cartas desde la trinchera

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1 CARTAS DESDE LA TRINCHERA 1914-1918

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Page 1: Cartas desde la trinchera

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CARTAS DESDE LA TRINCHERA

1914-1918

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UNA CARTA DE AMOR

5/2/18 Francia, por la noche.

Cariño mio,

Ahora, si no hay problemas, vas a saber todo acerca de lo que ocurre aquí. Sé que te llevarás una gran sorpresa cuando te llegue esta carta... ¡Si alguna autoridad la ve! (...) Quizá te gustara saber como está el ánimo de los hombres aquí. Bien la verdad es que (y como te dije antes, me fusilarán si alguien de importancia pilla esta misiva) todo el mundo está totalmente harto y a ninguno le queda nada de lo que se conoce como patriotismo. A nadie le importa un rábano si Alemania tiene Alsacia, Bélgica o Francia. Lo único que quiere todo el mundo es acabar con esto de una vez e irse a casa. Esta es honestamente la verdad, y cualquiera que haya estado en los últimos meses te dirá lo mismo.

De hecho, y esto no es una exageración, la mayor esperanza de la gran mayoría de los hombres es que los disturbios y las protestas en casa obliguen al gobierno a acabar como sea. Ahora ya sabes el estado real de la situación.

Yo también puedo añadir que he perdido prácticamente todo el patriotismo que me quedaba, solo me queda el pensar en todos los que estáis allí, todos a los que amo y que confian en mí para que contribuya al esfuerzo necesario para vuestra seguridad y libertad. Esto es lo único que mantiene y me da fuerzas para aguantarlo. En cuanto a la religión, que Dios me perdone, no es algo que ocupe ni uno entre un millón de todos los pensamientos que ocupan las mentes de los hombres aquí.

Dios te bendiga cariño y a todos los que amo y me aman, porque sin su amor y confianza, desfallecería y fracasaría. Pero no te preocupes corazón mio porque continuaré hasta el final, sea bueno o malo ( ...)

Laurie

OTRA CARTA DE AMOR

"Pienso en ustedes constantemente. Pienso en ustedes cuando me tumbo por la noche, cuando me despierto por la mañana, cuando hacemos marchas, en realidad pienso en ustedes siempre que estoy despierto, y sólo espero que las dos estén tan bien como estoy yo ahora”, escribió el sargento Arthur Harrington, un fusilero veterano de la Guerra de los Boer, en Sudáfrica, que fue movilizado al frente francés en el crudo invierno de 1914, señala el diario español ABC.

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Arthur dejó detrás a su hija Margaret y a su mujer, Florence Margaret Harrington, embarazada. Llevaban sólo tres años casados. Y el soldado expresó el amor que arrastraba por dentro y el horror bélico que le rodeaba. A menudo encabezaba sus cartas con un cariñoso "mi niña querida”, y describía sin rodeos sus sentimientos hacia ellas. "No tengas prisa por nada del mundo en levantarte de la cama”, recomendó a su mujer, convaleciente del parto. Arthur tenía 46 años. Había sido condecorado en Sudáfrica por el Cuerpo de Fusileros del Rey. Dos semanas después de recibir la feliz noticia del alumbramiento murió durante un bombardeo mientras desayunaba en una trinchera. Su cuerpo está enterrado en el cementerio de Ypres, en el suelo belga por el que sacrificó su amor, y su vida.

DESCRIPCIÓN DE LAS TRINCHERAS

"(La trinchera) tiene una profundidad de dos o tres hombres. Por tanto, los defensores se mueven en ella como por el fondo de un pozo, y, para poder observar el terreno que tienen delante o disparar contra el enemigo, tienen que subir por escalones practicados en la tierra o por escaleras de madera al puesto de observación (…). Sacos terreros, pedruscos, planchas de acero constituyen el parapeto (…). Delante y a lo largo de las trincheras se extienden, casi siempre en varias líneas, redes de alambradas, enrejado de púas de alambre que detiene al asaltante y permite a los defensores disparar sobre él con toda tranquilidad”.

E. Junger, Tempestades de acero.

EL BARRO Y LA MUERTE

"Fuera, con los pies inmediatamente enterrados, sacudo trozos de barro glacial que me pesan en las manos... Retomo mi marcha, las piernas abiertas, atravesando la tierra blanda de los desprendimientos, sondeando prudentemente el fango que tapa los hoyos. Y pese a todo, a veces, el sitio hacia el que lanzado mi impulso se hunde, el barro aspira mi pierna, la agarra, la paraliza; debo hacer un gran esfuerzo para liberarla. Del fondo del agujero que se ha llenado en seguida de agua, mi pie saca un lío de cables en el que reconozca la línea telefónica. Justamente ahí aparece el telefonista encargado de reparar las líneas, trae la cara contraída por las agujas heladas de la lluvia: "¡Vaya desbarajuste! ¡No se ha conservado nada ahí dentro! ¡Sólo hay barro y cadáveres!". Si, cadáveres. Los muertos en los combates de otoño, que habían sido enterrados someramente en el parapeto, aparecen a trozos en los desprendimientos de tierra"

Paul TuffrauCarnets d'un combattant

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LA BATALLA DE VERDÚN

“Viernes, 25 de febrero. El ejército de 250.000 a 300.000 hombres bajo el mando del comandante Kronprinz se precipita sobre nuestras trincheras que defienden Verdún. Hasta ahora no aparecemos. Hay que soportar el golpe sin decaer. Nuestras tropas han cedido terreno bajo la avalancha de hierro de la gran artillería y bajo la impetuosidad del ataque. Los comunicados de Berlín, muy tranquilos, dicen que las líneas francesas han sido destruidas sobre un frente de 10 Km, sobre una profundidad de 3 Km.

Las pérdidas son inmensas en ambos lados. Nosotros habíamos perdido 3.000 prisioneros y una gran cantidad de material Nuestros comunicados, muy sobrios, indican que hemos debido ocupar las posiciones de repliegue, pero que nuestro frente no había sido hundido.

Miércoles, 29 de marzo. La batalla de Verdún, la más larga y la más espantosa de la historia universal, continúa. Los alemanes, con una tenacidad inaudita, con una violencia sin igual, atacan nuestras líneas que machacan y roen (...). Nuestros heroicos poilus están bien a pesar del diluvio de acero, de líquidos inflamables y de gases asfixiantes (...)”

Doctor Morcel Posot, Mi diario de guerra, 1914-1918.

LOS HORRORES DE LA GUERRA

«El ayudante-jefe Daguenet, del Regimiento de Infantería 321, ha descrito su llegada a las trincheras:

"Al recorrer el pasadizo de Haumont, los obuses alemanes nos enfilaron y el pasadizo se llenó de cadáveres por todos los sitios. Los moribundos, entre el barro, con los estertores de la agonía, nos piden de beber o nos suplican que los rematemos. La nieve sigue cayendo y la artillería está causando pérdidas a cada instante. Cuando llegamos al mojón B no me quedan más que 17 hombres de los 39 que tenía al salir".

He aquí la decoración de una trinchera en la región de Champaña:

"Un olor infecto se nos agarra a la garganta al llegar a nuestra nueva trinchera, a la derecha de los Éparges. Llueve a torrentes y nos encontramos con que hay lonas de tiendas de campaña clavadas en los muros de la trinchera. Al alba del día siguiente constatamos con estupor que nuestras trincheras están hechas sobre un montón de cadáveres y que las lonas que han colocado nuestros predecesores están para ocultar a la vista los cuerpos y restos humanos que allí hay".

Un poco más lejos, Raymond Naegelen ha contemplado esta escena:

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"A lo largo de todo el frente de la colina de Souain yacen, desde septiembre de 1915, los soldados barridos por las ametralladoras, extendidos cara a tierra y alineados como si estuviesen en plena maniobra. La lluvia cae sobre ellos inexorable, y las balas siguen rompiendo sus huesos blanqueados. Una noche, Jackes, que iba de patrulla, ha visto huir ratas saliendo por debajo de sus capotes desteñidos, enormes ratas engordadas con carne humana. Latiéndole el corazón, se arrastraba hacia un muerto cuyo casco había rodado; el hombre mostraba su cabeza vacía de carne en una mueca siniestra, desnudo el cráneo, devorados los ojos. La dentadura postiza se había deslizado sobre la camisa podrida y de la boca abierta salió una bestia inmunda".

Y ésta es la espera en la trinchera:

"Nos ha llegado la orden de la brigada: “tenéis que resistir cueste lo que cueste, no retroceder bajo ningún pretexto y dejaros matar hasta el último antes que ceder una pulgada de terreno”. De este modo –dicen los hombres– la cosa está clara. Es la segunda noche que vamos a pasar sin dormir. En cuanto oscurece, el frío cae sobre nosotros y nuestros pies son como bloques de hielo..."

Muchos soldados murieron enterrados, y así nos lo cuenta Gustavo Heder, del 28 Regimiento de Infantería:

"Desentierro a un poilu de la 270, más fácil de sacar. Hay todavía varios enterrados que gritan; los alemanes deben oírles porque nos abrasan desde cubierto con sus ametralladoras. No es posible trabajar de pie y por un momento casi tengo ganas de marcharme, pero la verdad es que no puedo dejar así a los camaradas… Intento desprender al viejo Mazé, que sigue gritando; pero cuánta más tierra quito, más se hunde; lo desentierro por fin hasta el pecho y puede respirar un poco mejor…"

En Verdún, toda una sección del campo de batalla reunía a sus heridos en un túnel fuera de uso, el túnel de Tavannes. El lugarteniente de Bencech, que fue llevado allí, anotó sus impresiones:

"Llegamos al túnel. ¿Estaremos realmente condenados a vivir aquí? Prefiero la lucha al aire libre, el abrazo de la muerte en terreno descubierto. Fuera se tiene el riesgo de una bala, pero aquí el peligro de la locura. Una pila de sacos de tierra se levanta hasta la bóveda y cierra nuestro refugio. Fuera sigue la tormenta de la noche y el martilleo continuo de los obuses de todos los calibres. Por encima de nosotros, bajo la bóveda que retumba, algunas bombillas sucias arrojan una claridad dudosa y enjambres de moscas danzan a su alrededor en zarabanda. Acuden al asalto de nuestra epidermis con su zumbido irritante y los manotazos no logran apartarlas.

Las caras de todos están húmedas y el aire es tibio y nauseabundo. Acostado en la arena cenagosa, sobre el carril, mirando a la bóveda o faz contra tierra, hechos un ovillo, estos hombres embrutecidos esperan, duermen, roncan, sueñan y ni siquiera se mueven cuando un camarada les aplasta un pie.

En algunos sitios corre un chorro. ¿Es sangre u orina? Se nos agarra a la garganta y nos revuelve el estómago un olor fuerte, animal, en el que surgen relentes de pólvora, de

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éter, de azufre y de cloro, un olor de deyecciones y de cadáveres, de sudor y de suciedad humana. Es imposible tomar alimento. Solamente el agua de café de la cantimplora tibia y espumosa calma un poco la fiebre que nos anima… Me llega un cabo muy joven, solo, con las dos manos arrancadas de raíz por los puños, que mira sus dos muñones rojos y horribles con los ojos desorbitados».

Marc Ferro. La Gran Guerra, 1914-1918, pp. 169-171.

EN LOS CAMPOS DE FLANDES

"En los campos de Flandes crecen las amapolas. Fila tras fila entre las cruces que señalan nuestras tumbas. Y en el cielo aún vuela y canta la valiente alondra, escasamente oída por el ruido de los cañones. Somos los muertos. Hace pocos días vivíamos, cantábamos, amábamos y eramos amados. Ahora yacemos en los campos de Flandes. Contra el enemigo continuad nuestra lucha, tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas. Mantenedla en alto. Si faltáis a la fe de nosotros muertos, jamás descansaremos, aunque florezcan en los campos de Flandes, las amapolas."

John McCrae, 1915