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  • DOLMENeditorial

    Laura Falc Lara

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  • 5 I

    Chelston House

    Siempre supe que nunca dejara Chelston House; lo intu desde el mismo da en que cruc el umbral de aquella hermosa y vasta finca de Lincolnshire. An recuerdo como si fuese ayer el olor de la hierba moja-da y recin cortada al pasar por el camino de entrada a la casa y la imagen seorial y elegante de sus re-gias y doradas paredes. Los verdes campos, el paseo de magnolias, aquellos hermosos y cuidados jardines franceses, eran un concierto armnico y perfecto a la vista. Era la primera vez que pisaba la campia in-glesa y he de reconocer que me qued prendada de sus verdes e idlicos paisajes. Al llegar a la finca, una sensacin de nerviosismo y excitacin recorri todo mi cuerpo. Tena tanta ilusin puesta en aquella vi-sita, tantas expectativas, y estaba tan enamorada de Edward que todo me pareca maravilloso. Lo que no imagin es que esa misma admiracin que sent al lle-gar se tornara con el tiempo en odio, desconfianza y en un miedo incontrolable. Chelston House no es lo que parece, ahora lo s.

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    Tras pasar toda la noche y gran parte de la maana lloviendo a raudales, algo muy habitual en la zona, el da se haba finalmente abierto y el sol pareca por fin reflejarse de forma sutil en cada gota de agua. El can-sancio de las muchas horas de viaje empezaba a notar-se y tanto Edward como yo desebamos llegar cuanto antes. Edward, que haba permanecido callado, casi mudo durante todo el viaje, se apresur a contarme algunas cosas sobre su hogar y sobre su familia. Ed-ward era ms bien parco en palabras, y especialmente en pblico. Los que le conocamos bien sabamos que no era un tema de timidez, sino de carcter. En su opi-nin, era preferible hablar poco que demasiado. Nor-malmente, comentaba, aquellos que hablaban dema-siado acababan por demostrar su falta de cultura en ms de una ocasin. Adems, ese punto de contencin y sobriedad que le daba un aire de hombre interesante era tambin uno de sus grandes atractivos. En cual-quier caso, ya faltaba muy poco para llegar a nuestro destino y l no quera entrar en su casa sin antes haber-me explicado al menos lo bsico sobre el lugar; jams se lo hubiese perdonado. Saba que nada ms llegar su madre nos estara esperando y que para ella aquella finca lo era absolutamente todo. Para Meredith la po-sibilidad de que Edward no me hubiese contado nada de Chelston hubiese sido impensable, imperdonable.

    Segn me cont, la familia Macguire, antigua pro-pietaria de los terrenos, haba comprado la finca hacia 1617. Por aquel entonces, el terreno no tena nada que ver con lo que era ahora. Entonces tan slo se com-pona de un puado de acres de bosque y praderas en mitad de la campia inglesa. El suelo permaneci

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    varios aos as, sin construirse por falta de recursos, pero en 1683 sir John Macguire y su esposa decidieron que iba siendo hora de montar all su hogar. Por ese motivo, no tardaron en empezar las obras. Sin embar-go, a pesar de su gran poder adquisitivo, sus gustos distaban mucho de los de otros de su clase y decidie-ron construir una hermosa casa de campo en vez de un palacio de estilo barroco, que era lo que estaba de moda en la ciudad. El estilo de Restauracin provin-cial fue la opcin finalmente seleccionada para aquella gran e impresionante mansin. Sin embargo, la nueva casa estaba equipada con todas las innovaciones que haba en el mercado por aquel entonces, como venta-nas modernas para las habitaciones y, aun ms impor-tante, reas totalmente separadas para el servicio. Du-rante aos fueron muy felices all pero, al tiempo, las cosas cambiaron de forma brusca. Cuando hubo fina-lizado la Primera Guerra Mundial, los Macguire, como otros muchos de su mismo nivel econmico, debieron afrontar grandes problemas econmicos debido a las malas inversiones, y en 1984 se vieron en la necesi-dad de malvender la propiedad con la mayora de sus contenidos. Fue el abuelo materno de Edward quien adquiri aquella ganga. Este, a su vez, la dej en he-rencia a su nica hija, la madre de Edward, Meredith Stewart. De hecho, el abuelo de Edward jams lleg a vivir en la finca; era un hombre de ciudad y cambiar su acomodada residencia por el inhspito campo no era su prioridad. La compra fue ms una inversin que otra cosa. Fue Meredith quien la ocup un ao ms tarde, justo despus de casarse con el coronel Benet. Poder vivir en aquella hermosa casa fue el regalo de

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    boda que le hizo su padre, bajo una nica condicin: que le diese un nieto varn que, para felicidad de to-dos, naci un ao ms tarde.

    Por su parte, Meredith, mujer de una elegancia sin parangn y obsesionada con la belleza y la perfec-cin, haba emprendido, haca menos de dos aos, una reforma faranica del lugar. Segn ella, aquella mansin careca de estilo, de vida, y clamaba a gri-tos el gusto de una mano femenina desde haca mu-chos aos. Al principio, justo al mudarse, su posicin econmica era todava modesta y, aunque le hubiese gustado, su bolsillo no poda afrontar ningn tipo de reformas. Luego, una vez instalada, nunca encontr el momento. Pero tras la muerte de su esposo, pareca que por fin dispona del tiempo y de la libertad ne-cesaria para ello. Edward estaba convencido de que aquellas reformas no eran ms que su forma de es-tar distrada tras la inesperada muerte de su padre, al que su madre adoraba. El coronel Benet les haba dejado haca unos tres aos tras una rpida y peno-sa enfermedad; sin embargo, en su casa, jams se ha-blaba de aquello. Meredith prefera no mencionar su nombre, para ella el recuerdo de lo ocurrido era toda-va demasiado duro de sobrellevar. Por ese motivo, Edward haba hecho retirar todos los cuadros y per-tenencias de su padre. En la casa no quedaba apenas rastro de su presencia y, segn l, era mejor as. No soportaba ver a su madre triste y, desde el desgracia-do suceso, Chelston haba perdido la alegra de los primeros aos.

    Estoy seguro de que Chelston te va a encantar dijo Edward en cuanto traspasamos la verja de entrada.

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    Era evidente que aquella hermosa mansin hara las delicias de cualquiera, y aun ms de una aficionada como yo a las antigedades y la decoracin. Aunque la mala fortuna y la difcil situacin del mercado me ha-ban llevado a no poder desarrollar profesionalmente aquella pasin, en los ratos libres consuma como una autntica adicta todo tipo de revistas especializadas. Tan slo durante mis breves visitas a los museos o a las subastas de los anticuarios poda saciar aquel gusto innato por las obras de arte.

    Tal y como siempre haba soado, la entrada de aquella mansin me dej sin palabras. Desde la seo-rial verja de entrada hasta que llegamos a la casa, re-corrimos un largo y hermoso paseo repleto de robles y acacias cuya sombra guareca en verano del exceso de calor. Para alguien de ciudad, aquel olor intenso a campo poda resultar algo excesivo aunque, al cabo de unas horas, se tornaba en francamente reconfortante. Ante la sorpresa de Edward, saqu la cabeza por la ventana dejando que el aroma de la naturaleza y el viento fresco impregnasen mis cabellos mientras mira-ba de frente aquella majestuosa construccin de muros de piedra tornasolada que parecan resplandecer como el oro recin bruido. Las grandes cristaleras parecan espejos de fina plata gracias al reflejo de la luz del sol, haciendo ciertamente difcil mirarlas directamente sin gafas. La imagen, de tonos anaranjados, pareca saca-da de uno de aquellos paisajes que sola plasmar en sus cuadros Constable.

    El coche par frente a la entrada y un hombre per-fectamente uniformado nos abri la puerta del vehculo. Mientras, la gran puerta principal se abra majestuosa

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    para recibirnos. Con cuidado, estir mis hombros hacia atrs, ya que me senta algo entumecida tras casi ocho ho-ras de vuelo y ms de dos horas sentada en el coche. Sin embargo, pese al cansancio, la emocin hizo que aque-llos casi treinta escalones de la entrada me parecieran inexistentes. Con el tiempo, terminara por aborrecerlos.

    Tan pronto cruc la puerta de entrada, me qued completamente absorta ante aquella pomposa y des-lumbrante construccin. De suelos de nveo mrmol y techos con antiguos artesonados de escayola y madera de inigualable calidad, aquella entrada era digna de la nobleza. All, en el hall, nos esperaban la madre de Ed-ward y todo el servicio a cargo de la finca. Era como si nos hubisemos trasladado al siglo pasado, una poca en que el servicio todava vesta trajes a medida con sus cofias, sus guantes y sus delantales blancos, per-fectamente almidonados. Todos ellos, meticulosamen-te alineados, esperaban atentos a las rdenes de Mere-dith, nuestra anfitriona. Con decisin y porte seorial, se acerc hasta m y alarg la mano.

    Ya tena ganas de conocerte, Amanda dijo con voz pausada y agarrando mi mano entre las suyas.

    Con slo orla hablar supe que estaba frente a una gran dama, una mujer de educacin exquisita, y que no iba a ser nada fcil conquistar su corazn. Su belle-za era incuestionable; su elegancia, obvia, y el pareci-do fsico con su hijo saltaba a la vista.

    Yo tambin estaba deseando conocerla res-pond de forma corts y midiendo mis palabras. Es-taba demasiado nerviosa e impresionada como para poder hablar con naturalidad.

    Qu tal el viaje? pregunt mirndonos a ambos.

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    Bien, aunque algo largo respond.Los viajes son siempre algo tedioso y agotador

    respondi ella. Por cierto, he de reconocer que Edward tena razn al alabar tu belleza. Muy hermosa, s seor dijo, haciendo que me sonrojase.

    Tratando de ser agradable, intent devolver aquel in-esperado cumplido. Los nervios y la emocin corroan mis entraas.

    Edward tambin me ha hablado mucho y muy bien de usted.

    A saber qu barbaridades sobre m te habr conta-do mi hijo. Los hijos jams nos hacen justicia dijo tra-tando de romper el hielo, aunque aquellas palabras so-naban extraas en sus comedidos y estudiados labios. Ya te dars cuenta cuando tengas los tuyos propios.

    Pero, mam, qu cosas dices apunt Edward con una sonrisa de complicidad.

    Lo cierto es que Edward habla maravillas de us-ted y de Chelston y, viendo esto, no me extraa.

    Tras unos breves instantes, Meredith dio las indica-ciones oportunas al servicio y nos acompa hasta la sala de estar. Mientras, un par de mozos salieron al exterior a recoger nuestro equipaje del coche. Por unos instantes dud en salir a ayudarles; no estaba acos-tumbrada a tener tanta gente a mi disposicin.

    Kate, por favor! dijo dirigindose a una de las doncellas. Seguro que los seores desean tomar algo fresco.

    Con un poco de agua bastar respondi Edward.Tiene usted una casa preciosa, seora Stewart

    apunt, sintindome en el compromiso de decir algo bonito sobre el lugar, que, por otra parte, lo mereca.

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    Estoy en ello contest ella mientras que, sentada en el sof de la sala, jugueteaba con los rizos dorados que caan sabiamente desprendidos de aquel sofisticado reco-gido. Esta casa es muy grande y mantenerla en per-fecto estado es una ardua tarea. Supongo que mi hijo te habr contado que estoy haciendo algunas reformas, no?

    S, algo me ha explicado en el coche.Desde la muerte del coronel, Meredith haba vuelto

    a usar su apellido de soltera. Segn Edward, a ella le pareca inadecuado, impropio, el seguir ostentando el apellido de un muerto. Mi opinin distaba ligeramen-te de la ingenua apreciacin de su hijo. Posiblemente, siendo una mujer tan sumamente presumida y todava joven, el que la gente se refiriese a ella como la viuda del coronel Benet la haca sentir mayor. Lo cierto era que, pese a su edad, que deba superar la cincuentena aunque ella jams lo reconociese, Meredith luca una figura esplndida. Su rostro, digno de la belleza he-lnica, todava conservaba una frescura inusual. Sus ojos, una mezcla entre la miel y el color del trigo, po-sean una calidez y un brillo ciertamente envidiables.

    La verdad es que en Nueva York no podemos go-zar de paisajes como estos. Es todo bastante ms gris apunt, abrumada por el colorido de aquellas vistas.

    Nueva York es una gran ciudad, pero la campi-a inglesa tiene un encanto muy especial respondi Edward. Aunque siempre nos queda Central Park apunt rememorando el lugar donde nos habamos conocido un ao y medio atrs.

    S, pero tu tierra no deba ser suficiente cuando ya llevas ms de ao y medio en la Gran Manzana aa-di su madre en tono reivindicativo.

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    Hay otras razones de peso y lo sabes dijo mi-rndome con ojos de cordero degollado.

    Eso es obvio respondi con una amplia sonri-sa. Pero podras visitar a tu madre ms a menudo.

    Est lista la habitacin? pregunt Edward como tratando de evitar incidir en aquella conversa-cin que pareca que no iba a llegar a buen puerto. El viaje ha sido largo y nos gustara descansar un rato antes de la cena.

    Por supuesto, cario. Os he hecho preparar la sui-te del ala oeste. Te parece bien? contest Meredith mientras apretaba un timbre para llamar al servicio.

    Perfecta.La puerta corredera se abri y un hombre alto, cor-

    pulento, de pelo abundante y canoso entr en la sala. A juzgar por su aspecto, algo ajado por el sol y el paso inefable del tiempo, aquel hombre deba de rondar los sesenta. Era obvio, por la complicidad que se poda in-tuir en el trato cercano que le daban, que deba de lle-var muchos aos al servicio de Meredith. Sin dudarlo, se acerc a nosotros y, con porte servicial, pregunt:

    Qu desea la seora? Amanda, este es Thomas, nuestro mayordomo

    dijo Edward presentndonos.Encantada respond alargando mi mano ante

    la sorpresa de los presentes.Un placer expres l bajando ligeramente la

    cabeza en seal de respeto.Acompae al seorito Edward y a la seorita

    Amanda a la suite que prepararon esta maana dijo Meredith disimulando y tratando de no dar mayor im-portancia a mi error.

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    Enseguida, seora. Si me acompaanEdward, con su habitual irona, me miraba con una

    amplia y descarada sonrisa. Evidentemente, no se daba la mano al servicio. Haba hecho el ridculo ms espan-toso, pens.

    La blanca escalinata de mrmol se alzaba ante nues-tros ojos, majestuosa, impertrrita, conocedora de todos y cada uno de los secretos de Chelston House. Mientras subamos por ella no poda dejar de imaginar lo que se deba de sentir al vivir en un lugar as. Mir a Edward con sana envidia.

    Ya en el primer piso, Thomas nos llev hasta la habi-tacin. Los largos pasillos que llevaban a las diferentes estancias estaban repletos de retratos de todas las po-cas. En ellos, bellas damas y apuestos caballeros posa-ban con sus mejores galas. A saber qu historia tendra cada uno de aquellos personajes y qu relacin guarda-ban con la familia.

    Familiares? inquir discretamente arrimndo-me al odo de Edward.

    Ms o menos contest sin dar demasiados deta-lles. Contenta de estar aqu? pregunt con miedo a que pudiese sentirme incmoda.

    Contenta? Es que no ves que estoy disfrutan-do como una nia? dije con entusiasmo. Esto es impresionante.

    Paseando por aquella casa era imposible no apreciar la cantidad de objetos antiguos y valiosos que ador-naban cada rincn, cada repisa. Estatuas, cuadros, ja-rrones, candelabros de plata fina cosas que yo en la vida podra permitirme. Aquella mansin tena ele-mentos suficientes para poder convertirse en un museo

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    o para alimentar a buena parte del Tercer Mundo. Por unos segundos imagin la cantidad de horas que el ser-vicio deba de dedicar a limpiar aquella enorme casa. Aquellas estancias estaban llenas de historia, de vida, de recuerdos.

    A punto de entrar en la suite, respir hondo mien-tras Thomas abra la puerta cedindonos el paso. Du-rante unos instantes me qued inmvil contemplan-do la estancia. Decorada en estilo isabelino y con un gusto exquisito, la amplitud y luminosidad de aquella habitacin eran perfectas. Desde el gran ventanal que tena la suite se poda observar gran parte de los jardi-nes que, hasta donde el ojo alcanzaba a ver, eran de su propiedad.

    Dios debi de ser una infancia perfecta dije mientras suspiraba para mis adentros mirando a Ed-ward embelesada por todo aquel paisaje. En el fondo cualquier comparacin con la casa en la que yo me ha-ba criado era odiosa. No es que mi familia fuese de origen humilde, pero tampoco nos sobraba el dinero.

    Sonriendo, Edward me agarr de la cintura y me bes en la mejilla.

    Sabes una cosa? Lo mejor que me ha pasado en la vida fue conocerte; eso s que fue perfecto.

    Si no desean nada ms interrumpi Thomas, al parecer, incmodo con la escena y esperando algn gesto que le permitiese retirarse.

    Gracias, Thomas, puede irse respondi Edward.Totalmente asombrada por todo lo que me rodeaba,

    me sent unos instantes sobre la cama. Una estpida sonrisa se haba instalado en mi rostro y amenazaba con no desaparecer en todo el da. Era todo tan bonito,

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    tan deslumbrante, que se me haca difcil no parecer una paleta paseando por el palacio de Buckingham. Entonces tom mi telfono mvil del bolso con el fin de decirles a mis padres que ya habamos llegado, pero, para mi sorpresa, el telfono pareca estar muerto.

    Edward, mi mvil no tiene cobertura.Ni el tuyo, ni el mo respondi con una cierta

    irona. Olvid decirte que en esta zona de la cam-pia inglesa no hay apenas seal; tendrs que llamar desde el telfono fijo.

    Acostumbrada como estaba a vivir pegada a mi te-lfono, se me iba a hacer extrao dejarlo olvidado en el fondo de un cajn; sin embargo, pens que pasar unos das sin l me ira bien para desconectar del mundo y descansar.

    Llamar despus, cuando bajemos dije, y en-terr el ltimo vestigio de modernidad en un cajn de la cmoda.

    Mientras hacamos tiempo para bajar a cenar, apro-vech para organizar la poca ropa que me haba lleva-do. Aquellos enormes armarios de caoba hacan que mi vestuario pareciese perderse en su interior. Estaba prcticamente terminando de colocar mis pertenencias cuando, de pronto, vi que algo de tono rosado asoma-ba al fondo de la repisa superior. Me puse de puntillas y, no sin cierta dificultad, alargu la mano tratando de agarrarlo. Entre mis dedos, algo parecido a una cinta de terciopelo sali del fondo del estante. Pareca un fajn, o bien una cinta para el pelo, una diadema, una de esas que las mujeres enredamos entre nuestros ca-bellos para terminar recogindolos en un moo.

    Edward, de quin puede ser esta cinta? pregunt.

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    Dnde estaba? pregunt con semblante seco y con un tono que demostraba incomodidad.

    En el fondo del estante superior contest sin entender el porqu de su aparente disgusto.

    Seguro que es del servicio! exclam tomando la cinta de mis manos y saliendo de la habitacin, qui-zs en busca de su propietaria.

    Sorprendida por su reaccin, me sent sobre la cama y esper a que regresase. No era nada habitual ver a Edward enfadado.

    Siento si he sido algo brusco, pero no me gustan este tipo de fallos en el servicio dijo tan pronto en-tr en la suite, con total serenidad. Cuando quieras bajamos a cenar, cario; mam estar ya esperndo-nos. Lo cierto es que se ha hecho un poco tarde.

    Perfecto respond, no sin sentir algo de curiosi-dad sobre el origen de aquella misteriosa cinta.

    Bajamos la escalinata y, justo antes de pasar al come-dor, Edward me ense dnde estaba el telfono. No es que soliese hablar muy a menudo con mis padres, pero s tena la costumbre de llamarles cuando viajaba, para su tranquilidad. Adems, con los aos, las nece-sidades parecan haberse intercambiado y ahora tam-bin era yo la que necesitaba saber que se encontraban bien. Tras una breve conversacin con ellos para de-cirles que ya habamos llegado, pasamos al comedor, donde nos esperaba Meredith.

    Al igual que el resto de la casa, el comedor era una estancia de ensueo. Presidida por grandes aparado-res estilo Luis XVI de caoba tallada, donde se guarda-ban las vajillas de porcelana y la cristalera de Bohe-mia, aquella habitacin estaba cuidada hasta el ltimo

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    detalle. La mesa, cuyas medidas superaban con creces a cualquier mesa en la que yo hubiese comido, estaba perfectamente puesta. Mantel de hilo, cubertera de plata, vajilla de porcelana alemana all donde mi-rase todo respiraba clase, elegancia y perfeccin. Du-rante unos instantes sent un enorme respeto por todo aquello, como si yo no encajase en aquel mundo. La mera idea de que se me pudiese romper una copa o pudiese manchar aquellos manteles de hilo me hizo temblar. Era tal la impresin que haba causado en m todo aquello que ni tan siquiera me atreva a sentarme. Desconcertada, miraba como absorta al infinito.

    Tranquila dijo Meredith, que, evidentemente, haba visto el temor reflejado en mis ojos. Al princi-pio impresiona, pero ya te acostumbrars.

    Respir hondo y me sent a la mesa agradeciendo aquel gesto que invitaba a relajarse; sin embargo, la cena fue algo extraa. Salvo por aquellas palabras necesarias a la hora de pedir la sal o decirle al servicio que tenas suficiente comida, el silencio y la tensin que reinaban en la sala se palpaban en el aire. Record entonces el en-canto de las comidas en casa de mis padres, tan informa-les, divertidas y naturales. Me pareca inimaginable que un nio hubiese podido sobrevivir en aquella perfec-cin, en aquella rigidez. Yo no hubiese sido capaz, pens. Sin embargo, Edward estaba perfectamente integrado en aquel marco; lejos de la imagen distendida, incluso tierna y despreocupada, que yo poda tener de l, aquel saber estar tan sumamente depurado flua de su interior con naturalidad. Era obvio que no estaba a disgusto.

    Y dime, a qu te dedicas exactamente? pre-gunt Meredith.

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    Siempre quise dedicarme a algo relacionado con los museos o con las antigedades y por eso termi-n estudiando Arqueologa, pero las cosas no fueron como haba soado y me tuve que conformar con dar clases de Historia del Arte en un par de institutos.

    O sea, que eres una profesora, no? inquiri con un tono que a mi entender denotaba decepcin.

    S respond un tanto avergonzada por sentir que no cumpla con sus expectativas.

    Amanda es una gran entendida en arte, te pue-do asegurar que sus conocimientos estn infrautiliza-dos aadi Edward tratando de poner en valor mis estudios.

    Sin levantar la vista del plato, Meredith se limit a emitir un ligero sonido gutural a modo de afirmacin. Era obvio que mi profesin no le pareca para nada interesante; es ms, seguramente estaba decepcionada con la eleccin que haba realizado su hijo.

    Tras unos instantes de total quietud y frialdad, tra-t de olvidarme de aquel desaire y reavivar la con-versacin.

    Imagino que debe de sentirse muy sola aqu des-de que la dej el coronel. Esto es tan grande y tan ale-jado de todo dije tratando de romper el hielo y, de paso, para saber algo ms sobre el padre de Edward y las circunstancias que rodearon su muerte.

    De pronto, sent los ojos de Edward clavados sobre m y no precisamente con mirada de aprobacin. Saba que haba metido la pata.

    Estoy muy bien aqu, gracias. Por qu no habra de estarlo? respondi Meredith de forma seca y poco amigable.

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    Ya, claro dije, sintiendo nuevamente que no estaba a la altura de lo esperado y que haba empeza-do con bastante mal pie mi relacin con la madre de Edward.

    Era evidente que hacer referencia al coronel no haba sido una buena idea. El ambiente se notaba algo cris-pado, as que decid que era mejor seguir comiendo en completo silencio. Ella era distinta, a primera vista su frialdad y aquella pose tan poco natural llamaban especialmente la atencin. Mientras degustaba aquella carne exquisita, no pude evitar observarla con deteni-miento. Meredith era una mujer extremadamente bella aunque contenida, calculada e incluso algo glida. Era como si cada palabra que brotaba de su boca estuvie-se perfectamente pensada, como si cada gesto y cada sonrisa hubiesen sido planificados con mucha antela-cin. Nada era azar en ella. Incluso su belleza pareca tan perfecta, tan meticulosamente estudiada, que cual-quier pequea imperfeccin hubiese destacado de for-ma notable en aquel rostro. Hasta su vestuario deno-taba clase, estilo y armona. La combinacin de colores y de texturas pareca haber estado perfectamente pen-sada. De pronto, sent que mi ropa no era la adecuada y que posiblemente nada de lo que haba llevado tena la calidad suficiente para estar all. Sin poder casi evi-tarlo, mir sus manos, finas y delicadas, y sus uas, perfectamente pintadas, y escond avergonzada las mas, algo descuidadas, bajo el mantel. Entonces, tras unos instantes, record nuestra entrada a la casa y ca en la cuenta de que haba sido especialmente extraa la falta de contacto fsico entre Meredith y su hijo. No es que yo fuera especialmente cariosa ni amante de

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    las demostraciones pblicas de afecto, de hecho sola tener ms bien fama de arisca, pero, teniendo en cuen-ta el tiempo que haca que Edward no vea a su madre, lo normal hubiese sido al menos que le diera un beso. Algo me haca pensar que la relacin entre ellos no era ni mucho menos tan idlica y sencilla como Meredith pretenda aparentar.

    Ocurre algo? pregunt con tono suave al sen-tirse observada.

    No, no contest nerviosa, sintiendo que me ha-ban sorprendido en una actitud poco apropiada.

    Entonces por qu razn me miras tan fijamente? inquiri de forma directa y sin perder su serenidad.

    Simplemente admiraba su belleza y su elegancia afirm de modo ocurrente. Sinceramente, de don-de yo provengo, la gente es ms sencilla, incluso algo tosca, me atrevera a decir. Y usted rebosa clase.

    Tambin eso se aprende, aunque cuesta tiempo y dinero aadi en un tono que a mi entender era aleccionador mientras coga con delicadeza una cucha-rada de aquel delicioso sorbete de frambuesa que nos acababan de servir.

    Tras la cena, Meredith nos acompa a la sala de es-tar. Nuevamente el buen gusto y la belleza de aquella parte de la casa me embriagaron. Mientras nos sent-bamos, Thomas acerc un carrito lleno de bebidas has-ta el sof.

    Tomar el seor una copa como siempre? pre-gunt Thomas.

    Edward acostumbraba a beber una copa despus de la cena, especialmente estando en Chelston House. Aque-lla costumbre la adquiri de muy joven de su padre, que

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    siempre sola terminar las veladas con una copa entre sus manos; algo que Edward ya me haba comentado tiempo atrs estando en Nueva York. Las costumbres en Chelston eran casi sagradas y Thomas segua todos aquellos rituales al pie de la letra.

    Tan slo pasaron unos breves minutos cuando Me-redith se levant del sof con gesto de cansancio.

    Creo que os voy a dejar solos. Nunca suelo acos-tarme demasiado tarde y hoy estoy especialmente ex-hausta se excus mirndome de reojo mientras be-saba a Edward en la mejilla por primera vez desde que llegamos. Un placer, Amanda. Espero poder cono-certe mejor durante vuestra estancia.

    Igualmente dije acercando mi mejilla a su cara.Ya tendremos tiempo de hablar aadi. Nosotros tampoco tardaremos demasiado en su-

    bir, el da ha sido largo y muy duro contest Edward.Mientras Edward tomaba una ltima copa de coac

    sentado plcidamente en el sof estilo Luis XVI de la Sala mbar, aprovech para ver de forma ms deta-llada la decoracin de aquella confortable y bella es-tancia. Lo cierto es que jams haba estado en un lugar as y cada rincn de aquella enorme casa me pareca realmente fascinante. Era indudable que Meredith po-sea un gusto refinado, caro y exquisito. Sin embargo, toda aquella opulencia, todo aquel exceso de riqueza, no haca ms que hacerme sentir todava ms fuera de lugar. Yo no perteneca a esa clase social, yo no poda competir de ninguna forma con todo aquello. Tan slo esperaba que nadie pretendiese que yo tuviera que estar a ese nivel, que Edward jams intentase compa-rarme con su madre, o con la alta sociedad inglesa a

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    la que l estaba acostumbrado. Si Meredith buscaba una rica heredera para casar a su hijo, yo no iba a ser bajo ningn concepto la mujer elegida. Era la primera vez desde que conoca a Edward que me haba sentido extraa, ajena a su mundo, y eso me estaba generan-do una enorme inseguridad y malestar. Yo saba que el Edward que yo conoca no era para nada as, sino alguien cercano, sin pretensiones. Pero verle all, tan sumamente integrado en aquel marco, me haca sentir muy rara. Y si l era realmente as? Y si la persona que yo crea conocer desapareca como un azucarillo? Aquella velada hizo aflorar todas mis inseguridades.

    No dejes que todo esto te sobrepase dijo Ed-ward sabiendo que yo estara seguramente impresio-nada tanto por la casa como por su madre.

    No es fcil. Es todo tan fantstico, est todo tan lejos de mi alcance, que yo no s si estar a la altura respond, an sin haber encontrado la mejor forma de sentarme en aquel sof por miedo a rozarlo. Estaba convencida de que aquella pieza era digna de estar en cualquier museo o anticuario. Yo no imaginaba que tu familia fuese tan sumamente rica, sabes? aad algo abrumada por todo aquello.

    Vers que con el tiempo te acostumbras, en serio dijo intentando tranquilizarme. No es para tanto. Mam todava no se ha comido a nadie y t no vas a ser la primera aadi con irona tomndome de la mano.

    Quizs est exagerando, y aunque he de reconocer que todo esto me fascina, tambin me asusta un poco. Es como estar en un cuento de princesas y hadas pero, en este caso, sin que nadie pueda asegurarte que el fi-nal va a ser feliz respond mirando a mi alrededor.

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    Pero vaya tontera! Por qu no habra de ter-minar bien? No te engaes, a lo bueno todos nos acos-tumbramos fcilmente y t no vas a ser diferente res-pondi guindome un ojo en seal de complicidad.

    Acostumbrarse puede, pero eso no implica que es-ts perfectamente integrado, ni que terminen por acep-tarte aad pensando en las reacciones de Meredith.

    Mam te aceptar, seguro.Edward sonri de forma condescendiente y bes mi

    mano tratando de hacerme sentir mejor.Al principio puede parecer distante y fra, pero

    con el tiempo se ir mostrando ms cercana, ya lo vers.No pasaron ms de diez minutos cuando, tras termi-

    nar la copa, decidimos retirarnos a nuestra habitacin. Ambos estbamos exhaustos.

    Esa noche el sueo hizo presa en m casi sin que-rerlo. Cansada como estaba tras el largo viaje y agota-da por la tensin de la cena, me tumb sobre aquella enorme y cmoda cama de sbanas de fino y cuidado lino. Apenas tuve tiempo de darle las buenas noches a Edward, mis ojos se cerraban casi sin quererlo. Entre las horas de avin y el largo trayecto en coche desde Londres, mi energa se haba agotado por completo. Tumbada, me dej llevar por el cansancio y ced al sueo. El intenso olor a mimosa y a hierba fresca que suba desde el jardn poda apreciarse incluso desde la habitacin, tiendo la estancia de un aroma particular-mente agradable y fresco. En mi cabeza, un montn de imgenes de aquella hermosa finca se sucedan como los anuncios de las inmobiliarias de lujo, aquellos ma-ravillosos anuncios que miras absorto sabiendo que jams estarn a tu alcance. Tena tantos sueos, tan-

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    tas esperanzas depositadas en aquella visita, que las horas me parecan eternas. Sera capaz de estar a la altura?, me preguntaba adormilada temiendo perder a Edward si Meredith no me aceptaba.

    En aquel momento todava no era consciente de la realidad que esconda aquella casa, de los oscuros se-cretos que yacan tras sus muros, aquellos que poco a poco acabara descubriendo. Relajada y envuelta por una plcida sensacin de paz, concili el sueo. Esa se-ra posiblemente la mejor noche que pas en Chelston House.

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    II

    En boca cerrada

    Deban de ser cerca de las nueve cuando Edward me despert. El sol de la maana entraba insistente por la ventana iluminando la estancia y caldeando agra-dablemente el ambiente; sin embargo, yo segua pl-cidamente dormida. Aquel silencio y aquella paz casi imposible de encontrar en el corazn de Manhattan invitaban a no abandonar la cama. En casa, con los rui-dos de la calle y con los gritos de los nios del piso colindante, era difcil dormir ms all de las nueve. Sin embargo, a Edward le daba igual, l siempre se levan-taba temprano. Para variar, l llevaba desde las ocho en pie, dando vueltas por la casa, haciendo tiempo para despertarme. Esa obsesin casi matemtica que Edward tena de madrugar era algo que no alcanza-ba a comprender; mis biorritmos eran completamente distintos a los suyos, casi antagnicos. Era obvio que yo era la dormilona de la pareja.

    Edward entr en la habitacin avanzando con sigilo hasta el lado de la cama y, como sola hacer muchas maanas, se sent en ella y, reclinndose sobre m con

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    dulzura, me bes en la frente hacindome cosquillas con los pelos de su perilla. Luego, con las yemas de sus grandes dedos acarici con suavidad mi cara hasta ponerme la carne de gallina.

    Sabes? No me canso de ver esos grandes y boni-tos ojos verdes cada maana. Te he dicho hoy cunto te quiero?

    Edward era ante todo un hombre caballeroso, un hombre distinguido, con clase. Aunque era atractivo, no era un hombre que destacase especialmente por su ini-gualable belleza fsica, aunque, en conjunto, no estaba nada mal. A diferencia de m, cuya piel rosada apenas soportaba los rayos del sol, Edward era un hombre de tez oscura y de negros y lacios cabellos. Un pequeo y discreto bigote y una perilla bien cuidada daban a su ros-tro un aspecto algo intelectual. Cuando le conoc un ao y medio atrs, aquella maana de agosto paseando al lado del lago de Central Park, lo primero que me llam la atencin de l fue su altura y su porte sobrio y elegan-te. Luego, aquella mirada tierna aunque penetrante de perrito abandonado hizo el resto. A diferencia de otros hombres que haba conocido, l posea una cultura, una educacin y un saber estar que, desde el primer momen-to, me encandilaron. Eso, junto con las armoniosas fac-ciones de su rostro, que eran claramente una herencia de su madre, termin por enamorarme. Edward tena adems algo especial, distinto, que a mi parecer era ms atrayente que la mera belleza fsica. No haba conver-sacin que Edward no dominara, o al menos, de la que no pudiese salir airoso. Tampoco exista situacin, por compleja o comprometida que pareciese, en la que l no supiera manejarse. Sin embargo, si haba una cualidad

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    de Edward que marcaba la diferencia, esa era la galan-tera; esa capacidad casi innata de decir algo bonito en el mejor momento y hacerte sentir bien. A solas Edward poda ser el hombre ms tierno y dulce del mundo, pero en pblico su comportamiento era sumamente distinto. Era evidente, conociendo a Meredith, que ese saber estar y ese miedo al qu dirn eran una herencia materna.

    Me incorpor lentamente mientras l abandonaba la habitacin, desperezndome y todava demasiado dor-mida para ser capaz de abrir completamente los ojos. En el exterior un par de jvenes jardineros, que, a juzgar por su apariencia, deban de ser de algn pas oriental, arre-glaban las azaleas y recortaban con esmero el ya impeca-ble csped. Entr en el bao y, tras asearme y recoger mi larga y ondulada melena castaa en una cola de caballo, empolv ligeramente mi tez, excesivamente plida, para no parecer enferma. Luego, abr el armario y me puse una blusa blanca, los pantalones beige de pinzas y las bo-tas planas marrones. Si la idea que tena Edward aquella maana era la de ensearme el exterior de la finca, esa era la vestimenta perfecta para aquella ocasin.

    Pasaron unos diez minutos cuando alguien golpe suavemente la puerta de la habitacin.

    El desayuno est servido, seorita Kresley. Era la voz de Thomas anunciando que ya estaba listo

    el desayuno. La falta de costumbre hizo que al or los golpes me sobresaltase y estuviese a punto de derra-mar el frasco de perfume que sostena en mis manos. Nada ms abrir la puerta de la habitacin, me lleg un delicioso aroma a caf y a bollera recin horneada. Aquel tipo de lujos marcaba la diferencia; jams en mi vida habra soado con algo as.

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    Baj la escalinata an algo adormecida. Con la luz de la maana entrando por los grandes ventanales, Chelston House luca, si cabe, aun ms hermosa. El re-flejo en el suelo y en las paredes de los cristales de las lmparas de araa que colgaban en la entrada daba un halo casi mgico al lugar. Entr en el comedor y Mere-dith y Edward esperaban sentados a que yo me uniera a ellos. Ya en la mesa, Meredith, impaciente, aunque co-medida, como era de esperar, empez a hablarme sobre las bondades de la finca.

    Chelston es una casa con mucha historia. Supon-go que mi hijo te ha contado cosas de este maravilloso lugar.

    S, ayer de camino me explic los orgenes de la finca.

    Ayer? exclam sorprendida de que Edward no me hubiese hablado antes de su hermosa man-sin. Est bien dijo, reemprendiendo el hilo de lo que realmente quera decirme. Creo que vale la pena que te la ensee. S que te enamorars de Chels-ton, tal y como yo lo hice cuando mi padre la compr.

    Si me enamoro todava ms de lo que ya lo estoy, nunca querr irme respond con irona y entusiasmo.

    De eso se trata, jovencita, de eso se trata. Nada me hara ms feliz que decidieseis venir a vivir aqu, conmigo; no te imaginas lo sola que se siente una entre estas paredes.

    Pareca que el tono desagradable de la noche ante-rior haba dejado paso a un clido acercamiento. Tras una breve pausa, aadi:

    No resulta fcil olvidarse de Chelston House, ya te lo advierto.

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    Haba algo enigmtico, diferente, en aquella mujer, algo que por una parte despertaba cierta desconfianza, pero, por otra, la haca enormemente atractiva. Mere-dith no era una mujer cualquiera, era nica, excepcio-nal. Era fcil apreciar en ella la clase y el linaje de cuna, la cultura y el saber estar de los mejores colegios, y el carcter fuerte y luchador de una mujer que no pareca conocer lmites. Ahora saba de quin haba heredado Edward aquel porte seorial. Al igual que su hijo, Mere-dith no era una mujer de demasiadas palabras, sin em-bargo, sus miradas eran certeras, cidas e infinitamente estudiadas. Con tan slo mirarte, sabas perfectamente lo que esperaba de ti. A veces, aquella rigidez, aquella precisin en sus actos, asustaba, y otras, su tono con-descendiente pareca apiadarse de su oponente, quizs por no considerarlo a su nivel, y de forma grcil, aun-que soberbia, pareca querer darle una tregua.

    Tan pronto como acabamos de desayunar, Edward pidi permiso a su madre para abandonar la mesa y me llev al exterior de la finca. Haba muchas cosas que ver antes del medioda.

    Abrgate bien, la maana se ha levantado fra y no s si llover dijo mientras me ayudaba a poner-me el abrigo. Ya sabes que Inglaterra es famosa por sus incesantes lluvias.

    S, y tambin por la niebla dije, percatndome de lo difcil que era ver a demasiada distancia.

    Mientras me pona los guantes y me abrochaba bien el abrigo, dej que la vista se alimentase con aquel pai-saje casi paradisaco. Empezamos a andar por la ver-de pradera mientras aquel intenso aroma a naturaleza impregnaba mis cabellos. All, los pjaros, las ardillas

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    y otros muchos animalillos campaban a sus anchas. Aquello no tena nada que ver con la gran ciudad.

    Si no fuese por la lluvia, he de reconocer que la campia inglesa es una preciosidad.

    Si no fuese por la lluvia, estas praderas no seran tan verdes y frondosas respondi Edward con una sonrisa.

    Supongo que ese es el precio que los ingleses te-nis que pagar por tener un paisaje tan hermoso.

    Seguimos nuestro camino en silencio, dejando que los ruidos naturales del campo nos acompaasen jun-to con la suave brisa de la maana.

    Estamos llegando a la iglesia dijo Edward al cabo de unos minutos, rompiendo por un instante la paz y la magia del lugar.

    Una iglesia?S, una antigua iglesia del siglo XII donde fueron en-

    terrados casi todos los miembros de la familia Macguire. A lo lejos pude verla. Era una iglesia preciosa, no muy

    grande y de estilo romnico tardo que mezclaba en su fachada los arcos de medio punto con los ojivales, tpicos del gtico. Sus paredes regias y fuertes estaban rodeadas de grandes arbotantes. En lo alto, la torre del campana-rio sobresala ligeramente por encima de los rboles que la rodeaban y pareca perderse entre aquella niebla que nos acompaaba.

    Todava la usis? Apenas. Ahora est prcticamente abandonada.

    En ella tan slo se ha celebrado alguna boda; de hecho, mis padres se casaron ah. Dicen que quien contrae matrimonio en su interior nunca abandona Chelston. Supongo que es una vieja leyenda.

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    Seguro que te lo ests inventando. Te prometo que no, la leyenda ya exista cuando se

    compr la finca. No tengo tanta imaginacin y lo sabes.Entonces, quizs deberamos casarnos aqu dije

    bromeando y con una amplia sonrisa en mis labios.Ah, pero es que vas a casarte conmigo? res-

    pondi en tono irnico haciendo que me sonrojase pero que tambin me echase a rer.

    Y lo que se ve ah al lado? Qu es ese edificio? pregunt entusiasmada con aquella excursin por la finca.

    Ese es el invernadero. Creo recordar que en su in-terior hay ms de doscientas especies tropicales, algu-nas bastante raras. Mi padre sola pasar muchas tardes all dentro desde que le jubilaron; era un gran amante de la jardinera. Por ese motivo mam decidi que de-bamos enterrarle all.

    Cmo?S, supongo que es un sitio poco usual para una

    tumba pero, total, tras su muerte apenas se usa. Las plantas nunca fueron el fuerte de mam, ni el mo. Ahora tan slo entra el servicio para cuidar y regar las plantas. Supongo que a l le hubiese gustado la idea de pasar ah la eternidad. Es como si todo el invernadero se hubiese convertido en su tumba. No te parece una idea romntica?

    Vaya. Romntica no s, pero cuanto menos es curiosa respond sorprendida por aquella extraa iniciativa.

    S, imagino que no es muy habitual, pero mi pa-dre tampoco lo era. Estoy convencido de que le hubie-ses encantado dijo mirndome con dulzura.

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    Esto es enorme dije cambiando de tema, sabien-do que hablar del coronel no era lo que ms agradaba a Edward.

    Pues todava no has visto lo ms hermoso de la finca: el lago.

    Un lago?Uno enorme respondi mientras segua andando.Tardamos como media hora en llegar a l, pero la

    caminata vali la pena. Era un paraje de una belleza sin igual. Rodeado al este de un frondoso bosque y al oeste de una enorme pradera, el agua de aquel lago posea todos los tonos de azul y verde que la mente humana era capaz de imaginar. Por un momento ce-rr los ojos y record los reportajes que vea en la tele-visin de nia. Como en un espejismo, rememor las imgenes donde las aguas turquesas de los mares del Caribe me hacan soar con viajes exticos y enclaves paradisacos. Nuevamente abr los ojos para descu-brir un pequeo pero prctico embarcadero al norte y una pequea isla llena de vegetacin extica en el centro. El lago de Chelston no tena nada que envidiar a muchos de los ms bellos paisajes del mundo. Sen-tada en la orilla, poda imaginarme cmo deba de ser aquello en pleno verano. Cerr nuevamente los ojos y me dej llevar por el sonido de los pjaros y el olor de la naturaleza.

    Se puede acceder a la isla? pregunt tras unos instantes.

    Por supuesto. En el embarcadero hay una peque-a motora para poder acceder a ella. Antes, cuando era pequeo, solamos hacer cenas all. Me encantaba, me haca sentir como Robinson Crusoe. Pasaba tardes

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    enteras jugando all con mi padre. Uno de estos das te llevar, lo prometo. Vale la pena verla.

    Esto esto es increble suspir, sabiendo que vivir all era de privilegiados. Tenis una casa de pelcula.

    Creo que deberamos volver a casa dijo Ed-ward mirando el reloj. Es tarde y mam nos esta-r esperando para comer. Ya has podido comprobar que la puntualidad es una de sus obsesiones afirm mientras se incorporaba y me ayudaba a levantarme.

    Faltaba poco para la hora de la comida y los horarios en Chelston eran sagrados. La caminata de regreso se me hizo bastante ms larga y tediosa. Cansada y con hambre, estaba deseosa de llegar. Entonces, abatida, record que an quedaba la enorme escalinata de en-trada, aquella que no valor en su justa medida a mi llegada. Estbamos a punto de acceder a la casa cuan-do, al mirar para arriba, algo llam mi atencin en las ventanas superiores. Primero cre ver una sombra agi-tndose y luego, al girarme nuevamente y mirar con mayor detenimiento, me pareci como si una de las doncellas tratara de llamar mi atencin hacindome seales desde el tico. Primero no le di mucha impor-tancia pero, al acercarme un poco ms, pude ver con mayor perspectiva que lo que la chica haba hecho era tratar de escribir un mensaje sobre el cristal, un men-saje que al echarle vaho se empez a volver legible. Un mensaje que, con manos temblorosas y semblante lloroso, apenas consigui esbozar y que deca algo as como: Est e...

    Qu miras? pregunt Edward alzando la vis-ta hacia aquella ventana.

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    Con rapidez, al verse sorprendida, la muchacha pas un pao sobre el vidrio borrando cualquier huella del mismo y no dejando que pudiese acabar de leerlo. De un brinco, se alej rpidamente de la ventana como te-miendo ser vista.

    Emm nada, nada, es que me haba parecido ver un pjaro apoyado en aquella ventana dije contra-riada para salir del paso.

    No sola mentir, de hecho en aquel mismo instan-te me sent sumamente mal por no haberle dicho la verdad a Edward, pero no quera crearle problemas a aquella chica. Adems, algo en mi interior me deca que aquel mensaje era slo para m, que era mejor no compartirlo. Qu habra querido decir aquella chica con Est e? No lo entenda. Sin embargo, viendo la reaccin de la muchacha al ver que Edward la miraba, prefer ser prudente; no quera que acabase despedida. Con cautela, trat de disimular esperando a que ms tarde, ya en la casa, pudiese hablar con ella y pregun-tarle sobre aquel enigmtico mensaje. Seguro que todo tena una explicacin lgica.

    Y cundo me ensears Chelston por dentro? pregunt ansiosa por conocer la mansin.

    Si quieres, esta misma tarde.Perfecto! exclam con entusiasmo.Subimos a la habitacin para dejar las chaquetas y

    lavarnos las manos. El olor de la comida ya se perciba al entrar en la casa.

    Creo que me cambiar tambin de ropa dije al notar que, tras aquella caminata, mi ropa ola a sudor.

    Ya en la mesa, Meredith nos pregunt por la visita a la finca y, nuevamente, no pude ms que alabar la

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    inigualable belleza del lugar. Era difcil no enamorarse de aquel paraje, y ella lo saba. En el fondo, eso era lo que pretenda, que no me quisiese marchar.

    La comida trascurri, al igual que la cena de la no-che anterior, de forma tranquila y silenciosa. Pareca que all las charlas de sobremesa no se estilaban. En cuanto terminamos de comer, decid disculparme y subir a la habitacin a descansar un rato. Aquella ca-minata haba terminado con mi vitalidad. Edward, en cambio, se qued abajo tomando un caf y hablando con su madre.

    Al cabo de algo ms de una hora, Edward subi a buscarme.

    Sigues queriendo ver el resto de la casa? Por supuesto respond.Visitaremos el ala oeste al completo, pero el ala

    este deberemos dejarla para otro momento. Tal y como ya te coment mi madre, ahora est en obras y no es aconsejable pasar. La segunda y la tercera planta de esa ala estn cerradas, slo pueden entrar los albailes.

    Perfecto respond.Por un segundo estuve tentada de hacer una pre-

    gunta. Si el ala este estaba cerrada, qu haca por la maana la muchacha del servicio all? En boca cerra-da no entran moscas, pens recordando el mensaje en el cristal. Aunque no desconfiaba en absoluto de Ed-ward, ni de su madre, tampoco quera complicarle la vida a aquella chica sin ninguna necesidad. Ya habra tiempo de hablar con ella y aclarar la situacin.

    Por dnde empezamos? pregunt.La casa posee cuatro plantas: el stano, donde se

    hallan las bodegas, las calderas y las dependencias del

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    servicio; la planta baja, donde, adems del comedor y diversos salones, est el saln de baile y la cocina; la primera planta, donde se encuentran las habitaciones ms confortables y lujosas de la finca, y el tico. Al ti-co lo cierto es que apenas subimos. Antes, de pequeo, el tico era mi zona de juegos preferida y donde mi padre tena su despacho. Tambin hay una hermosa biblioteca y una sala de msica que apenas se han he-cho servir. T eliges, por dnde quieres empezar?

    Quizs el tico? pregunt, sabiendo que iba a disfrutar viendo donde jugaba Edward de nio.

    Tus deseos son rdenes respondi agarrndo-me por la cintura y dndome un beso en la mejilla.

    Subimos la escalera hasta la tercera planta y Edward me mostr la sala de msica en primer lugar. En ella todava se conservaban algunos viejos instrumentos que ahora descansaban sobre el piano y sobre una gran mesa. Era evidente que nadie usaba aquella hermosa estancia haca mucho tiempo. Sus techos de artesona-dos de madera pintada a mano invitaban a pasarse ho-ras admirndolos.

    Quin toca el piano? pregunt con curiosidad.Mi madre, y era bastante buena, pero desde que

    muri mi padre no ha vuelto a usarlo.Pues es una lstima que un piano as est sin usarse

    respond admirndolo y percatndome de que exis-tan dos Chelston House: el de antes y el de despus de la muerte del coronel.

    Salimos de la sala y nos acercamos al despacho de su padre, una estancia cuyas paredes lucan forradas de paneles de nogal y cuyos muebles parecan de ma-dera de roble maciza, como los que se hacan antes.

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    Qu fue exactamente lo que le pas a tu padre? pregunt tratando de saber algo ms sobre el coronel.

    Enferm y muri. No hay mucho ms que con-tar dijo de forma cortante, dndome a entender que aquel tema no era para nada de su agrado.

    Sin pararse demasiado en aquella estancia, Edward prosigui la visita evitando dar demasiadas explicacio-nes. Estaba claro que hablar del coronel no era algo bien visto en Chelston.

    Por ltimo, entramos al cuarto de juegos. Aun-que llevaba tiempo cerrada, aquella habitacin con-servaba absolutamente todos los elementos para que un nio disfrutase. Decorado con parqu y arrima-deros de cerezo, la calidez de aquel cuarto lo haca extremadamente acogedor. Una antigua casa de mu-ecas, una gran maqueta con sus trenes, un caballito de madera, coches, peluches y un sinfn de juguetes perfectamente conservados eran todava parte del en-canto de aquella estancia.

    Sabes cuntos nios mataran por un cuarto as?Lo s, amor, s que es una maravilla dijo ce-

    rrando tras de s la puerta de color azul; la nica puer-ta de color de toda la casa. La verdad es que de nio me pasaba horas y horas jugando aqu arriba. Mi ma-dre sola decir que perda la nocin del tiempo y que siempre tenan que andar llamndome para que bajase a cenar.

    No me extraa. Me encantara tener una habitacin as si algn da tenemos hijos dije de forma impulsiva.

    Tras aquella afirmacin, Edward me mir con sor-presa, y yo, muerta de vergenza, trat de disimular y salir del brete en el que yo sola me haba metido.

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    Cuando terminamos con el tico, Edward me mostr todos los cuartos de la primera planta. La mayora eran grandes habitaciones de estilo clsico que haban perma-necido clausuradas por bastante tiempo. Era inevitable que un cierto aroma a cerrado saliese de ellas al abrir sus puertas, aunque el servicio se encargara de ventilarlas al menos una vez por semana. Sin embargo, la de su madre era especial. Adornada con coloridos tapices y cortinajes en tonos malva y rosados, aquella era una habitacin cla-ramente de mujer. Segn me cont Edward, Meredith la haba hecho redecorar un mes despus de la prdida del coronel. Su madre estaba tan apenada por su muerte que hizo cambiar todo aquello que le recordaba a l. Era su forma de enterrar el pasado y seguir adelante.

    Pasamos casi toda la tarde recorriendo gran parte de la casa. Cada rincn era, si cabe, ms atractivo que el anterior, cada habitacin posea personalidad propia, pero, de todas las estancias, mi preferida fue el cuarto de juegos. Aquella habitacin era por mucho la ms entraable de toda la casa.

    Creo que habr que dejar la planta baja y el sta-no para ms tarde, o para otro da; ya es casi la hora de cenar y supongo que querrs arreglarte antes de bajar dijo Edward mirando su reloj.

    Me da tiempo? pregunt viendo que era bas-tante tarde.

    Por supuesto. Yo, mientras tanto, bajar a hacer compaa a mam. Apenas he hablado con ella des-de que llegamos ayer y la pobre lleva mucho tiempo sola. Es preferible estar con ella, antes de que vuelva a echarme en cara que no suelo venir a verla, o pretenda convencerte de que vivamos aqu.

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    Me diriga hacia mi cuarto cuando al fondo del pasi-llo vi a dos de las doncellas hablando mientras sacaban el polvo de las repisas. Me acerqu a ellas, dispuesta a preguntarles sobre la muchacha que haba visto por la maana en el tico, cuando Thomas apareci de pron-to saliendo de una de las habitaciones contiguas y fue sin dudarlo a mi encuentro.

    Buenas tardes, seorita Kresley. Puedo ayudarla en algo? pregunt con tono servicial.

    Puede que s. Me preguntaba quin estaba lim-piando esta maana el tico del ala este.

    Del ala este? repiti sorprendido por la pregunta.Ya s que est cerrada, pero vi a una muchacha all.Me temo que se equivoca, all no pasa absoluta-

    mente nadie del servicio. Lo tenemos prohibido aa-di con tono seco y poco amigable. Est usted segu-ra de que no era en la primera planta, quizs?

    Cmo? pregunt ahora yo, sorprendida por la irona y lo poco apropiado de su respuesta.

    En el ala este no pudo ver a nadie sentenci de forma cortante.

    Ya, bueno quizs vi mal respond convenci-da de que me estaba ocultando algo.

    Si desea algo ms apunt con intencin de retirarse.

    No, gracias dije, y me dirig a mi cuarto mien-tras l me observaba con un cierto recelo.

    Entr en la habitacin algo contrariada. Saba per-fectamente lo que haba visto, y por mucho que Tho-mas se empease, no me iba a hacer dudar. Me refres-qu la cara en el bao y, mientras me la secaba con la toalla, no dejaba de ver el rostro de aquella muchacha

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    hacindome seas desde el tico. Qu me haba que-rido decir?

    Por otro lado, aunque la respuesta de Thomas se me hizo bastante seca, cortante y algo maleducada, como tratando de desviar mi atencin, por qu iba a ocul-tarme algo? No exista ninguna razn lgica para des-confiar de l, pens luego sentada en la cama. A cada segundo que repasaba lo ocurrido con la chica, toda aquella historia se me haca todava ms absurda. Re-capacit y conclu que lo mejor era olvidarme de todo aquello y continuar disfrutando de aquellas idlicas va-caciones. Llena de energa y con bastante ms hambre de la que imaginaba, me incorpor y sal del cuarto dis-puesta para ir a cenar. Como siempre, un delicioso sur-tido de aromas a comida salan del comedor subiendo por las escaleras y haciendo que mi ya desatado apetito se incrementase todava ms. Baj la escalera contenta de estar all y me dirig al comedor. Mientras, Edward entraba en el mismo del brazo de su madre.

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    III

    El coronel Benet

    A la maana siguiente, mientras Edward lea plcida-mente la prensa en el Saln Azul, volv a subir al tico. Lo cierto es que Chelston dejaba mucho tiempo libre para leer, deambular por la casa o dar largas cami-natas al aire libre. Para alguien acostumbrado al tra-jn de la gran ciudad, aquella calma poda llegar a ser crispante. Saba que poda ir donde quisiese de la casa siempre que no entrara en el ala este, as que aprove-ch para curiosear por mi propio pie. Aunque todava haba zonas de la casa que no conoca, me pareca ms prudente esperar a que Edward me las ensease. Por otra parte, el tico era, por mucho, la parte ms entra-able de aquel lugar y la que albergaba mayor nme-ro de recuerdos, as que decid volver a subir. A dife-rencia del da anterior, esta vez, en lugar de pasarme casi todo el tiempo en el cuarto de juegos, entr en el despacho del coronel vida por saber algo ms sobre l. De hecho, el da anterior con Edward apenas ha-bamos estado cinco minutos all; pareca no sentirse demasiado cmodo en esa habitacin. Por otro lado,

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