cisneros. felix garcia

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Láminas en color. La época de los Reyes Católicos viene a ser en España como el plenilunio de nuestras grandezas; es tan evocadora y sugestiva esa página clarísima de nuestra historia, que los ojos deslumbrados no aciertan a dar preferencia entre tantos personajes esclarecidos como por allí desfilan. Dijérase que todas las vergüenzas que había amontonado el siglo anterior quedaron ocultas bajo aquel posterior resurgimiento de varones, aun no separados en el recuento de las glorias humanas, que llevaron a feliz término hazañas y empresas que parecen legendarias invenciones de pretéritos y soñados siglos de oro...¡Días dichosos e inolvidables aquellos del reinado providencial de Don Fernando y Doña Isabel, en que por virtud y gracia de aquella inspirada y generosa mujer, la justicia y la paz se encontraron en este solar de santos y de guerreros, y la religión y el patriotismo se compenetraron en los corazones, y había en todas las almas un callado anhelo de ser grandes y pasear triunfadoramente por iodos los ámbitos del mundo el pendón de Castilla, llevando en las venas la sangre impetuosa y ubérrima de la rasa, y en los ojos dilatados la cegadora luz de nuestro sol!... ¿Nunca se siente con más ternura y eficacia la dicha de ser cristiano y español que al estudiar las páginas doradas de esa época dichosa, bañada toda de luz. renaciente, donde se yerguen las más firmes y duraderas de nuestras glorias nacionales!... ¡Cuánto necesitamos repasar esas páginas, para oxigenar un poco el espíritu y sentirnos, a su contacto, generosos y grandes, respirando aquellos aires de renovación y de grandezas!¡Hermosa y patriótica empresa la de poner toda la fe y entusiasmo en divulgar la historia de los grandes españoles, haciendo que convivamos y familiaricemos con ellos!Entre tantas figuras de inmortal renombre, como en aquel siglo de oro se llevan nuestra atención y simpatía, una es la del Cardenal Cisneros, figura la más grande en su género que registran las historias, y de quién dijo muy bien el poeta"Mi túnica se hace malla, Coraza mi pectoral Y mi silla episcopal Férrea silla de batalla...Los franceses han tenido la inocente vulgaridad de decir que Cisneros no es más que un pequeño Richelieu español. ¡Dios les perdono la ingenuidad y la dudosa buena fé! Baste consignar—y quien compare ambas vidas lo verá claro como la luz del sol—que, en ningún orden de la vida o de la actividad humana pueden compararse y que el astuto y diplomático Cardenal francés no descalza las sandalias al más diplomático — todavía — fraile franciscano, en quien anduvieron aliadas la austeridad del santo, el tesón del héroe y la prudencia del gobernante.En estas breves y apretadas páginas he querido condensar aquella activa y fecunda vida, que no cabría en varios volúmenes. Fácil hubiera sido tejer con tres o cuatro hechos predominantes una historia entretenida con sabor de leyenda y de novela pintoresca, pero de seguro, que si así hubiera procedido, la juventud, que estas páginas leyera, se quedaría sin conocer el verdadero Cisneros, no comprendería su espíritu, y, menos aun, penetraría en el secreto de como se formó aquel hombre extraordinario. He querido, por tanto, sorprender su vida desde sus comienzos, harto olvidados y muertos en el silencio de las crónicas, para que se vea como el hilo delgado de agua, que se filtra a través del musgo de las rocas, se remansa en las cavernas y se convierte en fuente recogida y luego es apacible regatuelo y después caudal y torrente y río impetuoso y ancho, que se pierde en el Océano inacabable de nuestras grandezas...Los primeros años de Cisneros son muy desconocidos; todos saben de los frutos del árbol gigantesco y frondoso; pocos conocen en qué cultivadas tierras germinó y echó raices y creció, hasta perder su copa en el cielo, el árbol primitivo. Y, a veces, más útil y provechoso que contemplar las cumbres, es enseñar los humildes caminos por donde se asciende a lo alto de las montañas azules y aireadas...Y com

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EL CARDENAL CISNEROS. SU VIDA, SUS OBRAS - P. FLIX GARCA

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EL CARDENAL CISNEROS. SU VIDA, SUS OBRAS - P. FLIX GARCAOBISPADO DE BARCELONA NIHIL OBSTAT El Censor, Mons. Dr. Cipriano Montserrat, Cannigo Prelado Domstico de S. S. Barcelona, 15 de noviembre de 1954 IMPRMASE, Gregorio, Arzobispo-Obispo de Barcelona Por mandato de Su Excia. Ryma. Alejandro Pech, Pbro. Canciller-Secretario NIHIL OBSTAT Fr. Ignatius Acebal Censor IMPRIMATUR Fr. Franciscus Alverez Prior Prov.

LOS GRANDES HECHOS DE LOS GRANDES HOMBRES

EL CARDENAL CISNEROS SU VIDA, SUS OBRASRELATADAS A LA JUVENTUD

POR EL P. FLIX GARCAIlustraciones de ALBERT QUINTA EDICINDigitalizado por Triplecruz (11 de octubre de 2011)

EDITORIAL ARALUCE

ndicePROLOGO .....................................................................................................................................................................3 CAPITULO I. GONZALO JIMNEZ DE CISNEROS..................................................................................................5 CAPITULO II. OH SOLEDAD AMABLE Y DELEITOSA! .......................................................................................8 CAPITULO III. CONFESOR DE LA REINA ISABEL ...............................................................................................12 CAPITULO IV. ARZOBISPO DE TOLEDO...............................................................................................................16 CAPITULO V. LOS MOROS DE GRANADA............................................................................................................19 CAPITULO VI. INTIMIDADES .................................................................................................................................23 CAPITULO VII. LA CONQUISTA DE ORAN...........................................................................................................28 CAPITULO VIII. LA UNIVERSIDAD DE ALCAL Y LA BIBLIA POLIGLOTA..................................................33 CAPITULO IX. CISNEROS, GOBERNADOR...........................................................................................................38 CONCLUSIN ............................................................................................................................................................44

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PROLOGOLectores: La poca de los Reyes Catlicos viene a ser en Espaa como el plenilunio de nuestras grandezas; es tan evocadora y sugestiva esa pgina clarsima de nuestra historia, que los ojos deslumbrados no aciertan a dar preferencia entre tantos personajes esclarecidos como por all desfilan. Dijrase que todas las vergenzas que haba amontonado el siglo anterior quedaron ocultas bajo aquel posterior resurgimiento de varones, aun no separados en el recuento de las glorias humanas, que llevaron a feliz trmino hazaas y empresas que parecen legendarias invenciones de pretritos y soados siglos de oro... Das dichosos e inolvidables aquellos del reinado providencial de Don Fernando y Doa Isabel, en que por virtud y gracia de aquella inspirada y generosa mujer, la justicia y la paz se encontraron en este solar de santos y de guerreros, y la religin y el patriotismo se compenetraron en los corazones, y haba en todas las almas un callado anhelo de ser grandes y pasear triunfadoramente por iodos los mbitos del mundo el pendn de Castilla, llevando en las venas la sangre impetuosa y ubrrima de la rasa, y en los ojos dilatados la cegadora luz de nuestro sol!... Nunca se siente con ms ternura y eficacia la dicha de ser cristiano y espaol que al estudiar las pginas doradas de esa poca dichosa, baada toda de luz. renaciente, donde se yerguen las ms firmes y duraderas de nuestras glorias nacionales!... Cunto necesitamos repasar esas pginas, para oxigenar un poco el espritu y sentirnos, a su contacto, generosos y grandes, respirando aquellos aires de renovacin y de grandezas! Hermosa y patritica empresa la de poner toda la fe y entusiasmo en divulgar la historia de los grandes espaoles, haciendo que convivamos y familiaricemos con ellos! Entre tantas figuras de inmortal renombre, como en aquel siglo de oro se llevan nuestra atencin y simpata, una es la del Cardenal Cisneros, figura la ms grande en su gnero que registran las historias, y de quin dijo muy bien el poeta "Mi tnica se hace malla, Coraza mi pectoral Y mi silla episcopal Frrea silla de batalla... Los franceses han tenido la inocente vulgaridad de decir que Cisneros no es ms que un pequeo Richelieu espaol. Dios les perdono la ingenuidad y la dudosa buena f! Baste consignary quien compare ambas vidas lo ver claro como la luz del solque, en ningn orden de la vida o de la actividad humana pueden compararse y que el astuto y diplomtico Cardenal francs no descalza las sandalias al ms diplomtico todava fraile franciscano, en quien anduvieron aliadas la austeridad del santo, el tesn del hroe y la prudencia del gobernante. En estas breves y apretadas pginas he querido condensar aquella activa y fecunda vida, que no cabra en varios volmenes. Fcil hubiera sido tejer con tres o cuatro hechos predominantes una historia entretenida con sabor de leyenda y de novela pintoresca, pero de seguro, que si as hubiera procedido, la juventud, que estas pginas leyera, se quedara sin conocer el verdadero Cisneros, no comprendera su espritu, y, menos aun, penetrara en el secreto de como se form aquel hombre extraordinario. He querido, por tanto, sorprender su vida desde sus comienzos, harto olvidados y muertos en el silencio de las crnicas, para que se vea como el hilo delgado de agua, que se filtra a travs del musgo de las rocas, se remansa en las cavernas y se convierte en fuente recogida y luego es apacible regatuelo y despus caudal y torrente y ro impetuoso y ancho, que se pierde en el Ocano inacabable de nuestras grandezas... Los primeros aos de Cisneros son muy desconocidos; todos saben de los frutos del rbol gigantesco y frondoso; pocos conocen en qu cultivadas tierras germin y ech raices y creci, hasta perder su copa en el cielo, el rbol primitivo. Y, a veces, ms til y provechoso que

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contemplar las cumbres, es ensear los humildes caminos por donde se asciende a lo alto de las montaas azules y aireadas... Y como, aunque est muy alto el prestigio del Cardenal, aun pretenden muchos echar sombras sobre su historia, creo que la mejor vindicacin ser conocer su vida ntegra y fielmente seguida; por muy desaliada que sea la pluma que la trace, se sentir palpitar a travs de las palabras un soplo de grandeza y un personaje de epopeya, digno de haber sido inmortalizado en el Romancero. P. FLIX. Santander, Enero 1924

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CAPITULO I. GONZALO JIMNEZ DE CISNEROSorran los das gloriosos del ao 1492. Por toda Espaa se comentaban con asombro las hazaas picas de Hernn Prez del Pulgar, de Garcilaso, de Gonzalo de Crdoba, del Conde de Tendilla, de don Rodrigo Ponce de Len y de otros mil esclarecidos guerreros, que se inmortalizaron en el cerco y rendicin de Granada, la ciudad del ensueo y el encanto, en cuyos alrededores estuvo acampado, durante penosos das de esperanzas y de riesgos, todo lo ms florido de la Madre Espaa, que, por slo el esfuerzo y valeroso empuje de una Reina, que no tiene rival en la historia de las reinas, se sinti renacer y adquiri vigor para sacudir las ignominiosas vergenzas, que sobre ella haban echado la ineptitud de un rey indolente y la ambicin de una nobleza alborotada y ambiciosa. Coln acababa de partir en busca de nuevas tierras, y sus tres carabelas, como tres palomas perdidas, cortaban anhelosas el misterio de los mares errantes, para traer luego, como recompensa a la fe y magnanimidad de la heroica Espaa, el florn de la Amrica, que "como un nio abandonado dorma junto al mar", esperando que alguien la tomase en sus brazos y la enseara a hablar y a rezar y a mirar hacia la Cruz... Y Dios quiso que esa Amrica floreciente hablase y rezase en nuestra lengua, tan rica como hermosa, tan sonora como dulce, tan abundante como brava, tan apta para hablar con todas las modulaciones con que puede hablar el humano corazn. Don Fernando y doa Isabel se retiraban del ruido de los campamentos y andaban ocupados en la tarea de buscar hombres graves y honrados para ocupar los altos puestos y les ayudaran en su obra de regeneracin y saneamiento. Despus de la toma de Granada, convirtieron la bella ciudad morisca en sede arzobispal, y el primero en quien se fij la reina Isabel para acuparla, fu en el dulce Fr. Hernando de Talavera, monje Jernimo, qu era por aquel entonces obispo de Avila y confesor de la Reina. Al quedarse sin padre espiritual la Reina, acudi al arzobispo de Toledo, don Pedro Gonzlez de Mendoza y : "Ved, seorle dijoque con el traslado de Fr. Hernando queda hurfana y como desamparada mi nima ; procurad el modo de proporcionarme otro confesor prudente y bien aconsejado que dirija mi espritu ; que ms direccin y consejo requieren los negocios del alma que el rgimen y gobierno de este mundo temporal". Si Vuestra Alteza quiere un varn sesudo y de gran virtud para la direccin de su espritu, en el monasterio de La Salceda tiene al P. guardin Fr. Francisco Gimnez; enviad por l y luego que le conozcis tomadle por vuestro gua y consejero, pues dudo que en todos estos reinos, que la Providencia ha puesto en manos de Vuestra Alteza, haya persona ni ms recta ni ms santa ; y para descargo de vuestra conciencia y provecho de estos reinos no podris topar otro de ms prendas y virtudes, y as lo aconsejo a Vuestra Alteza por serme conocidas la persona de Fr. Francisco y la fama de sus virtudes. Lo hizo llamar inmediatamente la Reina a Valladolid, donde estaba la Corte por entonces, y, al tener noticia Fr. Francisco de su llamada, qued caviloso y sin atinar para qu pudiera ser, pues en su humildad crea el Padre que no habra nadie en el mundo que de l se acordara ni supiera de su existencia en aquel apartado rincn, donde transcurran sus das silenciosos, empleados en penitencias y oraciones. Se present en la Corte Fr. Francisco con su Breviario debajo del brazo; un pajecillo, hijo de Cristbal Coln, le hizo pasar a la cmara regia. Al verle tan recogido y delgado, con su hbito de burdo y rado pao, su rostro demacrado y plido, su actitud de humildad y de abnegacin, los pies descalzos, las manos cruzadas y la mirada recogida, quedaron todos admirados. La Reina quiso presentarse de incgnito, pero pronto la reconoci Cisneros, hinc la rodilla y la bes reverentemente la mano ; la Reina correspondi tomando el cordn del humilde franciscano y besndolo con mucha piedad. Tan pronto como trab con l conversacin qued prendada de la virtud y prudencia que revelaba en sus palabras, tomndole por padre espiritual de penitencia. Fr. Francisco se excus noblemente y opuso alguna resistencia, pero la Reina hizo que le trasladaran a un convento cerca de la Corte, donde ella pudiera llamarle fcilmente, llegando luego a cobrarle tanta estimacin y aprecio, que segua sus

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consejos como si fueran de un verdadero padre. Fr. Francisco Jimnez de Cisneros, guardin de La Salceda y confesor de la reina Isabel, es hoy una de nuestras grandes glorias nacionales ; su historia es tan fecunda como hermosa ; en todas sus empresas manifest un espritu gigante ; pero, para conocerle, no hay que sacarle de su ambiente...hay que estudiarle en su propia poca para comprenderle y admirarle. Sigmosle... En cualquier manual de Historia ilustrado puede verse el retrato de Gonzalo Jimnez de Cisneros (que este era su nombre de pila) conforme en todo con el minucioso y exacto que nos han dejado cuantos le conocieron : fu alto de cuerponos dicenpero enjuto y derecho, todo l muy penitente; el rostro largo y flaco, color trigueo y un poco encendido, de buenas facciones, aunque recias y salientes; la nariz grande y afilada, las ventanas algo abiertas ; la frente grande, pero sin arrugas y un tantico de sobreceo; los ojos negros, no muy grandes y lacrimosos en parte; los labios proporcionados, pero el superior predominaba al inferior; los dientes juntos, si bien los dos principales sobresalan un poco; las orejas pequeas, finas y apegadas al rostro; no era cerrado de barba, que llevaba un poco desaliada y cana; el cerquillo lo llevaba siempre muy pequeo y religioso en extremo, del coloide la barba; la cabeza amelonada, sin comisuras y el casco empinado y en punta. Con estas facciones y dotes naturales que Dios le dio no era hermoso, pero tampoco hosco y fierocomo algunos le han pintadosino ms bien proporcionado en los miembros de cuerpo y cara. Su aspecto severo y penitente, mova a admiracin y en su andar resuelto, firme y de mucha gravedad en los movimientos, indicaba bien a las claras su carcter enrgico, vehemente, inquieto y emprendedor ; por la mucha penitencia y trabajo que traa siempre, qued flaco, macilento y huesoso ; hablaba slo lo necesario, siempre con mucha discrecin y prudencia, sin faltar a la cortesa y buenas maneras; pero nunca permiti ni toler conversaciones ligeras ni fciles chanzonetas, que revelan ordinariamente poco peso de espritu y de sentido comn. Saba ser amable, sin ser indulgente con el peligro ni con el mal. Jams se vanaglori de su ascendencia, que probablemente era de una noble y linajuda familia vinculada en el pueblecillo de Cisne-ros, provincia de Palencia, aunque l vio la primera luz en la villa de Torrelaguna, cerca de Madrid, pueblo humilde, con sus casucas de color terroso y agrupadas en torno de la vieja iglesia, cuyo campanario rompa la quietud silente de aquellos claros cielos castellanos. Todas las tardes, cuando Gonzalo regresaba de la escuela, encontraba a su buena madre sentada en un silln de baqueta, hilando en su rueca de bano o zurciendo las ropas de la numerosa familia de aquel cristiano hogar. Era su madre una mujer esbelta, alta, con un porte y gesto de seora que revelaba claramente su entereza de carcter y su grandeza de corazn era una hermosura marchita, pero sus ojos vivos y penetrantes, su nariz aguilea, sus labios finos y apretados, hablaban de su talento y perspicacia. Ningn da dej la noble seora de dar a Gonzalo el beso de madre con que sola recompensar el buen comportamiento de sus hijos; no suceda as con su hijo Bernardino, holgazn y turbulento, que tantos das de lgrimas y de inquietudes haba de atraer sobre aquel hogar pacfico y manso. Bien deca Aixa, la sirvienta morisca de ojos profundos y cadenciosa charla melanclica, que Gonzalo y Bernardino eran como el rosal del huerto de sus seores; que no tena ms que dos rosas; una muy matizada y fragante y la otra plida y desmedrada... y las dos brotadas del mismo rosal!... Desde muy nio mostr Gonzalo una propensin decidida al estado eclesistico, y su educacin, su carcter, su temperamento, sus creencias le impulsaban hacia un estado de perfeccin ms elevado que el que se reserva al comn de los nacidos; hua de las malas compaas, como de un contagio, y mostraba tanta aficin al estudio, como despego a las diversiones, juegos y nieras, en que los muchachos suelen ocupar los ms floridos y apacibles das de la juventud, era el hombrecillo serio y cabal, encariado con sus libros y su hogar, a quien no miraban con mucha simpata los dscolos y revoltosos. Y dicen que cuando su madre peda a Dios alguna cosa para Gonzalo, sola decir: "Seor, dadme algo para mi hijo el cardenal!"; pues las mujeres del lugar, para ponderar la discrecin y valer de su hijo, solanla decir que de seguro llegara a ser Papa y... acaso a Cardenal. En Alcal de Henares hizo sus primeros estudios de Gramtica, saliendo un perfecto gramtico y un consumado pendolista; continu en Salamanca sus estudios de Filosofa, Teologa, y

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Cnones y, cuando apenas contaba diez y ocho aos, era ya bachiller in utroque, como entonces se deca. De estudiante, se llevaba los ojos de todos, por su gravedad, sus maneras, su atencin perseverante y su constancia en el trabajo; de hombre, era la prudencia; de seor, la gravedad, y el ingenio de docto. Sali un consumado legista, contra su inclinacin, pues, aos despus, sola decir con gracejo que quisiera olvidar cuanto de leyes saba, porque crea que ms necesitaba Espaa de Teologa y Filosofa que de Leyes. A los veintids aos, en 1459, ya graduado en Leyes, emprendi un viaje a la Ciudad Eterna, y durante el camino, tuvo que padecer serios contratiempos, por tener que viajar con muchas estrecheces e incomodidades. Cerca de Pertus, le asaltaron unos ladrones y le quitaron cuanto llevaba. Maltrecho y sin un maraved, se dedic a pedir, recabando algunas monedas para continuar su viaje; pero puesto el pie en Francia, le asaltaron de nuevo en un despoblado, estando en riesgo de perecer a manos de aquellos malhechores. Le quitaron la mua que llevaba, los libros y la ropa, dejndole slo la camisa; compadecido un mesonero le recogi en su posada y all anduvo empleado en humildes menesteres, hasta que la Providencia hizo que pasara por all un rico estudiante, condiscpulo suyo en Salamanca, que le proporcion medios para reanudar su marcha hacia la capital del mundo cristiano. En Roma fu muy apreciado del Papa y de los Cardenales por su mucha virtud y competencia y, cuando ya tena adquirida fama de docto catedrtico y lector, tuvo repentinamente que volver a la patria, donde su padre acababa de fallecer, para atender al sostenimiento y consuelo de su pobre y virtuosa madre. Con qu ntima efusin se volvieron a ver madre e hijo! Hasta aqu la vida de Gonzalo ha sido una humilde vida desflorada en el silencio provechosa y calladamente. Tena treinta y siete aos cuando falleci el arcipreste de Uceda; Cisneros tom posesin del arciprestazgo, en virtud de un privilegio del Papa, y fu luego a prestar juramento delante del arzobispo de Toledo, don Alonso Carrillo; ms ste, por no ser de su agrado y voluntad, mont en clera y trat de obligarle a renunciar sus legtimos derechos ; pero la tenacidad de Cisneros no se quebr y, entonces, airado el arzobispo, orden que fuese encerrado y encarcelado en el castillo de Santorcaz, confundido entre malhechores y facinerosos. Dios solo sabe las grandes penalidades que en aquella desolada prisin sufri el alma de Cisneros; pero aquella primera injusticia sirvi para templar su espritu y hacerle fuerte en las luchas y combates que le esperaban Seis aos de rigurosa prisin bastaban para rendir el nimo ms esforzado! Oh, adversidad, maestra y consolacin de la vida! Por fin se le hizo justicia, concedindole el arciprestazgo de Uceda, pero, amargado con muchos desengaos, se traslad a Sigenza, donde trab conocimiento con el renombrado fastuoso y munificiente don Pedro Gonzlez de Mendoza, obispo de la dicesis y que luego fu honrado con los ms graves y altos cargos de la nacin. Don Pedro, tan pronto como vio a Cisneros, adivin en l un alma nobilsima y un corazn robusto, honrado y leal, debajo de aquel exterior un poco fro, austero y retrado del presbtero; con l se aconsejaba en los negocios arduos y cada da creca en su estimacin. Por su iniciativa se fund la Universidad de Sigenza, y todo el tiempo "que sus numerosas obligaciones de pulpito, confesonario y explicacin le dejaban libre, lo empleaba en el difcil y rido estudio del hebreo y caldeo, tan necesario para el conocimiento cabal y profundo de las Escrituras Santas. Todo marchaba viento en popa pero qu sorpresas y mudanzas acontecen en la vida!....

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CAPITULO II. OH SOLEDAD AMABLE Y DELEITOSA!aanita de sol blanda y serena, cuando todo canta y todo vive y las almas despiertan como mariposas de luz y sienten la vida con la caridad franciscana de los suaves milagros divinos!... Seran las primeras horas de aquel amanecer radiante y bello... La gente maanera de Sigenza, como son labradores y pastores, pudieron ver al arcipreste Gonzalo de Cisneros, tomar el camino de Toledo, sin grandes preparativos de viaje, pero con aires de despedida; no atinaban las gentes a qu obedecera aquella inesperada salida, cabalmente, cuando ms admirado y querido era en la villa por sus raras pruebas de virtud y cuando ms le sonrea la esperanza de un porvenir risueo y halagador... En la tarde de aquel mismo da llegaba Cisneros, humilde y fatigado, a las puertas del apartado monasterio de La Salceda, donde con gran encarecimiento y contricin pidi al padre guardin se dignase recibirle en tan santa casa, aunque fuera entre los ltimos de sus religiosos, pues estaba decidido a abandonarlo todo y a vivir toda su vida en la soledad, para atender nicamente a la salvacin de su alma. Era por entonces el monasterio de La Salceda un retiro de gran observancia y rigor, donde moraban religiosos de mucha santidad y penitencia. El padre guardin, que ya tena noticias de la persona y excelencias de Cisneros, qued edificado de tanta humildad y desde el momento fu admitido en la comunidad y vestido con el austero y penitente hbito de franciscano, con gran regocijo suyo y de los dems religiosos.

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Ilustracin 1. llegaba Cisneros, humilde y fatigado

Antes ya, para mejor y ms libremente romper todos los vnculos que le ligaban al mundo, hizo donacin de cuanto tena, repartindolo entre los pobres y familias necesitadas, pues saba que, cuanto ms libre el corazn de cuidados y de riquezas, ms ligero est tambin para levantarse sobre el tumulto y trfago de la vida. Mucho hablaron del caso los vecinos de Sigenza todos aquellos das, y cada cual se echaba a cavilar y buscar los mviles de la resolucin del arcipreste; no falt quien atribuyera la determinacin a algn callado disgusto o reconcentrado despecho por pasados sinsabores; pero los ms creyeron como ms verismil que haba obrado as, porque su espritu sincero y recto se ahogaba en un mundo que no acababa de comprender, donde lo mejor de la vida se pasaba en engaos y apariencias y era todo fingimientos e intrigas y desazones. Hizo su noviciado con un fervor extraordinario; en la oracin era el primero y en la penitencia iba de frente con los ms aventajados. No tuvo compasin de s mismo; debajo del pardo y tosco sayal no llevaba ms que una tnica muy spera y dura; a raz de las carnes se ajustaba un apretado cilicio de cerdas punzantes; por lecho regalado no tena ms que unas tablas y las ms de las veces el suelo; su cabecera ordinaria era un duro tronco de roble... Coma muy poco, aunque, segn algunos autores, senta gran apetito, quiz por el mucho desgaste de sus trabajos, beba menos y ayunaba siempre... Las disciplinas no faltaban nunca. En la oracin empleaba las ms de las horas del da y muchas noches le suceda, despus del rezo de maitines, prolongar sus rezos hasta el filo del amanecer, con lo que traa a todos admirados por la sinceridad y devocin con que practicaba estos ejercicios. Aunque andaba ya por los cuarenta aos, jams se dispens de ciertos ejercicios humildes, que en las religiones se practican y que a la gente joven y moza, como son los novicios, no

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suelen hacerse tan cuesta arriba, como a personas avanzadas. El barra los claustros y aposentos del monasterio y, cuando le tocaba por turno, fregaba la pobre y tosca vajilla como los dems hermanos. En todo obraba como si hubiera de morir el mismo da y presentarse ante Dios a rendir cuentas de su vida. Al ao de su noviciado, fu admitido a la profesin, cambiando el nombre de Gonzalo por el de Fr. Francisco, nombre que luego haba de inmortalizar con grandes hazaas e ilustres hechos. Pas algn tiempo en San Juan de los Reyes de Toledo, esa joya de arte, hecha construir por los Reyes Catlicos; pero Fr. Francisco estaba enamorado de la soledad, y como el ruido y bullicio de la gran ciudad llegaban perturbadores a la paz de su alma, pidi ser trasladado a un convento, situado en medio de una soledad espantosa, cerca de El Castaar; en aquel despoblado pas tres aos de penitencias que ponen espanto. Una vez en El Castaar pidi al padre guardin le concediera hacer vida solitaria de ermitao, como otros austeros religiosos hacan, y as se intern entre aquellos riscos y soledades espantosas, donde no se oa voz de" hombres, sino slo el canto de las aves y los aullidos de las alimaas, y construy una choza de mimbres y barro, muy estrecha y poco resguardada, donde pasaba los das con slo pan, agua y algunas races y hierbas... En la misma choza, expuesta a todas las inclemencias, cav una sepultura y all pasaba las noches, teniendo por cabecera un duro peasco y por sbanas unas hojas secas, para quitar la humedad que destilaba. Cuando se cansaba, se sentaba sobre una gran pea que tena a la entrada y all lea con gran detencin las Escrituras Santas, que l mismo haba copiado en un cartapacio, mientras estuvo en la prisin y que luego llevaba siempre consigo. Oh! Los que slo conocen al Cisneros de las cumbres, cuando es confesor de Isabel, arzobispo de Toledo, gobernador de dos mundos, reformador incansable, fundador de ctedras y universidades, conquistador de Oran y Mazalquivir, quedarn asombrados al leer estas intimidades de su vida oculta; pero, cabalmente, en estos aos de soledad y penitencia, se form sin duda aquel espritu gigante, y se contrast aquel alma grande, y se templ aquella voluntad indomable, y se vigoriz aquel carcter brioso, y de seguro, que de no haber pasado antes por esta escuela de perfeccin y desgaste, no hubiera llegado a ser lo que fu, ni hubiera dado tantos das de gloria a la religin y a la patria. No hay que admirar slo el final de aquella vida de hazaas; hay que fijarse bien en sus comienzos y aprender el modo de triunfar y hacerse grandes en la vida. En 1485, viendo todos la gran virtud y vida ejemplar de Fr. Francisco, le eligieron para guardin de La Salceda, teniendo que abandonar con muchas lgrimas su querida choza. La prudencia que manifest en el rgimen del monasterio fu muy singular, hacindose querer de todos por su tacto, por su bondad y rectitud nunca desmentida. Siendo guardin, le llamaron una vez los superiores de Toledo para tratar con l negocios de consideracin, pues era hombre de consejo y mucha madurez de juicio. Acompaado de un hermano lego, emprendi la ruta de Toledo y, antes de llegar a la Imperial Ciudad, les sorprendi la noche cerrada y harto fra en las cercanas de una villa, don de era muy estimado el P. Fr. Francisco; era esperado en la villa con gran deseo, por la gente principal, que a porfa quera hospedar y regalar a hombre de tanta fama y virtud; mas l, para mejor poder practicar sus oraciones y penitencias y por huir tambin de honores y agasajos, juzg ms oportuno hacer noche en unas eras prximas, y el padre y el lego se acomodaron entre unas gavillas de trigo, tan a sabor como en el ms esplndido palacio. Muy avanzada ya la noche y en lo mejor del sueo los dos fatigados caminantes, rompi de repente aquella quietud con desaforadas voces, y grandsimo alborozo el hermano lego, gritando: "Albricias! Albricias!... Que he visto al padre Francisco Cardenal y Arzobispo de la Santa Iglesia y yo he de ser su paje!...". A tan grandes voces, despert el padre y le pregunt alarmado qu era lo que acaeca; al enterarse del caso, lo ri y celebr mucho, diciendo al hermano: "Muy desacordado anda, hermano; descanse... descanse y sosiegue que todo eso no es sino vano sueo, de lo que no se debe fiar ni hacer gran aprecio..." Tres aos ejerci el cargo de guardin en aquel yermo inaccesible, y no anhelaba sino dejar pronto el cargo para retornar a su chozuela querida y apretar an ms su vida de penitencia y mortificacin. En aquella choza haba pasado Fr, Francisco los das ms fecundos y regalados para su espritu y, muchas veces despus, en medio de los esplendores de la corte, le acometi

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el recuerdo inolvidable de su retiro santo y deleitoso. Por todos aquellos contornos se divulg la fama del guardin de La Salceda y muchas personas se acercaban a ver la choza del Santo, como solan llamarla, quedando admiradas de cmo poda hacer vida en aquel desamparado retiro. Aun cuando fu guardin, no omiti nunca los servicios ms humildes, siendo siempre el primero en el trabajo y obras de penitencia. Todos hablan del espritu y uncin con que predicaba, edificando ms con la austeridad de su vida que con la elocuencia de su palabra; pasaba largas horas en el confesionario y, dondequiera que se presentaba, era tenido como ngel de paz y de consejo. Jams cambi las sandalias por otro calzado ms cmodo, ni aun en lo ms riguroso y destemplado del invierno, haciendo a pie sus largos y penosos viajes, y sin disminuir en nada los rigores de su vida penitente. En la humildad era notable y mucho ms por lo que se esforzaba para contener su carcter fuerte y de recia condicin. En cierta ocasin, cuando aun era guardin, se present el padre vicario en el monasterio de La Salceda y para conocer mejor a Fr. Francisco y poner ms a prueba su humildad mandle descubrir las espaldas y, cuando se hallaban todos en el refectorio, orden le dieran una dura disciplina, que l sobrellev con una resignacin y humildad extraordinarias, quedando todos sin acertar a qu pudiera obedecer el poner a prueba tan costosa, la acrisolada y reconocida virtud de Fr. Francisco, hasta que el padre vicario lo declar, poniendo al padre guardin como modelo de obediencia y de santidad. Pero aquellos das de consolacin y de feliz retiro iban a acabar; cada vez creca ms la fama de su nombre y bien pronto aquel que no quera ms mundo que una choza, ni ms compaa que las aves del cielo, ni ms regalo y comodidad que los que libremente le proporcionaba aquel desierto con sus hierbas y races, iba a tener que cambiar su pobre choza por un palacio, y la soledad querida de su desierto por el dominio y gobierno de dos mundos. Qu da tan triste aquel en que Fr. Francisco, cuando ms apartado estaba de las gentes, tuvo que despedirse de su escondido retiro y dejar deshabitada su choza y decirla un adis cuajado de lgrimas y de recuerdos ! Cuntas veces en las postrimeras de su vida ha de volver con la imaginacin a aquel retiro, donde tan cerca se senta de Dios y tan sin cuidados poda atender intensamente a la salvacin de su alma! Oh, soledad amable y deleitosa!...

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CAPITULO III. CONFESOR DE LA REINA ISABELN los comienzos de esta verdica historia vimos cmo, por consejo del muy ilustre seor don Pedro Gonzlez de Mendoza, la devotsima reina doa Isabel I de Castilla puso los ojos en el humilde y prudente guardin de La Salceda, para que la oyera en confesin y dirigiese su espritu. La eleccin de confesor para la Reina era un encargo tan delicado como difcil; la nobilsima e incomparable reina Isabel tena un talento tan extraordinario como profunda y acrisolada era su piedad, as que la eleccin de confesor era para ellacomo lo es para todas las almas grandesuna cosa tan grave, como el ms alto negocio de Estado, ya que en el confesor vea ella no slo un representante de Dios para descargo y sosiego de su conciencia, sino tambin un sostn en sus tribulaciones, una ayuda en sus padecimientos, un apoyo en sus magnos y grandiosos proyectos, un aliento y estmulo para su virtud, un ejemplar para su vida, un consejero ntimo en los asuntos que ms o menos directamente se relacionaban con la paz de sus dominios y el florecimiento y prosperidad de la Religin Por aquellos das de 1492 estaba la corte en Valladolid y all fu llamado el guardin de La Salceda Fu llevado a la Cmara Real por el cardenal Mendoza, contrastando sobre manera sus ricas vestiduras con la humildad y descalcez del fraile franciscano, y sin inmutarse, sereno y digno, salud respetuosamente a la Reina que intent sorprenderle y respondi con tanta prudencia y dominio a las preguntas que le dirigieron, que luego comprendi Su Alteza, que aquel era el hombre discreto y sesudo que Dios le enviaba. Dos das despus de esta entrevista fu nombrado confesor y director espiritual, pero l slo acept este cargo, despus de muchas renuncias, y con las condiciones que haban de respetar tanto la Reina como los dems palaciegos. Dijo que sera confesor, ya que as lo queran, pero a condicin de permitirle andar descalzo y a pie y siempre con un compaero y hermano de su hbito y Orden; que no haba de tener racin ni paga en Palacio, sino que atendera a su sostenimiento con lo que l allegase, pidiendo de puerta en puerta y de pueblo en pueblo, durante los das que le dejasen libre sus cargos; que haba de continuar viviendo en su convento, sujeto al rigor de su Regla y observancia de su comunidad, sin permitirse epiqueyas y distinciones; que haba de continuar vistiendo el tosco y burdo sayal franciscano, habitando en una pobre y estrecha celda, con una tarima por lecho, y duro y seco pan por alimento; y, sobre todo, finalmente, que no se haba de entrometer para nada en cosa que con el gobierno y poltica exterior de Espaa se relacionara. De buen grado acept la Reina todas aquellas condiciones, que tan patentemente hablaban de la mucha perfeccin y austeridad del padre. Y era de ver, algn que otro da, entre semana, al padre Fr. Francisco, llegarse a pie, sudoroso y fatigado, desde el convento prximo a la corte, con el Breviario debajo del brazo y acompaado de un hermano lego!... Se presentaba en Palacio tan recogido y devoto, que a todos mova a reverencia y piedad, contrastando enormemente con aquellos apuestos palaciegos y pomposas damas la figura del fraile franciscano, con su semblante demacrado y plido, los ojos hundidos y brillantes, el hbito remendado, aunque aseado y limpio y un aire de penitencia y renunciacin, que pareca un cenobita de aquellos que pasaban su vida toda en espantosos desiertos, y cuyas vidas, llenas de milagros y de virtudes portentosas, tanto gustaban leer en las crnicas antiguas la Reina y sus damas, mientras tejan, bordaban y zurcan en palacio las ropas y vestimentas de sus dueos y seores, caballeros andantes, conquistadores de mundos y triunfadores en batallas inmortales. Das dichosos de la Espaa renaciente y conquistadora en que la Patria tuvo la ventura de ser gobernada por el cerebro y el corazn de la admirable y amada reina Isabel, la gloria ms pura, sacada Santa Teresa de Jess, de las mujeres espaolas! Y sucedi, que por primera vez fu llamado el padre Francisco para oir en confesin a la reina Isabel; un poco emocionado y con cierto temorcillo interior se acerc el buen padre, aunque saba muy bien que ante la rejilla del confesonario lo mismo son los reyes que el ltimo mendigo, porque all no hay ms que el representante de Dios que juzga y el hombre que se acusa. Pues bien; observ, no sin extraeza el padre, que la Reina comenzaba por sentarse en un modesto cojn, segn tena de costumbre hacerlo para confesarse, despus de pasar largo tiempo de12

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rodillas. Entonces Cisneros, con mucha dignidad y respeto, pero con noble entereza la dijo: "Seora, yo soy el que ha de estar sentado y Vuestra Alteza de rodillas, pues este es el tribunal de Dios y yo hago aqu sus veces". La magnnima y cristiana Reina obedeci humildemente y luego, contando lo sucedido a sus ntimos y familiares, les deca: "Este, este es el confesor que yo buscaba y ahora quedo cierta de que me ha de dirigir con verdad y justicia!"... Dos aos escasos llevaba Cisneros de confesor de la Reina, cuando se celebr un Captulo general franciscano, y, acordndose todos de la vida edificante del antiguo guardin de La Salceda, le eligieron para vicario provincial de su Orden. El tesn, la constancia, la energa, la firmeza de carcter, el espritu emprendedor y activo comenzaron a manifestarse en esta poca de 1492... Los obstculos y contrariedades parecan insuperables, pero Fr. Francisco era hombre que no se acobardaba fcilmente y a quien la lucha y la adversidad le engrandecan y prestaban alas. Fu nombrado visitador general de todos los conventos de franciscanos en Espaa, entre cuyos miembros haba algunos llamados claustrales, un tanto relajados e inobservantes, y otros, que vivan ms en conformidad con la tradicin y Regla de San Francisco. Comenz Cisneros la difcil empresa; y, aunque haba de recorrer toda Espaa, visitando conventos, slo pidi por toda provisin y ayuda para el viaje un jumentillo y un compaero, que fuese buen pendolista para despachar con soltura y prontitud les negocios que le confiase. Le fu dado por compaero un tal Fr. Francisco Ruiz, de unos diez y ocho aos, simptico frailecillo que haba sido seise en Toledo, y era un guapo mozo, de mucho donaire, linda voz, hermosa letra y bastante piedad. Al jumento, harto ruin y desmedrado llambanle Benitillo. Emprendieron su peregrinacin y, durante largas jornadas, jams omita el padre sus rezos ni disminua sus penitencias y ayunos; muchas veces suceda ir el padre andando y Fr. Francisco Ruiz muy holgadamente a cuestas de Benitillo. A su paso por los caseros y aldeas se detenan a pedir alguna limosna para sustentarse, y el padre Cisneros aceptaba con muy buena voluntad y agradecimiento cualquiera racin de pan que le ofrecan, fuera poco o mucho, seco o reciente, blanco o negro, y con ello se llegaba a la posada y haca su ligersima refaccin. Su compaero, como joven alegre y de buen humor que era, tomaba unas veces a broma y otras a enfado lo poco que sacaba el padre y sola decirle con mucho gracejo, que ms para pedir haba nacido para dar, que mejor sera que se quedara en la posada cuidando de Benitillo y l se ira a demandar una caridad... Y refieren las crnicas que el simptico y agraciado mozo recorra las calles y en alta voz y, en canto, peda limosna ; y como tena la voz tan agradable y sonora todos salan a escucharle, con lo que raro era el vecino que, al ver aquel frailecillo, no se le ablandaba el corazn y le alargaba una limosna; y as, tornaba siempre a la posada con buen acopio de raciones. Las penalidades sufridas, recorriendo a pie y con mil oposiciones toda la Pennsula, fueron indecibles, llegando a veces a producirle tan honda pena y profunda melancola, que pens morir de amargura... Por entonces fu cuando, llegado a tierras de Gibraltar, le acometi un impetuoso y vehemente deseo de cruzar el estrecho y consumar sus fatigados das en la predicacin del Evangelio entre aquellos feroces bereberes, que tanto dao haban causado a la Madre Espaa, y de esta suerte poder derramar su sangre por Jesucristo o morir esclavo, encadenado y en olvido perpetuo en aquellas obscuras y tristsimas mazmorras de Argel y Oran, donde tantos infortunados cristianos lloraban su desventura, y donde aos ms tarde, haba de plair su desdicha y recordar con cristiana resignacin las llanuras manchegas, el soldado inmortal de Lepanto, que iba a escribir la historia ms genial, ms viva, ms profunda, regocijante y humana de cuantas historias ha inventado el ingenio del hombre...

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Ilustracin 2. y en alta voz y, en canto, peda limosna;...

No pudo ver realizados sus ardientes anhelos de martirio y sus deseos de ser misionero entre infieles, porque, viendo la reina Isabel, tan amante de la justicia como del decoro y aumento de la Religin, lo admirablemente que haba llevado a feliz trmino la reforma de los religiosos de su Orden, obtuvo de Su Santidad, Alejandro VI, de feliz recordacin, que fuese nombrado reformador general de todas las comunidades de Espaa, cosa harto necesaria y urgente, pues suceda, que muchos por espritu aventurero y vido de novedades, otros cohibidos por la necesidad, algunos sin vocacin para ser religiosos y no pocos por hallarse a cubierto y bien protegidos bajo la sombra de los monasterios y para mejor alcanzar facilidades para pasar a las Indias, que era el sueo dorado de la gente moza de aquellos tiempos, entraban en los conventos con no muy santas intenciones, con lo que el espritu de observancia y disciplina se quebrantaba, y as contagiaban y resfriaban a los que vivan con vocacin y sujetos a Regla. Estas almas levantiscas e insubordinadas, que no tenan el espritu del Seor, dironle mucho que sufrir a Cisneros, y los. que ms fueron sus propios hermanos en religin, mxime cuando trat de determinar el hbito y los ejercicios que todos uniformemente haban de tener; les quit muchas rentas suprfluas, para que vivieran nicamente de limosna y ms se asemejaran en la pobreza a Jesucristo; les oblig a vivir en comunidades bien formadas y en rigurosa clausura y renov el espritu de observancia y penitencia, enfrenndoles con energa y castigando severamente a los revoltosos, que, aunque sean los menos, son los que ms alborotan y ms desrdenes acarrean. Entre las Ordenes militares cort sin piedad grandsimos abusos que en ellas se haban introducido... Y todo esto lo hizo Cisneros en poco tiempo, con una rapidez y una actividad que pasman. Fu una empresa de gigante que remat felizmente en poco menos de dos aos con grande gozo de la Iglesia y de la reina Isabel, que con tanto empeo haba tomado aquella reforma, porque con su gran talento poltico comprenda claramente que la paz y grandeza de los reinos temporales han de tener su primero y principal fundamento en la prosperidad y acrecentamiento de la religin, y sin religin,

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no puede haber paz duradera, ni orden, ni gobierno, ni obediencia, ni moralidad en los subordinados, ni en los que rigen el destino de los pueblos. Cuando ms enfrascado andaba Cisneros en la cuestin de la indicada reforma, vino de Italia un fraile por nombre Francisco Sansn, que gozaba de gran predicamento entre los franciscanos, con objeto de hacerle cejar en aquella reforma, mal vista por algunos espritus turbulentos y alborotados. Con tales intenciones se present muy ufano y en representacin de los menos observantes a la reina Isabel y se despach muy a su sabor contra Cisneros, ponindole de atrevido y perturbador como no digan dueas. La Reina, muy asombrada, le dijo que si estaba en su sano juicio para hablar de aquella manera de Cisneros, pues ella tena por loco y descomedido a quien se atreva a poner su lengua en tan insigne y fervoroso varn, que estaba llevando a cabo una obra tan digna de loa y de tanto provecho para la religin. "S con quin hablo la replic el osado Sansn, con Isabel de Castilla, que es un poco de barro como yo"; y airado y corrido volvise a su convento de Italia, mientras Cisneros continuaba gloriosamente la difcil obra de la reforma, arrollando dificultades y devorando amarguras, que a otro espritu menos generoso y fuerte le hubieran hecho muchas veces desfallecer. Bien es verdad que en los religiosos agustinos y dominicos encontr un gran apoyo y un espritu floreciente de observancia y penitencia, que le consol entre tantas flaquezas como pudo ver. Tres aos largos invirti en esta penossima tarea y, a medida que aumentaban los trabajos, l aumentaba tambin las penitencias y austeridades y se multiplicaba prodigiosamente su austeridad. Por este tiempo fund tambin un convento de monjas de la Concepcin, en donde luego despus florecieron almas escogidas en santidad y ocultas virtudes. Pero el mundo pareca pequeo para la actividad inagotable de aquel espritu extraordinario y con sus sandalias de penitente haba recorrido para esta fecha todo el ancho solar de la patria, y con su pardo sayal haba subido desde las ms humildes posadas y tugurios a los ms esplndidos palacios, sin que se pegara a su espritu bien fundado el polvo de las vanidades de la vida...

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CAPITULO IV. ARZOBISPO DE TOLEDON 1495 mora en Toledo el muy ilustre seor don Pedro Gonzlez de Mendoza, arzobispo de Toledo y cardenal de la Santa Iglesia Romana, Primado de las Espaas, dejando buena memoria entre los suyos por su bondad y liberalidad insigne. Este acontecimiento conmovi mucho a Espaa y muy particularmente a los Reyes, que tanto se .preocupaban de que la Religin estuviera bien representada por varones excelentes en letras y en virtud, y por eso andaban cavilando para dar con una persona grave y letrada que pudiera suceder dignamente al difunto cardenal en la sede arzobispal de Toledo. El Rey don Fernando tena los ojos puestos en su hijo don Alonso de Aragn para tar alto cargo; pero la Reina, siempre grande y genial, trabaj en silencio para que Cisneros y no otro fuese el designado, porque vea que haba de ser para gran provecho de la Religin y de la Patria. Todo qued durante unos meses en la mayor reserva y, mientras el correo de Espaa iba camino de Roma con las cartas de doa Isabel para el Papa Alejandro VI, en las que le rogaba encarecidamente se dignase nombrar a Fr. Francisco de Cisneros para suceder a don Pedro de Mendoza, llegaban a la corte de sus tareas apostlicas Fr. Francisco y su alegre compaero, ignorantes de cuanto pasaba, para recogerse un poco y celebrar cor buen espritu y disposicin la Cuaresma de aquel ao de gracia y oir en penitencia a la serensima Reina y Seora doa Isabel. En el convento de San Francisco, extramuros de ,Madrid, pasaron aquella temporada, edificando a todos su humildad y grande devocin. Pero, al acercarse la Semana Santa, viendo que ya no era necesaria su presencia en Palacio, determin encaminarse a Ocaa y celebrar all la Semana Mayor, y as hizo llamar a Fr. Francisco Ruiz y le dijo preparase algunas hierbas y algunos mendruguillos de pan y aparejase a Benitillo, para reanudar sus caminatas. Fr. Francisco Ruiz le respondi con mucho donaire: "Y qu he de aparejar, padre? Pues nosotros siempre y en cualquiera coyuntura estamos aparejados y, aunque hubiremos de hacer un viaje a Indias, con slo desatar el ronzal a Benitillo y cargarle las alforjas vacas, ya estamos en disposicin de recorrer las cuatro partidas". Iban a echar ya camino adelante, cuando de improviso lleg el repostero mayor de la Reina y dej aviso de que Su Alteza mandaba llamar al Padre Francisco. "Ten preparado el asnillodijo a su compaeroque luego vuelvo, pues la Reina nuestra Seora me manda llamar y no s para qu." Se present humildemente ante Su Majestad, como l saba hacerlo, y comenz la Reina, muy placentera y llena de jbilo, a hablarle de negocios fuera de confesin y, pasado algn tiempo de amable conversacin, le dijo por fin: "Acaba de llegar correo de Roma, padre mo, con unas letras para vuesa paternidad", y, esto diciendo, sac de entre las mangas, muy anchas, segn costumbre de entonces, un rollo y se lo entreg a fray Francisco, que hizo ademn de besarlo reverentemente; pero, al ver el sello pontificio mud de color y se extra mucho, rechazando el mencionado rollo... la Reina le animaba dicindole: "Ved, padre provincial, lo que ordena Su Santidad en esas Bulas". Las desenroll y, al leer en el sobrescrito las siguientes palabras "A nuestro hermano en Cristo, venerable Fr. Francisco Ximnes de Cisneros, arzobispo electo de Toledo, etc.", se le demud el semblante, sinti que las piernas le flaqueaban y dej caer desconsoladamente los brazos, rodando por el suelo las mencionadas Bulas... Se apen profundamente y con acento angustioso y resuelto deca a la Reina: No!... No puede ser!... No puede ser!... Esto tiene que ser una equivocacin,,. Pues eso ni habla conmigo ni yo soy el tal Francisco del documento!... La Reina recogi las Bulas y dijo que ella las leera y hara ver cmo efectivamente era l a quien se refera; pero l insisti en que aquello no rezaba con l y saliendo precipitadamente de la Cmara regia, como hombre huido, sin despedirse de Su Alteza, ech l solo a correr camino de Ocaa, con su Breviario debajo del brazo, sin acordarse que a la puerta del convento de San16

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Francisco le esperaban con harta impaciencia y poco buen humor Fr. Francisco Ruiz y el resignado y sufrido Benitillo. Salieron en postas a buscarle, de parte de la Reina, pero no pudieron reducirle. Por ms de seis meses estuvieron instndole que aceptase aquel cargo para bien de la Religin y de la Patria, pero l se negaba obstinadamente, por creerse incapaz e insuficiente para el desempeo de tan alta misin, hasta que llegaron nuevas Bulas pontificias con orden terminante y bajo pena de censura, de que se sometiera a lo que ordenaba Su Santidad y aceptara s-in dilaciones la sede arzobispal de Toledo, Con muchas lgrimas tuvo que resignarse fray Francisco a lo que le ordenaban, pero determinado a continuar haciendo su vida de religioso como antes. Era de ver con qu pena y desolacin abandon su convento de Ocaa y sali para Tarazona, donde haba de consagrarse, con asistencia de los Reyes y todo lo ms florido de la nobleza y clero! De Tarazona pas con los Reyes a Tarragona, donde se celebraron segundas Cortes, pues la Reina no se resignaba a tener ausente y lejos de s aquel sesudo y grave varn, que era el sostn de su espritu y el apoyo ms firme de sus vastos proyectos. La infortunada princesa doa Juana, que aun no haba comenzado a perder el seso, tena que embarcar por aquellos das en La-redo con rumbo a Flandes, en los mismos bajeles que traan de all a la princesa Margarita, y a Laredo se dirigi la magnnima Isabel para consolar y despedir a su hija. Aprovechando esta ocasin, el siervo de Dios, Cisneros, se despidi de la Reina y se dirigi a Toledo con objeto de hacer su entrada triunfal. Quiso antes detenerse en su querida Alcal, y fu grande el asombro que todos sintieron, cuando vieron llegar a Fr. Francisco, ya arzobispo de Toledo, slo con su compaero y el Benitillo, tan humilde, tan llano y apostlico, como cuando era slo Fr. Francisco a secas. Hizo vida comn con sus hermanos y en nada se distingua de los dems sino en las muchas penitencias que haca. Este gran hombre no conoca la fatiga ni el cansancio; no desperdiciaba ni un minuto de tiempo, y as, mientras estuvo en Alcal comenz a echar los fundamentos de la celebrrima Universidad, continu en la reforma del Clero, trat de la convocacin de un Concilio y de muchas fundaciones, que luego llev a cabo con una constancia asombrosa. Todava, antes de entrar en Toledo, le mand llamar de nuevo la Reina, para que casase al prncipe don Juan y doa Margarita de Austria, hija del emperador Maximiliano. No se sabe dnde sacaba fuerzas para tantas fatigas y trabajos, para recorrer tantas leguas y resolver tantos negocios que traa entre manos aquel trabajador incansable. Y lleg el i de abril de 1496, da sealado para su entrada en Toledo. Aquel da, ya en plena primavera, cuando los campos y rboles florecan en rompimiento glorioso de vida, la imperial Toledo arda en fiestas y regocijos y toda ella sali radiante a recibir al humilde hijo de San Francisco. Entr el padre muy modesto, sin aparato ni ostentacin alguna; llevaba por todo acompaamiento diez religiosos. Iba sobre su jumentillo, vestido de hbito y manto parduscos y una muceta v sombrero del mismo color, los pies descalzos y con una sencilla cruz de plata sobre el pecho, nico distintivo de su dignidad. Quien viera el ornato y pompa que llevaban los arzobispos de Toledo y contemplara la pobreza evanglica con que entraba el fraile franciscano, sin querer se le vendra a la memoria el recuerdo de Cristo, Nuestro Seor, cuando entr en Jerusaln, el da de las palmas. Le tenan preparada una mua para que hiciese la entrada, segn costumbre y, al apearse de su jumentillo, abraz a todos los eclesisticos y religiosos y cuando l pasaba por entre la muchedumbre, todos caan de rodillas y le contemplaban con gran admiracin y curiosidad. Llegado a la Catedral, les dirigi un sermn tan lleno de fuego y de caridad que todos le consideraban como santo. No vieron con buenos ojos los nobles y el cabildo de Toledo, que hombre de tal dignidad continuase viviendo en tanta pobreza y estrechez como cuando estaba en el convento de La Salceda; se quejaron al Pontfice, quien le escribi ponderando su virtud, pero aconsejndole dejara aquel gnero de vida tan austera y se acomodase en el hbito, comida y servidumbre a las circunstancias y a la dignidad en que viva. Desde entonces procur Cisneros en lo exterior acomodarse a las costumbres de sus antecesores; despleg ms magnificencia; admiti ms servidores y familiares a quienes l mismo instrua; decor y engalan su casa y sus habitaciones

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particulares, y su cama estaba adornada de ricas telas y colgaduras ; pero en la intimidad, el austero fraile continuaba con su vida de rigidez; all se servan ricas viandas, pero l no tomaba ms que un frugal alimento; debajo de aquella cama regia ocultaba su lecho de duras tablas, donde reposaba las breves horas de sueo; bajo las ricas vestiduras arzobispales llevaba el hbito burdo y spero y la tnica de jerga, que l mismo cosa y remendaba a solas. No obstante, aquellos que antes ms le criticaban de bajo, ordinario e incluso de hipcrita, ahora le censuraban con acritud por aquel lujo y ostentacin. Pero Cisneros no era hombre a quien los juicios humanos le trajeran como a pluma el viento, y saba despreciar con grandeza de nimo todas aquellas bajezas e inconstancias de la gente desocupada, ociosa y murmuradora que vive de la maledicencia y de la censura. En cierta ocasin predicaba delante de Su Eminencia un fraile franciscano, y el hombre de Dios se desat en lindezas contra los vicios y liviandades reinantes y, sobre todo, calc la intencin sobre el lujo desenfrenado y boato ostentoso de magnates y ricos hombres, aludiendo solapadamente y con no disimulada actitud a las ricas vestiduras que llevaba el cardenal. Cuando baj del pulpito el flamante predicador, Cisneros con mucha serenidad y mesura alab la buena doctrina y partes del discurso, pero disimuladamente le ense la tnica spera de la Orden que llevaba a raz de sus carnes, con lo que se qued muy corrido el osado predicador. Con el aumento de trabajo creca tambin la actividad pasmosa de aquel hombre y el gran prestigio y poder que le comunicaba su dignidad le dieron arrestos para continuar y completar la difcil obra de la reforma de comunidades religiosas de ambos sexos y del clero secular. Esta vez las oposiciones fueron enormes; informaron calumniosamente ante el Pontfice y por algn tiempo quedaron solos frente al gran problema Cisneros e Isabel; pero al fin se hizo justicia y triunfaron gloriosamente aquellas dos voluntades de hierro. Isabel misma recorra los conventos de monjas y se insinuaba de una manera dulce, atrayente y maravillosa, con aquella simpata tan comunicativa que llevaba en toda su persona se sentaba con gran naturalidad entre las hermanas, tomaba la rueca o la costura y a la vez que cosa, tena con ellas sabrosas plticas acerca de las excelencias de la vida religiosa y las alentaba en el camino de la virtud y del sacrificio... Oh, corazn de madre y de reina y de santa, de la dulce y fuerte, de la pacfica y guerrera, de la dichosa y siempre grande reina Isabel de Castilla!... Manifest Cisneros en esta empresa un arrojo y una valenta indomables y pronto se vieron coronados sus esfuerzos, pues los monasterios volvieron a ser semilleros de santidad, asilos de observancia y de asombrosas virtudes, donde se hallaron luego grandes ejemplares de piedad y de penitencia, y de donde saldran aquellas legiones gloriosas de santos y penitentes, de msticos y ascetas, de contemplativos e iluminados que un siglo despus brillaron con claridades indeficientes en el profundo cielo de la dichosa Espaa... Y en medio de obras de tanto empeo y tan escabrosas, l continuaba con sus penitencias, ayunaba a pan y agua, dorma muchas veces en el suelo, se disciplinaba cruelmente, tena largas horas de oracin, haca muchas veces a pie sus visitas pastorales sin hacer gran caso de sus achaques y enfermedades, y l solo trabajaba por una legin de hombres.

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CAPITULO V. LOS MOROS DE GRANADAL patriotismo y la religin iban ntimamente unidos en el pensamiento de Cisneros; todas sus obras estaban influidas por este ideal; por el sacrific toda una vida de abnegacin, de desprendimiento, de accin perenne. En todos los rdenes de la actividad humana puso su mano generosa y restauradora y en todo dej una huella imborrable. Su temperamento vehemente, enemigo de componendas y suavidades, pudo parecer extremado en alguna circunstancia, pero la rectitud de su intencin y la nobleza de su proceder nadie podr ponerla en tela de juicio. Su celo por el bien de la Religin y el engrandecimiento de la Patria le consuma y no le daba tregua, atareado siempre en verdaderas empresas de gigante. Fundaba conventos y colegios, reformaba las comunidades y cabildos, emprenda arriesgadas conquistas, recorra a pie parroquias y dicesis, asista a los Reyes, convocaba Concilios, como los de Alcal y Talavera, de don de salieron aquellas admirables disposiciones acerca de la enseanza del Catecismo a los nios, atenda a la conversin de herejes, y judaizantes, desterraba supersticiones y haca una limpieza general de tantos desrdenes como habanse arraigado en los siglos anteriores. Pero donde se mostr ms claramente el celo y desprendimiento, la insinuacin y la energa, la constancia y el tesn de Cisneros, fu en la conversin de los moros de Granada en el ao 1500. Mucho haba trabajado en esta obra el dulce y magnnimo Fr. Hernando de Talavera, valindose de dulzuras y blandas insinuaciones para atraer a los moros a la verdadera religin; los granadinos le llamaban el Santo Alfaqu, por su trato bondadoso, por sabidura y pureza de costumbres. Mas vea Cisneros que la conversin de los moriscos iba despacio; ms vivo, ms enrgico, ms radical que Fr. Hernando, tom a pecho su conversin y despleg para ello una actividad pasmosa. Primero se vali de ddivas e insinuaciones para convencerles; los trataba cariosamente; invirti miles de ducados para socorrerles; conversaba con los alfaques y les predicaba con una conviccin y un fuego arrebatadores ; mand ms de treinta religiosos de gran prestigio que saban el rabe para que trataran con los moriscos y disputaran acerca de la verdadera religin. Tanta elocuencia y desprendimiento conmovan a los moros, que se agolpaban a la puerta del Palacio de Cisneros en la Alcazaba para pedirle en masa el bautismo. Hubo da en que bautiz ms de 3.000 personas. Viendo que eran muchos los granadinos que se convertan, algunos principales mahometanos, como Zegr-Azaator, muy rico, comenzaron a hacerle oposicin. Pero Cisneros no conoca la cobarda e hizo prender a Zegr, que por fin, se convirti tambin en la crcel y con su ejemplo arrastr a casi todos los moros al catolicismo. Entonces Cisneros, para evitar el peligro de que volvieran a su falsa religin, orden a los alfaques que reunieran todos los Alcoranes que tenan para su uso e hizo un gran montn, prendindoles fuego en la plaza de Bibarambla. Algunos de estos Alcoranes o libros sagrados de los mahometanos estaban ricamente encuadernados con iluminaciones y manecillas de oro; pero, para evitar toda codicia y recuerdo de su secta, no perdon nada ni permiti conservarlos. Duramente se ha criticado esta accin de Cisneros, pero es necesario trasladarse a aquella poca para apreciarla en su justa medida y dejar a salvo su rectitud; los protestantes y extranjeros, amigos de aminorar y desvirtuar nuestras glorias, e incluso espaoles insensatos, han exagerado desmesuradamente el nmero de volmenes quemados, calificando de barbarie semejante accin, y olvidan que, aparte la escasa importancia de los libros destruidos, los libros tiles de medicina, filosofa, moral, artes, etc., los hizo recoger cuidadosamente y trasladar a la Universidad de Alcal, ya muy adelantada.; Tena harta cultura aquel gran hombre para permitir que pereciera la cultura de una raza como se ha repetido injustamente! Los conversos pasaban de 20,000 y Cisneros continuaba denodadamente su obra; a los

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elches, o moros convertidos y luego apstatas, los trat con mucho rigor, por peligrosos e insidiosos. Y sucedi, cierto da, que algunos de estos apstatas tuvieron unas palabras con los lacayos de Cisneros en el Albaicn; sacaron las espadas y en la refriega quedaron muertos los familiares del arzobispo; una mujercilla con sus desaforados gritos hizo creer que trataban de prenderlas los cristianos y esta fu la seal de la insurreccin; los vecinos del barrio se amotinaron, y armados y en tumulto pusieron sitio a la casa de Cisneros con nimo de darle muerte. Cisneros, sereno y valiente, puso en armas a sus criados y toda una noche estuvieron defendindose desde el palacio contra aquella plebe amotinada y tumultuosa, hasta que acudieron el arzobispo Talavera y el conde de Tendilla, que, como eran tan queridos, con sola su presencia, llevando uno un Crucifijo y arrojando el otro entre la muchedumbre su gorro de grana, aplacaron a los insubordinados.

Ilustracin 3. ...quedaron muertos los familiares del arzobispo

El Rey mand entonces se concediera un perdn general para cuantos se convirtieran; algunos lo hicieron quiz por temor al castigo y llegando la noticia a odos de los moriscos de las Alpujarras, que andaban rencorosos y con ganas de tomar venganza, corrieron la voz de que a los granadinos les hacan bautizar a la fuerza, excitando a los moriscos a un levantamiento general contra los cristianos. Fernando e Isabel enviaron a los rebeldes una hermosa y cristiana carta convidndoles con la paz y el perdn, pero la voz de la rebelin haba corrido ya por todas aquellas speras y bravas serranas, levantadas en masa con grande encono contra los cristianos. El Rey mand contra ellos al gran Capitn y al conde de Tendilla, hroes de Granada; pareca imposible dar un paso por aquellas abruptas montaas, pero las proezas y bravuras de Gonzalo

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de Crdoba, del conde Cifuentes y del mismo Don Fernando, que acudi en persona, hicieron tremolar las banderas cristianas en las atrincheradas cumbres de los rebeldes, haciendo rodar desde lo alto de una torre la cabeza del ltimo capitn moro que diriga el movimiento. Concedi de nuevo la generosa Isabel un perdn general para los rebeldes y de nuevo volvieron a pedir en masa el bautismo y a convertirse ; pero los moros indmitos de las Alpujarras no se resignaban a ver en manos ajenas su perdida y llorada Granada y, ardiendo en rencores, trataban traidoramente de tomar venganza de sus pasados desastres, buscando nimios y aparentes pretextos para levantamientos y algaradas. Corrieron otra vez la voz de que forzaban a sus hermanos moriscos a convertirse y estall una nueva insurreccin en la Sierra de Filabres, que se corri por toda la Serrana de Ronda y Sierra Bermeja, donde tenan sus guaridas los moros ms blicos y fieros, que ya haban pedido auxilio a los de allende el estrecho. Para sofocar este movimiento, se arm un ejrcito con lo ms florido y granado de Espaa, al mando de don Alonso de Aguilar, hermano del Gran Capitn Gonzalo de Crdoba. Los Gandules, moros bravios y montaraces, acaudillados por Feher de Ben-Estepar, se agazaparon como tigres por riscos y desfiladeros y ocultos esperaban a los cristianos; todo pareca estar en calma, bajo aquel horrible silencio de tragedia... los confiados cristianos penetraron en una de las aldeas ms ricas de la morisma, que pareca dormir en la quietud solemne de aquella noche tenebrosa y densa: cuando ya estaban desparramados por las calles los cristianos, se levant de repente una horrible gritera general de mujeres y de nios; salieron precipitados de sus escondrijos los enfurecidos moros y se arrojaron con todo el mpetu salvaje de su raza contra los espaoles, tiendo sus cuchillos en la generosa sangre de aquellos valientes, que, como desconocan el camino, defendindose como hroes, caan luchando con los moriscos por simas y barrancos... El conde de Urea, en medio de aquella espantosa obscuridad, pudo reunir unos cuantos que se defendan como leones... Don Alonso de Aguilar, solo y herido en medio de aquella chusma, cogi el estandarte espaol y dijo con arranque varonil y fiero:"El estandarte espaol nunca huy de los moros!" A su lado, atravesado el muslo por una flecha, peleaba bravamente su hijo, el arrogante don Pedro; don Alonso al verle le dijo: "Retrate, hijo mo; ve a consolar a tu madre... djame solo... j vive como buen caballero y que no perezca la sangre de nuestra raza!..." Don Alonso, cada vez ms herido, sin armas y sin caballo, continuaba luchando con una bravura y un mpetu invencibles. Cada mandoble suyo era un seguro golpe de muerte; pero acosado por muchos enemigos, se arrim a un risco y as continu luchando y defendindose, hasta que se le ech encima un nervudo y feroz moro; se agarraron ambos... Don Alonso luchaba como un gigante y ya amenazaba estrellar al morazo contra el risco, cuando se le desabrocho el arns al valiente espaol; aun as continu agarrado, hasta que los dos rodaron por el suelo: "Don Alonso de Aguilar no se rinde!'-grit el caballero cristiano. " Y el moro Feher de Ben-Estepar tampoco!" grit el contrario, hundiendo su pual salvaje en el desnudo y desfallecido pecho del hroe espaol. Este hecho indign a Espaa toda, que acudi con don Fernando a vengar al heroico caudillo espaol; en breves das quedaron reducidos los rebeldes y para acabar de una vez con sus traiciones, felonas e ingratitudes, uniendo a la clemencia la severidad, don Fernando puso a los sublevados en la alternativa de optar, o por convertirse sinceramente y continuar en Espaa, o por retirarse al frica y all vivir segn su religin y costumbres. La mayora opt libremente por bautizarse, viendo Cisneros con este hecho realizados sus propsitos, y cmo, debido a su celo y tesn, despus de ocho siglos, no qued ni un solo espaol mahometano, realizando su ideal grandioso de unidad religiosa, que lo era a la vez de unidad patria. Digan lo que quieran los que slo saben denigrar lo nuestro y ensalzar lo extrao, y que encuentran censurable esta generosa empresa de Cisneros, los resultados de toda aquella campaa de alternativas, que slo la fuerza de voluntad de un Cisneros pudo sostener, fu la conversin de ms de 70,000 moros de Granada y sus rebeldes; la paz de Espaa quedaba asegurada y el ideal del fraile patriota triunfaba y se impona de una manera tan eficaz como brillante. Y que haya quin trate de empequeecer estos hechos con un menguado criterio y de calificar de injusto, fantico y cruel a aquel hombre extraordinario que tanto enaltecieron y elogiaron unnimemente sus contemporneos, por su rectitud su justicia, su patriotismo y su celo religioso ! Si es que l fu injusto y despiadado, tambin debi de serlo toda una poca gloriosa que no tuvo ms que lauros y loores para el incomparable hijo de San Francisco, como los que le tributaron todos los cronistas de entonces y el mismo Gonzalo de Crdoba.

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Fueron enormes las cantidades invertidas para la conversin de los moros; es cierto que era muy considerable la dotacin del arzobispado de Toledo, pero rentas mejor empleadas no se vieron en tierras de Espaa. Como para el humilde fraile le bastaba una insignificancia, todo lo dems lo destinaba al socorro de los pobres y a promover las ciencias, sostener hombres sabios, adquirir libros, fundar universidades y conventos y extender por todo el mundo el dominio y seoro de Espaa. Hay que leer los libros de cuentas del cardenal para ver lo que es generosidad y desprendimiento. Otra de las ms simpticas empresas de Cisneros fu la restauracin del rito gtico, llamado tambin muzrabe, isidoriano y espaol. Cuando andaba en la restauracin de la iglesia catedral de Toledo, se le ocurri un da entrar en la antiqusima Biblioteca, polvorienta y casi abandonada, y revolviendo legajos y mamotretos, hall con gran sorpresa algunos fragmentos del oficio antiguo, del que tanto hablaban las crnicas y que ya se supona fatalmente perdido. Movido de espritu patritico los hizo recoger y mand le trajeran algunos fragmentos ms que l haba visto entre libros desencuadernados en las tiendas del Alczar de Toledo, y que usaban las vendedoras como papel viejo para envolver especias. Le dola mucho que un oficio tan hermoso y tan espaol desapareciera por incuria, y se le ocurri una de tantas ideas geniales como l tena; empez a trabajar en su restauracin sin reparar en las grandes costas y trabajos que tal empresa requera. Comenz a usarse este oficio gtico en Espaa en tiempos de Sisenando, rey godo y de ah le viene quiz el llamarle gtico, sin gran justicia, puesto que mejor le cuadraba el nombre del oficio isidoriano, por haber sido el gran San Isidoro de Sevilla el que compuso y orden los rezos y oficios del Misal y Breviario espaoles. En el IV Concilio de Toledo se hizo obligatorio este rezo para toda la Pennsula; San Ildefonso y San Julin introdujeron bellsimos himnos , y, durante algunos siglos, fu el rezo que usaron todos los eclesisticos espaoles. Se le denomin tambin muzrabe por ser el rezo que usaban los cristianos que quedaron sometidos a los moros, aunque perseverando en su fe y sus costumbres. Algunos creen que el nombre muzrabe viene de Muza, moro muy principal, que concedi algunos privilegios a los cristianos cautivos, exigindoles slo que se intitularan muzrabes, en oposicin a los secuaces de su contrario el fiero Tarik. Los monjes benedictinos introdujeron en Espaa el rezo romano francs y como se iba generalizando demasiado surgieron algunas desavenencias, hasta que Alfonso VI y su esposa Constancia, que simpatizaban ms con el romano, quisieron decidir de una vez la cuestin, determinando el oficio que haba de regir en adelante. Y cuenta la tradicin, aunque con muy pocos visos de verdad, que remitieron la causa a juicio de batalla o duelo; nombraron dos caballeros, que haban de pelear, uno por el Rey y algunos ms optaban por el oficio romano, y otro por el clero y el pueblo que optaba por el oficio muzrabe. Venci en la lucha un Juan Ruiz, que luchaba por el muzrabe; pero el Rey no se dio por satisfecho y remitieron la causa a la prueba del milagro. Hicieron una gran hoguera, en la que haban de arrojar un ejemplar de cada rezo; el que resistiera la prueba del fuego sin quemarse, era el que haba de continuar rigiendo; y cuentan, que el ejemplar del rezo romano se hizo cenizas, mientras el muzrabe permaneci inmune todo dentro del fuego. Alfonso VI, sin embargo, no dio su brazo a torcer y orden que en toda Espaa rigiera el oficio francs y en Toledo el muzrabe. El pueblo qued muy enojado con semejante arbitrariedad y de entonces data el famoso dicho: "All van leyes do quieren reyes". Este rezo espaol, perdido completamente en tiempos de los Reyes Catlicos, fu el que restaur Cisneros a sus expensas, haciendo bellsimos ejemplares, que aun hoy son la admiracin de los que los contemplan, disputndose en Roma y principales ciudades de Europa la dicha de poder adquirir algn ejemplar de aquella lujosa y magnfica edicin. Para perpetuar este rezo y dejar un recuerdo perenne, fund la capilla muzrabe con 13 sacerdotes, monaguillos, sacristanes, etctera, para que perpetuamente hiciesen all los oficios muzrabes observando su ceremonias y ritos.

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CAPITULO VI. INTIMIDADESada suele excitar tan viva, curiosidad en los lectores como saber el gnero de vida que llevaban los grandes hombres; los historiadores suelen relatar larga y minuciosamente sus hechos gloriosos, pero suelen ser parcos para darnos a conocer los detalles de su vida privada. Bien es verdad, que es frecuente tropezar con varones insignes que, vistos desde cerca, en la intimidad, pierden esa aureola gloriosa con que les vemos a travs de la historia y de la fantasa. No sucede as con el gran Cisneros; visto de cerca, aparece ms gigantesca su figura; su fama est tan bien cimentada que resiste a la ms exigente crtica y cuanto ms se profundiza en el anlisis de su fecunda y laboriosa vida, ms motivos de admiracin y de alabanza se desprenden de ella. Cuando prescindimos por un momento de sus empresas de titn y penetramos en el santuario de su vida privada, la admiracin se convierte en asombro y apenas se concibe cmo con un gnero de vida tan austera se pudieron llevar a feliz trmino tan memorables hazaas. En los captulos anteriores se han insinuado ac y all algunas indicaciones acerca de su vida privada; pero detallemos un poco ms para conocer mejor la varia y compleja personalidad del fraile asceta, conquistador y gobernante. Despus de ser arzobispo, continuaba en la intimidad con el mismo rigor de vida que llevaba en su convento; aun cuando viajaba no omita ninguna de las prcticas y observancias que impona su Orden. Sola acostarse a ms de las once dadas y se levantaba a las dos de la maana, a pesar del trabajo abrumador que pesaba sobre sus hombros; haca sus rezos con gran fervor y muchas veces de rodillas y a puertas cerradas para que nadie le distrajera, mientras estaba hablando con Dios. La tnica burda y spera nunca la dej, y con ella dorma sobre las duras tablas, sin admitir sbanas ni holandas. Cuando aquejado de enfermedades no poda resistir los rigores de los inviernos manchegos, le hicieron un jubn de pao de hbito, que l consideraba como excesivo regalo. En la comida fu muy parco, contentndose las ms de las veces con pan seco y agua; aunque haba rica vajilla en palacio, slo era para la servidumbre y forasteros, pues l nunca quiso usar vajilla, por ser gran enemigo de los placeres de la mesa, que tanto entorpecen el espritu. Ayunaba rigurosamente los ms de los das, y en la Cuaresma y Adviento aumentaba el rigor, y esto, aun cuando tena ms de setenta aos. La colacindice un cronistala haca unas veces con almidn, otras con almendrada, otras con hormiguillo de avellana y otras con arrope y pan tostado. Len X le aconsej que templase algo aquel gnero de vida y se permitiese alguna ms anchura en el vestido y manjares; pero Cisneros se apresur a rogarle le dejase continuar con aquel gnero de vida que era para el que haba nacido. Tena disciplinas con mucha frecuencia y cuando traa algn negocio grave entre manos, las tomaba con ms crueldad y se cea al cuerpo un spero y punzante cilicio; no tuvo compasin de su cuerpo y as lleg a dominarle plenamente. No perdia momento de tiempo y siempre andaba alcanzado de l; jams estuvo ocioso, y, como tena tantos asuntos que despachar se le pasaban las horas con gran rapidez; trabajaba sin descanso y, aunque era de gran energa y resistencia, quedaba quebrantado y prendido y, como se olvidaba a veces de comer, se levantaba con gran apetito... No tomaba pasatiempos ni vacaciones; acostumbraba salir alguna vez al campo a espaciar su espritu. No gustaba de tertulias y conversaciones vanas en las que se habla mucho y no se remedia nada. Era hombre sumamente metdico y arreglado; todo lo tena en orden y las horas del da las divida en orar, estudiar y negociar, sus tres grandes ideales. Un contemporneo dice que se afeitaba de noche, por no perder tiempo y cuando le hacan la barba y el cerquillo, mandaba que le leyesen en tanto la Escritura Santa; mientras coma, oa disputas de telogos y para este efecto traa siempre a su casa cuatro o cinco singulares letrados, con los cuales, durante el tiempo de la gobernacin, tena tres horas de conferencia. Era enemigo de regalos y diversiones; amaba mucho la pobreza y parece imposible que, andando siempre entre reyes y prncipes, en palacios de nobles y casas de

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magnates, no se le pegara algo del polvo de las vanidades de la vida. Los nobles de entonces vivan con mucha esplendidez y regalo; para distraer las horas y alegrar las veladas nocturnas, solan tener en sus casas msicos, juglares y bufones que les distrajeran las melancolas con sus gracias y donaires. Cisneros no consinti nunca tal linaje de individuos entre su servidumbre; slo admiti por misericordia a un pobre estudiante que con sus rarezas y excentricidades ms que a risa mova a piedad al serio y gravsimo prelado. Trataba con gran caridad y mucho miramiento a sus familiares y gente de servicio; raros sern los criados que no tengan algo que alegar contra sus seores, ya que en la intimidad se hacen ms notorios los defectos y desigualdades de los caracteres; pero no se hall criado de Cisneros, que antes o despus de su muerte hablase mal de l, antes bien todos se hacan lenguas de su vida intachable. En los ltimos aos de su vida, por exceso de trabajo y el rigor de sus penitencias, andaba achacoso y con muchas enfermedades, pero su espritu de hierro no desfalleca... Padeci mucho de una hernia, mas nadie supo que la tena hasta despus de muerto. En todas sus acciones mostraba un equilibrio y una serenidad muy grandes; nunca le acobardaron ni abatieron las crticas y murmuraciones de la gente desocupada, cuyo oficio consiste en perseguir y decir mal de los que trabajan y luchan en la vida. No conoca el miedo. Le anunciaron en cierta ocasin que queran darle un tsigo en una empanada de de truchas, y que anduviese alerta con su vida; Fr. Francisco se sonri y dijo, que no haba que temer muriera de empanada de truchas quien sola andar slo con pan, agua y algunas hierbas. Cuando le cercaron los moros su palacio en la Alcazaba y estuvieron toda una noche hacindole guerra, para darle muerte, no quiso huir y l mismo animaba a sus criados a la resistencia dicindoles: "Slo huyen los cobardes y los de ruin corazn!".

Ilustracin 4 ...con el crucifijo en la mano, les arengaba y...

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Durante la conquista de Oran sola decir a los soldados ante el peligro: "Dejadme! Yo el primero!... Yo el primero!...", y con aquel arrojo y valor que siempre llevaba, infunda nimo en los ms flacos y temerosos, sobre todo, cuando con el crucifijo en la mano, les arengaba y se lanzaba en medio del peligro con una intrepidez soberana. Tena una fe arraigadsima, que no entibiaban las muchas miserias que tuvo que presenciar: llevaba siempre consigo un LignumCrucis que le regal la reina Isabel y en la conquista de Oran, cuando Pedro Navarro senta desnimo, le conjuraba por aquella reliquia que ganaran la batalla. En las mayores contrariedades se le vea igual y ecunime: anduvo perdido en un desierto de frica slo con su hermano lego; les lleg a faltar lo ms necesario; el leguto comenz a impacientarse y a murmurar, llamndole hombre disparatado y aventurero y dicindole que si se estuviera quieto en su convento y no se metiera en andanzas y conquistas, no le sucedera aquella desventura de andar perdidos... Cisneros con gran serenidad le contestaba: "j Paciencia, hermano, que Dios nos sacar de este trance!". A pesar de su temperamento enrgico y vehemente, muy propenso a la clera, procuraba amansarle y vencerle; perdonaba con gran facilidad y de corazn a sus enemigos y detractores. Andaban colocando un magnfico Cristo en la hermosa verja del Colegio Mayor de Alcal; se le cay al maestro el martillo y le dio a Cisneros en la cabeza, ya calva, causndole una herida; Cisneros, con gran disimulo se retir a un lado, llevndose a la cabeza su pauelo de hierbas; recogi el martillo y se lo entreg al maestro con mucha naturalidad, como si nada hubiera pasado. Dondequiera que haba miserias que remediar, desgracias que ayudar, lgrimas que compadecer, all estaba Cisneros con su grandeza y desprendimiento de nimo, nunca desmentidos; estaba dotado del don de la misericordia y la senta entraablemente; visitaba enfermos y encarcelados; redima cautivos, para lo cual destinaba grandes cantidades de sus rentas; sostena infinidad de mendigos con sus limosnas, y como venan aos de gran caresta en Castilla, el genio previsor de Cisneros hall modo de remediar grandes hambres y calamidades, sobre todo entre la gente labradora y jornalera, fundando tres grandes depsitos de trigo en Toledo, Torrelaguna y Cisneros, con ms de 40,000 fanegas de trigo. Daba de comer diariamente a ms de treinta pobres, gastando con ellos al ao ms de 212 fanegas de trigo y 17,500 maravedises. En el trato con las mujeres fu muy prudente, discreto y recatado; era con ellas muy corto en plticas y razonamientos; trataba slo lo indispensablemente necesario y siempre delante de compaero; hua de ellas como del mayor enemigo, pues deca que ningn bien podan traerle y s muchas quiebras y sobresaltos. Le sucedi en cierta ocasin un caso muy curioso que nos da a conocer el cuidado que pona en el trato con las mujeres. Viva en la villa de Torrijos una muy noble y principal seora, llamada doa Teresa Enrquez, fundadora del ducado de Maqueda; era una matrona piadosa y de gran fama y virtud. Haba llegado a sus odos la fama de la mucha santidad de Cisneros y, queriendo tener la honra de hospedarle en su casa, tratarle de cerca y or sus consejos, invent una estratagema, de la que no sali bien parada. Como saba que Cisneros no parara en su palacio, si estaba ella presente, hizo correr la voz de que se ausentaba y, mientras tanto, que poda ocupar el cardenal su palacio sin temor a que nadie le molestara. Cisneros, aunque con mucha repugnancia, acept el hospedaje; y estaba en sus habitaciones descansando y rezando, cuando de improviso se presenta doa Teresa Enrquez con otros grandes de Espaa, para darle gracias por la sealada merced que le haca, hospedndose en su casa. Apenas la vio Cisneros, incomodado por el engao, se levant, y, sin ms cortesas, sali precipitado y se fu a su convento. Qu bien saba el cardenal que en ciertas materias la cortesa es una derrota y la condescendencia un crimen! Nunca, sola decir, se arrepinti de haber tratado con tanto retraimiento y sequedad a las mujeres. A los hombres de letras, sabios y estudiosos, trataba con singular consideracin: los haca sentar a su mesa, les honraba como si fueran grandes de Espaa, pues conoca bien que no hay grandeza ni gloriafuera de la virtudque iguale a la gloria del saber y del talento, y Cisneros no se inclinaba ms que ante el talento y la virtud. Para el gobierno y direccin de su espritu, escoga tambin hombres virtuosos, pero, sobre todo, instru-dos ; para dirigir el corazn no basta la bondad, es necesario el saber, que el arte de dirigir las almas es un arte muy difcil y supone un conocimiento profundo y certero del corazn humano, una penetracin aguda y un espritu grande

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y generoso. Santa Teresa sola decir que entre un director letrado y otro santo, se quedaba con el letrado; si rene las dos condiciones, miel sobre hojuelas. Era tambin muy valiente y arriesgado; debajo del fraile penitente y austero se ocultaba un bravo militar, que hubiera conquistado tierras en el Nuevo Mundo o hubiera roto lanzas en Flandes o derrotado franceses en Npoles y Miln. Cuando gobern ltimamente el pas, viendo el rey de Francia, Francisco I, que andaban revueltas las cosas de Espaa, trat de aprovecharse y envi un embajador a Cisneros, mandndole decir con mucha altanera "que le entregara Navarra o, de lo contraro, vendra a tomarla y luego despus se dara un paseo marcial por toda Castilla". Cisneros mir de arriba abajo al finchado embajador con una mirada que era un latigazo, y, tomndole nervioso del brazo, le condujo a una sala donde tena millones de doblones en costales, que eran del patrimonio real; el embajador iba un tantico receloso y se resista a entrar, pero Cisneros, corts e irnico le dijo: "Dgnese pasar vuesa merced!". Cuando estuvieron dentro, mand dar de navajadas a los costales apilados, desbordndose miles de monedas per el suelo. " Ved, embajadorle dijo, id y contad a vuestro Rey que con todo este dinero y este cordn que llevo amarrado, si l tratase de poner el pie en Navarra yo ir a darle la batalla en Pars!.. Ahora, podis retiraros!...". El francs se retir mohno y cabizbajo; crey encontrarse con un manso cordero y se encontr con un len. Cuando muri don Fernando, don Manuel, rey de Portugal, un tantico fanfarrn y pendenciero, trat de congraciarse con el rey de Francia e intent mover guerra al cardenalgobernador de Espaa y venirse a Madrid. El cardenal Adriano, embajador de Flandes en Espaa, sorprendi a un espa portugus con cartas comprometedoras; se alborot toda la corte y cundi cierto pnico; el cardenal Adriano hizo llevar las cartas a Cisneros, para que pusiera remedio; cuando llegaron los criados de Adriano con las cartas estaba Cisneros descansando; se enter del asunto y les contest: "Decid a vuestro amo que, si tiene miedo, que se torne a Flandes... y vosotros idos y dejadme descansar, mientras viene el portugus...". Al da siguiente, al verle sin alterarse le dijeron sus familiares que si no le haba inquietado la noticia que le comunic el embajador de Flandes. "Cien mil doblonescontestdara porque fuese verdad; pues dentro de tres meses, no dejaramos en pie ni una almena del reino de Portugal!...". Don Manuel vio feo el negocio y procur volver grupas y estarse quedo en su casa, por lo que pudiera acontecer. Le gustaba hacer justicia cumplida, sin dejarse llevar de favores y amistades; nunca anduvieron tan rectas las cosas en Castilla, como cuando Cisneros empu la vara de la justicia; a los levantiscos nobles, sobre todo, supo tenerlos en un puo. Era don Sancho de Villarroel, primo de Cisneros, alcaide de la fortaleza de Talavera; tena varias administraciones, pero, llegada la hora de rendir cuentas, se le hall con muchas deficiencias. En el acto le hizo encarcelar Cisneros, sin atender a los ruegos de la familia y de los nobles, que pedan por el decoro de su casa que no se le encarcelase: "Antes que nadacontest Cisnerosest el decoro de la justicia y el cumplimiento del deber". A don Pedro Hurtado de Mendoza trataron los reyes de conseguirle ser adelantado mayor de Cazorla, que era del arzobispado de Toledo; viendo Cisneros que trataban slo de conseguirlo por el favor y la amistad, no accedi de modo alguno, pues no quera imposiciones de ningn linaje en lo que a su jurisdiccin se refera. Don Pedro con esto andaba mohno y cejijunto y, cuando en Palacio se encontraba con Cisneros, hua de su presencia o le negaba descortsmente el saludo. Un da Cisneros busc ocasin de ponerse frente a l y le dijo: "Seor don Pedro de Mendoza...", pero ste continu cabizbajo y ech a huir. Entonces Cisneros, yendo tras l, le dice de nuevo: "Seor don Pedro Hurtado de Mendoza, adelantado mayor de Cazorla, ved que os doy libremente lo que no quise daros por favores ni mediaciones de nadie, y aprended que lo corts no quita a lo valiente...". Con esta accin demostraba Cisneros que era tan magnnimo, como independiente; que era hombre de palabra y cosa que prometa no la quebrantaba, aunque hubiera de ir toda su vida condenado a galeras. Hombres que saben ser fieles a su palabra, lo sabrn ser tambin a la del prjimo, y nada realza tanto como el honor y la fidelidad, ni rebaja ms que la traicin y villana para vender secretos o no cumplir la palabra empeada. Aunque tan independiente y adusto de carcter, daba muestras de tolerancia y mansedumbre, cuando llegaba el caso... A cierto cannigo no le agradaba aquella rigidez de vida que

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llevaba y le indic que admitiera un ayuda de cmara: Cisneros le respondi que no necesitaba de ms ayuda que la de Dios. El cannigo qued un poco corrido y, para desquitarse, le cogi del burdo manto y mostrandoselo Le dijo: "Ved, Eminencia, que esto no es un manto, es una manta". "En algo se ha de conocer que soy hijo de San Francisco"le respondi Cisneros. Yendo una vez de Alcal a Sevilla, en 1517, en Una litera por lo quebrantado de su salud y la mala condicin de los caminos, le cogi la noche en una venta de las cercanas de Crdoba. A la hora en que acostumbraba levantarse, que eran las dos de la maana, fu a llamar al literero Mendoza, mancebo donairoso y dicharachero: "Levantaosle dijoque ya es tarde y hay que andar muchas leguas todava". El literero se dio media vuelta y respondi sooliento y sin menear pierna: " Cuerpo de Dios! Cree que soy yo como vuesa Seora, que no hace ms que darse una sacudida, como un mastn mojado, y ceirse una cuerda y con eso queda aviado? Dejadme dormir, por vuestra vida!"... Esto lo deca el mozo porque saba que su seor sola dormir vestido y, en verano, por toda comodidad, slo se permita aflojar un poco ms el cordn. Hombre que tena cuatro horas de oracin diaria, ya poda aprender el arte de ser santo y de sobrellevar las miserias y flaquezas humanas. Era en su trato, al mismo tiempo que grave, muy llano y natural. Ya hemos indicado que, a pesar de sus muchas rentas, no se le encontr despus de muerto, ms bienes que un cestillo de costura con agujas, hilo y retazos de sayal para remendar el hbito. En 1507, siendo gobernador por muerte de Felipe el Hernioso, quiso pasar unos das en el pueblecillo de sus padres, Cisneros, pero antes, se detuvo en Castromocho, donde tena una prima; sta estaba cociendo, cuando vio acercarse hacia su casa al cardenal con gran squito de nobles y corri apresurada a ataviarse;.lleg Cisneros con toda la nobleza y estaban de pie en el portal, esperando a la duea, cuando baj sta muy compuesta y sonriente. Cisneros, muy natural, despus de cambiar los saludos de rigor, le dijo que no quera distraerla de sus ocupaciones, y la pregunt qu estaba haciendo; ella se resista a confesarlo, por ser persona muy distinguida en la villa y parecer-la que el cocer era oficio de sirvientas y gente plebeya; por fin declar que estaba cociendo, y entonces Cisneros la dijo: "Ah! Pues vamos all, no se os queme el pan!". Se fueron todos al lugar del horno, y l se sent