la lluviaobservando el vuelo de los pájaros... ytambién conocía los secretos de la fundi-ción de los metales. Balmaseda templabalos aceros para hacer las mejores espa-das toledanas.

Todas las mañanas cruzaba en unapequeña barquichuela las bravas aguas delrío y con parsimonia y mimo encendía elfuego de su fragua. A su vera, una cohor-te de cabras, gallinas, perros y patos dis-frutaban de sus dichos cargados deincontestable sabiduría. Balmaseda tam-bién hablaba el lenguaje de los animales.Era un maestro muy respetado.

Una mañana, mientras golpeaba condecisión el yunque, el padre Tajo le llamóa voces:

—¡Balmaseda!, ¡Balmaseda!, para unpoco; deja de dar esos fieros mazazos ysiéntate en las piedras del embarcadero,que quiero pedirte un favor.

El herrero cesó al instante. Si el ríodetenía su continuo discurrir, tendría unabuena razón para hacerlo.

—Como bien sabes –comenzó pausado elvenerable cauce–, hace mucho tiempollegó a mis orillas el gran Hércules. Sealojó en una cueva cercana a tu fragua ycon tesón fue horadando las rocas hastatrazar un laberinto subterráneo que lle-gaba a las siete colinas toledanas. Allíatesoraba todas las joyas y riquezas conlas que pagaban sus portentosos trabajos.Entre ellas destacaba la fabulosa mesadel templo del Rey Salomón. En búsquedade ese tesoro, llegaron a Toledo hom-bres de las religiones sagradas: judíos,musulmanes y cristianos.

Cuando Hércules regresó a Roma –pro-siguió el río–, me hizo entrega del bienque más preciaba: su espada. Me dijo quequienes la poseyesen serían el pueblo ele-gido para morar en esta gran ciudad. Encaso de batallas, bastaría solamente mos-trar el alfanje para que el enemigo se rin-diese ante los legítimos herederos deHércules, los verdaderos hijos de Toledo. To

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Para asegurar que la espada jamásfuese robada, el río la enterró en su lecho.

—Nunca te has preguntado por qué tusespadas son tan buenas –inquirió aBalmaseda.

—Lo son porque conozco secretos quenadie ha sido capaz de encontrar. Sémezclar bien los metales, mi fragua tieneun hogar singular y, aunque me cuestereconocerlo, tus aguas y tus arenas notienen igual en todo el mundo.

—No seas tan engreído. Confiaba en tusabiduría, no en tu fanfarronería. Llevasaños y años haciendo espadas y aún no tehas enterado de que aquí, debajo delpilar donde amarras tu barca, está ente-rrada la espada de Hércules. Su podero-sa fuerza ha contagiado a estas arenas, aestas aguas y también a tus famosossables. ¡Anda, cierra esa boca de asom-bro y escucha!

El Tajo confesó al espadero que creíallegado el momento de entregar la espa-da a uno de los patriarcas de las tresreligiones, pero no quería agraviar a losotros dos.

—Tienes que hacer réplicas para daruna espada a cada comunidad y que todasse crean poseedoras de la original. Al fun-dirlas has de cumplir una condición... –dijoel río cuchicheando sus últimas palabrasal oído del espadero.

Balmaseda no tardó más de quince díasen cumplir el trabajo y el padre Tajo hizoel reparto. Durante siglos los patriarcasjudío, árabe y cristiano conservaron abuen recaudo el regalo, convencidos deser los elegidos. El respeto en la convi-vencia era su seña de identidad. En sustemplos oraban los viernes los árabes, lossábados los judíos y los domingos los cris-tianos. Un rey sabio los convocó en supalacio para traducir antiguos libros deastronomía, medicina, filosofía y ciencias,que precisos miniaturistas iluminaban conprimor. Sus artesanos y alarifes contri-buyeron a crear un nuevo estilo: el mudé-jar, preñado de inigualables yeserías,artesonados y alfarjes.

Ninguna comunidad precisó hacerostentación del talismán para imponerse alas otras, hasta que un día llegó a ToledoTo

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murallas inexpugnables, yo mismo inventéunas fantásticas clepsidras en las orillasdel Tajo, junto al fabuloso palacio deGaliana. Para belleza, la de nuestras mez-quitas, aunque ahora sólo se conserva lade Bab-Al Mardum, mal llamada del Cristode la Luz.

—La llamamos así –dijo un austerocaballero– porque vosotros la profanas-teis. Soy Domenico Theotocopuli, naturalde Creta. Vine a estas tierras para cum-plir unos encargos de cuadros y retablos.Soy pintor y en la mayoría de conventostoledanos hay grandes obras mías en lasque ensalzo la fe en Cristo. Nuestros edi-ficios sí son magníficos. Ahí están laCatedral, San Juan de los Reyes, elAlcázar del Emperador Carlos, la Puertade Bisagra, el Hospital de la Santa Cruz oel Palacio de los Condes de Fuensalida. Sihemos de presumir de auténticos toleda-nos, nosotros seremos los primeros.

La muchedumbre, que hasta la inter-vención del griego había permanecido cal-mada, comenzó a apoyar a uno u otro delos comparecientes. Los vítores y aplau-sos acabaron ahogándose bajo gritos,

insultos y abucheos. De las voces se pasóa los empujones y a los puñetazos. Losguardias del rey hubieron de usar la fuer-za para restablecer la calma. De entre laturba surgieron los tres patriarcas.Llevando la espada entre sus manos, seabrieron camino hasta el podio desdedonde el monarca había escuchado a lospretendientes. Cada uno de ellos estabaconvencido de que la simple visión delarma sería razón suficiente para cer-tificar su primacía. Nada de eso ocu-rrió. Jaleados y enrabietados cruzarondesafiantes miradas, y fuera de sí se lan-zaron al ataque. Cuando las tres espadasentrechocaron, sus hojas se quebraroncual láminas del más fino vidrio. Los añi-cos quedaron esparcidos por la plaza. Lamuchedumbre calló. Presurosos, cabizba-jos y temerosos, todos regresaron a suscasas. Rotos los amuletos, nadie estabaseguro. En medio del desasosiego, un viejocasi ciego esbozaba una sonrisa. Balma-seda, el maestro espadero, era el únicoque parecía feliz en medio de aquella tra-gedia. Por fin podía decir al padre Tajoque había terminado su trabajo.

un malvado rey procedente de un paísextraño. Había heredado el trono y veníaacompañado de consejeros envidiosos,pendencieros, cegados por la ambición yun desaforado afán recaudatorio parapagar a sus tropas mercenarias. El des-contento no tardó en ser muy grande. Porseparado, los altos dignatarios de cadacomunidad se entrevistaron con el monar-ca alegando ser los legítimos herederosde Hércules, el fundador de Toledo, y rei-vindicando privilegios para los suyos.

El rey no daba su brazo a torcer ymalaconsejado por sus validos pretendióreírse de aquellos venerables ancianos.Convocó un sumarísimo juicio de Dios paraque cada una de las religiones hiciera ale-gato de sus méritos y arrogarse la condi-ción de verdaderos toledanos.

En Zocodover, frente al Arco de laSangre, se montaron los estrados y uno auno comparecieron los comisionadosárabe, judío y cristiano.

—Me llamo Yehuda ha Levi, aunquenací en Tudela vine a Toledo huyendo dela intransigencia de los almorávides y

almohades. Mi comunidad tiene más dere-cho que ninguna otra sobre estas tierras.Hasta aquí nos trajo un descendiente deTubal, nieto de Noé, y en las SagradasEscrituras el profeta Miqueas dice quela Casa del Señor sería fundada sobre lacima de altos collados y hasta allá corre-rían en gran número los pueblos. ¿Acasono se refería a Toledo? Llevamos aquímuchos siglos, hemos construido las sina-gogas del Tránsito y Santa María laBlanca, las más bellas de Sefarad, ydurante años hemos servido generosa-mente a la ciudad como consejeros yadministradores reales. En mis versos healabado al Señor y he dicho que la ciudaddonde vivo es grande y que sus habitantesson gigantes.

—Yo soy Azarquiel, el astrónomo delgran Al-Mamun. A Ha Levi se le ha olvida-do decir una cosa. Fueron sus antepasa-dos quienes abrieron las puertas deToledo a las tropas del rey Tarik, ¿quétoledanos son esos que permiten la trai-ción? Nosotros sí que amamos a esta ciu-dad. Respetamos sus iglesias visigodas,levantamos alminares, construimos unasTo

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Cuando el río le encargó las espadas lesusurró: Tú que conoces los secretos dela aleación de los metales, tú que puedeshacer espadas tan fuertes como el grani-to, tú que sabes templar sus hojas parahacerlas duraderas en el tiempo, has dehacer tres espadas más frágiles que lacáscara del huevo de un pichón de arren-dajo. Has de forjar unos sables que sequiebren en cuanto luchen entre sí, paraque ninguno de sus poseedores se creasuperior al otro; para que todos compren-dan que las verdades absolutas no exis-ten, para que sepan que es mejor convivirque pelear, que se gana más integrandoque excluyendo, que bajo el cielo que

cubre estas siete colinas todos cabemos,que nos complementamos, que nuestrasobras son un todo y que se gana mássumando que restando.

Balmaseda cruzó de nuevo las bravíasaguas del río, avivó las brasas de la fraguay puso a calentar un puchero. Mientrashervía el caldo se adentro en el río,rebuscó bajo sus pies entre la arena ydesenterró la brillante espada deHércules en cuya hoja había escrita unaleyenda latina. El hombre sabio la desci-fró fácilmente: Un sólo Dios, tres religio-nes y una única ciudad: Toledo CrisolCulturas. Heracles dixit.