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Camou. Los consejeros del príncipe.TRANSCRIPT
LOS CONSEJEROS DEL PRINCIPE. Saber técnico y política en los procesos de
reforma económica en América Latina.
Antonio Camou
...las ideas de los economistas y de los filósofos políticos,
tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas,
son más poderosas de lo que comúnmente se cree. En
realidad, el mundo está gobernado por poco más que esto.
Los hombres prácticos, aquellos que se consideran exentos
de cualquier influencia intelectual, usualmente son esclavos
del pensamiento de algún economista difunto.
John Maynard Keynes, Teoría
General del Empleo, el Interés y la
Moneda, 1936, cap. 24, parág. V.
Hasta donde nos alcanza la vista y la memoria histórica, todos los Príncipes
tuvieron sus escribas y sus consejeros. Cuando en las primeras décadas de este siglo Max
Weber reseñó el papel que jugaba el estamento de los literatos en la China milenaria, no
tuvo más remedio que reconocer que su origen "está sumido para nosotros en la
oscuridad"1. Del mismo modo, tan antiguo como su linaje son algunas de las típicas
funciones que en todo tiempo y lugar han cumplido esos personaje encargados de "crear,
distribuir y aplicar ideas" en la solución de problemas sociales y políticos. También hay
que remontarse muy atrás para encontrar los primeros argumentos que favorecieron el
saber de los expertos por oposición a la indocumentada voluntad popular expresada en el
mero número, ese "abuso de la estadística" -al decir de Borges- que es toda democracia.
Desde los días de la Grecia clásica nos hemos acostumbrado a oír por boca de
Sócrates, o del personaje platónico que fue Sócrates, la idea de oponer "continuamente la
postura razonable de confiarse al conocimiento del experto frente a la costumbre irracional
de seguir a la mayoría"2. Por aquello de que "el juicio correcto se basa en el conocimiento
y no en el número"3, una cuestión crucial que desveló a los filósofos atenienses era la de
determinar la mejor forma de gobierno de la república ideal, una república que sólo habría
de ser rectamente gobernada por un "rey-filósofo".
Claro que tan añejas como las pretensiones de los hombres de ideas -sabios o
filósofos, científicos o tecnócratas- por gobernar la pólis de acuerdo con lo que se supone
es la recta razón de su tiempo (de la filosofía, la ética o la economía neoclásica), son los
estrepitosos fracasos de muchos de ellos para lidiar con los demonios tercos de la política.
El mismo Platón se convenció en carne propia, después de sus descaminados intentos por
instruir a un díscolo monarca de Siracusa, que no es tan fácil llevar a la práctica los ideales
pergeñados por los filósofos. En principio porque la lógica y las urgencias que guían el
quehacer del político raramente se compadecen con el devaneo meditativo y el cultivado
jardín de las dudas en que vive todo hombre de pensamiento: "un príncipe -ha dicho el
emperador Adriano imaginado por Marguerite Yourcenar- carece de la latitud que se
ofrece al filósofo, no puede permitirse diferir en demasiadas cosas a la vez"; otro poco por
1
Cfr. Ensayos sobre Sociología de la Religión (1920), Madrid, Taurus, 1984, Parte III, capítulo V, pp. 389 y
ss.
2 David J. Melling, Introducción a Platón (1987), Madrid, Alianza, 1991, p. 38.
3 Cfr. Platón, Laques, 184 d.
la sinuosa desconfianza del político a los dictados de la lejana teoría: "temía no ver en mí -
dice Platón de Dión de Siracusa- otra cosa que no fueran sino palabras, un hombre que
nunca pondría voluntariamente sus manos en una tarea concreta"4; pero también hay
razones más profundamente arraigadas en la matriz de constitución histórica que da origen
a la crítica ilustrada de la política: si en buena medida la figura ideal-típica heredada del
intelectual se configura como la de un "antagonista del poder" guíado por una inmaculada
"ética de la convicción", la imagen especular que se construye desde la política es la del
intelectual como alguien que "pretende hacer política contra la política", un estilo de
intervención pública que acostumbra ampararse en la crítica para eludir el compromiso con
las siempre desagradables consecuencias de toda operación sobre el mundo real5.
En esta larga historia de encuentros y desencuentros entre el mundo del saber y la
política las sociedades modernas le fueron incorporando sus propias características, y
también sus propias tensiones. Entre las más destacadas, como ha señalado Lewis A.
Coser, hay que anotar el hecho de que el vasto proceso de burocratización de la vida social
ha llevado a que la "productividad cultural -que alguna vez pudo haber sido asunto de
artesanías- se racionaliza de manera que la producción de ideas se parece, en los aspectos
principales, a la producción de otros bienes económicos". Paralelamente, el lugar que
detentaba el literato y el intelectual de tipo "generalista" es paulatinamente ocupado por el
"experto", dotado de un dominio técnico sobre un campo del saber, y capaz de orientarlo a
la solución de problemas concretos de elaboración de políticas6. En el mismo sentido, la
vinculación entre los especialistas y la política se opera cada vez más al interior de redes de
asuntos (issue networks) que conectan agencias de gobierno, tanques de pensamiento,
centros de investigación, fundaciones privadas, organismos multilaterales, empresas
patrocinadoras de proyectos, y otras organizaciones complejas, que dejan poco espacio a la
figura -tal parece que declinante- del intelectual "independiente"7.
Así presentada, la discusión entre saberes y política no es nueva, aunque comienza
a tomar su perfil contemporáneo en el período que arranca con la segunda posguerra, en el
caso de los países centrales, y con el auge desarrollista y modernizador de finales de los
años cincuenta y principios de los sesenta en buena parte de América Latina. En ese
contínuo temporal, que corre parejo con la mayor complejización y diferenciación de las
estructuras burocráticas gubernamentales, y con la creciente profesionalización y
organización académica de las ciencias sociales en el subcontinente, parece claro que el
proceso de elaboración y puesta en práctica de políticas económicas ha experimentado en
los últimos años un cambio significativo en lo que respecta a la influencia de la dinámica
institucional de las ideas y los saberes especializados, tanto sobre el "contenido" de las
reformas como en lo que respecta a la "forma" de intervención de nuevos actores y
organizaciones. En particular, un conjunto de personajes especializados en la creación,
distribución y aplicación del saber a las cuestiones de políticas, "analistas simbólicos" o
4
Carta VII, 328 c.
5 Cfr. las posiciones de Reinhard Koselleck, Sheldon Wolin y Hannah Arendt a partir del análisis de Nora
Rabotnikof, "Max Weber: el sentido de la ciencia y la tarea de los intelectuales", en Laura Baca Olamendi e
Isidro H. Cisneros, Los intelectuales y los dilemas políticos en el siglo XX, México, Triana Editores &
FLACSO, 1997.
6 Cfr. Lewis A. Coser, Hombres de Ideas. El punto de vista de un sociólogo (1965), México, FCE, 1968,
p.284. El subrayado es mío.
7 Un trabajo clásico sobre las "issue networks" es el de Hugh Heclo, "Las redes de asuntos y el poder
ejecutivo" (1978), en Luis F. Aguilar Villanueva, Problemas públicos y agenda de gobierno, México, Porrúa,
1992, Tomo 2 de la Antología de Políticas Públicas, pp. 257-284. Sobre la declinación del intelectual
generalista puede consultarse Daniel Bell, "Las guerras culturales en USA (1965-1990), Claves de Razón
Práctica, N 32 y 33, mayo y junio de 1993.
"tecnopolíticos" según diferentes denominaciones8, han comenzado a cumplir una función
estratégica en la orientación política de las sociedades latinoamericanas9.
En términos generales, y desde un punto de vista disciplinar, cuando pensamos en
el vinculación entre saber técnico y saber político se nos aparecen tres grandes líneas de
trabajo, que si bien están estrechamente relacionadas guardan cierto grado de autarquía una
respecto de la otra. En primer lugar, se nos presenta una línea de trabajo que podríamos
llamar de corte epistemológico, centrada en el examen de los parecidos y las diferencias
entre el saber del científico y el saber del político, en las direcciones de causalidad cruzada
entre ambos mundos, e incluso en el tipo de formación de sus portadores (o agentes). Las
dos conferencias del invierno revolucionario de 1919 pronunciadas por Max Weber, que
han sido recogidas bajo el título de El Político y el Científico, ilustran claramente este tipo
de reflexión. Una segunda línea, de raíz sociológica, analiza a los intelectuales como
categoría social, sus diversas tipologías, su formas de socialización y formación
profesional, y los espacios institucionales de su actuación, tanto en el sector privado como
público. Los trabajos clásicos de Talcott Parsons, Robert K. Merton o del ya citado Lewis
A. Coser, entre muchos otros, ejemplifican esta tendencia. Finalmente, una tercera
corriente, cercana a la anterior pero de orientación más claramente politológica, estudia el
papel de los intelectuales expertos y los saberes especializados en la dinámica política en
general y en el proceso de elaboración de políticas públicas en particular. Aunque desde
perspectivas dispares, los nombres de Alexis de Tocqueville y Antonio Gramsci merecen
figurar entre los lejanos pioneros de esta vertiente.
En las breves notas que siguen quisiera presentar algunos rasgos sobresalientes de
esta última estrategia de investigación, tal como ha emergido renovada en los últimos años,
para presentar después, si no conclusiones, al menos algunas conjeturas para la discusión
tomando unos pocos ejemplos del caso argentino.
¿EL REGRESO DE LAS IDEAS AL PRIMER PLANO?
No es una curiosidad menor el hecho de que buena parte de los científicos sociales
-quienes se supone que invierten una porción importante de su tiempo en producir y
discutir ideas- le otorguen a las mismas un escaso papel explicativo en la dinámica de los
hechos sociales y políticos. Más proclives a creer en la influencia de las estructuras
económicas y/o de las elecciones estratégicas basadas en el cálculo de autointerés, el rol de
las ideas en la explicación del cambio social ha ocupado un lugar marginal, cuando no
sospechado de insanable ingenuidad. La paradoja se hace más desconcertante aún si
pensamos que los economistas -quienes fundamentan sus modelos analíticos en las
motivaciones últimas de los individuos basadas en el propio interés- le dan a las ideas
económicas una importancia mucho más significativa que otros profesionales de las
ciencias sociales. La insistencia -de Keynes a Friedman, de Hayek a Krugmann- en que las
8
"Analistas simbólicos" es una expresión acuñada por Robert B. Reich, la cual hace referencia a las
actividades de "negociación estratégica, identificación y resolución de problemas" y que abarca a todos
aquellos que "identifican, resuelven y manejan problemas mediante la manipulación de símbolos"
(economistas, técnicos, investigadores científicos, juristas, etc.). Cfr. The Work of Nations, New York, Alfred
A. Knopf, 1991, esp. cap. 14. Más recientemente, Richard Feinberg y John Williamson han popularizado el
término de "tecnopolíticos" (technopols), el cual ha sido recogido también por el trabajo de Jorge Domínguez
(Technopols. Freeing Politics and Markets in Latin America in the 1990s, Penn State Press, 1997) para
referirse al grupo de técnicos/políticos que llevaron adelante las tareas de la reforma económica. En buena
medida, podría decirse que los tecnopolíticos son un subconjunto específico dentro del mundo más amplio
formado por los "analistas simbólicos" o los intelectuales-expertos.
9 Un tratamiento detallado de estos asuntos con referencia a un caso particular los he desarrollado en De
Cómo las Ideas Tienen Consecuencias. Analistas simbólicos y usinas de pensamiento en la elaboración de la
política económica argentina (1983-1995), Tesis de Doctorado, FLACSO-México, 1997.
buenas ideas favorecen la conformación de "diagnósticos adecuados" y de "políticas
correctas" es un núcleo duro constitutivo de la disciplina económica que los sociólogos y
politólogos -salvo unas pocas excepciones dignas de mención- tienden a mirar con cierto
recelo. Afortunadamente para nuestra mejor comprensión del cambio económico, político
y social, esta situación ha empezado a cambiar en los últimos años. En tal sentido, un
creciente cuerpo de investigaciones han destacado el papel explicativo de las ideas y los
saberes especializados en el proceso de elaboración de políticas, proponiendo esquemas
analíticos renovadores y estudios empíricos originales10
.
La especial atención que hoy se le ha comenzado a asignar a la dinámica
institucional de las ideas contrasta agudamente con el lugar secundario que la sociología y
la ciencia política le venían otorgando durante las últimas décadas. Tradicionalmente los
estudios de élites se concentraban en aquellos grupos que visiblemente eran responsables
"directos" de la toma de decisiones, por tal razón era usual que los trabajos iniciales que
abrieron camino a esta perspectiva se concentraran en el estudio del "triángulo de poder"
formado por las élites militares, económicas y políticas, y que dejaran en un segundo plano
a todos aquellos que encargados de producir y aplicar conocimientos.
Otra de las razones que explica ese desplazamiento a un cono de sombras de
quienes la literatura bautizaría después como "analistas simbólicos" se refiere a la
persistente dificultad para apresar mediante categorías operacionalizables el mundo elusivo
conformado por los intelectuales. A diferencia de los tomadores de decisiones que ocupan
posiciones institucionalizadas en organizaciones específicas, los intelectuales han sido
definidos como "todos aquellos que crean, distribuyen y aplican cultura, es decir, el mundo
simbólico del hombre, incluyendo el arte, la ciencia y la religión"11
, y en este universo no
es tarea fácil, nunca lo ha sido, ofrecer una imagen consistente. Pero de manera más
fundamental, los fenómenos de producción, distribución y aplicación de saberes y
destrezas intelectuales aparecían como subordinados a los "núcleos duros" de la dinámica
de toda sociedad, conformada básicamente por las cuestiones centradas en la economía y la
política. En este punto es sintomático que los sociólogos que se ocuparon de examinar el
papel de los intelectuales y técnicos en la sociedad y el Estado, coincidieran en asignarles
un papel claramente subalterno con respecto al tomador de decisiones; un papel que en
muchos casos partía de la propia autopercepción de los especialistas acerca de las
funciones que podían cumplir dentro del aparato de gobierno. Como señalara Robert K.
10
Sin la pretensión de ser exhaustivo, podríamos hablar de cinco vertientes de investigación dentro de este
remozado regreso de las ideas. En primer lugar, desde una perspectiva "estado-céntrica", se destacan trabajos
como los de Margaret Weir y Theda Skocpol, "Las estructuras del estado: una respuesta 'keynesiana' a la
Gran Depresión" (1985), Zona Abierta, 63/64, 1993. En segundo término, desde el extremo opuesto de las
versiones "socio-céntricas", nos encontramos con los análisis de Peter Gourevitch, Políticas Estratégicas en
Tiempos Difíciles. Respuestas comparativas a las crisis económicas internacionales (1986), México, FCE,
1993. Una tercera variante la ofrecen las distintas contribuciones de los autores que podemos llamar
"neoinstitucionalistas", tales como Kathryn Sikkink, Judith Goldstein, Robert O. Keohane o Jeff Checkel,
entre los que destacaría el sugerente libro de Peter A. Hall (ed.) The Political Power of Economic Ideas.
Keynesianism across Nations, New Jersey, Princeton University Press, 1989. En cuarto lugar, podemos
incluir a los animadores del "giro argumentativo" en el estudio de las políticas públicas, tal el caso de John W.
kingdon en su artículo "Agendas, Ideas, and Policy Changes", en Lawrence Dodd y Calvin Jillson (eds.), New
Perspectives on American Politics, Washington, Congressional Quarterly, 1994. Finalmente, una variación de
lo anterior se encontrará en los estudiosos de las llamadas "comunidades epistémicas" como Peter M. Haas
(ed.), "Knowledge, Power, and International Policy Coordination", International Organization, Winter 1992,
vol. 46, N 1.
11 Tal es la definición clásica de Seymour Martin Lipset en El Hombre Político. Las bases sociales de la
política (1960), BsAs Eudeba, 1977, cap. X, p.298. Lipset realiza una distinción funcional que tuvo larga
heredad; es la que distingue entre los intelectuales "creadores" de bienes simbólicos (en general, artistas,
filósofos, escritores, etc), aquellos que son "distribuidores" de esos bienes (tales como los maestros, críticos
de arte, periodistas, etc), y los que "aplican la cultura como parte de sus tareas profesionales" (médicos,
abogados, ingenieros, etc.).
Merton en torno al rol de los intelectuales en la burocracia pública norteamericana de la
segunda posguerra: "el político señala las metas (los fines, los objetivos), y los técnicos, a
base de conocimiento especializados, indican diferentes medios para llegar a esos fines"12
.
Esta "fórmula", preanunciada por el análisis clásico de Max Weber, ha sido en buena
medida la imagen dominante de la relación entre conocimiento y política, al menos hasta
estos últimos tiempos, en el que han empezado a emerger como figuras relevantes los
"tecnócratas" y "tecnopolíticos" en el renovado escenario social y político de nuestra
época.
En efecto, en los últimos años hemos asistido tanto a una importante
transformación de la dinámica de los procesos de produción, circulación y aplicación de
conocimientos, y con ello a una redefinición del papel del intelectual-experto, como de una
revisión del proceso de elaboración de políticas. Como lo han resumido José Joaquín
Brunner y otros autores, en las contemporáneas sociedades del saber "parece haber llegado
el momento en que el conocimiento deja de ser el dominio exclusivo de los intelectuales y
sus herederos más especializados -investigadores y tecnócratas- para convertirse en un
medio común a través del cual las sociedades se organizan, se adaptan y cambian"13
. Esta
nueva realidad ha venido induciendo, a su vez, "una verdadera revolución dentro del
ámbito de las ciencias sociales, cuya conexión con los procesos de decisión y de
interacción que tienen lugar en la sociedad aumenta exponencialmente"14
. De este modo,
...en un mundo cuyas estructuras y apariencias están representadas por estrictos
mapas de conocimientos: la pobreza es cuantificada rigurosamente, los
movimientos de la opinión pública son medidos por las encuestas, a cada momento
empleamos estadísticas sociales y los propios problemas de la sociedad existen una
vez que son identificados por la investigación... se desconfía de las soluciones
puramente ideológicas y se insiste en la necesidad de otorgarles un fundamento
técnico. Cada vez más, la política se apoya en el saber experto, y algo similar
ocurre con los ministerios, el Parlamento, los partidos, los sindicatos y los medios
de comunicación15
.
Ciertamente, ninguno de los autores incluidos dentro de este "regreso" de las
creencias y los saberes al primer plano argumenta que las ideas son factores
"determinantes" en el proceso político; más bien, asumen desde un principio que las
explicaciones fundadas en la dinámica institucional de las ideas y los saberes expertos
"complementa" otro tipo de explicaciones basadas en el cálculo de autointerés de los
actores y/o en condicionamientos estructurales (económicos, políticos, culturales, etc.) que
operan como restricciones y oportunidades a las decisiones de los agentes. Como hace ya
casi ochenta años señalara Max Weber en un pasaje de la Sociología de la Religión, es
claro que son los intereses materiales los que dominan inmediatamente la acción de las
personas y las sociedades, pero esos intereses discurren por los "rieles" que le trazan las
ideas, y es precisamente éste problema, el de la constitución e influencia de los "rieles", el
que se ha vuelto a poner en el primer plano en los últimos años.
12
Cfr. "El papel del intelectual en la burocracia pública", publicado como capítulo IX de su Teoría y
Estructura Sociales (1949, 1957, 1968), México FCE, 1987, p.293.
13 La cita de Brunner es de José Joaquín Brunner & Guillermo Sunkel, Conocimiento, sociedad y política,
Santiago, FLACSO, 1993, p. 15. Este libro forma parte de una serie de trabajos que recogen los resultados del
"Programa sobre Utilización del Conocimiento Producido por la Investigación Social", llevado a cabo en
FLACSO-Chile entre 1989-1991.
14 Cfr. José Joaquín Brunner et al., Paradigmas de conocimiento y práctica social en Chile, Santiago,
FLACSO, 1993, p.12.
15 Ibidem, p.9 (el subrayado es mío).
Hasta donde puede verse, este revitalizado interés por la influencia social y política
de las ideas ha surgido de dos rechazos y de un reconocimiento. Por un lado, es fruto de la
recusación hacia los variados determinismos estructurales, que condenaban a las ideas a
habitar en el devaluado mundo de las superestructuras y los reflejos; por otro, es también
hijo del rechazo a las pretenciones "imperialistas", hoy en retroceso, del paradigma
económico de la elección racional aplicado a estudiar la sociedad o la política, que suele
dar por supuesto que tenemos una especie de acceso inmediato a los intereses de los
actores. El reconocimiento es algo más indirecto pero no menos importante: fue gracias a
la forma en que alcanzaron el poder Ronald Reagan y Margaret Thatcher, montados sobre
una oleada intelectual de derecha impulsada por un puñado de estratégicos "tanques de
pensamiento", que las ideas regresaron como objeto de investigación, haciéndose evidente
la pertinencia de un viejo adagio según el cual "las ideas tienen consecuencias"16
. En tal
sentido, no es casual que muchos de los principales autores que pueden ser englobados en
este nuevo enfoque de la dinámica institucional de las ideas (o de la dinámica ideacional de
las instituciones) sean ingleses o americanos, y hayan sido influidos, o impactados, por la
incidencia de la "guerra de las ideas" que comenzó a darse en los países centrales desde
mediados de los años setenta.
Entre los rasgos distintivos de este movimiento hay dos o tres que merecen ser
destacados. En primer lugar, los autores antes citados no estudian las "ideas políticas", sino
más bien analizan las "ideas en las políticas", esto es, en los cursos de acción concretos
encarados por los gobiernos (en las 'policies' para decirlo a la americana), prestando
especial atención al análisis de la estructura, naturaleza y dinámica estatal. De este modo,
las elaboraciones conceptuales de esta corriente se ubican en un registro de "alcance
medio", como hubiera dicho Robert Merton, entre los sistemas generales de creencias y las
creencias personales de los actores individuales, formando racimos o conjuntos más
acotados de creencias que toman la forma de saberes institucionalmente producidos y
objetivamente materializados en libros o en informes técnicos, en discursos políticos o en
documentos partidarios, y que orientan las acciones políticas concretas de los tomadores de
decisiones. Como ha señalado Miles Kahler, "ideas" o "conocimientos" económicos
pueden resultar nociones vagas a la hora de definir los sujetos a que se aplican, por tal
razón cuando hablemos de dichas ideas habrá que referirlas más específicamente a
"modelos de realidad económica (cómo trabaja el mundo) y a las recomendaciones que
fluyen de esos modelos (qué deben hacer los diseñadores de políticas)"17
. En segundo
lugar, estos autores comparten una aguda sensibilidad hacia las normas y reglas sociales
que operan en contextos específicos de acción; en un sentido amplio pero defendible de la
palabra, son partidarios del revival "neoinstitucionalista", al otorgarle un papel explicativo
central al hecho de que las ideas se corporeizan (utilizan profusamente la metáfora de la
"embeddedness" de las ideas) en las instituciones.
Finalmente, otro rasgo característico se refiere al papel de las ideas como guías o
puntos focales en la estructuración de la acción. Lejos de adscribir a vagas determinaciones
"estructurales", como el viejo marxismo o el estructural funcionalismo parsoniano, pero
saturados también de centrar reductivamente el análisis sociopolítico en las acciones de
actores individuales guiados por el afán de maximizar su autointerés, los estudios
mencionados ubican a las ideas y los saberes en un rol de mediación entre intereses -no
siempre claros- en conflicto. Puesto que "existe una considerable ambigüedad acerca de la
realidad económica, ha dicho Peter Gourevitch, la ambigüedad permite hacer diversas
16
Este punto es especialmente señalado por James A. Smith, "Think tanks and the politics of ideas", en
David C. Colander & A. W. Coats, The Spread of Economic Ideas, Cambridge University Press, 1989, cap.
15, pp. 175-194.
17 Cfr. su excelente trabajo "La ortodoxia y sus alternativas: explicación de las aproximaciones a la
estabilización y el ajuste", en Joan M. Nelson (edit.), Crisis Económica y Políticas de Ajuste (Princeton
University Press, 1990), Bogotá, Norma, 1994.
interpretaciones"; y en tal sentido la "ideología económica también puede decidir los
cálculos políticos, al influir sobre las interpretaciones de quiénes son los actores, de qué
desean y de lo que harán: hasta el punto en que es incierta la realidad económica -lo que en
la vida real ocurre casi siempre- los elementos cognoscitivos afectan la toma de
decisiones"18
.
LA REFORMA ECONOMICA EN AMERICA LATINA Y MAS ALLA
Hacia mediados de 1989 el Director Gerente del Fondo Monetario Internacional
(FMI), Michel Camdessus, solía recordar que "allí donde mi predecesor, Jacques de
Larosiére, empleaba todo su tiempo en persuadir a los Ministros (de Economía
latinoamericanos) acerca de lo que había que hacer, yo he encontrado que ahora son ellos
mismos quienes quieren hacer lo que hay que hacer"19
.
Al margen de resaltar un asunto básico en toda decisión política compleja (hay que
saber lo que hay que hacer, hay que querer hacerlo, y naturalmente, hay que poder llevarlo
adelante), las declaraciones de Camdessus también testimonian un hecho insoslayable:
entre mediados y finales de la década de los '80, en el marco de severas restricciones
internacionales y a la vuelta de reiterados e insatisfactorios rendimientos económicos, las
élites gobernantes de América Latina fueron alcanzando un creciente consenso acerca de la
necesidad de llevar adelante un conjunto más o menos homogéneo de políticas
económicas.
Cierto es que ese consenso no fue nunca un bloque monolítico de opiniones
unificadas, y que estuvo lejos de ser solamente un versallesco intercambio de argumentos y
de demostraciones técnicas, abstraídas de situaciones concretas de poder y de reacomodos
en función de interes materiales contantes y sonantes; pero vale la pena destacar que ese
consenso fue también el resultado de un intenso proceso de intercambio de ideas y de
visiones sobre los problemas a enfrentar y los posibles cursos de acción para resolverlos.
Asimismo, es claro que ni el FMI, el Banco Mundial, los acreedores externos, la
Reserva Federal americana u otros actores del drama de las reformas tuvieron claro desde
un principio "lo que había que hacer", y que posteriormente, en el lento y sinuoso proceso
de persuasión de los tercos policymakers vernáculos, los organismos multilaterales de
crédito tuvieron un destacado papel al condicionar financieramente el "convencimiento" de
los encargados de tomar las decisiones políticas en favor del llamado ajuste estructural.
Pero en cualquier caso, la emergencia de un diagnóstico autónomo, conformado al interior
de los gobiernos, y que fuera especialmente promovido por grupos de especialistas y
técnicos incorporados a la función pública, tuvo un papel altamente significativo como
factor motorizador de las reformas.
En la conformación de ese diagnóstico endógeno se ha resaltado el papel
estratégico que tuvieron un conjunto de intelectuales-expertos agrupados en
organizaciones orientadas a la investigación y a la producción de saberes especializados, y
vinculados mediante un denso entramado de relaciones personales, profesionales y
políticas con diversas fuentes de poder, tanto locales como transnacionales. Este grupo de
técnicos y especialistas fueron, a la vez, promotores de nuevas ideas para tratar con la dura
realidad económica que les tocó en suerte enfrentar a sus gobiernos (pensemos en los
planes económicos "heterodoxos"), e intermediarios (o mediadores) entre las visiones e
18
Cfr. Op Cit., p.72.
19 Michel Camdessus, Washington DC, Junio de 1989. Citado por John Williamson, The Progress of Policy
Reform in Latin America, Washington DC, Institute for International Economics, N 28, January 1990, p.1.
El paréntesis es mío.
intereses de complicadas redes de asuntos integradas por políticos, funcionarios de
organismos multilaterales, empresarios, operadores financieros y otros actores -formales e
informales- del proceso de reformas económicas encaradas desde los inicios de la década
del ochenta.
En este marco general de transformaciones, tanto de los "contenidos" de las
políticas económicas como de la "forma" de su elaboración, es posible presentar algunas
hipótesis para la discusión a la luz de los enfoques de la dinámica institucional de las ideas.
a) SABER TECNICO Y POLITICA EN LOS PROCESOS DE REFORMA
ECONOMICA. La literatura comparativa sobre la reforma económica en América Latina -
orientada a esclarecer los factores políticos que han condicionado dichos procesos de
reforma- estuvo inicialmente centrada en el papel de macrovariables tales como el "tipo de
régimen" (autoritarismo o democracia), para posteriormente evolucionar hacia una
consideración más desagregada de los factores políticos e institucionales que mayor
incidencia tuvieron en el proceso de ajuste y reestructuración económica (capacidades
institucionales del estado, liderazgo político autonomizado de grupos de poder, etc). En
este esquema el papel de la dinámica institucional de las ideas y los saberes especializados
apareció por largo tiempo desdibujado.
Este desplazamiento de las ideas a un lugar secundario ha dependido de dos
premisas que estudios posteriores consideraron inadecuadas. En primer lugar, el grueso de
la literatura mencionada da por sentado la conformación de un diagnóstico económico, y a
partir de allí examina la dinámica y los condicionantes políticos de los programas de
ajuste; de este modo, se le otorgó un espacio reducido al examen de la elaboración (y de
las reelaboraciones) del diagnóstico mismo y a la configuración simbólica de los alegatos
políticos capaces de movilizar -u obstaculizar- los recursos de poder necesarios para llevar
adelante las reformas. En segundo término, muchos de esos trabajos han reiterado un viejo
lugar común, hoy desestimado por el análisis de políticas públicas, en el sentido de
suponer una distinción "fuerte" entre el establecimiento de objetivos políticos y la
elaboración técnica de los planes y programas económicos, quizá repitiendo sin querer la
antigua distinción entre "política" y "administración".
Por el contrario, el examen detenido de la evolución de las políticas económicas en
América Latina de la última década y media ha documentado la existencia de diferentes y
cambiantes diagnósticos económicos, y con ello ha comenzado a impugnar cualquier
trivialización de una "receta" económica predeterminada. Asimismo, hoy por hoy parece
claro que no es posible establecer ninguna distinción tajante entre cuestiones "técnicas" y
cuestiones "políticas" en el proceso de elaboración de políticas públicas. De este modo, un
examen riguroso de los procesos de reforma económica debe esclarecer los diferentes
cursos de políticas propuestos, algunos de los cuales se tomaron y otros no, sopesar los
argumentos en pugna en el marco de cambiantes dinámicas de interés, y evaluar el papel
de algunos actores o grupos que impulsaron diferentes soluciones "técnicas" a problemas
económicos puntuales. En ese marco de preocupaciones, resulta poco auspicioso
preguntarse por los intereses que "en última instancia" se movían "por debajo" de las
alternativas "técnicas", y que en definitiva explicarían que se haya adoptado una medida
económica y no otra. Los estudios sobre la dinámica institucional de los saberes
especializados han comenzado a poner de manifiesto que en el proceso de elaboración de
políticas públicas en las sociedades complejas toda cuestión "técnica" importante conlleva
-constitutivamente unida a ella- cuestiones de "política"; y parejamente, cualquier cuestión
"política" relevante (o donde converjan intereses de alguna entidad) implica la resolución
de importantes cuestiones "técnicas". De este modo, cuestiones "técnicas" y cuestiones
"políticas" son como dos puntas de un mismo ovillo. Se puede entrar al ovillo por una
punta o por la otra, se puede, también, estipular de manera más menos pragmática una
zona de "demarcación" -siempre arbitararia por cierto- entre ambos extremos de hilo, pero
en todo caso, las dos puntas están indisolublemente unidas, y en el medio está siempre un
complicado entramado de ideas e intereses, creencias técnicas y evaluaciones políticas, que
el análisis tiene que tratar de desentrañar. Como lo señaló hace muchos años años
Friedrich von Hayek, revisando una vez más la tan llevada y traída cuestión de fines
supuestamente "políticos" y medios técnicos supuestamente "neutrales"20
,
...los fines de un plan económico, o de cualquiera de sus partes, no pueden
definirse separados del plan particular. Pertenece a la esencia del problema que la
confección de un plan económico envuelve la elección entre fines en conflicto o
competitivos: las diferentes necesidades de las diferentes personas. Pero cuáles
fines, de los que están en conflicto, deberán sacrificarse si deseamos obtener otros,
o, en resumen, cuáles son las alternativas entre las que hemos de elegir, sólo
pueden saberlo quienes conozcan todos los hechos; y sólo ellos, los técnicos, están
en situación de decidir a cuáles de los diferentes fines ha de darse preferencia. Es
inevitable que ellos impongan su escala de preferencias a la comunidad para la que
planifican21
b) LAS REDES DE EXPERTISE, ANTES Y AHORA. En líneas generales, el
patrón de reclutamiento de economistas profesionales a los gobiernos latinoamericanos -
sobre todo al nivel de lo que hoy llamaríamos la "gerencia media"- ha seguido cauces
similares a los observados en los países centrales, tal como fuera constatado en los ya
citados trabajos pioneros de Robert K. Merton y Lewis A. Coser. De acuerdo con esto, a
partir de la segunda posguerra se observa una sistemática incorporación de especialistas y
técnicos salidos de las universidades a diferentes estratos de la burocracia pública;
fenómeno éste vinculado tanto a la mayor complejización y diferenciación de las
estructuras burocráticas, que demandaban nuevos y más capacitados profesionales, como a
la mayor y mejor oferta académica y profesional de las Universidades, en particular en lo
que se refiere a las ciencias sociales. En este sentido, la incorporación de especialistas y
técnicos al seno de la burocracia estatal constituye una tendencia de largo plazo. Pero
cuando comparamos esas experiencias con las registradas a lo largo de la década de los
años '80 encontramos algunas diferencias dignas de mención.
En primer lugar, sobre un horizonte de creciente profesionalización de los cuadros
económicos que se han venido incorporando a la función pública, se destaca una
significativa "autonomía relativa" del entramado institucional formado por las fundaciones,
centros de investigación, tanques de pensamiento y consultoras especializadas que
elaboran sus diagnósticos y recomendaciones de políticas. Contrariamente a ciertos
enfoques reduccionistas, es muy difícil sostener una causalidad lineal que va de los
"intereses" de los actores (empresarios u organismos multilaterales, por caso) a las
decisiones de políticas públicas, y lo que más bien encontramos es la mediación de estos
circuitos de expertise que, a la vez que contribuyen a configurar esos propios intereses,
también inciden sobre las políticas estatales a fin de disciplinar a los agentes económicos y
al propio Estado de acuerdo con patrones de análisis y evaluación derivados de modelos y
teorías económicas. Dicho gráficamente, estos analistas simbólicos, y sus organizaciones,
están lejos de ser "intelectuales orgánicos" en ningún sentido reconocible de la palabra.
En segundo lugar, resalta también el carácter semipúblico (o semi-privado) de estas
organizaciones, generalmente constituidas como entidades civiles sin fines de lucro, y
sostenidas por una amplia gama de fuentes de financiamiento, que incluye a empresas con
intereses económicos diferenciales, fundaciones internacionales, y hasta el propio Estado
nacional, quien les encarga trabajos de consultoría o asesoramiento. Este tipo de inserción
social distingue a estas redes de expertos de otras configuraciones institucionales similares
habidas en el pasado; así, se distinguen de los casos de asesoría externa que el gobierno
20
Una discusión que desde otra perspectiva ha sido un leit motiv de la Teoría Crítica frankfurtiana.
21 Cfr. Friedrich A. von Hayek, Camino de Servidumbre (1943), Costa Rica, Libro Libre, 1989, p.79.
norteamericano ejerciera en las décadas del '30 al '40 (tales como las "misiones" Niemeyer
o Kamerer); de los estudios y asesoramientos ofrecidos por organismos del sistema de
Naciones Unidas, tales como las colaboraciones del personal técnico de CEPAL,
especialmente relevante entre mediados de los años '50 y mediados de los '60; y tampoco
debe confundirse con los esquemas de "condicionalidad" ejercida por el Banco Mundial (o
incluso del propio FMI), ligada a los préstamos para reformas estructurales que
comenzaron a tener especial relevancia desde mediados de la década de 1980. Asimismo,
el carácter no gubernamental de buena parte de estas organizaciones las separa de los
contingentes de técnicos y economistas profesionales que elaboran políticas desde el
interior de las agencias estatales, tal como fue especialmente destacado durante el período
"desarrollista"22
.
En tercer lugar, y no por ello menos importante, se destaca el hecho de que -de
manera creciente- la gestión directa de los asuntos económicos en América Latina ha sido
encomendada a técnicos sin credenciales partidarias, pero con reconocidas antecedentes
profesionales. Si en experiencias gubernamentales anteriores era usual que los economistas
profesionales se incorporaran a funciones de asesoramiento, o en el mejor de los casos de
gerencia "media" dentro del sector público, en los últimos años se observa un avance de
los técnicos "apartidarios" a los más altos rangos de la toma de decisiones, e incluso se
hace de esas credenciales un signo valorado políticamente como positivo. De hecho, este
avance de los economistas apartidarios, vinculados en primera instancia a un conjunto
reducido de redes de expertise, que acceden a los más altos niveles de decisión de la
política económica se pone de manifiesto al examinar diversas experiencias
latinoamericanas23
. Para el caso argentino, por ejemplo, de los 13 ministros de economía
que el país tuvo entre 1976 y 1996, solamente tres de ellos eran economistas "partidarios",
dos de los cuales duraron en sus funciones escaso tiempo en la medida en que ocuparon
sus cargos en turbulentos períodos de transición entre dos administraciones políticas24
.
VER CUADRO DE LA PAGINA SIGUIENTE
22
Un análisis que destaca la naturaleza no gubernamental, independiente, o de pertenencia al así llamado
"tercer sector" de la sociedad, de estas organizaciones dedicadas a la investigación, y en casos más
específicos, al análisis y elaboración de propuestas de políticas, se encontrará en Daniel C. Levy, Building the
Third Sector. Latin America's Private Research Centers and Nonprofit Development, University of Pittsburgh
Press, 1996.
23 Este fenómeno ha sido destacado para el caso chileno en el sugerente trabajo de John Markoff & Verónica
Montecinos, "El irresistible ascenso de los economistas", Desarrollo Económico, vol. 34, N 133, abril-junio
de 1994. Para el caso mexicano puede consultarse el trabajo de Martín Puchet Anyul, "La economía durante
los '80: notas para un debate sobre sus cambios analíticos y profesionales", Desarrollo Económico, vol. 33, N
129, Abril-Junio de 1993.
24 Además de Bernardo Grinspun, que duró un año en su cargo, los otros dos economistas radicales tuvieron
un mandato efímero: Juan Carlos Pugliese, quien ya había sido Ministro de Economía durante la gestión del
presidente Illia (1963-1966), estuvo 51 días a cargo de la cartera económica; mientras que Jesús Rodríguez,
que lo reemplazó, duró los últimos 40 días del gobierno de Alfonsín.
Ministros de Economía
(1976-1996)
Adscripsiones institucionales
José Alfredo Martínez de
Hoz Vicepresidente 2 de FIEL al
momento de asumir como
ministro.
Lorenzo Sigaut Vocal de la Comisión de
Estudios de FIEL
Roberto T. Alemann Vocal del Consejo Directivo
de FIEL
José María Dagnino
Pastore
Primer Director de
Investigaciones y luego
Asesor de FIEL
Jorge Wehbe
Bernardo Grinspun Economista partidario
(Partido Radical)
Juan V. Sourrouille Miembro del IDES
Profesionalmente vinculado
a CEPAL y al CEDES.
Juan C. Pugliese Economista partidario
(Partido Radical)
Jesús Rodríguez Economista partidario
(Partido Radical)
Miguel Roig Vocal del Consejo Directivo
de FIEL.
Directivo de Bunge y Born.
Néstor Rapanelli
Vocal del Consejo Directivo
de FIEL. Directivo de Bunge
y Born.
Domingo F. Cavallo Director del IEERAL (FM)
Roque Fernández Director del CEMA
FUENTE: Elaboración propia con base en información institucional.
FIEL: Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas.
IDES: Instituto de Desarrollo Económico y Social.
CEDES: Centro de Estudios de Estado y Sociedad.
IEERAL/FM: Instituto de Estudios Económicos sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana de
la Fundación Mediterránea
CEMA: Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina
c) ¿LOS NUEVOS ARTICULADORES DE HEGEMONIA? En base a las
consideraciones anteriores parece claro que estos "tecnopolíticos" vienen cumpliendo,
dentro de las élites dirigentes, una importante función de amalgama, de producción de
visiones y creencias congruentes, y más específicamente, de alegatos de políticas públicas
que contribuyen a la formación de un conjunto de consensos básicos que aparece en el
centro de todo paradigma de gobernabilidad hegemónico. De manera más concreta, la
enredada trama institucional conformada por consultoras económicas especializadas,
centros de investigación, "tanques de pensamiento" y fundaciones políticas han comenzado
a constituir desde hace un tiempo a esta parte una dimensión fundamental e ineludible del
proceso de elaboración de políticas públicas. En esos nuevos espacios institucionales se
entretejen vinculaciones entre políticos, empresarios, académicos, consultores,
funcionarios de organismos multilaterales e inversores externos, y se producen y hacen
circular ideas e informaciones, indicadores de coyuntura y encuestas de opinión, análisis
políticos y proyectos de ley, estudios de factibilidad y "tarjetas" ejecutivas en los que se
trata de persuadir al Príncipe de turno de la necesidad de tomar un determinado rumbo de
acción, se resume el sentido de una política, se argumenta en favor de una resolución
ministerial, o se alega por un cambio en un régimen impositivo. Los destinatarios de esas
ideas son los tomadores de decisiones que conforman las élites gobernantes del país, pero
quienes producen esas ideas y saberes expertos, los "analistas simbólicos" en el lenguaje
computadorizado de Robert Reich o la "élite letrada" en el reposado lenguaje
decimonónico de Juan Bautista Alberdi, son ellos mismos y por derecho propio parte
substantiva y fundamental de una nueva élite dirigente que desde los albores de las
recuperaciones democráticas se han venido abriendo paso en la pirámide del poder.
Por diversos mecanismos -desde la común formación académica en universidades
de prestigio hasta la dependencia profesional y económica de redes institucionales
(separadas de las filiaciones partidarias orgánicas)- este circuito del expertise tiende a
generar una visión análoga de los problemas y las soluciones políticas disponibles;
contribuye asimismo a relativizar el desacuerdo y a evitar las posiciones cerradas en virtud
de polarizaciones ideológicas; y favorece -al apelar al expediente autoritativo del saber
especializado- la reducción de la complejidad de posibles soluciones políticas alternativas
fincadas en el principio de la soberanía popular. En definitiva, la gran mayoría de los
"analistas simbólicos" ligados al proceso de elaboración de políticas operan como
catalizadores del consenso, o, si se prefiere usar otros términos, como formadores de
hegemonía, y en última instancia como soportes substantivos de la gobernabilidad
democrática de una sociedad. Como una especie de "partido transversal" recorren
diferentes formaciones políticas, y más allá de los cambios producidos por las elecciones,
las orientaciones básicas de las políticas estratégicas se mantienen.
d) ¿POLITICA DE EXPERTOS O POLITICA DEMOCRATICA? Nacida del
contractualismo de los siglos XVII y XVIII, de la economía política y de la filosofía
utilitarista, la democracia decimonónica creyó siempre que las unidades últimas de la
sociedad política eran los individuos (formalmente) libres e iguales, y que entre estos y el
Estado ningún grupo, clase, etnia o corporación podía sobreponerse. No sin un dejo
nostálgico, Norberto Bobbio ha llamado a esta lejana ilusión la incumplida promesa de la
sociedad política de los individuos, o más precisamente, la promesa del gobierno de los
ciudadanos. En tal sentido, la realidad de las democracias existentes nos muestra que cada
vez más los grupos, las asociaciones o las corporaciones organizadas tienen una presencia
mayor que la de los ciudadanos. Como lo ha reconocido Bobbio al examinar con sano
realismo la dinámica de las sociedades complejas, "no son los individuos sino los grupos
los protagonistas de la vida política en una sociedad democrática"25
.
Esta constatación ha dado lugar a dos tipos de preocupaciones bastantes distintas.
Por un lado, nos encontramos con la crítica "progresista" que señala la distorsión que los
grupos "tecnocráticos" introducen en el proceso de deliberación democrática,
tergiversando las preferencias populares con base en la calculabilidad técnica de las
restriciciones y las factibilidades. Por otro lado, nos enfrentamos a la preocupación más
conservadora que pone de manifiesto la "brecha" abierta entre la sobresimplificación del
debate político y ciudadano en torno a cuestiones de alta complejidad vis á vis la necesaria
sobrecomplejización del debate al interior de las redes de expertise. Sea cual fuere la
posición que se tome en definitiva, esta doble brecha, de ida y vuelta, entre los intereses
ciudadanos y el tipo de intervención que se acostumbra a llamar "tecnocrática", es una
realidad que llegó para quedarse. Como consuelo final, a quienes estén interesados en la
dinámica política de las políticas públicas tal vez no nos quede más remedio que
reconocer, con Giandomenico Majone, que
... todas las batallas de reforma social se han combatido entre los conservadores,
que exageran los límites de lo posible en las políticas públicas, y los progresistas,
que los desestiman. Ayudar a los decisores y a la opinión pública a que eviten tanto
la exageración como la subestimación precipitada de los límites es una de las
contribuciones más útiles del análisis (político) a la deliberación pública26
.
Que así sea.
/// "Los Consejeros del Príncipe. Saber técnico y política en los procesos de reforma
económica en América Latina", en Carlos H. Acuña (comp..), Lecturas sobre el Estado
y las políticas públicas: Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual, BsAs,
Proyecto de Modernización del Estado, 2007. (Reedición del artículo originalmente
publicado en Nueva Sociedad, Venezuela, Nro. 152, noviembre-diciembre de 1997.
ISSN 0251-3552, pp. 54-67).
25
Norberto Bobbio, El Futuro de la Democracia (1984), México, FCE, 1986, p. 18.
26 Cfr. Evidence, Argument, and Persuasion in the Policy Process, Yale University Press, 1989, p. 69-70.
LOS “JUEGOS” DE LA EVALUACIÓN UNIVERSITARIA EN LA
ARGENTINA. Notas sobre las interacciones conflictivas entre Estado y
universidad.
Antonio Camou
1) PRESENTACION
Los hombres son todos buenos, pero
si se los controla, son mejores...
Juan D. Perón
Según es fama, la universidad pública argentina arrastra viejos males y enfrenta también
una serie de renovados desafíos. Entre los primeros, habría que recordar la carencia de
un sistema articulado de educación superior, las miserias derivadas de un presupuesto
escaso y mal asignado, o las lamentables consecuencias de la operatoria de redes
clientelares y partidarias enquistadas en los espacios de decisión institucional. Entre los
segundos, la problemática de la evaluación –sin ser el único punto de la agenda a
considerar- tiene a mi juicio una posición estratégica: por un lado, porque es en el marco
de procesos de autorreflexión crítica, de debate y de consenso de los propios actores del
campo universitario donde pueden ser tematizados tanto las antiguas carencias como los
nuevos retos; por otro, porque la evaluación es el nexo sistémico que conecta las
necesidades y exigencias de la sociedad con el funcionamiento de las instituciones
universitarias a través de la autoridad del Estado.
Aunque las cuestiones a considerar son muchas, en estas notas voy a prestar atención a
una sola de las caras de los juegos de la evaluación, la que hace referencia a las
respuestas estratégicas de los profesores-investigadores en los procesos de evaluación
institucional, por lo que también deberemos dejar para otra ocasión el examen de otros
aspectos importantes de la problemática evaluativa. En conjunto, analizaré los
problemas de evaluación como parte de los desafíos de la regulación estatal, y trataré de
mostrar en qué sentido los procesos de evaluación institucional son el eslabón más débil
en la cadena de juegos de evaluación universitaria.
El trabajo ensaya una mirada centrada en la interfase conflictiva entre las políticas
universitarias y su puesta en práctica en contextos institucionales específicos, prestando
especial atención al modo como una serie de iniciativas, cuyos diseños y objetivos han
sido establecidos a nivel del Estado nacional, son adoptadas, adaptadas y/o resistidas en
el ámbito de instituciones concretas. Si en esta ocasión me concentro en analizar una
cierta microfísica de los apoyos y las resistencias a las reformas, más que en estudiar el
camino de retorno a las políticas estatales, esto no constituye un sesgo a favor de una
lectura lineal del impacto de las políticas públicas; en todo caso, me interesa
especialmente echar alguna luz sobre esa confusa zona donde se vinculan las políticas,
las respuestas de los actores y los cambios institucionales27
.
27
Antecedentes teóricos de un enfoque de “economía política” que analiza los lazos intrincados entre
políticas, actores e instituciones se encontrarán –entre otros- en Peter Hall (1986), Peter Gourevitch
(1986), Stephan Haggard y Robert Kaufman (1992 y 1995) o en Joan Nelson (1994). Para un análisis del
“ensamblaje conflictivo” entre políticas universitarias e instituciones véase Acosta Silva (2000), los
trabajos reunidos por Pedro Krotsch (2002), o las investigaciones de García de Fanelli (2005).
Para acercarnos a nuestro problema consideremos los siguientes ejemplos. Supongamos
que Ud. es un buen ciudadano que paga sus impuestos y tarifas pero tiene dificultades
con su servicio telefónico (o de gas, o de energía eléctrica, etc.), la compañía no le da
respuestas, y Ud. desea quejarse para que le solucionen esas dificultades. En principio,
el marco regulatorio existente le da intervención a un Ente regulador que tiene poder de
actuar, incluso multando severamente a las empresas. Que esto se haga o no dependerá
de muchas circunstancias, pero, en principio, el marco institucional (allí donde existe) lo
permite. Supongamos ahora que Ud. padece problemas de inseguridad en su vecindario,
y la Comisaría no los soluciona, e incluso los agrava; en este caso, podría aliarse con
otros vecinos y elevar su queja a las autoridades. Aquí el asunto es más complicado
porque en nuestro país la policía no depende directamente del Municipio (como en otros
países), pero Ud. puede apelar a dos recursos: en primer lugar, seguir quejándose hasta
que su demanda llegue a oídos de la máxima autoridad ejecutiva provincial, quien tiene
facultades para intervenir, por ejemplo, removiendo al Comisario de su zona; y en
segundo lugar, le queda una lejana herramienta en sus manos que es el voto: puede votar
por aquellos partidos que le aseguren (si Ud. les cree) mayor seguridad. Pero finalmente
supongamos que Ud. considera que la formación de los profesionales universitarios es
mala o poco exigente, o que las universidades no están dando su mejor esfuerzo para
contribuir al desarrollo productivo del país, o que están siendo poco críticas con el
neoliberalismo y la marcha de la globalización: ¿A quién recurre? Misterio. Nótese que
en todos estas situaciones he considerado problemas de segundo nivel de intervención,
es decir, Ud. ya ha ido a hablar con la Comisaría y les ha sugerido que estén más atentos
con la operatoria del crimen organizado, pero no le han hecho mucho caso, y también
les ha propuesto a las autoridades universitarias más cercanas a su domicilio que
mantengan el examen de ingreso a Medicina, pero tampoco le han hecho caso, y por eso
está buscando la intervención no judicial de una autoridad superior.
Pues bien, lo que tenemos es un problema general de regulación, ese conjunto de
políticas públicas
que establecen las condiciones de producción de un bien y/o la provisión de un servicio
(Lowi, 1992), una de cuyas instancias es la evaluación y la acreditación de títulos,
carreras o instituciones. En términos generales, y adaptando libremente algunas ideas de
Adam Przeworski (1998), distinguiré tres dimensiones de la regulación universitaria: la
responsabilización (accountability), la evaluación-acreditación y la gestión-supervisión-
control. Cada una de estas dimensiones está constituida por una relación (ya veremos
que conflictiva) entre el Estado y alguna otra cosa28
.
Digamos que en términos generales la responsabilización obliga al Estado -como
máxima autoridad pública para tomar decisiones jurídicamente vinculantes sobre el
conjunto de la sociedad- a dar cuenta ante la ciudadanía de los actos universitarios.
Ciertamente, la universidad puede (y debe) dar cuenta de esos mismos actos ante la
sociedad, pero la ciudadanía no tiene herramientas efectivas directas para exigir esa
accountability, por eso requiere dar un largo rodeo a través de la autoridad estatal. En
un sentido análogo, los bancos están obligados a dar información a sus clientes (actuales
y potenciales), pero quien puede ejecutar esa obligación es la Superintendencia del
Banco Central, y no los dispersos y habitualmente desinformados clientes29
. Por su
parte, la evaluación-acreditación es una relación estructural específica entre las
universidades y el Estado a través de una agencia de evaluación relativamente
28
Sobre el nuevo rol del “Estado evaluador” puede consultarse Neave (2001) y Philip G. Altbach (2000).
Para una perspectiva latinoamericana el conocido trabajo de José Joaquín Brunner (1990). Un análisis del
caso argentino en Krotsch y Puigróss (1994). 29
Un ámbito en el que claramente el Estado se hace responsable ante la sociedad por los actos
universitarias es en el cumplimiento de la Ley 24.156 de Administración Financiera.
autónoma, en nuestro caso la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación
Universitaria (CONEAU), por eso también hablaré del Estado/CONEAU, o
simplemente de la CONEAU30
. Y finalmente tenemos una relación -bastante más
confusa, coyuntural y conflictiva- de gestión-supervisión-control, cuando observamos el
vínculo entre las universidades y el Estado en su dimensión de autoridad ejecutiva o
gubernamental de turno; en este caso el Estado/Gobierno/Ministerio de Cultura y
Educación/Secretaría de Políticas Universitarias (SPU) produce cursos de acción
específicos a fin de guiar al sistema hacia el logro de determinados objetivos de política
universitaria31
. La Fig. 1 ofrece un diagrama muy simplificado de estas relaciones
problemáticas.
FIG. 1. Algunas relaciones básicas de regulación entre Estado, universidad y ciudadanía
Naturalmente, lo que hace más interesante el caso (a diferencia de las compañías
telefónicas, los bancos o la policía) es que las universidades gozan de autonomía. Como
es sabido, el reclamo por la autonomía fue enarbolado con especial ímpetu por los
reformistas de 1918, y desde entonces los sectores más dinámicos y progresistas de la
vida universitaria lo han mantenido como un principio clave que garantiza la calidad, la
pluralidad y la independencia crítica de la investigación y la enseñanza. Este principio
ha sido consagrado por la Constitución Nacional de 1994 y su pertinencia es
inobjetable. Pero ciertas interpretaciones han extremado el punto, llegando a sostener
que el gobierno nacional de turno, o incluso el Estado, no deberían desarrollar ningún
tipo de políticas de regulación universitaria, salvo las decisiones de asignación
presupuestaria. Lejos de esta opinión, aquí nos tomaremos en serio los desafíos
planteados por el cumplimiento del artículo 70 de la vigente Ley, puesto que establece
un delicado equilibrio -o una sana tensión- entre el respeto a la autonomía universitaria
y la máxima potestad de ejercicio del poder público al que el Estado no puede ni debe
30
Como lo ha señalado la Comisión: “la evaluación se presenta como un instrumento adecuado para
establecer una forma de regulación de las instituciones universitarias orientado a la mejora de la calidad
de la formación brindada por ellas” (CONEAU, 2002: 3). Las cursivas son mías. 31
La diplomática redacción del artículo 70 de la Ley 24.521 de Educación Superior permite vislumbrar la
complejidad del problema. Dice así: “Corresponde al Ministerio de Cultura y Educación la formulación
de las políticas generales en materia universitaria, asegurando la participación de los órganos de
coordinación y consulta previstos en la presente ley y respetando el régimen de autonomía establecido
por las instituciones universitarias”. Las cursivas son mías.
renunciar. Por eso es que se torna especialmente problemática la definición de los
límites y las modalidades concretas bajo las cuales se ejerce ese legítimo poder
regulador, a efectos de que no se desnaturalice en intervenciones indebidas o
contraproducentes32
.
A esta altura a todo el mundo le queda claro que la regulación pública supone un tipo de
ejercicio de poder para que alguien haga algo que no le gusta demasiado, y en este
asunto las personas y las organizaciones tienen notables parecidos. Hasta donde
sabemos, a nadie le gusta competir, o mejor dicho, a nadie le gusta enfrentar la
posibilidad de perder en una competencia, y esto vale tanto para futbolistas como para
políticos en campaña, empresarios capitalistas o profesores universitarios. Si aún así la
gente se pone a competir es porque –en términos generales- el premio que se obtiene al
ganar es muy grande o porque las presiones son muy fuertes. De este modo, el ejercicio
de un poder (la utilización del “palo”) o la existencia de incentivos orientados a
promover un interés (la “zanahoria”), serían dos mecanismos institucionales maestros
para orientar acciones hacia la competencia y el máximo rendimiento. Se sobreentiende
que en ausencia de un mercado “competitivo”, cuando es el Estado el que regula
directamente a una organización pública, deberá contar con la voluntad política, la
legitimidad y los dispositivos organizacionales (estructuras burocráticas autónomas,
meritocráticas, jerarquizadas, etc.) para accionar el “palo”, y con los recursos
presupuestarios (¿necesarios o suficientes?) para mover la “zanahoria”33
.
Se entiende que la justificación social de la regulación pública descansa en el hecho de
que sólo cierto tipo de reglas fuerzan a los actores a tener comportamientos orientados a
producir resultados beneficiosos para el conjunto (o para el mayor número de personas),
y que el supuesto antropológico que le otorga sentido a la regulación es que los seres
humanos son todos buenos, pero si se los controla, son mejores...34
En resumidas
cuentas, y tomando como referencia un comportamiento promedio, si ciertas normas no
obligaran a un empresario capitalista para que produzca con calidad y buen precio,
tenderá a volverse monopólico –para beneficio exclusivo de sí mismo y en perjuicio del
conjunto-, y si a los profesores universitarios no se nos obligara a concursar
periódicamente nuestras cátedras también reduciríamos la calidad de las clases en
perjuicio de los alumnos. Desde esta perspectiva, lo que puede forzar a un actor a
someterse a reglas estrictas de competencia es el interés o el poder, o una combinación
de ambos. Pero también habrá que tener en cuenta la contracara del asunto: tanto el
empresario como el profesor requieren de grados considerables de libertad para innovar,
y para aprovechar individualmente los beneficios de esa innovación. Este equilibrio
32
Para simplificar el argumento, paso por alto la existencia de una serie de “órganos de coordinación y
consulta del sistema universitario” (Consejo de Universidades, Consejo Interuniversitario Nacional, etc.),
según lo establecido por los arts. 71 al 73 de dicha Ley. 33
No se me escapa que un tercer mecanismo de coordinación hay que buscarlo en las creencias y valores
internalizados por los actores sociales (los “sermones”), pero dejaremos esta discusión entre paréntesis
hasta llegar a la parte final del texto. Un cuarto mecanismo serían lo que podemos llamar los “teoremas”,
es decir, las conexiones de sentido argumentables mediante criterios objetivos de refutación y de prueba
(aunque muchas personas descreen de su “existencia”). Un tratamiento clásico de estas formas de
coordinación social se encontrará en Talcott Parsons (1971); Un tratamiento actualizado en Habermas
(1987), en Hood (1991) y en Lechner (1997); Un análisis menos técnico, aunque no menos agudo, en las
escenas iniciales de El Padrino, Parte I, en el jugoso diálogo entre Marlon Brando y el funebrero
Bonasera. 34
En palabras de Juan Carlos Del Bello (1993), al justificar las iniciativas de su gestión: estos cambios
“apuntan a asegurar una mayor autonomía real para las instituciones universitarias, en el marco de unas
mínimas y flexibles regulaciones estatales que tienden a mejorar el sistema y garantizar la fe pública que
la sociedad deposita en estas instituciones”. Las cursivas son mías.
entre libertad (o autonomía) y control es clave para lograr el “adecuado”
funcionamiento de las personas, las organizaciones y las sociedades complejas35
.
En términos muy generales, podríamos decir que en un esquema regulatorio la
ciudadanía (que en la jerga que utilizaré es el actor principal) le encarga al Estado (el
agente) que vele por la provisión de una muy buena educación universitaria (producción
de investigación, etc), y para eso le destina recursos públicos; y el Estado (ahora
transformado en principal) le encarga a las universidades que lo hagan (el agente), y así
sucesivamente (el Rector al Decano, el Decano a los profesores, los profesores a los
ayudantes, etc.). El problema con las relaciones principal-agente es que son
complicadas. Porque en el fondo Ud. está delegando en otros una serie de recursos y de
decisiones sobre las que perderá una buena parte del control, y en muchos casos tendrá
muy poca información para actuar. Es lo que a Ud. le pasa habitualmente cuando se le
rompe la computadora y debe llevarla al técnico: por de pronto, el técnico sabe de
computadoras mucho más que Ud., y su principal interés es cobrarle el mayor precio
posible con el mínimo esfuerzo necesario (corregido, en todo caso, por la posibilidad de
“fidelizarlo” en el largo plazo); en cambio Ud. querría pagar el mínimo precio posible
por un arreglo de excelente calidad. De manera análoga, cuando Ud. le encarga al
Estado que le provea de seguridad, en realidad le está encargando a un conjunto de
individuos (llamados dirigentes políticos y estatales) que lo hagan, y esos dirigentes a su
vez, lo hacen con la policía en sus distintos rangos. En cada uno de esos niveles se
generan intereses específicos que suelen ser diferentes de los intereses del principal
(Ud. espera que la policía siempre esté de guardia, pero muchos de ellos prefieren
dormir en sus turnos o irse a comer una pizza), y asimetrías de información (Ud. no
puede comprobar si los policías están efectivamente despiertos, o son buenos tiradores,
o son honestos, etc.), lo que torna a todas las relaciones de regulación en espinosamente
conflictivas.
En las notas que siguen trataremos de desentrañar algunos hilos de esta maraña de
problemas en relación a las políticas de evaluación institucional de las universidades. El
artículo está ordenado en cuatro secciones. Después de esta Presentación, en la segunda
parte ofrezco un modelo simplificado –siguiendo una versión “neoinstitucionalista”
medianamente defendible del esquema de la elección racional- para mostrar en qué
sentido los docentes-investigadores pueden ser entendidos como decisores racionales, y
cómo los procesos de evaluación pueden ser analizados en términos de un “juego”
institucional de regulación. Para esta visión, los profesores-investigadores tienen una
canasta de preferencias formada por dos elementos fundamentales que intentan
maximizar racionalmente: “reconocimiento académico” (o “capital simbólico” en
términos de Bourdieu) y “dinero” (o “capital económico”). Ciertamente, reconozco de
antemano que los universitarios suelen ser actores mucho más complejos y susceptibles
(son “sujetos éticos”, son “críticos del poder”, son “máquinas deseantes”, y muchas
otras cosas más), pero en esta ocasión voy a pasar por alto estas características, que
otros considerarán fundamentales. En cualquier caso, si algo justifica este abordaje, es
que puede ayudarnos a entender algunos aspectos claves de la interacción conflictiva
entre el Estado, a través de las políticas de evaluación, y los actores de las instituciones
universitarias. En la tercera sección, presento tres hipótesis que, entrelazadas, dan forma
al argumento central. Ese argumento discute algunas de las conclusiones de la única
35
Como es obvio, opciones ideológicas fundamentales se dan en torno a este tipo de cuestiones. En los
extremos están dos posiciones claras: toda la libertad que sea posible con el control que sea necesario
(opción a la que me acerco), o bien, todo el control que sea posible con la libertad que sea necesaria. Lo
que suele complicar las cosas es que algunos mezclan estos dos principios dando lugar a posiciones más
vistosas: por ejemplo, pretenden que las universidades públicas tengan plena libertad pero que los
empresarios (y lo privado en general) estén muy controlados, mientras que otros prefieren que las
universidades públicas (y lo público en general) estén muy controladas y los empresarios muy libres.
evaluación externa realizada hasta el momento sobre las actividades de la CONEAU
(2003). La primera hipótesis señala que los procesos de evaluación universitaria están
atravesando una fase de transición, donde todavía no ha sido plenamente aceptado por
parte de un conjunto de actores universitarios estratégicos que los juegos de la
evaluación dejen de ser “juegos de una sola vez” para transformarse en “juegos
reiterados” (fase de consolidación), o dicho de otro modo, no se ha verificado todavía el
paso de una política a una regla. La segunda hipótesis destaca que una condición
necesaria (¿y quizá también suficiente?) para avanzar en dicha transición se apoya en
las decisiones políticas pro-reformas de las autoridades gubernamentales (SPU) y en las
capacidades estatales instaladas (CONEAU) para generar y hacer cumplir reglas
estables y creíbles (incentivos institucionales) en torno a los procesos evaluativos, cosa
que supone lograr un significativo nivel de coordinación de decisiones, que no es fácil
de alcanzar, combinado con una adecuada provisión de recursos, que tardan en
aparecer. Un corolario de esta hipótesis nos lleva a destacar que la existencia de una
“cultura de la evaluación” (Kells, 1995) no es en la actualidad una condición necesaria
para lograr ese tránsito, y en cualquier caso es un hecho muy poco esperable, aunque
sería una condición suficiente de esa transición; en todo caso, la probabilidad de que se
instale una “cultura de la evaluación” en los actores universitarios en el largo plazo,
aumentará sensiblemente con la existencia de incentivos institucionales consistentes,
efectivos y reiterados en el corto plazo. Y en tercer lugar, aunque aquí el texto empieza
a deshilacharse, señalo que no cualquier forma de consolidación de la evaluación es
deseable. En particular, es posible alcanzar entre los actores del campo universitario un
tipo de equilibrio que llamaré regresivo, el cual no garantiza una satisfactoria
combinación de equidad y eficiencia en el mediano plazo. Finalmente, el artículo cierra
con un Epílogo de engañosas resonancias leninistas.
2) LOS PROFESORES-INVESTIGADORES COMO CALCULADORES
RACIONALES
Todo el análisis de este trabajo descansa sobre un postulado simplificador, aunque creo
que útil. Voy a suponer que los docentes universitarios actúan como (o como si fueran)
maximizadores racionales de sus propios beneficios36
. Sobre un horizonte de recursos
escasos y ante la evidencia de preferencias disímiles entre los individuos, la versión del
enfoque aquí defendida asume que el conflicto es constitutivo de las relaciones sociales.
En otros términos, se trata de una perspectiva centrada en la dinámica de las decisiones
estratégicas de los actores -tanto individuales como colectivos- cuyo poder está fundado en
(y acotado por) el control de recursos críticos, y que disputan entre sí en pos de metas
conflictivas.
Aplicar este marco de análisis a nuestro caso no implica defenderlo como una lente
universal para analizar cualquier comportamiento social; por ejemplo, utilizarlo para
comprender por qué las adolescentes de los barrios pobres “deciden” embarazarse con
más frecuencia que las niñas ricas, sería una grosera forma de estudiar un problema
donde no existen las mínimas condiciones de aplicación del enfoque (actores con
capacidad efectiva de elegir entre opciones deseables, contar con información y otros
recursos mínimos, etc.)37
. Esta mirada tampoco afirma que todos los seres humanos son
racionales (o que deberían serlo), ni señala que en todo momento o circunstancia lo son,
y nada dice acerca de la centralidad de la razón para entender todas las complejidades
de la vida social. En la versión modesta que presentamos, se parte de un muy limitado
36
En lo que sigue paso por alto la importante distinción lógica entre “actuar como un actor racional”
(versión fuerte) y “actuar como si fuera un actor racional” (versión débil). Véase Simon (1983). 37
Para una análisis de lo que puede, y no puede, ser considerado una decisión racional véase Schick
(1999).
conjunto de principios analíticos que nos permiten entender algunos problemas, y en
base a ellos, podemos prever ciertas estrategias y comportamientos de los actores, lo
que constituye una información extremadamente relevante a la hora de diseñar
políticas38
.
Una manera ágil de presentar las ideas centrales de este modelo de elección racional
consiste en resumirlo en un conjunto de principios básicos. Cada uno de ellos ha
merecido una larguísima discusión teórica en el transcurso de la historia, su mera
enunciación está plagada de dificultades y es pasible de variadas críticas, pero voy a
obviar aquí todos esos debates39
. A fin de cuentas me interesa clavar algunos clavos y
no discutir el diseño del martillo. Los tres principios centrales serían los siguientes.
i) Principio del individualismo metodológico. Este principio señala que los fenómenos
sociales han de ser explicados a partir de las acciones y propiedades de los individuos
(deseos, creencias, intereses). El actor individual es la unidad de análisis. Este principio
parece inocuo pero conlleva importantes consecuencias. Para un “holista” o un
“colectivista” metodológico la expresión “el Grupo A lleva adelante la acción colectiva
x porque le conviene al Grupo A” no encierra grandes enigmas, pero un “individualista”
exigiría que le mostráramos que la acción colectiva x es fruto de las decisiones de una
mayoría significativa (y/o de una minoría consistente) de actores A1, A2, A3,... An, y
que realizan la acción porque les conviene a cada uno de ellos40
.
ii) Principio de la maximización racional. Los individuos eligen lo que consideran el
“mejor” medio para alcanzar un fin o una preferencia (los individuos son racionales o al
menos actúan como si lo fueran). Esto supone ciertas condiciones “formales” en cuanto
a la elección de los fines, aunque no se haga ningún juzgamiento moral o de
“contenidos” respecto de ellos, y un conjunto de condiciones adicionales en lo que hace
a la relación medios-fines. Podríamos esquematizarlas como sigue:
ii.1 Racionalidad de fines (o preferencias): los fines que persigue un actor han de ser
consistentes entre sí (y si nos ponemos más exigentes, estables). Esto significa que es
necesario satisfacer ciertas propiedades lógicas elementales (aunque cuando las
traducimos al ámbito de la vida social el asunto se complica un poco.). Esas
propiedades son la completitud, es decir, dadas dos canastas de bienes podemos señalar
claramente que: o bien P es preferible a Q, o bien Q es preferible a P, o bien P es
indiferente a Q. Dicho de otro modo, si tengo que votar entre el Partido Radical y el
Partido Peronista en las próximas elecciones, un elector racional es capaz de ordenar
completamente estas opciones disponibles. La segunda propiedad es la reflexividad: una
canasta es tan buena como sí misma. Y también vale la transitividad: si P es preferible a
Q, y Q es preferible a R, entonces P es preferible a R. Si prefiero el peronismo al
radicalismo, y además, prefiero votar al radicalismo por sobre un partido liberal, luego,
prefiero votar al peronismo por sobre un partido liberal.
ii.2. Racionalidad de medios. Una acción es racional cuando:
38
Presentaciones generales del enfoque pueden encontrarse en Elster (1993) o en Ward (1997); Una
elaboración clásica en Schelling (1989); Un tratamiento más sistemático en Mueller (1984); Una útil
contraposición entre el modo de análisis de los sociólogos y de los economistas en Barry (1970); En
nuestro medio, la compilación de Saiegh & Tommasi (1998) es una excelente introducción a los trabajos
más significativos de esta corriente. 39
Un compendio de críticas podrá encontrarse en Scott (1994) y en Green & Shapiro (1994). 40 El tratamiento clásico del problema de la acción colectiva desde una perspectiva individualista se
encontrará en Olson (1986); Una presentación más actual en Elster (1997); Algunos problemas de la
lógica de la explicación pueden encontrarse en Dieterlen (1987) y en Rodríguez-Ibáñez (1991).
-puede justificarse como la manera óptima de alcanzar un fin, dadas las creencias del
actor;
-esas creencias pueden justificarse en base a un cúmulo óptimo de evidencias (en el
modelo ideal el actor posee información completa y capacidad cognitiva para procesar
toda la información); y
-el volumen de la evidencia puede justificarse racionalmente dadas las preferencias del
actor y las restricciones (y oportunidades) estructurales en las que se mueve41
. En otros
términos, es más racional dedicar una unidad adicional de mi tiempo a la búsqueda de
información para la compra de mi única casa, que invertir la misma unidad de tiempo en
recorrer la ciudad buscando un mejor precio en un paquete de pastillas.
Vivir en un mundo poblado por gente así quizá no sea muy gratificante, y de hecho se
presentan ciertos problemas cuando uno quiere llevar adelante tareas en beneficio de la
comunidad, de aquí que un corolario importante del enfoque es que la racionalidad
individual no implica racionalidad social o colectiva. Dicho de otra manera: una
racionalidad subjetiva (que depende de las creencias del actor), individual (centrada en
sus intereses egoístas) e instrumental (que se limita a establecer la congruencia entre
medios y fines), puede generar resultados subóptimos para un colectivo social, tal como
lo ilustra el célebre “dilema de prisionero” (Davis, 1998), y fuera magistralmente
anticipado por las reflexiones filosóficas de Jean-Jacques Rousseau o Thomas Hobbes.
En una versión sencilla el dilema diría algo así: en el corto plazo, cruzar un semáforo en
rojo nos trae un beneficio inmediato, porque ahorramos tiempo, y si tenemos suerte,
llegamos más rápido a destino. Pero cuando esa conducta se generaliza, la ciudad se
vuelve un caos insoportable, cercano al hobbesiano mundo en el que todos luchan
contra todos, y la vida se vuelve “solitaria, pobre, tosca, brutal y breve”. Este corolario
nos lleva al tercer y último principio que establece algunas pistas para entender cómo es
posible la acción colectiva, o al menos la promoción de ciertas acciones congruentes
con fines colectivos.
iii) Principio del marco institucional. Las instituciones (reglas formales o informales)
moldean las estrategias de los actores al establecer un marco de incentivos racionales
(premios y castigos) para la acción. En tanto y en cuanto las instituciones emitan señales
consistentes de que determinadas acciones serán promovidas y premiadas, y otras
desalentadas y castigadas, y que esto suceda de modo eficaz, entonces el enfoque
predice que, en un número estadísticamente significativo de casos, y abriendo el
siempre oportuno paraguas de la cláusula ceteris paribus, los actores que se comportan
como decisores racionales tenderán a seguir los cursos de acción promovidos por las
instituciones. Claro está, el enfoque nada dice de los contenidos de esas reglas, y deja en
manos de los actores históricos concretos el establecer qué reglas, para qué tipo de
sociedad, para promover qué fines, etc., pero al menos ayuda a esclarecer los resultados
esperables de las reglas. Por ejemplo, si Ud. a veces castiga a los evasores de impuestos,
y en otros casos los premia mediante blanqueos impositivos u otros artilugios, no espere
un sistema tributario ordenado, ni contribuyentes fieles42
.
41
En una versión exigente, o de racionalidad perfecta, estaríamos hablando de un punto “óptimo en el
sentido de Pareto”; en la versión más débil, a la manera de la racionalidad limitada de Herbert Simon,
hablaríamos de puntos “satisfactorios” (Simon, 1983). 42
En la formulación de este tercer principio he pasado por alto la cuestión de si las restricciones
institucionales son también formadoras de las propias preferencias (Elster, 1988). Tampoco discuto la
congruencia entre este principio y el del individualismo metodológico. Un tratamiento sumario de la
literatura “neoinstitucionalista” nos llevaría demasiado lejos. Baste citar como referencias clásicas los
trabajos de Douglass North (1981 y 1990), desde la perspectiva de un neoinstitucionalismo “económico”,
y de Powell & Di Maggio (1991), para una defensa enfática de una versión más “sociológica”; Una
Pero este principio puede también adquirir una forma algo más sofisticada a la que
tratamos de acercarnos. Las instituciones no sólo pueden ser vistas como restricciones y
oportunidades “externas” al actor (tal como pregona el neo-institucionalismo
“económico”), sino que en una perspectiva más “sociológica” pueden interpretarse
como estructuras constitutivas de experiencias concretas de interacción donde se
amalgaman repertorios -materiales y simbólicos- de reglas, recursos, creencias, valores e
intereses. Desde esta perspectiva (March & Olsen, 1989) (Vergara, 1997), el análisis de las
decisiones de actores u organizaciones deberá prestar especial atención a "la influencia
recíproca de intereses, instituciones e ideas", destacando "el papel crítico que las
instituciones juegan en la definición y articulación de intereses, en la propagación de ideas,
en la construcción de conductas... y en la determinación de estrategias" (Hall, 1986: 17). En
tal sentido, y asumiendo que las decisiones nunca constituyen "respuestas objetivas a
situaciones objetivas" (Torre, 1997) (Gourevitch, 1986), las instituciones configuran los
mapas de creencias y valores desde los cuales se definen problemas y soluciones, se
articulan prácticas y estrategias, se traman experiencias y se definen identidades y
proyectos. En palabras de March & Olsen, “las instituciones limitan y conforman la
política por medio de la construcción y elaboración del significado... Las expectativas, las
preferencias, la experiencia y las interpretaciones de las acciones del prójimo se construyen
en el seno de las instituciones” (1989: 92).
Una vez establecidos estos principios básicos sólo nos cabe remarcar que esos
individuos, que en una primera mirada podían parecer “átomos” dispersos, en realidad
están estrechamente unidos con otros actores por relaciones de interacción estratégica,
formando densos y cambiantes esquemas de interrelación a través de un conjunto de
reglas formales e informales que moldean diferentes “juegos” (Acuña, 1997). A efectos
de modelar estas vinculaciones, la llamada “teoría de juegos” formaliza las elecciones
interdependientes entre dos o mas actores, que toman decisiones siendo conscientes de
que sus opciones afectan (y son afectadas) por las decisiones de los otros (Morgenstern,
1970). En esta jerga, un “juego” es una actividad definida por un conjunto de reglas que
distribuye recompensas y castigos a partir de un resultado. En el apretado resumen que
ofrece el clásico texto de William Riker (1992: 162):
Las reglas especifican el número de jugadores, sus movimientos (es decir, las
posibilidades que cada jugador tiene para actuar; nótese que un movimiento es una
oportunidad para realizar una elección, pero en sí mismo no se trata de una elección), el
conjunto de alternativas entre las que puede elegir un jugador en cada movimiento, el
tipo de información de que dispone cada jugador en cada movimiento (es decir, lo que
un jugador puede saber acerca de los movimientos previos realizados por otros
jugadores y/o por el azar), el grado de acuerdo permitido entre los jugadores, y las
recompensas (es decir, las ganancias y las pérdidas de cada jugador derivadas de las
posibles combinaciones de elecciones realizadas en los diferentes movimientos).
Adicionalmente, podemos señalar que una “estrategia” es un plan de juego, un conjunto
de opciones que se eligen o pueden ser elegidos para alcanzar un resultado beneficioso;
una “estrategia dominante” es un plan de juego que beneficia a un actor
independientemente de la estrategia que desarrollen los otros actores del juego (es lo
que más le “conviene” hacer al actor para maximizar su beneficio dadas las
circunstancias y las reglas del juego vigente); y finalmente, una situación de
“equilibrio” se produce cuando cada actor descubre que (más allá de cuáles hayan sido
sus preferencias originales), cualquier movimiento que haga en el juego lo dejará en una
posición peor a la que posee en la actualidad, y por lo tanto, no puede elegir una
posición intermedia en March & Olsen (1989). Una revisión útil en Shepsle (1995); Un intento de
sistematización más exhaustivo en Peters (1999).
situación mejor. En esa circunstancia se genera un equilibrio por acomodación mutua de
intereses (Equilibrio de Nash).
Ahora bien, los juegos pueden ser clasificados de muchas maneras, sobre la base de
cada una de las características definidas por las reglas (por ejemplo, de acuerdo con las
recompensas, los juegos pueden ser divididos en juegos de “suma cero” o de “suma
positiva”), pero una distinción clave entre ellos se da entre los “juegos de una sola vez”
y los “juegos reiterados”. En el primer caso, los actores tratarán de maximizar su
beneficio –mediante cualquier tipo de estrategia- en el corto plazo, pues en rigor de
verdad, no se percibe ningún horizonte temporal al que poder atenerse en el futuro; en el
segundo caso, en cambio, los actores perciben que las reglas del juego se mantendrán en
el tiempo, y esto no sólo posibilita desarrollar actitudes cooperativas entre sí, también
lleva a los actores a realizar un cálculo que tenga en cuenta el mediano o largo plazo en
sus decisiones. En otras palabras, los actores racionales aprenden -“dilema del
prisionero” mediante- que les conviene renunciar a una parte de su libertad “natural”, y
cooperar en la construcción de un orden público común, para evitar morir jóvenes en
una guerra de todos contra todos. Esta misma lógica subyace, por ejemplo, a la
aceptación de reglas de juego democráticos –donde siempre algo se gana y algo se
pierde- por sobre los interminables y costosos enfrentamientos entre facciones o las
intervenciones militares.
Si aceptamos por un momento estos principios, podríamos llegar a coincidir que los
profesores-investigadores tienen una canasta de preferencias formada por dos elementos
fundamentales: “prestigio académico” y “dinero”. Ciertamente, los docentes
universitarios suelen ser actores mucho más complejos (como ya dijimos, son “sujetos
éticos”, son “críticos del poder”, son “máquinas deseantes”, y muchas otras cosas más),
pero desde la perspectiva esbozada en estas páginas, los profesores aspiran centralmente
a ser reconocidos en la comunidad científica, académica o artística en la que se mueven
(obtener “capital simbólico” dicho en términos bourdianos), y aspiran también a que
buena parte de ese reconocimiento se traduzca en términos monetarios, contantes y
sonantes. A costa de estas simplificaciones, reducir las preferencias a las dos señaladas
ofrece algunas ventajas. Por un lado, permite traducir otras motivaciones más profundas
en términos empíricos manejables a la manera de “indicadores”: por ejemplo, es posible
que muchos profesores abriguen propósitos altruistas de reforma de la humanidad o
similares, pero esos propósitos difícilmente podrán ser logrados sin el previo
reconocimiento de sus pares; por lo cual, en el heroico camino a generar un hombre o
una mujer nuevos, más temprano que tarde nos encontraremos con la prosaica necesidad
de cumplimentar formularios, presentarnos a concursos o enviar artículos para su
evaluación. Por otra parte, estas dos preferencias básicas podrían ser dibujadas como
“curvas de indiferencia” entre dos bienes, es decir, cada docente-investigador podría en
distintos momentos efectuar un análisis costo-beneficio (de hecho lo hacemos todo el
tiempo) entre actividades que quizá nos den más prestigio, pero menos dinero, o
viceversa (¿acepto dar un enésimo curso para aumentar mis ingresos, aunque no sume
muchos puntos a los que ya tengo en la “categorización”, o termino de escribir un paper
para una revista con referato?). Estos dilemas son habituales en la profesión académica,
y las tomas de posición que los docentes-investigadores efectúen respecto de políticas y
programas emanados de las autoridades estatales mucho tendrá que ver con los
diferentes balances entre esas dos preferencias centrales en el marco de reglas de juego
dadas. Ciertamente, también es perfectamente válido el cálculo intertemporal, pero sólo
si se percibe (como argumentaré después) que las reglas de asignación de recompensas
se mantendrán en el tiempo. En nuestro ejemplo, me arriesgo a escribir este paper hoy,
y rechazo el curso, porque me permitirá mañana ascender de categoría, y con ello
obtener más ingresos pasado mañana en el Programa de Incentivos (así se juega el juego
de la “inversión productiva”, tanto en capital físico para una fábrica como en capital
humano para un profesional). Nótese que si la regla da señales ambiguas sobre su
continuidad en el futuro, un actor racional no tiene ninguna “estrategia dominante” a la
que aferrase. Algunos tenderán a “poner los huevos en diferentes canastas”: escribirán
el artículo y aceptarán el curso, probablemente a costa de sacrificios personales,
familiares o de calidad del producto; mientras que otros optarán por “plantarse a
esperar”. Para este enfoque, la caracterización del patrón de racionalidad viene
constituida por las reglas que la definen, por lo cual, no hay una racionalidad objetiva
por “fuera” de las instituciones realmente existentes43
.
Antes de terminar este segmento analítico quizá convenga agregar unas pocas
consideraciones adicionales sobre la aplicabilidad de nuestro esquema al mundo
universitario, y más específicamente, sobre la posibilidad de diálogo con otras
orientaciones convergentes. En primer término, el análisis que realizamos tiene
significativos puntos de contacto con una visión como la de Burton R. Clark, quien
hace del examen del interés de los actores universitarios una piedra angular de su
edificio analítico y comparativo. Como señala al inicio de uno de sus trabajos más
influyentes:
Conviene tener presente una idea básica a la cual recurriremos continuamente... esa idea
básica es la de interés... (cursivas de B. R. C.). La división del trabajo en el mundo
académico, como en otras partes, es una división de los compromisos y de los
cometidos asumidos por los individuos. Estos cometidos laborales traen asociados
ciertas orientaciones de valoración. El compromiso y la orientación, el trabajo y las
creencias, constituyen intereses, un compuesto de lo material y lo ideal. Los grupos de
interés que de ello resultan se atribuyen autoridad y buscan modos compatibles de
integración. A su vez, la estructura de intereses dotada de poder se convierte en el
primordial condicionamiento del cambio en el sistema... hablar de organización
académica es hablar de grupos de interés (Clark, 1991: 29)44
.
En segundo lugar, nuestro análisis está emparentado con el inspirador trabajo de
Michael Gibbons y sus colaboradores, quienes destacan el carácter “empresarial” de los
profesores-investigadores como un emergente de la dinámica estructural del campo
científico en la actualidad:
Las estrategias de investigación personal se han hecho necesarias porque la empresa
científica ha crecido hasta alcanzar tales proporciones, que los recursos se tienen que
asignar a quienes demuestren una creatividad continua. Los investigadores más astutos,
al tratar de equilibrar su necesidad de equipo y personal con la de trabajar dentro de una
estructura paradigmática dada, construyen sus carreras alrededor de una amplia base de
financiación para la investigación. Trabajan sobre problemas que son intelectualmente
desafiantes y lo bastante interesantes como para captar la atención de aquellos otros de
igual rango que han destacado, así como de las instituciones de financiación.... En
contraste con ellos, los científicos que se niegan a adoptar un enfoque estratégico para
su carreras, se enfrentan con la perspectiva de quedarse atrás, en la medida en que los
consejos de investigación, las fundaciones y hasta las universidades ajustan sus recursos
a nuevos horizontes. Tales científicos se encuentran crónicamente con una escasez de
fondos para la investigación, se hacen relativamente improductivos y, al final, terminan
43
Un problema que no podemos discutir aquí es que el actual diseño del Programa de Incentivos mixtura
los componentes de capital “simbólico” (vía reconocimiento de una trayectoria por medio de la
“categorización”) con el capital “económico” (vía estímulo por “productividad”). En otras experiencias
internacionales, en cambio, ambos componentes marchan por separado, como en el caso del Sistema
Nacional de Investigadores de México y los programas especiales de “estímulos a la productividad”,
dependientes de cada una de las instituciones académicas. Para una discusión más detallada véanse al
respecto los trabajos de Sonia Araujo y Marcelo D. Prati en Pedro Krotsch (2002). 44
Agradezco especialmente a Marcelo D. Prati el hacerme ver los puntos de contacto entre el enfoque
clarkiano y el defendido en estas páginas. Sebastián Varela, en este mismo volumen, desarrolla ese cruce
problemático.
siendo juzgados por sus iguales como personas que tienen un rendimiento mediocre. En
esta situación, la habilidad para obtener fondos se convierte, en sí misma, en un
indicador de éxito (1997: 37).
En este sentido, las retribuciones monetarias y el reconocimiento científico no son
preferencias esencialmente disímiles o discordantes, sino que se vuelven coordenadas
propias de las nuevas formas que va adoptando la producción de conocimiento
científico al interior de estructuras sobrecargadas de competencia: un mundo de muchos
competidores para recursos relativamente poco elásticos. De este modo, tal parece que
las nuevas condiciones de producción científica han vuelto a los profesores-
investigadores cada vez más “empresarios”; en todo caso, del carácter específico de las
políticas públicas y de las regulaciones institucionales dependerá que esos mismos
“empresarios” sean más o menos “oportunistas” (Vispo, 1999: 239) (López, 2006).
Finalmente, daremos por sentado que todo docente universitario se encuentra inmerso
en distinto tipo de juegos, en muchos casos enredados entre sí (nested games), por
ejemplo: el juego de las elecciones de claustro, el juego de la designación de
autoridades, y una amplia gama de juegos de evaluación. En este último caso, algunos
de esos juegos están incorporados desde hace mucho tiempo a la institucionalidad
universitaria y gozan de mayor legitimidad (por ejemplo, la evaluación de rendimiento
mediante concursos docentes), otros dependen de mandatos establecidos por ley, aunque
la ley misma está severamente cuestionada en la actualidad (por ejemplo, la evaluación
institucional o las acreditación de carreras de “interés público”), y otros componentes de
evaluación están integrados a políticas y programas de los gobiernos de turno, con
duración y aceptación variables (el Programa de Incentivos ha sobrevivido al FOMEC,
por ejemplo, pero la aplicación de los llamados “contratos-programas” es algo que
todavía tiene un destino incierto). Estos distintos planos suponen lógicas de evaluación
diferenciales, y distintos tipos de interacción entre los actores involucrados: podríamos
hablar de una evaluación académica o universitaria propiamente dicha, para referirnos
a toda la amplia gama de dispositivos de evaluación existentes al interior de una
institución (concursos, exámenes, comisiones de pares, etc); una evaluación por ley,
para referirnos al tipo de tarea pautada por la normativa vigente para la CONEAU; y
finalmente tendríamos la evaluación por programas, para identificar todos aquellos
componentes evaluativos integrados a políticas y programas específicos del gobierno de
turno (FOMEC, PROFIDE, PROUN, etc). Queda por saber, en todo caso, cómo han
sido percibidos estos juegos por los actores universitarios en los años recientes45
.
4) EL JUEGO DE LA EVALUACIÓN INSTITUCIONAL
Para presentar mi argumento voy a discutir algunas conclusiones contenidas en la que
hasta ahora es la única evaluación aplicada a la labor de la CONEAU. Si bien acuerdo
con aspectos importantes de ese documento, creo que en algunos puntos clave
merecerían ser reconsiderados, o al menos rediscutidos aportando nueva evidencia. Mis
consideraciones estarán centradas exclusivamente en la problemática de la evaluación
institucional de las universidades, el menos estructurado de todos los juegos de
evaluación.
45
La noción de juego “anidado” o “enredado” señala que el cálculo de optimalidad que realiza un actor
no puede estar limitado a un solo juego, sino que deberá ser considerada la red de juegos en la que el
actor se halla involucrado; este supuesto tiene como corolario el hecho de que una elección subóptima en
un juego puede ser óptima desde la perspectiva de otro. Sobre el concepto de nested games véase Tsebelis
(1990).
Como es sabido, el Ministerio de Educación, a través de la Secretaría de Políticas
Universitarias (SPU) y de la Unidad Ejecutora de Préstamo, implementó el Programa de
Reforma de la Educación Superior (PRES), puesto en marcha en 1995 con
financiamiento del Banco Mundial. Durante su ejecución se financió la creación de la
Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU). En julio de
2002 se estableció el compromiso por parte de la SPU de iniciar el proceso de
evaluación de impacto del PRES y sus componentes. De este modo, la SPU dispuso una
evaluación de los resultados e impactos de las acciones de la CONEAU. El documento
titulado Estudio sobre Algunos Resultados de la Labor de la CONEAU (también
conocido como “Informe Isuani”, por el nombre del consultor principal) responde a este
compromiso. Se realizó en los meses finales de 2002 y fue publicado en enero de 2003.
La estrategia de evaluación integró dos elementos. Por un lado, la visión que posee la
CONEAU –a través de sus autoridades y de sus documentos oficiales- acerca de su
propio quehacer46
. Por otro, se buscó indagar en la visión de quienes habían sido
usuarios u objetos de esa acción, avanzado hacia una “evaluación del grado de
satisfacción por parte de los usuarios/beneficiarios de las acciones de la CONEAU”.
La estrategia metodológica combinó un abordaje cualitativo (entrevistas a autoridades
de CONEAU y usuarios) con un abordaje cuantitativo, efectuado a través de una
encuesta (“no representativa”) dirigida a los usuarios del sistema. Fueron realizadas 6
entrevistas a miembros del directorio (actuales y pasados) y a 33 usuarios: 4 Rectores (3
de universidades públicas y uno de una universidad privada), 10 directores de
programas de postgrado, 3 decanos de Medicina, 6 responsables de Proyectos
Institucionales (3 aprobados y 3 rechazados), y 10 pares evaluadores. Por su parte, la
encuesta se basó en una “muestra no representativa” que abarcó las siguientes categorías
de usuarios: 77 rectores y responsables de proyectos institucionales (sobre un universo
de 95), 144 evaluadores (sobre un universo real de 767), 105 directores de programas de
postgrado (sobre un universo real de 942) y 8 decanos (sobre un total de 21 ó 22)47
.
El hecho de que se haya trabajado con una “muestra no representativa” ocasionará
algunas dificultades en ciertos tramos del Informe: cuando existe información
contrapuesta entre los contenidos de las entrevistas y los datos cuantitativos, el Informe
carece de criterios de decisión, o tiene dificultades para ponderar el peso relativo de una
opinión o la incidencia de un problema. Asimismo, la base empírica del componente de
evaluación institucional en el tramo cualitativo del Informe es pequeña: se limitó a 4
Rectores y a 2 evaluadores (el resto se concentró en los otros dos componentes de
evaluación de CONEAU). En virtud de estas limitaciones, el Informe alienta “la
realización de estudios de casos que intenten profundizar en detalle los efectos de la
acción de la CONEAU en instituciones o carreras especificas, ya que constituye un
complemento muy importante al tipo de análisis” presentado en el documento.
Entre las conclusiones fundamentales del Informe referidas la evaluación institucional,
y en las que se destaca explícitamente que “hay consenso” entre los actores
universitarios, encontramos estos tres puntos clave:
* Han sido frecuentes en un primer momento niveles de temor, crítica y resistencia de
algunas instituciones universitarias al proceso evaluatorio tanto por razones
vinculadas al probable control o injerencia en los asuntos propios que el ejercicio
46
El Informe Isuani reconoce un antecedente del cual se toman algunos elementos. Se trata de un
documento elaborado por la propia CONEAU denominado “Contribuciones para un análisis del impacto
del sistema de evaluación y acreditación”, BsAs, octubre de 2002. Otros documentos de interés en este
rubro son las Memorias Anuales de la CONEAU, que están disponibles en la Página web de la
institución. 47
La encuesta fue realizado por la Consultora de Enrique Zuleta Puceiro.
pudiera implicar como por desconfianzas sobre su utilidad. No obstante, dichas
resistencias no fueron de significación y no llegaron a entorpecer la labor de los
evaluadores (Conclusión Nro. 1).
* Después del período que lleva de existencia la CONEAU, puede encontrarse un
consenso muy extendido en la actualidad, sobre la relevancia y utilidad de realizar
procesos de autoevaluación y evaluación institucional por un lado y de acreditación de
carreras de grado y posgrado, por el otro. Una expresión de ello es la marginalidad
de la crítica a los resultados de las evaluaciones institucionales y al carácter
positivo y constructivo que los usuarios asignan a los resultados de estas evaluaciones
(Conclusión Nro. 2).
* En cuanto a la evaluación externa y autoevaluación, se expresa con mucha fuerza la
noción de su importancia, por sobre todo, para la toma de conocimiento de la propia
situación e identificación de fortalezas y debilidades; a su vez ello se considera como
prerrequisito para mejorar la calidad de la gestión institucional y la calidad de la
enseñanza (Conclusión Nro. 3).
Tomadas en conjunto, estas conclusiones enfatizan el hecho de que las respuestas de los
actores universitarios estarían desenvolviéndose claramente en una especie de
linealidad evolutiva, desde una resistencia inicial a una posterior adopción de los
procesos de evaluación: antes había críticas, disensos y resistencias, pero ahora “puede
encontrarse un consenso muy extendido” que “se expresa con mucha fuerza” a favor de
las iniciativas de la CONEAU.
Ahora bien, frente a estas conclusiones, el examen realizado en base a Informes de
Autoevaluación y de Evaluación Externa en un conjunto de universidades, así como las
entrevistas que hemos empezado a procesar, no muestran una evidencia sólida en este
sentido, y en todo caso, ofrecen una serie de posiciones más matizadas y complejas48
.
En principio, las actividades de evaluación tienen un impacto que no es homogéneo,
tendiendo a presentarse un espectro diferenciado de respuestas que es preciso relevar y
tipificar con bases empíricas confiables. En términos generales, podemos conjeturar que
estas respuestas pueden ser abordadas en dos niveles de análisis. En lo que se refiere al
primer nivel, al de los actores universitarios, éstos han tendido a desarrollar respuestas,
formales e informales, con base en dos tipos generales de estrategias polares que se
alinean en un continuo que va de la cooperación al conflicto; ellas son estrategias de
adopción/adaptación y de resistencia. Estas estrategias, a su vez, admiten dos
modalidades de incorporación de los procesos evaluativos, cuyas fronteras de
diferenciación no siempre son fáciles de delimitar, a saber: una modalidad substantiva y
otra instrumental. En lo que se refiere al segundo nivel, las políticas de evaluación han
generado también dinámicas institucionales emergentes, como es el caso de la
sistematización de información comparable o la generación de ámbitos de discusión
sobre el sentido de las prácticas académicas, que poseen una cierta autonomía relativa
respecto de las respuestas que los actores universitarios han dado a los requerimientos
de evaluación. Como señaló un entrevistado: “...el hecho de que el personal de la misma
universidad se pusiera a trabajar, a redactar, sirvió para ordenar ideas que por ahí
estaban latentes o difusas pero no tenían un marco ordenado”.
Dejando entre paréntesis este último nivel, el Cuadro siguiente ilustra de manera
esquemática las principales respuestas de los actores universitarios frente a los procesos
de evaluación.
48
Sobre las fuentes de información utilizadas véase la Presentación del volumen.
Cuadro 1. Respuestas de los actores universitarios ante la evaluación
MODALIDADES DE
INCORPORACIÓN de las
políticas de evaluación por parte
de los actores universitarios
TIPOS DE ESTRATEGIA de los actores universitarios
respecto de las políticas de evaluación
Adopción/adaptación <<< ............................... >>> Resistencia49
Substantiva
ADOPCIÓN PLENA (A)
(Acepta los fines y los medios de
la evaluación) ++
RESISTENCIA ACTIVA (D)
(Rechaza los fines y los medios) -
-
Instrumental
ADOPCIÓN PRAGMÁTICA (B)
(Rechaza los fines pero acepta los
medios) - +
RESISTENCIA PASIVA (C)
(Acepta los fines pero rechaza los
medios) + -
Como en toda clasificación, los extremos parecen claros. Quienes se ubican en una
posición de resistencia activa rechazan tanto los fines como los medios de la evaluación
(--); plantean una oposición de principio a los procesos evaluativos, y eventualmente a
toda intromisión de las autoridades nacionales (estatales y sobre todo gubernamentales)
en la vida universitaria. Los actuales líderes de la FUBA (Federación Universitaria de la
UBA), básicamente conformada por dirigentes de partidos de ultraizquierda, así como
grupos de profesores-investigadores que comulgan con sus posiciones, son un ejemplo
notorio de esta visión, aunque no son los únicos casos que se alinean en el cuadrante del
rechazo total.
En el otro extremo, la adopción plena supone una aceptación tanto de los fines como de
los medios (++). De este modo, habría un acuerdo general sobre las funciones básicas
que cumplirían los procesos evaluativos a nivel institucional: accountability,
aprendizaje institucional y herramienta de gestión. Ciertamente en este grupo habrá
mayor o menor grado de acuerdo respecto del diseño, la implementación y/o los
potenciales usos de las políticas de evaluación, pero en todo caso existe una aceptación
de principio, aunque con diversos grados de condicionalidad. La combinación de estas
tres funciones constituye entonces lo que llamaremos un uso substantivo de la
evaluación institucional, en tanto y en cuanto las mismas sean incorporadas –de manera
estable, regular, previsible- a las prácticas de los actores, y en definitiva a las reglas y
contenidos culturales de las instituciones. Un punto a destacar aquí es que estas distintas
dimensiones no sólo están imbricadas entre sí, sino que establecen vínculos
diferenciados entre la universidad, sus propios actores, y el resto de la sociedad. De este
modo, el aprendizaje institucional está especialmente ligado a la experiencia de los
propios pares o de los pares de otras universidades; la función de herramienta de gestión
establece una relación diferente entre la institución y las autoridades, tanto de la
institución como del sistema o de los diferentes niveles jurisdiccionales del estado;
finalmente, la dimensión de la accountability vincula de una manera nueva a la
universidad con el entorno social en su conjunto.
49
Hablamos de “adopción/adaptación” como un proceso combinado ya que una adopción lisa y llana,
virtualmente directa o vertical, es un caso extremo; más bien, lo que se dan son fenómenos de cambios y
acomodaciones de una política estatal al tomar contacto con las realidades peculiares de cada institución.
También hay que entender que entre la incorporación “substantiva” y la “instrumental” hay zonas de
penumbra.
Aquellos que se encolumnan en el cuadrante de la resistencia pasiva adoptan una
posición intermedia: aceptan los fines de la evaluación, pero objetan sus medios (+-),
con diferente grado de intensidad y extensión. En un reciente documento elaborado por
un grupo de físicos argentinos (VV.AA, 2006) se enumeran algunas de las críticas más
conocidas a los procesos de evaluación: “falta de coherencia y adecuación de los
sistemas y mecanismos de evaluación”, indefinición de objetivos (calidad, pertinencia,
excelencia, etc), “burocratización de la actividad científica”, “escasez de instancias de
recusación y revisión independientes”, etc.
En buena medida, muchas de estas críticas –razonables y atendibles- enumeran el
conjunto típico de problemas que enfrenta cualquier sistema de control organizado de
una actividad, sobre todo cuando está en sus comienzo. En particular, entre los propios
críticos aparece una tensión difícil de resolver (trade-off) entre inclinarse por esquemas
de evaluación con “mayores grados de libertad para incluir valoraciones cualitativas”
(los cuales pueden ofrecer una “mayor riqueza de análisis”, pero también pueden caer
en diversos grados de “discrecionalidad”), o esquemas evaluativos con “menores grados
de libertad”, más estandarizados cuantitativamente, quizá menos discrecionales, pero
inevitablemente más “rígidos”50
.
En otros casos, las posturas de resistencia pasiva apuntan menos a enjuiciar los
dispositivos organizacionales específicos que a cuestionar el sentido político de la
utilización de ciertos instrumentos y mecanismos de evaluación, combinando una
aceptación discursiva manifiesta con un rechazo fáctico, lo que lleva a un significativo
desacople entre mensaje y prácticas efectivas. Un buen resumen de esta posición la
encontramos en el discurso de la Secretaria Gremial de una Asociación Docente
Universitaria:
...Para mí la evaluación no es lo que está en discusión. Al menos para nosotros. No está
en discusión la evaluación. Somos defensores de la evaluación, de los procesos de
evaluación. Sobre todo lo que sea de autoevaluación... Ahora el cómo, el para qué, el
quién lo hace, y el con qué recursos, es lo que tenemos que discutir... Porque si no viste,
parece como que son frases hechas: Pedimos derogación de la Ley de Educación
Superior porque no queremos que nos evalúen. Eso es mentira. Es mentira. Jamás
nosotros dijimos que no queríamos que nos evalúen. Al contrario. Pero en los debates te
minimizan... ese criterio reduccionista de lo que es una posición... te lo quieren llevar a
que nosotros no queremos evaluación, y como no queremos evaluación pedimos
derogación de la ley. No es así. Lo que nosotros pedimos es que los criterios puedan ser
rediscutidos. Los criterios fueron absolutamente... impulsados y sustentados –y sigue
siéndolo así- con criterios de organismos acreedores. Ya no hace falta que lo diga. En
aquel momento parecía una bandera. Siempre el Fondo Monetario... Bueno, hoy eso
está clarísimo. Está clarísimo que son los criterios del Fondo Monetario...
Una posición análoga la encontramos en el documento recientemente firmado por los
decanos de la UBA que intentan destrabar el proceso interrumpido de elección del
Rector. En las páginas finales del “Programa de Consenso para el Gobierno de la
Universidad de Buenos Aires” (noviembre de 2006), se señala:
...resulta necesario reclamar la modificación de la actual Ley de Educación Superior y
participar de los debates en torno de la redacción de un nuevo instrumento legal.
Respecto del actual sistema de evaluación y acreditación universitarias, y considerando
que la sociedad exige enseñanza, investigación y extensión de excelencia académica,
reconocemos la importancia de los procesos de evaluación. Sin embargo, se debe
50
Como corolario de esta tensión, y desde los supuestos que partimos, no es inusual encontrar casos de
profesores-investigadores que sostienen ambas posiciones a la vez, según el juego que les toque en suerte
jugar: cuando yo tengo que juzgar a otros, pido “manos libres”; cuando me tienen que juzgar a mí, pido
criterios estrictamente definidos por adelantado.
demandar una profunda transformación de la CONEAU, así como de los mecanismos y
criterios del sistema, estableciendo la participación prioritaria de las universidades
nacionales. La gestión se guiará por la convicción de que debe a los miembros de la
comunidad plena transparencia de sus actos51
.
En algunos casos, estas posiciones se revelan a través de diferentes grados de apatía. En
el caso de los procesos de evaluación institucional podríamos decir que el resultado es
hasta cierto punto esperable: es el más alejado de los juegos de evaluación que juega un
profesor-investigador, y los incentivos para que participe en el proceso son por el
momento escasos o nulos. Por el contrario, es un juego mucho más cercano a las
funciones de gestión y gobierno, y de ahí la importancia para el proceso de cierto
acuerdo político-institucional básico, sin el cual la evaluación institucional es de muy
incierta concreción. En este sentido, el propio Informe Isuani reconoce que:
* Los niveles de aceptación y participación de los procesos de evaluación y
acreditación parecen haber sido bajos: surge que la actitud de la comunidad
académica ha sido de distancia; en otras palabras los procesos no los han involucrado
activamente (Conclusión Nro. 18).
Finalmente, los actores universitarios que se alinean en una posición de adopción
pragmática respecto de los procesos de evaluación, rechazan los fines pero están
dispuestos –por una cambiante combinación de creencias e intereses- a aceptar sus
medios (-+). Constituyen quizá la categoría de análisis más interesante, y en buena
medida, de la capacidad que tengan las políticas de evaluación para captar su adhesión
en el corto plazo, a través de una consistente batería de incentivos, mucho dependerá la
institucionalización de la evaluación en el largo plazo52
. En este sentido, de no
encontrarse los mecanismos adecuados y los recursos oportunos, un número
significativo de actores podrá deslizarse hacia una aceptación meramente “ritualista” de
los procesos de evaluación, ya sea para evitar conflictos o para obtener otro tipo de
fines.
El ritualismo supone en estos casos una actitud de los actores universitarios donde
predominan estrategias de adopción instrumentales o formalistas, que terminan
bloqueando las posibilidades de desarrollar mecanismos de accountability público y de
transformación institucional53
. Como señala el propio Informe:
* E1 ritualismo y la "profesionalización" han sido expresados tanto por directores de la
CONEAU como por los usuarios entrevistados, como riesgos a los que está sujeto el
proceso evaluativo de la enseñanza superior (Conclusión Nro. 16).
51
El caso de la UBA es una buena ilustración de lo que venimos diciendo. De una posición institucional
anterior de “resistencia activa”, que incluyó el rechazo judicial de la Ley de Educación Superior, la UBA
no pasó en ningún momento a la “adopción plena”: inicialmente dejó en libertad de acción a las distintas
unidades académicas para que avanzaran en los trámites de acreditación de carreras, y ahora se estaría
formando un consenso en términos de “resistencia pasiva” (acepta los fines pero no los medios). No
obstante, como señalamos, los sectores de “resistencia activa” siguen teniendo su peso: las últimas
reuniones del Consejo Superior en las que iban a tratarse las acreditaciones de las carreras de ingeniería
fueron violentamente interrumpidas por sectores estudiantiles de la FUBA, opuestos –entre otras cosas- a
las evaluaciones de la CONEAU (octubre-noviembre de 2006). 52
En este mismo volumen, Daniela Atairo realiza un sugerente análisis de las posiciones “pragmáticas”
en la adopción del FOMEC para el caso de la UNLP. 53
De una manera muy libre, las posiciones analizadas hasta aquí recuerdan el célebre trabajo de Robert
K. Merton (1987: 218) sobre los tipos de adaptación individual. Traducidas a sus términos, las posiciones
bosquejadas serían: (A) Conformidad- innovación; (B) Ritualismo; (C) Retraimiento y (D) Rebelión.
* Hay opiniones de evaluadores respecto a que existen autoevaluaciones que
constituyen un proceso formal, ritualista y autocomplaciente, dirigido a la apología
más que al aprendizaje (Conclusión Nro. 25).
* Se expresa que si bien una cierta diplomacia es considerada entendible en relación a
la actitud de la CONEAU con las universidades evaluadas institucionalmente, se
sacrifica rigor en la crítica de los problema que éstas poseen, para evitar grandes
conflictos (Conclusión Nro. 33).
En una línea similar discurren varios de los Informes de Autoevaluación y de
Evaluación Externa examinados. Tomemos como ejemplo ciertos tramos del Informe de
Autoevaluación de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos aires
(UNCPB); allí se reconoce que:
...este Informe describe la problemática, pero no logró estimular los aportes de las
facultades ni la valoración crítica del desempeño institucional. La presentación hecha
por algunas unidades académicas denota, no obstante la actitud por el deseo de
contribuir con el programa de Evaluación Institucional, que en la mayoría de los casos
se redujo a la necesidad de cumplir con un requisito formal más que a la convicción de
desarrollar una labor necesaria en cuyos resultados se apoye el planteamiento, tanto a
nivel central como a nivel de cada una de ellas. Pese a estas limitaciones creemos que la
auto-evaluación lograda debe ser juzgada positivamente. (Informe de Auto-evaluación,
período 1996-2000).
Pero el punto crucial en estos casos hay que buscarlo por el lado de la eficacia de los
procesos evaluativos, tanto leída desde los impactos logrados hasta la fecha, como por
sobre todo, mirada desde el diseño de mecanismos e incentivos institucionales capaces
de orientar los esfuerzos de los actores universitarios en pos de metas establecidas. En el
primer caso, el Informe Isuani se muestra dubitativo:
* Existe una cierta contradicción en las opiniones de los usuarios respecto a los
cambios producidos a raíz de los procesos de evaluación institucional. Mientras que a
través de la información proporcionada, para algunos parece haberse producido un
nivel razonable de cambios, para otros no arroja ese resultado: aquí los cambios
aparecen como escasos y en temas relativamente secundarios (Conclusión Nro. 17).
En el segundo caso, en cambio, la preocupación es algo más nítida:
* La falta en general de recursos para implementar recomendaciones de la CONEAU o
de premios a la calidad de gestión y enseñanza ha sido señalada como importante
limitación, introduciendo una cuota sustancial de escepticismo sobre la conveniencia
de ingresar en procesos sistemáticos de evaluación (Conclusión Nro. 5).
De este modo, el diseño forzosamente “anidado” (Tsebelis, 1990) de las políticas y del
marco institucional de la evaluación, obliga a un manejo integrado de recursos, procesos
y recompensas. Por lo mismo, la falta de coordinación entre los distintos planos de la
evaluación, los resultados discrecionales o arbitrarios de la aplicación de los programas,
o las señales confusas en torno a la continuidad de las reglas y políticas evaluativas,
introducen elementos de incertidumbre que inducen a los actores racionales a adoptar
conductas formalistas u oportunistas, bloqueando la consolidación efectiva de los
procesos de evaluación. Como lo reconoció una de las autoridades de una universidad
que tempranamente se sumó a la primera ronda de evaluaciones institucionales:
….desde las autoridades nosotros teníamos la conciencia que sería un sistema que daba
premios y castigos posiblemente a través de una evaluación, y creíamos algunos que
impulsamos la organización del convenio con el Ministerio para hacer la evaluación,
que las universidades que entráramos primero íbamos a tener más chances de mejoras y
más chances de tener acompañamiento para las mejoras, porque cómo te iban a
castigar si no estaban todos evaluados. Iba a ser un sistema muy complicado, además
creíamos que de entrada no iba a servir con siete u ocho universidades evaluadas para
“ranquear”, y creo que entramos unas doce en ese período, pero con una fuerte
discusión interna de resistencia política, porque esto era la política de ajuste, la política
de achicamiento, la política de intromisión del gobierno en la política de la Universidad,
entonces el Consejo Superior, aunque dijo, ‘sí,, firmen el convenio’, había muchos
sectores que se resistían... (Las cursivas son mías).
Y en el mismo sentido se expresa otra autoridad universitaria, que si bien reconoce el
tenor que tuvieron las resistencias, también remarca el papel positivo que tuvieron las
expectativas de mejoras vía financiamiento: “...nosotros creíamos que teníamos las
potencialidades para presentarnos a las (evaluaciones institucionales) voluntarias, no
esperar a la obligatoria.... teníamos que estar rápidamente evaluados para lograr
mejoramiento, líneas de financiamiento”. Esta visión, comprensiblemente, persiste hasta
hoy, aunque en muchos casos las dificultades de las autoridades estatales para dar una
respuesta que coordine los resultados de las evaluaciones con los mecanismos y
recursos para inducir a las mejoras sigue pendiente. Como señaló la Secretaria
Académica de una importante universidad, quien llevó a término un proceso de
autoevaluación reiteradamente interrumpido: “hay que terminar este año la auto-
evaluación porque si no, no podemos entrar en los contratos-programa”. O dicho con
otras palabras: estoy dispuesta a jugar este juego de la evaluación institucional porque
en realidad me interesa jugar aquel otro juego de los contratos-programas.
En resumen, el examen de los documentos relevados hasta el momento, así como el
análisis preliminar de un conjunto de entrevistas a actores claves, nos ofrecen una
versión más matizada, y heterogénea, que la ofrecida por una lectura lineal de los
procesos de evaluación: las respuestas de los actores universitarios frente a las
iniciativas estatales de evaluación no estarían siguiendo un vector unidireccional. Más
bien, entre la adopción plena y la resistencia activa se suceden un espectro de
posiciones intermedias que hemos resumido en las categorías de resistencia pasiva y de
adopción pragmática.
Una cuestión de interés para el análisis es que estas posiciones intermedias nos obligan
a prestar especial atención a los medios (mecanismos, incentivos, recursos), antes que a
los fines a la hora de revitalizar las políticas de evaluación. Por lo tanto, correspondería
prestar atención a la manera en que los procesos evaluativos afectan la canasta básica de
preferencias de los profesores-investigadores según los supuestos que presentamos más
arriba. El Cuadro 2 muestra un resumen de esas preferencias ordenadas en “alto” y
“bajo” reconocimiento académico y atractivo financiero.
Cuadro 2: Matriz de “pagos” a los profesores-investigadores en los procesos de
evaluación54
Reconocimiento
Académico
Atractivo Financiero
ALTO BAJO
ALTO
Acreditación de
Acreditación de carreras
54
El revés de la trama de esta “matriz de pagos” a los profesores-investigadores es la “matriz de oferta”
del lado estatal. En este caso, la fortaleza político-institucional para promover el mejoramiento académico
(“palo”) y los recursos financieros disponibles (“zanahoria”), permitirían categorizar las distintas
estrategias estatales de regulación del campo universitario. Dejamos este problema para otra ocasión.
postgrados; Programa de Incentivos
de interés público
BAJO
FOMEC
Evaluación institucional
Como pone de manifiesto el Cuadro 2, la evaluación institucional constituye el menos
atractivo y el menos reconocido de los juegos de evaluación, ya que sus “pagos” –tal
como están distribuidos hasta el momento- no son significativos ni para la docentes-
investigadores (la “base del sistema” en términos del Clark), ni para las universidades
en tanto programa de mejora institucional55
. Por ello también es que en este rubro, más
que en otros, encontremos recurrentes situaciones identificadas en términos de apatía o
ritualismo, que combinadas con la existencia de importantes segmentos de resistencia,
abren significativas dudas sobre la marcha de los procesos evaluativos.
Con base en estas consideraciones podemos presentar entonces las siguientes hipótesis
interpretativas.
HIPÓTESIS I) Los procesos de evaluación universitaria están atravesando una
transición en dos tiempos, de resultado aún incierto: lo que podríamos llamar una
transición corta y una transición larga (fase de consolidación).
La segunda transición, la más difícil de lograr, pero a su vez la que constituye la
finalidad última de todas esas iniciativas, es la referida a la incorporación de los
procesos de evaluación como una nueva cultura institucional. La transición más breve,
en cambio, es menos exigente: se conforma con que los actores estratégicos de la
universidad pasen a jugar el juego de la evaluación como si fuera un “juego reiterado”,
y no como un “juego de una sola vez”; en otros términos, en esta transición breve lo que
está en trance de cambiar -en el marco de las interacciones conflictivas entre Estado y
universidad- es el carácter del juego de la evaluación, entendido como la instauración de
un juego que se reiterará periódicamente en el futuro. El mensaje, en este caso, todavía
no ha sido del todo claro: la evaluación llegó para quedarse. Ciertamente, no podemos
afirmar que este proceso de cambio posea desde ahora una tendencia consolidada. En
este sentido, y pasados ya varios años de iniciados los procesos de evaluación, los
actores del campo universitario parecen encontrarse en una zona crítica, donde sus
prácticas o bien comienzan a orientarse más decididamente hacia esquemas de
incorporación substantiva, o bien se corre el riesgo –como adelantamos- de retroceder
hacia el rechazo, el ritualismo o la apatía56
. Para que los juegos de evaluación sean
percibidos como un juego reiterado, hay que dar todavía un paso más.
HIPÓTESIS II) Una condición necesaria, más no suficiente, para avanzar en esa
transición “corta” depende de las decisiones políticas pro-reformas y de la dotación de
recursos disponibles de las autoridades estatales (SPU), de las capacidades estatales
instaladas (CONEAU) para generar y hacer cumplir reglas estables y creíbles en torno a
55
Dejamos entre paréntesis aquellos programas específicos para la mejora de carreras (el caso de las
ingenierías es un buen ejemplo), porque justamente esos programas responden al argumento que venimos
sosteniendo: vinculan resultados de la evaluación con incentivos materiales al mejoramiento. 56
El carácter “anidado” o “enredado” de las políticas de evaluación se pone de manifiesto en los efectos
“cruzados” entre los diferentes programas. Por ejemplo, habiéndose conocido – entre finales de 2004 y
principios del 2005- los resultados de la tercera categorización del Programa de Incentivos, se observa
que en aquellos casos en los que los profesores-investigadores han percibido situaciones de inequidad o
de discrecionalidad, su visión acerca de los otros procesos de evaluación (acreditación de carreras o
evaluación institucional) tiende también a volverse negativo.
los procesos de evaluación, y de la efectiva coordinación entre ambos segmentos del
Estado/gobierno.
En buena medida, esta hipótesis descansa en la idea de que la “carga de la prueba” está
del lado estatal, no sólo por una cuestión de responsabilidad de gobierno, sino también
porque la fragmentación del actor docente-investigador hace que el polo estatal tenga
más márgenes de libertad para avanzar. Pero también es importante tener en cuenta que
las propias políticas de los años noventa generaron una novedosa necesidad de
coordinación que le agrega una complejidad adicional a los problemas de elaboración de
políticas en el campo universitario57
.
Retomando el Informe Isuani desde la perspectiva que definen estas hipótesis se hacen
patentes algunas diferencias dignas de mención. Según el enfoque del Informe, los
actores universitarios se estarían “convirtiendo” desde posiciones de “resistencia” hacia
posiciones de incorporación substantiva de una nueva cultura de la evaluación. Frente a
esa posición, mi argumento (Hipótesis I e Hipótesis II, apoyadas en los supuestos
previos) es que, por un lado, no tenemos elementos empíricos sólidos que nos permitan
establecer esa tendencia lineal, pero además, y esto es muy importante para el futuro de
los procesos evaluativos, tampoco es necesario. Hasta donde alcanzo a ver, y valga
como moraleja para modernizadores de todo tipo, si los procesos de transformación
institucional orientados mediante políticas públicas requirieran contar de entrada, o a
poco de andar, con cambios “profundos” y “extendidos” en la cultura de las personas,
estaríamos definitivamente perdidos. Afortunadamente, muchos cambios institucionales
se han dado sin que se dieran juntas esas condiciones; más bien, bastó que algunas
personas (u organizaciones) funcionaran como élites modernizadoras capaces de
introducir una innovación institucional, y de mantenerla en el tiempo mediante reglas
creíbles y eficaces (incentivos y recursos) orientadas al cambio, para que después, y en
buena medida por internalización de las nuevas reglas, es que se fue cambiando la
cultura (así se impusieron la Ley 1420, el matrimonio civil, e incluso la Ley Saénz
Peña, entre tantas otras). Obviamente, no estoy afirmando que todo proceso de cambio
cultural sigue esta pauta; en otros casos el vector va claramente de la sociedad al Estado
(por ejemplo la ley de divorcio durante la primavera alfonsinista), y en la mayoría de los
casos hay un ida y vuelta más complejo y cambiante; en todo caso, lo que afirmo es en
que ciertos procesos de cambio guiados por políticas públicas, esto es, dirigidos en
última instancia mediante la imposición de un recurso de poder, puede observarse
empíricamente que han seguido ese derrotero temporal: establecimiento de reglas
estables y creíbles, adopción por parte de actores racionales para cobrar las
“recompensas” o eludir los “castigos”, y luego desarrollo de una nueva cultura. Quizá
algo de eso empiece a pasar con el juego de la evaluación institucional.
5) EPILOGO: ¿QUÉ HACER?
De acuerdo con el enfoque defendido en estas notas, podemos homologar el
proceso de incorporación de la evaluación como cultura institucional a otros procesos de
cambio institucional que hemos vivido en los últimos años. La transición a la
democracia, entendida como un cambio en la reglas del juego político que
paulatinamente van siendo incorporadas por los actores estratégicos de la sociedad, nos
puede servir de referencia. Ahora bien, cuando se analizan esos procesos hay dos
grandes modelos para interpretarlos: un modelo más culturalista, que tiene grandes
57
No podemos discutir aquí estos problemas de coordinación; baste señalar que una nutrida literatura de
análisis de políticas y de gestión organizacional ha discutido extensamente la cuestión. Una visión clásica
en Allison (1969), un análisis más reciente acerca del problema de que “coordinarse es perder poder” en
Acuña & Tommasi (1999).
virtudes para explicar el largo plazo58
, y modelos, como el de la elección racional, que
tienden a concentrarse más en el corto plazo. Una manera de entender esa diferencia es
apelando a la distinción hecha por el politólogo francés Guy Hermet (1986), quien
distinguía en los procesos de transición entre los “demócratas de oportunidad” (o de
conveniencia) y los “demócratas de convicción”. El argumento de Hermet es claro y
apoyado en una nutrida evidencia histórica: los procesos de transición conocidos
dependieron de muchos militares y actores autoritarios que en algún momento
comprendieron que les convenía más comenzar a actuar como si fueran democráticos,
que mantener sus convicciones reaccionarias. Sin duda, todo proceso de consolidación
democrática requiere de muchos demócratas de convicción para sostener la democracia
en el largo plazo, pero nos bastan varios demócratas de oportunidad (y quizá sólo unos
pocos demócratas de convicción con poder) para definir la transición en el corto plazo59
.
¿Qué queremos decir con esto? Que los demócratas de oportunidad operan y responden
ante señales estables y creíbles de que se van a cumplirse ciertas reglas (que incluyen
recompensas y sanciones) y que los juegos que se van a jugar no son juegos de única
vez sino que son juegos reiterados.
Por todo lo que venimos diciendo, la evaluación en el ámbito universitario estaría
atravesando un proceso análogo. Estaríamos en el tránsito de pasar de ser un juego de
única vez, con reglas no definidas y sin señales creíbles de que se va a repetir en el
tiempo, a ser un juego reiterado. Según se sabe, los estudios que discuten estos
problemas tienden a señalar empíricamente que los actores que saben que un juego es
reiterado cambian su actitud y sus decisiones respecto de las reglas del juego porque
incorporan el cálculo intertemporal de costos y beneficios derivados de la aplicación
estable de recompensas y castigos. Pero este cambio en la naturaleza del juego supone
la vigencia de un conjunto de reglas que deben satisfacer ciertas propiedades básicas.
Esas propiedades serían:
a) reglas estables: de aplicación reiterada y previsible;
b) reglas claras: una serie de procedimientos que establecen resultados definidos
en términos de recompensas y castigos (‘si usted hace A, le pasa p’, ‘si usted
hace B, le pasa q’). Si hay zonas estratégicas de indefinición la regla no
funciona;
c) reglas equitativas: no discrecionales u arbitrarias (si uno tiene más o menos los
mismos antecedentes que fulano, debería estar más o menos en el mismo lugar.
Puede haber habido errores pero no operaciones arbitrarias porque esto
naturalmente deslegitima desde abajo el proceso de evaluación. Recordemos que
operaciones arbitrarias lesionan, a la vez, las dos preferencias básicas de mis
profesores entendidos como calculadores racionales: su prestigio académico y su
dinero);
d) reglas transparentes: la diseminación de información sobre procesos y
resultados ha de ser lo más amplia posible60
.
Para ilustrar la importancia crucial de la estabilidad de las reglas quizá valga la pena
prestar atención al efecto diferencial de la reiteración en el juego de la evaluación
institucional y en el juego de las categorizaciones (Programa de Incentivos). Nótese que
58
El modelo sigue las líneas generales de la síntesis parsoniana, que algunos enfoques
neoinstitucionalistas incorporan con mayor o menor grado de convicción. Véase una presentación
actualizada en Jeffrey C. Alexander (2000). 59
La defensa clásica de esta posición se encontrará en Przeworsky (1991) 60
Tiendo a creer que esta escala tiene prioridades: la primera regla es más importante que la segunda, la
segunda es más importante que la tercera y así sucesivamente (aunque reconozco que tengo dudas sobre
si la segunda tienen que ir tercera, y viceversa). Es como decir si usted está en un lugar de decisiones
concéntrese en garantizar la primera regla. Si puede garantizar la segunda, mejor, etc.
la reiteración tendría efectos aparentemente disímiles en una primera instancia, pero que
sus consecuencias en el mediano plazo tienden a ser congruentes con los objetivos de
consolidar los aspectos substantivos de la evaluación. Como se sabe, las
categorizaciones han tendido a ser percibidas hasta ahora como oportunidades
eventuales, dependientes de un Programa cuya continuidad nunca ha estado asegurada.
Esto genera en los actores una fuerte resistencia, acrecienta las recusaciones, y estimula
comportamientos oportunistas de toda especie, en muchos casos agravados por la
percepción de inequidades o discrecionalidades. Si un actor, en cambio, tiene claro que
cada tres o cinco años vienen las categorizaciones, cambia su sistema de expectativas
hacia ellas, y es consciente que puede volver a probar suerte en el próximo turno. Pasa a
ver el problema como una “carrera” de acumulación. A la “inversa” funcionaría la regla
con la evaluación institucional. Cuando la regla es reiterada aparece un disparador al
cambio que la evaluación institucional lleva implícito: una universidad no puede repetir
los mismos informes toda la vida; es decir, si seis años atrás consideró que había fallas
en el insumo A, problemas en el proceso B, y deficiencias en el producto C, seis años
después no podría volver a repetir el mismo diagnóstico. En todo caso, la identificación
de debilidades junto a la existencia de mecanismos e incentivos para el mejoramiento
obligaría a un desplazamiento hacia nuevas metas y problemas.
Y con esto llegamos al último problema a considerar, que nos remite a su vez a la
conflictiva relación de regulación entre el Estado y la universidad. Hemos hablado de
una transición en dos tiempos que estarían atravesando los procesos de evaluación,
luego señalamos que el camino hacia la consolidación institucional de dichos procesos
mucho dependerá de la congruencia estable y efectiva de políticas, recursos y
coordinación interestatal. Pero el desafío remanente es que no cualquier tipo de
consolidación institucional de la evaluación es deseable. Parece claro que una
evaluación ritualizada, apologética u oportunista no sirve a ningún propósito de
mejoramiento institucional en el largo plazo. Por tal razón, retomando la periodización
efectuada por Pedro Krotsch (2002) en un trabajo anterior, la discusión en la actualidad
no se limita a considerar si los proceso de evaluación se estarían o no consolidando,
sino que también tenemos que analizar en qué sentido se estarían consolidando, o dicho
de otro modo, de cuál consolidación estamos hablando. Y si ya hemos hablado en
extenso de las respuestas y actitudes de los profesores-investigadores, nos queda por
revisar brevemente ¿cuál es el juego que juegan otros actores involucrados en el campo
de políticas universitarias?
En el caso del gobierno nacional las señales son, por decir lo menos, ambiguas.
Mientras estas notas se escriben, el Ministerio de Educación de la Nación ha iniciado un
proceso de consultas orientado a modificar la Ley Federal de Educación; por su parte, el
mismo gobierno ha dado señales de su intención de modificar la Ley de Educación
Superior, y varios actores del campo universitario, particularmente diversas
agrupaciones estudiantiles y algunos sectores gremiales, han tomado esa señal en la
dirección de desmontar la estructura normativa de la evaluación. El hecho de que hasta
ahora se hayan sucedido tres secretarios en la SPU durante el gobierno de Kirchner es
una prueba de que la discontinuidad de políticas en el área no constituye un desvelo
para la actual administración. En un sentido más amplio, el gobierno ha tendido en
general a minimizar el conflicto universitario y se ha concentrado en una política de
retaguardia orientada a la contención del reclamo salarial. Visto en perspectiva, la
combinación de poder político, recursos económicos, proyecto coherente de desarrollo
de políticas hacia el campo universitario y equipo técnico para llevarlo adelante, han
sido más bien la excepción y no la regla en el ámbito de las políticas hacia las
universidades. Salvo durante el período de Juan Carlos Del Bello en el gobierno de
Menem, estos componentes nunca volvieron a estar juntos, y lo que tenemos desde
entonces son diversos grados de inercia tecnopolítica con cambiantes niveles de
consenso y conflicto entre el gobierno y las casas de estudio.
En el caso de la CONEAU el problema no es la ambigüedad, sino la inestabilidad.
Como toda agencia estatal de reciente creación la propia Comisión está atravesando su
propia transición institucional hacia un formato de mayor autonomía, legitimación
pública, constitución meritocrática y sistematización (o burocratización) de
procedimientos. En ese marco, su accionar está encuadrado por dos restricciones: debe
jugar un juego donde evalúa, pero no puede ser muy estricta a riesgo de socavar su
propia base de sustentación en esta etapa crítica de su existencia. En un balance muy
elemental, cada universidad evaluada satisfactoriamente es un aliado de la CONEAU,
cada universidad cuestionada es un opositor potencial. Esto se repite con cada programa
de postgrado y con cada carrera de interés público evaluada; aunque el resultado no es
unilateral. Por ejemplo, el programa de postgrado rechazado, o acreditado C, estará
molesto por el resultado, pero los acreditados A estarán satisfechos de esa distribución
de recompensas. Mientras esta ecuación siga dando resultados positivos, los procesos de
evaluación irán avanzando con mayor o menor rigor61
.
Y finalmente nos encontramos con la ciudadanía (recordar nuestra Figura 1). Quizá uno
de los déficit estructurales en los procesos de evaluación sean las escasas señales de
demanda ciudadana en torno a la calidad educativa, y la dificultad para conformar
actores de la sociedad civil capaces de articular esas demandas. No me refiero,
naturalmente, a que falten “voces” que reclaman calidad, lo que señalo es la carencia de
actores con proyectos, recursos y organización. En este sentido, el esquema de
preferencias de un ciudadano medio podría resumirse de este modo: requiero la máxima
calidad de enseñanza disponible compatible con la posibilidad efectiva de recibirla. La
lógica de esta posición en apariencia paradójica no debería asombrarnos. En principio,
todo el mundo está en contra de la baja calidad educativa, la pobreza, las inundaciones o
el paludismo. El costo de integrar una “coalición negativa” contra estos males es
bajísimo, y sus beneficios pueden llegar a ser altos (al menos desde el punto de vista
simbólico); el desafío, en cambio, es pasar de esas “coaliciones negativas” a construir
una “coalición positiva” de políticas para enfrentar dichos problemas, asumiendo los
costos efectivos de una solución en particular (la calidad educativa ¿es con examen de
habilitación profesional o sin él?; las obras de infraestructura necesarias para evitar las
inundaciones, ¿las pagamos con un menor gasto en salud o aumentando el impuesto
inmobiliario?, etc.)
Para mostrar que esta relación entre ciudadanía, Estado y universidad tiene sus
complicaciones pensemos en el siguiente caso: si Ud. es paciente de un sanatorio
atendido por médicos egresados de cualquier universidad, imagino que querrá contar
con la atención de los mejores médicos disponibles, lo cual debería llevarlo a ser muy
exigente con las condiciones de ingreso-egreso de las Facultades de Medicina, la
formación durante la residencia, etc. Pero si Ud. tiene un hijo que no se ha destacado
mucho en los estudios, pero a su vez alberga deseos de convertirse en médico, es
posible que Ud. aspire a que la Facultad baje sus exigencias para que su hijo pueda
entrar. ¿Se trata de intereses contradictorios? Desde el punto de vista individual –esto
es, de un actor racional que maximiza su interés de corto plazo- no necesariamente: Ud.
puede adoptar una posición de free-rider (de viajero gratis o polizón) y esperar que le
61
Esta dinámica conflictiva de construirse un espacio institucional legitimado entre los propios actores
que son objeto de evaluación, puede analizarse a la luz del “grado de aprobación” (o de rechazo)
diferencial de los proyectos institucionales (los que quedan afuera, simplemente no están es el sistema) y
los postgrados; en el primer caso, los proyectos aprobados rondan el 12%, mientras que en el segundo
caso, la cifra de aceptación trepa hasta el 72%. Cfr. El resumen de Actividades de la CONEAU
(septiembre de 2006).
toque en suerte un médico excelente cuando se enferme, mientras que su hijo atienda a
otros pacientes (por ejemplo, a alguno de sus enemigos o ese vecino ruidoso que nunca
falta). El problema con este esquema es que si la situación se multiplica, caemos en un
estado de dilema de prisionero generalizado: los malos médicos abundarán y la calidad
media de la medicina decaerá. De hecho, podríamos decir que buena parte de la
institucionalidad argentina ha sido incapaz de establecer reglas institucionales que
obligaran a los actores sociales –en diferentes y muy variados planos de la vida del
país- a dar su mejor esfuerzo cooperativo en pos de alcanzar metas colectivas que
equilibraran eficiencia con equidad, libertad con orden, autonomía con control,
innovación con protección, etc. Y en esto la universidad no es ninguna excepción, sino
que sigue una tónica muy extendida en lo que hace a nuestro subdesarrollo institucional.
Con lo cual volvemos al planteo realizado en un principio: a ningún actor social le gusta
(nos gusta) enfrentar la posibilidad de perder en una competencia, pero la obligación
institucional de competir es el motor de la innovación y la calidad, y los mecanismos de
evaluación que no se orienten por esa vía corren el riesgo de ser un esfuerzo inútil.
De este modo, la consolidación institucional de los procesos de evaluación universitaria
puede alcanzar un estado de equilibro progresivo, una combinación siempre difícil entre
equidad y eficiencia en el mediano plazo, o bien estancarse en una situación de
equilibrio regresivo, en la que los actores interesados en maximizar su interés en el
corto plazo se dispersan en una serie de conductas oportunistas, rituales o apáticas, que
terminan generando un resultado social subóptimo en el mediano plazo. No se necesita
mucha imaginación para delinear un eventual escenario futuro donde un gobierno que
no quiere conflictos, un Estado capturado por voluntades disímiles, una agencia de
evaluación encerrada en su vindicación tecnoburocrática, universidades dominadas por
intereses político-partidarios y una ciudadanía dispersa, portadora de demandas débiles
y heterogéneas, desembocan en un campo de políticas públicas bloqueado. Como lo
indica el inspirador análisis de Tsebelis (1995) en torno al “jugador de veto”, en
aquellas arenas institucionales donde se combinan: a) un alto número de jugadores de
veto, es decir, actores individuales o colectivos cuyo acuerdo se requiere para llevar a
cabo un cambio en torno a una cuestión de políticas; b) la incongruencia o disparidad de
posiciones políticas entre esos actores es también alta; y c) la cohesión interna de dicho
actores –al menos de aquellos con mayor capacidad de maniobra- es significativa;
entonces las probabilidades de que se modifique el statu quo son muy bajas. En este
sentido, el campo de políticas universitarias (y esto se repite al interior de muchas
instituciones de Educación Superior, particularmente en el caso de las “grandes”
universidades) parece acomodarse demasiado bien a esa lógica de acción estancada,
donde conviven múltiples actores con capacidad de bloquear las iniciativas de los otros,
pero sin los suficientes recursos (materiales o simbólicos) para definir una orientación
de recambio.
En un escéptico corsi y ricorsi del ciclo de las ideas y las reformas del Estado en
América Latina, las estrategias de evaluación quizá cumplan en la actualidad funciones
semejantes a las que cumplieron las propuestas de planificación para el desarrollo entre
finales de los cincuenta y mediados de los sesenta. Al menos conllevan parecidas
promesas y enfrentan hoy similares riesgos. Ojalá en este caso nos vaya un poco mejor.
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2007. ISBN 978-987-574-166-9 (pp. 353).
¿EL SUJETO CONTRAATACA?
Por Antonio Camou
Alain Touraine, Un Nuevo Paradigma para comprender el mundo de hoy (2005), BsAs,
Paidós, 2006.
El último libro del sociólogo francés Alain Touraine gira en torno de una idea
clave: “cambiamos de paradigma en nuestra representación de la vida colectiva y
personal. Salimos de la época en que todo se expresaba y se explicaba en términos
sociales” (p.16), y pasamos a habitar un mundo en el que “los problemas culturales han
adquirido tal importancia que el pensamiento social debe organizarse en torno a ellos”
(p.13)62
.
Como se trata de una afirmación temeraria, hay que dar un largo rodeo histórico
para calibrar la magnitud de la tesis. Si las sociedades tradicionales elaboraron una
visión religiosa de sí mismas, las sociedades modernas habrían alumbrado hasta ahora
dos grandes paradigmas de comprensión histórica. Durante la primera modernidad, que
tiene su punto culminante en la Revolución Francesa, dominó un paradigma político.
Con arreglo a dicho marco, nos recuerda el destacado estudioso de los movimientos
sociales, hemos descrito y analizado la realidad social en términos del “orden y el
desorden, la paz y la guerra, el poder y el estado, el rey y la nación, la república, el
pueblo y la revolución”. Posteriormente, “la Revolución industrial y el capitalismo se
liberaron del poder político y aparecieron como la base de la organización social.
Reemplazamos entonces el paradigma político por un paradigma económico y social:
clases sociales y riqueza, burguesía y proletariado, sindicatos y huelgas, estratificación y
movilidad social, desigualdad y redistribución se convirtieron en nuestras categorías de
análisis más habituales”. En la actualidad, en cambio, estaríamos atravesando una
ruptura de dimensiones semejantes pero de signo diferente. Para Touraine, el análisis
del mundo actual debe adoptar como premisa “la destrucción de todas las categorías
sociales, desde las clases sociales y los movimientos sociales hasta las instituciones o
agentes de socialización, nombre que se ha dado a la escuela y a la familia al definir la
educación como socialización”(pp. 13-14).
Reacio a calificar la época en que vivimos con la etiqueta de “postmoderna”, el
autor que en 1969 escribió La Sociedad Postindustrial prefiere hablar ahora de un tipo
diferente de modernidad, distinta a los dos estadios que hasta ahora conocimos de las
sociedades industriales, y más cercana a las nociones de “sociedad de la información o
de la comunicación”. A veces hablará de un tipo de sociedad “hipermoderna” o
“neomoderna”, y en otros casos graficará la misma idea apelando a la paradójica
expresión de una sociedad “postsocial” (p.232). Como lo adelantara en una larga
entrevista autobiográfica concedida hace unos años, “en el universo en que vivimos,
todos los temas que marcan nuestra cultura son temas no sociales. Nos hallamos ya en
una nueva cultura, en un nuevo sistema de acción histórica”. Y puesto a buscarle una
calificación a ese mundo emergente, nos dirá: “No creo que hayamos pasado a una
sociedad postmoderna; hemos pasado a otro tipo de modernidad: me divierte hablar de
Baja Modernidad, al igual que se habló de Bajo Imperio”63
.
¿Cuándo pasó todo esto? En esa misma entrevista volverá la vista atrás para
recordarnos: “Cuando hace treinta años Daniel Bell o yo mismo hablábamos de
sociedad postindustrial, queríamos decir: estamos asistiendo a una mutación. Treinta
años después, este término no tiene pertinencia alguna; ¡la mutación ya ha tenido
62
Salvo indicación en contrario, los números de página hacen referencia a la edición comentada. 63
Alain Touraine & Farhad Khosrokhavar, A la Búsqueda de sí Mismo. Diálogo sobre el Sujeto (2000),
BsAs, Paidós, 2002, p. 32.
lugar!”64
. En su último libro será más explícito todavía: el período de cristalización de
ese nuevo tipo de sociedad, y por tanto, de la necesidad de reconstruir un paradigma
intelectual diferente para pensarla, se extendería simbólicamente entre la caída del Muro
de Berlín (1989) y la destrucción de las torres del World Trade Center (2001). Desde
entonces, la idea que se impone a nosotros es la del “estallido de las sociedades:
guerras, revoluciones, transformaciones técnicas aceleradas, conquistas, migraciones,
pero también enriquecimiento y empobrecimiento rápidos, globalización de los
intercambios, pero también de la pobreza y de la miseria. La sociedad que nos describía
la sociología clásica se parecía a un castillo de piedra; la nuestra se parece a unos
paisajes en movimiento”(p. 121).
Pero Touraine no es un autor que se deja llevar por el vértigo del pesimismo o
que se instala en la cómoda negatividad de todo lo que hay; tampoco se solaza con
permanecer estancado en el momento crítico de todo pensamiento creador. Junto con
autores como Anthony Giddens o Jürgen Habermas apuesta por la reconstrucción
sistemática del saber social, y por su aplicación en términos de política positiva. Su
sensibilidad histórica y su talante ilustrado lo impulsan a buscar el hilo para salir del
laberinto: “Cada vez que cambia nuestra mirada sobre nosotros mismos, nuestro entorno
y nuestra historia, tenemos la impresión de que el mundo antiguo ha caído arruinado y
que no hay nada que pueda reemplazarlo. Eso es lo que hoy sentimos, pero, como
hicimos en el pasado, intentaremos construir una nueva representación de la vida social
y escapar así a la impresión angustiosa de la pérdida de sentido” (p.15-16).
En un intento por efectuar un primer balance entre lo viejo que se destruye y lo
nuevo que no termina de asomar, Touraine dedica toda la primera parte del libro
(“Cuando hablábamos de nosotros en términos sociales”) a analizar la disolución de las
categorías sociológicas más usuales, y destina la segunda parte del volumen, más
propositiva pero también mucho más tentativa y conjetural, a sentar las bases del nuevo
paradigma cultural (“Ahora que hablamos de nosotros en términos culturales”).
Paradigma y no discurso, se esmera en aclarar Touraine en una ostensible
polémica con su finado amigo Michel Foucault, y ofrece sus razones: “si no he utilizado
discurso en el título de este libro... es para indicar de entrada que mi objetivo es
iluminar conjuntos históricos que no pueden nunca ser reducidos a formas de
dominación, donde las protestas, los conflictos, las reformas ocupan un lugar tan grande
como (e incluso mayor que) las coacciones de la gobernabilidad y la enumeración”.
Desde esta perspectiva, un “paradigma no es sólo un instrumento en las manos del
orden dominante, sino igualmente la construcción de defensas, críticas y movimientos
de liberación” (p.17). Y agrega con énfasis: “no estamos encerrados; nunca estamos
reducidos a decir que no podemos hacer nada. La idea de paradigma deja lugar a la luz
tanto como a la sombra. Si se puede consagrar todo un discurso a vigilar y castigar, el
paradigma valora tanto la libertad como la alienación, tanto los derechos humanos como
la obsesión por el dinero, el poder y la identidad” (p.18).
UNO, DOS, TRES TOURAINE
Quienes han seguido de cerca la trayectoria intelectual de Alain Touraine
reconocen, y a ratos lamentan, que en los últimos tiempos se han forjado dos imágenes
de este sociólogo que acaba de cumplir sus lozanos ochenta años. De un lado,
encontramos al intelectual global, cuya figura se replica a través de sus habituales
columnas de opinión en diarios de varios continentes, sus apariciones en radio o TV, sus
innumerables reportajes y conferencias, y su vitalidad itinerante que lo lleva a participar
64
Ibidem.
en lejanos foros y encuentros internacionales, como el que lo trajo a Buenos Aires en
febrero último, exactamente cincuenta años después de haber pisado por primera vez
América Latina. Este es el personaje mediático de la opinión rápida, de la apuesta
momentánea, del juicio categórico que ciertas redacciones se empeñan en
descontextualizar, buscando –tras el gesto atildado y elegante- la frase de efecto o el
calificativo mordaz. Pero hay otro Touraine, quizá menos reconocido en la actualidad,
cincelado por una obra de seis décadas, comprometido con la más estricta investigación
de campo, y multiplicado por una vocación docente que ha repartido discípulos a lo
largo y ancho del mundo, particularmente en América Latina. De ahí que una buena
parte de los científicos sociales latinoamericanos más destacados, que hoy superan los
cincuenta años, han sido influidos significativamente por las enseñanzas del autor de La
voix et le regard.
Por comodidad cronológica, esa vasta obra podría ser ordenada en tres grandes
períodos. En una primera etapa, nos encontramos al joven investigador que se aventura
en un estudio sobre la reforma agraria en Hungría, en los primeros años de la segunda
postguerra, que se interna luego en las minas de carbón de Raismes, en el norte de
Francia, o que se especializa en trabajos sobre la conciencia obrera de los operarios de
la fábrica Renault. Hacia 1959, y con el fuerte padrinazgo de Fernand Braudel, se lo
designa como Director de Estudios de la recientemente creada Sexta Sección de la
École Pratique des Hautes Études, y desde allí dará a conocer su primera obra de
envergadura teórica: Sociología de la acción (1965). En ese trabajo ya se perfilaban con
claridad algunas de los motivos centrales del pensamiento tourainiano: Por un lado, el
intento por superar los sesgos deterministas presentes tanto en el marxismo como en el
estructural-funcionalismo parsoniano; por otro, su preocupación por rescatar el papel
activo y creativo de los actores sociales, destacando la productividad del conflicto como
constitutivo de posiciones e identidades.
Una segunda etapa se abre con el Movimiento del Mayo francés de 1968, que
significará un viraje decisivo en la obra de Touraine. Junto a otros episodios de
características similares en otras partes del mundo, aquellas revulsivas jornadas
marcaron límites claros a los formatos clásicos de participación sociopolítica (partidos y
sindicatos) y comenzaron a definir una nueva agenda de preocupaciones sociales. A
partir de entonces, la problemática de los (nuevos) movimientos sociales pasará a
ocupar un lugar central en sus trabajos de investigación, como lo testimonia el libro que
escribió al calor del conflicto: El movimiento de Mayo o el comunismo utópico (1969).
En ese momento –dirá muchos años después al recordar aquella experiencia- “nuestro
pensamiento sufrió una transformación radical: lo que entonces comenzó a
preocuparnos no fueron ya los problemas históricos, sino la defensa de los derechos del
hombre, la afirmación de la personalidad, los problemas ligados a la sexualidad, en una
visión de las cosas que se distanciaba de la ideología del progreso. Fue entonces cuando
casi todos nosotros comenzamos a interesarnos más directamente por la idea de sujeto”
(2000: 26). Durante las dos décadas siguientes el grueso de su labor de investigación
girará en torno al estudio de los movimientos sociales, y al desarrollo de una
metodología de análisis específico (la “intervención sociológica”) para abordarlos. A
ellos le dedicará una serie de investigaciones realizadas con Francois Dubet, Michel
Wieviorka y Zsuzsa Hegedus: Lutte étudiante (1978), La prophétie anti-nucléaire
(1980), y Le pays contre l’État (1981); y posteriormente con F. Dubet , M. Wieviorka y
J. Strzelecki, Solidarité de 1982, basado en sus estudios de campo en Polonia.
Pero ese haz de preocupaciones teóricas y de investigación fue precedido por un
acontecimiento personal que repercutirá en todo su trabajo. En 1956, a petición de su
Director de investigaciones, Georges Friedmann, y del rector de la Universidad de
Chile, le fue encomendada la misión de trasladarse al país trasandino para fundar allí un
centro de investigaciones sociales. Sin hablar español, y sin poder dar clases, sus tareas
iniciales se concentraron en observaciones de campo sobre la vida de los trabajadores en
las minas y en las fábricas siderúrgicas. Seis semanas después de desembarcar en
Santiago conocerá a la que será su mujer por más de tres décadas, y este lazo personal
se transformará en un interés político e intelectual permanente por América Latina, que
lo llevará, primero, a permanecer largas temporadas recorriendo el subcontinente y
estudiando sus problemas, y más tarde, a dedicarle una significativa parte de su obra que
será condensada en un grueso volumen de 1988, La parole et le sang, que una
traducción algo infiel volcó con el más anodino título de América Latina: Política y
sociedad.
Durante este período escribirá la que tal vez sea su obra teórica más influyente,
La producción de la sociedad, publicada inicialmente en 1973, y luego corregida y
reeditada en 1992. Allí se encontrará una presentación sistemática de sus categorías
centrales de análisis: la historicidad como la acción de la sociedad sobre sí misma, la
capacidad de producir sus propias prácticas y orientaciones culturales; el sistema de
acción histórica como la articulación de un modo de conocimiento, un modo de
acumulación y un modelo ético-cultural; o los movimientos sociales, entendidos como
acciones colectivas conflictivas orientadas hacia el control social de los modelos y los
recursos de una sociedad, estructurados en torno a los principios de identidad, oposición
y totalidad.
Miradas a la distancia, estas nociones contribuyeron a abrir un rumbo en las
armaduras teóricas de los dos paradigmas dominantes en la sociología latinoamericana
de aquellos años, el estructural-funcionalismo norteamericano y el marxismo
dependentista. Contra el primero, Touraine vindicará la productividad del conflicto por
contraste con una visión que tendía a reducirlo a desviación o mera disfuncionalidad;
contra el segundo, refutará toda preconstitución económica de los actores sociales y
batallará contra cualquier reducción de la conflictividad social a una lógica
unidimensional (capital vs. trabajo). De este modo, las luchas sociales y políticas no
podían ser reducidas a un apéndice de dinámicas estructurales con lógicas históricas
predefinidas; más bien, eran una arena móvil donde se constituían identidades y
proyectos, prácticas y orientaciones, actores y relaciones; de ahí que la guerra no era el
único destino de los enfrentamientos sociales, como enarbolaban ciertas derechas e
izquierdas en el fragor de los setenta; de ahí también que la política en general, y la
política democrática en particular, portaban una promesa de transformación, aún en
sociedades capitalistas y dependientes como en América Latina. Como dirá años
después, “durante gran parte de mi vida, la palabra democracia ha sido considerada en
la extrema izquierda como una palabra reaccionaria y cobarde; la única palabra noble
era revolución. En 1968, pero también antes, en 1956, cuando se producían los
levantamientos húngaros y polacos con los que me solidaricé, critiqué la posición
revolucionaria y defendí la democracia... Para mí, las palabras sujeto, movimiento social
y democracia son inseparables”65
.
EL SUJETO Y LOS DERECHOS CULTURALES
Un Nuevo Paradigma se inserta claramente en el tercer período de la obra
tourainiana, que comenzó a despuntar hacia mediados de los ochenta con la publicación
de El Retorno del Actor (1984), y que se continuó con un conjunto de ensayos de
interpretación sobre las transformaciones del mundo actual: Crítica de la modernidad
(1992), ¿Qué es la democracia?(1993), ¿Podemos vivir juntos?(1997) o ¿Cómo salir
del liberalismo?(1999).
Para algunos se trata de un “giro existencial” que hace de la construcción de la
subjetividad personal un eje de su trabajo, para otros se trataría de una acentuación de lo
que se hallaba en germen en las líneas fundamentales de toda su obra. El propio
65
Idem, p.49.
Touraine se encarga de reforzar la idea de un nuevo sesgo en el marco de un derrotero
de continuidad. En su biografía intelectual, escrita a modo de diálogo con el también
sociólogo y ex alumno Farhad Khosrokhavar, nos recuerda que: “Desde finales de los
años ochenta, cuando yo preparaba la Crítica de la Modernidad..., comprendí que mi
proyecto principal había sido siempre sustituir una sociología del sistema social por una
sociología del actor. En vez de explicar las conductas en función del lugar y de los
intereses de los actores en el sistema, mi propósito era determinarlas como actos de
creación o de destrucción de la capacidad de acción autónoma de los actores. Hace más
de un cuarto de siglo que escribí el libro Producción de la Sociedad, en el que definía la
acción no como determinada por normas y formas de autoridad, sino en su relación con
el sujeto, es decir, con la producción del actor por sí mismo. Cada vez hice más
explícito este punto de vista, primero estudiando un conjunto de movimientos sociales
contemporáneos centrados en los problemas de la cultura y de la personalidad antes que
en intereses económicos, después examinando críticamente nociones como modernidad,
democracia y comunicación entre culturas e individuos”66
.
Según el diagnóstico tourainiano, la descomposición del viejo paradigma que
estructuraba la vida social habría creado, de un lado, “un caos en el que han penetrado la
violencia, la guerra y la dominación de los mercados que escapan a toda regulación
social”, y del otro, como una contrafigura que pretende escapar a las incertidumbres
desorganizadoras de la globalización, nos encontramos con la “obsesión de los
comunitarismos por su identidad”(p. 29). Se trataría entonces de dos fuerzas de signo
contrario, pero con análogas consecuencias sobre la construcción autónoma de los
actores sociales: en un caso se perdería el actor por efectos de lógicas instrumentales
que operan a nivel planetario, en el otro, se pierde por la absorción en comunidades
(éticas, nacionales, religiosas) cerradas y autoritarias. En un extremo tendríamos al
modelo del homo economicus, pero transformado en realidad histórica del individuo del
nuevo siglo, como calculador racional en un mundo económicamente globalizado; en el
otro extremo nos encontraríamos con seres sociales hiperadaptados, subsumidos en
comunidades donde el otorgamiento de sentidos existenciales se logra al precio de la
pérdida de grados de libertad.
Pero Touraine argumentará que un tercer camino es posible: “cuando la
globalización, de un lado, y el neocomunitarismo, del otro, tratan de apoderarse de
nuestras actitudes y nuestros papeles”... es cuando “nos sentimos empujados a buscar en
el interior de nosotros mismos nuestra unidad como sujetos, es decir, como seres
capaces de adquirir y manifestar una conciencia autofundamentada” (p. 123). En tal
sentido, el sujeto será definido como esa “voluntad del individuo de ser actor de su
propia existencia”, pero en el marco de una construcción colectiva de derechos (y habría
que agregar, de obligaciones), y no meramente como un “persona que se realiza”. Por
tal razón, el autor francés insistirá en que “la noción de sujeto está estrechamente ligada
a la de derechos. El sujeto, tal como lo concebimos y defendemos hoy, no es una figura
secularizada del alma, la presencia de una realidad sobrehumana, divina o comunitaria
en cada individuo. La historia del sujeto es, al contrario, la de las reivindicaciones de
unos derechos cada vez más concretos que protegen particularidades culturales” (p.
138). Claro que esa defensa, y aquí encontramos el siempre difícil punto de equilibrio
que trata de fundamentar Touraine, ha de estar enmarcada en códigos universalistas de
mutuo reconocimiento: “El sujeto no existe como principio de análisis más que a
condición de que su naturaleza sea universal. Como la modernidad, que es su expresión
histórica, reposa sobre dos principios fundamentales: la adhesión al pensamiento
racional y el respeto a los derechos individuales universales” (p. 258).
De un libro que se propone dar cuenta del ocaso de un mundo y su
representación, y del alborear de otro, es esperable encontrar altibajos y claroscuros. La
66
Idem, p. 9.
misma empresa se asemeja a una cartografía del siglo XV, en la que se dibuja la tierra
incógnita del porvenir con bordes vacilantes, con figuras indefinidas, con trazos
interrumpidos por la conjetura y la incertidumbre. A veces, el análisis de Touraine se
muestra especialmente lúcido y minucioso, como cuando estudia los problemas de la
construcción de la unión europea, y los déficits de legitimidad que han aflorado en los
recientes plebiscitos de resultado negativo; en otros casos, su diagnóstico se difumina en
un ademán más general, sin precisar fechas, lugares o sectores sociales, lo que hace
difícil contrastar sus aseveraciones.
En algunas ocasiones, el tratamiento crítico que hace de otros autores
contemporáneos es por demás escueto. Valga como ejemplo el caso de Foucault, a
quien Touraine le había dedicado una breve reflexión en el capítulo séptimo de su
Crítica de la Modernidad, y que esperábamos siguiera desarrollando en su última
publicación. En esta oportunidad, Touraine cita en la bibliografía el curso que Michel
Foucault impartiera en el Collège de France en 1981-1982, y que fuera luego publicado
como La Hermenéutica del Sujeto (2001). Sin embargo, cada vez que en el texto habla
de Foucault, sus referencias –las más de las veces críticas- nos remiten inequívocamente
a Vigilar y Castigar u otros trabajos de la segunda parte de la obra foucaltiana. La
curiosidad es que el “último” Foucault, el que comienza a desplegarse en aquellos
cursos o el que se manifiesta desde el segundo tomo de la Historia de la Sexualidad
(1984) ya ha emprendido un camino que tiene significativos puntos de contacto –y de
anticipación- con el Touraine de los últimos años; y si bien no conviene exagerar
coincidencias, al menos se percibe una cierta convergencia de preocupaciones y
sensibilidades que valdría la pena explorar de manera más sistemática.
En resumen, la invitación de Touraine es la de abandonar viejas certezas
sociológicas y enfrentarnos a desafíos que ya están entre nosotros. Al fin y al cabo, él
mismo nos enseñó, hace ya varios años, que la sociedad ha dejado de ser “el seudónimo
de la patria”, y que debemos buscar otros marcos de referencia para el pensamiento
social. La construcción histórica de una subjetividad personal libre de dominaciones
parece ser el nuevo rumbo propuesto; pero es nada más una señal de guía para esa
perenne marcha con destino al horizonte.
/// “¿El sujeto contraataca?”, comentario al libro de Alain Touraine, Un Nuevo
Paradigma para comprender el mundo de hoy (2005), BsAs, Paidós, 2006. Publicado
en Revista Litorales: teoría, método y técnica en geografía y otras ciencias sociales,
Revista Electrónica. Instituto de Geografía. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad
de Buenos Aires (ISSN 1666-5945), 2006/2007.
El Saber detrás del Trono Intelectuales-expertos, tanques de pensamiento y políticas
económicas en la Argentina: entre el “Plan Austral” y la crisis de la
Convertibilidad
Por Antonio Camou
67
PRESENTACIÓN
Este trabajo ofrece un análisis de la relación entre los saberes de los consejeros
económicos y las decisiones de los Príncipes en algunos tramos de la historia argentina
de las últimas dos décadas. De manera algo más precisa, su objetivo central es examinar
-a través de la prensa económica especializada- la relación entre las redes de expertos
económicos (vistos como productores, difusores y operadores de saberes expertos) y el
proceso de elaboración de políticas económicas en dos momentos: el lanzamiento del
Plan Austral en 1985 y durante la crisis de la Convertibilidad en 2001. El Plan Austral
fue el intento más serio e integral del gobierno democrático del presidente Alfonsín
(1983-1989) por derrotar el flagelo inflacionario, que afectaba a la Argentina desde la
segunda posguerra. El fracaso de ese Plan, y los tímidos intentos posteriores por
prolongarlo, desembocarán en la crisis hiperinflacionaria de 1989. Esa crisis recién será
cerrada en 1991, con el lanzamiento del Plan de Convertibilidad. Elaborado por
Domingo Cavallo, ministro de Economía de Carlos Menem, y lanzado en abril de 1991,
el Plan consistía básicamente en fijar la paridad entre el peso argentino y el dólar en un
valor de 1 a 1, estableciendo una caja de conversión por la cual el nivel de las reservas
depositadas en el Banco Central no debían ser inferiores al 80% del total de moneda
argentina circulante; de este modo, cualquier particular podía cambiar -libremente y sin
ningún requisito especial- dólares por pesos a la paridad fijada. La crisis de 2001 cerrará
también de manera abrupta la vigencia de este modelo.
El trabajo que presentamos no procura realizar un análisis técnico de dichos planes,
sino ofrecer una mirada sobre los cambios en la estructuración del espacio y el debate
público en torno los problemas macroeconómicos de la Argentina. Para ello, nos
apoyamos en un análisis sistemático de todas las intervenciones discursivas de
especialistas económicos, tal como aparecieron en los Suplementos Económicos de tres
diarios de gran circulación en el país que cubren un amplio espectro político-ideológico:
La Nación, Clarín y Página/12.
Además de esta breve Presentación, el trabajo consta de seis partes: En la primera,
resumo muy esquemáticamente el recorrido histórico que ha unido a expertos y
decisores, y algunos de sus problemas más notorios; a continuación, presento las
consideraciones analíticas y metodológicas básicas del enfoque elegido, destacando el
hecho de que estas notas forman parte de un proyecto más general todavía en progreso;
luego, se pasa revista al caso del Austral y de la Convertibilidad; posteriormente se
resumen los hallazgos centrales, aunque todavía tentativos y sujetos a ulteriores
revisiones, definidos por una serie de tendencias que emergen, se mantienen o acentúan
en el período bajo análisis: concentración individual del expertise, concentración de
género, concentración institucional, mayor calificación y “privatización” del debate
público. El trabajo cierra con algunas notas polémicas en torno al rol del economista en
los procesos de elaboración de políticas.
67
Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor de la Maestría
en Administración y Políticas Públicas de la Universidad de San Andrés. Agradezco la excelente tarea
desempeñada por Laura Paonessa (UDESA) como Asistentes de Investigación.
1) SABERES EXPERTOS Y POLÍTICA. UNA BREVE HISTORIA
En una muy apretada síntesis, una historia lejana de las relaciones entre las esferas
del conocimiento y el poder político recorrería la reflexión y las distintas experiencias
que van desde la antigüedad clásica hasta los albores de la modernidad, con la obra de
Maquiavelo y la vasta literatura sobre los “consejos” a los Príncipes; en estos casos, los
vínculos entre la consejería política y las decisiones se configuran –al menos hasta
Maquiavelo- a través de relaciones personalizadas, escasamente sistematizadas en lo
que hace a su estructura cognitiva, y con un muy bajo grado de institucionalización y
profesionalización (DeLeón, 1999: 137). Una historia moderna, por su parte,
reconocería su punto de quiebre en los comienzos de la constitución de las ciencias
sociales como disciplinas autónomas y su articulación con las necesidades del Estado
burocrático y racional, las exigencias de los mercados capitalistas, y las expectativas de
justicia de nuevos actores sociales. Pensemos, por ejemplo, en los casos de Saint-
Simon, Comte, Le Play o Durkheim en Francia; o el programa de la Sociedad Fabiana
(1884), la obra de Sydney y Beatrice Webb y la fundación de la London School of
Economics para el caso británico; o la labor de Max Weber, Edgar Jaffé y Gustav
Schmoller en los trabajos de la renovada Verein für Socialpolitik (1873), algo que en el
lenguaje de nuestra época consideraríamos un Think Tank68
.
Pero la historia contemporánea en la relación entre lo que comienza a definirse
más claramente como conocimiento especializado (expertise), de un lado, y como política
pública (public policy), del otro, no empieza a escribirse en sus nuevos términos hasta el
período que va entre la crisis de los años ’30 y el final de la Segunda Guerra Mundial. Y en
buena medida habrá que esperar hasta la crisis de los años setenta, y a la reconfiguración
de las relaciones estructurales entre Estado, mercado y sociedad civil en el marco del
proceso globalizador, para que vuelvan a replantearse en ese renovado contexto las
complejas relaciones entre esas esferas.
En esta larga historia de encuentros y desencuentros entre el mundo del saber y la
política las sociedades occidentales actuales le fueron incorporando sus propias
características, y también sus propias tensiones. Entre las más destacadas, como ha
señalado Lewis A. Coser, hay que anotar el hecho de que el vasto proceso de
burocratización de la vida social ha llevado a que la "productividad cultural -que alguna
vez pudo haber sido asunto de artesanías- se racionaliza de manera que la producción de
ideas se parece, en los aspectos principales, a la producción de otros bienes económicos".
Paralelamente, el lugar que detentaba el literato y el intelectual de tipo "generalista" es
paulatinamente ocupado por el "experto", dotado de un dominio técnico sobre un campo
del saber, y capaz de orientarlo a la solución de problemas concretos de elaboración de
políticas (Coser, 1965: 284) (Brunner, 1996). En el mismo sentido, la vinculación entre los
especialistas y la política se opera cada vez más al interior de redes de asuntos (issue
networks), que conectan agencias de gobierno, tanques de pensamiento, centros de
investigación, fundaciones privadas, organismos multilaterales, universidades, empresas
patrocinadoras de proyectos, y otras organizaciones complejas, que dejan poco espacio a la
figura declinante del intelectual "independiente"69
.
Al poner nuestra atención en los años cuarenta del siglo XX, lo que se quiere
destacar es el hecho de que en ese período se anudan dos complejos procesos, cada uno de
68
Hay que anotar como curiosidad histórica que estos primitivos “tanques de pensamiento” creados en
Europa fueron obra de socialistas y reformadores, y no tenían ligazón con los sectores dominantes; más
bien, se originaron a partir de iniciativas de intelectuales y políticos preocupados por las condiciones de
vida de los sectores populares. 69
Una buena descripción del proceso de creciente especialización, profesionalización y "jergalización"
de la vida intelectual americana en comparación con otros casos de países desarrollados se encontrará en Bell
(1993). Para la noción de “redes de asuntos” véase Hugh Heclo...
ellos con sus propias temporalidades y dinámicas, que contribuirán a definir los términos
de la relación entre conocimiento especializado y políticas durante las tres décadas
siguientes. Por un lado, asistimos a la emergencia de un Estado que se ubica
crecientemente en el “centro” de la sociedad, tanto como regulador de la esfera económica
como promotor de la integración social, y que será un creciente demandante de expertos y
técnicos para cumplir las cada vez más diferenciadas tareas propias de su condición de
Welfare State; por otro lado, las disciplina científicas, en general, y las ciencias sociales, en
particular, experimentarán desde aquellos días un marcado proceso de desarrollo teórico-
metodológico, de diversificación y especialización institucional, y de profesionalización de
sus cuadros, en el marco de una modernización y expansión universitaria en gran medida
sostenida por fondos públicos.
Simultáneamente, las usinas de pensamiento experimentarán un marcado
crecimiento y una paulatina diversificación. En general, distintos autores coinciden en
señalar que los centros de investigación y análisis de políticas públicas tuvieron tres
grandes momentos de creación (Haass, 2002) (Abelson, 2002) (Stone, 1996:17). Para el
caso emblemático de los Estados Unidos, una primera generación, hacia finales del siglo
XIX y primeras décadas del XX, estuvo ligada a un movimiento orientado a
profesionalizar el gobierno y mejorar la Administración. Algunos ejemplos serían el
Instituto de Investigación Gubernamental (1916), antecesor de la Institución Brookings
(1927), o la Institución Hoover (1919). Una segundo momento se produce a partir del
final de la Segunda Guerra, cuando comienza a emplearse la expresión “think tanks”, y
los centros de investigación se orientan fuertemente a analizar la agenda internacional
en el marco de la Guerra fría y los desafíos del liderazgo mundial estadounidense. Un
ejemplo típico de esta generación será la Corporación Rand (1948), vinculada a la
Fuerza Aérea norteamericana, y que fue pionera en la realización de estudios sobre
análisis de sistemas, teoría de juegos y negociación estratégica. Finalmente, una tercera
oleada emergió hacia los años ’70: estas nuevas usinas estarán concentradas, tanto en la
“defensa de causas” como en la investigación, buscando generar “asesoramiento
oportuno que pueda competir en un congestionado mercado de ideas e influir en las
decisiones sobre políticas” (Haass, 2002:2). La Fundación Heritage (1973) o el Instituto
Cato (1977) serían ilustraciones típicas de esta nueva generación de Think Tanks.
Pero hacia finales de los años ’70, y comienzos de los ’80, se iniciará una época
en la que comenzará a revisarse una cierta visión “lineal”, e incluso ingenua, de la
relación entre producir conocimiento especializado y aplicarlo en el ámbito de la toma
de decisiones. Los defensores de diferentes enfoques debieron abocarse a reconsiderar
algunos de sus planteos originales: algunos porque no alcanzaron los objetivos
prometidos en las áreas de defensa y seguridad con Johnson y en los sistemas de
planeación, programación y presupuesto; otros porque tuvieron sus propios problemas
al llevar adelante los programas de la “Gran Sociedad” y la “Guerra contra la Pobreza”.
Comenzó a reconocerse entonces que los propios expertos habían recomendado
políticas con información insuficiente, que se había subestimado el análisis de la
implementación, o que se había descuidado la problemática de la evaluación (Pressman
& Wildavsky, 1984).
Poco a poco, fue haciéndose manifiesto que era necesario revisar -con una visión
integral- los problemas de la articulación entre conocimiento especializado y
elaboración de políticas públicas. En esta línea, el actual interés por el estudio de la
problemática es fruto, por un lado, del nuevo papel que cumple el conocimiento experto y
las organizaciones productoras de expertise en el marco de las transformaciones globales
entre Estado, mercado y sociedad civil, y por otro, de la autorreflexión crítica de los
propios especialistas acerca de los usos y la influencia real del conocimiento científico en
la toma de decisiones. En el primer caso, y como ha señalado James G. McGann al
referirse a aquellas organizaciones comprometidas con el estudio de problemas
globales,
...en el mundo ha habido una verdadera proliferación de centros de investigación
y análisis que comenzó en la década de los ’80 como resultado de las fuerzas de
la mundialización, el fin de la Guerra Fría y el surgimiento de problemas
transnacionales. Dos terceras partes de todos los centros de investigación y
análisis que existen hoy se establecieron luego de 1970, y más de la mitad a
partir de 1980 (2002:3).
Pero la referencia cuantitativa no debe hacernos perder de vista los cambios
cualitativos que comportan, y la percepción de frecuentes “cortocircuitos” entre la esfera
del expertise y la esfera de toma de decisiones. Si durante las décadas del cincuenta y del
sesenta existía una confianza casi ciega en la validez de la “cadena dorada” que unía el
saber científico con las necesidades de elaboración de las políticas públicas en los países
centrales, la situación actual ha cambiado de manera significativa. Rara vez, nos
recuerda Björn Wittrock (1999: 408) citando a Carol Weiss (1977), alguien se atrevió a
dudar de que “utilizar la investigación de la ciencia sociales para las políticas públicas
es una cosa buena..., usarla más es mejor, y aumentar su uso significa mejorar la calidad
de las decisiones gubernamentales”. Sin embargo, la expansión en los años siguientes
de las propias ciencias sociales, de un lado, junto con los reiterados esfuerzos por
vincular a éstas con los procesos de elaboración de políticas, de otro, comenzaron a
evidenciar las limitaciones de la ingenua doctrina que predicaba cierto automatismo
unidireccional en la relación entre saberes especializados y gestión estatal. En buena
medida, las preocupaciones actuales sobre los usos sociales del conocimiento son una
respuesta a las ayer infladas, y hoy devaluadas, “pretensiones de la revolución
racionalista... de racionalizar todo plan y coordinar las políticas públicas en un número
cada vez mayor de ámbitos, y cada vez más hacia el futuro, con ayuda de toda una
variedad de técnicas de administración” (Wittrock, 1999: 410).
Estas constataciones nos dejan en las puertas de una paradoja. “Tanto el
crecimiento de la investigación social como la cientifización del procesos de políticas
son procesos sociales de importancia fundamental en...Occidente”, pero como
contrapartida, “una y otra vez encontramos informes de científicos sociales que se
quejan de que no se les escucha, y de responsables de políticas que se quejan de haber
recibido muy poco que valiera la pena” (Wittrock, 1999: 409). La complejidad
problemática de los vínculos entre la esfera del conocimiento científico especializado y
la esfera político-institucional ha vuelto a estar en el centro de la escena.
2) ACERCAMIENTO AL CASO ARGENTINO
¿Qué papel juega el espacio público como ámbito de mediación entre el mundo del
expertise y el de las decisiones de políticas? ¿Hasta qué punto los medios masivos son -
a la vez- actores con su propia agenda de políticas (con sus intereses y visiones
particulares), y escenario o arena de confrontación de otras visiones e intereses? ¿Cómo
es influido el proceso de elaboración de decisiones en su despliegue por espacios de
debate público? Estas inquietudes forma parte de un proyecto más amplio cuyo objetivo
central es analizar -a través de la prensa económica especializada- la relación entre las
redes de expertos económicos (vistos como productores, difusores y operadores de
saberes) y el proceso de elaboración de políticas económicas en la Argentina
democrática (1985-2005). Para ello se han tomado cuatro coyunturas críticas, las cuales
fueron nudos significativos de articulación tanto desde el punto de vista de las políticas
económicas como desde el plano político-electoral, ya que en todos ellos hubo
elecciones nacionales. Las cuatro coyunturas son: la elaboración del Plan Austral en
1985, el lanzamiento del Plan de Convertibilidad en 1991, la crisis terminal de ese
esquema durante el 2001, y la salida del default en el 2005. Si bien el análisis está
acotado a esos cuatro años, se busca elaborar una cierta visión de conjunto sobre el
período, presentando algunas hipótesis de índole más general. Reducido a su mínima
expresión, el argumento empírico central que quiero defender enlaza tres proposiciones.
En primer lugar, parto de considerar que los procesos de ajuste y reforma
económica desarrollados durante los ’80 y ’90 no se limitaron solamente a cambios en
los “contenidos” de las políticas económicas, sino que involucraron sensibles cambios
en la “forma” de vinculación entre conocimiento especializado y procesos de toma
decisiones; en otros términos, se habrían producido transformaciones no sólo en el
“qué”, sino también en el “cómo” y el “quién” de las políticas económicas, a partir de
una pauta fundamental: la participación creciente de expertos y de organizaciones
privadas productoras de conocimiento especializado tanto en el espacio público como
en los ámbitos más altos y restringidos de decisiones gubernamentales. Si he elegido
leer este proceso a partir de la prensa económica especializada, con todos los sesgos y
limitaciones que esta abordaje puede implicar, es porque me interesa analizar cómo el
espacio público sirvió de arena de construcción no sólo de determinadas visiones acerca
de los problemas macroeconómicos, sino también cómo en ese mismo espacio se fueron
(re)definiendo figuras, posiciones y relaciones entre los diferentes campos de
producción de políticas públicas: el mundo del saber, la esfera administrativa, los
partidos políticos, los actores privados, los organismos multilaterales y el Estado.
En segundo término, sostengo que al ampliar las dimensiones de este proceso de
cambio no podemos explicarlo ni por el triunfo “objetivo” de un recetario técnico
neutral, aplicado por especialistas sin intereses “políticos”, como querría hacerlo cierta
hagiografía pro-mercado, ni por el carácter instrumental de los economistas como
agentes del capital transnacional y el pensamiento único, como se haría desde el
extremo opuesto; más bien, será necesario desarrollar una explicación que conjugue, por
un lado, una cierta manera de entender el proceso de elaboración de políticas públicas,
donde se destaca la articulación conflictiva entre diferentes actores y esferas
socionstitucionales, con sus respectivas lógicas de acción, y por otro, una visión de la
elaboración del conocimiento especializado, pensada a partir de las relaciones, no
menos conflictivas y asincrónicas, entre un nivel discursivo, un nivel político-
institucional y un nivel socioprofesional.
En tercer lugar, y mirando a la Argentina sobre un lejano telón de fondo
conformado por otras experiencias latinoamericanas, señalo que esa articulación entre la
esfera del expertise y otras esferas de producción de políticas públicas está todavía lejos
de alcanzar un grado satisfactorio de institucionalización, y que buena parte del
problema hay que buscarlo, tanto en los esquemas de imbricación entre producción de
expertise y la matriz histórica de competencia político-partidaria argentina, como en las
debilidades de los partidos y del propio Estado para generar capacidades técnicas
autónomas70
.
Las notas que se leerán a continuación son sólo un fragmento preliminar de este
proyecto más general. Tomando como referencia ese marco de problemas, en este caso
se analiza comparativamente la participación de expertos económicos durante el
lanzamiento del Plan Austral en 1985 y durante la crisis de la Convertibilidad en 2001.
Para ello, se ha realizado un análisis sistemático de todas las intervenciones discursivas
de especialistas económicos, tal como aparecieron en los Suplementos Económicos de
tres diarios de gran circulación en el país en 1985 y en el 2001. Se han elegido los
Suplementos de tres periódicos que cubren un amplio espectro político-ideológico: La
Nación, más tradicionalmente ligado a posiciones liberal-conservadoras, el Clarín,
vinculado a posiciones de “centro”, y el Página 12, como una publicación de centro-
izquierda. En virtud de que este último diario se fundó después del ’85, se tomó como
fuente sustituta para ese año al semanario El Periodista de Buenos Aires, no solo por
70
Estas preocupaciones son coincidentes con las analizadas recientemente por (Stein et al. 2006), en el
sentido de privilegiar el análisis de las instituciones y los procesos de elaboración de políticas, más que
los “contenidos” específicos de las mismas.
compartir un espacio político-ideológico análogo, sino porque además varios de los
periodistas de este semanario serán los que luego formen el diario Página/12.
El contenido temático de las intervenciones se limitó a las que analizaron
problemas macroeconómicos y de políticas económicas de la Argentina. Se dejaron
fuera de consideración intervenciones referidas a la economía internacional, o relativas
a capítulos específicos de la economía doméstica, por ejemplo: economía de la empresa,
problemáticas sectoriales o segmentos editoriales dedicados a la asesoría financiera o
bursátil.
En cuanto al formato de las intervenciones abarcó tres categorías: notas de
opinión económica firmadas por especialistas, reportajes y “consultas”; en este último
caso se trató de intervenciones generadas por preguntas o demandas específicas de los
periodistas del diario. Estas “consultas” podían aparecer bajo un formato típico de un
reducido conjunto de preguntas dirigidas a varios economistas, o intercaladas en el
discurso periodístico, pero con expresa mención a la fuente consultada.
En total fueron relevadas 174 intervenciones (consultas, reportajes y notas
firmadas) pertenecientes a 91 expertos para el año 1985, y 593 intervenciones
(consultas, reportajes y notas firmadas) pertenecientes a 233 expertos para el 2001.
Los actores que habitualmente ocupan las páginas de los suplementos
especializados en economía son de cuatro tipos: periodistas (en su mayoría parte del
elenco estable del diario, y eventualmente algún periodista invitado), empresarios,
dirigentes políticos y sociales, y expertos invitados que analizan diversas cuestiones
económicas. Con algunas aclaraciones que haremos después, solamente nos
concentramos en esta última categoría.
Un punto clave a considerar es la categorización de la pertenencia político-
institucional de los especialistas, entendiendo por tal el ámbito en el que desarrollan su
actividad profesional principal, y que a la vez es el espacio institucional en el cual
producen conocimientos sobre problemas macroeconómicos y recomendaciones sobre
políticas económicas, y desde el cual se vinculan con el proceso público-político de
elaboración de políticas. Esta esfera del expertise, como también la hemos llamado,
abarca desde instituciones centradas en la producción de conocimiento básico y
formación de cuadros profesionales, como las universidades, hasta una amplia gama de
espacios organizacionales orientados a la aplicación de conocimiento y elaboración de
políticas, sin descartar el caso de consultores o expertos independientes. La
denominación “esfera del expertise”, aún en su ambigüedad, busca ubicarse en un lugar
intermedio frente a otras categorías similares pero no idénticas. Por ejemplo, hace
referencia a un espacio relativamente más estructurado, con posiciones y relaciones en
cierta medida estables, que la noción de “actores de conocimiento”, la cual se aplica a
unidades de producción de saberes pero no capta el aspecto relacional que queremos
destacar; pero por otra parte, “esfera del expertise” es una noción menos ambiciosa que
la de “instituciones de conocimiento”, que estaría dando por sentado aquello mismo que
hay que demostrar, esto es, que dichas unidades han alcanzado algún grado reconocible
de estabilidad, previsibilidad, adaptabilidad, etc. De este modo, dentro de esa esfera de
expertise encontraremos, por caso, tanques de pensamiento con una larga tradición de
producción de saberes (casos como el CEMA, Fundación Mediterránea o FIEL), y con
redes de relaciones estables hacia los sectores políticos-partidarios, el Estado o los
medios, junto con fundaciones partidarias más improvisadas o efímeras, o expertos
individuales formando “redes de asuntos” en determinadas áreas de elaboración de
políticas.
En todo caso, la clasificación que se propone no pretende ser la última palabra
en un universo de perfiles difusos y fronteras borrosas, pero al menos pretende aportar
un mínimo orden para el análisis. En líneas generales hemos identificado 6 espacios
institucionales básicos desde los cuales los expertos producen saberes acerca de la
economía y las políticas económicas, son ellos: las universidades, los organismos
multilaterales, los tanques de pensamiento, la consultoría profesional (sector empresas),
los partidos políticos y el aparato tecno-burocrático del Estado (Cuadro 1).
Al realizar el análisis de las intervenciones se presentaron algunas dificultades al
momento de caracterizar la pertenencia político-institucional efectiva de los expertos
económicos estudiados. Por un lado, era evidente que varios de estos profesionales –de
hecho, es éste justamente un rasgo de su peculiar inserción- podían aparecer en el
mismo momento como adscriptos a instituciones muy diferentes (por caso, Roberto
Frenkel, podía ser considerado economista del CEDES, profesor de la UBA o miembro
del Directorio de un banco público). Por otra parte, al realizar un corte sincrónico y
tomar las intervenciones de un solo año, podía perderse también otro rasgo
característico de varios de estos expertos, a saber: el carácter fluctuante de su inserción
profesional que los lleva a trabajar indistintamente en la Universidad (nacionales o
extranjeras), los centros de investigación privados, el sector público, la empresa o los
organismos multilaterales de crédito. Por ejemplo, a Federico Sturzenegger podemos
encontrarlo, sucesivamente y en el lapso de pocos años, adscripto a una universidad
extranjera dedicado a la investigación académica, luego de regreso al país como asesor
de una gran empresa privatizada, posteriormente como funcionario público (durante la
gestión Cavallo en 2001), y después como profesor-investigador de tiempo completo de
una Universidad privada nacional, sin perjuicio de otras ocupaciones menores como
consultor de organismos internacionales. Asimismo, se daba el caso de que algunos
expertos –con pertenencias institucionales más constantes- estuvieran transitoriamente
ese año, o un fragmento de ese año, cumpliendo funciones diferentes a las habituales:
por ejemplo, Guillermo Mondino fue Jefe del gabinete de asesores de Cavallo durante
los meses de su gestión, pero toda su labor profesional previa, e inmediatamente
posterior a esa participación, se desarrolló en la Fundación Mediterránea; vale idéntica
consideración con el efímero equipo de FIEL (Artana, Solanet y otros) que ocuparon el
Ministerio de Economía por un puñado de días en los inicios del 2001 junto a Ricardo
López Murphy; y otro caso no menos notorio es el de Mario Blejer, personal de planta
permanente del staff técnico del FMI por largos años, y que pasó fugaz pero
significativamente por la función pública, primero como asesor financiero de Cavallo y
luego lo sobrevivió como Presidente del Banco Central. Sin ir muy lejos, y tomando en
cuenta este tipo de consideraciones, ¿dónde ubicar al propio Domingo Cavallo a lo largo
de 2001? ¿Cómo líder intelectual histórico de la Fundación Mediterránea, como
inspirador de la más reciente Fundación Novum Millenium, como dirigente máximo del
partido Acción por la República, o bien, durante algunos dramáticos meses, como
Ministro de Economía?
Ciertamente en casos como estos, donde se trata de elaborar y analizar datos
blandos, ninguna solución es sencilla, y se corre el riesgo de caer en una categorización
absolutamente idiosincrática, o en el otro extremo, abandonar la tarea en pos de una
interpretación meramente intuitiva del asunto. La opción tomada trató de evitar sesgos
coyunturales en la caracterización institucional de estos expertos, aunque admitimos de
entrada que ciertas categorizaciones serán muy discutibles. Por una parte, se optó por
adscribirlos a aquellas pertenencias institucionales más estables a lo largo del período
bajo análisis (1985-2001), por otra, se buscó ubicar al especialista en aquel ámbito
donde dedicara la mayor “carga horaria” en su actividad profesional. Pero por sobre
todas las cosas, se tuvo en cuenta una dimensión esencialmente cualitativa de la
cuestión: se buscó caracterizar a los enunciadores por el lugar desde el cual legitimaban
su participación en el proceso de elaboración de políticas, a partir de la disposición de
algún recurso estratégico (saber, votos, poder institucional, etc), y como tales eran
reconocidos, por otros actores claves, como partícipes válidos de dicho proceso.
Como criterio alterno, si no se obtenía suficiente información para alcanzar una
definición precisa, se optaba por descansar en la propia caracterización que el diario
hacía, incluso aunque fuera contradictoria (por ej. el mismo diario en 1985, y con pocos
días de diferencia, ubica a un mismo economista como experto de la Ucedé o como
economista de Bridas)
En tal sentido, y para definir los ejemplos presentados, Frenkel aparece como
economista del CEDES, Sturzenegger como investigador en una universidad privada,
Blejer aparece como vinculado institucionalmente al FMI, López Murphy, Artana y
Solanet a FIEL, y en los casos de Guillermo Mondino y Domingo Cavallo se optó por
dejarlos ligados a la institución con la que guardan lazos de pertenencia históricos: la
Fundación Mediterránea.
Para finalizar, se impone también una aclaración bastante obvia. Este es una
análisis político-institucional de la “oferta discursiva” de un conjunto acotado de
medios, o dicho de otro modo, del grado de “exposición” mediática de un conjunto de
expertos económicos. En ningún momento pretende especular sobre la “influencia” o las
condiciones de “recepción” de esos discursos en los actores económicos, sociales o
políticos; más bien, apenas busca mostrar el grado de presencia en el debate público
acerca de las políticas. Como se sabe, la influencia o el impacto de un discurso no puede
ser medido partiendo solamente de la “fuente de emisión”, sino que es necesario realizar
una compleja indagación de diversas mediaciones que van constituyendo y
condicionando el momento de la recepción de esos discursos, tarea ésta que excede los
límites de este trabajo. Por otra parte, tampoco el análisis aislado de dicha oferta
permite sacar conclusiones temerarias sobre el “peso relativo” de distintos factores en el
proceso de elaboración de políticas. Por ejemplo, el estudio combinado de los
Suplementos Económicos de los tres diarios durante 2001 nos informa que sólo el 4%
de las intervenciones discursivas provinieron de expertos vinculados institucionalmente
a organismos multilaterales de crédito. Sería a todas luces absurdo deducir de aquí que
dichos organismos tuvieron una escasa participación en el proceso de elaboración de
políticas económicas. Más bien, ese dato nos invita no sólo a dirigir una atenta mirada
hacia la existencia de otros variados carriles de presión y mecanismos de
“condicionalidad”, sino a generar hipótesis específica que den cuenta del fenómeno; en
este caso, por ejemplo, quizá haya que considerar que la permanente aparición del
discurso de los organismos de crédito en el cuerpo principal de los diarios lleva a los
editores a una estrategia de reducción de la saturación discursiva, y de ahí la menor
exposición en los segmentos especializados de la publicación, o bien que la estrategia de
prensa de dichos organismos ha descuidado el segmento específico de los Suplementos
Económicos.
CUADRO 1. ESFERA DEL EXPERTISE – PERTENENCIAS INSTITUCIONALES A) Expertos académicos vinculados a Universidades (centros académicos y de
producción de conocimiento básico y aplicado, formación de cuadros profesionales,
docentes y de investigación, etc). Las universidades son vistas como el eje institucional
de un espacio académico más amplio, en el que habría que considerar a otras
instituciones académicas tales como la Academia Nacional de Ciencias Económicas o la
Asociación Argentina de Economía Política (AAEP), el conjunto de publicaciones
especializadas, y el extenso circuito de Jornadas, Congresos y otros eventos de
legitimación científica.
A.1. Pública nacional;
A.2. Privada nacional;
A.3. Extranjera.
B) Expertos vinculados a Organismos multilaterales (BM, FMI, OCDE, CEPAL, BID,
etc)
C) Expertos vinculados a Tanques de pensamiento (Centros de investigación,
fundaciones u organizaciones independientes del Estado, concentrados en la
elaboración de conocimiento aplicado sobre problemas públicos y orientados a la toma
de decisiones)
D) Expertos dedicados a la consultoría a través de Empresa consultora, consultor/a
profesional independiente o unidad de análisis económico del sector privado:
D.1. Empresa consultora o consultor/a profesional local independiente;
D.2. Analista económico o equipo de análisis perteneciente a empresa, organización
empresarial o banco nacional;
D.3. Analista económico o equipo de análisis perteneciente a empresa, organización
empresarial o banco internacional.
E) Experto Partidario
F) Experto que se desempeña como Funcionario técnico-estatal
G) Otros
3) EL AÑO DEL PLAN AUSTRAL (1985)
Comencemos por una visión general de la información recogida para los tres
periódicos, aunque aclarando de entrada que, sobre el total de las 174 intervenciones,
cada publicación tiene un peso distinto: Clarín reúne el 55,17% de las intervenciones,
La Nación 25,29% y por último El Periodista con 19,54%. Es para destacar que Clarín
supera en 10 puntos porcentuales la suma de los otros dos medios. Por tal razón será
importante no sólo considerar los registros en su forma agregada, sino desglosar los
perfiles específicos de intervención de cada diario para tener un cuadro más adecuado
del conjunto. Corresponde tener en cuenta, además, que en valores absolutos, La Nación
y El Periodista presentan pocas intervenciones, lo cual implica que las categorías que
tienen pequeños valores absolutos en estas publicaciones cuenten con una participación
considerable en términos porcentuales.
Hay tres rasgos que se destacan al considerar el conjunto de la serie, podemos
caracterizarlos como una triple concentración de individuos, de género y de
instituciones.
En lo que hace a los expertos consultados por los tres medios, hay que hacer
notar la concentración individual de los mismos. Las 174 intervenciones de los 91
especialistas fueron elaboradas a un promedio de 1,91 intervenciones por experto, pero
la mediana de la serie es 1, y la desviación estándar 1,39. Esto nos lleva a ver que 22
expertos (el 24% de la serie) concentra el 50% de las intervenciones (87), mientras que
hay 51 expertos que sólo tienen una intervención cada uno. El grupo más concentrado
oscila entre las 3 y las 8 intervenciones, siendo esta última la puntuación más alta de la
serie (Cuadro 2).
CUADRO Nro. 2. Listado de los expertos más consultados
(Ordenados por cantidad de menciones en 1985)
Nro Apellido y Nombre Valores Porcentaje
acumulado Absolutos Porcentuales
1 Curia, Eduardo 8 4,60%
2 Lascano, Marcelo 6 3,45%
3 Alemann, Roberto 5 2,87%
4 Alsogaray, Álvaro 5 2,87%
5 Ferrer, Aldo 5 2,87%
6 Lavagna, Roberto 5 2,87%
7 Brodersohn, Mario 4 2,30%
8 Caballo, Domingo 4 2,30%
9 Domínguez, Jorge 4 2,30%
10 Martelliti, José 4 2,30%
11 Ribas, Armando P. 4 2,30%
12 Rossi, Rodolfo 4 2,30%
13 Szewach, Enrique 4 2,30%
14 Dornbusch, Rudiger 3 1,72%
15 Frigerio, Rogelio 3 1,72%
16 Grinspun, Bernardo 3 1,72%
17 Monserrat, Miguel 3 1,72%
18 Prebisch, Raúl 3 1,72%
19 Sourrouille, Juan V. 3 1,72%
20 Krieger Vasena, Adalbert 3 1,72% 47,70%
También hay que hacer notar que el mundo de los expertos económicos
consultados por los tres medios es básicamente un mundo masculino. Esta
concentración de género se hace evidente al considerar que el porcentaje de mujeres
sobre el total de expertos es de sólo el 2% (2 sobre 91), mientras que el porcentaje de
sus intervenciones es todavía menor, 1% (2 sobre 174), por lo que podemos decir que
las expertas argentinas consultadas son pocas e intervienen menos.
El tercer rasgo destacable al considerar la serie completa es el de la
concentración institucional. Una sola de las categorías, la de Expertos Partidarios (E),
aglutina casi la mitad de toda la serie, 49% de las intervenciones, superando en 32
puntos porcentuales a la segunda categoría (D), referida a expertos vinculados
profesionalmente a la consultoría privada, que en total reúne un 17% de intervenciones
(Gráfico 1).
Grafico 1. Pertenencia Institucional de todos los expertos consultados
Planilla Completa - Pertenencia Institucional (Valores porcentuales 1985, sobre el total de los 174 casos)
8%3% 3% 2% 2% 2% 2%
49%
3%
13% 12%
0%
10%
20%
30%
40%
50%
60%
A1 A2 A3 B C D1 D2 D3 E F G
Planilla Completa
La categoría que más menciones reúne es claramente la de Expertos Partidarios
(E). Concentra el 49% de las menciones superando en 32 puntos porcentuales la
segunda categoría más mentada (D), referida a expertos vinculados profesionalmente al
mundo de la consultoría privada, que en total posee un 17% de intervenciones. Luego le
siguen los expertos vinculados a instituciones universitarias (A), con el 14% en total, y
más atrás aparece la categoría (C), Tanques de Pensamiento, que reúne el 13% de las
intervenciones. El orden de la serie de los mejor posicionados es entonces: E>D>A>C
Pero al desglosar las diferentes subcategorías, notamos que la más alta
puntuación detrás de los Economistas Partidarios son los Tanques de Pensamiento, y
luego los consultores privados, siendo baja la incidencia de economistas vinculados a
empresas que poseen unidades de análisis económicos. Por su parte, entre las
universidades se destaca el papel de las universidades públicas, las cuales superan la
incidencia que –en conjunto- tienen las universidades privadas y las extranjeras.
Finalmente, corresponde anotar la escasa relevancia que poseen las categorías relativas
al mundo de las organismos internacionales (B -Organismos multilaterales) y la esfera
del aparato del Estado.
4) LA CAIDA DEL PLAN DE CONVERTIBILIDAD (2001)
Comencemos por una visión general de la información recogida para los tres
diarios, aunque aclarando de entrada que, sobre el total de las 593 intervenciones cada
diario tiene un peso distinto: Clarín reúne el 43% de las intervenciones, La Nación
32% y por último Página 12 con 25%. Por tal razón será importante no sólo considerar
los registros en su forma agregada, sino desglosar los perfiles específicos de
intervención de cada diario para tener un cuadro más adecuado del conjunto.
En el caso del 2001 vuelve a destacarse los rasgos de concentración de
individuos, de género y de instituciones que habíamos encontrado en 1985, pero el
sentido de esa concentración es ahora diferente.
En lo que hace a los expertos consultados por los tres medios, hay que hacer
notar la concentración individual de los mismos. Las 593 intervenciones de los 233
especialistas fueron elaboradas a un promedio de 2,55 intervenciones por experto, pero
la mediana de la serie es 1, y la desviación estándar 2,95. Esto nos lleva a ver que 56
expertos (el 24% de la serie) concentra el 61% de las intervenciones (363), mientras que
hay 133 expertos que sólo tienen una intervención cada uno. El grupo más concentrado
oscila entre las 4 y las 20 intervenciones, siendo esta última la puntuación más alta de la
serie (Cuadro 3).
También hay que hacer notar que el mundo de los expertos económicos
consultados por los tres medios continúa siendo básicamente un mundo masculino. Esta
concentración de género se hace evidente al considerar que el porcentaje de mujeres
sobre el total de expertos es de sólo el 6% (14 sobre 233), mientras que el porcentaje de
sus intervenciones es todavía menor, 3,5% (21 sobre 593), por lo que podemos decir
que las expertas argentinas consultadas son pocas e intervienen menos.
El tercer rasgo destacable al considerar la serie completa es el de la
concentración institucional. Una sola de las categorías, la de consultores del sector
privado (D), aglutina casi la mitad de toda la serie, 46% de las intervenciones,
superando en 23 puntos porcentuales a la segunda categoría (C), referida a expertos
vinculados tanques de pensamiento, que en total reúne un 23% de las intervenciones.
Cuadro 3. Planilla Completa 2001: Listado de los expertos más consultados
Ordenados por cantidad de menciones
Número Apellido y Nombre Valores Porcentual
acumulado Absolutos Porcentuales
1 Remes Lenicov, Jorge 20 3,37%
2 González Fraga, Javier 17 2,87%
3 Broda, Miguel Ángel 15 2,53%
4 Pérez, Carlos 15 2,53%
5 Cachanosky, Roberto 13 2,19%
6 Frenkel, Roberto 12 2,02%
7 Redrado, Martín 12 2,02%
8 Lozano, Claudio 10 1,69%
9 Peirano, Miguel 10 1,69%
10 Ávila, Jorge 9 1,52%
11 Valle, Héctor 9 1,52%
12 Lacoste, Pedro 8 1,35% 25,42%
13 Mondino, Guillermo 8 1,35%
14 Rabassa, Pedro 8 1,35%
15 Rodríguez, Carlos 8 1,35%
16 Artana, Daniel 7 1,18%
17 Bein, Miguel 7 1,18%
18 Cottani, Joaquín 7 1,18%
19 Ferreres, Orlando 7 1,18%
20 Gaba, Ernesto 7 1,18%
21 Poli, Federico 7 1,18%
22 Porzecanski, Arturo 7 1,18%
23 Sturzenegger, Federico 7 1,18%
24 Blejer, Mario 6 1,01%
25 Cavallo, Domingo 6 1,01%
26 Kosacoff, Bernardo 6 1,01%
27 Marx, Daniel 6 1,01%
28 Bocco, Arnaldo 5 0,84%
29 Finkman, Javier 5 0,84%
30 Kiguel, Miguel 5 0,84%
31 Kritz, Ernesto 5 0,84%
32 Abram, Aldo 4 0,67%
33 Alemann, Roberto 4 0,67%
34 Arranz, Juan 4 0,67%
35 Bouzas, Roberto 4 0,67%
36 Calvo, Guillermo 4 0,67%
37 Edwards, Sebastián 4 0,67%
38 Fuente, Ricardo 4 0,67% 50,33%
39 Levy Yetati, Eduardo 4 0,67%
40 Llach, Juan José 4 0,67%
41 Marco del Pont, Mercedes 4 0,67%
42 Ochoa, Raúl 4 0,67%
43 Rubinstein, Gabriel 4 0,67%
44 Solanet, Manuel 4 0,67%
45 Vicens, Mario 4 0,67%
En lo que se refiere a la pertenencia institucional, conviene destacar algunos
matices en el marco de una visible concentración de expertise (Gráfico 2).
Grafico 2. Pertenencia Institucional de todos los expertos consultados
Planilla Completa 2001- Pertenencia Institucional (Valores porcentuales, sobre la totalidad de los 593 casos)
6% 5% 5% 4% 4%6%
1%4%
27%23%
15%
0%
10%
20%
30%
40%
50%
A1 A2 A3 B C D1 D2 D3 E F G
Categorías
Como se ve, el orden de las categorías con más menciones es el siguiente:
D>C>A>E. De acuerdo con esto, los expertos provenientes del sector privado aglutinan
el 46% de las intervenciones, desglosadas del siguiente modo: D1 (Consultor
profesional independiente o empresa consultora local) abarca el 27%, D3 (Expertos
pertenecientes a empresas, organizaciones empresariales o bancos internacionales)
reúne el 15% y más atrás D2 (Expertos pertenecientes a empresas, organizaciones
empresariales o bancos nacionales) con el 4%. La categoría que sigue en orden de
menciones es C (Tanques de pensamiento) con 23% de las intervenciones. Luego
encontramos a los expertos del mundo académico, que reúne a diferentes tipo de
instituciones universitarias A1, A2 y A3 (Universidades Pública Nacional, Privada
Nacional y Extranjera respectivamente) con valores entre 5% y 6%, y más atrás tenemos
el caso de los expertos partidarios (E), con el 6%, luego los organismos multilaterales
(B) con 4%, y otras categorías menores.
Dentro de la categoría con más menciones (D), es de destacar la diferencia entre
(D3), los analistas económicos o equipos de análisis perteneciente a empresas,
organizaciones empresariales o bancos internacionales (15%), y (D2), donde
encontramos a los analistas económicos o equipos de análisis perteneciente a
empresas, organizaciones empresariales o bancos nacionales (4%). Esta amplia
brecha que separa a los analistas que pertenecen a empresas internacionales respecto
de los nacionales puede tener, al menos, dos lecturas, que a su vez pueden
combinarse: por un lado, reflejaría el dato de la marcada transnacionalización de la
economía argentina durante los ’90, pero por otra parte, también puede estar
relacionada con el hecho de que los grupos que operan a ese nivel tienen una escala
suficiente como para poseer unidades de inteligencia económica propias. Estas
cifras son todavía más contundentes si pensamos que la segunda categoría en orden
de importancia, los “tanques de pensamiento”, con el 23% de las intervenciones,
también pueden ser asociados a las principales empresas del sector privado.
Las universidades ocupan el tercer lugar, con el 16% de las intervenciones, y con
un reparto parejo entre universidades públicas (6%), privadas (5%) y extranjeras (5%),
que puede ser leído, al mismo tiempo, como de una escasa incidencia por parte de las
universidades públicas nacionales.
3.1. El perfil de un experto
Regresando al cuadro 3, que nos muestra el lote de los expertos más citados
entre los tres diarios, podemos trazar de una manera algo más genérica el perfil de los
especialistas más requeridos por los principales medios del país. Notaremos que existen
entre ellos una serie de características coincidentes. En principio, la enorme mayoría de
los especialistas consultados son argentinos (95%); sólo hay registrados dos extranjeros,
el uruguayo Arturo Porzecansky, que revistaba en el 2001 como Director de Mercados
Emergentes del ABN AMRO, con sede en New York, y el chileno Sebastián Edwards,
también con residencia en los Estados Unidos, por largos años Economista Jefe para
América Latina del Banco Mundial, ligado académicamente a la Argentina a través del
CEMA y la Universidad Austral, y a la sazón profesor de Economía Internacional en la
UCLA. Por otro lado, y como se adelantó, en el lote de expertos más citados hay
solamente una mujer, Mercedes Marcó del Pont (C1), con tres intervenciones en Página
12 y una en Clarín.71
Cuadro 4. Formación de grado: título
Graduado en
Ciencias
Económicas
Abogado Ingeniero Otros TOTAL
Porcentajes 90% 2% 5% 2% 100%
Cuadro 5. Formación de grado: institución de formación
Universidad Nacional Universidad
Extranjera
Otros TOTAL
Pública Privada
Porcentajes 83% 10% 7% 100%
Cuadro 6. Formación de postgrado en Economía: título
Con Maestría
o Doctorado
aprobado
Sin Maestría
o Doctorado
Otros TOTAL
Porcentajes 61% 37% 2% 100%
Cuadro 7. Formación de postgrado: institución de formación
Universidad Nacional Universidad
Extranjera
Otros TOTAL
Pública Privada
Porcentajes 20% 4% 76% 100%
71
La información que se detalla a continuación está referida a un universo de 41 expertos, y no de 45,
como aparecen en el Cuadro 2, ya que sobre Juan Arranz, Pedro Lacoste, Carlos Pérez y Pedro Rabassa
no fue posible reunir información fehaciente sobre los distintos ítems. Toda la información se basa en
datos de los CV de los expertos obtenidas en diversas fuentes institucionales.
Cuadro 8. Expertos más citados graduados en universidades Extranjeras (con Maestrías
o Doctorados).
Universidad Casos País Total País Porcentajes
Chicago 5 USA 5 26%
Yale 4 USA 9 21%
Harvard 3 USA 12 16% (63%)
Columbia 1 USA 13 5%
Pittsburg 1 USA 14 5%
MIT 1 USA 15 5%
UCLA 1 USA 16 5%
Pennsylvania 1 USA 17 5% (90%)
York (Toronto) 1 Canadá 1 5%
Cambridge 1 Gran Bretaña 1 5%
Total 19 - 19 100%
Cuadro 9. Desarrollo de Actividades Académicas (Docencia y/o investigación en
instituciones de Educación Superior)
Sí No Otros TOTAL
Porcentajes 85% 12% 2% 100%
Cuadro 10. Experiencia previa en el sector público (línea administrativa; cargos de
responsabilidad política o asesoramiento de altos cargos políticos)
Sí No Otros TOTAL
Porcentajes 68% 29% 2% 100%
Cuadro 11. Vinculación laboral con organismos multilaterales
Sí No Otros TOTAL
Porcentajes 81% 17% 2% 100%
Cuadro 12. Vinculación laboral con empresas privadas
Sí No Otros TOTAL
Porcentajes 76% 24% 100%
Cuadro 13. Vinculación orgánica con sindicatos:
Sí No Otros TOTAL
Porcentajes 2% 95% 2% 100%
Cuadro 14. Vinculación orgánica con partidos políticos:
Sí No Otros TOTAL
Porcentajes 15% 85% 100%
A partir de la información consignada en el Cuadro 3 y en los Cuadros 4 a 14,
podemos dibujar el perfil dominante del experto más citado hacia el 2001. Se trata de un
graduado argentino en ciencias económicas (90%), que hizo sus estudios de grado en
una universidad pública (83%); en una amplia mayoría completó estudios de Maestría o
Doctorado (61%)72
; sus Maestrías o Doctorados fueron preferentemente completados en
instituciones extranjeras (80%), y dentro de ellas, las universidades norteamericanas
fueron las más requeridas: como indica el Cuadro 8, el 90% de los expertos más citados
graduados en universidades extranjeras, lo hizo en alguna universidad de los Estados
72
No se contabilizaron en este punto “estudios” o “cursos” de postgrado, sino programas regulares de
Maestría o Doctorados finalizados.
Unidos (preferentemente en Chicago, Yale o Harvard); el 85% de los especialistas más
citados desarrolla o desarrolló regularmente actividades académicas (docencia y/o
investigación en instituciones de Educación Superior); el 76% poseía o había tenido
vinculación laboral con empresas privadas; el 68% poseía experiencia previa al año
2001 en el sector público (línea administrativa; cargos de responsabilidad política o
asesoramiento de altos cargos políticos); el 81% había tenido o tenía hacia el 2001
vinculación laboral con organismos multilaterales; el 95% no poseía ningún tipo de
vinculación orgánica con organizaciones sindicales, y el 85% no tenía vinculación
orgánica con partidos políticos.
3.2. Los “Tanques de pensamiento”
El Cuadro 14 nos muestra cuáles son los “tanques de pensamiento” más
consultados por los tres diarios. Otra vez vuelve a notarse la concentración de un
reducido número de organizaciones que, a través de sus expertos, han ocupado los
mayores espacios en la prensa económica especializada. Así, sobre 135 intervenciones
pertenecientes a expertos que trabajan en diferentes “tanques de pensamiento”, las 4
primeras organizaciones explican el 57.03% del total de las intervenciones, mientras
que 115 de ellas (85%) es explicado por 7 organizaciones.
Cuadro14. Tanques de pensamiento más citados
Organizaciones (año de
fundación)
Intervenciones Porcentajes
Fundación Capital (1994) 27 20 %
CEMA (1978) 21 16 %
Fund. Mediterránea (1978) 15 11 %
FIEL (1963) 14 10 % (57.03 %)
FIDE (1978) 13 10 %
IDEP-ATE/CTA 13 10 %
CEDES (1975) 12 9 % (85.18 %)
Otros (Fundación Novum
Millenium, IEFE, Grupo
Sophía, Fundación Atlas,
etc)
20 15 %
Total 135 100 %
Dentro de las intervenciones generadas por los “tanques de pensamiento” se
observa una clara supremacía de aquellas organizaciones ligadas más directamente al
sector empresario, en particular a las grandes empresas. Como vimos, estas cuatro
organizaciones explican el 57.03% de las intervenciones (Capital, CEMA, Mediterránea
y FIEL), mientras que FIDE, más vinculada al sector de pequeñas y medianas empresas
y la banca cooperativa, el IDEP, orgánicamente dependiente de la Asociación de
Trabajadores del Estado (ATE y Congreso de Trabajadores Argentinos), y el CEDES,
con una larga tradición de investigación como institución independiente, explican el
28.14%73
.
73
De las 7 organizaciones consideradas el CEDES es el que –por su perfil- ha estado menos
comprometido con la elaboración de políticas, en particular en el ámbito económico, aunque sus estudios
e investigaciones de carácter aplicado pueden ser consideradas en muchos casos insumos para la toma de
decisiones; a esto habría que agregar que algunos de sus miembros tuvieron alguna participación en
diferentes elencos gubernamentales y en distintas áreas de gestión de políticas. Por otra parte, al momento
de la crisis del 2001el CEMA era, en realidad, UCEMA, esto es, Universidad del CEMA. Se lo considera
como “tanque de pensamiento” ya que éste es el carácter distintivo que mantuvo por varios años, desde su
Un punto que merece consideración es el de la “longevidad” institucional como
factor relevante que contribuye a explicar su mayor presencia en el debate público. En
este caso observamos que la mayoría de los centros con más alta presencia en los
medios son también longevos. Una excepción parece ser el caso de la ascendiente
Fundación Capital, liderada por Martín Redrado. Un elemento a tener en cuenta en la
alta exposición mediática de la Fundación quizá haya que atribuirlo al hecho de que
Redrado era hacia 2001 un economista de consulta del jefe de la oposición partidaria al
gobierno radical, el ex gobernador de la Provincia. de Buenos Aires, Eduardo Duhalde.
Un elemento adicional a considerar es el número de especialistas que explican el
total de intervenciones de cada una de los “tanques de pensamiento”. No podría ser
tomado ese mayor número de especialistas como un indicador directo de la mayor
densidad de su staff técnico, cuestión que debe analizarse por separado, pero al menos
nos da alguna indicación sobre el grado de exposición de sus diferentes investigadores
de planta (Cuadro15).
Cuadro 15. Intervenciones de especialistas por tanques de pensamiento Organizaciones (año de
fundación)
Intervenciones Intervenciones por
Especialistas
Fundación Capital (1994) 27 Carlos Pérez (15
intervenciones), Martín
Redrado (12)
CEMA (1978) 21 Jorge Avila (9), Carlos
Rodríguez (8), Carola Pessino
(2), Pedro Pou (1), Roque
Fernández (1),
Fund. Mediterránea (1978) 15 Guillermo Mondino (8),
Domingo Cavallo (6), Gabriel
Casaburi (1)
FIEL (1963) 14 Daniel Artana (7), Manuel
Solanet (4), Abel Viglione (2),
Nuria Susmel (1)
FIDE (1978) 13 Héctor Valle (9), Mercedes
Marcó del Pont (4)
IDEP-ATE/CTA 13 Claudio Lozano (10), Martín
Hourest (3)
CEDES (1975) 12 Roberto Frenkel (12)
Naturalmente, la distribución de las apariciones de expertos de estos distintos
tanques de pensamiento es desigual según tomemos los diferentes diarios. El Cuadro 16
nos ayuda a ver el acceso a los medios de los principales “tanques de pensamiento”.
Leyendo los porcentajes en el sentido de las filas, podemos apreciar cómo la Fundación
Capital tiene un acceso parejo a Clarín (44%) y a La Nación (41%), pero menor
penetración en el Página 12 (15%). El CEMA concentra buena parte de sus
intervenciones en Clarín (57%), mientras que el 38% de las mismas aparecen en La
Nación, y cayendo a un exiguo 5% en el caso de Página 12. La Fundación Mediterránea
casi invierte la pauta del CEMA en lo que hace a Clarín (33%) y a La Nación (53%),
pero tiene un acceso levemente mayor al Página 12 (13%). FIEL, por su parte, agrupa
casi dos tercios de sus intervenciones en La Nación (64%), repartiendo el resto de sus
intervenciones en Clarín (21%) y Página 12 (14%). FIDE es otro caso de alta
concentración, pero en Página 12 (62%), mientras que el resto de sus intervenciones
están repartidas entre La Nación (23%) y el Clarín (15%). En lo que hace al IDEP
encontramos un caso de muy alta concentración en el Página 12 (85%), un
creación en 1978 hasta 1995, cuando se transforma en Instituto Universitario, y después cuando se
convierte en Universidad (1997).
relativamente bajo acceso a Clarín (15%), y un acceso nulo a La Nación. Mientras que
el CEDES, a través de su columnista invitado, Roberto Frenkel, registra una muy alta
concentración en La Nación (83%), y un parejo reparto entre Clarín y Página 12 (8%
en cada caso).
Cuadro 16: Acceso a los medios de los principales “tanques de pensamiento” (total de
intervenciones distribuidas por diario)
CLARÍN LA NACIÓN PAGINA 12 Totales
Fundación
Capital
44% 41% 15 % 100%
CEMA 57% 38% 5% 100%
Fundación
Mediterránea
33% 53% 13% 100%
FIEL 21% 64% 14% 100%
FIDE 15% 23% 62% 100%
IDEP 15% - 85% 100%
CEDES 8% 83% 8% 100%
Totales 37 49 29 115
El Cuadro 17, por su parte, nos permite ver lo que podríamos llamar la apertura
de los medios hacia distintos “tanques de pensamiento”74
. Leyendo los porcentajes en el
sentido de las columnas podemos mostrar el ordenamiento que cada uno de los diarios
hizo respecto de las contribuciones de los tanques de pensamiento seleccionados.
Cuadro 17: Apertura de los medios hacia distintos “tanques de pensamiento”
CLARÍN LA NACIÓN PAGINA 12 Totales
Fundación
Capital
32% 22% 14 % 27
CEMA 32% 16% 3% 21
Fundación
Mediterránea
14% 16% 7% 15
FIEL 8% 18% 7% 14
FIDE 5% 6% 28% 13
IDEP 5% - 38% 13
CEDES 3% 20% 3% 12
Totales 100% 100% 100% 115
En el caso del Clarín nos encontramos con un orden de preferencias idéntico al
de la serie general de intervenciones de tanques de pensamiento (Cuadro 4), aunque con
órdenes de magnitud un tanto diferentes. El Clarín abrió casi dos tercios de las páginas
de su Suplemento Económico a la Fundación Capital y al CEMA (32% cada uno), un
74
Hablamos de “apertura” en un sentido figurado para referirnos a la política editorial del diario, aunque
el hecho de que una determinada organización o experto aparezca o no en la prensa obedece a muchos
otros factores, incluyendo su propia disposición a colaborar con un medio. Por ejemplo, y para considerar
el único caso nulo de la muestra, no resulta tan fácil establecer si la no aparición del Claudio Lozano en
La Nación se debe a una determinación del diario, de Lozano o de ambos. Como contrapartida, el hecho
de que Página 12 albergue entre sus páginas a representantes del pensamiento liberal-conservador, podría
estar significando que el diario tiene una mayor amplitud para el debate, o que los especialistas liberales
tendrían más predisposición a dialogar con sectores de izquierda, o ambas cosas.
14% a la Fundación Mediterránea, un 8% a FIEL, un 5 % a FIDE y al IDEP, y un 3% al
CEDES. La Nación, en cambio, tuvo preferencias más repartidas en un rango de seis
puntos entre el 22% concedido a la Fundación Capital y el 16% de apariciones de la
Mediterránea, pero desplazando a un lejano 6% a FIDE y sin ninguna intervención del
IDEP. El Página 12, por su parte, presenta un perfil análogo al de Clarín, aunque con
preferencias distintas. El IDEP (38%) y la FIDE (28) ocupan los dos tercios de sus
páginas, ubicando más atrás a la Fundación Capital (14%), la Mediterránea y FIEL con
7% cada una, y cerrando la lista el CEMA y el CEDES (3%).
5) DESDE EL PLAN AUSTRAL AL FIN DE LA CONVERTIBILIDAD:
¿PRIVATIZACION DEL DEBATE PUBLICO?
Los datos provisionales relevados hasta aquí nos permiten extraer algunas
conclusiones tentativas al comparar la participación de los expertos económicos en el
espacio público a través de medios especializados. Tomando los dos años de la
comparación hay tendencias que se mantienen o acentúan, y otras que emergen como
novedades.
En primer lugar, se acentúa la concentración individual del expertise. Hacia
1985, 22 expertos (el 24% de la serie) concentraba el 50% de las intervenciones (87),
pero en 2001 el 24% de la serie (56 expertos) concentra el 61% de las intervenciones
(363).
En segundo lugar, podemos decir que en términos generales se mantiene la
concentración de género. En 1985 el porcentaje de mujeres sobre el total de expertos
es de sólo el 2% (2 sobre 91), mientras que el porcentaje de sus intervenciones es
todavía menor, 1% (2 sobre 174). Para 2001, por su parte, el porcentaje de mujeres
sobre el total de expertos sigue siendo muy bajo: el 6% (14 sobre 233), mientras que el
porcentaje de sus intervenciones es más bajo aún, 3,5% (21 sobre 593), por lo que
podemos decir que en ambos casos las expertas económicas argentinas consultadas son
pocas e intervienen menos75
.
El tercer rasgo destacable al considerar ambas series es el de la concentración
institucional: en los dos casos hay categorías que aglutinan un gran número de
intervenciones y que aparecen como las dominantes de la época. En 1985, esa categoría
es la de Experto Partidario (E), que reúne casi la mitad de toda la serie, 49% de las
intervenciones, superando en 32 puntos porcentuales a la segunda categoría (D),
referida a expertos vinculados profesionalmente a la consultoría privada, que en total
reúne un 17% de intervenciones. En el 2001, en cambio, los consultores del sector
privado (D), concentran el 46% de las intervenciones, superando en 23 puntos
porcentuales a la segunda categoría (C), referida a expertos vinculados a tanques de
pensamiento, que en total reúne un 23% de las intervenciones.
Un cuarto rasgo se refiere a la mayor calificación del expertise. El perfil de los
especialistas más requeridos por los tres diarios hacia 1985 se identificaba en un 63%
con un graduado en Ciencias Económicas, 84% se habían graduado en universidades
públicas y sólo un 32% tenía Maestrías o Doctorados en Economía (de los cuales un
55% había obtenido postgrados en el extranjero (todos USA). Hacia el 2001, en cambio,
los especialistas más convocados son, en un 90%, graduados en ciencias económicas
que hicieron sus estudios de grado en una universidad pública (83%), y una amplia
mayoría (61%) completó estudios de Maestría o Doctorado; estos estudios de postgrado
75
Una referencia comparativa útil que demuestra la subrepresentación femenina la obtenemos del Censo
Poblacional del 2001 (INDEC). Del total de Licenciados en Economía registrados el 71,65 son varones y
el 28,35 son mujeres.
fueron preferentemente completados en instituciones extranjeras (80%), y dentro de
ellas, las universidades norteamericanas fueron las más requeridas.
Finalmente queremos destacar un quinto rasgo, el de la creciente privatización
de las pertenencias institucionales de los productores, difusores y operadores de
conocimiento experto sobre los problemas económico (Gráfico 3)76
.
Gráfico 3. Pertenencias institucionales de los expertos económicos (1985-2001)
Comparación Planilla Completa 1985 vs. 2001
(Valores porcentuales, sobre el total de los casos)
8%3% 3% 2%
13% 12%
2% 3%
49%
2% 2%6% 5% 5% 4%
23%27%
4%
15%
1%4%
6%
0%
10%
20%
30%
40%
50%
60%
A1 A2 A3 B C D1 D2 D3 E F G
1985 2001
Como se ve en el gráfico el orden de las categorías de pertenencia institucional
se modifica al considerar los dos años de la comparación. En el año 1985 el orden de las
categorías más mencionadas era : E>D>A>C, mientras que en el año 2001 el orden de
la serie es D>C>A>E.
De acuerdo con lo señalado en una sección anterior, durante el año del Plan
Austral la categoría que más menciones reúne es claramente la de Expertos Partidarios
(E). Concentra el 49% de las menciones superando en 32 puntos porcentuales la
segunda categoría más mentada (D), referida a expertos vinculados profesionalmente al
mundo de la consultoría privada, que en total posee un 17% de intervenciones. Luego le
siguen los expertos vinculados a instituciones universitarias (A), con el 14% en total, y
más atrás aparece la categoría (C), Tanques de Pensamiento, que reúne el 13% de las
intervenciones. En el año del fin de la Convertibilidad, en cambio, los expertos
provenientes del sector privado aglutinan el 46% de las intervenciones, desglosadas del
siguiente modo: D1 (Consultor profesional independiente o empresa consultora local)
abarca el 27%, D3 (Expertos pertenecientes a empresas, organizaciones empresariales o
bancos internacionales) reúne el 15% y más atrás D2 (Expertos pertenecientes a
empresas, organizaciones empresariales o bancos nacionales) con el 4%. La categoría
que sigue en orden de menciones es C (Tanques de pensamiento) con 23% de las
intervenciones. Luego encontramos a los expertos del mundo académico, que reúne a
diferentes tipo de instituciones universitarias A1, A2 y A3 (Universidades Pública
Nacional, Privada Nacional y Extranjera respectivamente) con valores entre 5% y 6%, y
más atrás tenemos el caso de los expertos partidarios (E), con el 6%, luego los
organismos multilaterales (B) con 4%, y otras categorías menores.
En atención a esto observamos algunos rasgos destacados al comparar ambas
series de datos.
En primer lugar y a simple vista resalta el descenso que sufre la categoría E -
Expertos Partidarios-. En el año 1985 ocupa el primer lugar de la serie con una
participación del 49% mientras que en el 2001 su importancia se diluye pasando a tener
76
Habría que destacar un quinto rasgo que no podemos desarrollar aquí: el de la creciente cualificación
del expertise, tomando como referencia el grado de formación de los expertos más citados.
sólo un 6% de las intervenciones. Y correlativamente se observa el ascenso de las
categorías más ligadas al mundo privado: empresas, tanques de pensamiento, e incluso
universidades. Es notorio también que no haya en el 2001 expertos pertenecientes a
Tanques de Pensamiento partidarios. Es decir que la presencia que tenían en 1985 los
Expertos partidarios en la recomendación de cursos de acción no se tradujo en la
formación de centros especializados de formulación de políticas en el 2001.
La esfera de la Consultoría privada -D- experimenta un considerable
crecimiento a lo largo del tiempo. En primer lugar, en conjunto obtienen una
participación mucho más importante: de un 17% ascienden a un 46% del total de los
datos en el 2001. Sin embargo, esta importancia se no distribuye en forma despareja
entre las tres categorías. En la Planilla Completa de 2001 llama la atención que mientras
que los Consultores independientes -D1- y los Expertos de empresas o organización
empresarial o banco internacionales -D3- aumentan notablemente su participación, los
Expertos de empresas, organizaciones empresariales o bancos nacionales -D2- no logran
despegar de la misma manera.
En el año 2001 aumentan su participación las categorías C -Tanques de
pensamiento- 10 puntos porcentuales, D1 -Consultores independientes- 15 puntos
porcentuales y D3 -Expertos de empresas, organizaciones empresariales o bancos
internacionales- 12 puntos porcentuales. Aunque hay que aclarar que tanto los
Consultores independientes -D1- como los Tanques de pensamiento -C- tienen en el año
1985 una presencia considerable, entre ambos explican un 25% de los datos.
Con relación a los Tanques de Pensamiento -C- observamos que avanza en la
serie de los mejor posicionados, aumentando su participación 10 puntos porcentuales
alcanzando un 23% de los datos.
En relación a las Universidades -A- advertimos que, en términos generales, esta
esfera del expertise aumenta su participación con el paso del tiempo. En el año 2001
abarcan un 16% de las intervenciones. No obstante vemos que cae la participación de
los expertos de Universidades Públicas Nacionales -A1-. Esto puede deberse, entre otros
factores, por la mayor oferta de universidades privadas y al adelanto tecnológico de las
comunicaciones que acercan a los expertos de universidades extranjeras.
Más atrás, encontramos que la participación de los expertos de Organismos
multilaterales -B- no tiene en términos porcentuales mucha relevancia en los años
analizados. Esta categoría no solo adopta un porcentaje pequeño en las Planillas
Completas de 1985 y 2001, sino que en la mayoría de los diarios se mantiene esta
situación. Podemos mencionar como una excepción de lo anterior a El Periodista en
1985 y a Clarín en 2001 donde los porcentajes aumentan a 6% y 7% respectivamente.
En relación a los Funcionarios técnico-estatales -F- observamos que esta categoría
presenta una participación residual en los dos momentos analizados.
6) NOTAS FINALES: REDISCUTIENDO EL PERFIL DE LOS EXPERTOS
ECONOMICOS
Adolfo Bioy Casares solía decir que cuando los hombres hablan genéricamente
de “las mujeres” sólo hacen referencia a las mujeres lindas; algo de eso viene pasando,
pero en sentido inverso, con la expresión “los economistas”, que sólo haría referencia a
los economistas ortodoxos o neoliberales (es decir, los “feos”). Sin duda, cuando
hablamos de los economistas como tipo profesional cualquier rasgo que podamos
atribuirles debe valer por igual para los de izquierda y los de derecha, para heterodoxos
y ortodoxos, de lo contrario estaríamos generalizando características –por significativas
que fueran- que solo corresponden a una porción de esos actores.
En un reciente libro, Federico Neiburg y Mariano Plotkin han realizado un
sugerente esfuerzo por analizar los rasgos que singularizarían a los “economistas
profesionales” dentro del más amplio mundo de los científicos sociales. En primer
lugar, nos dicen los autores, “son los únicos especialistas formados específicamente
para desarrollar su actividad cerca del poder, ya sea económico (trabajando en
empresas, consultoras y financieras) o político (trabajando para el Estado)”; en segundo
término, esta presencia cercana al poder “se fundamenta... en la posesión de
conocimientos técnicos especializados, basados en el uso exclusivo de una jerga propia,
adquirida y legitimada en un mundo académico intensamente internacionalizado”; de
este modo, la economía “se presenta a la vez como una ciencia sobre la sociedad y
como un conjunto de herramientas operativas al servicio del poder”. En tercer lugar,
“los economistas construyen un poder singular a partir de su capacidad para transitar
entre medios y actividades diversas, haciendo valer, en cada una de ellas, los capitales
acumulados en los otros”; finalmente, “algunos economistas” suelen ocupar una
posición de “mediadores entre el campo económico nacional y los flujos de dinero en el
plano internacional” (pp.231-232, las cursivas son mías).
A la luz del análisis realizado en las páginas precedentes, creo que esta
caracterización capta algunos puntos claves, pero entremezclados con rasgos
circunstanciales o con calificaciones que merecerían una mejor elucidación. Dejando
por un momento de lado la última mención, que sólo abarcaría a “algunos economistas”,
me concentraré en los otros tres. En primera instancia, me parece discutible la
afirmación según la cual son los “únicos” especialistas formados específicamente para
desarrollar su actividad cerca del poder, un poder que, además, tiende a ser
homologado, en el contexto discursivo, con el poder dominante (o para mejor decir, los
poderes dominantes). En este punto no habría que perder de vista, por ejemplo, que
también los abogados podrían ser englobados en análoga caracterización (curiosamente
el libro no incluye ningún trabajo sobre el Derecho, disciplina de la cual surgieron
algunas de las ciencias sociales analizadas); y si nos extendemos un poco más, tal vez
habría que incluir a “politólogos” o especialistas en “relaciones internacionales”,
aunque estos dos últimos no hayan adquirido una posición preeminente en el mundo del
poder real. En cualquier caso, la cuestión de fondo hay que buscarla en otro lado. No es
que los economistas se forman para el poder, se forman académica y profesionalmente
para resolver problemas bajo restricciones (un estilo de formación que también
comparten los abogados, los médicos o los ingenieros, pero no los historiadores o los
sociólogos). Y como una parte fundamental -aunque no la única- del ejercicio del poder
(de cualquier poder: financiero o sindical, conservador o revolucionario) requiere
resolver problemas bajo restricciones, los economistas brindan respuestas –por
simplificadoras que puedan serlo en algunos casos- allí donde el historiador, el
sociólogo o el literato estamos más acostumbrados a acercar dudas, preguntas, paradojas
o críticas.
En segundo lugar, esa capacidad para resolver problemas se funda en el
desarrollo de principios, modelos teóricos y herramientas analíticas poderosas, con
capacidad descriptiva, explicativa, y bajo ciertas condiciones, predictiva, que le sirve de
sustento a una intervención “ingenieril” en el mundo de las decisiones. Esta idea según
la cual el desarrollo científico de una disciplina puede ser explicada –en un grado
significativo- por razones “internalistas”, ha sido desacreditada por largo tiempo entre
los sociólogos, pero yo estoy entre los que cree que debe ser reconsiderada, al menos en
una versión moderada77
. Como contrapartida, no deja de ser curioso que mientras en los
últimos años el resto de las ciencias sociales tendieron a desperdigarse, y más bien a
fragmentarse desde el punto de vista teórico, los economistas, en cambio, tendieron en
general a reforzar y pulir sus modelos y principios analíticos básicos, haciéndolos
crecientemente consensuados dentro de la profesión, e incluso evidenciando capacidad,
y ambición, para extenderlos y “exportarlos” –con suerte diversa- a otros ámbitos de la
77
En este punto, y frente al ahora dominante enfoque bourdiano de los “campos”, me parece más
prometedor explorar estrategias alternativas como las propuestas por Oscar Nudler en torno a los
“espacios controversiales” (2004).
vida social, política e institucional en las sociedades contemporáneas (Coats A. W.,
1981). En este sentido, ha de quedar claro que no son los conocimientos técnicos
especializados de los economistas los que están “basados en el uso exclusivo de una
jerga” internacionalizada: más bien es a la inversa. Todos los profesionales usamos
jergas, el punto es si esas jergas están fundadas, y en qué grado, en principios
epistémicos sólidos. En otras palabras, la idea clave aquí -otra idea que ha tenido mala
prensa en las ciencias sociales desde finales de los sesenta- es si un lenguaje acerca de la
realidad social se fundamenta, o no, en un sistema teórico, esto es, en un conjunto
lógicamente articulado y empíricamente contrastable de hipótesis, y no en un mero
agregado de “teorías” (uno puede tener muchas ruedas, volantes y carburadores, pero un
auto es otra cosa). Y entiendo que esos principios, para el caso de la economía,
conforman un sistema riguroso, aunque obviamente falible, criticable y perfectible,
como en toda disciplina científica. Por aquello que decía Kurt Lewin, “no hay nada más
práctico que una buena teoría”, es aquí donde hay que buscar algunas de las razones
fundamentales acerca de la consolidación profesional de la economía como una “ciencia
sobre la sociedad” y como un “conjunto de herramientas operativas”, que en muchos
casos estará al “servicio del poder” dominante, en buena medida por la capacidad de
dicho poder para comprar el saber de aquellos que solucionan problemas, y en otras
ocasiones podrá estar en su contra.
En tercer lugar, también habría que matizar la idea según la cual los economistas
“hacen valer”, en diferentes campos, “los capitales acumulados en los otros”. En cierto
sentido, podría argumentarse que otras figuras de las ciencias sociales (Gino Germani o
Ricardo Levene, por ejemplo) han evidenciado idéntica capacidad. Pero de todos
modos, el punto fundamental aquí es que las intersecciones por las que transita, y los
capitales que intermedia, un antropólogo o un historiador, son un tanto diferentes (en
volumen y composición) a los que intermedia un economista; incluso podría decirse que
mientras los primeros están más acotados a intermediar –fundamentalmente- variadas
formas de capital cultural, los economistas (como los abogados) operan efectivamente
en las intersecciones entre diferentes esferas sociales, actuando como intermediarios
entre distintas “fuentes de poder”. Los tipos de capital puestos en juego e intermediados,
desde Bunge a Cavallo, muestran claramente esta particularidad, con la salvedad de que
los economistas están apoyados en una modelística analítica poderosa, de la que
obviamente carecen los juristas. Por otra parte, esta intermediación está orientada a
resolver lo que la literatura sobre toma de decisiones ha denominado “problemas
retorcidos” (wicked), esto es, cuestiones que “no tienen un conjunto enumerable (o
exhaustivamente representable) de soluciones potenciales, y tampoco... existen criterios
que permitan establecer que todas las soluciones a un problema enredado han sido
identificadas y tomadas en cuenta”(Rittel & Webber, 1973). Por lo tanto, una función
crucial que cumplen los economistas –y que están dejando de cumplir los abogados- es
la de reducir la complejidad de las interacciones, en el marco de restricciones e
incertidumbres, definiendo los medios y los fines de la acción, como lo reconoció el
mismísimo Hayek alguna vez, descartando de paso cualquier ilusión ingenua de asepsia
tecnocrática.
Por cierto, esta intermediación entre esferas, también se traduce en la relación
entre lo nacional y lo internacional, y de ahí, entonces, que “algunos economistas”
ocupen una posición de “mediadores entre el campo económico nacional y los flujos de
dinero en el plano internacional”. Una posición que, a su vez, hunde sus raíces en los
cambios estructurales en la matriz de relaciones de poder entre Estado, mercado y
sociedad civil a escala global, las cuales han ubicado las decisiones económicas como
un eje estratégico en las redes de vinculación entre personas, organizaciones o regiones
(Centeno & Silva, 1998). En la dinámica de estos cambios, y en su compleja interacción
con las características disciplinares apuntadas, hay que encontrar algunos de los factores
principales que han catapultado a los economistas al centro de la escena transnacional.
BIBLIOGRAFÍA
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perspectiva histórica”, Agenda de la política Exterior de los USA (Departamento de
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