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1 Por el camino de Jesucristo Lecturas dominicales Ciclo B Francisco Bartolomé González

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Por el camino de Jesucristo

Lecturas dominicales Ciclo B

Francisco Bartolomé González

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INTRODUCCIÓN

El Evangelio es un mensaje histórico y relacionado con la historia de los hombres, y encarnado en ella.

Para comprenderlo mejor debemos situarlo en el contexto político de la época, como hace Lucas (3, 1-2).

Los años que transcurren durante la vida de Jesús y el desarrollo del cristianismo primitivo son muy

críticos y dramáticos para el pueblo judío. Palestina había caído en poder de los romanos (años 65-63 a.

C.) y declarada provincia romana en unidad con Siria. Pero los judíos no aceptaban esta dominación, cuyo

signo era el pago del impuesto por medio de los publicanos, originándose una sorda resistencia, que

degenerará en la rebelión y el desastre final de la nación el año 70 de nuestra era.

La esperanza de un mesías político, que liberara a la nación de esta dominación coincide con la presencia

de Jesús, que se verá envuelto en un proceso religioso-político, que terminará con él en la cruz.

Hacia el año 37 a. C., Herodes ‘el Grande’, que era de Idumea y, por tanto, extranjero, obtiene de Roma

el título de ‘rey’ y gobierna despóticamente hasta el año 4 a. C., en que murió. (Como Jesús nació durante

su reinado, tendría de cuatro a seis años más de los ‘treinta’ (Lc 3, 23) que se le atribuyen cuando

comenzó su vida pública).

Antes de morir, Herodes reparte su reino entre sus tres hijos: Arquéalo, Herodes Antipas y Filipo.

Arquéalo hereda Judea, Samaria e Idumea. A causa de su crueldad, Roma lo destituye y coloca en su

lugar a un procurador romano, dependiente de Siria. Herodes Antipas hereda Galilea y Perea. Será

depuesto y deportado el año 39. Filipo gobernará la zona de mayoría pagana, por lo que se mezclará muy

poco en las cuestiones judías. Es el único que ejerce su mandato hasta su muerte (año 34).

Los sacerdotes, conductores religiosos del pueblo, formaban una verdadera casta cerrada, dirigidos por el

sumo sacerdote, figura clave y muy mezclada con la política. El Evangelio nos recuerda dos nombres:

Anás, que ejerció sus funciones de los años 6 al 15; y Caifás, su yerno, entre los años 18 y 36.

El Sanedrín, creado unos dos siglos antes, era el Tribunal Supremo de justicia, compuesto por setenta

miembros, sacerdotes y civiles. Estaba dirigido por el sumo sacerdote y se subdividía en tres grupos: los

sumos sacerdotes y los jefes de las familias sacerdotales; los ancianos, que constituían la nobleza civil, y

los escribas (letrados) o doctores de la Ley. Ejercía una especie de gobierno interno de los judíos, dentro

de ciertas normas fijadas por Roma.

Políticamente, los judíos se agrupaban en cuatro partidos, con posiciones muy distintas respecto a las

relaciones con Roma.

Los fariseos –conservadores- formaban el partido más numeroso y de más arraigo popular. Con

mentalidad esencialmente religioso-política, eran muy instruidos y devotos cumplidores de toda la Ley, a

la que habían añadido infinidad de prácticas que, muchas veces, ocultaban una profunda hipocresía (Mt

23). Eran nacionalistas, enemigos declarados tanto de los romanos y del tributo como de los reyes

extranjeros de la dinastía herodiana. Después de la destrucción de Jerusalén, seguirán orientando al

pueblo disperso en las sinagogas.

Los saduceos –liberales- constituían el partido de los sacerdotes y seglares aristocráticos y terratenientes.

Dueños del poder, eran partidarios del pacto con los romanos. Lograron evitar las insurrecciones hasta el

año 66 en que fueron desbordados por la revuelta. Tras la destrucción de Jerusalén perdieron

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definitivamente su influencia. En el aspecto religioso eran poco propensos a los dogmas, aceptando

solamente la ley escrita en el Pentateuco.

Los herodianos –monárquicos- eran un grupo minoritario, amigos y partidarios de los reyes de la línea de

Herodes, y opuestos a toda sublevación contra Roma.

Los celotes –movimiento de resistencia armada- estaban en permanente lucha contra los romanos.

Actuaban en la clandestinidad en forma de guerrillas. Tenían mucha influencia, sobre todo en Galilea,

patria de casi todos los apóstoles. Parece que algunos de ellos procedían de este grupo. Desataron la

guerra abierta contra Roma el año 66, siendo derrotados.

Es fácil comprender la delicada situación de Jesús en un panorama político tan complejo y propenso a la

guerra liberadora bajo la dirección del ‘mesías’, cuya expectación estaba muy extendida entonces.

Desde su comienzo, el cristianismo se encuentra bajo el signo de la confusión entre la liberación político-

religiosa y la liberación interior, propiciada por Jesús, que no se inmiscuye en las opciones políticas de

sus seguidores pero que separa, sin ninguna duda, ambos terrenos.

Todo esto explica que Jesús evitara el título de ‘Mesías’ y prefiriera el de ‘Hijo del hombre’, y que

tardara tanto en ser comprendido por sus discípulos más íntimos.

Existían otros tres grupos relacionados con el Evangelio: los esenios –monjes judíos- que vivían en

comunidad y llevaban una intensa vida ascética; los samaritanos y los gentiles –no judíos-.

Sería muy clarificador tratar de trasladar aquella situación socio-político-religiosa a nuestra época. No

hacerlo puede llevarnos a seguir a un Jesús que tenga poco que ver con el histórico.

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DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO

INVITACIÓN A LA VIGILANCIA

NECESITAMOS UN SALVADOR

Comenzamos un nuevo año litúrgico con el primer domingo de Adviento, que significa venida o llegada.

Es un tiempo de esperanza, lo mismo que la Cuaresma es tiempo de conversión personal.

Su núcleo lo constituye un pasado -el nacimiento histórico de Jesús-, un futuro -su parusía al final de los

tiempos- y un presente -su constante venida al corazón de los que viven despiertos-. Y así, es recuerdo del

Jesús que nació en Belén y espera activa de sus venidas cotidiana y escatológica.

El Adviento nos invita a despertar, a abrir los ojos para descubrir a ese Dios que está en lo más íntimo de

nosotros mismos. Es tiempo de abrir el corazón a las más grandes promesas; tiempo de amar, de rezar, de

esperar; porque el amor hace posible la esperanza y la esperanza aumenta el amor. La oración es fruto y

ayuda a ambos.

Vivimos solos y deseamos la compañía de verdaderos amigos, nos sentimos incapaces y necesitamos

ayuda, estamos atrapados por la sociedad del consumo y del placer y ansiamos ser liberados, estamos

rotos por la pérdida de seres queridos y necesitamos consuelo, dudamos y buscamos luz, nuestro corazón

se seca y anhelamos amor, buscamos ahondar en la trascendencia y oramos... y, sobre todo, queremos una

vida en plenitud y para siempre... y nos enfrentamos, inexorablemente, con la muerte.

En el fondo de nuestro ser experimentamos, cuando escuchamos nuestro corazón, la necesidad de un

Salvador.

¿Qué significa esto? Significa que en Dios, y sólo en él, podremos conseguir todo lo que deseamos y

anhelamos desde lo más profundo de nuestro ser: una plenitud de vida para siempre, con todo lo que

amamos y apenas nos atrevemos a esperar.

La fe en Dios no consiste únicamente en creer en él, sino también en creer que él nos salva, que quiere

que vivamos para siempre en comunión con todo lo que anhelamos, con todo lo que amamos.

Para ello, tenemos que 'mirar', tenemos que abrir los ojos para descubrir a ese Dios cercano: al Espíritu

de Jesús que está en lo más íntimo de nosotros mismos, en la historia de cada día, en los nuevos rumbos

de la Iglesia. El 'tiempo final' será el cumplimiento y la consumación de todas las esperanzas y anhelos de

la humanidad y de cada persona. Una humanidad y unas personas empeñadas constantemente en hacer lo

contrario de lo que realmente anhelamos.

El Espíritu del Salvador nos llevará a liberarnos de todo lo que nos impide realizarnos como verdaderos

hijos de Dios, a la libertad para amar y entrar en comunión con Dios y con todos los seres humanos, en

plenitud y para siempre.

ADVIENTO, TIEMPO DE PROFUNDIZAR EN ESTA ESPERANZA

En Adviento se cultiva esa esperanza, abrimos el espíritu a la promesa más grande: al Salvador de todo y

de todos.

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¿En qué consiste esta esperanza? En la fe en nuestras posibilidades como hijos de Dios, en la convicción

de que las cosas pueden cambiar; en su 'buena noticia', que enciende nuestros ideales, nos arrastra y nos

seduce... Y en saber que él mismo vino, vendrá y viene constantemente a nosotros y a la humanidad, para

hacer posible que todos nuestros sueños e ilusiones más profundos serán un día realidad plena y para

siempre, gracias al Salvador.

Si no tengo seguridad de conseguir lo que espero, no soy persona de esperanza.

La esperanza cristiana tiene su último fundamento en Dios; en ese Dios Padre que nunca falla. Y es

Jesús, el Amén de Dios, la última y definitiva certeza de nuestra esperanza.

La esperanza nos hace pobres, confiados, pacientes, valientes, comprometidos, alegres, cariñosos,

desprendidos. Y nos capacita para recibir los dones de Dios, porque recibimos cuanto esperamos.

La esperanza es la fuerza en el camino, la luz en las dificultades; crea eternidad en nuestro 'barro'.

¿Es posible la esperanza en un mundo atormentado por la violencia institucional y subversiva, el paro, la

injusticia, las guerras, los muertos por el hambre...? ¿En un mundo en el que parece que Dios ha muerto,

suplantado por los dioses de turno: el consumismo, la fama, el poder, el sexo... y ¡cómo no!, el dinero?

¿En un mundo en el que Dios ha dejado de ser noticia y centro de interés para el hombre moderno?

Vivimos en una época de egolatría. El ser humano se adora a sí mismo, no tiene más ley que su

narcisismo, enmascarado detrás de los diosecillos antes citados. Todo ello son medios para no salir de sí

mismo, ni tener que comprometerse con nada ni con nadie. Es una persona que se aproxima a un borde

peligroso: negar toda trascendencia. ¿Qué queda, sin ella, de la vida humana?

MARCOS NOS INVITA A VIVIR DESPIERTOS

"Dijo Jesús a sus discípulos: -Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de

sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al

atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.

Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad!" (Mc 13, 33-37)

Marcos pone en labios de Jesús un amplio discurso -escatológico- que prepara y anuncia los

acontecimientos que van a tener lugar. En su texto de hoy nos invita a mirar, a vigilar, a velar.

Mirad: Vemos, pero no miramos. Mirar es ver con detenimiento y profundidad, es fijar la vista con

interés y con esperanza, es dejarse sorprender; es desprenderse de la seguridad en lo conocido para

descubrir lo aún no conocido. Si miramos todo con amor y con esperanza, no tardaremos en descubrir las

huellas del Amado; experiencia que nos han transmitido tantos místicos.

Los seres humanos damos la impresión de vivir adormilados la mayor parte de nuestra vida. Parece que

vemos, pero los planteamientos que tenemos no responden a la vida en plenitud y para siempre que el

Padre Dios nos ha comunicado en su Hijo. Vemos, pero no ahondamos. Nos parecemos a los viajeros de

un autobús que, atravesando los más bellos parajes que se puedan imaginar, llevan bajadas las cortinas de

las ventanillas, además de ir aletargados.

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El Adviento nos invita a mirar de verdad a las personas, a las cosas, a los acontecimientos, a la vida.

Vigilad. Vivimos tan distraídos y alienados, tan 'dormidos', que la vida verdadera nos resbala. Dejamos

escapar cantidad de oportunidades y de verdaderos valores. Ni siquiera rozamos el 'misterio' -la realidad

de la vida que sólo conoce Dios-. Siempre hay mucho más que lo que vemos a simple vista. Y ese 'mucho

más' es la gracia y la presencia divina que nos envuelve y acompaña, que nos sorprende y nos promete,

que siempre nos espera.

La vigilancia es fruto de la fe, de la esperanza y del amor. Vigilamos cuando esperamos algo importante,

cuando creemos en el Dios de la vida, cuando confiamos en él, cuando tratamos de amar con su mismo

amor.

Velad. No dejemos de velar. Vivir despiertos es esencial para vivir una existencia humana. Sólo así

daremos a todo su verdadero valor.

La advertencia evangélica no es tanto para descubrir en qué momento van a suceder los acontecimientos

que anuncia, cuanto para estar permanentemente preparados para esa venida. Lo importante no es conocer

el momento, sino el estar siempre dispuestos y preparados para que la actitud de vigilancia sea una

constante en nuestra vida.

Con una brevísima parábola, Marcos recoge el caso de un hombre que parte de viaje y deja a cada uno de

sus criados una tarea a realizar durante su ausencia. Es el portero el único encargado de vigilar, mientras

los demás criados se dedican al trabajo encomendado. Las cuatro posibles venidas del dueño -al

atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo o al amanecer- hacen alusión a las cuatro vigilias en

que dividían la noche los judíos; e indican que la vuelta del amo -la muerte de cada ser humano y la

parusía- será siempre inesperada -en la noche-.

El amo no procede, a su vuelta, a ninguna rendición de cuentas, lo que hace suponer que la parábola no

apunta hacia la vigilancia que todos hemos de tener para prepararnos al juicio, sino hacia esa vigilancia

más especial que corresponde, en primer lugar, a Pedro -el portero que vela-, después a cada uno de los

cristianos -lo digo a todos: ¡velad!-, y que consiste en estar atentos a los signos de los tiempos: esas

señales que nos van marcando la dirección, casi siempre imprevisible, del reino de Dios.

La existencia cristiana está llena de un 'ya' (el pasado), y permanece orientada hacia un 'todavía no' (el

futuro). Atentos a vivir el presente, la Iglesia, y todos los cristianos con ella, buscamos en la

contemplación del presente, ilustrado con las enseñanzas sacadas del pasado, la luz que señalice el

camino del porvenir. El creyente está firmemente situado en el tiempo, puesto que sabe de dónde viene,

dónde está y adónde se dirige. Y así, puede asumir el presente y orientarlo hacia el porvenir con serena

esperanza.

La vigilancia es la disponibilidad para la última venida de Cristo y para su venida de cada día en los

acontecimientos cotidianos de la vida.

A PESAR DE LAS APARIENCIAS, YAHVÉ ES NUESTRO PADRE Y NUESTRO REDENTOR "Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es 'nuestro redentor’. Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que te temamos?

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Vuélvete por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él. Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos. Estabas airado y nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas y seremos salvos Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa. Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros, la arcilla, y tú, el alfarero: somos todos obra de tu mano No te excedas en la ira, Señor,

no recuerdes siempre nuestra culpa: mira que somos tu pueblo."

(Is 63, 16b-17; 64, 1. 3b-8)

La primera lectura es una oración que forma parte de otra más extensa (Is 63, 7-64, 11), al estilo de los

salmos de súplica o lamentación, compuesto por los habitantes de Jerusalén en el momento de su caída y

destrucción (año 587 a. C.) y cantado después por los primeros exiliados que volvieron a la ciudad santa,

con motivo de alguna ceremonia expiatoria en favor de la reconstrucción del templo.

La destrucción de Jerusalén y la deportación siguiente, habían supuesto para el pueblo una catástrofe sin

precedentes. Israel había pasado por experiencias dolorosísimas, pero ésta superaba a todas. Se había

llegado al límite para seguir creyendo en Yahvé. Dios mostraba un rostro enigmático y difícil de

comprender. Los salmos de súplica o lamentación son la expresión de estas experiencias. El punto de

referencia era la alianza de Yahvé con su pueblo. Por ello, en la comunidad judía del postexilio anida el

desaliento. Parece que Dios está ausente; y se hace incómoda su existencia.

La lectura de hoy pide a Dios que contemple la situación actual y que intervenga. Comienza designando

a Dios con dos títulos recién acuñados: el de Padre y el de Redentor. Dios se apropia ambos títulos

porque los 'padres actuales', los sucesores de Abrahán e Israel, no parecen preocuparse ya de las promesas

de las que fueron depositarios. Le corresponde a Yahvé tomar el relevo de una paternidad ya caduca y

convertirse en el Padre verdadero del pueblo. Lo mismo sucede con la noción de redentor, término que

designaba principalmente al miembro del clan llamado a sacar a un pariente de la esclavitud. Los judíos,

que se encontraban en la esclavitud y en el destierro, no podían ya contar con un 'redentor' en su familia,

puesto que toda estaba en la esclavitud. Dios suplirá a esa parentela. Ha sido, pues, necesario el fallo de

los cuadros patriarcales y familiares en Israel para que el pueblo progresara en el conocimiento de Yahvé.

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Si Dios es más padre que los patriarcas y más redentor que los propios parientes, ¿por qué permite unas

circunstancias tan penosas y tolera hijos tan desobedientes? Es el eterno problema de la libertad humana

sobre el origen del mal y sobre la solución del problema que plantea.

El profeta no da explicaciones sobre el origen del mal; pero, al menos, apunta su solución mediante la

intervención de un Dios que 'rasga los cielos' y lo restablece todo, derrotando a los enemigos.

Así, pues, es a Dios a quien hay que acudir para librarse de las desgracias; el ser humano es demasiado

pequeño para librarse por sí mismo.

En el sufrimiento más intenso, en la más injusta humillación, pueden nacer los sentimientos más

elevados. El pueblo judío fue largamente purificado en el destierro babilónico. Allí aprendió a creer y a

esperar; allí surgieron magníficos profetas y bellísimas oraciones; allí encontraron a Dios de otro modo.

Aprendieron a ser blanda arcilla en manos del alfarero. La oración de la primera lectura es prueba de ello.

Este texto es de los pocos del antiguo Testamento en el que Dios recibe el apelativo de Padre. El Padre

que cuida de los suyos, que viene a nosotros y nos salva. Un Padre que es, también, el Creador y el

Liberador del pueblo.

DIOS HA VOLCADO SOBRE NOSOTROS TODOS SUS BIENES

"Hermanos: La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros.

En mi Acción de gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús.

Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo.

De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.

Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros en el tribunal de Jesucristo Señor nuestro.

Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. ¡Y Él es fiel!"

(1 Cor 1, 3-9)

La primera carta de san Pablo a los Corintios recoge los problemas de una comunidad cristiana joven y

dispersa en un ambiente pagano y decadente.

Pablo, como hace frecuentemente en la introducción de sus cartas después de los saludos iniciales,

formula una especie de acción de gracias, en la que se encuentra la línea conductora de toda su carta.

En esta acción de gracias, mira sobre todo el pasado de la comunidad, la riqueza del don de la gracia

recibido en el presente, en espera de la plenitud en el futuro.

A los ojos del apóstol, sólo la comunión-unión de todos con Cristo puede resolver los problemas

planteados a la comunidad. Hay que estar en Cristo, ser de Cristo. A lo largo de toda su carta, Pablo

volverá sobre esta idea fundamental.

¿En qué consiste la comunión con Cristo? Pablo responde: en beneficiarnos de la gracia que Dios os ha

dado en Cristo Jesús, en beneficiarnos de una salvación dada por pura liberalidad y de sus riquezas, que

son en particular su Palabra y su conocimiento.

Si los corintios están llenos de los dones de Dios, es por el testimonio de Cristo que les ha dado Pablo.

Dones depositados en cada uno de los cristianos y que están destinados a crecer -no salvan de una vez

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para siempre-, a afirmarse, a hacer irreprochables. Porque tener el Espíritu de Dios no significa haber

llegado ya a la plenitud.

Pablo, que hablará ampliamente en esta carta de la resurrección final (1 Cor 15), apunta ya desde el

principio esa perspectiva: nadie estará con Cristo a su vuelta gloriosa si no comienza por estar con él en la

fe, gracias a los dones que ya ha comenzado a distribuir. Porque Dios es fiel, y lo que comunica ahora en

el misterio tiene una continuidad inmediata en la comunión de vida con el Cristo glorioso a la que

estamos llamados.

La unión entre la manifestación futura de Cristo glorioso y los dones que distribuye ahora, especifica el

tipo de esperanza del cristiano: sabe que el reino futuro y la gloria a la que estamos llamados están al final

de un largo crecimiento de la vida divina depositada en nosotros y que no alcanzará su plenitud sin

nuestra colaboración.

Ser cristiano es vivir esperando activamente, aguardando la venida del Señor al final de la historia de

cada uno y de toda la humanidad.

Dios ha volcado sobre nosotros todos sus dones... ¿Somos conscientes de ello?

Es tarea profética del pueblo elegido mantener viva en la humanidad la llama de la esperanza,

ayudándola a que descubra que sólo en el misterio -plenitud de vida- de Cristo se encuentra la verdadera

luz al misterio del ser humano.

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SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO.

CONVERSIÓN Y BAUTISMO

‘EL HECHO JESÚS’ ES EVANGELIO PARA NOSOTROS

“Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1, 1)

Las lecturas de hoy nos invitan a la esperanza, a la paciencia, a la vigilancia, a la preparación. Nos

anuncian la mejor de las noticias: el Evangelio de Jesucristo –la Buena Noticia para todos los tiempos y

lugares-; el que vino, el que viene constantemente a nosotros y el que vendrá.

El evangelio de Marcos comienza con una frase que le sirve de título: Comienza el Evangelio de

Jesucristo, Hijo de Dios.

La primera palabra está llena de resonancias bíblicas. No se trata únicamente del comienzo del libro, sino

del comienzo de una historia nueva: la del Mesías, el Señor, el iniciador del reino de Dios; el comienzo de

la historia del Espíritu Santo.

El Evangelio tuvo un comienzo, recorrió el camino de la semilla que se va convirtiendo en árbol. El reino

de Dios no se estableció de golpe; el Mesías no se presentó como un relámpago que lo transforma todo de

repente. Hemos de hablar de un comienzo, de una presencia humilde, de un desarrollo que sólo al final de

los tiempos aparecerá en toda su plenitud.

Pero eso no es todo. La palabra no dice referencia solamente al futuro; dice también referencia al pasado

e indica la ruptura con el mismo. Marcos sabe que comienza algo nuevo respecto al antiguo Testamento y

respecto a la historia y esperanza de los humanos. La alegre noticia de Jesús no brota de la historia ni se

aplica sólo a ella, como si fuera el resultado lógico de su desarrollo. Jesús es la irrupción en el mundo de

la novedad de Dios. Una noticia esperada y deseada, pero al mismo tiempo inesperada y sorprendente.

Una muy buena razón para presentarnos su concepción en un vientre virginal.

Cuando Marcos escribe su obra, la palabra evangelio no indicaba sólo el anuncio del reino hecho por

Jesús; señalaba más ampliamente el anuncio de Jesús repetido por la Iglesia a través de la predicación. El

término tenía una dimensión eclesial y misionera.

A través de la reflexión de las comunidades, la palabra evangelio se había ido concretando y

profundizando: no indicaba solamente el anuncio hecho por Jesús, sino ‘el hecho Jesús’. Se había

comprendido que la alegre noticia era el mismo Jesús.

Por esta razón, la Iglesia no puede limitarse a repetir su predicación: hace de su Persona e historia el

centro del propio anuncio. El evangelista sabe que, para conocer a fondo el mensaje evangélico, es

necesario volver a sus fuentes, a su origen, captarlo en su momento inicial. La predicación tiene que

recurrir constantemente a la historia de Jesús de Nazaret, reflexionar sobre las reacciones de los oyentes...

La Iglesia, y cada cristiano, tenemos que meditar siempre sobre él para comprenderle y comprendernos a

nosotros mismos. Sobre él tenemos que modelar nuestra existencia cristiana, día a día. Porque él, y sólo

él, es el Cristianismo.

El Evangelio, la alegre noticia que nos llena de gozo y de esperanza, es Jesús, su Persona, su historia, sus

sentimientos, su mensaje. Podemos traducir: comienzo de la alegre noticia, que consiste en el hecho de

que Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios, la plenitud humana.

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Todo el Evangelio de Marcos se va a dedicar a mostrarnos pacientemente que Jesús es el Hijo de Dios; a

hacernos comprender a qué precio podemos adherirnos a esta fe; a revelarnos los cambios que hemos de

introducir en nuestras vidas si aceptamos la fe en Jesús de Nazaret.

Marcos no se limita a presentarnos a Jesús como Hijo de Dios. Quiere demostrarnos que el hecho de que

Jesús sea Hijo de Dios es evangelio para nosotros. Porque Jesús no es el Hijo de Dios para él, sino para

nosotros. En el hecho de que Jesús sea el Hijo de Dios está encerrada nuestra liberación y esperanza en

que todos nuestros deseos de plenitud y eternidad serán un día realidad.

En definitiva, la alegre noticia consiste precisamente en la continuidad entre Jesús de Nazaret y el Señor

resucitado: lo sucedido a él, nos sucederá a todos los seres humanos.

Es necesario mantener siempre unidos estos dos aspectos de Jesús: hombre y Dios, crucificado y

resucitado, Jesús de Nazaret y Señor. En esta unión es donde está el Evangelio, la Buena Nueva.

TIEMPO DE SILENCIO Y DE AUSTERIDAD EN EL DESIERTO

“Está escrito en el profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino.

Una voz grita en el desierto: Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos.

Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.

Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:

-Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias.

Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.” (Mc 1, 2-8)

El anuncio comienza con la predicación de Juan Bautista, que se pone ‘a tono’ con su modo de vestir y

de comer. Es un hombre austero, vestido con una piel de camello y una correa de cuero a la cintura;

sus alimentos eran saltamontes y miel silvestre. Las langostas eran los alimentos que comían

habitualmente los beduinos pobres, tostadas o saladas. La miel puede ser la libada por las abejas en las

grietas de las rocas, o la miel vegetal, producto de la secreción de algunas plantas, como los tamariscos.

Juan no centra el interés de los oyentes en su propia persona, sino que orienta hacia Jesús, invita a prestar

atención a un personaje más grande.

Grita en el desierto un mensaje que le explota dentro. Se va al desierto, único lugar en el que sus

palabras pueden ser escuchadas de verdad. ¿Qué podemos entender nosotros, cristianos ‘de toda la vida’

con nuestros superficiales montajes de vida? El desierto indica desinstalación, cercanía e intimidad con

Dios; es lo que puede ser pero aún no es. Todo en él puede ser camino, pero todavía nada lo es.

Juan habla de trazar un camino recto y llano; un camino que tenga dirección y meta... fruto de reflexión y

convicción. Lo que, en realidad, significaba un bautismo de conversión.

No se busca un público, se hace buscar en el desierto. Si quieren escucharle tendrán que molestarse en

acudir donde está él; tienen que tomar una decisión personal si quieren oírle. En el silencio del desierto,

las palabras se limpian de la costumbre y de la rutina, y reencuentran su fuerza original. En el desierto, las

palabras pueden llegar al corazón de los oyentes. El desierto es plenitud, presencia, silencio –lenguaje de

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Dios-; porque el desierto es Dios y el silencio es su palabra. Lo contrario al desierto es el ‘ruido’ que nos

rodea por todas partes, el vacío y la lejanía de todo lo verdadero. ¡Cómo necesitamos este silencio!

La gente esperaba la llegada del Mesías. Eran muchos los pobres y los oprimidos, los enfermos, los

marginados... Vivían sometidos a un poder extranjero, al que tenían que pagar sus tributos... y suplicaban

la intervención de Dios; que terminaran de una vez las injusticias de los reinos de la tierra –el poder, el

tener, la violencia...-, y que llegará definitivamente el reino de Dios –la libertad, la justicia...-.

Dios se hará presente. Enviará a su Mesías para que prepare sus caminos. No lo hará con acciones

político-militares, sino apelando a las actitudes del corazón. Alentará a los decaídos, levantará la bandera

de la esperanza, marcará el camino para eliminar los obstáculos de la violencia y la injusticia y

posibilitará el arrepentimiento y el amor.

Dios mismo vendrá a salvarnos y se quedará con nosotros. El Hijo de Dios pisará nuestra tierra para

convertirla en un cielo. Se hará hombre para que nosotros podamos llegar a Dios.

Él os bautizará con Espíritu Santo. El bautismo de Juan no era más que un baño por inmersión en el

río. Era un rito que debía significar un cambio real de vida. E invitaba a todos. Era un gesto al margen de

los ritos oficiales y sacerdotales del templo de Jerusalén. Juan desconfía y prescinde de ellos.

Juan va al encuentro del pueblo y busca ritos que expresen el sentir de las masas populares, para reunirlas

y ponerlas en acción para recibir la venida liberadora de Dios.

El bautismo era para que la gente cambiara de mentalidad, de actitud, de manera de vivir. Sólo así el

‘gran Día de Dios’ que se acerca será para ellos día de liberación, porque estarán capacitados para

entender la hondura del mensaje de Jesús.

La señal de que aceptamos la conversión, con todas sus consecuencias, es el bautismo. Planteamiento

muy distinto al que estamos haciendo en la Iglesia. La entrada en ella debe pedir la conversión sincera; y

el progreso en la vida pide una actitud continua de conversión: a más libertad, más justicia, más amor...

EL ADVIENTO TAMBIÉN ES TIEMPO DE CONSOLACIÓN

“Consolad, consolad a mi pueblo dice vuestro Dios; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados. Una voz grita: En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para vuestro Dios; que los valles se levanten, que los montes y las colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres justos -ha hablado la boca del Señor-. Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: ‘Aquí está vuestro Dios. Mirad: el Señor llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne,

toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres”. (Is 40, 1-5. 9-11)

Isaías y Juan Bautista nos hablan al corazón, nos dicen palabras de consuelo y de compromiso, nos

anuncian las mejores noticias, levantan el ánimo de todos los decaídos. Abren caminos de libertad en el

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desierto –lugar en el que el ser humano se encuentra consigo mismo y se escucha-; nos aseguran que no

hay baches que no puedan ser rellenados, ni montañas que no puedan ser rebajadas; que en cualquier

dificultad podemos encontrar salida.

Ambos encienden la esperanza; anuncian que Dios no nos ha abandonado, porque es imposible que se

olvide de nosotros. Nos hablan de Dios como el padre que cuida, como la madre encariñada con sus hijos,

como el amigo cercano, como el pastor que nos defiende, como el liberador que recompensa.

El Dios que nos visita no es el Dios del castigo ni del temor: es el Pastor que consuela a su pueblo.

Este es el anuncio comunicado a los desterrados en Babilonia, que vivían desesperanzados por la lejanía

de su patria. Es el mismo anuncio que se nos hace hoy a nosotros que, como los hebreos, sentimos con

frecuencia la sensación de vivir desterrados y castigados, consecuencia del mismo drama de la existencia.

Con el texto de la primera lectura de hoy comienza el Segundo Isaías (cc 40-55), que reelabora y

actualiza a la nueva situación las enseñanzas del Primer Isaías (cc 1-39): el pueblo encuentra gracia ante

Dios, vuelve a su tierra y así vive un nuevo éxodo; en el monte Sión se inicia un nuevo reino y el pueblo

que ha vuelto del destierro crece en número y poder.

Es el profeta del consuelo. Un profeta brillante y compasivo; profunda y dramáticamente creyente.

Consolar a un pueblo derrotado, desterrado y humillado, roto y dividido, no era fácil.

Los temas de la profecía son: la liberación, la redención y la salvación.

Leyendo al Segundo Isaías, podemos darnos cuenta de que se trata de una liberación política y social,

histórica, concreta, aquí en la tierra. Es la superación de toda clase de opresiones y limitaciones con la

fuerza de Dios, que empuja a los seres humanos hacia una felicidad propia de él.

La religiosidad burguesa que nos envuelve, ha dado a la palabra salvación un sentido de encuentro con

Dios en la otra vida, en el otro mundo; un sentido íntimo y espiritual de cada uno con Dios, lejos de lo

terreno. Por eso, las comunidades que viven su fe en un compromiso de lucha al lado de los explotados de

la tierra, y quieren llegar a una sociedad sin clases, prefieren usar la palabra ‘liberación’ en lugar de

‘salvación’. Estas comunidades suelen ser perseguidas y marginadas por las estructuras clericales.

Los judíos del siglo VI a. C., que se quedaron en Palestina o fueron deportados a Babilonia, pensaban

con nostalgia en el pasado y recordaban las antiguas tradiciones históricas o proféticas para tratar de

descubrir en ellas signos de una próxima liberación. Viven desconcertados, sin ánimo para el futuro, en

una situación desesperada. Lo habían perdido todo y estaban enfermos de añoranzas. Jerusalén era para

ellos más que una ciudad: representaba la liberación para todos los deportados.

A este pueblo había que levantarlo y curarlo; convencerle de que la culpa y sus consecuencias han sido

canceladas.

Hacia el año 540 a. C., aparece un profeta, que está al corriente de las campañas realizadas por Ciro, rey

de los persas, contra Babilonia, que infunde a los deportados esperanza y ánimo. Pero, para no despertar

la atención de los babilonios, describe la futura liberación con términos encubiertos, tomados en su

mayoría del vocabulario del Éxodo.

Este pregonero les grita desde la altura, para que todos se enteren, que la culpa tiene perdón, que los

pecados ya están pagados, que llega la hora de la recompensa y de la alegría, que no hay nada que temer.

Que, de nuevo, Dios caminará victorioso a la cabeza de su pueblo como en el primer éxodo. Llega la hora

de la liberación. Comienza una nueva etapa, un nuevo camino, que supondrá trabajo y esfuerzo. El

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pueblo, con su comportamiento, ha de anunciar a todos los creyentes que la vida, a pesar de todo, tiene un

sentido, que Yahvé nunca está lejos de cada uno de nosotros, que se hace encontrar por los que le buscan

con un corazón sincero.

Ahora tienen que prepararle el camino. En este camino se manifestará la gloria del Señor, y la verán

todos los hombres juntos. Se verá que el destierro no fue motivado por la impotencia de Dios.

¿CUÁNDO SERÁ EL RETORNO DEL SEÑOR?

“Queridos hermanos: No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años y mil años como un día.

El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere

que nadie perezca, sino que todos se conviertan. El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se

desintegrarán abrasados y la tierra con todas sus obras se consumirá. Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha

de ser vuestra vida! Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos

consumidos por el fuego y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y

una tierra nueva, en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos,

procurad que Dios os encuentre en paz con Él, inmaculados e irreprochables.” (2 Pe 3, 8-14)

A pesar de haber sido atribuida al apóstol Pedro, los exegetas tienen razones para decir que el autor de la

segunda carta que lleva su nombre no pertenece a la primera generación de cristianos, ya desaparecida.

La segunda carta de Pedro tiene todas las características propias del género literario ‘carta testamento’;

un personaje, que se supone cercano a la muerte, reúne a los suyos para darles las últimas

recomendaciones para asegurar la fidelidad de las comunidades, a las que advierte sobre los peligros que

las amenazan. Les recuerda el pasado, y las conforta con la seguridad de que Dios seguirá actuando en el

futuro.

Los destinatarios son comunidades que llevan largo tiempo esperando el retorno glorioso de Jesucristo y

están desencantados y desconcertados porque no acaba de llegar.

En estas comunidades han aparecido unos falsos maestros que, con sus enseñanzas y su comportamiento,

amenazan con destruir las comunidades.

La predicación de los apóstoles se había centrado en torno a la promesa de Cristo de volver. Algunos

fieles comenzaban a dudar: ¿no está siendo infiel a su promesa?, ¿para qué ser fieles a su evangelio?

En medio de esta tensión se comprende el texto de la segunda lectura de hoy: ¿Cuándo será el retorno del

Señor? Pregunta frecuente en las primeras comunidades.

Aquí no se da una respuesta, pero se señala un principio que clarifica el contexto. Nuestra medida del

tiempo no sirve para medir el modo de actuar de Dios, para el que un día es como mil años y mil años

como un día.

Con esta afirmación quedan respondidas las críticas y las especulaciones apocalípticas acerca del fin del

mundo. La salvación-liberación definitiva no puede ser calculada ni imaginada.

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La lectura de hoy es un nuevo anuncio de esperanza, una llamada a vivir de acuerdo con lo que

esperamos. Y aporta una nueva razón para el retraso de la Parusía: Dios tiene mucha paciencia y espera

que todos se conviertan. El Padre toma en consideración a sus hijos, nuestros ritmos de crecimiento, las

dudas que origina la libertad. No nos salva sin nuestra colaboración, sin conversión. Como todo es

encuentro y diálogo, Dios se toma el tiempo necesario para convencernos y llevarnos a compartir su vida.

El tema del arrepentimiento ocupa también un lugar importante en este texto.

A pesar de todo el día del Señor llegará como un ladrón, de improviso. Es inútil calcular un calendario

de la historia de la salvación. Sólo Dios sabe cuándo y cómo acabará la historia de la humanidad y la de

cada uno de nosotros. Por eso, siempre aparecerá de improviso.

La idea de que la vuelta del Señor vendrá acompañada de trastornos cósmicos importantes, y de la

destrucción de toda la creación por el fuego es consecuencia de las tradiciones judeo-cristianas, que

encuentran su origen en las interpretaciones apocalípticas aportadas por el judaísmo, que no deben

tomarse al pie de la letra.

La idea de la carta no es la de un aniquilamiento. El ‘fin del mundo’ destruirá ese cielo y esa tierra, pero

con vistas a un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia. No es cuestión de esperar que

este mundo mejore, sino que esperamos la renovación total del mundo. Un mundo enteramente nuevo, en

el que habite la justicia, resplandezca la verdad, se respire la libertad y esté siempre encendida la llama

del amor. La consecuencia moral de esta esperanza activa será una vida irreprochable en todo.

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DOMINGO TERCERO DE ADVIENTO

“EN MEDIO DE VOSOTROS...”

EL COMPROMISO CON LA SOCIEDAD

El cristianismo se hace imposible sin un serio compromiso con la sociedad y sin un cambio interior de

los cristianos y de las comunidades. El cristianismo no busca únicamente hacer buenas personas; la fe nos

exige a cada uno que nos comprometamos en la solución de los conflictos que viva nuestra sociedad y

todos los pueblos de la tierra. Sin olvidar que, para reformar la sociedad, tenemos que comenzar

cambiando nosotros mismos. Las personas que intenten transformar la comunidad humana en el reino de

Dios deben ser las primeras en convertirse ellas mismas. No podemos olvidar que, en gran parte, las

injusticias son fruto del egoísmo de todos y de cada uno.

Jesús nos ofrece caminos nuevos, cambios definitivos de valores, un orden fundamentado en el amor y en

la justicia para todos. Un Jesús que ya vino y que ya es una realidad entre nosotros; una realidad

incipiente y progresiva. Un Jesús que está viniendo constantemente, sin cesar. Un Jesús, cuya venida

definitiva, en plenitud, tendrá lugar en la Parusía, al final de los tiempos. Un Jesús, que nos está salvando-

liberando de toda esclavitud, de todo lo que nos está impidiendo ser nosotros mismos... Porque la justicia

bíblica se manifiesta en la liberación de todas las ataduras que nos impiden a los humanos caminar con la

dignidad de tales.

La comunidad de los creyentes en él debe vivir en la espera activa, con los brazos abiertos, de ese Jesús

que está viniendo sin cesar y que vendrá al final de la historia; trabajando por ir haciendo realidad los

valores del reino de Dios, valores por los que vivió y murió Jesús de Nazaret.

Adviento es tiempo de espera activa, de liberación y de justicia. Palabras gastadas por la fácil

propaganda, que está provocando tanta alienación, desilusión y vacío.

La alegría y el gozo por la realidad salvífica esperada y ya ‘misteriosamente’ presente, es el tema de este

domingo.

SER TESTIGO DEL QUE VIVE ENTRE NOSOTROS

“Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.

Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:

-¿Tú quién eres? Él contestó sin reservas: -Yo no soy el Mesías. Le preguntaron: -Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías? Él dijo: -No lo soy. -¿Eres tú el Profeta? Respondió: -No. Y le dijeron: -¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado,

¿qué dices de ti mismo? Él contestó:

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-Yo soy ‘la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor’ (como dijo el profeta Isaías)

Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: -Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta? Juan les respondió: -Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que

viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.”

(Jn 1, 6-8. 19-28)

Los primeros versículos del evangelio de hoy están tomados del prólogo de Juan, que definen la misión

del Bautista: dar testimonio de la Palabra. Y lo presenta como testigo de la luz. Su misión es declarar a

favor de la luz, despertando las esperanzas de los seres humanos.

El testigo verdadero, el profeta, es el que comunica lo que antes le ha cautivado a él.

Un testigo se hace creíble no cuando aparece triunfante, sino cuando queda como aplastado bajo el peso

de una aventura demasiado grande para él.

Antes de hablar debemos comprobar si las palabras nos ‘dicen’ a nosotros mismos. Deben nacer

dolorosamente, poco a poco, como si no las hubiéramos pronunciado nunca antes. Solamente eliminando

de nuestras palabras toda jactancia y seguridad podremos ponerlas al servicio de la Palabra. Entonces

también nuestras palabras llegarán al corazón de los oyentes; pero no serán ya nuestras.

Debemos creer y comunicar solamente aquellas palabras en favor de las cuales estemos dispuestos a

entregar el precio de la vida.

Los dirigentes del pueblo judío envían al Bautista, desde Jerusalén, sacerdotes y levitas, especialistas en

materia de abluciones rituales, para preguntarle el porqué de su nuevo rito. Pero la conversación se centra

enseguida sobre la personalidad de Juan que, ya rodeado por la fama, declara que no es el Mesías, ni

Elías, ni el Profeta, cuya aparición, después de largos años sin profecías, debía poner término al silencio

de Dios.

Se define como la voz que grita en el desierto. Alguien que debe ocultarse para no hacer sombra al que

viene. Es la voz, Jesús es la Palabra. Quita la Palabra, ¿y qué es la voz?: un ruido vacío. La voz sin

‘palabras’ –sin espíritu- llega al oído, pero no edifica el corazón.

Juan desvía la discusión hacia la personalidad de Jesús. Y lo hace con una frase inquietante: En medio

de vosotros hay uno que no conocéis. Los oyentes de Juan vivían distraídos, no eran conscientes de la

presencia del Mesías entre ellos... Nosotros sí lo sabemos; hablamos de él a los demás; estamos

dispuestos a explicarlo... El problema está en clarificar qué se entiende por ‘conocimiento’. Si se trata de

un conocimiento intelectual, teórico, en el orden de las ideas y de la doctrina, podemos considerarnos

suficientemente conocedores del Mesías. Pero si se trata de un conocimiento que es ‘encuentro con él’

más que de ideas, encuentro que expresa comunión íntima, vinculada a una experiencia vital más que a un

‘saber’... podremos concluir que nuestro conocimiento es casi nulo. Si, además, distinguimos entre

‘conocer’ y ‘reconocer’, hemos de admitir que las cosas se complican más aún, y que la inquietud de los

oyentes del Bautista llega hasta nosotros.

Entre nosotros y dentro de cada uno de nosotros, existe una vida esperando crecer para hacernos

verdaderamente personas solidarias, principalmente con todos los marginados.

Preguntémonos hoy cómo es nuestro conocimiento de Jesús: ¿Tiene mi vida algo que ver con él?

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Juan no habla por hablar. El profeta jamás hace eso. Sus palabras nos afectan, nos comprometen, nos

examinan hoy; nos crean una situación molesta en nuestro vivir concreto.

Si un profeta no me molesta, no me pone en crisis, puede ser por dos razones: o porque no es profeta o

porque yo ‘paso’ de profecías, a causa de mi cristianismo masivo y sin compromiso.

El verdadero profeta nunca es tranquilizador. Las altas jerarquías -¿de siempre?- no pueden soportar los

discursos reprobatorios de esos ‘apasionados’ que nos recuerdan los caminos verdaderos que el Padre

quiere para todos sus hijos.

El verdadero profeta resulta insoportable... para todos los que buscamos otras cosas, y los acusamos de

sembrar confusión en las gentes, de ser falsos profetas.

El profeta es pobre, débil, fuerte únicamente a causa de una Palabra que, en lugar de protegerle, lo

expone a toda clase de represalias.

El profeta es un ingenuo que grita cambios, mientras los dirigentes aseguran que todo está en orden, que

no hay necesidad de cambiar, de tocar nada. Los ‘jefes’ siempre consideran terminado el tiempo de la

profecía, ya sustituido por los mandamientos y los ritos. Y así, el profeta es difamado, aislado,

excomulgado, abandonado y, después de su muerte, quizá exaltado. Es fácil acoger una palabra profética

cuando ésta está ya escrita sobre la lápida de una tumba.

Todos, en mayor o menor medida, tenemos miedo a los profetas. Porque nos ponen en crisis, porque

amenazan el ‘sillón’ sobre el que nos hemos instalado. Pero debemos tener más miedo a su ausencia, a su

silencio acusador. Miedo a que, faltando, nos veamos condenados a dormir en esta sociedad de la

facilidad y del consumismo, falta de los más elementales valores humanos y cristianos.

‘En medio de vosotros...’ Jesús está en nuestra vida. Esta frase sigue resonando en nuestros corazones.

La presencia de Dios es y será siempre una presencia oculta. Jesús vive a nuestro lado... en cualquiera.

Esta encarnación-presencia de Jesús en la humanidad nos obliga a ser solidarios con todos los seres

humanos, sobre todo con los más necesitados; porque estamos tan cerca de Dios como lo estamos del

prójimo. Cada persona es Dios mismo al alcance de nuestra mano y de nuestro corazón.

Pero somos demasiado ‘razonables’ para poder entender esto y vivirlo en consecuencia. A lo máximo

que llegamos es a decirlo, a ‘creerlo’ de palabra.

No esperemos al juicio final (Mt 25, 31-46) para entenderlo.

Yo bautizo con agua. Juan es consciente de que a su bautismo seguirá otro superior, y quita importancia

al suyo. El agua pertenece al mundo fisico y únicamente con lo físico puede tener contacto. El bautismo

con ‘Espíritu Santo’ (Jn 1, 33), penetra en el interior mismo de la persona. El agua simboliza una

transformación, pero es el Espíritu el único que puede realizarla. Su bautismo no es definitivo, sino sólo

preparación para recibir ‘al que va a llegar’. Él dará el bautismo definitivo. Juan suscita un movimiento

popular, en espera de Otro.

LA BUENA NOTICIA ES PARA TODOS LOS QUE SUFREN

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad,

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para proclamar el año de gracia del Señor. Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha envuelto en un manto de triunfo, como un novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como la tierra echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos, ante todos los pueblos.”

(Is 61, 1-2ª. 10-11)

El texto de la primera lectura es el centro de las promesas de salvación del Tercer Isaías (cc 56-66), y

constituye el núcleo del anuncio del profeta. Afirma la vocación del profeta y su misión. Ya no es el

anuncio del castigo, como antes del destierro. Ahora anuncia que la salvación-liberación está cerca.

La lectura presupone la vuelta del exilio; pero Jerusalén sigue en ruinas. En medio de los restos del

templo se ha levantado un altar para los primeros sacrificios. El gozo del retorno se mezcla con el dolor

por la destrucción de la ciudad y del templo. Pasados los primeros momentos de euforia, han llegado las

dificultades de todo tipo y, con ellas, la desilusión. La reconstrucción del templo se ha ido dilatando y las

esperanzas se van desvaneciendo.

En este contexto tiene lugar la predicación del profeta, cuya misión es sostener la fe del pueblo, que ha

dejado de esperar. Seguir esperando en estas circunstancias suponía una conversión radical.

El texto es profecía y anuncio de una realidad nueva, de un mundo renovado. Dios sale en defensa de los

pobres y de los oprimidos frente a los opresores.

La primera buena noticia es la existencia del enviado, del Mesías, que responderá plenamente y para

siempre a todas las esperanzas del pueblo; del Ungido por el Espíritu del Señor para consolar, aliviar y

liberar a todos los que sufren; entonces, ahora y siempre.

Es la gran noticia porque nos prueba que Dios no es lejano e impasible al dolor humano, que se

conmueve por el sufrimiento de sus hijos, que no tolera la violencia y la injusticia, aunque ahora y aquí

parezca lo contrario por la ‘impotencia’ divina ante la libertad humana.

Quien se sienta tocado por el Espíritu de Dios llegará a tener, irá teniendo, esos mismos sentimientos que

el Ungido, el Cristo.

Jesús de Nazaret se aplicó a sí mismo esta profecía en la sinagoga de su pueblo (Lc 4, 18-21). Algo se

cumplía en la época del destierro, pero cuando comienza a hacerse plena realidad es en el Cristo.

La actualización de estas palabras parece fácil de imaginar, pero difícil de realizar... Somos conscientes

de que tenemos que anunciar algo a los que nos rodean... pero, en realidad, ¿sabemos cuál es el auténtico

contenido de lo que tenemos que anunciar? ¿Seguiremos elaborando ‘planes de pastoral’, o nos

decidiremos de una vez a presentar con toda radicalidad la fascinante personalidad de Jesucristo

crucificado y resucitado? ¡Esto sí atraería a muchos jóvenes a dedicarle la vida!

VIVIR COMO CRISTIANOS HOY Y SIEMPRE

“Hermanos: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. En toda ocasión tened la Acción de gracias: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.

No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno.

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Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente y que todo vuestro ser, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la parusía de nuestro Señor Jesucristo.

El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.” (1 Tes 5, 16-24)

La segunda lectura es el final de la primera carta a los tesalonicenses. Pablo quiere que los cristianos

vivamos en la alegría y en la Acción de gracias.

Aunque los cristianos vivamos en la tierra una existencia similar a la de los demás seres humanos, en el

fondo del corazón albergamos una esperanza de salvación y un sentido de la historia, que nos permite

reconocer en cada acontecimiento su relación con la salvación-liberación humana.

Y no será huyendo de nuestra condición y circunstancias concretas como daremos testimonio de esa

liberación, sino encarnándonos en ellas.

Este pasaje ha sido escogido, para la liturgia del Adviento, por la invocación final, en la que Pablo nos

invita a los cristianos a vivir nuestra fe y nuestra existencia orientados hacia la parusía del Señor.

Se considera el texto como el más antiguo resumen de la vida íntima de la comunidad. Son unos consejos

que tocan la mayoría de los aspectos sociales de la vida cristiana: la alegría, la oración, la acción de

gracias, el poner en práctica todo lo bueno de los demás, el vivir orientados hacia la parusía de nuestro

Señor Jesucristo.

Estad siempre alegres. Esta alegría puede coexistir con toda clase de dificultades. Es fruto del Espíritu

(Gál 5, 22; Rom 14, 17). Cuatro cosas nos pueden ayudar a vivir esta alegría, siempre que nuestra vida

esté apoyada en el Nazareno: querernos y aceptarnos tal como somos, descubriendo nuestra propia

verdad; ver siempre el lado positivo de las personas y de los acontecimientos; no lamentarnos de lo

irremediable; y comunicar nuestras alegrías a los que nos rodean.

Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Será bueno todo lo que ayude a construir el reino de Dios

en este mundo: todo lo que lleve a más amor, más libertad, más justicia, más paz... para todos los seres

humanos. Venga de dónde venga y lo diga quien lo diga.

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CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

ANUNCIO DEL NACIMIENTO DE JESÚS

EN EL TEMPLO DEL CORAZÓN

En las lecturas de hoy tenemos dos modelos diversos de interpretación del Adviento: David y María de

Nazaret.

David está preocupado por construir un templo a Yahvé, un templo magnífico para que habite en él.

María está disponible para ofrecer a Dios el templo de su corazón, su entrega más completa, propia de

una criatura plenamente libre.

Yahvé no acepta los preparativos de David: quiere otra cosa; no está de acuerdo con los sueños de

grandeza del rey, que quiere hacer competencia a los templos de piedra más imponentes.

Dios no quiere vivir en casas de piedra. No se deja instalar ni manipular. Dios prefiere las ‘piedras vivas’

a los monumentos. Es el Dios del desierto, de los caminos, del futuro, de la profundidad y de la

trascendencia: siempre más adentro, siempre más adelante.

María nos lleva a lo esencial con su silencio luminoso, con su entrega incondicional, con su actitud de

escucha, con su plena capacidad para recibir. Mil años después de David hará posible la presencia de Dios

en una ‘casa viva’.

Dios necesita de una criatura como ella, enteramente disponible a su acción. María le ofrece el único

lugar que él precisa: su persona, su ser, su corazón.

El espacio más pequeño es el único apto para hospedar al Infinito. Únicamente lo más pequeño puede

contener lo más grande. ¿No camina en esta dirección la teoría actual de la creación a partir de la

explosión de un minúsculo principio?

María ha hecho posible realizar algo único. Yahvé-Dios, finalmente, ha encontrado un templo. Dios está

en su propia casa sólo cuando puede habitar en nuestro corazón.

EXPERIENCIA RELIGIOSA DE MARÍA

“A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una viren desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.

El ángel, entrando a su presencia, dijo: -Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres. Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: -No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu

vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.

Y María dijo al ángel: -¿Cómo será eso, pues no conozco varón? El ángel le contestó: -El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su

sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y

ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible. María contestó: -Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y el ángel se retiró.” (Lc 1, 26-38)

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Los Evangelios son escritos después de la resurrección de Jesús y desde la fe en esa resurrección. Es

evidente que Lucas no hace historia como la haría un historiador moderno. Lo que escribe no podemos

tomarlo al pie de la letra, porque recoge los hechos como eran interpretados por la comunidad cristiana

primitiva; hechos en los que se palpaba la acción liberadora de Dios. Por eso, y de acuerdo con aquella

mentalidad, los revestían con señales divinas. Y ahora nos es muy difícil separar lo histórico del

simbolismo con el que ha sido rodeado. Por eso, este pasaje evangélico es muy delicado a causa de su

género literario, su composición imaginativa y la lectura historicista que se ha hecho de él. Es necesario

que ahondemos en su mensaje, superando el modo en que se nos ha comunicado.

El mundo seguía su curso. Los poderosos seguían haciendo sus planes. Y entretanto, en un rincón casi

ignorado, acontecían secretamente unos hechos que iban a cambiar la historia de la humanidad.

Lucas nos presenta el anuncio del nacimiento de Jesús como el cumplimiento de todas las promesas

hechas por Dios a los hombres en el antiguo Testamento, como la Buena Nueva –respuesta plena- a las

esperanzas del pueblo.

Por su belleza literaria y por la hondura de su mensaje, este pasaje es uno de los textos centrales del

nuevo Testamento.

Toda la narración reposa sobre una experiencia religiosa de María, misteriosa, de una gran riqueza. Su

fuente serían los recuerdos de María. Se compone de tres partes: el anuncio de la maternidad, la

explicación de la virginidad y la aceptación de María.

Cuando la Biblia habla de ángeles, es para que nos demos cuenta de que no narra hechos corrientes, sino

acontecimientos que llevan dentro de sí un profundo mensaje para todos los humanos; acontecimientos no

clasificables ni controlables por la ciencia histórica.

María recibió, como cada uno de nosotros, una vocación de Dios, una llamada a realizar una tarea en la

vida. Vocación singular, difícil de narrar a causa de las limitaciones del lenguaje humano.

Lo que importa en nuestra vida no es nuestra vocación –elección concreta para realizar algo-, sino

nuestro consentimiento, nuestra respuesta.

Podemos pensar que María se descubrió a sí misma un día en una situación que le pareció inexplicable y

que no podía confiar a nadie. La elección de Dios cae en el ser humano frecuentemente como un mazazo.

Su profunda unión con Dios, su sentido de las Escrituras, su receptividad a la gracia, la llevaría a la

posibilidad de encontrar una explicación religiosa a todo lo que le pasaba. Poco a poco su vida se iría

iluminando con la lectura de la Biblia, sobre todo con Isaías (7, 14); y la Biblia a la luz de su vida...

Dios nunca va detrás de los poderosos, de las personas que brillan en la sociedad: se encuentra a gusto

entre los pobres...

LA MÁS POBRE Y LA MÁS PEQUEÑA

La promesa del reino eterno hecha a David, y que ha alimentado la esperanza mesiánica, encuentra su

cumplimiento en la joven de Nazaret.

El ángel Gabriel centra la escena de la Anunciación situándola dentro de un contexto profético y

escatológico. Gabriel era considerado como el ángel especialista de la medida de las setenta semanas

anunciadas antes del establecimiento del reino definitivo (Dan 9, 20-27). Aparece primero en Lucas (1,

19) en el templo; a los seis meses (180 días) va a María; nueve meses después (270 días) nace Jesús; y 40

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días más tarde hace su entrada en el templo. Sumados hacen un total de 490 día –setenta semanas-. Cada

etapa es señalada con: ‘cuando se cumplieron los días...’ (Lc 1, 23; 2, 6; 2, 22). Cristo es, pues, el Mesías

previsto en la profecía citada de Daniel.

El Espíritu Santo vendrá sobre ti... el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.

Ahora sí quiere Dios construir su templo... en María.

El anuncio se dirige a una joven desconocida, en un lugar apenas conocido. Se le ofrece la posibilidad de

acoger a Dios en su seno. Dios se fijó en ella, porque era la más pobre y la más pequeña (Magníficat. Lc

1, 47-55), y le pide que abra su corazón; le pide entrega y confianza plenas, la fe ¿imposible?...

Y María dijo ‘Sí’. ¿Cómo resistir al Amor? Con su aceptación, será la Madre del Hijo de Dios y la madre

de todos los creyentes. Ese ‘hágase’ resume la actitud de María ante Dios.

Si nos dejáramos llevar por la lógica de la razón humana no entenderíamos nada.

Lo que María fue corporalmente, podemos llegar a serlo todos nosotros en el Espíritu. Si vivimos

acogiendo su palabra, Dios también puede encarnarse en nosotros, vivir en nosotros, crecer en nosotros.

Porque, como se encarnó en María, se sigue encarnando en todos los que le escuchan y le acogen, en la

comunidad cristiana, en el pueblo pobre y humilde, en el seno de la Iglesia de los pobres...

Se sigue encarnado en todos los que sufren, en todos los marginados, en todos los enfermos, en los

ancianos abandonados, en los hambrientos, en los drogadictos, en los infectados por el SIDA...

En todos está Jesús, revestido con las miserias y las dolencias de los últimos...

Ser fieles a los pobres significa irse dejando invadir por la encarnación de Dios.

Hacer de nuestra vida un ‘sí’ renovado es el culto que Dios quiere. Lo de ir al templo y hacer ofrendas es

cosa muy antigua; el hacer la ofrenda de la propia vida, eso es lo propio de Cristo y de María. No hay más

culto.

DINASTÍA Y REINO ETERNOS

“Cuando el rey David se estableció en su palacio, y el Señor le dio la paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al profeta Natán:

-Mira: yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda.

Natán respondió al rey: -Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo. Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor: -Ve y dile a mi siervo David:’¿Eres tú quien me va a construir una casa para

que habite en ella? Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi

pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a Israel, mi pueblo; lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no permitiré que animales lo aflijan como antes, desde el día que nombre jueces para gobernar a mi pueblo Israel. Cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses con tus padres, estableceré después de ti a un descendiente tuyo, un hijo de tus entrañas, y consolidaré tu reino. Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo.

Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre.”

(2 Sam 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16)

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Las primeras lecturas de este cuarto domingo de Adviento, en los tres ciclos, recuerdan las profecías más

importantes de todo el antiguo Testamento. Ninguno de los tres profetas –Isaías, Natán y Miqueas- tenían

conciencia de la importancia de su mensaje.

Los libros de Samuel narran el origen del reino de Israel, en cuya formación han tenido un papel

fundamental Samuel, Saúl y David.

David piensa construir una casa para albergar el arca de la alianza. Había sido objeto de la bendición de

Dios en todos los campos de la vida y quiere corresponder levantando el mejor de los templos a Yahvé.

El profeta Natán, en principio, está de acuerdo. Pero Yahvé le hace rectificar; no acepta: será él quien

construya una casa para David.

Esto no quiere decir que Yahvé rechace el templo, sino que el futuro del pueblo y de la dinastía

descansará, primordialmente, sobre la alianza pactada entre Yahvé y los reyes, y no sobre el templo

mismo.

Dios no quiere templos, sino seguimiento; no es el Dios del culto, sino del Éxodo. El culto que Dios

quiere no es el de sacrificios ni ofrendas, sino el de la misericordia y la entrega.

En este texto, Dios se manifiesta como el que quiere habitar en una tienda y no en una casa. Esto nos

puede ayudar a descubrir cómo quiere ser considerado y comprendido. La ‘tienda’ es la casa del hombre

que está en camino, del nómada, del peregrino. Hoy se planta en un lugar y mañana en otro; y aunque

nunca es algo fijo, sirve de refugio para descansar. La ‘casa’ es el lugar en el que habita el hombre

sedentario. En ella todo está determinado, fijo, controlado.

Los seres humanos vivimos en camino, peregrinos de una historia llena de cambios. En esta historia Dios

está con nosotros, porque no quiere encerrarse en casas hechas de conceptos, de reglas y leyes fijadas de

una vez para siempre. Dios prefiere habitar en una tienda para poder encontrar a todos los humanos y

llegar a ser la patria de todos.

Intentos como los de David llegan hasta hoy. Es un deseo propio de toda persona religiosa... Pensamos

más en edificar o embellecer nuestros templos que en edificar los templos vivos de Dios. Tratamos con

más respeto y cariño a los templos que a los pobres...

Dios no quiere palacios. Quiere estar en todas las casas y en el corazón de todos. Y busca personas que

estén siempre dispuestas a la escucha y a la acogida.

El culto que Dios quiere es el del amor y la entrega, el del servicio a los pobres, el de la defensa de los

oprimidos, el de estar cerca de los que sufren... Lo demás –oraciones, cantos, ofrendas, ritos... - están

bien, pero por añadidura, como expresión y complemento del culto que brota del corazón, o como fuente

en la que beber para ampliar nuestra capacidad de amor y de paz, de libertad y de justicia.

El momento clave del reinado de David es la profecía de Natán, que anuncia la perennidad de su dinastía.

El rey David vivía una doble inquietud: el futuro de su dinastía y el futuro de su pueblo.

David no es aún el rey de una nación consolidada. ¿Se mantendría después de su muerte?

Natán contesta a esta primera preocupación de David: lo mismo que Yahvé le ha protegido a través de

todas las incidencias de su vida, lo hará con su sucesor. El fracaso de Saúl no repercutirá en él.

Sobre el futuro del pueblo, que había ido dando tumbos durante todo el período de los jueces y del

reinado de Saúl, responde también el profeta con unas palabras tranquilizadoras: el pueblo encontrará su

estabilidad.

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Natán, en ambos casos, se limita a tranquilizar las inquietudes inmediatas del rey. Pero su profecía sufrirá

transformaciones, hasta llegar a ser una de las bases de la esperanza en el Mesías davídico.

El profeta no podía prever que el cumplimiento de su profecía alcanzaría la perfección lograda en la

persona de Jesucristo, en el que la casa de David ha recibido consistencia eterna.

JESÚS, REVELADOR DEL MISTERIO DEL DIOS ETERNO

“Hermanos: Al que puede fortalecernos según el Evangelio que yo proclamo, predicando a Cristo Jesús –revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en la Sagrada Escritura, dado a conocer por decreto del Dios eterno, para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe-, al Dios, único sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.”

(Rom 16, 25-27)

La segunda lectura es el final de la carta a los Romanos, compuesto probablemente por un cristiano de

finales del siglo primero o comienzos del segundo. Son versículos que irían bien como conclusión de

todas las cartas del apóstol, y no sólo de ésta. Son como el eco de la honda reflexión teológica de la

comunidad cristiana.

La revelación del misterio –sentido y dirección de la realidad increada y creada- parece ser el centro de

esta doxología. El proyecto de salvación-liberación de toda la humanidad, oculto desde la eternidad, ha

sido revelado en plenitud por Jesucristo.

La finalidad de este himno es reforzar la fe, por medio del Evangelio anunciado por Pablo y por la

predicación que tiene por objeto a Cristo. Predicación que consiste en la revelación del misterio de Dios,

de su voluntad de salvación para todos.

Antes de la venida de Cristo, este misterio estaba oculto. Ahora se ha manifestado y es anunciado a

todos, judíos y paganos. Desde Cristo, la historia de la humanidad adquiere pleno sentido. ¿Qué sería de

nosotros sin estos planes salvadores del Dios de Jesucristo?

Este misterio es el del acceso de los paganos a la salvación, al amanecer de los últimos tiempos; tiempos

definitivos y liberadores, para todos los humanos, de todo lo que, en el ahora y aquí, nos esclaviza.

Misterio concebido por la sabiduría de Dios, el único sabio –el único que tiene todos los datos sobre todo

lo creado-, el único que puede examinar el origen de una historia más allá de los siglos.

Misterio oculto en el tiempo y manifestado por Jesucristo con su vida y su muerte por todos los hombres

-tema esencial de esta carta-.

El misterio es, por tanto, el secreto del mundo futuro: la formación de una humanidad reconciliada con

Dios y con ella misma.

La sabiduría de Dios realiza este misterio en la cruz de Cristo, del que los apóstoles son testigos y

realizadores.

Dios nos ama. Dejémonos querer y creamos en él, dando testimonio de esa fe con el testimonio de

nuestras vidas.

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NAVIDAD. MISA DE LA AURORA

“Y MARÍA... MEDITÁNDOLAS EN SU CORAZÓN”

SÓLO ABANDONANDO LA ‘ÚLTIMA POSESIÓN’ SE LLEGA HASTA DIOS

Siempre me impresionó la imagen de Jesús desnudo y muerto en la cruz, desposeído de todo; en la

máxima pobreza, como había nacido

Mientras los seres humanos buscamos subir, acaparar cachivaches, hacernos cada día más importantes,

Dios se achica, se empequeñece, se hace Niño. Dios quiere curar nuestra soberbia y egoísmo con su

humildad y su pobreza. Dios nos dice que nos ama, encarnándose en un Niño; porque ante un niño que

llora y sonríe, que depende totalmente de sus padres, no es posible el temor.

Nace pobre y entre pobres, para enseñarnos cómo se consigue la verdadera vida; pequeño, para que

aprendamos a no dominar a nadie; débil, para que no tengamos miedo de acercarnos a él; en un pesebre,

para que tengamos ganas de imitarlo y, así, poder experimentar que sólo abandonando la ‘última

posesión’ es posible llegar a Dios, es posible encarnarlo en el corazón. Con su nacimiento nos invita a

despojarnos de nosotros mismos.

¿Cómo comprender y celebrar hoy el nacimiento de Jesús, la Navidad?

Nuestro mundo sigue desgarrado, inhabitable para millones y millones de personas. ¡Cuántas luchas

innecesarias y absurdas! También en nuestra historia personal son constantes los momentos de oscuridad,

de no saber por qué vivimos, por qué actuamos.

La Navidad quiere intentar de nuevo iluminar nuestra vida actual y la existencia de nuestro ‘desarrollado

y progresista’ mundo, porque es la fiesta de la luz en el corazón de nuestra ‘noche’.

La crisis que vive la sociedad es una crisis de valores, de fe, de encarnación; consecuencia de nuestra

resistencia a la irrupción de Dios en la vida de cada uno de nosotros y de la humanidad, que es lo mismo

que decir nuestra resistencia a vivir como verdaderos y fraternales seres humanos.

Es necesario que nuestro mundo llegue a hacer la síntesis de la búsqueda de Dios –de todo lo que él

representa de amor, libertad, justicia, paz...- y el servicio a la humanidad, porque son una misma cosa.

Una síntesis que nunca se ha logrado en la historia humana.

Y esta es la luz de la Navidad: la persona humana es un ser infinitamente permeable a Dios; un ser que

tiene necesidad de Dios para ser verdaderamente humano.

Necesitamos volver a Dios si queremos alcanzar nuestra plena humanización, porque Dios es el más

humano de los seres, el ser plenamente humano, porque es el Amor (1 Jn 4, 8), y nada existe tan humano

como el amor.

Cristo viene a nuestro mundo y vivirá, hablará y actuará con la libertad de un amor pleno, que le llevará a

enfrentarse a todas las esclavitudes e injusticias que alienaban –y siguen alienando- nuestras vidas.

Quiere vivir con nosotros y en nosotros. Quiere abrirnos a la ternura y a la esperanza, a la alegría y a la

paz, a la comunicación con todos los hermanos.

Nos prometerá, y vivirá, todo lo que anhela nuestro ser más profundo, y nos lo pedirá todo a cambio

Nacerá y crecerá en todos los que lo busquen, se preparen y sean capaces de la alegría más grande,

siempre unida a la más grande exigencia.

La primera Navidad inauguró el tiempo de lo imposible: una mujer virgen es madre y Dios se hace Niño.

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EL HOMBRE SATISFECHO ESTÁ INCAPACITADO PARA BUSCAR

“Cuando los ángeles los dejaron, los pastores se decían unos a otros: -Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el

Señor. Fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el

pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores.

Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.”

(Lc 2, 15-20)

Comienza un nuevo acto del misterio que se desarrolla en Belén. Los actores principales no son ya los

ángeles, sino unos modestos pastores.

En el evangelio, continuación del de la misa de medianoche, podemos distinguir tres momentos: el de los

pastores que, cuando los ángeles los dejaron, fueron corriendo hacia el lugar que éstos les habían

indicado; y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre; y su gozoso regreso.

Los pastores se volvieron alegres. La alegría es patrimonio del que busca; porque el que busca de verdad,

llega a encontrar, aunque no encuentre lo mismo que buscaba desde su mentalidad humana, sino mucho

más: lo que de verdad anhelaba desde lo más hondo de sus ilusiones. Los pastores viven la escena de

forma ‘ejemplar’ –modelo para todos-: escuchan, verifican lo escuchado, alaban y anuncian.

Dios viene a nosotros constantemente, con tanta sencillez que sólo los que ‘vigilan’ lo van

comprendiendo.

Jesús, el Hijo de Dios, irrumpe en la tierra para dar sentido a nuestra historia. Una historia desfigurada

por afanes de dominio y de explotación. Una historia fraguada desde el egoísmo, construida desde las

guerras y las opresiones sobre los pueblos, siempre indefensos.

Los pastores se ponen en camino. Y Dios hace fiesta en ellos y con ellos. Una fiesta en un establo.

Desde entonces es indudable que Dios está con los pobres, y que sólo estando con ellos, siendo ‘ellos’ se

puede decir algo válido de él. El ser humano que no se siente de verdad perdido en medio de este mundo

absurdo, se pierde inexorablemente buscando seguridades.

Los pastores encontraron a Jesús y lo reconocieron como Mesías y Salvador, porque sus corazones

estaban disponibles y abiertos, porque vivían insatisfechos y necesitados de esperanza, porque se pusieron

en camino. Y así, sus espíritus transparentes llegaron a comprender el mensaje de salvación que traía este

Niño. En cambio, todos los que esperaban un mesías político, que derrotaría a los romanos y restauraría el

pueblo de Israel, no pudieron reconocer el sentido del nacimiento de Jesús. Un mesías político no habría

podido dar respuesta a las esperanzas e ilusiones concretas e íntimas de las personas: se hubiera limitado a

mejorar las estructuras, desde luego necesarias, de la sociedad.

Los pastores aceptan la palabra del ángel, se dirigen a observar el signo y encuentran al Niño acostado en

el pesebre. Hasta aquí todo parece más o menos lógico. Lo verdaderamente extraño es que la ‘señal’ les

convenza, que crean que aquel Niño es el Salvador esperado y alaben a Dios por todo ello. ¡Hace falta

mucha atención a los acontecimientos para aceptar algo tan incomprensible!

No hay adoración de los pastores. Encuentran al Niño y le aceptan como el Mesías esperado y glorifican

a Dios por ello.

28

DECIR ‘SÍ’ Y PONERSE EN CAMINO

Ante el relato de los pastores, el texto de Lucas nos ofrece otras dos respuestas: los curiosos, que se

admiran ante lo extraño del suceso: Todos los que lo oían; y María, que conservaba todas estas cosas,

meditándolas en su corazón.

María tiene una actitud única. Sólo de ella se dice que ‘meditaba’ en los acontecimientos para ir sacando

conclusiones. Es modelo de fe. Fue la fe y no la carne la que engendró en ella a Jesús.

Es evidente que María fue madre en el sentido común y corriente de la palabra. Pero Lucas nos invita a ir

más al fondo: gestar a Jesús no es un simple proceso biológico; es también un proceso de fe: María, la

‘sin pecado’, la ‘llena de gracia’, la ‘Inmaculada’ consiguió, respondiendo a la elección y gracia de Dios,

‘vaciarse’ totalmente de sí misma, algo imposible de lograr para el resto de los humanos. Y en este

‘vacío’, pequeño pero total, de su ser más profundo ya cabía Dios.

De esta forma, es un ejemplo para la Iglesia y para cada uno de nosotros; un ejemplo de la búsqueda

contemplativa que debe ser propia del cristiano que vive en medio de un mundo que no entiende estas

cosas. María es modelo y figura de la Iglesia. Es figura y modelo porque en ella ya se realizó todo lo que

la Iglesia desea y espera ser un día. Es una figura limpia, completamente fiel a la Palabra de Dios, en

comunión perfecta con la voluntad del Padre. María es la imagen viva de su Hijo y nos ayuda a todos

nosotros, con su ejemplo e intercesión, a serlo también.

La vocación cristiana no es un hecho consumado; es una realidad misteriosa que se va descubriendo cada

día. Afecta al pasado, compromete el presente y nos proyecta hacia el futuro. Y así, es una realidad

dinámica y misteriosa, que se desarrolla y va desvelándose poco a poco al ritmo de los sucesos diarios.

Para el cristiano, como para María, la fe consiste en decir ‘sí’ y ponerse en camino. El resto se irá

aclarando lentamente durante ese caminar. La revelación jamás es completa, sino progresiva.

¡Cuántas ‘anunciaciones’ después de la primera en la vida de María! Cada situación nueva era una

‘anunciación’: Belén, Egipto, Nazaret, Jerusalén, Caná, Calvario. Y en cada anunciación, su ‘sí’. Su

vocación se precisaba cada día. Y ella iba descubriendo su sentido y su importancia en el sucederse de los

acontecimientos. Cada ‘anunciación’, con su ´sí’ correspondiente, constituía una revelación parcial del

misterio, que se unía con la anterior y quedaba abierta a la futura.

Una vocación que no sea sorpresa continua, revelación progresiva, es una vocación bloqueada en su

punto de partida. Es un ‘sí’ que no ha continuado. Es el cristianismo de consumo y de prácticas sin vida

que nos rodea: sacramentos por compromisos sociales, que no son expresión de una vida cristiana

personal ni comunitaria. Es mucho lo que tenemos que ‘meditar en el corazón’ para liberar nuestro

cristianismo de actos sociales, carentes de compromiso cristiano y humano.

La actitud de María, en relación con su Hijo y su obra, presenta unas características importantes: está

presente siempre que Jesús la necesita, nunca estorba el camino de su Hijo y vive entrañablemente

interesada en todo lo que le atañe. Su vida ‘es’ su Hijo.

YAHVÉ SIEMPRE NOS BUSCA

“El Señor hace oír esto hasta el confín de la tierra: Decid a la hija de Sión: Mira a tu salvador que llega, el premio de su victoria lo acompaña, la recompensa lo precede.

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Los llamarán ‘Pueblo santo’, ‘redimidos del Señor’; y a ti te llamarán ‘Buscada’, ‘Ciudad no abandonada’.”

(Is 62, 11-12)

La primera lectura, sacada del Tercer Isaías (56-66), se refiere a la próxima restauración de Jerusalén.

Pertenece a uno de los capítulos más conmovedores de los profetas, al manifestar los sentimientos de

Yahvé para con su pueblo. Un Dios apasionado, que viene a decirles –y a decirnos- que nunca les ha

abandonado, que siempre les ha estado buscando.

Para hacer más clara la salvación que va a recibir Jerusalén, el profeta describe un cambio de situación y

de nombre.

Ya en el momento de su vocación (Is 61, 1-3), el profeta había intuido su futuro y el de su pueblo como

un cambio fundamental en las relaciones con Yhavé. Los pobres recibirán una buena nueva; los corazones

lacerados serán aliviados; los cautivos, puestos en libertad; los afligidos, consolados; los vencidos,

vengados; los acongojados recuperarán la alegría. Todo ello será consecuencia de la llegada de los

tiempos mesiánicos, que se manifestarán en una actitud especialmente a favor de los pobres.

Al cambio de situación corresponde, para Jerusalén, un cambio de nombre, que para un hebreo

representaba lo más profundo del ser. Cambiar de nombre era, para ellos, como acceder a un nuevo ser.

En la Jerusalén que cambia de nombre, se perfila toda una nueva humanidad, por voluntad de Dios.

Los pobres y los humildes serán los primeros beneficiarios de la salvación.

El cristianismo ha matizado ese cambio: es verdad que con Jesucristo todo ha cambiado radicalmente,

pero todavía queda por completar la tarea de hacer que todo cambie. Porque el cambio no se realizará

mágicamente, sino a través de nuestra colaboración. El cambio está ya producido en principio, pero no

será realidad más que al final de un lento crecimiento.

DIOS SE REVELA GRATUITAMENTE

“Ha aparecido la Bondad de Dios y su Amor al hombre. No por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su propia misericordia nos ha salvado con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador.

Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna.”

(Tit 3, 4-7)

La segunda lectura está tomada también, como en la misa de medianoche, de la carta de san Pablo a Tito.

En los versículos anteriores, Pablo ha invitado a los cristianos a mostrarse buenos y conciliadores con los

paganos; a no olvidar que hace poco también ellos lo eran (Tit 3, 1-3).

En el texto presente nos enseña que lo que distingue a un cristiano de un pagano es que la Bondad de

Dios y su Amor se ha manifestado al primero y sigue todavía velada para el segundo. Manifestación que

ha sido totalmente gratuita: No por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino según su

propia misericordia. Por ello, no tenemos ningún título que reivindicar ante los no cristianos.

Gran lección de universalismo y de sencillez, que se desprende de la condición humana del Hijo de Dios.

El final del texto concretiza la manifestación de la gracia de Dios en el bautismo personal, sacramento

que hace actual en el cristiano el misterio de la salvación, puesto de manifiesto en el nacimiento de Jesús

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y al ofrecernos un segundo nacimiento en el Espíritu Santo, que hace de nosotros hijos de Dios y

herederos de la vida eterna.

Pablo se fija en uno de los datos esenciales del bautismo: la regeneración interior que hace del cristiano

un nuevo ser, partícipe de una nueva creación.

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LA FAMILIA DE NAZARET

PRESENTACIÓN EN EL TEMPLO

LA FAMILIA, CLAVE EN EL DESARROLLO HUMANO

Celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, dentro del tiempo de Navidad.

El ser humano debe nacer y crecer en el seno de una familia, porque cuando nacemos somos los seres

más desvalidos e inútiles. Necesitamos de los cuidados y caricias de los padres para poder desarrollarnos

de verdad. Sólo en un ambiente familiar adecuado se puede crecer positivamente.

La persona sólo crece a través del amor, y la familia es el lugar privilegiado de ese amor. En ella, cada

uno es amado por sí mismo, por lo que es y no por lo que tiene o lo que vale; ni por la utilidad o placer

que nos pueda reportar.

La familia es imagen y semejanza de Dios. Lo somos cada ser humano, pero esa imagen se desarrolla en

la relación con los demás a través del amor. Somos algo divino cuando amamos; somos más imagen de

Dios cuando estamos con otro o con otros, porque Dios es una Comunidad de Personas, de Vida y Amor.

Y eso debe ser la verdadera familia: una comunidad de personas que se ayudan a crecer como seres

humanos; una comunidad de vida y de amor. Comunidad de vida: de personas con capacidad para dar y

recibir vida, de contagiar a los demás los propios ideales, haciendo que los demás miembros familiares

crezcan en las tres dimensiones –física, intelectual y espiritual- juntamente con los demás; cada uno debe

actuar de forma que los demás ‘sean’. Comunidad de amor: el amor debe ser el alimento normal de la

familia, la fuerza invisible de todos los desvelos, la razón última de toda acción. Si quitamos el amor, la

familia se descompone.

Cuando los profetas querían hablar y explicar los sentimientos de Dios, hablaban de amores entre

esposos y de amores maternales. La familia fue bendecida por Dios desde el principio. Dios se hace

presente en el amor del hombre y de la mujer.

La comunidad cristiana es el lugar privilegiado como imagen de la Trinidad. Es la familia grande que

debe reunir a las familias que quieran imitar a la familia de Nazaret.

La familia atraviesa actualmente uno de sus momentos más críticos desde hace siglos. El modelo judeo-

cristiano del primer siglo de nuestra era, se ha mantenido, casi sin cambios, a lo largo de estos dos

milenios, a pesar de los múltiples cambios habidos en la sociedad.

Excesivamente conservadora y cerrada a una vida más integral del ser humano, desconocedora de ciertos

derechos de la mujer o de los hijos, ha sido para muchos el baluarte más fuerte del inmovilismo social.

Evidentemente, no se trata de acabar con la autoridad, pero sí con la autoridad que no respeta la identidad

de los demás. La autoridad de los padres debe estar al servicio del crecimiento integral de los hijos. Una

autoridad a la que no deben renunciar, como da la impresión que han hecho multitud de padres.

Muchos jóvenes rechazan actualmente la pareja-familia, influidos posiblemente en que, aparte de la

posible moda, no parece que sea, en gran mayoría de casos, un camino de felicidad. ¿Cuántos

matrimonios y cuántos hijos pueden afirmar que sí? Todo esto debe llevar a nuestra sociedad a revisar el

modo de vivir dentro de ella, para que esta insustituible célula social vuelva a ser lo que Dios quiso que

fuera: una comunión en el amor.

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Para ello, es necesario que antes exista una auténtica pareja: que sepa compartir, dialogar, crecer juntos,

educarse mutuamente... ir adquiriendo lo que constituye la esencia de la felicidad humana: la capacidad

de donación de sí mismos.

Cuando los padres han tomado conciencia de sí mismos, cuando quieren los hijos porque quieren ‘darse’

totalmente y compartir juntos esta maravillosa experiencia, que dura muchos años y quizá toda la vida,

entonces la familia se transforma en el lugar ideal para que un nuevo ser comience su caminar en el

mundo.

En la familia cada miembro debe recibir de los demás lo que necesita para gozar como ser humano. En

ella, el hijo toma conciencia de que no está solo. Es el primer modelo de sociedad que experimenta. Si el

modelo es positivo, sabrá vivir en la sociedad de forma constructiva. Si no lo es, tendrá que afrontar la

vida con un tremendo bache en su personalidad, con un vacío quizá irreparable. Seguramente que de todo

esto conocemos suficientes ejemplos.

Tenemos que rechazar esa educación, tan de moda, excesivamente blanda y complaciente, que llega a

degradar hasta a los propios hijos. Hay que saber comprender, perdonar, dialogar; pero también corregir,

enfrentar al hijo con el esfuerzo y la dureza de la vida; obligarle, con todo el arte y respeto que se quiera,

a cultivar todas las potencialidades que lleva dentro.

También la familia es la primera comunidad cristiana en la que los hijos deben tener su primer contacto

con Dios y experimentar su pertenencia a la Iglesia, como la gran familia de ese Dios.

Un lugar aparte merecen los ancianos. Los viejos son los verdaderos huérfanos de nuestra sociedad y de

nuestras familias. Hoy, más que hijos sin padres, muchos padres intentan vivir sin hijos.

No son sólo los viejos los que pierden la memoria; también la pierden los hijos que, esclavos de la

producción, del confort a toda costa, sin sacrificios ni renuncias, se olvidan fácilmente de los padres

ancianos –cuando éstos ya no les son útiles para cuidar de los nietos-, considerando su presencia como un

estorbo. Da la impresión de que los viejos son ‘culpables’ de ocupar un espacio y un tiempo necesarios

para otros quehaceres, a los que no se quiere renunciar.

El trato infligido a muchos ancianos es el gran pecado de una sociedad inhumana y utilitarista.

Una vez más los intereses anulan los valores.

Revisemos todos, delante de Dios, cual es nuestra aportación y nuestro papel en la propia familia.

A EJEMPLO DE LA FAMILIA DE NAZARET

Jesús ahondó en su llamada divina dentro de un hogar. ¿Cuánto aprendió en él del amor a Dios, de la

oración, de la confianza en el Padre, de la solidaridad y ternura hacia los más pobres y marginados?

¿Cuántas cosas de las que enseñaba Jesús las había recibido de José y de María? Y es que la familia es

insustituible en el desarrollo de un niño.

Jesús fue un niño acogido y amado por unos padres que le fueron transmitiendo sus sentimientos e

ideales, su profundo sentido religioso y los primeros conceptos sobre Dios. Se lo enseñaron con su

ejemplo, cariño y paciencia, a la vez que se verían gratificados por las respuestas que les daba el hijo.

Al hacerse adulto en una familia, Dios nos revela que ésta forma parte de su designio original sobre los

humanos. La familia es el instrumento establecido por el Creador para introducir a cada persona en una

auténtica relación con el mundo que la rodea. En la familia aprendemos a ser amados por nosotros

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mismos, del sentido de la propia vida y de toda la realidad. Por todo ello es el lugar donde descubrimos,

en el amor de los padres y de los hermanos, el reflejo del amor de Dios.

Los dramas de la vida familiar afectan al ser mismo de la persona humana en su experiencia más honda:

su relación con Dios y con la realidad.

En el seno familiar, tenemos que ir descubriendo el anhelo de una vida que nos haga plenamente felices,

porque la vida familiar sólo llega a ser verdadera si se convierte en camino que lleve al amor trinitario.

La experiencia de una relación verdadera entre esposos, ente padres e hijos, y entre hermanos, nos lleva a

reconocer que ninguna de esas relaciones son suficientes para colmar la ‘sed’ del corazón humano. Esos

amores son signos de Alguien más grande, único capaz de hacer realidad ese amor pleno y para siempre

que anida en nuestros corazones.

Pero también la familia, como toda realidad humana, está herida por el pecado. En ella, todos

experimentamos la frustración de no amarnos como deberíamos y desearíamos; el dolor de los propios

límites y el de los demás miembros; la imposibilidad de mantener la maravilla que está en el origen de la

familia. Por eso la familia necesita abrirse a la misericordia del Padre, y recibir de él la plenitud.

Por medio del sacramento del matrimonio, el Señor permanece junto a los esposos para que se amen con

fidelidad perpetua. Las familias cristianas deben manifestar la realidad de la presencia divina en ellas y la

auténtica naturaleza de la Iglesia. Será posible si cada familia es consciente de su pertenencia a la gran

familia de la Iglesia, participando activamente en su vida y en su misión.

¿Se puede proponer a la familia de Nazaret como modelo a las familias de hoy? La distancia parece

enorme. Es una familia formada por personas excepcionales, más allá de nuestras posibilidades. Sin

embargo, un acercamiento es posible y hasta necesario.

EN EL SILENCIO DE NAZARET

“Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor (de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: ‘Todo primogénito varón será consagrado al Señor’) y para entregar la oblación (como dice la ley del Señor: ‘un par de tórtolas o dos pichones’)

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu Santo, fue al templo.

Cuando entraban con el Niño Jesús sus padres (para cumplir con él lo previsto por la ley), Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo, Israel. José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo que se decía del

niño. Simeón los bendijo diciendo a María, su madre: -Mira: Éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se

levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti una espada te traspasará el alma.

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana: de joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con

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ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.”

(Lc 2, 22-40) El evangelio de hoy rebosa candor y ternura. José y María van al templo, a los cuarenta días, para ofrecer

el hijo a Dios, como manda la ley. Llevan la ofrenda de los pobres: dos palomas.

Dos personajes, Simeón y Ana, ancianos que no han perdido la esperanza, desvelan el destino de aquel

niño. Un destino que será decisivo para el futuro de la historia humana.

El himno de Simeón es un bello ejemplo de oración. Es la oración de un hombre cercano a la muerte, que

da gracias por la ‘salvación’ que se le ha concedido ‘ver’ durante su vida, y que le ha producido una

profunda alegría. Ha captado el misterio del Niño y encuentra la paz; sabe que Dios es la plenitud humana

y canta la gratuidad de la salvación.

Las palabras del himno corresponden a las dos etapas históricas del plan divino: una es la alabanza a

Dios porque la salvación ya ha llegado al pueblo y tiene una dimensión universal, por mediación de Israel

(Is 60); la segunda, el rechazo de la mayoría del pueblo elegido, que traerá la crisis y la división en el

interior del mismo.

Para los padres de Jesús fue difícil comprender el plan de Dios y la misión que se les encomendaba.

Porque, por muchas ideas que tengamos sobre los planes de Dios sobre nosotros y hacia los que nos

rodean, es siempre mucho más lo que se escapa a nuestra comprensión. Estaban admirados de lo que

decía el anciano profeta sobre su hijo. Sólo los pobres tienen capacidad de admirarse ante otros. A los

‘ricos’ les da vergüenza: es signo de debilidad y sencillez.

María y José, que son las personas más próximas a Jesús, también necesitan de las palabras de los demás

para ir comprendiendo mejor lo que el Padre quiere realizar en Jesús en favor de los hombres. Su fe les va

descubriendo las profundidades del amor del Padre sobre el Niño. Poco a poco, y con mucho sufrimiento,

irán comprendiendo el significado de la misión de su hijo.

Otra anciana, llena de verdadera religiosidad, que esperaba que todo cambiara un día, entra también en

escena. Las palabras de Simeón hallan también eco en una profetisa, Ana, bendecida por Dios con una

larga ancianidad. Como los pastores de Belén, también ella alaba a Dios y habla a todos de aquel Niño,

que es la liberación de Israel y de todas las naciones.

Caminos que iban a acabarse en la nada, de repente, encuentran sentido. Ambos ancianos morirán con

esperanza.

Cada niño que nace es portador de un destino único, irrepetible; de una vocación personal, insustituible.

Por eso, el niño no es ‘para uso’ de los padres. Todos en la familia deben ayudarle a descubrir,

progresivamente, su vocación, el quehacer que deberá desarrollar en su vida.

Cumplido lo mandado por la ley, la familia regresó a Nazaret. En el silencio de aquellas tierras y bajo la

mirada de aquellos padres maravillosos, el niño Jesús fue creciendo como crecen los niños y la gracia de

Dios lo acompañaba.

Un hijo crece y se hace fuerte no sólo comiendo y practicando deporte. Un hijo crece de verdad si es

alimentado y robustecido con un cuidado a base de valores, ideales, ejemplos. Debe recibir, en familia,

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lecciones prácticas de vida. Debe aprender la sabiduría –la realidad desde Dios- que le dé el sentido de la

vida para llegar a una existencia plena.

La verdadera educación debe llevar a despertar la conciencia del niño, para que madure y supere el

individualismo y viva para los demás. Y siempre sabiendo ‘el porqué’, el significado de las cosas que se

dicen y que va realizando.

MÁS NUMEROSA QUE LAS ESTRELLAS

“En aquellos días, Abrán recibió la palabra del Señor: -No temas, Abrán, yo soy tu escudo, y tu paga será abundante. Abrán contestó: -Señor, ¿de qué me sirven tus dones, si soy estéril, y Eliezer de Damasco será el

amo de mi casa? Y añadió: -No me has dado hijos, y un criado de casa me heredará. La palabra del Señor le respondió: -No te heredará ése, sino uno salido de tus entrañas. Y el Señor lo sacó afuera y le dijo:

- Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes. Y añadió: - Así será tu descendencia. Abrán creyó al Señor, y se le contó en su haber. El Señor se fijó en Sara, como lo había dicho; el Señor cumplió a Sara lo que

le había prometido. Ella concibió y dio a luz un hijo a Abrán, ya viejo, en el tiempo que había dicho. Abrán llamó al hijo que le había nacido, que le había dado Sara, Isaac.”

(Gén 15, 1-6; 21, 1-3)

La primera lectura consta de dos partes, sacadas de capítulos distintos, y es fundamental para interpretar

la alianza que hace Yahvé con Abrán.

En la primera, Dios habla al patriarca mientras duerme en su tienda. Abrán no tiene nada que temer, ni

ante sus enemigos ni ante su futuro dinástico: su paga será abundante.

Abrán contestó: ¿para qué la quiero si no tengo descendencia?

El Señor le respondió: Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes. Así será tu descendencia.

Abrán creyó al Señor. Siempre creyó en él, a pesar de seguir sin hijos, con Sara estéril y ambos cada día

más viejos. El inacabable retraso no oscurece su fe.

La fe de Abrán –más adelante el Señor le cambiará el nombre por el de Abrahán (Gén 17, 5)- es inmensa.

Es consciente de su situación, sin futuro humano; pero se apoya incondicionalmente en el poder de

Yahvé. Por eso es nuestro padre en la fe. Tendrá que sufrir después otra gran prueba con Isaac (Gén 22).

También de ella saldrá victorioso.

La segunda parte del texto nos narra el nacimiento de Isaac, final feliz de la larguísima espera. El nombre

del hijo es un deseo y una petición: que Dios le sonría.

SIEMPRE HAY RAZONES PARA SEGUIR CREYENDO

“Hermanos: Por fe, obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.

Por fe, también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y así, de uno solo y, en este aspecto, ya extinguido, nacieron hijos numerosos como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.

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Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac; y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: ‘Isaac continuará tu descendencia’.

Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y así, recobró a Isaac como figura del futuro.”

(Heb 11, 8. 11-12. 17-19)

La segunda lectura está tomada de la carta a los Hebreos. El autor se dirige a cristianos de origen judío,

que viven lejos de Jerusalén, a causa de la persecución desencadenada contra ellos en la ciudad. Unos

cristianos que viven desanimados e inquietos.

El autor les invita a que vivan su fe apoyados en lo ‘invisible’, en la certeza de poseer ya la prenda de las

realidades divinas. Les recuerda, para alentarles, la fidelidad de los antepasados. El pasaje de hoy recoge

el ejemplo de Abrahán.

Lo mismo que los hebreos del siglo I, Abrahán conoció la emigración, la ruptura familiar y nacional y la

inseguridad de todos los desplazados: Salió sin saber adónde iba. En todas esas pruebas, viviendo como

nómada, el patriarca encontró siempre razones para mantener su fe en la promesa de Yahvé.

El creyente es un peregrino; vive en el mundo sin encadenarse a él, porque ya ha experimentado la

hondura de los bienes invisibles. La fe le ha enseñado a no conformarse con los bienes de este mundo ni

con esperanzas inmediatas. La fe se verifica en la espera, en la inmaterialidad y eternidad del fin que se

anhela.

Abrahán sufrió los efectos de la esterilidad de Sara, la falta de descendencia. Esta fue para él la prueba

más difícil, ya que se acercaba a la muerte y no veía atisbos de la promesa. Con esta actitud manifiesta la

última calidad de la fe: aceptar la muerte sabiendo que ni ésta podrá hacer fracasar el designio de Dios. Es

la aceptación de la muerte el signo por excelencia de la fe y de la entrega de uno mismo a Dios. Abrahán

creyó, ‘por encima de la muerte’, que le sería concedida una posteridad, incluso en un cuerpo ya apagado,

porque le había sido prometida: pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos.

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SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

MADRE DE DIOS Y NUESTRA

Además de la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, celebramos la circuncisión y el nombre dado a

Jesús, la jornada mundial por la paz y el comienzo de un nuevo año.

‘FELIZ AÑO NUEVO’

Todos nos deseamos un ‘próspero y feliz año nuevo’. Una felicitación que es como un brindis a la

esperanza. A pesar de tantos negros nubarrones, esperamos algo mejor.

Pero, ¿qué podemos esperar razonablemente? ¿La superación de la crisis de valores y todas sus

desgraciadas consecuencias, que padecemos? ¿La desaparición de todo tipo de violencia? ¿Qué

desaparezca el paro y que nuestros jóvenes puedan mirar el futuro con optimismo? ¿La ‘globalización’ de

todos los bienes para todos? ¿Qué los toxicómanos y alcohólicos se regeneren? ¿Que desaparezca el sida?

¿Que se acaben las guerras, las ‘hambres’ de amor, de cultura, de Dios, de pan... que padecen gran parte

de la humanidad? ¿Qué todos encontremos el sentido de nuestras vidas y realicemos todas nuestras

ilusiones?...

Bien sabemos que, en general, todos estos ‘sueños’ no tendrán una respuesta positiva. Pero nuestra

esperanza, sin perder de vista estos grandes horizontes, debe orientarse hacia ideales más asequibles y

hacia compromisos más concretos.

El mundo no va a cambiar este año que empieza, pero yo sí puedo cambiar, y la humanidad será un

poquito mejor. Yo no puedo cambiar los gravísimos problemas de la sociedad humana, pero sí puedo

ofrecer alguna luz y algo se habrá conseguido. Sé que lo que yo no haga quedará sin hacer para siempre.

¿No es nuestro mundo, nuestra ciudad, nuestra juventud, nosotros mismos... la prueba evidente de

muchos ‘no hacer’?

Cuando deseamos felicidad convendría que concretáramos esos deseos. ¿En qué pongo realmente la

felicidad? Porque si la felicidad tan pedida y deseada, tan ofrecida y buscada, se reduce a lo que se exhibe

en la televisión y en el ambiente consumista, mejor será que nos callemos.

La felicidad no puede estar en las cosas, en el tener, en el placer, en las apariencias, en la superficialidad.

La felicidad está en el ser, en la vida interior, en el desarrollo de nuestras capacidades, en la posibilidad

de crear, de servir; en la grandeza de los ideales y objetivos, en la limpieza e intensidad del amor, en

dedicar nuestra vida a algo o a alguien que no seamos nosotros mismos...

Sólo se puede ser verdaderamente feliz sin tantas cosas y sin tantos éxitos. Se puede ser feliz con muy

pocas cosas. Jesús de Nazaret ya sabemos cómo vivió y murió.

Cada año será nuevo en la medida en que signifique un paso más, siquiera uno, a favor de la justicia, un

paso más en el entendimiento de las personas y de los pueblos, un paso más contra toda violencia, un paso

más sobre la clarificación del sentido de la vida.

Jesús, con su nacimiento y resurrección, quitó al tiempo su malicia, su vaciedad, y lo convirtió en surco

de vida y esperanza; desde entonces, los años ya no son años vacíos: son años de gracia.

“El Señor habló a Moisés: Di a Aarón y a sus hijos: Esta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas:

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El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré.”

(Núm 6, 22-27) La primera lectura es una antigua fórmula de bendición, tradicional en Israel el día que empezaba el

nuevo año. Es una fórmula de bendición inspirada. Que sea el Señor quien nos bendiga. Él es la fuente de

toda bendición. Es posible que nos falten muchas cosas que desearíamos, pero que no nos falte la paz, un

valor síntesis, resultado de la conjunción de otros muchos valores.

Que nos bendiga el Señor con su Paz, que es Cristo; con su presencia, que es Cristo; con su justicia y su

amor, que es Cristo.

Al empezar el año, nosotros, los creyentes en Cristo, nos deseamos las bendiciones de Dios, y él nos

bendice con la paz, cuyo nombre es Jesús.

Jesús es nuestra salvación, nuestra plenitud, nuestra eternidad... nuestra fiesta que no termina... Los años

pasan deprisa y nos llenamos de nostalgia; no queremos envejecer y nos revelamos contra la

inexorabilidad del tiempo... Pero Jesús permanece, nos redime de la angustia de la temporalidad y nos

regala plenitud y eternidad.

El tiempo ya no es una fatídica y cansada repetición de días. Es un don de Dios, Señor del tiempo.

El paso del tiempo no debe entristecernos. Cada año podemos vivir más intensamente, podemos ser más

libres, más verdaderos... Hasta que un día seamos, por fin, libres y eternos.

Es verdad que la vejez está ahí, con sus muchas limitaciones; que nos hace perder energía y encanto; que

bloquea nuestras capacidades; que puede que tengamos menos vida... pero nos acerca a la Vida. Una Vida

que siempre es joven, siempre es nueva; una Vida que hoy la celebramos en un Niño de ocho días.

Somos una creación continuada del Padre. Un Dios que nos está creando para que creemos, nos está

curando para que curemos, nos está amando para que amemos y ayudemos a los demás a amar de verdad.

EL PRECIO DE LA PAZ

Hoy también celebramos la jornada por la paz –primera palabra de Jesús a sus discípulos después de

resucitar (Jn 20, 19)-.

La paz necesita, para ser verdadera, de la conjunción de otras cuatro palabras: verdad, justicia, libertad y

amor. Cuando falta alguna... la paz se hace imposible. ¡Y faltan ¿todas?! La paz es la ‘serenidad’ que

brota del orden cuando cada cosa y cada persona ocupa el lugar que le corresponde, y lo llena.

La paz exige dominar el afán que hay en todo ser humano de tener, de poder, de sobresalir, de hacer el

propio capricho...

La paz no se puede ‘delegar’ en los políticos, ni en las naciones e individuos poderosos. Es demasiado

importante y frágil para dejarla en tales manos. La paz, apoyada en ellos, no da garantías de estabilidad,

porque sus decisiones no cuentan con las bases más desfavorecidas.

La paz necesita del trabajo de los pequeños, de las personas que no cuentan.

¿Qué hacer para traer la paz a nuestro mundo? Lo primero pedirla al Padre. Los cristianos rezamos

convencidos de que la paz es, ante todo, don de Dios.

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Además de rezar, ¿qué más podemos hacer? Debemos destruir en nosotros toda clase de ‘armas’, de la

mente y del corazón; debemos favorecer el diálogo, ofrecer el perdón siempre y a todos y buscar la

reconciliación; debemos perdonarnos a nosotros mismos, aceptarnos como somos, con nuestras

limitaciones, pecados, temperamento, debilidades, aspecto físico... porque el que no está reconciliado

consigo mismo, transmite angustia a los demás; debemos salir al encuentro de los marginados, hacer algo

por ellos cada día, aunque parezca insignificante; debemos proteger la naturaleza y toda la creación;

debemos negarnos a tener enemigos y mirar a todos con amor; debemos hacernos más sensibles a los

problemas de los demás, más comprometidos con la mejora de todas las personas y naciones; debemos

tener la paz en el corazón y en las manos, dispuestos a sembrarla en todos los surcos...

UNA MATERNIDAD ABIERTA AL INFINITO

“Los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño.

Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.

Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.”

(Lc 2, 16-20) El año se abre también, para los cristianos, con la Solemnidad de la Madre de Dios.

El ‘sí’ de María ha sido ilimitado. Y, por ello, su fecundidad está abierta al infinito. Con su ‘sí’ inicial,

María de Nazaret renunció a sí misma, se anuló para entregarse sin reservas, totalmente, a la inmensidad

del proyecto salvador de Dios. Pero ninguna renuncia hecha por Dios es indiferente para nosotros. De ahí

que la respuesta divina haya sido una maternidad de perspectivas imprevisibles.

Dios ama a estas criaturas que no hacen cálculos, que no pactan, que no se reservan nada para ellas, sino

que dejan que él disponga libremente de sus vidas. María se ha hecho pobre, se ha vaciado de sí misma, y

ha hecho posible poseer la plenitud de Dios. Ha dejado en las manos del Padre todo lo que es: que haga

de ella lo que quiera.

La maternidad de María se convierte en paradigma –ejemplo, tipo, modelo- de cada renuncia hecha en la

fe y el amor. Nos recuerda que Dios responde siempre con lo imprevisible de sus dones.

No podemos hablar de María sino a partir de los datos evangélicos y de la posterior historia del dogma

cristiano. Jesús es el centro indiscutible de nuestra fe, y sólo por su relación con Jesús tiene María un

lugar especial en nuestra fe.

La fe y la vida de María están expresadas en el cántico del Magníficat (Lc 1, 46-55), que no tiene nada de

burgués, ni de infantil, ni de conservador. Es el grito de triunfo de los oprimidos que ven caer de sus

pedestales a los ricos opresores...

Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Nosotros aprendemos demasiado

deprisa, que es la mejor forma de no profundizar en nada. María calla, escucha, guarda y medita. Porque

no basta oír, hay que meditar. Las verdaderas decisiones personales salen de dentro del corazón.

El corazón simboliza el centro de los sentimientos; el lugar profundo donde tomamos conciencia de

nosotros mismos, reflexionamos sobre los acontecimientos, meditamos sobre la realidad y asumimos

actitudes responsables sobre los acontecimientos de la vida y el misterio de Dios.

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Jesús está presente en la historia como Salvador, Mesías, Liberador. Pero es necesario aceptarlo en el

corazón. Su sola presencia entre nosotros no produce esa salvación-liberación. Sólo cuando lo aceptamos

en el corazón, nos volvemos libres, animados por el amor filial hacia Dios, a ejemplo del Hijo.

Sólo desde el corazón podemos aceptar a Jesús como hermano y con él podemos decirle de verdad a

Dios: Padre.

La Iglesia, y cada uno de nosotros, necesitamos de esta actitud contemplativa de María. Necesitamos

ahondar constantemente en el misterio...

EL ÚNICO SALVADOR

“Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.”

(Lc 2, 20) El niño de Belén fue circuncidado. ¿Cómo se llamará el niño? El nombre ya estaba dado. Su padre, a los

ocho días, como estaba mandado, hizo saber el nombre escogido. ¿Qué otro nombre podía tener el

Salvador, el que iba a responder a todas las esperanzas de los seres humanos?

Estos acontecimientos nos muestran la preferencia de Dios por los pobres; nos muestran que, en un

mundo en el que la inmensa mayoría trata de ir hacia arriba, Dios va hacia abajo. Y esto es decisivo para

entender el mensaje cristiano.

No es sentimentalismo, ni demagogia. Dios elige una clase, un amplio sector social: el Hijo se hace

hombre del pueblo sencillo, del pueblo rural, del pueblo obrero.

Esta verdad la deberíamos tener más en cuenta los cristianos: Jesús fue un niño, un joven, un hombre de

la clase obrera. Esto es un hecho que la Navidad nos recuerda y afirma. Con una consecuencia muy clara:

la renovación de la Iglesia, la renovación de nuestra sociedad, debe surgir de las fuerzas renovadoras

presentes en la clases populares, en el pueblo. La liberación de la humanidad jamás vendrá de los ricos, ni

de los sabios, ni de los instalados en la comodidad o en el lujo. Olvidarlo es traicionar el Evangelio.

HIJOS Y HEREDEROS DE DIOS

“Hermanos: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.

Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba! (Padre) Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.”

(Gál 4, 4-7)

La segunda lectura nos trae el gran anuncio: Dios envió a su Hijo. Es la referencia a María más antigua

del nuevo Testamento. No figura aquí su nombre, pero sí su misión de Madre de Dios. El Verbo ha hecho

posible la entrada de la humanidad en la plenitud del tiempo, por medio de María. La antigua alianza

mantenía al pueblo sujeto a la ley, preparándolo para vivir en la libertad de los hijos de Dios cuando

llegara el Mesías.

Desde entonces, el Espíritu de Jesús nos enseña a ser hijos del Padre y a vivir como personas libres y

herederos del reino.

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DOMINGO SEGUNDO DESPUÉS DE NAVIDAD

“LA PALABRA ACAMPÓ ENTRE NOSOTROS”

NECESITAMOS REFLEXIÓN Y SILENCIO

El mundo en que vivimos lleva un ritmo de vida que no deja espacio a la reflexión y al silencio. Nos

lleva constantemente de una cosa a otra, de una posesión a otra, con impaciencia, preocupados por los

muchos problemas de la vida de cada día. Todo esto nos impide profundizar en por qué vivimos, por qué

sufrimos, por qué luchamos...

Nadie puede dudar de lo mucho que se ha mejorado en el campo de los saberes humanos. Hemos

progresado mucho en descubrimientos científicos, en cultura, en conocimientos, aunque en gran parte

sean una cultura y unos conocimientos ‘teledirigidos’.

A pesar de tantos adelantos, ¿somos más cultos o más necios? Los que hacen y favorecen las guerras

suelen ser personas cultas; los que las permiten y se lavan las manos son gente culta. También son cultos

los que incitan o realizan actos terroristas y violentos, torturas y ejecuciones... Sin embargo, todas estas

acciones parecen fruto de seres descerebrados o endemoniados. ¡Cuántas actuaciones irracionales,

inhumanas y salvajes en nuestro planeta!

La misma inhumana locura encontramos en esas otras guerras no declaradas de la injusticia, que

producen el subdesarrollo y los muertos de hambre. El paro y la droga... no están ahí por casualidad, sino

por las ambiciones, el egoísmo y la insolidaridad de los poderosos: individuos y naciones.

Todos sabemos que con un poco de corazón, de cordura, el sufrimiento de millones de seres humanos se

podría remediar.

Y está el vacío de la vida, la ausencia casi general de valores. Los horizontes se han achicado y todo lo

consideramos relativo: es bueno lo que me apetece...

Si estamos tan avanzados, ¿por qué existe tanta locura, tanta desorientación y tanto vacío? Si sabemos

tanto, ¿por qué no somos más felices, más libres y más justos? Porque a pesar de toda nuestra ciencia, no

sabemos orientar la vida hacia la verdadera felicidad y libertad.

Lo que nos falta son los ojos del corazón. Tenemos una mente lúcida, pero un corazón ciego, porque

ponemos nuestros conocimientos al servicio de los intereses personales, no al servicio del amor. Sabemos

mucho, pero amamos poco. Por eso, nos deshumanizamos. Nos falta lo más esencial y liberador. Si

seguimos las razones de la mente y no hacemos caso a las razones del corazón, estaremos cada vez más

perdidos. Pero si nos dejamos guiar por el corazón, aunque cerremos los ojos, llegaremos a la meta. El

corazón no se equivoca. Cuando no veamos claro, sigamos los dictados del corazón.

El misterio de la Navidad quiere sacarnos de esta situación. El pueblo de Israel vivía también en

tinieblas, pero la sabiduría de Dios hizo de él su heredad. Dios los convirtió en sabios porque les

descubrió el sentido que tenía la historia personal y colectiva.

LA LUZ DE LA VIDA

“En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios,

y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo.

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y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida,

y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, Sino testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne,

y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: -Éste es de quien dije: ‘El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo’. Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.”

(Jn 1, 1-18)

El evangelio nos da una explicación de la situación del mundo. La luz encuentra rechazo en la tiniebla.

Las obras malas son la causa principal de este rechazo... cuando es esa luz lo que más necesitamos.

La Palabra se hizo carne. Una Palabra-Luz-Sabiduría personificada; respuesta plena a todos los

interrogantes que tenemos planteados los seres humanos.

Cuando Jesús, por su Espíritu, quiere enseñarnos algo, y nosotros nos dejamos, lo graba en el corazón

como a fuego. Si él habla por dentro, su palabra lo cambia y lo ilumina todo.

Todas las enseñanzas de Jesús van por el camino del amor. Su primera gran enseñanza es que Dios es

Amor. La segunda es su consecuencia: el ser humano es amado por el Amor, es amado como un hijo, por

lo que debe ser respetado en toda su grandeza y dignidad. La tercera se deduce de las dos primeras: si

somos amados hemos de vivir en el amor; si somos hijos del amor, hemos de ser sus testigos; el camino

del amor es el único que nos lleva a Dios. El amor, y sólo el amor, es lo que salva-libera al hombre.

Teniendo tan cercano al Maestro –habita dentro de nosotros (Jn 14, 23)- ¿llegaremos a aprender y a

ponerlo en práctica?

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Acampó entre nosotros. Ya no podemos vivir como si no estuviera entre nosotros. Ya no podemos

hacernos los sordos. El Hijo se ha introducido en nuestra historia para orientarla y hacerla luminosa.

No estamos ya en tinieblas. Existe un sentido, un futuro, una esperanza.

A Dios nadie lo ha visto. El Hijo único... lo ha dado a conocer. Nuestra sociedad cristiana cree

saberlo todo sobre Dios; todo sobre lo que Dios es y quiere. Esta rutina está causando una gran pérdida de

fe en este Dios del que no se ha respetado su trascendencia y, mucho menos, su inmanencia. Tampoco

hemos anunciado con la suficiente profundidad que a este Dios desconocido y trascendente, a este Dios

que está más allá de todas nuestras imaginaciones y normas, le conocemos a través de su Palabra

encarnada, a través de la persona de Jesús de Nazaret.

Los cristianos no creemos en el Dios de las ‘religiones’, sino en el Dios que se manifiesta en Jesucristo.

Un Dios en parte conocido y en mayor parte desconocido, al que sólo podemos conocer y acercarnos

-vivir en comunión con él- a través de la palabra de Jesús; y de la acción de su Espíritu en la Iglesia, y en

los cristianos y hombres de buena voluntad.

TESTIGO: JUAN BAUTISTA

La luz para nosotros no es una idea, algo abstracto, sino Alguien: la Palabra encarnada, Jesús de Nazaret.

Jesús es la ‘luz del mundo’ (Jn 8, 12) y quiere iluminarnos a todos. Testigo de esta luz fue Juan Bautista.

Una luz que puede aclarar el misterio humano.

La misión de Juan es declarar en favor de la Luz, despertando las esperanzas de los hombres. Juan tenía

luz, pero no era la Luz porque no realizaba plenamente el proyecto divino en sí mismo, ni podía

comunicar la vida plena por no poseerla.

Juan apoya su testimonio en la aspiración humana y anuncia, al mismo tiempo, la posibilidad de su

realización. Quiere despertar nuestros anhelos y sacarnos de la situación de muerte en que vivimos.

Juan era levita y no estaba en el templo. Se había preparado en el desierto para su misión, profundizando

en sus ideales y descubriendo cuáles eran realmente suyos. Para que lo fueran necesitaba bastante tiempo:

el tiempo de la reflexión, de la oración, de la asimilación personal, de la maduración del propio

compromiso, de la entrega de la vida a ellos.

Sólo nos es lícito creer en nuestros ideales después de pagar por ellos el precio de la búsqueda, de la

paciencia, de la esperanza, de la entrega. ¡Qué fácil les es a la mayoría de los cristianos aceptar las

‘verdades de la fe’!

El verdadero testigo, el profeta, es el hombre que tiene que comunicar una palabra que le quema dentro y

que sabe que esa palabra tiene que pudrirse en la oscuridad, en el rechazo, en la incomprensión, en el

sufrimiento... Es ‘el grano de trigo’ (Jn 12, 24): siempre muere antes de nacer la ‘espiga’.

El verdadero testigo es el que tiene el coraje de las prolongadas y extenuantes esperas, como Juan:

transmitir lo que más ilusiona y preocupa, insistir años y años en los mismos temas fundamentales,

afanarse en inculcar y en vivir lo que nos puede hacer personas en plenitud... y encontrarse siempre las

mismas defensas, las mismas historias y superficialidades, los mismos prejuicios indestructibles, los

mismos equívocos... Y seguir adelante. Seguir sembrando aun cuando se experimente el abandono casi

general al llegar a cierta edad. Seguir esperando en medio de la indiferencia casi general.

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La Palabra parece inútil. Ahí están los hechos para demostrarlo. Y, sin embargo, la prueba de la

inutilidad es precisamente la decisiva para la Palabra. Cuando parece inútil, la Palabra se hace fecunda

por la vida del que la pronuncia. Cuando parece que no cambia nada, la Palabra realiza su acción

silenciosa y revolucionaria, transformadora en profundidad. Juan murió de una forma absurda, pero sigue

vivo en su misión de testigo, anunciador de la Luz.

Las palabras carecen de efecto cuando nacen de la costumbre, cuando ‘se repiten’, cuando no son

confirmadas por la convicción, por la autenticidad de la vida del que las pronuncia. Las palabras, aun las

verdaderas, no funcionan cuando no es ‘verdadera’ la vida del que las dice.

Aunque es verdad que juegan un papel importante la comodidad y la superficialidad, los demás no

aceptan nuestras palabras porque tampoco las ‘aceptamos’ nosotros: las decimos sin convencimiento. Los

demás no las toman en serio porque nosotros damos la impresión de que tampoco las tomamos en serio. Y

así, es inevitable que se nos oiga distraídos, adormecidos.

Un testigo se hace creíble no si aparece triunfante, sino cuando queda como aplastado bajo el peso de una

aventura demasiado grande para él.

Antes de hablar, debemos comprobar si las palabras nos convencen a nosotros mismos. Debemos creer y

comunicar solamente aquellas palabras que estén llenando de alegría y de sentido nuestras vidas. A causa

de ello, no podremos ser de muchas palabras: su ‘precio’ es enorme.

EN LOS POBRES Y PARA LOS POBRES “La sabiduría hace su propio elogio, se gloría en medio de su pueblo. Abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de sus Potestades. En medio de su pueblo será ensalzada y admirada en la congregación plena de los santos; recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos y será bendita entre los benditos. Entonces el Creador del Universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: -Habita en Jacob, sea Israel tu heredad. Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás. En la santa morada, en su presencia ofrecí culto y en Sión me estableció; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder. Eché raíces en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad.” (Eclo 24, 1-4. 8-12)

Las personas insatisfechas y las culturas, de todos los tiempos y lugares, han buscado una respuesta que

respondiera a sus anhelos e inquietudes. Porque en cada uno de los seres humanos existe una sed interior

por encontrar el sentido de la vida, por encontrar una respuesta que serene nuestros interrogantes, nuestros

sufrimientos y esperanzas. Sentimos la necesidad de llegar al conocimiento de la sabiduría, de la que nos

habla la lectura.

Cuando una persona se elogia a sí misma es evidente que no es sabia, porque los sabios son conscientes

de sus ignorancias, errores y limitaciones. Pero si la que se alaba es la propia Sabiduría, ¿qué podemos

45

objetar? Esa Sabiduría-Palabra que viene de Dios y que ha puesto su morada en el pueblo; esa Sabiduría-

Palabra que es eterna, pero que habita en el tiempo; esa Sabiduría-Palabra que nos puede llevar a ver los

acontecimientos y a las personas con la misma mirada de Dios.

La sabiduría ha echado raíces en un pequeño pueblo. ¿Será que los que se creen pueblos grandes y

personas importantes y sabias están incapacitados para recibir la sabiduría? Puede ser: no la necesitan

porque creen saberlo y poseerlo ya todo, o creen que llegarán a ello por sí mismos.

Ella, que fue la inspiradora de la creación de todos los pueblos; que acompaña a Dios desde el principio,

haciendo sus delicias; que no tiene nada que aprender o recibir de los seres humanos, prefiere habitar en

un pueblo pequeño y echar en él raíces para siempre.

Será en pueblos pequeños y en personas que no cuentan donde tendremos que acudir para enriquecernos

con ella.

DESDE SIEMPRE Y PARA SIEMPRE

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales, en el cielo.

Ya que en Él nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia, por amor.

Nos predestinó a ser hijos adoptivos suyos por Jesucristo, conforme a su agrado; para alabanza de la gloria de su gracia, de la que nos colmó en el Amado. Por lo que también yo, que he oído hablar de vuestra fe en Cristo, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama y cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.”

(Ef 1, 3-6. 15-18)

La fe en el Dios de Jesús hace posible que la visión cristiana sobre el ser humano y su historia sea

optimista y esperanzada. Sabemos muy bien cuál es nuestro origen y cuál es nuestro destino. Somos hijos

de la luz y herederos de su gloria. Caminamos por la vida de luz en luz.

Antes de la creación fuimos elegidos y pensados con amor. Existimos porque fuimos amados desde antes

de la creación del mundo. Crecemos porque no dejamos de ser amados. No moriremos definitivamente

porque siempre seremos amados. La razón última de toda esta realidad desbordante es Jesucristo. Él es

nuestra esperanza y nuestra riqueza de gloria. Ese Jesús, que se nos manifiesta en el evangelio de hoy

como la luz que alumbra a todo hombre, no es una luz para los ojos corporales, sino para los ojos de

nuestro corazón. Sólo desde el corazón podemos comprender la herencia que Dios nos tiene reservada

desde siempre y para siempre.

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EPIFANÍA DEL SEÑOR

JESÚS NACE PARA TODOS

UNA NUEVA MENTALIDAD RELIGIOSA

Las tres fiestas principales de estos días –Navidad, Epifanía y Bautismo de Jesús- nos revelan la triple

manifestación salvadora del Mesías del reino como enviado de Dios.

Hoy, segunda de estas manifestaciones, nos muestra la universalidad de la salvación traída por Jesucristo;

la manifestación salvadora del reino de Dios a todos los pueblos de la tierra, pertenezcan o no al seno de

la Iglesia. Nos habla del reino de Dios, que es más grande que la Iglesia.

Dios no está atado a nada ni a nadie. El mismo Espíritu que anima a los cristianos sinceros es el que

orienta a millones y millones de seres humanos de buena voluntad, que pertenecen a otros credos o no

pertenecen a ninguno.

Más importante que pertenecer a esta iglesia o a la otra es vivir, desde dentro del corazón, aquello que

resume todas las leyes, toda la Biblia, todo el dogma y todo el culto y la moral juntos: el amor.

Un cristianismo vivido sin amor al prójimo no es el de Jesús ni el de su reino; menos aún si se impone a

los demás por la fuerza o por los artilugios políticos o sociológicos.

El Niño de Belén será el iniciador de una nueva mentalidad religiosa, que intentará acabar con toda

forma de imposición y dogmatismo religiosos, y con toda diplomacia con los poderes.

La Epifanía es la manifestación de Dios, de su presencia entre nosotros. Una manifestación desde dentro

de nosotros mismos, por la que vamos descubriendo su misterio, por la que nos vamos introduciendo en

su realidad llena de vida para todos. Es como ‘ir viendo’ a Dios. Y ‘ver’ a Dios es vivir en él, irse

‘haciendo’ como él.

En su Epifanía, Dios se manifiesta para acercarse a nosotros, para abrirnos su corazón y ‘meternos’

dentro de él, para lograr una profunda intimidad y comunión de vida con él.

La Epifanía es el gran paso de Dios, que, superando su trascendencia, lejanía y silencio, llega hasta

nosotros, después del largo recorrido de amor que nos relatan los libros inspirados.

Una Epifanía que no es como un sol que nos deslumbra, sino como una estrella que nos seduce; que no

es como un fuego que nos abrasa, sino como un fuego de hogar que nos caldea; que no es como un

huracán que arrastra, sino como una brisa que refresca y abre a la utopía; que no se manifiesta en un

superhombre, sino en un Niño. Por eso no es extraño que los primeros -¿los únicos?- en reconocerlo sean

los pobres, los pequeños y los que tienen almas de niños.

DIOS ES PARA TODOS

La Epifanía es la fiesta de la universalidad, porque Dios es para todos. El cielo, a la altura en que están

las estrellas, es patrimonio de todos: todos podemos verlas y hacerlas nuestras; gozar de su luz sin que los

demás nos lo impidan; levantar nuestros ojos y nuestros pensamientos hacia ellas sin prohibiciones;

embriagarnos de su belleza, llenarnos de esperanza y de amor al contemplarlas...

Dios no tiene preferencias por una raza; sólo tiene preferencias por situaciones que pueden darse en todas

las razas. Los judíos quisieron apropiarse a Dios y lo encerraron en su pueblo, en su religión y en su

templo. Ahora lo queremos encerrar en nuestra religión, en nuestra Iglesia, en nuestra cultura...

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Olvidamos que para Dios no hay extranjeros, ni fronteras, ni divisiones. ‘Su mapa’ abarca a toda la

humanidad.

Todos los que miren al cielo –que es como mirar a lo más profundo del propio corazón- podrán quedar

cautivados por la estrella peregrina del evangelio de hoy. Pero, los humanos insistimos en mirar para la

tierra, que es donde están nuestros verdaderos intereses. ¿Qué ganamos con mirar a las ‘estrellas’?

Aprovechemos la fiesta de hoy para abrir nuestro corazón y meter en él al mundo entero.

PARÁBOLA-PROFECÍA SOBRE EL CAMINO DE LA FE

Entonces unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: -¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su

estrella y venimos a adorarlo. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén con él; convocó a

los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.

Ellos le contestaron: -En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el Profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de

Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel’

Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:

-Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.

Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.

Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.”

(Mt 2, 1-12)

Mateo nos narra el primer encuentro de los gentiles con el Mesías. La tradición popular ha ido añadiendo

detalles, al margen del texto evangélico: el número, los nombres, los reyes.

Dios se manifiesta a través de una estrella, y sólo unos Magos de Oriente interpretan el signo y dan una

respuesta de fe. Son unos paganos... En cambio, los judíos no hicieron caso de la estrella y se quedaron

con sus conocimientos y sus reflexiones sobre el Mesías; y sus dirigentes se encargarán de acabar con él.

Los cristianos, influidos por el ‘cristianismo’ masivo-sociológico que nos invade desde siglos, aunque

muchos lo estén abandonando, vivimos nuestra fe como ‘aparcados en la meta’: ya lo sabemos todo sobre

Jesús, sobre su vida y sus planteamientos... El bautismo nos llevó, en volandas, al final de la búsqueda: ya

tenemos a Dios, ‘atado y bien atado’, en el ‘bolsillo’.

El evangelio de hoy es una bella parábola y profecía sobre el camino de la fe. Tiene un aspecto

dramático, que se repetirá a lo largo de la vida de Jesús. Los que parecen estar lejos se dejan iluminar por

él, y los de ‘cerca’, no. Los extranjeros siguen la estrella y los de cerca se quedan en sus conocimientos.

La relación de los Magos con la estrella no fue fácil. Hay seguimiento fiel, dudas y oscuridad; búsqueda

angustiosa y descubrimiento maravilloso, que llena de inmensa alegría. Son los caminos de la fe, del

progreso espiritual.

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Hemos visto salir su estrella. Es el primer paso: la llamada, el chispazo, la seducción, el encuentro. La

‘estrella’ puede ser la familia, la parroquia, la clase, una palabra escuchada que se graba en el corazón, un

acontecimiento favorable o desfavorable, un sufrimiento o fracaso, una lectura... Dios puede manifestarse

directamente o puede valerse de muchos signos. Pero, siempre que se manifiesta algo muy importante se

enciende en el corazón. Es como el comienzo de un enamoramiento.

Venimos a adorarle. Los Magos emprendieron el camino, siguiendo la estrella. Es el itinerario de la fe;

el tiempo del seguimiento fiel, de la búsqueda. Tiempo de docilidad y esfuerzo. Seguir la estrella supone

dejar muchas cosas y prescindir de otros caminos o estrellas que se puedan presentar. Supone vivir

atentos a las nuevas insinuaciones; supone paciencia y sacrificio, porque el camino es largo y habrá que

superar muchas dificultades. Siempre puede llegar el cansancio y el aburrimiento y ¿el sentimiento de

estar haciendo el ridículo en una sociedad –llamada cristiana- que persigue otros intereses?

Los Magos han ido despistados al palacio de Herodes. Tenían buen corazón, pero no tenían ni idea de los

manejos de los que mandan. No es de extrañar: nos pasa a nosotros lo mismo.

Los Magos siguen adelante, animándose unos a otros y ayudándose. Son varios, y esto es muy

importante. Ir en compañía facilita mucho las cosas. Aunque, al avanzar, sea la soledad la compañera más

frecuente.

La estrella desaparece... Es el ocultamiento. ¿Quién, que sienta la fe como un camino hacia el Padre, no

ha sentido estos momentos de oscuridad, en los que se duda de todo? Todos los ideales, que antes nos

ilusionaban, ya no nos sirven. Se busca y no se encuentra; y Dios guarda silencio...

Sin embargo, siempre queda algo que nos puede: un deseo, una nostalgia, una fuerza secreta que nos

arrastra... Los Magos parece que no podían dejar de buscar. Aunque sintieran la tentación de volverse, no

podían, porque la estrella, ahora oculta, les seguía seduciendo.

Se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que

vino a pararse encima de donde estaba el niño. Cuando menos lo esperamos, la estrella vuelve a lucir.

Una estrella que guía a los que se han puesto antes en camino. Puede bastar una palabra, un silencio, una

oración... Lo cierto es que la reaparición de la estrella anima, cautiva y transforma.

Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Es el fruto de la búsqueda, de la constancia, de la

fidelidad...

Cayendo de rodillas, lo adoraron. Es la culminación de lo que tanto se buscaba, se deseaba. En ese

Niño habían puesto todo su futuro.

Le ofrecieron regalos... Son el símbolo de sus ilusiones, de sus corazones; los regalos que Dios quiere.

No hay oro ni incienso ni mirra en el mundo que puedan comprar una estrella, que puedan producir la

alegría que produjo la estrella. No hay bienes materiales que entusiasmen y estimulen como una estrella.

Es verdad que con la estrella no se come, pero se camina; es verdad que la estrella no enriquece, pero

alegra; es verdad que la estrella no es productiva, pero es bella y abre a la utopía; ilumina, estimula, eleva

y fortalece la esperanza.

Pero los humanos damos la impresión de preferir seguir en tinieblas. Tenemos muchos regalos, pero

carecemos de estrella. Tenemos, tenemos, tenemos... pero ¡qué poco somos, qué poco vemos, qué poco

gozamos! Cuando el Niño nos invita a mirar y a seguir a la estrella, nosotros preferimos los camellos y

los regalos. Y así, hemos convertido la fiesta de la Epifanía en un suculento negocio, en consumo.

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El evangelio es claro: los que fueron llamados primero, los que tenían consigo las profecías y vivían a la

sombra del templo, no se movieron para investigar sobre el niño de Belén. Sabían las profecías de

memoria, pero no les sirvieron para nada. ¿Nos sirven a nosotros?

En cambio, los paganos, los que estaban lejos y separados del templo de Dios, pudieron reconocer,

desde lo profundo de sus sinceros corazones, el sentido liberador del mensaje mesiánico.

¿CÓMO TRADUCIR A LA ACTUALIDAD ESTA PARÁBOLA-PROFECÍA EVANGÉLICA?

¿Cambiando los nombres: Herodes, sacerdotes, letrados y pueblo de Jerusalén, por poderes políticos,

religiosos y económicos cristianos; por cristianos alienados por unas prácticas sociológicas... y donde dice

Magos poner ateos, agnósticos...? Pruebas para ello no nos faltan...

Si la parábola es también profecía, siempre será un serio aviso para que nosotros no estemos cometiendo

los mismos errores.

¿Cómo hacer realidad hoy esa universalidad? ¿Trayendo a nuestra fe a todos los pueblos, como se trató

de hacer durante tantos siglos, amparados por los ‘conquistadores’?

Es verdad que es bueno e importante que todos los seres humanos conozcan a Jesús y su Evangelio. Pero

es más importante aún que les permitamos y ayudemos a que sientan a Dios allí donde está: en su corazón

sincero.

Tengamos mucho cuidado para que cierto fundamentalismo católico no nos haga caer en la trampa.

Contra ese tipo de planteamientos luchó Jesús... y terminó en la cruz.

Si criticamos el nacionalismo religioso de los judíos del tiempo de Jesús y su interpretación triunfalista

de las profecías mesiánicas, es parar tener cuidado, porque ese mismo peligro está presente en nuestra

Iglesia y en cada uno de nosotros.

El proyecto de Dios en Cristo es la salvación universal. No pongamos obstáculos ni condiciones a este

objetivo primordial del Padre.

Entender, aceptar y vivir esta actitud es comenzar, quizá, a acercarnos un poco más al Niño de Belén.

“LAS TINIEBLAS CUBREN LA TIERRA” “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra. la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti: tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar, y te traigan las riquezas de los pueblos. Te inundará una multitud de camellos, los dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro,

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y proclamando las alabanzas del Señor.” (Is 60, 1-6)

Los seres humanos caminaban en la noche, porque somos ‘noche’. Las tinieblas envolvían al mundo. No

había respuesta a las preguntas que más inquietaban, no había sentido a las luchas y trabajos, apenas

quedaba esperanza...

Isaías anuncia el triunfo de la luz sobre las tinieblas. Dios quiere levantar a su pueblo de la desesperanza

del destierro; quiere que pase de las tinieblas a la luz, de la humillación a la gloria, de la tristeza a la

alegría, de la miseria a la abundancia, de la soledad al regreso de tantos hijos. Todo este cambio es

posible porque: la gloria del Señor amanecerá sobre ti. Es un canto de liberación, que anuncia la

llegada del Mesías. Es la Epifanía de Dios, su manifestación, que llega a su plenitud con la llegada de

Jesús, luz que rompe la noche, presencia que llena la vida. El signo es la Estrella, que ilumina la noche

del mundo y orienta a todos los que se deciden a seguirla.

DIOS NO DISCRIMINA

“Hermanos: Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado a favor vuestro.

Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio.”

(Ef 3, 2-6)

Pablo, el apóstol de los gentiles, expresa sobriamente el plan salvífico universal de Dios. Ha sido,

posiblemente, el primer judío que rompe los moldes religiosos nacionalistas y se ha abierto a la igualdad

entre todos los humanos, superando todos los privilegios. No es un descubrimiento suyo, sino una

revelación del Espíritu Santo. Y es que Dios quiere salvar a todos los pueblos, sin discriminación de

ningún tipo. De esta forma se rompe el exclusivismo judío. Todas las discriminaciones son contrarias a la

voluntad de Dios, a sus planes de salvación universal.

Pablo es consciente de haber sido escogido y capacitado para anunciar este evangelio al mundo. Esta es

su misión y su razón de ser. Y se dedicará a ella mientras le dure la vida.

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EL BAUTISMO DE JESÚS

“VIO RASGARSE EL CIELO Y AL ESPÍRITU...”

UN MESÍAS DISTINTO AL ESPERADO

“Proclamaba Juan: -Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme

para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo. Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en

el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como

una paloma. Se oyó una voz del cielo: -Tú eres mi Hijo amado, mi preferido.” (Mc 1, 7-11)

Las fiestas de Navidad y Epifanía se cierran hoy con el Bautismo de Jesús en el Jordán, cuando ya tenía

más de treinta años. Es la tercera y última manifestación del Padre en estos días y el comienzo de la

misión mesiánica de Jesús.

Marcos, que omite los relatos del nacimiento, de la infancia y juventud de Jesús, comienza su evangelio

con él ya adulto.

De estos largos años de la vida de Jesús, ¡casi toda su vida!, es muy poco lo que sabemos. Viene con la

misión más importante que puede desarrollar una persona: liberar-salvar a la humanidad de todas sus

esclavitudes; y se encierra en una familia irrelevante, en un pueblo insignificante y en un trabajo vulgar.

Aunque, quizá, tengamos que corregir nuestro concepto de importancia. Viendo lo que Dios preparó para

su Hijo, tendremos que concluir que la vida de familia es importante, que el silencio y la contemplación

son importantes, que el anonimato es importante. Jesús no nos enseña a vivir como imagen y semejanza

de Dios, solamente cuando predica en el templo o hace milagros o muere en la cruz. Nos salva –nos

enseña a vivir- también cuando reza, trabaja, obedece en Nazaret. Toda una realidad que no debemos

cansarnos de ahondar.

Tendemos a creer que Jesús tuvo clara su vocación desde el principio. Pero, como era hombre como

nosotros, ‘excepto en el pecado’ (Heb 4, 15), fue descubriendo lentamente lo que Dios quería de él.

Aprendería más deprisa y mejor que nosotros, por no tener pecado que frenara sus búsquedas. Pero no se

vería libre de los interrogantes e incertidumbres de las personas inquietas e inconformistas con el mundo.

¡Cuánto tiempo de oración y de silencio, de búsqueda, necesitó Jesús para iniciar el camino que el Padre

del cielo deseaba que recorriera!

El Bautismo fue para él una honda experiencia, con la que el Padre le marcaba el principio de su obra.

Jesús, como tanta gente sencilla del pueblo, había quedado impactado por el Bautista. Y una voz interior,

más fuerte aún que la de Juan, le hablaba del Padre, le inundaba de la ternura de Dios y le anunciaba que

había llegado la hora de darlo a conocer.

Sin acabar de saber lo que aquello significaba y lo que le esperaba, movido por la fuerza irresistible del

Espíritu, cuando se vive abierto a su influencia, Jesús se mezcla con el pueblo, en espera de ser bautizado.

Fue en esta experiencia del Bautismo donde Jesús tomó conciencia de su misión. Esa misión que había

ido madurando durante los largos años de su vida en Nazaret, y que ahora confirmaría mirando los rostros

de aquellas personas de vida impura y desgarrada, que hacían cola junto a él. Ya sabía a qué iba a dedicar

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su vida: a dar ‘vista a los ciegos, oído a los sordos, movimiento a los inválidos, sentido de la vida a los

pobres...’ (Lc 4, 18s). Se sintió lleno de Dios y solidario con todos los humanos que buscan y que se

saben incapaces de salir de la esclavitud de sus pasiones. Se sintió deseoso de cargar con todos los

sufrimientos y vacíos de los hombres. Le pareció clarísimo lo que Dios quería de él.

Cuando salió del agua, vio rasgarse el cielo. Las esperanzas más profundas y más vehementes de Israel

y de los hombres de todos los tiempos y lugares, empiezan a hacerse realidad. Lo que las impedía –el

‘cielo cerrado’- se abre definitivamente. ¿Quién podrá medir la ternura y la dulzura que embargaban el

corazón del Hijo? Experimentaría el amor del Padre; un amor que lo penetraba y empapaba todo, en el día

de su consagración mesiánica.

El Espíritu entró en él hasta convertirlo en el Hombre nuevo, en el Hombre para los demás. Y se

dedicaría a comunicar ese Espíritu a los que quieran seguirle. Porque ya será posible, ¡por fin!, llegar a ser

‘imagen y semejanza’ de Dios (Gén 1, 26), verdaderas personas humanas. Solamente hará falta imitar al

Hijo, seguir al Nazareno, dejarse llevar por su Espíritu.

Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Pero ‘distinto’ del esperado, distinto de los deseos humanos

superficiales.

Jesús se va a insertar en la trama de una existencia ordinaria. Vivirá alejado de cualquier tipo de grandeza

o de poder, porque quiere ser acogido desde la mirada de la fe, que penetra más allá de las apariencias, y

desde la adoración-oración.

Este modo de presentarse, de llevar adelante su misión... creará problemas a todos. Jesús no entra en las

esperanzas, en los encasillamientos que hemos prefabricado para él. Incluso desmiente la imagen que ha

dado de él Juan el Bautista.

El Hijo amado de Dios, el Ungido por el Espíritu, no se presentará con poder. Su ministerio va a ser

humilde y solidario con los pobres y marginados. Consistirá en devolver la dignidad a todas las personas.

JESÚS POSEE LA PLENITUD DEL ESPÍRITU

Después de su bautismo, se abrió el cielo. El centro de este relato no es el bautismo de Jesús, sino la

manifestación del Padre declarándole el amado, el predilecto, y la comunicación del Espíritu de Dios para

que pueda llevar a plenitud su vocación: liberar a todos los hombres de toda esclavitud.

El protagonista de toda obra de Dios siempre es el Espíritu. Nosotros lo olvidamos constantemente,

apenas contamos con él. Por eso, es explicable nuestro desinterés en seguir el camino de Jesús.

¿Entendemos el papel del Espíritu en nuestra vida? ¿Contamos con él? ¿No imaginamos la vida cristiana

como una tarea nuestra, que depende sólo de nuestras fuerzas?

Jesús es el signo de esta relación nueva entre Dios y los hombres. Relación de amor, como debe ser toda

relación entre padres e hijos. Por ser el Hijo, Dios pone en él sus preferencias. Jesús, lleno del Espíritu,

habla y se comporta siempre como Hijo, con plena docilidad a ese Espíritu. Y así, su mensaje y su vida

son para nosotros criterio y camino a seguir.

El que es proclamado mi Hijo amado es una persona adulta que emprende su camino. Y en la vida, la

palabra y la acción públicas de este hombre adulto, se nos manifiesta Dios. Nos vamos salvando-

liberando en la medida en que hacemos nuestro este camino y lo seguimos.

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La promesa de Dios de estar con su pueblo se cumple plenamente en Jesús. Dios ha bajado porque en

Jesús se da la plenitud de su Espíritu, porque en él la ‘imagen’ se identificó con la Realidad.

El ser el Hijo no lo librará del sufrimiento; al contrario, lo comprometerá en una acción por los demás,

que llevará a cabo en la solidaridad y la persecución, y que culminará en la cruz. Y en la resurrección...

pero esta es otra historia.

EL BAUTISMO EN EL ESPIRITU

El Bautismo de Jesús es modelo del bautismo de todas las personas que quieran entrar a formar parte de

la comunidad cristiana. Por lo que, comprender el significado del bautismo del Hijo y descubrir los

elementos que lo integran, es lo mismo que comprender nuestra propia realidad de bautizados.

Los evangelios sinópticos dan una gran importancia al Bautismo de Jesús, como si su vida no pudiera ser

comprensible sin él.

En cambio, para nosotros el bautismo es, en multitud de casos, después de muchos siglos de cristianismo,

un rito tan vulgar y anodino que a pocos se le ocurre pensar que, por el hecho de estar bautizado, se haya

producido algo ni siquiera medianamente importante en su vida. En nuestros países la gente se bautiza lo

mismo que se apunta en el registro civil.

Muchos se escandalizan cuando unos padres no quieren bautizar a sus hijos; pero son muy pocos los que

protestan ante los bautismos que no significan más que una tradición que se debe cumplir para que las

cosas queden bien hechas.

El bautismo, como rito de purificación, existe desde mucho antes del cristianismo. Aún hoy, millones de

hinduistas lo practican en el río Ganges. Esto es porque el agua tiene un símbolo de lavado o purificación,

y de esta manera expresa la actitud interior del hombre que desea eliminar de sí toda mancha de impureza

legal o cultual.

Mientras nosotros le damos al agua bautismal gran importancia, los textos evangélicos tienden a dejarla

en un segundo plano, destacando que el bautismo nuevo de Jesucristo es, fundamentalmente, bautismo en

el Espíritu. El agua representa el nexo entre el Evangelio y el antiguo Testamento. Jesús es bautizado por

Juan; pero inmediatamente después recibe el Espíritu y la voz de Dios lo consagra como su Hijo. El rito

de Juan pedía un cambio interior –un camino por el desierto-, que preparaba la llegada del Mesías. Pero

con Jesús se da un paso más, porque el cristianismo es más que una reforma moral del individuo: implica

la acción del Espíritu Santo, don mesiánico.

No podemos entender el Bautismo de Jesús ni el nuestro sin el Espíritu, que nos lleva a una nueva forma

de interpretar nuestras relaciones con Dios, personales y dentro de la comunidad eclesial.

Sin el bautismo en el Espíritu, el cristianismo no tiene razón de ser, porque cosas ‘viejas’ nos sobran.

Por esta razón ésta es la fiesta en que debemos preguntarnos por el significado de nuestro bautismo y en

cómo lo estamos viviendo.

Nuestro bautismo es el signo de nuestro deseo de querer vivir según el camino marcado por Jesús;

camino de justicia y libertad, de amor y de paz; vivido en constante conversión, en lucha con las

seducciones del poder, del tener, de la inmoralidad, de la pereza y de los vicios.

El bautismo es un camino. El verdadero bautismo es la vida entera, con el colofón de la muerte en Cristo.

Es el signo sensible que está expresando la realización de una vida según el plan de Dios.

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El camino de Jesús no terminó con él: tenemos que continuarlo nosotros. Hacemos realidad nuestro

bautismo según vamos respondiendo a las llamadas que nos dirige el Padre cada día, en cada situación

concreta. ¿Estamos tratando de hacerlo?

LOS PLANES DE DIOS NUNCA COINCIDEN CON LOS NUESTROS

“Esto dice el Señor: Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos, y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David: a él lo hice mi testigo para los pueblos, caudillo y soberano de naciones; tú llamarás a un pueblo desconocido, un pueblo que no te conocía correrá hacia ti; por el Señor, tu Dios, por el Santo de Israel, que te honra. Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón. Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos -oráculo del Señor-. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes. Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.”

(Is 55, 1-11)

La primera lectura es el final del libro de la Consolación del Segundo Isaías (Siglo IV a. C.). La forman

cuatro breves oráculos poéticos, en los que se concentran las ideas básicas del profeta.

Oíd sedientos todos... En este primer poema, a la vez que anuncia el retorno del pueblo a la tierra

prometida, el profeta hace, en nombre de Yahvé, un ofrecimiento al pueblo de los bienes más elementales

para la subsistencia. Les ofrece de balde el trigo y les pide que acudan por agua, alimentos de primera

necesidad, especialmente para la travesía del desierto que están a punto de iniciar. No sólo se trata de

comida y bebida materiales, sino también del alimento que pueda saciar todas las hambres del corazón

humano. Un alimento que se da gratis a todos los que son conscientes de que lo necesitan. También la

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leche y el vino productos escogidos de la tierra prometida y que tienen connotaciones festivas y de

banquete mesiánico.

El pueblo está sediento sobre todo de escuchar la palabra de Dios, que es lo único que le hará vivir como

pueblo de Dios. También esta palabra, que es fuente de vida, se la ofrece Dios: ¿Por qué gastáis dinero

en lo que no alimenta...? Las esperanzas fundamentadas en ‘salvaciones’ humanas han resultado

demasiado frágiles, y los desterrados se han resignado a tener paciencia y a dejar en manos de Yahvé su

liberación para cuando él quiera. El abandono y la fe en Dios, que han descubierto en medio de su

miseria, es lo único que les queda.

Sellaré con vosotros alianza perpetua... Este segundo poema es también una relectura de las antiguas

profecías del Primer Isaías. El pueblo de los pobres se ha reconocido en el Siervo de Yahvé y ha

descubierto su propia misión entre las naciones: su papel de testigo y de signo hasta en el sufrimiento.

Pero todo ello no será realidad mientras no tengan una firme confianza en la palabra de Yahvé y retornen

a él. La alianza, que restablece al pueblo sus prerrogativas reales, es eterna: se funda plenamente en la

voluntad de Dios.

Buscad al Señor mientras se le encuentra... Mis planes no son vuestros planes... El tercer poema

indica que la conversión a Yahvé requiere que salgan de sus perspectivas y pensamientos puramente

humanos, única forma de poder entrar en las perspectivas de Dios, que se acerca, que se deja encontrar y

conocer. Conocer al Señor será vivir de acuerdo con su pensamiento, adecuar a ellos los propios caminos.

Los pensamientos y los caminos de Dios, su deseo de perdonar, están infinitamente por encima de los

humanos: como el cielo es más alto que la tierra...

Cuando el ser humano considera su pecado demasiado grande para ser perdonado, Yahvé revela un

pensamiento que rebasa toda justicia humana y que permite la conversión hasta de los peores pecadores.

...Mi palabra... no volverá a mí vacía... Finalmente –cuarto poema-, el Siervo del Señor ha descendido

a nuestra tierra: como bajan la lluvia y la nieve del cielo... para enseñarnos los caminos de Dios. Y,

puesto que esta palabra proviene de Dios, es eficaz: lo que fue anunciado se cumplirá.

En medio de las dificultades e inquietudes, Yahvé está presente, llevando adelante, imperturbablemente,

su designio. Incluso en acontecimientos que parecen contrariar el plan de Dios o la promoción de la

humanidad, Yahvé realiza su obra.

Si Dios es único, no tiene que temer ninguna oposición a su forma de conducir la historia. Todas las

etapas de esta historia son permitidas por él y llevan al futuro escatológico. No hay fuerza alguna que

pueda contrarrestar su voluntad.

“EL ESPÍRITU, EL AGUA Y LA SANGRE”

“Queridos hermanos: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Aquel que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe.

¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el Espíritu es quien d testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Porque tres son los testigos: el Espíritu, el agua y la

56

sangre, y los tres están de acuerdo. Si aceptamos el testimonio humano, más fuerza tiene el testimonio de Dios. Éste es el testimonio de Dios, un testimonio acerca de su hijo.”

(1 Jn 5, 1-9)

La segunda lectura, de la primera carta de san Juan, constituye como un resumen doctrinal de toda la

carta: relación entre el amor y la fe; imposibilidad de amar a Dios sin amar al prójimo, sus hijos y

herederos; Jesús es Dios y hombre pleno; el amor debe llevar siempre a las obras.

Muchas de las religiones contemporáneas a los escritos neotestamentarios reclamaban para sus fieles el

título de hijos de Dios.

Filiación que no es perceptible externamente. El mundo, que para Juan es todo lo que se opone a Dios, no

la reconoce; y los cristianos se preguntaban por los criterios necesarios para descubrir su realidad y acción

dentro de ellos mismos.

Juan nos enseña, en la lectura de hoy, que el nacimiento de Dios y la filiación correspondiente se

verifican conforme a tres criterios concretos: la fe, el amor a Dios y a los hermanos y el cumplimiento de

los mandamientos.

La fe consiste en creer que el Hijo de Dios posee la vida eterna, sobre todo desde su victoria sobre la

muerte, y que esta vida eterna es nuestra herencia.

El amor es el gran mandamiento, que no es para los cristianos una carga o algo imposible de realizar: es

Dios, sobre todo, quien lo hace posible.

Estas actitudes enfrentan al cristiano con el mundo: el creyente vive abierto a la iniciativa de Dios en su

Hijo, mientras el mundo se cierra a él. Y en esta actitud de fe en Dios, el cristiano vence al mundo,

viviendo los valores del reino vivido y predicado por Jesús. Victoria que comenzó en el momento de la

conversión y continúa en la vida cotidiana, siempre que nuestra vida siga el camino iniciado por Jesús.

Juan escribe a continuación sobre la misión de Cristo, iniciada en el bautismo del Jordán –con agua- y

concluida en la cruz –con sangre-.

También son tres los testigos o signos de esta misión: el agua –bautismo en el Jordán-, la sangre –muerte

en la cruz- y el Espíritu que nos enseña que la muerte de Cristo tiene una fuerza salvadora para los

creyentes.

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DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA

TENTACIÓN Y DESIERTO

UNA SOCIEDAD MORALMENTE ENFERMA

Las tentaciones que sufrimos todos los seres humanos, y en las que vivimos inmersos, sintetizadas en las

que superó Jesús en el desierto, intentan suplantar a Dios, impedir el desarrollo del verdadero ser humano,

creado para el amor, la libertad, la justicia, la verdad y la paz. Pretenden convertir en dios todo lo que no

es Dios –el tener, el poder, el placer...-, que se transforman en instrumentos de esclavitud, rivalidad y

destrucción.

Dios, y todo lo que él representa, va desapareciendo cada vez más del horizonte de nuestras sociedades

del consumo y del ruido. Las tentaciones tienden a presentarnos un dios a la medida de lo mundano. Son

tan sutiles que el hombre moderno corre el riesgo de no enterarse de que está dejando de ser persona

auténtica, solidaria con todos sus semejantes. Cuando los medios de manipulación alcanzan un grado de

eficacia tan absoluto, ¿puede existir la libertad? La peor de las tentaciones es no ser conscientes de vivir

en ellas.

Vivimos en una sociedad moralmente enferma, que nos hace muy difícil descubrir que todo lo que Dios

representa es lo único que puede llenar nuestras vidas de sentido, de plenitud, de infinito.

Nuestro mundo cree que el dominio de sí mismo es represivo, que hay que dejarse llevar por la

comodidad, por los instintos, por el poder, por el tener... Que la ascesis, la austeridad... impiden el

desarrollo y la realización del ser humano. Que hay que disfrutar al máximo, pasarlo lo mejor que se

pueda, que los compromisos impiden la autenticidad y la libertad.

Estamos tentados por el ‘horizontalismo’, que niega la trascendencia de la persona. Vivimos en él, sin ser

conscientes de ello. También por el secularismo y el hedonismo. Por el subjetivismo, sin normas objetivas

de moralidad, de justicia... Por la espontaneidad y la frivolidad en nuestras acciones.

Los padres del desierto nos recuerdan que no existe experiencia cristiana, ni humana, sin esfuerzo.

¡Cuántos sacrificios en deportistas, por ejemplo, para conseguir sus objetivos!

Tenemos que dominar las tendencias desordenadas dentro de nosotros mismos, para llegar al equilibrio

en la propia existencia, para ser los dueños de nuestra vida y de nuestro destino, como lo fue Jesús, que

irá al desierto para dejarse envolver, más y más, por el amor, para estar a solas con su Padre, y saber lo

que quería de él...

Por el desierto, de una manera real o figurada, deberíamos pasar todos, para adentrarnos en nuestra

propia interioridad, en nuestras verdaderas ilusiones y búsquedas, en medio de la soledad, el silencio y la

austeridad.

Vivir en el desierto es aceptar las tentaciones, las dificultades de la vida y luchar por superarlas, sabiendo

que Dios, como buen Padre, no nos quitará los problemas, pero sí nos dará las fuerzas para superarlos.

DESIERTO: LUGAR DE LA TENTACIÓN Y DEL ENCUENTRO

“El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás;

vivía entre alimañas y los ángeles le servían Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el

Evangelio de Dios; decía:

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-Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia.”

(Mc 1, 12-15)

Comenzamos el tiempo de Cuaresma: cuarenta días de preparación a la celebración central del

cristianismo: la resurrección de Jesús, fundamento de nuestra fe (1 Cor 15, 14-19).

El evangelio de hoy consta de dos partes: las tentaciones de Jesús en el desierto, sin especificar su

número, y la inauguración del ministerio público de Jesús, ya leído –y comentado- al comienzo del

evangelio del domingo tercero ordinario, de este mismo ciclo.

Brevemente resume Marcos la experiencia de las tentaciones de Jesús: en el desierto cuarenta días

-tiempo que simboliza toda la vida humana sobre la tierra-, dejándose tentar por Satanás –figura de todo

el mal-pecado que quiere destruir al ser humano, creado a imagen y semejanza de la Trinidad- y

‘empujado’ por el Espíritu de Dios.

Jesús ha ido creciendo en edad, en sabiduría y en gracia (Lc 2, 40. 52). Mientras Juan lo bautizaba, ha

experimentado que el Padre se complace en él. Estos sentimientos de amor de su Padre le han confirmado

en su vocación, le han hecho más disponible, le han afirmado en sus reflexiones de tantos años en

Nazaret, sobre el reino de Dios al que debía dedicar y entregar su vida.

Todos necesitamos ver reafirmada nuestra vocación, aceptadas nuestras cualidades, reconocidas nuestras

actividades... Cuando ese reconocimiento procede de una persona cualificada, experimentamos seguridad,

crecemos en entrega y en ilusión. El reconocimiento potencia y multiplica nuestra dedicación a la tarea.

Jesús, después de escuchar las palabras del Padre en lo más íntimo de sí mismo, se ha ido al desierto a

contemplarlas, meditarlas y saborearlas. Necesita estar solo. Es dócil al empuje del Espíritu.

¿Por qué le ‘empuja’ al desierto? No tanto para tentarlo (Mt 4, 1), como para hacerle vivir una singular

experiencia de oración, de clarificación de ideas y de compromiso.

En el desierto se curtieron los grandes profetas; porque el desierto es, a la vez, lugar de soledad y de

silencio, de despojo... y de oración, de búsqueda, de toma de decisiones, de intimidad, de encuentro, de

diálogo con Dios dentro de uno mismo, que se realiza en la hondura de la vida... y de respuesta, de luz, de

amor...

Dios ha creado el desierto para llamar y poder encontrarse con personas disponibles, dispuestas a

caminar-vivir siempre ‘más allá’.

El desierto permite la reanudación del diálogo interrumpido en el mito del Paraíso, con la marcha de

Adán y Eva.

En el desierto, además de poder encontrar a Dios, el ser humano tropieza también con el ‘Enemigo’

(Satanás). Y así, el desierto es, también, el lugar de la tentación y de la lucha. ¿De qué va a ser tentado el

que jamás optó por nada?

El desierto lo verifica todo. Es la ‘patria’ del evangelio.

La experiencia del desierto es uno de los aspectos más propios de la Cuaresma, tiempo de conversión.

Prepara para seguir a Jesús hasta la Pascua-Resurrección y para vaciarnos de todo lo que no es Dios.

Todas las experiencias del desierto deben convertirse en experiencias de amor. A través de ellas, el Padre

nos prepara para un encuentro en profundidad con él, que nos llevará a un mayor compromiso y libertad.

Somos –vivimos- en la medida en que amamos y somos amados. Somos amados para que amemos. No

somos amados para vivir protegidos, sino para ser transformados. El amor afina el oído... y el corazón.

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En el desierto sólo importa lo esencial. Por eso, es una llamada a prescindir de todo aquello que no sea

necesario y a fortalecer lo que es imprescindible.

Lo más importante del desierto es el deseo ardiente de encontrarse con el Padre.

LA TENTACIÓN DE JESÚS

La tentación de Jesús está relacionada con su mesianismo: ¿qué deberá hacer? , ¿cómo deberá actuar?,

¿es él realmente el Mesías? Y si lo eres, ¿por qué no darlo a conocer, usando los medios humanos del

poder, del tener, del milagro... para liberar a los pueblos e instaurar sin problemas el reino de Dios? ¿Por

qué no empezar remediando todos los males que sufre la sociedad, sobre todo los más pobres?...

Estas fueron las tentaciones del pueblo judío en el desierto y siguen siendo las tentaciones de la Iglesia y

de cada uno de nosotros. Siempre el recurso al milagro fácil, junto al tener y al poder, como se ve claro en

los textos paralelos de Mateo (4, 1-11) y Lucas (4, 1-13).

Las tentaciones no se superan sin oponer una constante y tenaz resistencia, que durará todo el tiempo de

la vida del hombre sobre la tierra. Las fuerzas del mal nunca se vencen del todo.

Jesús ora, escucha e interioriza la Palabra en lo más profundo de su corazón. Y le va quedando claro que

debe dedicar su vida a hacer la voluntad del Padre (Jn 4, 34), que debe vivir para servir, nunca para

triunfar o dominar o deslumbrar; dedicar su vida a los pobres, a los humildes, a los oprimidos... únicos

que podrán entenderlo; que la salvación de los pueblos. -la nueva humanidad- no se construirá desde el

triunfo y el poder, sino desde el servicio y el amor... La opción estaba tomada. Tendrá dificultades a lo

largo de toda su vida, pero ya todo estaba un poco más claro.

La principal búsqueda de la gran mayoría de los cristianos -¿de todos?- en esta Cuaresma podría ser

tratar de descubrir que nuestros montajes de vida tienen poco que ver con el evangelio de Jesús... y

convertirnos a él.

Los ángeles le servían y las alimañas se le someten pacíficas. La mención de las alimañas puede ser una

simple descripción del desierto, o puede referirse a la recuperación de la paz paradisíaca de los tiempos

mesiánicos (Is 11, 1-10). Con su obediencia prolongada, a lo largo de los cuarenta días de la tentación,

Jesús habría restablecido la primitiva armonía del ‘Paraíso’. La presencia de los ángeles nos muestra la

ayuda especial de Dios; una existencia en la lucha y, al mismo tiempo, en la paz. Es el misterio de Cristo:

Hijo de Dios, pero tentado. Y es también el misterio del cristiano que profundice en la vida a la que

introduce el bautismo: una vida hecha de luchas, pero bajo el signo de la victoria y de la paz.

El relato de Marcos queda como incompleto. La respuesta definitiva nos la dará todo su evangelio. La

historia sucesiva es la que nos indicará la naturaleza de la tentación, sus peripecias y su final. Toda la vida

de Jesús será un enfrentamiento entre el ‘fuerte’ –Satanás- y el ‘más fuerte’ –el Espíritu-. Lo mismo debe

ser la nuestra.

SÓLO EL DIOS CREADOR PUEDE DOMINAR SU CREACIÓN

“Dios dijo a Noé y a sus hijos: -Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los

animales que os acompañaron, aves, ganado y fieras, con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago un pacto con vosotros: el diluvio no volverá a destruir la vida ni habrá otro diluvio que devaste la tierra.

Y Dios añadió:

60

-Ésta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las edades: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco y recordaré mi pacto con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes.”

(Gén 9, 8-15)

Los once primeros capítulos del Génesis son la narración simbólica y religiosa de los orígenes del

cosmos y de la humanidad. No cuentan hechos históricos, sino signos a través de los cuales podemos

profundizar en la creación y en la historia humana de siempre.

La primera lectura está sacada del supuesto discurso que mantuvo Yahvé con Noé y sus hijos después del

diluvio.

El tema esencial es el de la alianza. Noé se convierte en el padre de la humanidad con el mismo derecho

que Adán. Por eso Dios establece con él una alianza, lo mismo que había hecho con el primer hombre.

Al igual que las demás alianzas hechas por Yahvé, la iniciativa viene de Dios y sólo él se compromete, lo

que muestra su bondad. La alianza tiene una repercusión cósmica y universal, lo mismo que habían sido

las alianzas con Adán, y serán con Abrahán y con Moisés.

Cada una de estas alianzas está marcada por un signo: la bendición en Adán, el arco iris en Noé, la

circuncisión en Abrahán y el decálogo sintetizado en el sábado en Moisés.

El arco iris es el signo de la promesa de Dios de no volver a provocar otro diluvio. Las tradiciones

paganas no podían prometer tal cosa porque sus dioses no eran creadores. Sólo el Dios creador puede

dominar su creación.

JESÚS RESUCITADO, SÍ PUEDE SALVAR

“Queridos hermanos: Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los

culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero como poseía el Espíritu, fue devuelto a la

vida. Con este Espíritu fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que

en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos pocos –ocho personas- se salvaron cruzando las aguas.

Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Cristo Jesús Señor nuestro, que está a la derecha de Dios.”

(1 Pe 3, 18-22)

El pacto-alianza de Dios con los hombres, hecho después del diluvio con los que salieron del arca

–ocho personas-, pide la fidelidad de estos últimos, para la que es necesaria la conversión constante,

venciendo la tentación que nos inclina a vivir de forma mundana.

Esta fidelidad sólo la podrán vivir los que se sientan encadenados e insatisfechos, los humildes, los

pobres, los oprimidos. ¿Cómo podrán ser fieles a Dios los que viven –vivimos- satisfechos de cómo le

van las cosas? En los que le sean fieles, se hará realidad el reino de Dios.

Es posible que esta lectura esté inspirada en un antiguo himno bautismal, que cantaban los primeros

cristianos durante la vigilia pascual.

61

La cosmología hebrea distinguía tres planos en la creación: el cielo, la tierra y el infierno. Cristo, por su

resurrección, extiende simultáneamente su dominio a los tres. Y, al estar incluida toda la humanidad en la

salvación de Dios, los muertos antes de la resurrección de Jesús también participan de esta salvación (Mt

27, 52-53; Heb 11, 39-40).

De esta forma, el argumento del autor de la carta podría ser: la antigua economía de la salvación era

completamente ineficaz antes de la resurrección de Jesús, puesto que sólo ocho personas se pudieron

salvar del desastre. Fue necesaria la venida de Cristo a la tierra, su descenso, para salvar a todos,

El bautismo –de agua, de sangre y de deseo-, que participa del poder salvador de Jesús resucitado, puede

salvar a la humanidad.

Que Jesús haya estado en ‘los infiernos’ significa: que ha muerto realmente, porque el infierno es el lugar

de los muertos; es decir, que ha experimentado la condición humana en toda su integridad; y que ha

resucitado, que ‘ha retornado’ de esa morada de los muertos. Y lo ha hecho de una forma activa:

venciendo a los espíritus encarcelados, liberando a los humanos cautivos de esos poderes.

‘Bajando a los infiernos’, Jesucristo manifiesta que, el estado de absoluto abandono en que se

encontraban, ha sido reemplazado desde entonces por el estado de amistad con Dios.

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SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS

EN LA ‘REALIDAD’ ESTÁ DIOS

¿Cómo va a creer en Dios una sociedad materialista que camina en dirección contraria a él, dominada por

el deseo de tener, de poder y de placer?

Por lo general, lo que creemos que es la realidad de nuestro mundo no es la que está en la mente del

Padre Dios. Hemos construido –el pecado que tenemos dentro y nos domina- una sociedad acomodada a

nuestros instintos superficiales y egoístas. Aunque parece que en la actualidad la realidad tampoco es ya

la que hemos decidido que sea, sino la que nos marcan los medios de comunicación de masas y el

consumismo. De esta forma, al creer que sabemos exactamente qué es vivir como personas, no

conseguimos encontrar a Dios, cosa que tampoco nos preocupa demasiado. De aquí, el gran vacío de

Dios, de los valores que representa, en nuestras ‘desarrolladas’ sociedades. Necesitamos ahondar

constantemente en lo que deseamos de verdad, en aquello que colmaría nuestra existencia; penetrar con

claridad en las profundidades de lo que realmente somos y queremos. Allí está Dios.

Si buscamos, desprendidos de todo lo de aquí ‘abajo’ y entregados a la edificación del reino de Dios, el

Padre del cielo iluminará nuestro camino con experiencias íntimas (evangelio de hoy). Cuando

respondamos con la entrega de todo lo que tenemos y somos, hasta hacer el vacío en nuestro corazón

(primera lectura), Dios iluminará nuestra vida de forma insospechada.

El Padre Dios, en Jesús, nos ha dado y nos da todo lo que de verdad nos conviene. Desde esa fe tenemos

que interpretar y vivir todos los acontecimientos humanos, nuestros y de los demás (segunda lectura),

aunque tantas veces parezca evidente su ausencia, en las constantes violencias e injusticias de nuestro

mundo y de las que son víctimas, casi siempre, los mismos: los más pobres entre los pobres, ya sean

individuos o naciones.

SIMBOLISMO RELIGIOSO DE LA MONTAÑA

Algo tienen las montañas que tan apasionadamente nos atraen a los humanos. La montaña, elevación de

tierra hacia el cielo, fue considerada por muchas religiones antiguas como un símbolo del ascender del

hombre hacia Dios; como el lugar del encuentro con él, de su manifestación a sus criaturas.

Dios se manifiesta en las alturas –Moria, Sinaí, Tabor, Calvario- y el hombre debe subir hasta él,

abandonando la mediocridad de la ‘llanura’, en la que abundan los ‘diosecillos’ que nos impiden vivir de

verdad como personas.

Subir la montaña significa superarse a sí mismo, ir adquiriendo los criterios del Padre, ir viendo y

viviendo la realidad como la vive y la ve Dios. La fe nos impulsa a subir hasta lo más alto de ella para

hacer en su cumbre la ofrenda de nosotros mismos. Es en lo ‘alto’ donde el ser humano se puede

encontrar consigo mismo y ‘transfigurarse’.

Cada uno tenemos nuestra montaña que subir; cada uno tenemos que hacer nuestra propia búsqueda y

nuestra propia ‘ascensión’. No son suficientes veinte siglos para evadirnos de esta tarea. Tampoco la

Iglesia universal está libre de esta búsqueda, de esta subida, si quiere ser servidora de la humanidad.

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La montaña tiene también sus peligros, y no sólo físicos. El monte puede ser también lugar de la

tentación: la de creernos superiores a los demás y no querer saber nada de ellos; la de querer dominar el

mundo entero, como intentó el diablo con Jesús en una de las tentaciones del desierto (Mt 4, 8-10; Lc 4,

5-8).

EN EL MONTE MORIA

“Dios puso a prueba a Abrahán llamándole: -¡Abrahán! Él respondió: -Aquí me tienes. Dios le dijo: -Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y

ofrécemelo allí en sacrificio, sobre uno de los montes que yo te indicaré. Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí un altar

y apiló la leña, luego ató su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor gritó desde el cielo:

-¡Abrahán, Abrahán! Él contesto: -Aquí me tienes. Dios le ordenó: -No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a

Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo. Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la

maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo. El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo: -Juro por mí mismo –oráculo del Señor-: Por haber hecho eso, por no haberte

reservado tu hijo, tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.”

(Gén 22, 1-2. 9. 15-18)

La primera lectura puede ayudarnos a entender la transformación que puede ejercer la montaña en la

conducta humana. Los hombres somos proclives, normalmente, a atribuir a la voluntad de Dios lo que no

es más que el producto de una cultura, de un ambiente social, de tradiciones religiosas, de una mentalidad

ligada a una ideología particular.

Abrahán, padre de los creyentes, sabe que a Dios no se le discute ni regatea nada. Y pudo llegar,

inspirado en las costumbres de religiones primitivas conocidas suyas –provenía de Ur de Caldea-, a sentir

la exigencia de sacrificar a su hijo.

Nosotros sabemos que Dios nunca puede pedir el sacrificio de ningún hijo, ni de ningún ser humano;

pero entonces las cosas eran distintas. Aquella cultura estaba muy alejada del Dios Padre del evangelio.

La obediencia y la fe de Abrahán camino del monte son increíbles. Ya había dejado su tierra (Gén 12, 1)

fiado en la palabra de Dios. Ahora, renuncia a su hijo poniendo todo su futuro en las manos de Dios.

A pesar de la diferencia de cultura y de ideas religiosas de entonces y de ahora, la idea es clara: Abrahán

cree que Yahvé le pide el desprendimiento más radical, el vacío más total, la ofrenda de lo que más

quiere, el fundamento de toda su esperanza, de toda su vida; aquello por lo que llevaba luchando siempre.

Al llegar a la cima del monte, el patriarca ve las cosas de otra manera, comprende mejor al Dios de la

promesa, descubre que ese Dios no puede pedirle la muerte de su hijo. Y fue obediente renunciando a

sacrificarlo, cuando comprendió –en lo alto de la montaña- que Dios ama la vida, no la muerte.

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Este acontecimiento fue clave en su fe, y dio paso a un cambio radical en la historia de las religiones: la

‘deshumanización’ es una característica de los humanos, nunca de Dios.

Pero hemos de tener claro el profundo acto de fe que realizó Abrahán. Había caminado con su hijo en

silencio, ensimismado en sus propios sentimientos, herido por este Dios inhumano e incomprensible; un

Dios que se contradecía, que renegaba de la promesa.

Un pasaje para ahondar y aplicar a nuestra fe de hoy. Porque este camino, que llevó a Abrahán hacia la

cumbre de la perfección, es el proceso del cristiano que quiera caminar de verdad en el seguimiento de

Jesucristo. También a nosotros se nos pide el sacrificio del ‘hijo’ para poder desarrollar nuestra fe al

máximo, para poder crecer y vivir una existencia con sentido. Tenemos que hacer el vacío en nuestros

corazones para poder llenarnos; permitir que el Padre nos reduzca a la nada para poder ser semejantes a

él. Sólo vaciándonos totalmente de nosotros mismos podremos contener a Dios.

Necesitamos renunciar a lo que más deseemos, a lo que más hayamos soñado, a lo que más nos ilusione,

a lo más querido y gratificante... si queremos subir hasta Dios. Porque ‘todo eso’ es lo que nos está

impidiendo que podamos amar más y, lo que también es importante, nos dejemos querer más.

EN EL MONTE TABOR

“Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:

-Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: -Éste es mi Hijo amado; escuchadlo. De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con

ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: -No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite

de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de

entre los muertos.” (Mc 9, 1-9)

Del monte Moria, en contraste, pasamos al monte Tabor, en el que todo es dicha.

El relato de la transfiguración está colocado entre los dos primeros anuncios de los tres que les hace Jesús

a sus discípulos de su pasión, muerte y resurrección (Mc 8, 31; 9, 31s). Con un lenguaje simbólico nos

transmiten un hecho fundamental en el camino de la vida de Jesús y de sus verdaderos seguidores: la

realización del reino de Dios pasa por la dificultad, el dolor, la lucha, la persecución... pero lleva a la

plenitud escatológica. Nos anticipa el futuro. Contempla a Jesús desde la perspectiva de la resurrección.

Nos lleva a comprender el ritmo pascual del mensaje evangélico: no hay posibilidad de ser prójimo de

todos los humanos sin hacer, día a día, ofrenda de la propia vida.

El relato no se limita a revelarnos el futuro, sino a señalarnos la conclusión llena de esperanza de la vida

humana sobre la tierra. Quiere manifestarnos, además, el significado que tiene, ya ahora y aquí, la

realidad desde Dios, aunque para nosotros esté velada en gran medida. Una realidad que las apariencias

parecen desmentir.

65

De esta forma, la transfiguración no es sólo la revelación de lo que será Jesús después de su muerte en la

cruz, sino también de lo que es ya a lo largo de su camino humano.

No podemos quedarnos en la materialidad del relato, sino tratar de penetrar en su rico simbolismo para

captar la hondura del mensaje.

Jesús se ha presentado como Mesías, rechazando todo triunfalismo. Ha hablado con claridad de su pasión

y muerte, ha invitado a sus discípulos a recorrer su mismo camino doloroso. El choque producido por sus

palabras debió ser muy fuerte y no había sido asumido todavía. Los discípulos tienen necesidad de

reanimarse para seguir con él. Es la misión que tiene este pasaje: persuadirles –persuadirnos- de que el

camino de la entrega de sí mismo, en favor de la humanidad, es el único que lleva a la plenitud humana.

Habían pasado seis días desde el primer anuncio de la pasión. Jesús se hace acompañar de los tres

discípulos más cercanos. Suben en silencio hacia lo desconocido. Ahondar en el proyecto divino exige y

supone ese silencio. Subir hacia Dios es morir a nuestros proyectos, a nosotros mismos; es abismarse en

lo nuevo y desconocido, donde está Dios.

Los apóstoles estaban acostumbrados a Jesús. Lo veían todos los días, comían con él, sabían todo lo que

hacía, escuchaban sus parábolas y todas sus enseñanzas. Y cuanto más lo veían y escuchaban, menos

atención mostraban. Al menos es esto lo que nos pasa a nosotros.

Jesús los tomó aparte, los llevó lejos del bullicio de las multitudes, donde se daban tanta importancia, y

los condujo a la soledad de la montaña.

En ella se sosegaron, aprendieron a callar y a escuchar, se desprendieron de sus preocupaciones y de sus

ambiciones. Y, como estaban solos, sin nada que los distrajera de lo esencial, comenzaron a fijarse en

Jesús, a mirarlo, a verlo de la manera con que siempre había estado entre ellos, aunque no se hubieran

enterado.

Se transfiguró delante de ellos. Por un momento se corre el velo que oculta la realidad y queda al

descubierto la verdad de las personas y el sentido de la vida: el lado de Dios.

Dios llena a Jesús, desde dentro, y queda patente su extraordinaria personalidad, su vida íntima, la

fecundidad de su misión: lo que parece lucha sin perspectiva de éxito, se manifiesta como futura victoria

de Dios; lo que parecía camino hacia el fracaso, se transfigura en lo que es realmente: camino de vida.

Queda paliado, de alguna manera, el escándalo que han experimentado con el primer anuncio de su

pasión y muerte, que acaba de hacerles.

La transfiguración evidencia el sentido más real, más profundo, más luminoso y verdadero, de su

camino: un camino que ilumina y relativiza todas las realidades humanas. Es el anuncio profético de lo

que está aconteciendo en la existencia de Jesús: un constante crecimiento de la conciencia que éste va

adquiriendo de sí mismo, de Dios y de la tarea que debe realizar.

Los tres apóstoles perciben con mayor claridad quién es Jesús. Intuyen algo fundamental para su fe. Sólo

lo intuyen, porque hasta después de la resurrección no lo aceptarán ni creerán en él plenamente.

Pero, ¿qué intuyen? La unión de dos realidades, antagónicas para ellos hasta este momento: una, su fe en

el Dios que está presente en Jesús, que habla y actúa en él; un Jesús que les llevará a la plenitud de vida;

la otra, que este camino de Jesús hacia la plenitud de la vida pasa por la lucha, el sufrimiento, la

persecución, el aparente fracaso y la muerte. ¿Los tenemos unidos nosotros?

66

Cuando un creyente se encuentra con Jesús y se decide a seguirlo, se enfrenta con una aventura llena de

exigencias, de imprevistos, de hechos desconcertantes... y de alegrías, nostalgias, utopías, esperanzas... Es

el camino del verdadero amor: el amor de Jesús. ¿Cómo creer en todo esto sin las experiencias del Tabor?

Se les aparecieron Elías y Moisés. El primer profeta y el primer legislador; los máximos representantes

de la Ley y de los Profetas. Su presencia es la prueba de la conformidad que existe entre el camino

elegido por Jesús y las profecías del antiguo Testamento. Es Jesús, efectivamente, al que anuncian las

antiguas profecías y el que llevará a plenitud la ley y el culto que ellos habían anunciado (Mt 5, 17).

¡Qué bien se está aquí! A Pedro le hubiera gustado eternizar aquella visión imprevista, aquella

experiencia. No comprende que aquello no es la meta, sino sólo un anticipo de la misma, que se les ofrece

para animarles a seguir adelante.

Querer construir chozas en la ‘montaña’, fuera de la realidad, es una tentación de todos: refugiarnos en la

fe, en las prácticas religiosas, en un ideal imaginado... No podemos alcanzar el ‘cielo’ sin transformar la

sociedad. Al Jesús ‘transfigurado’ únicamente lo encontraremos al final de una incansable búsqueda, al

final de un seguimiento renovado cada mañana. La experiencia de Dios engendra nómadas, caminantes....

jamás sedentarios.

LAS PALABRAS DEL PADRE

Éste es mi Hijo amado; escuchadlo. Estas palabras del Padre desde una nube son el centro del relato.

Son palabras similares a las escuchadas después del bautismo de Jesús (Mc 1, 11).

No tenemos otro camino para saber qué espera el Padre de nosotros que Jesús. Escuchar al Hijo amado

de Dios, es la única posibilidad de encontrar el verdadero camino humano, de saber qué debemos hacer.

El Padre nos dice que el camino del Hijo es el que funciona realmente, es el que lleva a la meta, aunque

sea un camino que nos sorprenda e inquiete.

Escuchadlo: haced de su caminar vuestro caminar. No basta saber quién es Jesús; es necesario actuar de

acuerdo con ese saber. ¿De qué nos sirve saber si nos desentendemos de los problemas de nuestro

mundo? ¿No es una aberración buscar una perfección espiritual, prescindiendo de la lucha por acabar con

el hambre y la opresión o con la negación de tantos derechos humanos, que sufren millones de personas?

Es necesario ‘escuchar’ bien, poniendo los pies en la tierra. En nuestro complicado mundo, en nuestros

problemas familiares, en la humanidad dividida en clases que luchan... nos hablan el Padre y el Hijo.

No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.

Un mandato que debemos entender en la línea del ‘secreto mesiánico’. Después de su muerte y

resurrección quizá desaparezca el peligro de comprender su mesianismo en un sentido político de

triunfalismo nacionalista.

Los discípulos no entienden lo de ‘resucitar’ de entre los muertos. Tampoco nosotros lo entenderemos si

nos quedamos en el terreno de las ideas. Pero si descendemos a las realidades diarias, experimentaremos

en propia carne lo que significa morir a nosotros mismos y vivir hacia Dios y hacia los hermanos.

Entenderemos qué es la resurrección, a través de esas ‘resurrecciones’ de cada día, que nos van

conduciendo a la resurrección definitiva, después de la muerte.

La Transfiguración nos da la seguridad de que, si nos jugamos la vida por los demás, si no buscamos el

propio interés y comodidad... llegaremos a la vida en plenitud. Nos anuncia que la muerte de Jesús en la

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cruz no fue el final. Nos ayuda a unir la muerte y la resurrección de Jesús, porque ambas forman un único

acontecimiento salvador. La mañana de Pascua mostrará que Jesús tenía razón.

“SI DIOS ESTÁ CON NOSOTROS, ¿QUIÉN ESTARÁ CONTRA NOSOTROS?”

“Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por

nosotros, ¿cómo no nos dará todo con Él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo que murió, más

aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros?” (Rom 8, 31-34)

El capítulo 8 de la carta a los Romanos termina con un himno al amor de Dios. La segunda lectura se

refiere al contenido de ese amor. Los versículos siguientes (35-39), que no se leen, aluden a los

adversarios.

La idea principal del texto de hoy es la seguridad de la esperanza cristiana, porque la redención ya está

cumplida. Nos presenta los motivos de esta esperanza fundados en el Padre (vv 32-33) y en Cristo (v 34).

Un Padre que está a favor de los redimidos, por cuya salvación entregó a la muerte a su propio Hijo.

Un Padre que, en Cristo, nos dará también la plenitud de la redención: la resurrección.

A causa de nuestros pecados y debilidades, abundan los motivos para acusarnos. Pero, ¿Quién acusará?

La segunda parte de la lectura se centra en el juicio escatológico. También aquí tenemos razones para no

temer, porque: contra los redimidos no habrá acusación: son los elegidos de Dios; por tanto, no habrá

condenación: Dios es el que justifica.

Tampoco Cristo se convertirá en acusador, porque: dio la vida por nosotros, resucitó, y está sentado a la

derecha de Dios, intercediendo por nosotros.

Este texto tiene que llenarnos de confianza y optimismo por la bondad y la misericordia del Padre y de

Cristo, a pesar de todas nuestras culpas y pecados.

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DOMINGO TERCERO DE CUARESMA

EXPULSIÓN DE LOS MERCADERES DEL TEMPLO

¿ACTO DE VIOLENCIA DE JESÚS?

“Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:

-Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: ‘El celo de tu casa me

devora’. Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: -¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús contestó:

-Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Los judíos replicaron: -Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar

en tres días? Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los

muertos, los discípulos se acordaron de lo que había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.”

(Jn 2, 13-25)

Los evangelios sinópticos colocan el pasaje evangélico de hoy al final de la vida pública de Jesús,

mientras que Juan lo sitúa a su comienzo. ¿Cuándo tuvo lugar realmente? No lo podemos afirmar con

certeza. Lo que sí sabemos es que los sinópticos no lo pudieron poner al principio porque Jesús, según

ellos, no fue a Jerusalén más que una vez durante los años de su vida pública, que narran valiéndose del

símil de un largo viaje de Jesús a la Ciudad, en cuyo trayecto realiza gran parte de su actividad mesiánica,

y a la que llegó al final de su vida para morir en ella.

En Juan, por el contrario, viajó varias veces a Jerusalén y fue en su templo donde tuvo los

enfrentamientos más graves con los dirigentes religiosos.

Parece lo más lógico que Jesús fuera a Jerusalén muchas veces a lo largo de su vida en Nazaret y de

profeta itinerante.

Las relaciones de los profetas con el templo fueron siempre muy difíciles. Porque, a la vez que

reconocían que el pueblo necesitaba expresar a Dios su entrega y devoción en el culto, hacían hincapié en

que Dios no quería ser suplantado por nada que no fuera el ser humano, única verdadera imagen y

semejanza de Dios (Gén 1, 26) y, por tanto, único templo en el que debía ser venerada la divinidad.

Aunque necesitamos lugares de reunión, el verdadero templo de Dios es la comunidad humana.

Nos impresiona el único acto de violencia de Jesús, según los cuatro evangelistas. Es una violencia de

gestos y palabras. Una violencia que nunca produce muertes, ni sangre, ni rasguños.

Jesús va al templo y no encuentra en él gente que busque a Dios, sino comercio. La fiesta convertida en

medio de lucro para los dirigentes religiosos; en un gran mercado, que comenzaba tres semanas antes de

la Pascua.

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El culto proporcionaba enormes riquezas a la ciudad, sostenía generosamente a la nobleza sacerdotal, al

clero y a los empleados del templo.

Pero el templo es la casa de Dios y debe ser, ante todo, lugar de silencio y oración.

Jesús se enfrenta con este comercio. El negocio y la oración no pueden convivir en la casa de Dios. Y

Jesús quiere terminar con aquella liturgia blasfema. Su gesto iba a colmar el vaso que le llevaría a la cruz,

al enfrentarse con el sistema económico del templo.

Los judíos no habían llegado a percibir lo esencial de la alianza: que la relación íntima del pueblo con

Dios tenía que realizarse a través de la propia vida, y habían convertido el culto y la ley en los elementos

esenciales de su religiosidad.

Los profetas lucharon constantemente contra esta falsa religiosidad. Transformar la religión en ley y

culto constituye una interpretación inmadura de la fe, demasiado frecuente.

Deberíamos reflexionar hasta qué punto esa fe inmadura es también la nuestra. Si el cristianismo no fuera

más que ley y culto, podríamos afirmar que la venida de Cristo había sido en vano. No es la ley lo que nos

hace verdaderos seguidores de Jesús, sino el sentido que le estamos dando a toda nuestra vida.

EL NUEVO TEMPLO

El nuevo templo es la misma persona de Jesús, presente en todos y en cada uno de los seres humanos

(Juicio final: Mt 25, 31-46)

Jesús quiere acabar con tanta podredumbre, aboga por la desaparición de toda liturgia farisaica y

establece un culto que sea la celebración de las ilusiones del hombre ante la vida; un culto que lleve a

establecer unas condiciones de vida justas en las que sea posible la fraternidad, la libertad, la igualdad y la

justicia para todos; un culto que lleve a la opción por los más débiles y al desarrollo de todas las

posibilidades de la persona humana.

El cristianismo no es para esclavizar, sino para liberar. Eso fue en tiempos de Jesús y eso debe ser ahora.

Sólo si entendemos el camino cristiano como un camino hacia la libertad en el amor, seremos fieles a la

voluntad de Dios, escrita en lo más profundo del corazón humano. Si lo entendemos como un camino de

normas y leyes, no hemos comprendido nada.

Este camino de liberación es difícil. Es una tarea de cada día, que nunca podemos dar por terminada.

Porque todos somos, y seremos siempre mientras vivamos en este mundo, esclavos de algo o de alguien.

Convertir el templo en lugar de negocios es lo mismo que utilizar la eucaristía para tranquilizar

conciencias o para celebrar actos oficiales, convirtiendo una comida fraternal en un acto ‘diplomático’, o

para celebrar sacramentos como tapaderas de actos de sociedad.

Jesús ha levantado su mano y su látigo contra los profanadores de aquel templo, y los sigue levantando

contra los profanadores de todos los verdaderos templos, contra todas las estructuras que oprimen a las

personas, sean culturales, económicas o políticas; contra todas las limitaciones o perversiones religiosas.

Su violencia nace del amor, porque brota del celo por el Padre y por los hermanos, y el celo es fruto del

amor. Un amor valiente, capaz de renovarlo todo. Un amor que se manifiesta en acciones comprometidas

y hasta revolucionarias, que no se conforma con aliviar los sufrimientos, sino que busca también suprimir

las causas que los producen.

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Dios sigue siendo profanado en sus templos vivos. Un hambriento es la peor blasfemia del mundo

egoísta y ‘civilizado’. Toda persona explotada, subdesarrollada, marginada, despreciada, torturada,

secuestrada o asesinada es una profanación.

Si ante tanta barbarie no reaccionamos con un compromiso concreto, es que nuestro corazón es de piedra

o nos hemos instalado en la comodidad y el conformismo o que no creemos, en el fondo, en el Dios Padre

de Jesús.

Lo esencial de nuestra fe, de nuestro culto y de nuestra alianza en Cristo, es nuestra entrega incondicional

a Dios, que vive en quien lo ama amando a su prójimo como a sí mismo, con el amor de Jesús (Jn 14, 23).

El modelo de un Dios encarnado en Jesucristo repugna a los instintos religiosos y profanos. Pero es el

único Dios verdadero. Será la resurrección de Jesús la que clarifique la verdad de su camino.

La señal más evidente de que la Iglesia no es un ‘mercado’ será que los pobres se encuentren en ella a

gusto.

¿No tendríamos que revisar muchas tradiciones y costumbres relacionados con el culto y la devoción,

dentro y fuera de nuestras iglesias? ¿No deberíamos preguntarnos qué diría y haría Jesús al ver nuestras

celebraciones y nuestros montajes religiosos? ¿No deberíamos confrontar todo lo que hacemos con el

evangelio de Jesús?

EL DECÁLOGO

“El Señor pronunció las siguientes palabras: Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí No te harás ídolos -figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra, o en el agua debajo de la tierra-. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones Cuando me aman y guardan mis preceptos. No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso. Fíjate en el sábado para santificarlo. Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que vive en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra, el mar y lo que hay en ellos. Y el séptimo día descansó; por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó. Honra a tu padre y a tu madre: así se prolongarán tus días

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en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él.”

(Éx 20, 1-17)

Tenemos en la Biblia dos narraciones del decálogo: una en el libro del Éxodo –primera lectura de hoy- y

la otra en el Deuteronomio (5, 6-21). En ambos casos sus mandatos se nos presentan con carácter

irrefutable, que no se discuten, que se aceptan esencialmente como Palabra de Dios. Están formulados en

segunda persona, a diferencia del estilo jurídico ordinario en Oriente, que los redactaba en tercera persona

y en condicional (‘si un hombre mata... será...’). Sus mandatos son tan absolutos que no se detienen en

sanciones, ni en casos particulares, ni en excepciones o consecuencias.

El libro del Éxodo ha ido subrayando que es Yahvé quien tiene la iniciativa de liberar de Egipto a su

pueblo y de hacer con él una alianza, para formar un pueblo de hombres libres, que sirvan y reconozcan la

soberanía de Yahvé. De ahí que el decálogo se inicie con la afirmación de Dios como el Señor.

Israel será plenamente él mismo en la medida en que sirva únicamente a Yahvé, superando las

tentaciones de hacerse o de adorar a cualquier otro dios hecho a la medida de lo mundano. Las primeras

palabras afirman la ‘presencia de Dios en el pueblo’ –Yo soy- y en la historia.

Yahvé es el Señor del tiempo y de la historia, es el Señor creador y libertador. El sábado hace vivir al

pueblo en comunión con Dios, en el gozo de pertenecerle, que se manifiesta con el descanso de todas las

ocupaciones, tanto de los hijos de Israel, como de sus esclavos y ganados, como signo de que es la

creación entera la que pertenece a Yahvé.

La autoridad, apoyada en el jefe del clan o de la familia, se traslada a Yahvé, Padre de todos los clanes.

Dios es también Señor de la vida. El respeto a la vida empieza por el respeto a los padres que, a

semejanza de Dios, son los transmisores de la vida. Respeto que abarca a todo aquello que se consideraba

imprescindible para que todos pudieran vivir dignamente: los bienes de los demás, puesto que atentar

contra ellos es privarles de algo esencial para sus vidas.

El decálogo es, pues, más que el enunciado exclusivo de un simple derecho natural: la fe de Israel ve en

él la respuesta que debe dar a Dios para vivir en comunión con él.

Aun cuando la mayoría de las prescripciones del decálogo se encuentran también en todas las leyes de las

naciones de aquel tiempo, lo que le convierte en un código religioso, apoyado en la fe del individuo, es el

ser expresión de la voluntad de Yahvé.

Los diez mandamientos de Dios nos indican el verdadero camino humano. Son límites que no debemos

traspasar. Están grabados en nuestros corazones. Vienen a ser como la ‘Carta Magna’ de la Humanidad,

si ésta quiere vivir en armonía, en libertad, en justicia, en paz. Son la declaración de los Derechos

Humanos más antigua. En ellos se identifican la ley de Dios y la ley natural.

Jesús los resumirá, interiorizará y perfeccionará. Porque no es lo mismo no hacer a los demás lo que no

quiero que me hagan a mí, que hacer a los demás lo que quiero que me hagan a mí. Y, lo que es mucho

más aún: tratar de amar con el amor de Jesús

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EL DESCONCIERTO DE LA CRUZ

“Hermanos: Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos; pero para los llamados a Cristo -judíos o griegos-: fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.”

(1 Cor 1, 22-25)

Pablo sabe que en Corinto hay grupos que reducen el mensaje evangélico a sistemas de sabiduría

humana, y grupos que piden signos para creer; griegos que adoran la ciencia y creen que Dios debería

buscar satisfacer la inteligencia humana, y judíos que piden milagros que garanticen la acción divina.

El Mesías crucificado choca con ambos grupos, se enfrenta con estas pretensiones. Dios se da a conocer

en Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos.

Pablo no se cansa de repetir en sus cartas que la salvación es fruto de la iniciativa de Dios. Sabe que los

humanos buscamos seguridades, exigimos condiciones para aceptar esa salvación de Dios. Sabe que el

lenguaje de la cruz es una ‘locura’ para esta sabiduría humana, cuando se queda en razonar, sin

compromiso con el pueblo oprimido. Los ‘sabios’, los ‘cultos’ y los ‘letrados’, en su conjunto, no se han

convertido. Muy pocos de ellos forman parte de la Iglesia, lo que indica que su sabiduría no coincide con

la de Dios.

El proceso de la fe no es de orden racional; puede ser razonada, y razonable, pero solicita en nosotros

otros móviles distintos, y a mayores, de los de la inteligencia.

Jesús es el cristianismo, es nuestro ‘mandamiento’. Todo lo encontramos en él, aunque los caminos para

lograrlo nos desconcierten, pues parecen conducirnos a todo lo contrario de lo que buscamos y deseamos.

Es el desconcierto de la cruz. Porque, en oposición al Dios de los milagros de los judíos y al Dios de la

razón de los griegos, encontramos al Dios de Jesús allí donde nadie habría imaginado: sobre la cruz, por

fidelidad a los pequeños, a los marginados, a los pobres... Una cruz, quizá difícil de descubrir con la

razón, pero que nos cae encima en la medida en que sigamos de cerca los criterios del Dios de Jesús,

opuestos a los de los hombres fundamentados en las tentaciones que Jesús venció en el desierto.

No basta creer. Necesitamos caer en la cuenta de en quién creemos y actuar en consecuencia: trabajar por

su reino de libertad y justicia para todos. A eso nos compromete la fe en el Dios de Jesucristo. Si lo

hacemos, entenderemos ‘eso’ de la cruz, al estarlo experimentando.

Es Cristo nuestra única norma de vida. No tenemos que aprender muchos códigos, normas o leyes, sino

‘aprender’ a Jesucristo. Para nosotros es bueno lo que lleve el sello de Jesús y malo lo que nos aparte de

él. La táctica, aparentemente necia de Dios, de triunfar en el fracaso, supone una infinita sabiduría. La

aparente debilidad de Dios contiene la máxima fortaleza. Lo van experimentando los que siguen de cerca

el camino de Jesús.

Nosotros, los cristianos de hoy, creemos entender la muerte de Jesús crucificado. Pero nos cuesta unirla a

la de tantos millones de personas que murieron y mueren en su lucha por un mundo justo o víctimas de

los abusos de todo tipo de poder. En nuestras sociedades ‘democráticas’ del progreso, del bienestar y del

consumismo, vivimos alienados y de espaldas al sufrimiento de cientos de millones de niños, adultos y

ancianos; seres humanos igual que nosotros, que mueren cada día sin fuerzas para gritar la injusticia que

padecen. La poderosa doctrina del ‘orden establecido’, ese soterrado terrorismo de los estados poderosos

para defender sus intereses, sobre todo los económicos, garantiza celosamente una sociedad y un

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cristianismo domesticados. En este mundo ‘libre’, proclamar la paz y la justicia con todas sus

consecuencias, trabajar por la libertad de todos y contra la explotación del hombre por el hombre,

equivale a condenarnos, por lo menos, a la marginación. ¿No está este deseo del mundo nuevo –reino de

Dios- en el mensaje de Jesús, al que dedicó él su vida?

74

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA

EL AMOR SIN MEDIDA DE DIOS

UN DIÁLOGO EN LA NOCHE CON NICODEMO

“Dijo Jesús a Nicodemo: -Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser

elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca

ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para

que el mundo se salve por él. El que cree en él no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque

no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres

prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz,

para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus

obras están hechas según Dios.” (Jn 3, 14-21)

El verdadero pecado es el de negarnos a crecer como personas auténticas. El Padre encomendó a su Hijo

que dedicara toda su vida al amor, hasta dar la vida (Jn 13, 1), que pasara toda su vida haciendo el bien y

curando de todo mal (He 10, 38). Eso es vivir como salvados: amar, pasar haciendo el bien. Cuanto más

nos acerquemos a la vida de Jesús, más viviremos esa vida sin ocaso y más creeremos en ella.

Podemos unificar el tema central de las tres lecturas de hoy en el inmenso, infinito, amor de Dios a la

humanidad.

Para entender mejor el texto evangélico de hoy, hemos de tener en cuenta el momento en que tuvo lugar:

Nicodemo, un dirigente judío, fariseo y miembro del sanedrín, va a ver a Jesús de noche, posiblemente

atraído por la actitud de Jesús con los traficantes del templo. Es una persona de buena voluntad, con

inquietudes, que conoce la ley y los profetas.

Quiere manifestar a Jesús que él, y otros como él, están de su parte. Por eso, habla en plural, en nombre

de un grupo, y expone la conclusión a la que han llegado.

Jesús le urge a ‘nacer de nuevo por el agua y el Espíritu’, ‘a nacer de lo alto’. Y Nicodemo va cayendo en

la cuenta de que, en realidad, no sabe nada, que sus estudios no tienen validez con Jesús, que tiene que

aprender todo de nuevo. Le ocurre algo que es corriente entre nosotros: queremos entender las palabras de

Jesús desde nuestras seguridades, desde nuestros conocimientos y dogmas, desde nuestra propia situación.

Y Nicodemo ya no tiene nada que decir. Solamente debe escuchar, abrirse a las palabras del joven

maestro, no estorbar a la luz con sus doctos conocimientos. Ya no se trata de discutir, de plantear

preguntas, sino de escuchar y de creer.

Y la entrevista, que había comenzado con un diálogo, pasa a convertirse en un discurso de Jesús.

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que... los que creen en él... tengan

vida eterna. Este texto es la afirmación del amor de Dios como la causa fundamental de la presencia del

Hijo en el mundo. Nos ofrece la explicación definitiva de la realidad del Mesías: Jesús es el don supremo

del amor de Dios a la humanidad, la respuesta del Padre al pecado del mundo. Una respuesta que tiene

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como objetivo la vida eterna: vida en plenitud y para siempre, y para todos los seres humanos. Vida que

iremos viviendo en la medida en que imitemos la vida de Jesús, seamos conscientes o no de ello.

El privilegio del pueblo judío ha terminado: la salvación está destinada a toda la humanidad. El Hijo es

enviado para salvar a todos.

Normalmente pensamos que la fe es creer en una lista de verdades, de dogmas a los que dar nuestro

asentimiento. Pero el creyente cree ante todo en un hecho: el amor de Dios manifestado en el don del

Hijo; un Dios que es amor y sólo amor.

Tenemos fe si creemos, principalmente, en el amor. Si creemos que Dios ama su creación; que ama a

todos los seres humanos: a todos y a cada uno.

Dar la adhesión a Jesús como Hijo único de Dios, es creer en las posibilidades ilimitadas de la persona,

que ‘tiende a infinito’ en todas las direcciones, por ser imagen y semejanza de Dios. Siempre podemos ser

más libres, más justos, más pobres...

LAS MALAS OBRAS, CAUSA DE LA INCREDULIDAD

El texto identifica la incredulidad con una opción de mala fe. La fe en Jesús lleva siempre unidas las

buenas obras. Si las obras son malas, la fe se hace imposible.

El pecado –el mal- es algo que, en el fondo, no queremos. Por eso, cuando hacemos el mal, nos rodeamos

de todo tipo de oscuridades, de justificaciones. Nunca queremos identificarnos, ni mentalmente, con lo

que está mal. Todos tendemos a encubrir la parte negativa de nuestra vida, aquella que no queremos

cambiar y en la que no ahondamos. Por eso, nos defendemos y no dialogamos.

Los que desean y tratan de obrar la verdad no tienen por qué huir de la luz, ya que ella no hará otra cosa

que poner de manifiesto sus buenos deseos y sus obras.

Tampoco nosotros ponemos demasiadas dificultades a que salgan a la luz nuestras buenas obras. De las

malas nos preocupa más que se sepan que el hacerlas. Esa es la causa de que seamos tan subjetivos en

nuestras opiniones y en nuestras actuaciones. Es la propia conveniencia, ‘quedar encima’, lo que

buscamos normalmente en la vida.

Cristo nos coloca ante una alternativa: aceptar su luz en toda nuestra vida y con todas sus consecuencias

-a él le llevó a la muerte en cruz-, o trampear aceptando o rechazando según nos convenga.

Cristo-luz ilumina nuestra vida. En la oscuridad todo es lo mismo, todos los colores son iguales, todos

los rostros tienen la misma sombra: poder, tener, placer... Con la luz, todo se ve tal cual es, todo va

adquiriendo su propia verdad, se va descubriendo la vida como amor, servicio, libertad, justicia, paz.

Quien abraza la luz con sinceridad es juzgado como hijo de la luz y pertenece a la vida. Quien opta por la

mentira, por la doblez, por la hipocresía, no necesita juez: abrazó el mundo de las tinieblas y a él

pertenece.

No son doctrinas las que separan del Dios de Jesús, sino conductas, porque Dios no ofrece doctrinas, sino

vida. Quien con su modo de obrar daña al hombre, odia a Jesús. No se puede ser opresor del ser humano,

ni de sí mismo –negándose a crecer como persona verdadera-, y prestar asentimiento a Jesús. El ser

humano se define por sus obras. No existe amor si no se traduce en obras. Lo mismo la fe.

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JUNTO AL AMOR, LA CRUZ

La cruz, que nos habla de un amor derrotado y, a la vez, victorioso; de un amor humillado y lleno de

gloria; de un amor traicionado y fiel, nos muestra el único poder de Dios: el poder del amor, que siempre

‘pierde’.

La luz lo ilumina todo. Es ella la que descubre la bondad o la maldad de las acciones. En una sociedad en

la que todos obraran egoístamente, no habría problemas; hasta se llegaría a creer que esa forma de obrar

era buena. ¿No pasa ahora con todo lo que nos presenta como apetecible nuestra sociedad de consumo? El

problema surgiría cuando llegara alguien que viviera con desprendimiento. Esa –esta- sociedad, ante ese

problema, tendría dos respuestas: o imitar la conducta de éste o tratar de eliminarlo, por la denuncia que

hace, con su vida y sin palabras, de las personas que le rodean. La segunda reacción es la más sencilla y la

que se hace normalmente: no pide cambiar nada del propio modo de vivir. Un planteamiento parecido a

éste es el que originó el asesinato de Jesús.

¿Por qué murió Jesús en la cruz? Porque los profetas tienen la culpa imperdonable de llamar a todo tipo

de injusticias y desmanes por su nombre, aunque se escondan debajo de las apariencias más ‘respetables’;

de gritar que las cosas no van bien cuando no benefician a todas las personas y naciones, sobre todo a los

más pobres. Por eso, son difamados, perseguidos, colocados en ‘vía muerta’... o asesinados. Porque los

humanos vivimos una vida alienada, desde el momento mismo en que Dios y sus incómodas palabras son

expulsados de nuestras vidas como peligrosos perturbadores. Porque somos incapaces de soportar su luz

cegadora, su verdad total, su camino de amor sin límites. Porque nos defendemos de él y, de esa forma,

nos destruimos como seres humanos.

La imagen bíblica del hombre mordido por serpientes venenosas (Núm 21, 9), del hombre con mucho

veneno dentro, es siempre actual.

El veneno de la serpiente se sigue produciendo hoy en cantidades casi ilimitadas. Estamos contaminados,

envenenados, por la violencia estructural y subversiva, por la envidia, por la desgana, por la

competitividad, por el poder, por la injusticia, por el vacío... Proclamamos los mejores ideales y somos

incapaces de llevarlos a la práctica. Aspiramos a lo mejor y nos quedamos a mitad de camino. Estamos

realmente corrompidos, mucho más de lo que parece.

Y así, malvivimos al habernos resignado a una vida llena de monotonía y de egoísmo. ¡Y pobre el que

pretenda sacarnos de ella! ¿Entendemos el porqué de la cruz de Jesucristo?

Los creyentes encontramos la vida verdadera mirando en la dirección de la cruz de Jesús. Si tratamos de

ir imitando su amor, nos vamos salvando-liberando día a día. De otra forma, nos iremos hundiendo en el

egoísmo –veneno- de la persona humana.

SIEMPRE EL AMOR DE YAHVÉ

“En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la Casa del Señor, que él había construido en Jerusalén.

El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio.

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Los caldeos incendiaron la Casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta Jeremías: ‘Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años’.

En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de Jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: ‘Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él y suba!”

(2 Cró 36, 14-16. 19-23)

La historia del pueblo de Israel es una gran lección de pedagogía divina. Los dos libros de las Crónicas

son como una síntesis de esta historia, que incluye desde los orígenes de la humanidad hasta el edicto

liberador de Ciro –primera lectura de hoy- en el año 538 a. C. Ambos libros son como la primera parte de

una obra más extensa que incluye los libros de Esdras y de Nehemías. Redactados a finales del siglo IV a.

C., reflejan el movimiento de restauración que se realizó en Judá a la vuelta del destierro, durante los

últimos años del siglo VI y todo el siglo V a. C.

Con el texto de hoy se termina el segundo libro de las Crónicas. El desastre nacional que supuso la caída

de Jerusalén y el destierro a Babilonia, en el año 587 a. C., es atribuido, por los libros históricos y por los

profetas, a las infidelidades del pueblo a la alianza con Dios. Infidelidades de las que son especialmente

responsables el rey, los dirigentes y la clase sacerdotal.

A la misericordia de Dios, que suscitaba continuamente profetas para mover al pueblo y a sus dirigentes

a convertirse y así poder perdonarles sus pecados, el pueblo y sus jefes han respondido con el desprecio a

estos mensajeros del Señor. Nabucodonosor será el instrumento de Dios, que no impedirá que su pueblo

infiel sea llevado cautivo a Babilonia.

La primera parte del texto nos presenta el contraste entre el amor de Dios a Israel –tenía compasión de

su pueblo y de su Morada- y el olvido del pueblo a la alianza con el Señor, viviendo en la idolatría,

despreciando a Yahvé en las personas de sus profetas y mensajeros y quebrantando el signo de la alianza

que era el descanso sabático.

En el exilio, en medio de todos los sufrimientos, la fe del pueblo brotará de nuevo. Y esta fe interpreta la

política de Ciro como un acto salvador de Yahvé, que sacará a su pueblo del destierro y lo llevará de

nuevo a la tierra prometida, en la que construirán un nuevo templo y en la que Dios estará de nuevo

presente en medio de su pueblo, sin comprometer su libertad y protagonismo. Por eso, no es fácil

descubrir esta presencia.

LA NUEVA VIDA YA ESTÁ PRESENTE EN EL CREYENTE

“Hermanos: Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó: estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo –por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra en todos los tiempos la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Somos, pues, obra suya. Dios

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nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él determinó practicásemos.”

(Ef 2, 4-10)

Los versículos anteriores a la segunda lectura de hoy (vv 1-3) nos describen, como ningún otro pasaje del

nuevo Testamento, la desastrosa existencia humana, hundida a causa de sus delitos y pecados: esclavitud

y muerte espiritual, sin posible solución humana. Ante esta perspectiva calamitosa, Dios no permanece

indiferente. Interviene para arrancarnos de esas esclavitudes que tendrían como final la muerte eterna.

El Dios verdadero no es, como algunos afirman, producto de la imaginación ni una proyección de los

deseos insatisfechos de los hombres. Es Dios quien desea y busca, de forma desconcertante e

inimaginable, el diálogo con la humanidad. Es su amor el que le empuja a salvarnos, colmando todos

nuestros deseos.

En el texto de hoy, Pablo describe a los efesios la hondura de la vida cristiana en la que el Padre les ha

introducido: Dios... nos ha hecho vivir con Cristo, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha

sentado en el cielo con él. La nueva vida que poseen los creyentes en Cristo no es sólo la esperanza en

una realidad futura, sino una realidad presente fruto de la acción salvadora de Cristo: están salvados por

su gracia y mediante la fe. Lo que Cristo ya ha alcanzado, se afirma también como una realidad para el

cristiano, porque es uno con Cristo, porque ha sido incorporado a él y posee su Espíritu.

Todo ello es un don de Dios, por tanto gratuito: no se debe a vosotros... tampoco se debe a las obras.

Es Dios quien hace de cada creyente una creación nueva, llamándolo a vivir de acuerdo con lo que es:

dedicado a las buenas obras.

Esta descripción de la vida cristiana, como fruto de la misericordia divina, tiene que llenarnos de

optimismo y esperanza. Nuestra respuesta no puede ser otra que el constante agradecimiento a Dios,

viviendo en gratuidad, haciendo el bien sin buscar recompensa, ser testigos del amor de Dios con las

buenas obras de nuestra vida.

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DOMINGO QUINTO DE CUARESMA

EL PROCESO DEL GRANO DE TRIGO

LA HORA DE JESÚS

“Entre los que habían venido a celebrar la Fiesta había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:

-Señor, quisiéramos ver a Jesús. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: -Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro, que si el grano de trígono cae en tierra y muere, queda infecundo;

pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará.

Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.

Entonces vino una voz del cielo: -Lo he glorificado y volveré a glorificarlo. La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían

que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: -Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el

mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.” (Jn 12, 20-33)

Se acerca la Semana Santa, semana de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. El relato evangélico de

hoy tiene lugar el mismo día de la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén.

Jesús presentía que su muerte estaba cerca. Se había emocionado por el recibimiento clamoroso que le

habían dispensado los niños y los pobres. Pero los dirigentes de todos los estamentos del poder estaban

cada día más en contra suya. Y Jesús se turba. Tiene miedo a morir. Está inquieto. Solamente el que ama

de verdad la vida puede entender toda la negatividad que contiene la muerte, y sentir hacia ella una

repugnancia invencible. Pero sabe también que al Príncipe de este mundo –todo el poder que esclaviza a

los hombres- únicamente se le vence con el amor hasta el fin (Jn 13, 1).

Es el ‘Getsemaní’ de Juan, la agonía del espíritu, mucho peor que la agonía del cuerpo.

En esta pasión del alma, Jesús se hace cercano a todos los que pasan por noches oscuras semejantes. ‘Sus

gritos y lágrimas’ expresan los gritos y lágrimas de tantos seres humanos que se sienten solos y

abandonados, víctimas de los poderes de este mundo. ¡Cuántos ‘granos de trigo’ anónimos, tirados en los

surcos de la vida de cada día, están haciendo posible el alumbramiento del reino de Dios!

El relato evangélico es propio de Juan. Unos gentiles quieren conocer a Jesús. Representan a los no

judíos, a los nuevos pueblos que participarán de la salvación de Jesús, a los que quieran ir conociendo el

verdadero rostro de Dios. Quieren conocerlo tal cual es, tener experiencia personal de él.

El discurso de Jesús sobre su glorificación por la muerte es, literariamente, respuesta a la petición de los

gentiles, pero no presenta ninguna relación con ella.

La hora de Jesús no es una hora de reloj, sino ese momento decisivo en que toda su obra llegará a la

plenitud buscada. Es la hora del enfrentamiento del odio y del amor, de la muerte y de la vida. La hora de

arriesgarlo todo a una carta, en la que lo perderá todo –hasta la vida- para ganarlo con creces. Es el triunfo

de la vida –amor-. Es la hora triste de las tinieblas, de la traición, de la cobardía, de las negaciones, de la

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soledad, de la angustia, del miedo, de la agonía. La hora de Jesús –su muerte y resurrección- es la clave

para entender todo lo que ha hecho y dicho a lo largo de su vida.

Todos los poderes se aliarán contra él: los que mandan, los estudiosos, los que rezan... Todos se pondrán

de acuerdo. Es el momento en que se hace de noche en el corazón de Jesús.

Jesús declara que la hora, tantas veces anunciada en este evangelio (Jn 2, 4; 7, 30; 8, 20) y que había

regulado su vida, ha llegado, y que en ella se manifestará su fidelidad, hasta el final, al proyecto del

Padre: transformar el mundo en el reino de Dios. Fidelidad que le hizo posible alcanzar la plenitud

humana.

Los poderosos ya pueden ‘derrotarlo’. La misión que le encomendó el Padre está sólo a falta de un final

trágico, que él mismo había provocado con su actuación. ¡Eran muchos y muy poderosos los intereses y

las personas a los que había molestado con sus palabras y con sus obras, y tenía que pagarlo! ¿Cómo iban

a consentir verse ‘derribados de sus tronos’ y privilegios y permitir que ‘los pobres fueran colmados de

bienes’? (Lc 1, 52s. Magníficat).

Las verdaderas razones del proceso, que llevó al asesinato de Jesús, eran y siguen siendo empleadas en la

historia humana. Y siempre es el pueblo sencillo el más perjudicado, el que sufre con más fuerza el

engaño y la manipulación de los dirigentes.

La hora de Jesús nos coloca a sus seguidores ante una disyuntiva: o hacer lo mismo que él y romper con

la sociedad de la injusticia, o contemporizar con el mundo siendo infieles al camino del Maestro. Si

seguimos lo primero, el evangelio nos estará llegando con toda su carga de muerte y de vida.

ALGO TIENE QUE MORIR

En un mundo como el nuestro, en el que se busca el éxito, el dinero, la facilidad, el poder... aunque ello

implique atropellar al prójimo, es difícil entender las palabras de Jesús sobre el grano de trigo. Y, sin

embargo, sus palabras son imprescindibles si queremos descubrir qué es vivir de verdad.

La fuerza de la comparación no está colocada en la muerte del grano, sino en el fruto. Jesús busca la

vida, el amor entre los humanos, y se encuentra con un único camino para lograrlo: un camino de lucha

hasta la muerte. Jesús cae en la realidad humana, en la que hay injusticia, odio, opresiones... y no quiere

evadirse. Y dedicará su vida a la superación de todo mal: será ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del

mundo’ (Jn 1, 29).

Sólo trabajando por el mundo nuevo –reino de Dios- logrará la vida, la victoria. La muerte de que habla

Jesús es la culminación de un proceso de donación de sí mismo, el último acto de una entrega constante.

La muerte a sí mismo es el camino de la vida y de la fecundidad. Fue el camino de Jesús y debe ser el

camino de sus seguidores. Nuestra gran tentación es la de evadirnos.

Para dar fruto, para comunicar vida, esperanza... es preciso no escamotear la lucha. Aunque parezca un

camino de muerte, es un camino de vida. ¿No es una experiencia que todos podemos tener?

Preguntémonos cuando nos hemos sentido más satisfechos en lo profundo de nosotros mismos: cuando

hemos buscado, por encima de todo, nuestro bienestar y conveniencia, o cuando hemos sabido ayudar a

los demás, compartir... aunque nos haya costado esfuerzo y dolor. No hay ‘vida’ sin ‘muerte’.

Jesús nos presenta la paradoja de la vida: se pierde cuando se quiere conservar, y se gana cuando se hace

entrega de ella. Es una idea enunciada también en los sinópticos (Mt 10, 39; 16, 25; Mc 8, 35; Lc 17, 33).

81

El que ama su vida, es decir, el que no está dispuesto a sacrificar su existencia actual a favor del bien de

los demás, no vive la vida verdadera; por el contrario, el que está dispuesto a entregarla, camina en la

verdadera dirección de la vida plena y para siempre. Al primero, la vida se le escapa de las manos, se le

pudre como el agua estancada; al segundo, se le está eternizando. Eternizamos lo que damos; perdemos lo

que guardamos. ¿Estará en el ‘vivir para sí mismo’ la razón de tanto vacío y soledad en el mundo?

EL GETSEMANÍ DE JUAN

Ahora mi alma está agitada... Si los evangelios sinópticos nos narran la agonía de Getsemaní (miedo,

pavor, tedio), Juan nos habla de su hora de agitación y angustia, en la que pide al Padre le libre de ella.

Jesús ha desafiado a la institución religiosa judía y denunciado todo tipo de injusticias y opresiones

padecidas por el pueblo, lo que le va a costar la vida. Ahora su ser protesta, se agita, oponiéndose a la

muerte que intuye cercana. Una muerte violenta y prematura, en la flor de la vida, consecuencia de su

oposición a los poderes que dominaban –y siguen dominando- al mundo.

La fe no suprime las dificultades ni los miedos, sino que ayuda a enfrentarse con ellos y a superarlos.

Sería una falsa imagen de Jesús el imaginarlo como un superhombre, como un ángel impasible, por

encima de nuestras experiencias de dolor, miedo, duda o crisis.

A pesar de su turbación, asume el único objetivo que ha tenido en su vida: la fidelidad al Padre y a los

hermanos. Todo el sentido de su vida dependía de su actitud ante esta hora suprema, consecuencia

irremediable de las opciones tomadas.

La voz del cielo es como la respuesta positiva a su actitud. La vida y la muerte del Hijo revela la obra del

Padre. Por eso la ‘glorificación’ del Hijo coincide con la del Padre. ‘Glorificación’ que ya ha tenido lugar

–se expresa en pasado-, porque las obras de Jesús han sido hechas como respuesta incondicional a la

voluntad del Padre. Y ‘seguirá glorificándolo’ –alude al futuro- porque esta voluntad del Padre se

acentuará todavía más en la muerte-resurrección.

La palabra ‘gloria’ no significa, como en nuestras lenguas modernas, una buena fama o un honor que se

concede a alguien. Dios es ‘glorificado’ a través de la vida de amor sin límites del Hijo (Jn 13, 1),

manifestado principalmente en su entrega hasta la muerte.

Con la muerte de Jesús, la ‘glorificación’ del Padre llegará al máximo, porque a través de ella sucederán

tres cosas importantes: el juicio del mundo, la derrota de su Príncipe y su ‘levantamiento de la tierra’. El

mundo es el enemigo de la luz, de la libertad y de la justicia, del amor y de la paz; es todo lo que oprime a

los seres humanos; se condena automáticamente por su postura de rechazo a la obra de Jesús, que es lo

mismo que el rechazo a la fraternidad universal. El Príncipe de este mundo es ‘Satanás’, nombre que

designa a todo lo que oprime a las personas, el origen de tanto mal como hay en el mundo. Es el dios-

dinero (Mt 6, 24), causante de la ceguera de los hombres, de su insolidaridad y egoísmo. Un dios que se

había apoderado hasta de la institución religiosa de Israel, que sellará su opción ejecutando la condena a

muerte que ya ha pronunciado contra Jesús (Jn 11, 53).

Jesús presenta su pasión como una ‘elevación’, que incluye la cruz y la gloria, y que implica para la

humanidad hacer una elección: o buscar la propia conveniencia o los intereses de los demás. Sólo estos

segundos son los verdaderos creyentes. La cruz no terminará en la muerte, sino en la subida hacia el

Padre por la resurrección. Lo mismo que el grano de trigo, que se deshace en el surco, posibilita la espiga.

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El Dios de Jesús no es el ídolo de nuestras fantasías. Su ‘gloria’ brilla a través del amor sin límites y en la

debilidad de la muerte, nunca en la fuerza del poder o del tener.

JESUCRISTO, CUMBRE DE TODAS LAS PROMESAS

“Mirad que llegan días –oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la que hice con vuestros padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: Ellos, aunque yo era su Señor, quebrantaron mi alianza; -oráculo del Señor-. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días –oráculo del Señor-: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: Reconoce al Señor. Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande -oráculo del Señor-, cuando perdone sus crímenes, y no recuerde sus pecados. ”

(Jer 31, 31-34)

Jeremías vivió en un tiempo de ruinas para su pueblo y sufre profundamente por ello, pero siempre

abierto a la esperanza de un futuro mejor.

El texto de la primera lectura señala la cumbre de su reflexión, al prometer a los suyos una alianza nueva

(vv 31-32), íntima, entrañable, escrita en los corazones humanos (v 33). Una ley-alianza no impuesta por

la autoridad y desde fuera, sino escuchada en el corazón y aceptada desde ‘dentro’. El antiguo Testamento

no formulará nunca más una promesa tan importante.

En efecto, en la antigua alianza, pactada en el Sinaí, la ley de Dios aparece esencialmente como exterior

al ser humano. La reforma del Deuteronomio ya indicaba la necesidad de interiorizarla, pero como fruto

del esfuerzo humano, al ir asimilando progresivamente las leyes externas.

Jeremías va mucho más lejos al señalar que esa interiorización es don de Dios, presente en nuestros

corazones y que empieza perdonando y olvidando las infidelidades del pueblo (v 34). Una presencia que

posibilitará la conversión del corazón y la unión íntima entre Yahvé y su pueblo.

El antiguo Testamento -que admitía la posibilidad de un nuevo templo, de una nueva Jerusalén, de un

nuevo rey... - consideraba la alianza tan definitiva que no se planteaba siquiera la posibilidad de su

renovación.

El nuevo Testamento aludirá frecuentemente a esa nueva alianza, y presenta realizado en Cristo lo que la

antigua alianza había prometido. Jesús mismo la tiene presente y la cita en la institución eucarística (1

Cor 11, 25).

SUMO SACERDOTE PARA SIEMPRE

“Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue

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escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.”

(Heb 5, 7-9)

La carta a los Hebreos se centra en el misterio –plenitud insondable de vida- de la muerte y resurrección

de Jesucristo, y la entrañable repercusión que esto ha tenido para todos nosotros.

Jesús es el único sumo pontífice. Con él se instaura el definitivo sacerdocio, porque reúne todas las

condiciones requeridas para ello. No reclama la herencia de los descendientes de Aarón, porque pertenece

al orden del sacerdocio según el orden de Melquisedec (vv 5-6, que no se leen).

La primera condición para ser sumo sacerdote, es haber salido de entre los hombres, puesto que tiene que

representarlos delante de Dios. Condición que Jesús cumple perfectamente en su vida terrena, mediante

su obediencia (vv 7-8). La vida entera de Jesús fue una ofrenda perfecta a la voluntad del Padre, que llega

a su culminación en su muerte-resurrección.

La segunda condición, ser elegido por Dios, ya que de lo contrario no sería mediador (v 4, que tampoco

se lee). El reconocimiento divino de Cristo como sumo y eterno sacerdote se produjo, para el autor de esta

carta, en el momento en que Cristo resucitado se convirtió en principio de salvación para todos, en

nombre de Dios (vv 9-10). Se trata de un sacerdocio eterno, por ser el Hijo, que se sitúa en el cielo y que

consiste en hacer que entre a formar parte de la vida divina toda la humanidad.

El texto afirma que en su angustia fue escuchado. Una ‘escucha’ que no fue librarlo de la muerte, sino

resucitarlo para darle la vida nueva y definitiva. Glorificación que no le afecta solamente a él, sino que se

ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

Es en la oración donde Jesús sacará fuerzas para aceptar su ‘hora’, aunque sea a gritos y con lágrimas.

En la oración irá encontrando la serenidad perdida y la respuesta al ‘sin sentido’ de tantas cosas.

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DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

ENTRADA MESIÁNICA DE JESÚS EN JERUSALÉN

Comenzamos la Semana Santa, en la que celebraremos los acontecimientos más importantes de Jesús y,

por tanto, de nuestra fe: última cena, pasión, muerte y resurrección del Señor. En ellos, Jesús de Nazaret

nos dio las pruebas más grandes de amor que puede dar el ser humano: entregar la propia vida por

fidelidad al Padre y a los hermanos. En ellos, debemos escuchar todas y cada una de sus palabras,

contemplar todos los detalles de su actuar, porque es la historia de amor más sublime que ha acontecido

sobre la faz de nuestra tierra

¿Por qué el Mesías tenía que sufrir de una forma tan atroz; él, que ‘todo lo hizo bien’ (Mc 7, 37), ‘que

pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él’? (He 10, 38).

MESÍAS DE LA PAZ

“Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos, y Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles:

-Id a la aldea de enfrente y, en cuanto entréis, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y, si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: ‘El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto’.

Fueron y encontraron el borrico en la calle atado a una puerta; y lo soltaron. Algunos de los presentes les preguntaron:

-¿Por qué tenéis que desatar el borrico? Ellos contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron.

Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás, gritaban:

-¡Viva! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Viva el Altísimo!”

(Mc 11, 1-10)

La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén es relatada por los cuatro evangelistas –aunque con notables

diferencias-, lo que indica su gran importancia.

La narración está centrada en la índole del Mesías que llega. Describe la aclamación mesiánica

nacionalista y temporal –el reino que llega es el de nuestro padre David-, y la reacción de Jesús.

Este conocido episodio es más profundo de lo que solemos creer en general, llevados por la costumbre.

Presenta una enseñanza tan importante, que apenas tiene sentido preguntarnos por su exacto desarrollo.

Los evangelistas, más que la fidelidad histórica, quieren ayudarnos a desentrañar las intenciones de Jesús.

Mientras que para el Nazareno es un llamamiento a su reino interior de paz y de reconciliación, sus

seguidores se imaginan que es el inicio de un reinado temporal y poderoso. La mentalidad mesiánica del

pueblo de Israel y de sus dirigentes era, casi exclusivamente, política y conquistadora, apoyada en su

esquema teocrático del poder religioso-político. Los mismos apóstoles, hasta el día de la muerte de Jesús,

vivieron convencidos de esa idea: Jesús, el ‘mesías’, arrojaría a los romanos de sus tierras y haría de

Israel el gran reino prometido a David.

Por el contrario, el mesianismo de Jesús consistió en anunciar el reino de Dios: ‘un reino eterno y

universal: el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz’

(prefacio de la misa de Jesucristo, Rey del Universo). Si hubiera optado por el poder religioso-político, es

posible que no hubiera muerto asesinado, pero se habría apartado del designio salvador de Dios.

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Esta doble visión mesiánica hace que esta ‘entrada’ sea un acontecimiento confuso y contradictorio.

Parece que Jesús accede a las pretensiones políticas de los apóstoles y del pueblo. El viernes quedaría

zanjada la cuestión en contra del mesianismo temporal, tan extendido también en la actualidad y siempre.

Los guerreros montaban a caballo. El asno era la cabalgadura de los pobres y de las gentes de paz. La

profecía de Zacarías (9, 9), centro del relato, presentaba un mesías sencillo, muy lejos de la imagen que

los judíos, derrotados y humillados, tenían de su soñado jefe. Por eso, Zacarías lo presentaba montado en

un asno. No es de extrañar que las autoridades de Jerusalén no se alarmasen ante el suceso: un pretendido

Mesías montado sobre un asno y prestado. Eligiendo este tipo de cabalgadura, Jesús pretende resaltar el

significado pacífico, prioritariamente espiritual e interior de su acción. No es el rey guerrero que viene a

conquistar por la fuerza, ni un libertador político, sino el Mesías de la paz, que trae la salvación, la vida

en plenitud para los humanos; una vida que surge de su mismo interior como una fuente (Jn 4, 14). Tal es

el rey de Israel querido por Dios. ¡Cuántas veces lo hemos olvidado a lo largo de la historia!

“... -¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel!...” (Jn 12, 12-16).

El relato de Juan, que se puede leer hoy en lugar del de Marcos, es el más esquemático de todos. Destaca

la repercusión que tuvo la resurrección de Lázaro y distingue dos muchedumbres distintas: la que le

acompaña en el recorrido y la que sale de la ciudad. Es el único que precisa el día del acontecimiento, el

único que menciona las palmas; es el propio Jesús el que encuentra el borriquillo y es la multitud la que

inicia el acontecimiento.

Jesús, según Juan, no entrará en la ciudad, en la que dominan los que lo han condenado ya a muerte (Jn

11, 53). Su presencia hace salir al pueblo. Ir al encuentro de Jesús, saliendo de la ciudad, equivale a

liberarse de las instituciones opresoras que dominan en ella y, en particular, del templo.

EL SILENCIO DE JESÚS

Jesús entra en Jerusalén y va a la muerte como el Mesías profetizado. Quiere instaurar el mesianismo que

su Padre le había encomendado. El final del camino, que le llevará en pocos días a la cruz, lo comienza

con un gesto de Señor, con una manifestación pública mesiánica destinada a los creyentes.

En las aclamaciones de la multitud está latente el equívoco: esperan un rey que se instale en el poder y

haga justicia. No entienden el programa de Jesús, sus intenciones: Él viene a dar vida al hombre desde

dentro, dándole la fuerza del Espíritu; ellos, en cambio, la esperan desde fuera, de la reforma política y sin

compromiso personal, hecha por un rey justo. Es la mentalidad que tratará de deshacer Jesús, de forma

silenciosa, montándose en el borrico. Quiere desmentir toda pretensión de violencia y de realeza

mundana, que la multitud pudiera esperar de él. Dará la propia vida, pero jamás se la quitará a los demás.

La multitud se va con Jesús, pero sin abandonar sus propias costumbres y rutinas. Una situación ambigua

que propiciará la próxima decepción.

Quien separe la fe cristiana de la historia concreta de Jesús, incluida su pasión, muerte y resurrección,

habrá inventado una religión que puede ser muy loable, pero que ya no será la del Mesías de Dios. Quizá

es éste el ‘invento’ del cristianismo sociológico que vivimos.

En el relato de Juan, Jesús no ha dicho ni una palabra. En los sinópticos, su silencio ha sido total después

de los preparativos. Este silencio de Jesús nos debe hacer pensar, porque es un silencio más expresivo que

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las palabras. Cuando nosotros nos empeñamos en hablar en su nombre, se calla para desmentirnos. Sus

caminos y sus pensamientos nunca coinciden con los nuestros (Is 55, 8-9).

Es posible que para Jesús esta entrada haya sido casi como una crucifixión. No existía la más mínima

comunión entre el que cabalgaba y la multitud que gritaba. El pueblo pensaba en algo muy distinto a la

pasión y muerte que se cernía sobre él. Por ello, es fácil comprender la reacción de la multitud unos días

después. Y es que la masa nunca se entusiasma con lo verdadero; se guía por la ley del mínimo esfuerzo y

por las ventajas personales. Son las ideologías y las políticas las que captan a la gente en cuanto multitud.

Es su función: halagarla para lograr sus propios fines.

El reino de Dios es la antítesis de los reinos humanos. Es un reino que está siempre por llegar en

plenitud, pero que también ya ha llegado y está en medio de nosotros. Es el reino, el mundo nuevo, que se

está gestando entre ‘dolores como de parto’ (Mt 24, 8; Mc 13, 8; Rom 8, 22).

LA PASIÓN Y MUERTE EN MARCOS

“Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos sacerdotes y los letrados pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero decían:

-No durante las fiestas: podría amotinarse el pueblo. Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado a la

mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco v se lo derramó en la cabeza. Algunos comentaban, indignados:

-¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres.

Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó: -Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está bien.

Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tenéis siempre. Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se recordará también lo que ha hecho ésta.

Judas Iscariote, uno de los doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero. El andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

El primer día de los ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:

-¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de pascua? El envió a dos discípulos diciéndoles: -Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua;

seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: ‘El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la pascua con mis discípulos?’

Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.

Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer fue él con los Doce. Estando a la mesa comiendo, dijo Jesús:

-Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo.

Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro: -¿Seré yo? Respondió: -Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El

Hijo del hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!

Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y

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se lo dio diciendo: -Tomad, esto es mi cuerpo. Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos

bebieron. Y les dijo: -Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.

Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos. Jesús les dijo:

-Todos vais a caer, como está escrito: "Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas". Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.

Pedro replicó:

-Aunque todos caigan, yo no.

Jesús le dijo:

-Te aseguro que tú hoy, esta noche, antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres.

Pero él insistía:

-Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.

Y los demás decían lo mismo. Fueron a una finca que llaman Getsemaní y dijo a sus discípulos:

-Sentaos aquí mientras voy a orar. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan; empezó a sentir terror y

angustia, y les dijo: -Me muero de tristeza: quedaos aquí velando. Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se

alejase de él aquella hora; y dijo: -¡Abba! (Padre): tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz.Pero no se

haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. Volvió, y al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro: -Simón, ¿duermes?, ¿no has podido velar ni una hora? Velad y orad, para

no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es débil. De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió, y los

encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió, y les dijo:

-Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.

Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los letrados y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:

-Al que yo bese, es él: prendedlo y conducidlo bien sujeto. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo: -¡Maestro! Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los

presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:

-¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a caza de un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis. Pero que se cumplan las Escrituras.

Y todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho envuelto sólo en una sábana; y le echaron

mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.

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Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los letrados y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del patio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para calentarse.

Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra él, los testigos no concordaban. Y algunos, poniéndose de pie, daban testimonio contra él diciendo:

-Nosotros le hemos oído decir: ‘Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por hombres’.

Pero ni en esto concordaban los testimonios. El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús: -¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan

contra ti? Pero él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo interrogó de

nuevo preguntándole: -¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito? Jesús contestó: -Sí, lo soy. Y veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del

Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras, diciendo:

-¿Qué falta hacen más testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué decís? Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirlo, y

tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían: -Haz de profeta. Y los criados le daban bofetadas. Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una criada del sumo

sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró fijamente y dijo: -También tú andabas con Jesús el Nazareno. El lo negó diciendo: -Ni sé ni entiendo lo que quieres decir. Salió fuera, al zaguán, y un gallo cantó. La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes: -Este es uno de ellos. Y él lo volvió a negar. Al poco rato también los presentes dijeron a Pedro: -Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar: -No conozco a ese hombre que decís. Y en seguida, por segunda vez, cantó el gallo. Pedro se acordó de las

palabras que le había dicho Jesús: ‘Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres’, y rompió a llorar.

Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los letrados y el sanedrín en pleno prepararon la sentencia; y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.

Pilato le preguntó: -¿Eres tú el rey de los judíos? El respondió: -Tú lo d ices . Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo: -¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.

Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre.

Pilato les contestó: -¿Queréis que os suelte al rey de los judíos? Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia.

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Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás.

Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: -¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos? Ellos gritaron de nuevo: -Crucifícalo. Pilato les dijo: -Pues ¿qué mal ha hecho? Ellos gritaron más fuerte: -Crucifícalo. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a

Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio -al pretorio- y

reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado y comenzaron a hacerle el saludo:

-¡Salve, rey de los judíos! Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas,

se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo

sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz.

Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de ‘La Calavera’), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte para ver lo que se llevaba cada uno.

Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: ‘El rey de los judíos’. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura, que dice: ‘Lo consideraron como un malhechor.’

Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: -¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti

mismo bajando de la cruz. Los sumos sacerdotes se burlaban también de él diciendo: -A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de

Israel, baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos. También los que estaban crucificados con él lo insultaban. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y

a la media tarde, Jesús clamó con voz potente: -Eloí Eloí, lamá sabaktaní? (Que significa: -Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?) Algunos de los presentes, al oírlo, decían: -Mira, está llamando a Elías. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una

caña y le daba de beber, diciendo: -Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: -Realmente, este hombre era Hijo de Dios. Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas, María

Magdalena, María, la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, que cuando él estaba en Galilea lo seguían para atenderlo, y otras muchas que habían subido a Jerusalén.

Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera de sábado, vino José de Arimatea, noble magistrado, que también aguardaba el reino de Dios: se presentó decidido ante Pilato v le pidió el cuerpo de Jesús.

Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y. llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Éste compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana j, lo puso en un sepulcro, excavado en una roca .v rodó una piedra a la entrada del sepulcro.

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María Magdalena v María, la madre de José, observaban dónde lo ponían.”

(Mc 14, 1-15, 47)

La liturgia de hoy nos invita a todos a no seguir cayendo en la misma confusión. Por ello, cierra las

lecturas de este domingo con la lectura de la pasión y muerte del Mesías.

Los relatos de la pasión, más que un desarrollo cronológico de los acontecimientos, son meditación e

interpretación teológica de los sufrimientos y de la muerte de Jesús. No son relatos históricos en el

sentido en que los entendemos hoy. Buscan el porqué, el sentido de los acontecimientos, que tratarán de

iluminar desde los escritos de los profetas y desde la experiencia pascual. Son una llamada a la fe.

Nada sucede al azar. Todo lo ocurrido es lógico si tenemos en cuenta las reacciones humanas, de

entonces y de ahora, fruto del ‘pecado del mundo’, que él, el Señor, venia a ‘quitar’ (Jn 1, 29).

El relato de la pasión de Marcos es el más breve, el más cercano a los hechos, el más realista de los

cuatro evangelios. Se limita a lo esencial de los acontecimientos. Nos hace sentir, más que los otros, el

abandono, el aislamiento cada vez más completo de Jesús; el miedo y el abandono de los discípulos, las

burlas y sarcasmos de los testigos, la burlesca entronización real de Jesús en la sala del cuerpo de guardia,

las burlas alrededor de la cruz sobre sus pretensiones mesiánicas. Ya antes, en Getsemaní, los discípulos

se duermen, mientras él reza inundado de tristeza, terror y angustia. El sanedrín busca testigos falsos en

su contra y Pedro le niega tres veces. Su soledad es total.

La mala fe de los dirigentes religiosos se muestra con toda crudeza en los dos juicios: en el religioso, lo

acusan de hacerse Hijo de Dios y por eso lo condenan a muerte; ante Pilato, la acusación ha cambiado: le

acusan de hacerse rey de los judíos, para presionarle. Quieren acabar con él, de la forma que sea, y en

nombre de Dios. ¡Cuántos asesinatos en nombre de Dios a lo largo de la historia!

Hasta el mismo Padre parece que le abandona. Sólo una palabra brota de su boca en la cruz, y es para

preguntarle al Padre el porqué de su abandono: Dios mío, Dios mío... Todo se le nubla.

Marcos ve también en la muerte del Mesías la confirmación de toda su vida; y es el Centurión, pagano, el

encargado de pronunciar el gran mensaje de todo el evangelio: Realmente este hombre era Hijo de

Dios.

PARA REDIMIR Y DAR SENTIDO A TANTO SUFRIMIENTO

“Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he revelado ni me he echado atrás. Ofrecía la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal,

y sé que no quedaré avergonzado” (Is 50, 4-7)

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Los cuatro poemas del Siervo de Yahvé iluminan el misterio de la pasión de Jesús y ayudan a explicar el

porqué del sufrimiento del Mesías. La primera lectura, está tomada del tercero de dichos poemas.

El Siervo está siempre a la escucha de lo que Dios habla, dispuesto siempre a cumplir su voluntad,

aunque esto le acarree dolores y ultrajes. Debe cargar sobre sus espaldas el sufrimiento de los seres

humanos, optar por los marginados, por los últimos; bajar hasta lo más profundo del mal y del dolor

humano, para redimirlos y llenarlos de sentido; y así iluminar las tinieblas que envuelven nuestro mundo.

Nos presenta la imagen de un Mesías humilde y sufriente, liberador del pecado del pueblo y modelo del

hombre nuevo, obediente a Dios y servidor de los hombres.

Un Siervo que confía siempre en la ayuda de Yahvé. Una ayuda que le da la victoria sobre sus enemigos,

aunque sea a través de la muerte.

EL ESCLAVO ES EL SEÑOR

“Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el ‘Nombre-sobre-todo-nombre’; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble –en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: ‘¡Jesucristo es Señor!’, para gloria de Dios Padre”

(Fil 2, 6-11)

La segunda lectura forma parte del himno cristológico, que Pablo nos ha transmitido en su carta a los de

Filipos. Este himno –síntesis de la hondura de la vida de Cristo- ilumina también la misión que el Padre le

encomendó. Nos describe el camino del Hijo desde el seno del Padre hasta nosotros y su vuelta al Padre.

Es su Pascua, su ‘Paso’.

La primera parte del himno intenta expresar el total despojo que Jesús hace de sí mismo, la total renuncia

a todo lo que a él le atañe, su humillación hasta una muerte de cruz, fruto de su opción por los

‘perdedores’ de este mundo: los que ocupan los últimos puestos, los que no tienen voz ni acceso a los más

elementales derechos humanos. Esta actitud es el cimiento necesario –la humildad- para poder edificar el

amor sin límites que fue su vida.

En la segunda parte, Dios toma la iniciativa. El Padre resucita a Jesús dándole la razón y elevándolo

sobre todo. Jesús es el Señor del Universo: título divino que le reconoce toda la creación, enumerada aquí

en sus tres ámbitos: el Cielo, la Tierra y el Abismo. El mundo, siguiéndole, retorna a Dios.

Desde entonces, el mundo no puede seguir rigiéndose por la ceguera, la insensatez, la injusticia... sino

por lo que significa Jesús muerto y resucitado. Jesús es la respuesta a todas las preguntas que interrogan a

los seres humanos, es el puente que une, ¡por fin!, el cielo con la tierra. El único puente, al pertenecer a la

vez a las dos ‘orillas’: la divina y la humana.

Y así, nos enseñó que el camino de la vida pasa por la muerte, que el camino del verdadero amor pasa

por la cruz.

Ahondemos en sus sentimientos y en sus obras, tratemos de vivir fieles a ellos... e iremos

experimentando la respuesta al porqué de la muerte de Jesús en la cruz.

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JUEVES SANTO

CON EL AMOR DE JESÚS

LA ÜLTIMA CENA DE JESÚS

En esta tarde de Jueves Santo podemos contemplar las palabras más profundas y entrañables, y los más

expresivos gestos de amor.

Jesús deseó ardientemente este momento culminante de su vida. En esta Cena, su amor llegó hasta el

extremo de entregar su cuerpo y derramar su sangre, para nuestra definitiva liberación de todas las

cadenas que nos impiden vivir como personas verdaderas. Liberación que vamos logrando en la medida

en que sigamos su mismo camino de amor. Esta comida es anticipo del banquete del reino de Dios.

La Cena del Señor, cumbre de las celebraciones cristianas, ha alimentado, a lo largo de los siglos, la fe, la

esperanza y el amor de todos y de cada uno de los verdaderos creyentes.

Debió realizarse en una larga sobremesa que explicaría los cinco capítulos que dedica Juan (13-17) a este

acontecimiento fundamental, y que son el centro de todas las Escrituras, a excepción de la resurrección.

Una ola de ternura impregnaba el ambiente. La palabra más repetida es la de amor, la más entrañable de

la vida humana. ¿Cómo hacer la experiencia de Dios sin amor? Luego, unidad.

Jesús sospecha que le quedan pocas horas para que todo se cumpla: había llegado la hora. Y manifiesta

todos los sentimientos que alberga en su inmenso corazón: su intimidad y su entrega; nos legará sus

mejores dones y sus últimas y más hondas y cariñosas palabras; su testamento. Nos da a conocer todo lo

que el Padre le ha comunicado.

Cuando las palabras son insuficientes, se acude a los signos y a los gestos...

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara), y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secán-doselos con la toalla que se había ceñido.

Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: -Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? Jesús le replicó: -Lo que hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más

tarde. Pedro le dijo: -No me lavarás los pies jamás. Jesús le contestó: -Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo. Simón Pedro le dijo: -Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: -Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque

todo él está limpio. También vosotras estáis limpios, aunque no todos. (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: "No todos estáis limpios".)

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:

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-¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "El Maestro" y "El Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.”

(Jn 13,1-15)

Juan es el único evangelista que no narra la institución de la eucaristía. Ya habló de ella en la sinagoga de

Cafarnaún (Jn 6, 51-58). En su lugar coloca el relato del lavatorio de los pies a los discípulos, trabajo de

esclavos (1 Sam 25, 41). Es el único evangelista que lo hace. Su intención parece clara: no puede haber

eucaristía sin un verdadero servicio al prójimo, así como no puede haber pan y vino, y por tanto

sacramento eucarístico, sin la comunicación de los granos de trigo y de los racimos de uvas. Todos

deberán –deberemos- sacar las conclusiones.

El lavatorio y la eucaristía se integran y se complementan. El que ‘lava los pies’ se capacita para

comulgar, y el que comulga de verdad siente la necesidad de servir, de ‘lavar los pies’. Ambas nos unen a

Cristo y nos identifican como cristianos, como seguidores del Maestro.

El centro de la Cena, además de la eucaristía y el lavatorio, lo ocupó el mandamiento nuevo y la

institución del sacerdocio.

El lavatorio de los pies resume todo lo que fue la vida de Jesús: servicio y amor a toda la humanidad.

Estaba cenando con los suyos. Era aquella una cena muy especial. Jesús es consciente de su plena

libertad de acción, de tenerlo todo en su mano, incluida la propia vida. Sabe que puede huir, desaparecer y

callarse por un tiempo o definitivamente, que el Padre no se entromete en su libertad... ¿Qué obediencia y

libertad habría en él si se hubiera visto forzado a un camino, aunque fuera por el Padre? Pero sabe

también que los hombres necesitamos descubrir qué es ser persona solidaria y verdadera, que debe fundar

su propia comunidad, que el reino de Dios debe seguir adelante. Conoce, en definitiva, las exigencias de

la vocación elegida, a la que tiene que seguir siendo fiel, ahora más que nunca, pues para eso ha venido

(Jn 12, 27). Sus pensamientos y decisiones se identifican plenamente con los pensamientos y decisiones

del Padre. Lo que quiere el Padre es lo mismo que quiere él.

Jesús se levanta de la mesa, se despoja del manto –la prenda exterior-, y se ciñe una toalla como delantal.

Y comienza a lavar los pies de los discípulos. Gesto impresionante e insólito en aquellos tiempos, que

deja mudos a los discípulos. Con su acción quiere enseñar a los suyos cuál ha de ser su actitud en el

mundo, qué significa amar y ser cristiano.

Juan esquematiza el relato, y lo centra en la figura de Pedro por dos posibles razones: por su prestigio

ante el resto de discípulos y porque su reacción le iba a dar la oportunidad de hacer la enseñanza que se

proponía.

Pedro es consciente de que Jesús, con esta acción, invierte el orden de valores comúnmente admitidos. Se

imagina el reino mesiánico como una sociedad parecida a las del mundo. No comprende las intenciones

de Jesús, y se niega rotundamente a dejarse lavar los pies.

Jesús sabe que, aunque Pedro no sea consciente de ello, la verdadera razón de su negativa es que no está

dispuesto a portarse como él.

Pero, si Pedro no se deja lavar los pies, se incapacita para seguir el mismo camino de Jesús. En su

comunidad sólo tienen sitio los que sirven y se dejan servir. Quien rechaza este rasgo distintivo de su

grupo queda excluido de la unión con el Maestro. Podrá ser cualquier otra cosa, pero nunca cristiano.

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Las palabras de Jesús son irresistibles para los que lo aman. Y Pedro, con la vehemencia de su carácter

impulsivo, se ofrece incondicionalmente a lo que quiera su amado Maestro, con tal de no separarse de él.

Pero lo hace por ser voluntad de Jesús, no por convicción personal. Se muestra dispuesto a obedecer, pero

no a imitar. Juzga inadmisible la acción como servicio; como rito religioso, se presta a ella. ¡Con qué

facilidad lavamos los pies en las celebraciones litúrgicas del jueves santo! Pero...

En unos minutos, Jesús ha revolucionado el mundo de lo religioso. La autoridad, el culto, la institución...

tienen sentido si sirven para que el hombre crezca y la sociedad se transforme.

Al terminar, tomó de nuevo el manto y se volvió a su sitio. Les explica su acción, aunque, como le ha

dicho a Pedro, no la entenderán hasta más adelante.

Después de su muerte y resurrección comprenderán, por obra del Espíritu, que toda su vida fue un

constante servicio y una incansable entrega, de lo que el lavatorio quiso ser expresión simbólica.

EL MANDAMIENTO NUEVO

Como yo os he amado. Jesús nos ofrece dónde está la plenitud del amor: en la muerte por el otro (Jn 15,

13). Que los hombres nos amemos, evidentemente no es una novedad. Pero que una persona dedique toda

su vida al servicio exclusivo de los demás, hasta la muerte de sí misma, sigue siendo novedad.

Es el tema central de Jesús en el evangelio de Juan, unido a la unidad que debe existir entre sus

seguidores. Lo repite hasta unas 17 veces en el transcurso de la Cena.

Podemos distinguir tres grados en el amor cristiano: amar al prójimo como a nosotros mismos (Mt 22,

39), amarlo como a Jesús (Mt 25, 31-46) y amarlo como Cristo lo ama. Sólo este último puede ser la meta

de nuestro amor.

El que ama a otro como a sí mismo puede deformar ese amor, a causa de la idea que tenga de su propia

persona, de los demás y del sentido que dé a la vida. Mirándose a sí mismo, limitado y egoísta, le será

difícil saber lo que realmente es lo mejor para su prójimo... y para sí mismo.

Algo parecido nos sucede con el amor que podamos tener a Jesús: dependerá del concepto que tengamos

de él y de nuestras posibilidades y entrega.

Amar como Jesús constituye la única forma plena de ser personas verdaderas. Un amor que fue muy

concreto, de pocas palabras y muchos hechos, y que nos abrió el camino para liberarnos de todos los

egoísmos y esclavitudes. Es la meta que debemos ir alcanzando y a la que nunca acabaremos de llegar.

Dios no quiere que pongamos un límite cualquiera a nuestro amor. Debe crecer indefinidamente, hasta la

medida de Cristo. Un amor que irá haciendo posible que nuestro mundo se vaya transformando en el

reino de Dios.

Hay que amar a todos, pero no de la misma manera. Al marginado y explotado hay que amarlo optando

en favor de su liberación. Al opresor, ayudándole a abandonar la situación en que vive...

LA CENA DE JESÚS

“Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:

Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:

‘Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía’ Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:

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‘Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto, cada vez que lo bebáis, en memoria mía’

Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”

(1 Cor 11, 23-26)

La institución de la eucaristía aparece en cuatro relatos: en los tres sinópticos y en san Pablo (lectura de

hoy) reducida a lo esencial. No era necesario un amplio desarrollo por estar realizándose en las

celebraciones litúrgicas de las comunidades cristianas.

En la segunda lectura leemos el primer documento que conservamos de la institución de la eucaristía.

La cena que celebraban los corintios constaba de dos partes: la comida de hermandad y la acción

eucarística. Pablo les reprocha la forma de realizar esa primera parte: cada uno llevaba sus alimentos, de

acuerdo con su posición y sus posibilidades; pero los de mejor posición se juntaban entre ellos,

abandonando a los más pobres, lo que destruía la fraternidad (vv 17-22).

Realizada esta reprensión, Pablo les muestra en positivo cómo deben celebrar estas reuniones. Para ello

se apoya en la misma institución de la eucaristía, bien conocida por todos. De ahí deducirá después todo

lo demás (vv 26-29).

La celebración pascual de Jesús transforma y da plenitud a la Pascua antigua, de la que nos habla la

primera lectura. Da origen a otro nuevo paso de Dios, a otra fiesta de liberación más perfecta. Ahora el

‘Paso’ de Dios se realiza por medio de Jesús, que pasó para liberarnos de todas las esclavitudes que nos

tienen encadenados a los hombres. Pero ahora Dios no sólo pasa sino que, además, se queda oculto bajo

las especies sacramentales de pan y de vino.

Todos los preparativos se han hecho como si se tratara de una cena pascual, pero no se va a realizar de

acuerdo con el rito judío. La atención se centra no en el cordero, sino en los gestos y palabras de Jesús

sobre el pan y el vino.

La Cena de Jesús no es un gesto aislado e imprevisto. Pone profundamente de manifiesto el significado

de toda su vida; una vida totalmente entregada a la voluntad del Padre y al servicio de toda la humanidad.

Todos sus gestos, incluso prescindiendo de las palabras que los acompañan, están cargados de

significados: el pan partido, el vino rojo, el pan y el vino repartidos. Todo indica la muerte violenta

cercana y el don de sí mismo que esta muerte contiene. Y todo, dentro de un contexto de incomprensión.

La Cena explica el significado de su vida entregada. Por fin, ha existido una persona que dedica toda su

vida a los demás, sin guardarse nada para sí. Por eso, cuando le llegó la muerte, no encontró de qué

apropiarse, porque ya todo había sido entregado. La consecuencia fue la resurrección.

Si durante nuestra existencia damos todo, si no conservamos la propiedad de nada, si intercambiamos,

ponemos en comunión, todo lo que tenemos y todo lo que somos, también nosotros venceremos a la

muerte. Será don de Dios, porque esa entrega plena de lo que somos y tenemos es imposible, a causa del

‘pecado del mundo’.

Comulgar con él significa asumir todo lo que ese Cuerpo ha vivido y vive, incluida la resurrección. Invita

a todos a comer de ese pan y a beber de esa copa, lo que significa asociarse a su destino.

Y nos manda repetir su acción. Y nace el sacerdocio ministerial, para continuar su misión. Misión de

servicio a la humanidad. Un servicio que compete a toda la comunidad, y que los sacerdotes ejercen como

garantía de unidad de toda la comunidad.

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No basta afirmar que Jesús está presente en las especies de pan y de vino. Es preciso que descubramos en

ellas una vida entregada y tomar parte en ella. No podemos participar con autenticidad en la eucaristía

más que ‘entregados’ y entre una comunidad de entregados. Cada vez que la celebramos con estos

sentimientos y con esta actitud hacemos presente el reino de Dios.

En la eucaristía celebramos lo que vivimos, lo que somos, comunitariamente, porque la vida es

comunidad. Somos imagen de Dios Trinidad, Comunidad de Amor, llamados a vivir compartiendo, única

forma de ser fieles a nuestro propio ser comunitario, y única forma de construirnos como hijos de Dios.

La eucaristía sintetiza todo el pensamiento de Jesús sobre la vida humana. No podemos comulgar con

cualquier Jesús, sino con el Cristo ‘entregado y derramado’, con el mismo que muere en la cruz... y

resucita. ¿Cómo comulgar con él sin intentar entregarnos como él?

La celebración eucarística es un desafío y una exigencia: renovamos la alianza con el Dios del amor y

nos comprometemos a continuar la liberación humana. Es compromiso de servir a la humanidad.

LA CENA PASCUAL JUDÍA

“Dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: -Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el

primer mes del año. Di a toda la asamblea de Israel: el diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.

Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de Israel lo

matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido.

Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.

Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.

La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera al país de Egipto.

Este será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre.”

(Éx 12, 1-8. 11-14)

La Pascua fue para los judíos el acontecimiento fundamental que les constituyó como Pueblo de Dios, al

quedar libres de la esclavitud egipcia, gracias a la ayuda imprescindible de Yahvé.

Las celebraciones anuales, no sólo les sirven para recordarles aquel hecho pasado, sino también para

hacer presente el nuevo Paso de Yahvé. Pascua era la fiesta de la liberación.

La cena pascual de los judíos se celebraba siguiendo un riguroso orden. En ella no debía haber menos de

diez ni más de veinte comensales. Consistía esencialmente en comer el cordero, con salsas, pan ácimo y

vino, mientras se recitaban salmos alusivos. Solamente se podía preparar un cordero por cada grupo y no

debía sobrar nada.

El padre de familia inauguraba la cena con una acción de gracias por la fiesta. Tomaba a continuación

una copa de vino y pronunciaba sobre ella la bendición. Se bebía el vino, los comensales se lavaban la

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mano derecha y consumían el primer plato: hierbas amargas empapadas en una salsa muy fuerte que

masticaban mientras meditaban.

Se mezclaba –vino con unas gotas de agua- una segunda copa, que no se bebía enseguida. Uno de los

presentes preguntaba al padre de familia en qué se distinguía aquella noche de las demás, a qué se debían

aquellas rúbricas y aquellos alimentos tan especiales. El anfitrión explicaba el sentido de la solemnidad

pascual y el significado de los alimentos. Les recordaba, al menos, la pascua (‘porque Dios pasó de largo

las casas de nuestros padres en Egipto’), el pan sin levadura (‘porque fueron liberados tan rápidamente,

que su masa de pan no tuvo tiempo de fermentar’) y las hierbas amargas (‘porque los egipcios habían

amargado la vida de nuestros padres en Egipto’). Después de estas palabras, se cantaba la primera parte

del ‘hallel’ (Sal 113 y 114), y se bebía la segunda copa.

A continuación, se lavaban todos las manos y comenzaba la parte principal de la cena. El padre de

familia tomaba pan sin levadura y pronunciaba sobre él la acción de gracias. Partía el pan en pedazos y lo

daba a los comensales, que lo comían con las hierbas amargas y zumo de frutas. Se comía el cordero

pascual, centro de la cena, con lo que terminaba la cena propiamente dicha.

Finalmente, el anfitrión pronunciaba sobre una tercera copa (llamada ‘de bendición’, y que manifestaba

la esperanza mesiánica) la acción de gracias por la comida. Se bebía esta tercera copa, se cantaba la

segunda parte del ‘hallel’ (Sal 115-118), con lo que terminaba la celebración.

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VIERNES SANTO

Y MUERTE DE CRUZ

SU MADRE NO FALTÓ A LA CITA CON LA CRUZ

“Jesús salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos.

Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:

-¿A quién buscáis? Le contestaron: -A Jesús el Nazareno. Les dijo Jesús: -Yo soy. Estaba también con ellos Judas el traidor. Al decirles "Yo soy",

retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: -¿A quién buscáis? Ellos dijeron: -A Jesús el Nazareno. Jesús contestó: -Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos. Y así se cumplió lo que había dicho: "No he perdido a ninguno de los que

me diste". Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado

del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:

-Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?

La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año, el que había dado a los judíos este consejo: "Conviene que muera un solo hombre por el pueblo".

Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Ese discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera, a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:

-¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre? El dijo: -No lo soy

Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.

El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina.

Jesús le contestó: -Yo he hablado abiertamente al mundo: yo he enseñado continuamente

en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.

Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:

-¿Así contestas al sumo sacerdote? Jesús respondió: -Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas? Entonces Anás lo envió

a Caifás, sumo sacerdote. Simón

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Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron: -¿No eres tú también de sus discípulos?. El lo negó diciendo:

-No lo soy. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le

cortó la oreja, le dijo: -¿No te he visto yo con él en el huerto? Pedro volvió a negar, y en seguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era al amanecer, y ellos no

entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:

-¿Qué acusación presentáis contra este hombre? Le contestaron: -Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos. Pilato les dijo: -Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley. Los judíos le dijeron: -No estamos autorizados para dar muerte a nadie. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a

morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: -¿Eres tú el re v de los judíos? Jesús le contestó: -¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? Pilato replicó: -¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado

a mí; ¿qué has hecho? Jesús le contestó: -Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi

guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.

Pilato le dijo: -Conque ¿tú eres rey? Jesús le contestó: -Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al

mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.

Pilato le dijo: - Y ¿qué es la verdad? Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:: -Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros

que por pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?

Volvieron a gritar: -A ése no, a Barrabás. (El tal Barrabás era un bandido.) Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados

trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:

-¡Salve, rey de los judíos! Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: -Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él

ninguna culpa. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura.

Pilato les dijo: -Aquí lo tenéis . Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias, gritaron: -¡Crucifícalo, crucifícalo! Pilato les dijo: -Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.

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Los judíos le contestaron: -Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se

ha declarado Hijo de Dios. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra

vez en el pretorio, dijo a Jesús: -¿De dónde eres tú? Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: -¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y

autoridad para crucificarte? Jesús le contestó: -No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de

lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos

gritaban: -Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey

está contra el César. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el

tribunal, en el sitio que llaman "El Enlosado" (en hebreo Gábbata). Era el día de la preparación de la pascua, hacia el mediodía.

Y dijo Pilato a los judíos: -Aquí tenéis a vuestro rey. Ellos gritaron: -¡Fuera, fuera; crucifícalo! Pilato les dijo: -¿A vuestro rey voy a crucificar? Contestaron los sumos sacerdotes: -No tenemos más rey que al César. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado "de la

Calavera" (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: "Jesús el Nazareno, el rey de los judíos".

Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego.

Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato: -No escribas "El rey de los judíos", sino "Este ha dicho: Soy rey de

los judíos". Pilato les contestó: -Lo escrito, escrito está. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo

cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:

-No la rasguemos, sino echemos a suerte a ver a quién le toca. Así se cumplió la Escritura: "Se repartieron mis ropas y echaron a

suerte mi túnica'. Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre

María la de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:

-Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: -Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término,

para que se cumpliera la Escritura dijo: -Tengo sed .

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Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:

-Está cumplido. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no

quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que ano de los soldados con la lanza le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: "No le quebrarán un hueso"; y en otro lugar la Escritura dice: "Mirarán al que atravesaron".

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. El fue entonces y se llevó al cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche. y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.

Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca. pusieron allí a Jesús.”

(Jn 18,1-19, 42) Juan es el único evangelista que nos informa que al pie de la cruz de Jesús estaba su madre con algunas

mujeres y el mismo Juan. Es la segunda vez que aparece María en este evangelio. La primera vez fue en

las Bodas de Caná de Galilea.

Únicamente unas mujeres y el discípulo más joven.

Y María, como es natural, no podría contener las lágrimas junto al hijo crucificado. Se tienen a veces

muchos disgustos con los hijos. Pero éste no les había dado más que satisfacciones. Todas las alegrías que

un hijo puede dar a sus padres... hasta el día en que había comenzado su misión. Ella ya lo había pensado:

'esto acabará mal'. Se estaba haciendo demasiados enemigos y eso no es prudente. Los enemigos que nos

hacemos, sobre todo si tienen poder y dinero, acaban por encontrarse siempre. Había molestado a

demasiada gente importante, y a esas gentes no les gusta que les molesten...

Ella no había fallado. Le había dejado completamente libre para la misión que le había confiado el Padre.

"Mujer, ahí tienes a tu hijo... ahí tienes a tu madre". Es la tercera palabra de Jesús, exclusiva de

Juan. Su madre quedaba sola y quiere que cuide de ella su discípulo más amado.

La tradición no descubrió en este texto el sentido de la maternidad espiritual de María sobre los cristianos

hasta siglos después. A partir del siglo XI ya es bastante conocida esta interpretación. Juan no lo debió

entender de momento, sino más tarde a la luz de Pentecostés.

"Tengo sed". La quinta palabra de Jesús solamente nos la transmite Juan. La sed era uno de los

tormentos más atroces de los crucificados. Que Jesús tuviera sed después de todo lo padecido en la pasión

es natural. Desde Getsemaní hasta la cruz, pasando por los procesos, la flagelación y el camino hacia el

Calvario, en el que desfalleció, la deshidratación y la pérdida de sangre tenían que causarle una sed

abrasadora

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Pero Juan no se limita a hacer constar algo tan evidente. Jesús no tenía sed sólo de agua. El evangelista,

siguiendo su costumbre, se ayuda de estos hechos naturales para enseñarnos algo más profundo. La sed

simboliza su fidelidad al Padre y a los hombres, su amor. Es la sed de Dios a que se refiere el salmo 63.

Tiene sed de justicia, de libertad, de pan, de amor... para toda la humanidad. No quiere a nadie

esclavizado o manipulado. Quiere que todos tengamos vida en plenitud (Jn 10, 10).

La sed expresa todas nuestras insatisfacciones, el deseo de que se vean cumplidos todos nuestros sueños.

"Está cumplido". Es la sexta palabra, propia también de Juan, con la que daba por terminada la

misión que el Padre le había encomendado. La terminaba con total fidelidad y entrega.

Una misión extraordinaria, única: salvar-liberar a los hombres del pecado del mundo (Jn 1, 29). Ya no

tenía nada más que dar, porque lo había dado todo: lo que tenía -hasta los vestidos que llevaba puestos- y

lo que era.

La muerte sucedió en las primeras horas de la tarde de un viernes. El cuadro que ofrece Juan de la muerte

de Jesús es más tranquilo y más familiar que el de los sinópticos. Aquí no hay gritos ni voces potentes:

E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Con su muerte, demostró que todo lo que había dicho del amor a los oprimidos, y de dar la vida por el

mundo nuevo -reino de Dios-, que se estaba gestando, era carne de su carne y vida de su vida, que eran

palabras llenas de contenido.

La muerte de Jesús es para nosotros, cristianos, tan importante, que difícilmente encontraremos una

actitud más propia que la de una contemplación humilde, sencilla, como quien contempla algo que le

supera, le conmociona, le admira. No la podemos reducir a aquello que comprendemos plenamente. Lo

que sucedió entonces no es sólo historia lejana: es también realidad ahora y aquí.

¿POR QUÉ MATARON A JESÚS?

Por la forma en que hemos presentado con frecuencia el evangelio, podemos dar la impresión de que la

vida, pasión y muerte de Jesús, son como una película que acaba bien. Esto hace que nos cueste

identificarnos, hacer actuales, estos relatos evangélicos. Y que hayamos perdido su fuerza para

transformar este mundo en el reino de Dios.

En esta tarde de viernes santo, delante de Jesús crucificado, contemplamos la consumación de un gran

amor, del amor más grande que ha habido y habrá en nuestro mundo. Un amor que se manifestó de

manera definitiva en su muerte y resurrección. Un amor que supera todas las distancias y todos los

tiempos.

¿Por qué mataron a Jesús? ¿Cuál fue la causa de su condena a muerte? Para entenderlo es necesario que

ahondemos en su misión, como voluntad del Padre: implantar el reino de Dios, el reino de la libertad y de

la justicia para todos, desde el amor.

Esta misión suponía necesariamente el cambio total, no sólo de una forma de pensar y de sentir

internamente, sino también el cambio de las estructuras sociales, religiosas, económicas y políticas. Y el

mundo de entonces –y el de siempre- vivía en una situación que contradecía su proyecto. Y Jesús entró,

desde el principio de su vida pública, en conflicto con las autoridades e instituciones que regían la vida

del pueblo judío.

103

Ya en la sinagoga de Nazaret comenzó este enfrentamiento al anunciar su misión: ‘El Espíritu del Señor

está sobre mí... Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la

libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos...” (Lc 4, 18-19). ¿Dónde iba a parar con

aquel programa? Era lógico que las autoridades religiosas y políticas, ambas dueñas del poder económico,

se unieran cada vez más hasta decretar su muerte. Primero la autoridad religiosa, bajo la acusación de

hacerse Hijo de Dios; después la autoridad política, por hacerse rey. Era la única forma de salvaguardar el

‘orden establecido’ y evitar toda peligrosa innovación, que perjudicara a los que regían los destinos de la

comunidad judía. Defender el nivel de vida del llamado ‘primer mundo’ a costa del hambre de gran parte

de la humanidad, ¿no es el objetivo principal de las ‘democracias’ de los países ricos? De esta forma pagó

con su vida su osadía de pretender transformar la sociedad.

Porque Jesús no murió a manos de un grupo de extremistas que actuara desde la clandestinidad. Murió

bajo el imperio de la ley, incluso divina, en forma pública y oficial, después de haber sido juzgado por

dos tribunales: el religioso y el político.

Ambos poderes justificaron este asesinato como una necesidad para salvar al pueblo de un proyecto

corruptor, que era en realidad el desmantelamiento de todos los abusos e injusticias que padecían –y

siguen padeciendo- los pobres en todas las épocas y lugares de nuestro empecatado mundo.

Fue un escarmiento para que quedara claro para siempre qué tipo de regímenes e instituciones deben

regir las sociedades humanas.

Se le mató como símbolo de lo peligroso que es presentar un mensaje verdaderamente liberador y justo

para todos los pobres, individuos y pueblos.

Se le mató en nombre de Dios, de la ley divina, de las tradiciones religiosas... cuando había dedicado

toda su vida a darles su verdadero sentido.

La muerte de Jesús puso al descubierto la ceguera de los opresores, empeñados en que la mayoría de las

personas y de los pueblos de la tierra vivan la historia humana como una pesadilla.

¿Cómo creer que Dios puede estar detrás de este tremendo fracaso humano? ¿Cómo el Mesías, el Hijo de

Dios, podía acabar de una forma tan dramática?

La cruz de Jesús es fundamental para expresar nuestra fe y nuestra situación histórica. ¡Cuántos seres

humanos han sido, son y serán ‘crucificados’!

NO ES LA ÚNICA CRUZ DE LA HISTORIA

Porque la cruz de Jesús no es la única cruz de la historia. Hablar hoy de la cruz, es hablar de esos pueblos

enteros que están muriendo, de las multinacionales que son el cáncer más grave del mundo actual, de las

etnias que están siendo exterminadas activa y violentamente, del hambre que está matando a millones de

seres humanos, de los alcohólicos, de los drogadictos, de las desigualdades cada vez mayores entre países

y personas ricos y pobres, de los muertos en guerras o víctimas del terrorismo de las estructuras, de los

ancianos solos...

Predicar la cruz con verdad es, ante todo, emitir un juicio sobre el ‘pecado del mundo’.

Si exceptuamos algunos escritos proféticos, principalmente los cuatro poemas de Isaías y el salmo 21,

que presentaban la imagen de un Mesías humilde y sufriente, liberador con su muerte del pecado del

pueblo, y prototipo del hombre nuevo obediente a Dios y servidor de los hombres, la visión mesiánica del

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pueblo judío era esencialmente política y conquistadora. El ejemplo de los mismos apóstoles es buena

prueba de ello: hasta el día de la muerte de Jesús siguieron aferrados a esta idea del poder religioso-

político del Mesías. Ya vimos en la entrada mesiánica a Jerusalén la contradicción y el confusionismo

entre Jesús y todos los que le rodeaban. Los apóstoles y el pueblo entienden que Jesús accede a sus

pretensiones políticas. La pasión va a resolver a favor del antimesianismo político-religioso, tan extendido

siempre.

El Padre Dios no tuvo otra forma de decir que está a favor de los oprimidos, de los perseguidos, del

maltratado... que dejando que el Hijo estuviera, hasta el final, encarnado en ellos. ¿Cómo va a querer Dios

la muerte del Hijo y la muerte de tantos hijos? Pero se ve impotente para ayudar a causa de la empecatada

libertad del ser humano.

Sin la voluntad decidida a bajar de la cruz a todos los que sufren, por las causas que sean, no podemos

hablarles de la cruz de Cristo ni de su propia cruz. Tenemos que devolver a los ‘crucificados’ la buena

noticia –evangelio-, la luz y la salvación que son para nosotros. Pero encarnados en ellos.

Ser cristiano es asumir el proyecto de Jesús con todas sus consecuencias. ¡Cómo cambiaría todo si lo

lleváramos a la práctica!

TODO EL SUFRIMIENTO HUMANO

“Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano; así asombrará a muchos pueblos: ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito.

¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como un brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron. ¿Quién meditó su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malhechores; porque murió con los malvados, aunque no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por sus manos.

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A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará; con lo aprendido, mi siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes, con los poderosos tendrá parte en los despojos; porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, y él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.”

(Is 52, 13-53, 12)

La figura del Siervo de Yahvé encarna todo el sufrimiento humano. Un sufrimiento que redime, al ser el

sufrimiento de un inocente que sufre a favor de otros; un sufrimiento que termina en victoria al reunir y

hermanar la más grande humillación y la más elevada glorificación; un sufrimiento que es la prueba, ante

Dios y los hombres, de que el dolor de los inocentes es redimido y redime. Son los ‘dolores de parto’ (Jn

16, 21; Rom 8, 22), que están haciendo posible el reino de Dios.

El cuarto y último poema de Yahvé –primera lectura- culmina la misión de este misterioso siervo. Los

primeros versículos adelantan el tema general del cántico, destacando la grandeza moral y la humillación

total del personaje y su futura glorificación. Enuncian el hecho sin entrar en detalles.

Después de dejar claras las dos fases del siervo, el profeta desciende a los detalles. Es tan inaudito lo que

va a decir, que se pregunta a sí mismo: ¿Quién creyó nuestro anuncio? El siervo triunfa con su

sufrimiento, después de desaparecer de este mundo. Triunfa por sus sufrimientos, por su muerte. Esto es

lo inaudito, que el Segundo Isaías va a presentar, y teme que no se le crea. Sólo los iniciados en los

designios de Dios serán capaces de captar el contenido de esta revelación excepcional. El siervo,

presentado como víctima expiatoria por su pueblo, será glorificado en virtud de estos sufrimientos por los

demás; un tema totalmente desconocido en el antiguo Testamento, fuera de estos cuatro poemas.

La aparición de este personaje en el mundo ha sido tan modesta, que casi ha pasado inadvertida. No tiene

nada de llamativo. La vida de Cristo se desarrolló así, humildemente, en Nazaret. Nada tiene que atraiga

la curiosidad y las miradas. Su porte es tan poco atractivo, que es despreciado y evitado por los

hombres. Todas las desventuras y desgracias se han cebado en él, de tal forma que está acostumbrado a

sufrimientos.

Estos sufrimientos, inauditos y misteriosos, del siervo son causados porque cargó sobre él todos

nuestros crímenes. Con ellos, ha conseguido para nosotros la reconciliación con Dios; reconciliación que

es presentada como fruto de los sufrimientos del siervo.

Se sometió a la voluntad de Dios, sin protestar ni expresar queja alguna: no abría la boca. Fue

injustamente condenado a muerte, sin que nadie se preocupara de defender su causa.

Para mayor escarnio, su sepultura fue con los malhechores, ya que ser privado de sepultura familiar se

consideraba como un gran castigo para el difunto.

Todos sus sufrimientos son expresión de la voluntad divina, que lo había elegido para expiar los pecados

de la humanidad y reconciliarla con Dios.

Por haber entregado su vida como expiación por los pecados, Yahvé le bendecirá y le otorgará una

descendencia numerosa, que prolongará sus años, y así se cumplirán los designios de Dios: la

salvación, la justificación y reconciliación de los hombres con Dios, gracias a las tribulaciones sufridas

por el siervo, que sentirá una profunda satisfacción al conocer los frutos de sus humillaciones y dolores.

El cumplimiento de esta profecía en Jesús es clara. Los Santos Padres han considerado este cuarto poema

como un quinto evangelio, ya que encuentra su pleno cumplimiento en los relatos de la pasión de Jesús.

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IGUAL EN TODO A NOSOTROS, EXCEPTO EN EL PECADO

“Tenemos un Sumo Sacerdote que penetró los cielos –Jesús, el Hijo de Dios-. Mantengamos firmes la fe que profesamos.

Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, al fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para ser socorridos en el tiempo oportuno. Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su actitud reverente. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.”

(Heb 4, 14-16; 5, 7-9)

La segunda lectura es una profunda reflexión, que la comunidad cristiana primitiva se hacía, sobre el

sentido de la muerte de Jesús por nosotros, sobre su debilidad e igualdad con nosotros, excepto en el

pecado, su entrega y obediencia al Padre hasta la muerte. Y cómo ahora es fuente de salvación plena y

eterna para la humanidad.

La persecución, que los dirigentes judíos habían desencadenado contra los cristianos, había obligado a

éstos a alejarse de Jerusalén, con lo que participar del culto de su templo se hacía imposible. La situación

era penosa, sobre todo para los cristianos que provenían del judaísmo, tan apegados al culto del templo.

El texto afirma que el cristiano no tiene necesidad del sacerdocio del templo, porque su único Sacerdote

y Mediador es Jesucristo. Y lo demuestra con dos argumentos: por haberse hecho hombre y ser el Hijo de

Dios, representa auténticamente a la humanidad y a la divinidad.

La carta a los Hebreos subraya la condición humana de Jesús, esencial para poder realizar sacrificios y

para ser sacerdote. A la vez, Jesús es el único Sumo Sacerdote, porque es el Hijo de Dios. Es el Salvador

que une en su persona el ser Sacerdote y Víctima (el Cordero de la nueva alianza).

El texto de hoy desarrolla su sufrimiento y su sometimiento a la voluntad del Padre.

Fue escuchado, no librándole de la muerte, que era su destino como Víctima, sino en la superación de

ella por la resurrección y la gloria. Es en su entrada gloriosa en el cielo cuando Cristo es proclamado

Sumo Sacerdote, causa de salvación eterna para todos los que le obedecen. Sacerdocio que ejerce

desde el trono de los cielos.

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PASCUA DE RESURRECCIÓN

EL FUNDAMENTO DE NUESTRA FE

NUESTROS ANHELOS DE PLENITUD E INFINITO SON POSIBLES

La vida humana ¿se termina con la muerte? Es la pregunta más inquietante que se han hecho y seguimos

haciéndonos los humanos a lo largo de los muchos siglos de nuestra historia. ¿Por qué no nos cansamos

nunca de interrogarnos si no tenemos derecho a esperar nada después de la muerte?

Toda persona es una llamada hacia el infinito: ¿No lo sentimos en lo más profundo de nosotros mismos?

O somos un absurdo o tiene que haber una respuesta a esta pregunta esencial.

Todos los evangelios terminan con los relatos de la resurrección de Jesús de entre los muertos,

fundamentando la fe cristiana sobre este acontecimiento, fruto de la acción del Padre. Esta fe la manifestó

siempre la Iglesia en símbolos (1 Cor 15, 3-4), la expresó en la predicación (discursos del libro de los

Hechos de los Apóstoles) y la cantó en himnos (Fil 2, 6-11).

Toda la existencia de Jesús había sido un constante abrirse a la verdadera vida humana, tanto con sus

palabras como con sus obras. Y así, su resurrección consistió en alcanzar la meta y la plenitud de esa

vida, la liberación total de todas las esclavitudes y limitaciones que nos oprimen. En Cristo, el reino del

Padre, la nueva humanidad, es ya una realidad. Un reino que no se cierra en él, sino que pasa a ser, en la

esperanza, patrimonio de toda la humanidad.

LA RESURRECCIÓN DE JESÚS FUE LA CONSECUENCIA DE SU OBEDIENCIA AL PADRE

Jesús recogió en su muerte lo que había sembrado durante su vida. Había vivido para hacer realidad el

reino de Dios entre nosotros. Curó a los enfermos, dio respuesta a las ilusiones y esperanzas de los

pobres, se enfrentó con las mentiras e injusticias de las autoridades, rebatió los esquemas religiosos de

unos dirigentes corrompidos por el poder y la ambición... sin pensar en ningún momento que todo se iba a

resolver en la ‘otra vida’. No fue un piadoso idealista, ni un romántico de la revolución social, ni un poeta

de la utopía. Si se hubiera limitado a eso, habría muerto de viejo y en la cama. Jamás se cruzó de brazos

para que Dios y la muerte solucionaran los problemas de los hombres. Es esta actitud pasiva, tan

extendida entre los cristianos, la que fue calificada en el siglo XIX como ‘opio del pueblo’.

En el asesinato brutal de Jesús en la cruz veíamos la muerte anónima, silenciosa o heroica de millones de

personas sacrificadas por los intereses inconfesables de los que se apoderan, incluso ‘democráticamente’,

de los gobiernos y de los bienes de los pueblos. Aquel asesinato, a todas luces inútil y sin sentido, no era

la última palabra del Dios de Jesús.

Si la muerte del Hijo se refleja en cada dolor humano, su resurrección brilla en cada avance del universo,

en cada esperanza de mejora humana y social, en cada sonrisa de niño, en cada noble proyecto del joven,

en cada esfuerzo del adulto por ser mejor y por hacer mejor a la humanidad...

Desde la resurrección de Jesús, los sufrimientos y las muertes de los que trabajan por la libertad y la

justicia, por el amor y la paz, por la verdad... no son un absurdo ni una pérdida definitiva. Aparecen como

una positiva contribución a la caída de toda estructura opresora –sea del signo que sea- que nos impida

alcanzar la plenitud para la que fuimos creados por el Padre.

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Que tal resurrección sea una utopía o un sueño de niños ingenuos es algo inútil de discutir: se cree o no

se cree. Pero los cristianos ni podemos avergonzarnos de creer en esta utopía, ni vivir como si no

creyéramos en ella. Es precisamente por creer en la utopía del reino de Dios por la que podemos

llamarnos cristianos. Esta esperanza es la que mueve la historia.

Con su muerte en la cruz, Jesús había culminado su triunfo en la vida. Un triunfo que había comenzado

cuando prefirió la pobreza de Belén, la oscuridad de Nazaret, la compañía de publicanos y pecadores, el

dolor de los enfermos...

¡JESÚS DE NAZARET HA RESUCITADO!

“María la Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras:

-¿Quién nos correrá la piedra a la entrada del sepulcro? Al mirar vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande.

Entraron en el sepulcro y vieron un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo:

-No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron. Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: ‘Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo’.”

(Mc 16, 1-7)

“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo:

-Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos,

pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”

(Jn 20, 1-9)

Esta noche de Pascua de resurrección es una noche singular para la comunidad cristiana. Es la noche más

dichosa del año, la más deseada. Es la noche que nos invita a salir de todas las esclavitudes, a reformar las

estructuras de este mundo de pecado, porque ¡Jesús de Nazaret ha resucitado!

Esta es la extraordinaria noticia que nos reúne a los cristianos en esta noche santa, con la que

inauguramos los cincuenta días pascuales de este suceso insólito. Noticia que asustó a las mujeres que

fueron al sepulcro. Noticia que hacía reír a los sabios de Atenas cuando se la oyeron a Pablo (He 17, 32).

Noticia que enfurecía a las autoridades del pueblo judío cuando la predicaban los apóstoles. Noticia que

esta noche nos congrega y nos alegra a todos los que tenemos puestas todas nuestras esperanzas y

nuestras vidas en Cristo Jesús. Noticia que significa la aceptación plena por el Padre del camino de vida

del Hijo: a todo lo que dijo e hizo. Jesús tenía razón: su modo de vivir es el único verdaderamente

humano. La resurrección es también la respuesta del Padre a todos sus hijos: nos ama y quiere que

vivamos su misma vida en plenitud y para siempre.

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La resurrección del Hijo es la confirmación de que Dios no estaba con los sacerdotes, ni con los letrados,

ni con los fariseos. Ni estaba con el sanedrín ni con los tribunales que lo condenaron a muerte de cruz. Al

contrario, con su resurrección Jesús de Nazaret se presenta como el más amigo del Padre, el más cercano,

el que mejor nos habló y vivió a Dios.

Es la noticia que ilumina todas las noches de la humanidad. La noticia que dio principio a una nueva

forma de comprender la historia humana. La noticia que esta noche se propaga por todos los rincones de

la tierra como el mejor de los anuncios y que fundamenta nuestra fe y nuestra razón de ser de cristianos.

Esta fiesta del Resucitado es la Fiesta que hace posible todas las demás fiestas, porque Cristo resucitado

nos ha abierto el camino a una vida humana con sentido: plena y eterna. Porque no sólo celebramos la

resurrección de nuestro Mesías y Señor, sino también la nuestra, ya que Cristo ha resucitado como

primicia de todas las demás resurrecciones.

CONSECUENCIAS DE LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

La resurrección de Jesús significa que el reino de Dios -reino de amor y de justicia, de libertad y de paz,

de fraternidad y de verdad-, triunfa sobre el pecado del mundo; significa la victoria de la vida plena sobre

las limitaciones humanas, sobre los conflictos de todo tipo que nos alienan.

La resurrección de Jesús manifiesta que en él el reino de Dios es ya plena realidad. Y, al ser él el

principio de la nueva humanidad, su resurrección abarca también, en la esperanza, a toda la humanidad,

sea o no consciente de ello. Porque creer en la resurrección de Jesús es mucho más que afirmar su salida

del sepulcro con la ayuda del Padre: es reconocer, a la vez, que este mismo proyecto de vida lo realiza

Dios en cada persona.

El viernes santo veíamos en la muerte de Cristo la muerte brutal de millones y millones de personas

sacrificadas por los poderes de este empecatado mundo. Desde la resurrección de Jesús, esas muertes no

son un absurdo ni una pérdida definitiva: aparecen como una positiva participación a la caída de toda

estructura que ha impedido, y sigue impidiendo, al ser humano llegar a ser aquello para lo que ha sido

creado: imagen y semejanza del Dios de la vida.

La tumba vacía es el signo de la victoria sobre toda clase de muertes. Antes o después –por desgracia

más bien ‘después’-, todas las tumbas que oprimen y entristecen a nuestro mundo quedarán vacías, todas

las losas que aplastan a los hombres desaparecerán.

Nuestra fe en la resurrección implica un compromiso cotidiano y real para que, la liberación que aporta el

reino de Dios, se haga presente ahora y aquí, aunque sabiendo que esa liberación sólo será completa y

definitiva después de la muerte.

La crisis de fe que atraviesa el mundo moderno no tiene como causa a la persona de Jesús ni la validez de

su evangelio, sino a su ausencia en el cristianismo sociológico y de rebajas que vivimos.

Una Pascua, que no suponga la renovación de las comunidades cristianas, es una pascua vacía. Porque

evangelizar es testificar la resurrección de Jesús, viviendo en medio de la sociedad como personas

resucitadas. Si los cristianos ofreciéramos únicamente una esperanza de liberación humana, engañaríamos

al pueblo.

110

EL SEPULCRO VACÍO

El relato de la resurrección de Jesús lo recogen los cuatro evangelistas. Todos hablan de una visita que,

en la madrugada del domingo, hacen al sepulcro unas mujeres que acompañaban a Jesús, y que han

asistido a su crucifixión, muerte y sepultura.

Los relatos de los sinópticos presentan un notable parecido, dentro de no pocas diferencias. Juan sigue su

propio camino. Todos emplean géneros literarios, única posibilidad de contarnos unos acontecimientos

que superan lo humano.

El primer día de la semana corresponde a nuestro domingo. La visita de las mujeres debió ser sobre las

seis de la mañana, hora en que amanece en Jerusalén en esta época del año. Su propósito no parece claro.

Según Mateo, fueron a ver el sepulcro. Era costumbre visitar los sepulcros de las personas queridas,

especialmente en los tres días siguientes a la muerte. Marcos y Lucas nos indican que su intención era

completar el embalsamamiento del cuerpo de Jesús, dejado sin terminar el viernes a causa de la llegada de

la noche. Pretenden penetrar en el sepulcro para realizar esa misión. Marcos señala que caminan

preocupadas por la gran piedra que cierra la tumba. No debían tener noticias de la guardia puesta por

Pilato, y que sabemos únicamente por Mateo.

La tumba está vacía. Se estremecieron y se asustaron. No era para menos.

María Magdalena, que según Juan había ido sola al sepulcro, fue a comunicar a Pedro y a Juan lo

sucedido. Al no estar el cuerpo de Jesús en el sepulcro piensa que lo han robado.

EL ANUNCIO DE LA RESURRECCIÓN

En los sinópticos, el anuncio de la resurrección lo hacen unos enviados celestiales a unas mujeres que no

podían comprender por sí mismas. En Juan se limitan a preguntarle a María Magdalena por el motivo de

su llanto.

En Mateo el anuncio lo hace un ángel, en Marcos un joven, en Lucas dos hombres y en Juan dos

ángeles. Todos vestidos de blanco. Los cuatro intentan decirnos lo mismo: que Dios ha intervenido en la

historia cuando, desde el punto de vista humano, todo había acabado.

Las palabras del enviado o enviados contienen cuatro puntos: exhortación a dejar el temor, lógico ante un

acontecimiento que nos sobrepasa; anuncio de la resurrección, que Jesús ya les había profetizado en

varias ocasiones; invitación a que comprueben y se convenzan por ellas mismas de la desaparición del

cuerpo; por último, les da un mensaje para los discípulos.

En el temor (Mateo), desconcierto (Lucas) o susto (Marcos) de las mujeres se refleja la reacción

constante de los hombres ante las acciones divinas. En lugar de abrirnos con gozo a una alegría

desbordante, mostramos una total incomprensión e incredulidad. Aceptamos más fácilmente lo negativo.

El mensaje de la resurrección no hubiera podido sostenerse en Jerusalén ni un día si la tumba vacía no

hubiera sido un hecho comprobado por todos los interesados. Pero la tumba vacía no es la explicación de

la resurrección. Es ésta la que explica por qué la tumba estaba vacía.

La fe en la resurrección no nace del sepulcro vacío, sino de una revelación. El ángel no había abierto el

sepulcro para que Jesús resucitara y saliera con su cuerpo glorioso por aquella entrada. Su acción tuvo

como objetivo mostrar –y mostrarnos- que el cuerpo del Señor no estaba allí, y pudieran, de esa forma, las

mujeres y los discípulos, comprobarlo y sacar las conclusiones de acuerdo con lo enseñado por Jesús.

111

Por último, las manda a comunicar la gran noticia a los discípulos. Le verán en Galilea, dicen Mateo y

Marcos, adonde irá delante de ellos. Quiere separarlos del ambiente hostil de Jerusalén, después de los

días amargos de la pasión.

Han sido unas mujeres las primeras en recibir el gran anuncio; ellas, las marginadas de aquella sociedad,

las olvidadas, la parte del pueblo más humilde y sencillo. Es la tónica de todo el evangelio: Dios se revela

siempre a los pobres y oprimidos, a la gente despreciada, a los que la sociedad niega sus más elementales

derechos, a los ignorantes. En realidad, son éstos los únicos que son relativamente conscientes de la

necesidad que tienen de él, los únicos que no están satisfechos de cómo le van las cosas.

El enviado o enviados celestiales habían cumplido su misión. Había que obrar en consecuencia y

decírselo a los discípulos.

Nacer, vivir, morir, ser sepultado, es la trayectoria normal de la vida humana. La resurrección de Jesús

rompe todos los esquemas, supera definitivamente esta historia.

El sepulcro, el de Jesús vacío, marca un comienzo, nunca un final de la vida humana.

PEDRO Y JUAN VAN AL SEPULCRO

Los discípulos, en lugar de recibir el testimonio de las mujeres como una prueba que les haga avanzar en

el descubrimiento del misterio, rehúsan aceptarlo. Parece que Pedro reaccionó más tarde y fue corriendo

al sepulcro, según Lucas. Juan se incluye a sí mismo como compañero de Pedro, y señala que la noticia se

la da a ambos María Magdalena. Esta visita la traen únicamente estos evangelistas. Lucas, más

esquematizada y omitiendo la compañía de Juan. Pero el relato es el mismo.

Juan llega primero. Es normal si tenemos en cuenta que era mucho más joven que Pedro. Pero no entrará

en el sepulcro hasta que lo haga Pedro. Le muestra deferencia. Ambos comprueban que el sepulcro está

vacío. Miran atentamente y sólo ven los lienzos, en que se había envuelto el cuerpo, colocados en el

suelo. Juan recoge también datos del sudario. Era inadmisible que un ladrón hubiera dejado las cosas tan

ordenadas.

Lucas termina el relato diciendo que Pedro se volvió admirándose de lo sucedido. La causa de la

admiración es doble: una por la desaparición del cuerpo de Jesús; la otra, por el orden en que habían

quedado las vendas y el sudario. No se trataba de un robo. Había sido algo distinto. Ahí termina su

indagación. No continúa la búsqueda de Jesús, sino que se vuelve a casa. No anuncia nada a los demás.

Aún no ha visto a Jesús, solamente ha constatado su ausencia.

Para dar testimonio de Jesús no basta con saber que está vivo; necesitamos experimentarlo presente.

Juan nos da más datos. Dice que cuando él entró y observó la colocación de las vendas y el sudario, vio y

creyó. Comprendió que hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar

de entre los muertos.

Es la única ocasión en que se afirma, en todo el nuevo Testamento, que alguien creyó al ver el sepulcro

vacío. Es posible que Juan intente afirmar que fue él el primer apóstol que creyó en la resurrección de

Jesús. Sería lo más lógico: ¿no era él el discípulo más querido por Jesús y el único que había estado junto

a la cruz? El amor hace lúcido y capacita para comprender aún las cosas más difíciles.

Afirmar hoy que Jesús ha resucitado no crea ninguna tensión. Si acaso sonrisas de conmiseración. Lo que

produce la crisis, la persecución, es tratar de poner en práctica las consecuencias de esta acción de Dios,

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que ha resucitado a Jesucristo: la justicia, la igualdad de todos los seres humanos. Contra ella lucharán,

incluso con el nombre de cristianos, todos los que se consideren perjudicados en esa nueva humanidad.

Basta con abrir los ojos...

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SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

EN LA COMUNIDAD REUNIDA

EL MIEDO LOS TIENE PARALIZADOS

“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

-Paz a vosotros. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron

de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: -Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan

perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos. Tomás, uno de los doce, llamado el ‘Mellizo’, no estaba con ellos cuando vino

Jesús. Y los otros discípulos le decían: -Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: -Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero

de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó

Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: -Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: -Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y

no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: -¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: -¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto. Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista

de sus discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.”

(Jn 20, 19-31)

Este texto evangélico es una catequesis sobre la resurrección. Una catequesis muy actual. Nos presenta la

aparición de Jesús a sus discípulos al anochecer del día de su resurrección y, de nuevo, a los ocho días.

Las dos, una sin Tomás y la otra con él, tienen lugar estando juntos los discípulos, y en domingo.

Los discípulos están reunidos en una casa. Los datos evangélicos –al anochecer, las puertas cerradas,

por miedo a los judíos- nos muestran su desamparo en medio de un ambiente adverso. El miedo es fruto

de su falta de fe en la resurrección de Jesús. El mensaje de las mujeres no les ha liberado todavía de él.

Quieren pasar desapercibidos, no llamar la atención, no establecer relaciones con la gente, que todo pase.

Es la actitud que parecen tener muchos cristianos en la actualidad, frente a una sociedad que parece pasar

de todo lo religioso.

Pero, ¿qué puede hacer un cristiano, o una comunidad cristiana, encerrados en sí mismos? ¿Cómo

llegarán a Jesús nuestros contemporáneos si nos cerramos en nosotros mismos, o nos negamos a vivir en

el seguimiento de Jesús?

Lo que no se comunica, se muere, se corrompe, como sucede con el agua estancada. Sin el deseo de

caminar, de progresar, de comunicar, se mueren el sentimiento, la fe, el afecto, las iniciativas, las

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esperanzas. Y, como los discípulos del relato, estaremos juntos pero no viviremos en comunidad, al no

estar unidos en la fe en Jesús resucitado, signo de apertura, de alegría, de comunicación, de esperanza.

¿Qué puede unir a un grupo de personas que ya no saben mirar hacia el futuro? Encerrados en sus cuatro

paredes, su vacío será cada vez más desolador. Sólo la presencia del Resucitado les dará, y nos dará, la

firmeza y la alegría necesarias en medio de la hostilidad del mundo.

LA PAZ DE JESÚS

Entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Ya no es un hombre como los demás, puesto

que pasa a través de las puertas cerradas.

Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. No es un fantasma; es el mismo condenado a

muerte. Cuando la pena es más honda y más sin futuro, la alegría se torna más desbordante. Jesús ha

muerto a un modo de vida, y ahora retorna para continuar en medio de ellos. La alegría es el signo de la

presencia del Resucitado.

Viene a llenar el vacío de los suyos, a devolverles la ilusión y la esperanza, a abrir las puertas y las

ventanas cerradas de las casas que se dicen suyas.

Ya nada ni nadie podrá impedir la acción del Resucitado. El único verdadero escollo que tendrá siempre

será su propia comunidad, los que están dentro; sólo ellos pueden tergiversar su mensaje y su vida,

presentándolo como no es. Y es éste el único verdadero peligro, como ha demostrado la historia a lo largo

de los siglos. Porque todo el bien que la Iglesia y los cristianos han realizado, y siguen realizando, es

natural sabiendo que los discípulos deben seguir a su Maestro con sus palabras y con sus acciones.

¿Cómo sería el mundo si la Iglesia no hubiera existido? Pero, al lado de ese bien, ¡cuántas infidelidades y

cuántas enseñanzas sobre Jesús que desdicen el Evangelio!

En medio del temor a la persecución, que domina a los discípulos, Jesús les urge a la paz.

La paz de Jesús es todo un proyecto de vida. Es la paz del profeta, del inconformista, del rebelde con

causa, del que elige ser pobre, del perseguido por causa de su justicia. Una paz que es fruto de la lucha

por la nueva humanidad. Es la paz que vence al mundo (Jn 16, 33) y a la muerte.

Jesús nos da su paz, que en él indica plenitud, bienestar, alcanzable solamente por medio de una íntima

comunión con Dios.

Jesús nos da su paz. Es una paz diferente, porque si nosotros la acogemos se convierte en nuestra; se

sitúa en las profundidades de nuestro ser. Si acogemos a Jesús, con todas las consecuencias, alcanzaremos

la plenitud de nuestro ser. Le acogemos cuando tratamos de vivir su amor; ese amor que brota de las

bienaventuranzas (Mt 5, 1-12). Ya no nos faltará nada. Habremos conseguido la paz.

Como de la alegría, también de la paz podemos decir que existen dos tipos: la nuestra y la que nos

proporcionan los demás. La nuestra es inalterable; la que nos dan los otros es precaria y provisional. Si

algo o alguien me hacen perder la paz es prueba de que mi paz no es mía, que es prestada. La paz que no

es nuestra dura mientras todo va bien. En cambio, la paz nuestra, esa paz que se apoya en Cristo y forma

parte de nuestro yo más verdadero, permanece también en medio de los fracasos.

La paz es el signo más evidente de que hemos abierto nuestra vida a Jesús. Esta paz, más que una

conquista, es una elección: la elección de un todo. La paz es una totalidad. No se puede tener un poco de

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ella. Tener un poco es no tener nada. Es un don extremadamente comprometido, como es el que nos la

regala.

SU MISIÓN TIENE QUE CONTINUAR

Los discípulos deben continuar la obra que Jesús les encomienda y que él comenzó. Realizarla como él:

por medio del amor hasta la entrega de la propia vida.

Después de la experiencia que tienen de su resurrección, están ya preparados para continuar su tarea. Por

eso, haciendo uso de su calidad de resucitado, les transmite todos sus poderes.

El envío de los discípulos es prolongación del que el Padre le hizo a él. Deben continuar la obra que él

comenzó, y nosotros debemos continuar la obra de los apóstoles.

No anunciamos bien a Dios si no lo hacemos apasionadamente, si su anuncio no es fruto del propio

convencimiento y de la propia vida.

Y les da el Espíritu Santo que les había prometido, sobre todo en la Última Cena. Se lo da para que

continúen su misión, comprometiendo toda su vida en la lucha contra el mal-pecado del mundo.

¿Cómo conocer hoy al verdadero Espíritu? ¿Cómo seguirlo sin vacilaciones? Sólo un fruto revela con

claridad al Espíritu de Jesús: un amor como el suyo. Todo lo demás será verdadero en tanto refleje ese

amor: la institución, la autoridad, el culto, la palabra...

Van a ser sus enviados y tendrán el poder de perdonar los pecados, fruto principal de su resurrección, el

núcleo de la enseñanza que deben transmitir a los hombres, porque es este perdón el que les capacitará

para poder seguir su camino de vida plena. En las palabras de Jesús sobre el perdón de los pecados ha

visto la tradición católica el origen del sacramento de la Penitencia.

Se necesita una victoria de la magnitud de la resurrección para arrancar el mal del corazón humano, para

vencer ‘el pecado del mundo’ (Jn 1, 29).

El pecado consiste en integrarse voluntariamente en el orden injusto. Los pecados son las injusticias

concretas a que conducen la adhesión al montaje mundano y a sus principios: el tener, el poder, la

superficialidad.

A los que involuntariamente han aceptado la situación de mal de la sociedad, deben mostrarle el proyecto

de Dios sobre ella y ayudarles a abandonarla y a convertirse, como hizo él con sus curaciones.

Con los que se nieguen a ponerse de parte del hombre y se obstinen en su conducta opresora –causantes

de su asesinato-, adoptarán una clara postura de denuncia, sin temer a las consecuencias que les puedan

venir.

Juan no concibe el pecado como una mancha o un acto malo concreto, sino como una actitud del

individuo. Para él, pecar es ser cómplice de la injusticia encarnada en la opresión y explotación de unos

hombres sobre otros. Cuando el ser humano cambia de actitud y se pone a favor de los oprimidos, cesa el

pecado.

El perdón se hace imposible para el que no reconoce su pecado o no quiere salir de él. En éstos, el

pecado persiste... aunque se confiesen todos los días.

La derrota del ‘pecado del mundo’, en todos y en cada uno, hará posible la implantación del reino de

Dios.

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A partir de la resurrección de Jesús, contemplada desde la fe, todos los cristianos tenemos la obligación

de ser optimistas, porque no se puede ser creyente sin esa alegría profunda que brota de una fe

consecuente. Si la fe no nos sirve para los momentos difíciles, ¿para qué la queremos?

UN IDEAL QUE NUNCA LLEGÓ A REALIZARSE PLENAMENTE

“En el grupo de creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía.

Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor. Todos eran muy bien vistos. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían

tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.”

(He 4, 32-35)

El libro de los Hechos de los Apóstoles es el elegido como primera lectura de las misas de los cincuenta

días pascuales. Y es natural, porque necesitamos saber cómo vivieron las primeras comunidades cristianas

el seguimiento de Jesús resucitado.

En la primera lectura de hoy, Lucas nos describe la realización del ideal cristiano; ese ideal que Jesús

había pedido al Padre, al final de la Última Cena que celebró con sus discípulos: vivir un amor como el

suyo (Jn 13, 34), que les llevaría a una unidad como la suya con el Padre y el Espíritu (Jn 17, 21).

Un ideal que nunca llegó a realizarse plenamente, aunque hubo comunidades que trataron de

aproximarse. Las hubo y las hay. Es importante siempre en la vida tener claro el ideal al que debemos

aspirar como comunidades cristianas y como creyentes. Un ideal que abarca el compartir los bienes

materiales, los pensamientos y los sentimientos.

La propiedad privada no existía entre ellos: cada uno daba según sus posibilidades y recibía según sus

necesidades.

Dialogaban hasta llegar a la unidad de pensamientos y de sentimientos. Cuando los pensamientos y los

sentimientos son muy dispares, hay que dudar de la veracidad de la vida. Ahondaban en las enseñanzas de

Jesús que les transmitían los apóstoles. Y cuanto más ahondaban, más cerca estaban unos de otros y de

Cristo. Es como si cada uno descendiera a su propio corazón por la arista de una pirámide invertida, cuyo

vértice, situado en lo más profundo de todos y de cada uno de ellos, es Jesús. Es ahí, en lo más profundo

del yo –imagen y semejanza de Dios (Gén 1, 27)-, donde late la verdadera vida: el amor de Jesús.

Todo el complejo mundo del corazón y del cerebro lo ponían en común. Fruto de la comprensión, del

diálogo, de la tolerancia y ¡sobre todo! del amor.

Los bienes en común, los pensamientos en común, los sentimientos en común, ¿cómo no iban a ser bien

vistos?

TODO EL QUE AMA HA NACIDO DE DIOS

“Queridos hermanos: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Aquel que da el ser ama también al que ha nacido de Él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe.

¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Éste es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua,

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sino con agua y con sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.”

(1 Jn 5, 1-6)

Las segundas lecturas de los domingos de Pascua, de este ciclo B, están tomadas de la primera carta de

san Juan.

Algunas de las religiones contemporáneas a los apóstoles, daban a sus miembros el título de ‘hijos de

Dios’. Los judíos también lo utilizaban (Dt 14, 1). Pero para Juan, la filiación divina de los cristianos es la

única que tiene los rasgos que esa filiación requiere.

Por muy cierta que sea, esta filiación no se percibe exteriormente: el mundo no la conoce (1 Jn 3, 1), y

los cristianos se preguntaban por los criterios que eran necesarios para descubrirla dentro de ellos

mismos.

Y Juan les presenta –y nos presenta- tres actitudes para autentificar esta filiación divina: la fe en que

Jesús es el Cristo, el Mesías – la respuesta plena y para siempre a todas nuestras preguntas e ilusiones

decisivas-; el amor a Dios y a los hermanos y el cumplimiento de sus mandamientos (vv 1-2). El amor a

Dios se demuestra cumpliendo sus mandamientos (v 3).

En la fidelidad a esta fe, a este amor y a estos mandamientos consiste la victoria sobre el mundo (v 4).

Esta fidelidad enfrenta al cristiano con el mundo, al que ha vencido (v 4) –hecho pasado-, y al que sigue

derrotando (v 5) –hecho presente-, en la lucha de cada día por hacer presente el reino de Dios.

Esta victoria es fruto de la pascua de Cristo, que vino con agua y con sangre, como testimonio de su

muerte (Jn 19, 34). Y es el Espíritu quien da testimonio de todo esto, porque el Espíritu es la verdad

(v 6). Ha sido el Espíritu el que resucitó a Jesucristo y le capacitó para dar vida a todos los hombres.

Esta victoria comenzó en el momento de la conversión -¿bautismo?-, y continúa en nosotros mientras la

fe y el amor inspiren nuestras vidas cotidianas.

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DOMINGO TERCERO DE PASCUA

LA RESURRECCIÓN HOY

LLAMADOS A VIVIR UNA NUEVA VIDA: LA DE JESUCRISTO

“Los discípulos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan

Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: -Paz a vosotros. Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: -¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis

manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.

Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:

-¿Tenéis ahí algo que comer? Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y

les dijo: -Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la

ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: - Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al

tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.”

(Lc 24, 35-48)

De poco o nada serviría escapar de la muerte durante unos años, si después hay que morir. Pero es de un

valor incalculable, esencial para los seres humanos, podernos librar de ella para siempre.

El Crucificado ha resucitado: este es el anuncio pascual completo y auténtico. Jesús, mostrando hoy en el

texto evangélico las señales de los clavos, nos indica la continuidad entre su muerte en la cruz y su

Pascua. Una muerte fruto de su amor sin límites, que le capacitó para entrar en la vida plena y para

siempre. Un amor que debe estar siempre presente en cada comunidad cristiana y en cada creyente.

Las tres lecturas de hoy nos hablan del arrepentimiento, de la conversión, de vivir el mandamiento del

amor. En ellas somos invitados a escribir una historia nueva, a seguir el camino de vida del Maestro.

El evangelio recoge el final del episodio de Emaús y una nueva aparición de Jesús a los discípulos.

Contiene los mismos elementos esenciales que el pasado domingo nos traía el relato de Juan: discípulos

reunidos, alegría por el encuentro, paz interior.

¿Qué significa creer hoy en la resurrección de Jesús?

Jesús resucitó porque fue fiel a la voluntad del Padre; porque fue fiel y vivió en plenitud ser hombre –‘sin

pecado’ (Heb 4, 15)-; imagen y semejanza de Dios, al optar por el ser en oposición al tener, por el

servicio-amor en contra del poder, por la fe en lugar del milagro.

Nosotros creemos en su resurrección si creemos en nuestra resurrección interior, si creemos en que

podemos y debemos vivir de otra manera: la que nos enseñó Jesús con sus palabras y con su práctica.

El reino de Dios –la resurrección- comienza a ser realidad desde el momento en que iniciamos nuestro

proceso de conversión: cuando elegimos la vida en lugar de la muerte; el amor en lugar del egoísmo.

La muerte y la resurrección de Jesús no son hechos fortuitos, sino la coronación de una vida de amor al

Padre y a toda la humanidad..

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Aceptar a este Cristo, muerto y resucitado, es practicar en nuestra vida concreta, la de todos los días, el

estilo de las bienaventuranzas, para resucitar, también cada día, a esa forma de existencia que ellas nos

señalan.

Un creyente cristiano, que dice creer en la resurrección, trata de vivir en el amor de Jesús; pone vida

donde otros prefieren los múltiples caminos que llevan a la muerte.

La Pascua transfigura la vida cotidiana. No hay resurrección sin cambio de vida. No esperemos resucitar

en el último día si no resucitamos ya hoy, mañana y pasado a una vida según Cristo. Siguiendo la vida de

Cristo ya no es difícil creer en la resurrección. ¿Cómo no creer en lo que se está experimentando?

LOS DETALLES DE LUCAS

¿Ha resucitado Jesús y se ha aparecido a sus discípulos y a algunas mujeres? ¿Es real su triunfo personal

sobre la muerte? Para responder a estas preguntas, Lucas utiliza el recuerdo de las apariciones de Jesús tal

como se transmitían dentro de las comunidades cristianas primitivas. Pero, al darse cuenta del peligro de

interpretar estas apariciones como fenómenos psicológicos, resalta la corporalidad de Jesús y la realidad

física de su encuentro con los suyos.

Los dos discípulos que, en su camino hacia Emaús, se habían encontrado con el Resucitado, volvieron

rápidamente a Jerusalén para contar a los apóstoles lo que les había pasado por el camino.

Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y, lo mismo que en la narración de

Juan, les dijo: Paz a vosotros. Esa paz íntima, síntesis de todos los bienes mesiánicos.

Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Lucas quiere dejar clara la presencia real de

Jesús: invita a los presentes a que palpen las señales de los clavos y come en su presencia.

La descripción es realista, pero impregnada también de cierto misterio. ¿Por qué dice que Jesús comió

delante de ellos, y no con ellos?; ¿por qué los discípulos seguían atónitos, después de un cierto tiempo?;

¿por qué no dice el texto que le tocaron, cuando les había invitado a hacerlo?

Lucas refleja el descubrimiento progresivo que hace la comunidad a medida que su fe en el Resucitado se

va haciendo más profunda. Van comprendiendo los acontecimientos lentamente, hasta que llegan a

descubrirlos llenos de una coherencia insospechada hasta entonces.

Lo importante para el evangelista es que admitamos la realidad de la resurrección de Jesús, su valor

como principio de la nueva humanidad, su función como fundamento de la fe y comienzo de la historia

verdadera de la humanidad.

No acababan de creer por la alegría. La resurrección es algo que sobrepasa la capacidad de

comprensión humana. ¡Qué difícil nos es abrirnos a la vida eterna, incluso a los que hablamos tanto de

ella! Pero no podemos olvidar nunca que la esperanza de los cristianos se fundamenta en la verdad de la

resurrección de Jesús y de toda la humanidad. Creer en Cristo resucitado significa cambiar nuestro modo

de vivir, cambiar su orientación. Para ello necesitamos unos ojos abiertos al Espíritu de Dios.

Después de comer delante de ellos, les explicó todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y

salmos acerca de él, como había hecho con los dos caminantes a Emaús.

Este pasaje debe ser como una síntesis de las conversaciones de Jesús con sus discípulos durante los

cuarenta días que, según Lucas (He 1, 3), se les apareció para hablarles del reino de Dios. Les va haciendo

comprender que el plan del Padre sobre él no tenía nada que ver con el mesianismo ambiental,

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nacionalista y político; que todo lo que le ha sucedido está anunciado en las Escrituras; que en su nombre

se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por

Jerusalén.

Los discípulos serán testigos de esto. Serán preparados por el Espíritu Santo para esta misión universal.

Serán –seremos- verdaderos testigos en la medida en que anunciemos su mismo mensaje.

Responsabilidad que nunca reflexionaremos bastante.

¿Cómo podemos ahora aceptar y vivir un hecho tan insólito, tan sin precedentes? No por el camino del

tocar, porque Jesús resucitado ya no es objeto de los sentidos. Hay unos ojos de la fe, una mirada

profunda, contemplativa, especial del creyente, que es la que lleva al encuentro con el Cristo resucitado.

La resurrección es un acontecimiento personal y social, que afecta decisivamente a la lucha que libramos

los hombres por la libertad y la justicia, por el amor, por la humanización y transformación de la

sociedad, por encontrarnos a nosotros mismos como individuos y como comunidad. Es el anuncio de que

él sigue siendo en cada época el Hombre llegado a plenitud, la meta de todas nuestras esperanzas,

ilusiones y utopías; el Hombre que hace posible nuestro encuentro personal con el Padre; el Hombre del

amor universal, que nos empuja hacia ese amor todos los días; el Hombre vencedor de todo mal y de toda

muerte. Después de la resurrección de Jesús no podemos perder nunca la esperanza en el triunfo final de

la fraternidad universal, del reino de Dios. La victoria es segura... pero –como le sucedió a Jesús- después

de nuestra muerte. Esa muerte que sigue siendo hoy ley de vida para todos.

TODO Y SIEMPRE EN NOMBRE DEL RESUCITADO

“En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: -Israelitas: ¿de qué os admiráis?, ¿por qué os admiráis como si hubiésemos

hecho andar a éste por nuestro propio poder o virtud? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo.

Rechazasteis al santo, al justo y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos.

Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia y vuestras autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por los profetas: que su Mesías tenía que padecer.

Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.” (He 3, 12-19)

Como primera lectura leemos parte del segundo de los seis discursos misioneros que los apóstoles

dirigieron a los judíos. Los cinco primeros, por boca de Pedro; el sexto, de Pablo. Todos siguen un mismo

esquema: una introducción, para recordar el motivo del discurso; un relato sobre la muerte y resurrección

de Jesucristo, apoyado en las Escrituras; una proclamación de la soberanía de Cristo sobre el mundo y un

llamamiento a la conversión.

El motivo de este discurso fue la curación de un paralítico por Pedro y Juan (He 3, 1-10), en el nombre

de Jesús Nazareno (v 6). No nos presenta la resurrección sólo como un retorno a la vida, sino como una

verdadera entronización mesiánica. Nos presenta a Dios como autor de la ‘glorificación’ de su siervo

Jesús, haciendo alusión, sobre todo, al cuarto poema del profeta Isaías (52, 13-53, 12). Un Jesús al que los

judíos habían negado como Mesías y entregado a Pilato para que lo matara.

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En este siervo paciente descubrió, la comunidad cristiana primitiva, a Cristo como el instrumento elegido

por Dios, inocente y paciente, para realizar su plan de salvación para todas las naciones, integrando la

idea del universalismo y la del mesianismo tradicional.

Lo mismo que Jesús alcanzó su glorificación a través de la muerte, nosotros –y más en concreto los

habitantes de Jerusalén, responsables directos de esa muerte- no podemos lograr el perdón de los pecados

sin pasar por la conversión, reconociendo a Jesús como Señor de nuestras vidas.

Matasteis al autor de la vida... ¡Había venido para dar la vida en plenitud! Cuanta más vida-luz, más

molesta se hace en este mundo nuestro de tiniebla-pecado. Lo hicisteis por ignorancia. ¡Qué pocas veces

sabemos de verdad lo que hacemos! Y esto sirvió para que se cumplieran los designios de Dios,

¿’forzados’ por la libertad humana?

Pedisteis el indulto de un asesino, fuisteis insensibles a los sufrimientos del justo mientras lo

crucificaban, escuchasteis sus palabras de perdón... y nada os conmovía. Os mofasteis de él y le pedisteis

algún milagro para divertiros... ¿Qué mal os había hecho? ¿No pasó entre vosotros haciendo el bien?

Menos mal que, por mucho que nos empeñemos, a la Vida no se la puede matar...

Nosotros, que decimos que creemos en Cristo, ¿no seguimos consintiendo la muerte y el sufrimiento de

muchos inocentes, mientras censuramos la actuación de sus contemporáneos? Porque en todos los

inocentes que sufren o mueren, el Santo sigue sufriendo y muriendo. En nuestra sociedad cristiana, ¿no

vivimos instalados tranquilamente en la injusticia?

Finalmente, los frutos de esta muerte redentora son ofrecidos a todos: Arrepentíos y convertíos, para

que se borren vuestros pecados. Pedro los invita, y nos invita, al arrepentimiento y conversión

interiores, para que los pecados, incluido el de haber matado al autor de la vida, queden borrados.

El Resucitado representa la derrota del ‘pecado del mundo’, la derrota de todos los sufrimientos y de

todas las muertes que rodean a la humanidad, la derrota definitiva de las tres tentaciones tipo del desierto,

la derrota de esa historia conducida por los hombres y plagada de errores y de culpas.

El Resucitado inicia una historia escrita por la Trinidad, que invierte nuestras opciones erróneas.

CONOCEMOS A DIOS SIGUIENDO A JESUCRISTO

“Hijos míos os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: ‘Yo lo conozco’ y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él.”

(1 Jn 2, 1-5)

El ser humano, con sus solas fuerzas, es incapaz de realizarse como tal, incapaz de llegar al ‘más allá’, al

misterio de la vida. La causa es el ‘pecado’, presente en todos y en cada uno de nosotros. Ese pecado del

que nos habla el mito del Paraíso (Gén 3, 1-7).

Es muy frecuente no reconocer esta realidad universal del pecado, lo que hace imposible poder salir de

él. Esta palabra expresa todo el mal que hay en el mundo, y al que todos contribuimos con nuestro

egoísmo.

El cristianismo nos invita a reconocerlo y a que aceptemos que alguien –Jesús- pueda librarnos de él.

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Contra todos los autosuficientes, Juan ha declarado la universalidad del pecado como experiencia

personal de cada hombre (1 Jn 1, 10).

Pero junto a ese pecado universal, existe también un perdón universal: Jesucristo, el Justo, es la víctima

de propiciación por vuestros pecados... también por los del mundo entero. La redención tiene un

carácter universal, lo mismo que el pecado. Sólo es necesario que la aceptemos. Únicamente la pretensión

de considerarnos sin mancha nos priva de ese perdón. Porque, ¿de qué vamos a ser perdonados si no

tenemos nada de qué arrepentirnos?

El no pequéis es sólo una parte. Es necesario que guardemos sus mandamientos. Sólo tratando de

ponerlos en práctica sabremos que conocemos a Dios y que permanecemos en él en íntima comunión. La

práctica de los mandamientos verifica este conocimiento y es su signo. ¿Cómo podemos decir que le

conocemos si sus mandamientos no nos importan?

Conocemos a Dios en la medida en que vamos teniendo conciencia de su presencia dentro de nosotros;

una presencia que nos impulsa a guardar su palabra y a irradiar su amor. Una presencia que, en la antigua

alianza, era exterior al hombre; y que en la nueva ha pasado al interior (Jn 14, 23).

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CUARTO DOMINGO DE PASCUA

JESÚS, BUEN PASTOR

JESÚS, VERDADERO PASTOR

“Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.

Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.

Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder para recuperarla. Este mandato he recibido del Padre.”

(Jn 10, 11-18)

Hoy es el domingo del buen Pastor y de los buenos pastores. Todos estamos llamados a ejercer dentro de

la Iglesia esta función pastoral con los hermanos, porque somos responsables unos de otros, como

miembros que somos del Cuerpo místico de Cristo. Es esta responsabilidad, este mutuo ‘pastoreo’, el que

nos construye como verdaderos cristianos.

Juan se pregunta en su evangelio: ¿Quién es Jesús? Y, lo mismo que para hablar de Dios valen más los

símbolos que las palabras o las definiciones, responde: El Pan vivo; la Luz del mundo; la Resurrección y

la Vida; el Camino, y la Verdad, y la Vida; la Vid verdadera; la Puerta; el Buen Pastor.

Hoy nos dice que Jesús es el buen Pastor. A muchos no les gusta este pasaje; se sienten maltratados al ser

comparados con las ovejas, animales nada apropiados para simbolizar a personas y a comunidades libres

y responsables. Pero los oyentes de Jesús sí entendían lo que quería decirles; y nosotros también, porque

no es tan difícil. El simbolismo trata de desvelarnos la figura del pastor. Sólo en segundo término, y

siempre en relación a tal pastor, se habla del rebaño.

Muy distinta a la nuestra era la idea que tenía del pastor el israelita del antiguo Testamento y que

compartía todo el antiguo Oriente. El pastor era el hombre del coraje y la audacia, que tenía que trasladar

sus rebaños de unas regiones a otras, al ritmo de las estaciones, en medio de grandes peligros. Era la

personificación de una voluntad decidida, animosa, templada, astuta, prudente. En ocasiones, la defensa

del rebaño les costaba la vida. Por eso, se aplicaba el nombre de pastor, como título honorífico, a las

personalidades más destacadas: a los reyes, profetas, al Mesías y, principalmente, al mismo Dios. Para el

pueblo de Israel era familiar imaginar a Dios como pastor y al pueblo elegido como el rebaño que él

apacienta.

La parábola-alegoría del buen Pastor ha influido notablemente en el lenguaje cristiano, hasta el punto de

llamar pastores a los obispos y presbíteros y ‘pastorales’ a ciertos escritos de los primeros. La

representación de Jesús como pastor con una oveja sobre los hombros es una de las figuras más antiguas y

conocidas.

Aparte de Juan, el nuevo Testamento da explícitamente el título de pastor a Jesús en tres ocasiones (Heb

13, 20; 1 Pe 2, 25; 5, 4).

Jesús es todo lo contrario a los mercenarios y a los malos pastores, que abundaban en Israel (Ez 34), y

pueden seguir abundando en este mundo nuestro dominado por el egoísmo.

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Yo soy el buen Pastor. Por dos veces aparece esta afirmación en el texto evangélico de hoy. Y lo es

porque en él se dan las condiciones de un pastor bueno, en grado eminente: da la vida por las ovejas; las

conoce íntimamente y es conocido por ellas, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y se

cuida de todas: habrá un solo rebaño, un solo Pastor.

AMA HASTA DAR LA VIDA

Jesús no es un pastor más. Es el pastor ideal, el modelo de pastor, al actuar exclusivamente por amor.

Quien no ama hasta dar la vida no es pastor. Jesús es un pastor que viene a dar vida en plenitud a los

suyos, razón por la que se da a sí mismo, al ser él esa vida en plenitud (Jn 14, 6). La vida sólo se puede

comunicar a través del amor, que es don de sí a los demás (Jn 15, 13). El que ama hasta dar la vida,

comunica al amado la vida verdadera, en la medida en que la posea –nadie puede dar lo que no tiene-,

porque la muerte es el último gesto de amor de una vida hecha de generosidad. Sólo es capaz de amar

hasta dar la vida el que tiene un gran amor a la vida que entrega, el que le da el verdadero valor que tiene.

Jesús es el buen Pastor: vive íntegramente para el bien del ser humano. Esta es la idea principal que

quiere poner de manifiesto este texto evangélico. La actitud del asalariado pasa a segundo término, lo

mismo que el comportamiento de las ovejas –las respuestas humanas-. La presencia del mercenario sirve

sobre todo para hacer resaltar más el heroísmo del verdadero pastor, aunque también refleje

perfectamente el comportamiento de las autoridades religiosas judías -¿sólo de ellas?-. Mientras el pastor

bueno arriesga su vida por defender las ovejas, el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas,

ve venir al lobo –enemigo tradicional de las ovejas-, las abandona y huye, preocupado sólo de sí

mismo.

Jesús es el Pastor de la humanidad cuyo pastoreo le ha confiado el Padre, único dueño de los hombres.

El lobo simboliza todo aquello que puede impedir, e impide de hecho, que el ser humano sea plena

realidad. Lo llamamos ‘demonio’ en lenguaje religioso. Y el lobo hace estrago y las dispersa: ¿cómo

vencer el mal del mundo sin luchar contra él? Y es que a un asalariado no le importan las ovejas;

tiene cosas más importantes que hacer: hacer una buena carrera, rodearse de gente de prestigio, ganar

dinero, triunfar...

La actitud de Jesús-Pastor es una lección que nunca se acaba de aprender. El pastor bueno es el que sabe

dejar de ser pastor en beneficio del pueblo, no el que sacrifica o diezma el grupo para conservar el poder.

El verdadero guía es aquel que ayuda a que la comunidad sea capaz de enfrentarse responsablemente con

su propio destino, el que ayuda a que cada uno se promocione y se haga pastor de su propia vida.

Jesús es el único Pastor de la Iglesia. Esta verdad nos tiene que liberar de todo tipo de servilismo y de

cualquier culto a la personalidad. Una verdad que debe acentuar la responsabilidad de todos aquellos que

colaboran en el trabajo pastoral, para que no olviden que son enlaces, medios para llegar a Jesús y al

Padre; nunca fines. Una verdad que convierte en adultos a todos los miembros de la comunidad cristiana

cuando se pone en práctica.

CONOCE A LOS SUYOS Y ES CONOCIDO POR ELLOS

Es la segunda cualidad de Jesús, según el texto evangélico. Entre Jesús Pastor y la comunidad existe una

relación personal de conocimiento profundo e íntimo, de mutua pertenencia, de verdadera comunión. Su

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conocimiento no se limita a mera información, a saber cosas de alguien: es creativo y personalizador a la

vez. El conocimiento de Jesús -como el de Dios- nos convierte en hombres nuevos y verdaderos, porque

es un conocimiento que implica donación personal, compromiso, presencia, comunión de vida. Es un

conocimiento que transforma al hombre desde dentro de sí mismo. ¿No necesitamos sentirnos conocidos

y amados desinteresadamente para desear ser dignos de ese amor y trabajar para conseguirlo? Y el

conocernos unos a otros, el sabernos comprendidos y amados tal como somos, ¿no es el comienzo de una

verdadera comunidad?

Esta relación de conocimiento-amor es tan profunda que Jesús la compara a la que existe entre él y el

Padre. ¿Nos resignaremos las comunidades cristianas a una vida superficial y rutinaria cuando el objetivo

que debemos alcanzar entre nosotros es la unidad que existe entre el Padre y el Hijo y el Espíritu? (Jn 17,

21-23). La pertenencia a la comunidad de Jesús se fundamenta en esa experiencia.

Es normal encontrar personas que viven juntas y que no se conocen más que superficialmente, que su

conocerse no llega a lo más importante de cada uno. Entre esposos, entre padres e hijos, entre amigos...

Podría decirse que la convivencia humana se reduce, casi en general, a un baile o desfile de carnaval:

todos escondidos detrás de unas máscaras y sin apenas preocuparnos por conocer qué hay dentro de las

máscaras de los demás. De ahí el vacío y la soledad, la insatisfacción que se respira en la sociedad,

alienada con los cachivaches y diversiones que se nos programan.

Para formar comunidad, para vivir en comunión con los demás, compartiendo sus penas y alegrías, es

indispensable conocer y amar teniendo como meta el conocimiento y el amor que existe entre las

Personas divinas. Una meta inalcanzable, desde luego, pero a la que debemos asemejarnos tanto como

nos sea posible, porque en esa dirección va la verdadera vida.

ES PASTOR DE TODOS LOS SERES HUMANOS

Jesús distingue entre redil y rebaño. Redil es cada comunidad o grupo religioso; rebaño, la comunidad

universal. El hombre nuevo que proclama Jesús no vive encerrado en las fronteras de una nación, de una

religión, de una cultura o de una raza. El hombre nuevo está allí donde alguien deja de considerar a los

otros como extranjeros.

El buen Pastor se cuida de todos los seres humanos, sin ninguna excepción: Tengo otras ovejas... y

habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Es la tercera y última característica que distingue al pastor

verdadero, según el relato.

Para el antiguo Testamento, el rebaño es el pueblo de Israel. Juan introduce una notable diferencia: no

todas las ovejas que hay en el rebaño -redil- le pertenecen. Establece un nuevo principio de pertenencia:

son del rebaño las ovejas que escuchan la voz de Jesús y le siguen. Lo que implica que algunas del rebaño

o del redil no le pertenezcan, y sí otras de otros rediles.

Jesús nos descubre el horizonte de su nueva comunidad. Su misión no se limita al pueblo judío: tiene por

término a toda la humanidad; su comunidad estará formada por personas de todos los pueblos y razas de

la tierra.

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Jesús forma un solo rebaño, pero no crea una institución paralela y opuesta a la judía, de la que saca a

los que escuchan su voz. Su comunidad universal -católica- no está encerrada en ninguna institución o

cultura. Su meta es la plenitud del hombre, lograda por el Espíritu que nos empuja al seguimiento del

Pastor.

Jesús hunde rediles y derrumba paredes. No tiene fronteras. Las rompe durante su vida, en aquel

pequeño, pero muy dividido, pueblo judío. Tampoco ahora se encierra en nuestra Iglesia. Jesús no fija

límites a su amor. Desea un mundo fraternal en el que todas las personas, ¡por fin!, podamos vivir una

vida digna. ¿Entenderemos alguna vez que el cristianismo es un seguimiento?

JESÚS CUMPLE TODAS LAS CONDICIONES

Estas tres características se cumplen plenamente en Jesús: ha dado la vida, conoce profundamente al ser

humano -los Evangelios son testigos de ese conocimiento- y su reino se proclama por todo el mundo.

Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Alude a los tres

aspectos de su muerte. Uno es el triunfal: muere para resucitar. Otro, la libertad con que muere. El

tercero, el amor con que lo ama el Padre, fruto de su obediencia al mandato que le dio. Es la doctrina del

nuevo Testamento (Fil 2, 6-11; Rom 5, 19; Heb 5, 8-9). Si el rebaño pertenece al Padre, es lógico que

aquel que ha dado la vida por él sea amado por su verdadero dueño.

Jesús afirma ante los fariseos su absoluta libertad en el don de su vida. Estaba tan convencido de la

verdad de su misión que no podía volverse atrás ante las dificultades que se le presentaran, ni aunque sus

principales enemigos fueran los representantes oficiales de Dios. ¿No hubiera sido mejor que hubiera

cedido antes de dar semejante escándalo? Un escándalo del que nos cuidamos mucho de no hablar, pero

que se descubre inmediatamente cuando nos ponemos a leer personalmente el Evangelio.

El Padre dejó a Jesús en plena libertad. ¿Cómo podría ser verdadero un amor sin libertad? Como Hijo

dispuso totalmente de sus actos. Su relación con el Padre era -es- de amor. Es actuando libremente como

muestra su unidad con el Padre y le expresa su amor. El mandato del Padre no era una orden, sino un

encargo. Es más, era lo mismo que él deseaba realizar, fruto de la unidad de ambos en el Espíritu (Jn 17,

10).

Jesús quiere que seamos ahora nosotros los continuadores de su obra, que lo imitemos como verdaderos

pastores. Leamos el texto desde nuestra propia realidad y saquemos conclusiones. No nos quedemos en

decir: ‘qué bueno era Jesús’; sigamos su camino. Es el que lleva a la Vida.

De nuevo sus oyentes se dividen (Jn 10, 19-21) Jesús nunca suscita pasividad. Unos siguen acusándolo

de endemoniado y loco. Tengamos en cuenta que atribuir entonces obras buenas a un endemoniado era

lo mismo que afirmar ahora la posibilidad de hacer un círculo cuadrado. ¡Tal era su obstinación! Los altos

títulos que se atribuye son para ellos una señal evidente de que ha perdido la cabeza. Es la reacción

esperada de los que nunca tienen nada que aprender. ¿Cómo va a tener razón si va en contra de sus

inmutables enseñanzas? Sólo un insensato podría ir en contra de lo que ellos pensaban.

Otros dudan; son capaces de dejarse derribar de sus seguridades. Les mueve a ello las cosas que hace,

sobre todo la curación del ciego de nacimiento. Quizá algún día comprendan...

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PEDRO HA PERDIDO EL MIEDO

“En aquellos días, Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: -Jefes del pueblo y senadores, escuchadme: porque le hemos hecho un favor a

un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre. Pues quede bien claro, a vosotros y a todo Israel, que ha sido el nombre de Jesús Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros.

Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar y, bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.”

(He 4, 8-12)

Las persecuciones, anunciadas repetidas veces por Jesús, a las que serían sometidos sus seguidores a

causa de su nombre, no tardaron en desencadenarse contra los apóstoles. Una situación que marcará

también la vida de la Iglesia a lo largo de los siglos.

Es interesante observar el contraste entre las autoridades que persiguen y el pueblo que acepta y cree. La

curación del paralítico fue un acontecimiento clave que originó la aprobación y la fe de muchos judíos,

pero que, a la vez, fue causa del rechazo y de la persecución de los dirigentes religiosos, empecinados en

su repulsa a Jesús. ¡Qué difícil les es siempre a los que ocupan cargos importantes entender y aceptar los

cambios que ponen en peligro sus seguridades!

Pedro y Juan comparecen ante el sanedrín a causa de esa curación (He 3, 1-11) y del discurso posterior

de Pedro –el segundo- (He 3, 12-26).

Los sacerdotes, miembros influyentes de ese sanedrín, están autorizados para preguntarles con qué

derecho han violado las leyes que preservaban al templo del contacto con los enfermos (v 7. Lev 21, 18).

Por otra parte, los saduceos, miembros también de ese tribunal, están preocupados por la reiterada

afirmación por los apóstoles de la resurrección de Jesús y, con él, de todos los muertos; resurrección que

ellos no admitían en ningún caso (Lc 20, 27-38), y que era el centro de los discursos de Pedro.

Pedro, que ha perdido totalmente el miedo, da a esos dirigentes un testimonio definitivo sobre Jesús en su

tercer discurso misionero, empleando los mismos argumentos y las mismas afirmaciones que en los dos

anteriores: quede bien claro que esta curación ha sido realizada en el nombre de Jesucristo Nazareno,

crucificado por vosotros y resucitado por Dios. Ese Jesús, que vosotros rechazasteis como piedra inútil,

Dios lo escogió como piedra angular (Sal 118, 22). Les presenta la introducción habitual (v 9), la

proclamación de la muerte y de la resurrección de Jesús fundamentadas en la Escritura (vv 10-11) y, por

último, les invita a que acepten a Jesús, porque ningún otro puede salvar (v 12), con cita de Joel (3, 5).

VIVIR COMO HIJOS DE DIOS

“Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo

somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a Él. Queridos: ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que

seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es.”

(1 Jn 3, 1-2)

El origen de la salvación que nos trajo Jesús está en el amor del Padre. ¡Qué transformación más

extraordinaria la de Juan desde que comenzó su aventura con Jesús! ¡Cómo fue ‘desarmándose’ de toda

violencia (Lc 9, 54), hasta vivir inmerso en el amor del Padre y de los hermanos! (1 Jn 4, 7).

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Ahora somos hijos de Dios (v 1). Nos parecemos algo a él. Esta filiación la vivimos en la fe, a la sombra

de la humildad y de las dificultades de la vida presente. El ‘mundo’ no posee esta vida; por eso somos

extraños a él. Algún día se manifestará en toda su plenitud y llenará de sentido todas las utopías y todos

los sueños humanos.

Esta filiación es una realidad escatológica (v 2). Desconocida para el mundo, pasa a veces desapercibida

incluso para nosotros, cristianos, con nuestras vidas vulgares. Se revelará plenamente en el ‘más allá’.

Nuestra vida de cristianos debe ser un acercamiento progresivo al Padre, a través de una unión cada día

más perfecta con Jesús, a ejemplo del apóstol Juan, del que hablamos más arriba.

129

QUINTO DOMINGO DE PASCUA

LA VID Y LOS SARMIENTOS

PERMANECER EN CRISTO Y ACEPTAR LA PODA

“Dijo Jesús a sus discípulos: -Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto lo

poda para que dé más fruto. Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí

y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así

tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él,

ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca; luego

los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que

deseéis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis

discípulos míos.” (Jn 15, 1-8)

Jesús vivió en una sociedad en la que el trabajo del campo formaba parte de la vida diaria de todas las

personas. De ahí que utilizara esa cultura agrícola para que sus oyentes comprendieran mejor su mensaje.

Hoy nos habla de la vid, que es todo el conjunto de tronco y sarmientos. Y nos dice que él es la vid. Los

sarmientos: él y nosotros; todos formando un todo. Lo mismo que los sarmientos no pueden vivir

separados de la vid, los cristianos no podemos vivir separados de Jesús.

Jesús quiere que nos identifiquemos con él, que nos compenetremos totalmente con él en el pensar, en el

sentir, en el hacer, en el amar; quiere que seamos ‘él’. Lo mismo que la vid llena de vida a los sarmientos,

nosotros no podemos vivir como cristianos separados de Jesús: Somos ‘cristos’.

El evangelio nos indica dos condiciones para que nuestra misión pastoral sea fecunda: permanecer en

Cristo y aceptar la poda.

‘Permanecer’ es un término propio y técnico de Juan. Lo usa 40 veces en su evangelio y 23 en su primera

carta. Expresa la íntima, constante y vital unión del discípulo con Jesús. Es permanencia mutua.

A Jesús no lo podemos improvisar, no nos lo ‘sabemos’, como tenemos el riesgo de creernos los que

hemos oído hablar de él desde pequeños. Jesús es Jesús, a pesar de nuestras ideas, de nuestros manejos

para que sea lo que nosotros queremos que sea, para así evadirnos del compromiso. Un compromiso de

amor con la humanidad, que debe crecer todos los días. Permanecer en Jesús y él en nosotros significa

trabajar por transformar el mundo en el reino de Dios, empezando por nuestra propia vida. Es

humanizarnos, única forma de divinizar la vida humana.

La experiencia personal de Cristo, el encuentro permanente con él, debería ser normal en los cristianos,

porque es lo que nos define como tales. Cristiano es el que conoce a Jesús por propia experiencia y se une

a él, de manera que su vida queda marcada y orientada por él. Caben grados, a causa de la gracia y de la

acogida de cada uno.

Esta unión debe ser permanente –siete veces esta palabra en el evangelio de hoy-, definitiva, como la

verdadera amistad. Jesús quiere llenar de sentido nuestras vidas para siempre.

130

Permanecer en él significa comunión íntima, convivencia profunda. Si no tenemos esta conexión esencial

nos condenamos a la esterilidad, porque sin mí no podéis hacer nada; frase fundamental de todo el

texto. Expresión que, se interprete como se interprete, denuncia el fracaso de todo intento humano que

prescinda de la oración, de la acogida de la Palabra. No se concede nada a quien se separa del todo.

Al que no permanece en mí... Es el riesgo de vivir al margen del amor, al margen de la verdadera vida.

Es la falta de respuesta. Su futuro es ‘secarse’: vivir vacío, muerto, porque quien renuncia a amar,

renuncia a vivir.

Y, junto con la permanencia en él, la poda. Operación dolorosa a la que son sometidos, sobre todo, los

que mejor van respondiendo al camino marcado por Jesús: para que den más frutos. Porque hay que

‘dejar’ para ‘hacer sitio’. Hay que cortar el ‘follaje’, porque nos recargamos de cosas, de preocupaciones,

de falsas necesidades, de ruidos, de miedos... Hay que cortar para que se concentre ‘la savia’ –el amor- y

los frutos puedan ser mejores.

Esta operación no la realiza el interesado, normalmente. Es sometido a ella por manos extrañas. Muchas

veces por personas que menos derecho tendrían a ello. Las pruebas, las incomprensiones, las cruces, las

persecuciones, las propias limitaciones... no las elegimos nosotros, ni llegan cuando las esperamos.

Siempre vienen a contrapelo y en los momentos más inoportunos e inesperados. Por eso, aceptar la poda

es un tema difícil.

No son cortes sangrientos, sino cortes liberadores. Son esos cortes que nos llevan a una mayor

austeridad, a progresar en el compartir y dedicar la vida al servicio de la humanidad, a ir entendiendo el

porqué de la muerte de Jesús.

Cuando observo el poderío de la Iglesia en recursos humanos, bienes culturales y económicos,

congregaciones religiosas, colegios... junto a la administración masiva de los sacramentos; y que sólo una

mínima parte de nuestro esfuerzo está realmente orientado a una evangelización en la que Jesucristo sea

el centro... me pregunto si no hará falta una gran poda; una poda inmensa que haga posible el retorno al

Evangelio.

NO PODEMOS DEJAR LA ORACIÓN

Jesús identifica permanecer en él y permanecer en sus palabras. Une la fe y la práctica de sus enseñanzas,

la profesión de fe y las obras. No podemos decir que creemos en Cristo si no tratamos de poner en

práctica sus palabras. Siempre sin olvidar que Jesús es el que es, el que se da a conocer a través del

Evangelio, y no esa especie de caricatura que circula entre nosotros. Es al Cristo del Evangelio al que

debemos unirnos, y al que necesitamos liberar del secuestro de la piedad burguesa. Sin un profundo

conocimiento del Evangelio no es posible seguirlo, permanecer en él. Permanece en nosotros si está

‘vivo’ en lo que sentimos, decimos o hacemos.

¿Cómo podemos ‘permanecer’ unidos a Jesús después de su marcha, sin una oración constante? ¿Cómo

saber lo que debemos hacer en cada momento sin preguntárselo a él en el silencio de la oración? El que

vive unido a Cristo va captando, por la plegaria, el plan de Dios sobre la humanidad y es movido a

realizarlo. La oración, personal y comunitaria, es un momento privilegiado de encuentro con Jesús y con

su palabra, que permite que sigan vivos y en crecimiento la fe y el amor.

131

Aquellos que permanecen en unión vital con Jesús y hacen de sus palabras la norma de la propia

conducta, reciben la promesa de que todas sus peticiones serán escuchadas. Se les concederá cualquier

cosa que pidan. Aunque no se especifica, las peticiones que serán escuchadas serán las que se hagan en

orden a la tarea de continuar su misma misión. Si la vida es según Jesús, el éxito es seguro en nuestra

vida, pero... después de la muerte. Es lo que atestiguan con sus vidas los profetas, Jesús, los apóstoles y

tantos otros.

Cuando una comunidad vive en comunión con Jesús y entregada a la tarea de continuar su obra, puede

pedir lo que quiera a favor del hombre, porque Jesús sigue actuando a través del Espíritu que ha

comunicado a los suyos.

La eucaristía resume, condensándolos, todos los lazos de unión con Jesús. Cada vez que la celebramos

invade nuestro interior la vida glorificada de Jesús, y nos renueva.

La fecundidad de los discípulos, y de sus continuadores a través de los tiempos, contribuye a la gloria del

Padre. Lo mismo que Jesús lo glorificó por el fiel cumplimiento de su misión, lo harán los cristianos que

sigan su mismo camino.

PABLO, UNA FIGURA FASCINANTE

“En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo. Entonces Bernabé se lo presentó a los apóstoles.

Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús.

Saulo se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusalén predicando públicamente el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los judíos de lengua griega, que se propusieron suprimirlo. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y le hicieron embarcarse para Tarso.

Entretanto, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo.”

(He 9, 26-31)

San Pablo es una de las figuras más fascinantes del nuevo Testamento y el personaje del cristianismo

primitivo del que tenemos más datos históricos. Es un fariseo buen conocedor de las Escrituras, que lleva

sus convicciones hasta el fondo. A causa de ello, persiguió sin descanso a los cristianos.

Un día se encontró personalmente con Jesús y se entregó a él sin condiciones. ¡Con qué convencimiento

habla de su experiencia en el camino! Aquella será la última aparición del Resucitado (1 Cor 15, 8).

Desde aquel día Jesús será su Señor, su fuerza y su sabiduría, el sentido de su vida.

Vivirá su misión apostólica escapando de unos y de otros, rodando por el mundo como un delincuente (2

Cor 11, 23-33). Suscitará siempre grandes amores o grandes odios, a causa de su temperamento

apasionado y de su radicalidad.

Pablo siente la necesidad de ser reconocido por los apóstoles. La primera lectura nos presenta el primer

contacto de Pablo con la comunidad de Jerusalén y un pequeño sumario sobre el crecimiento de la Iglesia.

De este primer contacto, con la comunidad de Jerusalén y con los apóstoles, nos habla el mismo Pablo en

su carta a los Gálatas (1, 18-20), con notables diferencias. Pablo, que había encontrado a Cristo sin la

mediación de la predicación apostólica, y que en su acción evangelizadora tendía a la independencia,

busca el contacto y la unión con los apóstoles y con la comunidad de Jerusalén.

132

En Jerusalén choca con dos dificultades: la desconfianza de los creyentes hacia su antiguo perseguidor y

el odio de los judíos de lengua griega. Es natural que desconfíen; y que los judíos helenos lo quieran

matar al sentirse traicionados por él.

Fue presentado a los apóstoles por Bernabé, personaje conocido de la comunidad (He 4, 36), que más

adelante se llevará a Pablo a Antioquia (He 11, 25), desde donde saldrán juntos para el primer viaje

apostólico (He 13, 1ss). Los recelos fueron desapareciendo y hubo comunión eclesial.

Sin embargo, la estancia de Pablo en la ciudad fue breve, al ser rechazado por los judíos helenistas; los

mismos que habían dado muerte a Esteban.

Después de las dificultades pasadas por Pablo, la Iglesia –el conjunto de las comunidades- gozan de una

temporada de paz, animada por el Espíritu Santo.

El que había sido el mayor perseguidor de los cristianos, será en adelante el principal propagador del

mensaje de Jesucristo (1 Cor 15, 10).

LA FE SE VERIFICA EN EL AMOR

“Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. En esto conocemos que somos de la verdad, y tranquilizamos nuestra conciencia ante Él; en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo

Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios; y cuanto pidamos lo recibiremos de Él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos mandó.

Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.”

(1 Jn 3, 18-24)

Juan, en la segunda lectura, nos presenta unidos la fe en Cristo y el amor a los hermanos, como fruto de

un único y mismo mandamiento del Padre; fundamento de toda la vida y del compromiso cristiano: éste

es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a

otros tal como nos lo mandó. Considera que el amor y la verdad se complementan: el que ama vive en la

verdad y el que vive en la verdad, ama. Vivimos en la verdad en la medida en que vivimos en el amor de

Jesús. Por eso, todo lo que Dios nos pide es que amemos... con obras y según la verdad.

Las obras son la única forma de demostrar la verdad de nuestro amor. Las palabras, los sentimientos, las

buenas intenciones, son inútiles si faltan las obras. El amor se explica con un solo lenguaje comprensible

para todos: las obras concretas a favor de los demás.

Es la conciencia la que debe decir a cada creyente si realmente vive en el amor; pero es el Espíritu, que

Dios ha puesto en nuestro interior, quien nos mueve a la fe y al amor, y quien garantiza que

permanecemos junto al Padre.

La lección para la Iglesia y para cada uno de los cristianos es evidente. Ninguna comunidad que quiera

vivir como cristiana puede vivir al margen del amor de Jesús. Un amor que no puede limitarse a los de

dentro, sino que debe salir al entorno, donde hace estragos la injusticia, la soledad, la violencia, la

indiferencia...

133

SEXTO DOMINGO DE PASCUA

SIEMPRE EL AMOR.

EN EL PRINCIPIO FUE EL AMOR

La teoría más aceptada hoy sobre el origen del Universo habla de una gran explosión cósmica de la

materia, hace unos quince mil millones de años. Una explosión que hizo que la Creación se expandiera y

siga expandiéndose por el espacio. ¿Nos hacemos a la idea?

Para un cristiano el origen de todo, también de esa explosión primera, es el Amor, porque Dios es Amor,

y creó todo por amor.

En el principio, antes del tiempo, fue el Amor, el Hijo –Palabra del Padre-. De este amor inmenso,

eterno, infinito, compartido, brota el Espíritu.

Dios es una Comunidad de tres Personas unidas por el Amor. Si Dios es Amor, no puede hacer otra cosa

que amar.

El fundamento de todo lo que existe y la perfección a la que todo tiende es el Amor que es Dios.

Toda la Creación es fruto del amor de Dios. Los seres humanos, imagen y semejanza de ese Dios Trino

(Gén 1, 26s), estamos inmersos en ese amor que no cesa, que lleva a la plenitud y a la eternidad, porque

es como una espiral hacia fuera. Cuando dentro de nosotros mismos tenemos sentimientos de amor,

estamos experimentando ‘algo’ del amor trinitario.

Jesús de Nazaret es la expresión humana del amor que es Dios. No sabemos cómo es Dios, pero sí

sabemos cómo actúa: como Jesús de Nazaret (Jn 1, 18).

El amor suele ser en nuestras vidas y en nuestras estructuras una bonita palabra, que abandonamos con

rapidez cuando nos exige o las cosas se complican. Sin embargo, es la única forma de construir la

fraternidad universal.

Las tres lecturas de hoy nos concretan el origen y el contenido de la misión de la Iglesia y de cada

cristiano: el amor de Jesús. La presencia de Cristo entre nosotros se manifiesta, por encima de todo lo

demás, en el amor. Donde alguien ama, allí está Jesús, allí está Dios.

El amor del Padre fundamenta la misión del Hijo. Y del amor de Jesús brota la misión de la Iglesia.

EL AMOR ES LA REALIDAD MÁS ENTRAÑABLE DE LA VIDA

“Dijo Jesús a sus discípulos: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo

he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría

llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a

vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.

De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.”

(Jn 15, 9-17)

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El evangelio de hoy sigue y complementa el del pasado domingo. Son palabras de Jesús al atardecer de

su vida, su testamento. Revelan el fondo de la realidad de la vida humana.

En él podemos distinguir tres momentos: el amor del Padre al Hijo; el amor del Hijo a nosotros, que

rompe todos los moldes, porque nunca más volverá a darse un amor como éste; y el amor mutuo, como

único mandamiento del Señor. La hondura del amor del Padre y del Hijo es la base de nuestro camino.

Jesús nos pide que acojamos este amor, que permanezcamos en él, que lo comuniquemos a los demás.

Un amor hecho de ternura y entrega, de amistad, de intimidad, capaz de dar la vida por los amados.

Las consecuencias de este amor son: que vuestra alegría llegue a plenitud y que deis fruto; la alegría

plena y la mayor fecundidad.

La alegría es el fruto último y definitivo del amor. Una alegría permanente y profunda, que nada tiene

que ver con la carcajada. Es la alegría de la paz interior, de haber encontrado el sentido de la vida, de

estar tratando de vivir el mandamiento de Jesús.

Parece que en este mandato de Jesús hay cierta angustia, como si temiera que nos quedáramos a mitad de

camino...

Todas las estructuras de la Iglesia deben surgir de este mandamiento. Todos, como comunidades y como

individuos, hemos sido enviados para ser testigos del amor de Dios a través de nuestras vidas dedicadas al

bien de los demás.

Y no podemos amar de cualquier manera. El estilo del amor de Jesús es la norma para la Iglesia y para

cada cristiano. Porque los creyentes no hemos recibido sólo un mandamiento fundamental que hemos de

vivir, sino también un Modelo único, insustituible, en el que inspirarnos para vivirlo.

En una tierra marcada por el egoísmo, el odio... el camino del amor se convierte en una ruta peligrosa.

Jesús se dejó la vida en él...

Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Estas palabras recogen,

en síntesis, lo más entrañable de las confidencias de Jesús, lo más profundo de su mensaje, lo más

decisivo de su testamento. Son la revelación de la realidad fundamental: el Padre ama, el Hijo ama. Es

más: son Amor (segunda lectura).

LA EXPERIENCIA DE DIOS NO ES POSIBLE SIN AMOR Y SIN ALEGRÍA

Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los

mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Jesús pone en paralelo la relación de amor de

los discípulos con él y la suya con el Padre. Amar a Jesús equivale a guardar los mandamientos, a tratar

de vivir como él, a aceptarlo como única norma de nuestra vida. Lo demás es engañarnos y velar su rostro

a los que nos rodean. No existe amor a Jesús ni vida cristiana si no desemboca en el compromiso con los

otros. Sin amor, la unión con Jesús y la experiencia del Padre se hacen imposibles. Donde no hay amor no

queda más que el vacío, la soledad, el individualismo, el egoísmo, la ausencia de Dios. Y el vacío de Dios

se llena de dioses falsos, capitaneados por las cosas que se pueden comprar con dinero.

Para justificar su exigencia, Jesús aduce una vez más su propio ejemplo: él ha entregado toda su vida a

favor del bien de la humanidad, obedeciendo plenamente la voluntad del Padre (Jn 4, 34). Ha liberado al

pueblo de la opresión del templo (Jn 2, 13-16), ha abierto los ojos de los oprimidos (Jn 9, 6-7), ayudado a

caminar a los paralizados (Jn 5, 8-9), dado vida a los muertos (Jn 11, 43s). Y ya sabemos el profundo

135

significado de todos estos signos para la vida humana de todos los tiempos y lugares. Es su misión de

liberación de todo tipo de esclavitudes la que debemos continuar sus discípulos, si queremos permanecer

en el amor del Maestro.

Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.

Aparece por primera vez en la Cena el tema de la alegría que vive Jesús y que quiere comunicar a los

suyos. Un tema que desarrollará más adelante comparándola con la que produce el nacimiento de un niño,

siempre precedido de los dolores y angustias del parto (Jn 16, 20-24).

Si su mensaje nos ofrece los más nobles ideales humanos, es lógico que produzca la más auténtica

alegría. Jesús promete el gozo perfecto a los que sigan su camino, porque ésa es su experiencia. Es la

alegría de quien ‘se posee y puede darse’, la alegría del hombre libre, la alegría que brota de la

experiencia de sentirse útiles a los demás, de vivir para ellos con olvido de sí mismo, el fruto último y

definitivo del amor. Una alegría que llegó a plenitud en Jesús con su resurrección, y llegará igualmente a

sus seguidores, porque es la alegría que, al igual que la paz (Jn 14, 27; 16, 33), brota directamente de la

esperanza en la liberación-salvación definitiva. Gozar de la alegría del amor es adelantar el gozo

escatológico, pregustar la nueva vida del Espíritu, recibir en esperanza nuestra propia resurrección.

La alegría de Jesús sólo puede brotar de una vida como la suya. Si nosotros no hemos descubierto la

alegría de ser sus testigos es porque o no le seguimos o le seguimos muy de lejos.

AMIGOS Y ELEGIDOS DE DIOS

Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Jesús repite dos veces más su mandamiento. Parece

que rompe la lógica de lo que nos venía diciendo: si el Padre le ama y Jesús nos ama, lo normal sería que

nosotros amáramos a Jesús y él amara al Padre. Sin embargo, la conclusión es otra. Jesús transforma el

amor que le tiene el Padre en amor a los hombres, y nos pide que nosotros hagamos lo mismo. Y es que el

amor a Dios se presta a muchas falsas ilusiones.

El amor es lo único que puede unificar y dar sentido al resto de nuestras ocupaciones de cada día; lo que

hará posible el deseo de eternizar lo que estamos haciendo. Es la ‘constitución’ de la comunidad cristiana,

su artículo primero y único. Nada ni nadie deberá ser motivo para que se viole este precepto de Jesús.

Donde no hay comunidad de amor mutuo, hablar de seguimiento de Jesús es una quimera.

Todo lo que no sea amor, es camino sin futuro. Todo lo que sea amor conduce a Dios.

A continuación, Jesús va a explicar a fondo a sus discípulos como les ama: Nadie tiene amor más

grande que el que da la vida por sus amigos. Es el grado sumo del amor, el máximo de alegría y de

fecundidad.

Los que cumplan su mandamiento nuevo serán sus amigos. Una amistad que brota de la identidad de

ideales y de la común experiencia de la entrega a los demás. Presupone grandes y nobles aspiraciones;

exige sinceridad absoluta, amor mutuo, conocimiento mutuo de ese amor y comunicación total de bienes.

Jesús excluye el seguimiento propio de los siervos, que se limitan a cumplir órdenes ciegamente y nunca

saben lo que hacen o piensan sus señores. Jesús llama amigos a sus discípulos, porque en todo el tiempo

en que ha estado con ellos los ha tratado como verdaderos amigos.

La prueba de la amistad que quiere con ellos está en haberlos hecho sus confidentes: A vosotros os

llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. Les ha dado a conocer

136

sus profundos descubrimientos e ilusiones, sus intimidades y las de Dios. Es el que mejor ha hecho

realidad esa palabra. No le ha importado decirles que les ama hasta morir por ellos, que tenemos que amar

como él... Unas palabras que, si las pensamos, veremos que son muy difíciles de decir a los demás.

Soy yo quien os he elegido. Dios pensó desde siempre en cada uno de nosotros (Ef 1, 4-5),

asignándonos una tarea a realizar en la vida. Todas las personas somos objeto del amor de Dios, aunque

ignoremos los caminos que ha elegido en la mayoría para la realización de su plan de salvación universal.

Ser cristiano no es motivo de orgullo ni de vanagloria; menos de desprecio o descalificación de las

demás religiones e ideologías de la humanidad.

La elección es para una tarea como la suya, para una vida como la suya. Sus seguidores debemos

continuar su misión de ayudar a desarrollarse como verdaderas personas, libres y responsables, a los que

nos rodean.

Jesús espera que la misión que nos confía tenga un fruto duradero, que vaya cambiando la sociedad. La

eficacia de la tarea no se mide tanto por su extensión como por su profundidad, de la que depende la

duración del fruto. Es la semilla caída en buena tierra (Mt 13, 8. 23).

Termina, otra vez (Jn 15, 7), poniendo la oración como medio eficaz de apostolado. El discípulo tiene la

obligación de utilizarla como medio normal para el fruto de su apostolado. ¿Lo hacemos así?

UNA DIFÍCIL APERTURA

“Aconteció que cuando iba a entrar Pedro, Cornelio salió a su encuentro y se echó a sus pies. Pero Pedro lo levantó diciendo:

-Levántate, que soy un hombre como tú. Y, tomando de nuevo la palabra, Pedro añadió: -Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la

justicia, sea de la nación que sea. Todavía estaba hablando Pedro, cuando cayó el Espíritu Santo sobre todos los

que escuchaban sus palabras. Al oírlos hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios, los

creyentes circuncisos, que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles.

Pedro añadió: -¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?

Y mandó que los bautizaran en el nombre de Jesucristo. Le rogaron que se quedara unos días con ellos.”

(He 10, 25-26. 34-35. 44-48)

La conversión de Cornelio fue uno de los sucesos más decisivos para la comunidad cristiana primitiva y,

quizá, el más difícil de asimilar para un pueblo que llevaba muchos siglos de exclusivismo religioso. Su

bautismo y el de su familia representa el Pentecostés de los gentiles, semejante al de Jerusalén (He 2, 1-

11), una nueva epifanía del Espíritu Santo. Son los primeros gentiles que recibieron el Espíritu Santo y

fueron incorporados a la Iglesia. Significó la caída del muro nacionalista, que separaba a los judíos del

resto de los pueblos, y la apertura a la universalidad del reino de Dios y de la Iglesia. Se trata de un

camino que inició Pedro y que Pablo se encargará de continuar.

Soy un hombre como tú. Dios no quiere que el hombre se postre ante otro hombre. Pedro, con sus

palabras, nos hace entender que el amor es tanto más convincente cuanto más débil es, cuando está más

desarmado, cuando es más pobre.

137

Jesús, en repetidas ocasiones, había hablado de la universalidad de la salvación, de la admisión de los

gentiles (Mt 28, 19-20; Mc 16, 15; Lc 24, 47s: He 1, 8), que daría fin al exclusivismo judío, que ya habían

anunciado algunos profetas, sobre todo Isaías (49, 6, por ejemplo).

Las palabras de Pedro manifiestan su pensamiento: Dios no hace distinciones (v 34) y el don del

Espíritu Santo se derramará también sobre los gentiles (vv 44-47). Y mandó bautizarlos en el

nombre de Jesucristo (v 48). Nada impide que sean bautizados sin pasar por el judaísmo, puesto que la

voluntad de Dios ha quedado bien patente: Hablan lenguas extrañas y proclaman la grandeza de Dios,

como había ocurrido el día de Pentecostés en Jerusalén. Esto demuestra la igualdad absoluta de todo ser

humano ante los designios de Dios manifestados en Jesús

Pedro aparece como el impulsor principal de estas conversiones. Cuando comenzaba a tomar postura

sobre la influencia del templo y del judaísmo en la vida de los primeros cristianos, una ‘visión’ (He 10, 1-

17) le incita a tomar una postura de enorme calado para el futuro, y marca el final de su proceso de

apertura a la gentilidad.

Lucas sólo nos ha dejado el aspecto maravilloso del acontecimiento, pasando por alto la lenta apertura de

los judíos al acceso de los paganos a la Iglesia.

Porque el hecho produjo un tremendo impacto en las comunidades judeo-cristianas, inmersas en

prejuicios religiosos nacionalistas, y que no se habían planteado el alcance de la salvación que había

traído Jesús. Poco a poco irán interpretando y aceptando estos nuevos signos.

A los cristianos nos pasa como a Pedro y a aquellas comunidades: creemos que Cristo está solamente en

los que llevamos el cartel de cristianos o cumplimos con una serie de prácticas religiosas. Pero, ¿cómo

negar esta presencia de Cristo en tantas personas que, desde distintas religiones e ideologías, trabajan por

la libertad, la justicia, la paz... valores todos del reino de Dios?

Todos los muros que existen desaparecerían si dejáramos soplar al Espíritu.

EL AMOR VERIFICA LA FE

“Queridos hermanos: Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha

nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a sus Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados.”

(1 Jn 4, 7-10)

Juan nos ofrece, en la segunda lectura, sus criterios para discernir los espíritus, apoyándose en la idea

judía de los ‘dos espíritus’: el de Dios y el del mundo. Estas dos fuerzas están enfrentadas y se combaten

sin tregua (vv 4-5, que no se leen), y se puede llegar a conocer a los que forman un grupo u otro por su

capacidad de amor. El Espíritu de Dios se manifiesta en el amor (v 7); el del mundo, en su carencia (v 8).

Adherirse al primero, y al amor que debe acompañarle, equivale a hacer profesión explícita de fe en Jesús

(v 10); un amor que debe concretarse en las relaciones con los hermanos. Porque la verdad de la presencia

del Espíritu de Dios en nosotros se manifiesta en el amor de unos a otros; un Espíritu que actúa, a la vez,

desde dentro, en el corazón del creyente, y desde fuera, en la comunidad de los hermanos.

Juan nos da la mejor definición de Dios: Dios es Amor. Es la máxima revelación de él. Su amor es el que

nos crea y nos capacita para amar. Si amamos es la señal más clara de que conocemos a Dios, de que Dios

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está dentro de nosotros. Todo el que ama tiene ya una participación de la naturaleza divina. Participación

progresiva, porque según vamos creciendo en el verdadero amor, nos vamos llenando de Dios, hasta

poder llegar a ser un pequeño Dios en la tierra. Por el amor se alcanza a Dios y se humaniza el mismo

hombre que, por este camino, puede ir llegando a su plenitud.

Amar, para el ser humano, más que un mandamiento, es una necesidad vital, una prueba de que hemos

nacido de Dios y conocido a Dios. El que ama tiene algo de Dios y sólo él puede conocer a Dios. Sólo el

que vive en el verdadero amor puede comprender lo que significa Dios: por el camino de la semejanza.

Todo lo que de amor hay en el mundo son ‘pinceladas’ de Dios.

Conocemos a Dios más por el corazón que por la razón. Quien ama con un amor generoso y

desinteresado, como el que hemos conocido en Cristo, va entrando en el conocimiento de quien es Dios;

va entrando en una relación personal y de comunión con él y se convierte en verdadero hijo.

El único modo de verificar si tenemos fe, si realmente vivimos como hijos de Dios, es amar a los demás.

139

DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

COMIENZA EL TIEMPO DEL ESPÍRITU

LA FIESTA DE LA ASCENSIÓN

“Se apareció Jesús a los Once, (cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y su terquedad, por no haber creído a quienes lo habían visto resucitado), y les dijo:

-Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi

nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.

El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban.”

(Mc 16, 14-20)

Con la Ascensión de Jesús al cielo termina su tiempo y comienza la era del Espíritu, la gran promesa del

Padre, que nos irá llevando a comprender toda la realidad que encerraban las palabras y los hechos de

Jesús; ese Espíritu que nos irá dando las fuerzas necesarias para seguir los pasos del Maestro, siempre que

le dejemos actuar en nuestra vida.

Hemos de intentar desentrañar, más que los relatos de la Ascensión, que podrían prestarse a equívocos

dadas las grandes diferencias entre ellos, su sentido íntimo, lo que se esconde detrás de esas narraciones,

eso que está oculto por las limitaciones del lenguaje humano, siempre insuficiente cuando intenta

interpretar el profundo misterio de la vida, escondido en la intimidad del mismo Dios.

La Ascensión nos hace vivir en la mayor esperanza. Nos señala la meta del camino humano. Nacer,

crecer, morir no es toda la verdad de la existencia humana sobre la tierra. La vida, según la fe, es nacer y

crecer hasta la plenitud y la eternidad de Dios.

La Ascensión nos dice que el final de la humanidad, y de cada uno de los humanos, será una subida hasta

llegar a Dios, plenitud y meta de toda persona, y que se alcanza después de la muerte, derrotada para

siempre con la resurrección de Jesucristo.

No estamos creados para volver al polvo de la tierra, sino para participar de la vida de Dios Trino.

La Ascensión del Señor nos hace vivir en la esperanza de que todo esto será posible; lo que tiene que

llenar de una gran alegría los corazones de todos los creyentes.

Es lo que, en lenguaje mitológico, nos quieren enseñar la primera lectura y el evangelio de hoy: expresar

una realidad que no pertenece a la experiencia sensible del hombre, sino a la fe.

En la Ascensión, Jesús se ausenta: ya no estará más corporalmente en este mundo. Pero, a partir de ahora,

vive entre nosotros de una forma nueva, más influyente y universal que la anterior. Porque durante su

vida en este mundo, la presencia corporal de Jesús estaba limitada a un tiempo y a unos lugares concretos;

y era una presencia que sólo podía actuar desde ‘fuera’, que no podía entrar en las profundidades de los

demás humanos, y se vio limitada a unas personas y grupos concretos.

Actualmente, la presencia de Jesús es más íntima y puede actuar ‘dentro’ de cada ser humano, puede

estar siempre con nosotros y puede estar, a la vez, en todos. Trasciende los siglos y los lugares de la

tierra, lo mismo que está, simultáneamente, en todos los sagrarios del mundo.

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Esta nueva presencia de Jesús está en relación con la presencia del Espíritu, enviado por él. De lo que se

trata ahora es de buscarle y de encontrarle; de buscar los signos de su presencia en el ser humano, en la

historia, en los sacramentos, en la comunidad reunida, en nuestro propio corazón. Sólo el amor será capaz

de facilitarnos tantas vías de encuentro

CONTINUADORES DE LA MISIÓN

Con los relatos de la Ascensión de Jesús al cielo terminan los evangelios sinópticos. La conclusión de un

evangelio es importante porque ayuda a profundizar en todas sus páginas y, a la vez, supone la lectura

íntegra de ellas para comprender mejor su desenlace.

Jesús se aparece a los Once para confiarles la responsabilidad de continuar su misión y para darles los

medios necesarios para dominar las fuerzas hostiles al reino de Dios. El tema central es la fe; una fe que

debe ser respuesta a una proclamación anterior del mensaje y que debe sellarse con el compromiso

bautismal: Al que crea y se bautice... La fe es previa al bautismo; una fe con obras. ¿No tendríamos que

volver a este orden?

Hemos creído demasiado en la acción de los sacramentos, olvidando lamentablemente las obligaciones

que implican en la persona que los recibe. Los sacramentos son fuentes de gracia, ayuda eficaz para

caminar, pero con la condición de que se reciban con esa fe que lleva a la conversión y al amor. De otra

forma, son estériles, como no es difícil comprobar con sólo abrir un poco los ojos.

Todos los que oigan la predicación del evangelio deben sentirse cuestionados, interrogados

personalmente. La respuesta positiva es la fe-obras, que se expresa en el bautismo. El rechazo del mensaje

supone excluirse de la liberación-salvación ofrecida por Dios a todos los hombres.

Marcos subraya la incredulidad de los discípulos, su actitud refractaria a abrirse a los acontecimientos:

les echó en cara su incredulidad y su terquedad, por no haber creído a quienes lo habían visto

resucitado (v 14, que no se lee). Es verdad que la resurrección es un misterio inasequible e increíble

desde la lógica humana, pero ellos debieron aceptarla después de la experiencia que tenían de él,

adquirida durante tres años de convivencia y de sus repetidos anuncios.

Los apóstoles nunca disimularon su incredulidad ante las palabras de Jesús. Reconocen que no entienden

sus planteamientos. Su conducta sincera nos debería liberar a nosotros de tantas ideas, rutinas y

devociones vacías. Nuestra torpeza para creer en todo lo verdaderamente divino es evidente.

Los apóstoles habían compartido con Jesús su vida durante unos años, habían sido testigos de sus

enseñanzas, de toda su vida. A pesar de ello, nunca terminaban de entender: les tenía que explicar el

sentido de las parábolas más sencillas, interpretaban de un modo material las enseñanzas más espirituales,

se escandalizaban cuando les anunciaba su trágico final... ¡Cuántas dificultades encontraron para creer en

la resurrección! ¡Qué lentos fueron en rendirse a lo evidente! Pero fueron sinceros, se manifestaron tal

como eran y por eso las palabras de Jesús llegaron a penetrar en sus vidas para siempre. Es posible que

entender las cosas con rapidez sea la mejor forma de no entender nunca nada.

Nosotros damos la impresión de ser unas personas superdotadas al lado de aquella pobre gente. Pero cada

paso que daban los apóstoles hacia delante, era un paso de verdad. Y así, su fe llegó a ser tan sincera,

como sincera había sido antes su incredulidad. ¡Cómo necesitamos seguir su ejemplo!

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Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. Los discípulos deben tomar el

relevo de su obra. Jesús ya no está visible para anunciar su buena noticia a los hombres. Somos los que

creemos en él los que debemos hacerlo, los que debemos proclamar que hay un Dios que es Padre y

Amor, un Dios que quiere que los seres humanos vivamos en plenitud. Una ambiciosa y gozosa misión;

una tarea gratificante como ninguna, pero exigente como la que más. Una tarea que no terminará nunca.

Los discípulos se la irán pasando unos a otros. Esta es la única razón de la Iglesia: continuar con fidelidad

el camino marcado por Jesús. E Iglesia somos todos. La misión a la que nos envía Jesús es universal.

No se trata, principalmente, de ofrecer un mensaje, sino de establecer entre las personas y Jesús

resucitado una relación personal y un seguimiento. Lo fundamental no es la doctrina, sino posibilitar el

encuentro con Jesús, para que el hombre se comprometa a compartir su proyecto de vida.

LAS SEÑALES DE MARCOS

Marcos señala unos signos que acompañarán a los que crean. Señales que debemos traducir para las

generaciones de hoy:

Echarán demonios en mi nombre. Expulsarán el mal-pecado que anida en cada uno de nosotros y en la

sociedad. Muchas estructuras, leyes, costumbres y poderes, pensadas y promulgadas para favorecer a los

mismos que las promueven, deben ser transformadas, para hacer posible una sociedad justa para todos,

para que pueda irse haciendo realidad el reino de Dios predicado por Jesús.

Hablarán lenguas nuevas. La lengua siempre nueva del amor. De un amor universal que trabaje, sobre

todo, por transformar nuestros corazones y por mejorar las condiciones de vida de los más abandonados.

Cogerán serpientes en sus manos. Puede significar la seducción, las influencias, el pecado... que

contaminan a todos y a cada uno de los mortales.

El veneno mortal no les hará daño. Pueden ser las injusticias e injurias recibidas, las persecuciones, los

odios, las humillaciones. En todo y a todo responderán con el amor.

Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos. ¡Cuántos ciegos, mudos, sordos, paralíticos...

muertos; alienados en esta sociedad del consumo, del poder y de la superficialidad!

La lista no es completa, Enumera cinco en un lenguaje acomodado a la mentalidad mágica de entonces.

Viene a decirnos que la fe hará posible la superación total del mal-pecado, y vivir una vida distinta,

edificada sobre el amor.

El Señor actuaba con ellos. No estaban solos en la tarea.

Todo está cumplido en Jesús y todo queda por hacer en los demás. Jesús ascendió al cielo como

Primogénito de la Nueva Humanidad. Es el tesoro más grande que tenemos, el máximo valor del mundo.

TESTIGOS DE JESÚS CON LA FUERZA DEL ESPÍRITU

“En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios

Una vez que comían juntos les recomendó: –No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre,

de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua; dentro de pocos días, vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.

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Ellos le rodearon preguntándole: -Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel? Jesús contestó: -No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha

establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo.

Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se le presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:

-Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.”

(He 1, 1-11)

El libro de los Hechos de los Apóstoles comienza con una sobria descripción de la despedida de Jesús de

sus discípulos y su marcha al Padre. Acontecimiento espectacular, con sus últimas recomendaciones y

promesas. Y una misión: ser sus testigos... hasta los confines del mundo. Pero antes, recibirán la fuerza

del Espíritu. La Ascensión está estrechamente relacionada con el Paráclito.

Es éste el único texto que habla de los cuarenta días que Jesús se apareció a sus discípulos para

enseñarles, y que separan la resurrección de la ascensión. Deben entenderse como un tiempo simbólico de

iniciación y maduración a la enseñanza del Resucitado.

Los discípulos muestran una gran incapacidad para entender: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar

la soberanía de Israel?

Jesús sabe que queda mucho por hacer, y capacita a sus discípulos para que vayan hasta donde él no llegó,

y evangelicen lo que él no pudo evangelizar. Les manda a que recorran el mundo entero y comuniquen su

mensaje del amor a toda la creación. Que evangelicen este mundo que camina ciego detrás del dinero y de

todo lo que se puede comprar con él, sin enterarse de que los bienes verdaderos, que podrían llenar de

alegría nuestras vidas, son gratis y están siempre a nuestra disposición.

Parece una empresa imposible, pero sentirán una fuerza misteriosa que les capacitará para superar todo

tipo de dificultades.

El don del Espíritu Santo será para continuar la presencia de Jesús en el mundo y para la misión, que

debe durar hasta que él vuelva.

Por tanto, no podrán vivir plantados –sin hacer nada- mirando al cielo. Dedicarán sus vidas a proclamar

el Evangelio, a hablar en nombre de Dios, pero obligados a confesar –si no quieren engañarse y engañar-

que no tienen la respuesta a todas las preguntas, las soluciones a todos los problemas; y a reconocer que

sus palabras son meros balbuceos comparados con la grandeza del Mensaje.

A IMAGEN DE LA TRINIDAD

“Hermanos: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados.

Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos por mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.

Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.

A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Por eso dice la Escritura: ‘Subió a lo alto llevando cautivos y dio dones a los hombres.’ El ‘subió’ supone que había bajado a lo profundo de la tierra; y el

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que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos para llenar el universo.

Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros evangelizadores, a otros pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.”

(Ef 4, 1-13)

El amor –28 veces esta palabra- y la unidad –6 veces- habían sido los temas centrales de Jesús en su

Última Cena, según san Juan. Un amor que lleva a la unidad y una unidad que lleva al amor, ‘para que el

mundo crea’ (Jn 13,35; 17, 21). La unidad de la Trinidad de Personas en Dios se presentaba como la

fuente última de la unidad-amor que debe existir en la Iglesia, como el fundamento de la vida cristiana y

de la unidad de la humanidad. ¿Cómo hemos podido dejar en un frío dogma, sin alegría ni interés para la

humanidad, el origen y la meta de la verdadera vida humana, la única que puede llenar nuestra hambre y

sed de amar y ser amados, de eternidad y plenitud?

En su carta a los Efesios, san Pablo, que ya había escrito sobre la necesidad de la unidad en la Iglesia,

vuelve en la segunda lectura de hoy sobre el tema. Nos invita a la fidelidad a la vocación de cristianos:

Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos

en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz (vv 2-3).

El origen de esta unidad reside en la vida comunitaria de las tres divinas Personas. Y describe esta fuente

unificadora en tres partes, cada una con tres elementos (vv 4-6). Menciona al Padre en tercer lugar,

porque esta unidad se va realizando progresivamente, por medio de Cristo y del Espíritu, hasta llegar al

Padre. Establece una relación de cada Persona con una virtud teologal: al Espíritu la esperanza (v 4), a

Jesús la fe (v 5) y al Padre el amor que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo (v 6).

Participamos del misterio trinitario –vida plena- cuando entramos en comunión con toda la humanidad,

en la que cada miembro no puede ser feliz más que en su relación con todos los demás.

Sin la Trinidad, todo intento humano de unidad está llamado al fracaso, o por el individualismo o por

anular la persona del otro. Es testigo trinitario, el cristiano que se preocupa de que todos sus semejantes

sean reconocidos por lo que ellos son, y vivan implicados en una común-unión profunda con toda la

humanidad.

Pablo cita a continuación, un tanto libremente, un salmo (68, 19), que describe la subida de Dios a las

alturas de Sión desde donde distribuye sus dones al pueblo (vv 7-10). El autor ve realizado este salmo en

la ascensión de Cristo y muestra cómo éste, estando junto al Padre como Señor de toda la creación,

distribuye sus dones a la Iglesia (vv 11-16).

El don que Cristo resucitado hace a su Iglesia es, ante todo, un don de ‘jerarquía: Y él ha constituido a

unos, apóstoles, a otros, profetas... (v 11) para la edificación del cuerpo de Cristo (v 12).

Ser cuerpo de Cristo, unido en la misma fe y en el mismo conocimiento del Hijo de Dios, asegura su

cohesión y crecimiento hasta la medida de Cristo en su plenitud (v 13).

La Iglesia conduce a la humanidad a su madurez, porque el Espíritu que le comunica, a través de su

estructura jerarquizada, la ayuda a comprender mejor el sentido de la naturaleza y de la historia.

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DOMINGO DE PENTECOSTÉS

LA MISIÓN DEL ESPÍRITU

EL TESTIMONIO DEL ESPÍRITU Y DE LOS DISCÍPULOS

“Dijo Jesús a sus discípulos: -Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la

verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo.

Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.

Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y

os lo anunciará.” (Jn 15, 26-27; 16, 12-15)

A los cincuenta días de la resurrección de Jesús, celebramos la impetuosa irrupción del Espíritu Santo

sobre la Iglesia y el mundo, principio del nuevo pueblo de Dios y de la nueva humanidad.

Todas las lecturas de hoy nos hablan de este Espíritu, la máxima donación de Dios.

Juan (20, 19-23) nos dice que Jesús derramó su Espíritu a los discípulos el mismo día de Pascua, lo que

indica el simbolismo de estas narraciones.

Con este domingo de Pentecostés concluimos el tiempo pascual. Han sido cincuenta días, sígno de

plenitud, para ahondar en la más esperanzadora verdad de nuestra fe: Jesús de Nazaret, con su

resurrección, ha matado a la muerte.

Ya en la primera parte del discurso de la última cena, Jesús había prometido a sus discípulos la

permanencia en ellos del Espíritu de la verdad (Jn 14, 17), que los iría llevando a la comprensión

progresiva de su mensaje (Jn 14, 26).

El Espíritu –significa ‘viento’, ‘aliento’- es la expresión de la vida de Dios, de la intimidad de su ser. Es

el amor del Padre y del Hijo derramado en el corazón de los humanos. Es el Espíritu creador, que procede

del Padre, el que va a dar testimonio de Jesús, de la verdad de su vida y de su amor. Continuará, a través

de los discípulos, la salvación-liberación comenzada por Jesús, ofreciéndola a toda la humanidad (Jn 3,

17; 12, 47).

Es el Defensor anunciado por Jesús, el Abogado que se colocará de parte de los discípulos en el

enfrentamiento del reino de Dios con el mundo, representado por el triple poder –económico, político y

religioso-, y que acabó con la muerte de Jesús en la cruz. Un Defensor que hará posible a los discípulos

llevar el mensaje de Jesús hasta los últimos rincones de la tierra.

Es el Espíritu de la verdad, el encargado de guiar a la Iglesia a la plena verdad, de ir llevando a todos y a

cada uno de los seguidores de Jesús a la comprensión progresiva de su mensaje y de su vida, a

profundizaciones continuas de palabras y obras del Maestro que les parecía ya sabían.

El Espíritu es esa realidad que actúa en nosotros sin que nos demos cuenta, y que nos va transformando

desde dentro de nosotros mismos; esa realidad que penetra hasta el fondo de los corazones de los que les

son fieles, consolándolos, llenándolos de paz, saciando todas sus ilusiones y utopías, lavando toda

mancha, llenando todo vacío, sanando, encaminando...

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El testimonio, que Jesús ha dado de sí mismo y de su misión, no se verá reducido al silencio después de

su partida de este mundo; seguirá resonando a través de la obra del Paráclito y de los discípulos, en medio

de crueles enfrentamientos con el mundo hostil, y en el que los discípulos llevarán la peor parte (Jn 16,

33). Un testimonio que sólo podrán descubrir y dar los pobres, los que lloran, los perseguidos por ser

justos, los misericordiosos... es decir, todos los ‘bienaventurados’ (Mt 5, 1-12). Todos los demás seguirán

-¿seguiremos?- empeñados en no querer ver, o en creer que ya lo sabemos todo. Un peligro que todos

corremos, especialmente los que monopolizan las ideologías, la economía, la política o las religiones.

Los testimonios del Espíritu y de los discípulos constituyen una unidad, porque el Paráclito da su propio

testimonio precisamente a través de los discípulos, llevándolos a entender más a fondo la obra de Jesús y

sirviéndose de ellos como instrumentos para continuarla.

La presencia del Espíritu añadirá, a sus experiencias personales de testigos oculares, la plena inteligencia

de lo que presenciaron, al profundizarles e interpretarles las palabras de Jesús. Y así, los transformará en

verdaderos testigos.

El Espíritu dará su testimonio dentro de las comunidades, confirmando la experiencia interior de Jesús

en sus miembros y empujándolos a la lucha por el reino de Dios, que implica necesariamente la ruptura

con el mundo injusto. Un testimonio que renovará en cada época la obra del Mesías de Dios, para hacerla

más inteligible a cada generación.

LA VERDAD ES UN LARGO CAMINO

Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora.

¿Fue incompleta la enseñanza de Jesús a sus discípulos durante el tiempo que vivió con ellos? Parece que

esa es la respuesta que se deduce de estas palabras. Sin embargo, no debemos entenderlas en sentido

cuantitativo, como si Jesús hubiera dejado un determinado número de verdades para que se las enseñara el

Espíritu Santo; sino cualitativamente, en cuanto comprensión en profundidad: mayor penetración del

misterio de la persona y de la obra de Jesús, del sentido de su muerte, la sustitución que ha protagonizado

de todo el orden religioso, la universalidad de su misión salvadora... No estaban capacitados aún para

entender toda la hondura de estos acontecimientos. Los mismos evangelios nos dicen que algunos sucesos

de la vida de Jesús no fueron entendidos por los discípulos cuando tuvieron lugar, sino después de su

resurrección (Jn 2, 22; 12, 16).

En la situación que vivían, los discípulos no estaban en condiciones de poder comprender todo el alcance

y las consecuencias de los hechos y las palabras de Jesús, de todas las cosas del Padre que Jesús les había

dado a conocer. Ya hemos visto la reacción de todos cuando Jesús trataba de mostrarles su verdadero

mesianismo... Irán comprendiendo -guiados por el Espíritu- todo el alcance de la obra de Jesús a partir de

la resurrección.

Nunca acabaremos de comprender en toda su profundidad la misión y la vida del Hijo de Dios. Nos pasa

con él algo parecido a lo que sucede con los niños, adolescentes, jóvenes y adultos: vamos entendiendo

las cosas según nuestra capacidad y nuestra vida concreta. Es la dinámica que sigue todo desarrollo

humano, que requiere una constante reformulación y profundización de lo que ya sabemos, para evitar el

estancamiento y el infantilismo.

El Espíritu de la verdad será el que los guiará hasta la verdad plena, que es Jesús resucitado.

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Ante los nuevos hechos y circunstancias de la vida humana, el Espíritu irá iluminando a los creyentes las

palabras de Jesús, las mismas que dijo a sus apóstoles.

Las respuestas suelen ‘tocarnos’ después de hacernos las preguntas. La verdad de Jesús sólo podrá ser

conocida a medida que la experiencia coloque a la comunidad delante de nuevos hechos o circunstancias;

éstos irán iluminando el sentido de su muerte-resurrección.

Como sucedió con Jesús, tampoco el Paráclito hablará por propia iniciativa, sino que anunciará

únicamente lo que oye de Dios (Jn 7, 17; 8, 28: 12, 49; 14, 10)

Os comunicará lo que está por venir. Ayudará a los discípulos a sacar del mensaje de Jesús las

enseñanzas adecuadas para cada época o situación. Para lo que será necesario estar muy atentos a la vida

concreta de los hombres –periódico- y al evangelio. La verdadera clave de lectura de la historia humana

es para los creyentes la plena comprensión del misterio de Jesús de Nazaret. O dicho de otra forma: Jesús

marca la verdadera dirección de la humanidad, porque sólo a través del amor se puede conocer el ser del

hombre, interpretar su destino y construir la sociedad humana. La comprensión del Mesías la irán

experimentando exclusivamente los que vivan desprendidos.

El Espíritu glorificará a Jesús, porque gracias a la iluminación que producirá su testimonio en los

discípulos, éstos podrán ir comprendiendo que la muerte de Cristo fue el principio de su exaltación junto

al Padre; que el camino seguido por Jesús, lleno de fracasos, humillaciones y derrotas, encerraba la

verdadera vida humana; esa que se enfrenta con ‘el pecado del mundo’.

Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo comunicará. Al

irnos ayudando a profundizar en las palabras de Jesús, el Espíritu nos manifiesta también quién es el

Padre, porque el Padre y el Hijo tienen todo en común. Todo lo que el Padre tiene que decirnos nos lo ha

dicho en Jesús. Todo lo que el Espíritu tiene que comunicarnos lo toma de Jesús. El Padre y el Hijo nos

envían su Espíritu para que nos renueve íntimamente y mantenga vivo en nosotros, a lo largo de la

historia personal y colectiva, el testimonio de Jesús.

A Dios se le ha hecho decir y defender casi todo. El Espíritu nos irá desvelando al auténtico Dios de

Jesús, haciéndonos experimentar que el camino de transformación de la sociedad emprendido por Jesús es

el camino de Dios. Es garantía de libertad, al no estar ligado a ninguna época pasada ni a ninguna

situación fija; y también de fidelidad, porque retorna siempre al testimonio de Jesús, vuelve siempre a los

orígenes.

Jesús, lleno del Espíritu, ha llevado a término la misión que le confió el Padre, consistente en mostrar a

los hombres su amor y su deseo de fraternidad universal.

Ahora nos corresponde a sus discípulos, guiados por su mismo Espíritu, continuar en el mundo esta obra

de liberación de todo lo que nos impide ser fieles a la imagen divina que somos

PENTECOSTÉS ES EL ANTI-BABEL

“Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu les sugería.

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Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban:

-¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oye hablar en nuestra lengua nativa?

Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.”

(He 2, 1-11)

La Iglesia nació en el primer Pentecostés, durante la fiesta judía de la recolección. Los primeros

hombres que convirtieron los apóstoles con sus palabras y los primeros a quienes bautizaron, eran

peregrinos.

Ser peregrinos, en camino hacia Dios, debe ser la actitud de todo verdadero creyente. El nuevo pueblo de

Dios –la Iglesia- debe ser también un pueblo de peregrinos.

Como seres humanos y como cristianos, mientras vivamos en la tierra, seremos peregrinos, viviremos en

camino hacia la posesión de la plena y eternidad felicidad.

Aquel día de Pentecostés, el Espíritu Santo vino sobre los discípulos, reunidos en oración en el cenáculo.

Vino y viene a nosotros para sembrar de amor todos los instantes de nuestra vida, para adentrarnos en el

misterio de Dios y de nosotros mismos.

El Espíritu es la lengua universal que hace entenderse a todos los hombres. Es el que rompe barreras,

supera prejuicios, engendra comunión, hace comunidad.

Pero el Espíritu, en la liturgia de hoy, no se nos presenta únicamente en esta dimensión íntima y secreta,

interior al ser humano.

El relato de los Hechos, emplea imágenes que tienen una marcada evidencia externa: viento recio, ruido,

llamaradas, lenguas extranjeras habladas por los apóstoles. Un suceso que produce estupor y asombro

en los oyentes.

Pentecostés es el anti-Babel. En Babel, los seres humanos ya no se entienden, no logran comunicarse

entre ellos. Es la imagen de Dios que se aparta de Dios y elige la disgregación. Pentecostés logra la

unidad dentro de la diversidad: cada uno les oía hablar en su propio idioma: en el lenguaje universal

del amor y del compromiso. Una unidad que no se logra aprisionando el soplo del Espíritu en nuestros

rígidos esquemas. ¡Cuántas veces hablamos, discutimos y exigimos, porque no vivimos!

Las palabras de Pedro (He 2, 14-41) restablecían el contacto con Dios, despertaban los corazones de los

oyentes, encendían en ellos la nostalgia y el verdadero sentido de sus vidas. Unas palabras que cada uno

entendía según sus propias necesidades y búsquedas. Unas palabras que no les eran extrañas, porque

estaban en sintonía con lo más profundo de los corazones humanos. Unas palabras comprensibles que

revivían otras que las personas tenemos ya dentro. Unas palabras que les llamaban a la unidad.

ENTRE LA CARNE Y EL ESPÍRITU

“Hermanos: Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal, que no hacéis lo que quisierais. Pero si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley.

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Las obras de la carne están patentes: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, envidias, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, discordias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que los que así obran no heredarán el reino de Dios.

En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. Contra esto no va la ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne, con sus pasiones y sus deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu.”

(Gál 5, 16-25)

San Pablo, en la segunda lectura de hoy, contrapone dos fuerzas antagónicas que tratan de poseernos: la

carne y el Espíritu. Cada uno con sus obras distintas, opuestas. En esta lucha nos jugamos vivir de

verdad como personas.

Pablo intenta persuadir a los Gálatas de la banalidad de las proposiciones que les hacen para adoptar la

ley judía y sus prácticas de salvación. Si Cristo los ha liberado (Gál 5, 1) de todo eso, ¿para qué volver a

ellas?

La lectura de hoy compara los frutos de la vida según la carne (incluida la ley, que para Pablo es carnal)

con los frutos de la vida según el Espíritu. Quiere ayudarles, y ayudarnos, a elegir.

Para Pablo, la carne significa el camino que el hombre elige de forma autosuficiente, sin tener en cuenta

nuestras limitaciones y la necesidad que tenemos de la ayuda del Espíritu para poder desarrollarnos como

personas verdaderas. Enumera las obras de la carne (vv 19-21). La impureza, que no respeta su finalidad

de transmitir la vida, la idolatría, que ignora la trascendencia de Dios y su dominio sobre todo lo demás;

y, por encima de todo, la falta de caridad, en sus múltiples manifestaciones.

Para Pablo, el hombre carnal, abandonado a sus solas fuerzas, es fatalmente un egoísta para el que todos

los medios valen para asegurarse su poder sobre los demás. Y no duda en añadir, a este hombre carnal, la

pertenencia a la ley (v 18).

Únicamente el Espíritu da al hombre la fuerza necesaria para liberarse de los deseos de la carne (v 16).

Una liberación que no es automática: se va consiguiendo en medio de una lucha entre la carne y el

Espíritu; pero éste hace posible el combate y la victoria.

De las obras del Espíritu, Pablo sólo enumera nueve relacionadas con el amor en sus múltiples facetas

(vv 22-23). La caridad es fuente de alegría, fruto de la esperanza en la victoria final.

Los frutos del Espíritu no se agotan en la lista de la lectura de hoy. Hemos de saber reconocerlos en

nosotros y en los demás; no ocultarlos por falsa humildad o por envidia. Y, además de reconocerlos y de

dar gracias a Dios por ellos, ponerlos al servicio de los demás. Nos los dan para que los demos.

Pero, ¿cuándo nos veremos libres de verdad de la carne y viviendo bajo la acción del Espíritu? La

respuesta de Pablo es clara: el signo decisivo de esa liberación será la cruz de Jesús en nosotros (v 24).

Según esto, no podemos confundir la libertad del Espíritu con las soluciones fáciles y las actitudes

desencarnadas. La verdadera libertad está, al igual que la resurrección, detrás de la cruz: en la lucha por el

reino de Dios.

Según la carne, el hombre quiere salvarse por sí mismo y sólo quiere rodearse de seguridades. Cristo nos

enseña a abandonar la seguridad, que aporta una moral de preceptos, y nos invita a un ‘encuentro’

imprevisible con el Dios-Comunidad de Amor, en la historia y en el prójimo; es decir, a la obediencia a la

voluntad divina que consiste en amar a Dios en el prójimo, con todas sus consecuencias; lo que nos

convierte en testigos del amor de Jesús y de su libertad soberana.

149

Nuestro mundo está muy falto de todo lo que significa el Espíritu: nos lleva a vivir hacia fuera, a

aturdirnos con ruidos, a llenarnos de cosas, a vivir de prisas que no nos llevan a ninguna parte, y que nos

impiden ahondar en cualquier tipo de reflexión o de relación. Y así alimentamos nuestras innatas

irreflexión y superficialidad.

Necesitamos entrar dentro de nosotros mismos, para encontrar a Dios, que está en lo más íntimo de todo

y de todos.

¿Cómo llevar a la fe a esta sociedad de la superficialidad y del consumo? Dios llega a nosotros a través

del testimonio de quienes aman de verdad, desinteresadamente, de los que se juegan la vida en favor de

los pobres y al servicio del pueblo, de los que no confunden la paz evangélica con el desorden

establecido, de los que han descubierto que el mundo no se acaba en su ambiente burgués o en sus

diversiones juveniles. Todos los hombres del Espíritu tienen algo que llena de emoción, que llega a las

fibras más íntimas de nuestros corazones.

150

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

DIOS ES COMUNIDAD DE AMOR

LA TRINIDAD ILUMINA LA VERDADERA VIDA HUMANA

Celebramos el domingo de la Santísima Trinidad, que nos ofrece la posibilidad de profundizar en el

fundamento de nuestra fe y de nuestra vida: Dios es una sola Naturaleza y tres Personas. Es la gran

realidad de la vida y, por ello, el mayor de los misterios: totalmente inexplicable, pero profundamente

experimentable en la vida humana.

Dios es Amor, Comunidad de Amor, vida compartida, comunicada, diálogo permanente. Crea por amor.

Toda la creación es reflejo de su amor. Todo lo creado nos hablaría de él, si supiéramos ‘mirar’.

Somos ‘imagen y semejanza de Dios’ (Gén 1, 26), llevamos su señal en nosotros: una imagen trinitaria.

Dentro de nosotros acaece pálidamente lo que sucede en el interior de Dios. Somos verdaderos en la

medida en que vamos haciendo nuestros los comportamientos de la Trinidad, aunque no lo sepamos.

En el cristianismo todo es, de algún modo, comunitario, porque la Trinidad es el punto de partida y la

meta de nuestra fe y de nuestra vida.

‘Lo esencial es invisible a los ojos’ (El Principito). Lo visible es para el creyente un interrogante que nos

puede ir introduciendo en la gran realidad de la vida en plenitud, que nos insinúa el dogma trinitario.

Verdaderamente, Dios no está lejos, pero está escondido; siempre ‘detrás’ de mí cuando busco

evidencias, y ‘delante’ de mí cuando me decido a caminar siguiendo a Jesucristo.

No basta afirmar que creemos en Dios, si tal creencia deja intacto nuestro modo de vivir.

Por todo esto, podemos decir que el mayor misterio no es algo pesado e indigesto, para complicar la fe,

sino la gran realidad de la vida. La Trinidad nos hace a Dios más cercano, más íntimo y, a la vez, nos

revela quienes somos nosotros.

Dios habla nuestro lenguaje, siembra en nosotros señales perceptibles para ayudarnos a que nos

adentremos en nuestro ser más profundo para poder conectar con él; a que pasemos de las palabras a la

contemplación, que hace inútiles las palabras; del diálogo al silencio, porque ya no hay nada que decir. A

medida que el ‘Misterio’ vaya colmando nuestro corazón, lo irá inflamando... y las palabras se irán

apagando inevitablemente en nuestros labios para dejar sitio al asombro.

Creer en la Trinidad quiere decir vivir unido, en la luz y en el amor de los Tres, con todos los seres de la

creación; quiere decir experimentar la vida, el amor, la plenitud; quiere decir llegar finalmente junto al

Padre, como hijos, gracias al Hijo y a la fuerza transformadora del Espíritu.

La fiesta de la Trinidad constituye una invitación a la alegría, a la alabanza. Es como un anticipo de lo

que seremos y haremos por toda la eternidad. Nos descubre que tener fe significa creer en el amor y amar;

que en Dios todo es entrega mutua, intercambio, participación, amor pleno, ternura... Y que en esto

consiste la verdadera vida humana de ahora y del ‘más allá’.

PLENO PODER SOBRE TODA LA CREACIÓN

“Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.

Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

151

- Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.

Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” (Mt 28, 16-20)

El texto evangélico, tomado del final de Mateo, es el más claro sobre la Trinidad de Personas en Dios de

toda la Biblia. Es la despedida final de Jesús, que incluye tres ideas principales: el pleno poder que ha

recibido sobre toda la creación, la universalidad de la misión de la Iglesia y su presencia constante entre

los suyos.

Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. El Resucitado ha recibido del Padre poder sobre

toda la realidad, fruto de su entrega total. Un poder que es servicio, porque se fundamenta en el amor.

Este poder universal y absoluto de Jesús es la raíz de donde brota la universalidad de la misión. Las

breves palabras de Jesús están dominadas por las ideas de plenitud y universalidad.

Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del

Espíritu Santo. Los discípulos deben tomar el relevo de la obra de Jesús, porque él ya no está visible

para seguir anunciando la Buena Nueva a la humanidad. Somos los que creemos en él los que debemos

proclamar que hay un Dios que es Comunidad de Amor, un Dios que quiere que los seres humanos

vivamos en plenitud y para siempre. Todo se hará bajo el signo de la Trinidad.

Esta es la única razón del existir de la Iglesia: continuar con fidelidad el camino marcado por Jesús. E

Iglesia somos todos. Un camino que no es tan sencillo conocer, como creemos con demasiada frecuencia.

No se trata de ofrecer un mensaje, sino de establecer con Jesús resucitado una relación personal y un

seguimiento. Lo fundamental es posibilitar el encuentro con Jesús, no la doctrina, para que todos nos

comprometamos a compartir su proyecto de vida.

El bautismo en el nombre de la Trinidad, nos indica la relación personal que cada bautizado debe

establecer con cada Persona; que el creyente entra en el ámbito de comunión y de vida que se da entre el

Padre, el Hijo y el Espíritu.

Lo primero será anunciar el mensaje de Jesús, después su aceptación y, finalmente, el bautismo, que

implica necesariamente el seguimiento de Jesús durante toda la vida.

Sin entrar en si estas palabras son del mismo Jesús, o una fórmula posterior introducida como síntesis

de la fe cristiana y fórmula bautismal al mismo tiempo, vamos a procurar ahondar en el significado de un

bautismo realizado en el nombre de los Tres que tienen tanto que ver con nuestras vidas.

El bautismo cristiano se realiza, en primer lugar, en el nombre del Padre. Jesús nos presentó a Dios

como un Padre que busca la verdadera vida para sus hijos, a los que cuida y alimenta con singular cariño

(Mt 6, 25-34). ¿Qué significa para los cristianos que Dios es Padre? Es Padre porque engendra a la vida,

sacando a los seres de la nada, de la esclavitud y de la muerte.

En primer lugar, es Padre porque creó el universo de la nada. El Dios-Padre de la Biblia es, además, un

Dios que interviene en favor del hombre oprimido, tanto por yugos exteriores como por el yugo interior

del pecado. Los israelitas tomaron conciencia de la paternidad de Dios cuando se sintieron oprimidos en

Egipto, cuando fueron obligados a trabajos forzados, cuando se encontraron errantes y en peligro por el

desierto... Dios se les reveló como una fuerza que los liberaba de la servidumbre para conducirlos a la

libertad. También es Padre porque nos libera de la muerte, como demostró con Jesús. De aquí que sea

Padre porque, además de engendrarnos a la vida, nos conduce hacia su madurez y plenitud. Quiere que

152

sus hijos seamos libres y responsables. A ese nuevo nacimiento eterno es al que nos engendra el bautismo

recibido en el nombre del Padre.

Si Dios Padre quiere para sus hijos una vida plena y para siempre, el Hijo es el camino que debemos

seguir para conseguirla. El bautismo en el nombre del Hijo nos compromete a permanecer unidos a sus

palabras, a seguir su testimonio de vida, a imitar su amor.

El bautismo en nombre del Espíritu Santo nos invita a vivir abiertos a sus constantes insinuaciones, a

dejarle que nos vaya guiando a la verdad total (Jn 16, 13).

La Trinidad nos debe hacer cada vez más conscientes de la condición comunitaria de cada persona, de la

obligación que todos tenemos de ser solidarios con la familia humana universal. Cada hombre, como Dios

mismo, no es un ser individualista, sino un ser comunitario, un miembro de la humanidad, que debe vivir

responsablemente como tal. Bastaría con ser conscientes de la radical imposibilidad que tenemos de hacer

algo solos, para decidirnos a dar un paso decisivo hacia la verdadera vida que Dios quiere para todos.

Preguntémonos: ¿cuántas personas colaboran para que podamos comer cada día, vestir, divertirnos,

estudiar...? ¿Alguien nació solo?... Si estamos creados para vivir juntos, para compartir, para apoyarnos...

¿por qué nos empeñamos en vivir para nosotros mismos? Las tres Personas divinas están íntimamente

relacionadas con el proceso liberador-salvador del hombre como individuo y como comunidad. Dios es

Amor que se realiza en la comunicación plena entre el Padre y el Hijo y el Espíritu; comunión tan total

que les hace ser Uno. Hemos sido creados a imagen de esta comunidad de amor, llamados a vivir en

comunión con ella.

Enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. La fe es un don al que hay que permanecer fieles.

Los cristianos tenemos que vivir en permanente recuerdo-presencia de la persona, palabras y acciones de

Jesús. Su Espíritu nos ha sido dado para ello. Jesús es origen, camino y meta de toda nuestra vida. La

vitalidad de la Iglesia, de cada comunidad y de cada cristiano, será proporcional a la fidelidad con que

escuchemos la voz del Espíritu y la sigamos. Voz que quiere llevarnos siempre a Jesús, para que,

reencontrándonos a nosotros mismos mediante la contemplación amorosa del Hijo, la meditación atenta y

asidua de su palabra y la encarnación arriesgada de su mensaje, nos renovemos incesantemente.

Jesús no encarga a sus discípulos únicamente que enseñen doctrina, sino que animen a practicarla.

Deben enseñar su mensaje completo, a través de sus propias vidas, de su propia fidelidad a las palabras de

Jesús. Es la vida de las comunidades cristianas la escuela donde se inicien los nuevos creyentes. Deben

enseñar sabiendo que no son maestros, sino discípulos del único Maestro; que no enseñan algo propio. Su

enseñanza debe tener la fidelidad y la dependencia más absolutas de la enseñanza de Jesús. Nace de una

‘escucha’.

PRESENCIA DE JESÚS EN LOS SUYOS

Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Son las últimas palabras del evangelio

de Mateo. La ausencia física de Jesús ayudó a los discípulos a recapacitar y a darse cuenta de la gran

promesa-realidad que les había ofrecido. Antes lo tenían junto a ellos, ahora lo tienen ‘dentro’. En su

misión en el mundo, no van a estar solos. Jesús les acompañará constantemente; estará presente en sus

verdaderos seguidores de todos los tiempos y lugares, a través del Espíritu que ha penetrado en sus

corazones. Porque es el Señor, porque está vivo, porque está más allá del espacio y del tiempo, podemos

153

experimentar su presencia en todas las épocas y lugares. Una presencia que apunta hacia la plenitud

escatológica.

Debemos superar su ausencia física, creyendo que sigue vivo entre nosotros cuando nos reunimos para la

fracción del pan, cuando vivimos su amor y anunciamos al mundo su mensaje de vida para siempre. Nos

convenía que se marchara físicamente (Jn 16, 7), para que pudiéramos encontrar su presencia por todos

los rincones del mundo.

El cristianismo surgió como anuncio y celebración de la alegría de una presencia: la de Jesús resucitado;

porque Jesús resucitado no vive entre nosotros sólo a través de su recuerdo histórico y de su mensaje

liberador. Está presente en medio del mundo con una vida que supera totalmente las limitaciones

humanas.

Jesús resucitado está presente y activo en todas aquellas personas de buena voluntad que llevan su causa

adelante, independientemente de su ideología y religión. En toda persona que busca el bien, el amor, la

libertad, la justicia y la paz para todos, podemos decir que el Resucitado está presente porque su causa,

que es la causa de los pobres y marginados de todo tipo, está siendo llevada adelante, aun cuando no haga

referencia explícita a su persona. Está presente de forma cualificada en los creyentes que intentan

comportarse en su vida como Jesús, en los que participan de su actitud y de su Espíritu.

La resurrección de Jesús es la total y exhaustiva realización de la realidad humana en sus relaciones con

Dios, con los otros, con uno mismo y con el cosmos. Con su resurrección, Jesús no dejó este mundo, sino

que lo penetró en profundidad y ahora está presente en toda la realidad. Esta profundidad es la dimensión

espiritual del ser humano.

El creyente cristiano vive de esta presencia, y contempla toda la realidad penetrada por la resurrección de

Jesús; manifestación de la meta hacia la que caminamos todos humanos y toda la creación. En Jesús

resucitado descubrimos el destino final del hombre y de la materia. Él es la meta anticipada, el resultado

de un largo proceso de evolución cósmica. El plan de Dios sobre toda la creación se torna transparente y

comprensible a la luz de su acabamiento. La resurrección hace patente lo que estaba latente, mostró el

final de los caminos de Dios, y manifestó en plenitud la acción del Espíritu iniciada en la creación del

cosmos.

NADA SUCEDE AL AZAR

“Habló Moisés al pueblo y dijo: -Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día

en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás desde un extremo al otro del cielo palabra tan grande como ésta?, ¿se oyó cosa semejante?, ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?, ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto?

Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos, después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor tu Dios te da para siempre.”

(Dt 4, 32-34. 39-40)

154

El antiguo Testamento enseñó la unidad y la unicidad de Dios. El monoteísmo es uno de los distintivos

del pueblo de Israel. El pueblo judío llegó a este conocimiento no por los caminos del razonamiento, sino

a través de su propia historia: liberación de la esclavitud de Egipto, revelación del Sinaí... En todo, el

pueblo experimentaba la unicidad de Dios. Sólo a la luz del nuevo Testamento, algunos textos se

interpretaron como referidos a la Trinidad, como el empleo del plural en la creación del primer hombre

(Gén 1, 26).

Dios creó al hombre sobre la tierra. Necesitamos oír la voz del Dios vivo como explicación y respuesta

a la propia existencia: por qué hemos venido al mundo, qué hacemos aquí y cuál es el objetivo de la

existencia; el porqué del dolor, de la enfermedad y de la muerte; hacia dónde caminamos...

La Biblia no trata de respondernos a las preguntas de quién es Dios y cómo es. No es un estudio sobre

Dios. El pueblo hebreo supo descubrir las huellas de Dios a través de su propia historia, con sus

momentos de gloria y de amargura. Llega a Dios por el camino de la experiencia, como Alguien que toma

la iniciativa y que libera. Un Dios que se acerca y actúa salvando-liberando al pueblo de toda esclavitud.

Dios se les revela como un Dios vivo, capaz de entablar un diálogo con ellos. Escucharlo les hace

capaces de interpretar su propia vida desde una perspectiva distinta. Aprenden que nada sucede al azar, ni

es fruto de la suerte o del destino o del horóscopo, sino que cada paso que daban en la vida tenía un

porqué y llevaba a una meta, casi siempre oscura, pero una meta que daba sentido a todo el ‘camino’.

Guarda los preceptos y los mandamientos... para que seas feliz. Si somos imagen y semejanza de

Dios, el único camino que tenemos para construirnos como personas es seguir los mandatos de Dios,

impresos en lo más profundo de nuestros corazones (Ez 36, 26-27). Son el camino de la felicidad.

¡Cuándo descubriremos que el no seguirlos nos están acarreando grandes sinsabores y vacíos en la vida!

HIJOS Y HEREDEROS DE DIOS

“Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre) Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados.”

(Rom 8, 14-17)

El Espíritu de Dios es libertad y libera. Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos

de Dios. Y poseedores de la mejor herencia: la herencia de Dios. ¿Cómo no agradecer y saltar de alegría

por ser hijos de Dios y también herederos?, ¿qué el mismo Dios habite en nuestros corazones por medio

de su Espíritu?

Por el bautismo somos por adopción lo que Jesucristo es por naturaleza: hijos de Dios. Esto nos lleva a

vivir la vida íntima –trinitaria- de Dios, abiertos a un futuro de plenitud: heredar los bienes del Padre.

El creyente no ignora la importancia de la ciencia, ni de la política honrada, ni la necesidad de los bienes

materiales para la vida... pero siente que su vida vale infinitamente más que todo eso; que todo eso tiene

en el fondo una gran fragilidad. Para el hombre de fe nada aporta más alegría y confianza que saberse hijo

de un Dios que nos ama más allá de la muerte.

En Cristo, la herencia del reino de Dios y de la vida eterna y definitiva es ofrecida a todos los hombres, a

los que el Padre llama también a ser sus hijos.

155

DOMINGO DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

EL SACRAMENTO DEL AMOR

A LAS PUERTAS DE LA MUERTE

“El primer día de los ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:

-¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? Él envió a dos discípulos, diciéndoles: -Id a la ciudad, encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua:

seguidlo, y en la casa en que entre decidle al dueño: ‘El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?

Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arregladla con divanes. Preparadnos allí la cena.

Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:

-Tomad, esto es mi cuerpo. Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: -Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que

ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.

Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.” (Mc 14, 12-16. 22-26)

Celebramos el domingo del ‘Corpus’, fiesta que nos presenta el amor sin límites de Jesús, su entrega a la

muerte a causa de ese amor y sus sentimientos más íntimos.

Jesús, como todos los mortales, tenía que poner fin a su obra. Llevaban juntos unos tres años; los

discípulos habían sido testigos de su predicación y de su vida... pero no habían comprendido demasiado.

Cuántas veces se preguntaría: ¿qué será de éstos cuando queden solos? A estas alturas, el clima de

amistad entre ellos era grande; se querían de verdad. Juntos habían buscado al Padre y juntos se estaban

dejando llenar de él. Jesús sabía, y los discípulos iban sabiendo, que la comunión con el Padre era

inseparable de la común-unión entre ellos. El cuerpo y la sangre del Maestro van a ser el signo de un

amor que se entrega hasta dar la vida, de un amor que se queda para siempre entre los suyos. ¡Qué

distinto al ambiente que se respira en nuestras celebraciones eucarísticas!

Para los judíos, comer juntos significaba participar de las mismas ilusiones y sentimientos, expresaba el

deseo de compartir la existencia.

Con la eucaristía, Jesús establece la nueva y definitiva alianza, que tendrá su plenitud en el reino de Dios.

Con ella, va a hacer posible la liberación total y para siempre de toda la humanidad.

Cuando participamos en la eucaristía, comulgando el cuerpo de Cristo, nos unimos a él, nos llenamos de

su libertad y de su vida y anticipamos el encuentro definitivo con el Dios trinitario.

Pero... los hombres tendemos a quedarnos en la letra y en la superficie de las cosas, de los

acontecimientos y de las personas. Por eso, nuestras celebraciones eucarísticas y comuniones no se notan

en nuestra vida. Hemos hecho del sacramento primordial algo irrelevante a nivel existencial. Misas para

celebraciones sociales, políticas... Simples ritos y celebraciones para el consumismo. Comer el cuerpo de

Cristo sin ‘entrega’ no aprovecha. Comulgar nos obliga a ser capaces de compartir, a trabajar por la

libertad y la justicia para todos.

156

Comulgar con Cristo implica irse transformando en ‘otro Cristo’; porque la comunión lleva consigo una

carga de amor infinito, que puede transformar toda nuestra vida. La comunión es el alimento para hacer

posible las entregas más generosas. Pero, para ello, tenemos que tener ‘hambre y sed’ de esta vida que es

Jesús.

LOS DISCÍPULOS PREPARAN LA CENA

Los evangelios sinópticos sitúan la preparación de la última cena en el primer día de los ázimos,

cuando se sacrificaba el cordero pascual. Todo el pasaje tiene el objetivo de precisarnos que Jesús

prepara su pascua -paso-. Una pascua que se inserta en la hebrea, pero que cobra un significado y un

contenido totalmente diverso. De hecho el cordero, que constituye el centro de la cena judía, no aparece

por ningún lado.

La preparación y el adorno de la mesa, el vino y el cordero caracterizaban a la cena pascual como un

banquete de alegría. Se celebraba con gozo la salida de Egipto y la consecución de la libertad. Además

de este recuerdo del pasado, la fiesta asumió también un carácter de esperanza: anticipación de la

liberación escatológica, dimensión que era muy viva en tiempos de Jesús. De esta forma, la cena

presentaba un doble aspecto: uno dirigido al pasado y otro al futuro. Pero esta dimensión escatológica

quedaba fácilmente contaminada por las ambiguas esperanzas mesiánicas del pueblo.

Y es aquí precisamente, una vez más, donde Jesús presentará su novedad, anticipando y significando el

futuro liberador en una cena que marcará su camino mesiánico: la entrega de su vida en la cruz por

fidelidad al hombre y a Dios.

La fiesta, con su consiguiente banquete, sólo podía celebrarse dentro de las murallas de Jerusalén. Todos

sus habitantes, de acuerdo con sus posibilidades, se creían en el deber de dar hospedaje a los peregrinos

para la cena pascual. Los jerosolimitanos estaban orgullosos de que jamás ningún forastero había dejado

de encontrar hospitalidad en esa noche. La hospitalidad era gratuita, pero la costumbre había establecido

que los peregrinos les dejasen, como compensación, la piel del cordero pascual inmolado.

En Mateo y Marcos son los discípulos los que preguntan a Jesús dónde quiere que preparen la cena de

Pascua. En Lucas es el Maestro el que toma la iniciativa.

La respuesta de Jesús en Mateo es escueta. Los otros dos nos narran la escena de una forma muy

semejante al envío en busca del pollino en su entrada mesiánica en Jerusalén.

En la forma de escoger el lugar para celebrar la cena, se observa una manera velada de decir que se

trataba de un lugar clandestino, resguardado de posibles visitas de los guardias del templo, ya que se le

buscaba para matarlo (Jn 11, 53-54).

No sabemos el lugar de la última cena. La sala que hoy se muestra es de la época de las cruzadas.

También son meras suposiciones el identificar este lugar con el local en que se reunió después la

comunidad cristiana de Jerusalén, y que fuese Marcos el acarreador del agua.

Los dos discípulos lo encuentran todo como les había dicho Jesús, y preparan la mesa con todo lo

necesario para la cena: el cordero pascual, que era sacrificado en el templo en la tarde del 14 de Nisán y

asado a la brasa teniendo mucho cuidado en no romperle ningún hueso; panes ázimos, pequeñas tortas de

pan sin fermentar, que recordaban la presteza de la liberación de Egipto, en que no hubo tiempo para que

la masa fermentara (Éx 12, 39); otras carnes para añadir a la posible escasez de cordero; lechugas y

157

hierbas amargas (perifollo o perejil silvestre), en recuerdo de las amarguras pasadas en Egipto; fuentes

con zumos de diversos frutos, que con su color rojizo recordaban el barro que los israelitas tuvieron que

trabajar en Egipto para hacer ladrillos; vino en abundancia para las tres copas rituales, y las lámparas.

LA CENA DE JESÚS

En la cena de despedida dirige Jesús una mirada retrospectiva a su vida. Experimenta cómo toda su

actividad ha estado acompañada por la incomprensión de sus discípulos, la incredulidad y el equívoco del

pueblo sencillo, el odio y la persecución de los dirigentes religiosos y de los poderosos. Muy pocos han

sido los que han ido asimilando parte de sus enseñanzas, los que han acertado con la verdadera dirección

de su doctrina. Ahora le aguarda la reprobación oficial y la condena a muerte.

¿Por qué la causa de Dios no se acredita con poder, sino con impotencia? ¿Por qué su reino se manifiesta

en el desvalimiento del que sufre, es perseguido y crucificado? ¿No es escándalo para sus seguidores y

origen de la deserción del pueblo?

Ahora es posible que no nos escandalicemos, pero ¿porque nos estamos engañando con un mensaje y una

religión distintos a los de Jesús?

La acción eucarística tiene lugar mientras comen: Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo

partió y se lo dio diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo.

El que fuera pan ázimo fue algo accidental en la práctica de la Iglesia desde el principio.

Si tenemos en cuenta lo que va a suceder en su pasión y muerte, la expresión ‘esto es mi cuerpo’ podría

completarse así: este es mi cuerpo entregado, traicionado, golpeado, hecho objeto de burlas y ultrajes.

Comulgar con ese cuerpo, significa para nosotros asumir todo lo que ese cuerpo ha vivido y vive,

incluida la resurrección.

Ésta es mi sangre... derramada por todos. Toda la vida de Jesús está puesta bajo el signo de la

comunión y de la solidaridad con todos los hombres.

Jesús hace una clara referencia al rito de Moisés, a la vez que anuncia una nueva alianza y, en

consecuencia, el nacimiento de una nueva comunidad. La alianza del Sinaí creaba una comunión de vida

entre Dios e Israel. Los que sellaban una alianza se convertían, en cierto modo, en una comunidad.

‘Derramada’ nos recuerda al Siervo de Yahvé que entrega su vida (Is 53).

Invita a todos a beber de la copa, lo que significa asimilarse a su muerte, asociarse a su destino,

posibilitar un encuentro nuevo entre Dios y los hombres y entre los mismos hombres, completar el

seguimiento.

En adelante, ya no será la sangre simbólica de los animales sacrificados la que una a los miembros de

esta comunidad renovada, sino la realidad expresada por la sangre derramada por todos: el amor fiel hasta

la muerte.

No volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios. Es la

concepción escatológica del reino, símbolo del nuevo orden que regirá después de la muerte. Porque

existe un más allá de la cruz. Su vida pasará por la muerte, pero no terminará en ella. La angustia del

presente queda superada por la certeza de la resurrección. La muerte no será la última palabra; será el

158

paso a la comunión definitiva con Dios y con los hermanos. Con esta perspectiva, la cena del Señor sólo

puede celebrarse con alegría (He 2, 46).

‘YO SERÉ SU DIOS Y ELLOS SERÁN MI PUEBLO’

“En aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una.

-Haremos todo lo que dice el Señor. Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y

edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos y vacas, como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió:

-Haremos todo lo que manda el Señor y le obedeceremos. Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: -Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos

estos mandatos.” (Éx 24, 3-8)

En el antiguo Testamento la palabra alianza hace referencia a un acuerdo entre dos partes desiguales,

según el modelo de los pactos de vasallaje: el poderoso promete su protección al débil, a condición de que

éste se comprometa a servirle bajo la mirada de Yahvé.

El significado básico de alianza se resume: ‘Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo’ (Jer 31, 33).

Las alianzas hechas por Dios con Noé, con el ‘arco iris’ como signo (Gén 9, 9. 13), con Abrahán cuya

señal fue la ‘circuncisión’ de los varones (Gén 15, 18; 17, 7; 17, 10), con Moisés en el Sinaí con la ‘ley’

como símbolo (primera lectura)... fueron irrevocables, eternas, porque la fidelidad de Dios no puede

depender de las infidelidades humanas. Jesús de Nazaret la realizó en su persona (segunda lectura) y los

‘sacramentos’ de la Iglesia son sus signos (Lc 22, 20).

La primera lectura describe sobriamente la conclusión de la alianza del Sinaí, cuyos preparativos habían

comenzado en Éxodo 19. Esta alianza señala el nacimiento del pueblo hebreo como heredad de Dios. La

nueva alianza (evangelio) da origen al nuevo pueblo, a la Iglesia. Estas dos alianzas marcan dos

momentos cumbres en la historia de la salvación e incluyen todas las demás.

La lectura comienza con la proclamación de la ley y su ratificación por parte del pueblo, continúa con la

ofrenda de sacrificios para sellar la alianza y finaliza con la aspersión al pueblo con la sangre de los

holocaustos.

Esta alianza encuentra su expresión plástica en los ritos que la acompañan: el sacrificio de comunión (v

5) y el rito de la sangre (vv 6-8).

El sacrificio de comunión, o pacífico, evoca el restablecimiento de las relaciones amistosas entre Dios y

su pueblo, rotas por el pecado del pueblo. El rito de la sangre acentúa aún más esta comunión. Se ponen

en común dos vidas. La vida está en la sangre. Moisés une la vida de Yahvé y la vida del pueblo al

esparcir la sangre de las víctimas sobre el altar y sobre el pueblo.

Por esta alianza, Yahvé se hace el Dios de Israel, e Israel se convierte en el pueblo del Señor. Además, la

alianza crea lazos de solidaridad mutua entre los distintos clanes y familias hebreas. Porque la alianza es

parte de la vida misma. La iniciativa ha sido de Dios, que ha sacado a los hebreos de Egipto para hacer de

ellos su pueblo.

159

Como todas las realidades del antiguo Testamento, la alianza del Sinaí llevaba en sí misma la marca de

la limitación. De ahí que los profetas hablen de una nueva alianza (Jer 31, 31-34; Ez 36, 24-29), que será

sellada por la sangre de Cristo (evangelio).

TEMPLO, SUMO SACERDOTE Y VÍCTIMA

“Cristo ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes definitivos. Su templo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado.

No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna.

Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen el poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo.

Por eso él es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa d la herencia eterna.”

(Heb 9, 11-15)

Todo lo antiguo es figura de la alianza nueva .Lo que en Moisés fue anuncio, en Jesús será plenitud.

La carta a los Hebreos presenta la nueva alianza, sellada con la sangre de Cristo.

Cristo es el Sumo Sacerdote, el templo nuevo, el ‘Cordero inmolado’ que hará innecesarios los

sacrificios de animales, cuya sangre derramada era signo de la sangre de la Cruz.

Cristo es el ‘Pontífice’, el puente, que une para siempre a Dios y al hombre, porque pertenece a ambos.

El capítulo 9 de la carta a los Hebreos, centro y síntesis doctrinal de toda ella, afirma la superioridad del

sacerdocio de Cristo sobre todas las demás formas de sacerdocio. Proclama a Cristo Sumo Sacerdote de

los bienes definitivos (v 11).

Yahvé había ido preparando progresivamente a su pueblo para que pasara de los sacrificios cruentos a la

entrega de la propia persona, inaugurado por Cristo.

Al principio, los judíos ofrecían holocaustos, diezmos y primicias de sus bienes (Lev 2; Dt 26, 1-11).

Eran ofrendas propias de ricos, que no comprometían en absoluto sus vidas en ellas: el donante aportaba

la víctima y el sacerdote la sacrificaba siguiendo las rúbricas marcadas. Todo ello estaba lejos del

sacrificio ideal en el que el sacerdote y la víctima fueran la misma persona.

Los profetas siempre se opusieron a estos sacrificios sin compromiso personal, pero sin resultados. Será

necesario que se produzca el exilio para que el pueblo avance en compromiso personal, en humildad y

pobreza, que serán lo esencial del sacrificio del futuro (Is 53, 1-10).

Cristo personifica este último, con su obediencia y su pobreza. Sacrificio interno y sacrificio externo

serán uno mismo en él.

En la antigua alianza, el templo era el lugar del encuentro de Yahvé con su pueblo. En la nueva alianza el

templo es ya la persona de Jesús (v 11).

En el antiguo Testamento, la eficacia de los ritos de sangre estaba limitada a la que Yahvé le concediera

(vv 12-13). La sangre de Cristo es eficaz por sí misma: se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha

(v 14), con una eficacia eterna (v 15), que se extiende a lo más íntimo de todos los creyentes. La sangre

de Cristo nos lleva al culto del Dios vivo (v 14) porque expresa los sentimientos de Jesús e implica

nuestro compromiso con él y la participación en la herencia eterna (v 15).

160

El sacrificio del cristiano se inscribe en la línea del sacrificio de Cristo: en una vida de obediencia y amor

como la suya.

Estos son los elementos que constituyen la nueva alianza: un nuevo templo: el Cuerpo del Señor; una

nueva sangre, que perdona los pecados y nos compromete a todos y cada uno de los creyentes a seguirle

en la vida de cada día.

Esta nueva economía comienza con la resurrección de Jesucristo. Por eso, su redención es eterna y

perfecta.

161

SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO

LOS PRIMEROS DISCÍPULOS DE JESÚS

LA VOCACIÓN NO NACE EN LAS NUBES

Comenzamos el tiempo ordinario, en su ciclo B.

En el evangelio, Juan y Andrés descubren al Mesías y le siguen. Inmediatamente después se lo

comunican a otros.

La primera lectura –elegida siempre en función del evangelio, al que trata de clarificar de alguna

manera- nos relata el comienzo de la vocación de Samuel, en la noche, entre sueños.

En tiempos de Samuel había pocas llamadas, pocas vocaciones. No sabemos si era porque Dios no

llamaba o porque el pueblo no estaba en disposición de escuchar. Ahora sucede algo parecido: nos

quejamos de la falta de vocaciones al ministerio y nos preguntamos: ¿es que Dios no llama o es que

nosotros no escuchamos o no respondemos? ¿O será que no atrae la llamada a un sacerdocio que se limita

a un ‘funcionarato’ eclesial –sacramentalizar y mantener unos horarios de culto-? Sea lo que sea, cuesta

decir ‘sí’ a Dios, porque exige renunciar a otros proyectos y estilos de vida, romper lazos entrañables.

Nos cuesta ponernos en las manos de Dios, dedicar la vida a su ‘reino eterno y universal: el reino de la

verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz’ para todos

(prefacio de la misa de Cristo Rey)

En las dos lecturas se encierra todo un proceso vocacional. Vemos cómo contribuyen a su nacimiento las

relaciones humanas: la amistad, el mismo ideal en torno al Bautista y a Elí...

La vocación no es un llamamiento deshumanizado; se clarifica en las relaciones humanas más naturales y

ordinarias. Y, sin embargo, es llamada de Dios y de su Cristo. Por muy arraigada que esté en lo humano,

la vocación es iniciativa de Dios; es, a la vez, llamamiento divino y atractivo humano.

La vocación no nace en las nubes. El contexto humano la favorece o dificulta. Se necesita a alguien –Elí,

Juan Bautista- que ayude a entender, a profundizar, a discernir e interpretar; alguien que ayude a tomar la

verdadera dirección... mientras Jesús ‘pasa’.

Después el guía, el testigo, debe desaparecer. Hecho el contacto, no debe interferir. Elí y Juan Bautista

tienen la tarea de hacer salir al discípulo de la pasividad, de la costumbre, de abrirle otros horizontes...

para que afronte la aventura de una fe consciente y libre; que transforme la fe, dada por supuesta, en

decisión personal, en búsqueda, en creatividad, en compromiso; que le haga aceptar un acontecimiento

único, irrepetible, una experiencia vital, un entregarse totalmente, no a una idea, o a un sistema moral, o a

una doctrina, o a una religión, sino a Alguien.

La vocación puede notarse en las propias vivencias: ¿no hemos sentido alguna vez que ‘Alguien’ dirige

los hilos de nuestra vida? Detalles pequeños, quizá fortuitos, pero que van encajando maravillosamente en

¿nuestros? proyectos de vida. Son como ‘destellos’ con los que el Padre autentifica su llamada. Y

pensamos y sentimos -¿experimentamos?- que Dios, efectivamente, pensó nuestra vida desde toda la

eternidad (Ef 1, 3-6)

El fenómeno de la vocación sigue siendo un misterio que hay que respetar, y frente al que nuestras

palabras aparecen más ridículas cuanto más persistentes. La vocación es el misterio de la llamada de Dios

bajo el signo de la gratuidad y de la libertad; y el misterio de una respuesta bajo el signo de la libertad.

162

Siempre tiene cabida en ella la mediación humana, manifestando la belleza de un ideal a través del

testimonio de la propia experiencia.

Es una gracia, una suerte inmensa, que el Señor nos llame. Quiere decir que se ha fijado en nosotros, que

contamos para él.

Toda vocación es una llamada al amor, a sentirse persona y a vivir como tal, a vivir desde y para el amor,

como imágenes de la Trinidad que somos.

LA VOCACIÓN ES SEGUIMIENTO Y AMISTAD

“Estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: -Éste es el cordero de Dios. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al

ver que lo seguían, les preguntó: -¿Qué buscáis? Ellos le contestaron: -Rabí, (que significa Maestro), ¿dónde vives? Él les dijo: -Venid y lo veréis. Entonces fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día; serían las

cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y

siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: -Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo) Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: -Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro)”

(Jn 1, 35-42)

El evangelio nos habla de la vocación al ministerio profético-sacerdotal –nunca al ‘funcionarato’- de dos

discípulos de Juan Bautista. El Precursor les invita a que sigan al nuevo Maestro. Éstos escuchan,

preguntan y siguen a Jesús. Y llegan al convencimiento de que es el Mesías esperado, el Cristo. Y

enseguida tratarán de comunicar su descubrimiento a otros.

Seguir indica toda la entrega personal que Jesús pide a sus discípulos; indica el deseo de vivir con él y

como él, adoptar sus objetivos y colaborar con su misión; significa caminar juntos con otro que señala el

camino. Expresa la respuesta de los dos discípulos a la declaración del Bautista: han encontrado lo que

esperaban, y, sin vacilar, se van con él.

‘Ir hacia Jesús’ será uno de los términos preferidos por el evangelista Juan para describir la fe en Jesús.

La vocación de Andrés y de Juan tuvo lugar en circunstancias muy distintas a las de Samuel. Aquí no

fue una palabra misteriosa y nocturna, sino una palabra cercana, viva, hecha amistad y convivencia, a dos

hombres que llevaban ya un tiempo buscando y ya seguían al Bautista.

¿Qué buscáis? Son las primeras palabras de Jesús en este evangelio. Pregunta que es el primer

interrogante que debe plantearse todo aquel que quiera conocer y seguir a Jesús. ¿Qué buscamos en la

vida? Su pregunta es válida para los hombres de todas las épocas y lugares.

Rabí, ¿dónde vives? Expresa el deseo y la necesidad del ser humano de estar con Dios, de buscar una

plenitud. Encuentra su respuesta en la invitación de Jesús: Venid y lo veréis.

No importa lo que se sepa sobre Jesús. Lo decisivo es el encuentro personal con él. Encuentro que

transforma a la persona desde dentro. Encuentro que hace consciente del comienzo de una nueva etapa en

la vida.

163

Y se quedaron con él aquel día. Jesús les ayudará a profundizar en aquello que andan buscando.

Comprobaron que lo que les había dicho su anterior maestro era verdad, respondía a la realidad. Lo

reconocieron como el Mesías, el que responde a todos los verdaderos anhelos de la humanidad.

Dios llama porque ama. Cuando nos hacemos conscientes de esto, ya no importa lo que se diga o lo que

se pida. Lo que importa es que Dios se ha fijado en nosotros y nos habla en lo más profundo de nuestro

ser.

Fue una experiencia única que transformó sus vidas. Recordarán hasta la hora de aquel encuentro

inolvidable. Ya nada será como antes. Jesús les enseña más por lo que es y por lo que vive, que por lo que

dice. Iniciaron una amistad que iría desarrollándose a lo largo de los más de tres años de convivencia. En

ellos aprendieron muchas más cosas de Jesús. Nunca acabarían de aprender. El Espíritu les fue inspirando

y ellos se dejaban llevar.

Descubrieron que sin Jesús sus vidas ya no tenían sentido, que ya no sabrían qué hacer sin él. Y lo

seguirían hasta el fin, hasta estar dispuestos a dedicar la vida y a darla por su causa.

Serían las cuatro de la tarde. No existe universidad, ni noviciado, ni libro, ni... que puedan sustituir

este encuentro. Podemos pasar toda nuestra vida sobre libros, rezando... pero si faltamos a la cita de ‘las

cuatro de la tarde’, habremos perdido el tiempo. Nos hacemos cristianos conscientes después de un

encuentro como éste, después de tener una experiencia de Jesús semejante a ésta, insólita, única; cuando

experimentemos que ya nada puede ser como antes.

Lo decisivo de la fe es el encuentro y la respuesta a uno que ‘pasa’ por nuestra vida, y que enciende, en

lo más profundo de nuestro ser, un deseo, una nostalgia. No una doctrina, ni una lista de cosas para hacer

o para creer, sino el descubrimiento, la experiencia de Alguien que responde a todos nuestros sueños, a

todos nuestros ideales de plenitud y eternidad, a todas nuestras preguntas decisivas.

Ahora, Jesús sigue pasando junto a nosotros, pero no se nos impone. Nos puede llamar en cualquier

momento y a cualquier edad: de niño, de joven, de adulto. Y pueden venir –vendrán- otras llamadas a dar

pasos adelante en su seguimiento... Pero solemos vivir distraídos, alienados, aturdidos... que son distintas

formas de ‘dormir. Necesitamos que Dios nos llame y nos despierte, que nos haga levantar...

¿Por qué, entre nosotros, la mayoría de bautizados abandonan el cristianismo al superar la adolescencia?

Con relación a una pregunta semejante a ésta, leí lo siguiente: ‘Cuando un perro persigue a una liebre,

ladra. Al oír ladrar, otros perros se unen a él, pero van desistiendo porque no ven la liebre. Sólo el que ve

a la liebre persevera’. Sólo el que ‘ve’ a Cristo y se ‘enamora’ de él, persevera en el seguimiento.

¿Contagiamos este ‘enamoramiento’? ¿De qué nos quejamos?

Creemos saber mucho sobre Dios... hasta que Dios se nos manifiesta de verdad, hasta que nos interpela

personalmente, hasta que su voz nos despierta del sueño de la costumbre o del ‘oficio’... Damos la

impresión de vivir en el mundo de Dios... mientras él no interviene en nuestras vidas. Nos hacemos la

ilusión de que conocemos a Dios porque hablamos de él... hasta que él nos habla...

LA VOCACIÓN, EXPERIENCIA QUE SE COMUNICA

Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los que oyeron a Juan y siguieron a Jesús. Escuchar

de verdad al Bautista llevaba necesariamente a Jesús, a no separarse de él. La experiencia de Andrés, en

164

su encuentro con Jesús, le lleva inmediatamente a darlo a conocer a su hermano, que se encontraba en

aquellos parajes, atraído por el movimiento suscitado por Juan. También buscaba algo.

Hemos encontrado al Mesías. Los dos primeros que se encontraron con Jesús le han dado un trato de

cortesía: ‘Rabí’. Pero Andrés dice ya a su hermano que aquel Maestro es el Mesías. En pocas líneas se ha

descrito el proceso de fe que siguieron estos dos discípulos, y que es fruto de haberse quedado con Jesús,

de haber querido entender. Andrés le habla en plural. Y es que la experiencia del Mesías es comunitaria.

Aunque parece que no le han encontrado del todo, si tenemos en cuenta sus reacciones posteriores.

Entre las muchas dificultades que se acumulan a la hora de dar una respuesta a vivir unos ideales, una

llamada a la fe, una vocación, están los obstáculos de un atractivo que no se ve, de un contagio que no se

da, de unos ideales que no se notan, de una comunicación que parece la repetición de una historia de otros

tiempos, en lugar de presentarse como noticia de verdadera actualidad, que es lo que significa en realidad

la palabra Evangelio: Buena Noticia.

Nuestra postura, nuestra mentalidad, nuestra vida, pueden ser causa de un atractivo o de una repugnancia.

Si dejan en la indiferencia, es claro que repugnan.

Debemos reflexionar: ¿nuestro modo de vivir la fe en Jesús será capaz de provocar en alguien el deseo de

ser como nosotros? ¿Presentamos algo ilusionante a los demás? Nuestra fe o es un virus o una vacuna; o

contagia o inmuniza; o se propaga o provoca la repugnancia y la indiferencia.

Jesús se le quedó mirando. Le miró como persona concreta, con una mirada que comprende y ama, que

espera y transforma, que comunica una tarea a realizar. Una mirada que cambiará para siempre el sentido

de su vida. Una mirada que significa todo lo que Jesús esperaba de aquel sencillo pescador.

TODA VOCACIÓN ES CUESTIÓN DE AMOR

“Samuel estaba acostado en el templo, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel y él respondió:

-Aquí estoy. Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: -Aquí estoy; vengo porque me has llamado. Respondió Elí: -No te he llamado; vuelve a acostarte. Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a Samuel. Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: -Aquí estoy; vengo porque me has llamado. Respondió Elí: -No te he llamado; vuelve a acostarte. Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del

Señor. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel y él se fue a donde estaba Elí y le dijo: -Aquí estoy; vengo porque me has llamado. Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho y dijo a Samuel: -Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde:’Habla, Señor, que tu siervo

te escucha’. Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes: -¡Samuel, Samuel! Él respondió: -Habla, Señor, que tu siervo te escucha. Samuel crecía, Dios estaba con él, y ninguna de sus palabras dejó de

cumplirse.” (1 Sam 3, 3-10. 19)

165

Samuel, que nace hacia el año 1070 a. C., es el primer profeta de Israel. La Palabra lo buscó y lo

encontró receptivo, abierto a ella, vigilante en medio del sueño de la noche. Por eso pudo ser su

mensajero. El encuentro con la palabra del Señor fue posible gracias a esa buena disposición suya y a la

indicación del anciano Elí.

La lectura, lo mismo que la del evangelio, al no darnos el contenido de la revelación, nos muestra que la

intención de ambas está centrada en la buena disposición de los ‘llamados’

El Señor llamó a Samuel cuando dormía. Llamada que le sacó del sueño y le puso en pie. Y corre en

busca de Elí, porque ¿qué ‘voz’ tiene Dios? Una voz siempre inesperada, discreta, susurrante, oscura, que

nunca sabremos cómo se ha despertado en nosotros y que provoca una nostalgia en el corazón.

¿Cómo iba a imaginar Samuel que Dios le hablaba a él, que era un niño? Preguntará al sacerdote Elí

hasta tres veces. Elí entendió y supo aconsejar.

Comprendemos las dudas de Samuel. Las llamadas de Dios, todas sus palabras, nunca son tan claras que

no necesiten ser interpretadas. Necesitamos oración y discernimiento, paciencia y consejo. Casi nunca se

ve claro y tenemos que arriesgar, sabiendo que podemos equivocarnos. Pero la peor equivocación es

siempre no decidirse por nada.

Preguntémonos: ¿Qué estamos dispuestos a hacer? Jesús nos ofrecerá su amistad, nos pedirá que nos

acerquemos a él y le conozcamos mejor. Que seamos testigos de su amor, porque toda vocación es

cuestión de amor.

LA FALTA DE AMOR DESVIRTÚA LA SEXUALIDAD

“Hermanos: El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor; y el Señor para el cuerpo.

Dios, con su poder, resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor es un espíritu con él. Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre, queda fuera

de su cuerpo. Pero el que fornica peca en su propio cuerpo. ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios.

No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros.

Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!” (1 Cor 6, 13-20)

La segunda lectura nos trae una importante enseñanza sobre el tema de la sexualidad, tan manipulado en

nuestra sociedad del mínimo esfuerzo.

Los corintios participaban de la concepción griega del ser humano, dividido en cuerpo y espíritu,

despreciando al primero al que no tenían en cuenta para la salvación. De esta forma, cuerpo y espíritu

podían seguir caminos distintos, incluso opuestos.

Para Pablo, la persona en su totalidad ha sido redimida por Cristo. Es el ser humano completo –cuerpo y

espíritu- el llamado a resucitar con él. Y esta unión a Cristo de toda la persona, debe inspirar el

comportamiento del cristiano en todo momento y en todos los campos de su comportamiento; también en

el uso de la sexualidad.

Por el bautismo, el creyente se unió al Señor hasta formar un espíritu con él. Por la fornicación se rompe

esta unión con el Señor, puesto que quien fornica se une a otra persona.

166

La unión de los creyentes con Cristo es fruto de la Alianza sellada con la sangre del Hijo. De esta forma,

a través de toda la persona del cristiano, debe experimentarse la presencia del Dios que vive en él. Es

decir, Dios debe ser conocido por medio de la persona –cuerpo y espíritu- de cada uno de los creyentes.

No podemos convertir el sexo en un absoluto, porque degradaría a la persona, la esclavizaría. El sexo no

es un fin, sino un medio. Es un valor si se deja animar por el amor. ¡Cuánto necesita nuestra sociedad

entenderlo!

Para el cristiano, el cuerpo no es sólo algo nuestro: es templo del Espíritu Santo y debemos dar gloria a

Dios también con él.

La fornicación es un capítulo más de los muchos que ocasiona la explotación del hombre por el hombre;

una consecuencia más del ‘pecado del mundo’ que Jesús de Nazaret vino a ‘quitar’ (Jn 1, 29)

167

DOMINGO TERCERO ORDINARIO

CONVERSIÓN Y SEGUIMIENTO

¿QUÉ SOCIEDAD ESTAMOS CONSTRUYENDO?

Hace unos años, la Organización Mundial de la Salud (OMS) comunicaba que, en los países que se dicen

civilizados, unos tres millones de personas intentaban suicidarse cada año. Y no por hambre o por frío...,

sino por saturación, por hastío. Personas que no carecen de nada material, pero a las que les falta todo lo

demás. Bien alimentados, que han recibido de todo y han probado todo, y quieren matarse. Los abortos en

las sociedades opulentas son ya incontables, lo mismo que los divorcios y separaciones matrimoniales.

Las cárceles están cada vez más llenas de gente marginada. Las drogas, el alcohol y el ‘todo vale si me

gusta’ envenenan altos porcentajes de nuestra juventud... con la complicidad de los dirigentes políticos...

¿Qué sociedad estamos construyendo, si no es capaz de dar alegría a los niños, ni razones para vivir a los

jóvenes y adultos? Alienados por un progreso despersonalizador, que muchas veces no es más que una

máquina de matar ilusiones y vidas, necesitamos abrirnos a la esperanza en el Padre Dios. Una esperanza

que, si es verdadera, nos lleva a la conversión, al cambio radical de la dirección del rumbo de la sociedad

y al nuestro propio. Necesitamos abrirnos al sentido religioso de la vida para superar la oscuridad en que

vivimos y que nos lleva a perder las verdaderas razones para vivir...

Ante esta realidad, los cristianos debemos relativizar todo lo que es provisional, todo aquello que existe

en un mundo que ‘pasa’. Lo cual no significa negarle valor, sino simplemente no darle un valor absoluto.

El cristiano sabe que el único absoluto es el Dios de Jesús, y que no debe despreciar ni idolatrar las cosas

de este mundo, sino usarlas en su justa medida: como medios.

De esta conversión nos hablan hoy la primera lectura y la primera parte del evangelio. También la

segunda nos invita a un cambio de dirección de la vida.

LAS PRIMERAS PALABRAS DE JESÚS

“Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía:

–Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia.”

(Mc 1, 14-15)

Jesús, al comenzar su vida pública, se establece en Cafarnaún, y hace de esta ciudad el centro de su

actividad. Una ciudad en la que la situación religiosa del pueblo era muy precaria. Los destinatarios de

Jesús van a ser de nuevo los que, según nuestra mentalidad, menos van a entender. Y será a través de

estos ‘paganos’ cómo su predicación llegará a todas las naciones.

Marcos sitúa el comienzo de la actividad misionera de Jesús en las orillas del lago de Galilea, y en el

momento de la prisión del Bautista. Y empieza con una llamada a la conversión y con el anuncio de la

llegada de la plenitud de la alianza.

El texto evangélico de hoy consta de dos partes: el programa-anuncio de la actividad que comienza, con

cuatro frases muy breves, y la llamada a los cuatro primeros discípulos, según este evangelio.

El programa-anuncio de Jesús sintetiza toda su predicación: las dos primeras fórmulas se refieren a la

revelación de Dios; las otras dos, a la respuesta que debemos dar nosotros.

168

Son las primeras palabras de Jesús en este evangelio. Jesús, que ha abandonado el desierto, al que se

había dirigido después de su bautismo, se ha dirigido a Galilea a comenzar su misión.

Toda su vida anterior ha sido una larga preparación para este momento único de la historia. Las palabras

de Jesús iban a repetir las de Juan Bautista. Pero serían distintas en el estilo, en el espíritu. Pedirá la

conversión, pero no por miedo sino por convencimiento y por amor. Sus palabras no sonarán a amenaza,

como las de Jonás o del Bautista.

Se ha cumplido el plazo, el tiempo destinado para optar definitivamente por algo que merezca la pena,

el tiempo de las decisiones y los compromisos que marquen una vida llena de contenido, el tiempo de

‘nacer de nuevo’ (Jn 3, 3), el tiempo en el que la alianza llegue a su plenitud. Y, como todo nacimiento,

producirá dolor y desprendimiento y, a la vez, gozo por la nueva vida que anuncia.

Está cerca el Reino de Dios. La gran noticia para todos: Dios llega, Dios está aquí para poner fin a todos

nuestros sufrimientos y limitaciones, para colmar todas nuestras esperanzas, para instaurar el reinado de

la paz y de la justicia, de la libertad y del amor.

Convertíos. Si Dios viene, tenemos que estar preparados para recibirlo. Para ello tenemos que

convertirnos, cambiar el ‘corazón de piedra en corazón de carne’ (Ez 36, 26) Exige el cambio de

dirección en el camino de la vida: de pensamientos, de esquemas sociales y políticos, de oración y de

culto, de celebración de sacramentos, de relaciones de fraternidad...

La conversión no es únicamente problema de ateos o de militantes de otras confesiones religiosas, o de

los que no practican la propia... como tendemos a pensar con frecuencia los cristianos. Fueron los

fariseos, la secta más fiel a sus prácticas religiosas, los que rechazaron a Jesús con más vehemencia.

Todos tenemos necesidad siempre de seguir siendo evangelizados. Cuanto más arriba estemos en la

escala jerárquica de la Iglesia, más riesgo tenemos de cerrarnos a esta conversión constante.

Creed la Buena Noticia. Si la conversión es la ruptura con un modo antiguo de pensar y de obrar,

positivamente supone la aceptación total del Evangelio, de hacer de nuestra vida un seguimiento de Jesús:

que sus ideales, sus actitudes ante cualquier acontecimiento, sus valores... sean los nuestros. Porque el

reino de Dios penetra en nosotros en la medida en que nos vamos abriendo a la Palabra que es Jesús y

poniéndola en práctica. Crece en nosotros como una semilla, en la oscuridad y humildad de nuestra vida,

allí donde va muriendo lo viejo y naciendo lo nuevo: el amor, fruto de la libertad, de la justicia y de la

paz.

Tenemos que creer y vivir que Dios nos ama, que viene a responder a todos nuestros sueños más

verdaderos; que viene a salvarnos-liberarnos enseñándonos a ser fieles a la imagen y semejanza de Dios

que somos.

LLAMADA Y RESPUESTA DE CUATRO PESCADORES

“Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pecadores y estaban echando el copo en el lago.

Jesús les dijo: -Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y le siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan,

que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.”

(Mc 1, 16-20)

169

Termina el evangelio de hoy con la llamada y la respuesta de cuatro pescadores, en las orillas del lago.

Pasando junto al lago... El hecho de ‘pasar’ no indica algo meramente casual: es el paso de Dios por

nuestras vidas humanas.

Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Algunos pescadores del lago escucharon a Jesús.

Los ‘llamados’ no estaban preparados en absoluto. Jesús no busca a los discípulos en un ambiente

religioso, sino allá donde viven la vida de cada día.

Estos pescadores, que escuchan a Jesús, dando un cambio radical a sus vidas, le siguieron. Eso es la

conversión: encontrarse personalmente con Jesús y seguirlo.

Esta llamada complementa la que Juan nos presentaba el pasado domingo. Es normal que Jesús y los

pescadores del lago ya se conocieran, y que los encuentros fueron cada vez más frecuentes. Ahora Jesús

les llama de una forma definitiva: deben dejarlo todo inmediatamente e irse con él; todo lo que había

sido su vida hasta entonces. Parece que no ha sucedido nada relevante... sin embargo, Dios, a través de

Jesús, ha entrado en sus vidas para darles sentido, para abrirlas al ‘más allá’ del Padre del cielo.

Dejaron las redes. Jesús contrapone la pesca de peces a la pesca de hombres. Para ésta, dejan las redes.

A los seres humanos no se les ‘pesca’ con redes, sino respetando plenamente su libertad. Las redes

enredan y atrapan; el mensaje de Jesús salva y libera, abre a la verdadera vida y pide una respuesta libre.

Estos cuatro pescadores se marcharon con él; se dejaron cautivar por Jesús. Es posible que no

entendieran mucho eso de ser ‘pescadores de hombres’, pero Jesús se había ganado su confianza por

encima de todo.

En contraposición con el evangelio de Juan, aquí se destaca la iniciativa de Jesús. Es él que busca, el que

llama. En Juan, parecía que eran ellos los que buscaban, los que, ‘contagiándose’ unos a otros, se iban

acercando a Jesús. Una diferencia aparente, porque siempre es Dios quien va preparando estos encuentros

y moviendo los corazones.

El texto destaca también la preferencia de Dios por la gente sencilla. Aquellos pescadores eran gente

normal, que no destacaban ni por su formación y cultura, ni por sus talentos naturales, ni por su santidad

de vida, ni por su nobleza o riqueza. Fueron tardos en entender, pero sus corazones estuvieron

disponibles. No sabemos qué problemas hubieran planteado otra clase de discípulos: gente del templo, de

las escuelas rabínicas, de los sacerdotes, de los doctores, de los fariseos... Quizá algún tipo como Saulo...

Dejaron sus propias barcas, sus propias vidas, para embarcarse con Jesús hacia otros horizontes, hacia el

mundo nuevo que estaba amaneciendo.

Jesús no quiso trabajar solo. Quiso trabajar en equipo con los hombres. Y nos llama en todos los lugares

en los que transcurren nuestras vidas: en el lugar de trabajo o de estudios, en nuestras circunstancias

concretas. No nos invita a defender unas ideas o una ideología, ni a luchar a favor de una causa... Nos

invita a que confiemos en él, a que nos abandonemos en su Persona.

A muchos les ha dirigido la llamada bautismal. A algunos, nos ha llamado a dedicar todo el tiempo y

toda la vida al reino inaugurado en su Persona.

Es una gracia, una inmensa dicha, que el Señor nos llame. Quiere decir que se ha fijado en nosotros, que

contamos para él.

Toda vocación es una llamada al amor, a vivir como personas verdaderas a imagen de la Trinidad que

somos.

170

Y hemos de tener en cuenta que Dios nunca llama de forma irresistible, manifiesta, directa. Siempre le

podremos decir ‘no’. Nunca acabaremos de saber lo que él espera de nosotros y, sin embargo, ¡qué

emocionante lanzarse en sus brazos, fiarse de él, apostar –jugarse- la vida a la carta única del Padre!

NÍNIVE MEJOR QUE ISRAEL

“Vino de nuevo la palabra de Dios a Jonás: -Levántate y vete a Nínive, la gran capital, y pregona el pregón que te diré. Se levantó Jonás y fue a Nínive, como le había mandado el Señor. (Nínive era

una ciudad enorme; tres días hacían falta para atravesarla.) Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día pregonando:

-Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada. Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno, y se vistieron de sayal,

grandes y pequeños. Cuando vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida, tuvo piedad

de su pueblo el Señor, Dios nuestro.” (Jonás 3, 1-5. 10)

El libro de Jonás es una obra de ficción, una parábola dramatizada; un libro muy valioso, lleno de

humanidad y simpatía; un canto a la misericordia de Dios y a su amor, a su paciencia con los pecadores y

con los ‘buenos’, como Jonás; sobre todo con éstos.

Para el pueblo de Israel, Nínive era sinónimo de ciudad corrompida por la civilización pagana; imposible

de conversión. Una ciudad cruel y opresora.

El libro de Jonás interpela esta mentalidad de Israel: si Nínive se convierte inmediatamente después de la

predicación de Jonás, ¿por qué ellos, después de haber oído a tantos profetas, siguen sin convertirse?

La reacción de Jonás frente a la bondad del Dios que perdona es similar a las reacciones del hijo mayor

(Lc 15, 11-32) y a la de los obreros de la primera hora (Mt 20, 1-16) En los tres casos es una postura ruin

y mezquina, propia de ambientes puritanos y exclusivistas. Lo mismo que el hijo menor y los obreros de

la última hora, Nínive, la ciudad extranjera, pagana e impía, simboliza a los pecadores y a los

discriminados.

La Buena Noticia es para todos. Y son los más alejados los que mejor la reciben; mucho mejor que los

cercanos. Nínive mejor que Israel. Es la gran sorpresa de Jonás y de tantos y tantos antes y después de él.

Lo mismo que las parábolas evangélicas, el libro de Jonás tiene como destinatarios a judíos endurecidos

y cerrados dentro de sus ritos -¡cuántos entre nosotros!-, a los que quiere sacar de su endurecimiento y

acercarlos al Dios misericordioso y acogedor.

Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada. A Nínive se le terminaba el plazo. No era un plazo

fatal, como hubiera preferido Jonás. Era un plazo de gracia: cambiad porque si no acabaréis mal.

Los ninivitas supieron aprovechar el plazo y cambiaron: se convirtieron.

Ante el espectáculo penitente de los ninivitas, ¿cómo no emocionarse?

El versículo final nos recuerda que Dios busca la conversión y la vida de todos sus hijos.

NADA QUE TENGA FIN PUEDE LLENAR NUESTROS CORAZONES

“Hermano: Os digo esto: el momento es apremiante. Queda como solución: que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran;

los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la presentación de este mundo se termina.”

171

(1 Cor 7, 29-31)

Como segunda lectura continuamos leyendo la primera carta de san Pablo a los Corintios, que iniciamos

el domingo pasado. En los textos de hoy y del próximo domingo, Pablo responde, en el capítulo séptimo,

a diversas cuestiones planteadas por los corintios, especialmente sobre la conveniencia o no de casarse.

Para Pablo ha empezado ya la última etapa de la Historia de la Salvación. Y quiere educar a los cristianos

en la verdadera libertad, introduciendo en sus vidas las ideas de la caducidad y de la trascendencia, unidas

por la virtud de la esperanza. El mundo futuro, inaugurado por la resurrección de Jesucristo y la venida

del Espíritu Santo, ya está presente, y esto es lo que debe marcar la vida de los cristianos. Y pide a los

creyentes una actitud de vivir en vela constante, en espera de la manifestación definitiva del Señor.

La actitud del cristiano, decida casarse o no, y en todos los acontecimientos que se le presenten, debe ser

la de vivir con libertad y desprendimiento de todo lo que tiene fin; no como si esto no le importara, sino

usándolo sin dejarse atrapar o esclavizar. Nada destinado a terminarse puede llenar el corazón humano.

172

CUARTO DOMINGO ORDINARIO

JESÚS ENSEÑA LIBERANDO

EL ESPÍRITU PROFÉTICO

El absentismo religioso actual tiene mucho que ver con un sacerdocio y un laicado en los que está

ausente el espíritu profético, y que ha llevado a nuestro cristianismo a una postura conservadora y

retrógrada en muchas de sus manifestaciones. Hemos transformado el mensaje profético de Jesús en un

frío código teológico-moral, en un esquema inamovible, en el que está ausente el espíritu transformador

del Nazareno. De ahí que hayamos reducido el Evangelio –buena noticia para todas las épocas y lugares-

a una mera repetición de las palabras que contiene. Y así, los fieles se aburren al escuchar siempre lo

mismo, al no encontrar en las palabras que oyen una respuesta a la vida concreta del ahora y aquí.

El espíritu profético exige una actitud crítica ante los acontecimientos que se viven diariamente y ante la

interpretación que hacemos de la fe. El espíritu profético no se evade de los problemas de la humanidad,

sino que se implica de lleno en la lucha por la liberación de los seres humanos de todas las esclavitudes

que le oprimen, internas y externas a nosotros mismos. ¡Cómo necesitamos de estas palabras proféticas!...

Dios sigue llamando profetas, dentro y fuera de la Iglesia. Es cuestión de saber conectar con ellos. Para

ello necesitamos silencio, mucho silencio, y oración, mucha oración... y escuchar el clamor de todos los

marginados y de todos los que sufren.

El profeta no está atado a nada, no enseña lo que todos ya saben, no repite las tradiciones que pasan de

generación en generación, y que acaban en una rutina que impide el verdadero seguimiento del Maestro.

Por eso, los profetas siempre serán combatidos por los elementos más conservadores y por aquellos que

hacen coincidir la Palabra de Dios con sus propios intereses o costumbres.

Transformar en rutina lo que un día fue profética ruptura es el riesgo constante de la institución

eclesiástica y de cada uno de nosotros. La historia nos muestra que, al igual que el pueblo judío, la Iglesia

ha esterilizado en gran manera la misión de Jesús, al faltarle el elemento profético que ayuda a descubrir

la Palabra de Dios en los mismos acontecimientos que se están viviendo.

La teología, el catecismo, la liturgia, el derecho canónico... si no están alimentados por el ‘viento’

profético, paralizan a la comunidad y provocan el rechazo de muchos de sus seguidores.

JESÚS NUNCA DEJA INDIFERENTE AL AUDITORIO...

“Llegó Jesús a Cafarnaún, y, cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad.

Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:

-¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.

Jesús lo increpó: -Cállate y sal de él. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se

preguntaron estupefactos: -¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus

inmundos les manda y le obedecen.

173

Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.”

(Mc 1, 21-28)

Marcos concentra en un solo día sucesos que se desarrollaron en tiempos diversos.

Jesús de Nazaret no es fruto de las escuelas rabínicas. Viene desde el ‘desierto’, donde se encontró con el

Espíritu, y rompe con el esquema religioso que tenía asfixiado al pueblo. Y consigue la admiración del

pueblo y la respuesta agresiva de los dirigentes religiosos. No repite lo antiguo ni explica las tradiciones

de los antepasados. Tampoco habla como los letrados, como la gran mayoría de los profesionales de la

palabra, que dan –damos- la impresión de hablar de memoria de cosas que para nada afectan a nuestra

vida.

Jesús viene a hablarnos del reino de Dios y lo hace con convencimiento: con el corazón y con la vida.

Sus palabras sonaban a algo nuevo: suscitaban el entusiasmo y el asombro. Por eso, sorprende y atrae,

habla con autoridad y el pueblo lo reconoce. Sus palabras obligan al auditorio a hacerse preguntas.

El sábado, Jesús fue a la sinagoga a enseñar. Su enseñanza no era una lección aprendida. Nacía de lo

más profundo de su ser; era viva e iba acompañada de signos liberadores: Cállate y sal de él, le dice al

espíritu inmundo que tenía esclavizado a aquel hombre. Cuando nuestras palabras no liberan de ‘algo’ a

los oyentes ni animan a avanzar en alguna dirección, ¿para qué sirven?, ¿en qué quedan?

Los creyentes debemos tener la convicción profunda de que los enemigos del ser humano son siempre los

enemigos del Dios de Jesucristo; que todo lo que atenta contra la dignidad humana constituye una

blasfemia contra Dios, que los intereses de Dios se juegan en el campo de los seres humanos, sobre todo

de los marginados.

Marcos da más importancia al modo de hablar del joven rabino que al contenido de su enseñanza; nos

muestra su forma de actuar, que debe ser modelo para la acción de cualquier comunidad que quiera vivir

como cristiana.

No es frecuente escuchar palabras que nos calen hasta dentro, a causa de la ‘comercialización’ que se ha

hecho de ella. Las técnicas de la propaganda, llevadas hasta el absurdo en los anuncios televisivos y

durante las campañas electorales, han convertido en ciencia la manipulación de las masas.

La Iglesia, la comunicación de la Palabra de Dios, no escapa a esta ‘enfermedad’: montajes

audiovisuales, técnicas pedagógicas, murales... La Palabra es percibida también entre nosotros como una

propaganda alienante más.

¿Cómo comunicar con autoridad la Palabra, ahora y aquí? ¿Cómo llegar a una verdadera comunicación

con los demás? ¿Podemos adquirir, para anunciar el Evangelio, un modo de hablar, una técnica apropiada,

a los que se les pueda dar fe?

Parece que la eficacia de nuestras palabras, aparte de la siempre sorprendente acción del Espíritu,

tenemos que encontrarla en las actitudes del que habla, en la vida interior que se percibe detrás de esas

palabras. Siempre que hablamos en nombre de Dios, y tratamos de ser fieles a su Palabra con nuestra vida

comprometida, hablamos con autoridad. No con la nuestra: es la misma autoridad de Dios la que da

fuerza a nuestras palabras. Siempre que proclamamos la Palabra, siempre que reproducimos fielmente el

mensaje evangélico, siempre que con nuestra vida transparente damos testimonio de nuestra fe, el Padre

del cielo habla a través nuestro, y nuestras palabras participan de la autoridad con que hablaba el Maestro.

174

La autoridad de Jesús está en que sus palabras y su vida forman una unidad plena, porque no dice nada

que no esté haciendo ya, porque sus palabras brotaban de una experiencia profunda que confirmaba con

su vida. Impresionaba el constatar que en él no existía división entre lo que decía y lo que vivía. Probaba

sus palabras con su vida, enseñaba lo que vivía.

Jesús es el Profeta que educa para la vida: acepta la realidad, la reconoce –enfermedades,

contratiempos... que conducen a la muerte-, y nos enseña que se puede seguir adelante, que se puede amar

y vivir, a pesar de todo.

Los oyentes de la sinagoga reconocen la novedad, pero se quedan en la extrañeza, en la admiración a

Jesús. No basta con leer el Evangelio, con escucharlo o proclamarlo en nuestras reuniones. Tenemos que

encarnarlo en nuestras vidas, en este mundo que cambia y en el que es tan difícil tener criterios claros.

... Y LIBERA DE TODA ESCLAVITUD

El cristianismo, desde sus inicios, no es una visión teórica de los acontecimientos, sino fuerza de Dios en

el mundo, manifestada en la superación del mal, que todos encerramos en lo más íntimo de nuestro ser.

La Palabra de Dios –que es Jesús- tenía fuerza para liberar de todo mal, de todo pecado. Por eso es capaz

de curar a este hombre dominado por un espíritu inmundo. En Jesús está presente una realidad nueva,

inaudita y con todos los indicios de venir de Dios. Realidad que se manifiesta en su manera de tratar al

enfermo.

El contenido ‘religioso’ de este pasaje es la necesidad de luchar contra todo lo que oprime y ‘posee’ al

hombre, sea cual sea la interpretación cultural que de este hecho vaya dando cada generación.

Espíritu inmundo, significa todo lo que impide la más mínima relación con Dios; representa lo que hay

de opuesto a Dios en la realidad del mundo; el signo de todo aquello que en el hombre, en todos y en cada

uno de nosotros, está en radical oposición con el Padre.

¿Cuáles serán ahora estos ‘espíritus’? La ambición de poder y de dinero –todo lo que representa-, la

manipulación política y las desigualdades económicas, las opresiones de unos hombres y de unos pueblos

por otros, la violencia institucional y subversiva, los gastos en armamentos, la degradación ecológica, la

idealización y banalización del sexo, las drogas... ; la desesperación, que nos lleva a creer que la vida no

tiene sentido, que todo es malo, que no hay nada que hacer; el triunfalismo, que es el extremo contrario:

creer que el mundo es un paraíso, que se puede recoger sin sembrar, que la vida cristiana puede existir al

margen de la cruz; la evasión, que es dejar el trabajo para los demás, que para eso están; la rutina, que nos

hace esclavos del propio pasado y de las propia costumbres.

Jesús nos invita a liberarnos de los falsos valores que nos presenta la sociedad y de los ídolos de nuestro

corazón, que nos poseen y nos dañan y nos impiden hacer la voluntad del Padre, nuestro verdadero bien.

Esta invitación no va a quitarnos los problemas, pero sí nos puede ayudar a afrontarlos de un modo

nuevo.

Lo que dice Jesús, se realiza. La fuerza de este espíritu inmundo es grande; lo indican la voz y, sobre

todo, la violenta agitación a que somete al hombre del que ‘salió’. Es el esfuerzo, la violencia, que lleva

consigo la lucha contra el mal.

La multitud queda impresionada, sobrecogida lo mismo que nosotros ante el poder irresistible de un mal

que nos aplasta. Jesús no se asusta: su voz amenazadora se impone.

175

Sorprende que sólo el ‘espíritu’ sabe decir quién es Jesús: Sé quién eres: el Santo de Dios. ¿Es el

enemigo el primero en darse cuenta del ‘peligro’ que representa Jesús? ¿Tendrá que ver con las

reacciones viscerales de los dirigentes de todo tipo de nuestra sociedad ante todo lo que haga peligrar sus

‘montajes’? ¿De sus ataques a los documentos eclesiales?...

Su fama se extendió en seguida por todas partes. Fama que estriba menos en un conocimiento claro

sobre Jesús, que en las preguntas que se hacen sobre él. Y es que para llegar a conocer a Jesús,

necesitamos seguirle con nuestro compromiso personal a todo lo largo de la vida.

Nuestras palabras sólo tendrán algo de la fuerza de convicción que tenían las de Jesús, si nacen de una

verdadera experiencia, de un encuentro personal con él, si hablamos de lo que realmente vivimos.

Nuestras palabras, para que puedan creerse, deberán ir acompañadas por el testimonio de las obras.

DIOS SE COMUNICA POR MEDIO DE LOS PROFETAS

“Habló Moisés al pueblo diciendo: -El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo, de entre tus hermanos. A

él le escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea: ‘No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir’.

El Señor me respondió: ‘Tienen razón: suscitaré un profeta de entre tus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, es reo de muerte."

(Deut 18, 15-20)

La primera lectura trata de la institución del profetismo, de la relación del pueblo de Israel con Yahvé.

Una relación que no tiene nada que ver con las religiones naturistas, que intentan dominar a sus dioses

con la magia y la adivinación. El pueblo judío adoptará ante Dios una actitud de adoración.

Al vivir rodeados de pueblos que practicaban la magia y la adivinación, los israelitas sienten la tentación

de hacer lo mismo con Yahvé. Pero en sus relaciones con Dios es éste quien tiene la iniciativa y guía los

acontecimientos.

Dios necesita de mediadores y se comunica por medio de los profetas. El profeta tiene la función de

hacer de mediador entre Dios y el pueblo, actuando y hablando siempre en nombre de Dios.

Dios promete a Moisés que nunca le faltará a Israel un profeta que revele al pueblo cuál es su voluntad.

Y Moisés, el primero de los profetas, anuncia que Dios suscitará un profeta definitivo, con lo que pone en

marcha la esperanza mesiánica.

El libro del Deuteronomio nos esboza los rasgos esenciales del profeta: Es el hombre de la Palabra,

‘dado’ por Dios para el bien de su pueblo; comunica un mensaje que no es suyo y que, antes de

transmitirlo, tiene que asimilar en su corazón; sus palabras son provocadoras de crisis en los oyentes,

jamás son inocuas, obligan a enfrentarse con las propias responsabilidades, siente que no puede decir

otras cosas que las que le salen del corazón.

OPCIÓN POR EL CELIBATO

“Hermanos: Quiero que os ahorréis preocupaciones: el célibe se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido.

176

Lo mismo la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido.

Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones.”

( 1 Cor 7, 32-35)

La segunda lectura es una clara opción a favor de la virginidad y el celibato.

Los cristianos recién convertidos de la comunidad de Corinto, habían preguntado a Pablo si era mejor

casarse o no hacerlo para dedicarse de lleno a las cosas de Dios. Pablo les contesta que no tiene ningún

mandato del Señor sobre esta cuestión, y les da su opinión personal.

Estas palabras del Apóstol no son para obligar a los cristianos a un determinado tipo de vida. Lo que

busca es que todos, casados o no, vivamos enteramente dedicados al Señor. Y partiendo de esta premisa,

expone a los corintios cuáles son sus preferencias, para que ellos, libremente, puedan escoger.

Es la opinión de una persona que lo ha dejado todo por Cristo y que cree que el mundo acabará pronto.

El texto contrapone las palabras ‘contentar’ y ‘ocuparse’. El que optó por el matrimonio debe ocuparse

también por contentar al marido o a la mujer, mientras que el célibe se halla en una situación más

ventajosa para poder ocuparse exclusivamente en contentar al Señor y sin tantas posibilidades de ‘andar

dividido’.

La virginidad debe ser expresión de la entrega absoluta a Dios y al prójimo; una opción para poder

dedicarse plenamente a proclamar el Evangelio. Por eso es injustificable un célibe instalado, enriquecido

y sin compromiso con la humanidad.

177

QUINTO DOMINGO ORDINARIO

PREDICAR, CURAR-LIBERAR Y REZAR: TAREAS DE JESÚS

LOS GESTOS DE JESÚS

“Al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Pedro estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía hablar.

Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:

-Todo el mundo te busca. Él les respondió: -Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que

para eso he venido. Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los

demonios.” (Mc 1, 29-39)

La lectura evangélica de hoy tiene tres partes: en casa de Pedro, curación de enfermos y endemoniados y

retiro en medio de la naturaleza para orar.

Después de salir de la sinagoga de Cafarnaún, en la que ha curado a un ‘endemoniado’, Jesús completa

su jornada en casa de Pedro en la que cura a la suegra. Le acompañan cuatro discípulos.

Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Los gestos de la curación parecen simbólicos: Jesús

se acerca a nosotros, nos da la mano y nos levanta. Son gestos nuevos, originales: un rabino nunca se

habría rebajado a acercarse a una mujer y, mucho menos, tocarla para curarla.

Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al levantarla, la capacita para que emprenda el camino del

servicio, característica poco frecuente en el ser humano. A la fiebre se le atribuía un origen demoníaco.

En este caso era la causa de la postración de la enferma. La reacción de la suegra simboliza la actitud que

deben tener las personas que han llegado a la fe. Si somos seguidores de Jesús, lo estaremos demostrando

con la dedicación de nuestra vida a los demás.

Jesús vivió para los demás, y quiere que sigamos su ejemplo. Quiere que pasemos de la pasividad de

estar encerrados en nuestros propios intereses, que nos inmovilizan en cama, a estar disponibles para

servir, para hacer camino con los demás; de no ser capaces de valernos por nosotros mismos, a asumir el

riesgo de la propia vida.

Jesús conecta con la situación real en que se encuentra cada persona –servidumbre del pecado,

desorientación... muerte- y nos muestra el camino para superarla o para afrontarla con dignidad y valentía.

DIOS NO QUIERE EL SUFRIMIENTO

Al anochecer, cuando se puso el sol... La curación de la suegra de Pedro la hizo en sábado. Las que se

narran ahora, en domingo. Los días para los judíos terminaban con la puesta del sol. Ahora ya estaba

permitido transportar camillas y, por eso, pueden traer a Jesús a los enfermos y poseídos.

178

Los enfermos, los conscientes de serlo, fueron el primer auditorio de Jesús, que los iba curando en la

medida en que se sentían necesitados de esa ‘liberación’. Es posible que la causa de que nuestra sociedad

del bienestar acuda poco a él se deba a la conciencia de gozar de buena salud, de vivir una vida

confortable... a la vez que vacía. Parece que la respuesta de los países del Tercer mundo es muy distinta:

son muchos los que viven conscientes de la falta que tienen de pan y de Dios, de todo lo que él representa.

Llega mucha gente. La acción de Jesús va siendo conocida. El pueblo va descubriendo en él a Alguien al

que merece la pena ir, aunque los únicos que realmente le conocían, y le temían, eran los demonios:

intuían que ese joven rabino sería la causa de su desaparición.

Dios no quiere el sufrimiento. Jesús toma una actitud activa de lucha contra el mal del hombre y nos

invita a sus seguidores a hacer lo mismo.

Hemos de tener conciencia del mal y del sufrimiento de nuestro mundo, y adoptar ante ellos una postura

responsable. Enfermedades, vejez, sufrimientos morales, deficiencias físicas y psíquicas, paro, hambre,

ignorancia... de tantos seres humanos, que esperan de nosotros ayuda y consuelo.

¿Habrá algún día suficiente amor en el mundo para redimir tanto sufrimiento y tanta miseria?

TODA LA VIDA DE JESÚS ESTÁ PENETRADA POR LA ORACIÓN

Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. En su vida, tan llena de

ocupaciones, le resultaba muy difícil a Jesús encontrar el tiempo necesario para la oración. Entonces, ‘se

levantaba de madrugada’, o se retiraba al atardecer (Mt 14, 23), o velaba durante la noche (Lc 6, 12) Toda

su actividad está empapada por la oración.

Abandonaba con frecuencia a las turbas, cansado de su incredulidad y obstinación, apenado por su

resistencia a comprometerse. Necesitaba calmarse, apaciguarse, encontrarse en la intimidad con el Padre.

Necesitaba clarificar con él, día a día, el sentido verdadero de su misión. Porque no tuvo siempre la

misma claridad de conciencia. Fue, como todos nosotros, vulnerable a las impresiones y sensible a las

influencias. Por eso, tenía que rezar para pensar mejor lo que pensaba y para saber mejor lo que sabía.

Necesitaba rezar más que nadie, porque la misión que el Padre le había confiado era única.

En la oración veía las cosas desde más lejos, partía hacia nuevas metas, robustecía su unión con el Padre

e iba encontrando el camino de su misión en lo íntimo de su corazón.

Gracias a la oración iba ahondando, reflexionando, encontrando. Gracias a la oración se sentía cada vez

más ‘hijo’. Y, una vez unido así con el Padre, ya no tenía más que un deseo: hacer en todo su voluntad

(Mc 14, 36; Jn 4, 34) Y volvía a los suyos renovado, luminoso, sereno.

Jesús es hombre de oración. Ha vivido una vida de oración perfecta en medio de las ocupaciones

agobiantes de su vida pública. No rezaba para darnos ejemplo. Si su oración tiene un sentido para

nosotros, si es ejemplar, es porque ante todo tenía sentido para él. No disponía de esa claridad de ciencia

y de fuerza divinas capaces de ahorrarle la oscuridad, el balbuceo, las dudas naturales en los humanos;

necesitaba orar para encontrar la luz y poder seguir su camino. ¡Dichoso el que logre entrar en el secreto

de su oración! La única oración verdadera para un cristiano es la que se va asemejando a la de Jesús.

JESÚS DESPIERTA ESPERANZAS

Los discípulos tenían que ir a buscarlo con frecuencia a los lugares de retiro: Todo el mundo te busca.

179

Y Jesús tiene una firme resolución: marchar a predicar a toda Galilea.

La gente sigue a Jesús porque despierta esperanzas; pero son aún interesadas. Le siguen porque Jesús no

se limita a hablar: lucha contra el dolor, el mal y la tristeza que encuentra en su camino. Y todo esto atrae

al pueblo, crea ilusión. Nunca son palabras desprovistas de signos liberadores.

Simón y sus compañeros quieren que se quede para aprovechar el éxito obtenido con sus palabras y con

sus curaciones. Pero Jesús opta por marcharse. Huye de la gente que busca milagros y no quiere

desvirtuar su misión: para eso ya están sus sucesores. Los milagros están al servicio de la fe, de Dios;

nunca al contrario.

Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

DOMINAR LA CREACIÓN Y CONSTRUIR EL REINO DE DIOS

“Habló Job diciendo: -El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero. Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.”

(Job 7, 1-7)

¿Qué es la vida? ¿Merece la pena vivirla? ¡Cuántas veces nos sentimos agobiados, desconcertados, sin

saber qué hacer! Y esta experiencia no es solamente nuestra, sino común a todos los seres humanos.

El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio. Ya en el ‘Paraíso’, en el relato religioso de la

creación, Yahvé pide al hombre que someta la creación (Gén 1, 26), lo cual supone trabajar por el

desarrollo de todo lo creado y por la construcción del reino de Dios. Después, el pecado –todo lo que nos

aparta de Dios y de nuestro verdadero yo- empeoró las cosas (Gén 3, 16-19)

El libro de Job, una de las joyas de la literatura bíblica y universal, escrito en el siglo V a. C., no es una

historia, sino signo de la realidad doliente, del justo que sufre y se pregunta por su situación y no

encuentra respuesta. La figura bíblica de Job es la versión más impresionante del sufrimiento físico, moral

y espiritual del ser humano. Job, partiendo de su experiencia personal, contempla la vida como sometida

al dolor, a una servidumbre de la que no puede salir aunque lo desee ardientemente, como el esclavo o el

jornalero que no pueden dejar sus trabajos. Sus palabras suenan a queja y a fatalidad ante la imposibilidad

de salir de la situación desgraciada que le ha correspondido como herencia.

El libro pone en tela de juicio las afirmaciones de la teología tradicional y las creencias de tantas personas

sobre el sufrimiento humano y la justicia divina: castigo, ‘caricia’ de Dios, querido por él...

Parece que es obra de tres autores, por lo menos. Nos interesa el segundo, como último responsable de la

obra en su forma actual. Aunque no sabemos su nombre, su obra nos revela a una persona profundamente

religiosa, muy culta y excelente poeta.

180

El gran argumento del libro es el hombre concreto e intemporal a la vez, con toda su tragedia a cuestas,

con sus angustias, sus dolores, su desesperación, sus dudas y su ansia insatisfecha de encuentro con Dios.

Job es también hoy: todo el que no encuentra sentido al sufrimiento o a la misma vida, es Job.

La primera lectura es un monólogo de Job, una reflexión dolorosa sobre la situación del ser humano y

sobre su relación con Dios. Un Job que abre ante Dios su mayor preocupación: una condición humana

que parece absurda, una vida sometida a una condena a muerte inevitable. Y se plantea la gran pregunta:

¿se puede llamar vida a esta nuestra si al final tenemos que morir?

Y Job, como todos nosotros cuando sufrimos, pide cuentas al cielo. El sufrimiento es para él tan

insoportable que todo lo ve como negativo, como un castigo, un absurdo, algo sin esperanza. Busca

sentido a todo su trabajo y dolor; ve que sus días llegan a su fin y no ha encontrado un sentido a su

existencia. Y responsabiliza a Dios de su situación de miseria y de aflicción. A pesar de todo, no pierde la

fe, sigue confiando y amando a Yahvé: Recuerda que mi vida es un soplo. Se siente ya muerto; pero se

dirige a Dios. Está acostumbrado a tener con él un trato de familiaridad y de confianza. Y ahora le pide su

ayuda, seguro que se la dará. Le ruega que se apresure, antes de que sea demasiado tarde.

Dios le dirá ‘sí’ a su petición de ayuda, pero sin facilitarle –sin facilitarnos- explicaciones. Job es

invitado a aceptar a un Dios ‘incomprensible’, a amar a este Dios que está más allá de toda explicación.

Tenemos que aceptar a Dios tal como es y no esperar a que sea como nos gustaría que fuese para fiarnos

de él. La actitud de Job ante Dios es revelación y oración para todos nosotros.

EVANGELIZAR ES COMO AMAR: SE BASTA A SÍ MISMO

“Hermanos: El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!

Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero si lo hago a pesar mío es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación de esta buena noticia. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a todos.

Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos.

Y hago todo esto por el Evangelio, para participar también yo de sus bienes.” (1 Cor 9, 16-19. 22-23)

El pesimismo de Job contrasta con la alegría de Pablo en la segunda lectura, que encuentra la plenitud de

su propia vida en el anuncio del Evangelio. Ambos se sitúan en planos diferentes; acentúan dos aspectos

distintos de una misma realidad.

La comunidad de Corinto fue fundada por Pablo y orientada también por él en los graves conflictos y

tensiones internos que surgieron en ella; normales en una ciudad de vida licenciosa y desenfrenada, y en

una comunidad de origen pagano. En ella se daban cita toda clase de cultos religiosos: divinidades

griegas, romanas y orientales tenían en Corinto sus santuarios y sus fieles. Ninguna comunidad causó a

Pablo tantas dificultades y con ninguna otra mantuvo una comunicación tan intensa, profunda y, a veces,

tormentosa.

El apóstol había llegado a Corinto hacia el año 50, durante su segundo viaje apostólico. Anunció allí el

Evangelio durante año y medio, dejando al marchar una comunidad cristiana numerosa y floreciente.

En la lectura de hoy, Pablo nos propone su propio ejemplo sobre el significado de ser apóstol. Un Pablo

que encuentra su recompensa en el mismo hecho de anunciar la Buena Noticia; un Pablo que responde

181

con la gratuidad de su servicio a la gratuidad de un Dios que lo ha llamado, que le ha dado todo, que lo ha

amado sin motivo; un Pablo que se siente como poseído por Alguien, a la vez que se encuentra libre para

servir desinteresada e incondicionalmente a todos. Este servicio, libre y gratuito al Evangelio, convierte al

apóstol en un servidor de todos, no sólo para difundir el Mensaje de Jesús, sino también porque éste es el

único modo de ser fiel a lo que predica.

Renunciar a la propia libertad para ponerla al servicio de los demás es difícil, ya que supone dos cosas:

dominar aquello a lo que se renuncia –poseerse- y libertad para hacer lo que uno desea.

Ser apóstol, predicar el Evangelio, es un don, incluso una necesidad. Una recompensa y una gloria.

Evangelizar es como amar: se basta a sí mismo.

¡El Evangelio es gratis!; de lo poco gratis que queda en nuestra sociedad. El que lo predica, debe hacerlo

gratuitamente; lo mismo el que lo recibe. En ambos casos debe ser una llamada a la solidaridad con todos

los que sufren.

182

SEXTO DOMINGO ORDINARIO

LA CURACIÓN DEL LEPROSO

LA LEPRA, SIGNO DEL PECADO QUE INVADE A LA HUMANIDAD

La enfermedad y los sufrimientos que la acompañan, provocan en nosotros una gran inseguridad, fruto de

la debilidad y fragilidad de nuestra naturaleza humana. La enfermedad, y sobre todo la muerte,

contradicen los deseos de absoluto y plenitud que los humanos llevamos en lo más hondo de nuestros

corazones.

La Biblia nos presenta la enfermedad como consecuencia del pecado individual y colectivo de los

hombres. Nos presenta el dolor como un mal que, al igual que el pecado, no existirá en el reino de Dios.

Por eso, las curaciones tenemos que interpretarlas como señales del reino que va llegando a nosotros.

Para el hombre moderno la curación de las enfermedades es un triunfo exclusivo de la medicina. No

aborda ya la enfermedad con el significado religioso que veían en ella los antiguos. La primera y única

reacción del enfermo y de sus familiares es hoy llamar al médico. A causa de esto, el hombre actual no se

inmuta ante las numerosas curaciones atribuidas a Jesús por los evangelistas; ni ante la resurrección de los

muertos. Se limita a negarlas o a prescindir de ellas. Pocos son los que tratan de profundizar en la

enseñanza que los evangelistas nos han querido transmitir. Ahondar en su significado, es lo que debemos

hacer los cristianos si queremos fundamentar nuestra fe en Jesús.

UN PASAJE HELADOR

“El Señor dijo a Moisés y Aarón: -Cuando alguno tenga alguna inflamación, una erupción o una mancha en la

piel y se le produzca la lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra, y es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza.

El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: ‘¡Impuro, impuro!’ Mientras le dure la lepra, seguirá impuro: vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.”

(Lev 13, 1-2. 44-46)

La lepra era y sigue siendo, una enfermedad muy desagradable y hasta repugnante. Para los judíos era

reflejo de un castigo de Dios, que dejaba impuro al que había cometido un pecado grave.

El Levítico –tercer libro de las Escrituras- está lleno de leyes y normas para vivir y actuar. Una de las

legislaciones más radicales es la que afecta a los leprosos –enfermos de la piel-.Sus capítulos 13 y 14 nos

transmiten las leyes sobre las enfermedades de la piel y la lepra, con las medidas preventivas para evitar

lo que se creía que era contagioso. Y el complicado ritual que había que realizar, en caso de curación,

para reintegrar a la vida normal al que se curaba.

La lepra y todas las enfermedades de la piel representaban la impureza en su grado máximo. Las

minuciosas normas del Levítico relativas a los leprosos no se pueden leer sin sentirse horrorizados.

Aquella sociedad no conocía otro remedio contra esta terrible enfermedad, que creían sumamente

contagiosa, que el aislamiento para evitar su propagación.

La lepra representaba a todo aquello que suscitaba repugnancia y rechazo. El leproso era un enfermo del

que había que huir, en nombre de la ley, de la propia salud y de la higiene.

183

La primera lectura nos ofrece un pasaje helador: Mientras le dure la lepra, seguirá impuro: vivirá solo

y tendrá su morada fuera del campamento. El leproso era separado del culto y de la sociedad, apartado

de todo trato social; era como un desecho de la sociedad; prácticamente estaba ya muerto. Su modo de

vestir y de comportarse tenía que ser parecido a las personas que estaban de luto: con los vestidos rotos y

sin cuidado personal, además de gritar ‘impuro’ si alguien se acercaba.

Puesto que su enfermedad era castigo de Dios, el sacerdote era el encargado de realizar la función de

juez; sólo él tenía la facultad de diagnosticar el mal y dictar sentencia.

Actualmente la lepra es una enfermedad como cualquiera otra y que requiere idéntico cuidado que las

demás del mismo estilo o gravedad.

En la lepra, símbolo del mal-pecado, estaba y sigue estando sumergida toda la humanidad

UNO DE LOS PRIMEROS MILAGROS DE JESÚS

“Se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: - Si quieres, puedes limpiarme. Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: -Quiero, queda limpio. La lepra se le quitó inmediatamente y quedo limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: -No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y

ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés. Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de

modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.”

(Mc 1, 40-45)

La curación del leproso del evangelio de hoy es, según los tres evangelios sinópticos, uno de los primeros

milagros de Jesús. Si para el judaísmo la enfermedad sólo la podía curar Dios, ahora Jesús, el Hijo de

Dios, tiene el poder para sanar la enfermedad más repugnante.

Un leproso había oído hablar de Jesús y, movido por su situación desesperada, empezó a buscarle...

¿Habrá que llegar a una situación sin salida para buscar algo que, de verdad, llene nuestra vida?

Se acerca a Jesús y se arrodilla ante él, suplicante: Si quieres puedes limpiarme. En sus palabras está

implícita su confesión en el poder divino de Jesús, al pedirle algo que sólo Dios puede hacer. Este leproso

es para Jesús signo de todas las miserias e injusticias humanas. Y le tocó... Quiero: queda limpio. Al

tocarle, derribó todas las barreras que nos separan a los hombres: las leyes religiosas, políticas,

económicas, sociales que marginaban, y siguen marginando, a ciertas clases de personas. Ya no habrá

excluidos y marginados de ningún tipo, ni por la raza, ni por la cultura, ni por la patria, ni por la religión,

ni por el color de la piel, ni por las clases sociales... El futuro será un mundo sin fronteras. Y nosotros

empeñados en ponerlas en todos los frentes... siempre, claro, para separar a los que consideramos

inferiores.

Jesús ha tocado al leproso. No ha dudado en infringir las leyes. El leproso ha quedado limpio y Jesús,

impuro, según la ley del Levítico

En lugar de sintiendo lástima, algunos códices traducen por ‘airado’. Es posible que las dos cosas juntas.

Porque los seres humanos hemos intentado siempre resolver los problemas con ‘parches’. En este caso,

confinando a los perturbadores, a los distintos, a los que molestan. No hemos entendido que alejar no

significa curar, que ‘librarse’ de las personas incómodas es lo contrario que liberar.

184

Jesús salta por encima de los prejuicios, no acepta ningún tipo de discriminaciones. A sus ojos solamente

existe la persona, sin adjetivos.

Nosotros debemos continuar los gestos de Jesús con los ‘leprosos’ que están a nuestro lado y a los que

fingimos no ver. Tenemos que escucharles. No podemos permanecer sordos ante el clamor de tantos que

carecen de lo más elemental para vivir. Tenemos que compadecerles –padecer con-; acercarnos a ese

mundo de dolor y miseria, para comprender y compartir y ayudar a su liberación.

¡Cuántos ‘leprosos’, excluidos, rechazados, ignorados, condenados a la soledad en nuestras sociedades

opulentas!

No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote... Jesús no quiere que se

divulgue el hecho, ya que su finalidad no era la notoriedad y atraerse a la gente, sino reintegrar a la

sociedad a un marginado. Lo único que quiere es que tenga fe en él y actúe en consecuencia. Para ello

necesitará recorrer un determinado camino: oír la palabra; reflexionarla personalmente; aceptarla,

convirtiéndose a ella; bautizarse y seguir a Jesús, imitándole con su vida. Existen etapas de las que no

podemos prescindir. Por eso, Jesús no quiere una publicidad que pudiera tergiversar su verdadera misión.

No quiere masas alienadas a la búsqueda de éxitos o milagros espectaculares. Su mensaje es una luz

invenciblemente eficaz, y la evangelización un camino que no puede saltarse etapas, en el recorrido

personal de la fe del niño al adulto. Lo recordó Jesús y lo repiten los evangelistas. ¿Cómo podemos

olvidarlo nosotros en nuestros planteamientos catequéticos y sacramentales?

Los milagros son siempre algo muy accidental en la vida religiosa. Jesús es consciente de que existe una

actitud equívoca en aquellos que le buscan. Sabe lo difícil que va a resultarnos a los humanos aprender a

vivir sin necesidad de milagros (Mt 4, 5-7; Lc 4, 9-12. Rechazo de ellos en el desierto) ¡Cuántas

devociones, peregrinaciones y oraciones no tienen otra finalidad que la búsqueda de prodigios para

superar dificultades del tipo que sean!

Debe presentarse al sacerdote para que lo examine, único que podía certificar que ya estaba curado; paso

necesario para que pudiera reintegrarse de nuevo al pueblo y al culto.

Empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, provocando la afluencia de las masas, el

triunfo según la mentalidad humana, e impidiendo a Jesús entrar en los pueblos.

Jesús ha querido evitar un éxito patente con respecto a la muchedumbre. Quiere que lleguemos

personalmente a sus profundos planteamientos, a las razones de su vivir y actuar, única forma de poder

conectar con él. Ha querido evitar la contradicción de confesarnos cristianos y, a la vez, impedir su acción

íntima y transformadora en nosotros; tomarlo por un buen médico que nos conserva en la vida sin

problemas. Hace el bien; no puede menos de hacerlo. Por eso, quiere que el leproso quede limpio, aunque

su curación no le lleve a seguirle, como hubiera sido lo lógico.

Aunque el sentido más profundo de estas curaciones se nos escape, forman parte de unas realidades

esenciales en el cristianismo. El milagro, que proclama la actuación de Dios en Jesús, es un arma de doble

filo: su finalidad es manifestar que Dios está presente en Jesús, que está a favor del hombre, y nos pide fe

y entrega a él; nos ayuda a decidirnos a seguirle. Tiene el riesgo de, ante el bienestar producido,

quedarnos en ese bienestar renunciando al compromiso del seguimiento de Jesús. Gran número de

cristianos, de antes y de ahora, al no calar en el sentido profundo de los acontecimientos, acuden a Jesús o

a la religión en busca de milagros o de apariciones.

185

Todos tenemos alguna ‘lepra’ interior que nos deforma como personas y que nos aparta de los demás.

Sabernos enfermos y querer curarnos es la condición para acercarnos a Jesús y, por él, a la humanidad.

La salvación-liberación humana está en el seguimiento de Jesús. Nos vamos curando en la medida en que

lo vamos siguiendo. Así es como vamos superando el pecado-lepra en nuestra vida; superación que será

total en cada uno de nosotros sólo después de la muerte.

LA LEPRA ACTUAL

El aspecto más terrible de la lepra era la marginación. El leproso se convertía en basura. Más grave aún

que la enfermedad, terriblemente repugnante, era la incomunicación, el abandono, que la acompañaba,

¡Cuántas veces nos hacemos leprosos voluntarios al cerrarnos a la comunicación!

La vida humana es relación, que sólo es verdadera si se fundamenta en la comunicación, que es una

exigencia del amor. La comunicación es la utopía de toda persona bien nacida. Comunicación que tiende

a la comunión de bienes, de vida y de acción.

¿Quiénes son los leprosos, los marginados actuales? Además de los ‘voluntarios’ que viven encerrados

en sus míseras vidas, pueden considerarse como tales todos aquellos que, dentro de su desgracia, inspiran

rechazo en nuestra sociedad o repugnancia del orden que sea; por lo que tendemos a orillarlos, a

apartarlos de nosotros, a marginarlos. Entre ellos están también los propios leprosos, a pesar de decirnos

la ciencia médica que esa enfermedad no es contagiosa. Están las largas listas de marginados sociales:

delincuentes comunes, drogadictos, alcohólicos, prostitutas, gitanos, negros, ancianos, deficientes

mentales, minusválidos... los millones y millones de personas que malviven en el Tercero y Cuarto

mundo: sus sufrimientos y muertos no cuentan para el mundo opulento que vivimos, como demuestran las

agresiones, guerras y espoleos constantes contra ellos.

No debemos contentarnos con la enumeración de listas generales. Cada uno debemos procurar mirar a

nuestro alrededor para descubrir, en concreto, a las personas que viven como verdaderos marginados, o

que cada uno mantenemos como tales en la familia, en la vecindad, en los grupos... Trabajar a su favor

será la mejor manera de responder a la fe en el Maestro.

FIELES AL CAMINO MARCADO POR JESÚS

“Hermanos: Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios.

No déis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios.

Por mi parte, yo procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de ellos, para que todos se salven.

Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.” (1 Cor 10, 31-11, 1)

Pablo, en la segunda lectura, nos hace una exhortación muy válida para todas las épocas y lugares:

Hacedlo todo para gloria de Dios. Una frase con la que todos los creyentes tenemos que estar siempre

de acuerdo. Pero, ¿qué se entiende por gloria de Dios? No podemos confundirla con nuestros gustos, ni

hacerla coincidir con nuestras ambiciones ni con nuestros sueños de grandeza. La norma máxima de

conducta para el cristiano es el seguimiento de Jesucristo. Y es siguiendo el ejemplo de Cristo como

damos gloria a Dios.

186

No déis motivo de escándalo a nadie No significa hacerse inofensivos, evitando ser signo de

contradicción, ni evitando tomar posiciones, ni guardándonos de manifestar una idea que no sea grata al

auditorio y que nos pueda crear dificultades, sino tratando siempre de ser fieles al camino marcado por

Jesús, que no dudó en ‘escandalizar’ a los ‘buenos’ que, muy ofendidos, acabaron con él en la cruz.

¡Cuántos, que siguieron su mismo camino a lo largo de la historia, acabaron como él!

Yo procuro contentar en todo a todos... Pablo, para estar seguro de promover el bien de los demás,

renuncia a todo cálculo egoísta. Porque, o nos cuidamos de los propios intereses, o nos preocupamos de

los del prójimo.

Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo. O sea, inspiraos exclusivamente en mi imitación de

Cristo. Porque un cristiano sólo se puede proponer como guía si su conducta lleva la impronta del único

Maestro. Todo seguimiento debe estar condicionado al Mesías.

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SÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO

EL PARALÍTICO DE CAFARNAÚN

NUESTRA SOCIEDAD PARALÍTICA

Es evidente que vivimos en una sociedad injusta: unos pocos tienen mucho porque otros muchos tienen

poco o nada; el lujo de unas naciones lo pagan otras con el hambre y el subdesarrollo; una minoría,

apoyada por las armas, impone sus decisiones a la mayoría a la que priva de los derechos más

elementales. Son muchos los que viven atrapados por interminables jornadas de trabajo y pluriempleos,

mientras otros pasan dificultades económicas por el paro o el salario insuficiente; con el armamento que

existe se puede destruir el mundo varias veces, y se siguen fabricando a gran escala... La televisión, aún

reconociendo la poca o nula calidad de casi todas sus programaciones, es la ocupación a la que dedica la

inmensa mayoría gran parte de su tiempo.

Todo esto es fácil reconocerlo. Pero, ¿qué hacemos para cambiarlo? ¿No vivimos ‘paralizados’, como

borregos que vamos dócilmente donde quieran llevarnos los que mandan, que usan los medios de

comunicación como alienación colectiva?

Acusamos, a la vez que buscamos excusas para no hacer nada. Nos paraliza la comodidad y la

superficialidad de la sociedad de consumo... Nos paraliza la falta de fe en Jesús -en los valores que él

defiende-, al que tenemos miedo, porque sabemos que nos lo quiere pedir todo, porque sólo ese ‘todo’ nos

puede liberar y dar sentido a nuestra vida y a nuestra muerte. Nos paraliza la falta de oración encarnada

en nosotros y en los acontecimientos y personas que nos rodean. Nos paraliza el no querer compartir la

vida con la familia, los amigos, los grupos, la comunidad...

¿No deberíamos identificarnos todos nosotros, individual y colectivamente, con el paralítico de

Cafarnaún, del evangelio de hoy?

LA SALVACIÓN-LIBERACIÓN EMPIEZA EN EL AHORA

“Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa.

Acudieron tantos, que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la Palabra.

Llegaron cuatro llevando un paralítico, y como no podían meterlo por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico.

Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: -Hijo, tus pecados quedan perdonados. Unos letrados, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: -¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de

Dios? Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: -¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico ‘tus pecados

quedan perdonados’ o decirle ‘levántate, coge la camilla y echa a andar’? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para

perdonar pecados... Entonces le dijo al paralítico: -Contigo hablo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa. Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se

quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: -Nunca hemos visto una cosa igual.”

(Mc 2, 1-12)

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La curación del paralítico nos la cuentan los tres evangelios sinópticos.

El relato comienza con una concentración popular en torno a Jesús, en la que él les proponía la palabra.

Jesús vive lo que dice, y contagia a los que le escuchan. Parece que es la fidelidad de su vida a sus

palabras lo que inspira la confianza de los oyentes y lo que les mueve a formularle sus más íntimos

deseos. Porque para Jesús, su anuncio del reino de Dios no es un modo de teorizar o de ganarse la vida,

sino su misma vida. Esto le acarreará oposición, que irán aumentando con el paso de los días.

¿Por qué las resistencias a Jesús? Es muy difícil aceptar a una persona que puede poner en peligro

nuestra seguridad, nuestra comodidad, nuestro futuro, si la seguimos. Es más cómodo seguir a aquellos

que lo máximo que nos piden son unos ritos externos al margen de los verdaderos intereses de nuestra

vida. Es en lo que acaban convirtiéndose todas las religiones cuando se masifican. Es en lo que se

convierten las órdenes religiosas a los pocos años de la muerte de sus fundadores.

En el caso de Jesús no estaban dispuestos –ni lo estamos ahora- a aceptar que él fuera la medida de todo

lo verdaderamente humano. Rechazamos al Jesús que establece una nueva escala de valores, que destruye

los formulismos religiosos sin espíritu, que compromete seriamente a sus seguidores con la justicia y la

libertad, que está a favor de los que margina nuestra sociedad opulenta, que contradice los intereses de los

poderosos civiles y religiosos... Esto nos da miedo.

La multitud de los sencillos cree en Jesús con una fe muy primaria. Tienen el corazón abierto a sus

palabras al no tener nada personal que defender.

JESÚS PERDONA LOS PECADOS...

La Palabra que transmite Jesús no consiste solamente en hablar: es eficaz, realiza lo que significa, es

sacramento. Por eso, el texto evangélico nos ofrece un ejemplo plástico de esta palabra eficaz.

Llegaron cuatro llevando un paralítico... La fe del paralítico y de los que lo llevan conmueve a Jesús y

le impulsa a actuar. Lo que cuenta es, siempre y sólo, la fe. Una fe que no es creer todos los dogmas de la

Iglesia –eso quizá venga después-, sino creer que Dios actúa en nuestra vida y nos puede liberar de todo

mal para siempre. Levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y

descolgaron la camilla con el paralítico. Con estos gestos demostraron su gran fe en el poder de Jesús.

Hijo, tus pecados quedan perdonados. Con este perdón, Jesús quiere llevar hasta el fondo la liberación

del ser humano. El paralítico, como todos y cada uno de nosotros, padece dos enfermedades. La

enfermedad del pecado es la más grave, porque ningún médico humano puede enfrentarse a ella. Sólo

Dios puede curarla. Unos hombres han acudido a Jesús con un problema que les agobia. Jesús acoge su

petición pero, al mismo tiempo que la acoge, la eleva. Del hombre ante su enfermedad, pasa al hombre

ante Dios.

La respuesta de Jesús, a la fe de aquellos hombres, parece equívoca a primera vista: le perdona los

pecados, cuando lo que ellos querían era la curación de la parálisis. Con ello, Jesús no quiere decir que

aquel paralítico fuera particularmente pecador. Para él, el mal físico –enfermedad, muerte- no pertenece al

proyecto inicial de Dios, sino que es un añadido debido a la maldad humana. En la Biblia el ‘pecado’ no

es solamente la culpa de un individuo consciente, sino principalmente un estado de cosas, una estructura,

que los hombres podemos vencer a condición de no olvidar la casi identidad entre mal y pecado. No

podemos transformar el mundo en el reino de Dios sin curar el pecado que anida en los corazones

189

humanos. Por eso, como signo de la posibilidad de curación que hay en las parálisis de los individuos y

colectividades, comienza curando los pecados, causa y raíz de todos los males. ¿Cómo hacer una sociedad

en la que reine la justicia si nosotros somos injustos por naturaleza?

Jesús no prescinde del drama humano, causa del grupo que se formó a su alrededor, pero orienta la

búsqueda de la gente hacia lo que es la raíz del sufrimiento y del dolor: el pecado, cuya derrota es

necesaria para que pueda realizarse la curación que se le pide.

Sin curar antes el pecado no se puede curar la parálisis. Todos somos pecadores y paralíticos. Vivimos

reducidos a pensar y actuar de un modo raquítico: ‘no somos más que... me gustaría, pero...’

Es pecado vivir manejado por los medios que deberían ser de comunicación, no tener un criterio personal

sobre los acontecimientos; repetir como un loro las propagandas de la sociedad que sufrimos, incapaces

de pensar y actuar en ella con independencia... Es pecado, en definitiva, todo lo que impide nuestra

plenitud personal y la plenitud de toda la humanidad y de todo el cosmos.

Jesús cura el pecado y nos abre el camino para ser personas auténticas. Para ello hemos de imitar su vida:

dar más que recibir, vivir para los demás con olvido de uno mismo, amar hasta dar la vida, ser pobres,

trabajar por la libertad y la justicia para todos para poder ser libres y justos nosotros mismos... Iremos

superando el pecado siguiendo los planteamientos de la vida de Jesús. Y así, nos vamos salvando-

liberando, nos vamos construyendo como personas.

Los letrados, razonando lógicamente, creen que Jesús blasfema contra Dios: ¿Quién puede perdonar

pecados fuera de Dios? Los evangelistas no lo desmienten: Jesús se comporta como si estuviera en el

lugar de Dios.

Jesús se dio cuenta de lo que pensaban estos dirigentes, y va a darles la señal externa de la verdad de

su acción al perdonar los pecados.

... Y CURA LAS PARÁLISIS DE LOS HOMBRES

Para que veáis... levántate, coge tu camilla y vete a tu casa. Por ser el pecado la causa del sufrimiento,

la curación es la señal del perdón. Jesús hace lo que nadie puede hacer: perdona el pecado como paso

previo para poder anular los efectos de ese pecado: el sufrimiento del hombre.

¿Cómo curarnos la parálisis de la comodidad, de no querer ver, de conformarnos con ‘ir tirando’... si

Jesús no nos anima a levantarnos, ayudándonos a quitarnos las defensas en las que nos hemos refugiado?

La curación del paralítico, con el perdón previo de sus pecados, es síntesis de la palabra predicada por

Jesús. No podemos reducir el anuncio del reino de Dios a la zona de lo espiritual o de lo corporal

exclusivamente. El que pretenda limitar el anuncio del evangelio de Jesús al perdón de los pecados, sin

incluir el trabajo por la liberación humana integral –corporal, económica, social, política...-, traicionará la

palabra tan claramente anunciada por Jesús. Lo mismo que toda tentativa de liberar a la humanidad de sus

alienaciones, que no tenga en cuenta la estructura de pecado que envuelve la existencia y la historia de

cada uno y de la sociedad, tiene el peligro de desembocar en un completo fracaso. El evangelio es la

‘Buena Noticia’ que anuncia y realiza la liberación total y plena del ser humano: cuerpo y espíritu.

La salvación-liberación que trae Jesús es total. Ha recibido, privilegio único, potestad en la tierra para

perdonar pecados y curar las enfermedades. Por ello es comprensible la admiración que brota de la

multitud: se quedaron atónitos, sobrecogidos por la evidencia: allí estaba presente Dios. Pero esta gente

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no sabe decir nada más; sigue ignorándolo todo acerca de Jesús; se limita a constatar: Nunca hemos visto

una cosa igual.

La multitud ha visto, pero no sigue a Jesús. Es un modo de afirmar la lentitud del proceso de la fe que

lleva a él, y de indicarnos que no basta saber para actuar. Quizá esta multitud no era consciente de estar

enferma y necesitada de curación. Una multitud que nos debería hacer reflexionar a nosotros sobre cómo

estamos llevando a la vida los conocimientos que vamos teniendo de Jesús.

UN NUEVO ÉXODO

“Esto dice el Señor: No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed del pueblo que yo formé, para que proclamara mi alianza. Pero tú no me invocabas, Jacob; ni te esforzabas por mí, Israel; no me saciabas con la grasa de tus sacrificios; pero me avasallabas con tus pecados, y me cansabas con tus culpas.

Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados.”

(Is 43, 18-25)

El anuncio de un nuevo éxodo, como final del exilio, y la formación del nuevo pueblo de Dios, son los

temas que se mezclan en la primera lectura de hoy.

Desterrado en Babilonia, el pueblo hebreo se ha olvidado de su Dios, al vivir rodeado de gente que adora

a los dioses babilónicos. A la hora de buscar una explicación a aquella situación del pueblo elegido, no

quedaba más remedio que reconocer sus constantes ingratitudes e infidelidades. Pero Yahvé no los ha

olvidado y trabaja ya en su repatriación.

El instrumento que Yahvé está utilizando, para el retorno a su patria de los exiliados, es Ciro, el rey de

Persia. Sus victorias sobre Babilonia, que todos estaban viviendo, las ve el Segundo Isaías con ojos de

profeta. Lo mismo que el Señor liberó antaño a Israel de la esclavitud de Egipto, abrirá ahora un camino

por el desierto... para apagar la sed del pueblo. ¿Cómo abrir caminos en las ‘ciudades de los hombres’ en

las que ya están todos trazados? Yahvé va a reanudar las maravillas de salvar y de saciar la sed de los que

le buscan, de los que caminan con activa esperanza hacia lo nuevo de su revelación.

Esto es lo nuevo que ya está brotando. No nace a causa de la fidelidad del pueblo, que evidentemente no

lo ha sido, sino por la total gratuidad de Dios: Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes y

no me acordaba de tus pecados. El amor, que había movido a Yahvé a crearlo todo de la nada, le lleva

ahora a una nueva creación.

No penséis en lo antiguo, porque el recuerdo del pasado puede impedir la atención a lo que está siendo y

a lo que va a ser. El recuerdo del pasado puede convertirse en un refugio para no afrontar el presente.

El pueblo, que está desfalleciendo en el destierro, es invitado a dirigir la mirada hacia el futuro que Dios

les prepara. Aprisionados en la añoranza y en el recuerdo de un pasado tenido por grandioso y que ahora

creen imposible, corren el riesgo de no ver o no apreciar lo nuevo que despunta en su historia. El recuerdo

sólo puede tener justificación cuando se abre al futuro, cuando lo prepara o lo anticipa. Por eso, conviene

191

recordarlo cuando nos ayuda en el presente; nunca cuando nos pueda perjudicar, bloquear el actuar en el

ahora y aquí. Es este el sentido en que debemos entender esta lectura profética. No podemos vivir de

nostalgias, sino de esperanzas.

Todas las promesas de Dios se han realizado plenamente en Jesucristo, y, a través de él, en todos

nosotros.

FIDELIDAD DE PABLO A JESUCRISTO

“Hermanos: ¡Dios me es testigo! La palabra que os dirigimos no fue primero ‘sí’ y luego ‘no’. Cristo Jesús, el Hijo de Dios, el que Silvano, Timoteo y yo os hemos

anunciado, no fue primero ‘sí’ y luego ‘no’; en él todo se ha convertido en un ‘sí’; en él todas las promesas han recibido un ‘sí’. Y por él podemos responder ‘amén’ a Dios, para gloria suya.

Dios es quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros. Él nos ha ungido, Él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como

prenda suya, el Espíritu.” (2 Cor 1, 18-22)

Empezamos a leer hoy la segunda carta de san Pablo a los Corintios, que se prolongará hasta el domingo

catorce ordinario, inclusive. En total ocho domingos. Algunos de ellos se saltan, por razones de ajustes

del calendario litúrgico, y otros los leeremos después del tiempo pascual.

La comunidad cristiana de Corinto era muy querida por Pablo. Pero, de vez en cuando, aparecían

problemas de incomprensión entre la comunidad y el apóstol: los corintios habían acusado a Pablo de ser

inconstante, de no cumplir lo que prometía, a causa de haber cambiado sus proyectos de viaje, por

razones que desconocemos. Una forma muy corriente de evadirnos del compromiso personal que nos

pide la fe, es justificarnos poniendo como excusa los errores, reales o imaginarios, de los demás

Pablo, en la segunda lectura de hoy, responde a esta acusación. Pero no lo hace para defenderse, sino

para señalar que el fundamento de la fe y de la perseverancia de los cristianos está en presentarles el

mismo evangelio de Jesús, que es lo que él ha hecho.

El texto comienza con una frase solemne: ¡Dios me es testigo!, de que la palabra que os dirigimos no

fue primero ‘si’ y luego ‘no’. En la palabra del verdadero apóstol no puede haber contradicción, porque

predica a Cristo, que es el sí y el amén definitivos de las promesas divinas. Es el sí del hombre a Dios, por

la fuerza del Espíritu. Un Espíritu que garantiza la verdad de lo que Pablo predica.

En el amén de toda la comunidad reunida en asamblea litúrgica se expresa, de modo privilegiado, su

adhesión al plan salvador de Dios.

192

OCTAVO DOMINGO ORDINARIO

EL AYUNO Y LA NUEVA LEY

EL AYUNO QUE QUIERE JESÚS

“Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos estaban de ayuno. Vinieron unos y le preguntaron a Jesús:

–Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?

Jesús les contestó: -¿Es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos?

Mientras tienen al novio con ellos, no pueden ayunar. Llegará un día en que se lleven al novio; aquel día sí que ayunarán. Nadie le echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la

pieza tira del manto –lo nuevo de lo viejo- y deja un roto peor. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque revientan los odres, y se pierden

el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos.” (Mc 2, 18-22)

Los discípulos de Jesús llamaban la atención por la alegría y la paz que respiraban junto al Maestro. Esta

actitud molestaba a los ascéticos fariseos, engreídos por sus prácticas legales puramente externas. Tanta

‘fidelidad’ les había hecho intransigentes y mezquinos, hipócritas e incapaces de comprender la ilusión

que Jesús irradiaba a los suyos, a los que quieren medir con su mismo rasero.

No es cuestión de poner en duda la importancia de la ascesis en la vida cristiana, ni de borrar del

vocabulario del cristiano palabras como mortificación, ayuno, sacrificio, renuncia. Tenemos que aceptar

que las prácticas ascéticas constituyen un paso, necesario y doloroso en este mundo nuestro, nunca lo más

importante de nuestra fe, cuyo centro y meta es el encuentro con Cristo, presentado como unas bodas.

El ayuno, rito tradicional, tenía un significado muy preciso en el antiguo Testamento: era un gesto de

humillación que acompañaba a la oración, a la que añadía un profundo sentido de la dependencia del ser

humano respecto a Dios. El ayuno de alimentos quería proclamar que nuestro futuro está por entero y

exclusivamente en las manos de Dios, y que, fuera de él, la existencia humana se hacía imposible.

En tiempos de Jesús, en que la espera del Mesías era intensa, la práctica del ayuno estaba unida a esta

gran esperanza.

Todos los grupos religiosos de aquella época se reconocían fácilmente por la práctica de ciertos ritos

ascéticos, de los que el más conocido era el ayuno. El ayuno practicado por los discípulos de Juan y los

discípulos de los fariseos, era expresión de unos creyentes deseosos de la llegada del Mesías; con él,

pretendían apresurar su venida y disponerse a acogerlo.

¿Por qué los tuyos no? La pregunta nace del comportamiento de los discípulos y se dirige a Jesús. El

discutido es siempre Jesús; es a él al que ponemos en evidencia con nuestro comportamiento cristiano, y

desde él tenemos que dar razones de nuestro actuar.

Parece que Jesús no tenía, ni para él ni para sus discípulos, normas o ritos religiosos especiales.

Aparecían, por esa razón, como poco religiosos respecto a la vida de piedad habitual entonces. Aparecían

demasiado sueltos y libres, poco aficionados a las devociones oficiales y populares.

Jesús responde hablando de sí mismo. Sus discípulos tienen con ellos al Mesías, son los amigos del

novio, no deben ayunar mientras el novio está con ellos. Es tiempo de fiesta, no de ayuno. Cuando se

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lleven al novio –cuando lo detengan y asesinen- será el momento del desprendimiento y de la lucha.

Aquel día sí que ayunarán, pero será un ayuno que tendrá otro sentido.

Al indicar la muerte del novio, Jesús destaca la otra vertiente de la vida cristiana en este mundo: la lucha,

la situación de interinidad hasta que la fiesta no sea plena en la Parusía. Lo definitivo no ha llegado aún.

El ayuno, proscrito por la presencia del novio, se volverá necesario por su ausencia. Refleja la compleja

situación del cristiano, que posee ya pero sin disfrutar plenamente, y que debe seguir buscando al que ya

ha encontrado.

La adhesión al Mesías nos llevará fatalmente a momentos difíciles, en los que no hará falta ayunar para

hacer penitencia. Sus palabras no exigen una ascesis concreta, pero implican un compromiso total para

transformar esta realidad mundana en el reino de Dios. Este es el ayuno que Jesús pide a los suyos.

Porque, ¿qué sentido humano y religioso pueden tener los ayunos si lo que fundamentalmente importa es

luchar para hacer realidad la justicia que reclaman los explotados, única forma auténtica de realizar aquí y

ahora el reino de Dios? ¿Se trata de convencer a Dios con nuestros ayunos para que nos ayude, o se trata

de luchar para que se cumpla el programa anunciado por Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 18s)?

Para Jesús el ayuno verdadero es la lucha contra toda explotación del hombre por el hombre. Bastante

sudor y lágrimas llevan consigo una vida cristiana tomada en serio. Refugiarse en unos ayunos y no

luchar para transformar el mundo, además de muy cómodo, es una hipocresía.

En pocas palabras, Jesús nos ha presentado dos realidades inseparables para un cristiano: la fiesta y la

lucha. Y nos ha dado las razones para ambas. El camino cristiano es principalmente un camino de fiesta,

porque Dios está con nosotros por Cristo y por su Espíritu (Jn 14, 16. 23) Ninguna lucha puede ahogar

esta suprema realidad del cristianismo. Por ello vivimos la fiesta, el banquete de bodas, en la esperanza.

Una fiesta que será plena después de la muerte.

Mientras tanto, luchemos contra todo mal, egoísmo, orgullo, injusticia... en cada uno de nosotros y en la

sociedad.

EL EVANGELIO ES ‘OTRA COSA’

Cuando entra en escena el amor, las perspectivas de toda verdadera religión se transforman. Jesús no se

conforma con responder al tema del ayuno. Sigue denunciando los verdaderos motivos por los que los

fariseos se muestran perplejos y escandalizados frente a su manera de comportarse. El modo de vivir la

religión en los tiempos de Jesús no podía ponerse al día con un remiendo que le pusiera el joven rabino

galileo. Era necesario interpretarlo con mentalidad y ojos nuevos, dispuestos a cambiar hasta lo tenido por

más sagrado, si fuera necesario.

No es que su mensaje sea enteramente nuevo dentro del campo de la historia de los hombres; su verdad

empalma con las esperanzas de las religiones de la tierra y con las ilusiones de los humanos. Pero, a la

vez, lleva esas verdades y esperanzas a plenitud. Cristo es ‘el Primero y el Último’ (Ap 1, 17) El Primero:

es la Palabra por la que el Padre creó el mundo (Jn 1, 1-3) El Último: Dios lo ha colocado por encima de

todos los seres del cielo y de la tierra (Fil 2, 10)

No es posible remendar el manto viejo del judaísmo añadiéndole trozos de evangelio. Es necesario

confeccionar un manto enteramente nuevo a partir de las palabras y los gestos de Jesús.

194

El cristianismo no es una componenda, ni una reforma religiosa como tantas que sufrió el judaísmo y

tenemos tendencia a hacer los cristianos. Confiesa que Dios no está allá arriba, sentado en su cielo, sino

que vive entre nosotros no para ser adorado, sino para ser seguido. El cristianismo es un estilo de vida que

rompe los moldes de cualquier religión.

Jesús no es un remiendo. Quiere una sociedad fraternal, en la que los poderosos ya no estén en sus tronos

(Lc 1, 52), donde todas las personas podamos realizarnos como tales. Y esto no se puede lograr con

pequeñas o grandes reformas a la injusticia estructural que existe. Debe llevar a una transformación de las

estructuras, de las mentalidades humanas, del enfoque religioso... de todo.

La fe en Jesús es incompatible con la adhesión fanática a unas prácticas insustanciales. La adhesión

fanática a los moldes viejos del judaísmo tuvo entonces como consecuencia la ruptura entre la Iglesia y la

Sinagoga. Ahora puede ser causa de rompimiento entre la Iglesia burocrática y la Iglesia de los pobres.

Los odres viejos están ya demasiado gastados y no pueden aguantar sin reventar la fuerza de

transformación que el mundo necesita para ser verdaderamente fraternal y humano.

¿Descubriremos algún día la novedad absoluta, siempre nueva, creadora y transformante del mensaje de

Jesús en nuestras vidas?

UNA HISTORIA DE AMOR NO CORRESPONDIDO

“Esto dice el Señor: Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón. Y me responderá allí como en los días de mi juventud. como el día en que la saqué de Egipto. Me casaré contigo en matrimonio perpetuo; me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión; me casaré contigo en fidelidad, y te penetrarás del Señor.”

(Os 2, 14-15. 19-20)

El profeta Oseas vivió en el siglo VIII a. C. Su desgraciada experiencia matrimonial le sirvió para

profundizar en la infeliz relación de Yahvé con su pueblo. En los primeros capítulos de su libro, nos narra

una verdadera historia de amor no correspondido, su propia historia personal: la de una persona que,

amando intensamente a su esposa Gomer, pasa por la amarga experiencia de su infidelidad y no encuentra

otra salida que la de seguir amándola, a pesar de todo.

Oseas nos presenta su propia vida matrimonial como símbolo. Por una parte, los pecados cultuales,

sociales y políticos del pueblo, encabezados por sus dirigentes y nominados como idolatría e infidelidad;

y por otra, la grandeza del amor de Dios, infinitamente más fuerte que esa infidelidad. De esta forma,

introdujo, para ahondar en las relaciones de Dios con Israel, las expresiones amor, noviazgo, matrimonio,

que quedaron incorporadas para siempre al lenguaje religioso. Yahvé es el esposo, el amante fiel.

También es el Padre, con lo que la relación Dios-pueblo adquiere una profunda intimidad.

Desde su visión crítica del presente, Oseas observa retrospectivamente toda la historia del pasado. Una

historia que, si ha sido historia de salvación, lo ha sido a pesar de la constante infidelidad del pueblo y de

sus dirigentes.

195

Termina su mensaje con una llamada a la conversión y a la esperanza. Y, sobre todo, con una rotunda

afirmación del amor gratuito y generoso de Dios, que perdonará a su pueblo.

Me la llevaré al desierto... En la lectura de hoy, Oseas nos describe la vida en el desierto como un lugar

privilegiado para estar con Dios, para ahondar en las relaciones que debemos mantener con él. Desierto

como símbolo de la búsqueda de soledad y de silencio, que necesitamos en determinados momentos de la

vida para profundizar en lo que verdaderamente queremos y para estar más cerca de Dios y de nosotros

mismos. ¿Cómo lograrlo en medio de tanto ruido y reclamos como nos rodean?

Sólo en el desierto se puede ‘hablar’ al corazón... Sólo en escenarios así podemos hablar con Dios, hacer

un pacto con él y renovar la alianza, descubrir su amor... tema central de la primera lectura de hoy.

Dios nos espera en el desierto, nos empuja hacia él. A nosotros, el desierto nos da miedo. En él, no hay

caminos ni huellas para seguir. En él, podemos prepararnos para el encuentro con el Señor, porque nos

desnuda de todo lo que somos y tenemos. En él, Dios nos espera para despojarnos de las apariencias, de

los estorbos, de todo lo artificial y superfluo, que dominan en el ‘teatro del mundo’. En él, Dios quiere

arrancar nuestras máscaras para que podamos recuperar nuestro verdadero rostro, nuestras verdaderas

aspiraciones e ilusiones. En él, nos encontramos vacíos de nosotros mismos. Sin nada de ‘teatro’, de

escalafón, de prestigio, de importancia. En la ‘ciudad’ ¡nos ocupamos de tantas cosas, que no nos queda

tiempo para ocuparnos de nosotros mismos!

En el desierto, frente a Dios, despojados de todo lo que nos esclaviza, podremos reconocer que no

poseemos la verdad sobre nosotros mismos y la imploraremos al Padre. En él, renunciaremos a saber, a

discutir, a justificarnos, a explicarnos. Y nos iremos comprendiendo gracias al Padre; y tendremos la

impresión de que es el corazón, y no los oídos, el que oye su voz... y podremos comenzar una nueva

historia de amor.

SOMOS UNA CARTA VIVA DE JESUCRISTO

“Hermanos: ¿Necesitamos presentaros o pediros cartas de recomendación? Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres. Sois una carta de Cristo, redactada por nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón.

Esta confianza con Dios la tenemos por Cristo. No es que por nosotros mismos estemos capacitados para apuntarnos algo,

como realización nuestra; nuestra capacidad nos viene de Dios, que nos ha capacitado para ser servidores de una alianza nueva: no basada en pura letra, porque la pura letra mata y, en cambio, el Espíritu da vida.”

(2 Cor 3, 1-6)

La segunda carta a los Corintios es quizá la que mejor nos describe el perfil humano y apostólico de

Pablo. Su trabajo misionero; sus fatigas y peligros; su estado de tensión interior; su amor apasionado a

Cristo y a la Iglesia; su mal crónico, cuya curación pedía al Señor; sus extraordinarias experiencias

místicas... Su excepcional personalidad: teólogo, misionero, fundador y organizador de comunidades,

contemplativo y caminante infatigable. Su carácter altivo y humilde, audaz y tímido, sereno y apasionado,

afectuoso y sarcástico, cortés y duro, generoso y amargo, prudente y arrebatado. Así era san Pablo. Un

admirable ejemplo para los apóstoles de hoy.

En el trasfondo de la lectura de hoy siguen los problemas de Pablo con la comunidad, al ser cuestionado

por otros supuestos apóstoles.

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En la comunidad de Corinto circulaban cartas de recomendación. Los que se oponían a Pablo trataban de

derrotarlo basados en influencias, cartas de recomendación...

Pablo carece de tales ayudas, o se niega a usarlas. No pretende competir con sus oponentes a ese nivel.

Su total entrega a su misión de proclamar el evangelio de Jesucristo le absorbe completamente, a la vez

que abomina cultivar ambiciones y vanidades personales. Su preocupación única es la de servir, no la de

hacer ‘carrera’.

Vosotros sois nuestra carta. Sus cartas de recomendación son de otro tipo: las vidas de los cristianos, la

comunidad, el Espíritu que anida en ellos y que está escribiendo una nueva historia de amor en sus

corazones. Toda la Iglesia de Corinto es una carta de recomendación para valorar el trabajo apostólico de

Pablo. Escribió en ellos con Espíritu, con convencimiento, de corazón a corazones... Se siente acreditado

por la fe que anima a la comunidad cristiana que él ha fundado y que el Espíritu ha profundizado

No existe título académico, ni diploma, ni documento alguno, que pueda ‘fabricar’ un pastor; como

tampoco existen reglas jurídicas que puedan sustituir la acción del Espíritu en los corazones y en las

conciencias de los creyentes. Cada uno de nosotros somos una ‘carta viva’ de Jesús, a través de la

veracidad de nuestra vida, de nuestro amor...

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NOVENO DOMINGO ORDINARIO

ENFRENTAMIENTO JESÚS-FARISEOS SOBRE EL SÁBADO

LOS DISCÍPULOS QUEBRANTAN EL SÁBADO

“Un sábado atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas. Los fariseos le dijeron:

-Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido? Él les respondió: -¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron

faltos y con hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros.

Y añadió: -El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que

el Hijo del hombre es señor también del sábado. Entró otra vez en la sinagoga y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo. Jesús le dijo al que tenía la parálisis: -Levántate y ponte ahí en medio. Y a ellos les preguntó: -¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle

la vida a un hombre o dejarlo morir? Se quedaron callados.

Echando en torno una mirada de ira y dolido de su obstinación, le dijo al hombre:

-Extiende el brazo. Lo extendió y quedó restablecido. En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con

los herodianos el modo de acabar con él.” (Mc 2, 23-3, 6)

La vida y la predicación de Jesús estuvieron dominadas por un conflicto fundamental: el que le enfrentó

a los hombres de la ley, que habían reducido su religiosidad a ritos y normas, y convertido, de esa forma,

la religión en un instrumento de dominación del hombre por el hombre; porque una religión que hace a

sus fieles esclavos de sus leyes, hace siempre al hombre esclavo de los dirigentes que las interpretan.

Cuando las leyes, sean civiles o religiosas, se convierten en algo rígido, dejan de cumplir su finalidad,

que es la de ayudar al crecimiento auténtico de la sociedad por el ejercicio en ella de la justicia. Las leyes

deben ser elásticas, móviles, para que puedan ir promoviendo el avance social que el pueblo necesita.

El domingo es para nosotros un signo del reino de Dios, que intenta expresar el sentido de nuestra

existencia. El reino de Dios es el domingo definitivo, en el que los humanos descansaremos para siempre

de todas las fatigas y sufrimientos, en el que el pecado, ¡por fin!, será imposible. Lo mismo que por

nuestro trabajo imitamos la actividad creadora de Dios en los seis días –simbólicos- de la creación, el

descanso es signo del ‘séptimo día’ en el que ‘cesó Dios de toda la tarea creadora que había realizado

(Gén 2, 2). Los seis días de la creación simbolizan toda nuestra vida; el día séptimo, el descanso

definitivo en el reino de Dios.

La discusión entre Jesús y los fariseos sobre el descanso sabático es uno de los grandes temas de su

enfrentamiento con los dirigentes del judaísmo. Aquí la fricción es doble: la violación del sábado por los

discípulos al arrancar espigas y por el mismo Jesús al curar a un enfermo que no estaba en peligro de

muerte.

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A todas las personas y sistemas opresores les va bien que las creencias religiosas se transformen en leyes

o normas que, presentadas como reveladas por Dios, deben cumplirse incondicionalmente bajo pena de

quedar excluidos de la salvación.

La religión verdadera es siempre liberadora del ser humano. Aquellos jefes la habían hecho esclavizante.

Jesús, que quería la libertad y la vida del hombre, tenía que enfrentarse necesariamente con los que lo

esclavizaban, con el agravante de hacerlo en nombre de Dios y de su ley.

El trabajo y el descanso son medios de realización de la persona; nunca deben emplearse para alienarla.

¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido? Los pobres podían comer los productos de la

tierra si tenían hambre (Dt 23, 25s) Es lo que hacen los discípulos de Jesús. Pero el frotar las espigas (Lc

6, 1) para comerse los granos se contaba expresamente entre las actividades prohibidas en día de sábado,

por ser considerado como un trabajo de recolección. Los fariseos, que vieron esto, acusan a los discípulos,

no de arrancar las espigas y comerse los granos, sino de realizarlo en día de sábado. Los fariseos no

entendían qué era una ley, y menos una ley de Dios. Jesús tratará de que entiendan su sentido del

descanso.

El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. Dios no quiere al hombre esclavo

de nada ni de nadie. Nos quiere libres. El ser humano siempre es un fin. Nunca se le puede manipular. Es

alguien sagrado, porque participa de Dios.

Las leyes bíblicas, incluso las más sagradas, están hechas para el bien del hombre. Por eso, en muchas

ocasiones, obedecer al espíritu de la ley aparece como una violación material de esa ley ante el poder

religioso, que suele usarlas para tener dominados a sus súbditos.

Las leyes deben estar hechas para orientar, estimular y defender al ser humano. Si una ley va contra el

hombre debe ser abolida y, en todo caso, desobedecida. Nunca estamos obligados a obedecer las leyes

inhumanas e injustas, sobre todo las que van contra los marginados... que no son pocas. Primero el amor y

la justicia, luego el cumplimiento de las prescripciones cultuales.

El Hijo del hombre es señor también del sábado. Jesús se convierte en el sábado que no acaba, en el

descanso permanente. Siguiéndole alcanzamos la verdadera y definitiva libertad de hijos de Dios. Es

nuestro descanso; descanso del corazón (Mt 11, 27-29)

Los cristianos, al profundizar en la actuación de Cristo, tenemos que relativizarlo todo, incluso el orden

legal por muy legítimo que parezca, y a pesar de los peligros evidentes que esta actitud pueda tener.

Todas las leyes tienen que estar al servicio de la persona, de todas. Jesús, ‘Señor del sábado’, está por

encima de todo sistema establecido. Y los cristianos es a él al que tenemos que obedecer y seguir. Jesús es

más que la Iglesia.

La fe cristiana lleva en sí misma un germen de rebeldía, que muchos dirigentes civiles pretenden abortar

o, al menos, silenciar con concesiones a la institución eclesial. Cualquier ley cristiana tiene que ser un

camino de liberación para el hombre, un servicio a la humanidad, un camino de crecimiento.

JESÚS TAMBIÉN CON SU CURACIÓN

La interpretación farisea de la ley permitía curar en sábado cuando había peligro inminente de muerte.

Un brazo o una mano paralizados no presentaban ese peligro. Con sus complicadas interpretaciones sobre

el sábado, los fariseos habían llegado a impedir hacer el bien al hombre con el pretexto de agradar a Dios.

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¿Cómo agradar a Dios, que es Amor, al margen del bien del hombre? Esta rigidez legal debía ser

cambiada por una manera humana de pensar. No hacer el bien cuando se puede, es hacer el mal. Lo que

decide no es la ley, sino la persona afectada por esa ley. El centro es siempre el ser humano.

Estaban al acecho, espiándole para ver si lo podían coger en alguna infracción para denunciarlo a los

tribunales.

Se quedaron callados. No querían reconocer su error y su sinrazón. Tampoco podían argumentar a la

sabiduría de Jesús. Y es muy peligroso dejar al descubierto y en ridículo a los que tienen el poder;

responderán con la única ‘razón’ que tienen: la de la fuerza bruta.

Jesús, dolido de su obstinación, curó al hombre. Su modo de actuar era coherente con sus ideas.

Restablece el verdadero sentido del sábado, que debe ser un día en el que se disfrute y se proporcione

alegría a los demás, un día en el que se haga el bien a las personas que sufren.

Los fariseos tenían tantas contradicciones en sus prácticas que siempre terminaban furiosos y

encolerizados: se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él. No encuentran otro

camino que la fuerza bruta para aplastar al que creen más débil. El odio les impide pensar y reflexionar

con lucidez. Rechazan a un Dios que los ama y los libera. Prefieren, por lo visto, y un Dios que mande

sobre ellos y los oprima.

El apego a lo externo, a lo burocrático, es muy explicable y comprensible: da mucha seguridad, llena el

tiempo y nos justifica. Pero Jesús no lo acepta...

El amor es el valor fundamental de la ley cristiana. Toda norma concreta tiene que ser interpretada,

aplicada o derogada únicamente a la luz del amor al ser humano.

¿Las normas de la Iglesia nos liberan o nos esclavizan?, ¿las vivimos en libertad o a la fuerza? En la

medida en que seamos libres en su cumplimiento y estemos rechazando las que oprimen o alienan al

hombre, estaremos entendiendo la actuación de Jesús.

NECESIDAD DEL DESCANSO

“Esto dice el Señor: Guarda el día del sábado santificándolo, como el Señor tu Dios te ha

mandado. Durante seis días puedes trabajar y hacer tus tareas: pero el día séptimo es día

de descanso dedicado al Señor tu Dios. No haréis trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu buey, ni tu asno, ni tu ganado, ni el forastero que resida en tus ciudades; para que descansen como tú el esclavo y la esclava.

Recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que te sacó de allí el Señor tu Dios con mano fuerte y con brazo extendido. Por eso te manda el Señor tu Dios guardar el día del sábado.”

(Dt 5, 12-15)

‘Deuteronomio’ significa ‘segunda ley’. La ‘primera’, estaría recogida en los libros del Éxodo, Levítico y

Números. La atribución a Moisés de su autoría es una ficción literaria, ya que, más que un autor, hay que

hablar de varios y de un largo proceso de formación, que se extiende fundamentalmente entre los siglos

VIII-VI a. C. En su forma actual, el libro se presenta como las palabras que dirigió Moisés al pueblo de

Israel, al otro lado del Jordán, en los umbrales de la tierra prometida, para que, llegado a Canaán, viviera

como pueblo de la Alianza. Se puede considerar como el testamento espiritual de Moisés, porque contiene

las leyes que éste dio al pueblo de Israel para que tuviera unas normas de vida en la tierra prometida.

200

Está compuesto por tres discursos de Moisés y un apéndice.

Desde el punto de vista teológico es uno de los libros más ricos del antiguo testamento. Cinco son sus

grandes temas: un Dios, un pueblo, una tierra, una ley y un santuario.

La idea de un único Dios y un único pueblo están íntimamente relacionadas. La unidad de Dios

constituye su enseñanza principal; que exige a Israel un amor total y exclusivo. De Dios le vienen al

pueblo los bienes que posee, de los que la tierra es el más importante. Asentado en esa tierra, el pueblo

necesita una ley para vivir en sociedad. La unidad de Dios lleva, finalmente, a la unidad de santuario.

Tenemos dos versiones del ‘Decálogo’: ésta del Deuteronomio, que pertenece a la reforma de Josías, y la

más antigua del Éxodo (capítulo 20) Redactado en unos términos que no admiten réplica –género

apodíctico- y en segunda persona, difiere del estilo jurídico empleado ordinariamente en Oriente: el

condicional y la tercera persona.

La primera lectura de hoy se centra en la observancia del sábado. Es el único texto de este libro que habla

de ella. Une este precepto al acontecimiento de la liberación de Egipto, aspecto que no señala el libro del

Éxodo.

El sábado es para el pueblo hebreo un día consagrado a Dios, un día de reposo. Recuerda al Dios creador

y al Dios salvador; la liberación de toda servidumbre y el reposo definitivo en el reino de Dios.

La orden de santificarlo se precisa con la obligación de no trabajar en él. Este día séptimo, así consagrado

a Yahvé, será como la ofrenda de un sacrificio, como el reconocimiento de la soberanía de Dios sobre

todo lo creado.

Durante los otros seis días de la semana, el ser humano vive atrapado –los que tienen la suerte de tener

trabajo- en el engranaje de un tiempo programado, opresor con frecuencia, fijado rígidamente por otros.

El día séptimo, el hombre vuelve a disponer de su tiempo, lo puede organizar a su gusto. La relación con

las cosas, con los compromisos del trabajo, puede ceder el puesto a las relaciones con Dios, con uno

mismo y con los demás.

No podemos vivir aprisionados por el producir y por la ilusión de acumular, rendir. Necesitamos

alimentar nuestro mundo interior, que es el que da sentido y valor a nuestra existencia humana.

Después del exilio, el precepto sabático y el rito de la circuncisión de los varones fueron los signos más

distintivos del judío que vivía entre gentiles.

El celo puesto en su cumplimiento literal, con olvido de su sentido original, ocasionó una gran polémica

entre Jesús y los fariseos, como vimos en el evangelio.

En la época en que se escribe, muchos antiguos pequeños propietarios se han visto obligados a alquilarse

o venderse como esclavos para poder subsistir. El texto de hoy especifica el descanso para todas las

categorías sociales, desde el propietario y jefe de familia hasta los esclavos y los animales.

La ley se sitúa en una óptica religiosa: Recuerda que fuiste esclavo en Egipto... Los trabajos serviles

eran los que los hebreos realizaron en Egipto. La ley especifica al máximo estos trabajos serviles para

evitar los abusos. Una ley humanitaria que tutelaba especialmente los derechos de los débiles, y que tenía

dos fines principales: ser signo de la libertad y dignidad de las personas haciéndolas participar del

descanso divino, como anticipo del descanso definitivo en el reino de Dios; y ser un día dedicado

especialmente a Dios y a las relaciones con los demás.

201

Sería necesario, en estos tiempos de tanto trasiego de las familias en los fines de semana, volver a

encontrar la significación profunda del día dedicado al Señor, que es lo mismo que decir ‘dedicado a

nuestro crecimiento personal’.

Nos adaptamos a la esclavitud. Es más, buscamos constantemente nuevas esclavitudes. Parece que no

podemos vivir sin ellas. Y hemos olvidado que el Padre Dios es el único que puede liberarnos.

Los diez mandamientos son una propuesta de libertad. Dios nos reclama para sí. Tenemos todas las de

ganar si los aceptamos.

EVANGELIO-MUNDO: DOS REALIDADES IRRECONCILIABLES

“Hermanos: El Dios que dijo: ‘Brille la luz del seno de la tiniebla’ ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo.

Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros.

Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.

Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.”

(2 Cor 4, 6-11)

Pablo, que había padecido desprecios por sus debilidades y fracasos, achacados a que no era apóstol,

continúa, en la lectura de hoy, la defensa de su ministerio. Primero ha mostrado la grandeza del

apostolado cristiano (2 Cor 3, 4-4, 6), y pasa ahora a tratar la realidad de sus fracasos, que no empañan su

apostolado, sino que son garantía de la participación en el misterio de Cristo, en su muerte-resurrección.

El apóstol irradia la luz de Dios, que Jesús transmitió al mundo con su evangelio de libertad, justicia y

amor. Esa luz que el mundo no conoce a causa del pecado. Aquí radica la importancia de la misión

apostólica (v 6).

Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro... (v 7). La misión la realizamos a pesar de nuestras

limitaciones y pecados, porque también pertenecemos a este mundo hostil a la verdadera vida. La eficacia

de la misión viene de Dios, que da fuerza y audacia al apóstol para no darse nunca por vencido, a pesar de

las apariencias de derrota que le rodean por todas partes.

Estas dificultades, resistencias y sufrimientos hacen que el apóstol participe de los sufrimientos y de la

muerte de Jesús. Y también de su resurrección-vida de Jesús, a través de la victoria que se está fraguando

sobre el ‘pecado del mundo’ que Jesús vino a ‘quitar’ (Jn 1, 29). Son los ‘dolores de parto’ que llevan al

nacimiento de la criatura nueva: el reino de Dios (Jn 16, 21).

Esta contradicción de la vida apostólica se refleja en toda la vida cristiana: entre el deseo sincero de

seguir a Jesús y la presencia del ‘pecado del mundo’ en lo más profundo de nuestros corazones. Un

pecado que se manifestó al máximo en el ‘odio’ (Jn 15, 18) al ‘sin pecado’ (Heb 4, 15). Un ‘pecado’ que

no pudo con él, pero que sí puede con nosotros en demasiadas ocasiones. Podemos decir que participamos

de la muerte de Cristo con nuestros fracasos y sufrimientos por el reino y con nuestros pecados, aunque él

no los tuviera; y de su resurrección por el avance de ese reino de Dios en la vida que ayudamos a nacer y

a crecer en los demás.

202

En su apasionada defensa ante sus detractores de la comunidad de Corinto, Pablo esboza su autorretrato:

Nos aprietan por todos lados... (vv 8-11). Exterioriza su propia existencia desgarrada por los odios

viscerales que provoca. Sin embargo, puede decir que, aunque vive ‘en el límite’ de sus posibilidades, la

ayuda de Dios nunca le ha faltado. Su existencia es, al mismo tiempo, una vida apostólica y sacrificada,

una experiencia de muerte y de vida: La existencia de una persona amenazada, errante, espiado, mal

interpretado... que parece que está siempre a punto de derrumbarse, y que asegura la luz y la vida a todos,

porque su drama reproduce el de Cristo. ¡Cuántos después de ellos han pasado por caminos semejantes!

La contradicción que vemos en Pablo está también presente en la Iglesia de siempre, presente en un

mundo que parece entregarse a todo lo que lleva sello de muerte: poder, tener, placer... y del que la

Iglesia, y cada uno de nosotros, no nos vemos libres. De ahí nuestra dificultad en anunciar el verdadero

rostro de Dios manifestado en su Mesías; por ejemplo, en la tibieza en la defensa de los pueblos e

individuos más marginados y explotados y en ser cómplices de que los sacramentos hayan perdido el

profundo sentido que les confirió Jesucristo.

203

DÉCIMO DOMINGO ORDINARIO

VUELVE A CAFARNAÚN

“TIENE DENTRO A BELCEBÚ”

“Volvió Jesús a casa y se juntó tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en

sus cabales. Unos letrados de Jerusalén decían: -Tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los

demonios. Él los invitó a acercarse y les puso estas comparaciones: -¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil no puede

subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se revela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.

Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre.

Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo. Llegaron su madre y sus hermanos, y desde fuera lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo: -Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan. Les contestó: -¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y paseando la mirada por el corro, dijo: -Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése

es mi hermano y mi hermana y mi madre.” (Mc 3, 20-35)

Jesús volvió a casa en Cafarnaún. Su fama estaba ya muy extendida entre el pueblo, hasta el punto que

no los dejaban ni comer. Las multitudes populares no le dejan reposo. Sus obras las tenían asombradas y

desconcertadas. También impulsaban a algunos a seguirle. A la vez, suscitaban la incomprensión de sus

parientes y la frontal oposición de los dirigentes religiosos.

Al oír las cosas que se decían de Jesús –muchas desfiguradas, como pasa con todo lo que corre de boca

en boca-, y saber que estaba constantemente rodeado de mucha gente, la mayoría poco recomendable, sus

parientes acudieron a Cafarnaún para llevárselo a Nazaret, porque decían que no estaba en sus cabales.

¿Por qué sus familiares lo toman por loco? Porque los hombres nunca acabamos de comprender las

exigencias absolutas de Dios y porque la fama le iba creando problemas, y esos problemas afectaban, de

alguna manera, a toda la familia. No comprenden que Jesús, al que conocen de siempre, pueda estar lleno

de la causa de Dios y entregado por completo a su servicio. Esta ceguera es siempre un peligro para los

familiares y amigos de las personas a las que Dios llama para un servicio especial y un aviso para todos

los que creemos que conocemos a Jesús. Los profetas, y Jesús más que ninguno, están fuera de las

categorías mentales humanas, incluso de los creyentes, y quieren llevar a sus discípulos a lo mismo.

El Dios de Jesús está allí donde se libera al ser humano, donde se le hace bien. Jesús liberaba, pero

también se apartaba progresivamente de las normas y de las tradiciones judías, que escondían y

justificaban un sistema de opresión al pueblo. Y no las cambiaba por otras.

Para muchos judíos instruidos esto planteaba un problema: si Jesús se apartaba del único camino válido

de salvación, que para ellos era la ley, el bien que hacía no podía ser de Dios. Si a esto añadimos la mala

204

fe, tenemos ya las razones de su acusación. Lo que para la gente del pueblo era su única esperanza, a los

dirigentes les parecía un inconcebible engaño a las masas.

Tenemos aquí uno de los relatos más hirientes de la polémica de Jesús con las autoridades religiosas

judías. Unos letrados de Jerusalén atribuyen sus milagros al influjo de Belcebú, jefe de los demonios,

que actúa a través de su persona para pervertir al pueblo, utilizando como cebo la curación de unos pobres

enfermos. No se limitan a declararlo loco; ellos hacen una lectura más honda de su manera de proceder,

más reflexiva y consciente; por eso, su repulsa es más radical y razonada. Tienen que anular, como sea, la

fama de Jesús, su popularidad. De otra forma, ven en peligro su tinglado. Lo acusan de magia, castigada

con la muerte. Jesús es un poseso y expulsa los demonios por un pacto con el jefe de ellos.

A pesar de no gustarle meterse en discusiones, Jesús se enfrenta con ellos. Está en juego el sentido más

profundo de su misión. No puede permitir que sus signos, hechos en nombre de Dios, se retuerzan y se

utilicen para apartar a la gente de él.

No hay otro criterio para interpretar la historia, como encuentro con Dios, que la valoración directa de los

acontecimientos reales. Si estos acontecimientos eliminan algún mal o injusticia humanos, son señal de

Dios. Si las verdades doctrinales religiosas no están de acuerdo con los acontecimientos liberadores que

vemos a nuestro alrededor, son ellas las que se equivocan. Son las acciones liberadoras de los oprimidos

las que engendran ideas correctas sobre las personas y sobre Dios. El punto de partida nunca son las

ideas, por sublimes que nos parezcan: el punto de partida y de llegada siempre es el bien del ser humano.

Es tener mala fe no reconocer como liberación propia de Dios todo lo que libere de verdad a las personas

concretas. Con Jesús ha llegado esa liberación, el momento de vencer el mal que ata a los expoliados de la

tierra. Y no valen neutralidades o abstenciones.

LA BLASFEMIA “CONTRA EL ESPÍRITU SANTO”

¿En qué consiste? Blasfemar, en sentido bíblico, significa siempre un ataque a la divinidad. Es, por tanto,

un pecado gravísimo.

Jesús, después de responder a la acusación que le han hecho de estar aliado con Belcebú, pasa al

contraataque con gran dureza. Asegura que todos los pecados pueden ser perdonados, menos el que vaya

contra el Espíritu Santo. La acusación que le han hecho es fruto de la mala voluntad, de su cerrar los

ojos a la evidencia. Afirma que cuando el pecador se arrepiente, recibe el perdón del Padre, cualquiera

que sea su pecado.

¿Por qué sí puede ser perdonada la blasfemia ‘contra el Hijo del hombre’ (Mt 12, 32) y no la blasfemia

contra el Espíritu Santo? Porque rechazar a Jesús se puede hacer de buena fe, al manifestarse como un

hombre sencillo, sin ningún tipo de poder, semejante en todo a los demás. El hecho de que Dios se haya

encarnado en un hombre es una circunstancia atenuante. A los educados en otra mentalidad o religión, por

ejemplo, les será siempre muy difícil descubrir en Jesús de Nazaret al Enviado definitivo de Dios, porque

no es una verdad evidente. Su rechazo no es fruto de una mala voluntad.

Todo pecado es remisible, excepto la mala fe. El pecador puede reconocer su situación, pero el que obra

de mala fe se incapacita para ello. Los que a sabiendas tergiversan las cosas para defender sus ideas y sus

intereses, no pueden ser perdonados, porque no reconocen que han pecado. Si lo reconocieran, ya no sería

pecado contra el Espíritu Santo. En tal pecado no hay duda ni inseguridad y, por ello, ninguna excusa. Es

205

el no querer ver, el rechazo voluntario y consciente de la luz. Es como un cierre progresivo a la verdad

que no deja posibilidad de arrepentirse. Este pecado no es simplemente un hecho, sino una disposición

permanente, una ceguera culpable, un resistirse tenazmente a la acción de Dios. No es nunca el pecado de

los débiles y de los vacilantes, sino el de las personas que no buscan a Dios, porque se han colocado ellos

en su lugar, presentando sus obras pecaminosas bajo el signo de la virtud, enmascarando sus verdaderas

intenciones. Es el pecado de los que niegan, sistemáticamente y a sabiendas, los derechos de los demás, el

pecado que rechaza la verdad evidente y aplasta al ser humano bajo todo tipo de opresión. Es el pecado de

los que le acusan de estar endemoniado y el de los que rechazan a los ‘cristos actuales’, por preferir vivir

de espaldas a los pueblos marginados y explotados.

Estas palabras nos deben poner en guardia, con profunda seriedad, contra esa casi inimaginable

posibilidad demoníaca de declarar la guerra a Dios, poniéndonos en su lugar, incluso con el nombre de

Dios constantemente en los labios. Son una llamada a la Iglesia y a cada uno de nosotros, a abrir bien los

ojos y los oídos a las voces de los profetas de hoy, que, tristemente y salvo algunas excepciones, no

suelen salir precisamente de nuestras filas.

EL VERDADERO PARENTESCO CON JESÚS

En un episodio que nos narran los tres sinópticos (Mt 12, 46-50; Lc 8, 19-21), Jesús nos descubre el

verdadero parentesco con él.

Desconocemos cuál fue exactamente la relación de Jesús con su familia. Por Marcos, parece que sus

familiares tampoco creían en él. Pensaban que no estaba en su sano juicio e intentaron llevárselo a casa.

Mateo y Lucas han prescindido de esta información. Era demasiado fuerte y escandalosa para sus

lectores.

Han llegado de Nazaret a Cafarnaún; pero, a causa del gentío, permanecen delante de la puerta y mandan

llamarlo. Jesús se había alejado de ellos para iniciar su misión y ahora nos quiere indicar que estaba,

también interiormente, libre de ellos; no por frialdad de sentimientos o por desprecio de los vínculos

familiares –que en Palestina eran muy estrechos-, sino por pertenecer a Dios por completo. Ha realizado

personalmente lo que pide a sus discípulos.

La vida de Jesús estuvo marcada por una entrega absoluta e incondicional a la voluntad del Padre (Jn 4,

34) Quien quiera pertenecer a su familia, ser de verdad su discípulo, deberá seguirle, aprender de él,

entrar por el mismo camino de renuncia y sacrificio suyos. Los que hagan así, entrarán a formar parte de

su familia.

Frente al viejo parentesco de la sangre, Jesús funda las bases de la nueva familia de su reino. Todas las

personas podemos constituir en Jesús una misma familia. Él sólo reconoce el parentesco de la fe, el

parentesco de la vida compartida.

¿Quiénes forman hoy la familia de Jesús? ¿Todos los que nos llamamos cristianos? Somos muchos los

que en todo el mundo usufructuamos su nombre y sus palabras, y muchos los que nos dedicamos a

transmitir su mensaje. Pero únicamente pertenece a su familia el que cumple la voluntad de Dios.

Es importante no manipular estas palabras de Jesús y sacar de ellas unas conclusiones claras: sólo

pertenecen a su familia, sólo podemos llamarnos cristianos, si la vida de Jesús es nuestra vida, si sus

palabras son nuestras palabras, si su amor es nuestro amor... Lo sabremos si las cosas que le sucedieron a

206

él, nos están pasando ahora a nosotros. Quizá la más clara sea que los ‘ricos’ nos rechacen y calumnien, y

los ‘pobres’ nos sigan.

Jesús tiene ya una familia: sus discípulos; abierta a todas las personas, judías o paganas, que tomen la

decisión de seguirle.

EL MITO: UN INTENTO DE EXPLICAR LA REALIDAD

“Después que Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó: -¿Dónde estás? Él contestó: -Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí. El Señor le replicó: -¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer? -La mujer que me diste... -La serpiente me engañó y comí. El Señor Dios dijo a la serpiente: -Por haber hecho esto... establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza, cuando tú la hieras en el talón.” (Gén 3, 9-15)

El mito es un intento para explicar la realidad. No debemos oponerlo a la experiencia ni a la ciencia,

porque es una explicación de ellas. El mito interpreta las cosas a un nivel más profundo y más universal.

Es decir, que si la ciencia los desmitifica, con razón, no puede suplantarlos totalmente y debe respetar su

mensaje religioso.

La historia humana es una lucha entre el bien y el mal, que anidan juntos en el corazón humano. Cuando

el hombre pretende ser más de lo que es –semejante a Dios (Gén 3, 22)-, se corrompe, al no proponer más

dios que su propio egoísmo. Cuando se acepta como criatura e imagen de Dios, se desarrolla de verdad y

termina por triunfar, lo que solamente ha logrado Jesús de Nazaret.

Necesitamos aceptar el juicio sobre la vida y las personas de Alguien por encima de nosotros para no

colaborar con el mal del mundo. Cuando sometemos a las cosas y a las personas a nuestro juicio,

perdemos la visión y bondad que Dios les había conferido y nos quedamos en la que nosotros les

otorgamos, haciendo inviable el reino de Dios.

De esta forma, los seres humanos conocemos el bien y el mal, la vida y la muerte, pero quedamos a

merced del mal y de la muerte por no poder, como Dios, dominarlos.

En el relato mítico del pecado original, la iniciativa partió de la serpiente, que sedujo a la mujer y ésta al

hombre (Gén 3, 1-6, que no se leen).

El interrogatorio del Señor Dios sigue el orden inverso: primero pregunta a Adán, que echa la culpa a

Eva e, indirectamente, a Dios que se la dio como compañera. Luego, pregunta a la mujer, que culpa a la

serpiente (vv 9-13). Nadie queremos la culpa. Los culpables siempre son los demás. No aceptamos que

todos contribuimos al mal que nos invade por todas partes.

El ‘castigo’ sigue el mismo orden del pecado: a la serpiente (vv 14-15), a la mujer (v 16) y al hombre (vv

17-19). Sólo leemos los que se refieren a la serpiente, que son como una síntesis de la historia de la

salvación, a la que presenta como una lucha entre los descendientes de la serpiente, símbolo de todo el

mal que circula por el mundo, y de la mujer -que ya no es Eva-, signo del bien, que acabará venciendo. La

serpiente, el mal del mundo, está ya herida de muerte. Es lo que significa herirla en la cabeza.

207

Este final (vv 14-15) recibe el nombre de ‘protoevangelio’. Por la revelación posterior sabemos que esta

victoria fue conseguida ya por el Mesías –nuevo Adán-, y a la que está unida su Madre –la mujer-.

Adán –‘el hombre’- es figura y símbolo de todos y de cada uno de los seres humanos, que vivimos

constantemente divididos ente el bien y el mal.

El Padre Dios, por el Espíritu de Jesús, trabaja con nosotros contra el mal que nos corroe, individual y

colectivamente. Y nos interpela e invita a que tomemos conciencia de que no estamos viviendo en la

dirección que él nos asignó cuando nos creó a su imagen y semejanza.

A LA ESPERA DE RESUCITAR CON CRISTO

“Hermanos: Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está excrito: ‘Creí, por eso hablé’, también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros.

Todo es para vuestro bien. Cuantos más reciban la gracia, mayor será el agradecimiento, para gloria de

Dios. Por eso no nos desanimamos. Aunque nuestra condición física se vaya

deshaciendo, nuestro interior se renueva día a día. Y una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro

de gloria. No nos fijamos en lo que se ve; sino en lo que no se ve. Lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno. Aunque se desmorone la morada terrestre en que acampamos, sabemos que

Dios nos dará una casa eterna en el cielo, no construida por hombres.” (2 Cor 4, 13-5, 1)

Durante ocho domingos (del 7 al 14) leemos, como segunda lectura, la segunda carta a los Corintios.

Hoy, el cuarto de ellos, Pablo, después de presentarnos el pasado domingo su evangelio como una

realidad irreconciliable con el mundo, nos recuerda la verdad del deterioro físico del ser humano con el

paso de los años. Pero, a la vez, afirma que nuestro interior se renueva día a día, hasta la resurrección

con Jesús.

Los apóstoles se ven entregados a la muerte, pero no se desaniman: saben que el Padre, que resucitó al

Señor Jesús, también les resucitará a ellos.

Es verdad: nuestra condición física se va deshaciendo. Crecemos en tres dimensiones: física,

intelectual y espiritual (Lc 2, 40. 52). La primera sigue, al principio, una línea ascendente; después se

estabiliza y, finalmente, desciende hasta morir. El crecimiento intelectual puede crecer siempre, aunque

puede detenerse, disminuir o desaparecer a causa de enfermedades o dejadez. El espiritual, supera la

muerte para participar de la resurrección de Cristo. El hombre exterior, ‘vaso de barro’, se va

desmoronando, pero el hombre interior, el que no muere, se renueva sin cesar.

¿De qué nos serviría vivir muchísimos años, si al final todo terminara definitivamente? ‘Aunque uno viva

setenta años y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan

(Sal 90, 10) Ahora se alargó mucho la vida, pero... nada que tenga fin puede llenar el corazón humano.

La resurrección de Cristo es garantía de la nuestra. La unión entre él y sus miembros, manifestada ya en

la valentía del apóstol, garantiza esta resurrección.

Los cristianos esperamos la resurrección. Una esperanza fundamentada en Jesús de Nazaret. Vida eterna

en el cielo, esperada, pero ya presente, que nos capacita para superar ahora todas las pruebas que nos

208

vengan. Dificultades que nunca podrán ser mayores de las que puedan originarnos la ‘carne’ y lo

‘visible’; mientras que la ‘gloria’ esperada es fruto del ‘Espíritu’ y de lo ‘invisible’. No hay comparación

entre las tribulaciones de esta vida y la gloria que nos espera.

Esta esperanza no podremos alcanzarla mientras no superemos las alianzas y los comportamientos de

este mundo, que contradicen el Evangelio. ¿Cómo esperar aceptando y viviendo en la esclavitud de lo que

nos rodea? Y si, después, no nos revestimos de una gran paciencia, sabiendo que el cumplimiento de estas

esperanzas irá llegando a través de una vida comprometida con el reino de Dios, y a pesar de todas

nuestras torpezas buscando la ‘salvación’ por otros caminos.

Pongamos nuestros ojos y nuestro corazón en esas cosas invisibles y eternas, objeto de nuestra fe y

esperanza y edifiquemos nuestra vida sobre ellas.

209

UNDÉCIMO DOMINGO ORDINARIO

EL GRANO QUE GERMINA SOLO Y EL DE MOSTAZA

PARÁBOLA DEL GRANO QUE GERMINA SOLO

“Decía Jesús a las turbas: -El Reino de los cielos se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. El duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va

creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.

Dijo también: -¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos?

Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después, brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.

Con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía en parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.”

(Mc 4, 26-34)

Las parábolas, escritas con un lenguaje sencillo y popular, esconden conceptos que escapan al modo

normal de pensar de los seres humanos. Y es que todo lo relacionado con el reino de Dios sólo puede ser

comprendido por aquellos que lo van viviendo y dejándose llevar por él, y en la medida en que lo hagan.

Esta parábola, del ‘grano que germina solo’, parece que apunta más al plano individual de la persona, a

Dios actuando en el interior de cada uno de nosotros. La otra, del ‘grano de mostaza’, nos ayuda a que

descubramos esa misma intervención de Dios en las demás personas, aunque estén en ‘ramas’ distintas a

las nuestras. Las dos intentan que no perdamos nuestra capacidad de sorpresa ante la forma que tiene Dios

de dirigir la historia. Las dos nos invitan a mantener una postura humilde, atenta y sensata al transcurrir

de los acontecimientos.

La parábola del ‘grano que germina solo’, es propia de Marcos. Observa la historia humana desde el

final. Todo fruto requiere para su formación un tiempo indispensable y unas condiciones adecuadas. Lo

mismo la vida humana. Parece expresar la confianza que tenía Jesús en que su predicación no era inútil.

La parábola afirma que el reino de Dios, sembrado por Jesús, crece incesantemente, aunque su desarrollo

esté oculto incluso, y sobre todo, para los que cooperan a su crecimiento. Pero todos debemos saber que el

fruto es seguro. Lo sabremos al final de la vida.

En el tiempo intermedio, debemos esperar pacientes y serenos, confiados en el amor del Padre, que

nunca nos impide colaborar activamente en su desarrollo. La acción de Dios es decisiva; la nuestra,

imprescindible.

El Padre del cielo construye el reino a su modo. Necesitamos rezar, vivir abiertos y disponibles para ser

instrumentos adecuados a ese ‘modo’.

El reino de Dios no es fruto del activismo humano. Nunca podrá realizarse al estilo de las grandes

empresas. Está plantado en nosotros y crece realmente en nuestro interior y a través nuestro, siempre que

seamos fieles en el seguimiento de Jesús. Es un crecimiento difícil de descubrir; tan difícil que, a veces,

caemos en la tentación de pensar que no crece.

Es un crecimiento lento y laborioso, fraguado desde la pequeñez y la pobreza de la fidelidad a la vida de

cada día. El reino llega, está sucediendo... su crecimiento es lento y silencioso.

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Hay una frase clave en la parábola: sin que él sepa cómo. Nunca acabaremos de comprender cómo una

semilla que ‘debía germinar’, se secó y otra que ‘no podía crecer’ dio frutos maravillosos. No entendemos

porque no es cosa nuestra entender.

Es importante que ‘nos dejemos crecer’, que no pongamos obstáculos al desarrollo de la ‘imagen y

semejanza de Dios’ que somos.

Ante estas enseñanzas. ¿cómo debemos actuar? Anunciando el evangelio con paciencia y confiando en el

Padre; nunca dramatizando, aunque parezca que no hay nada que hacer; respetando siempre la autonomía

de la semilla, lo que significa respetar a los otros y confiar en la acción del Espíritu. Porque los demás

quieren, también, para ellos lo mejor... que deberán buscar en libertad.

PARÁBOLA DEL GRANO DE MOSTAZA

Toda la obra de Dios lleva la marca de lo pequeño, de lo insignificante, de la paciencia, de lo humilde y

simple. Es el hombre el que busca otros caminos y métodos. Por eso se hace tan difícil el encuentro.

Según las modernas teorías, el universo comenzó hace muchos miles de millones de años por un

corpúsculo, como una pequeña simiente, que contenía concentrada toda la materia de la creación; y que

luego se fue expandiendo y formando miles de millones de galaxias, con miles de millones de estrellas

cada una. Y sigue en expansión...

Los grandes árboles, los grandes y pequeños seres, los grandes santos y sabios y los no tan santos y

sabios... todos comenzamos nuestra vida por una minúscula semilla, invisible a simple vista. Y lo mismo

que cada uno de nosotros, el reino de Dios y la Iglesia.

Esta es la enseñanza fundamental que quiere darnos la parábola del grano de mostaza. El inicio del reino

de Dios fue pobre y de escasas apariencias, como el bien y el amor, como todo lo que es verdadero.

La Iglesia y los cristianos no debemos olvidar nuestro modesto origen, buscando el poder, el prestigio y

la grandeza del mundo.

Esta parábola es recogida por los tres evangelios sinópticos, aunque en lugares históricos distintos.

Mientras Mateo (13, 31s) y Marcos la colocan en la jornada del lago, Lucas la sitúa más tarde (Lc 13,

18s)

Con esta parábola, Jesús ha querido, seguramente, responder a las objeciones de quienes se oponían a la

pequeñez de los medios utilizados por él para transmitir el mensaje del reino de Dios, y que ridiculizaban

la pobreza y la ignorancia de sus discípulos frente a la cultura y riqueza de los dirigentes religiosos.

En realidad, es en lo minúsculo, en lo insignificante, donde actúa lo grandioso. Incluso en un mundo que

no sabe nada del reino, éste está actuando.

Esta parábola desarrolla otra de las características del reino de Dios: lo que ahora es pequeño llegará a

crecer de tal manera que un día todos los pueblos podrán cobijarse bajo sus ramas. Si el crecimiento del

reino se identifica con la actuación de Dios en él, nada hay de extraño que lo insignificante y pequeño de

hoy pueda tener un día alcance universal.

La explicación parece sencilla: primero vino Jesús, la pequeña semilla, con los apóstoles; después la

comunidad fue creciendo y la fe cristiana se extendió por todas partes.

Pero esta explicación nos deja una inmensa laguna: ¿Acaso la fe cristiana o la Iglesia se han extendido

por todo el mundo? Hoy más que crecer, parece que tiende a mermar.

211

La misma parábola contiene la respuesta: no pongamos etiquetas al reino de Dios, ni lo confundamos con

la Iglesia. Si el reino es de Dios, él tiene sus caminos para llegar a todas las personas. No somos nosotros

solos los que vamos a implantar en el mundo el reino de Dios, ni nuestro modo de vivir la fe es el único

camino que tiene Dios para salvar-liberar a la humanidad.

Jesús insiste en que comprendamos el carácter trascendente del reino; que está mucho más allá de lo que

pensamos o hacemos; más allá de nuestra Iglesia. Dios es el que salva, el que da a cada ser humano, esté

donde esté, la oportunidad de salvarse, de realizarse; y el que exige lo mismo a cada uno: el cambio de

vida y la constante apertura al Espíritu.

Estas parábolas del reino nos invitan a vivir, como valores evangélicos auténticos, la pequeñez, la

debilidad, la pobreza... A que nos convenzamos de que el Padre elige las realidades más humildes para

llevar adelante su reino del amor, de la libertad, de la justicia, de la paz; y de que todo su desarrollo debe

atribuirse a él exclusivamente. La grandeza y la importancia, en términos evangélicos, jamás son

medibles según criterios humanos.

DIOS ACTÚA DESDE LO PEQUEÑO Y OLVIDADO

“Esto dice el Señor Dios: -Arrancaré una rama del alto cedro y la plantaré. De sus ramas más altas arrancaré una tierna y la plantaré en la cima de un monte elevado; la plantaré en la montaña más alta de Israel, para que eche brotes y dé fruto y se haga un cedro noble. Anidarán en él las aves de toda pluma, anidarán al abrigo de sus ramas.

Y todos los árboles silvestres sabrán que yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y ensalza los árboles humildes, que seca los árboles lozanos y hace florecer los árboles secos. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré.” (Ez 17, 22-24)

El tema del ‘árbol’ ocupa un lugar muy importante en las Escrituras ya desde el mítico relato del Paraíso.

La humanidad siempre vive a la espera de un futuro mejor. Un futuro que sólo será verdadero si los

humanos nos ponemos en las manos de Dios, el Único que puede llevarnos por el camino del desarrollo y

crecimiento que anhelamos desde lo más profundo de nuestros corazones.

Los ‘altos cedros’, los grandes poderes, no nos ofrecen verdaderas respuestas a nuestros más íntimos

deseos; no son el camino de Dios, aunque se nos presenten como una casi irresistible tentación, una de las

tres tentaciones tipo que Jesús superó en el desierto en el comienzo de su vida pública y que le acompañó

toda su vida. Sólo el Espíritu de Dios da verdadera vida y eternidad a los esfuerzos humanos.

Dios elige lo pequeño y olvidado, lo que los hombres tendemos a despreciar, para construir su reino. Una

construcción que debe hacer constantemente referencia a él, porque lo contrario sería –es- edificar sobre

el vacío, sin cimientos.

Sólo el poder que viene de Dios es verdadero y eterno. Refugiarse y buscar los poderes terrestres es una

idolatría. Dios seca los ‘árboles’ altivos y confía el futuro a los pequeños retoños.

212

La monarquía judía vive en tiempos del profeta Ezequiel momentos muy difíciles. El reino de Judá acaba

de perder su independencia: el rey ha sido llevado cautivo a Babilonia. El ‘árbol’ –el pueblo de Israel- ha

perdido su cima real.

Hacia el año 590 a. C., Ezequiel había llorado la decapitación del ‘árbol’ (Ez 17, 1-21) realizada por

Nabucodonosor. Años después, cuando los asirios son derrotados por los persas, el profeta añade a su

primer poema del ‘árbol decapitado’ un oráculo lleno de esperanza (primera lectura de hoy) El profeta

presenta a Yahvé plantando de nuevo un árbol en el monte Sión, empleando un brote del viejo cedro real

podrido (v 22). Esta pequeña ramita se convierte en un árbol, que se desarrolla y extiende por todo el

mundo, convirtiéndose en el pueblo universal del Mesías (v 23).

Concluye su oráculo recordando la ley de compensación que inspira los juicios de Dios (v 24). Cuando

aparezca el Mesías, los demás reyes de la tierra –todos los árboles silvestres- conocerán la obra de

Yahvé, que humilla los árboles altos y ensalza los árboles humildes; idea que evocan el ‘Magníficat’

(‘derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes’ Lc 1, 52) y las palabras de Jesús: ‘todo el

que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’ (Lc 14, 11).

CON JESÚS PARA SIEMPRE

“Hermanos: Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe.

Y es tal nuestra confianza, que preferimos desterrarnos del cuerpo y vivir junto al Señor.

Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarlo. Porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para

recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho en esta vida.” (2 Cor 5, 6-10)

Esta lectura se comprende mejor a la luz del versículo primero, final de la segunda lectura del pasado

domingo.

San Pablo nos habla del deseo más profundo del creyente que ha creído de verdad en Jesucristo. Nos dice

que, aunque la muerte sea vista con temor, los seguidores de Jesús tenemos en nuestro interior su Espíritu

que nos invita a la vida en plenitud; que la muerte es una participación en la de Cristo. Por eso, aunque

nos sigue angustiando y preferiríamos vernos libres de ella (v 4, que no se lee), la deseamos, por ser la

condición indispensable para vivir junto al Señor.

Mientras vivamos en la carne, viviremos desterrados lejos del Señor, fuera de nuestra verdadera patria,

en camino hacia ella, como antaño los hebreos por el desierto hacia la tierra prometida, guiados por la fe,

no por la visión. Por eso, ¿preferimos? dejar la morada del cuerpo para estar con Cristo.

Pablo, que suele insistir más en la resurrección al final de los tiempos, habla aquí del encuentro feliz del

cristiano con Cristo inmediatamente después de la muerte individual. E invita, a los cristianos de origen

judío que viven alejados del templo, a tomar conciencia de que Cristo es el templo definitivo (Jn 2, 9), el

único mediador.

Los cristianos vivimos desterrados de este templo espiritual y eterno (v 6) Será necesario un tránsito

doloroso a través de la muerte, para estar con él. Nuestra máxima esperanza consiste en habitar en la

plenitud de Dios para siempre (vv 6-9).

213

Esta esperanza de vivir un día con el Señor para siempre, junto a la certeza de comparecer ante el

tribunal de Cristo (v 10), es lo que da fuerza para vivir como verdaderos cristianos, resumido aquí como

una vida deseosa de agradar al Señor (v 9).

214

DUODÉCIMO DOMINGO ORDINARIO

JESÚS CALMA UNA TEMPESTAD

EL MAR

“Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: -Vamos a la otra orilla. Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo

acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron diciéndole:

-Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: -¡Silencio, cállate! El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: -¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe? Se quedaron espantados, y se decían unos a otros: -¿Pero, quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”

(Mc 4, 35-40)

La narración de la tempestad, que calmó Jesús en el lago de Galilea, y que nos relatan los tres sinópticos,

depende esencialmente del evangelio de Marcos. En ella, lo fundamental no es la exactitud de lo ocurrido,

sino revelarnos la confianza incondicional que hemos de tener los cristianos en Jesús, pase lo que pase.

Viene a continuación de unas enseñanzas en parábolas. Jesús se daba cuenta de la incomprensión y

hostilidad que le rodeaba. Se encuentra cada vez más cercado por los dirigentes religiosos, cercado como

por una tempestad que amenaza su obra. ¿Qué va a pasar con sus discípulos? ¿Se dejarán aterrorizar por

el giro inquietante que toman los acontecimientos? ¿Confiarán en él plenamente? Era necesario presentar

a Jesús como Alguien en quien se puede confiar, por dramática que parezca la situación.

Para el pueblo de Israel, el mar simbolizaba todos los poderes contrarios a Dios, todas las fuerzas que

pretendían acabar con su obra –ahora con la Iglesia-; era signo del poder indomable de todo lo que escapa

al control humano; en él se ocultan los espíritus inmundos, las tinieblas... De ahí que, la consumación del

reino traerá consigo la desaparición del mar y sus peligros (Ap 21, 1). Es, por tanto, signo de todos los

males.

Para las comunidades cristianas este relato era –es- una llamada a mantener la fe inquebrantable en Jesús,

en medio de las penurias y tribulaciones de su existencia en el mundo. Su fe es combatida, parece que van

a perder, pero con la fe en Jesús no sucumbirán. Los evangelistas quieren animar a las comunidades,

seguramente fatigadas por multitud de enfrentamientos. Deben permanecer firmes en su fe, a pesar de

todo lo oscuro y tambaleante que pueda parecerles el panorama que tienen delante. Como garantía de

éxito se les propone –y se nos propone- la victoria de Jesús sobre la tormenta del lago. El texto

contrapone el 'nos hundimos' a la fe.

LA BARCA

Es claro que el tema central de hoy no es la fuerza de la naturaleza, sino la barca que está en peligro de

zozobrar y la palabra eficaz y definitiva de Jesús. La tradición cristiana ha visto desde siempre a la barca

como símbolo de la Iglesia, que navega por las aguas tempestuosas del mundo y de la vida. También

podemos compararla con cada ser humano.

215

Cuando Jesús habló del reino lo comparó con el grano de mostaza, como veíamos el pasado domingo

Hoy la barca no es un poderoso acorazado, sino una barca humilde y pequeña de pescadores.

La vida humana es un quehacer constante, algo dramático y esperanzador que hemos de realizar todos los

días. Vivimos condicionados por un pasado y abiertos a un futuro lleno de posibilidades. Aceptar la

propia vida y querer realizarla en medio de las dificultades de la sociedad, exige sinceridad, coraje,

valentía y un serio compromiso. La fuerza nos viene de Dios. Para evitar perder la vida, dejándonos llevar

por la facilidad o la moda, es necesario que tengamos criterios claros.

La vida del hombre auténtico se puede comparar a una pequeña barca, arrojada en medio de todos los

peligros que supone un mar agitado.

LA TEMPESTAD

La narración de la ‘tempestad calmada’ sigue el esquema habitual utilizado para relatar milagros:

exposición de las circunstancias, descripción del apuro que sobreviene, superación del problema mediante

una palabra eficaz, comprobación del resultado sorprendente, admiración de los testigos y exclamaciones

elogiosas. Es el esquema sobre el que están construidos otros muchos relatos evangélicos y muchas

narraciones de milagros atribuidos a taumaturgos paganos.

En un mundo como el nuestro, dominado por la injusticia social, en el que el odio, la guerra, el

terrorismo, la violencia, el asesinato, el hambre, la desintegración de las familias y de los valores morales

y éticos... son noticias diarias; en el que la droga, la pornografía, la búsqueda del placer sexual sin

compromiso, el alcohol... se han convertido en un medio fácil de evasión; en el que el poder y el dinero

potencian y descerebran el orgullo humano... En este mundo, parece que la pobre barquilla de la Iglesia

de Jesús deba hundirse inevitablemente, a causa del descrédito de los valores espirituales y

auténticamente humanos.

En medio del lago –en medio de la comunidad de los hombres- se levanta la gran tempestad. El incidente

tiene lugar de noche. No falta ningún ingrediente para que la barca se hunda sin remedio.

La tempestad representa la resistencia y oposición del paganismo –sociedad de consumo- a recibir el

mensaje de Jesús. Son ‘los demonios’ del país pagano, al que se dirigen, los que provocan la tempestad

para impedirlo. Son las persecuciones, el trabajo por el reino, las fatigas, las incomprensiones y

resistencias, las humillaciones, las mentiras...

Cuando el peligro arrecia, lo inmediato es pedirle cuentas a Dios, que nos ha dejado en tal situación...

Jesús ‘duerme’ tranquilo en la barca, indiferente al drama que viven sus amigos, aterrorizados y

zarandeados por el fuerte huracán. También parece indiferente al drama que vive la Iglesia hoy, en su

propio interior: cada vez hay menos sacerdotes; los jóvenes, cuando llegan a cierta edad, se van; se usa su

Iglesia para otros fines al margen de la fe... Jesús les reprocha –nos reprocha- por el miedo, por la falta de

fe.

JESÚS DUERME

Él estaba a popa dormido. Después de un día agotador en la orilla del lago, rodeado y enseñando a las

multitudes, se duerme sobre un almohadón. Y ni siquiera se despierta con el estruendo de la tempestad y

de las olas embravecidas.

216

Una lectura atenta, nos descubre ciertas cosas extrañas y alguna evidente exageración. ¿Cómo es posible

que una persona pueda dormir tranquilamente en esas circunstancias? Es evidente que el relato tiene unas

connotaciones que van más allá del suceso histórico. El sueño de Jesús simboliza su ausencia, indica que

los discípulos no son conscientes de su presencia hasta el momento del peligro. ¡Con cuánta frecuencia

nos parece que Dios duerme en nuestra vida!

Los discípulos le despiertan. Es una llamada de desesperación, pero también de confianza. Se sienten

perdidos a pesar de su experiencia.

La lección para nosotros es bastante dura: Jesús dormido; Yahvé responde a Job con más preguntas...

La fe nos dice que Dios siempre escucha... pero rara vez responde. ¿No es una experiencia frecuente en

nuestras vidas?

Dios no es el ‘tapa agujeros’, siempre a nuestra disposición. Es necesario que clarifiquemos nuestras

ideas, que nos respondamos la pregunta fundamental del evangelio de hoy: ¿Pero, quién es éste? ¿Quién

es ese Dios, a quien importunamos con nuestras preguntas, nuestras protestas y quejas, nuestros

interrogantes? Ese Dios a quien pedimos cuentas por sus silencios.

Jesús dirige la atención de los apóstoles –y la nuestra- a la única fuerza capaz de superar todas las

adversidades, todas las tempestades: la fe.

¿Aún no tenéis fe? El miedo de los discípulos, ante las resistencias que van encontrando en su camino,

es prueba de su falta de fe. Unos hombres, que han llegado a tener la suficiente fe en Jesús como para

dejarlo todo y seguirle, no pueden, ahora que lo están siguiendo, pretender una presencia constante del

Maestro. La fe en él debe darles serenidad en medio de las dificultades y en las persecuciones.

¡Silencio, cállate! A cada palabra de mando de Jesús corresponde un efecto particular: El viento cesó y

vino una gran calma, dos resultados impresionantes en aquellos momentos. Hasta las ‘tempestades y el

mar’ están bajo el dominio de Jesús. No tenemos nada que temer.

El peligro era sólo aparente. Es necesario que los cristianos nos convenzamos de ello y no claudiquemos

ante los peligros o compromisos que puedan acarrearnos el seguimiento de Jesús. Porque Cristo es el

único que puede solucionar de verdad nuestros problemas y los del mundo; es el único que puede llevar a

feliz término el reino de Dios que se está gestando. Pero no lo hará sin la colaboración humana. Un reino

que también están haciendo posible muchos no cristianos.

La fe del cristiano debe ser una fe obstinada, una fe que no se derrumba, porque sabe que al lado de

Cristo no hay ninguna situación desesperada.

¿Pero, quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen! Jesús no es como otros grandes

profetas, que hacían largas oraciones a Dios para que calmase el viento o el mar. Los calma él mismo.

¿Quién es éste? Es la pregunta que tratan de responder los Evangelios en todas sus páginas. También

puede simbolizar la actitud de incredulidad de quien pretende explicarlo todo racionalmente. También la

pregunta que debe responderse todo el que quiera encontrarse de verdad con él. Pero para llegar a hacerse

esta pregunta, es necesario haber atravesado el mar, haberse enfrentado a los embates de las olas y haber

sentido hundirse la embarcación; o haber experimentado la necesidad de gritar: Maestro, ¿no te importa

que nos hundamos?

217

¿POR QUÉ TANTO SUFRIMIENTO Y TANTO MAL?

“El Señor habló a Job desde la tormenta: -¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse nubes por mantillas y niebla por pañales, cuando le impuse un límite con puertas y cerrojos, y le dije: ‘Hasta aquí llegarás y no pasarás, aquí se romperá la arrogancia de tus olas.” (Job 38, 1. 8-11)

El libro de Job es una reflexión sobre el problema del mal y del sufrimiento en el mundo. La creencia

común los consideraba como castigo de los propios pecados. Job, que no entiende los sufrimientos que

padece y ha rechazado los argumentos de sus amigos, deseosos de descubrir el porqué del ‘castigo’ que

Yahvé le ha infringido, se dirige a Dios para pedirle cuentas de su desgracia. Le expone los alegatos de su

inocencia y el castigo inmerecido que está sufriendo.

Y Dios no le da explicaciones. Toda explicación estaría por encima de nuestra capacidad de comprensión

(Is 55, 8-9) Se manifiesta como Señor absoluto del universo, porque es su Creador y lo dirige con

sabiduría. En lugar de una respuesta le invita a contemplar el universo, a que explique su inacabable

maravilla. Job, además de no ver solucionadas sus propias preguntas, se ve obligado a profundizar las que

le plantea el Señor. E intuye que en el universo hay huellas de Alguien de sabiduría infinita.

Job habla por la humanidad que pide a Dios razón del sufrimiento y del mal del mundo.

Cuantas veces nos preguntamos, ¿qué he hecho yo para merecer esto? ¿Por qué? Y seguimos con la

enumeración de nuestras buenas obras, para acreditar nuestra inocencia.

En su capítulo 38, el autor del libro de Job, trata de descubrirnos la belleza y la complejidad de la

naturaleza, en las palabras de Yahvé.

Los versículos que leemos en la primera lectura de hoy, nos describen el nacimiento del mar, que sale

impetuoso de la tierra, y al que Dios le pone unos límites y le da unas leyes que no traspasará.

La mentalidad judía heredó de las antiguas cosmogonías la idea de una creación del mundo bajo la forma

de un combate entre Yahvé y las aguas, en el que el poder creador de Dios triunfa sobre el poder maléfico

de las aguas y sobre los monstruos del mal que viven en ellas.

El hombre moderno ha adquirido un conocimiento y un poderío sobre las fuerzas de la naturaleza que ya

no le amedrentan, ni ve nada específicamente divino en ellas. Se preocupa por hallar la explicación

científica a los fenómenos para poder controlarlos. Pero tenemos que interpretar el texto desde los

conocimientos de entonces.

Job, que pedía a Dios respuesta a su situación, se encuentra ahora ante una manifestación divina, que le

llevará a confesar que realmente no conocía a Dios. Y nacerá una verdadera relación con él.

A IMAGEN DE CRISTO

“Hermanos: Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron.

Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.

Por tanto, no valoramos a nadie por criterios humanos. Si alguna vez juzgamos a Cristo según tales criterios, ahora ya no.

218

El que vive con Cristo es una creatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo.”

(2 Cor 5, 14-17)

San Pablo profundizó en el amor de Cristo, que le llevó a la muerte en la cruz. Su muerte y posterior

resurrección fueron para él el centro de su pensamiento y de su vida, el arranque de su ministerio

apostólico (1Cor 2, 2).

Nos apremia el amor de Cristo (v 14). Ante el amor de Jesucristo, Pablo no tiene otra respuesta que

responder con su propio amor. Un amor que procede de una reflexión prolongada: primero ha tenido que

comprender el amor de Cristo que muere por todos en la cruz (v 15). Hecho este descubrimiento, ya no ha

podido, ni querido, resistir la ‘urgencia’ de corresponder a ese amor, que le lleva a consagrar toda su vida

a comunicarlo a los demás.

Lo hará con plena libertad, porque se ha tomado el tiempo suficiente para juzgar y elegir. Este amor tiene

valor de sacrificio, a semejanza de la cruz (v 15), porque lleva a seguir los pasos del Maestro, a orientar la

vida desde él. No se trata de nada impuesto exteriormente, sino de una lógica interna que se logra con el

conocimiento y la interpretación de la vida de Jesús; lógica que da a las cosas y a sí mismo su sentido más

verdadero, la fidelidad a lo que se es. No es posible separarse de Dios después de haber reconocido su

verdadera identidad.

Por el bautismo hemos resucitado a una nueva vida para Dios y para Cristo. Ya no podemos valorar a

nadie por criterios humanos, según la ‘carne’, como juzgó Pablo antes de su encuentro con Jesús, sino

como creatura nueva (vv 16-17), según el Espíritu de Jesús.

Ser una creatura nueva significa ir adquiriendo una forma de pensar y de actuar cada vez más semejantes

al pensar y actuar de Jesús. A vivir desde su amor; un amor que pide una respuesta, un amor que actúa en

nuestro interior para que no vivamos para nosotros mismos sino para él y para los demás.

Esta vida para Cristo y para los hermanos, nos tiene que llevar a valorar a cada ser humano según lo que

tiene de más importante: su vida de resucitado con Cristo.

219

DOMINGO DECIMOTERCERO ORDINARIO

LA MUERTE FÍSICA NO ES EL FINAL

DIOS QUIERE LA VIDA

“Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte ni imperio del Abismo sobre la tierra, porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre incorruptible, le hizo a imagen de su misma naturaleza. Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen.”

(Sab 1, 13-15; 2, 23-25)

Dios no hizo la enfermedad ni la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes. Lo creó todo

de la nada y ‘todo era muy bueno’ (Gén 1, 31) A nosotros, los seres humanos, nos creó a su ‘imagen y

semejanza’ (Gén 1, 26), porque la enfermedad y la muerte no entraban ni entran en sus designios como

final de todo. Dios quiere la vida.

Pero, ¿cómo interpretarlo? La muerte está ahí como final de todos los seres vivos; demasiado próxima a

cada uno de nosotros para que necesitemos demostraciones.

Todo ello no es obstáculo para que los creyentes en Jesucristo sigamos afirmando que Dios nos ha creado

inmortales. A pesar de saber que Jesús también murió, y que su resurrección no se puede demostrar,

creemos que venció a la muerte muriendo, y que vivir como él es el único camino para llegar a la vida, De

la derrota de Getsemaní y del Calvario surgió la gran alegría y la esperanza de la resurrección.

La primera lectura aborda el problema de la muerte. Nos dice, como idea fundamental, que la vida es, en

sí misma, incorruptible, eterna. La muerte, para el autor del texto, es accidental, en el sentido de que no es

una ley de la vida, creada por Dios a su imagen y semejanza, sino algo que interviene desde fuera, como

expresa del mito del pecado del Paraíso (Gén 3), por el pecado del hombre.

No es de la muerte biológica de lo que aquí se trata, porque la muerte biológica es, evidentemente,

natural; pero sí de la muerte del espíritu, porque sólo éste es imagen y semejanza de Dios. Muerte que los

relatos bíblicos vinculan al pecado.

La asociación entre pecado y muerte corporal, entre muerte espiritual y muerte física, es clásica en la

mentalidad judía.

¿Cómo traducirlo al lenguaje de hoy?

Si el autor del libro de la Sabiduría escribiera hoy para nosotros le negaría a la biología el derecho a

decirlo todo sobre la vida humana. La biología sólo capta el aspecto más exterior de la vida. Porque la

vida humana no se reduce a lo observable y experimentable. Al contrario, posee dentro de ella misma una

fuerza capaz de ir siempre más allá, de superarse constantemente. Es la fuerza que la empuja hacia su

Creador trinitario. ¿No fuimos creados ‘en plural’ (Gén 1, 26)?

Pero los seres humanos, desde siempre, tenemos miedo a la vida verdadera, tememos sus llamadas a

crecer como personas de verdad, a superarnos, a arriesgarnos; las llamadas de la ‘vida’ a compartir, a

dedicarnos a los demás y a Dios trino. Y nos encerramos en los límites del egoísmo, del individualismo,

220

del confort sin futuro y sin compromiso. Nos limitamos, con demasiada frecuencia, a ‘vegetar’. De esta

forma, muere en nosotros la vida del espíritu, se esteriliza su impulso de plenitud y eternidad. El pecado

ha sido –es- el causante de ello.

Si apareciera una persona capaz de vivir su vida respondiendo plenamente a las aspiraciones de absoluto

puestas por el Creador en él, esa persona sería inmortal, incorruptible. La ‘imagen’ –este hombre- se

identificaría con la realidad –Dios: Sería Dios. Es el caso único de Jesús de Nazaret, semejante en todo a

nosotros, ‘excepto en el pecado’ (Heb 4, 15).

MISIÓN FUNDAMENTAL DE JESÚS

“Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia:

-Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella para que se cure y viva.

Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos

médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna; perro en vez de mejorar se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, curaría.

Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando:

-¿Quién me ha tocado el manto? Los discípulos le contestaron: -Ves como te apretuja la gente y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado’? Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó

asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo:

-Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud. Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para

decirle: -Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro? Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: -No temas; basta que tengas fe. No permitió que lo acompañara nadie más que Pedro, Santiago y Juan, el

hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo:

-¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida. Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la

niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: -Talitha qumi. (Que significa: Contigo hablo, niña, levántate.) La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar –tenía doce años-.

Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.”

(Mc 5, 21-43)

La misión fundamental de Jesús fue liberar a los humanos del espíritu del mal-pecado y de la muerte:

egoísmo, violencia, odio, injusticias, mentiras... enfermedad y muerte. También del hambre (Jn 6, 1-15 y

paralelos).

La gente enferma y consciente de sus males acudía a él para que la liberara de ellos. Y Jesús los curaba,

como signo de la liberación plena y definitiva después de la muerte. Porque la fe cristiana concibe la

221

muerte como una fuerza que está dentro de la misma persona, y que la impulsa a hacer sus obras: las

obras de las tinieblas, del mal-pecado.

En toda persona existen dos fuerzas o principios: el del amor y el del egoísmo. Este segundo es el

principio de la muerte, el que mata la vida del espíritu.

Esto quiere decir que la muerte, más que un hecho que sucederá un día, la debemos considerar como una

fuerza permanente que procura apartarnos de nuestro camino. Fuerza oscura que trata de destruir todo lo

que el amor ha construido.

La muerte destruye, aniquila la vida; destruye el amor de una pareja, la paz de una comunidad... Así las

cosas, nuestra lucha contra ella es de todos los días.

El evangelio nos presenta a Jesús, a través de dos acciones milagrosas suyas, como Señor de la

enfermedad y de la muerte. En ambas, la fe juega un papel primordial. Donde existe fe puede haber

milagro, para ahondar en la persona de Jesús.

Las dos escenas nos las cuentan los tres evangelios sinópticos. Son dos gestos decisivos de Jesús frente a

la muerte: una curación y una resurrección, que nos están indicando, simbólicamente, la eternidad de la

vida humana.

En el fondo del relato laten viejas ideas populares y alguna concepción mágica. Pero estas ideas

primitivas, hoy superadas, sólo son el revestimiento externo de una enseñanza más profunda que sacaron

de él los primeros cristianos y que debemos sacar también nosotros.

Las obras de Jesús no tienen límites cuando se tiene fe; una fe que no es magia, sino una actitud de plena

confianza en Jesucristo. A partir de esa confianza, la fe se irá desarrollando en la libre aceptación, cada

vez más honda, de Cristo como único verdadero Salvador del hombre.

Las palabras y las obras de Jesús nos llaman a vivir de otra manera y con otra perspectiva, y a que la

proclamación del evangelio vaya acompañada de una práctica de liberación humana, como algo

consustancial a él.

VENCEDOR DE LA ENFERMEDAD...

Jesús está rodeado de gente sencilla del pueblo, gente pobre, con sus pequeñas miserias, enfermedades,

ilusiones y esperanzas. Todo mezclado, insignificante, cotidiano. Había vuelto de la tierra de los

gerasenos. Rodeado de la multitud, se encontraba a la orilla del mar. Lugar sugerente que nos indica la

situación del ser humano: ¿no estamos permanentemente a orillas de la muerte –mar, pecado- y a punto

de ser arrebatados por ella?

Se le presentó Jairo, jefe de la sinagoga, pidiéndole que fuera con él a curar a su hija que se estaba

muriendo. Manifiesta una gran fe en Jesús, a pesar de pertenecer a la clase dirigente. Ha tenido que

mezclarse entre el pueblo sencillo si quiere encontrar a Jesús.

Jesús no lo duda: sin responder palabra lo sigue a su casa con sus discípulos y mucha gente que lo

apretujaba. El mal es concreto y tiene que combatirlo.

Se le acerca una mujer aquejada de una enfermedad impura que la obligaba a vivir excluida de la

comunidad (Lev 15, 19-30) Es una marginada social que la multitud ignora. La situación de Jairo es

distinta: es un jefe de la comunidad, persona conocida. Los dos están rodeados de gente incapaz de

222

solucionarles su problema: la mujer está arruinada por médicos ineficaces, la casa de Jairo rebosa de

testigos inútiles.

La mujer se mezcla con el grupo de discípulos que sigue a Jesús. La ley le prohibía terminantemente

tocar a cualquier persona, para no comunicar su impureza.

Lleva doce años enferma, que es la edad de la niña. ¿Indica que ambas estaban en la misma situación: en

la de la humanidad herida mortalmente, mientras no sea ‘tocada’ por Jesús?

La fe de la enferma en su curación es total. Tocar el vestido equivale a tocar a la persona.

La curación es inmediata después de tocar a Jesús. ¡Cuántos lo habían tocado antes y lo tocarían después

sin que ocurriera nada! Jesús se da cuenta de que alguien le ha tocado de modo distinto. A su pregunta,

los discípulos se extrañan: todos te tocan.

¿Por qué la mujer desea pasar desapercibida y Jesús parece hacer todo lo posible para dar publicidad a su

gesto? Al tocarle la enferma infringía las leyes y Jesús quedaba en situación de impureza legal –lo mismo

cuando toque a la niña muerta-. Pero a Jesús no le preocupan este tipo de cosas. No sólo descuida el

sábado, los ayunos... sino que para él todas esas cosas, tan importantes para los judíos piadosos, están al

servicio de los más pobres y explotados. Piensa que el sentido verdadero de la vida está en ponerse al lado

de los pobres y liberarse con ellos. Parece que quiere dar publicidad al hecho para hacer ver a la gente que

esas cosas no le importaban y dejar constante de la fe de la mujer. Dios no atiende a las categorías

humanas de puro o impuro, sino a la fe, aunque sea una fe en parte supersticiosa.

Jesús se dirige a la mujer con palabras de aliento y la llama hija. Hace resaltar que la ha curado la fe.

Por la fe hasta lo humanamente imposible se hace posible. Si falta, el milagro se hace inviable. Una fe

que seguiría intacta aunque se verificara que la curación no fue debida a un hecho milagroso, sino a una

especie de sugestión psíquica producida por la confianza que tenía en Jesús.

... Y DE LA MUERTE

Entretanto, la niña ha muerto. No era la intención del padre llamar a Jesús para que despertara a una

muerta, aunque en Mateo parece que sí (Mt 9, 18). Le llegan unos emisarios con la noticia. Pero Jesús no

retrocede ni ante la muerte, e invita al padre a seguir creyendo en él, a pesar de la noticia de la muerte de

la hija: No temas; basta que tengas fe. La fe auténtica no capitula ni ante el poder de la muerte. ¿Para

qué una fe que no va ‘más allá’?

Jesús quiere evitar al máximo todo relumbrón y toma consigo a algunos testigos cualificados: a los tres

discípulos que lo acompañarán en otras ocasiones especiales. Sabe que los milagros son armas de doble

filo; que tienen el peligro evidente de que la masa se quede en ellos, sin llegar a lo fundamental que es

ayudar a descubrir la persona de Jesús, la vida que quiere que vivamos.

Llegaron a casa. El alboroto es enorme. Ya han llegado los flautistas y las plañideras, que según la

costumbre oriental tocan y lloran en señal de luto. Lloran por la difunta y se ríen de las esperanzas de

Jesús. Con actitudes así no se puede cambiar la sociedad.

Los curiosos, cuando presencian sucesos humanos profundos, suelen quedarse siempre en la superficie,

en las apariencias de ellos. Se ríen de la posibilidad de la resurrección. Ningún poder sería capaz de

resucitar a la niña, porque está muerta de verdad. Si fuéramos capaces de llegar a esa región profunda

223

donde habita la fe, descubriríamos perspectivas insospechadas para la vida, experimentaríamos que todo

cambia de sentido.

La muerte no es un poder insuperable para Dios. Es muy delgada la pared que la separa de la vida. Pero

eso la gente no lo entiende y se burla neciamente de Jesús. Las cosas tienen un aspecto distinto ante la

mirada de Dios y ante la experiencia del hombre. Sólo si nos ejercitamos en ver con la mirada de Dios nos

formaremos un concepto verdadero de la realidad. Si lo lográramos, aunque fuera débilmente, la muerte

perdería para nosotros su carácter tétrico. La muerte es solamente un sueño, una ‘dormición’; y ésta, una

muerte.

Vivimos dormidos la mayoría de nuestros días; por eso nuestros ideales son tan pequeños y nuestras

vidas tan rutinarias. Junto a la fe viaja la incredulidad; y ambas luchan entre sí a lo largo de nuestra vida.

El convencimiento de creer que la muerte es un sueño ensancha el corazón humano.

El padre, la madre y los íntimos no se ríen. Toman en serio las palabras de Jesús. No son espectadores;

están comprometidos en el suceso y serán testigos de un hecho asombroso.

La cogió de la mano: Niña, levántate. La niña se puso en pie inmediatamente. El asombro invadió a

los presentes.

Muchos piensan que la muerte es algo que debemos dejar de lado y no pensar en ella. Incluso cuando se

introduce en nuestra vida por la muerte de familiares y amigos. Sin embargo, la muerte nos enfrenta con

los problemas más profundos de la vida, nos hace buscar el sentido de ella. Para el creyente, la muerte es

el paso a la plenitud de la vida, una vida que comienza ya ahora y aquí.

Y les dijo que dieran de comer a la niña. Se preocupa hasta el final de los detalles cotidianos de la

vida.

Los dos milagros nos han presentado a Jesús como el único ‘médico’ capaz de realizar la obra final:

devolver la salud a los enfermos y la vida a los muertos. ¿Cómo posee esa fuerza? Nadie puede

explicarlo.

La resurrección de la niña debe hacer en nosotros el mismo efecto que en los que la presenciaron.

Tenemos que creer, cuando estemos en presencia de una persona muerta, que sigue viviendo, amando...

de otra manera. ¿Por qué no creemos hasta el fondo? No se trata de que los muertos tengan que volver a

esta vida de aquí. ¿De qué les serviría? El plan de Dios no es suprimir de este mundo la muerte. Existen

otras resurrecciones mejores...

¿CÓMO SER CRISTIANOS SIN COMPARTIR LO QUE SOMOS Y TENEMOS?

“Hermanos: Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis, distinguíos también ahora por vuestra generosidad.

Bien sabéis lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, por vosotros se hizo pobre, para que vosotros, con su pobreza, os hagáis ricos.

Pues no se trata de aliviar a otros pasando vosotros estrecheces; se trata de nivelar. En el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remediará vuestra falta; así habrá nivelación.

Es lo que dice la Escritura: Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba.”

(2 Cor 8, 7-9. 13-15)

224

Los capítulos 8-9, en los que trata de la necesidad de las colectas a favor de las iglesias cristianas de

Jerusalén y Judea, concluían, probablemente, esta segunda carta a los Corintios, en la que ha tratado de

suavizar las dificultades con ellos. Los capítulos 10-13 reproducen, sin duda, lo fundamental de una carta

anterior enviada en plena crisis, y que se ha perdido.

Esta colecta parece que ha sido decidida por los propios corintios y aceptada por la comunidad de

Jerusalén, como expresión de la unidad entre los cristianos griegos y los cristianos judíos.

Pablo invita a todos a participar en la colecta con dos argumentos.

El primero, es la imitación de Jesucristo, que siendo rico, de condición divina, se hizo pobre (v 9), se

despojó de su gloria y tomó parte en nuestra existencia, viviendo en una renuncia absoluta. Es un resumen

de la vida de Jesús, que no necesitaba explicación para los corintios porque ya lo sabían.

El segundo argumento lo saca de la preocupación por la igualdad entre los cristianos griegos y judíos(vv

13-14). Pero la caridad no exige que ellos se queden en la miseria para enriquecer a los demás, sino

remediarlos con lo que les sobra para establecer cierta igualdad, que entre los griegos era condición para

una verdadera amistad y entre los cristianos una condición indispensable de fraternidad. La Iglesia de

Jerusalén, por su parte, ya está respondiendo a esta comunicación de bienes: No se han reservado para sí

los privilegios de que gozaban, sino que han admitido también a los paganos a compartir su fe, llenando

el vacío de las naciones no judías en este campo.

Finalmente (v 15), pone como ejemplo de ‘nivelación’ la recogida del maná en el desierto.

La participación de los cristianos en los movimientos contemporáneos de solidaridad humana es esencial.

El discípulo de Cristo tiene que ser necesariamente solidario con la humanidad, porque prolonga en ella la

acción del Crucificado. Su acción de salvar-liberar se manifiesta a través de la salvación-liberación

humana –hombre completo-.

Una sociedad en la que no se busque esta comunicación no puede llamarse cristiana.

Un primer mundo, cristiano en gran parte, que vive indiferente y con lujo a costa de la muerte por

hambre y por enfermedades fácilmente curables de millones de seres humanos en el tercer mundo, puede

llamarse con toda razón ‘opio del pueblo’. Porque, ¿cómo van a aceptar el Evangelio de Jesús,

conociendo, por los medios de ¿manipulación?, la injusticia en que vivimos, y de la que ellos son las

principales víctimas, los que nos llamamos discípulos suyos?

225

DOMINGO DECIMOCUARTO ORDINARIO

EL RECHAZO DEL PROFETA

EN LA SINAGOGA DE NAZARET

“Fue Jesús a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:

-¿De dónde saca todo eso?¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el hijo del carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanos no viven con nosotros aquí?

Y desconfiaban de él. Jesús les decía -No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su

casa. No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles

las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.”

(Mc 6, 1-6)

Parece que Jesús fue más de una vez al pueblo en que se había criado, y que habló varias veces en la

sinagoga. El evangelio nos describe el desenlace de aquellas visitas y de aquellas enseñanzas. Desenlace

duro y violento, sobre todo en el relato de Lucas, que es el que más extensamente nos cuenta lo sucedido.

El rechazo de Nazaret no es un episodio aislado; no es simplemente la reacción de un pequeño pueblo: es

el símbolo del comportamiento de todo Israel y, por qué no, de toda la Iglesia y de cada uno de nosotros.

Esta escena pone el punto final, en los sinópticos, a la enseñanza de Jesús en las sinagogas. Seguirá

hablando, pero en medio de la gente, lejos de todo ambiente oficial.

El camino de Jesús hacia el abandono y la cruz se va perfilando en el horizonte. Cada vez es más fuerte

la separación entre la gran masa del pueblo, que continúa en la incredulidad a pesar de todo lo que ha

visto, y el grupo de los discípulos al que se va a dedicar con más detenimiento en adelante.

El misterio de Cristo, que comienza en una cueva de Belén y termina en una cruz en Jerusalén, tiene

todas las apariencias de ser una inocente justificación del fracaso de una utopía. ¿Cómo no calificar de

ingenuo y absolutamente ineficaz el cristianismo de Jesús de Nazaret, en una sociedad en que las fuerzas

que mueven a los hombres -poder, dinero y placer- van en la dirección opuesta?

Jesús había ido a Nazaret con sus discípulos. Y el sábado, haciendo uso del derecho que tenían todos los

israelitas adultos a hacer la lectura bíblica y comentarla, empezó a enseñar en la sinagoga.

Dios habló en Nazaret por boca de Jesús. Pero habló a una sociedad ya hecha, que se creía perfecta y fiel

a Dios: iban a la sinagoga, cumplían los preceptos de la ley interpretados a su conveniencia...

Cuando una voz profética, en nombre del mismo Dios, nos llama a la conversión, a un cambio, nos

escandalizamos, nos irritamos. Y es que la voz profética es insoportable para todas las instituciones y

personas que se cierran en sí mismas y se auto veneran, convirtiéndose en pequeños ídolos y alejándose

de Dios. Y para justificarse ante el profeta y ante sí mismos, le condenan con la misma palabra de Dios,

convertida en ley; y con las tradiciones, reducidas a un mecanismo de defensa contra la misma palabra de

Dios.

Dios se comunica con nosotros a través de hombres sencillos y de los sucesos cotidianos. Lo que sucedió

a Jesús en Nazaret ya lo aprendimos; pero nos falta algo esencial para entenderlo: ¿cómo sucedería ahora

todo aquello?

226

REACCIONES DE SUS PAISANOS

Los habitantes de Nazaret están asombrados de la enseñanza de Jesús, de su forma de interpretar las

Escrituras. Pero es un asombro incrédulo. La sabiduría de sus enseñanzas y el poder de sus milagros

provocan la pregunta justa, que ningún hombre honesto puede dejar de hacerse: ¿De dónde saca todo

eso? La respuesta parece obvia y al alcance de cualquiera: de Dios. Pero esa pregunta, en aquellas

circunstancias, muestra que no quieren oír y que en la sinagoga en realidad no han escuchado. La gente de

Nazaret se pregunta, pero con la idea de quitar todo valor a la acción de Jesús; y así no se puede llegar a

la verdad de una persona. Han intuido en las palabras de Jesús una pretensión mesiánica que no pueden

aceptar, y minimizan el alcance de los hechos que contemplan, amparados en que lo conocen desde

pequeño: ¿No es éste el carpintero...? Lo conocen de siempre; no puede haber traído nada

extraordinario, ya que su familia pertenece a la clase pobre del lugar. Para el proletario, al que le han

alienado la inteligencia, los que saben son los letrados, los sacerdotes, los que han estudiado; y los que

pueden hacer los cambios sociales son los que han acumulado algún poder político real o algunas

riquezas.

¿Qué tiene Jesús de todo esto? Además, los cambios a muchos les gustan y les atraen mientras son

anuncios lejanos, palabras bonitas que prometen; pero cuando les dicen que ya es hora, que llegó el

momento del compromiso, como eso exige sacrificio y es arriesgado, es natural que muchos se echen

atrás y reaccionen en contra, porque llega el momento del esfuerzo real. Y desconfiaban de él.

Si Jesús no es aceptado, más difícil será escuchar a un hombre débil y pecador, sin fuerza ante el potente

mecanismo de las instituciones, de la sociedad de consumo... Y más fácil la auto justificación. Nunca es

fácil el diálogo si hay algo que defender. Si lo que intentamos defender es mucho, el diálogo se hace

imposible.

El único que puede aceptar a un profeta es el hombre humilde, el que no está cerrado a nada y deja a

Dios la posibilidad de intervenir en su vida, el que lo espera todo de los demás y de Dios, el que trata de

poner en práctica sus ideales e ilusiones.

La reacción de oposición o de indiferencia que mantenemos los hombres frente a las voces proféticas,

obedece con frecuencia al hecho de que el profeta se nos presenta siempre bajo apariencias demasiado

humanas. Preferimos el triunfalismo de los hechos llamativos, los viajes multitudinarios, el turismo a

santuarios con fama de milagrosos.

Nosotros somos víctimas de la misma equivocación que los habitantes de Nazaret: vivimos en un país de

tradición cristiana y hemos oído hablar de Jesús desde pequeños, que no es lo mismo que oír hablar a

Jesús. Quizá lo tengamos tan como una cosa nuestra que nos sea imposible dejarnos cuestionar por sus

palabras. Y por eso, cuando alguien pretende inquietar nuestra seguridad y tranquilidad, aunque sea por

fidelidad al Evangelio de Jesús, reaccionamos oponiéndonos. Como los de Nazaret: primero es nuestro

modo de pensar y de vivir, después Jesús. Mientras no nos toquen nuestro modo de vivir, todo va bien.

Los nazarenos no estaban dispuestos a admitir que la fe en Jesús fuera el criterio de su actuación.

Reconocían en Él signos admirables, pero no estaban dispuestos a dar el salto a la fe, a abandonar sus

propias seguridades, a aceptar a un Dios distinto al que ya tenían en su mente y en sus prácticas.

227

Una sociedad establecida en una religión es prácticamente imposible cambiarla. Hará falta una

‘sobredosis’ enorme de gracia para lograrlo. Es el caso de nuestro cristianismo de consumo.

Cuando alguien se sale de las reglas establecidas, de los esquemas consolidados con los años... se intenta

hacerlo entrar en razón, de traerlo a la normalidad, a la ‘ortodoxia’. Si no se consigue, se le margina, se le

excluye, se le calumnia. Es muy difícil aceptar a alguien que hace tambalear nuestras seguridades. La

palabra se hace subversiva cuando amenaza la estabilidad y el orden existente, logrado con tantos

esfuerzos. Una estabilidad y un orden que, en realidad, sólo necesita de funcionarios para subsistir.

Es difícil aceptar que Dios tenga algo que decirnos por medio de un pariente o amigo. Y menos de un

compañero de trabajo o ministerio. ¡Cómo Dios va a elegirlo antes que a nosotros mismos! La historia

abunda en ejemplos. Es posible que todos hayamos conocido o combatido alguno.

NADIE ES PROFETA ENTRE LOS SUYOS

No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa. Parece ser una ley

que se inicie el rechazo donde menos se podía esperar. Por eso, es muy posible que la repulsa de los suyos

no fuera ninguna sorpresa para Jesús, a pesar de decirnos Marcos que se extrañó de su falta de fe. Que

un profeta se viera rechazado por su pueblo no era ninguna novedad; hasta el punto de haber cristalizado

esa experiencia en un proverbio que lo afirma. Es un proverbio basado en una larga experiencia, que ha

acompañado a toda la historia de Israel, y que encuentra su máxima confirmación en la historia del

Profeta, y que seguirá repitiéndose puntualmente en la historia de la Iglesia.

Dios está de parte de los profetas, pero éstos se ven rechazados. Siempre procuramos quitar de en medio

a los hombres de Dios, aunque más tarde les construyamos monumentos (Mt 23, 29-32).

El profeta verdadero lleva la incomprensión en su misma entraña. ¡Cuánto más El Profeta!

Los miembros de la propia familia, los vecinos, los que conviven con los profetas, son los jueces más

difíciles, los que más tardan en convencerse. Es difícil reconocer la dimensión excepcional de un hombre

al que se ha visto nacer y crecer. Y más aún si esa persona está llena de flaquezas, como es lo normal.

En su tierra sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Donde no hay fe, es radicalmente

imposible que haya milagros.

También en Nazaret buscó a los enfermos y a los pobres, como hacía en todas partes. Pero no son ésos

los milagros que gustan a los seres humanos.

Y Jesús no pudo hacer en su tierra ningún milagro, porque la acción de Dios está normalmente

condicionada a la apertura del corazón humano. La rutina, el orgullo, la falta de compromiso... paralizan

la acción de Dios.

El peligro más grave que corre el profeta no es la soledad a la que se ve relegado, sino el llegar a la

conclusión de que su esfuerzo no sirve para nada.

El verdadero profeta no se preocupa cuando faltan los oyentes. Sabe que la palabra nunca es ineficaz y

que la vida personal es lo que verdaderamente hace crecer el reino de Dios, apoyada en su gracia.

Jesús, a pesar del fracaso, no se desanima: Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

228

EL PROFETA, SERVIDOR DE DIOS Y DE LOS HOMBRES

“En aquellos días, el espíritu entró en mí, me puso en pie y oí que me decía: –Hijo de Adán, yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde que se ha

revelado contra mí. Sus padres y ellos me han ofendido hasta el presente día. También los hijos son testarudos y obstinados; a ellos te envío para que les digas: ‘Esto dice el Señor.’ Ellos, te hagan caso o no te hagan caso (pues son un pueblo rebelde), sabrán que hubo un profeta en medio de ellos.”

(Ez 2, 2-5)

Los pasajes bíblicos que hablan de la vocación al profetismo son los más significativos sobre las

consecuencias que ha producido en Israel el acceso a la fe. Los profetas han sido testigos privilegiados de

ello.

El profetismo no es un fenómeno exclusivo del pueblo judío. En otros pueblos también ha existido...

Dos rasgos son característicos de la vocación profética: El primero es el hecho de que el profeta actúa

bajo la influencia de una llamada personal de Yahvé, que es el único que posee la clave de la salvación

del hombre. El segundo, que esta llamada va siempre ligada a una misión, a un servicio al pueblo. Sean

las circunstancias favorables o adversas, deberá dirigirse al pueblo elegido para llevarle a hacer penitencia

y a reemprender la aventura de la fe a la luz de los acontecimientos de su historia. El profeta es un

servidor de Dios en orden al cumplimiento de su plan de salvación y, por la misma razón, es igualmente

servidor de los hombres.

Ezequiel –‘Dios conforta’-, hijo del sacerdote Buzi, pertenecía a esa familia sacerdotal de Jerusalén. Se

supone que nació en la segunda mitad del siglo VII a. C. Le tocó vivir la época más trágica y más dura de

la historia de Israel: el exilio en Babilonia, a donde fue llevado cautivo, en la primera deportación (año

598 a. C.), juntamente con el rey Jeconías y parte de la aristocracia judía.

Poco después (año 587) tuvo lugar, después de la destrucción de la ciudad de Jerusalén y del templo, la

segunda deportación de judíos a Babilonia. Quedaron sólo en el país los labriegos y el peonaje.

Con ello la catástrofe nacional del pueblo judío llegó a su culmen, y la crisis de la conciencia nacional

fue el problema que tuvieron que afrontar los profetas Jeremías en Palestina y Ezequiel en el exilio.

Según nos dice el mismo Ezequiel, vivió en una localidad llamada Tell-Abib, al sur de Babilonia, junto al

río Kebar. Allí vivía con su esposa, participando de las penas de los exilados.

En el año quinto de su cautividad (593 a. C.), fue llamado al ministerio profético, que ejerció durante 22

años. Fue el hombre providencial que se ocupó de mantener viva la fe en Yahvé en estas circunstancias

tan adversas del destierro en Babilonia.

La situación era delicadísima, ya que los exilados, lejos de comprender el porqué de su situación.

Acusaban a Yahvé de ser injusto con ellos al hacerles cargar con las culpas de sus antepasados. Por otra

parte, estaban seguros de que su exilio sería breve y, sobre todo, que Dios no permitiría la destrucción de

la Ciudad Santa y de su templo, que sí tuvo lugar antes de la segunda deportación.

Ezequiel debía hacer frente a estas falsas ideas, fustigar su propensión a la idolatría, a los adulterios y

pecados contra la justicia social.

En su misión tenemos que distinguir dos etapas: la anterior a la destrucción de Jerusalén y del templo por

los babilonios, durante la que tuvo que hacer frente a las falsas esperanzas de repatriación del pueblo,

anunciándoles reiteradamente la destrucción de la ciudad y del templo. Y la etapa que siguió a esa

destrucción: Se han cumplido sus oráculos y, ante la depresión colectiva, empezó a predicar la

229

restauración de la nación, en la que se cumplirían las íntimas aspiraciones individuales y colectivas del

pueblo esclavo (Ez 37, 1-28; 40-48).

La primera lectura nos narra la vocación de Ezequiel al profetismo. Es llamado de improviso, y él no es

ningún ‘superhombre’, es simplemente un Hijo de Adán –poca cosa- (v 3). La llamada se presenta en su

aspecto más dramático: medios débiles para defender un ideal del que se siente responsable.

El profeta ‘ha caído rostro en tierra’ y oído una voz que le habla (Ez 1, 28): ‘Hijo de hombre’, levántate,

que voy a hablarte (Ez 2, 1).

Tiene que predicar a un pueblo rebelde (v 3), de corazón empedernido por sus muchas transgresiones a

través de su historia. Yahvé le ordena levantarse del estado de postración –me puso en pie- (v 2).

La misión es ingrata, pero el pueblo no podrá quejarse de Dios: les ha advertido enviándoles un profeta

(vv 4-5). Ezequiel debe anunciarles la catástrofe que se avecina sobre Jerusalén y el templo. Cuando se

cumpla, reconocerán que han tenido entre ellos a un profeta.

Mientras tanto, la reacción será hostil (v 6), punzándole con calumnias e ironías despectivas.

El profeta, que ha dicho ‘sí’ a la Palabra, se coloca en un camino de soledad y sufrimiento en continua

lucha con todo. Apoyado únicamente en la Palabra de Yahvé...

LA VERDADERA FORTALEZA

“Hermanos: Para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne: un emisario de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio. Tres veces le he pedido al Señor verme libre de él y me ha respondido: ‘Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad’.

Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo.

Por eso vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.”

(2 Cor 12, 7b-10)

Leemos el octavo y último texto que, como segunda lectura, dedica este ciclo a la segunda carta a los

corintios. Los capítulos 10-13, los dedica san Pablo a hacer apología de su ministerio apostólico.

El Apóstol de los gentiles, que ha sido fortalecido por la gracia más que los demás, ha aludido a las

revelaciones recibidas (2 Cor 12, 1-4, que no se leen). Y, a continuación, temiendo ser considerado más

de lo que es, nos dice que, aunque pudiera gloriarse en la altura de las revelaciones que Dios le ha

concedido, él prefiere gloriarse en sus flaquezas, que son cosas más suyas (vv 5-7a, que tampoco se leen)

En la lectura de hoy nos hace una declaración importante: Para que no tenga soberbia, me han metido

una espina en la carne... (v 7b). Dios le somete a un sufrimiento, que limita sus fuerzas y le humilla, y

que es para él una gran dificultad añadida a su apostolado. Una enfermedad que mantiene a raya su

orgullo.

Mucho se ha escrito sobre la naturaleza de esta espina que le apalea, sin que se pueda asegurar nada

sobre en qué consistía.

Por tres veces rogó, como Jesús en Getsemaní, verse libre de ella (v 8). Y, como Jesús, también él tuvo

que aceptar la prueba: Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad (v 9).

Pablo ha comprendido y no vuelve a hacer la petición: se gloría en sus flaquezas, en las que experimenta

y muestra la fuerza de Cristo. Enumera un pequeño catálogo de sufrimientos, que resume diciendo:

230

Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte (v 10). Sólo la debilidad exterior desvela la naturaleza

profunda de la misión apostólica.

Este final constituye un buen resumen de la doctrina que Pablo ha venido desarrollando en toda la carta:

En nuestras flaquezas se muestra el poder de Dios; el éxito se debe sólo a él.

A los adversarios, que para desacreditarle a los ojos de los corintios, pretendían ser superiores a él en los

carismas, Pablo les ha respondido que su debilidad exterior desvela la naturaleza profunda de su misión.

Aplicar este criterio a los seudo-apóstoles de Corinto, seguros de sí mismos, es suficiente para dejar al

descubierto su hipocresía.

231

DOMINGO DECIMOQUINTO ORDINARIO

EL RIESGO DE LA MISIÓN PROFÉTICA

LES DA PODER SOBRE TODO MAL

“Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.

Y añadió: -Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los

pies, para probar su culpa. Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían

con aceite a muchos enfermos y los curaban.” (Mc 6, 7-13)

El capítulo diez del evangelio de Mateo puede ser considerado el documento fundamental de la misión de

la Iglesia y de la vida apostólica, para todos los tiempos futuros. Está dirigido a los doce apóstoles, que

son el ideal del verdadero discípulo de Jesús. En él deben inspirarse siempre la Iglesia y todas las

comunidades cristianas, si queremos ser fieles seguidores del Maestro. También Marcos (evangelio de

hoy) y Lucas (9, 1-6) escriben sobre esta misión, pero de forma mucho más breve.

Para esta misión, a la que Jesús envía a sus discípulos de dos en dos, les da autoridad sobre los

espíritus inmundos -nombre simbólico para indicarnos los enemigos que nos están impidiendo a los

seres humanos serlo de verdad-, y para curar enfermedades: ungían con aceite a muchos enfermos y los

curaban. Es el anuncio del sacramento de la unción de los enfermos, que más tarde proclamaría el

apóstol Santiago en su carta (Sant 5, 14).

Quiere hacerles partícipes de su misma misión. Forman una comunidad de vida, de bienes y de acción

con Jesús, a pesar de sus muchos momentos de indecisión y de cobardía. Serán como el brazo extendido

del Maestro, que les ha llamado para enviarlos, para que continúen su tarea, su estilo de vida. Deben

conducir a la humanidad hacia el Padre, hacia el reino de Dios, hacia la plenitud que el ser humano anhela

y tiene dentro de sí mismo, y que el Padre va realizando en cada uno de nosotros, si le dejamos, porque

nos ama.

Cuentan con el poder de Jesús para superar todo lo que impide a los hombres serlo en plenitud. La misión

es una lucha contra los demonios, contra todo lo que nos destruye como personas verdaderas: el egoísmo,

la injusticia... Donde llega la palabra del discípulo, el mal no tiene más remedio que dar la cara; sale a la

luz la mentira, la ambición, la hipocresía... Por ello, hay que contar siempre con la oposición y con las

persecuciones, porque el mal tiene mucho poder en nuestro mundo. El que viendo el mal de la sociedad

no trata de solucionarlo, o el que no llega ni a verlo, no puede ser seguidor de Jesús.

Cuando los hombres inquietos acudían a Jesús, encontraban siempre lo que buscaban, porque Jesús

ofrecía y vivía todas las ilusiones, todas las esperanzas de una vida plenamente humana. Por eso se

olvidaban hasta de comer por escucharle.

Nosotros ofrecemos algunas ilusiones, algunas esperanzas –las que intentamos vivir-, que solamente

conectan con la gente que nos escucha cuando coinciden con lo que ellos buscan. Es perder el tiempo dar

respuestas cuando no ha habido antes preguntas, cuando respondemos a personas que no buscan nada, que

232

viven satisfechas de cómo les van las cosas. Cuando nos faltan esas ilusiones y esperanzas, ¿qué

podremos ofrecer? El enviado tiene que vivir el anuncio que proclama, y con su vivir podrá contagiar a

los oyentes. Nuestro mundo necesita testigos más que maestros. Es posible que nos estemos preocupando

más de métodos, de dinámicas, de medios... que de ser testigos de Jesús. La fuerza está en el evangelio,

no en los medios usados.

Quizá haya demasiada palabrería en los enviados, demasiada palabra vacía, demasiadas lecciones

aprendidas de memoria, que no significan nada ni para nosotros ni para la gente que nos escucha. Menos

mal que la gracia del Padre actúa siempre y por caminos insospechados.

La proclamación del evangelio debemos hacerla como un ofrecimiento, nunca como una imposición. La

fe se propaga sobre todo por contagio de testigos verdaderos; aparte siempre de la gracia de Dios.

LO HARÁN EN POBREZA

Han de ir ‘ligeros de equipaje’. Los enviados deben tener en la tierra sólo los pies. La pobreza debe

acompañar todas sus actuaciones. Nuestra vida sobre la tierra es comparable con una marcha, que

debemos hacer con el equipaje –las posesiones de todo tipo- imprescindible. Ir ‘cargado’ por la vida con

demasiadas cosas hace imposible caminar; nos hace sedentarios, conformistas.

La sociedad consumista en que vivimos trata de inmovilizarnos llenándonos de posesiones o de deseos

de poseer. Y esas cosas que decimos poseer, en realidad nos poseen a nosotros. Y lo que debería ser un

simple medio, se acaba convirtiendo en la suprema finalidad de nuestra vida, en nuestro ‘dios’. Poco a

poco, sin darnos cuenta, pasamos del tener para vivir, al vivir para tener.

Cuando se trata de anunciar el reino de Dios, descargarse del peso inútil es cuestión de vida o muerte.

Por eso Jesús nos pide una pobreza extremada: los enviados recibirán por el camino todo lo que les haga

falta; tienen derecho a ser sustentados por aquellos a los que dedican su tiempo y su vida.

El verdadero discípulo es un pobre, no sólo en el aspecto económico, sino con la pobreza de un profundo

respeto hacia las personas a quienes ha sido enviado, reconociendo en ellas todo lo que perciben y

expresan del Dios que vive y actúa dentro de cada ser humano.

Dios está presente en la experiencia humana tal como es vivida por cada persona. En la persona humana

hay mucho más de lo que percibimos. Y lo que los hombres queremos de verdad está mucho más allá de

las cosas con que intentan e intentamos distraernos. Hacernos y hacer consciente a los demás de esto, es

fundamental para ayudarnos a caminar hacia Dios dando sentido y respuesta a nuestras verdaderas

ilusiones y esperanzas.

Jesús quiere inculcarnos el espíritu de pobreza que debe guiar toda nuestra vida. Pobreza que Mateo y

Lucas narran con una mayor radicalidad, pero todos quieren decir lo mismo: que nos limitemos al mínimo

necesario para una vida material digna. La austeridad es imprescindible.

No se hospedarán en cualquier casa. Se quedarán en la misma hasta que se marchen del lugar. El cambio

sin motivo indicaría en ellos ligereza y falta de gratitud

Si son rechazados, deben sacudirse el polvo de los pies. Si esto sucedía era a causa de las influencias que

hubieran ejercido contra ellos los letrados y los fariseos.

Todo judío que venía de tierras gentiles estaba obligado a sacudir cuidadosamente sus vestidos y su

calzado, para quitar de ellos el polvo ‘gentil’, antes de entrar en el pueblo elegido de Israel.

233

HOY TAMBIÉN HAY PROFETAS

Es esencial no tomar el sacerdocio como una profesión. Es una misión profética que sólo se puede

desarrollar con la entrega de la propia vida.

En Israel las castas sacerdotales y los grupos de los profetas, institucionalizados, vivían de su profesión.

Eran falsos profetas, que vendían la palabra y que por esa predicación tenían asegurado el sustento. Falsos

profetas a sueldo, que preferían el honor de los cargos políticos y religiosos, a enfrentarse con las

instituciones, denunciando la injusticia. (En el apartado siguiente veremos cómo Amasías acusa a Amós

de pertenecer a este tipo de profetas, cuando era él el que estaba vendido al rey).

Si convertimos la predicación en una profesión, nos veremos fatalmente al servicio de los poderes

económicos del mundo, porque serán los únicos que puedan y quieran ‘pagarnos’ en esas condiciones.

El anuncio del evangelio ofrecerá garantías para ser escuchado cuando se haya liberado de las

servidumbres económicas.

Hoy siguen existiendo personas que, por su vida y por sus palabras, nos sacan de nuestra tranquilidad.

Ante ellos es difícil no reaccionar y no tomar postura. A nadie nos gusta que nos molesten, que nos hagan

cambiar de posición cuando no lo queremos. Tenemos la desagradable sensación de ser atropellados en

cosas muy nuestras, muy personales, que nunca habríamos pensado que alguien se atreviera a tocar. Nos

defendemos rechazando sin pensar al que nos provoca con sus ideas. Preferimos buscar a aquellos que

nos ayudan a seguir dormidos.

¿Y si al que rechazamos fuera un profeta? No podemos olvidar que Jesús fue rehusado por la misma

máxima autoridad religiosa constituida. Y la Biblia entera es profecía, para ayer y para siempre.

¡Hay tantas razones para querer tener razón! Por eso Jesús prevé que se les cierren las puertas a los

suyos.

No se nace cristiano, ni se hereda por el ambiente sociológico. Es preciso oír hablar a Jesús, escuchar el

evangelio personalmente y creer en él, convirtiéndolo en el centro de la propia vida. Es preciso que cada

uno de nosotros lo hayamos oído y creído personalmente, libremente.

Jesús no obliga; invita. Comunica su buena noticia y espera que sea acogida por cada uno. Acogida y

creída libremente, sabiendo que ello cambia la vida de cada ser humano.

Todos nosotros y toda nuestra Iglesia necesitamos convertirnos constantemente para poder anunciar el

reino de Dios.

¡CUÁNTOS SILENCIOS Y ALIANZAS EN LA HISTORIA!

“Dijo Amasías, sacerdote de Betel, a Amós: -Vidente, vete y refúgiate entierra de Judá: come allí tu pan y profetiza allí.

No vuelvas a profetizar en ‘Casa de Dios’, porque es el santuario real, el templo del país.

Respondió Amós: -No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo de

Israel.” (Am 7, 12-15)

Al profeta, al enviado de Dios a proclamar su palabra, es inútil pedirle explicaciones. El mensaje que

transmite no es suyo. Se lo ha confiado Yahvé, y él tiene que transmitirlo con fidelidad y sin miedo a las

consecuencias.

234

La primera lectura subraya cómo la libertad del profeta deriva de su imposibilidad para evadirse de la

tarea que Dios le ha confiado y que ve tan evidente.

Ocho siglos antes de Cristo, el reino de Israel, que lleva dos siglos separado del reino de Judá, goza de

gran prosperidad material, a la que, normalmente, acompaña la decadencia moral. Es en ese ambiente de

lujo y relajación moral al que Amós es enviado a predicar.

Natural de Técoa, aldea del reino de Judá situada entre Belén y Hebrón, Amós es el primer profeta

escritor. Con lenguaje duro y directo, que no sabe de diplomacias, condena la injusticia social, la

depravación moral y religiosa, la violencia del lujo, el formalismo del culto del reino de Israel, al que

anuncia la tragedia que se le avecina: la ruina del fastuoso reino de Jeroboam II y el desastre que le

seguirá; lo que provoca las iras de los privilegiados de aquella situación.

Amasías, un sacerdote de Betel, santuario oficial del reino del Norte –Israel- y rival del templo de

Jerusalén, con mentalidad típica de funcionario con muchos ingresos económicos, está molesto con Amós

y le trata con desprecio, como a un profeta que vive de su oficio. No puede tolerar las denuncias y las

amenazas que ha pronunciado contra el rey y contra la nación. Y, después de denunciarle al rey, le

prohíbe seguir profetizando (v 12).

Betel es el santuario real en el que no se puede denigrar la institución regia (v 13). Que se vaya a su

tierra, Judá, a profetizar. Que no moleste.

La respuesta de Amós le indica que su vocación profética está en las antípodas de la situación de

Amasías: empleado del templo y del rey.

Amós no es un profesional que viva de anunciar la palabra; tiene su modo propio de ganarse la vida: No

soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos (v 14). Ha recibido una llamada

divina, que ninguna jerarquía humana puede obstaculizar. Para él profetizar no es ninguna ganancia

económica. Ha sido llamado por Yahvé mientras cuidaba su ganado y se ocupaba de sus higos (v 15). La

obediencia a esa llamada le ha llevado a invadir ‘territorios protegidos’, como el santuario real, el

templo del país, que suelen ser lugares para el consenso y la adulación.

La denuncia profética está bien, con tal que se dirija a otros: Vete y refúgiate en tierra de Judá: come

allí tu pan y profetiza allí (v 12).

Amós afronta serenamente el riesgo de decir cosas desagradables al rey y a su corte. La palabra profética

no duda en decir cosas que causen malestar a los poderosos.

Amasías no puede entenderle ni acallarle. Él y su familia morirán seis meses después, a consecuencia de

la guerra y del destierro, llevado a cabo por Teglatfalasar III, hacia el año 734 a. C.

¡Cuántos ‘salarios’ de todo tipo se ofrecen a los funcionarios de la Palabra para atar la proclamación de la

Palabra!

ELEGIDOS Y PREDESTINADOS DESDE SIEMPRE

“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la Persona de Cristo –antes de crear el mundo- para que fuésemos consagrados e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la Persona de Cristo –por pura iniciativa suya- a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya.

235

Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el Misterio de su Voluntad. Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.

Con Cristo hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria. Y también vosotros –que habéis escuchado la Verdad, la extraordinaria noticia de que habéis sido salvados, y habéis creído- habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido, el cual –mientras llega la redención completa del pueblo, propiedad de Dios- es prenda de nuestra herencia.”

(Ef 1, 3-14)

Como segunda lectura, leeremos durante siete domingos (del 15 al 21) la carta de san Pablo a los Efesios.

Escrita en Roma, entre los años 61-63, durante la primera cautividad del Apóstol.

La iniciamos con un himno de una riqueza doctrinal extraordinaria; sin duda, una de las páginas más

densas de doctrina de todo el nuevo Testamento. La idea dominante es el plan que Dios Padre, desde

toda la eternidad –antes de crear el mundo-, determinó para salvar a la humanidad. Pablo atribuye a

Dios Padre la iniciativa de este plan (vv 3-4), plan que se realiza en Cristo y por Cristo (vv 5-12) y al que

el Espíritu Santo contribuye con su acción (vv 13-14).

Gramaticalmente el estilo resulta bastante embrollado, a causa de la abundancia de ideas. Podemos

distinguir cuatro apartados: enunciado general del tema (v 3), designio eterno de Dios (vv 4-6), redención

por Cristo y en Cristo (vv 7-10), salvación-herencia para todos: judíos y gentiles (vv 11-14).

Dios, Padre... nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y

celestiales (v 3). En los versículos siguientes concretará Pablo esos bienes celestiales por su origen y

destino: los dispensa Dios desde el cielo y están destinados a recibir allí su plenitud. Nos son concedidos

en Cristo, en cuanto estamos unidos a él.

La iniciativa es divina. No hay, por nuestra parte, mérito alguno.

Después de esta afirmación general –toda clase de bienes-, el Apóstol pasa a su enumeración:

Él nos eligió en la Persona de Cristo -antes de crear el mundo- para que fuésemos santos e

irreprochables ante él por el amor (v 4). Es el primero y fundamental: Nos eligió.

A ser sus hijos... (v 5). Sólo su inmenso amor fundamenta este hecho de hacernos hijos suyos. Nuestra

respuesta no puede ser otra que querer vivir como hijos dignos de este Padre. Para ello, tenemos que

‘dejarnos’...

Para que redunde en alabanza suya (v 6). El Padre encuentra su propia alegría –su gloria- en esta

‘elección’.

A continuación, Pablo fija su mirada en Cristo, centro de toda la obra redentora (vv 7-10). Es por nuestra

unión con el Hijo, con el que formamos en mismo cuerpo, como entramos en el plan de salvación de

Dios, obteniendo la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría

-conocimiento especulativo de los grandes misterios de la fe- y prudencia –conocimiento práctico, en

orden a la acción-... conocer el Misterio de su Voluntad.

Recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra. Todo lo disperso por el pecado,

reagrupado y pacificado por la ‘Palabra, que estaba junto a Dios, y por la que todo fue creado’ (Jn 1, 1-3)

y que, encarnada, se llama Jesucristo.

236

Por Cristo, hemos heredado también nosotros... por decisión del que hace todo según su voluntad (v

11). Y así, nosotros... (v 12) y también vosotros... habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu

Santo prometido... (v 13). La salvación es para judíos y gentiles. Todos somos llamados a la plenitud de

Dios.

Pablo expresa en este himno el núcleo de la predicación apostólica. La vocación cristiana es una llamada

a la perfección, a la plenitud y a la eternidad del ser, a semejanza del Hijo. Es lo que planeó el Padre,

desde su eternidad, para todos y cada uno de los seres humanos.

Toda la realidad depende de un Dios que ha decidido darnos a conocer el Misterio de su Voluntad. Un

Padre que nos lo ha dado todo a través de su Hijo encarnado y del Espíritu.

237

DOMINGO DECIMOSEXTO ORDINARIO

AL REGRESO DE LA MISIÓN DE LOS DOCE

EVALUAR Y REFLEXIONAR LA ACCIÓN

“Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo:

-Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para

comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron

marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.”

(Mc 6, 30-34)

Si tenemos en cuenta los relatos paralelos del evangelio de Juan, nos encontramos en los comienzos del

tercer año de la vida pública de Jesús.

En el texto evangélico podemos distinguir tres partes: El reencuentro de Jesús con el grupo de los doce,

después de haberles enviado ‘de dos en dos’ (domingo pasado); la invitación de Jesús a retirarse a un

lugar solitario para descansar; y la imposibilidad de hacerlo durante mucho tiempo a causa de la multitud

que les sigue.

Le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. La comunicación es básica para una verdadera

familia, amistad y comunidad humana y cristiana. Jesús les invita a retirarse a un lugar solitario para

descansar y para hablar de los resultados de la misión que les había encomendado. Deben profundizar en

los acontecimientos, ahondar en la reacción de la gente ante lo que hacen. Ver qué deben cambiar y qué

deben continuar. Ver si han respondido a las verdaderas esperanzas del pueblo. A la vez, les anima a una

profunda vida de reflexión, de silencio y de oración. De todo ello les ha dado él buenos ejemplos.

Este retirarse es otra forma importante de ejercer el apostolado. Hay un tiempo para la oración y la

reflexión y otro para la acción, si no queremos defraudar las esperanzas de la gente. Es en el silencio

donde el pastor acoge la palabra destinada a saciar las hambres, suya y de los suyos. Un pastor verdadero

anuncia paz sólo cuando la construye dentro de sí.

El silencio y la soledad de la oración es el tiempo y el lugar necesarios para asimilar la palabra de Jesús,

para escucharle a él, para contemplar, para ahondar en lo que realmente necesitan los que nos rodean y

nosotros mismos, para colocarnos en situación de poder ser interpelados por las cosas y los

acontecimientos, para coger fuerzas para seguir buscando la verdad, para reconocer la propia pobreza

constitucional...

En el silencio madura el ser humano, se templa el carácter. En el silencio se adquiere sabiduría, gozo,

paz, coraje, amor.

Muchas veces nuestra vida de trabajo y de preocupaciones nos impide ir al fondo de la realidad de las

personas y de los acontecimientos. Es fácil quedar atrapados por las ocupaciones de cada día.

Jesús se preocupa del descanso de sus discípulos. Porque el descanso no es un lujo, sino una necesidad

muy humana. La actividad no debe esclavizarnos, y para lograrlo necesitamos momentos de reposo y de

tranquilidad para podernos encontrar con lo esencial.

238

Jesús quiere que compaginemos la reflexión y la oración con la acción. Es lo que hacía él: con frecuencia

se retiraba a lugares solitarios para orar, y en otras muchas ocasiones está rodeado por las masas que le

siguen ansiosas de escuchar sus palabras y de recibir sus curaciones; y de las que se aparta para retirarse

de nuevo a la soledad y a la plegaria.

Jesús nos llama y nos envía a todos los cristianos a continuar su misión evangélica. Una tarea que nunca

podremos realizar lejos de él. Tenemos que volver siempre a Jesús, sentirle presente en nuestro intento de

comunicar su Evangelio, saber ‘contarle’ lo que decimos, hacemos y queremos ser, lo que nos ilusiona o

nos frena en nuestro camino... Sólo esta vinculación personal con Jesús dará validez a lo que hagamos

como seguidores suyos.

EL DESCANSO DURA POCO

No les dejan tranquilos mucho tiempo. Los que acuden a Jesús son personas sencillas del pueblo, que

intuyen en él al que puede ayudarles a salir de sus dificultades, a encontrar verdaderas respuestas a sus

vidas, porque sus signos van dirigidos siempre directamente al bien del pueblo.

La gente lo sigue al ver ‘los signos que hacía con los enfermos’ (Jn 6, 2). El ver que comunicaba la salud

a los enfermos suscitaba en las multitudes la esperanza de lograr de él una vida más verdadera, una ayuda

para verse libres de todos los males que les aquejan. Por eso lo siguen, aunque no tengan necesidad de

curación física, ni acaben de saber quién es y qué pretende.

Lo que lleva a la gente a Jesús no es sólo el afecto, o el que fuera un gran orador, o la gratitud por los

beneficios recibidos. Acuden a él porque intuyen que tiene la respuesta para sus anhelos más profundos,

porque perciben en su actuación y en sus palabras la verdadera vida. El Dios de Jesús –único verdadero-

está presente en lo más profundo del ser humano: en sus ilusiones y utopías, en sus aspiraciones e ideales,

en sus proyectos de eternidad y de infinito. Y Dios está presente en el Nazareno. Por eso, lo más profundo

de cada persona se identifica con el camino de Jesús. Lo superficial del ser humano no puede conectar

con Jesús porque se lo impide el pecado, en el que vivimos inmersos: la comodidad, el egoísmo, el

individualismo, el consumismo... Desde su ser profundo, cada ser humano nos identificamos con el ser

profundo de los demás y de Dios. Cuando hablamos desde nuestro ser auténtico nos compenetramos

inmediatamente con los que toman la misma actitud, y a ese nivel se desvela la imagen de Dios que

somos cada una de las personas humanas. A ese nivel profundo surge la comunicación y el diálogo

verdaderos, la amistad; surge la comunidad, la comunión de unos con otros, cuyo signo más expresivo es

la eucaristía.

Jesús no provoca una revolución superficial, como hacen tantos líderes facilones; busca la conversión del

corazón. No pretende nada para sí mismo, ni defender ningún sistema: busca únicamente el bien del

pueblo, al que quiere servir, ayudar, promocionar.

“COMO OVEJAS SIN PASTOR”

Le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor. Estaban hambrientos de verdad, de

vida, sin pastores en los que apoyarse. Y Jesús les enseña con calma, sin recurrir a estimulantes

momentáneos.

Eran una multitud, no un pueblo. Una muchedumbre de gente perdida y sin rumbo, no una comunidad.

239

Jesús no condiciona su acción al éxito inmediato; sabe que lo auténtico no se logra en un instante, porque

hay muchas defensas que lo impiden. De aquí que la constancia y la paciencia –la calma- sea una virtud

clave a los que luchan por implantar el reino de Dios en nuestra tierra.

Jesús siente lástima, compasión de ellos. Compasión, que es la capacidad de sufrir por los problemas y

los sufrimientos de los demás como si fueran propios, y que en la práctica es muy difícil lograr.

La gente de Palestina le buscaba. Jesús no hubiera podido enseñarles si ellos no le hubieran buscado.

Esperaban que les diera respuesta a tantos anhelos a los que los pastores del pueblo no habían sabido

responder. Quizá buscaran en él a un jefe al estilo de los celotes que hiciera realidad los sueños de cambio

que el pueblo humillado lleva siempre tan dentro del corazón.

Le seguía mucha gente. Es la condición previa para poder escuchar a Jesús. Quien no emprenda el

camino, quien no esté dispuesto a salir de sí mismo y a dejarse cautivar por el seguimiento de Jesús, no

tiene nada que hacer. El hombre seguro, el que cree saberlo todo y no tiene hambre y sed de más vida, de

más verdad, de más amor y justicia... no puede captar nada de la palabra de Jesús. Es un sordo y un ciego.

Pero no vale cualquier seguimiento. Los evangelistas lo repiten con frecuencia, quizá como advertencia

de las primeras comunidades cristianas a aquellos que se contentaban con seguimientos aparentes. Como

es fácil deducir de los textos evangélicos: la mayoría de la gente que seguía a Jesús no aceptó luego su

palabra; le abandonó, porque su seguimiento era superficial, no llegaba al corazón, se movía por motivos

engañosos, estaba apoyado en la propia razón y conveniencia.

Todos tenemos necesidad de conocer y de escuchar a Jesús personalmente. El pastor es también oyente

de la palabra. Es el primero que debe sentirse interpelado por ella; reflexionarla y proclamarla desde sí

mismo. Debe anunciar y denunciar. Anunciar sin denuncia es ingenuidad, porque olvida el pecado

humano. Denunciar sin anuncio es negativismo, suena a riña.

Jesús anunció el reino –amor, libertad, justicia, paz- y denunció el pecado que impide su realización. Y

todo con amor.

Esta es la tarea de los pastores de la Iglesia: predicar el reino de Dios a un mundo disperso, dividido,

alienado, desorientado. Y todo con comprensión, respeto y, sobre todo, amor, mucho amor.

DESDE DIOS, EL FUTURO ES SIEMPRE ESPERANZADOR

“¡Ay de los pastores que dispersan y dejan perecer las ovejas de mi rebaño! -oráculo del Señor. Por eso, así dice el Señor, Dios de Israel: A los pastores que pastorean a mi pueblo: Vosotros dispersasteis mis ovejas, las expulsasteis, no las guardasteis; pues yo os tomaré cuentas, por la maldad de vuestras acciones -oráculo del Señor. Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas, de todos los países a donde las expulsé, y las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se multipliquen. Les pondré pastores que las pastoreen: ya no temerán ni se espantarán y ninguna se perderá -oráculo del Señor.

240

Mirad que llegan días –oráculo del Señor- En que suscitaré a David un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra. En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro. Y lo llamarán con este nombre: ‘El Señor-nuestra-justicia.”

(Jer 23, 1-6)

A causa de su cultura agrícola, la imagen del pastor era muy familiar en Israel, sobre todo a partir de

David, pastor y rey. Se aplica en especial a todos los que, en nombre de Dios, tienen la misión de guiar al

pueblo.

La primera lectura pertenece a los últimos días de la monarquía de Judá. El profeta Jeremías ve en el

rebaño disperso el fracaso de los pastores. En ella podemos distinguir tres ideas principales:

La primera, la condena a los malos reyes y pastores de Israel y de Judá, que ha culminado con la

destrucción de Jerusalén y del templo y con la segunda deportación a Babilonia. El profeta recuerda a los

consejeros del rey adónde les ha llevado su política nacionalista: el reino del Norte –Israel- está

totalmente dispersado y la élite del Sur –Judá- ha acompañado al rey al exilio. Los consejeros no son

verdaderos pastores, sino los principales responsables de la ruina del pueblo. Son los falsos pastores que

han fomentado la apostasía y la idolatría en el pueblo sencillo y causantes también de su exilio.

Yahvé llama cariñosamente a su pueblo ovejas de mi rebaño (v 1). Los actuales pastores, encargados de

llevar al pueblo a buenos pastos, lo han ‘dispersado’ (v 2).

En segundo lugar, les anuncia la actuación del propio Dios a favor de su pueblo. Él mismo se encargará

de hacerlo regresar a su país, además de darles verdaderos pastores que dirijan este regreso –Zorobabel y

el sumo sacerdote, Josué-. El fallo de los pastores no ha alejado al pueblo del amor de Yahvé. Jeremías

habla del futuro para consolar a sus compatriotas. El mismo Yahvé se encargará de pastorear a su rebaño,

al que hará volver de todos los lugares en que se encuentre (v 3). Es el anuncio del retorno del exilio. La

catástrofe nacional no es definitiva. Un día volverán a la protección de Dios, que los gobernará

personalmente como pastor del rebaño.

Después de traerles a nuevos pastos, les dará pastores que les pastoreen (v 4) –Nehemías, Esdras-. Unos

pastores que se entregarán plenamente al bien del rebaño. La profecía se refiere a la restauración que

seguirá al exilio.

Finalmente, les anuncia un pastor que actuará totalmente de acuerdo con el plan de Dios y en bien del

pueblo (vv 5-6). Suscitaré a David un vástago legítimo. Anuncio que se hará realidad en la persona de

Jesús de Nazaret, el Mesías, que restablecerá el orden social y la justicia; es decir, la correcta relación del

pueblo con Dios y de cada uno de los miembros entre sí.

JUDÍOS Y GENTILES: UN SOLO PUEBLO EN JESUCRISTO

“Hermanos: Ahora estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos.

Él es nuestra paz. Él ha hecho de dos pueblos, judíos y gentiles, una sola cosa, derribando con su

cuerpo el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la Ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para

crear, en él, un solo hombre nuevo. Reconcilió con Dios a los dos pueblos,

241

uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al odio. Vino y trajo la noticia de la paz; paz a vosotros los de lejos, paz también a los de cerca.

Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu.” (Ef 2, 13-18)

La segunda lectura concluye la exposición que hace Pablo de uno de los frutos más importantes de la

obra redentora de Cristo: la reunión de judíos y gentiles en la única Iglesia de Dios. Nos presenta la gran

novedad cristiana: el ofrecimiento de la salvación a todos los seres humanos y la creación de un nuevo

pueblo y de una nueva humanidad centrada en Jesucristo. Un pueblo que rompe la barrera que separaba a

los hombres hasta entonces, centrada en el antagonismo de judíos y paganos.

Cristo es quien nos ha abierto el camino de acceso al Padre a todos los hombres. Todo el que por la fe y

la vida sigue a Cristo, comienza a ser el mismo una persona nueva y a formar parte de la humanidad

reconciliada con Dios.

Primeramente, el Apóstol nos ha presentado la situación deplorable en que se encontraban los paganos

antes de su conversión (vv 11-12, que no se leen) Pasa después a describir la nueva situación, llena de luz

y esperanza (vv 13-22): la unificación de los pueblos, judío y gentil, en uno solo. El autor de este cambio

ha sido Jesucristo, con su muerte redentora. Pablo lo dice de muchas formas a lo largo del pasaje.

Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos (v 13). Es la idea general del

texto, que desarrollará después (vv 14-18), para sacar la conclusión general (vv 19-22, que tampoco se

leen).

Las expresiones estáis cerca y estabais lejos, hacen referencia a los gentiles. El acercamiento entre los

dos pueblos (vv 14-15) y de ambos con Dios (vv 16-18), lo realiza Jesucristo mediante el derramamiento

de su sangre en la cruz.

Cristo es nuestra paz (v 14) por una doble razón: porque inaugura un nuevo tipo de humanidad en el

que desaparecen las diferencias entre judíos y gentiles y porque la ha logrado entre Dios y la humanidad

por su muerte en la cruz y por el don del Espíritu, restaurando las relaciones normales entre los hombres y

entre éstos y Dios. Una paz que se va concediendo a los que tratan de ser fieles al seguimiento del

Maestro.

Cuando aceptamos el mensaje, Jesús se convierte en nuestra paz –síntesis de la verdadera vida-; nos

vamos asemejando a él, único hombre nuevo.

Fue Jesucristo el que derribó con su sangre el muro que los separaba. El que abrogó la Ley con sus

mandamientos y reglas (v 15). El muro, que prohibía a los gentiles el acceso al lugar sagrado del templo

de Jerusalén, simbolizaba esa separación. Jesús, son su muerte en la cruz, anuló la Ley, que era el origen

del odio, e hizo posible crear, en él, un solo hombre nuevo (v 15), que luego se convertirá en un solo

cuerpo (v 16). La Ley, con sus múltiples prescripciones, hacía prácticamente imposible el acceso de los

gentiles al pueblo elegido.

Así, suprimida toda división, unos y otros, podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu (v

18) –un Espíritu que nos pone en sintonía con los sentimientos de Cristo-. También nos acerca unos a

otros, en la medida en que tengamos en mayor grado ese Espíritu.

El pensamiento es consolador: nuestra situación ante Dios es la de hijos movidos por el Espíritu.

242

DOMINGO DECIMOSÉPTIMO ORDINARIO

EL SIGNO DE LOS PANES

UNA SITUACIÓN SIN SALIDA APARENTE

“Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades) Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.

Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos,

y al ver que acudía mucha gente dijo a Felipe: -¿Con qué compraremos panes para que coman éstos? (Lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer) Felipe la contestó: -Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un

pedazo. Uno de los discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: -Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces,

pero, ¿qué es eso para tantos? Jesús dijo: -Decid a la gente que se siente en el suelo. Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron: sólo los hombres eran unos

cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban

sentados; lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: -Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie. Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de

cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: -Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo. Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró

a la montaña, él solo.” (Jn 6, 1-15)

En el pensamiento bíblico, el pan es algo más que un alimento elaborado con granos de trigo. Representa

la misma vida y es el signo de la bondad del Padre que nunca se olvida de sus hijos. El pan simboliza a

todo el conjunto de dones que Dios nos da. Por eso lo pedimos en el Padrenuestro, porque de él viene y

porque debe ser compartido con todos sus hijos.

Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos (v 4). El evangelio nos precisa la época del año y la

fiesta. Una fiesta de los dirigentes y en la que el pueblo nada tenía que celebrar, al estar marginado y

explotado por los jefes. En esta fiesta, la gente debería subir a Jerusalén, pero muchos no lo harán.

Preferirán seguir a Jesús en lugar de ir en peregrinación a la capital.

Jesús se convierte en el centro de afluencia de una multitud que pone en él su esperanza. Y es que Jesús

representa la alternativa que están deseando, aunque después lo abandonen a causa del compromiso que

les pide.

El signo de la multiplicación de los panes pretende indicarnos que han llegado los tiempos mesiánicos,

en los que el Mesías dará respuesta a todas las necesidades humanas. Por eso, no bastaba narrar relatos de

curaciones. El signo consta de dos partes: una primera dedicada a mostrarnos una situación sin salida

aparente; y la otra, a la actuación de Jesús y a la reacción de los presentes.

El signo admite perfectamente dos interpretaciones: una espiritual o teológica y otra más material. La

primera quiere decirnos que Jesús es el pan verdadero, el único que puede saciar ‘las hambres’ del ser

243

humano: esa hambre de vivir en plenitud y para siempre que todos llevamos dentro; ese insaciable anhelo

de felicidad que todos llevamos en lo más profundo del corazón. Solamente Jesús puede alimentar

plenamente el amor y la esperanza que necesitamos para superar todas las dificultades, desengaños y

sufrimientos de la vida sin desfallecer. De esta forma, la multiplicación de los panes es un signo que nos

introduce en las palabras de Jesús en las que se presenta a sí mismo como ‘Pan de vida’ (Jn 6, 26-59)

Penetrar en el sentido de esta narración nos ayudará a captar mejor ese discurso de Jesús en la sinagoga de

Cafarnaún

La segunda interpretación nos presenta a Jesús dando de comer a la multitud en el sentido más material

del término.

Jesús sabe lo que quiere hacer, pero prueba a sus discípulos. Según Juan, plantea el problema a Felipe; lo

enfrenta, y con él a los demás discípulos y a todas las comunidades cristianas futuras, con la realidad que

tienen delante: el alimento a una multitud que no puede bastarse a sí misma. Lo pone a prueba abordando

directamente la cuestión del dinero: ¿Con qué compraremos panes para que coman éstos? Quiere ver

si entiende –si entendemos- la liberación que él trae, si comprende su ley de amor, y la ruptura con la

sociedad injusta que lleva unida su llamamiento: el culto al dinero había sido la causa del desplazamiento

del culto a Dios en el templo y en el corazón de la mayoría de las israelitas; y sigue siendo en el corazón

de cada uno de nosotros.

Felipe cree que Jesús es el Mesías, pero no capta su originalidad; para él es un continuador del pasado:

Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo. La respuesta de

Felipe revela su desaliento e impotencia. Ateniéndose a los principios que rigen nuestra sociedad es

imposible solucionar el problema.

Los doce se sienten responsables de la multitud, pero la solución que ven es la clásica: que cada uno se

preocupe de sí mismo (Mt 14, 15-16; Mc 6, 35-37; Lc 9, 12-13). No se dan cuenta que es precisamente

esa la causa de las injusticias y del hambre que asola a la humanidad. ‘Comprar’ significa volver a la

sociedad de la que proceden y someterse de nuevo a las leyes económicas que los han mantenido en la

miseria. Pero plantear el problema de otro modo es salirse de la realidad concreta; es no pisar en el suelo.

COMPARTIERON Y HUBO PARA TODOS

Andrés vislumbra una solución distinta del comprar: repartir lo que tienen. En Juan, los panes y los

peces los tiene un muchacho. En los tres evangelios sinópticos, los tienen los discípulos...

El muchacho es pobre, y su alimento de baja calidad –panes de cebada- y escaso –cinco tortas planas de

poco espesor-.

Cinco panes y dos peces suman siete, el número que indica totalidad. El alimento es poco, pero es todo

lo que tienen. Y es lo que Jesús buscaba: compartir todo lo propio. Quizá resulte que hay más de lo que

parece. Y quizá en una sociedad concebida así sea posible el ‘milagro’... porque Dios actúa y pone su

parte cuando nosotros hemos hecho la nuestra.

No importa que nuestros medios sean muy pobres; lo que importa es que sean todos: Jesús hará lo demás.

Sin hacer caso del pesimismo de sus discípulos, Jesús tomó las provisiones que tenía el grupo y

pronunció la bendición, como solía hacer el padre de una familia judía antes de las comidas para dar

244

gracias a Dios por los dones. Los gestos que realiza nos recuerdan la última cena, por lo que la tradición

los consideró siempre como eucarísticos.

La oración-bendición manifiesta su deseo de que, a través de los panes y de los peces, se realice lo que es

el reino de Dios: un compartir todo lo que se tiene y todo lo que se es.

Hubo pan y pescado en abundancia para todos. Con el compartir sería desterrada de la tierra el hambre, el

mundo de los explotados y marginados. Si algún día se liberara la creación del egoísmo humano sobraría

de todo para cubrir las necesidades de todos los hombres; se realizaría la liberación de los oprimidos de la

tierra, propia del reino de Dios. Mientras tanto, esta es nuestra tarea... Es lo que quiere mostrarnos el

relato: cuando ya ninguno de los presentes poseía alimento propio, por haberlo hecho de todos con la

acción de gracias, se demostró que había sido más que suficiente.

La solución no estaba únicamente en el prodigio de Jesús, sino en algo sencillo y elemental, al alcance de

todos: en el compartir los bienes de la creación, esos bienes que Dios ha dado para todos. Porque el signo

de Jesús alimentando abundantemente a la multitud que lo seguía es fundamentalmente un compartir todo

lo propio, aunque parezca muy poca cosa. Aquí sólo había cinco panes y dos peces, pero esa pobreza

compartida se convirtió en alimento de miles de personas, y sobró aún más de lo que había.

Dios, en cada comunidad, multiplica lo que ésta posee al ponerlo a disposición de todos.

No es posible seguir a Jesús de verdad sin compartirlo todo con los demás. No valen seguimientos

egoístas, individualistas, cerrados, preocupados por uno mismo. Ni valen las excusas. Lo primero es

compartir, aunque se tenga poco. ¡Qué difícil es compartir cuando hay mucho!

Sólo las personas abiertas a las demás, dispuestas a compartir toda su vida, pueden abrirse a la vida que

aporta Jesús y participar en ella.

¿Qué pensarán de este pasaje los que defienden que Jesús sólo trajo buenas palabras, que nunca se metió

en cuestiones materiales? Aquí da a la multitud su pan de cada día, no en sentido metafórico, sino real.

A pesar de todo lo que se diga en contra, el Evangelio nunca se limita a buenas palabras, no es

únicamente una bella y original interpretación de la historia humana, sino que es, ante todo y sobre todo,

una ‘buena noticia’ que empuja a los creyentes a contribuir de forma positiva a la transformación de la

historia.

Los discípulos recogen lo que ha sobrado: doce canastas. El doce es el símbolo de las tribus de Israel.

Nos indica que compartiendo puede saciarse el hambre de toda la nación, de toda la humanidad.

El signo provoca en la gente una confesión de fe en Jesús. Han llenado el estómago, pero no entienden lo

que está pasando. Ante el amor de Dios que nos desborda, los humanos nos cerramos en nuestras frías

especulaciones. Quieren proclamarlo rey. No saben que esa pretensión va en contra de la voluntad del

Padre, libremente aceptada por Jesús, que se retiró otra vez a la montaña, él solo. No quiere que el

signo sea mal interpretado: al darse cuenta de que ha provocado una reacción triunfalista, se retira.

Pretenden cambiar su programa mesiánico, conferirle un poder que él siempre rechazó.

Nos puede pasar ahora como a los judíos: confundir el hambre de Dios con sus dones; y abandonarlo

después de recibirlos. Nos fabricamos el profeta que creemos necesitar y pretendemos convertirlo a

nuestro modo de pensar. Entonces Jesús huye de nosotros, lo mismo que se apartó entonces y se retiró a

orar.

245

HAMBRE DE DIOS

“En aquellos días, vino un hombre de Bal-Salisá trayendo en la alforja el pan de las primicias - veinte panes de cebada- y grano reciente para el siervo del Señor. Eliseo dijo a su criado:

-Dáselos a la gente para que coman. El criado le respondió: -¿Qué hago yo con esto para cien personas? Eliseo insistió: -Dáselos a la gente para que coman. Porque esto dice el Señor: ‘Comerán y

sobrará’. El criado se los sirvió a la gente; comieron y sobró, como había dicho el

Señor.” (2 Re 4, 42-44)

Eliseo es el heredero del espíritu del profeta Elías (2 Re 2, 15). Su biógrafo nos narra episodios de su

vida que revelan que no fue inferior en carismas y poder a su maestro.

La primera lectura, que forma parte de la sección de milagros de Eliseo (2 Re 4-7), nos cuenta uno de

ellos. La llegada de un hombre con veinte panes de cebada para Eliseo, dio ocasión al profeta para

realizar una espectacular multiplicación de esos panes. Manda a su criado que los reparta entre los cien

profetas.

Eliseo intenta con estos signos orientar hacia Dios. En la Biblia no hay más hambre que la de Dios, que

también quiere saciar el hambre material, porque busca responder a las necesidades de toda la persona.

La reacción del criado es la misma que la de Felipe en el evangelio. Eliseo insiste en que se los dé a la

gente, confiando en la palabra de Dios.

El signo es posible desde algo preexistente. El Señor acepta lo que tenemos; quiere que se lo ofrezcamos,

y vincula la multiplicación a la generosidad de los humanos. Así ocurrirá siempre.

El hecho es un signo del banquete escatológico: banquete abundante –comieron y sobró- ofrecido a los

pobres, que supone en los convidados tener hambre de pan y de justicia. Esta abundancia es el símbolo de

las riquezas del reino, que superan todo lo que los seres humanos podemos soñar.

LLAMADA A LA UNIDAD

“Hermanos: Yo, el prisionero por Cristo, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos; sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.”

(Ef 4, 1-6)

Durante siete domingos (del 15 al 21 ordinarios) leemos, en este ciclo B, la carta de san Pablo a los

Efesios. Hoy, el tercero de ellos, comenzamos la parte moral de la carta; aplicación de los principios

doctrinales que ha tratado antes (capítulos 1-3).

En las lecturas anteriores, ha dado gran importancia a la unidad. Tema que vuelve a tratar hoy.

El amor y la unidad habían sido los temas centrales de Jesús en la última cena. Un amor que lleva a la

unidad, y una unidad que lleva al amor ‘para que el mundo crea’ (Jn 13, 35; 17, 21).

246

Pablo, para dar mayor autoridad a sus palabras, hace alusión a la situación en que se encuentra:

prisionero por Cristo: está preso por defender la causa de Jesús. Y ruega para que los cristianos vivamos

de acuerdo con nuestra vocación de seguidores de Jesús (v 1).

Considera a los creyentes como miembros de un mismo organismo espiritual, que es la Iglesia. De ahí su

insistencia en las virtudes necesarias para mantenernos unidos: Sed siempre humildes y amables, sed

comprensivos; sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu,

con el vínculo de la paz (vv 2-3) Esta unidad es la esencia de la Iglesia.

A continuación da siete razones para fundamentar esta unidad: Un solo cuerpo y un solo Espíritu...

una... esperanza... Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo... (vv 4-6).

La Iglesia, Cristo y el Padre formamos un solo cuerpo, vivificado por el mismo Espíritu; y todos tenemos

la misma y única esperanza: la vida eterna. Todos proclamamos a Cristo como único Señor de nuestras

vidas; profesamos la misma fe que nos está salvando; y hemos recibido el mismo bautismo que nos ha

configurado con Cristo muerto y resucitado. Y tenemos un Padre común que lo trasciende todo, y lo

penetra todo, y lo invade todo.

Para enseñarnos cómo lo que funda la unidad de la humanidad y de cada persona es la vida trinitaria,

Pablo establece una relación entre las virtudes teologales y las Personas de la Trinidad: El Espíritu Santo

alimenta la esperanza; Cristo, la fe; y el Padre está en todo para llevarlo, por el amor, a la unidad.

La Trinidad es el fundamento de la vida cristiana y de la unidad de los seres humanos; el fundamento del

verdadero amor. Participamos de esta vida trinitaria en la medida en que entramos en comunión con toda

la humanidad. Sin ella, todo intento de unidad está llamado al fracaso.

247

DOMINGO DECIMOCTAVO ORDINARIO

JESÚS, PAN DE VIDA

INSUFICIENCIA DEL PAN MATERIAL

“Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:

-Maestro, ¿cuándo has venido aquí? Jesús les contestó: -Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque

comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura,

dando vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre Dios.

Ellos le preguntaron: -¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere? Respondió Jesús: -Éste es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado. Ellos le replicaron: -¿Y qué signos vemos que haces tú, para que creamos en ti? Nuestros padres

comieron el maná en el desierto, como está escrito: ‘Les dio a comer pan del cielo’. Jesús les replicó: -Os aseguro que no fue Moisés quién os dio pan del cielo, sino que es mi Padre

quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.

Entonces le dijeron: -Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les contestó: -Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que

cree en mí no pasará nunca sed.” (Jn 6, 24-35)

Hacia la mitad de los domingos ordinarios del ciclo B, se interrumpe la lectura del evangelio de Marcos

para dejar paso, durante cinco domingos, al capítulo sexto de Juan: uno a la multiplicación de los panes y

los peces (domingo pasado) y cuatro al discurso del Pan de vida (domingos 18 al 21) Jesús lo ha

comenzado dando de comer pan a la gente y lo terminará dándose él mismo como Pan, en medio de la

incomprensión general.

Con el signo del pan y los peces, Jesús nos descubrió otra hambre más difícil de percibir: el hambre de

vida, de luz, de verdad, de plenitud y eternidad. Hambre de compasión, de comprensión, de compañía, de

afecto, de ternura... En definitiva, hambre de Dios-amor, que es el hambre más profundo que tenemos los

seres humanos, y que engloba todas las demás.

El mundo es un regalo de Dios. La vida y toda la creación son un milagro constante del que ni nos damos

cuenta. Nos falta una mirada de fe, para penetrar dentro de las personas y de los acontecimientos para

interpretarlos.

Jesús, con sus signos, apuntaba más lejos y más alto: hacia la nueva creación. Él es la vida verdadera, la

vida plena y para siempre, capaz de saciar todas las hambres humanas. Vivir es seguirle por el camino del

verdadero amor.

Pero sus oyentes no habían entendido el signo del pan y los peces; y seguirán sin entender. ¡Qué poco

entendemos siempre! Y es que hace falta tener hambre y sed de absoluto para ir comprendiendo a Jesús.

248

La narración de la multiplicación de los panes se había cerrado con la imagen de Jesús solo en la

montaña...

La gente fue a Cafarnaún en busca de Jesús. A simple vista, parece una actitud positiva esa búsqueda de

Jesús por la gente. Sin embargo, la reacción de la multitud ante la multiplicación de los panes había sido

decepcionante. Es verdad que buscan a Jesús, pero lo hacen por mera curiosidad o, teniendo en cuenta las

duras palabras que Jesús les dirige, por egoísmo. Acuden a él porque les dio de comer, deseosos de

continuar en la compañía de alguien que les asegurase el sustento sin esfuerzo personal.

Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Este es el

verdadero motivo por el que siguen a Jesús. Van en su busca, pero en realidad no le buscan a él, buscan

sus dones. Prefieren el don al donante. Buscaban a Jesús porque los había alimentado, y con aquello ya

les bastaba.

Esta actitud de aquella gente expresa nuestra propia actitud: lo que buscamos normalmente es el pan,

signo de todo aquello que suele provocar nuestro modo de hablar y de actuar: aumentar los ingresos

económicos, dominar a los demás, conseguir el éxito, pasarlo bien... Es también la postura de nuestra

sociedad de consumo: creer que con elevar la renta ‘per cápita’, subir los sueldos, tener piso y coche

propios... es suficiente para que los hombres logremos la felicidad.

Jesús no quiere que nos engañemos: hay otras muchas esferas en el ser humano que hay que despertar y

enriquecer. El bienestar material suficiente para una vida humana digna es la tierra abonada sobre la que

se tienen que desarrollar y dar frutos esferas fundamentales de la personalidad individual y social; esferas

que, si se descuidan, acarrean el fracaso del hombre y de la sociedad.

Jesús quiere ayudarles a que le busquen a él. Por eso los atiende y quiere enseñarles a comprender todo lo

que desea darles. Los acoge porque es una gente que no vive cruzada de brazos, sino que se inquieta y

trabaja por encontrarlo y espera algo de él. Sólo la satisfacción de su hambre los ha movido a buscar a

Jesús. Al quedarse únicamente en el aspecto material del signo de la multiplicación de los panes y de los

peces, han vaciado de contenido la verdadera intención de Jesús. Lo que debía haberlos llevado a

entregarse a los demás, como Jesús se ha entregado a ellos, los ha centrado egoístamente en sí mismos.

Es evidente que existen búsquedas desviadas. Aquella gente, saciada, no tiene hambre de otras cosas, se

conforman con aquel pan. No han entendido que aquellos panes no iban destinados únicamente a llenar el

estómago, sino a ‘encender’ otras hambres.

Trabajad no por el alimento que perece. Es verdad que necesitamos comer, gozar de tranquilidad,

tener una casa minimamente agradable, sabernos aceptados por los demás... Pero nos preocupamos tanto

de estas cosas -necesarias, pero que perecen- que no alcanzamos ni a comprender las que perduran.

¿Cuántos viven hoy en la desesperación, en el absurdo, en el vacío y en el hastío rodeados de abundantes

bienes materiales?

El que se conforma con migajas de vida, jamás hallará la plenitud humana. Es el problema tanto de los

cristianos que reducen su fe a una religión tranquilizante de ritos, como de los que se limitan a una simple

motivación de lucha humana. Es siempre quedarse en los medios sin llegar a la vida, quedarse en Jesús

sin llegar a Dios, que en el fondo no es quedarse en Jesús.

Jesús nos invita a revaluar nuestra escala de valores. Es cierto que hay muchas personas cuyos ingresos

precarios, el trabajo abrumador en unos y el paro en otros, o las pésimas condiciones de vida, les hacen

249

difícil pensar en algo más allá de la simple lucha por la supervivencia. Y es igualmente cierto que el

satisfecho de lo que tiene y es, está incapacitado para buscar en otra dirección, porque no necesita nada

más de lo que ya posee.

EL VERDADERO ALIMENTO

Trabajad... por el alimento que perdura, dando vida eterna. El Maestro nos invita a descubrir otra

hambre, otra sed, y a ser consecuentes con ese descubrimiento. Por eso, Juan no habla de milagros, sino

de signos. El milagro tiene el peligro de convertirse en mera admiración, que bloquea al ser humano

dejándolo en el asombro, en el entusiasmo superficial. El signo nos obliga a superar la materialidad del

hecho para captar su mensaje escondido, para plantearse las preguntas fundamentales sobre la persona y

la misión de Jesús. El hombre satisfecho, instalado, decidido a defender las propias posiciones adquiridas,

se muestra alérgico a esta superación. Jesús propone, invita, atrae, pero no fuerza a nadie.

¿Cómo no reconocer que hay un hambre y una sed insaciable? El hombre es mucho más que un

estómago o un coleccionista de cachivaches. Ni el estómago lleno -aunque es indispensable llenarlo-, ni la

acumulación de cosas, construyen a la persona.

Jesús les pide y nos pide ahondar en sus ilusiones e ideales, compartirlos y comulgar con ellos. Es así

como nace la amistad con él y se pueden comprender sus profundos planteamientos. Es el llamamiento de

una persona de grandeza espiritual, en medio de un mundo de intereses mezquinos y preocupaciones

mediocres.

El que os dará el Hijo del hombre. Sólo siguiendo a Jesús podemos alimentarnos de verdad, podemos

llenar de contenido nuestras vidas. Porque en el horizonte de todos y de cada uno de los hombres está

Dios. El sentido del mundo y el destino del hombre están arraigados en el mismo Dios como fuente de la

vida. Todos tenemos que descubrir esa realidad, aunque le estemos dando otros nombres -justicia,

libertad, paz, amor- Si borramos a Dios del horizonte de nuestra vida, reduciendo ésta a una lucha

materialista, nuestra vida podrá llegar a tener cubiertas las necesidades elementales -muy importante, por

cierto, siempre que incluya a todas las naciones-, pero nosotros seguiremos hambrientos.

No hay ser humano, que en el fondo de su ser, no busque el alimento imperecedero. Alimento que no es

otro que el decidirse a vivir en el seguimiento de Jesús de Nazaret.

Jesús es el camino de nuestra realización personal y social. Es el Hombre nuevo. No es simplemente

alimento para caminar, sino base, fundamento y núcleo de nuestro camino de vida.

Toda la escena se halla orientada hacia la Eucaristía. Aquí solamente hay alusiones. Será necesario

hablar con más claridad. Y así lo hará en el discurso posterior, en el que explicará sin rodeos y con toda la

profundidad posible el sentido del signo realizado.

DISCURSO DEL PAN DE VIDA

Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca

sed. Así comienza el discurso del pan de vida.

Jesús, ante las exigencias y los deseos de la gente, se presenta como ese pan esperado, como el revelador

de toda la verdad de Dios. Un pan que debe ser comido por la fe, y que lleva a asimilarnos a Jesús si

seguimos su camino de vida. Así como el alimento que comemos se convierte en vida para nosotros, lo

250

mismo sucede si ‘comemos’ a Jesús: nos transformamos en él. Siempre lo más asimila lo menos. De esa

forma obtenemos la calidad de vida que lleva al ser humano a la plenitud. Un pan que es amor y que

comunica la vida de Dios al mundo.

Jesús les dice, y nos sigue diciendo hoy a nosotros, que si siguen su camino, si son capaces de mirar más

allá de su pequeña vida, alcanzarán la vida para siempre: no pasarán hambre, no pasarán nunca sed,

alcanzarán la saciedad definitiva y ya no tendrán necesidad de acudir en busca de otros alimentos, porque

él puede llenar el deseo de Dios -deseo de plenitud y eternidad- que anidamos todos los humanos en

nuestro interior.

La fidelidad a la ley dejaba a los israelitas, lo mismo que ahora las prácticas religiosas entre los

cristianos, una continua insatisfacción. Jesús no actúa como la ley: no centra al hombre en el

cumplimiento de unas normas o en la búsqueda de la propia perfección, sino en el don de sí mismo.

Mientras la perfección es abstracta y está sujeta a grandes equívocos por tener una meta tan ilusoria y tan

lejana como la propia conveniencia, el don de sí mismo es concreto y puede ser total, como el de Jesús.

La pretensión de Jesús es absoluta, por eso sólo le quedarán unos pocos seguidores. ¿Cómo compaginar

esto con los cientos de millones de cristianos actuales sin sostener, fundadamente, que el cristianismo de

tantos millones de personas nada tiene que ver con los planteamientos de Jesús de Nazaret?

Ir a Jesús es lo mismo que creer en él, con todas las consecuencias. Es Jesús el verdadero maná, el

alimento que da vida al mundo y satisface todas las necesidades humanas. Es la respuesta plena a todas

las búsquedas humanas. Para irlo descubriendo es necesario buscar. Y se descubre en la medida en que la

búsqueda va siendo más profunda, más desinteresada, más verdadera. Eso es lo que significa ser el pan de

vida. Este buscador no pasará hambre, porque esa hambre se irá saciando según va surgiendo. Hambre de

libertad, de justicia, de amistad... No pasará hambre porque, aunque no llegue a saciarla nunca, intuye el

porqué. Y en lo profundo de su corazón se sabe en el camino de la verdadera humanidad. Y tampoco

pasará sed, porque Jesús la irá apagando paulatinamente en los logros que vaya consiguiendo en su lucha

por una vida más verdadera.

EL PRECIO DE LA LIBERTAD

“En aquellos días, la comunidad de los israelitas protestó contra Moisés y Aarón en el desierto diciendo:

-¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda la comunidad.

El Señor dijo a Moisés: -Yo haré llover pan del cielo: que el pueblo salga a recoger la ración de cada

día; lo pondré a prueba a ver si guarda mi ley o no. He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles de mi parte: ‘Al atardecer comeréis carne, por la mañana os hartaréis de pan; para que sepáis que yo soy el Señor Dios vuestro’.

Por la tarde una bandada de codornices cubrió todo el campamento; por la mañana había una capa de rocío alrededor de él. Cuando se evaporó la capa de rocío, apareció en la superficie del desierto un polvo parecido a la escarcha. Al verlo los israelitas se dijeron:

-¿Qué es esto? Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: -Es el pan que el Señor os da de comer.”

(Éx 16, 2-4. 12-15)

251

La aventura del pueblo hebreo por el desierto fue fascinante. Había salido de Egipto después de haber

vencido la resistencia del faraón, gracias al poder que Yahvé había depositado en Moisés. Con diversas

imágenes, el libro del Éxodo nos dice que Dios caminaba a la cabeza del pueblo. Todo ello iba

contribuyendo a que el pueblo elegido profundizara en la fe en Dios y en Moisés.

Los profetas consideraron esta etapa como la ideal: las relaciones Yahvé-pueblo eran muy íntimas. Para

ellos era preferible esta vida, a pesar de todas las dificultades, a la vida sedentaria en la tierra prometida,

en la que la tentación idolátrica fue constante.

Pero la marcha era penosa; la alimentación, escasa, y las preocupaciones indecibles. El camino de la

libertad que les ofrecía Dios era muy difícil. Por eso, los israelitas añoran la comida y el pan de Egipto,

hasta desear haber muerto allá. El hombre es hambre, como se manifiesta en el desierto y en la historia, y

considera como muerte el camino de la verdadera liberación. No es bueno que el ser humano tenga

hambre, porque protesta. Ni que nade en el lujo, porque se olvida de sus deberes para con Dios y con los

hermanos.

Esta primera lectura, que prepara la revelación de Jesús como ‘pan de vida’, recoge las protestas del

pueblo hebreo durante la travesía del desierto –signo de carencia, prueba de Dios y búsqueda de

liberación-. Yahvé se apiada de su pueblo y les pide que confíen únicamente en él, cuando todo lo que les

rodea es carencia y dureza. Es más sencillo escoger la comodidad y la vida asegurada al precio que sea.

Lo que estaba en juego en el desierto era la elección entre volver atrás, a la esclavitud de Egipto, o seguir

adelante a pesar de todo.

Dios apuesta por lo segundo, dándoles la comida necesaria. Juntamente con el agua de la roca (Éx 17, 1-

7) y las codornices, el maná constituye el alimento que Dios proporciona al pueblo en la travesía. Sólo

podrán recoger cada día lo que necesiten. Deben confiar constantemente en la providencia divina, que no

les fallará. El maná enseña a los hebreos a ser pobres, a vivir al día.

Y el pueblo continúa su ruta de libertad. Seguir adelante significaba seguir existiendo como pueblo,

seguir construyéndose como personas libres. Dios está con los que construyen el futuro, y lo prueba

dándoles alimentos y ánimos.

LA VIDA NUEVA EN CRISTO

“Hermanos: Esto es lo que digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya, como es el caso de los gentiles, que andan en la vaciedad de sus criterios. Vosotros, en cambio, no es así como habéis aprendido a Cristo, si es que es él a quien habéis oído y en él fuisteis adoctrinados, tal como es la verdad en Cristo Jesús. Cristo os ha enseñado a abandonar el anterior modo de vivir, el hombre viejo corrompido por deseos de placer, a renovaros en la mente y en el espíritu. Dejad que el Espíritu renueve vuestra mentalidad, y vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.”

(Ef 4, 17. 20-24)

Después de una larga exposición sobre la unidad de los cristianos (Ef 4, 1-16), Pablo añade ahora

diversas recomendaciones sobre la vida que deben llevar. Primero, alejarse del paganismo (vv 17-19),

después adherirse a la verdad que hay en Jesús, revistiéndose del hombre nuevo (vv 20-24) Primero nos

pone delante lo que debemos evitar, haciendo una breve descripción de las costumbres paganas.

252

Los gentiles andan en la vaciedad de sus criterios. Poniendo parches cuando las cosas no funcionan y

casi nunca ahondando en el porqué de los problemas. Es la consecuencia del hombre viejo corrompido

por el egoísmo, la comodidad, el poder, el placer, el consumo, la falta de verdaderos valores humanos.

Luego nos indica como debemos vivir: vestirnos de la nueva condición humana, creada a imagen de

Dios. No Dios a imagen nuestra, engaño de tantos y tantos de nosotros.

Contraposición inspirada en el simbolismo del bautismo, con su doble rito de inmersión y de emersión;

doble rito que está señalando nuestra muerte a la antigua vida de pecado y nuestra resurrección a la nueva

vida comunicada por Jesucristo. El hombre viejo es el ‘carnal’, viciado por el pecado y esclavo de él; ‘el

hombre nuevo’ es el ‘espiritual’, regenerado por Cristo. Para Pablo, este paso es como una nueva

creación, a la que también alude Juan (3, 3-5).

Es verdad que por el bautismo hemos sido despojados del hombre viejo. Pero también es cierto que

seguimos bajo la influencia del pecado. Por eso, el Apóstol nos invita a seguir luchando contra las

inclinaciones de la concupiscencia y liberándonos poco a poco de los efectos malignos del pecado (v 22).

Ello nos pide una renovación en la mente y en el espíritu (v 23); es decir, en los pensamientos y manera

de ver las cosas.

Perseverar en la vida que se inició en el bautismo, por la incorporación a Cristo, debe llevarnos a dar

frutos de justicia, de santidad, de amor.

Pablo terminará el capítulo enumerando una serie de pecados que van contra el amor y que los cristianos

debemos alejar de nosotros (Ef 4, 25-32).

253

DOMINGO DECIMONOVENO ORDINARIO

LOS DONES Y LAS EXIGENCIAS DE DIOS

Las tres lecturas de este domingo se podrían comentar bajo el signo del camino. Y en el camino, los

dones y las exigencias de Dios: la hogaza de pan y el agua a Elías para que llevara adelante la misión

encomendada; el Espíritu Santo a los creyentes para poder ser imitadores de Dios viviendo en el amor y el

pan de vida, nuevo maná, para poder caminar hacia Dios alimentados por el Hijo.

LA MURMURACIÓN HACE IMPOSIBLE LA FE

“Criticaban los judíos a Jesús porque había dicho ‘yo soy el pan bajado del cielo’, y decían:

-¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?, ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?

Jesús tomó la palabra y les dijo: -No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me ha

enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: ‘Serán todos discípulos de Dios’. Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: ése ha visto

al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y

murieron: este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre.

Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.” (Jn 6, 41-51)

Seguimos con el discurso del ‘pan de vida’... Las palabras de Jesús provocan el escándalo de los que le

escuchaban. Y no podemos extrañarnos de ello, porque son palabras realmente escandalosas si las

tomamos con seriedad. Si a veces no lo son para nosotros es porque no las profundizamos. ¿Cómo van a

admitir que un hombre como ellos, del que conocen su origen, pueda pretender haber bajado del cielo, y

poseer y dar la vida en plenitud y para siempre? La murmuración de los judíos no es nada nuevo en las

Escrituras. Criticar es más fácil que crear. Es más fácil destruir una obra de arte que crearla. Para pintar

un buen cuadro, por ejemplo, hace falta talento, paciencia...; para rasgarlo, basta un cuchillo. Para la

crítica es suficiente una lengua puesta al servicio de un corazón que no ama.

Criticaban porque no entendían. Es lo que suele ocurrir. Se critica sin saber, sin escuchar, sin conocer; se

critica a priori y, en el fondo, por falta de amor. Los seres humanos nos queremos poco. Y cuando

formamos un colectivo, se encienden la envidia, los celos... y la lengua se pone a funcionar. Mirarlo

solamente como el hijo de José, era colocarse en un callejón sin salida. Todos caemos en estas críticas:

nos negamos a aceptar que en cosas tan naturales y humanas pueda haber algún tipo de intervención

especial de Dios. ¿Cómo ‘fulanito’ que estudió conmigo y no era demasiado inteligente...?

La expresión bajado del cielo no la podemos tomar en sentido literal, sino como una forma de expresar

que en esto humano de aquí y ahora, con sus angustias, esperanzas, sus dramas de muerte... también

podemos encontrar algo distinto y superior, que podemos afirmar como bajado del cielo.

254

La fe reconoce dos planos en la existencia humana: uno absoluto y definitivo y otro relativo. Debemos

obediencia al primero, si no queremos correr el riesgo de morir a lo que realmente somos: imagen del

Padre.

El hombre mundano, superficial, lo mismo que el seguro de la fe que ya posee, no comprende ni acepta

la revelación que Jesús ha hecho sobre su origen divino. Los primeros sólo dan valor a lo que pueden ver

y palpar; los segundos, leen la Escritura en pasado -ahora, los Evangelios-, en lugar de leerlos en presente,

como acontecimientos que suceden ahora y aquí, y que son siempre imprevisibles.

La murmuración sustituye siempre a la fe cuando ésta compromete las propias seguridades. Aquí, el

origen terreno de Jesús les impide ver su dimensión divina, su origen de Dios. Es lo que sucedió y sucede

en la historia de los que nos llamamos cristianos: aceptamos a los profetas después de muertos, cuando ya

no pueden importunarnos demasiado... A los de ahora los ‘despachamos’ con un ‘¡vete tú a saber de

dónde ha salido y qué pretende!’ ¡Qué difícil es aceptar el testimonio de gente que conocemos mucho!

¿Qué pueden decirnos que no sepamos?

La murmuración es el índice más claro de no querer creer. Sólo cuando existe una verdadera apertura al

movimiento de Dios, cuando se cesa de murmurar, puede tener lugar la atracción que el Padre hace del

hombre hacia Jesús.

DEJARSE ‘EMPUJAR’ POR EL PADRE

Son inútiles las discusiones sobre el origen de Jesús si cada uno no nos dejamos ‘atraer’ por el Padre y no

vivimos impulsados por su Espíritu, que se traduce en la vida diaria en desear y trabajar por lo justo. Es

necesaria la atracción del Padre, una atracción real pero indefinible, fecunda pero misteriosa; una

invitación a caminar, a abrirse a la vida. El que quiera vivir de verdad, y con todas sus consecuencias, en

la justicia, en la libertad, en la paz y en el amor, sabrá reconocer en Jesús al enviado de Dios, capaz de dar

vida eterna a los que creen en él.

Jesús no entra en la discusión sobre su origen, pero sí denuncia la actitud que muestran los que le

critican. Para acercarse a él hay que dejarse empujar por el Padre. ¿Qué significa esto? Dejarse empujar

por el Padre es lo mismo que descubrir que el único criterio válido para entender a Jesús es comprender

su actividad en favor de los oprimidos, de los marginados, y en contra de los que detentan los poderes

económicos, políticos y religiosos. Entonces y ahora. ¿Cómo van a dejarse atraer por el Padre los que

buscan únicamente sus privilegios y sus sueldos, aunque lo camuflen con abundantes prácticas religiosas?

El Padre empuja hacia Jesús porque éste es su don a la humanidad, la expresión de su amor a todos los

seres humanos. El pueblo, manejado por sus dirigentes religiosos, no se interesa por ese don: ni lo esperan

ni lo desean. Cada uno busca su propio provecho. La religión que les –nos- han enseñado les impide ser

dóciles a Dios: todo se reduce a unos ritos externos que dejan en toda su crudeza las desigualdades entre

los hombres y entre las naciones.

Conciliar el origen humano de Jesús con su origen divino sólo puede lograrse con el don de la fe. El

Padre atrae al hombre a esa fe; no lo hace a la fuerza sino en libertad. Nos invita a descubrirlo en las

Escrituras. Todos los que la lean rectamente como pueblo sencillo, y traten de ponerla en práctica llegarán

a Jesús. Y por él, a la Trinidad.

255

La resurrección, admitida y defendida por los fariseos, era el premio a la observancia de la ley. Jesús

afirma que la resurrección no se logra por esa observancia, sino por la adhesión a su persona. No hay más

resurrección que la que él da y que va incluida en la vida que comunica.

Serán todos discípulos de Dios. Jesús toma un texto profético (Is 54, 13) para indicarnos que el Padre

no enseña a observar la ley, sino a imitarle a él.

ESCUCHAR Y VER AL PADRE

Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí. El Padre no elige a algunos

privilegiados para que crean en Jesús; ofrece a todos la fe en él. Pero es necesario que aprendamos del

Padre y nos dejemos ‘empujar’. Todo el que descubra que Dios es el aliado incondicional del hombre,

principalmente de los más despreciados y abandonados, se sentirá atraído hacia Jesús y querrá continuar

su obra de liberación-salvación. Ellos no creen porque no están a favor del hombre. Por eso se oponen a

Jesús.

Jesús habla un lenguaje universal para anunciarnos que la nueva comunidad que está tratando de fundar

estará abierta a todos los hijos de Dios dispersos; no será una continuación ni una restauración de Israel

como pueblo.

Aunque nosotros no le hagamos caso, Jesús sigue llamando. Una llamada que promete todo lo más

grande que podamos esperar si queremos de verdad ir hacia él, si queremos dejarnos llevar por el Padre,

si queremos vivir como Jesús ha vivido.

Nadie ha visto al Padre, a no ser el que viene de Dios... No hace falta una experiencia de Dios fuera de

la vida concreta de cada día. Si los dirigentes hubieran prestado atención a su antigua historia, y la

hubieran enseñado al pueblo, les habría bastado para comprender que Dios está a favor del hombre y, por

tanto, a favor de Jesús.

El Padre no es accesible más que a través de Jesús, único que procede de él y le conoce (Jn 1, 18). A

través de Jesús, aunque seguimos sin saber cómo es Dios, sí sabemos cómo actúa. Si ahondamos en las

enseñanzas y en la vida de Jesús iremos conociendo a Dios.

YO SOY EL PAN DE VIDA

El que cree tiene vida eterna, repite Juan. El seguimiento de Jesús origina en la persona una vida plena

y definitiva. El que cree que lo más importante de nuestro mundo es el ser humano, y es consecuente con

esa fe, vive en una nueva calidad de vida: la de Dios, manifestada en el Hijo. ¿Qué lugar ocupa Jesús en

nuestras decisiones concretas?

Yo soy el pan de la vida. Jesús no es sólo nuestra respuesta a cada pregunta sobre el sentido del mundo,

ni un consuelo para los momentos de desgracia, ni un mero intercesor para conseguir algo de Dios, ni un

lejano personaje ejemplar que admirar... Para los creyentes es mucho más, aunque aparentemente sea

mucho menos. Es mucho más porque es Dios presente en nuestra vida de cada día, y es mucho menos

porque está en ella con la sencillez del pan.

Jesús es el pan de la vida porque asegura al hombre la liberación de la muerte con el logro de una vida

definitiva, no sólo en el sentido de duración infinita sino también de una calidad nueva. Su duración

256

indefinida es la consecuencia de su perfección, por ser la vida que pertenece al mundo definitivo, a la

creación terminada.

El maná no comunicaba la vida verdadera: todos los que lo comieron murieron antes de poder lograr

llegar a la tierra prometida (Núm 14, 21-23). El pueblo formado en el desierto y alimentado con el maná,

no logró su objetivo. La comunidad que funda Jesús tiene todas las posibilidades de alcanzar la meta. Si

le seguimos en su estilo de vida, gozaremos de la vida que no puede destruirse. Imitarle evita el fracaso

humano, porque es trabajar por el alimento que perdura, dando vida eterna (domingo anterior).

ELÍAS PEREGRINA AL SINAÍ

“Elías continuó por el desierto una jornada de camino, y al final se sentó bajo una retama, y se deseó la muerte diciendo:

-Basta ya, Señor, quítame la vida, pues yo no valgo más que mis padres. Se echó debajo de la retama y se quedó dormido. De pronto un ángel lo tocó y

le dijo: -Levántate, come. Miró Elías y vio a su cabecera un pan cocido en las brasas y una jarra de

agua. Comió, bebió y volvió a echarse. Pero el ángel del Señor le tocó por segunda vez diciendo:

-Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas. Se levantó Elías, comió y bebió, y con la fuerza de aquel alimento caminó

cuarenta días y cuarenta noches, hasta el Horeb, el monte de Dios.” (1 Re 19, 4-8)

El profeta Elías ha conseguido una gran victoria contra los 450 profetas de Baal, que protegía la reina

Jezabel (1 Re 18), y a los que Elías había hecho degollar (1 Re 18, 40).

Jezabel, que no quiso entender el signo, juró vengarse de él, y Elías huyó temiendo por su vida (1 Re 19,

1-3). El pueblo, como casi siempre, ha terminado colocándose del lado del poder... y Elías se ha quedado

solo. Teniendo como misión establecer la doctrina de la alianza en toda su pureza, se dirige al monte

Horeb (Sinaí).

Basta ya, se lamenta Elías, con las pocas fuerzas que le quedan. Cansado, devorado por el hambre y la

sed, pide la muerte. Piensa encontrar en ella la paz y el reposo que los hombres le niegan. Está totalmente

desalentado para poder continuar la misión que le confió el Señor: defender la verdadera fe. Se siente

incapaz de seguir luchando contra la idolatría en que ha caído el pueblo. No se siente digno de mejor

suerte que otros profetas anteriores, que murieron en el desierto sin poder ver la tierra prometida.

El camino de Elías, más que un desplazamiento geográfico, es el símbolo de la vida humana

comprometida con nobles ideales, con sus momentos de ánimo y de desaliento, y en el que no hay

caminos: cada uno debe hacer el suyo.

Primero sintió miedo, después cansancio y hambre, desesperación y deseo de la muerte.

Es bastante frecuente esta tentación de cansancio en personas que tratan de mejorar el mundo. Están las

dificultades del camino, las desilusiones e incomprensiones, el peso de los propios pecados y

limitaciones, las personas que siguen a lo suyo, el ambiente mezquino y superficial, las injusticias, la

hipocresía y la falsedad, las calumnias, las desconfianzas, el no ver frutos... Todo esto, y más, se acumula

y entorpece la marcha, nubla la vista, vacía los sueños y las utopías y agota las fuerzas.

Y así, el camino de la vida pierde todo su interés. No merece la pena. ¿Tiene algún sentido gastar la vida

como sacerdote para sentirse utilizado por la sociedad de consumo, ávida de sacramentos-festejos sin

257

compromiso evangélico, ante la pasividad de los dirigentes? ¿Qué se consigue con querer sacar a los

cristianos de la comodidad, de la superficialidad, del consumismo?

Dios no abandona al profeta. En la soledad del desierto se revela a su enviado. Pero la respuesta no va en

la línea que Elías deseaba: que Yahvé le resuelva las dificultades. Tiene que levantarse y recorrer un

camino que supera sus fuerzas. Pero recibe el alimento necesario para lograrlo: un pan inesperado, signo

de la eucaristía, y agua. En ellos estaba el Dios que da la vida y fortalece la fe y la esperanza.

Con ese alimento se dirige en peregrinación al monte Horeb (Sinaí), al lugar en el que Moisés recibió los

mandamientos del Señor. Lo hace con etapas cortas, a fin de prepararse, como Moisés, con 40 días de

penitencia, ayuno y oración. Se acerca por etapas, ‘a la montaña de Dios’.

Esta asociación Moisés-Elías está destinada a convencer al pueblo de que cuando un profeta ataca ciertas

instituciones surgidas de la alianza y de la ley, está tratando de defender su espíritu. Elías es así un nuevo

Moisés que recuerda, a las gentes enriquecidas de Palestina y al pueblo instalado, al Dios del desierto, al

Dios de los nómadas.

Caminó cuarenta días y cuarenta noches, número que indica la duración de la vida humana. Representa

la distancia que hemos de salvar para llegar a ese Dios que se nos ‘escapa’ continuamente. Caminaba de

noche y dormía de día en alguna caverna que encontraba al paso o recostado al pie de un árbol.

En lo alto del monte, Elías encontrará las raíces de su fe y la revelación de Dios le dará fuerzas para

seguir su misión profética.

Mientras los cristianos vivamos en la certeza de poseer la verdad, no tendremos lugar para Dios. Cuando

todo se ‘derrumba’, Dios puede actuar.

SER CONSECUENTES

“Hermanos: No pongáis triste al Espíritu Santo. Dios os ha marcado con él para el día de la liberación final.

Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo.

Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor.”

(Ef 4, 30-5, 2)

No pongáis triste al Espíritu Santo. San Pablo continúa exhortándonos a vivir consecuentemente como

miembros de Cristo. El bautismo nos ha marcado con el sello del Espíritu Santo y nos ha convertido en

propiedad de Dios (v 30).

El ‘sello’ es algo adquirido, que nos obliga a vivir de acuerdo con él. Para ello debemos superar la

amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad (v 31). Pablo se fija fundamentalmente en los

‘pecados de la lengua’. ¿Cómo puede un cristiano pronunciar palabras de mentira o de malicia, cuando

pertenece a la verdad, que es el Espíritu?

La colectividad a la que se dirige el Apóstol vive una realidad bastante penosa. Abundan los sentimientos

de violencia y se ha llegado a los gritos y a las injurias. Tales actitudes deben desaparecer de las

comunidades cristianas de entonces y de siempre.

Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo (v 32).

258

Los motivos que exigen esta postura cristiana son tres: estamos habitados por el Espíritu Santo (1 Cor 3,

16); ser hijos adoptivos del Padre del cielo que nos obliga a imitarle si queremos vivir como hijos de

verdad (Mt 5, 48) y el ejemplo de Cristo, que nos amó hasta la muerte (Jn 13, 1).

Hace hincapié en el perdón mutuo. Si Dios nos perdona siempre, ¿cómo podemos negarnos nosotros a

perdonar siempre y todo a todos? Debemos ser conscientes de que nuestras ofensas a Dios y al prójimo

superan infinitamente las que nuestros semejantes puedan hacernos a nosotros. ¡Qué clarificadora es la

parábola que profundiza el ‘setenta veces siete’! (Mt 18, 21-35).

Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó

por nosotros... (vv 1-2). Comienza el capítulo 5 recomendándonos vivir como hijos de tal Padre.

Nuestro modelo visible es el amor de Jesús, que se entregó por nosotros. Un amor total y sin fronteras.

Este amor de Cristo debe repercutir en nuestro modo de vivir, no como una obligación externa o un

mandamiento suplementario, sino como respuesta a una experiencia personal. Pero, ¿cómo responder sin

ser conscientes ‘desde dentro’ de la entrega total de Cristo a favor de la humanidad? No es posible

responder con un amor así si antes no hemos experimentado el amor de Dios manifestado en Jesucristo.

259

DOMINGO VIGÉSIMO ORDINARIO

DISCURSO EUCARÍSTICO DE JESÚS

LA EUCARISTÍA EXPRESA LA ENTREGA DE JESÚS HASTA LA MUERTE

“Dijo Jesús a los judíos: -Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para

siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. Disputaban entonces los judíos entre sí: -¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Entonces Jesús les dijo: -Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su

sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el

que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo

comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.” (Jn 6, 51-58)

En el evangelio leemos el final del discurso del ‘pan de vida:’: el discurso eucarístico. Juan, en lugar del

relato de la institución de la eucaristía en la última cena, como los demás evangelistas, nos hace esta

meditación del pan vivo que da la vida, y que pone en ridículo todos nuestros montajes dominicales.

Jesús, en el texto de hoy, nos está diciendo que su vida no ha sido nunca suya exclusivamente, sino que

estuvo siempre relacionada con todos nosotros; que toda su vida fue una constante entrega a la voluntad

del Padre a favor de toda la humanidad. Era necesario que alguien lograra ser imagen perfecta del Padre

y lograra la vida plena del Espíritu, por su victoria sobre el pecado y la muerte del espíritu, dos realidades

inseparables en san Pablo.

El mensaje del discurso está centrado en la frase: El pan que yo daré es mi carne, para la vida del

mundo. En lenguaje bíblico la ‘carne’ simboliza al ser humano en su relación con los demás. Así, alguien

es ‘carne’ de otro cuando forma con él una misma raza, o una misma pareja, o una misma familia.

Jesús se ha ido revelando progresivamente a sí mismo: ha hablado de pan, después del pan de la vida; ha

manifestado cómo ese pan expresa su sacrificio: su obediencia al Padre y su amor hasta la muerte.

Por eso, se sentía ‘pan’, porque el pan es para ser comido y, además, porque encierra un misterio muy

especial: si no lo comemos, morimos de hambre; pero si lo comemos, tenemos que destruirlo. Entonces

deja de ser pan para transformarse en vida para nosotros.

De la misma forma se entregó Jesús: Su cuerpo deberá ser ‘destruido’ para poder ser asimilado.

El amor exige de nosotros esta constante renuncia. El amor nos ‘destruye’ para unirnos después de una

forma más íntima; destruye eso que nos separa y se llama egoísmo. Es el grano que debe morir (Jn 12, 24)

Y así, Jesús concibió toda su existencia como pan que muere a sí mismo para que el que lo coma tenga

vida eterna. La frase no se refiere sólo a la eucaristía, sino a toda la vida de Jesús.

¿Cómo entender y vivir esto sin una ‘entrega’ incondicional a él?

El ‘pan de vida’, el ‘pan eucarístico’, no se nos ofrece para un cómodo paseo espiritual por la vida, sino

como fuerza para atravesar el ‘desierto’ trabajando por hacerlo florecer. La vida se eterniza en la medida

en que se da, se posee en la medida en que se entrega. Entregarla del todo es vivir ya la vida eterna.

260

Solamente la experiencia de compartir la propia existencia con los demás nos acerca, en lo que es

humanamente posible, al modo de vida de Dios. Quien acepte a Jesús y se dé de la misma forma, ése

tiene vida eterna; es decir, ha comenzado a vivir en una nueva dimensión: la de lo eterno y absoluto.,

aunque limitada a causa del pecado que no acabaremos nunca de eliminar en nuestro ahora y aquí.

Hacer que la propia vida sirva de alimento para los demás, como la de Jesús, es la ley de la nueva

comunidad por él fundada; es el camino hacia la plenitud eterna.

Creer en Jesús es seguirle por su mismo camino, teniendo sus mismos sentimientos, viviendo sus mismos

valores. Este estilo de vida es el que se debe expresar en la eucaristía. El que comulga bien, se va

asemejando a Jesús, igual que los alimentos que comemos, al asimilarlos, se transforman en nosotros.

La vida eterna no es sólo un premio que nos espera más allá de la muerte, sino una realidad ya poseída en

el presente, en el interior de nuestro espíritu. La vamos alumbrando en el quehacer de cada día, en la

medida en que va desapareciendo de nosotros el pecado, origen de la muerte del espíritu.

Vida plena y eterna, que consiste en el amor total de todos a todos en ‘el Todo’.

Es necesario que nos planteemos esto. Para entrar en comunión con este sacramento, necesitamos haber

descubierto y aceptado la realidad llena de vida de Jesús. Descubrir a Dios en Jesús es el acto

fundamental de la fe. Una fe que es, a la vez que sabiduría, vida: una vida iluminada y realizada según

Dios, que se manifiesta con un modo de vivir distinto, que choca.

Nadie puede apetecer este pan sin fe, principio vital que informa todo nuestro comportamiento.

LOS JUDÍOS NO ENTIENDEN ESTE LENGUAJE

Del mismo modo que Nicodemo entendió lo de volver a nacer en sentido literal y, por tanto, absurdo (Jn

3, 4), también aquí los judíos parece que entienden literalmente la referencia a la carne de Jesús Mientras

Jesús les habló del pan creían comprender. Pero al decirles que ese pan es su carne, su misma realidad

humana, no entienden. Buscan una explicación pero no la encuentran: ¿Cómo puede darnos a comer su

carne?

La respuesta de Jesús no va a ayudarles precisamente a deshacer el equívoco, y más cuando añada la

mención de la sangre, que la ley prohibía terminantemente beber.

El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna... Jesús hace su segunda declaración, que

completa la primera añadiendo el elemento sangre. La separación de carne y sangre indica muerte

violenta. Cuando su carne y su sangre sean separadas por la violencia del odio, quedará patente el amor a

la humanidad que hay en él y que fue la base de toda su vida.

Se nos dice que la vida eterna se consigue comiendo su carne y bebiendo su sangre. En el discurso

anterior, bastaba con creer en él. Es un paso más: Creer en él es seguirle, lo que equivale a comer y beber.

Una fe que no lleve a un seguimiento, ¿en qué queda? Ahora el protagonista ya no es el Padre, sino Jesús.

El vocabulario es distinto al utilizado en el discurso del ‘pan de vida’: en el primero, ‘pan, hambre, sed’;

ahora, ‘carne y sangre’.

Carne y sangre es una expresión semita que indica a toda la persona en cuanto tiene vida. Ser carne es ser

hombre relacionado con los demás, ser íntimo del otro. La sangre es la expresión de la vida. En algunas

religiones antiguas los fieles, después de sacrificar ciertos animales a la divinidad, comían su carne como

261

señal de unión con el dios, pues la carne ya ofrecida sobre el altar volvía a ellos como si fuese el mismo

dios en persona.

JESÚS VIVE EN EL CREYENTE

El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. Estas palabras nos muestran la

profunda comunión que se establece, por la eucaristía, entre Jesús y el creyente. La adhesión a Jesús no se

limita a que lo tomemos como si fuera un modelo exterior que imitar, sino que nos lleva a una comunión

íntima, a una común-unión. Al ser una adhesión de amor establece una comunión de vida. Jesús, alimento

de su comunidad, produce en ella la entrega del amor: el don recibido lleva al don de sí; al amor recibido

respondemos con nuestro amor. En la eucaristía comulgamos con la vida de Jesús; una vida que creemos

es ‘el camino, y la verdad y la vida’ (Jn 14, 6). Una vida que es carne y sangre, lucha y entrega; una vida

que se da hasta la muerte.

El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá

por mí. Juan subraya la unión que establece Jesús entre el pan –su persona y la eucaristía- y la vida

trinitaria: Lo mismo que el Hijo vive del Padre, el cristiano vive del Hijo. La vida que posee Jesús

procede del Padre. Vivo por el Padre, significa que vive totalmente dedicado a cumplir su voluntad (Jn 4,

34), que es la de descubrir a los hombres la vida verdadera. Jesús, en lugar de guardar esa vida para él, la

comunica a los suyos, que la reciben según vayan siguiendo sus pasos. El mismo vínculo de vida que

existe entre el Padre y Jesús, existe entre Jesús y sus seguidores: vida dada, vida recibida y dedicada. Para

ello debemos hacer nuestra su entrega, asimilarla.

El que come este pan vivirá para siempre. Tener la vida eterna significa estar en unión con la vida de

Jesús, que es lo mismo que estar en unión con la vida del Padre.

Es preciso estar demasiado acostumbrados -como quizá lo estamos nosotros- para no sorprendernos y

admirarnos ante el anuncio de vida que nos hace Jesús. ¿No ha sido frecuente la presentación del

cristianismo como una doctrina de negación, de prohibición, de limitación? ¿No lo vivimos de la misma

manera? Sin embargo, el anuncio de Jesús es muy distinto: Su mensaje, por el que se lo juega todo y por

el que mucha gente que le seguía le abandona, es un anuncio de vida para siempre. Una vida que

esperamos, pero que también creemos tener ya ahora.

Existen ‘dos panes del cielo’: uno falso, el maná; otro verdadero, la Persona de Jesús. El primero no

consiguió llevar a los que lo comieron a la tierra prometida; Jesús sí lleva a sus seguidores hasta el final.

Da a la eucaristía un carácter de sacramento escatológico: ahora nos da la vida eterna, después de la

muerte Jesús resucitará a quienes hayan participado de él.

Jesús habla aquí en singular, se refiere al individuo, no a la comunidad. ¿Por qué? Porque su comunidad

está formada por hombres adultos, donde cada uno hace su opción personal y libre y tiene su propia

responsabilidad en su seguimiento.

Jesús nos explica la única forma de crear la sociedad humana que Dios quiere, la única que nos permitirá

a los seres humanos vivir una vida plenamente humana y cumplir el proyecto de Dios sobre la creación: el

don de sí mismo, el amor de todos y de cada uno por todos los demás, sin regatear nada, hasta la muerte.

262

Él nos ha dado la posibilidad de ese amor y de esa vida, abriéndonos el camino. No tenemos más que

seguir sus huellas...

Es la última explicación del reparto de los panes. Jesús no ha venido a darnos ‘cosas’, sino a darse él

mismo para enseñarnos a vivir. Viviendo como él nos vamos redimiendo, liberando, salvando. El pan que

daba contenía su propia entrega, era el signo que la expresaba. Y esta misma es su exigencia para sus

seguidores: debemos dar lo que tenemos como signo del don que hacemos de nuestro propio ser, como

signo de amor a cada una de las personas que nos rodean y, en ellos, a toda la humanidad. Quien no da lo

que tiene, ¿cómo podrá darse? Sólo el que dé todo lo que tiene y todo lo que es encontrará la plenitud de

la vida verdadera ahora y aquí. Y como esa entrega es prácticamente imposible mientras vivamos en este

mundo, esa plenitud siempre será para después de la muerte.

Todo este estilo de vida se expresa en la eucaristía, en la que experimentamos el amor del Padre a través

del Hijo, y lo manifestamos en el amor a los hermanos con el compromiso de una vida de servicio como

la de Jesús.

NECESITAMOS LA SABIDURÍA

“La Sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas; ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado sus criados para que lo anuncien en los puntos que dominan la ciudad: ‘Los inexpertos, que vengan aquí, voy a hablar a los faltos de juicio: Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia’.

(Prov 9, 1-6)

El texto presenta a la Sabiduría personificada, sumamente activa, preparando su casa. Una morada

suntuosa, que hace pensar en el templo de Jerusalén. Las siete columnas (v 1), número de plenitud,

pueden simbolizar los siete dones del Espíritu Santo, los siete sacramentos, las tres virtudes teologales y

las cuatro cardinales... En definitiva, la visión profunda de la realidad, que no es como la vemos nosotros,

sino como ha sido diseñada y es vista desde Dios creador. Por ello, es de insensatos cerrarse a ella y

quedarnos en una ‘realidad’ a la que podamos llegar con nuestras propias posibilidades.

Una persona que, embriagada por su talento, desprecia las raíces profundas de la Sabiduría, puede llegar

al límite de la estupidez. La misma ciencia, desenganchada de ella, se condena al fracaso. Es tarea del

‘sabio’ trabajar para poner al alcance de los humanos la visión de Dios, Creador de todo. Aunque le

obligue a ir contra corriente, sabiendo que jamás la ciencia bien fundamentada irá en contra de la

verdadera fe. ¿No provienen ambas del mismo origen?

Construida la casa, ha preparado el banquete (v 2), símbolo del alimento que da la vida para siempre

(evangelio) Hace matar las víctimas y mezclar el vino. El lujo de la habitación y la abundancia de

víctimas y vino manifiesta las riquezas de la Sabiduría y su relación con los bienes mesiánicos.

Hechos los preparativos, envía a sus criados a hacer la invitación desde lo más alto de la ciudad, porque

la invitación se dirige a todos (v 3). Se muestra ansiosa por comunicarse a todos los humanos. Dios no

263

cesa de animar a todos los seres ‘desde dentro’. Pero sólo la aceptan los pobres: ignorantes y marginados,

los conscientes de su propia incapacidad para llegar a ella sin ayudas; los pobres de espíritu que

reconocen sus propias limitaciones e ignorancias (v 4)

El pan y el vino que ofrece son la instrucción que enseña el arte de ser feliz, contenido en las sentencias

del libro.

La imagen del banquete hace referencia al banquete escatológico –alianza perpetua de Dios con nosotros-

(Is 55, 1-5), al banquete de bodas.-la boda del Hijo del rey- (Mt 22, 1-14), al banquete mesiánico –la

vuelta del Hijo- (Lc 12, 37-40) y al banquete eucarístico (evangelio de hoy) Alude al Hijo, Sabiduría de

Dios, que nos ha preparado un banquete en el que se da a sí mismo como alimento.

Es en el banquete –en el comer juntos- donde mejor se manifiesta la comunicación entre las personas, la

receptividad de los comensales; la riqueza y abundancia de Dios que invita, la sencillez y la pobreza

espiritual de los hambrientos de vida plena y para siempre.

LA VIDA NUEVA DEL CREYENTE EN CRISTO

“Hermanos: Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos. Sabed comprar la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere. No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje; sino dejaos llenar del

Espíritu. Recitad, alternando, salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con

toda el alma para el Señor. Celebrad constantemente la Acción de Gracias a Dios Padre, por todos, en

nombre de nuestro Señor Jesucristo.” (Ef 5, 15-20)

Para vivir una vida humana verdadera necesitamos dejar la insensatez y dejarnos embriagar por el

Espíritu, único poseedor de la libertad, del amor, de la paz, de la justicia... para poder caer en la cuenta de

lo que Dios quiere de nosotros.

En los versículos 6-20, de este capítulo 5, Pablo nos da una serie de consejos que, por la forma de

expresarse, parece que hace referencia a las reuniones cultuales de los gentiles, en las que abundaban los

abusos, el vicio y la lascivia, que los cristianos deben evitar. A estas orgías, Pablo contrapone la

luminosidad del culto cristiano (vv 13-14).

El texto de hoy concluye la enseñanza paulina en torno a la vida nueva que debe llevar el creyente en

Cristo y, en particular, a la tensión que siempre tendrá entre la carne y el espíritu.

En la lectura se distinguen dos partes: la primera nos invita a la sensatez y a no perder el tiempo que se

nos ha concedido (vv 15-17). La segunda, nos habla de la plenitud de vida que nos llega por el Espíritu y

de su expresión en la liturgia (vv 18-20).

Pablo distingue dos clases de personas: los sabios y los necios. Sabiduría y necedad que sólo podemos

interpretar en sentido religioso y moral, al estilo de los libros sapienciales. Sabio es el que reconoce a

Dios y guarda sus preceptos; necio, el que niega a ambos.

La recomendación de que no seamos insensatos, sino sensatos (v 15), nos recuerda el pasaje de la

primera carta a los Corintios (1, 17-31), en el que Pablo lo explica ampliamente.

Los días malos (v 16) son esos tiempos difíciles, de entonces y de siempre, en los que parece que domina

el pecado. El mal no para, y utiliza todos los medios para desvirtuar la voluntad de Dios, presentándolo

264

bajo la apariencia de bien. La advertencia de Pablo encaja perfectamente en nuestros días. Necesitamos

reflexionar y orar para no dejarnos arrastrar por esta época de confusionismo y para descubrir en ella los

caminos de Dios en el momento presente,

‘Nuestro tiempo’ está hecho de la superposición de ‘dos tiempos’: el escatológico, inaugurado por Cristo,

y el tiempo de este mundo. La tentación está en escoger exclusivamente uno u otro: o en evadirse hacia

un escatologismo prematuro y desencarnado o vivir este tiempo del mundo como si fuera la única

dimensión de la vida. Darnos cuenta de lo que el Señor quiere (v 17) supone armonizar ambos: eliminar

del tiempo actual todo lo que impida o entorpezca el escatológico.

Pablo se fija en su solo ejemplo: la embriaguez (v 18), a la que contrapone el clima religioso de los

banquetes cristianos (vv 19-20). Compaginar ambos supone vivir en tensión entre el Espíritu y la ‘carne’.

El Espíritu implica automáticamente una ruptura con el mundo de la ‘carne’. Su acción señalará el modo

de convertir nuestra vida en una constante liturgia de Acción de Gracias a Dios Padre (v 20),

conscientes de que todo redundará para nuestro bien.

265

DOMINGO VIGESIMOPRIMERO ORDINARIO

NECESITAMOS OPTAR

EL FINAL DE UN PROCESO: LA OPCIÓN

“Muchos discípulos de Jesús, al oírlo , dijeron: –Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso? Adivinando Jesús que sus discípulos le criticaban les dijo: -¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba

antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.

Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quien lo iba a entregar. Y dijo:

-Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede. Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir

con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: -¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: -Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros

creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.” (Jn 6, 61-70)

Durante tres domingos hemos seguido el discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Un discurso

fundamental y decisivo. Un discurso que ha provocado una crisis en cadena. Las multitudes se despiden

de él bruscamente porque ha interrumpido sin piedad todos sus sueños de grandeza en clave temporal.

Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso? El capítulo sexto de Juan termina

narrándonos la crisis final del ministerio de Jesús en Galilea, y el paso a una dedicación más plena al

grupo de los doce fieles. Las exigencias propuestas por Jesús provocan una fuerte resistencia en los

oyentes, que las consideran excesivas. No sólo porque el lenguaje de Jesús fuera difícil de entender, sino

principalmente porque pedía a los suyos un corazón desprendido de todo y entregado al bien de la

humanidad y a la pobreza en cada momento de la vida.

Ante su radicalidad, los oyentes prefieren -preferimos- defenderse de él: ¿No será esto una

exageración?... ¿No actuamos nosotros de la misma manera? Entendemos perfectamente las exigencias de

Jesús, pero preferimos evadirnos de ellas. La piedra de tropiezo es que Jesús de Nazaret, cuya familia

conocen, se presente como modelo a seguir para alcanzar la verdadera vida, y que esta vida les pida un

desprendimiento total, hasta la muerte. Preferían, como ahora la mayoría de los cristianos, los grandes

folklores y las ceremonias suntuosas. Son pocos, entonces y ahora, los que están dispuestos a aceptar esta

exigencia de seguimiento.

El discurso de Cafarnaún, en sus dos partes, ha tratado de las condiciones necesarias para pertenecer a la

comunidad mesiánica de Jesús: seguirle en la entrega al bien de los seres humanos hasta la muerte. Una

comunidad que en ningún momento buscará la gloria y el poder humanos, una comunidad que renunciará

a toda ambición.

En esta reacción de los oyentes de Jesús nos deberíamos ver reflejados nosotros. ¿No es verdad que

arrastramos mucha pereza y muy pocas ganas de esforzarnos para vivir de acuerdo con nuestra fe? Son

muchas las cosas que hacemos mal cada día, y muchas más las que no hacemos y que deberíamos hacer,

las que omitimos porque siempre la pereza y las pocas ganas han sido más difíciles de arreglar que los

errores y los tropiezos. Somos muy conscientes de que vivimos de una forma que la mayoría de las veces

266

no tiene ninguna posibilidad de animar a nadie a creer que llevamos dentro la fe de Jesús. Pensamos que

ya estamos bien como estamos, que no conviene exagerar, que como ni matamos ni robamos -que quizá

sea mucho decir- y vamos a misa los domingos, ya hemos cumplido y que no nos compliquen más.

Sería ideal que nos diéramos cuenta que somos débiles y de cortos horizontes, que nuestra fe nos exige

mucho más, e intentar trabajar en serio en nuestra vida para avanzar en el camino de fidelidad a

Jesucristo.

Jesús, aunque es consciente de la crisis que provoca con ello, no disminuye la dureza de sus exigencias.

No tolera las rebajas. Sabe que si nos pide todo, le podremos dar mucho, y que si nos pide poco no le

daremos nada. ¿No lo atestigua nuestra devaluada pastoral de sacramentos?

¿Esto os hace vacilar? Jesús se da cuenta de la crisis y afronta decidido la situación. Rechazan su

enseñanza porque consideran a la muerte como un final y un fracaso. No son conscientes de la calidad de

vida que les propone Jesús, que compensa seguirle. Lo esperan todo de un triunfo terreno. Jesús quiere

convencerles de que la muerte no significa ningún final, que no interrumpe la vida. Es precisamente la

entrega de la vida actual hasta la muerte la que logra la vida en plenitud y para siempre. Su muerte será su

gloria, por ser la expresión máxima del amor (Jn 15, 13).

SE VAN LA MAYORÍA

A primera vista, el discurso de Jesús ha acabado en un gran fracaso. A él ha contribuido la actitud de

Jesús de presentar su mensaje en toda su grandeza y crudeza, sin buscar seguidores para hacer número.

Habló con claridad, todos entendieron lo que quiso decir, hicieron sus preguntas y sacaron sus

conclusiones. También este fracaso se debe a la dificultad que parece tener el verdadero mensaje cristiano

para ser aceptado por el ser humano. ¿Cómo hubiera concluido el episodio si hubiera sucedido ahora?

El rechazo parcial o total de Jesús tiene cierto fundamento: la predisposición humana a la incredulidad

religiosa cuando compromete el propio estilo de vida. Detrás de este rechazo está la instintiva repulsa

humana a un Dios que se entromete en nuestra vida, que invita a orientar la propia existencia de una

forma determinada: lejos del poder, del tener, de la superficialidad.

Detrás de este rechazo está también el hecho de que Jesús presentaba a un Dios que no se encuadraba en

los esquemas tradicionales de las religiones. El ser humano acepta fácilmente a un Dios todopoderoso,

habitando en las nubes del cielo, más allá de esto tan humano. El programa que exige, renunciar a toda

ambición personal y asumir la responsabilidad propia del hombre libre en el amor sin límites, provoca el

rechazo de casi todos. Una mayoría que le admiraba y le veneraba, y que ahora se niega a seguir con él

por encontrar desorbitada su exigencia. Buscaban en Jesús otra cosa. El escándalo de los que se van es

muy sensato: realmente es difícil de entender que un hombre se presente como aquel que es la vida y que

pretenda que esta vida se encuentra viviendo en total comunión con él. Y crearían una crisis definitiva en

los cristianos si fuéramos capaces de tomárnoslas en serio. Quizá no nos escandalizamos porque

marginamos las exigencias de Jesús.

La crisis llega hasta el mismo círculo de sus íntimos. Con ello indican que estaban con él pero no eran de

los suyos, porque juzgaban los acontecimientos desde sus propias conveniencias.

267

El escándalo de Cafarnaún es, en definitiva, el escándalo de la cruz. El camino de Dios nunca es el

camino de los hombres. Dios no ofrece garantías de éxito humano, ni promete puestos de influencia. Por

eso, no es extraño que aquella gente pensara que por aquel camino no llegarían a ninguna parte, que todo

aquello era muy poco de fiar. ¡Y en la cruz quedó muy claro que todo aquello era muy poco de fiar...!

TÚ TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA

¿También vosotros queréis marcharos? Ante las defecciones, Jesús se dirige a los Doce y les pregunta

cuál es su opción; no acepta componendas. Quiere saber si aún queda alguien con ganas de emprender el

camino que él ha venido a traer. Les pide que manifiesten claramente su postura: si quieren abandonarlo o

si aceptan seguir su camino tal como lo ha dado a conocer. Les exhorta a optar libre y radicalmente. Está

dispuesto a quedarse sin discípulos antes que renunciar a su línea. No acepta un seguimiento a medias.

Para él no existe salvación-liberación para la humanidad, no hay posibilidad de lograr la plenitud humana,

fuera del programa que les ha expuesto: el de la propia entrega por amor. Todos los demás, por brillantes

que parezcan, dejan al ser humano en la mediocridad y terminan en el fracaso, terminan en la muerte. Lo

que el hombre cree que es vida acaba en la muerte; su camino, que parece de muerte, es el único que lleva

a la vida para siempre.

Pedro opta por Jesús: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna: nosotros

creemos. ¿A dónde irían a buscar una palabra de vida si ya toda esa palabra la habían visto y oído en

Jesús?

Los apóstoles no eran -posiblemente- mejores ni más inteligentes que el resto que abandonó a Jesús. Los

evangelios los presentan como egoístas, vacilantes... Pero eran sinceros en la búsqueda del reino de Dios.

Es interesante constatar que la gente que abandona a Jesús es la misma que participó de la multiplicación

de los panes y de los peces y que habían querido proclamarlo rey. Aceptaban a Jesús en la medida en que

éste se adaptara a su modo mundano de ver la vida y, por lo mismo, de ver a Dios.

Todo el discurso se había referido a la superación de todo lo que de precario y de muerte hay en la

existencia humana. Había sido un discurso de vida para siempre.

Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios. Es la respuesta de Pedro a la pregunta de Jesús.

Lo hace en plural, en nombre de todos. Los Doce comprenden que fuera de Jesús no hay esperanza, que

sin él van al fracaso.

Es la reacción positiva al programa de Jesús, descrita de forma magistral. No es una respuesta triunfal y

segura de sí misma; en ella existe la duda, la conciencia de la propia debilidad y, a la vez, la opción a

favor de Jesús. ¿Cómo no dudar si de verdad es más feliz el que da que el que posee? ¿No será un gran

engaño ser fiel al amor y al perdón sin buscar el propio interés? ¿No será un idealismo ingenuo y ridículo

esto de no estar atado a nada, de buscar la justicia, de no prestarse a corrupciones?... La actitud positiva

ante Jesús consiste en lanzarse en su seguimiento, fiándose de su palabra, a pesar de todo, superando la

dolorosa sensación de estar viviendo según unos criterios socialmente poco valorados, poco

comprensibles e, incluso, ridiculizados. Pero unos criterios que cuando se van experimentando se

descubre que están llenos de vida.

268

La única garantía que tenemos en el seguimiento de Jesús no es visible: Señor, ¿a quién vamos a acudir?

Palabras importantísimas de Pedro que definen lo que es ser cristiano. No es una respuesta basada en la

seguridad de verlo todo claro. Es una respuesta que supone el reconocer algo muy profundo, muy interior.

Como si dijera: si no siguiéramos contigo ya no sabríamos qué hacer. El ir siguiendo a Jesús se les ha

convertido en carne y sangre de su vida. Es como si le dijeran: Es verdad que eres muy exigente, que a

menudo tienes pretensiones absurdas, que no te limitas a pedirnos mucho porque lo quieres todo, que

eres difícil de contentar... A pesar de todo nos quedamos, porque sin ti nuestra vida carecería de sentido.

Pedro ha encontrado en Jesús aquello que no hallaba en ningún otro, y apuesta por él, aunque no lo

entienda del todo, aunque no pueda asegurar su absoluta coherencia. Su fe -fe ejemplar- es oscura,

intuitiva, visceral; es la fe del hombre que busca apasionadamente y cree en Jesús porque sólo él es el

camino de vida para siempre. El núcleo de su fe es la adhesión al hombre Jesús. Una adhesión a la que le

basta saber que Jesús ha dicho algo para responder ‘amén’ sin dudar, y ponerlo en práctica porque sabe

que siempre tiene razón.

¿Es algo así Jesús en nuestra vida? ¿Si nos faltara sabríamos qué hacer?

Tú tienes palabras de vida eterna. No siguen a Jesús movidos por un deber, o por miedo, o por

asegurarse la recompensa, o por rutina... Lo quieren seguir porque han descubierto en él el camino de la

vida para siempre. Dejarlo significaría abandonar lo único que merece la pena de verdad.

Si nosotros buscáramos el porqué de nuestro seguimiento de Jesús, seguramente tampoco podríamos

decir más que Pedro: por diversos caminos, cada uno de nosotros hemos intuido la vida eterna que se

encuentra en Jesús, que todas las demás palabras son pequeños o grandes pasos hacia la plenitud, valiosos

de verdad, pero pasos solamente, nunca la plenitud total. Y por eso lo seguimos.

DIOS QUIERE VOLUNTARIOS

“En aquellos días, Josué reunió todas las tribus de Israel en Siquém y llamó a los ancianos, a los jefes, a los jueces, a los magistrados para que se presentasen ante Dios. Josué dijo a todo el pueblo:

-Si no os parece bien servir al Señor, escoged a quien servir: a los dioses a quienes sirvieron vuestros antepasados al este del Éufrates o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis. Yo y mi casa serviremos al Señor.

El pueblo respondió: -¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El

Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto, de la esclavitud; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre los pueblos por donde cruzamos. Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios.”

(Jos 24, 1-2. 15-18)

La Biblia no es un libro científico, ni un tratado de teología, ni un resumen de tesis abstractas, sino una

historia de salvación que rememora las intervenciones de Yahvé, salvador de la humanidad, desde su

creación. Una historia que se puede resumir en pocas palabras: un amor incondicional de Dios a su

pueblo, sin mérito alguno de éste, y una respuesta del pueblo tendiendo siempre a la idolatría.

El relato de la primera lectura de hoy nos narra una de las fechas más importantes de toda la historia del

pueblo de Dios, porque señala el nacimiento del pueblo judío. Pertenece al último capítulo del libro de

Josué; en el que podemos distinguir cuatro partes: convocatoria de los jefes de los clanes en Siquén (v 1)

269

-llamada hoy Tell Balata-, ciudad santa, destruida el año 128 a. C. por Juan Hircano; discurso de Josué al

pueblo en nombre de Yahvé (vv 2-15); diálogo entre Josué y el pueblo (vv 16-24) y renovación de la

alianza (vv 25-28).

Josué, como jefe de la confederación de tribus que forman Israel, reúne a todo el pueblo con sus

representantes en Siquén. Los reunidos son las tribus que salieron de Egipto y que han vivido la

experiencia del Sinaí y, probablemente, otras que se han incorporado después, como los clanes instalados

en Palestina desde los patriarcas y los llegados a la región antes de Josué después de una estancia en el

extranjero. Josué los había reunido a todos en torno a sí, hasta reducir su historia –el éxodo y la alianza- a

la suya propia.

Se presentaron ante Dios. Josué les recordó brevemente las muestras de afecto, predilección y ayuda que

Yahvé les había prodigado a lo largo de la historia. Palabras que tienen que provocar una decisión a favor

o en contra de Dios: Si no os parece bien servir al Señor, escoged a quien servir.

No nos podemos sustraer a un servicio. Por eso, precisamos concretar a quién o a qué queremos

adherirnos; sobre quién o sobre qué pretendemos fundamentar nuestra vida, qué exigencias y propuestas

deseamos tomar en serio en el transcurso de nuestra vida. Es éste un necesario ejercicio de verdadera

libertad, que excluye toda coacción. Dios no nos impone nada; quiere voluntarios. La libertad debe ser

para algo, para alguien: para Dios o para los ídolos: el poder, el tener, el éxito, el número, la comodidad...

A todas las tribus se les presenta la alternativa de adherirse al Señor como su único Dios, sabiendo las

exigencias que esto supone, las intervenciones que ese Dios ha realizado a favor de su pueblo, o servir a

otros dioses. No existe un término medio: si no se sirve al Señor de todo corazón, se cae en la idolatría.

Tienen que optar. Tienen que tener claro que su Dios acepta solamente las adhesiones totales y exclusivas

y que rechaza cualquier compromiso equívoco. Servir al Señor implica la renuncia a todos los ídolos.

El pueblo se decide unánimemente por Yahvé. Su respuesta es una profesión de fe basada en el Dios a

quien conocieron a través de la historia de la liberación de Egipto. Adhesión y fidelidad a Dios que el

pueblo tendrá que ir actualizando en cada época de su historia.

AMOR HASTA DAR LA VIDA

“Hermanos: Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano. Las mujeres que se sometan a sus maridos, como al Señor; porque el marido

es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.

Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño

del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son.

Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado a su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.

‘Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne’. Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.”

(Ef 5, 21-32)

Leemos el séptimo y último fragmento de la carta a los Efesios escogidos para este ciclo.

270

Hasta ahora el Apóstol había insistido en preceptos generales, aplicables a todos los cristianos. Ahora

pasa a tratar concretamente las relaciones familiares: entre los esposos (lectura de hoy), entre padres e

hijos, entre amos y esclavos. Comienza enunciando un principio general: Sed sumisos unos a otros con

respeto cristiano (v 1). Luego lo irá desarrollando y aplicando a las distintas relaciones familiares, de

acuerdo con aquellos tiempos. Hoy nos presenta el amor y entrega que existe entre Cristo y su Iglesia,

punto de referencia constante en toda relación humana vivida en Cristo. El amor de Dios a los hombres

tiende a la comunión, que alcanza su plenitud en el Hijo

Pablo nos presenta su alta concepción sobre el matrimonio cristiano. Nos habla de tres uniones para

esclarecer su idea: la unión de los esposos cristianos, la de Cristo y la Iglesia y la de Adán y Eva,

aludiendo al Génesis (2, 24), en el que ve una prefiguración de la unión de Cristo y la Iglesia; unión que

constituye el gran misterio revelado en la plenitud de los tiempos, y que se prolonga en la unión del varón

y de la mujer cristianos. Esta asociación del matrimonio cristiano con los esponsales de Cristo y de la

Iglesia se hace posible concretamente por el sacramento del bautismo.

Los esposos cristianos son la reproducción visible de la unión invisible, pero real, del amor entre Cristo y

la Iglesia. De esta realidad brotan todas las aplicaciones: la sumisión, el amor, la entrega... en un renovado

acto de donación, que irá superando todos los egoísmos.

El marido debe amar a su mujer como Cristo a la Iglesia: hasta dar la vida por ella. De una parte, la unión

de marido y mujer en el matrimonio sirve para explicar la unión de Cristo con la Iglesia; y de otra, la

unión de Cristo con la Iglesia ofrece una meta ideal al matrimonio cristiano; meta que estará siempre ‘más

allá’.

Que el amor de una pareja cristiana sea el signo del amor de Cristo a la Iglesia, no quiere decir que,

partiendo de esta comparación, tengamos que concluir que siempre y en todo el marido represente a

Cristo (mediador, cabeza) y la mujer a la Iglesia (receptividad, aceptación) Una imagen, por importante

que sea, no puede tener repercusiones tan concretas en la diversificación de las funciones. Lo que tiene

que haber entre marido y mujer es el mismo amor que circula entre Cristo y la Iglesia, y no al pie de la

letra las funciones evocadas por la imagen de las bodas de Cristo y la Iglesia.

En este terreno Pablo está demasiado influenciado por su judaísmo y por el marco jurídico de la familia

que él conoce como para admitir que la esposa pueda ejercer ciertas funciones de mediación respecto a su

esposo y, por tanto, ser figura de Cristo, y que el esposo pueda ser también aceptación y receptividad a la

manera de la Iglesia.

Además, la persona humana es más que varón y mujer. El varón debe crecer en valores que, según la

psicología, abundan más en la mujer, y ésta en los que predominan en el marido.

El deseo de Pablo de encarnar el amor de Cristo para con la humanidad en el amor de los esposos

cristianos está plenamente justificado. Eso mismo es lo que constituye la esencia de este sacramento.

Pero el Apóstol vivió en una época en que todas las mediaciones en el hogar pasaban por el marido. Por

eso Pablo ha dado el papel de mediador al varón, figura de Cristo, y la función de receptividad a la

esposa, figura de la Iglesia. Lo que significaba, tal vez, llevar demasiado lejos las aplicaciones de una

imagen y exponerse a desvirtuar las conclusiones que la historia y la cultura pueden destruir.

La frase del Génesis parece apuntar claramente a la igualdad entre ambos: ‘Serán los dos una sola

carne’.

271

DOMINGO VIGESIMOSEGUNDO ORDINARIO

LA RELIGIÓN QUE DIOS QUIERE

RESTAURAR EL AUTÉNTICO ESPÍRITU RELIGIOSO.

“Se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras (es decir, sin lavarse las manos)

(Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a las tradiciones de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras, ollas.)

Según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús: -¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de

los mayores? Él les contestó: -Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito:‘Este pueblo

me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.’Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.

En otra ocasión llamó Jesús a la gente y les dijo: -Escuchad y entended todos: Nada que entra de fuera puede hacer al hombre

impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.”

(Mc 7, 1-8a. 14-15. 21-23)

Reanudamos la lectura del evangelio de Marcos, interrumpida durante cinco domingos para leer el

capítulo sexto del evangelio de Juan. La lectura de hoy nos enseña que el pueblo de Israel no ha sido fiel a

esa alianza. El judaísmo del tiempo de Jesús había degenerado hacia la exterioridad, convirtiendo el

cumplimiento de la ley en mero ritualismo.

El texto nos da el criterio para discernir la auténtica religiosidad de la falsa, porque a la vez que denuncia

la existencia de formas falsas de vivir la religión, da también el criterio para que sepamos cuando nuestra

actitud religiosa es auténtica.

Los profetas protestarán siempre contra la religión vacía de compromiso, a que tendemos normalmente

los seres humanos. Protesta nada fácil de hacer porque los que defendían, y quizá siguen defendiendo, ese

tipo de cosas eran los dirigentes, que consideraban las normas dadas por ellos de igual importancia que

los mandamientos y la ley de Moisés.

Se había producido una distorsión total: la ley divina, que atañe a la vida en su máxima profundidad, fue

abandonada por otra ley que se quedaba, y sigue quedándose, en la superficie de las cosas.

En nuestra sociedad lo religioso está en crisis. Se dice que la religión impide al hombre realizarse, que

pertenece a una época de la humanidad ya superada; y se considera al hombre religioso como un atrasado

dentro del progreso humano.

Es verdad que las normas religiosas o el modo de presentarse las religiones son, muchas veces,

inadecuados. Y es también un hecho que las religiones, en cuanto instituciones, han canonizado sus leyes

y tradiciones, haciendo de ellas parte esencial de lo religioso. Las tradiciones se han apoderado de la

palabra viva, la institución del espíritu, lo pasajero ha encubierto lo permanente, lo menos importante ha

ocupado el primer lugar.

272

Este peligro de toda religión ha carcomido también la nuestra en las formas religiosas que, durante

muchos siglos, ha vivido el cristianismo.

Este pasaje evangélico es una muestra de la lucha constante de Jesús contra buena parte de los ‘hombres

religiosos’ de su época, que convertían la religión en el cumplimiento de unas normas externas, pero

olvidaban lo más importante: el amor a Dios que debe concretarse en amor a la humanidad.

Jesús pretende restaurar el auténtico espíritu religioso. Y no podemos olvidar que su principal enemigo

en ese intento fue la misma institución religiosa.

Los letrados o teólogos son las máximas autoridades doctrinales, los maestros que interpretan la ley. Su

deseo era el de ser fieles a la voluntad de Dios. Pero creían que esta fidelidad consistía en hacer cosas,

con lo que llegaron a elaborar una casuística cada vez más complicada, alejándose poco a poco de la

auténtica voluntad de Dios. En ese esfuerzo había algo justo e irrenunciable: traducir concretamente los

mandamientos de Dios aplicándolos a los diversos casos de la vida.

Los fariseos eran los más minuciosos observantes de esa casuística. Los textos evangélicos generalizan al

referirnos las polémicas de Jesús con ellos. Nos los presentan de una forma esquemática, caricaturizada,

lo que tiene el peligro de simplificar la complejidad de la historia y de los grupos humanos; y el acierto de

poner de relieve algunas ideas esenciales, típicas y provocadoras. El fariseo es la expresión de una postura

religiosa que puede aparecer en cualquier momento. Siempre existe la tendencia a fiarse de las propias

obras, a multiplicar las observancias secundarias a costa de lo esencial. El texto pretende cuestionarnos a

los cristianos.

Todos tendemos a hacer un ‘dios’ de nuestras costumbres y de nuestros criterios, aferrándonos a ellos.

Y los revestimos con solemnes razones que ayuden a sostener su respetabilidad.

LA LIBERTAD INTERIOR DEL SER HUMANO

A Jesús no le molesta que se laven las manos. Lo que no quiere es que sus discípulos pongan toda la

fuerza en lo externo y vacíen de contenido su vida. Nos señala que las cosas externas no nos hacen ni

buenos ni malos, que lo bueno y lo malo nacen del interior de uno mismo. Lo que sale de nosotros, lo que

es fruto de un acto libre y responsable, eso sí debe ser tenido en cuenta.

Jesús no responde directamente a la pregunta insidiosa que le hacen los letrados y los fariseos. Les

recuerda una cita del profeta Isaías (29, 13). Es un contraataque que apunta mucho más lejos que la

pregunta que le han formulado. No defiende a sus discípulos, sino que ataca duramente a sus acusadores.

Ellos cometen una trasgresión mucho más grave al poner la tradición, que atribuyen a Dios, por encima

del mandamiento irrenunciable del amor. Les dice tradición de los hombres, negándoles con ello todo

valor revelado.

Les hace la exégesis y aplica al caso el texto de Isaías. De esa forma intenta hacerles ver que su denuncia

cuenta con el apoyo de los profetas. En él, Isaías hace dos reproches: practicar una religiosidad superficial

-con los labios-, en lugar de la entrega incondicional a Dios de toda la persona -pero su corazón está

lejos de mí-; y enseñar una moral que aleja de la verdadera voluntad de Dios a los que la practican -

porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos-. Son los dos reproches que Jesús desarrolla

en este debate.

273

Los fariseos se preocuparon excesivamente de normas externas y olvidaron el acercamiento personal a

Dios y a los hombres, y creían ser mejores que los demás por el hecho de cumplir escrupulosamente todos

los preceptos y tradiciones. Pero habían caído en el absurdo, como les demostrará con un caso concreto.

No creamos que son acusaciones para otras épocas. Son muy actuales en el cristianismo de rebajas que

padecemos. Lo que se busca es que la masa reciba los sacramentos, sin importarnos el porqué y la forma

de recibirlos y celebrarlos. Hemos de estar siempre sobre aviso.

LA PUREZA DEL CORAZÓN

Jesús clarifica la cuestión de la pureza o la impureza. Sus palabras están preparadas por la llamada a la

gente, a la que pide poner atención a lo que va a decirles: lo que entra en el hombre no lo hace impuro; lo

que sale del hombre sí puede hacerlo impuro.

Jesús hace su declaración ante el pueblo porque no se trata de una interpretación discrepante de la ley, de

una aplicación diferente con respecto a los letrados y fariseos, sino de algo fundamentalmente nuevo:

rechaza toda la manera de pensar que se oculta detrás de las prescripciones de los rabinos sobre la pureza.

Los letrados habían hecho una lista de animales y alimentos puros e impuros, de los que solamente se

podían comer los primeros. Jesús declara puros todos los alimentos, liberando a sus seguidores de todas

las prohibiciones en materia de alimentación. Este enfrentamiento con los dirigentes religiosos le

acarreará muchas dificultades y contribuirá a su asesinato.

Jesús rechaza la distinción judía entre lo puro y lo impuro, entre una esfera religiosa, separada, sagrada,

en la que Dios está presente, y otra esfera ordinaria, cotidiana en la que Dios está ausente. No basta que

una persona, un lugar, un templo hayan sido consagrados a Dios para que se hagan automáticamente

sagrados e intocables. La única santidad posible viene después, cuando el hombre, libre y

conscientemente, asume una conducta conforme a la voluntad de Dios. No hay nada sagrado o profano,

puro o impuro en sí. La creación entera es buena por ser obra de Dios. Las cosas del mundo nunca son

impuras. Lo llegan a ser sólo a través del corazón de las personas. Una cuestión de gran importancia en el

cristianismo primitivo, sobre todo por la participación de judíos y paganos en la misma mesa.

Es necesario ‘escuchar y entender’ de nuevo si queremos ajustar nuestra vida a estas palabras de Jesús.

‘No es lo que entra por la boca lo que hace impuro al hombre’; por eso carece de importancia comer sin

lavarse las manos -aparte de la higiene-, o privarse de comer algunos alimentos por razones religiosas.

Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Lo que sale de dentro se le apropia al

corazón: los odios, los pensamientos ruines, las calumnias... Es esto lo que incapacita al hombre para las

cosas de Dios y le hace indigno de la comunidad humana.

El ser humano vale por lo que vale su corazón; es decir, por aquello que desea, busca y ama desde el

fondo de sí mismo. Es en el corazón, en lo más íntimo de su persona, donde la persona acoge o rechaza a

Dios, donde de hecho orienta su vida entera. El corazón es el lugar donde Dios se revela.

El corazón es la expresión de la persona en su interioridad y en su totalidad. Y como queda lejos de la

mirada de los demás hombres, debemos evitar siempre el juicio sobre las personas.

Jesús mira al interior, al corazón humano. ¡Qué mirada tan distinta a las nuestras!

Es urgente trabajar por devolver a la religión su verdad, como ha hecho Jesús. No podemos hacer de lo

religioso un aparte del mundo, sino el fundamento de todo lo que tiene sentido.

274

Jesús nos ha dicho que lo que importa es lo que sale del corazón. ¿Qué sale del nuestro?

LA FIDELIDAD ES EL CAMINO DE LA FELICIDAD

“Habló Moisés al pueblo diciendo: -Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así

viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor Dios de vuestros padres os va a dar.

No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada, así cumpliréis los preceptos del Señor, nuestro Dios, que yo os mando hoy. Guardadlos y cumplidlos porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos dirán:

‘Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente’. Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca

como lo está el Señor Dios de nosotros siempre que lo invocamos? Y, ¿Cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy?”

(Dt 4, 1-2. 6-8)

El libro del Deuteronomio narra la culminación de la vida y de la obra de Moisés. Es el último libro del

Pentateuco, la obra de la mayoría de edad de un pueblo que ha logrado una importante reflexión

teológica.

La primera lectura de hoy cierra el primero de los tres grandes discursos, atribuidos a Moisés, del

Deuteronomio (1-4, 40), en el que se encuentran ya todos los temas principales del libro.

Después de enumerar los acontecimientos cumbre del desierto a partir del Sinaí, en los que se hizo

patente la providencia de Yahvé para con Israel, el autor exhorta al pueblo al cumplimiento de la ley,

recordando la situación privilegiada de los hebreos al ser elegidos por Dios entre todos los demás

pueblos: sólo ellos han podido acercarse a la divinidad a un nivel de intimidad desconocido para los

gentiles.

En el texto de hoy destacan dos cosas: la presencia de Dios en medio del pueblo israelita y su prontitud a

escucharle (vv 1-4); y haber recibido de Dios una ley como no tiene ningún otro pueblo (vv 5-14). Israel,

pueblo pequeño e insignificante en comparación con los pueblos que le rodeaban, de cultura y poderío

superiores, tiene un contenido religioso inasequible a los pueblos más cultos de la antigüedad.

Al final del camino por el desierto, cuando se disponen ya a entrar en la tierra prometida, Moisés

recuerda al pueblo la alianza que Yahvé ha hecho con él y le invita a que se mantenga fiel a esa alianza,

porque en ella se encuentra el camino de la verdadera vida, el camino de la felicidad que tanto deseamos

los seres humanos.

Si se mantiene fiel, el pueblo de Israel será el modelo para todos los pueblos, porque la presencia de Dios

en medio de él le hace ser un pueblo sabio e inteligente (v 6).

Son palabras dirigidas a personas en camino hacia la tierra prometida; personas que han sido liberadas de

la esclavitud de Egipto y que viven un fatigoso y lento itinerario de liberación. Son palabras aplicadas

también a todos nosotros, peregrinos por el desierto de la vida hacia la meta prometida.

Este discurso parece que está escrito cuando la amenaza del destierro se perfilaba en el horizonte: ¿no se

verá Israel desposeído de su tierra, como lo habían sido los cananeos, y por las mismas razones: su

infidelidad e impiedad? Es necesario que refuercen los vínculos que le unen a Yahvé. Deben ahondar en

la enseñanza de la ley y de las tradiciones (v 6), que permitan al pueblo adoptar un estilo de vida diferente

de las demás naciones, y distinguirse así como un pueblo vinculado de manera única a su Dios (vv 7-8).

275

Esta observancia de la ley debe producir entre los gentiles dos efectos: el reconocimiento de la

superioridad de esta ley y la constatación de la presencia de Yahvé en medio de su pueblo. Todos los

portentos e intervenciones del Señor, que atestigua el pasado, son otros tantos motivos para ser fieles a la

voluntad de Dios. Esta fidelidad a la alianza otorgará al pueblo la felicidad que anda buscando.

Israel ha vivido una historia extraordinaria: los acontecimientos del Éxodo han dejado en él una huella

imborrable. Pero no puede vivir de nostalgias: tiene que seguir haciendo realidad la alianza.

LA PALABRA HAY QUE ‘HACERLA’

“Queridos hermanos: Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los Astros, en

el cual no hay fases ni períodos de sombra. Por propia iniciativa, con la Palabra de la verdad, nos engendró, para que

seamos como la primicia de sus criaturas. Aceptad dócilmente la Palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos.

La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo.”

(Sant 1, 17-18. 21-22. 27)

Hoy comenzamos la carta de Santiago, que leeremos durante cinco domingos. Es posible que su lectura

nos aclare el porqué no se leía antes del Concilio Vaticano II. Recoge los guiones de ocho breves

catequesis destinadas a servir de base para la enseñanza de las comunidades primitivas. Son catequesis

muy antiguas. Las comunidades a las que van dirigidas están formadas todavía sólo por cristianos

procedentes del judaísmo y que plantean problemas típicamente judíos. Son comunidades judeocristianas

en las que abundan las discusiones en torno a problemas planteados por el paso del judaísmo a la religión

de Jesús.

El texto de hoy pertenece al tercero de estos esquemas catequéticos. Después de haber hablado de la

‘prueba’ (1, 2-12) y del origen de la ‘tentación’ (1, 13-18), el autor pasa a la tercera idea: la actitud del

cristiano ante la Palabra de Dios (1, 19-27).

Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los Astros (v 17). Dios Creador es

la luz y la fuente de todo verdadero actuar. De él sólo pueden provenir bienes y felicidad. Su luz es

siempre la misma, porque en él no existe la imperfección: en él no hay fases ni períodos de sombra (v

17).

Dios es verdadero Padre, pues por propia iniciativa, con la Palabra de la verdad, nos engendró para

que seamos como la primicia de sus criaturas (v 18). El bautizado es una nueva criatura con una nueva

vida, que tiene su origen en Dios. Frente al pecado que engendra la muerte (Sant 1, 15) Dios engendra la

vida.

Aceptad dócilmente la Palabra... Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos

a vosotros mismos (vv 21-22). El apóstol les –nos- recuerda con insistencia que nuestra fe debe notarse

en el modo de actuar, en las obras (vv 22-27; 2, 10-26), porque de otra forma no sirve para nada.

No es concebible una palabra que no influya en la conducta, que no dé un sentido nuevo a la vida, que no

determine un cambio radical en la orientación de la existencia. La palabra que se queda en la práctica

religiosa y que no influye en el modo de vivir, es una palabra muerta. La palabra hay que ‘hacerla’ Dios

276

juzga la eficacia de su Palabra en el ser humano por las obras que produce y que constituyen la religión

pura e intachable (v 27).

Podemos decir que hemos escuchado y entendido la palabra solamente cuando la llevamos a las obras, a

los comportamientos prácticos, a los gestos. La escucha separada de la práctica se convierte en algo vacío,

ilusorio, hipócrita. No basta sentirse en orden con Dios mediante la práctica religiosa y cultual. Es

necesario el amor que se vive a lo largo del ‘camino’.

Huérfanos y viudas (v 27) representaban en aquella sociedad dos categorías entre los más débiles. Esta

obra de caridad constituye la más auténtica religión; que exige, además, no mancharse las manos con

este mundo (v 27): tentaciones, atracciones pecaminosas... ‘Mundo’ designa a las personas que viven

bajo la influencia del mal, el reino del pecado con sus doctrinas y prácticas destructivas de la verdadera

vida.

277

DOMINGO VIGESIMOTERCERO ORDINARIO

CURACIÓN DE UN SORDOMUDO

TODOS SOMOS SORDOMUDOS

“Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.

Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:

-Effetá. (Esto es: ‘Ábrete’.) Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua, y

hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con

más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: -Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”

(Mc 7, 31-37)

Los seres humanos nos comunicamos a través del oído y de la palabra, escuchando y hablando. Es así

como nos relacionamos unos con otros y captamos los acontecimientos que están a nuestro alrededor. Sin

olvidar, naturalmente el sentido de la vista.

Sólo podemos decir que somos adultos cuando interpretamos correctamente lo que oímos y somos

capaces de responder adecuadamente con un criterio personal.

Es corriente tratar a los demás como objetos, metiéndoles a la fuerza nuestras ideas sin darles tiempo a

que las entiendan, a la vez que pretendemos que las acepten sin protestar. Es frecuente entre amigos, entre

padres e hijos, entre esposos, entre profesores y alumnos, entre sacerdotes y fieles.

Y esto, que ocurre constantemente a niveles de grupos reducidos, es dramático a escala de la sociedad: la

manipulación de los medios que deberían ser de comunicación y de información, entre los que la

influencia de la televisión alcanza cotas incalculables, hace que vivamos en un mundo en el que los

pueblos se han quedado sordos y mudos en su mayoría, con la agravante de que creen que oyen y hablan,

al vivir en ‘democracia’. La verdad es que oímos y hablamos sin criterio propio, como si todos

hubiéramos aprendido la misma lección. No percibimos el significado de los acontecimientos, no

sabemos recibirlos con espíritu crítico, somos incapaces de pronunciar un juicio personal y equilibrado

sobre las noticias que nos llegan constantemente. Es necesario que nos curemos de esta ‘sordomudez’. Es

necesario que los pueblos lleguen a la madurez en cada una de las personas que los componen.

Una de las tareas más urgentes de los cristianos es la de ayudar a despertar los sentidos del pueblo en el

que vivimos, para que lleguen a tener conciencia de su situación y quieran salir de ella. La salvación que

nos trae Jesús corre pareja con la promoción de las personas y de los pueblos.

DIOS QUIERE QUE NOS COMUNIQUEMOS

Presentaron a Jesús a un sordo, que, además, apenas podía hablar. Es una persona aislada de su

entorno. Sólo es capaz de comprender el mundo por medio de la vista. Vive en un mundo de

incomunicación, cerrado. Está incapacitado para recibir las aportaciones de los demás y para dar las

propias y, por ello, vive en un mundo egocéntrico, egoísta, falso. Es signo de esa ‘sordomudez espiritual’

que nos cierra a Dios y a los demás seres humanos. Signo de la persona que edifica su vida teniéndose en

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cuenta sólo a sí misma, como si estuviera sola en una isla. Los demás son, para ella, un estorbo o un

trampolín para escalar puestos.

El sordo de espíritu está cerrado al punto de vista de los demás y es incapaz de confrontar una idea suya

desde otra perspectiva, desde otra cultura, desde otro lenguaje, desde otras circunstancias. Se considera a

sí mismo como el único criterio para juzgar sobre la verdad o la mentira de una acción o de una idea. No

escucha las razones de los demás ni quiere escucharlas. Es rígido y severo en sus juicios; fundamentalista.

Jamás escuchará al otro. Su sordera actúa a base de prejuicios, pronta a condenar y a sospechar.

Los ‘sordos de espíritu’ pueden asistir a misa todos los domingos, escuchar o pronunciar las homilías,

leer la Biblia... pero nada les hará sospechar que algo pueda haber cambiado. Están -¿estamos?-

incapacitados para escuchar. Han nacido para enseñar a los demás, pero no saben recibir.

Existe también un mutismo de espíritu, que nace del orgullo. Es, por ejemplo, negarle la palabra a otro

por creerlo inferior. A los ‘inferiores’ se les habla para darles órdenes, para reprocharles algo o para

enseñarles. Existe también un mutismo que nace del temor o de la cobardía, de la pereza y del egoísmo.

Todos padecemos, en mayor o menor grado, de sordera y de mutismo del espíritu, que nos cierra a la

comunicación.

Los milagros de Jesús tenían esta lectura más profunda: liberarnos de las limitaciones del corazón. Nos

libera de la sordomudez espiritual a través de su evangelio –buena noticia-. Nos da la capacidad, la

libertad para oír y hablar. Porque, para poder escuchar y hablar, necesitamos liberarnos de nosotros

mismos, del miedo a enfrentarnos con la verdad.

LA CURACIÓN

El presente texto nos narra un nuevo milagro realizado por Jesús en tierra pagana. Se encuentra sólo en

Marcos. El comienzo del relato nos sitúa en el ambiente pagano en que se desarrolla la escena. No está

lejos de la región de Gerasa, de donde fue obligado a alejarse como consecuencia de la faena de los

cerdos (Mc 5, 1-20).

El encuentro con el sordomudo se produce a través de la mediación de otras personas. Es imagen de una

humanidad que vive en la incomunicación.

Suplican a Jesús que le imponga las manos para aliviarlo de su indigencia o curarlo del todo de ella...

Dios quiere que salgamos de nuestro individualismo y nos comuniquemos. Quiere que dejemos de ser

sordos y mudos a todo lo que no seamos nosotros mismos, única forma de oír y hablar como personas

adultas. A la vez, quiere que ayudemos a oír y a hablar a los ‘sordomudos’ que se encuentren a nuestro

lado, sin olvidarnos de nuestra propia ‘sordomudez’. Porque vivimos, como sordos y mudos, entre sordos

y mudos: personas que jamás han escuchado una palabra de amistad, que viven cerradas al mundo que les

rodea; personas que apenas saben hablar, que no saben salir de sí mismas para abrirse y dar algo a los

demás... y que necesitan que alguien las ayude a salir del círculo cerrado en que viven –vivimos-;

personas que aceptan sin más todo lo que ven (la ceguera la veremos en su momento), oyen o leen en los

medios de comunicación-manipulación.

La curación se realiza apartándolo de la gente. Jesús busca el silencio y el alejamiento de las personas.

Sus milagros nunca pretenden ser gestos espectaculares destinados a impresionar. No tiene ningún deseo

279

de conseguir aplausos y fáciles adhesiones bajo el influjo del entusiasmo. No quiere provocar un

mesianismo triunfalista, para el que las masas siempre están preparadas. Quiere personas libres a su lado.

Lo aparta de la gente, de la masa, para que pueda oír y hablar. La multitud, como tal, es incapaz de

comprender y de transmitir lo comprendido. La multitud es curiosa y ávida de novedades, incapaz de

profundizar, fácilmente manejable. Para entender el mensaje de Jesús es preciso que nos apartemos de

todo lo mundano: de sus criterios y falsos valores.

Jesús nos desvela el secreto de un ‘milagro’ que podemos y debemos realizar frecuentemente también

nosotros, ya que nuestra sordera y mudez se suceden periódicamente: quedarnos a solas, en silencio, lejos

de la gente, procurando interpretar los acontecimientos con la ayuda de Jesús en la oración. Recobraremos

la capacidad de escuchar y la posibilidad de hablar.

Le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Jesús no quiere hacer magia. Los

gestos que realiza eran comunes entre los curanderos de la antigüedad, que atribuían a la saliva

propiedades curativas. De esta forma se acomoda al pensamiento del pueblo y no deja duda alguna de su

intención de curarlo.

Sin embargo, todo eso no es más que la preparación: la curación la va a realizar por su palabra, después

de haber elevado los ojos al cielo –gesto de oración- para pedir la ayuda del Padre y en comunión con él.

El suspiro de Jesús hemos de entenderlo como una profunda participación suya en la miseria humana,

que aparece dramáticamente evidente en aquel hombre.

La fórmula ábrete es dicha en arameo. Es una palabra que no se dirige a los órganos enfermos, sino al

mismo paciente. En la mentalidad judía es todo el hombre el que está enfermo y, cuando se cura, la salud

penetra también en los órganos dañados.

La curación se realizó inmediatamente. Y aquel hombre, que hasta ese momento había vivido encerrado

en sí mismo, en su pequeño mundo, se convirtió a partir del encuentro con Jesús en una persona capaz de

estar y de relacionarse con los demás. Se abrió a una nueva dimensión de las cosas, descubrió otro mundo

de valores, y adquirió la valentía para expresarse con dignidad y sin mordaza. Había renacido al espíritu.

Cuando a una persona se le abren los oídos interiores por la experiencia interior de la luz,

inmediatamente se le desata la lengua. Deja de hablar de cosas superfluas, de dar importancia a lo que no

la tiene, y comienza a hablar de justicia, de libertad, de amor... de la clase de persona que hay que ser para

serlo de verdad y de Dios que nos ama. Toda su persona anuncia otros criterios y otros valores. Sabe

escuchar a todos y sabe lo que los otros dicen con la palabra, con el gesto, con el silencio, incluso con un

grito o con una ofensa. Y sabe expresar el propio interior, hacer partícipes a los demás de las propias

ilusiones, decepciones, esperanzas y sufrimientos.

Les mandó que no lo dijeran a nadie. Vuelve a aparecer el ‘secreto mesiánico’ y la trasgresión. La

gente debe descubrir que el Mesías verdadero es el Crucificado; y para ello estaban muy inmaduros.

Aunque la consigna de silencio no es respetada, la gente no llega nunca, en el evangelio de Marcos, a

concluir que Jesús es el Cristo. Admira sus obras, pero no le da el título que le correspondería por ellas.

De esa forma el secreto mesiánico queda a salvo. Quedan asombrados, pero no llegan a la fe.

Jesús nos libera para que liberemos. Una liberación que afecta a toda la persona, a los aspectos

individuales y a las estructuras. Para poder escuchar y transmitir fielmente la palabra de Dios necesitamos

vivir en contacto con la realidad humana. ¿Cómo trabajar por transformarla si no la conocemos?

280

El sordomudo ha sido curado. Puede oír y hablar, pero son los demás los que hablan. Él prefiere callar. Y

es que, para hablar, hace falta tener algo que decir. Para callar necesitamos un misterio que adorar.

¡Cuánto ganarían la palabra y el silencio si solamente hablasen los que son capaces de escuchar! Saber

escuchar y saber hablar son dos ideales plenamente evangélicos.

La multitud no puede contener su estupor y exclama: Todo lo ha hecho bien.

TODOS LOS MALES SERÁN SUPERADOS

“Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os

salvará. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como

un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será

un estanque, lo reseco un manantial.” (Is 35, 4-7a)

Los seres humanos tendemos a caer en el fatalismo y en la resignación pasiva. Consideramos que las

cosas son como son y, que por ello, no hay nada que hacer, que el mundo es así y no podemos cambiarlo.

Y con estas ideas, vamos tirando y encerrándonos en nuestro propio interés y egoísmo.

Es lo que le ocurría al pueblo de Israel. Y la razón por la que Dios le enviaba profetas para despertarlos y

darles ánimos para seguir caminando.

La primera lectura nos presenta un panorama de desolación y de tragedia ecológica: desierto, estepa,

páramo, reseco; y un muestrario de limitaciones humanas: ciegos, sordos, mudos, cojos. El ser humano

aparece enfermo, herido, sin esperanza y sin valores. Es como el reverso del origen de la creación, en la

que todo lo creado ‘era muy bueno’ (Gén 1, 31).

El tema de este poema es la ‘vuelta al Paraíso’. La venida del Mesías transformará el desierto en

‘Paraíso’ (vv 1-2. 6-7); todas las enfermedades serán curadas (vv 5-6) porque el nuevo reino no conocerá

ya el mal: todo será fortalecido (v 3) El poema anuncia la próxima abolición de las ‘maldiciones’ que

acompañaron a la caída de Adán: la fatiga del trabajo (Gén 3, 19), el sufrimiento (3, 16), las zarzas y las

espinas del desierto (3, 18) no serán ya más que un mal recuerdo. Esta vuelta al Paraíso está incrustada en

los relatos de la restauración del país judío después del destierro.

Ante el panorama tan negativo del pueblo en el exilio, Isaías despliega sus dotes de poeta: brotarán aguas

en el desierto, torrentes en la estepa, el páramo será un estanque, lo reseco un manantial (vv 6-7). Y

en el campo humano: los ciegos y los sordos, los mudos y los cojos, verán, oirán, cantarán y saltarán.

Isaías quiere fortalecer a los abatidos con la esperanza de la próxima manifestación de Yahvé, que traerá

la liberación definitiva. Su aparición será el principio de una transformación de los hombres y de la

misma naturaleza.

Yahvé vencerá todo mal, salvará al ser humano de todas sus limitaciones. El cortejo alucinante de

cuerpos mutilados, se transformará en un cortejo festivo de personas liberadas. Nada defectuoso formará

parte de la nueva realidad.

Estos milagros, hiperbólicos en la naturaleza y reales en el ser humano, son profecía y anuncio de la

acción salvadora de Dios y de la vida eterna.

281

La visión luminosa de Isaías, aparentemente utópica, culmina con las curaciones realizadas por Jesús, el

Mesías anunciado por los profetas. Cada vez que siguiendo a Cristo, vencemos a las guerras, al hambre, a

la injusticia... damos pasos en el camino que conduce a la humanidad al Paraíso-reino querido por Dios.

La imaginación profética no siempre se hace realidad. Se desborda en imágenes que muchas veces no

tendrán realidad histórica. Pero su mensaje esencial permanece: su contenido espiritual que nos lleva a la

plenitud y a la eternidad con Dios.

EL EVANGELIO ES DE LOS POBRES Y PARA LOS POBRES

“Hermanos: No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas.

Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso.

Veis al bien vestido y le decís: -Por favor, siéntate aquí, en el puesto reservado. Al otro, en cambio: -Estate ahí de pie o siéntate en el suelo. Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos? Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe

y herederos del Reino, que prometió a los que le aman?” (Sant 2, 1-5)

El pasado domingo la segunda lectura terminaba recordándonos que la religión pura y sin mancha es la

que socorre a las viudas y a los huérfanos, a los desheredados de la fortuna, y en saber mantenerse lejos

de los falsos criterios de este mundo (Sant 1, 27). Un mundo que es egoísta, materialista, que tiene como

valores el dinero, el poder... y conforme a ellos juzga de la importancia de una persona. Por fortuna, Dios

juzga según otros criterios muy distintos y, por eso, para realizar su plan sobre la creación ha escogido a

la gente humilde, sin prestigio social. Necesitamos ser fieles a estos caminos de Dios.

Hoy Santiago nos habla también de algo muy concreto que debemos escuchar bien: Aplica lo anterior a

las asambleas litúrgicas cristianas: No juntéis la fe... con la acepción de personas... Dios ha elegido a

los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino... Ya los profetas habían

condenado un culto que no llevaba a una vida social justa.

Santiago nos previene contra la acepción de personas, contra la marginación del pobre andrajoso. Y nos

indica quienes deben ser los mejor tratados.

El Dios a quien celebramos en nuestras eucaristías ama a los pobres con un amor de predilección. Y

nuestras celebraciones deben demostrar esa preferencia. Cuando en nuestras asambleas cristianas

dedicamos lugares de privilegio a los ricos, estamos ultrajando la dignidad de los pobres (vv 1 y 5).

Es necesario leer estos textos para preferir a los pobres, como Cristo, que ha venido, principalmente, a

liberar a los más necesitados y marginados. Debemos poner en el primer puesto a los últimos.

La idea esencial del texto es la unión entre el culto verdadero y la actitud social de los participantes.

¿Quiénes reciben mejor trato en nuestras comunidades, iglesias y en nuestras casas? Mostrar parcialidad

a favor de los ricos en nuestra iglesia oscurece el mensaje de Jesús, van en contra de sus principios.

Honrar a un rico porque es rico y despreciar al pobre porque es pobre atenta contra la misma fe.

282

No es cuestión de una simple asignación de puestos. La verdadera cuestión es hacer nuestras reuniones

tan verdaderas y evangélicas que los ricos, los poderosos, los corrompidos y los sinvergüenzas estén a

disgusto, se encuentren fuera de lugar; y los pobres adviertan que están en casa.

Los destinatarios de esta carta sabían por propia experiencia que la mayoría de los cristianos eran gente

humilde y pobre.

Los pobres, por el hecho de no encontrar en este mundo las satisfacciones que tienen los ricos, están más

pendientes de la providencia de Dios y menos expuestos a colocar las riquezas y el poder en su lugar. Y,

por eso mismo, están más libres para amar y fiarse del Padre.

Ensalzando a los ricos, obramos neciamente, ya que son los adversarios y los enemigos del nombre

cristiano (vv 6-7, que no se leen) La conducta de los ricos es una blasfemia contra Dios. ¡Cuántos en la

actualidad, y siempre, se profesan creyentes a la vez que desencadenan guerras y no se esfuerzan por

eliminar el hambre del mundo! Su avaricia y sus violencias escandalizan a los humildes y pueden hacer

que los no cristianos desprecien el nombre de Cristo.

283

DOMINGO VIGÉSIMOCUARTO ORDINARIO

EL MESIANISMO DE JESÚS

¿QUÉ PENSAMOS NOSOTROS?

“Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino preguntó a sus discípulos:

-¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos le contestaron: -Unos, Juan Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas. Él les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy? Pedro le contestó: -Tú eres el Mesías. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: -El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los

senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días. Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a

increparlo. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos increpó a Pedro: -¡Quítate de mi vista, Satanás!¡Tú piensas como los hombres, no como Dios! Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo: -El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su

cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio la salvará. ”

(Mc 8, 27-35)

Nuestra sociedad suele confundir el éxito con tener razón. Los evangelios rechazan constantemente esta

unión. El de hoy consta de dos partes. La primera nos narra el deseo de Jesús por saber qué piensa la

gente y sus discípulos de él, la respuesta de Pedro y la revelación que hace Jesús de sí mismo,

diciéndonos cómo debemos pensarlo y concebirlo. La segunda, la incomprensión de los discípulos, el

reproche de Jesús a Pedro y su enseñanza sobre el seguimiento.

Jesús no se conforma con saber qué piensa la gente. Quiere que aquellos que le siguen más de cerca

digan también su opinión, se comprometan claramente con él: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Pregunta clave, porque la fe cristiana no es solamente una nueva concepción de la vida u otra religión,

sino un seguimiento personal de Jesús. Según sea nuestra respuesta será nuestra adhesión a él.

Jesús exige a los suyos una respuesta vital, puesto que la fe verdadera cambia el sentido de la vida,

reclama la entrega personal. Quiere que ahondemos en el misterio de su persona y de su misión. De la

respuesta que demos y de la fidelidad a ella podemos deducir si vivimos o no como cristianos.

La causa de que nuestra fe tenga normalmente tan poca fuerza puede estar en que nunca nos hemos

hecho con seriedad la pregunta: Jesús, ¿quién eres? Es verdad que hasta llegar a la pregunta hemos de

recorrer previamente un camino: un camino de ir conociendo a Jesús, de escuchar su palabra, ahondando

en sus sentimientos... Entonces llegará el momento de la pregunta... y de la respuesta.

La pregunta de Jesús pedía una respuesta clara. Pero, ¡qué difícil es pensar! Por eso, ante preguntas como

éstas tendemos a dar respuestas prefabricadas, definiciones aprendidas de memoria en el catecismo. Pero

Jesús quiere que los cristianos pensemos por nosotros mismos.

Tú eres el Mesías. Pedro responde con el corazón más que con los labios. Lo considera el mesías

liberador temporal del pueblo. Pedro y demás discípulos estaban en la honda de la facilidad. Quieren para

Jesús, y para ellos, un mesianismo triunfalista y acomodaticio. Quieren liberar y salvar al pueblo y

284

cumplir el plan de Dios, pero a su manera. No han entendido todavía que el camino de Jesús, como todo

verdadero camino humano, es camino de renuncia antes de serlo de salvación.

Todos tenemos tentaciones semejantes. Quisiéramos un cristianismo sin cruces y sin problemas, desde el

poder, el tener y el triunfar.

Ser cristiano es dar la respuesta que dio Pedro, es creer que Jesús es la respuesta a la pregunta más honda

que hay en el corazón humano, la respuesta a la gran esperanza en la posibilidad de un reino universal de

fraternidad, de vida, de amor, de justicia, de bien, de verdad... Porque sólo seremos personas verdaderas

cuando lo sean también todas las demás. Lo mismo libres, justos, fraternales... El camino que Jesús vivió

es el único para lograrlo.

Y les prohibió terminantemente decírselo a nadie. No quiere que enseñen jamás ese mesías que ellos

están pensando. Es como decirles: Sí, soy el Mesías, pero no el que vosotros pretendéis...

Jesús no podía permitir que se hablase de él como Mesías de una forma equívoca. Y para evitar toda

tergiversación prefiere esperar a la cruz. Será desde ella, y con su resurrección, cuando los discípulos

comprenderán que Jesús no era un mesías triunfador y político, un guerrero en lucha contra los romanos

para liberar a Israel, sino un Mesías en la línea profética más genuina: la del Siervo de Dios.

La idea que tengamos del mesianismo de Jesús hará que le vayamos siguiendo cada vez más de cerca, o

apartándonos de él sin mala intención y sin darnos cuenta

MESÍAS DEL DOLOR Y DEL RECHAZO

El Hijo del hombre tiene que padecer mucho... Tres veces anunció Jesús a sus discípulos, en los

evangelios sinópticos, su muerte a manos del Sanedrín. El texto de hoy nos narra la primera.

Se lo explicaba con toda claridad. Pero no entendieron. Pedro rechaza adherirse a una causa perdida.

No acepta esta mentalidad perdedora.

Jesús es el Mesías del amor, que en una sociedad montada sobre el egoísmo, se traducirá en el Mesías

del dolor y del rechazo. No sólo sufrirá mucho, sino que sentirá en su propia carne la incomprensión de

los suyos y la radical oposición de los altos dirigentes religiosos de la nación.

Este es el Cristo que han de anunciar siempre; un Cristo en el que todavía no creen.

Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. El verbo es fortísimo, puesto que lo usa

Jesús con los demonios o elementos demoníacos. Indica que el destinatario del reproche se opone al plan

de Dios si no rectifica su postura. Pedro considera que lo que propone Jesús es contrario al designio

divino. Alrededor de las personas comprometidas, o en camino de comprometerse, hay con frecuencia un

grupo de gente que pretenden disuadirlas. Pedro y sus compañeros acariciaban el sueño de un reino

mesiánico terreno y político, sin querer entender que Jesús había rechazado y combatido ese reino desde

el comienzo de su misión, desde las tentaciones del desierto.

La reacción de Pedro es muy explicable: ¿cómo entender que los caminos de Dios terminen tan mal?

Jesús deberá comenzar con sus discípulos un nuevo grado de inteligencia, aún más difícil que el anterior:

explicarles el único verdadero mesianismo, la única forma de ser auténticamente ser humano. ¿Cómo van

a entender que al Mesías lo matará el Sanedrín? ¿Lo entendemos nosotros? Es inconcebible y no puede

suceder. ¿Cómo va a permitir Dios tal contrasentido. Que su Hijo sea condenado por sus máximos

representantes en la tierra? Y Dios habla en el ‘hoy’ de la historia...

285

La actitud de Pedro es como una voz de alarma para los cristianos, porque el peligro mayor de la Iglesia

no está fuera sino dentro de sí misma: traicionar a Cristo distorsionando su imagen. Las tentaciones del

desierto se hacen carne en la comunidad cristiana cuando rechaza toda forma de cristianismo sufriente,

cuando se opone a ser perseguida por su fe, cuando quiere terminar con las formas humildes y pacíficas;

cuando busca el poder religioso o político, dominar el mundo bajo el signo de la cruz... Cuando piensa

que si triunfa es porque Dios la bendice. Pedro, como tentador de Jesús, expresa muy bien la permanente

tentación a la que se vio sometida siempre la Iglesia: hacer de Jesús de Nazaret un factor de poder y de

riqueza.

El tema, evidentemente, no se refiere exclusivamente a Pedro –el primer papa, no lo olvidemos-, sino que

compromete a todos los creyentes.

Todos los cristianos hemos de tomar parte en esta lucha que llevó a Jesús a la pasión y a la muerte,

encarnándonos como él en la humanidad, para alcanzar, por el trabajo a favor de la justicia, de la libertad,

del amor, de la paz... –reino de Dios-, también como él, la resurrección.

La cruz de Jesús no se la preparó el Padre, sino el montaje insolidario de las sociedades humanas. Su

obediencia consistió en encarnarse en la humanidad, sobre todo en todos y en cada uno de los marginados

y explotados por el ‘pecado del mundo’.

No olvidemos que si los evangelistas insisten tanto en este tema es por lo mucho que nos cuesta a los

cristianos comprender al ‘verdadero Jesús’, por la fuerza con que nuestro egoísmo y comodidad tiende a

fabricar un Jesús a nuestra imagen y semejanza. La Iglesia jerárquica y cada uno de los cristianos

debemos examinar nuestro modo de actuar con los hombres a la luz de este clarificador texto evangélico.

El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio la salvará. La

vida que se gana es la que se ofrece por el bien de los demás. La que se pierde es la que, la persona

egoísta y cerrada a las demás, quiere guardar para sí.

EL FRACASO DEL PROFETA ES TEMPORAL

“En aquellos días dijo Isaías: -El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. El Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado. Tengo cerca a mi abogado, ¿quién pleiteará contra mí? Vamos a enfrentarnos: ¿quién es mi rival? Que se acerque. Mirad, mi Señor me ayuda; ¿quién probará que soy culpable?” (Is 50, 5-9)

Esta primera lectura forma parte del tercero de los cuatro poemas del siervo de Yahvé (vv 4-11). Un

siervo fiel a la palabra divina (vv 4-5), que lo expone a la injuria y a la violencia de los hombres. Un

siervo que pone toda su confianza en el Señor, seguro que le defenderá y le llevará a la victoria.

El Señor Dios me ha abierto el oído... Le ha comunicado una revelación profética. Nosotros tendemos a

cerrarlo, a oponer todo tipo de razones, a toda palabra que contradiga nuestros deseos conformistas,

286

nuestro modo de vivir falto de cualquier compromiso serio. Es lo que ha hecho Pedro, apenas Jesús

comenzó a hablar de su pasión y muerte.

Yo no me he revelado ni me he echado atrás, a pesar de ser consciente de las consecuencias que

tendrá para mí.

Isaías nos habla del siervo del Señor, que personifica el fracaso aparente del justo, siempre despreciado y

atormentado, cuando inquieta la paz y los intereses de los poderosos. A la vez que nos revela que en el

fracaso humano puede estar el verdadero sentido de la vida. Anuncia proféticamente el camino que eligió

Jesús, y que ha tratado de explicar a sus discípulos en la segunda parte del evangelio de hoy.

La labor del profeta se va a concretar sobre todo en animar a los cansados, descorazonados y fatigados

ante las dificultades y contrariedades que les trae la vida por querer ser fieles a los planes de Dios.

El siervo habla de sí mismo. Compara su lengua torpe (v 4) con la de los grandes profetas, y narra las

vejaciones sufridas en el cumplimiento de su misión.

Mesar la barba (v 6) indica la máxima humillación, porque la barba era símbolo de dignidad social.

Convencido de que Dios le salvará (v 7) no siente los ultrajes. Por grave que sea la situación y las

dificultades y contradicciones, él se mantendrá en su puesto, porque sabe que tiene a Yahvé de su lado y,

al final, triunfará. Esa confianza le ha dado una gran fortaleza: rostro como pedernal (v 7). Tan seguro

se siente, que emplaza a sus adversarios ante el tribunal de Dios (v 8). Si Yahvé está conmigo, ¿quién

probará que soy culpable? (v 9).

El autor presenta al siervo unas veces de manera personal, con rasgos del profeta Jeremías; y otras de

forma colectiva, personificando a Israel perseguido por los paganos. Ensalza sobre todo la docilidad y

mansedumbre del siervo, juntamente con su perseverancia, a pesar de todos los malos tratos que le

acarrea su difícil misión de pregonar la ley de Yahvé en medio de un pueblo rebelde. En el cuarto poema

(Is 52, 13-53, 12) esta misión culminará con la muerte del siervo.

LA FE LLEVA, NECESARIAMENTE, AL AMOR

“Hermanos míos : ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras?¿Es que esa fe lo podrá salvar?

Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos de alimento diario, y que uno de vosotros les dice: ‘Dios os ampare: abrigaos y llenaos el estómago’, y no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué les sirve?

Esto pasa con la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro. Alguno dirá: -Tú tienes fe y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras,

te probaré mi fe.” (Sant 2, 14-18)

Una vez más, y con toda claridad, el apóstol Santiago nos formula la suprema ley del cristianismo: la ley

del amor. ‘Abrir el oído’ al Señor significa también comportarse de forma que la fe se demuestre, en la

vida de cada día, con obras de amor, de justicia, de paz, de fraternidad, de libertad.

¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras? (v 14). Afirma claramente que la fe sin

obras no puede liberar-salvar al hombre de sí mismo. La fe en Cristo no puede ser verdadera si se limita a

palabras, sino que debe manifestarse en las obras, en vivir los mandamientos y las bienaventuranzas, que

nos indican el camino-‘precio’ del verdadero amor.

287

La verdad de su aserto lo prueba el apóstol con una pequeña parábola (vv 15-16). El que tiene con qué

socorrer al necesitado y lo despide con buenas palabras, manifiesta que su fe es mentira; sus palabras

suenan, a los oídos del necesitado, a ironía y sarcasmo. La fe: si no tiene obras, está muerta por dentro

(v 17), es estéril.

Nosotros nos llamamos cristianos, pero corremos el riesgo de que se trate sólo de un nombre. Santiago,

con su estilo directo, claro y sin posible escapatoria, nos dice que ese nombre debe notarse en la vida, en

el modo de actuar: Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe (v 18).

Creer no consiste únicamente en admitir un credo, sino en aceptar el compromiso vital de la fe: el amor

al prójimo. Porque las obras de que habla Santiago no son las obras ‘legales’ –cumplir la ley mosaica-,

sino las obras buenas de caridad, que nunca excluye la justicia, sino que la complementa.

Este texto de Santiago no contradice la doctrina de Pablo. Ambos comparten la misma fe y la misma

posición respecto a las relaciones entre la fe y las obras: la fe debe abarcar toda la vida y transformarla.

Pablo, con la palabra ‘obras’ designa solamente los medios de salvación que la ley mosaica ponía en

manos de los judíos (circuncisión, templo...) y exige más que esas obras.

Santiago entiende las obras en el sentido de las actividades de la vida que se apoyan en la fe.

Las obras siguen siendo necesarias, aunque no sea para ganar el premio de la salvación definitiva, que se

nos ofrece gratuitamente, sino para manifestar, para hacer visible y creíble nuestra fe, para poder

llamarnos de verdad ‘creyentes en Cristo’. La fe, siendo algo interior, no puede comprobarse si no se

manifiesta al exterior con unas obras acordes con esa fe. La fe sólo la certifica la vida.

288

DOMINGO VIGESIMOQUINTO ORDINARIO

SER IMPORTANTE... EN EL REINO DE DIOS

SEGUIMOS SIN ENTENDER

“Instruía Jesús a sus discípulos. Les decía: –El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo

matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará. Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa les preguntó: -¿De qué discutíais por el camino? Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más

importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: -Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: -El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me

acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.” (Mc 9, 29-36) Marcos vuelve a plantearnos hoy uno de los problemas más candentes del evangelio y de la historia de la

Iglesia: la incomprensión del mensaje de Jesús y la distorsión de su imagen. Es necesario que nos

preguntemos siempre si el Jesús al que seguimos es el mismo del evangelio.

El Hijo del hombre va a ser entregado... La condena del justo, de la primera lectura, nos prepara para

oír por segunda vez a Jesús anunciar a sus discípulos su pasión y condena a muerte que perpetrarán los

dirigentes de Israel.

Los apóstoles no entienden esas palabras porque tenían la idea deformada del Mesías que había en el

ambiente, como hombre político y triunfador. Ni entienden ni preguntan. Estas palabras les asustan.

Tienen miedo a preguntarle porque vislumbran una respuesta que no quieren aceptar, una respuesta

contraria a sus deseos de ser importantes.

Marcos parece referirse a una negativa a aceptar en la propia vida las consecuencias de ese mesianismo.

No pueden entender la cruz. Creen que la comunidad de Jesús será como las que ellos conocen, con una

autoridad a lo humano y, por eso, discutirán poco después, por el camino, sobre el más importante.

Están muy lejos de sospechar, y más de saber, que los únicos poderes de la comunidad de Jesús serán la

Palabra, los Sacramentos y el Servicio de la Caridad.

No entendían. O no querían entender. Les ocurriría como a nosotros, que muchas veces vemos

claramente lo que significa seguir a Jesús y nos desentendemos como podemos. No queremos entenderlo,

porque cuanto más lo entendamos más tendremos que comprometer con él nuestra vida, que es lo que

pretendemos evitar.

Es muy difícil entender vivencialmente este camino mesiánico. Por eso todos nuestros planes de

apostolado, o del tipo que sean, son triunfalistas y no profundizan en los planteamientos de Jesús.

Tenemos demasiado dentro de nosotros mismos que el triunfo humano es signo de la verdad de lo que

decimos y hacemos.

Los discípulos no entienden estas palabras, pero adivinan en ellas lo suficiente para esquivar este

desagradable tema de conversación. Retrasan un poco el paso para dedicarse a lo que de verdad les

interesa: las posibilidades de éxitos personales, el lugar que ocupará cada uno en el reino de Jesús. Ahora,

hacer buena carrera... Siguen en otro plano, fuera de la órbita del Maestro. Y así, no pueden entenderle de

289

ninguna manera. Solamente cuando tengamos el Espíritu, cuando estemos en comunión con él, podremos

irlo comprendiendo, pensando y actuando como pensaba y actuaba él.

EL CAMINO CRISTIANO NOS INVITA A SER LOS ÚLTIMOS

Quien quiera ser el primero... Mientras que las sociedades humanas tienden a buscar los primeros

puestos en todo –en el tener, en el saber, en el poder...-, el camino cristiano nos invita a ser los últimos,

puestos que siempre están libres. Sin esta actitud, Jesús y el cristianismo serán incomprendidos.

Seguimos sin comprender la lógica del Crucificado, a pesar de hablar u oír constantemente de él. Una

incomprensión que ha continuado a lo largo de la historia humana, dentro y fuera de la Iglesia.

Los seres humanos somos celosos de nuestros méritos e importancia. De ahí tantas luchas y tantos

conflictos. Nos da miedo la entrega y el servicio. Tenemos miedo a vivir de verdad, aunque lo estemos

deseando desde lo más profundo de nuestro ser.

Por eso acontecen estas sorpresas. Seguimos a Jesús, le conocemos, pertenecemos a él, incluso hemos

dejado todo por causa suya... pero, de pronto, descubrimos que estamos lejísimos de él. Parecía que

marchábamos por el mismo camino, y descubrimos que vamos en distintas direcciones...

Esto les sucedió a los discípulos. ¿Por qué no nos puede estar sucediendo a nosotros? Jesús camina hacia

Jerusalén donde será crucificado, y ellos le siguen entretenidos en medir su propia grandeza. Jesús les ha

hablado por segunda vez de su fracaso humano, de su pasión, y ellos hablan de cuestiones de vanidad.

Llevan mucho tiempo con él y siguen hablando un lenguaje absolutamente distinto del suyo. Da la

impresión de que no preguntan porque saben la respuesta...

¿De qué discutíais por el camino? Y no tienen valor de responder, de manifestar el contenido de sus

discusiones, de lo que realmente llevan en la cabeza y en el corazón.

Lo que le pasó a los discípulos es lo mismo que nos sucede a nosotros. Por ello, hemos de tener el coraje

de reconocer lo que realmente pensamos, lo que verdaderamente buscamos y nos preocupa. Debemos

tener el valor de reconocer cuán mezquinas son las cosas de las que nos ocupamos durante la mayoría de

nuestro tiempo, en comparación con las cosas que Jesús lleva en su corazón.

Quién era el más importante... ¡Siempre lo mismo!: los primeros puestos, el estar por encima de los

demás... La discusión no se refiere al mayor en el reino consumado de Dios, sino al ahora y aquí.

La enseñanza que les da Jesús es doble: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el

servidor de todos; y una parábola en acción: El que acoge a un niño como éste en mi nombre me

acoge a mí... Acoger a un niño, es acogerlo a él y al Padre.

Para ahondar en la respuesta es conveniente representarnos la escena en forma viva, para captar el

contraste y significado del niño. De un lado el grupo de hombres prudentes y seguros de sí mismos, que

analizan las palabras de Jesús y se quedan con las que les convienen; y de otro, el grupo de chiquillos que

ni entienden, ni pueden entender las palabras de Jesús.

En el texto de Marcos, el niño es el representante de quien carece de grandeza, de quien no cuenta. El

niño es el necesitado: el hambriento, el desnudo, el prisionero, el marginado... Lo que hace grandes no es

dominar, sino servir a los más pequeños y despreciados. Esta es la única forma de vivir como verdaderos

seres humanos, creados a imagen y semejanza de la Trinidad.

290

El servicio prestado al ‘niño’ es servicio prestado a Jesús, y el servicio prestado a Jesús es servicio

prestado a Dios. En la comunidad cristiana la grandeza se juzga por criterios opuestos a los de la

sociedad. El que sirve, no el que manda, es el más importante.

La Iglesia, cada comunidad cristiana y cada cristiano, a través de nuestra entrega de servicio al pueblo,

debemos mostrar nuestro carácter escatológico y ajeno a los valores del mundo. Debemos seguir con

fidelidad las palabras y el ejemplo de Jesús si no queremos enredarnos en las formas mundanas de pensar

y actuar. Cualquier afán de dominio sobre los demás velará el rostro de Jesús que debemos transparentar.

TRATAR DE SER JUSTO ES SIEMPRE PELIGROSO

“Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; declara que conoce a Dios y se da el nombre de hijo del Señor; es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás y su conducta es diferente; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si fueran impuras; declara dichoso el fin de los justos y se gloría de tener por padre a Dios. Veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él.”

(Sab 2, 12-20)

Para ayudarnos a ahondar en el segundo anuncio de la Pasión, el texto del libro de la Sabiduría analiza lo

que molesta del justo a las injustas sociedades humanas de siempre, montadas sobre las tres tentaciones

tipo que superó Jesús en el desierto (Mt 4, 1-11; Lc 4, 1-13), y que procuran seguir superando los justos

que pisan esta tierra. Trata del modo de pensar y de actuar de estas sociedades sobre los justos, haciendo

después un juicio sobre sus falsos razonamientos (vv 21-24, que no se leen). El autor se refiere a los fieles

israelitas que sufrían persecución por parte de los gentiles y judíos apóstatas, en la diáspora de la época.

Son duramente atacados, sometidos a grandes pruebas y hasta condenados a muerte.

Los griegos consideraban una locura la pretensión de los judíos de llegar a la sabiduría y al verdadero

conocimiento de Dios y, a la vez, se burlaban y ridiculizaban sus costumbres alimenticias y litúrgicas,

fruto de sus creencias religiosas. La finalidad del pasaje es estimular a estos judíos establecidos en

Alejandría para que siguieran fieles a su fe.

Acechemos al justo, que nos resulta incómodo... El justo es la acusación serena y más intolerable de la

injusticia del mundo. Es un continuo reproche para quienes se entregan a toda clase de desmanes y para

los que quieren vivir desentendiéndose de los demás. Denuncia con su sola presencia. Ante él tenemos

291

dos posibles respuestas: o imitarle en su modo de hacer y de decir o destruirlo para que deje de acusar.

Esto segundo es lo más frecuente: será perseguido porque, al ser distinto, denuncia con su vida. Como el

libertinaje se alía fácilmente con la ironía y la crueldad, son maltratados de todas las formas posibles.

Aunque no pueda demostrarlo, el justo es la prueba de que Dios está con él.

Como el parecido de este texto con el salmo mesiánico 22 y con los cuatro poemas del siervo (Is 42, 1-9;

49, 1-13; 50,4-9; 52, 13-53, 12) y la semejanza de actitud de estos impíos con los enemigos de Jesucristo

es grande, un buen número de Padres interpretaron la perícopa en sentido literal al Mesías, viendo en ella

una profecía de la pasión. Jesús es por excelencia el justo que sufre y el verdadero Hijo de Dios. Esta

lectura nos ha preparado para comprender mejor el evangelio.

Es indudable que, al ver la forma de vivir de personas entregadas, generosas, desinteresadas, muchas

veces nos sentimos incómodos.

Jesús, con sus palabras y con su vida, era una constante acusación para los detentadores del poder, del

tener y del saber... y para los que aspiraban a ello. Por eso, en lugar de cambiar de actitud, trataron de

eliminarlo y acabaron consiguiéndolo. Todos los que ponen a prueba la paciencia y la bondad de los

justos, en definitiva tientan a Dios.

Los primeros cristianos trataban de vivir el seguimiento de Jesús. Y, a pesar de que se les desconocía, se

les condenaba. Nuestro mundo sigue persiguiendo a los verdaderos discípulos de Jesús. Pero Dios sigue

protegiendo a los que se esfuerzan por seguir el camino de la cruz de su Hijo. En las incomprensiones y

en los rechazos, en la amarga experiencia de verse marginados por querer vivir la fe, encuentran que el

Señor les sigue ayudando.

Es evidente que no todas las persecuciones a los cristianos pueden ser incluidas aquí; porque puede haber

–hay- ‘acusados’ por razones muy distintas a las evangélicas.

SABIO ES EL QUE VIVE EN EL AMOR

“Hermanos: Donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda clase de males. La sabiduría que viene de arriba, ante todo es pura y, además, es amante de la

paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz; y su fruto es la justicia. ¿De dónde salen las luchas y los conflictos entre vosotros? ¿No es acaso de los

deseos de placer que combaten en vuestro cuerpo? Codiciáis lo que no podéis tener; y acabáis asesinando. Ambicionáis algo y no podéis alcanzarlo; así que lucháis y peleáis. No lo alcanzáis, porque no lo pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para derrocharlo en placeres.”

(Sant 3, 16-4, 3)

Dios es la Sabiduría; el Único que conoce, en toda su extensión y grandiosidad, la Realidad. Alcanzar la

sabiduría fue siempre un ardiente deseo del hombre bíblico y debe serlo de los cristianos. Pero un anhelo

oscurecido desde el principio por la tentación de la falsa sabiduría, encarnada en la búsqueda insaciable

de bienes materiales a causa de la codicia que nos roe por dentro.

En la segunda lectura, Santiago nos habla de la sabiduría que viene de arriba y de la falsa, que origina

las luchas y los conflictos entre los humanos, incluidos los cristianos. Ambas se oponen por su origen

–Dios o el pecado-, sus atributos y sus frutos.

292

Nos señala siete cualidades de la verdadera sabiduría: es pura –carente de todo error-, amante de la

paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Nos recuerdan el

himno al amor cristiano de san Pablo (1 Cor 13, 1-13).

Esta sabiduría es eminentemente práctica, puesto que lleva a vivir todas las virtudes cristianas,

sintetizadas en el amor. Dan como fruto unas relaciones interpersonales auténticas.

También Santiago, consciente del peligro que entraña, nos señala a continuación los efectos de la falsa

sabiduría, presente en toda sociedad humana y cristiana. Parece que escribe a comunidades que habían

interpretado abusivamente la enseñanza paulina sobre la sola fe. La ambición o el deseo de riquezas es la

raíz de todos los males. Santiago arremete contra ella en todo el capítulo cuarto y parte del quinto,

exponiendo las causas que motivan las discordias entre los cristianos. Por una parte está la envidia de los

pobres (4, 1-12), por otra, la avaricia desmedida de los negociantes (4, 13-17) y la injusticia de los ricos

(5, 1-6).

La verdadera sabiduría produce la paz y su fruto es la justicia. Pero esta paz es frecuentemente turbada

en las comunidades cristianas por las luchas y los conflictos. La causa de todos ellos son los deseos de

placer que combaten en vuestro cuerpo, en la parte inferior de nosotros mismos (v 1); y la comodidad

de la vida. Para satisfacer estos placeres se necesitan los bienes terrenos, que se desean y se buscan con

avaricia por todos los medios. Si esta codicia no se domina, provoca todo tipo de enfrentamientos (v 2).

Los bienes materiales pueden ser objeto de oración, con tal de que se pidan con buena intención y no nos

resulten nocivos. El no obtener lo que pedimos es porque pedimos para derrocharlo en placeres (v 3).

Da la impresión de que la vida cristiana de estas comunidades no era demasiado boyante...

293

DOMINGO VIGESIMOSEXTO ORDINARIO

JESÚS DE NAZARET NO ESTÁ LIMITADO A LA IGLESIA

NO PODEMOS MONOPOLIZAR A DIOS

Los cristianos no tenemos el monopolio de Dios ni de Jesús. No son propiedad privada nuestra ni de

nadie. El Espíritu no actúa únicamente en nosotros o a través nuestro. ¡Menos mal! Sólo podemos

sospechar que está en nosotros cuando somos capaces de descubrir su obra más allá de los estrechos

círculos de nuestro yo, de nuestro grupo, de nuestra Iglesia. El auténtico creyente es abierto, de amplias

ideas, universal; capaz de valorar todo lo que haya de verdadero en los demás.

El orgullo religioso –la seguridad de vivir dentro de la verdadera religión, que tanto se nos ha

machacado-, es muy peligroso. Nos encierra en un pensamiento rígido, nos transforma en jueces

implacables de los demás, nos hace fundamentalistas.

La Iglesia no puede pretender la exclusiva de Cristo, que es más que la Iglesia y desborda las fronteras de

ésta. La obra de Dios respeta, descubre y valora todo lo bueno que hay en la humanidad, porque todo ello

es fruto de su mismo Espíritu.

Todos sabemos por experiencia que esto de querer monopolizar a Dios y a Jesús es algo muy real y de

todos los días entre los cristianos.

La primera lectura y la primera parte del evangelio de hoy nos hablan del mal que provoca una

mentalidad sectaria, más preocupada por la expansión y el éxito del propio grupo que por la realidad.

Juan y Josué se creen propietarios del espíritu. Se comportan de forma intolerante, exclusivista, cerrada a

su grupo y clan.

Jesús pone la prioridad en el servicio, que es amor. Todo el que ayuda a otros a promocionarse, a crecer

como personas, está a favor suyo.

La envidia acecha siempre a la comunidad de Jesús, a la gente que realiza tareas apostólicas, como

acechaba al pueblo hebreo en el desierto. La envidia espiritual es muy sutil. El deseo de dominar

espiritualmente a los otros es una terrible amenaza para la vida del espíritu. ¡Cuántas iniciativas han

fracasado a causa de esto!

Los que no hacen nada necesitan criticar a los que hacen. Es la ley de la compensación de los frustrados:

se sienten realizados destruyendo lo que no fueron capaces de construir; les parece que crecen ellos en la

medida en que rebajan a los demás.

El sectarismo, el exclusivismo, se caracterizan por la mezquindad, la intolerancia, la agresividad... que

son la denegación del espíritu.

No se trata de acoger al otro entre los nuestros, sino de aceptarlo en su diversidad, en sus valores; aunque

exprese ideas distintas a las nuestras, haga opciones que no entren en nuestros esquemas.

“NO SE LO IMPIDÁIS”

“Dijo Juan a Jesús: -Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo

hemos querido impedir, porque no es de los nuestros. Jesús respondió: -No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede

luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros esta a favor nuestro.

294

El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no quedará sin recompensa. Al que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más de vale entrar manco en la Vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga.

Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la Vida que ser echado con los dos pies al abismo.

Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.”

(Mc 9, 37-42. 44. 46-47)

El texto evangélico consta de dos partes. En la primera, Jesús, después de haber explicado a los suyos

que deben buscar la verdadera grandeza –domingo pasado-, hoy nos enseña que Dios reparte su Espíritu

de forma imprevisible, sin fronteras. Para ello se vale del hecho de que un desconocido expulsa demonios

en su nombre y con buenos resultados. No deben impedírselo, pues nadie puede hacer estas cosas y estar

en su contra o de su gente. Las obras avalan siempre a su autor. Con ello, Jesús afirma que el Espíritu

puede actuar fuera del círculo de sus discípulos.

Este suceso no es impensable en tiempos de Jesús, pues sabemos de la existencia por aquellos tiempos de

exorcistas judíos que empleaban ciertas oraciones y prácticas mágicas para expulsar demonios –curar

enfermedades-.

Juan personifica la actitud natural del ser humano preocupado exclusivamente por reclutar adeptos para

el propio grupo y que, por ello, no tiene en consideración a los que quedan al margen o no quieren

enrolarse. Consideran su posición al lado de Jesús como un privilegio que los coloca por encima de los

demás. Quieren dominar, no servir. La envidia muchas veces se enmascara bajo la bandera de pretender

defender la ortodoxia. ¡Cuántas condenas no son más que la demostración de nuestra propia incapacidad!,

el camuflaje de nuestros fallos y de nuestra pereza.

No es de los nuestros. El orgullo de los discípulos se expresa en la pretensión de tener, en cuanto grupo,

el monopolio absoluto de Jesús. Grave peligro de todo grupo: juzgar a una persona o una actuación según

sea o no del grupo, sentir la necesidad de afirmar el propio grupo por oposición, distinción o separación

de los demás. Y siempre: los nuestros son los buenos; los demás, los malos; las faltas de los nuestros son

justificables, las de los demás son de una extraña malicia; las cosas buenas de los demás tampoco son tan

buenas y llegan a negarse... Nos cuesta aceptar que las organizaciones de ‘los otros’ prosperen.

No se lo impidáis. Jesús les llama -y nos llama- a la sinceridad, a darnos cuenta que él es más que

nuestras interesadas pretensiones, a aprender a vivir respetuosamente con todas las opciones, alentando y

apoyando todo lo que en ellas haya de bueno.

Y les invita a reflexionar el porqué: si alguien hace el bien en su nombre, únicamente puede hacerlo por

la fuerza del Espíritu, nunca por una fórmula mágica que funcione automáticamente. Por lo que es

absurdo suponer que pueda después hablar mal de él. De otra forma el Espíritu actuaría contra sí mismo.

Lo importante es lo que se haga y se viva, se realice consciente o inconscientemente, en nombre de Jesús.

El que os dé a beber un vaso de agua... no quedará sin recompensa. El final de esta primera parte del

evangelio de hoy nos habla de recompensa. Pero no como algo que podamos reivindicar como un

derecho, sino como un fruto de la benevolencia de Dios. Toda obra buena será recompensada con creces.

295

ESCANDALIZAR A LOS PEQUEÑUELOS

La segunda parte del evangelio nos habla del escándalo a los pequeños. Nos enseña que, aunque hemos

de ser magnánimos en nuestros juicios hacia los demás, debemos ser muy estrictos con nosotros mismos.

El que escandalice... Con éstas duras expresiones, Jesús quiere que entendamos que el reino es nuestro

valor absoluto, que no podemos entregarnos a él a medias. Jugar a la vida, es jugarlo todo. Ésta puede ser

la síntesis de esta segunda parte del evangelio.

¿Quiénes son estos ‘pequeñuelos’? Por lo visto anteriormente, podrían ser los niños. Pero las

bienaventuranzas van dirigidas a toda clase de pobres. Todos ellos han sido buscados y amados por

Jesús. Parece que, más que a personas de corta edad, Jesús se refiere a todos aquellos que tienen una fe

débil, incierta, y que pueden llegar a una fe madura y personal, según sea la vida de los cristianos que

tengan a su alrededor. El pueblo sencillo, dispuesto a oír y a crecer, es designado desde el principio con el

nombre colectivo de los ‘pequeños’.

En sentido amplio, y para adaptarlo a nuestra sociedad actual, pueden ser también ‘pequeños’ todos los

que, por las razones que sean, han recibido una presentación desfigurada del mensaje de Jesús; el mundo

del trabajo, que ha visto –y no es culpa suya- a la institución de la Iglesia como una fuerza al servicio de

los ricos, de los poderosos; buena parte de los jóvenes que han chocado con un cristianismo identificado

con una manera de vivir propia de épocas anteriores y que, por tanto, nada les puede decir a su vida de

hoy; incluso muchos científicos, muchos intelectuales, muchos líderes de movimientos políticos y

sindicales, pueden ser considerados ‘pequeños’ en la fe, porque tienen de ella una concepción deformada,

sin fuerza de convocación, sin compromiso social, agravado, en estos últimos, por el hecho de que otros

líderes de partidos que oprimen al pueblo desde siglos se presenten como cristianos, y proclamen a los

cuatro vientos que lo hacen como tales.

Muchas veces los responsables de esta deformación y alejamiento no son ellos, sino los cristianos que

hemos identificado a Dios, a Jesús de Nazaret, al Espíritu, con nuestra manera personal de pensar y de

vivir.

La mayor responsabilidad la tienen los ricos que, siendo los que menos derecho tienen a sentirse

identificados con el Crucificado, han conseguido –con el consentimiento de responsables de la jerarquía

eclesiástica en demasiadas ocasiones- presentarse como los ‘propietarios’ también del cristianismo.

¿No es todo esto un escándalo?

¿Quiénes no pueden ser considerados ‘pequeños’, qué no puede ser considerado como ‘escándalo’?

No son pequeños los individuos y grupos que se consideran a sí mismos como únicos creyentes y

pretenden imponerse a los demás. Más que seguir a Jesús, están atados a su propia mentalidad, a sus

propias costumbres, seguridades e inercias. En su boca, la defensa de la fe sólo es un chantaje para

imponer a todos su inmovilismo, su aburrimiento y sus intereses. Son modelo de cumplimiento externo,

de respeto a la autoridad que ellos representan. Irreprochables, inatacables, irreprensibles. No hay nada

que les ponga en crisis, que les haga dudar de sus ideas, que les remuerda con fuerza. Se dedican a la

conversión... de los demás. No saben decir: ‘no sé, no estoy seguro’... En tiempos de Jesús eran los

dirigentes religiosos los que engrosaban en gran medida las filas de estos prohombres. ¿Ahora?...

Cuando Jesús habla de escándalo no puede referirse al escándalo de éstos. Por una razón muy sencilla:

suelen escandalizarse precisamente cuando alguien les anuncia el Evangelio sin rebajas.

296

Ante estos individuos y grupos, el escándalo se convierte en un deber.

Si tu mano... Y si tu pie... Y si tu ojo... Jesús nos habla a continuación de otro tipo de escándalo: el que

nace dentro de nosotros mismos. Cada ser humano es escándalo para sí mismo. Todo lo que sea una

atadura para seguir a Jesús debe ser extirpado sin contemplaciones. Muchas veces el no seguirle no es por

falta de ganas, sino por falta de libertad. Nos atan demasiadas cosas. Y Jesús nos recuerda que es preciso

ser exigente y radical para conseguir esa libertad necesaria para seguirle.

Evidentemente, no se trata de cortarnos las manos o los pies, o de sacarnos los ojos. Se trata de nuestra

adhesión a Jesús, de la necesidad de seguirle de cerca, aunque para ello tengamos que asumir decisiones

muy dolorosas, aunque seguirle nos lleve a ‘perder la vida’ en el empeño.

ELECCIÓN DE LOS SETENTA ANCIANOS

“En aquellos días el Señor bajó en la nube, habló con Moisés y, apartando algo del espíritu que poseía, se lo pasó a los setenta ancianos; al posarse sobre ellos el espíritu se pusieron enseguida a profetizar.

Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad, aunque estaban en la lista no habían acudido a la tienda, pero el espíritu se posó sobre ellos y se pusieron a profetizar en el campamento.

Un muchacho corrió a contárselo a Moisés: -Eldad y Medad están profetizando en el campamento. Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino: -Moisés, señor mío, prohíbeselo. Moisés le respondió : -¿Estás celoso de mí ? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera

el espíritu del Señor!” (Núm 11, 25-29)

El episodio de la primera lectura es muy importante por su trascendencia en la historia de Israel y porque

está relatado en un libro que defiende rígidamente la institución contra toda iniciativa externa a ella (Núm

12, 1-10, como ejemplo). Una mentalidad exclusivista que sigue presente entre nosotros en el momento

en que alguien trata de colaborar con ideas algo distintas de las habituales.

Moisés se queja al Señor de que él solo no puede hacer frente al pueblo que se queja y murmura,

añorando las cebollas de Egipto. El Señor le manda que elija a setenta ancianos, sobre los que hará

descender su espíritu; es decir, la fuerza divina que capacita para guiar al pueblo de acuerdo con la

voluntad de Dios, y le ayuden en su difícil tarea.

Moisés salió de la tienda en la que solía tener las comunicaciones con Yahvé y reunió a los ancianos.

Yahvé, para investirles de una misión divina ante el pueblo, descendió en forma de nube sobre ellos,

comunicándoles el espíritu del propio Moisés, y enseguida todos empezaron a profetizar.

Los celos que despierta en algunos, y las palabras de Josué, ante el hecho de que dos ancianos, que no

estaban en la tienda, también profeticen, motivan las palabras centrales de la lectura: el deseo de Moisés

de que todo el pueblo pueda poseer el espíritu de Dios y profetizar.

El texto afirma que nadie es propietario de los carismas que el Espíritu distribuye. Un Espíritu que para

nada compromete la verdadera autoridad, fundada en el servicio.

Esta institución de los setenta ancianos jugó un papel muy importante en la vida social, política y

religiosa de Israel durante todas las épocas de su historia. Está siempre revestida de gran nobleza y

dignidad, al descentralizar y perpetuar el espíritu y el poder de Moisés.

297

LA RADICAL INJUSTICIA SOCIAL CLAMA AL CIELO

“Ahora, vosotros, los ricos, llorad y lamentaos por las desgracias que os han tocado. Vuestra riqueza está corrompida y vuestros vestidos están apolillados. Vuestro oro y vuestra plata están herrumbrados, y esa herrumbre será un testimonio contra vosotros y devorará vuestra carne como el fuego. ¡Habéis amontonado riqueza, precisamente ahora, en el tiempo final! El jornal defraudado a los obreros que han cosechado vuestros campos está clamando contra vosotros; y los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en este mundo con lujo y entregados al placer. Os habéis cebado para el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste.”

(Sant 5, 1-6)

El último fragmento que leemos de la carta de Santiago es una durísima diatriba contra los ricos, contra

los acaparadores de bienes terrenos. Resuenan en ella todos los reproches que los profetas y los sabios de

Israel y el mismo Jesús habían hecho con frecuencia a los ricos de este mundo. Parece que el autor se

dirige a cristianos ricos convertidos del judaísmo, explotadores de los pobres, que ya entonces existían en

las comunidades cristianas. Entre otros desmanes, defraudaban a los pobres reteniendo su salario, que

debían pagar todas las tardes. Un día sin salario era un día sin pan, un día de hambre. Los ricos, avaros e

injustos, en lugar de alegrarse y de gozar, deberían lamentarse por el juicio que les espera.

El evangelio no es neutral. La radical injusticia social, entre personas y entre naciones, no se clarifica con

palabras diplomáticas, sino con palabras llenas de coraje, inoportunas, incluso hirientes, acompañadas de

ejemplos y gestos proféticos.

El gran error que cometen los ricos es preocuparse de aquello que no tiene consistencia y que originan

grandes sufrimientos en la mayoría de los semejantes: amontonar riquezas y llevar una vida de lujos y

placeres, cosas destinadas a desaparecer. Unas riquezas que les hacen insensibles a los gritos de los

trabajadores, que sí han llegado hasta el oído del Señor.

Pero la acusación de Santiago contra ellos va mucho más allá, porque sus riquezas las han conseguido a

costa de la opresión y la explotación de los pobres, a los que incluso llevan a juicio comprando a los

jueces. Opresión de los pobres que es condenada con las más duras palabras y es puesta al mismo nivel

que el asesinato.

Los banquetes y la ociosidad los han engordado como si se tratase de animales destinados al matadero.

Viven como estúpido ganado que se engorda para el día de la matanza –juicio final-. Puede ser esta la

comparación más terrible sobre el futuro de estos desdichados.

Termina el texto: Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste. Condenan y matan al pobre

indefenso, que no puede oponer resistencia por los abusos de los jueces o por carecer de leyes que

promuevan el bien común. Cuando se escribe esta carta, al igual que en tiempos de los profetas, los

regalos que hacían a los jueces decidían frecuentemente las sentencias.

El ‘justo’, del que habla el texto, no es Jesucristo, sino los cristianos pobres y oprimidos; los pobres que,

perseguidos y calumniados por estos ricos, confían en Dios, que no les abandonará.

La actitud de los ricos –personas y naciones- no ha cambiado. Las riquezas siguen amontonándose, ahora

más que nunca, en unos pocos a costa de los pobres del tercero y cuarto mundo. Porque, ¿qué decir hoy

de la explotación satánica, a escala mundial, de los países ricos –llamados ‘democráticos’- sobre los

países pobres? ¿Qué medios eficaces tienen los países y las personas pobres para defenderse de los

298

múltiples atropellos que padecen? Mientras tanto, los medios de manipulación de masas, al servicio de

sus amos –los poderosos-, intentando lavarnos el cerebro constantemente con las excelencias de sus

democracias.

¿Habrá alguna riqueza justa? Si lo que poseemos impide que otros tengan lo necesario para una vida

humana digna –a escala individual y de naciones-, eso que tenemos está clamando en contra nuestra.

299

DOMINGO VIGÉSIMO SÉPTIMO ORDINARIO

EL MATRIMONIO Y LOS NIÑOS

EL MATRIMONIO CRISTIANO

“Se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba: -¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer? Él les replicó: -¿Qué os ha mandado Moisés? Contestaron: -Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio. Jesús les dijo: -Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la

creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.

En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: -Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la

primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio. Le presentaron unos niños para que los tocara, pero los discípulos les

regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: -Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como

ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.

Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.” (Mc 10, 2-16)

El matrimonio cristiano y la acogida que hay que dar a los niños, forman la lectura evangélica de hoy.

El tema del divorcio sigue de actualidad entre nosotros. Parece que cada día es mayor el porcentaje de

separaciones. Es verdad que cada ser humano tiene derecho a tomar las decisiones que crea más de

acuerdo con su conciencia y según su situación concreta. Pero la primera lectura y el evangelio de hoy no

tratan de eso, sino de buscar el fundamento religioso a la unión matrimonial, de comprender todo lo que

Jesús nos quiere decir en el texto.

Jesús nos presenta su ideal matrimonial como el único que realiza verdaderamente el proyecto de Dios

sobre los seres humanos. Ideal difícil, como todos los ideales que nos ha presentado: el amor a los

enemigos, perdonar siempre todo y a todos, venderlo todo y darlo a los pobres, dar la vida... Pero todos

sabemos –intuimos- que la sociedad que realizase todos estos ideales sería, de verdad, la sociedad de

Dios: el mejor mundo para la humanidad. Si esto es así, ¿cómo no seguir anunciando estos ideales y

trabajando por realizarlos? El mejor modo que tiene una pareja para hacer realidad esta utopía

matrimonial es, además de educarse en el verdadero amor, planificar seriamente el noviazgo. Jesús, que

vivió en sí mismo el amor hasta la muerte, no podía responder de otro modo: hay que amar siempre,

crecer continuamente en el amor.

Son los esposos cristianos quienes tienen que anunciar al mundo, con su modo de vivir el matrimonio,

que el pensamiento de Jesús es el camino de la verdadera realización humana.

Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una

sola carne. Es la meta irrenunciable del plan de Dios. Ideal extraordinario que a todos los matrimonios

les gustaría ver realizado en sus vidas. Pero, ¿qué ha pasado? Simplemente que los seres humanos

estamos heridos por el pecado.

300

La dureza de corazón, la insensibilidad, el egoísmo, el ambiente... incapacitan a la persona humana para

entender la felicidad que contiene y vivir las exigencias de este proyecto divino. El mismo Moisés, dice

Jesús, ha tenido que rendirse y ha hecho concesiones ante esta ‘enfermedad’

Cuando los humanos, incapaces de insertarnos plenamente en el plan de Dios, oponemos nuestro propio

mezquino contra-proyecto, afloran los egoísmos, las excepciones, las opciones fáciles. Y el otro, en vez

de sujeto, se convierte en juguete, en objeto, en instrumento del propio placer y del propio interés; en algo

a disposición de los propios instintos. De esta forma, el camino queda libre para recurrir a todas las

innumerables escapatorias ofrecidas por las leyes.

En este contexto hemos de entender la primera parte del evangelio de hoy, que proclama la

indisolubilidad del matrimonio, como querida por Dios, y el divorcio, como tolerado por Moisés por la

terquedad del corazón humano.

Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. Jesús no se detiene en problemas de leyes. Anuncia

la posibilidad de una unión de amor entre hombre y mujer fecunda y para siempre. Nos ofrece el ideal de

una realidad a construir. Nos traza el camino de la felicidad humana y nos revela que las relaciones

conyugal y familiar son una fuente inagotable de creación y de gozo.

El verdadero sentido de la indisolubilidad no es prohibir una separación; su valor es plenamente positivo:

los esposos nunca acabarán de conocerse y de amarse. Conocimiento y amor que son como la base de la

creación de una persona, de una pareja, de una familia, de una obra. Y una persona es inagotable, tiene

siempre más porvenir que presente o pasado, y podrá desplegarse eternamente sin agotar sus recursos.

La unión del hombre y de la mujer expresa la meta de la plenitud humana, imagen y semejanza de la

Trinidad de Dios, Comunidad de Amor. Si la unión es un proyecto de Dios, contraponerle la separación

es ir en contra del propio ser humano.

El eterno e indisoluble amor matrimonial es un aspecto más del mandamiento nuevo: amar a Dios con

todas las fuerzas, y al prójimo como a uno mismo, con el amor de Jesús. Para entender todo esto quizá sea

necesario aceptar el reino de Dios como un niño, segunda parte del evangelio de hoy.

JESÚS Y LOS NIÑOS

Es la segunda vez que aparece Jesús con los niños en los sinópticos. Eran tiempos en que los niños

formaban otro de los grupos marginados de la sociedad. Los fariseos añadían a las razones lógicas para

excluirlos del círculo de los adultos, la de su ignorancia de la ley y, por tanto, su incapacidad para

practicarla. Con esta escena, Jesús rompe otro molde, otra barrera social opresora.

Dejad que los niños se acerquen a mí. Con sus palabras, Jesús nos revela la ternura que siente por los

niños, su aprecio por ellos, frente a la mentalidad judía. Los llama junto a sí; los aprecia y estima sin

idealizar su inocencia infantil, pues también conoce sus limitaciones.

De los que son como ellos es el reino de Dios. Es como una nueva bienaventuranza: Dichosos los que

son como los niños, porque de ellos es el reino de los cielos.

¿En qué se puede considerar modelo al niño? No se trata de volver atrás, como entendió Nicodemo (Jn 3,

4), sino de caminar hacia adelante hasta... convertirse en niño. La infancia a que se refiere Jesús es lo

opuesto al infantilismo. El niño es un símil. Se trata de recuperar los valores fundamentales de la infancia.

Nos convertimos en viejos no cuando se nos cae el pelo o nos salen canas o perdemos la memoria... sino

301

cuando perdemos la capacidad de maravillarnos, cuando empezamos a ‘estar de vuelta’. Los niños

conservan la capacidad de maravillarse, nunca dan nada por perdido.

Los niños representan la más clara actitud anti-farisaica: no tienen posiciones que mantener, ni prestigio

ni privilegios que defender. Al igual que los pobres, están disponibles a los cambios que el reino reclame.

No se han acostumbrado todavía a la vida, no han hecho ‘callo’ en ellos las tradiciones y costumbres.

Poseen algo fundamental que los distingue de los adultos: están dispuestos a recibir lo que se les da; y el

reino es un don, no conquista personal: primero se recibe, después se entra en él. El que se cree justo, el

que invoca sus propios méritos, queda excluido. Los niños se dejan guiar, tienen el don de vivir en el

momento presente. Poseen la sencillez de la mirada y del corazón; al llegar lo nuevo, lo miran, se acercan

y lo aceptan. Entienden mejor a Dios que los adultos, porque Dios se revela a los sencillos y se oculta a

los sabios y entendidos (Mt 11, 25; Lc 10, 21).

Es penoso comprobar cómo los niños, al crecer, se van haciendo autosuficientes, creen que lo saben todo,

no se fían de los demás... y comienzan a destruirse, a parecerse a la mayoría de los adultos.

Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos. Marcos, único evangelista que señaló el

enfado de Jesús con sus discípulos, hace ahora lo mismo con su gesto de ternura expresado en el abrazo

final.

IMPOSIBILIDAD DE SER FELICES SOLOS

“El Señor Dios se dijo: -No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le

ayude. Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las bestias del campo y todos

los pájaros del cielo, y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera.

Así el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no se encontraba ninguno como él, que le ayudase.

Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne.

Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre, haciendo una mujer, y se la presentó al hombre.

Y el hombre dijo: -¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será Mujer, porque ha salido del hombre. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y

serán los dos una sola carne.” (Gén 2, 18-24)

No puede existir verdadera felicidad cuando se está solo en la felicidad. Encontramos la propia felicidad

únicamente en la relación con los demás y con Dios. El dominio de la naturaleza, la conquista científica,

la creación literaria, el consumismo, el placer... no colman el vacío humano.

El hombre puso nombre a todos los animales... Poner nombre era símbolo de dominio, de

participación en el poder creador de Dios. Todo lo creado ha sido puesto a nuestra disposición para que lo

mejoremos, lo desarrollemos. Pero solamente alguien como nosotros será capaz de darnos verdadera

ayuda y compañía.

La narración poética de los orígenes del matrimonio nos dice que Dios está preocupado por la soledad

del hombre, al que ha ofrecido todas las maravillas de su jardín del Edén. Pero algo falla: Dios sabe que el

hombre solo, sin compañía ni ayuda, no puede vivir de verdad como ser humano.

302

Esta narración de la creación de la mujer se desarrolla en un mundo esencialmente masculino, lejos de la

igualdad de los dos miembros de la pareja presentado anteriormente (Gén 1, 27-28). El hombre ha tenido

tiempo de poner nombre a los animales... antes de descubrir en la mujer la ‘ayuda’ que anda buscando.

El hombre no puede ser feliz porque necesita una ayuda que le complete y con la que pueda comunicarse.

El autor del texto destaca la misteriosa y oculta atracción del hombre hacia la mujer, sin la cual está

inquieto y no puede ser feliz. Esta mutua atracción de los sexos buscando la unión plena es un hecho que

el hombre de la Biblia ve y constata, y su reflexión teológica le conduce a pensar que si el hombre y la

mujer tienden a ser una sola cosa es porque al principio eran una sola cosa.

La complementariedad entre dos seres, su comunión profunda, la celebra el hombre con una exclamación

que representan sus primeras palabras en las Escrituras y el primer canto de amor de la humanidad: ¡Ésta

sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Por fin, ha encontrado la ayuda que necesitaba.

Reconoce en la mujer a su igual. Ya tiene con quien dialogar. Ahora se siente un ser completo.

La unión no estará, como en los animales, en el don de los cuerpos, en el simple acoplamiento, sino en la

entrega mutua de toda la persona.

LA PASIÓN DE JESÚS NO TIENE SENTIDO EN SÍ MISMA

“Hermanos: Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte.

Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos. Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una

multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimiento al guía de su salvación.

El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos.”

(Heb 2, 9-11)

Como segunda lectura comenzamos a leer la carta a los Hebreos. Lo haremos durante siete domingos

seguidos.

El mensaje central es el sacerdocio de Cristo. El Hijo eterno de Dios realiza su misión salvadora a través

de su vida y, sobre todo, de su muerte, resurrección, ascensión e intercesión. Por la entrega de su vida a

favor de la humanidad, ha sido constituido sacerdote, mediador de la nueva alianza, fuente de salvación

eterna para todos los seres humanos.

Destaca la contraposición entre el nuevo culto y el antiguo, al que califica de inútil e ineficaz, de falso

intento por salvar al hombre, ya que sólo por la sangre de Cristo –nunca de los animales sacrificados en el

templo- puede la persona humana purificar su corazón y vivir en comunión con Dios.

No era fácil atribuir a Cristo el sacerdocio, porque no pertenecía a la tribu de Leví sino a la de Judá y no

había realizado ninguna actividad cultual en el templo, y que se había enfrentado a los sacerdotes oficiales

y había muerto crucificado como un maldito, acusado y condenado también por los sacerdotes. Si se

atreve a ello el autor es porque encuentra fundamentos suficientes en las Escrituras y en el mensaje

cristiano a causa de su muerte y resurrección.

Por medio del sufrimiento, Jesús ha conseguido su plenitud y perfección, y gracias a él podemos nosotros

llegar a nuestra plenitud, adhiriéndonos a su camino de amor.

La Pasión de Jesús no fue un fin en sí misma. Dios nos creó libres a su imagen y semejanza; por tanto,

inmortales por el espíritu. El pecado causó la muerte de este espíritu y el mal se adueñó de la humanidad.

303

Recuperar la imagen de Dios requería derrotar ese pecado que se había adueñado de todo: estructuras y

personas.

Jesús vino como ‘Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’ (Jn 1, 29). Su enfrentamiento con

este empecatado mundo fue la causa de su pasión y muerte. Por su fidelidad a la voluntad del Padre,

triunfó y obtuvo el fruto de la resurrección y, con ella, recuperó para todos la imagen de Dios que éramos

desde el principio. Con esta victoria, imposible a las solas fuerzas humanas, Jesús ha hecho realidad el

plan de Dios sobre la creación: la vida plena y para siempre. Una victoria que se alcanza después de la

muerte.

Cristo glorioso (v 9), ofreciendo al Padre a la humanidad redimida, es la realidad que presenta esta carta,

siguiendo los balbuceos de las profecías del antiguo Testamento. Obra iniciada por Dios –primer

principio y último fin de todas las cosas-, para quien y por quien existe todo (v 10), llevada a plenitud

por Cristo para llevar a una multitud de hijos a la gloria (v 10). Una plenitud que pudo ser posible por

su condición de Dios y hombre a la vez. Sólo siendo hombre como nosotros pudo ser solidario con la

humanidad y ser sacerdote para representar al pueblo delante de Dios. Y sólo siendo Dios pudo vivir en

plenitud, a pesar de todas las dificultades y sufrimientos que tuvo que padecer. Es la misma idea

fundamental expresada en la carta a los Filipenses (2, 6-11).

Al que Dios había hecho poco inferior a los ángeles (v 9). La carta había mostrado antes la

superioridad de Cristo sobre los ángeles (Heb 1, 5-12). ¿Contradicción? No. La situación de Cristo

durante su vida terrena, sujeta a las leyes naturales, suponía una atadura que no existía en aquellos...

Subraya la solidaridad que existe entre Jesús y todos los seres humanos: El santificador y los

santificados proceden del mismo (v 11). Manifestado en el hecho de compartir en todo nuestra

naturaleza humana, excepto en el pecado (Heb 4, 15).

304

DOMINGO VIGÉSIMO OCTAVO ORDINARIO

DIOS Y LAS RIQUEZAS SON INCOMPATIBLES

VENDE LO QUE TIENES

“Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó:

-Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: -¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás,

no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre. Él replicó: -Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: -Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así

tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme. A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: -¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios! Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: -Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su

confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico en el Reino de Dios

Ellos se espantaron y comentaban: -Entonces, ¿quién puede salvarse? Jesús se les quedó mirando y les dijo: -Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo. Pedro se puso a decirle: -Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús dijo: -Os aseguro, que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o

hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en la edad futura vida eterna.”

(Mc 10, 17-30)

¿Podemos hacer algo para alcanzar la felicidad; ese valor que todos queremos poseer en plenitud?

Las causas que originan la infelicidad podemos reducirlas a una: los apegos; esas tendencias a poseer

personas o cosas determinadas, creyendo que sin esas cosas o personas no es posible ser feliz. De esta

forma, hemos montado la vida sobre el tener, el poder y el placer. Pero es evidente que así no estamos

logrando esa felicidad que tanto añoramos.

Las lecturas de hoy nos indican que Dios tiene otra opinión; que las riquezas son un ídolo que no puede

darnos esa felicidad que buscamos y al que estamos sacrificando lamentablemente nuestras vidas.

El evangelio nos narra el encuentro y el diálogo de Jesús con uno, la enseñanza a los discípulos sobre el

peligro de las riquezas y el comentario de Pedro, sobre que ellos lo han dejado todo, seguido de la

promesa de recompensa.

Plantear el tema del dinero es tocar fuego, hacerse impopular, crearse muchos enemigos. ¿Qué se hace

sin dinero? ¿Quién tiene como ideal vivir como pobre? ¿Tiene alguna vigencia este evangelio, que nos

propone el seguimiento de Jesús y que es tan opuesto a la mentalidad moderna occidental?

El tema de fondo del texto es la verdadera vida, la conquista de la plena comunión con Dios para

siempre. Así lo indica la pregunta inicial del protagonista y la respuesta de Jesús a Pedro.

305

¿Qué haré para heredar la vida eterna? Pretende ‘comprar’ la vida eterna, cuando el único camino es

‘vender’. Piensa que se puede combinar la posesión de bienes con el cumplimiento de los mandamientos

divinos. En su enumeración de los mandamientos, Jesús le recuerda algunos de los relativos a sus

relaciones con el prójimo. Parece que nos quiere indicar que lo que importa es hacer el bien al prójimo si

queremos alcanzar la vida eterna. Es el comportamiento con el prójimo el que determina la verdad de la

relación con Dios. Es importante añadir que Jesús, con su respuesta, le muestra indirectamente que para

obtener la vida eterna o salvación final no se requiere la fe en él. Los mandamientos que le propone

formulan la más elemental honradez según el concepto de toda cultura o filosofía humanas. La ética salva

al hombre. Así se manifestará en la parábola del juicio final (Mt 25, 31-46). Pero el cristianismo es mucho

más que eso.

Siempre había cumplido los mandamientos. Jesús no encuentra nada que corregir a esta afirmación: se

trata de un joven que observa la ley de una forma irreprensible. ¿Cuántos podrán decir lo mismo? Pero

Jesús establece nuevas reglas, abre un nuevo camino: el ser humano sólo tiene o posee cuando da; uno

que se da a sí mismo, es sí mismo; uno que da todo, es todo. Es el camino mesiánico que trae Jesús:

vaciarse de lo vacío, para llenarnos de plenitud.

Vende lo que tienes... Dejarlo todo significa entender, ¡por fin!, que la única vida verdadera es vivir

según Dios, amando como él ama. Es comprender que donde se juega el todo de nuestra vida es en

nuestra opción más profunda, aquella que dirige realmente nuestras decisiones.

Jesús no nos facilita las cosas. Nos propone que dejemos todo y que emprendamos un camino incierto en

su seguimiento.

La riqueza, del tipo que sea, se convierte en un mal cuando cierra nuestro corazón al amor universal, y

cuando impide a la conciencia pensar de una manera nueva, creativa, la propia vida.

A través de este texto, podemos descubrir que podemos adorar las riquezas cumpliendo los

mandamientos.

Con su respuesta, Jesús nos dice que si queremos ser personas en plenitud y tener vida abundante,

tenemos que abandonar todo aquello en que nos apoyamos y que convierte nuestras vidas en rutina. Pero

ya ahora y aquí, porque ahora y aquí nuestro tesoro son nuestras posesiones; que no nos hacen felices,

porque vivimos absorbidos por ellas.

Es posible que también a nosotros, como al protagonista del evangelio, nos falte una cosa, pero decisiva:

interpretar de una manera nueva nuestra vida

Los ricos, y todos tenemos mucho de ellos, caminan en dirección equivocada: aumentar las posesiones;

mejorar la situación en que viven.

Una existencia liberada de todas las esclavitudes es la propuesta de vida que nos hace Jesús. Con

riquezas adheridas a nuestro corazón es imposible seguir a Jesús, entrar en el reino de Dios.

Y se marchó pesaroso... Le parece excesivo el precio que tiene que pagar para pertenecer a los

seguidores de Jesús. Esperaba de él otra cosa. La invitación de Jesús ha dejado al descubierto su

verdadera situación interior. Vive dividido entre su deseo de ser fiel a Dios y su amor a los bienes.

Por conservar la propia fortuna, ha perdido la gran ocasión de su vida. No es que haya dejado de cumplir

algún mandamiento de la lista. Pero le sobra algo, lleva consigo una carga que le impide seguir a Jesús,

que lo esclaviza: tiene demasiado dinero, es rico. Ha comprendido mejor que la mayoría de los cristianos

306

las exigencias del seguimiento. Se ha ido abatido y triste, porque ha medido hasta el fondo lo que Jesús

pretende de quienes quieran seguirle.

La felicidad, la alegría, se halla –según el Evangelio- no en el tener sino en el ser. Más que una vida

‘rica’, Jesús nos propone una vida ‘llena’. Rompe la relación tradicional entre fidelidad a Dios y

prosperidad terrena. Derriba otro pilar de la religiosidad de entonces y de ahora: la riqueza no es signo de

la bendición de Dios.

Jesús quiso para él el mayor bien posible, esa vida nueva que estaba buscando. Pero, para ello debía

aceptar a Dios como único valor absoluto. Y comprendió que, para él, lo absoluto eran sus riquezas,

porque en ellas estaba su corazón.

Los bienes materiales, por sí mismos, no son buenos ni malos. Pero se hacen perniciosos cuando los

transformamos en el objetivo de la vida. La historia humana nos muestra cómo las riquezas endurecen los

corazones de las personas y de las naciones, haciéndolos insensibles al sufrimiento de la humanidad.

Esta vocación rechazada es menos peligrosa que otras vocaciones vividas a medias...

No se dice el nombre del rico. Así todos podremos identificarnos con él, entender como dirigidas a

nosotros las palabras de Jesús y, lo que es más importante, dar la respuesta positiva que él no ha sabido o

no ha querido dar. Porque Dios nos invita siempre a no contentarnos, a no acomodarnos; a ir más allá de

nuestros planes, de nuestros horizontes, de nuestros sueños...

DIOS LO PUEDE TODO

Las palabras de Jesús sobre el camello y la aguja atemorizan a los discípulos. Su espanto es lógico:

están todavía influidos por las ideas de entonces que unían rico a piadoso. Su pregunta viene a decir: Si ni

siquiera los ricos pueden salvarse –únicos que tenían medios y tiempo para cumplir aquella ley tan

complicada-, ¿quién lo logrará? Entienden que Jesús no habla de dificultad, sino de imposibilidad.

La sorpresa y la pregunta de los discípulos reflejan la preocupación por salvarse y la cuestión de sí es

posible llevar a la práctica las palabras de Jesús. Es una pregunta repetida constantemente ante las

radicales exigencias de Jesús: ¿Es posible vivir según el Evangelio, caminar el camino del reino? ¿Sus

exigencias no son una quimera? Ahí está la experiencia de tantos millones de cristianos que no saben ni

de qué va el mensaje de Jesús.

Quien ha comprendido el amor de Dios y ha optado por el seguimiento de Jesús no pregunta ya por la

renuncia que esto exige, porque cada donación que se le pide, le compensa. Por eso, en lugar de renunciar

a ser rico, habla de elegir ser pobre...

Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo. No trata de tranquilizarlos, como

hacemos nosotros cuando notamos que hemos asustado a alguien con nuestras palabras. De hecho, es

imposible salvarse. Sólo es posible ser salvado. Supone la doctrina de la gratuidad, el recurso a la oración:

la salvación es un ‘milagro’ de la gracia.

LOS QUE LE SIGAN NO QUEDARÁN DEFRAUDADOS

Al tema del peligro de las riquezas sigue ahora el de la pobreza apostólica.

Pedro quiere que Jesús concrete el porvenir que les espera a ellos, puesto que están cumpliendo las

condiciones puestas al rico. Si lo dejo todo, ¿qué es lo que tendré?, ¿dónde podré asirme?... Es el miedo

307

del discípulo que se imagina el seguimiento como un camino hacia la muerte, con un precio demasiado

elevado que pagar. La respuesta de Jesús es inesperada y profunda como es habitual en él.

Una respuesta doble: el céntuplo ahora y la vida eterna después. El que le siga encontrará en él todo lo

que ha dejado, pero vivido de una forma nueva. La totalidad ofrecida por Jesús lo incluye todo. Es una

experiencia que se puede ir teniendo a poco que nos comprometamos con él.

Jesús habla de lo que se ha dejado por mí y por el Evangelio. Lo que importa no es tanto lo que se deja

como el porqué se deja. Se deja todo para estar libres de impedimentos, como lo estaba él, para vivir

como hermanos a disposición unos de otros. Es desprendimiento al tener, nunca al ser. Jesús, al no tener

nada, lo es todo (Lc 9, 58; Mt 8, 20).

Es en el ámbito de la comunidad cristiana donde se puede manifestar el ciento por uno.

Marcos resalta que la recompensa irá unida a persecuciones. El estar con Jesús es siempre un gozo

amenazado. Si la sociedad humana vive unos valores contrarios a los que propone Jesús, es lógico que se

defienda atacando a los testigos molestos. Es lo más fácil. El otro camino es el casi imposible de la

conversión al amor. La verdadera ‘recompensa’ está aún por llegarles: la vida eterna, para después de la

muerte física.

LA SABIDURÍA, DA CONSISTENCIA A TODO LO DEMÁS

“Supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí un espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y en su comparación tuve en nada la riqueza. No le equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro a su lado es un poco de arena, y junto a ella la plata vale lo que el barro. La preferí a la salud y a la belleza, me propuse tenerla por luz porque su resplandor no tiene ocaso. Todos los bienes juntos me vinieron con ella, había en sus manos riquezas incontables.”

(Sab 7, 7-11)

Siendo consciente Salomón de no tener la sabiduría por nacimiento ni por dignidad real -¿quién las

tiene?-, puso en práctica el único medio que tenía para conseguirla: la oración.

El texto de esta primera lectura forma parte de la plegaria del joven rey para conseguirla. La consideraba

más estimable que todos los bienes y valores de la naturaleza y del hombre. La Escritura tratará de la

sabiduría de Salomón en más ocasiones (1 Re 3, 4-12; 5, 9-14; Sab 9, 1-18; Eclo 47, 12-17).

Yahvé se la concedió (v 7), como el mayor bien de la persona, porque Salomón la prefirió a todo lo

demás: frente a la cual el oro... es un poco de arena y... la plata vale lo que el barro (v 8-9), en

conformidad con la enseñanza constante de los sabios. La colocó por encima de la salud, de la belleza y

de la misma luz (v 10). Afirma que, con ella, le vinieron todos los demás bienes (v 11). La sabiduría, ese

conocimiento profundo de la realidad que lleva progresivamente a interpretar los acontecimientos y la

misma vida con la mirada de Dios; que va siempre unida a la prudencia, que trata de llevarla a la

práctica, y que el Hijo llevó a plenitud con sus enseñanzas y su modo de vivir.

308

La sabiduría no es ‘algo más’, que hay que añadir a una vida en la que el tener y el poder detentan

claramente la primacía; no es algo que se pueda conceder a aquellos que viajan cómodamente por la vida

sin preocuparse por los demás. Descubre la verdad sobre bienes y valores.

El autor nos enseña que el conocimiento del mundo y su conquista no pueden realizarse perfectamente

sin la cooperación de la sabiduría de Dios, único que puede revelar al ser humano su lugar en la creación

y darle las cualidades apropiadas para llevar a buen término su proyecto de conquista del mundo. Para

ello necesitará abrirse y estar disponible a esa ayuda.

Podemos identificar la búsqueda de la sabiduría con la búsqueda de Dios, con el modo de comprenderle y

de agradarle en todo. De esta forma la sabiduría se convierte en un valor intelectual y existencial, en una

determinada forma de vivir en relación con los demás y con Dios. El pueblo israelita, gracias a la

sabiduría del rey, encontrará beneficios que no había ni soñado.

Este don –regalo- de Dios es patrimonio de aquellos que, de verdad, la desean y la piden, y que, con ella,

reciben todos los demás bienes.

El sabio no desprecia los bienes de la naturaleza; sabe que son buenos y por eso los utiliza como medios.

Las palabras de Salomón nos invitan a todos a apreciar la sabiduría por encima de cualquiera otra

cualidad humana y como el bien más precioso. Porque es la sabiduría la que sabe dar a cada cosa su justo

valor. Y con su actitud nos enseña el camino para alcanzarla.

Tenemos pistas excelentes para saber si buscamos o vamos teniendo este espíritu de sabiduría, que es

espíritu de Dios: si estimamos en la vida práctica más a Dios que todo lo demás, si sólo le deseamos a él,

si colocamos en él todas nuestras esperanzas, si estamos contentos de dedicarle la vida en el servicio a los

hermanos...

EL IDEAL HUMANO ES PARTE DEL DIVINO

“La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón. Nada se oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de Aquel a quien hemos de rendir cuentas.”

(Heb 4, 12-13)

Únicamente la Palabra de Dios es portadora de esa sabiduría necesaria para vivir; una Palabra que

relativiza todo lo demás. Esta Palabra se encuentra en las Escrituras, que contienen el mensaje salvador de

Dios.

Una palabra viva y eficaz –no vuelve a Dios sin haber cumplido su misión-; creadora, por la que

debemos dejarnos inquietar, interpelar, a pesar de presentar el inconveniente de ser tajante, penetrante

hasta las intimidades del ser, que inquieta la cómoda seguridad de nuestras vidas burguesas. ¡Quién lo

diría oyendo nuestras predicaciones dominicales!

Exige respuesta. No podemos eludir nuestra responsabilidad de cristianos. Para ello tenemos que leer,

escuchar, meditar, rezar, dejarnos empapar por ella.

Esta Palabra se identifica con el mismo Dios. Por eso, comienza con la Palabra de Dios (v 12) y termina

hablando de Dios mismo (v 13).

La eficacia de la Palabra se manifiesta, en primer lugar, en quienes la proclaman, en los profetas, a los

que transforma, frecuentemente al precio de una lucha violenta y desigual.

309

Este poder de la Palabra en el profeta se verificó plenamente en Jesús, en el que la Palabra se identificó

con su mensaje y con su modo de vivir.

Lo que ha realizado en los profetas y en Jesús, puede hacerlo igualmente en nosotros, en cada cristiano,

ayudándonos a desentrañar nuestras intenciones y deseos más secretos e impulsándonos a tomar partido

por ella. En este sentido, la Palabra se convierte en juicio: juzga desde el exterior nuestra conducta como

cristianos, tal como lo haría una norma legislativa, pero con mayor profundidad al invitarnos a elegir

entre nuestros deseos de no complicarnos la vida y las exigencias de la Palabra. En este sentido es una

espada de doble filo –jamás una droga que adormece suavemente nuestras conciencias-, que nos obliga a

los más radicales desprendimientos.

Debemos tener el coraje de vivir abiertos, disponibles, al descubierto de ella. Permitirle que juzgue los

deseos e intenciones del corazón. Una palabra que nos marca el ideal humano, que es idéntico al divino

y que tenemos como impreso en lo más profundo de nuestros corazones.

A cada uno se nos pedirá cuentas de nuestra actitud de fe o de incredulidad a esta Palabra de Dios;

Palabra que –de acuerdo con los versículos iniciales de esta carta (Heb 1, 1-4)- se identifica con el mismo

Hijo, a través del cual Dios nos ha hablado de modo definitivo.

310

DOMINGO VIGÉSIMO NOVENO ORDINARIO

LAS PRETENSIONES DE LOS HERMANOS ZEBEDEOS

NO SABÉIS LO QUE PEDÍS

“Se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: -Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir. Les preguntó: -¿Qué queréis que haga por vosotros? Contestaron: –Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Jesús replicó: -No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de

bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? Contestaron: -Lo somos. Jesús les dijo: -El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con

que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mi concederlo; está ya reservado.

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: -Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y

que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.”

(Mc 10, 35-45)

La petición de Santiago y Juan viene inmediatamente después de haberles anunciado, ¡por tercera vez!,

su pasión, muerte y resurrección. ¡Y eran dos de sus tres discípulos íntimos! Una petición que nos

muestra con claridad que las palabras anteriores de Jesús no han sido asimiladas. Que el triunfo nazca de

un gran fracaso es algo que no estamos dispuestos a aceptar. Ni entonces, ni ahora, ni nunca.

Santiago y Juan eran dos discípulos entusiastas de Jesús, que se habían planteado el estar cerca de él en el

reino de Dios como una búsqueda de prestigio y de ventajas personales sobre los demás, como si se

tratara de gobernar a unos súbditos. Interpretaban el reino que anunciaba Jesús como la instauración de un

estado teocrático poderoso, que dominaría sobre todos los demás pueblos. Inconscientemente, están

conspirando contra el verdadero reino de Dios al distorsionar su significado. Además, están fomentando

la división entre los apóstoles, celosos y envidiosos como ellos.

La ambición de los dos hermanos es una llamada de atención para todos nosotros: podemos creer que

estamos cerca de Jesús y de su palabra y, sin embargo, estar muy lejos de su pensamiento y sentimientos.

Su petición es uno de los tropiezos más fáciles para los creyentes de todas las épocas, en especial para los

que ocupan los primeros puestos en la institución eclesiástica. ¿No lo atestigua la historia de la Iglesia?

No escamoteemos esta tentación. Tengámosla siempre presente como el gran peligro que debemos

superar, si de verdad queremos seguir a Jesús.

A los que le piden puestos preferentes de gloria y de vanidad humanas, Jesús les ofrece beber el cáliz,

que significa seguirle en su camino de lucha; en su bautismo de sangre. Es el anti-triunfalismo más

radical, como quedó patente en la muerte ignominiosa de Jesús y de tantos de sus verdaderos seguidores.

Los dos hermanos dicen que pueden beberlo, sin saber lo que contiene ese cáliz. Están dispuestos a todo

con tal de conseguir el poder. Palabras fáciles que decimos cuando en nuestras vidas no hay compromiso.

311

El cáliz... lo beberéis y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar... Les invita, y

en ellos a nosotros, a participar de su misión redentora. Y nos da a todos el sentido verdadero del

bautismo cristiano: seguimiento de Jesús hasta dar la vida; un bautismo que se rubrica con la muerte, final

de una vida ofrecida por el reino.

LA VERDADERA AUTORIDAD ES SERVICIO

La indignación de los otros diez se debe más a la envidia que al hecho de que hayan comprendido las

palabras de Jesús sobre su próxima muerte. Ellos también deseaban los primeros puestos, las influencias,

las vanidades. Esta indignación va a servir a Jesús para enseñarnos cómo debe ser ejercida la autoridad

entre los suyos, para instruirnos sobre el camino de la verdadera grandeza.

En todo ser humano duerme la bestia que ambiciona poder. Un poder que es el anti-amor. Los campos

humanos de la política, la economía, la cultura, la religión, el sexo... son invadidos y pervertidos por el

poder, generando el poder político, el poder económico, el poder cultural, el poder religioso, el poder

sexual... El poder llega a corromperlo todo.

Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Parece que Jesús,

viendo lo que ocurría en su tiempo, daba como hecho comprobado el que los jefes de los pueblos

tiranizaban a sus súbditos y que los grandes personajes oprimían a los demás.

Podríamos preguntarnos si, dos mil años después, las cosas han cambiado mucho. No nos fijemos sólo en

el poder político o en el sistema con que es gobernada una nación. Fijémonos, sobre todo, en el poder

económico que hoy es la forma de dominio más fuerte, inhumano y cruel.

Vosotros nada de eso... Era otro malentendido de los apóstoles, y de los cristianos. Miraban los

primeros puestos al estilo del mundo.

Jesús nos invita a todos a una nueva visión de la autoridad. El que quiera ser grande, sea vuestro

servidor... Nos presenta el proyecto de una comunidad sin poder. Lo que no significa una comunidad sin

autoridad. Una autoridad caracterizada por el servicio. Servicio que califica e indica quién tiene de verdad

autoridad en la Iglesia. Una autoridad que no está en ‘las alturas’.

A Marcos le repugna toda manifestación de ambición, de arribismo entre los cristianos. La búsqueda de

poder, las intrigas en las comunidades a causa de ello, especialmente cuando se sirven de Jesús como

tapadera del egoísmo, le indigna. Actuaciones que, ya en la iglesia primitiva, no eran fenómenos raros.

La autoridad debe concebirse como el lugar en donde se hace más clara y evidente la lógica de la cruz. El

máximo honor es para el que más ama, y el mayor amor lo manifiesta el que más sirve; hasta el máximo

servicio, el que realiza Jesús: morir para dar la vida a los hombres. Servir, que es responder a una

necesidad profundamente humana.

Y es que para vivir hay que morir, para ser hay que dejar, para amar hay que olvidarse de sí mismo... Es

la realización en la vida del proceso del grano de trigo (J 12, 24-25).

Lo que vale para el reino de Dios es lo contrario de lo que rige en el mundo: el que quiera ser de verdad

un ser humano debe despojarse del poder, el que quiera ser grande debe hacerse pequeño, el que quiera

ser el primero debe hacerse el último. El espíritu del reino es el servicio; su ley, la entrega a los demás; su

grandeza, la pequeñez.

312

Los seres humanos tendemos a revelarnos contra este espíritu de servicio, con lo que mostramos que aún

no nos hemos encontrado con nosotros mismos, que no hemos encontrado nuestra verdadera humanidad.

Para los judíos era un honor llamarse servidores de Dios –que es la mejor forma de no serlo de nadie-,

pero no de los hombres. Jesús estableció las relaciones entre los suyos en el amor que nada ambiciona

para sí y que no es competitivo, ni engaña, ni zancadillea. Con las bienaventuranzas (Mt 5, 1-12) declaró

la grandeza de este estilo.

Amar hasta servir comporta muchas pruebas y sufrimientos. Cuando sabemos servir entregando trozos de

la propia vida, entendemos la verdadera grandeza del Evangelio.

EL EJEMPLO DE JESÚS

El servicio que nos propone Jesús tiene un modelo muy claro: su misma vida. Lo dice y lo hace para que

lo hagamos. Una vida que nunca profundizaremos bastante. Jesús, al vivir según esta ley, no nos presenta

ningún ideal inasequible. Su misión fue servir a la humanidad abriéndole el camino de la vida, hasta morir

por ello. El amor le impulsa al servicio, y el servicio le empuja hasta la entrega de la vida. Siendo el amor

su única arma, acaba lógicamente sucumbiendo ante los poderosos.

Los discípulos debemos marchar por el camino del Maestro, que no ha venido para que le sirvan, sino

para servir y dar su vida en rescate por todos.

Con su palabra y con su vida, Jesús denuncia como inhumanos la opresión y el dominio, aunque sea la

tendencia de la mayoría, sabiendo que habla en un mundo que piensa y vive al revés.

Ser hombre es ser como Jesús de Nazaret. Sólo se logra por el amor que lleva al don de sí. Pagando el

precio de la entrega de la propia vida se compra la inmunidad de la muerte.

Dar la vida no significa sólo y ante todo morir, sino proyectar la existencia entera como donación.

¿Qué quiere decirnos Jesús con la palabra rescate? Rescate es el precio dado por la liberación de alguien.

Jesús no viene a quitarles el poder a los que de hecho lo ejercen, y que seguirán manipulando las

conciencias hasta el fin de la historia. Jesús inicia el rescate de la humanidad enseñándonos a vivir como

auténticos seres humanos, abriéndonos el camino de la verdadera vida, dando la suya. Todos los que le

sigan estarán siendo ‘rescatados’ por su mediación.

EL MODELO DE PERSONA QUE DIOS QUIERE Y QUE LA HUMANIDAD NECESITA

“El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por sus manos. A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará, con lo aprendido mi Siervo justificará a muchos. cargando con los crímenes de ellos.”

(Is 53, 10-11)

Los seres humanos pensamos, casi en general, que el poder, el prestigio, el dinero, el placer, el estar por

encima de los demás... es lo que nos hará vivir tranquilos y felices. Por ello, nos afanamos neciamente por

todo eso.

El profeta Isaías nos presenta un modelo muy distinto de vida. El modelo de persona que Dios quiere y

que la humanidad necesita, el modelo del Siervo, que Jesús encarnará plenamente.

313

Estos dos versículos pertenecientes al Cuarto poema del Siervo de Yahvé, y que se leen también con

algunos más como primera lectura del viernes santo, iluminan el valor redentor del sufrimiento, aceptado

por obediencia a Dios, hasta la muerte y como consecuencia de querer transformar a la humanidad

empecatada en el reino de Dios.

El pueblo hebreo conocía, al igual que otros pueblos, ritos de expiación. Israel sabe que su salvación está

vinculada a una iniciativa de Dios, cuya primera manifestación fue la liberación de Egipto. Esta iniciativa

tropezó siempre con la infidelidad del pueblo, desorientado por sus dirigentes, incluidos los religiosos.

El drama personal de Jeremías (11, 19) permitirá a algunos profetas profundizar en la relación que existe

entre la expiación de los pecados del pueblo y los sufrimientos del justo perseguido.

Los dos versículos de hoy anuncian al siervo el resultado de su obediencia. Su entrega no ha sido inútil:

ha salvado a muchos (v 11). La muerte no le ha impedido ver una numerosa descendencia (v 10) que le

llenará de gozo.

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida... justificará a muchos. Nos

presenta al siervo despreciado y abandonado de los hombres, familiarizado con el dolor y víctima de las

injusticias, consecuencia todo ello del deseo de poder y de tener de la humanidad, dispuesta a todo con tal

de conseguirlos. ¿Qué importa, por ejemplo, que en el Tercer mundo mueran millones de personas de

hambre si nosotros vivimos cada día rodeados de mayores lujos, con un PIB más alto? ¿Cómo podemos

creer que éste sea el verdadero camino para nada?

El camino del Siervo de Dios, que Jesús va a realizar, nos muestra que el ensalzamiento verdadero se

obtiene a través del anonadamiento –rebajamiento- personal. Es de esta forma como se realiza el plan

salvador de Dios, el logro del verdadero ser humano.

El motivo de los sufrimientos del Siervo de Dios no es, como sería lógico, sus propios pecados, sino los

pecados de los demás, a cuyas personas beneficia con su modo de vivir.

El camino seguido por el Siervo nos muestra la dirección que conduce a la amistad con Dios, y que hace

posible y real para todos los seres humanos.

Como en otros textos del antiguo Testamento, aparece el término cultual de expiación de las culpas. Una

expiación que no se logra por el ofrecimiento de sacrificios de animales, sino por la entrega de la propia

vida del Siervo.

JESÚS, ÚNICO MEDIADOR ENTRE DIOS Y LA HUMANIDAD

“Hermanos: Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande

que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras

debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado.

Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.”

(Heb 4, 14-16)

Esta lectura, que también se lee ampliada el viernes santo, es como una síntesis de toda la carta: Jesús, el

Dios-hombre, sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo (v 14), probado en todo... menos en

el pecado (v 15) y nuestra respuesta confiada y perseverante ante esta realidad (v 16).

314

De Cristo sumo sacerdote ya había hablado anteriormente como de pasada (Heb 2, 17; 3,1); ahora lo hará

de modo más amplio a lo largo de varios capítulos (Heb 5, 11-10, 25).

En esta especie de introducción nos lo presenta ejerciendo su función sacerdotal desde el cielo, donde se

encuentra después de su pasión y muerte, lleno de compasión hacia todos nosotros (v 14), dispuesto a

ayudarnos en todo.

Por la ofrenda de la propia vida, Jesús se ha constituido en el único sumo sacerdote, en el verdadero y

único mediador entre Dios y nosotros, al ser el único que puede cubrir la distancia infinita entre ambos

extremos, al ser ‘ambos extremos’.

Al haber experimentado en su vida todo lo humano, Jesús se encuentra próximo a nosotros. Toda su vida

estuvo acompañada por la tentación y las dificultades propias de la vida humana, agravadas todas ellas al

no tener pecado y vivir en un mundo de pecadores.

Con la presencia de Cristo en el cielo, podemos acercarnos al trono de la gracia con plena confianza

para alcanzar misericordia de la que surgirán todo tipo de favores y ayudas (v 16).

Breve y conmovedora exhortación a la confianza: teniendo tal Pontífice intercediendo por nosotros, no

podemos desanimarnos por muchas que sean las dificultades.

Esta diferencia de no haber caído jamás en la tentación, de haber sido siempre fiel al Padre, fue para

Jesús una fuente añadida de enfrentamientos y malentendidos, otro de los cuales nos ha narrado el texto

evangélico de hoy.

315

DOMINGO TRIGÉSIMO ORDINARIO

LA FE DEL CIEGO BARTIMEO

AL SER CONSCIENTE DE SU CEGUERA...

“Al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:

-Hijo de David, ten compasión de mí. Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: -Hijo de David, ten compasión de mí. Jesús se detuvo y dijo: -Llamadlo. Llamaron al ciego diciéndole: -Ánimo, levántate, que te llama. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: -¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: -Maestro, que pueda ver. Jesús le dijo: -Anda, tu fe te ha curado. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.”

(Mc 10, 46-52)

Un ciego puede oír y hablar, pero necesita ser tomado de la mano y llevado como un niño pequeño.

Puede tocar la superficie de las cosas, pero no verlas en toda su realidad visible. Vive como encerrado en

sí mismo... Es posible que ahora su situación no sea tan dramática. Entonces, su único recurso era pedir,

depender de los demás.

El texto evangélico de hoy nos narra el último signo de Jesús en el evangelio de Marcos. Está ya cerca de

Jerusalén, ciudad en la que será asesinado. El episodio es continuación de la petición de los Zebedeos.

Jesús sale de Jericó, segunda ciudad en importancia de Palestina, acompañado de sus discípulos y

bastante gente. A la vera del camino está sentado un ciego mendigando; un pobre en todo el sentido de

la palabra. Un ciego, Bartimeo, consciente de su situación, porque, privado de la luz de los ojos, no puede

captar el mundo visible.

Este relato vivo, conciso, esquemático, sintetiza toda la obra de Jesús y expresa la actitud que debemos

tener ante él los cristianos. El ciego es ejemplo de lo que significa creer y seguir a Jesús; representa a la

humanidad por la que luchaba Jesús y a la que quería liberar.

Al oír que pasa Jesús por el camino no quiere dejar pasar la oportunidad. Grita con fuerza para llamar su

atención. Llama a Jesús Hijo de David –única vez en este evangelio-, título mesiánico popular que

incluía las esperanzas políticas y nacionalistas centradas en el restablecimiento de la monarquía davídica.

El ciego es consciente de lo que le falta, algo tan difícil de descubrir a los que creemos que vemos.

Porque también nosotros somos ciegos, no de ceguera corporal, sino de esa otra ceguera que nos impide

ver más allá de nuestras preocupaciones inmediatas. No sabemos ir al fondo, romper el velo que nos

oculta la verdad.

La gente que acompaña a Jesús le manda callar. Consideran inoportunos aquellos gritos. Pero, ¿cómo

puede callarse una persona consciente de su situación? ¡La pena es que la mayoría se calla! También hoy

son numerosos los cristianos que creen razonable dejar que millones y millones de seres humanos, que

316

viven en situaciones infrahumanas, se callen y renuncien a llevar una vida digna. Les tocaría menos a

ellos. Es duro seguir a Jesús en medio de un cristianismo domesticado y paganizado como el nuestro.

Él no hace caso a la gente y grita con más fuerza las mismas palabras: Hijo de David, ten compasión de

mí.

Jesús lo manda llamar. A la gente que le acompaña, pero que no le sigue, no le importa el futuro del

ciego; pero a Jesús sí: es parte esencial de su misión. Ahora no hay nada más importante que ayudarle.

La masa, siempre tan voluble y oportunista, cambia de actitud ante el andrajoso. Le anima, cuando se da

cuenta del interés de Jesús por él.

A la llamada de Jesús, no duda en soltar el manto y acercarse a él. El manto solían extenderlo en el suelo

para recoger en él las limosnas. Representa la situación de dependencia en que vive. Se desprende de todo

lo que le permitía sobrevivir, porque cree que ha terminado su situación de ceguera, ¡antes de producirse

la curación! Su fe en Jesús es enorme.

... PUDO RECOBRAR LA VISTA

¿Qué quieres que haga por ti? Maestro, que pueda ver. Son palabras que se encuentran en los

profetas para expresar la liberación de la cautividad, lo que posibilita una lectura figurada de la ceguera;

sin que sea necesario para ello negar el hecho histórico: ambos se complementan y enriquecen

mutuamente.

Alrededor de Jesús hay mucha gente, pero sólo uno es digno de escuchar sus palabras consoladoras:

Anda, tu fe te ha curado. ¿No había dejado el manto antes de la curación? Se ha curado al aceptar que

ya es tiempo de liberarse de las opresiones, de no aceptarlas como una fatalidad insuperable y querida por

Dios; se ha curado al creer en el hombre concreto, en la posibilidad de los pobres de cambiar el injusto

orden establecido y construir la fraternidad universal. Posibilidad que está ya entre nosotros en la medida

en que creemos en ella.

Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. La curación es signo de un descubrimiento

más profundo, por obra de la fe: con los ojos, al ciego se le ha iluminado el corazón y sigue a Jesús por el

camino; lo que le convierte en hombre nuevo, esperanzado, acogedor, reconciliado con lo que es y con los

demás, creador de paz y de justicia, verdadero ser humano, lleno de Dios. Ha descubierto la novedad de

Jesús y no se limita a darle las gracias.

Ahora, en el camino hacia Jerusalén, en la decisión y el riesgo de cada día, en el esfuerzo por cumplir

una a una las palabras del Maestro, el exciego irá aprendiendo y experimentando en propia carne lo que

implica este seguimiento. Lo que a duras penas hacían los discípulos, incapaces de entender la enseñanza

de Jesús, lo realiza Bartimeo, que se convierte en la imagen de la curación que el Mesías puede realizar

en nosotros, si estamos disponibles. Es modelo del auténtico discípulo de Cristo.

Creer en Jesús es cuestión de hechos. Creer es seguirle. Sería –es- una tentación fácil pensar que basta

con saber, con creer esto o aquello. Es la tentación que lleva a contentarse con la doctrina cristiana, con

las fórmulas de la fe y los ritos, con la ortodoxia; sin preocuparse por aquello que es lo realmente

importante: vivir según esta verdad, vivir coherentemente con esta fe, lo que implica dedicarse a cambiar

la sociedad egoísta que padecemos.

317

La luz de la fe brilla desde el corazón y se proyecta de dentro hacia fuera. Nos hace ver al prójimo como

a un hermano, al iluminarnos su rostro y descubrírnoslo como compañero de viaje. De esta manera, la fe

verdadera engendra el amor. La fe sin amor es mentira. La fe, al darnos la comprensión total de la vida

humana, nos la descubre como existencia compartida. Nos hace ver la historia como el camino en el que

Dios realiza la salvación-liberación.

La fe fue la salvación para Bartimeo, porque le hizo ver la realidad tal como era: con los ojos del Padre.

Y pudo seguir a Jesús por el camino de la verdadera vida.

El evangelio nunca podrá ser acogido por los que creen ver, por los que están seguros de su buena

conducta... sino por los que se saben ciegos, paralíticos, leprosos, pecadores, sordos, mudos... pobres.

Entre esa gente debemos querer estar nosotros. Porque todos comprendemos que hay ceguera y ceguera:

la de los ojos y la del corazón; y que todos padecemos, en mayor o menor grado, la segunda.

La fe en Jesús de Nazaret valora al hombre como el caminante que tiene una meta dentro de sí mismo: el

nacimiento del hombre nuevo.

El hombre de fe comienza a ver lo que antes no veía, y lo que ya veía con ojos nuevos: conforme a la

escala de valores de Jesucristo.

Bartimeo se reconoció ciego y pudo recobrar la vista. La ceguera, y el sufrimiento que lleva consigo, lo

han madurado. En adelante todo será distinto para él. Dice san Juan de la Cruz: ‘¡Qué sabe el que no ha

padecido!’ Si nosotros creemos que vemos, ¿quién nos podrá curar?

EL GOZOSO RETORNO DEL DESTIERRO

“Esto dice el Señor: Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: el Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del Norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraím será mi primogénito.”

(Jer 31, 7-9)

Lo mismo que para un ciego conseguir la salvación es recobrar la vista, para un pueblo desterrado y

disperso la salvación puede consistir en el retorno a la patria.

El pueblo de Israel vive en el destierro, disperso y lejos de su patria. El pueblo de Israel es signo de la

humanidad que busca razones válidas para vivir con sentido. Y sobre ese pueblo, sobre esa humanidad,

Dios derramará su palabra de paz y de gracia.

La primera lectura narra la culminación del mensaje de esperanza de Jeremías, dirigido a Israel. El

motivo del gozo y de la esperanza es que los exiliados pueden regresar a su patria. Yahvé les invita a

celebrar el retorno con gozo, a pesar de estar reducido su número a un resto, después de tantas

318

calamidades y guerras (v 7). El retorno alcanzará a todos: ciegos y cojos, preñadas y paridas (v 8).

Ningún obstáculo se opondrá a esta salvación-liberación. Habían ido al destierro entre llantos, ahora

vuelven jubilosos (v 9).

El retorno a la patria es una verdadera liberación o acción salvadora de Dios, como lo había sido el

éxodo. El destierro ha sido para ellos como un nuevo desierto en el que el pueblo ha reencontrado a su

Dios. Los que vuelven son el resto perdonado. No son un grupo victorioso, sino de salvados-liberados.

Todos han sufrido. Pero ahora la alegría sustituye a las lágrimas.

La salvación es iniciativa de Yahvé, que interviene en la historia para liberar y es causa de alegría. Él es

quien hace salir al pueblo y lo reúne desde todos los puntos en que estaban dispersos. Pero, al mismo

tiempo, su realización exige la fe y la colaboración de Israel: deben creer este anuncio y deben ser

capaces de ponerse en camino.

Seré un padre para Israel. Dios ama a su pueblo como un Padre. El Señor nos ama a todos, aunque,

cuando las dificultades nos abruman, nos cuesta entenderlo.

Efraím era la tribu principal del reino del Norte (Israel). En el texto las representa a todas: es el

primogénito, en cuanto es parte del Israel total histórico, objeto de las promesas divinas.

El fruto de esta lectura debe ser dejarnos invadir por la idea del infinito amor que Dios nos tiene, y de

que todo lo que hace con nosotros es obra de su amor. Es así como saldremos del destierro de nosotros

mismos y de los ídolos, e iremos en su búsqueda y nos adheriremos a él.

EL SACERDOCIO ETERNO DEL HIJO

“Hermanos: El Sumo Sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. A causa de ellas tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo.

Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de Sumo Sacerdote, sino Aquel que le dijo: ‘Tú eres mi hijo, yo te he engendrado’, o como dice otro pasaje de la Escritura: ‘Tú eres Sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec’.”

(Heb 5, 1-6)

El tema de Jesús como sacerdote eterno y mediador único entre Dios y los hombres es el que más

ampliamente desarrolla esta carta a los Hebreos, en la que Jesús es el centro.

La salvación y la esperanza que anhela la humanidad en lo más profundo de su ser, se encuentra sólo en

aquel que, siendo Dios, ha compartido plenamente las angustias humanas.

Esta segunda lectura sirve de introducción a la amplia comparación que hace el autor entre el sacerdocio

levítico y el de Cristo. Trata de probar que Cristo es nuestro Pontífice o Sumo Sacerdote, título que

ostenta con todo derecho. Señala primero las características que debe reunir todo sacerdocio para poder

presentarse como legítimo y eficaz (vv 1-4), haciendo luego la aplicación a Jesucristo (vv 5-10, de los que

sólo leemos los dos primeros)

En el antiguo Testamento, al que esta carta hace constantes referencias, el sacerdote es aquel que: goza

de la proximidad de Dios; comunica al pueblo cuál es la voluntad de Dios, labor que después ejercieron

los profetas; y ofrece sacrificios por sus pecados y por los de todo el pueblo. El sacerdote no es un ser

319

aparte, sino que, llamado por Dios, es un miembro de la comunidad, con la que comparte lo bueno y lo

malo.

El fragmento que leemos hoy se refiere al tercer aspecto: el que ofrece sacrificios por sus propios

pecados, como por los del pueblo; subrayando que los sacerdotes experimentamos las mismas

debilidades que los demás. De esta forma, al presentar la ofrenda ante Dios, podemos ser solidarios de

todos los humanos.

Todo lo anterior sirve como punto de partida para hablar de Jesús. Cristo no sólo responde a las

condiciones exigidas a todo sumo sacerdote (vv 1-4), sino que las supera plenamente: es el Hijo y Sumo

Sacerdote (vv 5-6), elegido por Dios para ofrecer un único sacrificio, que restaurará para siempre las

relaciones de los hombres con Dios. Dos cualidades que garantizan la perpetuidad de su sacerdocio y que

repetirá la carta constantemente.

320

DOMINGO TRIGÉSIMO PRIMERO ORDINARIO

EL PRIMER MANDAMIENTO SON DOS

LO ÚNICO NECESARIO

“Un letrado se acercó a Jesús y le preguntó: -¿Qué mandamiento es el primero de todos? Respondió Jesús: –El primero es: ‘Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor:

amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. El segundo es éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No hay mandamiento mayor que éstos.

El letrado replicó: -Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no

hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: -No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.”

(Mc 12, 28b-34)

Dentro de la atmósfera de complot contra Jesús, que precede a su ya próxima pasión y muerte, este texto

evangélico nos presenta el principal mandamiento, la ley fundamental del reino de Dios, que valoriza y

unifica todos los demás, y que, si falta, deja sin contenido y sin sentido todos los holocaustos y

sacrificios.

Jesús nos habla del amor; del verdadero amor. De ese amor que él vivió y que le llevó a la muerte.

Porque la vida y la muerte de Jesús tuvieron un objetivo principal: enseñarnos a amar. Saber amar con

Jesús y como Jesús es nuestra vocación y el precepto fundamental del reino de Dios. No tenemos otra

cosa que aprender y vivir: es la perfección, la felicidad, la plenitud del ser humano, imagen y semejanza

de Dios (Gén 1, 26).

¿Qué sentido puede tener una fe de palabras, unas prácticas religiosas... si no contribuyen a arrancarnos

de nuestro egoísmo y comodidad? El único y verdadero objetivo para cada uno de nosotros es el

comprometer nuestra vida en un gran amor que abrace, a la vez, a Dios, a su Mesías y a todos nuestros

hermanos. Un amor que debe desarrollarse en una sensibilidad y afectividad, que le permita expresarse

hacia Dios y hacia los hombres con todas las posibilidades de ternura, de amistad y de dulzura de nuestro

corazón humano. Un amor que nos lleve a trabajar para hacer desaparecer tantas injusticias, opresiones y

esclavitudes que padecen la mayoría de personas y de naciones.

Un letrado se acerca a Jesús con buenas intenciones y con el deseo de aprender. La conversación es

amigable.

Conocer el mandamiento máximo y compendio de todos los demás, era particularmente importante en el

judaísmo, que contaba en el tiempo de Jesús con seiscientos trece preceptos, derivados de la ley, por los

que todos tenían gran valor al haberlos mandado Dios a Moisés. Se distinguían, dentro de su idéntica

obligatoriedad, entre mandamientos grandes y pequeños, pesados y ligeros; pero el israelita se preguntaba

cómo se podría resumir toda la ley en una breve síntesis. Era difícil orientarse en aquel barullo de

disposiciones insignificantes mezcladas con normas importantes.

321

Después de veinte siglos de existencia, también los cristianos nos hemos atiborrado de leyes y

prescripciones que nos pueden impedir descubrir lo único que importa: el amor a Dios y al prójimo –a

Dios en el prójimo-.

Jesús enuncia dos mandamientos, cuando en realidad le han preguntado por uno. Y lo hace citando dos

pasajes de la ley mosaica: amor a Dios (Dt 6, 4-5; primera lectura de hoy) y al prójimo (Lev 19, 18). Su

respuesta conecta con los resultados más maduros de la tradición de su pueblo y los hace suyos.

El primero es el amor a Dios. Pero un amor que implique a toda la persona. Amar con todo el corazón,

alma, mente y ser significa desterrar de nuestro interior todo lo que no tenga su fundamento en Dios.

Amar a Dios es querer todo lo que existe, ir al fundamento de la realidad, beber en las fuentes de donde

brota la misma vida; aceptar vivir según el estilo que me pide ese amor a Dios. Un amor que dé sentido a

toda nuestra vida y por el que hacemos todo lo que hacemos: el trabajo, las prácticas religiosas, la lucha

por la liberación de la sociedad... Porque amar a Dios es poner su proyecto sobre el mundo y sobre el ser

humano como prioridad absoluta en nuestros propios proyectos y en nuestra propia mentalidad; es

escuchar su palabra asiduamente, encontrarnos con él en la oración... Quien de verdad ama a Dios, ama

todo lo que Dios es y todo lo que Dios ama. Un amor que exige un amor al mundo, una aceptación de sí

mismo y un esfuerzo por entrar en comunión con el prójimo.

EL AMOR AL PRÓJIMO

El segundo es éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No hay mandamiento mayor que éstos.

Lo añade sin que se lo hayan preguntado, porque era –es- un mandamiento muy descuidado y pospuesto

en la práctica a otros preceptos menores, como la circuncisión y el reposo sabático –¿al bautismo y al

precepto dominical?-, y a muchas minucias.

Amar a los demás como a nosotros mismos es la prueba evidente del verdadero amor a Dios, porque no

son dos mandamientos distintos; no son dos amores. En Dios está todo inmerso de tal manera que quien

ama a Dios, acepta y ama toda la realidad que existe.

Como a ti mismo. ¿Cómo amar a los demás sin trabajar por el pleno desarrollo de la propia

personalidad? El amor a sí mismo, demostrado en una vida de fidelidad a la propia conciencia, está en la

base del auténtico amor a los demás. Muchas veces somos incapaces de aceptar y amar verdaderamente a

los demás porque somos incapaces de aceptarnos y de amarnos a nosotros mismos.

Hemos de admitir que no hay verdadero amor a Dios sin amor explícito al hombre –reflejado en las

obras-, pero que puede haber un amor verdadero al prójimo sin un amor explícito a Dios. Porque todo

verdadero amor al semejante es un amor, una fe implícita en Dios.

El amor a Dios está lleno de falsas ilusiones. No crea problemas: Dios no molesta, no habla, no reprocha,

no discute nuestras opiniones ni se opone a nuestros planes...

Este amor a Dios en el prójimo se puede clarificar más sabiendo que el prójimo es igual a Cristo (Mt 25,

31-46. Juicio final). Por ello, tenemos que amarlo como a Cristo. Es más, y es otro paso: Hemos de amar

al prójimo como Cristo le ama (Jn 13, 34. Mandamiento nuevo). Finalmente, el auténtico amor es el que

tiende a ser correspondido para formar comunidad. Es necesario ayudar a que los demás amen, para ser,

juntos, imagen y semejanza de la Trinidad: ‘Que sean uno como nosotros’ (Jn 17, 11). El amor y la

unidad de la comunidad cristiana es la base fundamental para que el mundo crea en Jesucristo (Jn 17, 21).

322

LA RESPUESTA DEL LETRADO

El letrado reflexiona sobre la respuesta de Jesús, reconoce su profunda verdad y saca la consecuencia de

que este amor a Dios en el prójimo es superior a todos los sacrificios del templo. Sitúa correctamente el

precepto del amor. Siempre existe el peligro de que las prácticas cultuales estorben y distraigan de la

lucha por la justicia; pero cuando están bien orientadas la alientan y posibilitan.

Es muy digno de atención este judío: en puntos tan esenciales supo adoptar la misma posición original de

Jesús. Tiene un modo de entender la ley distinto del que habitualmente se encontraba en las clases

dirigentes. Ha dicho algo particularmente nuevo y valiente. Se comprende el elogio de Jesús: No estás

lejos del reino de Dios.

Jesús ha captado en él una búsqueda desinteresada de la verdad, una disponibilidad sin prejuicios ante su

persona. También entre los que menos se podía esperar –un letrado- brota la fe verdadera.

Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. Palabras que pueden ser un recurso literario para indicar el

fin del tema o reflejo del impacto que las respuestas del galileo iban causando en los ‘sabios’ de Israel.

Les cierra la boca, pero no logra convertirlos. Se marchan vencidos e irritados.

LA ORACIÓN PRINCIPAL JUDÍA

“Habló Moisés al pueblo y le dijo: -Teme al Señor tu Dios, guardando todos los mandamientos y preceptos que te

manda, tú, tus hijos y tus nietos, mientras viváis; así prolongarás tu vida. Escúchalo, Israel, y ponlo por obra para que te vaya bien y crezcas en número. Ya te dijo el Señor Dios de tus padres: ‘Es una tierra que mana leche y miel’.

Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas.

Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria; se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales.”

(Dt 6, 2-9)

En su respuesta al letrado del evangelio de hoy, Jesús ha citado estas palabras del Deuteronomio:

Escucha, Israel... Es la oración llamada ‘Shemá’ por la palabra de su comienzo, la oración judía principal

de todos los tiempos, que se recitaba dos veces cada día, por la mañana y por la noche; la proclamación y

profesión de fe en el Dios único, la confesión del mandato de amarlo en el presente y en el futuro.

Expresa la entrega total de la persona a ese amor, porque el amor nunca dice ‘basta’.

Es el reflejo de la doctrina profética sobre el amor mutuo entre Dios e Israel, en el que se resumía toda la

ley. La prueba tiene que ser el cumplimiento de todos los mandamientos con toda fidelidad.

Les da dos razones por las que deben practicar todos los mandamientos y preceptos: el bienestar que el

pueblo va a conseguir si vive con fidelidad la alianza con Yahvé, que quiere su bien y su felicidad; y, la

motivación más profunda, la profesión de fe fundamental de Israel: El Señor es su único Dios.

El legislador insiste en la responsabilidad colectiva del pueblo y de cada persona en su cumplimiento.

Deben tener siempre presentes estas palabras del Señor. Por eso les manda guardarlas en la memoria,

repetirlas a los descendientes, escribirlas en las jambas de las puertas, atarlas a las muñecas... porque

conoce la volubilidad de su pueblo. Y lo hacían... Pero no las grabaron en el corazón.

323

El pueblo hebreo ha experimentado que el Señor le ama, que es el único capaz de salvarlo, de librarlo de

todas sus cadenas. Y la consecuencia no puede ser otra que amarlo con toda la persona. Así como el amor

de Dios hacia ellos es total, la respuesta del pueblo debe ser también plena.

Antes de escribirse el Deuteronomio no se hablaba del amor a Dios, sino de reverenciarle, temerle,

obedecerle... La actitud de amor aparece ahora como la mejor expresión de la relación del ser humano con

Dios.

CRISTO ES EL SACERDOTE ÚNICO Y ETERNO QUE LA HUMANIDAD NECESITA

“Hermanos: Muchos sacerdotes se fueron sucediendo, porque la muerte les impedía permanecer en su cargo. Pero Jesús, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa; de ahí que pueda salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor. Y tal convenía que fuese nuestro Pontífice: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. Él no necesita ofrecer sacrificios cada día –como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo-, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.

En efecto, la ley hace a los hombres sacerdotes llenos de debilidades. En cambio, las palabras del juramento, posterior a la ley, consagran al Hijo, perfecto para siempre.”

(Heb 7, 23-28)

La segunda lectura sigue centrada en el tema de Jesucristo como único y sumo sacerdote eterno, doctrina

principal de esta carta. Antiguamente los humanos se acercaban a Dios por medio de los sacerdotes y de

los sacrificios. Ahora nuestro camino de acercamiento es una persona: Jesús de Nazaret.

El sacerdocio de la antigua alianza ha servido de base para presentar el de Cristo. El contraste entre

ambos no puede ser mayor: Jesús, al ser el Hijo, puede acercar a los hombres a Dios de forma definitiva,

porque él vive para siempre y su vida consiste en interceder siempre por nosotros.

La vida para siempre del Resucitado garantiza la eternidad de su sacerdocio (v 24), frente a la caducidad

del sacerdocio antiguo (v 23). Como consecuencia de esta resurrección, es el único mediador y sacerdote

para siempre (v 25). Los versículos 26-27 son como un canto de la humanidad agradecida que, por fin, ha

encontrado al sumo sacerdote-mediador que necesitaba. Enumera las principales cualidades de Cristo:

santo, inocente, sin mancha (v 26), que no necesita ofrecer sacrificios cada día... lo hizo de una vez

para siempre, ofreciéndose a sí mismo (v 27) en clara referencia a su muerte en la cruz.

Este nuevo sacerdocio ha sido instituido por Dios con juramento (v 28), expresión última y definitiva

del querer de Dios y que viene después de la ley que establecía a sumos sacerdotes mortales y débiles

moralmente. Significa que se trata de un sacerdocio superior al de Aarón, pues sólo se jura en las

decisiones más importantes y cuando se quiere hacer resaltar la estabilidad, contraponiendo la

permanencia del sacerdocio de Cristo, que resucitó y vive para siempre, a la multiplicidad del sacerdocio

levítico, a los que la muerte impedía permanecer en sus funciones.

Cristo es el único y eterno sacerdote. Con la ofrenda de sí mismo Jesús nos muestra la única forma de

ser sacerdote de verdad. Los demás, incluido el Papa, somos instrumentos suyos. Porque es Cristo el que

bautiza, el que confirma, el que parte el pan... Nosotros le prestamos nuestra voz, nuestras manos...

¡Cómo necesitamos asimilar esta realidad! Desde ella, ¿para qué sirve el afán de puestos, de honores, de

títulos...?

324

DOMINGO TRIGÉSIMO SEGUNDO ORDINARIO

LOS LETRADOS Y LA VIUDA

LOS PROFESIONALES DE LA RELIGIÓN

“Enseñaba Jesús a la multitud y les decía: -¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les

hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos, Ésos recibirán una sentencia más rigurosa.

Estando Jesús sentado enfrente del cepillo del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos les dijo:

-Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.”

(Mc 12, 38-44)

Jesús se halla al final de su camino, en vísperas de su muerte. Los caminos se le han ido cerrando, los

dirigentes conjuran entre sí para acabar con él, el pueblo no se ha comprometido... Sólo le queda el

pequeño grupo de discípulos.

El evangelio de hoy consta de dos partes muy distintas: la vanidad, hipocresía y codicia de los letrados; y

la ofrenda de la viuda, a la que también hace referencia la primera lectura. Jesús pone en evidencia a los

primeros para resaltar más la actitud de la viuda pobre, que echó en el cepillo todo lo que tenía.

¡Cuidado con los letrados! Jesús, que ya se ha enfrentado con los fariseos y los saduceos, alerta a la

multitud sobre los estudiosos de la ley. De esta forma rompe de manera definitiva con la clase dirigente.

Ya no discutirá más con ellos; les considera irrecuperables a causa de su preconcebida cerrazón.

En adelante se preocupará de alertar a la gente sencilla. Aparece así una de las constantes del evangelio:

el pueblo está en malas manos. La culpa de su extravío es esencialmente de sus dirigentes.

Las acusaciones que dirige Jesús a los letrados se pueden resumir en tres: vanidad: pasear pomposamente

envueltos en terciopelos amarillos y violáceos, el complacerse con las reverencias y los saludos de la

gente, al acaparamiento de los asientos de honor en los banquetes y en las asambleas litúrgicas;

hipocresía: devoción ostentosa, basada en la cantidad y la extensión de sus oraciones; y codicia: en lugar

de ayudar a los pobres, a los pequeños e indefensos, no dudan en explotarlos sin pudor.

Las palabras de Jesús son claras: ¡cuidado con ellos!

Recibirán una sentencia más rigurosa. Por su conocimiento de la ley deberían saber mejor que los

demás cuál es la voluntad de Dios, y como maestros de justicia son responsables de los demás.

Esta acusación de Jesús a los letrados la podemos extender a esa especie de deformación profesional, que

consiste en utilizar la propia posición religiosa para ‘hacerse valer’.

Jesús ha enseñado a los suyos un comportamiento radicalmente opuesto: hacerse los últimos y servidores

de todos. El discípulo de Jesús es alguien que no se da importancia, que no tiene posiciones personales

que defender. Es un ‘pequeño’ que busca a Dios y a los hermanos.

La verdadera historia del reino de Dios la hacen los pequeños, los que no son como los letrados...

325

EL CONTRASTE

Porque existe la historia escrita por los pequeños... Una pobre viuda pagana que, en tiempos de carestía,

con su generosidad salva al profeta Elías perseguido (primera lectura).Y otra viuda, esta vez hebrea, que

da todo lo que tenía para vivir.

La escena consta de tres cuadros: Jesús sentado enfrente del cepillo del templo, observa; se acerca una

viuda pobre y la enseñanza a los discípulos.

El lugar donde se echaban las monedas estaba situado en el atrio de las mujeres. Los oferentes no

depositaban ellos mismos el dinero en los embudos –eran trece-, sino que lo entregaban al sacerdote

encargado, el cual lo depositaba en el cepillo correspondiente al deseo del donante. Ella indicó la

cantidad y su destino al sacerdote y Jesús pudo oírlo. Esto explica el que Jesús pudiera advertir las

ofrendas de los visitantes y de la viuda.

La viuda entregó dos ‘lepton’, la moneda griega de menor valor. Las dos únicas que tenía. Era una

persona pobre en todo el sentido de la palabra. Y, precisamente porque era pobre, pudo dar.

¿No debería haberse reservado una? No, porque era como ofrecer la propia vida, y ésta no se entrega a

medias. Su gesto es sencillo, escondido... como tantos otros gestos de personas que nunca saldrán en los

periódicos ni en la televisión. Confiaba en Dios, al que demuestra que amaba con todas sus fuerzas, más

que a sí misma. Intuía que la total pobreza, elegida, era el camino para llegar a Dios, que dar lo que sobra

es un engaño. Había comprendido que si el amor no es total, no es amor.

Los frutos que Jesús ha buscado inútilmente, son ofrecidos por esta viuda pobre, que por fortuna no se ha

dirigido a ningún letrado para preguntarle qué debía hacer. Para no hacer cálculos no necesitaba a nadie.

El valor de una ofrenda no se mide por su cantidad, sino por su relación con lo que tenemos. Da más

quien queda privado de más.

LLAMA A SUS DISCÍPULOS

Ante el gesto observado en la viuda, Jesús llama a los discípulos para interpretar esta historia menor, que

es la verdadera historia de la humanidad y del cristianismo. Esa historia escrita por la gente sencilla,

insignificante, que no cuenta en este mundo de las apariencias; historia que se hace con gestos que no

hacen ruido, que no llaman la atención. La historia de los Zacarías e Isabel, de los José y María... ¡Cómo

necesitamos canonizaciones de este tipo!

Les señala a la viuda pobre, que ya debía marchar humilde y desconocida entre la multitud. Ella ni se

enteró, como nunca se enteran los verdaderos pobres que ellos son los primeros en el reino de Dios.

Jesús invita a sus discípulos a observar detenidamente, a no pararse en la superficie de los hechos y de las

personas, ni dejarse engañar por los gestos espectaculares. Deben ver más allá de las apariencias. Y

encontrar el hilo sutil, casi imperceptible, de esta historia escrita por los humildes, que son los que nos

llevan a Dios, los que están haciendo posible el reino de Dios entre nosotros, si sabemos captar sus

modestas señales. Es engañoso buscar la vida, la alegría, el amor... al margen de la donación generosa de

nosotros mismos. Jesús mide el valor de las ofrendas al templo según el grado de entrega de uno mismo

que llevan consigo. En los ricos, que han entregado grandes donativos, no existe entrega alguna de sí

mismos, daban de lo que les sobraba, quedando sus vidas fuera de la ofrenda. El rico suele dar aquello de

lo que puede prescindir fácilmente. La pobre viuda lo ha entregado todo.

326

Es así como se hace la verdadera donación: de forma íntegra y total. Jesús se siente identificado con esta

mujer. Ha dado de lo que le era imprescindible y necesario para vivir; se ha vaciado de sí misma.

Dios lo pide todo y para siempre. El que lo va entendiendo se lo irá ofreciendo todo, convencido de que

es el único camino para construirse como persona. A la nada en el tener, le corresponde el todo en el ser,

como Jesús.

La adoración a Dios consiste en la ofrenda total de uno mismo. Al darnos, dejamos de poseernos. Todo

nuestro ser, nuestros bienes y posibilidades, nuestro esfuerzo, todo deja de ser sentido como propio.

La mujer que lo ha entregado todo es un testimonio impresionante de fe en Dios como absoluto. La ley

no es para ella una cuestión de prestigio personal, sino una realidad vivida en el fondo del corazón y

expresada eficazmente en el culto.

El lugar del encuentro con Dios no pasa a través del culto y menos aún de la institución, sino a través del

corazón pobre, totalmente disponible y abierto a Dios. El culto celebra esta disponibilidad cuando la hay;

si falta, está vacío. Quien ama de verdad, entrega su persona. ¿Cómo no va a entregar también todas sus

cosas, si son menos importantes que la persona?

EN EL ENCUENTRO DE DOS POBREZAS PUEDE ACTUAR DIOS

“En aquellos días, Elías se puso en camino hacia Sarepta, y al llegar a la puerta de la ciudad encontró allí una viuda que recogía leña. La llamó y le dijo:

-Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba. Mientras iba a buscarlo le gritó: -Por favor, tráeme también en la mano un trozo de pan. Respondió ella: -Te juró por el Señor tu Dios que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado

de harina en la orza y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.

Respondió Elías: -No temas. Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un

panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después. Porque así dice el Señor Dios de Israel: La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra. Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías y comieron él, ella y su hijo. Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó; como lo había

dicho el Señor por medio de Elías.” (1 Re 17, 10-16)

El profeta Elías aparece de improviso en la historia del reino del Norte o de Israel. Había nacido en

Tisbe, en Transjordania. Impulsado y dirigido siempre por Yahvé, es figura del hombre de Dios que se

enfrenta con todos los peligros, hasta exponer su propia vida por ser fiel a la dura tarea que el Señor le ha

confiado.

Su misión principal fue la de defender la fe verdadera de Yahvé ante la idolatría que se había

introducido en el reino de Israel. Una misión que se dirige también a los paganos, como vemos hoy.

Elías se había presentado ante Ajab, rey de Samaria, anunciándole, en nombre de Dios, una sequía total

como castigo al pueblo por la entronización oficial del culto a Baal, dios de la lluvia, en la nación. Un

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culto propiciado por su mujer Jezabel. Sólo llovería por su palabra, para demostrar que Yahvé es el Señor

supremo de todos los elementos.

En un país tan seco como Palestina, la vida depende de la lluvia. Si hay lluvia, hay trigo y cosechas. El

problema era quién es el verdadero Dios: ¿Es Baal o es Yahvé, el Dios de Elías?

Al pueblo idólatra, que cree que es Baal quien le da la lluvia y las cosechas, y no obedece al Dios

verdadero que se las da, hay que convencerle de la verdad. Y el profeta se empeña por salvar la fe de su

pueblo; fe que debe extender también a los gentiles, como vemos en el texto de hoy.

Una vez anunciado su mensaje al rey, Yahvé le mandó esconderse en una caverna junto al torrente

Quesit, al este del río Jordán, porque su vida peligraba. Por voluntad divina, los cuervos le proveían de

pan y carne por la mañana y por la tarde, y bebía agua del torrente.

Cuando se secó el torrente, Dios le indicó que se trasladara a Sarepta, lugar situado cerca de Sidón.

Elías, pobre y hambriento, se dirigió a Sarepta obedeciendo el mandato del Señor. Su pobreza se

encuentra con la pobreza, aún más dura, de una viuda y un huérfano, las personas más oprimidas de

aquella sociedad.

Al pedirle pan, la mujer fenicia le mostró toda su penuria... Ella y su hijo, al que el profeta resucitará más

tarde (1 Re 17, 17-24), comerían lo poco que les quedaba y morirían.

La viuda obedece a Elías, recibiéndolo como profeta y hombre de Dios. Su gesto expresa su gran

confianza en la palabra que le llega de Yahvé a través de ese hombre, que se traduce en una generosidad

que va más allá de todo cálculo, puesto que da todo lo que necesitaba para sobrevivir, mereciendo ser

recordada por el mismo Jesús (Lc 4, 25-26).

El texto es, ante todo, un relato de fe, leído hoy por el paralelismo con la viuda del evangelio. Nos

presenta dos ejemplos de cómo debemos ponernos plenamente en las manos de Dios, con una fe y

confianza plenas en él y con una entrega total a los demás.

Fue preciso que Elías tuviera fe y humildad para pedir a la viuda que le alimentase con las pocas

provisiones que le quedaban (vv 11-13). Y que ésta, a su vez, compartiera la fe del profeta, no tratando de

ver más allá de su acción y sin hacer especulaciones sobre el resultado de sus actos. Se limita a secundar

el mandato de Dios que le llega por boca del profeta y confía plenamente en la promesa.

VALOR ETERNO DEL ÚNICO SACRIFICIO DE CRISTO

“Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres, imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros.

Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces –como el sumo sacerdote que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena; si hubiese sido así, Cristo tendría que haber padecido muchas veces, desde el principio del mundo-. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, en el momento culminante de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo.

El destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio.

De la misma manera Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos.

La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación con el pecado, para salvar definitivamente a los que le esperan.”

(Heb 9, 24-28)

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Una vez más la carta a los Hebreos, y respondiendo a la pérdida de entusiasmo de la segunda generación

de cristianos, resalta la superioridad del sacerdocio de Jesucristo sobre el sacerdocio del antiguo

Testamento. Concluye el tratado sobre el sacrificio de Cristo, al que considera como el cumplimiento

perfecto de la celebración de la fiesta de la Expiación (Lev 16, 11-16) El autor se detiene en dos aspectos

de esta fiesta: la entrada solemne, anual y por unos minutos, del sumo sacerdote en el ‘Santo de los

Santos’ y el sacrificio expiatorio propiamente dicho. Son cuatro ideas que, al menos en gran parte, han

sido ya expuestas anteriormente: Contrapone el santuario del templo con el cielo donde entró Cristo para

ejercer sus funciones sacerdotales (vv 23-24); a Cristo le bastó un único sacrificio en contraposición a los

muchos de antes (vv 25-26); compara la entrega, una sola vez, de Cristo de su vida con la muerte única de

cada mortal (vv 27-28a), terminando con su segunda venida para juzgar (v 28b).

En primer lugar, hace referencia a la entrada anual del sumo sacerdote en el ‘Santo de los Santos’ para

hacer la expiación de los pecados del pueblo, incluidos los propios. Cristo ha entrado en el mismo cielo,

para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. Ha entrado para siempre. De esta forma nuestros

ruegos y oraciones encuentran en todo momento un mediador atento.

Pero no es el derramamiento de su sangre lo que hace posible que Cristo haya derrotado el pecado del

mundo, sino el de haber ofrecido su vida. El acto vale lo que vale la persona que lo realiza. El valor del

sacrificio de Cristo, en cuanto Hijo de Dios, trasciende infinitamente los sacrificios antiguos; en cuanto

hombre perfecto –sin pecado- da a su entrega un carácter espiritual que desconocía el ritualismo antiguo.

El texto trata de que comprendamos que, por su muerte y resurrección, Jesucristo ha perdonado y borrado

los pecados porque ha sido el primer hombre que ha vivido una vida sin pecado y el Señor que ha podido

vencer todo mal.

Cristo, después de ofrecerse una sola vez, se aparecerá por segunda vez –ya sin relación con el pecado,

destruido la primera vez-, a los que le esperan para ser salvados.

Los creyentes esperamos su retorno: el día de la salvación total y definitiva. Su misión salvadora llegará

a su culminación cuando presente al Padre a la humanidad salvada, cuando el pecado y la muerte hayan

sido definitivamente vencidos.

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DOMINGO TRIGÉSIMO TERCERO ORDINARIO

LA SEGUNDA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE

EL RETORNO DE JESÚS AL FINAL DE LOS TIEMPOS

“Dijo Jesús a sus discípulos: -En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la

luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán.

Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a los elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.

Aprended lo que os enseña la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.”

(Mc 13, 24-32)

El mensaje del evangelio de hoy, en lenguaje apocalíptico, nos narra las palabras que dirigió Jesús a sus

apóstoles poco antes de su pasión y muerte. Lo podemos interpretar desde dos puntos de vista dispares:

bajo el signo del catastrofismo o de la serenidad y esperanza. Nos habla de angustias, de tribulaciones, de

fenómenos terroríficos, de trastornos en el cosmos, del sol que se apaga, de la luna que no aclara ya la

noche, de un cielo y una tierra que pasan. Y, también, de imágenes que proyectan esperanza: la higuera

que anuncia la proximidad de la primavera, y la vuelta gloriosa de Jesús al final de los tiempos.

Se acercan momentos difíciles –la muerte de Jesús-, en los que dará la impresión de que todo se hunde.

Pero por encima de todo, está una promesa que no falla: Verán venir al Hijo del hombre. Esta venida es

el núcleo central en torno al cual gira todo el complejo discurso escatológico de Jesús. Jesús volverá al

final de los tiempos y al final de la vida de cada uno; acontecimientos que normalmente no tenemos en

cuenta. Y, sin embargo, es claro que si la vida del hombre acabara aquí, ningún tipo de religión tendría

razón de ser. Y nos invita a mirar la vida desde ese final, a que la asumamos con responsabilidad. Nuestro

tiempo es corto, pero es suficiente para que podamos comenzar a vivir, ahora y aquí, los nuevos tiempos

del reino de Dios: el amor, la justicia, la paz...

Después de la gran tribulación, seguirá la Parusía del Hijo del hombre. Basarse en esta descripción para

concluir que el fin del mundo será precedido por una destrucción increíble, es una ingenuidad que se

comete con frecuencia. La única conclusión segura que podemos sacar aquí, es el reconocimiento de que

hemos de contar siempre con el poder del mal en la historia humana. Por nuestra parte debemos

esforzarnos por desarrollar todas las posibilidades para mejorar las estructuras sociales y el bienestar de la

humanidad.

Este anuncio de nuestra plena liberación tiene que suscitar en nosotros un poderoso sentimiento de

esperanza; esa llama frágil que cualquier soplo puede apagar; una esperanza brutalmente desmentida

tantas veces por la historia. ¿Cómo esperar cuando los que tienen el coraje de testimoniar a Jesús con su

vida, son perseguidos, acusados, condenados... hasta por los altos dirigentes religiosos?

De improviso, los papeles se han cambiado: Jesús -el derrotado, humillado y asesinado-, aparece

vencedor para pronunciar el juicio inapelable sobre la historia...

330

PARÁBOLA DE LA HIGUERA

Lo mismo que son señal de la primavera los brotes de los árboles, señalan hacia el fin del mundo los

acontecimientos narrados anteriormente: las guerras, la persecución de los creyentes, la inestabilidad de la

creación, y las mismas limitaciones humanas y de la historia.

Pero, ¿cuándo no han sucedido estas cosas? Porque los signos del final de los tiempos están presentes en

la estructura del mundo, en el egoísmo de las naciones, en la vida limitada de los seres humanos...

Hemos de fijarnos, a la vez y sobre todo, en las señales de Jesús crucificado y resucitado. Sólo así iremos

descubriendo lo que puede llegar a ser el mundo.

Cuando la higuera retoña, cualquiera conoce que se acerca el buen tiempo. El campesino está ejercitado

en sacar sus conclusiones de las pequeñas señales de la naturaleza.

Asimismo, los cristianos debemos vivir atentos en el mundo y prestar atención a todo lo que en él ocurre.

La fe vivida con compromiso nos irá ofreciendo la debida interpretación.

Pero sólo una señal nos puede anunciar el final de un mundo: la vuelta de Jesucristo. Todas las demás

señales admitirán diversas interpretaciones y sólo podrán ser reconocidas debidamente por el sentido de la

fe. En cambio, en las apariciones de Jesús sólo será posible una interpretación.

Tenemos que vivir en vela. Velar significa darle a cada momento de la vida la importancia que tiene,

comprender cada situación que vivimos como una llamada de Dios a vivirla según el Evangelio, estar

atentos a las personas que nos rodean, a las circunstancias que vivimos, para decidir qué es lo que

debemos hacer según el Espíritu de Jesús.

Cada momento es el último. No volverá. No habrá un futuro que repita el pasado y nos permita

corregirlo. Del pasado podemos arrepentirnos, pero nunca cambiarlo.

LA HORA SÓLO LA SABE EL PADRE

El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. Estas palabras de Jesús barren todas las demás.

Los hombres que se han creído –y se creen importantes-, han pronunciado millones de palabras confusas,

contradictorias... Pero es Dios quien tiene la última palabra. Una Palabra que será la que juzgue la

historia.

Es importante saber que el Señor está cerca, a la puerta. Que el mundo nuevo está ya presente dentro de

cada uno de nosotros, por el amor. Que, envuelto en la corteza de lo provisional, está ya el germen de la

realidad definitiva.

No podemos ignorar el mal inmenso del mundo. Pero las palabras de Jesús, que no pasan, nos garantizan

que Dios nos llama a la vida plena y para siempre.

Está en marcha el mundo nuevo; se está gestando la nueva creación. Ahora mismo es invisible. Pero Dios

está actuando en todas las personas, en las instituciones, en las familias... La higuera, visible y

aparentemente, está seca, pero la ‘savia divina’ la recorre entera. Cuando llegue la primavera –y está

llegando constantemente- se pondrán tiernas las ramas y comenzarán tímidamente a brotar las yemas del

mundo nuevo.

El día y la hora los tiene reservados en exclusiva el Padre. Jesús tampoco lo sabía. Tenía una gran

clarividencia sobre la realidad por la ausencia en él de pecado (Heb 4, 15), y por su mucha oración, pero

eso, con ser mucho, no le capacitaba para saberlo todo.

331

Mientras tanto, vivamos convencidos de que, pase lo que pase, el triunfo final será de Dios.

Con la muerte de Jesús terminó el mundo del pecado. Todas las señales del fin del mundo se produjeron

entonces (Mt 27, 45-54). Su muerte fue la prueba capaz de hacer perder la fe a los elegidos, pero que

afortunadamente duró tres días.

Pero, a la vez, no todo ha terminado; todavía seguiremos conociendo sacudidas y sustos. La nueva

creación comenzó con la resurrección de Jesús, pero se estará completando hasta el final de los tiempos.

Jesús, con su resurrección, está ejerciendo sobre el mundo una soberanía oculta, perceptible sólo por la

fe. Con ella, ha nacido en el mundo lo radicalmente nuevo; el futuro prometido por Dios ha entrado ya en

la historia. El final ha comenzado.

El fin del mundo será la revelación, el Apocalipsis de todo lo que hemos ido queriendo, amando,

creando, rezando, y que acabará explotando un día, a pesar de todas las oposiciones aparentemente

triunfales. Cada vez que morimos al pecado o ayudamos a otros, está viniendo el fin de un mundo y

surgiendo el definitivo.

El fin del mundo es para nosotros objeto de esperanza. Sería pagano temerlo y considerar nuestro

encuentro definitivo con Cristo como algo terrible y pavoroso.

Debemos corregir nuestras ideas. El mundo no tiene por qué acabar en una catástrofe, sino en un

cumplimiento. El mundo no terminará nunca, si nosotros no lo acabamos. Todos somos necesarios en esta

obra de mejorar la creación, hasta hacerla plena. ¿Construiremos un mundo tan plenamente humano que

haga posible que ‘Dios se pasee por el jardín a la hora de la brisa’ (Gén 3, 8) y pueda comenzar la

eternidad? ¿Podrá acabar este mundo en una acción de gracias? Creer en Dios es creer en la salvación del

mundo. Debemos creer que el mundo camina hacia la salvación, en la que todos debemos colaborar.

UN TEXTO IMPORTANTE DE DANIEL SOBRE LA RESURRECCIÓN

“En aquel tiempo se levantará Miguel, el arcángel que se ocupa de tu pueblo: Serán tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo: todos los inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida perpetua, otros para ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, como las estrellas, por toda la eternidad.”

(Dan 12, 1-3)

La historia de la humanidad es una lucha constante. Todos los pueblos tienen momentos dramáticos y

cruciales. Cuando esto sucede, se vuelven hacia alguien que les pueda sacar del duro trance. Porque de la

desesperación puede surgir la esperanza; de la derrota, la victoria; de la destrucción, el mundo nuevo...

En la época de Daniel, unos doscientos años antes de Cristo, los fieles israelitas viven una situación

desesperada: el pueblo está humillado por los invasores extranjeros. Con Antíoco IV Epífanes, rey de

Siria, la persecución socio-religiosa contra los judíos ha alcanzado el máximo dramatismo con la

profanación del templo de Jerusalén y el asesinato de numerosos israelitas fieles a la ley.

332

En esta situación, Daniel, en lenguaje apocalíptico, profetiza sobre el futuro, intentando consolar al

pequeño y humilde pueblo de Dios oprimido: Yahvé está con ellos frente a los grandes poderes de la

tierra. Cuentan con un ángel protector sumamente eficaz: Miguel (v 1).

Este texto es uno de los más importantes del antiguo Testamento sobre la resurrección de los cuerpos.

Daniel habla claramente de la resurrección individual a la que le seguirá un juicio. Todo ello precedido

de un combate final con la derrota definitiva de los enemigos.

La promesa de la resurrección individual es la respuesta profética al problema que plantea el martirio, la

humillación, la opresión y los sufrimientos del pueblo, a causa de su pequeñez.

El autor del libro intuye que al mundo de injusticias le sucederá un orden nuevo en el que los fieles del

Señor tendrán la vida en plenitud. Examina sucesivamente el caso de los judíos que estarán vivos en el

momento final de la historia y el de los que ya han muerto. Pero aún no se plantea la resurrección como

un acontecimiento universal: son los justos del pueblo de Israel los que resucitarán para la vida eterna, y

sus perseguidores, para su fracaso definitivo (v 2).

La vida que tendrán los justos sólo queda insinuada. Entre los resucitados para la vida eterna destacarán

los sabios, que con su palabra y ejemplo han enseñado la conducta que se debe seguir en los tiempos de

persecución (v 3). Es Dios el que salva definitivamente, el que da la vida eterna.

LA EUCARISTÍA RENUEVA EL ÚNICO SACRIFICIO DE CRISTO

“Hermanos: Cualquier otro sacerdote ejerce su ministerio diariamente ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden perdonar los pecados.

Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado a sus pies.

Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados.” (Heb 10, 11-14. 18)

La carta a los Hebreos, de la que hemos leído fragmentos durante siete domingos seguidos, nos ofrece en

este último texto, final de su parte dogmática, como un resumen de su mensaje. Concluye la doctrina, ya

expuesta repetidamente, sobre la insuficiencia de los sacrificios levíticos, reemplazados por el sacrificio

único de Jesucristo, que fue suficiente para quitar los pecados. Un sacrificio ‘perfecto’ debe ser capaz de

lograr el perdón de todos los pecados de todos los tiempos.

La lectura presenta dos argumentos, que ha desarrollado anteriormente, a favor de la superioridad del

sacerdocio de Cristo sobre el levítico.

En el antiguo Testamento, para acercarse a Dios, los sacerdotes tenían que ofrecer víctimas y sacrificios

constantemente; sacrificios que sólo lograban una purificación parcial de los pecados, pero no podían

quitarlos (v 11).

Ahora, con Jesús, todo ha cambiado y el acercamiento a Dios se ha realizado de modo definitivo. Con la

ofrenda de su vida, Jesús alcanzó su perfección y la vida plena con Dios, a cuya diestra está sentado en

espera de la derrota definitiva de sus enemigos (vv 12-13). El hecho de que esté sentado, manifiesta que

su sacrificio no admite renovación de ningún tipo, que los pecados han quedado definitivamente

perdonados. Bastó un solo sacrificio para conseguir el perdón divino para siempre de todas las personas

333

de todos los tiempos (v 14). Los que sigan por su mismo camino de vida podrán acercarse al Padre; no

vivirán con él en una relación de pecado o de deuda, sino que por medio del Hijo han obtenido el perdón.

La frase final: Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados (v 18) quiere decirnos que ofrecer

nuevos sacrificios sería menospreciar el de Cristo; como si éste no hubiera sido suficiente.

Esto no se opone a la constante celebración en la Iglesia de la Eucaristía, porque este sacrificio es el

mismo de la cruz, que se renueva continuamente ante nosotros de modo incruento.

El sacrificio de Cristo nos ha conseguido objetivamente la perfección, pero subjetivamente vivimos en un

estado de tensión: estamos ya salvados, pero tenemos que hacer nuestra continuamente esa salvación que

se nos ofrece. Por eso tenemos necesidad de actualizar constantemente el sacrificio único de Jesucristo.

El sacerdocio ministerial no es más que una participación colectiva del único sacerdocio de Jesús, al

servicio de la comunidad.

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DOMINGO TRIGÉSIMO CUARTO ORDINARIO

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

JESÚS ES REY

“Preguntó Pilato a Jesús: -¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó: -¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? Pilato replicó: -¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí;

¿qué has hecho? Jesús le contestó: -Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia

habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.

Pilato le dijo: -Conque, ¿tú eres rey? Jesús le contestó: -Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo;

para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.” (Jn 18, 33-37)

El Reino de Dios proclamado por Jesucristo, no está regido por las leyes de nuestro pobre mundo

empecatado. Si ser rey connota poder, dominio, boato, ostentación, despotismo... las lecturas de hoy

contradicen el sentido mundano de rey.

Cuando Jesús, ante Pilato, proclama que es Rey, afirma que su reino no se rige por las normas de aquí

abajo.

Este reino, que ya ha comenzado en el corazón de los que aman y son justos, crece como el grano de

mostaza, y como el grano de trigo enterrado, y como la semilla sembrada en el surco, y se extiende y

desarrolla como la levadura en la masa, en el interior de cada ser humano y en el corazón del mundo.

Con el Crucificado-Resucitado ha entrado en el mundo la fuerza del amor, única que puede transformar

el mundo en que vivimos.

Entre las acusaciones que le han presentado, Pilato elige la que a él puede preocuparle más como celoso

guardián de los derechos del emperador: la de que Jesús sea un caudillo nacionalista que lucha por

instaurar un nuevo orden político libre de la dominación romana.

Y trata de informarse de las pretensiones reales de Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos?

Y comienza un diálogo entre dos hombres que hablan entre sí sin entenderse, por estar colocados en

distintos niveles.

Jesús también interroga a Pilato: ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?

Después de conocer que la pregunta no procede del procurador, sino de los dirigentes judíos, expone

Jesús su pensamiento sin equívocos de ninguna clase.

Para responder correctamente a la pregunta de Pilato, Jesús distingue entre rey de los judíos en sentido

romano y Mesías-rey de un Reino totalmente distinto.

Mi reino no es de este mundo. Esta afirmación de Jesús es decisiva; pero es necesario entenderla

rectamente. Significa que no es deducible de la realidad de este mundo. Jesús no enfrenta sin más las

cosas de los hombres -que pertenezcan al mundo-, con las cosas de Dios. Nuestro mundo está

fundamentado en el dinero, en la injusticia, en las armas... Jesús quiere implantar el reino de la verdad, de

335

la vida, de la justicia, del amor, de la paz... Por tanto, no se trata de un enfrentamiento entre las cosas de la

tierra y las del cielo, sino entre el mundo tal como lo tenemos organizado y que destruye a los hombres, y

el mundo que Jesús viene a proponer y a realizar, el mundo que tiene su plenitud en Dios.

El reino del Padre afecta a los mismos hombres y discurre en una misma historia que los reinos de este

mundo, pero es de otro orden y no se puede confundir con ningún proyecto temporal ni político. No se

apoya en ejércitos, ni en policías, ni en ningún poder coactivo. Está en medio de los hombres totalmente

indefenso, como está Jesús ante Pilato.

LA VERGONZOSA REALIDAD DE NUESTRO MUNDO

El mundo que tenemos organizado debería hacernos enrojecer de vergüenza. Si el reino de Jesús fuera de

este mundo, es evidente que su modo de actuar hubiera sido muy distinto: mi guardia habría luchado

para que no cayera en manos de los judíos. No aspira a una realeza temporal, como lo demuestra su

enseñanza y su conducta tan distinta de los agitadores políticos y seudomesías que por entonces aparecían

y que nunca faltan.

Todos sufrimos constantemente la tentación de creer que lo eficaz en este mundo es la violencia, el

dinero, la mentira y la fuerza. Por eso nos es tan difícil aceptar en la práctica los planteamientos de Jesús.

Este reino de Jesús no es exclusivo de los cristianos. En él tiene cabida todo lo justo y verdadero de los

hombres y de los pueblos. Está presente en todo esfuerzo por la justicia y la libertad, en el amor de unos a

otros... proceda de quien proceda. Crece imperceptiblemente en medio de grandes dificultades. Jamás

podrá ser defendido ni destruido por los poderes de este mundo, aunque se disfracen de religiosos. Se

debilitará y perderá su identidad siempre que emplee la fuerza y la coacción.

Pilato es incapaz de comprender qué cosa sea tal rey y tal reino: Conque, ¿tú eres rey? ¿Un rey atado y

a punto de ser condenado a una muerte terrible, y que no hace uso de la fuerza para defender su derecho?

Evidentemente, no tiene ningún parecido con los reyes que él conoce.

La duda de Pilato es la nuestra: ¿eres tú el rey, la respuesta a todas las preguntas e ilusiones de los seres

humanos? ¿Así?...

Tú lo dices: Soy rey. Jesús, que había rechazado los intentos del pueblo de hacerle rey (Jn 6, 15), lo

afirma ahora ante Pilato teniendo las manos atadas y en la cara las huellas de una noche de sufrimientos y

las señales de los golpes y los salivazos recibidos. Cree que ahora ya no hay peligro de que su verdadera

realeza sea tergiversada.

Su realeza la ha recibido del Padre, pertenece al ámbito del Espíritu y alcanza al mundo entero: Yo

para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad.

Dar testimonio de la verdad es dar a conocer el amor de Dios a la humanidad y la dignidad y libertad a la

que llama a todos los hombres, responder a la vocación humana a la plenitud, revelar a través de su

existencia el plan total de Dios sobre la vida de los seres humanos, convertirse en camino a seguir,

descubrir la vida escondida en Dios...

Para sacar al pueblo de la opresión en que vive, Jesús no combate el orden injusto oponiendo violencia a

violencia, sino haciéndole ver la falsedad de lo que cree; que no es voluntad de Dios que sea esclavo, sino

libre.

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A la falsa ideología no enfrenta Jesús otra verdadera, sino la experiencia de un amor que es la verdadera

vida de los hombres (Jn 13, 34s). Se trata de hacer descubrir a los humanos la verdad sobre Dios y sobre

sí mismo, y de animarle a que camine para alcanzarla. Recorriendo este camino de amor irá

comprendiendo la opresión en que ha vivido y abandonará la ideología que lo tenía aprisionado.

La última frase de Jesús es un desafío a Pilato y a todos los seres humanos a tomar postura ante él:

Todo el que es de la verdad escucha mi voz. Para escuchar y seguir a Jesús necesitamos una

disposición previa de amor a la vida y a las personas. Es de la verdad el que trabaja por su plenitud y la de

la sociedad, el que lucha por un mundo justo y libre...

Todo el que busca desinteresadamente la verdad se encuentra con Jesús. Es muy fácil confundirse de

verdad cuando hay algo que perder.

Jesús es la esperanza de futuro de todos los pueblos y de todos los hombres inconformistas con la

sociedad que padecemos y que están luchando por su transformación. No es de la verdad el que busca

privilegios, distinciones, títulos, dinero, puestos... ¿Qué buscamos?

Jesús, y con él la verdad, pierden el proceso. Entonces y siempre triunfa, aparentemente, el engaño. Así

se transmite el reino...

EL HIJO DEL HOMBRE

“Yo vi, en una visión nocturna, venir una especie de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el Anciano venerable y llegó hasta su presencia.

A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron.

Su poder es eterno, no cesará. Su reino no acabará.” (Dan 7, 13-14)

Los libros del género apocalíptico, en ambos Testamentos, contraponen dos realidades: la presente y la

futura. Y mientras la realidad presente es angustiosa, llena de trabajos y penalidades, la futura nos la

presenta como un final feliz, con un mensaje de esperanza que nos llega de parte de Dios.

El capítulo 7 de Daniel es uno de los más importantes de la apocalíptica bíblica. Nos presenta dos

visiones: la de ‘las cuatro bestias’ (vv 2-8 y 11-12) y la del ‘Hijo del hombre’ (vv 9-10 y 13-14), que en

parte leemos hoy. Finalmente, la interpretación de la primera visión (vv 17-27), con algunas

interpolaciones. La intención es anunciar el final de los grandes imperios terrestres; el último de los

cuales –el de Antíoco IV Epífanes- está sometiendo al pueblo elegido a una cruel tiranía, y recuperar la

confianza en la posibilidad de un reino de Dios próximo, gracias a la mediación de un ‘Hijo del hombre’

(v 13) que inaugurará un reino que no acabará (v 14).

Entre las nubes del cielo, en contraposición al mar, de donde venían las bestias (v 3), contempla el

profeta venir una especie de hombre, que se acerca al Anciano venerable (v 13). Viene de lo alto, de

Dios, y recibe poder, honor y reino (v 14).

El sentido mesiánico del fragmento es claro. La profecía trata del anuncio de un reino que no acabará y

que será reconocido por todos los pueblos, naciones y lenguas (v 14). Expresiones que en el antiguo

Testamento se aplican siempre al Mesías.

Es asombroso cómo Dios saca las mayores esperanzas en los peores momentos de la historia de Israel.

Cuando toda esperanza de salvación mesiánica parece condenada al fracaso, Dios envía a Daniel para

anunciar su palabra profética: el único Señor y Juez de la historia es él.

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A LAS SIETE IGLESIAS DE ASIA

“Gracia y paz a vosotros de parte de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra.

Aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Mirad: Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén.

Dice Dios: Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.”

(Ap 1, 5-8)

Los tres primeros versículos del libro del Apocalipsis nos describen su título, la descripción de su

contenido: la revelación de Jesucristo. En el cuarto versículo encontramos el saludo a las ‘siete iglesias de

Asia’. De cada una de ellas escribirá con más detalle (Ap 2-3).

En Asia Menor había más de siete iglesias. Habla de siete, número simbólico de plenitud, totalidad, para

indicar al conjunto de las cristiandades, por lo que pueden ser consideradas como dirigidas de forma

mediata a todas las iglesias cristianas.

A estas iglesias, Juan les desea ‘gracia y paz’ (v 4). Junta el saludo griego ‘gracia’ con el saludo hebreo

‘paz’ –shalom-, como también hacía Pablo, para significar todo el conjunto de bendiciones que deseaba a

los fieles a quienes escribía.

Esta gracia y esta paz proceden de Dios Padre, del Espíritu y de Jesucristo. Después de mencionar al

Padre Eterno, el autor nos habla de los ‘siete espíritus que están delante de su trono’, en clara alusión al

Espíritu Santo.

Con el saludo de parte de Jesucristo se inicia la lectura de hoy, para adaptarla a la liturgia del día.

Jesucristo es designado con tres títulos (v 5a): Testigo fiel, porque con su obediencia hasta la muerte ha

dado testimonio pleno de la voluntad del Padre y porque en él se han hecho realidad todas las profecías;

Primogénito de entre los muertos, por ser el primero exento de la ley de la muerte y el único en quien

podemos encontrar los medios para vencerla; y Príncipe de los reyes de la tierra, por haber recibido del

Padre todo poder y haberlo manifestado guiando la historia de los imperios humanos, como lo va a

mostrar el libro del Apocalipsis.

Juan destaca la realeza de Cristo sobre todos los poderes que se oponían –y siguen oponiéndose- a la

difusión de su Iglesia en la tierra. Era necesario para consolar e infundir nuevo valor a los cristianos.

Los vv 5b-7 forman como una síntesis de la obra salvadora de Jesucristo, que, además de Rey y Señor de

toda la creación, es también ‘Redentor’, que nos amó y nos ha librado de nuestros pecados por su

sangre (v 5b). Después de perdonarnos los pecados, nos ha constituido sacerdotes de Dios, su Padre (v

6a), por lo que formamos un reino sacerdotal, haciendo referencia al Éxodo (19, 5-6). El cristiano,

incorporado a Cristo por el bautismo, se encuentra próximo y en íntima unión con él, goza de un poder

especial de intercesión delante de Dios, como gozaba el sacerdocio levítico.

El versículo 6 queda interrumpido para dar cabida a una breve doxología en honor de Cristo Salvador: A

él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

El autor está tan seguro de la próxima venida de Cristo, que lo presenta ya avanzando en medio de las

nubes –imagen tomada de Daniel, 1ª lectura- El mismo Jesús utilizó esta imagen ante el sumo sacerdote

(Mt 26, 64; Mc 14, 62) y en el discurso escatológico (Mt 24, 30; Mc 13, 26; Lc 21, 27).

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Jesucristo es el justo ‘atravesado’ (v 7). La alusión a la crucifixión y a la lanzada es clara, máxime

cuando es el mismo Juan quien nos la transmite (Jn 19, 34).

La doble afirmación: Sí. Amén (v 7) indica la solemnidad y la convicción de lo que acaba de decir.

Las últimas palabras (v 8) están puestas en boca de Dios. El que habla es el Padre, declarando su

eternidad: Yo soy el principio y el fin de todo; el que es, el que era y el que viene, el dueño y Señor del

desarrollo de una historia que recibirá su veredicto definitivo cuando venga como Juez.

El Crucificado viene como Señor –gran tema del libro- y todo el mundo le reconocerá como tal.

Este es el final feliz de la historia humana, en el que desembocan todos los trabajos del tiempo presente.

Un final que ilumina el presente, llenándolo de esperanza. Un final hacia el que se encamina toda la

creación. Un final que celebramos con la fiesta de hoy. Sólo lo que viene de ‘las nubes’, símbolo de lo

que viene de Dios, tiene carácter de universalidad y eternidad.

Frecuentemente quedamos impresionados por todo el mal que existe en nuestra tierra. Y olvidamos que

todo esto viene ‘de abajo’, del pecado que lo invade todo. Y que todo esta siendo derrotado...

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ÍNDICE Introducción pág 2

ADVIENTO

Domingo primero: Invitación a la vigilancia 4 Necesitamos un Salvador Adviento, tiempo de profundizar en esta esperanza Marcos nos invita a vivir despiertos (Mc 13, 33-37) A pesar de las apariencias, Yahvé es nuestro Padre y nuestro Redentor (Is 63, 16s; 64, 1. 3-8) Dios ha volcado sobre nosotros todos sus bienes (1 Cor 1, 3-9)

Domingo segundo: Conversión y bautismo 10 ‘El hecho Jesús’ es evangelio para nosotros (Mc 1, 1) Tiempo de silencio y de austeridad en el desierto (Mc 1, 2-8) El Adviento también es tiempo de consolación (Is 40, 1-5. 9-11) ¿Cuándo será el retorno del Señor? (2 Pe 3, 8-14)

Domingo tercero: En medio de vosotros... 16 El compromiso con la sociedad Ser testigo del que vive entre nosotros (Jn 1, 6-8. 19-28) La Buena Noticia es para todos los que sufren (Is 61, 1-2a. 10-11) Vivir como cristianos hoy y siempre (1 Tes 5, 16-24)

Domingo cuarto: Anuncio del nacimiento de Jesús 21 Experiencia religiosa de María (Lc 1, 26-38) La más pobre y la más pequeña Dinastía y reino eternos (2 Sam 7, 1-5. 8b-12a. 16)

NAVIDAD

Navidad. Misa de la aurora: Y María... meditándolas en su corazón 26 Sólo abandonando la ´’última posesión’ se llega hasta Dios El hombre satisfecho está incapacitado para buscar (Lc 2, 15-20) Decir ‘sí’ y ponerse en camino Yahvé siempre nos busca (Is 62, 11-12) Dios se revela gratuitamente (Tit 3, 4-7)

La Familia de Nazaret: Presentación en el templo 31 La familia, clave en el desarrollo humano A ejemplo de la familia de Nazaret En el silencio de Nazaret (Lc 2, 22-40) Más numerosa que las estrellas (Gén 15, 1-6; 21, 1-3) Siempre hay razones para seguir creyendo (Heb 11, 8. 11-12. 17-19)

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios: Madre de Dios y nuestra 37 ‘Feliz año nuevo’ (Núm 6, 22-27) El precio de la paz Una maternidad abierta al infinito (Lc 2, 16-20) El único Salvador (Lc 2, 20) Hijos y herederos de Dios (Gál 4, 4-7)

Domingo segundo después de Navidad: La Palabra acampó entre nosotros 41 Necesitamos reflexión y silencio La luz de la vida (Jn 1, 1-18) Testigo: Juan Bautista En los pobres y para los pobres (Eclo 24, 1-4. 12-16) Desde siempre y para siempre (Ef 1, 3-6. 15-18)

Epifanía del Señor: Jesús nace para todos 46 Una nueva mentalidad religiosa Dios es para todos Parábola-profecía sobre el camino de la fe (Mt 2, 1-12) ¿Cómo traducir a la actualidad esta parábola-profecía evangélica? Las tinieblas cubren la tierra (Is 60, 1-6)

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Dios no discrimina (Ef 3, 2-6)

El bautismo de Jesús: Vio rasgarse el cielo y al Espíritu... 51 Un Mesías distinto al esperado (Mc 1, 7-11) Jesús posee la plenitud del Espíritu El bautismo en el Espíritu Los planes de Dios nunca coinciden con los nuestros (Is 55, 1-11) El Espíritu, el agua y la sangre (1 Jn 5, 1-9)

CUARESMA

Domingo primero: Tentación y desierto 57 Una sociedad moralmente enferma Desierto: lugar de la tentación y del encuentro (Mc 1, 12-15) La tentación de Jesús Sólo el Dios creador puede dominar su creación (Gén 9, 8-15) Jesús resucitado, sí puede salvar (1 Pe 3, 18-22)

Domingo segundo: La Transfiguración de Jesús 62 En la ‘Realidad’ está Dios Simbolismo religioso de la montaña En el monte Moria (Gén 22, 1-2. 9. 15-18) En el monte Tabor (Mc 9, 1-9) Las palabras del Padre Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Rom 8, 31-34)

Domingo tercero: Expulsión de los mercaderes del templo 68 ¿Acto de violencia de Jesús? (Jn 2, 13-25) El nuevo templo El Decálogo (Éx 20, 1-17) El desconcierto de la cruz (1 Cor 1, 22-25)

Domingo cuarto: El amor sin medida de Dios 74 Un diálogo en la noche con Nicodemo (Jn 3, 14-21) Las malas obras, causa de la incredulidad Junto al amor, la cruz Siempre el amor de Yahvé (2 Cró 36, 14-16. 19-23) La nueva vida ya está presente en el creyente (Ef 2, 4-10)

Domingo quinto: El proceso del grano de trigo 79 La hora de Jesús (Jn 12, 20-33) Algo tiene que morir El Getsemaní de Juan Jesucristo, cumbre de todas las promesas (Jer 31, 31-34) Sumo Sacerdote para siempre (Heb 5, 7-9)

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor: Entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén 84 Mesías de la paz (Mc 11, 1-10) El silencio de Jesús La Pasión y Muerte en Marcos (Mc 14, 1-15, 47) Para redimir y dar sentido a tanto sufrimiento (Is 50, 4-7) El esclavo es el Señor (Fil 2, 6-11)

Jueves Santo: Con el amor de Jesús 92 La Última Cena de Jesús Lava los pies a sus discípulos (Jn 13, 1-15) El mandamiento nuevo La Cena de Jesús (1 Cor 11, 23-26) La cena pascual judía (Éx 12, 1-8. 11-14)

Viernes Santo: Y muerte de cruz 98 Su Madre no faltó a la cita con la cruz (Jn 18, 1-19, 42) ¿Por qué mataron a Jesús? No es la única cruz de la historia Todo el sufrimiento humano (Is 52, 13-53, 12)

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Igual en todo a nosotros, excepto en el pecado (Heb 4, 14-16; 5, 7-9)

PASCUA

Pascua de Resurrección: El fundamento de nuestra fe 107 Nuestros anhelos de plenitud e infinito son posibles La resurrección de Jesús fue la consecuencia de su obediencia al Padre ¡Jesús de Nazaret ha resucitado! (Jn 20, 1-9) Consecuencias de la resurrección de Jesús El sepulcro vacío El anuncio de la resurrección Pedro y Juan van al sepulcro

Domingo segundo: En la comunidad reunida 113 El miedo los tiene paralizados (Jn 20, 19-31) La paz de Jesús Su misión tiene que continuar Un ideal que nunca llegó a realizarse plenamente (He 4, 32-35) Todo el que ama ha nacido de Dios (1 Jn 5, 1-6)

Domingo tercero: La resurrección hoy 118 Llamados a vivir una nueva vida: la de Jesucristo Los detalles de Lucas Todo y siempre en nombre del Resucitado (He 3, 12-19) Conocemos a Dios siguiendo a Jesucristo (1 Jn 2, 1-5)

Domingo cuarto: Jesús, Buen Pastor 123 Jesús, verdadero Pastor (Jn 10, 11-18) Ama hasta dar la vida Conoce a los suyos y es conocido por ellos Es Pastor de todos los seres humanos Jesús cumple todas las condiciones Pedro ha perdido el miedo (He 4, 8-12) Vivir como Hijos de Dios (1 Jn 3, 1-2)

Domingo quinto: La vid y los sarmientos 129 Permanecer en Cristo y aceptar la poda (Jn 15, 1-8) No podemos dejar la oración Pablo, una figura fascinante (He 9, 26-31) La fe se verifica en el amor (1 Jn 3, 18-24)

Domingo sexto: Siempre el amor 133 En el principio fue el amor El amor es la realidad más entrañable de la vida (Jn 15, 9-17) La experiencia de Dios no es posible sin amor y sin alegría Amigos y elegidos de Dios Una difícil apertura (He 10, 25-26. 34-35. 44-48) El amor verifica la fe (1 Jn 4, 7-10)

Domingo de la Ascensión del Señor: Comienza el tiempo del Espíritu 139 La fiesta de la Ascensión (Mc 16, 14-20) Continuadores de la misión Las señales de Marcos Testigos de Jesús por la fuerza del Espíritu (He 1, 1-11) A imagen de la Trinidad (Ef 4, 1-13)

Domingo de Pentecostés: La misión del Espíritu 144 El testimonio del Espíritu y de los discípulos (Jn 15, 26-27; 16, 12-15) La verdad es un largo camino Pentecostés es el anti-Babel (He 2, 1-11) Entre la carne y el Espíritu (Gál 5, 16-25)

Domingo de la Santísima Trinidad: Dios es Comunidad de Amor 150 La Trinidad ilumina la verdadera vida humana Pleno poder sobre toda la creación (Mt 28, 16-20)

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Presencia de Jesús en los suyos Nada sucede al azar (Dt 4, 32-34. 39-40) Hijos y herederos de Dios (Rom 8, 14-17)

Domingo del Cuerpo y Sangre de Cristo: El Sacramento del Amor 155 A las puertas de la muerte (Mc 14, 12-16. 22-26) Los discípulos preparan la Cena La Cena de Jesús Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo (Éx 24, 3-8) Templo, Sumo Sacerdote y Víctima (Heb 9, 11-15)

TIEMPO ORDINARIO

Domingo segundo: Los primeros discípulos de Jesús 161 La vocación no nace en las nubes La vocación es seguimiento y amistad (Jn 1, 35-42) La vocación, experiencia que se comunica Toda vocación es cuestión de amor (1 Sam 3, 3-10. 19) La falta de amor desvirtúa la sexualidad (1 Cor 6, 13-20)

Domingo tercero: Conversión y seguimiento 167 ¿Qué sociedad estamos construyendo? Las primeras palabras de Jesús (Mc 1, 14-15) Llamada y respuesta de cuatro pescadores (Mc 1, 16-20) Nínive mejor que Israel (Jon 3, 1-5. 10) Nada que tenga fin puede llenar nuestros corazones (1 Cor 7, 29-31)

Domingo cuarto: Jesús enseña liberando 172 El espíritu profético Jesús nunca deja indiferente al auditorio... (Mc 1, 21-28) ... y libera de toda esclavitud Dios se comunica por medio de los profetas (Dt 18, 15-20) Opción por el celibato (1 Cor 7, 32-35)

Domingo quinto: Predicar, curar-liberar y rezar: tareas de Jesús 177 Los gestos de Jesús (Mc 1, 29-39) Dios no quiere el sufrimiento Toda la vida de Jesús está penetrada por la oración Jesús despierta esperanzas Dominar la creación y construir el reino de Dios (Job 7, 1-7) Evangelizar es como amar: Se basta a sí mismo (1 Cor 9, 16-19. 22-23)

Domingo sexto: La curación del leproso 182 La lepra: signo del pecado que invade a la humanidad Un pasaje helador (Lev 13, 1-2. 44-46) Uno de los primeros milagros de Jesús (Mc 1, 40-45) La lepra actual Fieles al camino marcado por Jesús (1 Cor 10, 31-11, 1)

Domingo séptimo: El paralítico de Cafarnaún 187 Nuestra sociedad paralítica La salvación-liberación empieza en el ahora (Mc 2, 1-12) Jesús perdona los pecados... ... y cura las parálisis de los hombres Un nuevo éxodo (Is 43, 18-25) Fidelidad de Pablo a Jesucristo (2 Cor 1, 18-22)

Domingo octavo: El ayuno y la nueva ley 192 El ayuno que quiere Jesús (Mc 2, 18-22) El Evangelio es ‘otra cosa’ Una historia de amor no correspondido (Os 2, 14-15. 19-20) Somos una carta viva de Jesucristo (2 Cor 3, 1-6)

Domingo noveno: Enfrentamiento Jesús-fariseos sobre el sábado 197 Los discípulos quebrantan el sábado (Mc 2, 23-3, 6)

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Jesús también con su curación Necesidad del descanso (Dt 5, 12-15) Evangelio-mundo: dos realidades irreconciliables (2 Cor 4, 6-11)

Domingo décimo: Vuelve a Cafarnaún 203 Tiene dentro a Belcebú (Mc 3, 20-35) La blasfemia contra el Espíritu Santo El verdadero parentesco con Jesús El mito: un intento de explicar la realidad (Gén 3, 9-15) A la espera de resucitar con Cristo (2 Cor 4, 13-5, 1)

Domingo undécimo: El grano que germina solo y el de mostaza 209 Parábola del grano que germina solo (Mc 4, 26-34) Parábola del grano de mostaza Dios actúa desde lo pequeño y olvidado (Ez 17, 22-24) Con Jesús para siempre (2 Cor 5, 6-10)

Domingo duodécimo: Jesús calma una tempestad 214 El mar (Mc 4, 35-40) La barca La tempestad Jesús duerme ¿Por qué tanto sufrimiento y tanto mal? (Job 38, 1. 8-11) A imagen de Cristo (2 Cor 5, 14-17)

Domingo décimo tercero: La muerte física no es el final 219 Dios quiere la vida (Sab 1, 13-15; 2, 23-25) Misión fundamental de Jesús (Mc 5, 21-43) Vencedor de la enfermedad... ... y de la muerte ¿Cómo ser cristianos sin compartir lo que somos y tenemos? (2 Cor 8, 7-9. 13-15)

Domingo décimo cuarto: El rechazo del profeta 225 En la sinagoga de Nazaret (Mc 6, 1-6) Reacciones de sus paisanos Nadie es profeta entre los suyos El profeta, servidor de Dios y de los hombres (Ez 2, 2-5) La verdadera fortaleza (2 Cor 12, 7b-10)

Domingo décimo quinto: El riesgo de la misión profética 231 Les da poder sobre todo mal (Mc 6, 7-13) Lo harán en pobreza Hoy también hay profetas ¡Cuántos silencios y alianzas en la historia! (Am 7, 12-15) Elegidos y predestinados desde siempre (Ef 1, 3-14)

Domingo décimo sexto: Al regreso de la misión de los Doce 237 Evaluar y reflexionar la acción (Mc 6, 30-34) El descanso dura poco Como ovejas sin pastor Desde Dios, el futuro es siempre esperanzador (Jer 23, 1-6) Judíos y gentiles: un solo pueblo en Jesucristo (Ef 2, 13-18)

Domingo décimo séptimo: El signo de los panes 242 Una situación sin salida aparente (Jn 6, 1-15) Compartieron y hubo para todos Hambre de Dios (2 Re 4, 42-44) Llamada a la unidad (Ef 4, 1-6)

Domingo décimo octavo: Jesús, Pan de vida 247 Insuficiencia del pan material (Jn 6, 24-35) El verdadero alimento Discurso del Pan de vida El precio de la libertad (Éx 16, 2-4. 12-15) La vida nueva en Cristo (Ef 4, 17. 20-24)

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Domingo décimo noveno: Los dones y las exigencias de Dios 253 La murmuración hace imposible la fe (Jn 6, 41-51) Dejarse ‘empujar’ por el Padre Escuchar y ver al Padre Yo soy el Pan de vida Elías peregrina al Sinaí (1 Re 19, 4-8) Ser consecuentes (Ef 4, 30-5, 2)

Domingo vigésimo: Discurso eucarístico de Jesús 259 La Eucaristía expresa la entrega de Jesús hasta la muerte (Jn 6, 51-58) Los judíos no entienden este lenguaje Jesús vive en el creyente Necesitamos la sabiduría (Prov 9, 1-6) La vida nueva del creyente en Cristo (Ef 5, 15-20)

Domingo vigésimo primero: Necesitamos optar 265 El final de un proceso: La opción (Jn 6, 61-70) Se van la mayoría Tú tienes palabras de vida eterna Dios quiere voluntarios (Jos 24, 1-2. 15-18) Amar hasta dar la vida (Ef 5, 21-32)

Domingo vigésimo segundo: La religión que Dios quiere 271 Restaurar el auténtico espíritu religioso (Mc 7, 1-8a. 14-15. 21-23) La libertad interior del ser humano La pureza del corazón La fidelidad es el camino de la felicidad (Dt 4, 1-2. 6-8) La Palabra hay que ‘hacerla’ (Sant 1, 17-18. 21-22. 27)

Domingo vigésimo tercero: Curación de un sordomudo 277 Todos somos sordomudos (Mc 7, 31-37) Dios quiere que nos comuniquemos La curación Todos los males serán superados (Is 35, 4-7a) El Evangelio es de los pobres y para los pobres (Sant 2, 1-5)

Domingo vigésimo cuarto: El mesianismo de Jesús 283 ¿Qué pensamos nosotros? (Mc 8, 27-35) Mesías del dolor y del rechazo El fracaso del profeta es temporal (Is 50, 5-9) La fe lleva, necesariamente, al amor (Sant 2, 14-18)

Domingo vigésimo quinto: Ser importante... en el reino de Dios 288 Seguimos sin entender (Mc 9, 29-36) El camino cristiano nos invita a ser los últimos Tratar de ser justo es siempre peligroso (Sab 2, 12-20) Sabio es el que vive en el amor (Sant 3, 16-4, 3)

Domingo vigésimo sexto: Jesús de Nazaret no está limitado a la Iglesia 293 No podemos monopolizar a Dios No se lo impidáis (Mc 9, 37-42. 44. 46-47) Escandalizar a los pequeñuelos Elección de los setenta ancianos (Núm 11, 25-29) La radical injusticia social clama al cielo (Sant 5, 1-6)

Domingo vigésimo séptimo: El matrimonio y los niños 299 El matrimonio cristiano (Mc 10, 2-16) Jesús y los niños Imposibilidad de ser felices solos (Gén 2, 18-24) La Pasión de Jesús no tiene sentido en sí misma (Heb 2, 9-11)

Domingo vigésimo octavo: Dios y las riquezas son incompatibles 304 Vende lo que tienes (Mc 10, 17-30) Y se marchó pesaroso... Dios lo puede todo

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Los que le sigan no quedarán defraudados La sabiduría, da consistencia a todo lo demás (Sab 7, 7-11) El ideal humano es parte del divino (Heb 4, 12-13)

Domingo vigésimo noveno: Las pretensiones de los hermanos Zebedeos 310 No sabéis lo que pedís (Mc 10, 35-45) La verdadera autoridad es servicio El ejemplo de Jesús El modelo de persona que Dios quiere y que la humanidad necesita (Is 53, 10-11) Jesús, único mediador entre Dios y la humanidad (Heb 4, 14-16)

Domingo trigésimo: La fe del ciego Bartimeo 315 Al ser consciente de su ceguera... (Mc 10, 46-52) ... pudo recobrar la vista El gozoso retorno del destierro (Jer 31, 7-9) El sacerdocio eterno del Hijo (Heb 5, 1-6)

Domingo trigésimo primero: El primer mandamiento son dos 320 Lo único necesario (Mc 12, 28b-34) El amor al prójimo La respuesta del letrado La oración principal judía (Dt 6, 2-9) Cristo es el Sacerdote único y eterno que la humanidad necesita (Heb 7, 23-28)

Domingo trigésimo segundo: Los letrados y la viuda 324 Los profesionales de la religión (Mc 12, 38-44) El contraste Llama a sus discípulos En el encuentro de dos pobrezas puede actuar Dios (1 Re 17, 10-16) Valor eterno del único sacrificio de Cristo (Heb 9, 24-28)

Domingo trigésimo tercero: La segunda venida del Hijo del hombre 329 El retorno de Jesús al final de los tiempos (Mc 13, 24-32) Parábola de la higuera La hora sólo la sabe el Padre Un texto importante de Daniel sobre la resurrección (Dan 12, 1-3) La Eucaristía renueva el único sacrificio de Cristo (Heb 10, 11-14. 18)

Domingo trigésimo cuarto: Jesucristo, Rey del Universo 334 Jesús es Rey (Jn 18, 33-37) La vergonzosa realidad de nuestro mundo El Hijo del hombre (Dan 7, 13-14) A las siete iglesias de Asia (Ap 1, 5-8)

ÍNDICE 339