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Capítulo 8 Trastornos de conducta Cynthia G. Baunz clínico importante en la infancia y la adolcsccncia. A menudo se presentan asociadas a rupturas fami- liares y desajustes posteriores del niño, producicn- do grandes costos en los sistemas judiciales y dc salud mental. Estas alteraciones han sido definidas con numerosos calificativos, tales como acring-our (Levitt, 1971), con<irrcfa antisocial (Kazdin, lY85; Robins, 1966), agresión (Patterson, 1974). trasrorno de cund~~.ta (Americm Psychiatric Association, 1987). conducm de oposición (Wahlcr, Leskc y Rugen, 1979) e insumisión (Forehand y McMahon, 1981). Laî conductas descritas dentro del ámbito de cada una de esas alteraciones muestran importantes sola- pamicntos y pueden caracterizarse. en general, como distorsionadoras, drwuctivas y de cal-ácter negativo. además de transgresoras de las normas sociales. Pal-a los pqxísitos dc esta discusión, los términos prol>le- ma.r de ronducro y conduc6o untisocial se utilizan pararcferirsc a los tipos de problemas antes citados. Clasificación de los problemas de conducta La variedad de definiciones del trastorno utiliza- das en las investigaciones parece contribuir alas dis- CYNTHIA G. BAUM . Department of Psychology, Xx Cathotic IJnivrrsiry of Ameñca, Washin@x,. IX 2COW. creparxias en los resultados. 1.x clasificacií,n li;,blc de lo:, problemas de conducta cs imp<x~anrc si dcrca~ mus ~,r*greesar en la invc.stigación r&cionxk* um su cti,,logia, desarrollo y pronóstico, arí como en ti,\ resp,v:stas a los tratamientos. Aunque se han prw pucsrr, diversas aproximaciones para Ia clasificación de 10,; trastornos infantiles en general (Achenbxh, 1985,. las derivadas de los enfoques molrivariados y clínicos han prevalecido en los trabajos realizados dentrr, de este ámbito. Aprrhnaciones derivadas del análisis mullivariante DC acuerdo con Quay (1986a, b). se ha demostra- do, cxsi sin excepción, la existencia de una dimen- sión rn los estudios de análisis factorial de proble- mas ,lc conducta infantil. Esta dimensión, etiquetada com, trasromo de cmd~iu (Quay, 1986bj. r>-u.s,o>-m> dp ctozducra agresivo ir$rrrsoc~~rlizoud<,o (TCAI; Quay. 1986:i) y agre.+a (Acbenbach y Edelbrock. 1976). se h;l observado en estudios multivariantes, tanto en investigaciones transculturales como en subgrupos étnican y raciales de Estados Unidos. Las seis carac- teríslicas asociadas más a menudo con el TCAI son: pelew, desobediencia, rabietas. destructividad, impar- tinewia y falta de colaboración; asimismo, aparcccn taml)ién frecuentemente intranquilidad y conducta bipwactiva. Sc ha hallado con menos frecuencia una segada dimensión, que surge a menuda en mues- 203

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Capítulo 8

Trastornos de conductaCynthia G. Baunz

clínico importante en la infancia y la adolcsccncia.A menudo se presentan asociadas a rupturas fami-liares y desajustes posteriores del niño, producicn-do grandes costos en los sistemas judiciales y dcsalud mental. Estas alteraciones han sido definidascon numerosos calificativos, tales como acring-our(Levitt, 1971), con<irrcfa antisocial (Kazdin, lY85;Robins, 1966), agresión (Patterson, 1974). trasrornode cund~~.ta (Americm Psychiatric Association, 1987).conducm de oposición (Wahlcr, Leskc y Rugen,1979) e insumisión (Forehand y McMahon, 1981).Laî conductas descritas dentro del ámbito de cadauna de esas alteraciones muestran importantes sola-pamicntos y pueden caracterizarse. en general, comodistorsionadoras, drwuctivas y de cal-ácter negativo.además de transgresoras de las normas sociales. Pal-alos pqxísitos dc esta discusión, los términos prol>le-ma.r de ronducro y conduc6o untisocial se utilizanpararcferirsc a los tipos de problemas antes citados.

Clasificación de los problemasde conducta

La variedad de definiciones del trastorno utiliza-das en las investigaciones parece contribuir alas dis-

CYNTHIA G. BAUM . Department of Psychology, XxCathotic IJnivrrsiry of Ameñca, Washin@x,. IX 2COW.

creparxias en los resultados. 1.x clasificacií,n li;,blcde lo:, problemas de conducta cs imp<x~anrc si dcrca~mus ~,r*greesar en la invc.stigación r&cionxk* umsu cti,,logia, desarrollo y pronóstico, arí como en ti,\resp,v:stas a los tratamientos. Aunque se han prwpucsrr, diversas aproximaciones para Ia clasificaciónde 10,; trastornos infantiles en general (Achenbxh,1985,. las derivadas de los enfoques molrivariados yclínicos han prevalecido en los trabajos realizadosdentrr, de este ámbito.

Aprrhnaciones derivadas del análisismullivariante

DC acuerdo con Quay (1986a, b). se ha demostra-do, cxsi sin excepción, la existencia de una dimen-sión rn los estudios de análisis factorial de proble-mas ,lc conducta infantil. Esta dimensión, etiquetadacom, trasromo de cmd~iu (Quay, 1986bj. r>-u.s,o>-m>dp ctozducra agresivo ir$rrrsoc~~rlizoud<,o (TCAI; Quay.1986:i) y agre.+a (Acbenbach y Edelbrock. 1976).se h;l observado en estudios multivariantes, tanto eninvestigaciones transculturales como en subgruposétnican y raciales de Estados Unidos. Las seis carac-teríslicas asociadas más a menudo con el TCAI son:pelew, desobediencia, rabietas. destructividad, impar-tinewia y falta de colaboración; asimismo, aparcccntaml)ién frecuentemente intranquilidad y conductabipwactiva. Sc ha hallado con menos frecuencia unasegada dimensión, que surge a menuda en mues-

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204 Psicopatología inCa”til

trâs de sdolcscentes delincuentes, y se ha etiquetadocomo crgresih sociolizrrda (Quny, 19Xhb), ~rusfwnode rodrcrrr socinlizado (TCS; Quay, 1986n) y de-/iwue,rre (Achenbach y Edclhrock, 197X). Las prin-cipales características de esta dimensidn incluyen:tener <malos compa”erus>>, fosas de casa y de 13 cs-cuela, îomcter robos en grupo. ser ficl a los amigosdelincuentes y pertenecer apandillas; asimismo, tam-hién apwccen en algunos estudios el embuste y Inconducta incendiaria (cl. hchenbach, 1978). Estxdos dimensiones han recibido confirmaci&~ adicio-nal en los estudios <lue ha” utilizado análisis de agru-paciones (cl~rsters) con niños nornxdes y niños de PI-blaciones clínicas (Edslbrock y Achenbach, 1980;Lcssing. Williams y Gil, 1982). Debe destacarse quetanto la dimensión TCAI como la TCS cae” dentrode los amplios síndromes denolninados .suhconfrulo-dos o rrreri«rizados (Achenbach y Edelhrock, 197X).

Basándose en los resultados de los análisis mul-rivnriantes y de una extcnsn investigación clínica,Patterson y cols. han di(crenciado dos graldes tiposde niños antisociales: agresores sociales (es decir, ni-fios que actúan de rnancra agresiva dc forma directaco”trrl las pcrsonäs) y ladrrmes (Püttcrson, 1982). Es-tos grupos se corresponden, ,qross<, motlo, a las di-~nwmion~s TCAI y TCS, rcspectiva”w~e. Los qrc-sores socialci y los ladrones posee” u” elevado nú-rimo de conductas con~““cs, siendo Ia principal laincuntici6in. Sin embargo. so” tanbié” evidentes C¡C.T-tiI5 dikrcncias en IUS rc~a~i~l~.5 hiii~~e~. d ~s;I-rrollo dc 11)s trastornos y la resyursta al tratamiento.Por cjcmplo, los agresores sociales tienden B su m$s~~ersivos e insumisos que los ladrones en su rïlacióncon los padres, mientras que los ladrones, cn can-hio. son m6s averhivos e insumisos que los niños~~ormalcs (Patterson, 1982; Reid y Hendricks, 1973).Los ladrones so” más proclives que los agresoressociales a tener contactos tardíos con los tribunales(Moore. Chamberlain y Mukai, 1979). Además, mu-chos niños exhiben síntomas «mixtos» de ambos ti-pos de problemas de conducta. Se ha wetiguado queestos niños experimentan un grave riesgo de ser so-metidos a malos tratos. Se ha especulado que km-bién experimentan mayor riesgo de sufrir desadap-taciones tardías que los niños de los tipos *pur»s~(Patterson, 1982). En apoyo de esta hipótesis, Líbery Schmalling (1985) hallaron que los niños quemostraba” tasas elevadas de conductas antisociales,unto maniticstas como encubiertas (es decir: peleasy mentiras, respectivamente), tenían mayor disfun-cii>n familiar y peor pronóstico que los niños quemostraba” ~610 conductas manifiestas o ~610 con-ductas encubiertas.

Los sistemas de categorías diagnósticss comien-za” habirualmente con observaciones clínicas queso” abstraídas parn creiu síndromes particulares ha-salos en el acuerdo entre los profesionales clinicus.DC éstos, el más utilizado en Estados Unidos es elManurrl Diuynóstiro y Esrdl:Ffirt> de los TrastrmmrMer~tnles, de la Ameritan Psychiatric Asxxiation,habitualmente usado en la forrrra revisada dc su tcrce-ra edición (DSM-III-R; APA, 19X7). Los diqnósti-cos del Eje Principal I q”e describen la’> itlterocionesde conducw de la infancia y la adolescencia cît6nagrupados en una subclase denominada Trastornosde Conducta perturbadora. Estos trastornos se carilc-teriza” por conductas socialmente perturbadoras queproducen mtís molestias a las personas del entornoque al propio individuo objeto del diagnósGco. Lossíndromes diagnfisticos específicos so”: Trastornopor Déficit Atencional co” Hipcrxtividad, Trnstor-“ 0 de Conducta y Trastorn<> Oposicionista Desa-fi;lnte. Otras aItcrxio”es dc conducta del Eje I enniños so” Trastorno de Adaptacii>n co” Altcrnci&rde Conducta o c<m Alteración Mixta de Emoción yCondoctn. y el cíxligo V (e\?adrx “ o atribuibles ii “11tr~smno mental pu” adecuados para lia i”tervcnción)dc Condrxta Antisocial Infa”lil !I Adolcsccntc.

1.x nxís gavc de esas altcräcio”es, c-1 Trastor”odc conducta, tiene como ras:” principal <cu” patró” decrmducta persistcntr en el que se trnnsgredï” los de-rechos b&icos de los de”& y las principales normasociales propias de laedad>> (APA, 1987, p. 53). Estaconducta acontece en forma típica e,n diferentes si-tuacio”es (en casa, en la escuela yen la comonidad),ante difercntcs persows (padres, compañeros y ex-traños) y rn diferentes nwrrxxtos (se requiere al “lc-nos un período de seis meses C” el que apwezcantres o mzís conductas antisociales). El robo y la agre-si0n física son esenciales pan cl diagnóstico, aun-que otras conductas tales como abandonar cl hogary mentir han mostrado poseer un gran potencial dis-criminativo en los resultados ohtenidos en un estu-dio de campo a nivel nacional que evaluó los crite-rios del DSM-III-R (APA, 1987).

Los tipos de Trastornos de conducta incluyen losde Grupo, Agresivo Solitario e Indiferenciada Aun-que el rasgo principal del tipo Grupo es la apariciónde conductas antisociales principalmente en activi-dades realizadas con otros compañeros, la agresiónfísica puede estar también presente. El tipo Agresi-vo Solitario se caracteriza por una actividad físicaagresiva iniciada por el propio individuo. Estos ni-

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Ros presentan escaso interés por ocultar su conductaantisocial y por hallarse aislados a nivel social. Eltipo Indiferenciado es el grupo restante de niños quemuestran una mezcla de rasgos que no pucdcn clasi-ficarsc dentro de los tipos Grupo o Solitko. El ma-nual señala que cl tipo Indiferenciado pucdc SCT máscomún que cualquiera de los otros dos tipos.

El Trastorno Oposicionista Desafiante se carac-teriza por una conducta desafiante e insumisa que seproduce más frecuentemente ante los padres, UUII-que puede darse igualmeote con otros adultos o co”compañeros. Las conductas co” importancia diag-nóstica incluyen el enfado. el discutir con los adul-tos y razhnrar sus mandatos. el censurar o molestarB los den&. y el maldecir. Aunque estos compwta-mientos pueden ohservnrse también en los Trastomosde Conducta. el Trastorno Oposicionista Desafianteno presenta transgresiones graves de los derechosde los demás que sí se nhwvan en los Tmsromos deconducta. En tnles casos, el dingw5srico de Trasror-no de conducta Prevalece sohie el diagnóstico deTrastorno Oposicionista Dcsafiantr (.4PA. 19X7).

Aunque las clasificaciones derivndx del dmhitoclínico como el DSM-III-R describen categorías dctrastornos que se basa” e” Ia presencia o ausenciade sintomas discretos, los enfoques multivariantesidentifican dimensiones conductuales que puedenaparecer en diferentes grados. Así, este enfoque re-conoce un continuo de conducta que lleva a unacomparación del individuo con una muestra clínicao normal. Además. el uso del análisis de agrupacio-“es para identificar gmpos de individuos co” patro-“es similares de puntuaciones en los factores. puedeproporcionar las bases para una taxot~omía derivadaempíricamente. Sin embargo. tales taxonomías noestá” exentas de dificultades. Por ejemplo. los rn&<~-dos de agrupaciones difieren en base al escalarnicn-to de los datos, debiendo elaborarse criterios respcc-to al número de conglomerados a considerar.

Quay (1986a) ha elaborado tres criterios pri”ci-pales pnra evaluar los sistemas de clasificación. Elprimero requiere que los rasgos sean definidos ops-rativamente y que covaíen. rasgo distintivo del en-foque multivarkmte. El segundo se refiere a la fia-bilidad de las observaciones. Las escalas utilizadashabitualmente en estas investigaciones han mostra-do poseer buenas fiabilidades entre ohserwdores paraTCAI y TCS en distintos ambientes (p.ej., entre pa-dra: Achenbach y Edelhrock. 1983). Aunque las

correlaciones de las punluacioncs dc los observado-res en los diferentes contextos son menores que den-tro de los mismos, este hecho pucdc proporcionarinformación sobre la variedad de la conducta cn di-ferentes situaciones (Achenbach. McConaughy yHowell, 1987). Por último. la clasificación debe serválida. Las dimensiones definidas por los enfoquesmultivarianles son discriminahles de otras y propor-cionan bases empíricas para investigar diferenciasde grupo en etiología, correlatos conductuales, evo-lución, resultados y respuesta al tratamiento. Sinembargo, las críticas a estos enfoques han señaladoIB amplitud dc las conductas evaluadas y In comp;,.rabilidad dc las dimensiones entre los divwsos estu-dios. Una dimcnsi6n no puede SCT identificada a me-nos que las conductas adecuadas sean evnluadas ysometidas a análisis. Sin emhxgo, dada la solidez dclos hallxzjios discutidos y la inclusividdd dc las con-ductas evaluadas a lo largo dc los cwdios, ca’. d..ficultades, aunque mcrcccdoras dc considcracií~n. tic-nen unn importancia nxnor en lo rcfererrk 2 las d-mensiones de tmstomos de cotlducta.

Cunndo los criterios de Quay (~I9Xha) se utili%x,xrn evalx~r el DSM-III-R, la revisiiin pnrecï mus-mr me,jorns resp”“to il las v*rsi0**s previas e,,cuanto a In operatividad de los crikrios di~grri,sticosmediante el uso de conduelas observables. Las des-cripciones de las conductas son más específicas queen versiones anteriores. Sin embargo. se precisa toda-vía el criterio clírlico rn aspectos con10 la frecuenciaco” que debe darse una conducta para que alcance elcriterio. Aunque los estudios de campo han estable-cido una disposición jerarquizada de síntomas que sesupone distingue los trastornos, no se ha establecidoempíricamente que estos rasgos covaríen. De hecho.algunos criterios discriminativos del Trastorno deconducta han pesado en factores separados segúninvestigaciones multivariüntcs. Por ejemplo, aunquea «robar sin cnfrcntxsc a una víctima» se le conficrcun alto poder discriminativo y «wbo con rnfrentn-micntrm cs el duodécimo de los trece criterios delDSM-III-R (p. SS), el mho está hahitual”xnte aso-ciado CO” el par6n TCS y se observa ra~ümentc encl patr6n TCAI.

Aunque en este momcnto no se disponc dc iník“ración respecto ala fiabilidad dc las categorías diag-nósticas del DSM-III-R, una amplia investigacii>nrealizada con cl DSM-III (APA, I980) señalaba queexistía una liabilidrrd inlerr)hscrvadores adecuada parala principal categoría del Trastorno de conduela asícomo para los subtipos Agresivo Infrasocialirado yAgresivo Socializado. Genemlmcntc. se ha encontra-do una escasa fiahiliùad interobservadorw para los

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subtipos no agresivos de Trastornos de Cunducta: clTrastorno Oposicionista y los Trastornos dc Adapta-ción (cf. Weny, Methven, Fitzpatrick y Dixon. 1983).

Respecto B la validez concurrente, el DSM-111-Rse ha mostrado más consistente con las dimensionesmultivariantes debido ala reducción de cuatro â dossubtipos principales. El tipo Grupo tiene un gran pa-recido con la dimensión TCS. Sin embargo, sunqucel tipo Agresivo Solitario pueda aparecer como unparalelc de la dimensión TCAI con la excepción de 1%conductas de pelea y destrucción, muy pocas de las ca-racterísticas de Ia dimensión halladas en los estudiosmultivariantes aparecen cn el tipo Agresivo Solita-rio. Las características restantes de la dimensiónTCAI (desobediencia, rabietas, impertinencia y faltadc cooperación) aparecen en el Trastorno Oposicio-nista Desafiante que posee un apoyo empírico limi-tado como dimensión separada y puede, dt: hecho,presentar conductas que aparecen de forma tcmpra-na en el desarrollo de problemas de conducta másgraves. Así, el DSM-III-R ha diferenciado los subti-pos esencialmente en base a la dicotomía Socializa-do-No Socializado (es decir, si las conductas apare-cen principalmente como parte de la actividad dcgrupo o bien cuando el individuo está sulo). Comoapoyo a esta diícrenciación de subtipos. las relncio-“es escasas con compañeros han demostrado serpredictivas de desadaptación pusterior en esta pi>-hlnción (Roff y Wirt, lY84). Más aún: al menos uncsrudio prospectivo ha sugerido que los ndolcscentesinfraswinlizados condenados por conductas delictivaseran más proclives a sufrir condenas y cncarcela-mientos en la adultez que los adolescentes socializa-dos (Han, Bardwell y Jenkins, 1980). Sin embargo.la agresión no es un aspecto discriminativo fundn-mental de este diagnústico, ít pesar de su demostradaestabilidad (cf. Olweus, 1979) y su milidad comopredictor de la delincuencia en varones (Farringlun,1978; Roff y Win. 1984) y de la actividad criminaladulta(Huesmann, Eron, Lefkowitzy Waldcr, 1984).La validez predictiva de los tipos Grupo y AgresivoSolittio así como la del tipo Indiferenciado, que ac-tuahnentc. puede ser más utilizado, requiere una in-vestigación más amplia.

Relaciones con otros trastornosde la infancia

Delincuencia juvenil

Debe hacerse una distinción previa entre proble-mas de conducta y delincuencia juvenil. Como se ha

sefialado antes, los comportamientos que constituyenproblemas de conducta dificultan la actividad delniño y son, a menudo, molestos pam los demás. L>e-Iincuencirr es un t&nino jurídico-legal que so utilizafrecuentemente para identilicar u niños y adolescen-tes que han realizado actos ilegales. Aunque es muyfácil que haya un cierto solapamicnto entre ambosgrupos, los problemas de conducta pueden no darlugar â una intervención policial o judicial, mientrasque los etiquetados como delictivos pueden 1x0 serconsiderados corno problemas de conducta.

La mayor parte de nuestro conocimiento sobrelos problemas de conducta, particularmente los de ladimensión TCS, proviene de la invcstigaci6n conmuestras de delincuentes. Dado que la delincuenciaes el tema del capítulo 9, el resto de este apartado seva a centrar en las caracter%ticas de la dimensiónTCAI.

Trastorno por déficit de atencióncon hiperactividad (TDAH)

La relación entre los problemas de conducta y elTDAH han dado lugar a amplias investigaciones ydebates. Los resultados de diversos estudios con nn&lisis multivarinnte sugieren la existcncin de dos di-mensiones que son independientes de los patronadr problemas de conducta. Se hau etiquetado c~m«prohlerrws de denriórl y sobrmcrivirlad moror~~ (cf.Edclbrock, Coste110 y Kessler, 1984).

Utilizandcl una escala dimensional en unx mues-trade niños de escuela primaria, Shapiro y Gurfinkle(1986) identificaron subgmpos de nitios dcsatentos-sobreactivos, niñus agresivos y un grupo mixto quecumplía ambos criterios. Sin embargo, estus gruposnt> se diferenciaban en ninguna dc las restantes va-riables evaluadas, incluyendo los ítcms de trastornepor déficit de atención de una entrevista de diagnós-tico y las tareas de una batería sobre atención. Ade-más, algunos investigadores han señalado que losproblemas de conducta y el TDAH no deben col*-templarse como síndromes separados, puesto que sonsimilares en sus comportamientos, distribución porsexos, etiología y consecuencias (cf. Lahey, Greeny Forehand, 1980; Shaffer, McNamara y Pincus.1974).

Los grupos de Trastorno de conducta y TDAH, talcomo son definidos por los criterios del DSM-III, sehan diferenciado de los grupos normales en diversasvariables. que incluyen excitabilidad. inquietud, in-teracciones sociales negativas. rendimiento acad6-mico e intelectual escaso y ambientes familiares es-

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tresantes (Werry, Reeves y Elkind, 1987). Sin em-bargo. para lograr la identificación de ambos tras-tomos, es crucial que los nifios que reciban tal califi-cación se diferencien de los otros niños en esas va-riables. Werry y cols. (1987) revisaron los escasosestudios comparativos sobre Trastorno de conduc-ta. TDAH y el doble diagnóstico TDAH con Tras-torno de conducta. Concluyeron que sólo la mayoralteración cognitiva awciada al TDAH y la mayor al-teración social que se produce en el Trastorno deconducta diferenciaron a ambos grupos en la mayo-tia de estudios revisados. Además, muchos niños al-canzaban los criterios para ambos trastornos y losgrupos de TDAH con Trastorno de conducta teníancl mayor grado de disfunción en los diversos aspec-tos evaluados. lo cual no debe sorprendernos.

En suma, aunque parece que pueden identificar-sc subgrupos puros de problemas de conducta y deTDAH, la validez de tal distinción está siendo se-riamente cuestionada. Además, las investigacionesincluyen a menudo individuos que cumplen ambosdiagnósticos sin diferenciar entre subgrupus, por loque las distinciones entre ambos grupos son aún másconfusns. En cualquier caso, parece que muchos ni-ños muestran características dc ambos trastornos.Los aspectos esenciales respecto a la evolución dife-rencial y a In respuesta al tratamiento dc los grupospuros y del grupo mixto están aún por resolver.

Depresión

La relación entre problemas de conducta y de-presión en los niños ha sido también objeto de unaimponante controversia. El concepto de depresiónencubierta (masked depression) describe a niños quepueden mostrar conducta antisocial (p. ej., agresio-nes. «hacer novillos», rabietas y abandonos de ho-gar). pero que también expresan sentimientos deinadaptación. indignidad y baja autoestima (Glaser.1967), por lo que se infieren elementos depresivos(Cytryn y McKnew, 1972). Por contra, se ha sugeri-do que cal «enmascaamiento» puede no ser más queuna manera de expresar quejas (Kovacs y Beck,1977).

Diversos estudios epidemiológicos y clínicos hansugerido que ambos trastornos puedi-n suceder demodo concomitante. En el Estudio de la Isla de Wight,Rutter. Tizard y Whitmore (1970) hallaron que el 21%dc los niños con alteraciones psiquiátricas se cwac-[erizaban tanto por síntomas emocionales como porconductas antisociales. Mtiage, Fine, Moretti yHsley (19X6) señalaron que el 17 % de los remitidos

a una clínica de depresión infantil alcanzaron loscriterios diagnósticos tanto pars trastorno de con-ducta como para depresión: la proporción varones/mujeres para esos diagnósticos fue 714. De modo si-milar, Puig-Antich (1982) halló que una tercera par-te de su muestra de niños remitidos a una clínicapara el estudio de la depresión alcanzaba los crite-rios para ambos trastornos.

Los estudios de análisis multivariante han mos-trado que esos trastornos constituyen dimensionesseparadas (Achenbach y Edelbrock, 1978; Quay,1986a). Sin cmbago, utilizando el análisis dz agru-paciones en una muestra de niños prepúberes, Edel-broch y Achenbach (1980) identificaron una agru-pación de niños deprimidos-asociales-agresivos querepresentaban el 7.6 Lla de la submuzstra de varones.Sin embargo, no se identificó ninguna agrupaciónen Ias niñas.

Parece que los problemas de conducta y la deprc-sión pueden ocurrir simulráneamcnte y aparecer mísfácilmcnre en los nifios. Se necesita más invzstiga-ción para determinar si existen diferencias significartivas cme los grupos puros y mixto en aspcclos ta-les COlil~l etiología, evolución y factores pronristico.

Prevalen&

Los trastornos de conducta poseen Ias mayorestasas de casos remitidos a centros asistenciales desalud mental, representando de un tercio (Gilbert,1957) a dos tercios (Wolff, 1967) de los niños remi-tidos, con una proporción niño-niña oscilante entre4: 1 y I ,6: 1 según c5os estudios. Faulstich, Monroe,Carey. Ruggiero y Gresham (1986) hallaron que un31% de pacientes ingresados (con edades entre 9 y18 años) cumplían los requisitos del DSM-III parael diagnóstico de Trastorno de conducta. Sin em-bargo, como IU naturaleza molesta de esta conductapuede dar lugar a que estos niños sean remitidos conmayor facilidad pan tratamiento, es imponante cva-luar los indica de ocurrencia en la población ge-neral.

En los csrudios cpidemiológicos. los problcmnsdc conducu fueron los trastornos más habituales,constituyendo el 4 Yo dc los individuos entre 9 y I Iaños en una muestra rural británica (Rutter y cols.,1970) y aproximadamente el 8 % de una muestra UT-baria (véase Graham, 1979). La proporción de sexosen ambas muestras era aproximadamente .3 a 1, conpredominio de los varones. Estas cifras parecen serclaramente consistentes en diferentes culturas. Porejemplo, en una rnuestrâ canadiense el 5,s % mos-

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208 Psicopatología infantil

traba problemas de cooducla cn un estudio subteprevalencia en una colectividad (Offord, Adler yBoyle, 1YXh). En este estudio, las proporciones va-riaban según sexo, edad (de 4 a 11 años WIXUS 12a 16 rrños) y tipo de residencia (urbano ~:rtxus rural).Los varones presentaban las tasas mayores en las di-ferentes categorías, con un mínimo del 5, I % en elgrupo rural más joven y un máximo del I l ,h $6 enel grupo rural de miis edad. Los problemas de co,,-docta aumentaban con la edad cn ambos sexos y LO-nâs de residencia.

La idcntiiicación de trastornos dc conducta pue-de variar dependiendo de los informadores. Porejemplo, sRlo el 5 % del grupo más joven en rl estu-dio de Offord y cols. (19S6) fue identilicado tantopor los padres como por el profesor. pues los profe-sores identificaban a m6s nitios como casos de pro-blemas dc conducta que los padres. Ruttcr y cols.(1970), por su parte, hallaron que los padres y profe-sores identificaban un número similar de niños conproblemas. pero ~610 en el 7 % de los casos estabandc acuerdo en que existía un trastorno psiquiátrico.l%tos desacuerdos pueden representar diferenciasCTI las percepciones de la conducto del niíio o en laocurrencia situacional de la conducta antisocial.

Dos estudios recientes han utilizad” las drlinicio-ne,s ùcl DSM-II1 cn sus estimxioncs de p~evalencia.Andcrson, Williums. McCec y Silve (1987) señaln-ron tosas del 5x7 Sr para el ‘l‘rairorno Op<xicioni~~ta ydel 3.4 Ch para el Trastorno de Conducta :\grrsivüSo~ializadn en uua muestra ncozelandesn de indivi-duos de once años de edad. En una pequefia muestraestadounidense con edades cntre 14 y 16 ~110s. lostratarnos Oposici”ni\ta y de Conducta representa-ban, respectivamente; cl X,7 y el 6 % de la muestra(Kashani. Beck, Hwpcr, Fallahi, Corcoran, WA-Ilister, Rosenberg y Keid, 19X7).

1.0s problemas de conducta parecen constituiruna de las principales clascs de problemas infantilesen diferentes culturas, con mayores tasas en los o-ños de edad m& avanzada. Además, en ambientesurbanrx hay mayor número de niños de edades infe-riores que muestran conducta antisocitil, siendo estatendencia menos cI<ara en los grupos de mayor edad.

Evolución y consecuencias

Patología adulta

Los estudios que han evaluad” las consecuen-cias de los problemas de conducta concluyen queuna parte importante de los niños que los padecen

rnostrxá algún tipo dc desajuste en la edad adulta.En uno de los estudios dc seguimiento miis ampliosde los casos remitidos a ccntrns médicos por cori-ducta antisocial, Robins (IYA6) wialó que cl 84 %Nde su muestra recibid algún diagnóstico psiquiátricoen la edad adulta. De ellos, cl 2X % fueron diagnobti-cados dc trastorno de personalidad antisocial. l3 rcs-t” SC inscribían en difercntcs categorías, tala comodrogodcpcndencias (particularmente alcoholismo).psicosis, neurosis y otros trastornos de persoxdid~d.En una revisión de los estudios de seguimiento dcnirios con problemas de conducta, Robins (1970)concluyí, que la personalidad antisocial es el di;,:-nóstico psiquiátrico más frccucnte en la edad adulra,con una incidencia media aproximada del 40% erl-tre las diferentes investigaciones. Dc hecho, se hasugerido que laconducta antisocial adulta raramentesucede sin que se haya dado antes conducto nntiso-cial en la infancia (Robins, 1978).

Hay otros hechos negativos asociados al resultadoen la cdad adulta. Incluye” tasas elevadas de hospi-talización (tanto psiquiátrica como 11” psiqui6trica).dcscmpleo y salario escaso, adaptación matrimonialy social deficiente, pobres resultados a nivel edu-cativo y conducta criminal (Bachman. Jobnston yO’MaIIcy, 1978; Robins, lY66). Más aún. estos patroocs son proclives a persistir de una ii otra gcncwción (cf. Huesmnm~ y cols., 19X4).

En general, los niilor que son remitidos p:wa IX-tamicnto por problemas dc conducta tienden J amos-trx más ;anomalías psiquiútricas y sociales co1110adolescentes y adultos que los nifios remitidos porsufrir trastornos emocionales 0 los niilos que nonnxstrn” problemas cn su infancia (Robins. IYhhj.A pesar de ello, la gravedad de los trastornos dc Iaadultez que surgen trm las alteraciones de la infan-cia muestra una variedad considerable; algunos dccsos adultos no cxhihcn conducta antisocial (Ro-hins, 1966, 1978). En consecuencia, se ha intenwlodeterminar qué aspectos dc la conducta infantil sonmejores predictores de mala adaptación en la edadadulta.

Predicción de resultados a partirde IU conducta en la infuncia

Una cdad de inicio temprana, particularmenteantes de los 8 a 10 at=,os de edad, sc asocia con ma-yores frecuencias e intensidades de conducta antiso-cial en la infancia y la adolescencia. Sin embargo,

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tal asociación puede reflejar más la emergencia tem-prana del TCAI que la del TCS en los grupos co”problemas de conducta. Por ejemplo, Gersten, Lang-her, Eisenberg, Simcha-Fagan y McCarthy (1976)hallaron diferencias entre el TCAI y el TCS encuanto a su estabilidad cn diferentes grupos de edad.un hallazgo que sugiere que el primero de esos pa-trones dc conducta es proclive a establecerse en unainfancia temprana (hacia los 7 años), mientras que elTCS puede no quedar asentado sino hasta despuésde los 10 años.

Si la conducta desviada se da con gran frecuen-cia, diversidad, intensidad y ocurrencia transituacio-nal. tamhién se asocia con un peor resultado (véaseLoeber, 1982). Aunque todos los tipos de conductaantisocial en la infancia pueden predecir una con-ducta adulta simil‘x (Robins, IY78), algunas conduc-tas específicas pueden ser mis propicias a antecedertrastornas dc Ia adolescencia y la edad adulta Estasconductas incluyen destructividad, vagahundcar fue-m de casa, mentir, robar (?.titchel y Rosa, IY8 1) yagredir (I%mington, 197X; Roffy Wirt, lYX4).

La investigacifin en tenlo a lil estabilidad dc la~,gresión ha rmatrndn que es considerable â lo largode diverso> pcriodos de tiempo. Huesmann y cols.i 1984) ssiíalxrm coeficientes de estabilidad dc 0.34para las mujeres y de 0.50 para los varones en un es-tudio dc seguimiento de 22 aìios. Aunque a menudose señala que In estabilidad es mayor para hombresque para nwjeres. tal diferencia pucdc rctlejar unosespectros más restringidos de Vales conductas en lasmujeres, o IU tendencia a utiliar rnucstras de menoredad en la mUyoria de estudios que incluyen muje-res (p. ej., Fagot, 1984). Las tasas de estabilidad másbajas señaladas frecuentemente para muestras demenor edad (Olweus. 1979) pueden reflejar la espe-cificidad de conductas que se manifiestan en un de-terminado nivel del desarrollo. Tal como ha sidodisculido por Cicchetti y Schncider-Rosen (1986).SC apera que las conductas que se dan en un contex-to determinado en un momento parricular del dssa-rrollo se transformen. Aunque pueden observarse con-tinuidades de algunas conductas antisociales apecí-ficas, los comportamientos tempranos pueden serprecursores de una variedad de conductas que ten-gan lugar en niveles más lardkx del desarrollo.

La identificación de patroncï dï progresión en laconducta antisocial tiene repercusiones importantesen la intervención sobre problemas de conducta enniños. I.as conductas tempranas de la secuencia que

son menos persistentes y menos intensas suelen sermás manejables mediante tratamiento.

Robins y Wish (1977) investigaron laposihilidadde contemplar la conducta desviada como un proce-so de desarrollo cuantitativo (en el que la apariciónde los tipos tardíos de conducta desviada dependetidel número de tipos de conducta ya manitéstados) ocomo un proceso cualitativo (en el que se necesitala ocurrcnciu de ciertas conductas específicas pura laapariciún de otras conductas tardías). Los resultadossugieren la importancia de los aspectos cuantitativosen el desarrollo de la conducta desviada. pero danescaso apoyo n un proceso cualitativo. Por ejemplo,cuando se estudió el consumo dc opio, se obserwj queiba precedido por el uso de la marihuana en un 92%de los casos (aunque sólo el 15 % de los consumido-res demarihuana siguieran utilizandoopidceos). Estosresultados sugieren que pueden crtahlecerse eslabo-ncs en la progresión de las conductos antisociales.

Patwrson (IYX7) propuso laexis~cncizi de una pro-gresión desde conducta desviada de poca gtnvedady elevada frscucncia hacia conducta desviada de ex-casn frecuencia pcn, de mayor gravedad. Los sínro-mas fueron clasificados según sus valores hasales yse determinaron las probnbilidxles cundicionulcs deocurrencia de los síntomas de menor frccucncia apartir de los síntomas de mayor frccucncia. La pro-gresiún dc síntomas resultante mis adecuada par;,los individuos etiquetados como Ladrone,s fue De-sobrdientc-Mentiroso-LadlonlnccndiUri«. Aunquela verdadera comprobación de la progresión de sín-tomas debe proceder de una investigaci6n Iongitudi-nal. cuen& con algún apoyo provenicntc de estudiossobre piromanía, que es la última conducta en laprogresión y, por lo tanto. debería ser la más grave ypersistente. En poblaciones clínicas, los piri>manosmostraban otras conductas extremas exteriorizadasque no cxhibian los nifios con prohlcmas de conduc-ia que no provocaban incendios (Kolko. Kardin y.Mcycr, 1985). El provocar incendios se encontrabaLamhién entre los predictorcs de la persistencia deltrastorno de conducta agresiva; según el estudio conseguimiento de dos años (Kclso y Stewut, 1986).

Hay un creciente número de investigaciones lowgitudinales que sugieren que los problema de co+duela manifestados antes de la cdad de IU primeradetenci6n son predictores de delincuencia (cf. Loe-her y Uishion, 1953). Loeher (1987) delimitó aúnmás esld progresión identificando vias separadas deevoluci6n para el TCAI y para los problemas deconducta no agresivos. Más concretamente, el TCAIparece evolucionar hacia ataques violentos que pue-den implicar. o no, daños a la propiedad, mientras

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que los problemas de conducta no agresivos precedena actos contra la propiedad. En ambos casos, la pro-gresión sigue un curso de menor a mayor gravedadde las conductas antisociales. munteniCndose los com-portamientos más antiguos ala vez que se adquierenotros nuevos. Además, la remisión est8 inversamen-te relacionada con el grado de la progresión.

Aunque la conducta de la infancia ha mostradoser un mejor predictor de la conducta antisocial adul-tn que los antecedentes familiares o In clase social(Robins, 1978), permanece la incógnita en torno alos factores etiológicos de la conducta antisocial cnlos niños. Tambien parece que una parte importantede los niños que muestran conductas antisociales nocontinúan la progresión hacia comportamientos másgraves. Sc cree que ciertos factores bioli,gicos. con-ductuales y ambientales que correlacionan con losproblemas de conducta funcionan cornc indicadoresde que un individuo tiene riesgo de incurrir en estasconductas, o como factores que influyen en la per-sistencia y progresión de las mismas.

Factores de riesgo

Correlatos bioldgicos

Los cstndios que toan investigado los factores bi»-lógicos asocindos con IU conducta antisiocinl se hanreferido fundamentalrncnte n muestra de delincuen-tes juveniles o a adultos que manifwtuban conducidcriminal o un trastorno de personalidad antisocial.Aunque la generalización de estw resultados a losproblemas de conducta en la infancia debe ser ciìlltc-losa, esta investigación ofrece interesantes posibilida-des respecto a la participación potencial de aspectosbiolí>gicos.

Estudios sobre adopción que han evaluado a adul-tos, separados de sus padres biológicos cn el momen-to del nacimiento o poco después, apoyan la parti-cipación de factores genéticos en los trastornos depersonalidad antisocial (Cadoret, Troughton. O’Gor-man y Heywood, 1986, Crowe, lY74) y en la crimi-nalidad (Hutchings y Mednick, 1977). Aunque no seha hallado relación entre la existencia de criminali-dad en el padre biológico y la presencia de diagnósti-co psiquiátrico (incluyendo trastornos de conducta)(Cadoret, lY78). alcoholismo o criminalidad (Boh-man. 1978) en muestras de adolescentes adoptados.sí se ha encontrado una relación entre posca un pa-

dre biológico antisocial o alcohólico y una conductaantisocial, pero no necesariamente criminal, en eldescendiente adolescente (Cadoret y Cin. 1980).

Refiriéndonos específicamente a los problemasde conducta agresiva, Twito y Stewart (1982) halla-ron el doble de problemas de conductn en hermanoscompleros que en hermanos por parte de un solo pü-dre, siempre en chicos varones. Los estudios han ha-llado tamhién mayores índices de concordancia engemelos monocigóticos (MZ) que en dicigóticos (DZ)en lo que se refiere â actos delictivos setinlados me-diante autoinforme (Rowe y Osgood, 1984), pero noen lo referente a actos delictivos sometidos n senten-cia (Rosanoff, Handy y Plessey, 1941).

Los datos respecto ala diferencia entre sexos enheredabilidad de la conducta antisocial y de la cri-minalidad sugieren que las chicas que forman partede pandillas poseen un mayor número de parientesafectos de tal circunstancia (Cloninger, Christiansen,Reich y Gotesman, 1978) y son más proclives quelos chicos pandilleros a tener padres biológicos concaracterísticas criminales (Sigvardssnn. Cloninger,Bohman y Von Knorring, 1982). Estos investigadn-res han sugerido que las mujeres poseep una mayorpredisposición que los hombres a manifestar con-ducta antisocial.

Ninguno de los resultados presentados descartí,influencia ambientales. De hecho, cuando las va-riables ambientales han sido evaluadas sistem;ltica-mente como parte del estudio, interactúan de formasustancial con los factores genéticos. Tales varia-bles ambienttales incluyen criminalidad en al menosuno dc los padres adoprivos (IIutchings y Mednick,1977), estancias prolongadas en instituciones y dcs-plaramientos a ambientes urbanos (Sigvnrdsson ycols., 1982). Más aún, los chicos parecían ser mássusceptibles que las chicas a los efectos ambientalesde la enfermedad psiquiátrica o al divorcio en In fa-milia adoptiva (Cadoret y Cain, 1980).

La anormalidad cromosómica. cspecinlmente laexistencia de un cromosoma Y aumentado o doble,fue implicada durante algún tiempo en la conductaantisocial a cansa de la elevada frecuencia de la mis-ma observada en poblaciones criminales y delincuen-tes. Sin embargo, esta frecuencia se refería a unamuy pequeña proporción de individuos antisocialesy la relaci6n parecía debcrse mis a un CI bajo a laagresión (Witkin, Mednick, Schulsinger, Bakkes-trom. Christiansen, Goodenough, Hirschhom, Lunds-teen, Owen, Philip, Rubin y Stocking, 1976).

Aunque los factores genéticos parecen estar in-volucrados en la etiología de la conducta antisocial.sabemos poco sobre los mecanismos implicados en

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la lransmisiú” genética. Es razonable concluir queciertas características biológicas que predisponen aalgunos niños a ser antisociales son heredadas. Si”embargo, es probable que los factores ambientalesjueguen un papel importante en la manifestación dela conducta antisocial.

El término funpemmenfo se refiere hnbitualmen-te a una clase de rasgo de personalidad que surgepronto en la vid” (normalmente en la infancia) y quemuestra alta heredahilidad (Buss y Plomin, l986),aunque hay críticas recientes a este punto de vista(véase McCall, 1986; Rutter, 1987). Sin embargo. losdatos parece” sugerir un componente de heredabili-dad en el temperamento y una asociación estadísti-camente significativa enrre esta caracrerística y pos-teriores problemas de conducta (para una revisiónvéase Plomin, 198.3). Refitiéndonos especificamen-tc a los problemas de conducta, Rutter, Birch, Tho-mas y Chess (lYh4) hallaron que los niños idcntitï-cados por sus p;~drcs como dc <<w~~pcramcnto difí-cil,> cn la infancia rcmprana tenía” mayores indicadc consulta clínica il la cdad dc 6 años por conductaagresiva y rabietas que los niños no etiquetddos “sí.

1.a relación enrre tempernn~enro y problemns deconducta se ha manifestado en presencia de pntolo-gía paterna (Camero”, 1977”) o en ausencia de pa-dres (Camero”, 1977b). La conducta agresiva en losniños etiquetados como <<difíciles» se ha asociadocon interacciones negafivas madre-hijo (Webster-Straton y Eyberg, 1982). conducta paterna conrrola-dora y negativa (Olweus, 1980) e interacciones ne-gativas con los hermanos (Brody, Stoneman y Bur-ke, 1987).

En la mayor parte de estudios, la utilización deescalas de apreciación par” padres confunde las per-cepciones de éstos co” la conducta real del nino.Los padres que perciben a su hijo como más difícilpueden act”a de modo que creen una predicciún au-tojustificante. Sin embargo, parece factible que lascaracterísticas negativas del niiio den lugar ” dife-rentes reacciones de los que le rodean.

La mayor parte de la investigación neurofisioló-gica que ha examinado el funcionamiento del siste-ma nervioso central (SNC) de los individuos antiso-ciales ha utilizado electroencefalogramas (EEGs).En muestras de adultos, se han hallado EEGs anor-males co” más frecuencia en criminales que en indi-

viduos controles (véase Mednick y Volavka, 1980).Estas anormalidades incluyen un enlentecimientode los ritmos alfa (8.10 Hz vwsus una amplitud “or-mal de 8-13 Hz) y la aparición de ondas de muy bajafrecuencia (ritmos theta de 4-7 Hz), que son conu-nes en bebés y niños pequeños pero no en adultos.Esta actividad de ondas lentas se ha interpretadocomo una señal de inmadurez o de la existencia deun SNC que funciona de modo subactivado.

Ampliando estas investigaciones a muestras deindividuos más jóvenes, Gabrielli y Mednick (1983)mostraron los resultados de un estudio prospectivode 129 chicos (con edades entre 1 I y 13 años), ex-traídos de una comunidad danesa, ” los ctoe se eva-luó la actividad EEG. Tras un seguimienlo de 9 años,el porcentaje dc actividad alfa lenta (8.10 Hz) en losregistros EEG originales discriminó entre los gru-pos de no delincuentes, delincuente en un” ocasióny delincuentes reincidentes.

Los adolescentes dclincucntcs violentos se hn”diferenciado de los no violenlos por un patri,n EEGde pnntas positivas en el área temporal, así cornotambién por otros indicadores de con~ul~ioncs y al-rzrncibn neurológica leve (Lewis, Shanok. Pincus yGlûser. 1979). Este hallazgo puede sugerir IU cxis-rencia de un nexo entre epilepsia dc híbulo Icmporal yconducta violenta. Campbell. Cohen y Small (1982)revisaron la literalura rcfcrcntc a tratamiento farmn-cológico de estas alteraciones y concluyeron que iim-que los antiepilkpticos disminuyeron las convulsio-nes, no permitieron, en general, observar cambiosen las conductas agresivas y de acrins-ouc

Parece existir una relación entre la presencia deanormalidades en el EEü y la conducta antisocial yagresiva crónica. Sin embargo, la naturaleza corre-lacional de la mayoría de estas investigaciones nosobliga a ser cautelosos co” esta inrerpretación; esposible que la conducta agresiva produzca una anor-malidad en el EEG. puesto que los orígenes de estasalteraciones están nún en discusión. La ausencia fre-cucntc de grupos normales de comparación abre laposibilidad de qoe otro factor. tal conm el CO”S”IIIOdc drogas, las prescripciones médicas o un traurnil-tismo haya conrribuido a estos resultados. Por úlli-mo, estos estudios fueron realizndos fundamental-mente en muestras de delincuentes criminales. y losresultados pueden no ser generalizables â los gruposcon problemas de conducta.

DCiicits en el nivel de acrivación vegetativa hansido considerados frecuenremenre como factores ca”-

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sales en el ámbito de las teorías sobre el trastorno dcpersonalidad ,ultisocial y la criminalidad (Hare, lY70;Quay- 1965). La iovestigaci6” se ha dirigido hacialas diferencias entre una wriedad de grupos antiso-ciales y controles respecto a los principales índicesvcgctativos: tasa cardiaca y respuesta electrodérm-ca (RCDs: respuestas de conductancia dérmica).

En una revisión de literatura sobre niños y ad»-Iexentes, Raine y Venables (IY84) concluyeron quela baja tasa cardíaca en reposo de los grupos antiso-ciales es un hallazgo consistcnfe en muestras de prc-adolrscentes y adolescentes. Esta variable permitíadiferenciar a los delincuentes, niños-problema idemtificados por el profesor y niños co” padres crimina-Ics. de los grupos co”troles.

Sc han encontrado diferencias consistentes en-trc grupos antisociales y no antisociales en la RCDsa la presentación de estímulos. Borkovec (1970) ha-Il6 RCDs bajas a un tono auditivo de intensidadmoderada en delincuentes «psicí>patas» comparadosco” <amrmales» o «neuróticos> (correspondi&tdose.,grosso ,nud«, co” las dimensiones TCAI, TCS y an-siedad). Resultados sirnilarcs se obtuvieron en de-lincuentes antisociales graves frente a delincucntcsantisociales leva (Siddle, Mrdnick. Nicol y Foggitt,19771. en individuos con problemas de conductafl-ente a’subgrupos hipcractivos de una “wSra co”trastomos de aprendiujc (Delamater y Lähey. 19X3)y en nifios co” conduela agreriw infrasocializadafrente :I niños “ormales iSchmidt. Solnnt y Bridger.1985j.

Estos resultados rugieren IB eulstencia de un ni-vel bajo de rc-spuesta vegetativa en individuos anti-sociales, espccialmcnte en aquellos que muestra” lasconductas más graves o en mayor número. Aunque110 la” firmcmcntï, los hallazgos neurolisioli>gicosde incrcmcnro de actividad de ondas lenu ofrecendatos que corroboran el papel de los mecanismos deacti\~ación.

Quay (1986aj expuso una teoría que contempla-ba la participación de la suhxtivación vegetativaenel desarrollo del TCAI. Basándose en el modelo deactivación de Fowles (19X0) de IU teoría del apren-dizaje de dos factores (üray, 1976). sugirió que unatasa cardíaca baja refleja déficits en la actividad delsistema de activación conductual que responde a larecompensa y que media la aparición de conductasde huida y evitaci&t; la baja respuesta electrodénn-ca evidencia déficits C” el sistema de inhibiciónconductoal, que detiene la conducta en presencia dedolor, castigo y estímulos “ovrdosos. Así. la con-ducta antisocial podría estar asociada a déficits deaprendizaje co” base fisiológica. Los datos que se

refieren a deficits de aprendizaje se disrutiSn dcn-tro de los déficits conductualcs.

Debido a la relación e”trc tcstuterona plas”&i-ca y agresión en los machos de diferentes especies.las primeras inwzstigacioncs bioquímica en hum;l-“os intentaron buscar tul rclwi6n. El trabajo inicialc” este drea de Persky. Slnith y Raso (1971) hallilrelaciones entre autoinfornlcs de agresión y testostc-ro”Lü plasmática en varones dc 17 i( ‘2X años, pero II<!cn ~i,rones de m&s de 3 I años. El autoinfomx dcagresión verbal o física, especialmente en rcspucst~~a la provocación y â In percepción dc ïmennza. co-rrrlacio”6 co” el nivel de testosterona cn adolescen-tes varones normales (Olweus, Mattsson, Schallin yLow, 19X0). Mattsson. Schalling, Olweus, Low ySvensso” (1980) hallaron tanrbién mayores “ivelesde t~stastero”a plasmática en delincuentes violetttosque en individuos controles. Si” cn~hargo, los resul-tados de los estudios co” hormonas so” difíciles dcinterpretar, dado que la test<~stc~ro”~ puede incre-menmse en respuesta â siwxir~nes aversivac. estrc-santes 0 físicamente exlcnulntcs (Olweus y WI\._1980). Así. aunque estas difcrcncias horr”onales noson suficientes para explicar Ia contluctii egresiv;~anrisocinl, pueden jugar un papel mediador en lasrcsp~~estns individuales a dc~crminxl;~s circut~st~wcias u~?bie”tnies.

La teorización respecto II pqwl de la serotoninauy In norad!~enalina (implicadas en los I~ICC~~~SIIIOScomplementarios dc Uctivación-itlhibicion y excitil-ción, resprctiwmcntc) c” Ia condrlcta agresi\~a c im-pulsiva ha dirigido la investigación hacia los nivclcsde metabolitos dc csos nc\lr»trilnsl~~isores. Invcstign-ciones pioneros co” adultos hallaron relación c”treniveles bajos de ácido 5.hirlroxindolacético (5.HIAA)en líquido cefalorraquídco (LCR) y una historia dcagresión e intentos de suicidio c” pacientes diagnos-ticados en primera instancia dc trastorno fronterizode la personalidad (Brown, Ebcfl, Goyer, Jimerson,Klein, Bunney y Goodwi”. lYX2). Mbs recientemen-te, Virkkune”, Nuutila, Goodwi” y Linnoila (1987)compararon los niveles de mctabolitos en LCR engrupos de pirómanos, agresores violentos habitualesy pacientes voluntarios hospitalizados. Las concen-traciones más bajas de 5.HIAA y de MPGH @meto-xi-4hidroxifenil-glicol, un metabolito de In noradre-nalina) SC hallaron en los pirómanos: concentracionessignificativamente inferiores se encontraba” en to-dos los agresores comparados co” los pacientes. 1.arelación entre conductas impulsivas-agresivas y ni-

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veles bajos de esos metabolitos (parlicularmente. el5.HIAA) parece ser independiente del diagnóstico,habi&ndose hallado también en grupos de depresi-vos y esquizofrénicos (p. ej., Ba&¡, Arato, Papp yKurez, 1984; Ninnan, Van Kammen, Schcinin, Lin-noila, Bunney y Gnodwin. 1984). Aunque la gene-ralización de esos hallazgos a los problemas dc con-ducta es limitada. el reconocimiento de tal relaciónparece estar fuera de duda.

Los niveles de dopamina-~~:ta-hidroxilada (DBH,un enzima que participa en la conversión de dopa-mina en noradrenalina) en plasma han sido analizadosen chicos con trastornos de conducta. Se han encon-trado niveles significativamente ba.jos de actividadDBH en un gruyo irrfrasocializndo comparado congrupos de individuos socializados o de voluntariosnormales (Rogeness. Hernández. Macedo y Mit-chcll, 1982). En este estudio, cl grupo con trastornode conducta socializado tenía nivclcs sifnificativz-rnentc altos de catecol-0.metil transfcrasa (COMT,un m~ima que transforma a la dopamina y noradre-nalin~~ cn sustmci~s inertes). Kogeness y cols. conpararon tamhiCn unü muestra de niños con un ~nivelpr&xic~mcntc igual acero de DLIH; admitidos eu unhospital psiqui6tnco para niños, con unü mnesrrnque poseía niveles de DBH más allos. Los vxonesdel grupo prdcticamente igual u cen) tenían mis sín-tomas de trastornos de conducta, más dificultadesde concentración y más relaciones alteradas, perorncnos síntomas de ansiedad y dcprcsión, que el grn-pu de comparación. Un subgrupo con trastorno deconducta infrasocialirado lendia significativamentea tcncr niveles de DBH prácticamente iguales acero. Sin embargo. la única relaciGn significativaentre diagnóstico y nivel de DBH en niñas fue unmayor número de diagnósticos de ansiedad por se-paración y ansiedad excesiva en cl grupo con bajosniveles de DBH (Rogeness, Hernández, Macedo,Amnmg y Hoppe, 1986).

El amplio espectro de valores de esos enzimas ymetabolitos en la poblacii,n normal (Ewinshilboum,Raymond, Elvebach y Weidman, 1973) hace quesus aplicaciones clínicas sean menos claras. Otroproblema reside eu la falta de precisión en la mcd-ción bioquímica cuantitativa. Por ejemplo, en estosestudios las fiabilidades tcst-ïetest de las medicio-KS son a menudo bajas. o no se señalan. La dieta, clestrés y el ejercicio parecen jugar un papel en losprocesos bioquímicos, e incluso la variación homeos-tárica puede contribuir u la variabilidad en la medi-cii>n. Más aún, factores bioquímicos similares estáninvolucrados en diversos trastornos, por lo que laduda surge en torno a su di&niticación unívoca cn

los trastornos de conducta. A pesar de ello, las rcla-ciones gen&icas del 5.HIAA en LCR (Sedvall, Fyro,Gullberg. Nyback, Weisel y Wode-Helgodt, 1980) yde la DBH y la COMT (Weinshilboum y cols.. 1971;Winter, Herchel, Propping, Friedl y Vogel, 197X)constituyen candidalos atractivos para futuras in-vestigaciones sobre las inlluencias genéticas y bio-químicas en la conducta antisocial.

Correlatos cmductuales

La teorizacióo c investigación en torno il lo> dé-ticits en la activación vegetativa ha dado lugar a uunotable inter&s por las manifestaciones conductu-les dz esos déficits. 1.a idea de que una activaciímvegetativa baja pucdc conducir a una neccsidxl deincrementar la estimulación ha sido puesta ü pwebncn algunos estudios crm chicos con problemas deconducta muy parecidos a los de In dimensión TCAI.Los resultados sugieren que estos chicos n~wxt~xrncnos atención continuad;l que los grupos dc .T<:.S <>dc retraidos ansiosos (p. ej., On-is. 1969). así comermenor tiempo dedicado a inspeccionar estimulosnovedosos si se le\ comparü con grupos de wuw’z-cosn o de individuos controles normales (Whitehill,DeMeyer-Gapin y Scott, 1976). Aunque estos resultados pueden interpretarse como una propensitin haciala busqueda de estimulación, los déficits de atenciónobservacional son una reminiscencia de los niñoscon TDAH y podtian reflejar la existencia de talesniños en los grupos experimentales.

La baja responsividad vegetativa parece estarimplicada de modo similar en la responsividdd dife-rencial en tareas de aprendizaje. La investigaciónpionera en este campo de Lykken (1957) sugirió qnelos adultos antisociales mostraban una ansiedad bajay una deficitaria capacidad para aprender n evitruuna descarga eléctrica. Este d&licit en la evitnción pa-siva (la evitación de uu estímulo ncg~tivo tal comoun castigo o miedo por la inhibicii,n de una respuestapreviamente castigada) fue investigado en un estwdio con varones adolescentes jóvenes idrntiticxiosCO”,” «rerr3ct3ri«sn por sus profesores. Compora-dos con un gupo control emparejado de individuosno problemãticos. el grupo experimental mostró unmayor dificit en la evitación pasiva en respuesta a Iadescarga en una tarea que requería una sohrecom-pensación por el efecto de una ilusiiln visual (Da-vies y Maliphant, 1974).

Se ha considerado que los déiicits en scnsihili-

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dad a ta recompensa social, dc gran importancia enel aprendizaje instrumental humano, están implica-dos en et desarrollo de los problemas de conducta.El apoyo a esta consideración se fundamentn en elestudio de Stewart (1972) que comparaba adoles-centes TCAI, TCS y ansiosos-retraídos en una tanade condicionamiento verbal. Los sujetos TCAI redu-jeron significativamente el uso de verbos reforzadossocialrncnte, lo que sugiere que tos comentarios so-ciales nu cran reforzantes para estos individuos. Sinembargo, esta relación no pacte hallarse en todaslas situaciones y parece ser una rclacii>n complejamodulada por variables de la tarea y dc la respuesta(p. ej._ Dictrich, 1976).

Se han encontrado déficits pequeños pero esta-dísticamente significativos en escalas de Cl y de CIverbal (CIV) rn grupos con problemas de conducta.comparados con una muestra estandarizada (Beitch-man, Patterson, Glefand y Minty, 19X2). Sin embargo,tos inrentos por diferenciar los problemas de conduc-ta de otros diagnósticos o de grupos no problemáticosmediante las puntuaciones del Cl (Bcitchman y cok.,1982) o subtests (Hale y Ladino, 19x1) no han te-nido éxim

Richrnan y Lindgren (1981) hallaron que cuantomJs importante era el déficit vxbal, mayores eranlos déficits aritmCtic”s, de lectura y conductuales.Estos autores sugieren que los déficits dc mediaciónverbal pucdcn estar implicados en UU habilidad dis-minuida para usar estrategias de autocontrol, talcomo sc manitiesta en In escasa adaptación conduc-tual y académica.

Revisando los estudios que han intentado dife-renciar tas características de los grupos con Trastor-no de Diticit de Atención con Hiperactividad delDSM-III (TDAH) y los grupos con diagnóstico deTrastorno dc conducta, Weny y cok. (lYX7) conclu-yeron que et CI difícilmente diferenciaba gruposcon trastorno dc conducta de los controles normales.Sin embargo, hubo alguna débil evidencia de quelos nifios con TDAH y tos niños con diagnóstico dualde TDAH más trastorno de conducta tenían puntua-ciones Cl m& bajas, especialmente en las medidasde habilidades verbales.

Los dékicits en ta habilidad lectora están correla-cionados a menudo con conducta antisocial (p. ej.,McCee, Williams, Share, Anderson y Silva, 1986;Rutter y cots., 1970). Sin embargo. las muestras conproblemas de conducta de esos estudios no distin-gucn entre TDAH, trastorno de conducta y diagnós-

ticos duales. Werry y cok. (1987) mostraron datosen los que, cuando se realizaban estas distinciones,tampoco parecían diferir los gmpos normales y decontrol. Los défkits en tas kas relacionadas con laactividad verbal (tcctum u ortografía) se encontrn-ron en los grupos TDAH y <<TDAII más tmstomo deconducta» en cuatro de los cinco estudios revisados.

Debido a la preponderancia de la agrcsividnd enlos probtemxs de conducta. las investigaciones sobreta relación entre CI, rendimiento académico y agre-sión son dignas de una consideración aparte. tmding-ham y Schwartzman (1984) hallaron que los niñosidentificados por sus compaixros como agrwivos oagresivos-retraídos eran mzís proclives a pcrdcr uncurso académico o a estar en un aula especisl quelos niños retraídos o los controles después de 3 añosde seguimiento. Estos resultados sugieren que taagresión infantil puede predecir ta adaptación aca-démica posterior. En un seguimiento de 22 años deniños etiquetados como agresivos por sus compañe-ros, Huesman, Eron y Yarmet (1987) hallaron que laagresión a los 8 años predecía el rendimiento inte-lectual (medido por tcsts que puntúan rendimientos)a los 30 años, mientras que el Cl a los 8 años no pre-decía In agresión en ta adultez. Estos autores propo-ncn un modelo de proccs” dual para describir la re-lación entre la agreskín y la actividad inteleclual; estemodelo considera que et CI y et rendimiento ticnrnrelaciones independientes. De acuerdo con dichomodelo. el efecto de la intctigencin sobre la conduc-ta agresiva es probable que “curra hacia los X años ypuede estar relacionado con déficits en las habilida-des cognitivas ncccsarias para el desarrollo dc hahi-tidades no agresivas de resolución de prohtcmas so-tintes. La agresividad puede entonces ejercer unefecto continuado sobre et rendimiento. Si el efectoes debido a prrturhaciones conductuates dc las opor-tunidades de aprendimje. a déficits atencionales aso-ciados o <1 otros íactores. es una cuestión que necesi-ta investigación complementaria.

Las primeras teorizaciones sobre el desarrollocognitivo especularon que tu conducta antisocial entos niños podría relacionarse con inmadurez en elrazonamiento moral (Anthony, 1956). Aunque la di-versidad de metodologías y constmctos teóricos hacedifícil una interpretación dc tos resultados de los di-versos estudios, los hallazgos han apoyado general-mente la idea de que los delincuentes utilizan nive-les inferiores de desarrollo del razonamiento moralen relación con controles apareados. Sin embargo,

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se han observado importanles diferencias interindi-viduales en los estadios de razonamiento moral dediferentes muestras de delincuentes (para revisiones,véase Blasi, 1980; Jurkovic, 1980). En las muestrasde no delincuentes, los niños con problemas de con-ducta agresiva se ubicaban en niveles ligeramenteinferiores de razonamiento moral comparados conlos niños normales (Nucci y Herman, 1982). La ma-durez moral explicaba una parte pequeña, pero sig-nificativa (y mayor que la explicada por el sexo, lahabilidad verbal y la clase social), de la vwianza depuntuaciones en problemas de conducta de una mues-tra de niños escolares normales (Bex y Richards,1981).

Hay muchas habilidades que parecen participaren cl juicio de los problemas morales. Entre ellas, elreponerse en lugar del otro>, (role-taking) parece serla más importante (Jurkovic, 1980). Rottenberg(1974) ha señalado que dchc hacerse una distinciónentre el role-taking wgnitiw y el afectivo, y lospropuso corno conceptos opcrdtivrx para emparía ysimpatía, respectivamente. Más recientemente, Ellis(1082) utilizó una medida de autoinformc dc cmpa-tía que poseía un amplio componcmc cognitivo paracomparar delincuentes infrasocializados, neuróticosy socializados, con controles no dclincucntes. To-dos los grupos dclincuentcs mostraban una empatíabaja, siendo cl grupo de delincuentes neuróticos elque mostraba una menor puntuación, seguido de losgrupos infrssocializado y socialirado. Los delincuen-tcs que habían sido acusados de actos agresivos eransignilicativamcntc menos empáticos que los delin-cuentes no agresivos o los no delincuentes. Aunqueestos resultados sugieren que los déficits cognitivosmás graves pueden estar presentes en los grupos in-frasocializados, no se examinaron las posibles apor-taciones del TDAH a estos resultados. Sin embargo,existe algún fundamento sobre el papel de los facto-res cognitivos en la inhibición de la agresión,

Las dificultades inrerpersonnles, que son una delas características distintivas del TCAI, tienden amanifestarse a través de unas relaciones pobres conlos compañeros (APA, 19X7). Sin embargo, algunosestudios de observacii,n se han dirigido â evaluar lanaturaleza de tales relaciones. Konstantareas y Ho-maditis (1985) observaron que, comparados con cowtroles normales, los niños con problemas de conductamostraban mayor contlictividad intragrupo y teníanunas relaciones sociales menos predecibles. Estascaractetisticds parecen relacionarse con la incapaci-

dad de este grupo para establecer jerarquías de do-minancia estables. Los adolescentes jóvenes conproblemas de conducta mostraban menor compelen-cia social que los controles, especialmente en su ha-bilidad para participar en conductas positivas y dereciprocidad que son caraclerísticas del compañeris-mo (Panella y Hengeller, 1986).

La significación clínica de las relaciones desa-daptadas con los compañeros ha sido demostrada enestudios longitudinales que sugieren que el rechazode los compañeros en una época temprana, como losaños centrales de la infancia, es un predictor de des-adaptación psicológica en la adultez (Cowen, Peder-son, Bahigan, Izzo y Trost. 1973) y de delincuenciajuvenil (Roff, Sells y Golden. 1972). Más aún. pare-ce que los compañeros rechazados, que son tambiénlos más agresivos (reminiscencia del TCAI). tienenun mayor nesga de delinquir (Roff y Wirt, 1984).

Los teóricos del desarrollo han señalado hacemucho tiempo la importancia de los campafieros enla evolución social, social-cngnitiva y cngnitiva, loque ha determinado el surgimiento dc un crecienteconjunto de investigaciones que han examinado cs-tos factores (Rubin, lYX3). Sc ha ohscrvado que losnifios rechazados por sus ~omp~iícrw (esto cs, Iasrehusados activamente y no los ignorados) se com-portan más agresivamente, participan menos en tâ-reas pertincntcs alas situaciones y más en tareas queno lo son (Dodgc, Coie y Brakke, 1982). y proporcio-nan menos refonamiento a sus compañeros en susinteracciones (Htiup, Glazer y Charleswoti, 1967)que sus compañeros de mejor estatus. Estos niñosson percibidos por sus maestros y compañeros comoagresivos y perturbadores (Gantrell y Pnnz, 1985).Los profesores describen también a estos niños comohiperactivos y pasivos-no atentos (Green, Vosk, Fo-rehand y Bcck, 1981). experimentando diticultadesante las provocaciones de sus compañeros y con uncomportamiento totalmente desacorde con las ex-pect&as del profesor (Dodge, McClasky y Field-man, 1985).

Los otros factores sociocognitivos propuestos enla mediación de las dificultades interpersonales delos niños agresivos incluyen la resolución de proble-mas cognitivos interpersonales (RPCI; Spivack. Platty Shurc, 1976) y el procesamiento de la informaciónsocial (Dodge, 1980; Nasby, Hayden y DePaulo.1980). La investigación en RPCI ha hallado que laformulación dc menos soluciones a los problemasestá relacionada con una mala adaptación. incluyen-do problemas conductuales exteriorizados (Spivacky Shure, 1974), aunque esta relación no se encontróen una muestra con niveles socieconómicos y Cl

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más elevados (Kcndall y Fischler, 1984). Sin embwg”, los niños etiquetados por sus compañeros comorechazados (Asamow y Callan, 1985) o agresivos(Richard y Dodge, 19X2) han demostrado diferir cuali-tarival”e”te en sus rrspucstns, generando una mayorproporción de soluciones agresivas a los problemasquï sus compañeros no agresivos 0 populares.

1.0s factores que pueden influir en las habilida-des de resolución de problemas intcrpersonalss hanmerecido alguna &axión. Dslucy (1983) sefialó quelos niños agresivos tendían a considerar las conduc-tas agresivas como conductas que cllos <<debían»exhibir y que habían producido resultados favora-blcs para ellos mismos y para aquellos contra losque SC dirigía la conducta agresiva. Este hallazgosugicrc la existencia de dificultades en el conoci-miento de la conducta social apropiada y de la adop-ción dc puntos de vista. Se han encontrado déficitsespecíficos en habilidades para la resolución de pro-blemas, incluyendo pensamiento altcmativo, for-mulación de consecuencias y juicios evaluativos drlaspecto positivo de las conductas agresivas (Deluty,1 YXS).

Algunos investigadores han sugerido que las di-tícultades interpersonalcs de los niños ugresivos pue-den deberse a diferencia en su interpretación de losestímulos sociales, especialmente en la tendencia aatribuir intenciones hostiles 21 los demús. Los niñosa~rcsivos rechazados socialmente son mk propen-sos que su<i compañeros no agresivos â asumir que10s demás tienen intcncioncs hostiles (Dodge y Son,-bcr:. 1987: Nasby y ~“1s.; 1980). Estas diferenciasrn las tendencias atributivas son más parentes anterstimulos ambiguos (Dodge, 19X0) y ante la amenzainterpersonal (Dodgc y Somberg, 19X7). Los sesgoscn la atribución negativa suceden con más facilidadcuando el chico agresivo es el receptor de la situa-ción que cnnndo está observando un evento dirigid”a otro compañero (Dodgc y Frnme, 1982). Los chi-cos agresivos muestran también sesgos perceptivosdel nivel de agresión propio o de los compañeros enlas interacciones interpersonales. subestimando supropia agresión y sobreestimando la conducta agre-siva de los compaiieros (no agresivos) que asumenuna postura opuesta a la suya (Lochman, 1987).

Milich y Dodge (1984) evaluaron los déticits deprocesamiento de la información social en pacienteshospitalirddos con diagnóstico de TDAH mk Tras-torno de conducta. Estos chicos tenían una mayortendencia que los controles normales a atribuir pro-pósitos hostiles, a elegir alternativas de respuestaagresivas y a atender muy pocas señales interperso-nales antes de tomar una decisión. TambMn mostra-

ron dcticiencias en tomas de decisión y en la ulilira-ción de señales cuando se les comparó con un grupocontrol con diferentes diagnósticos psiqukítricos.

Tomados en conjuntol los resultados sugieren lapresencia de diferentes d&ficits sociales y sociocog-nitivos en los niños agresivos. Las dificultxks en lainterpretación de los estímulos socialcs pueden darcomo resultado una mayor predisposiciím a emitirrespuestas agresivas e inadaptativns que, Por su par-te, ce rclxionan de modo causal con cl rechazo delos compañeros. Sin embargo, estas carencias en su5relaciones no son el único iimhit” de dificultades in-terpersonalcs del niño con problemss de conducta.Tnmbi&n sc observan frecucntemrnts unas relacio-nes familiares deterioradas.

Las primeras investigaciones que examinaron lascaracterísticas familiares asociadas a los chicos conproblemas de conducta hallwon patologías paternas,desacuerdos matrimoniales, relaciones difíciles en-tre padres c hijos y deficientes estrategias discipli-narias (McCord, McCord y Hownrd, 1961; Robins,1966). Los csfuwzos más recientes se han orientad”hacia una descripción mzís amplia de los parámetrosimplicados cn estas áreas y hacia un esbozo de lacomplejidad con que esas variables pueden intcrve-nil- en In apariciiln de los problemas de conducta enlos hijos.

La asociación entre psicopatología paterna yproblema de comportamiento en Ia infancia ha sidodemostrada por diversos estudios epidemiológicoscon poblaci6n general (p. cj.. Rutter. Yule. Quinton.Rowlands, Yule y Berger, 1975). A pesar de que, amenudo, Ios niños no muestran los mismos trastor-nos ” caracteristicas que sus padres, sí parece másfundamentada esta relación en el cas” de c~uacterís-ticas transgener~cionales asociadas con problemasde conducta, tales como la agresión (Huesmann ycok.. 1984) y la criminalidad (West, 1982).

La asociación entre patología paterna y proble-mas de conducta recibió on firme apoyo de un estu-dio prospectivo de Rutter y Quinton (1984). quienescompararon las familias de pacientes psiquiátricoscon familias controles. Los hijos de los pacientespsiquiátricos poseían una mayor tasa de alteraciónpsicol6gica que a menudo implicaba trastornos deconducta. El riesgo para los hijos era mayor cuando

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los padres estaban diagnosticados de tmstorno de per-sonalidad (delimitado por unas características anor-males de personalidad y por un deterioro social du-rante toda su vida adulta) combinado con niveleselevados de comportamiento hostil (irritabilidad yagresión).

Los padres de los niños remitidos a consultas clí-nicas por problemas de conduela han sido descritoscomo desadaptados, incoherenles, arbitrarios y pro-pcnsos a expresiones explosivas de cólera (Becker,P~terson, Hellrnen, Shoemakr y Quay, 1959). Lasmadres sufren mayores niveles de depresión y ansie-dad que las madres de los niños no remitidos a con-sulm (Gricst. Forehand, Wells y McMahon, 1980;Pattcrson, 1982). EI estado de humor depresivo enla madre SC ha asociado a mayores niveles de con-ducta ani>mala talo en muestras normales (Ikrey yForehand, 1784) como en n~uestras con problemasde conducta (Baum. Ollendick y Reyna-McGlone,1987). Puede argumentarse que, puesto que la de-presión materna muestra me,jorín tras intervenir so-bre los padres (Forehand. Wells y Criar. 1980). laconducta anómala del hi,jo ayuda a rlevûr los nivelesde depresión. Sin embargo. en el caso de muchasmadres la depresión pretratamiento se ha relaciona-do más con la apxición de situaciones y actividadesnratcmales cotidianas (negativas y positivas) que conla conducta del hijo (Porehand y Furey, 1985).

Comparados con muestras no clínicas; los padresvâ~ones de niños con problemas de conducta no indi-can hallarse más malhumorados o deprimidos (Pat-terson; 1982). Sin embargo, en muestras con proble-mas de conducta, sí se han hallado mayores puntua-ciones de los padres varones en las escalas clínicasdel MMPI cuando existían niveles elevados de con-ducta antisocial de los hijos (Johnson y Lobitz, 1974).encontr8ndose también conductas sociales problemá-ticas en esos padres, tales como criminalidad. alcoho-lismo, abandonos y promiscuidad sexual (McCord ycols., IYhl), y depresión (Baum y cols., lYX7).

La cspccificidad de las carxtcrísticas pilkrnils cnlos problemas dc conducta sc ha evaluado con másdctnllc comparando padres dc estas niños con pa-drcs dc niños que habidn recibido otru diagni>sticopsiquiátrico. Por ejemplo, Slewart, DcBlois y Cum-mings (19SO) encontraron que los padres de los ni-ìlos con KA1 tendían a sufrir alcoholismo y trastor-nos de personalidad antisocial con más frecuenciaque los padres de nifios con otras alteraciones. aun-que esta relación sólo fue significativa en el caso defamilias de bajo nivel socieconórnicu En las madresse obsrrvó una tendencia no significativa a padecermayores niveles de trastornos neurókos. Parece que

el trastorno de conducta (con o sin TDAH) puedeestar más relacionado con enfermedad psiquiátricapaterna que los trastornos de ansiedad o el TDAH, npesar de que los datos existentes hasta el rnomcntodistan mucho de ser concluyentes (cf. Werry y cok.,1987).

Las perccpsioncs que los padres tienen de sus hi-jos remitidos a consulta parecen estar influidas porel malestar de los propios padres. Puesto que losjui-cias sobre si un hijo puede necesitar intervenciónpsicológica están formulados, en la mayor parte decasos, por los adultos a partir de sus propias pcrccp-ciones de que el niño plantea problemas de conduc-ta, la influenciaen las percepciones paternas mcrcccalgún comentario.

A pesar de que la mayoría de los niños rcruiklusa centros médicos por problemas de conducta mucs-tran mayores anomalías que los niños que no soncasos clínicos, algunos de ellos no pueden difera-ciarse. a nivel conductual. de los niños normalrs (cf.Grirst y cols., 1980). Diversos investigadores hanseiialado que el malestar de las madres (especia-nvsnte drpwiiin e insatisfacción ~maf~-inxn~ii~l) es me-jor predictor de las percepciones mntwnas en estctipo de población clínica que el nivel de trastornoobservable cn el niño (Christensen. Phillips, Glas-cow y Johnson, 1983; Griest y cok.. 1980). aunqueambos parámetros pueden nsociarse a esas percep-ciones maternas (Brody y Forehand. 1986).

Se ha prestado menos atención ur los factores re-lacionados con la percepción paterna. Comparandopercepciones paternas y maternas de nifios con pro-blemas de conducta. las medidas directas de IU con-ducta del niño no pudieron explicar más varianza enla predicción de las percepciones paternas que la ex-plicada por variables como la depresión del padre.Por su pate las percepciones maternas pudieron pre-decirse mediante una combinación de factores comola propia conducta de la madre (reforzamiento y ór-dcnes) y dcpresibn (Baum y Reyna McClonc. lY87).Christenscn y cok. (1983) señalaron que lar pcrccp-cioncs pakrnas y maternas de la conduela del niñose relacionaban con conflictos conyugales y con-duela ncgaliva hacia el niño, pero no con la conduc-ta de ésa.

Incluiremos en esta discusión sobre las cwacte-rísticas paternas la clase social, dado que tradicio-nalmente ha sido evaluadn de acuerdo con Iü catego-ría laboral del cabeza de familia. Incluso cuando sehan considerado otras variables tales como renta familiar y nivel de estudios de los padres, la relaciónentre clase social (0 estatus sociozconómico) y tras-tornos de la infancia (incluyendo problemas de con-

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ducta) se ha mostrado inconsistente alo largo de laliteratura. Por ejemplo, la clase social afectó poco ala aparición de problemas de conducta en un estudioepidemiológico con múltiples escalas (Rutter y cols.,1970) o a la predicción de conducta antisocial graveen la edad adulta en un estudio longitudinal conmuestras clínicas y no clínicas (Robins, 197X). Sinembargo, un bajo nivel de ingresos familiares sí seha relacionado con delincuencia pública (West y Fa-rringon, 1973). En una revisión de la participaciónde los factores socioculturalcs en los trastornos infan-tila. Farriugton (1986) ha señalado que los aspectosde definición y medida pueden propiciar estas apa-rentes inconsistencias. El autor concluye finalmenteque, aunque factores tales corno la carencia socio-cultural parecen estar relacionados con problemasde conducta y delincuencia juvenil, no está claroque ejerzan un efecto directo en otros trastornos dela infancia independientemente de otros factores ta-les corno inteligencia del niño, criminalidad paterna,confliclos conyugales y hacinamiento.

En conjunto, parece que las alteraciones psicoló-gicas de los padres (especialmente la dcprcsión yansiedad maternas y la conducta antisocial del pa-dre) se relacionan con problemas dc conducta en elnico. Esta relación puede producirse a tra+s de ladistorsión de las percepciones patenws, corno resul-tado de una exposición a niveles elevados de con-ducta hostil, a trav& de la perturbación padccidaporla familia y la consecuente interferencia cn la 1~11.ción paterna o, como se ha apuntado antcrinrmcnte.a través de inllucncias gcnélicss. Por último, losefextrn patoli>gicos cn los niños pucdcn derivarse dec<>r~clatos dc trastornos dc los padres, tales como laconilictividad matrimonial (Ruttcr y Quinton, 1984).Además, debido a la naturaleza corrclxional de estarclacii>n, la patología u otras variables del niño pue-den contribuir a, o interztuar con, la disfunción delos padres (Gricst y Wells, 1983; Pattcrson, 1982,1986). Este análisis nos lleva de nuevo a considerarlas influencias de los conflictos conyugales, la con-ducta paterna, asícomo las influencias recíprocas dela conducta de padres e hijos.

La conflictividad conyugal ~orrclaciona conproblemas de conducta en estudios epidemiológicos(p, ej.. Rutter, 1971) y muestras clínicas (McCord ycols., 1961; Porta y O’Leary, 1980). Sin embargo,tal relación no ha surgido en todas las muestras clí-nicas (Gries y cols.. 1980) y, cuando se ha observa-do, cabría la posibilidad de que. en una minoría de

las familias remitidas a centros médicos, las dificul-tades matrimoniales pudieran deberse a la conductoalterada del niRo (Oltmanns, Brodcrick y O’Lenry,1977). Wells y Forehand (1985) sugirieron que lasinconsistencias en estos resultados podrían debersealas definiciones de la relación matrimonial utiliza-das en los estudios. Más concretamente. el conflictoabieno y la hostilidad están más clwamcnte relecio-nados con la conducta antisocial que la insatist%ción matrimonial.

Se han propuesto diversos mecanismos para ex-plicar la relación entre conflicto matrimonial y tras-tomo infantil. Por ejemplo, los padres que incurrenen muchos conflictos pueden estar modelando con-ductas agresivas en el contexto conyugal o pucdcnpredisponer a la realización de conducta agresivas,cn general. Por contra, los niños pueden est,ar direc-tamente sometidos u la agresión paterna a trav& dcmecanismos como la disciplina punitiva de los pa-dra. Más aún, es igualmente posible que la conduc-ta problemática del niño contribuya a la distorsiónde las relaciones entre los padres (üricst y Wells.1983). Tal distorsión puede aparecer a trav& dc di-versos mecanismos que incluyen la rwturalcza aver-siva de las interacciones entre padres e hijos, los con-tlictos respecto a la educación o el incremento delestrés familiar general.

La relación entre conflicto matrimonial y prwNemas de conducta parece ser mucho mis cacchaen los chicos que en las chicas (Porter y O’Lcxy;1980: Rutter, 1971). Hetherington y Martin (lYX6)sugirieron algunas enplicacioncs posihlcs para estarelación, tales corno una mayor cxposicirín de los hi-jos al conflicto_ un menor apoyo y protcccii,n a loschicos que a las chicas cn las situaciones problemá-ticasS o una predisposici6n biológica de los varonesa ser más suswptihles a los cfcctos del estrés. A pe-sar de la existencia de algún apoyo cmpírico paracada una de esas consideraciones, los hallazgos oh-tenidos hasta el momento no son concluyentes.

Aunque los hog,ares rotos y la ausencia del padrese han relacionado con trastornos de conducta, parc-ce que el conflicto que conduce al divorcio o separa-ción y el subsiguiente deterioro de la educación Po-terna son variables críticas en esta relación (Hcthe-rington. Cox y Cox, 1982; Patterson, 1982). El estrésadicional determinado por la custodia paterna trasel divorcio puede distorsionar la educación del hijoincrementando la predisposición a unas interaccio-nes padres-hijos coercitivas (Hetherington y Martin,1986).

Los efectos del conflicto conyugal y de la sepa-ración de los padres sobre la conducta antisocial del

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niño pueden paliarse mediante una relación positivacon, al menos, un” de los padres (Rutter, 1991). Laimplicación paternal con el niño tras el divorcio serelaciona con un funcionamiento más positivo delniño y de la relación madre-niño, pero sólo cuandoel padre está adaptad” a la situación y existe un ni-vel bajo de conflicto entre los padres (Hetheringtony cols., 1982). Estos hallazgos recalcan más la im-portancia de examinar la influencia de la relaciónpadres-hijos y del contexto familiar en el desarrolloy mantenimiento de los problemas de conducta.

Pauras educorivrrs e intrracciones familiares

Sc ha señalado la contribución de algunos facto-res educativos en la conducta antisocial, tales comorechao paterno, permisividad ante la agrcsirín, fal-ta dc supervisión. alra punirividad, escasez dc estra-tegias de resolución de problemas y comunicacióninsatisfactoria (Harbin y Maddcn. 19X3; Patters”“,19X2: Sears. Maccoby y Lcuin, 1957). Además. lacalidad de IBS interacciones pddrcs-hijo se ha asocia-do a diversas capacidades de los niiios. tnles comoaptitudes sociales (Rumrind, lY78), popularidadentre los compaiisros (Roopnarinc y Adams, 19X7).comportamiento escolar y rendimicnt” xadimico(F«rehand, Long, Brody y Faber, 19X6), breas queconstituyen a menudo un problema para los niiiosc”” trastornos de conducta.

Se han investigado algunas variables intcracti-vas específtcas mediante diversos estudios de “bser-vación. Se ha encontrado que las madres de niñoscon problemas de conducta emiten una mayor tasade órdenes y comentarios críticos que las madres deniños no clínicos (Forehand, King, Peed y Yoder,1975). Estas órdenes maternas tienden a ser impre-cisas y a no acompañarse de la oportunidad de sercumplidas por el niño (Forehand. Wells y Sturgis,197X). LS madres de ni¡& con problemas de c«n-ducta son menos efectivas a la hora de detener lac«nducta alterada de su hij”, y tienen mayor predis-p”sicii,n a responder a esas conductas tanto con ma-y”res niveles de conductas aversivas (castigo) comocon ligems incrementos de consecuencias positivas,tales corno atención social (Patterson, 1982).

El papel de las órdenes maternas en la produc-ción de la conducta alterada del nifio está bien d”cu-mentad«. Lobitz y Johnson (1975) encontrar”” quelas madres de niiios normales podían hacerles parecermás problemáticos dándoles más órdenes. En rnues-tras dc problemas de conducta, las órdenes maternastienden a ser seguidas de condncta negativa por par-te del hijo; esta predisposición es mayor cuando las

órdenes son inconcretas que cuando son claras y es-pecíficas (Williams y Forehand, 19X4). Est«s hallaz-gos estjn corroborados por estudios que muestran lareducción â coti” y largo plazo de la conducta alte-rada del niño como consecuencia del adiestramientode sus padres en comportamientos educativos másefectivos (p. ej.. Baum y Forehand. 1981; Forehandy Long, en prensa; Patterson, 1982).

Se ha averiguad” que la frecuencia dc conductasaversivas dirigidas al niño SC relaciona con los con-tactos extrafamiliares de la madre. Wahler y cols.(1979) observaron que las madres que no mantuvie-r«n las mejoras “btenidas mediante entrenamientodc padres señalaban a mcnud” la cxistcncia dc con-tactos sociales limitados y avcrsiws. Las reaccionesavcrsivas dc esas madres <<aisladas>> frente a sus hi-j«s con problemas de conducta se rclaciunabun in-versamente con el número de contactos sociales p”-sitivos (Wahler, 1980), mientras que los contactosaversivos con “tr”s adultos se asociaron a mayoresniveles de conducta aversiva co” sus propios hijos(Wnhler y Graves, 1983). Parece que un c”nfäct” SC>-cial negativo adicional sirve pura producir una ma-yor distorsión en las ya negativas interacci”nes dcesas díadas madre-hijo.

El conflicto con los hermanos también esti im-plicado en la exacerbación y mantenimiento de lostrastornos de conducta. Los hermanos de niños agre-sivos tienen mayor predisposición a iniciar y mante-ner interacciones agresivas en el contexto de las re-laciones entre hermanos; se han observado efectosparticularmente patentes de tales interacciones enedades medias de la infancia y en la adolescenciatemprana (Patterson, Dishion y Bank. 1984). Másconcretamente, en este último grupo de edad, los in-tercambios agresivos entre hermanos contribuyen ala predicción de conducta antisocial, mientras quelas interacciones agresivas entre la madre y el niño-problema resultan poco predictoras.

Al igual que “tras variahlcs rclacir)nadas cr>n lospadres, SUS pwws educativas sun wnsideradas ame-nudo cwn” casalmcntc relacionadas con los tras-tornos de conducta del niño. Sin cmhargr), Ander-SD”, Lytton y R”mney (lY86) ofrccicr”n datos sobreuna inlluencia recíproca entre las madres y los hijos.Las madres de chicos con problemas de conducta ylas madres de niños nomtales eran más negativas ensus interacciones con niños con problemas de cowducta~que con niños nomtales. Andersen y cols. su-girieron que era la conducta del niño y no la de lamadre la que ejercía la mayor intlucncia en las inte-racciones negativas. Asimismo, las madres de loschicos con problemas dc conducta fueron más nega-

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tivx. con sus propios hi,jos que con otros niños concl mismo trastorno, un hallazgo que sugiere la prcsen-cia dc factores que surgen de la experiencia previa.

Patterson y cols. (1982. 1YXh) han dcsarrollz~loy proporcionado apoyo empírico para la construc-ción de una estructura teórica quï permita compren-der cl papel de las relaciones padres-hijos en cl de-sarroll” de los problemas de cunducra. Proponenque la conducta antisocial se aprende en el c”ntcxtode secuencias de interacción familiar. El fracaso delos padres en castigar de modo efectivo las conduc-tas negativas y coercitivas del niño conduce a unaescalada de dichas conductas y sirve como hase paraun entrenamiento en agresión. Estas secuencias dccomportamiento implican una conducta aversivainicial por parte de un miembro de la familia (dar Cr-denes, regatiar ” amenazar), una reacción cwactivâdel niño (desobediencia o quejas) y una retirada suh-secuente del estímulo uversiv” inicial. Este resulta-d” satisfactorio para el nifio incrcmentn la prcdispo-sicih a qoe. en el f.uturo, una conducta aversiva seencuentre con UIIU rcspursra coxt~“a. construyhdose así una situxión incrementadora de intercam-bios u\‘crsiYDs cada \c7 mis nmplios.

A medida que acontecen cadenas coercitivas múslx~x, SC produce una mayor prcdisposicibn il la;Igresii,n física por pxre de los padres (Reid. 1YXhjy entre los hermanos. Aunque 1”s padres comiencen:I incrementar sus ~mcnnras y reprimendas en res-puesta a la conducta coactiva del niño. no ehtk~ pee-dispuestos a llevar adelante su amenazas. Sin en-hago. a intervalos no predecibles, pueden explotary utilizar formas extremas de castigo físico (Reid.Taplin y l.ober. IOX 1). De hecho, Reid y cok hanseñalado que un tercio de los chicos con problemasde conducta de su investigación habían sido maltra-tados por sus padres.

La mayoría de los correlatos conductuales y fa-miliares analizados anteriormente permiten especu-lar sobre si son el resultado de la desobediencia delniño y de las interacciones familiares coercitivas, obien son factores qur contribuyen a la aparición detales fenómenos. Por ejemplo, los niños que mucs-tran niveles elevados de conducta coactiva y agrcsi-va (aprendida en el hogar) son más propensos a serrechazados por sus compañeros. Junto a la desobe-diencia, las conductas coercitivas en el aula dan lu-gar a una disminución de oportunidades para apren-der y auna capacidad académica inferior.

Por “tm pwtte, diversos fxtores contribuirían IIla inadecuada educación ejercidzz por los padres. En-tre cllos se encuentran Iû insuficiencia de los mode-los educativos paternos vividos cn las familias deorigen de los padres, las limitaciones sociales y elternpcramento del niño. La constclnción de cstreso-res xt”ântes sobre IDS padres (incluyendo Ia patolo-gía paterna) anteriormente corncntados se supone queperrurhan la adecuación de las relaciones fxnilinrcs(Pattcrson. 1986). De acuerdo con ell”. es dc esperarque las familias cun un sistema educativo ya inefec-tiw muesfren mayor nlteración al enfrentarse a cwïfactores eîtresantes. IA escalada rcïu1tnnte dc CL>“-ducta coercitiva pwdc cnntribuir dc modo recíproarâ un rnay<>r estrés en los padres.

El modelo coercitivo no es incompatible con loscorrelatos biológicos observados en los trastornosde conducta Se reconoce la contribución potencialdel tempcranxnto del niño al desarrollo de trastwnos de conducta (Pattcrson, 1986). Aunque no est6específicamente contemplado en cl modelo, la hús-queda de sensaciones y los d&zits de aprendizajecon base fisi”lSgica pueden contribuir n unos maywres niveles de conductas nversiws cn los niños y auna menor responsividnd â los esl’ucrzos disciplinan-tes de los padres.

Evaluación

La evaluación adecuada de los niños con proble-mas de conducta requitrc un enfoque exhaustivo ymedianll: diversos métodos. Las caractcristicas defi-nitorias de la agresión, la mentira y la conducta dcoposición son propensas a acompaiíarsc de déticits enotros aspectos de la conducta. tnles como In escasezde relaciones con los compañeros y las dificultadesacadémicas. Las dificultades familiares implicadasen el desarnllo ylo mantenimiento del trastorno de-berían ser un punto importante dc la evaluackín.

La evaluación de estas diticultades debe re&

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zarse cn diferentes situaciones, tales como el hogar,la escuela, la clínica y la comunidad. La evaluaci6ntranïituacional es compleja, pues requiere la partici-pación de diversos informadores (entre ellos los pa-dra, maestros, compañeros y los propios niños) y eluso de diferentes métodos de recogida de infbrma-ción (cf. Ollendick y Hersen, 1984).

En la amevista a los padres dchc obtenerse unahistoria evolutiva del niño-problema. Se recoge in-formacii,n en 10 que refiere a In propia historia y ma-nera de comporrarse de los padres, así como ta,,,-hién de los hermanos del niño. Otra informaciUn quedche recogerse en este ~nw~~e*m SC refiere a episo-dios familiares dc conducta antisocial y de trastor-nos psicológicos, malata matrimonial. estr& fami-liar, corltactos extrafamiliares positivos y negativosde los padres y “na descripcióo de las interaccionescon sus hermanos o hermanas del nifio con problc-~mts dc conducta En la cntrevisw al maestro, es im-portante evalwr el rendimiento acxlémico y las rc-lacioncs con los compafieros, así COLIIO las conduc-tas perturbadoras.

Existen algunas e~trc\Gstiu estructuradas paraniRos y adolescentes que cw11ían un amplio abanicode sintomas y que pueden dar información respectoa las decisiones diagnósticas. Entre ellas citaremoscl Childrcn Assesrnmr S&drrle ~Hodges, McKnew,Cytryn, Stern y Kline, 1’1x2) y 1s IXngmutic Inler-

vicwfor Children und A¿~&scrnts (Herjanic y Reich,1982; Kcich. Herjanic, Wclner y Ghandy, lYX2).

Escalas de evaluución ’

Las escalas conductuales y de waluacii>n pro-porcionan una medida econúmica y cuantitativa delos síntomas del niño, y muchas de ellas dan una in-formnciún útil sobre la situación del niño en rela-ción â una muestra normativa, pudiendo utilizasepara evaluar la eficacia del tratamiento. Existen nu-merosas escalas que evalúan conductas específicascaracteristicas de los problemas de conducta y de lasditicultades a ellos asociadas (para rrvisio~~es, véaseIlumphreys y Cirr~inero, lY79; Spivxk y Swift.197.3). Las consideraciones esenciales para la selec-ción y el uso de tales escalas han sido indicadas porMcMahon (1984). Aquí se dzscribirán algunos cjem-[‘los que hemos seleccionado.

‘También muy ampliamente estudiada, la ChilriRrhavior Checklirr (CBCL: Achenbach y Fdelbrock,1983) cs un inventario a conrcstar por los padres

consistente en 1 I 8 ítems, cada uno de ellos evaluadoen una escala dc 3 puntos de acucl-do con la intensi-dad de Ia conducta ea cuestión. El análisis factorialrevela como factores de banda ancha, la Interiori-zacii,n y la Exteriorización, así como otros ocho omwc factores de menor magnitud. Sc cncucmr~ unfactor ügrrsii,n en todos los grupos y un factor delil~-cumciil surge ,mra todos excepto par-d las chicas de4 n 5 anos dc edad. Ademzis dc las escillils de prohle-IWS de conducta, que evalúa un nmplio abanico declificultades, se incluyen tres escalas de capacidadiactividades, apedos sociales y aspectos escolares).TambiCn existen versiones para mx\troc (7enchrr

Rt,p<wt Fwm) y para a~lolescer~tes entrr I I y 18 añosiYwh Rcpor-r Fornl) que constan de íktns adapta-dos de la escala original.

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El Eyberg Child Behavior Inventory se ha con-feccionado específicamente para evaluar los trâst”~.nos de conducta en niños de edades comprendidasentre 2 y 12 años (Eyberg y Robinson, 1983; Robin-son, Eyberg y Ross. 1980). Los 36 ítems son valora-dos por los padres según una escala de 1 a 7 puntosque evalúa la frecuencia de aparición (Puntuaciónde Intensidad) y tambiin si la conducta es contern-plada como problema (Puntuación de Problematici-dad). El instrumento proporciona datos normativosy unos criterios para la elección del tratamiento (Ro-binson y cols., 1980; Eybcrg y Ross, 1978).

Se han desarrollado dos escalas de registro diariopan evaluar conductas del niño en el hogar desarro-lladas de manera continua. El Parent Dnily Repon(Patterson, Chamberlain y Reid, 1982) es un inven-tario de 34 ítems sobre síntomas de trastornos deconducta que puede ser administrado por teléfono.El Uaily Child Behavior Checklisr (Furey y Fore-hand, 1983) es un cuestionario de 65 ítems quepo-porciona escalas para evaluar conductas agradablesy desagradables, cada una de las cuales contribuyede forma independiente auna puntuación total. Estetipo de medidas ofrecen alg,unas ventajas respecto aotros tipos de informes a carg” de los padres, porejemplo, recopilar los sucesos en un momento inme-diatamcnte posterior a los mismos en vez de solici-tarlos respecto de un pasado no inmediato (24 horasIWSUS un lapso de tiempo largo 11 no especificado),así conm solicitar informes precisos sobre hechosobjetivos que pueden estar menos intluidos por Iapercepciones globales de los padres (Furey y Fore-hand, 1983).

Existen “tras medidas de autoinforme para eva-luar otros aspectos del funcionamiento famili‘u. Porejemplo el Beck Depressiun Inventory (Beck, Ward,Mrndelshn, Mock y Erbaugh, 1961) y el MMW (Ha-thaway y McKinley, 1967) propacionan medidas depatología en los padres. El contlicto y IU satisfacciónconyugales pueden evaluarse con la O’Lraq-PurlrrSc& (Porte1 y O’Lealy, 1980) y el Ir,cke-WallnceMaritd Inventrwy (Locke y Wallace, 1959). Otrosaspectos del estrCs y el clima familiares pueden evâ-luarse mediante el Fmily Problem Invermy (Bar-kley. 1981) o la Family Environrnenr Sc& (Moos yMoos, 1981).

Aunque se han utilizado más a menudo como téc-nicas de cribado para niños de alto riesgo que comoherramientas clínicas para tratamientos individuali-zados, los procedimientos sociométricos aplicados âlos compañeros (tales como valoraciones 0 eleccio-nes) son útiles para identificar nifios socialmente re-chazados (véase Hops y Lewin, 1984).

Observaciones contluctunles

Es de gran ayuda el observar al niiío interxtuan-do cun aquellas personas más propicias a participaren, y a yene afectadas por, su conducta (padres, hcr-manos, maestros y compañeros). Este tipo de obser-vaciiln proporciona la oportunidad de evaluar Ia fre-cuencia, intensidad y durxión de las interaccionescoucitivas, así como las hzabilidades de c”municacii>ny dc resolución de problemas. Aunque se dan cam-bies c,n el comportamiento como reacción â la prc-sencia del observador. como indican unas tres cuur-tas partes de los estudios que han evaluad” la reacti-vidad en las interacciones niño-adulto, lo que parcccquedar más afectadas son las conductas positivas yneutras de los adultos (Baum, Forchand y Zagiob,1979). Por lo tanto, las conductas negativas crucia-les que forman parte de las interacciones coercitivaspueden evaluarse con alguna confianza.

Las observaciones in vivo son particularmenteútiles para comprender el contexto en el que apare-cen los problemas de conducta y pueden mostrar demanera más directa la apatici6n natural de la con-ducta problemática. Reid (197X) presentó instruc-ciones y codificaciones detalladas para llevar acaboobservaciones en el hogx. Esrc sistema n”rtuali%a-do de observación se ha utilizado ampliamente enfarlilias con trastorno de conducta, habiéndose lle-uado â cabo una cuidadosa evaluacirin de la fiabilidad” WliJeL del mismo (véase Pattersm, I982).

LLS observaciones en el ámbito clínico ofrecenuna altwnativa menos costosa a las observaciones cnel hogar, suministrando muestras de conducta fucr-temcnte col-relacionadas con los comportamiemosobservados en el hogar (Griest y cols., 1980; Zang-will y Kniskem, 1982). Una cstraregin utilizada muy umenudo en la observación de niños pequeños y de suspadres consiste en sugerir a los padres para que SCocupen en actividades dirigidas por el nitio, dirigidaspor ellos mismos. o de ase” (Forchand y McMahon.1981). Se dispone de algunos sistemas de codifica-ción que han mostrado fiabilidad y validez satisfac-torias en distinguir entre nifios clínicos y no-clínicosy sus padres, y permiten evidenciar los cambios pro-ducidos por el tratamiento (Forehand y McMahon,1981; Robinson y Eyberg, 1981).

O’kay, Romanczyk, Kass, Dietz y Santogrossi(1979) desarrollaron un sistema de codificación paraser utilizado en observaciones en aula de niños contrastorno de conducta. Las conductas contempladas eneste sistema distinguen a los niños agresivos de los noagresivos (Kent y O’Leary, 1976) e incluyen desobe-diencia, agresión y demanda de atención del profesor.

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Observaciones análogas pueden aumentar la ha-bilidad del terapeuta para evaluar las conductas debaja frecuencia y para determinar si una habilidaddeterminada se encuentra en el repertorio conduc-tual de l su je to . Se han u t i l izado pruebas de represen-tación de papeles, tales como el Bchavioral Assetii-veness Tesrfor Child-en (BAT-C; Bomstein, Bellacky Foley, 1979) y Behavioral Assertiveness Tesr forBoys (BAT-B; Reardon, Hersen, Bellack y Foley,197Y). para evaluar las habilidades sociales de losniños agres ivos . Es tas pruebas requieren de la lec tu-ra al niño de unas escenas, seguida de una peque,%representwión normalizada de las mismas realizadapor un colaborador . Es tas escenas representan situâ-ciones que contemplan respuestas asertivas positi-vas o nega t ivas . Aunque a lgunos es tud ios han cues -tionado la validez de estos instrumentos de medi-ción, puesto que han hallado correlaciones bajas omoderadas con las observaciones en situación natu-ral de la conducta social del niño (Walker, McCon-nel. Walker, Clarke, Todis. Cohen y Rankin, lYX3).el BL\T-B se ha utilizado con Cxito para distinguirentre chicos catalogados por sus profesores comomuy asertivos o poco asertivos (Rrardon y cols.,1979).

Debido a que los niños con problemas de con-ducta muestran a menudo déficits en su rendimientoacadémico, los tests de rendimiento intelectual yacadémico proporcionan una útil información parael cribado. Sin embargo, la evaluación de déficitsacadémicos específicos y de posibles problemas deaprendizaje es un área compleja y controvertida,cuyo análisis y discusión esti fuera del alcance dees te cap í tu lo .

Caso ilustrativo

Dm IL, de 5 años dc cdad. vivía con su madre. la se-ñora B.. y con su hermana pequeña. Amy, de 3 años. Suspadres sc habían separado Ie~almenle durante un añom,entrils esperahan el divorcio. Ei niño fue situado en unaula de prcescolar cn un centro de car:c~er religioso. Losrmaestms de Dan so l ic i t a ron una evaluüci6n ps ico lóg icadc éste tras algunos incidentes en lus que mostró conductaagresiva con sus compañeros. Los ~mûestros tunhién SB-bían que Dan no seguía en muchos casos las indicacionesque se Ic daban. parecía m”strx dificultad cn nxmtener 18atenciún y carecia aún de las hab i l idades de relación so-cial adecuadas co” sus compañeros cn la escuela. La his-

toria evolutiva de Dan, relatada por su madre, no señaló laexistencia de pmblcmas prenatales ni de parto. Los hitosde su desar ro l lo evolutivu habían s ido a lcanzados en Iâsedades adecuadas. La exploración mEdica no reve ló dcfi-ciencias físicas o de audiciún.

La señora B. expl icó que Dan mostraba una gran dc-manda de atención hacia ella y que desde su infancia ha-h í a s i do un nifio nervioso y d i f íc i l de contentar . Señalóque en casa le mandaba hacer muy pocas cosas, puesto quetales mandatos daban lugar a discusiones y rabietas. Tam-bién indicó que Dan había golpeado a su hermanita en va-rias ocasiones. La señora 9. respondía a la conducta agre-siva y desohedientc de Dan bien enviándole a su habita-ción, bien intentando razonar con él. pero señal6 queninguna de estas actitudes había sido cfcctiva para dixmi-“oir estos problemas de conducta. El perfil CBCL dc Danmostraba una elevada puntuaciún en cl factor agresivo, loque apoyaba la existencia de anomalías rn las jreas deproblemas de conducta.

Duranrc una observación de la inleracción mUdre-niño,la reñora 9. dio una gran cantidad de órdenes. Sin embargo.Dan cumplía muy pocos mandatos de su madre, indicandomuy a menudo que no la habia escuchado. Se observó muypou interacción positiva entre Dan y su madre. Dan mostr6asi~nismo tasas e levadas dc conducta dwlhedientc cuando fuc observado en casa y participó en diversas dixusiwnes con SLI hcrmanita.

1.2 señora B. expl icó que se hahia szpx;,do dc su ma-r ido deb ido a malos ~ratus dc carácter emocional . Indicóque. aunque cl marido 110 la hâhía agredido físicamente nitampoco al nifio, l e s había amenazado en diversas ocasio-ncs estando bebido. Además, la madre de la señora 9.. quehahia constituido su más importante apoyo cmocionnl. ha-bía fallecido recientemente. En consecuencia, la señora B.había atravesado una época de deprrsiún que requirió tera-pia individual. La señora B. explicó que tenía muy pocosamigos íntimos, a excepción de una hermana que vivía enotro estalo, y que se senda muy aisla& sucialmcnte.

En un primer con~act” telefónico. la señora T., macs-tra de Dan en e l centro dz preescular. seña ló que e l nifiono seguía las indicaciones que se le daban. ni para realizarsus ta reas escola~cs n i para responder a los mandatos dcs u s rnacstros. Señaló también que Dan carecía de habi l i -dades para comportarse por sí solo de modo adaptado. Alniño Ic guîtaha probar cosas nuevas, pero sr rruströha rá-pidamcntc. incurricndn en nlhietas si no dominaba pwmoesas nucvi~s ac t iv idades . Dan hnhía s i d o visto golpeandoB sus compâfieros en tres ocasiones diferentes y crria queés ta ua la razón de que tuviera mn pocos amigos en laclase.

Una observación de la conduela drì Dan cn la escuelacontirmó la mayor pane del informe de la señora T. Aun-que en principio comenxaba a jugar solo, lejos del grupode niños. ie aproximó al mismo en una ocasiún intcntmdoalgo que nada tenía que ver con lo que se estaba haciendo,por lo que no le hacían caso. Dan no cumplía las indica-ciones de los maestros y respondía a las preguntas de éstoscon frases de una o d o s walabras como máximo.

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224 Psicopatología infantil

se le administrú una Escala de Inteligencia de Wechs-ler (c, WPPSI), mostrándose muy distraído dur;,nte lamisma, vagando pur la hahimción y jugando con d ive r sosobjetos que allí hahín. Se le tenían que repetir a menudolas ins~mcciones y rcchazú divexas ,areas. En consecoen-cio. los resultados podrian subestimar sus habilidades.

Las puntuaciones globales de Dan en la escala t~t:d yen la escala de CI verbal sc situaban en el intervalo cotmprendido en t re n ive l medio-hajo y nivel medio, mientrasque su CI ~nvx~ipulativo se situaba cn cl término medio Unanálisis de sus tcsts verhales reveló buenas ejecuciones en,,na tare;~ que implicaha dominio de vocabulario. así comoen una tarea de razonämirnto verhal ähstrsctn. Tuvn unrendimiento menor en tareas de e laboración verbal . talcscumo conocimiento de palabras, juicio soci:d o apliuciónde conocimientos przícticos. Dan mostró una debilidadsignilkttiva en áreas que requerían atenciún 0 conccnlra-ción y también en aquéllas que implicahan coordinación\~is”m”t”ra.

Dan y su madre fueron vis i tados a lo l a rgo de 10 se-siones. La intcrvenciún se centró en enseñara la señora B.a rcorkntar su a tenc ión hac ia l as conduc ta pos i t ivas deDan, ignorando sus demandas negativas de alrnciún, a darfirdenes correctas y II t~lministrãï un rtiempo muerto»(rime-uu,, â las conductas de desohcdicncia. Durante lasilltirnas sesiones, la señora B. comenzó a ulilizar LSIS ha-bilidades para alimular el desarrollo del autocuidado pro-pio de la edad. la persistencia cn distintas tareas y IU con-ductaprosocial.

Se animó tambi& a los maestros de Dan a prestaratencii>n a las conductas prosoc ia les y de obediencia dcéste, señalándose la importancia de aplicar el &empo muer-ta» de modo consistente ante ta conducta agresivo, igno-rando en dicho período las conductas inadecuadas. La sc-ñora T. seiialó me.jorías en la conduc ta soc ia l de l n iño yDan comenzó a panicipar de modo adecuado en los jue-gos de sus compañeros más a menudo. Sin embargo, la se-ñora T. rimó en un principio “ n incremento de la conductadesobedien te y de las rab ie tas cn la cscucla. Durante el~ontxto f inal con la escuela , estas conductas negat ivashabían decrecido a sólo algunas veces por scmawa.

Se finalicú el tratamiento cuando la seriora B. decidióabandonar e l es tado para vivir más cerca dc su hermana.La señora B. confiú en su hab i l idad para con t inua r los

programas establecidos y seguir trabajando en la conductapmhlemática de Dan en el hogar. c indicó su intención decontactar con un psicúlogo si la mejoría de Dan no prose-guía cn casa 0 en la nueva escuela.

Los problemas de conducta son uno de los frwtornos de infancia mis habituales en diferentes cu-tmis. La incidencia es mayor en varones que en mu-jera, y ticnde a aun~ntnr con la edad. Más aún. UIXIparte importante de esos nifios continuará mo<itru~-do algún tipo de desadaptación en la edad adulta.

Hay una falta de acuerdo entre los sistemas declasificación provenientes de los enfoques dc anúli-sis multivariante y clínico en lo que rcficrc a cürac-terísticas y subtipos condnctunles específicos. A pc-sar de ello, la agresión y la desobediencia son dosCaracterísticas distintivas importantes. La agrcsivi-dad constituye un patrón de conducta muy estableque tiende a preceder a t ras to rnos de la ado lescenc iay Ia edad adulta. La desobediencia parece surgirpronto en Ia progresiún de síntomas y, por lo tanto,puede ser un obje t ivo adecuado para una intervencii,ntemprana.

Sc han consideratlo diversos factores en iii ctiwIogíadc los problemas de conducta . Aunquc~ se carc-CC dc investigaciones integradoras que cvalúcll Ii1crmtribucióo relativa de cada un:t de esas variahlcs.los halln~&ws actuales proporcionan material suli-ciente para claborar una col?jetura sobre posihlcs re-lac iones dcntro de un modelo de diathesis-estréï. Ayi,puede espccular~c con que factores heredados detipo neurnfisioli,gico. psicofisiológico y bio<luími-co, indicüdorcs dc anormalidades en el estado de i,c-tivnción. predispongan a los individuos <IU~ los p”-seen a manifestar conductas infantiles aversivix. y amostrar dSicits de aprendizaje y escasa reîponsivi-dada los intentos disciplinantes de los padres. El cs-trwor, la conducta paterna incoherente y coercitiva(que es más distorsionada si los padres presentanpatología, conflictos matrimoniales o privaciirn swciocultural), interactún con esta predisposicii>n, TC-sultando una mayor frecuencia_ una mayor intcnïi-dad y una mayor duración de In conducta prr)hlemA-tica. Tal conducta puede contribuir u un incrementodel estr& de los padres. distorsionando más la con-ducta educativa de éstos, comenzando así la escala-da progres iva de l a conduc ta an t i soc ia l de l n iño .

La investigacidn sobre la evolución de los pro-blemas de conducta ha sugerido que las conductasantisociales de alta frecuencia pero de poca grave-

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dad preceden a menudo a manifestaciones más gra-ves. Esta sucesión en la agresión parece evolucionarde unas re lac iones padres-h i jo a unas relaciones conlos hermanos y los compaieros. Además, si la con-ducta antisocial aparece en muchos ambientes. y s eda con gran frecuencia, duración e intensidad, sue-len producirse peores resul tados . A pesar de e l lo , esnecesaio que se realicen investigaciones longitudi-na les que iden t i f iquen las evoluc iones conductualesconcre tas .

Las formas más graves de los problemas de con-ducta son particularmente difíciles de tratar. proha-hlemente debido a la interacción compleja entre elindividuo y los factores de socialización que contri-huyen a l desarrollo y mantenimiento de esos prnhle-mas. Por lo tanto, es crucial la identificación F inter-vención tempranas en los niños y sus familias en losprimeros momentos de la progresión antisocial.

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