breves incursiones al espacio escultórico

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26 …muralla circular que defiende dos o tres certidumbres. Así tú. Octavio Paz I. EN LA ESCULTURA DE HELEN ESCOBEDO Envueltos en las madejas de la irrealidad, caminan hacia un paraje desierto oasis tibio en medio de una ciudad ruidosa, atroz, imposible. Todavía no se cumple la mitad del día, pero el cisma de los cuerpos ya anuncia el fulgor y la celebración del tacto. (Ella te provee de aliento, anima la proximidad, le da sentido a tus señales abasteciéndolas de significado, color, sonrisas. Su presencia te provoca ardor íntimo, lucidez, ansia de dicha). Alrededor de sus cuerpos se erige una burbuja que los envuelve irreconocibles, los separa del resto de las cosas. Lugar extraño y a la vez familiar, los brazos son puerta afectiva, páramo donde nadie falta. Apenas se conocen; sin embargo, los vocablos sobran cuando las miradas hablan de la perpetuidad de los instantes. (Observas hacia el cielo: dos muchachos han trepado por los bordes de hierro y emiten un olor acre y dulce la mariguana que no requieres para palpar el dorso del cosmos que roza tu cuerpo). Sumergidos al interior de un esqueleto amarillo y rojizo, una escultura rectangular los contiene. Como si el exterior reprodujera el estado interior de sus cuerpos, los colores y las superficies se multiplican: el deseo es siempre ansia de repetición. (Has cruzado un umbral del que es difícil volver. Existe un punto de fuga por el que se calcina el pasado y se decanta el porvenir: estás ahí, mirándolo. Frente a tus ojos un cuerpo emite aire, danza contrario a la brisa invernal. Acechas su voluptuosidad tímida, bebes un virus inédito, su piel te quema las manos). Alguien observa a lo lejos dos cuerpos irrefrenables: ciegos, viven, por el momento, un paréntesis de la vida. (Para diluir su ausencia, le escribes estas palabras). b reves i ncursiones al e spacio e scultórico JEZREEL SALAZAR

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Salazar, Jezreel. “Breves incursiones al espacio escultórico”, en Los bastardos de la uva, año. 1, vol. 1, abril-junio de 2010, pp. 24-26.

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…muralla circular que defiende dos o tres certidumbres. Así tú.Octavio Paz

i. en la escultura de helen escobedoEnvueltos en las madejas de la irrealidad, caminan hacia un paraje desierto oasis tibio en medio de una ciudad ruidosa, atroz, imposible. Todavía no se cumple la mitad del día, pero el cisma de los cuerpos ya anuncia el fulgor y la celebración del tacto.

(Ella te provee de aliento, anima la proximidad, le da sentido a tus señales abasteciéndolas de significado, color, sonrisas. Su presencia te provoca ardor íntimo, lucidez, ansia de dicha).

Alrededor de sus cuerpos se erige una burbuja que los envuelve irreconocibles, los separa del resto de las cosas. Lugar extraño y a la vez familiar, los brazos son puerta afectiva, páramo donde nadie falta. Apenas se conocen; sin embargo, los vocablos sobran cuando las miradas hablan de la perpetuidad de los instantes.

(Observas hacia el cielo: dos muchachos han trepado por los bordes de hierro y emiten un olor acre y dulce la mariguana que no requieres para palpar el dorso del cosmos que roza tu cuerpo).

Sumergidos al interior de un esqueleto amarillo y rojizo, una escultura rectangular los contiene. Como si el exterior reprodujera el estado interior de sus cuerpos, los colores y las superficies se multiplican: el deseo es siempre ansia de repetición.

(Has cruzado un umbral del que es difícil volver. Existe un punto de fuga por el que se calcina el pasado y se decanta el porvenir: estás ahí, mirándolo. Frente a tus ojos un cuerpo emite aire, danza contrario a la brisa invernal. Acechas su voluptuosidad tímida, bebes un virus inédito, su piel te quema las manos).

Alguien observa a lo lejos dos cuerpos irrefrenables: ciegos, viven, por el momento, un paréntesis de la vida.

(Para diluir su ausencia, le escribes estas palabras).

breves incursiones al espacio escultórico

JEzrEEl salazar

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ii. Juego de niñosDetrás uno del otro, caminan sobre una serpiente de piedra.

Tarde de confesiones. Por la boca de los amantes surgen relatos del ayer, experiencias que dejan marcas, huellas en la noche. Entre los signos de la voz se adivinan destellos del delirio, fantasías posibles, caricias aéreas. Las manos le dan forma a los cuerpos, los objetos muestran sin pudor sus sombras rubias. El día no es nítido pero la luz, rinconera, revela los deseos. Hay una noche lejana que no termina de consumarse. Hay un hogar al cual volver. Confirma el tacto la inocencia rota. No hay escozor, pero sí risa fácil. Risa de una niña jugando con dados ardientes.

Tomados de la mano, caminan sobre una serpiente de piedra.

iii. rodeoMultiplico mis pasos para no surcar en línea recta el jardín. En su centro hay una flor venenosa. Doy un rodeo para evitar ponzoña y espinas arteras. Me oculto tras el follaje pero la selva no me resguarda.

Hay una fuente cuya transparencia de espejo no cesa de correr. En sus aguas veo aves emigrando.

Quisiera mudarme a otro patio sereno, de vigores azules. Anidar un rincón etéreo. Andar sobre la brisa. No es posible. Mi universo es un follaje rancio, y vivo al acecho de una flor.

Ella abre sus pétalos mortales y no puedo evitarlo.

iV. muros de granitoEn mitad del día algo no acierta a dar un paso hacia delante o retroceder. Es la entraña de la piel, el pulso de la mirada, la eclosión súbita de estar frente a frente.

Todas las noches este milímetro ha sido un atisbo, la avidez de instantes corpóreos entonando una marcha veloz frenesí rítmico cuyo embeleso es el apogeo de notas susurradas.

Ella aprovecha el compás y dibuja un círculo que los arropa y limita. Más allá de los bordes se encuentran los festines deseados, la noche que cubre de velos este atardecer.

El viento convoca ensoñaciones malignas, las palabras son cicatrices del aire, trazos del aliento. El invierno abre un inciso para que el sol asome, coloree los semblantes y puedas ver su rostro de cara al poniente, haciendo guiños. En las alturas.

Rodean sus ímpetus con pausas. Distancias que detienen el deseo. Distancias que alientan el deseo. Por la breve ranura de los labios, hálitos transparentes afirman todo eso que se calla. Como si el destino estuviese ya codificado, fijo en un pergamino antiguo o en el fondo de un pasillo arbolado.

Cosa de saber que los gestos son puentes, que el encuentro es un umbral delicado y débil. Cosa de saber que es necesario cruzar como un equilibrista sobre el hilo delgado, sosteniendo en cada mano una vela de flama tenue.

Cosa de saltar sin paracaídas para por fin decir ‘éste soy’, ‘aquí me tienes’, y escuchar cómo llega el silencio y lo puebla todo con su voz de pétalo gris.

Porque el instante es fugaz y el tiempo corre del futuro hacia el pasado. Porque el murmullo urbano se escucha a lo lejos y en este impasse detenido, sobre los muros de granito, no la posees.

Te quedas hablando solo, a la espera de su estallido encantado.

V. pompa de Jabón¿Sabes? Existe un velo alrededor de los amantes. Una delgada membrana de polvo y luz, como cuando las pulsaciones del aire danzan brillantes en un halo de destellos. Es una barrera apenas perceptible que los separa de la realidad y les impide ver cómo todo avanza fuera de ahí, más allá de su burbuja translúcida. Llegan murmullos de fuera, sí. Alguien saluda y se despide: interrupciones que hablan sobre libros inencontrables, viajes que no tienen la mínima importancia, cigarrillos que no saben a nada. La vida sigue más allá de esa esfera inasible, que se sostiene en el aire como pompa de jabón, sin saber hasta cuándo durará y quién será el que pinche o sople contra el viento, dejándolos caer en el abismo.

Foto: Erika Ruíz Vitela.