capítulo lxiv: el puesto del hombre en la naturaleza (curso de lingüística moderna)

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Curso de lingüística moderna CHARLES F. HOCKETT E U D E B A' EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES

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por: CHARLES F. HOCKETT (1958)

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Page 1: Capítulo LXIV: El Puesto del Hombre en la Naturaleza (Curso de Lingüística Moderna)

Curso de lingüísticamoderna

CHARLES F. HOCKETT

E U D E B A' EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES

Page 2: Capítulo LXIV: El Puesto del Hombre en la Naturaleza (Curso de Lingüística Moderna)

Título de la obra original:A course in modern linguisticsThe Macmillan Company, New York, 1958

Traducida de la 4a. edición, 1962, y adaptada al español por EMMA GREGORES y JORGE, ALBERTO SUÁREZ

EN EL AÑO DEL SESQUICENTENARIO DE LA FUNDACIONDE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

© 1971EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRESRivadavia 1571/73Sociedad de Economía MixtaFundada por la Universidad de Buenos AiresHecho el depósito de Ley

IMPRESO EN LA ARGENTINA — PRINTED IN ARGENTINA

Page 3: Capítulo LXIV: El Puesto del Hombre en la Naturaleza (Curso de Lingüística Moderna)

CAPÍTULO LXIV

II PUESTO DEL HOMBRE EN LA NATURALEZA

64.1. Nuestra última tarea en este libro consiste en investigar, lo mejor que podamos con los datos disponibles, qué relación tiene el lenguaje con la posición que ocupa el hombre en la naturaleza. Desde tiempo inmemorial los hombres han investido de caracteristicas humanas a los animales y espíri-tus del folklore, incluyendo en todos los casos la facultad de hablar. Pero lo cierto es que el hombre es actualmente la única especie que posee esa facultad, y que a ninguna otra especie viviente se le puede atribuir razona-blemente haber tenido esa facultad antes y haberla perdido más tarde. La aparición del lenguaje en cl universo —por lo menos en nuestro planeta— es exactamente tan antigua, pues, como la del hombre mismo. Nos gustaría saber cuál es el origen del lenguaje y de qué manera su aparición determinó la vida y el destino sub siguientes de los organismos que lo desarrollaron. No es posible dar respuesta detallada y exacta a esos interrogantes, pero tene-mos la obligación de formular los hechos con tanta precision como lo permi-tan los datos disponibles y el derecho de it algo más allá por el camino de las conjeturas plausibles y fundamentadas.

Presentaremos previamente, como esquema de referencia, un breve cuadro de la posición que ocupa el hombre en el árbol genealógico animal. Todos los seres humanos vivientes pertenecen a una sola especie: homo sapiens. La filiación genética de homo sapiens es la siguiente:

Género: homo. Durante el período holoceno (los últimos treinta mil años aproximadamente) homo sapiens ha lido el único representante de este género. En el pleistoceno (desde hace aproximadamente 700.000 años hasta hace alrededor de 30.000) existía por lo menos otra especie, homo neander-thalensis, cuyos restos se han encontrado en Europa, el Medio Oriente y el Asia Central; lo mismo que homo sapiens posei un cerebro extremada-mente grande.

Familia: homínidos. Homo es el único generc de esta familia que sobre-vivió hasta el holoceno. Los fósiles del pleistoceno atestiguan la existencia

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en ese período de otros dos géneros: pitecantropo, descubierto en Java y China, y australopiteco, de África del Sur. Ninguno de ellos tenía un cerebro especialmente grande, como el de horno, pero el uso más temprano de toscas herramientas y del fuego para calentarse (no para cocinar, ni tampoco el hacer fuego) datan del pleistoceno inferior y no eran privativos de horno.Superfamilia: hominoideos. Además de los homínidos y de otra familia

hoy extinta, comprende la de los póngidos, cuyos representantes son hoy nuestros parientes más próximos. Los gibones contemporáneos pertenecen a una subfamilia de los póngidos (la de los hilobátidos); los orangutanes, chimpancés y gorilas, a otra (la de los símidos o antropoides). Los primeros hominoideos debieron vivir en el oligoceno superior o a principios del mioceno; los más próximos de los antecesores comunes a horno sapiens y a los monos antropomorfos vivieron, presumiblemente, hace diez o quince millones de arios( § 64.4).

Suborden: antropoideos. Además de los hominoideos, pertenecen a este suborden todos los monos del Viejo y del Nuevo Mundo. Los fósiles más antiguos que se conocen provienen del oligoceno.

Orden: primates. Incluye, además de los anteriores, a lemúridos y tár-sidos. Los primeros fósiles aparecen en el eoceno.

Grupo: unguiculados. Además de los primates, incluye a insectívoros,murciélagos, desdentados. Los fósiles más antiguos son del cretáceo supe-rior.

Infraclase: euterios (mamíferos placentarios).Subclase: terios (mamíferos placentarios y marsupiales).Clase: mamíferos (además de los mencionados, los monotremas). Los

fósiles más antiguos provienen del jurásico.Subtipo: vertebrados, del ordoviciense.Tipo: cordados, del cambriano.Re ino : an ima l .

64.2. La comunicación animal. Aunque homo sapiens es la única especie viviente que posee el don de la palabra, de ningún modo es el hombre el único animal capaz de establecer algún tipo de comunicación. El problema de diferenciar al hombre de los otros animales se confunde, en parte, con el problema de describir en qué forma difiere el lenguaje humano de los dis-tintos tipos de comportamiento comunicativo que manifiestan otras especies no humanas o prehumanas. O, en otras palabras, el estudio comparativo de la comunicación animal y humana se relaciona estrechamente con el problema del puesto del hombre en la naturaleza. Por otra parte, es mucho también lo que podemos aprender sobre el lenguaje humano estudiando los sistemas de comunicación de otros animales. En tanto no lo hagamos no podremos comprender en toda su significación la afirmación hecha más arriba de que sólo el hombre posee el don de la palabra. A continuación examinaremos someramente varios ejemplos de comunicación animal no human a.

Fijémonos, primeramente, en las abejas, que pertenecen a un tipo del reino animal distinto de aquél a que pertenece el hombre. Cuando una obrera encuentra néctar regresa a la colmena y ejecuta una danza. Se ha comprobado que algunos aspectos de la danza trasmiten información sobre la localización del néctar a las otras obreras: unos especifican la dirección en que se halla a partir de la colmena y otros especifican la distancia. La abeja ejecuta la danza o comprende la danza que otra ejecuta (es decir, vuela hacia el néctar en correcta dirección) sobre la base, a lo que parece, puramente del instinto: las convenciones semánticas del sistema se han establecido en ella a través de sus genes y no han necesitado, probablemente, de ningún tipo de aprendizaje. Dentro de reducidos límites el sistema tiene flexibilidad, pues permite trasmitir mensajes que son enteramente nuevos para todos los habi-tantes de una colmena. Pero las abejas no pueden establecer comunicación sobre nada que no sea la dirección y distancia de un lugar respecto de la colmena o del enjambre; o, si es que lo hacen, es por medio de otros sistemas igualmente reducidos y especializados y no mediante ulteriores variaciones de la danza.

Consideremos, en segundo lugar, el comportamiento sexual del pez espi-noso (gasterosteus aculeatus, del mismo tipo y subtipo que el hombre, pero de una clase distinta y mucho más antigua). La descripción que sigue refleja tanto observaciones del pez hechas en su medio natural como los resultados de experimentos realizados en acuarios. Durante la época de la reproducción el macho construye un nido en el fondo del océano, del río o del acuario; luego nada hacia la superficie hasta que encuentra a una hembra cuyo abdomen esté distendido con la hueva y entonces ejecuta una danza en zigzag a su alrededor, primero volviéndose hacia ella y luego separándose. La reacción de la hembra consiste en seguir al macho, quien la conduce al nido. En esta época el vientre del macho es de un rojo vivo y sus ojos de un azul brillante. Una tosca reproducción en madera de la hembra bastará para provocar en el macho la danza amorosa; para ello, es esencial que esté representada la distensión del abdomen, pero pueden dejarse de lado los detalles precisos de forma y coloración de la hembra. De manera similar, una tosca imitación en madera del macho inducirá a la hembra a seguirlo: se puede prescindir de casi todos los detalles, incluso los ojos azules, pero el color rojo del lado inferior es indispensable y también debe imitarse de algún modo la danza en . zigzag. Al llegar al nido el macho se coloca en posición vertical, mirando hacia abajo y señalando el nido, hacia el que nada la hembra. La misma respuesta de la hembra se obtiene si se apunta adecua-damente con un modelo de madera, sin que sea necesaria la presencia del nido. Por último, el macho frota con la boca el abdomen de la hembra y ésta expulsa los huevos: un frotamiento hecho con cualquier objeto, en la forma rítmica apropiada, conduce al mismo resultado. Por último, después de alejarse la hembra, el macho expele la lecha. A lo largo de todo este proceso se observa una sucesión bien definida de señales que van de uno a otro de los participantes y cada una de las cuales sirve, en todo o en parte, como

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estímulo para la siguiente. Es innegable que se trata de un comportamiento comunicativo, bajo cualquier definición aceptable del término, pero, siacaso, el sistema es aún menos flexible que la danza de las abejas. demás, sus convenciones se adquieren también seguramente por vía genética a y no por medio del aprendizaje.

En tercer lugar examinaremos el comportamiento que manifiestan .

durante el proceso de alimentación de la cría, algunas variedades de gaviota (larus argentatus, un tipo de ave y por lo tanto vertebrado, lo mismo que el pez espinoso y el hombre, pero de clase distinta: más reciente que la de los peces, pero probablemente más antigua que la de los mamíferos). Poco después de haber salido del huevo, los pichones empiezan a pedir alimento, amagando picotazos al pico de la madre —o del padre, si era éste el que los empollaba hasta ese momento--, al principio de manera torpe y poco exacta. La gaviota adulta responde regurgitando un poco de alimento a medias dirgerido, tomando un trocito de éste con la punta del pico y ofreciéndoselo a los pichones. Estos siguen con su picoteo hasta que uno de ellos se ingenia para apoderarse del bocado y tragarlo; entonces la madre ofrece otro bocado. El proceso termina cuando los pichones dejan de pedir, presumiblemente porque ya no tienen hambre. El esquema general de esta cadena de interes-tímulos está determinado, sin duda, genéticamente. Pero en cada uno de los picotazos sucesivos podemos discernir quizás un elemento de aprendizaje: los primeros aciertan menos; los que siguen —o los de comidas posteriores están mejor dirigidos. Pero no es seguro que esa precisión cada vez mayor sea resultado del aprendizaje; puede ser que se trate exclusivamente de un proceso de maduración, es decir, el desarrollo gradual de pautas de compor-tamiento genéticamente determinadas. Aun cuando hubiese algo de apren-dizaje, es evidente que no hay nada que se pueda calificar de enseñanza. Los actos de los padres —al construir el nido y luego al regurgitar y ofrecer alimento-- producen o constituyen factores del entorno de la prole; pero hablaríamos de "enseñanza" únicamente si esos actos de los padres fueran a su vez aprendidos, lo que evidentemente no es así.

Nos ocuparemos, por último, de los gibones (varias especies del género hilobátidos, de la superfamilia hominoidea; por lo tanto, unos de nuestros más próximos parientes no humanos entre los que hoy sobreviven). Los gibones se estimulan mutuamente de varias maneras —gestos y posturas, por ejemplo—, pero lo más semejante al lenguaje que hay en su comunicación es un sistema de gritos. Investigaciones de campo hechas con los gibones del norte de Tailandia han demostrado que poseen un repertorio de por lo menos nueve señales distintas, que difieren por el sonido y también por sus antecedentes y consecuencias. Una de ellas es la que acostumbran emitir cuando el grupo se ve sorprendido por un posible agresor: es una especie de chillido de tono agudo; los gibones que la oyen a menudo repiten el grito y manifiestan un comportamiento que sólo puede calificarse como "de elu-sión". Los demás gritos son también la respuesta vocal apropiada a tipos de situaciones recurrentes y biológicamente importantes. Una de esas situa-

(iones es el descubrimiento de comida; otra es el interés amistoso y el deseo

de compañía. El propósito de un cuarto tipo de grito parece ser el de impedir que los miembros de la banda se dispersen demasiado durante sus expediciones conjuntas entre los árboles en busca de comida. Desde el punto de vista de la comunicación, la propiedad más importante de este sistema es su falta de flexibilidad. Cualquiera sea realmente el número exacto de gritos es,de todos modos, finito y reducido. Se trata de un sistema cuyas señales son todas mutuamente exclusivas, en el sentido de que sea cual fuere la situación que se le presente a un gibón éste sólo puede responder con uno u otro de los gritos o con ninguno. No puede, en principio, emitir una señal que tenga algunas de las características de un grito y algunas de otro. Es cierto que, aparentemente, puede variar la intensidad o el número de repeticiones de cualquiera de ellos, pero esto se parece mucho a la variabilidad de la "periferia auditiva" que rodea al habla humana —los fenómenos paralin-güísticos (§ 6.5 y Notas)— y no a nada dentro del lenguaje propiamente dicho. Los sistemas de gritos de distintas especies de gibones, y tal vez de bandas distintas de la misma especie, presentan algunas diferencias. Esa diferenciación puede tener base enteramente genética, pero no es posible afirmarlo con certeza. También puede ser que refleje algún elemento de trasmisión tradicional: es decir, aprendizaje del sistema por parte de los jóvenes y enseñanza del mismo por parte de los adultos.

El hecho de que estos cuatro ejemplos los clasifiquemos, junto con el lenguaje, como comportamiento comunicativo es consecuencia de la defini-ción general de comunicación que aquí proponemos: son hechos de comu-nicación todos aquellos por medio de los cuales un organismo estimula a otro. Por lo tanto, clasificaríamos también como comunicativo el hecho de que el rugido del león ahuyente a las gacelas, de que el reclamo amoroso de los pájaros sirva para atraer depredadores o de que el marido decida lavarse las manos e ir al comedor cuando ve a su mujer poner la mesa. Sin embargo nuestra definición, aunque muy amplia, no lo abarca todo: supongamos que una persona ve ponerse el sol y se prepara para acostarse o que un mozo de café se libera de un parroquiano indeseable tomándolo del cuello y arroján-dolo fuera; en el primer caso no ha habido comunicación porque aun cuando la relación es de estímulo más bien que de acción directa, el sol no es un organismo, y el segundo episodio tampoco es comunicativo porque la acción es directa (aunque s in duda t iene efectos la teralescomunicat ivos: la actitud del parroquiano respecto del mozo puede ser muy diferente en el próximo encuentro). Pero si una persona se prepara para acostarse porque alguien le dice que el sol se está poniendo o si el mozo hace salir al parroquiano amenazándolo con un gesto, en ambos casos tenemos estímulo entre organismos y, por ende, comunicación.

64.3. Las propiedades generales del lenguaje. A nada conduce afirmar —por justificada que esté esa afirmación— que la diferencia entre el lenguaje humano y cualquier sistema de comunicación no humano es "grande", si no

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nos preocupamos también por saber cuáles pueden ser las causas de esa gran diferencia. Ahora bien, a pesar de la variación que muestran las distintas lenguas en muchos aspectos, todas tienen en común —como sistemas de comunicación— una serie de características o propiedades básicas que no se dan juntas en ninguno de los sistemas de comunicación no humanos que se conocen, en los que sólo se dan separadamente unas u otras. A conti-nuación presentamos una lista de quince de esas propiedades. No todas son lógicamente independientes ni pertenecen necesariamente al conjunto de las propiedades que sirven realmente para definir una lengua humana como tal. Por lo demás, la lista no es exhaustiva y es posible que la investigación revele la presencia de algún otro rasgo igualmente importante. Las quince propiedades a que nos referimos son las siguientes: 1) vía vocal-auditiva, 2) trasmisión irradiada y recepción dirigida, 3) fáding rápido, 4) intercambiabilidad, 5) retro-alimentación total, 6) especialización, 7) semanticidad, 8) arbitrariedad, 9) carácter discreto, 1Q) desplazamiento, 11) dualidad, 12) productividad, 13) trasmisión tradicional, 14) prevaricación y 15) reflexividad. El cuadro 64.1 indica si aparece o no cada una de esas propie-dades en los sistemas de comunicación animal descritos más arriba. Para ampliar el campo de comparación hemos agregado una sexta columna con la que queremos aludir a la tradición musical de Occidente, desde Bach hasta la actualidad. A continuación expondremos brevemente las quince propiedades mencionadas.

I. Vía vocal-auditiva. En el lenguaje, las señales que se emiten consisten íntegramente en pautas de sonido, producidas mediante movimientos del aparato respiratorio y del sector superior del digestivo. Ninguna actividad concomitante del hablante, aunque produzca algún sonido, forma parte del habla. Las señales se reciben por intermedio de los oídos, si bien hay oca-siones en que la observación de los movimientos articulatorios del hablanteayuda al oyente a comprender señales que de otro modo podrían resultar ininteligibles por efecto del ruido ambiente.

Por otra parte, téngase presente que no todos los sonidos y rasgos fónicos que producen los movimientos articulatorios son parte del lenguaje. En este punto conviene mencionar nuevamente que la actividad de hablar produce también una variedad de efectos sonoros, "gestos vocales" y otros fenóme-nos semejantes, que no forman parte del lenguaje y que es útil clasificar juntos como fenómenos paralingüísticos (§ 6.5 y Notas). En las páginas que siguen tendremos ocasión de referirnos a ellos varias veces, en tanto consti-tuyen un sistema de comunicación distinto del lenguaje y anterior, a él en el proceso evolutivo del género humano.

Casi todos los mamíferos (la jirafa es una excepción) producen sonido vocales. De manera general, pues, la vía vocal-auditiva constituye —frente u otras variedades de vías de comunicación: cinético-táctil-química en las abejas, auditiva pero no vocal en algunos insectos— una característica propia de los mamíferos. Los mecanismos de producción y percepción del sonido

El signo de interrogación significa que la respuesta es dudosa, no se conoce o no la conoce el autor. Una raya significa que es imposible determinar la presencia o ausencia de la propiedad en cuestión porque hay otra que falta o está indeterminada: así, por ejemplo, arbitrariedad e iconicidad sólo pueden juzgarse dentro de un sistema que esté caracterizado por semanticidad.

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en las aves son tan similares que invitan a aplicar también al canto de los pájaros el término "vocal-auditivo".

Es muy dudoso que el sistema vocal-auditivo de ningún animal excepto el hombre haga uso distintivo del timbre vocálico. Hay dudas, incluso, de que un animal tan domesticado como el perro preste atención a las diferencias de timbre vocálico al responder a las señales vocales del hombre. Pero estar cuestiones necesitan ser verificadas en investigaciones de carácter experi-mental. La importancia de la boca y el oído en la vida humana se refleja en la gran representación cortical de esas dos regiones. Las diferencias en repre- sentación proporcional respecto de un mono cualquiera, por ejemplo, son enormes.

II. Trasmisión irradiada y recepción dirigida. El sonido, lo mismo que la luz, se mueve en todas direcciones a partir del punto en que se origina a través de cualquier cuerpo uniforme, disminuyendo gradualmente en intensidad a medida que se aleja de su fuente. A diferencia de la luz, las ondas sonoras atraviesan o circundan cierto tipo de obstáculos: oímos, a través de una pared, la voz de una persona a quien no vemos.

En cualquier sistema de comunicación que use una vía sonora la trasmisión será, por lo tanto, básicamente, de tipo irradiado: todo órgano o apara-to receptor que se encuentre a distancia apropiada detectará la señal. Son muchas seguramente las condiciones ecológicas en las cuales este carácter público de la comunicación sonora atenta potencialmente contra la supervivencia, y ello constituye, sin duda, una importante desventaja de la vía vocal-auditiva.

Corno complemento de la trasmisión irradiada, la audición suele esta razonablemente orientada respecto de la localización de la fuente sonora. El paralaje de la audición binauricular puede siempre completarse con movi- mientos de las orejas o de todo el cuerpo. En consecuencia, las señales sonoras no necesitan por lo general incluir ninguna especificación del lugar en que se halla el animal que las trasmite: esta información la imparte la estructura física de la vía misma y es, por cierto, difícil de retener. I ln gibón que encuentra comida emite el grito apropiado a esa circunstancia, que es distintivamente diferente de los otros gritos del sistema. Pero no son las propiedades acústicas del grito las que informan a los demás gibones dónde está el alimento: únicamente la localización del animal que lo ha emitido puede dar esa información. Aproximadamente en la misma forma —o fundamentalmente por la misma razón—, todas las lenguas tienen pala bras como aquí y yo, cuyas denotaciones se deben inferir a partir de la observación de dónde está y quién es el hablante en el momento en que esas palabras se emiten.

III. Fáding rápido, Una tercera propiedad, inherente a cualquier sis-tema de comunicación que use una vía sonora, es también consecuencia de la naturaleza física del sonido: las señales son evanescentes, y a menos de ser

captadas en el momento justo se pierden en forma irrecuperable.Es verdad que, con el tiempo, cualquier mensaje está sujeto a fáding: una

inscripción cuneiforme de hace seis mil años puede ser legible todavía hoy, pero en algún momento habrá de desgastarse o desintegrarse. Sin embargo, si se toma coma escala el lapso de cada generación animal, es útil distinguir entre sistemas no registradores, cuyas señales deben recibirse en el momento exacto en que se emiten o de lo contrario se pierden, y sistemas registra-dores, cuyas señales pueden recibirse después, a conveniencia del receptor y, en algunos casos, repetidamente, pues la información trasmitida queda en alguna forma almacenada. En un sistema de comunicación con fáding rápido esta propiedad requiere que el contenido del mensaje, si ha de quedar almacenado en alguna parte, lo sea internamente en el receptor.

El aspecto positivo del fáding rápido es que impide que los mensajes ya trasmitidos cubran desordenadamente el canal de comunicación e imposibi-liten la trasmisión de otros nuevos (como ocurre algunas veces cuando se dispone de un pizarrón pero no de un borrador); así, las señales urgentes tienen vía libre. En el mundo animal, las señales sonoras tienen, frente a las señales olfativas, la ventaja de su difusión rápida, de modo que una señal urgente puede trasmitirse a gran distancia lo bastante rápido como para ser útil. Pero las señales olfativas tienen la ventaja del fáding lento, lo que permite que durante un cierto lapso los animales que encuentren el rastro puedan reaccionar ante él en la forma apropiada. La desventaja del fáding virtualmente instantáneo de las señales sonoras se supera mediante la tras-misión repetitiva: la repetición de un mismo grito en tanto se mantienen las circunstancias que lo provocan es una característica muy difundida de los sonidos animales. Se la encuentra también en la comunicación sonora humana, pero se manifiesta más en la periferia paralingüística que acompaña al habla que en el material lingüístico propiamente dicho.

La naturaleza no registradora del lenguaje se ha visto compensada en tiempos recientes por la invención de varios sistemas registradores derivados, de los cuales el primero fue la escritura; nada semejante a ella se ha descu-bierto hasta ahora en otros sectores del reino animal.

Las propiedades II y III no son lógicamente independientes de I, puesto que son una consecuencia necesaria de la naturaleza misma del sonido.

IV. Intercambiabilidad Poseen esta propiedad todos aquellos sistemas en los cuales los organismos participantes que están capacitados para tras-mitir mensajes en el sistema lo están también para recibirlos, y viceversa. En el caso del lenguaje, todo hablante adulto de una lengua es en principio también un oyente y está teóricamente capacitado para decir cualquier cosa que es capaz de entender cuando otro la dice; las excepciones son sólo patológicas. En la danza de las abejas hay intercambiabilidad, de la que están excluidos zánganos y reinas; también la hay en el sistema de gritos de los gibones, pero falta, en cambio, en los otros sistemas animales descritos: en las señales del pez espinoso, por ejemplo, es obvio que el macho y la hembra no pueden intercambiar sus papeles. En los sistemas de comunicación vocal-

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auditiva de muchos mamíferos y aves la intercambiabilidad parece ser la regla.

V. Retroalimentación total. En algunas variedades de comunicación cinético-visual el trasmisor no siempre puede percibir algunos de los rasgos esenciales de la señal emitida. En el comportamiento sexual del pez espi- noso, por ejemplo, ninguno de los dos participantes puede ver su propio vientre ni el macho tampoco sus ojos. En cambio, salvo excepciones patoló gicas, cualquier hablante de una lengua humana oye todo lo que dice en el momento de decirlo y esta retroalimentación auditiva se completa con la retroalimentación cinestésica de los movimientos articulatorios. Parece probable que todo sistema de comunicación vocal-auditivo —quizás incluso todo sistema sonoro— comparta esta propiedad de retroalimentación total,

En § 13.4 vimos la importancia que tiene para el habla inteligible esto propiedad del lenguaje humano. Pero, además, tiene una doble significación:

1) En el caso de todo animal que emite señales sonoras en sucesión, sean ellas relativamente repetitivas (como lo son en muchos insectos) o varíen de una a otra (como en algunos pájaros y mamíferos), debe tomarse en cuenta la posibilidad de que la recepción, por retroalimentación, de cada señal emitida forme parte del estímulo que condiciona la emisión y naturaleza de la siguiente. Cuando esto es así existe además la ulterior posibilidad de que la retroalimentación sirva de base para ajustes en la serie de señales con vistas a alguna norma cuya imagen está almacenada en el sistema nervioso central del animal. Es de suponer que estos mecanismos sean sobre todo importantes para los sistemas de comunicación en los que no participan enteramente los recién nacidos y cuya adquisición, en el curso ordinario de los sucesos, parece implicar, sino requerir, estímulos apropiados por parte de los adultos.

2) Una serie de señales que normal u originariamente se trasmite de uno a otro entre varios miembros de un grupo de animales —cada una sirviendo a la vez como parte líe la respuesta a la precedente y como parte del estímulo para la siguiente— puede llegar a estar a cargo, toda entera, de un solo animal. Es posible que esto no ocurra sino entre seres humanos y es evidente que no puede ocurrir sino en un sistema de comunicación que esté caracterizado por intercambiabilidad y retroalimentación total: son estas dos propiedades las que permiten al ser humano "interiorizar" los papeles de otros y mantener conversaciones consigo mismo, trasladando así a las situaciones en que está momentáneamente solo todo el poder del lenguaje para resolver problemas y conflictos.

VI. Especialización. El marido ve a su mujer poner la mesa y se prepara para ir a comer; o bien oye a su mujer decir la comida está lista y se dirige al comedor: de acuerdo con la definición de comunicación que hemos dado más arriba (§ 64.2), tanto én el primer caso como en el segundo ha habido

comunicación. No obstante, la diferencia entre las dos situaciones es bienevidente.

A fin de explicar esa diferencia, recordemos que cualquier acto de unorganismo —incluyendo aquellos que trasmiten lo que algún otro organismo recibe como señal— supone consumo de energía y tiene, por lo tanto, con-secuencias energéticas directas. Ahora bien, cuando la mujer pone la mesa la consecuencia física directa de su acción es que los. cubiertos, los platos y las copas quedan ordenadamente puestos sobre la mesa, listos para la comida; esto está vinculado íntimamente, en las costumbres de nuestra sociedad, a la función biológica de la alimentación. Pero esa misma acción sirve, a la vez, de estímulo para que los otros miembros de la familia se dirijan al comedor: ésta es una consecuencia que podemos llamar "indirecta". Por el contrario, cuando la mujer dice la comida está lista la consecuencia directa es una pequeña agitación de ondas sonoras en el aire, lo que parece ser bien insig-nificante en términos de funciones biológicas; las consecuencias indirectas, en cambio, son las mismas que en el caso anterior y las únicas que tienen importancia biológica.

Diremos, pues, que un hecho de comunicación —o todo un sistema decomunicación— está especializado en el grado en que sus consecuencias energéticas directas sean biológicamente irrelevantes. El lenguaje es, eviden-temente, un sistema de comunicación especializado. También lo son la mayoría de las variedades de comunicación animal que se clasifican como tales, ya que en general no se piensa que la comunicación es sistemática y digna de estudio a menos que presente esta propiedad. Es importante recor-dar, sin embargo, que la comunicación no especializada está muy difundida en el mundo animal y que, filogenéticamente, es probable que haya sido la matriz dentro de la cual y a partir de la cual se desarrollaron los sistemas de comunicación especializados.

En algunos casos puede ser dudoso el grado de especialización de unaseñal determinada. Un ejemplo de ello lo ofrece el comportamiento comu-nicativo del pez espinoso. La distensión del abdomen de la hembra consti-tuye un ingrediente esencial de las "señales" que trasmite al macho. La acumulación de los huevos es la que produce, por directa acción energética, esa distensión, y la consecuencia final de toda esa "danza" amorosa implica la expulsión de la hueva y consiguiente desaparición de la distensión: este elemento, por lo menos, del sistema de señalación no está, pues, especia-lizado. Por otra parte, el color rojo del vientre del macho parece servir solamente a la comunicación y estar, por lo tanto, especializado: pero esta deducción no es segura, pues puede provenir de un conocimiento insufi-ciente del mecanismo interno dei pez.

VII. Semanticidad. Cuando los 'elementos de un sistema de comuni-cación tienen denotaciones —es decir, tienen lazos asociativos con cosas y situaciones, o con tipos de cosas y situaciones, del entorno de quienes lo emplean-- y cuando el funcionamiento del sistema reposa sobre tales lazos,

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decimos que el sistema es semántico o, también, que una de sus propiedades es la semanticidad. Todas las lenguas humanas son sistemas semántico (§ 16.2).

Según esta definición, el sistema de gritos de los gibones tienen seman- ticidad: un gibón reacciona ante el grito de peligro en la misma forma el que reaccionaría ante el peligro mismo, sin que ello suponga que "identifique" el primero con el segundo. Hay, pues, algún tipo de lazo asociativo entre el peligro y el grito de peligro, en virtud del cual cualquiera de ellos provoca el mismo conjunto de reacciones y éstas son distintas de las que provoca, por ejemplo, la presencia de alimento o la percepción del grito que lo anuncia. estos son todos los datos que necesitamos para clasificar los gritos de los gibones como un sistema semántico.

La danza de las abejas es semántica también, puesto que denota una localización determinada en términos de dirección y de distancia respecto de la colmena. La reacción de las obreras que observan la danza es la de d i r i -girse al lugar denotado.

En la señalación sexual del pez espinoso, por el contrario,no parece haber semanticidad: un grito es, para los gibones, un símbolo de algo; una cierta velocidad o dirección en la danza de una abeja es también un símbolo de algo; la danza del pez espinoso macho es un estímulo eficaz para la hembra, pero no es símbolo de nada fuera de sí mismo.

VIII. Arbitrariedad. En un sistema semántico de comunicación, decimos que hay iconicidad en la medida en que cada símbolo se parece a su denota-ción en contornos físicos o en la medida en que todo el repertorio d e símbolos del sistema muestra similitud geométrica con todo el repertorio de significados. En la medida en que un símbolo o sistema no es icónico deci-mos que es arbitrario.

De ninguna relación semántica puede decirse que sea completamente icónica, ya que para serlo el símbolo debería ser indistinguible del original. Un mapa de ruta, por ejemplo, es icónico hasta un cierto punto: las rayas y puntos que representan ríos, caminos y ciudades están dispuestos sobre el papel en la misma forma, aproximadamente, que los originales sobre la superficie terrestre, con una reducción en escala exactamente calculada pero ni el color ni los diversos tipos de líneas que representan caminos son icónicos, ni tampoco el ancho de la línea que representa un río reproduce el ancho verdadero.

Las relaciones semánticas básicas de una lengua son extremadamente arbitrarias. No hay ninguna similitud entre el sonido de la palabra perro (o francés chien o inglés dog) y la apariencia, el sonido o el olor de un per ro .Débiles huellas de iconicidad aparecen en las onomatopeyas y formas par- cialmente onomatopéyicas, y hemos visto ya que incluso en ellas interviene en gran proporción el elemento arbitrario (§ 35.3).

En los fenómenos paralingüísticos puede darse un cierto tipo de iconici-dad. En nuestra cultura, el hablante suele aumentar el volumen de su voz a

impulsos de la ira y hay quizás alguna correlación aproximada entre la magnitud de su cólera y la magnitud del volumen incrementado. Los grados, de cólera son significados y los grados de volumen son las señales que asmiten esos significados, de modo que la representación continua de aquéllos por éstos es icónica.

En la medida en que los sistemas vocal-auditivos de mamíferos y aves son semánticos, parecen ser también básicamente arbitrarios. Tal es el caso, ciertamente, de los gritos de los gibones, aun cuando el sistema de gritos (parece estar inmerso en un campo de variables continuas (lo mismo que el lenguaje en una matriz paralingüística) y en ese campo puede haber rasgos icónicos: la intensidad general con que un gibón emite el grito de peligro puede estar en función directa de la inminencia o importancia del peligro. la asociación entre éste y su característico grito es, pues, arbitraria, pero la correlación entre inminencia e intensidad es icónica.

En la danza de las abejas, la traducción de distancia en velocidad y de dirección en desviación de la vertical es algo enteramente arbitrario, pero dentro de ese marco arbitrario todos los demás detalles del sistema son icónicos: la velocidad de la danza es inversamente proporcional a la distancia al néctar y el ángulo de la danza respecto de la vertical es igual al ángulo entre la visual del sol y la dirección hacia el néctar.

La ventaja de la arbitrariedad sobre la iconicidad —en las lenguas humanas frente a la comunicación de las abejas, por ejemplo— es idéntica a la ventaja de un sistema alfabético de escritura sobre uno pictórico ( § 62.4) o a la que tiene una computadora digital sobre una analógica (icónica) para programar una infinita variedad de operaciones. Una computadora analógica, una escritur a pictórica, la danza de las abejas pueden estar maravillosamente adap-tadas para una función muy específica y al mismo tiempo ser inútiles para cualquier otra cosa. Los seres humanos pueden hablar acerca de todo; las abejas sólo pueden "hablar" acerca del néctar.

IX. Carácter discreto. Cuando alguien pregunta dónde está alguna cosa,muchas veces se responde señalando. Físicamente, mano y dedos puedenestar colocados en una infinita variedad de posiciones pero, comunicativa-mente, el ademán está presente o no lo está. Vale decir que de la totalidadde posiciones posibles de la mano y los dedos una serie continua de ellas seclasifican juntas como "señalar" y la serie continua restante como "noseñalar". Siempre que de un continuo físico de posibilidades se extraen en

e s t a forma ciertas regiones perfectamente discernibles unas de otras decimos que hay cuantización: lo que se obtiene es un repertorio de señales discretas.

En el gesto mismo de señalar, en cambio, el dedo puede apuntar a unavariedad infinita e insegmentable de direcciones, en forma necesariamente

imprecisa y sin otra delimitación que el relativo grado de exactitud que porlo general es suficiente para comprender la señal: el continuo físico de

direcciones posibles no está cuantizado y el repertorio de señales escontinuo. Entre señalar y no señalar, pues, el contraste es discreto; pero para

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inseparable de la dualidad.Muchos de los sistemas de comunicación inventados por el hombre mani-

fiestan dualidad. Un ejemplo es el código Morse, en el que los cenemas son puntos y rayas y silencios de diversa duración y los pleremas son combina-ciones de esos cenemas a las que se han asignado significados (v. gr. dos puntos significan la letra "I"). Otro ejemplo es la escritura ogámica que emplearon los hablantes de irlandés antiguo. Esta escritura tenía cenemas, que consistían en ciertos trazos elementales, y pleremas representados por ciertos ordenamientos de esos trazos; las denotaciones de los pleremas eran los fonemas del irlandés antiguo (figura 64.2).

En un sistema al que fuera posible atribuirle dualidad únicamente si el número de "cenemas" fuera igual o mayor que el de "pleremas", no exis-tiría de hecho ninguna dualidad verdaderamente significativa. Ésta sólo se encuentra en los sistemas que usan un repertorio relativamente pequeño de cenemas para componer uno relativamente grande de pleremas. No hay ningún ejemplo claramente atestiguado de dualidad significativa en sistemas animales de comunicación; en el sistema de gritos de los gibones, por ejem-plo, las diferencias entre los gritos son siempre globales. No obstante, sería prematuro concluir que la dualidad significativa es una prerrogativa exclusi-. vamente humana.

XII. Productividad. Fiemos mencionado ya ( § 18.1 y passim) el lugar común de que todo hablante puede decir algo que nunca ha dicho ni oído antes y ser perfectamente comprendido por sus oyentes, sin que hablante ni oyentes se percaten de la novedad en lo más mínimo: un sistema de comu-nicación en el que es posible crear y comprender sin dificultad mensajes nuevos es un sistema productivo. Hemos discutido también los mecanismos que lo hacen posible, que se pueden clasificar juntos bajo el nombre de analogía (§ 50.1). Hemos visto, por último, al tratar la ontogenia lingüística ( § 41.3), cómo llega un momento en el que todo niño produce su primera emisión nueva construida analógicamente, y hemos señalado que recién después que ello ha ocurrido pueden sus hábitos lingüísticos amoldarse len-tamente a los del habla adulta que lo rodea.

La danza de las abejas también es productiva, en cuanto una obrera puede informar acerca de una localización sobre la .que no ha habido ninguna comunicación previa. Pero, de hecho, cualquier sistema semántico continuo (y por lo tanto icónico) es necesariamente productivo. Un sistema discreto, i en cambio, no lo es necesariamente, y los mecanismos analógicos que hacen productivo al lenguaje son muy diferentes de los que son responsables de la productividad en la danza de las abejas. En un sistema discreto la producti- vidad implica que algunos mensajes del sistema —tanto los antiguos como el que acaba de crearse— son pleremáticamente complejos; es decir, que consis-ten en un ordenamiento de dos o más pleremas, en lugar de consistir cada uno en un solo plerema indivisible. Partiendo de un sistema sin complejidad pleremática, existe una sola variedad de analogía por la que puede crearse un

nuevo mensaje: el cruce (§ 51.2); un poco más adelante ( § 64.4) se verá la importancia de este hecho.

Fig. 64.2. La escritura ogámica.Las líneas de base verticales representan el canto de las piedras en que se ha-cían las inscripciones. Los trazos horizontales y oblicuos constituyen las letras del sistema. Cada letra representaba un fonema del irlandés antiguo, con algunas de las habituales irregularidades y omisiones; las letras latinas impresas junto a las ogámicas indican esos valores con aproximación. Cada letra ogámica, pues, era un plerema. Pero las letras se componen de uno a cinco trazos, en uno u otro de tres ángulos respecto de la línea de base y extendiéndose a ambos lados de ella o sólo a un lado: estos hechos revelan la estructura cenemática del sistema. "Dirección", "ángulo" y "número" no significan nada en sí mismos, pero sirven para distinguir las letras (los pleremas) unas de otras.

Hay una distinción de principio entre un sistema semántico discreto pro-ductivo y uno improductivo, aunque este último tenga un número enorme de mensajes. Porque si un sistema discreto es improductivo, el número de mensajes, por enorme que sea, es necesariamente finito. En cambio, la pro-ductividad supone sólo un número finito de unidades elementales de señalación (morfemas) y de pautas, pero permite la generación de un número transfinito --aunque enumerable— de mensajes totalmente distintos.

La productividad debe distinguirse de la dualidad. En el sistema modifi-cado de Paul Revere —con quince linternas— las convenciones semánticas asignan significados enteramente discretos a cada mensaje total, de modo que cada mensaje es un solo plerema y no hay complejidad pleremática: el sistema tiene, pues, dualidad, pero no productividad.

De los restantes sistemas que hemos descrito, ninguno manifiesta produc-

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XIV. Prevaricación. Los mensajes lingüísticos pueden ser falsos y pueden no tener ningún significado en el sentido lógico. Esta propiedad, que llamaremos prevaricación, se halla en la base de la mentira, de la ficción, del error, de la superstición, pero, también, de la formulación de hipótesis. No es una propiedad independiente, pues parece derivarse de la semanticidad, el desplazamiento y la productividad: sin semanticidad, no se puede verificar si una señal tiene significado y validez; sin desplazamiento, la situación a que se refiere el mensaje debe estar siempre en el contexto inmediato; sin productividad, difícilmente podrían generarse mensajes sin significado. No obstante, se podría imaginar un sistema que tuviese esas tres propiedades pero careciese de prevaricación.

Ninguno de los otros sistemas animales de comunicación que se conocen parecen presentar esta propiedad.

XIII. Trasmisión cultural o tradicional. Para que un organismo pueda participar en un sistema de comunicación, las convenciones de ese sistema tienen que establecerse de alguna manera en ese organismo. Hay dos mecanismos biológicos que lo hacen posible. Uno es el mecanismo genético: loa genes de un individuo, heredados de sus padres, rigen la pauta de crecimiento y, por ende, las pautas de comportamiento de ese individuo. El otro mecanismo es la tradición.

El ser humano, cuando nace, no habla ninguna lengua. La lengua que llega . a hablar más tarde es la que usan las personas que lo rodean, ya sea que se trate de la lengua de sus antepasados biológicos o no y, si no lo es, sin que ello afecte en lo más mínimo el grado de habilidad con que llegue a hablarla ni el tiempo que requiera para aprenderla. Si, como ocurre ocasionalmente, una criatura se cría en absoluto aislamiento o entre animales, no apremie ninguna lengua. Pero si, en cambio, se cría en sociedad y es biológicamente normal excepto alguna deficiencia marginal, como la sordera o la ceguera, es de advertir que tales impedimentos frecuentemente se superan, en forma tal que los hábitos lingüísticos de una persona sorda, por ejemplo, llegan a se, prácticamente idénticos a los de las personas con quienes vive. Finalmente, conviene recordar que se ha intentado varias veces enseñar a hablar a individuos de alguna otra especie, pero todos esos esfuerzos han fracasado.

De lo anterior se desprenden inmediatamente tres conclusiones: 1) los genes humanos no son específicos de las particularidades de ninguna lengua, sino permisivos de cualquiera y de todas; 2) los genes humanos —y única, mente los humanos— son una condición necesaria, pero no suficiente, para la adquisición de una lengua, y 3) el papel de la genética no se limita a ser pasivamente permisivo: el fenotipo humano comprende también un fuerte impulso positivo hacia la participación en el intercambio comunicativo de Ia sociedad, impulso que sólo puede frustrar el aislamiento más completo.

A ello se limita el papel de lo genético en el lenguaje: En la continuidad de hábitos lingüísticos de generación en generación interviene además, principalmente, el otro mecanismo mencionado, la tradición. Todo comportamiento tradicional es aprendido, pero no todo comportamiento aprendido es tradicional. Para que lo sea debe haber además enseñanza por parte d otros individuos de la misma especie, impartida mediante un computa miento que no esté determinado exclusivamente o principalmente por vía genética, sino que haya sido aprendido a su vez de maestros anteriores. Así, por ejemplo, si hay realmente algún elemento de aprendizaje en el picotea,

cada vez más preciso del pichón de gaviota, no hay, empero, trasmisión tradicional, dado que el complementario comportamiento condicionarte de la gaviota adulta es en sí mismo enteramente instintivo.

Definida en esta forma, la tradición no es, obviamente, una prerrogativa humana. Entre chimpancés en cautiverio se han observado algunas tradiciones de vida efímera; pero el grado en que la tradición suplementa a la genética en la trasmisión, de una generación a la siguiente, de los cantos de los pájaros, de los gritos de los gibones o de las pautas vocales de varias otras especies constituye todavía un interrogante. Lo más probable parece ser que, al menos en los mamíferos terrestres y en las aves, la genética y la tradición obren en constante complementación dialéctica, sin que en ningún caso sea una sola de ellas el mecanismo enteramente responsable.

La tradición se transforma en trasmisión cultural cuando en la trasmisión de hábitos tradicionales tiene amplia intervención el uso de símbolos: lo primero que comienza a adquirirse es el sistema de comunicación de la comunidad y todo aprendizaje ulterior, tanto de los demás de ese sistema como de todo el resto de la "cultura", se lleva a cabo no sólo mediante demostración directa y experiencia sino también, en gran parte, en términos del sistema de comunicación. Para que un sistema de comunicación funcione eficazmente en esa forma debe tener, ciertamente, las propiedades de semanticidad, arbitrariedad (y, por consiguiente, carácter discreto), desplazamiento, productividad y también, probablemente; trasmisión por tradición. Esta combinación de rasgos fundamentales es la que parece producir símbolos en el sentido que se da más frecuentemente a esta palabra en el lenguaje filosófico-científico de la actualidad.

Debe notarse que definir trasmisión cultural y los rasgos esenciales de un sistema de comunicación que la haga posible en la forma en que lo, hemos hecho equivale a afirmar que sólo horno sapiens, en lo que sabemos hasta ahora, tiene cultura. Pero no debemos dejar que esta conclusión nos predisponga en contra de eventuales descubrimientos empíricos que prueben lo

contrario.

tividad. Los gritos de los gibones, por ejemplo, configuran un repertorio total de entre nueve y doce gritos distintos, y aparentemente no hay ningún mecanismo que permita crear —y comprender— un grito nuevo. Sí parecen constituir sistemas productivos, en cambio, los cantos de algunos pájaros; al menos por el hecho de que cada ave enriquece con elaboraciones propias el repertorio básico de su comunidad, haciendo que su canto sea característico tanto de sí mismo como de su comunidad o especie. 4

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XV. Reflexividad. En una lengua es posible comunicarse acerca de la comunicación misma. Este carácter reflexivo del lenguaje no se encuentra, a lo que parece, en ningún otro sistema de comunicación. No es tampoco una propiedad independiente; parece basarse, en gran medida, en la producti-vidad: es, especialmente, el mecanismo formador de idiotismos (§ 36.2) el que asegura que podemos llegar a comunicarnos lingüísticamente sobré todo lo que podamos experimentar. Las abejas, por el contrario, sólo pueden4

danzar sobre lugares, pero no pueden danzar sobre la danza.

64.4. Los orígenes del lenguaje. De las quince propiedades del lenguaje que hemos descrito en el parágrafo anterior, productividad, desplazamiento, dualidad y trasmisión cultural pueden considerarse, en un cierto sentido, como las propiedades esenciales, centrales o básicas de todo sistema lingüís-tico: si no fuera por ellas, el lenguaje humano no se distinguirla verdadera-mente de la comunicación hominoidea en general. Desde el punto de vista de la evolución, es de suponer, pues, que fueron las últimas en aparecer, en un sistema que estaba ya caracterizado por todas las restantes propiedades no derivadas. Cuándo y cómo aparecieron, y en qué orden, es el interrogante que procuraremos satisfacer en este parágrafo. Para ello es necesario bosque-jar las diversas etapas evolutivas que precedieron los orígenes del lenguaje, dentro del conjunto total y drástico de cambios que convirtió en hombres a nuestros antepasados prehumanos.

Para la reconstrucción de la evolución humana contamos con dos tipos de datos: 1) los fósiles y los testimonios arqueológicos y geológicos; 2)1a estructura física y los hábitos de vida de los otros hominoideos de hoy y de nosotros mismos, que compartimos con aquéllos una ascendencia común que no comparte ninguna otra especie viviente; a esos antepasados comunes los llamaremos protohominoideos. El método de que nos valdremos es muy semejante al -que hemos descrito y ejemplificado en los capítulos sobre prehistoria lingüística (LVII-LX): el método comparativo, transferido del campo de la lingüística histórica al de la evolución biológica.

Entre los datos del primer tipo, el que mejor permite establecer la época y proveniencia de los protohominoideos es el proconsul, un hominoideo fósil muy antiguo del que se han identificado hasta ahora varias especies. De su localización, cronología y morfología se deduce que los protohominoideos debieron vivir en el este de África durante el rnioceno medio o inferior o --lo más temprano— durante el oligoceno superior.

A continuación, y sin mencionar los datos en detalle, daremos una carac-terización de los protohominoideos que resulta principalmente de aplicar el método comparativo a lo que se sabe de los hominoideos de hoy; teniendo en cuenta, además, todo cuanto sabemos sobre los dos mecanismos de cambio en la evolución biológica: genética y tradición (§ 64.3). Para hacer más vívido el cuadro nos permitiremos también algunas interpolaciones con un grado de precisión que, en algún caso, puede no estar plenamente justifi-cado.

Los protohominoideos. De sus antepasados totalmente arborícolas here-daron la aguda visión acomodativa característica de los primates superiores, el poco sentido olfatorio, la transformación de las extremidades anteriores en brazos libremente movibles, con manos manipuladoras, y el encéfalo algo más grande que en el común de los mamíferos terrestres. Eran más pequeños que nosotros, pero más grandes que los gibones; tenían músculos faciales móviles y grandes caninos; era peludos y carecían de cola.

Eran expertos trepadores y pasaban buena parte de su vida en los árboles de los bosques tropicales o subtropicales que constituían su hábitat; allí tenían sus nidos y allí dormían. Pero no eran muy expertos en la braquia-ción y sus actividades se desarrollaban no sólo entre los árboles, sino tam-bién en tierra. Allí podían adoptar una postura semierecta y sentarse dejando los brazos libres para la manipulación; podían caminar en cuatro patas y correr con las dos posteriores, pero la marcha bípeda era infrecuente y torpe.

Ocasionalmente recogerían un palo o una piedra y los usarían como herramientas; es posible que los modificasen ligeramente, con manos y dientes, y que los transportasen un corto trecho para uso inmediato, arroján-dolos después. Transportaban también otras cosas, en la boca o con las manos, durante la construcción del nido.

Su dieta era vegetariana, pero figuraban también en ella gusanos y gorgo-jos y, algunas veces, pequeños mamíferos o aves que por estar lastimados o enfermos no podían escapar. Ocasionalmente se alimentaban también con los despojos de los animales carnívoros.

La gestación duraba unas treinta semanas y los mellizos eran tan raros como lo son hoy entre los seres humanos. La prole requería y recibía los cuidados maternos durante muchos meses. El crecimiento se completaba, en ambos sexos, a los nueve o diez años y el lapso vital era, potencialmente, de unos treinta años. El ciclo menstrual reemplazaba en las hembras la época del celo. Los machos adultos se interesaban sexualmente por las hembras y "paternalmente" por la prole, pero sin lazos familiares permanentes.

Se agrupaban en bandas de diez a treinta miembros, cuya constitución típica era de uno o muy pocos machos adultos, varias hembras y la cría. Cada banda habitaba un territorio de límites imprecisos cuyo centro era el grupo específico de árboles en que construían sus nidos. Con respecto a las bandas adyacentes las relaciones eran neutrales u hostiles, rara vez amistosas; pero debía haber bastante contacto como para proveer a un cierto inter-cambio de genes. Dentro de cada banda las actividades colectivas demanda-ban coordinación, la que se obtenía mediante varias formas de comunica-ción: movimientos del cuerpo, empujones y tironeos, cambios en el olor corporal y señales vocales. Las convenciones de esas formas de comunica-ción se trasmitían en gran parte genéticamente, pero en cierta parte también por tradición, adquiriéndolas los jóvenes a través de su participación, bajo la dirección de los adultos, en las actividades del grupo. Esto supone una cierta capacidad para aprender por experiencia y para trasmitir a otros miembros

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de la banda cualquier nueva habilidad así adquirida, en un proceso más deenseñanza y aprendizaje que de lenta selección genética.

No tenían la facultad de hablar. Lo más que podemos atribuirles válida-mente a este respecto es un sistema de gritos similar al de los modernosgibones ( § 64.2), que era, corno éste, improductivo y carecía de las propie-dades de desplazamiento y dualidad; tenía en común con el lenguaje huma-no, en cambio, las propiedades I-IX(§ 64.3) y quizá también, hasta ciertopunto, la de trasmisión tradicional. Aunque lo más seguro es suponer que latradición desempeñaría un papel muy secundario respecto del mecanismogenético.

Hemos completado así esta breve caracterización de los protohominoi-deos, la cual nos servirá de punto de partida para la historia de nuestrapropia evolución.

Los homínidos Los datos geológicos indican que una o más veces duran-

te el mioceno se produjo, en el este de África, un cambio climático queconvirtió gradualmente el bosque tropical continuo en una sabana abierta

con bosquecillos aislados. Al retirarse los árboles algunas bandas de hominoi-deos retrocedieron con ellos, sin abandonar nunca su clásica existencia arbo-rícola: sus descendientes de hoy son los gibones. Otras bandas vinieron aencontrarse en bosquecillos aislados cuya extensión disminuía poco a poco.Con el tiempo, aquellas cuyos miembros no estaban físicamente capacitadospara atravesar campo abierto en busca de otros árboles se extinguieron; loshominoideos que pudieron hacerlo fueron los antepasados nuestros y de losmonos antropoides. Pero la presión cada vez mayor de población en esosoasis arbóreos cada vez más reducidos forzaría a las bandas a competir entre sí por sus recursos; con el tiempo, los más fuertes quedaron dueños de losárboles: algunos de ellos fueron los antepasados de los monos antropoides.Los otros, los que fracasaron y debieron abandonar los árboles, fueron losantecesores del hombre. Es en este punto, cuando empezamos a referirnos alos prehumanos, con exclusión de los presimios, donde debemos dejar dereferirnos a ellos como "hominoideos" para llamarlos en adelante "homínidos".

La vida lejos de los árboles estaba llena de incomodidades y peligros y la

supervivencia se hacía muy difícil: podía escasear el alimento habitual y

también el agua, pues ésta es abundante donde hay árboles; tanto los animales

de presa como los grandes cuadrúpedos hervíboros eran fuertes y temibles. Para

poder sobrevivir en ese medio hostil —en el que debió desaparecer un enorme

número de hominoideos— era preciso que se produjeran cambios en la estructura

física y en 'el estilo y formas de vida de algunos individuos, que los adaptaran

mejor a las nuevas condiciones.

De esos cambios adaptativos los más importantes fueron, sin duda, losque tenían relación con el transporte de objetos de un lado a otro. Rudi-mentos de esa actividad aparecían ya, según vimos, entre los protohominoi-deos, pero éstos necesitaban sus manos sobre todo para trepar y para la

locomoción: el palo que se llevaba al nido se transfería a la boca cuando elanimal debía asirse a las ramas y la herramienta ad hoc se abandonabacuando había que avanzar. Las condiciones no son mejores en tierra si sesigue necesitando de las manos para caminar; pero si la locomoción bípeda esde algún modo posible, las manos quedan libres para transportar objetos: yel valor de esto último para la supervivencia sirve a su vez para promover unaestructura corporal adaptada a la locomoción bípeda.

Las primeras cosas que se transportaron fueron seguramente toscas armasdefensivas y los restos de las víctimas de animales carniceros, al principiodentro del territorio de la banda y más tarde llevados de un lugar a otro altrasladarse toda la banda; al transporte de armas y alimentos debió sumarseentonces el transporte de pequeñas cantidades de agua —tan necesaria a losprimates—, recogida en las grandes hojas de las plantas tropicales.

Los efectos laterales de esa actividad fueron de incalculable importancia:no sólo que su inmediato valor práctico ayudó a promover la locomociónbípeda, sino que ésta a su vez promovió, por vía de selección, el incrementode esa actividad y la postura erecta que hace mecánicamente más cómoda lamarcha en dos pies. Otra consecuencia fue que dio lugar a un tipo decomportamiento que tenía todas las apariencias externas de lo que llamamos "memoria" y "presciencia": con el correr del tiempo, esas aparienciasdieron origen a las características psicológicas a que se refieren los términos.Una tercera consecuencia fue un cambio en el régimen dietético: las armasde defensa se convirtieron gradualmente en ofensivas y la carne pasó aformar una parte cada vez mayor de la dieta de los errantes homínidos delmioceno y el plioceno. Por último, el uso de las manos para transportarsignificó que la boca y los dientes —que los otros mamíferos terrestres, lasaves y aun los reptiles emplean típicamente para ese objeto— quedarondisponibles para otras actividades. Esto es tan importante que se puedeafirmar con confianza que si la evolución primate y homínida no hubiesetransferido de la boca a la mano la función prensil y manipuladora primeroy la transportativa después, el lenguaje humano tal como lo conocemos nose habría nunca originado. ¿Qué habían de hacer los homínidos con suboca, ahora relativamente ociosa excepto al comer? La respuesta es: parlo-tear.

El sistema de gritos de los protohominoideos no se había perdido en laetapa a que hemos llegado. Ahora bien, la caza de animales peligrosos esdifícil con armas tan primitivas y debe hacerse en colaboración. Ello exigecoordinación de los actos de los participantes; pero las manos sostienenarmas y no pueden emplearse para ninguna señal muy complicada, en tantoque la atención visual debe dividirse entre los movimientos de la presa y losde los demás participantes: todo ello favorece una mayor flexibilidad de lacomunicación vocal-auditiva, que permite coordinar las acciones sin tenerque interrumpir la tarea.

La caza colectiva, la participación general en el reparto subsiguiente y eltransporte de una variedad de objetos cada vez mayor, todo presiona en

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favor de lo que podemos llamar vagamente la "socialización" de los miem-bros de la banda; y en favor de una organización social más compleja, a la que sólo se puede llegar con una comunicación más flexible.

El "prelenguaje". Un sistema de gritos puede hacerse más flexible, dentro de ciertos límites, desarrollando gritos totalmente nuevos que correspondan a tipos adicionales de situaciones recurrentes. Pero no puede dar el primer paso hacia el lenguaje, tal como lo conocemos, a menos de ocurrir otra cosa: a través de un proceso corno el que a continuación describiremos, el sistema cerrado se hace productivo.

Representemos la configuración acústica de alguno de los gritos del sis-tema —el que significa `comida', por ejemplo—, arbitrariamente, con la serie de letras ABCD y la de otro —el que significa `peligro'—, con EFGH. Estas representaciones sólo indican que cada grito posee dos o más propiedades acústicas en las que podían concentrarse los oídos primates: no importa de cuántas propiedades se trata ni cuáles son exactamente. Podía suceder que algún homínido se encontrara ante una situación caracterizada juntamente por la presencia de comida y la inminencia de un peligro y que emitiera —en lugar de uno u otro de los gritos apropiados— uno que reunía las caracterís-ticas de ambs: por ejemplo, ABGH. Si esto se repetía varias veces, más tarde o más temprano los otros miembros de la banda acabarían por respon-der en la forma apropiada, lo que hacía posible enfrentarse con una situa-ción desusadamente compleja en forma más eficiente que antes: así refor-zado, el hábito del cruce de dos gritos anteriores para producir uno nuevo ganara terreno.

En realidad, es forzoso creer que eso fue lo que ocurrió, porque el meca-nismo del cruce constituye la única forma lógicamente posible en que un sistema discreto improductivo puede evolucionar hacia uno productivo (§ 64.3). Ahora bien, volviendo al ejemplo anterior: la mera aparición del nuevo grito, ABGH, no significa que el sistema ha pasado a ser productivo; un sistema de veinte gritos, o de cien o de mil, sigue siendo tan improduc-tivo corno uno de diez. Pero a partir del momento en que el nuevo grito entra a formar parte del sistema, tanto él como los dos más antiguos pasan a ser compuestos, en lugar de señales unitarias inanalizables. En ABCD, AB significa ahora `comida' y CD, `no hay peligro'; en EFGH, EF significa `no hay comida' y GH, `peligro'; en tanto que ABGH significa `comida y peli-gro': AB, CD, EF y GH acaban de adquirir los significados mencionados. Eventualmente podría aparecer incluso EFCD, significando, obviamente, `no hay comida y no hay peligro'. Así pues, son tres por los menos los gritos que ahora constan de dos partes cada uno, ninguna de las cuales está confinada a un solo grito. Ahora se tiene la base para el hábito de construir señales compuestas valiéndose de partes con significado, y es este hábito el que está en el centro de la productividad de las lenguas humanas. El mecanismo del cruce, pues, no convierte realmente un sistema improductivo en productivo: pero da el impulso inicial a esa transformación, como no puede hacerlo

ningún otro mecanismo conocido.Lo mismo que todos los otros pasos de la evolución, la "productiviza-

ción" del sistema de gritos de nuestros antepasados requirió literalmente miles de años. La producción accidental de un cruce —como el transporte casual y momentáneo de una piedra o un palo con la mano— es un brevísi-mo episodio; pero sabemos que cualquier tipo de evento potencialmente crucial puede ocurrir innumerables veces sin efecto visible por cada una de las veces en que tiene consecuencias minúsculas pero duraderas. Cuando finalmente se logró la productividad, su impacto revolucionario sobre la evolución ulterior fue tan grande como lo fue el del transporte manual.

En primer término, las convenciones detalladas de un sistema productivo no pueden trasmitirse enteramente por vía genética, sino que hacen necesa-rio un aprendizaje similar al del niño que aprende a hablar (capítulo XLI). El desarrollo de un sistema productivo, por lo tanto, confiere especial valor a la capacidad de aprender y enseñar que pueda tener una especie y tiende a acrecentar, por selección natural, la base genética de esa capacidad.

En segundo lugar, si hace falta aprender la mayor parte de las conven ciones de un sistema antes de poder usarlo con eficiencia, entonces mucho de ese aprendizaje acabará por tener lugar lejos de los contextos en que. tendrían pertinencia inmediata las emisiones que se practican. El desarrollo de un sistema de comunicación vocal-auditiva productivo y en gran parte trasmitido por tradición significa que es posible hablar de situaciones que no existen en ese momento; es decir, significa que a las propiedades que ya existen viene a sumarse el desplazamiento. Hablar de cosas que no están a la vista o que pertenecen al pasado o al futuro es muy semejante a transportar un implemento cuando no hay necesidad inmediata de él. Cada uno de esos hábitos, por consiguiente, refuerza el otro y es dificil decir cuál vino primero. No obstante, nos inclinamos a conjeturar que el desplazamiento fue posterior, dado que nuestros antepasados alcanzaron una conformación de las extremidades esencialmente moderna mucho antes que el cerebro, el cráneo y los dientes llegaran a ser lo que son ahora.

El antiguo sistema de gritos evolucionó, pues, hacia un sistema productivo cuyos detalles se trasmitían sobre todo por tradición, más bien que genética-mente, y que poseía además la propiedad del desplazamiento. Llamemos a ese sistema prelenguaje. Nada semejante a él se conoce en el mundo de hoy, pero como son muchos los sistemas animales de comunicación aún no esto diarios, alguno lógicamente igual al prelenguaje podría descubrirse. Lo que sabemos con certeza es que cualquier grupo de homínidos que hubiese desarrollado su comunicación vocal-auditiva sólo hasta esta etapa se extin-guió sin dejar descendientes. Por lo demás, es muy probable que si pudiéra-mos escuchar hoy el prelenguaje de nuestros antepasados nos sonaría más como gritos de animales que como una lengua, y que sólo un análisis muy atento pondría de manifiesto sus propiedades prelingüísticas.

El desarrollo de la productividad, con las diversas consecuencias mencio-nadas, acompañó o preparó el terreno a otros cambios importantes: es de

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suponer que la manufactura de herramientas —no simplemente su uso y acarreo— recibió de allí su mayor ímpetu; sus orígenes fueron ciertamente posteriores a los comienzos del prelenguaje.

El lenguaje. El desarrollo de la postura erecta, con la ascensión de la cara desde el extremo inferior de la cabeza al lado frontal, llevó el eje de la cavidad bucal a una posición aproximadamente perpendicular a la faringe, introdujo una marcada separación entre el velo y la glotis y dejó amplia libertad a la raíz de la lengua para moverse hacia aras en el espacio así pro-visto y al velo del paladar para moverse hacia arriba cerrando el pasaje nasal, Todas estas alteraciones hicieron al aparato fonador humano estructural-mente diferente, en varios aspectos, de los órganos homólogos de los demás mamíferos, inclusive los primates. Cientos de generaciones de parloteo, primero en un sistema de gritos y después en una prelengua, aumentan lo inervación del aparato fonador y enriquecen la representación cortical de eso región. Ahora bien, ninguno de esos cambios conduce directa e inevitable-mente a la dualidad de pautamiento, pero puede decirse que, en cierto modo, prepararon la escena para el desarrollo de los movimientos articula torios: los homínidos estaban en un estado en el cual, si la dualidad aparecía, la maquinaria que se usaría para ella iba a ser con toda probabilidad el tipo de movimientos articulatorios que nos son familiares.

La dualidad debió aparecer en la forma siguiente. El prelenguaje se hizo cada vez más flexible y más rico, a causa de sus muchas ventajas para lo supervivencia. El constante cruce entre emisiones generó un repertorio cado vez más grande de elementos mínimos de señalación con significado: los "premorfemas" de la prelengua. Sin dualidad, esos elementos debían sei holísticamente distintos uno de otro en configuración acústica. Pero el espa cío articulatorio-acústico disponible se fue ocupando cada vez con mayor densidad; algunos premorfemas llegaron a hacerse tan semejantes a otros que distinguirlos, tanto en producción como en percepción, se convirtió en 11011

exigencia demasiado grande para las bocas, los oídos y los cerebros homínidos. Algo debía suceder o el sistema se derrumbaría por su propio peso. Muchos sistemas así sobrecargados debieron sin duda sufrir un colapso, extinguiéndose después sus usuarios. Pero en un caso por lo menos se produjo una "mutación" brillante y afortunada: los premorfemas se empezaron a escuchare identificar, no por su configuración acústica total, sino ro

función dejos rasgos sonoros que aparecían en ellos en diversos ordenamientos. Simultáneamente con ese cambio en la técnica de la audición, Ion movimientos articulatorios no tendieron ya a la generación de una confi guración acústica total satisfactoria sino que se dirigieron a la producción suficientemente precisa de aquellos rasgos fónicos que identificaban a un premorfema frente a los restantes.

Al producirse ese cambio, los premorfemas se convirtieron en verdaderos morfemas, los rasgos sonoros en cuestión pasaron a ser componentes fonoló gicos y el prelenguaje se transformó en verdadero lenguaje.

Aunque brillante y decisiva, esta innovación no necesitó ser ni tan rápida ni tan ardua como la descripción hecha parecería sugerir. Sin dualidad, pero ya con productividad, el oyente se ve obligado a prestar atención' al del alle acústico y no apenas a uno u otro síntoma conveniente de una configu-ración acústica total; de otro modo no podría reconocer los premorfemas que componen un grito compuesto y responder a él en la forma apropiada. En tanto que en un sistema puro de gritos el principio solo' puede ser lo bastante distintivo como para identificara todo el grito, en el prelenguaje no se puede predecir desde el comienzo de un grito cómo continuará y cómo terminará. Evidentemente, ello abre el camino a la dualidad: en un cierto sentido, es muy pequeño. el paso que hay que dar para dejar de considerar que los detalles acústicos constituyen morfemas y empezar a interpretarlos corno identificando o representando morfemas.

La aparición del verdadero lenguaje a partir de un sistema de gritos improductivo, a través de los pasos y etapas que hemos expuesto, no debe mirarse como la sustitución de un tipo de sistema de comunicación por otro, sino más bien como el desenvolvimiento de un sistema nuevo dentro de la matriz del antiguo. Algunos de los rasgos del sistema protohominoideo están presentes todavía hoy en el comportamiento vocal-auditivo del hombre, pero como acompañamiento del lenguaje y no como parte de éste. Los protohominoideos podían variar la intensidad, la altura y la duración de un mismo grito, corno todavía podemos hacer nosotros al emitir las oraciones de una lengua; emitimos además ciertos gruñidos y gritos (jajá! , ¡hum!. ¡eh! ), que no son palabras ni morfemas ni parte del lenguaje: son los fenómenos paralingüísticos, reelaborados y modificados de muchas maneras por las condiciones de vida de los hablantes humanos, pero cuya prosapia -lo mismo que la de los movimientos comunicativos del cuerpo— es más a n t i g u a q u e l a d e l l e n g u a j e m i s m o .

En las páginas que anteceden hemos bosquejado los sucesivos pasos del progreso evolutivo que llevó dejos protohominoideos a nuestros primeros antecesores verdaderamente humanos. Pues afirmamos que tan pronto como los homínidos hubieron alcanzado la postura erecta, la marcha bípeda, el uso de las manos para manipular, para transportar y para manufacturar implementos y el lenguaje, se habían transformado en hombres. Sólo quedan en pie dos interrogantes: ¿cuánto tardó en producirse el cambio? , ¿cuánto tiempo hace que se completó?

Con seguridad los cambios no comenzaron antes del tiempo de los proto homínoideos y es verosímil que, después de separados los homínidos de los póngidos, no comenzaran todavía hasta muy avanzado el plioceno. Por otra parte, tenemos la convicción de que todos los desarrollos esenciales de que Demos hablado se habían producido ya a comienzos del pleistoceno, es decir, hace un millón de años aproximadamente.

El mejor argumento en favor de la conclusión que antecede lo ofrece el crecimiento subsiguiente del cerebro, atestiguado por los restos fósiles: desde hace ca. 750.000 años hasta hace aproximadamente 40.000 años, el

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cerebro de los homínidos creció constantemente. Aun cuando parte de ese incremento refleja un aumento general del tamaño del cuerpo, queda toda-vía 'un crecimiento relativo que hay que explicar. Debe desecharse total-mente la idea de que ese crecimiento fuera fortuito: un cerebro grande tiene demasiadas desventajas biológicas, las que sólo se pueden superar si hay compensaciones. Es necesario suponer, pues, que si una especie ha desarro-llado efectivamente un encéfalo más grande y con más circunvoluciones, el cambio tenga realmente valor para la supervivencia. Ahora bien, en el caso de nuestros antepasados de hace un millón de años la importancia de un cerebro más grande es obvia si, y sólo si, habían alcanzado ya lo esencial del lenguaje y de la cultura. El testimonio de los fósiles y del material arqueo-lógico no solamente apoya esta conclusión, sino que incluso sugiere que puede ser demasiado conservadora y que los orígenes del lenguaje y de la cultura son aún más antiguos.

Pero se podría pensar que aun siendo tan tempranas como hemos dicho lamayoría de las innovaciones cruciales mencionadas, una de ellas, el comien-zo de la dualidad, puede haber sido más tardía. Son dos las razones por las que creemos que la dualidad es tan antigua como todo el resto:

1) Un efecto secundario del crecimiento encefálico es que la parte superior de la cabeza es empujada hacia adelante para formar la frente. Pero no se ve claro por qué ello debiera ocasionar el retroceso de la parte inferior de la cara para producir el perfil humano esencialmente chato y perpendicular que hoy, con variaciones menores, prevalece. Aun tomando en cuenta los posibles factores que pudieron favorecer ese cambio (la recesión del hocico y la disminución de su mole son quizás útiles para el equilibrio de la cabeza sobre un cuerpo erecto; si el cocinar es un arte suficientemente antiguo, entonces tal vez esa predigestión externa del alimento pudo al menos hacer posible la reducción del tamaño de dientes y mandíbulas), todavía hay lugar para otra posible influencia: la que ejerce el hábito de hablar en una verda-dera lengua; vale decir, en una lengua que usa los tipos de movimientos articulatorios hoy universales, los cuales requieren movimientos precisos de abios, mandíbula, lengua, velo, glotis y musculatura pulmonar: Si es posible suponer en nuestros antepasados de hace un millón de años un verdadero lenguaje, entonces éste es lo bastante antiguo como para haber desempeñado un papel en los cambios evolutivos genéticamente controlados de lo que hoy llamamos los "órganos de la palabra". Y si esto es así, "órganos de la palabra" es, más que una metáfora, una descripción biológicamente correcta.

2) El testimonio de los fósiles indica que la diáspora humana a partir de África oriental no puede ser mucho más reciente que el pleistoceno medio.

Esto significa que para la adaptación genética a una gran variedad de climas y topografías el hombre dispuso de varios cientos de miles -de años. No obstante, el ser humano presenta una diversidad racial sorprendentemente

pequeña; mucho menor, por ejemplo, que la de los perros, producida en un lapso mucho más breve (incluso tomando en cuenta la distinta duración de cada generación en una y otra especie). La misma sorprendente falta de variedad se revela en ciertos aspectos del lenguaje. Casi todo tipo de articula-ción que se sabe funciona en una lengua aparece también en otras varias lenguas, sin ninguna correlación geográfica significativa. Los sistemas fonoló-gicos muestran una variedad mucho menor que la que podría fácilmente inventar cualquier lingüista. Tanta uniformidad excluye que haya habido invención independiente de la dualidad y de los modernos movimientos articulatorios en dos o más partes del mundo: los desarrollos fundamentales deben haberse producido una sola vez y difundido luego. Las innovaciones pueden ser antiguas o recientes, excepto por un hecho adicional: en todas las lenguas se hace un uso notablemente eficiente de la materia prima fono-lógica, lo que habla en favor de una gran antigüedad; es imposible imaginar que tanta eficiencia haya sido el resultado instantáneo del primer atisbo de dualidad.

Verdadera diversidad sólo se encuentra en aspectos más superficiales del lenguaje, lo mismo que en todas las otras fases de la vida humana en que la tradición y no la genética representa evidentemente el mecanismo más importante de cambio y adaptación; vale decir, en todo aquello que llamamos cultura. Llegamos, pues, a la siguiente conclusión: la evolución humana, completada antes de la diáspora, estableció un estado de cosas en el que todo cambio y adaptación ulteriores podían efectuarse, dentro de límites amplios, tradicional y no genéticamente. Es por este motivo que la diver-sidad de razas humanas es tan pequeña y que las lenguas y culturas de todas las comunidades, por distintas que sean, son elaboraciones de un único "común denominador" heredado.

NOTAS

Este capítulo, escrito hace casi diez años, ha tenido que ser revisado con detalle y profundamente modificado para preparar la presente versión española. En su redacción actual incorpora en buena parte Hockett (72) y resume Hockett y Ascher (74). •

La clasificación zoológica del hombre: Le Gros Clark (106), Simpson 149). Comunicación animal: Tinbergen (159), Frisch (43), Carpenter (29). Coon (32), La Barre (101) y Hooton (82, 83) se proponen trazar toda la historia del hombre; sólo La Barre hace algo más que mencionar superficial-mente el papel del lenguaje. Kroeber (96) sugiere un nuevo e importante tipo de investigación del comportamiento animal en comparación con el humano. La definición de cultura implícita en este capítulo concuerda sólo m algunas de las recogidas por Kroeber y Kluckhohn (97). Bloomfield (17, 19) se ocupa de la importancia del lenguaje para la tecnología y la ciencia; Hockett (68) es más general. Ruesch y Bateson (139) discuten las bases

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comunicativas de la neurosis; algo diferente es el enfoque de los "seman-tistas generales", especialmente Korzybski (94), Hayakawa (63, 64) y Rapoport (133). Whorf (31) trata de investigar el impacto diferencial de sistemas lingüísticos diferentes; sobre un reciente simposio en torno a eso tema trae información Hoijer (81).