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Page 1: Black La Metafora
Page 2: Black La Metafora

Los derechos para la versión en castellano de la obra

MODELS AND METAPHORS

publicada por Come/l Universitv Press, de Ithaca, Nueva York,

son propiedad de EDITO RIAL TE CNOS, S. A.

Tr aducción por

VICTOR SANCHEZ DE ZAVALA

© EDITORIAL TEC NOS, S. A., 1966

O'Donnell, 27. Teléfono 2 25 61 92. Madrid (9)

Número de Registro : 2353·66

Dep ósito legal: M. 213-1967

PRINT ED IN S PAIN. IMPRESO EN ESPAÑ.\ POR S UCESORES DE RI VADENEYRA, S . A.

PASEO DE ONÉS IMO RE DONDO, 26 . M.WRID·8

A Susanna y David.

Page 3: Black La Metafora

III

La metáfora 37

La metáfora'*

Las metáforas no son argumentos, bella niña. The Fortunes of Nigel, libro 2, capítulo 2.

Llamar la atención sobre las metáforas de un filósofo es empeque­

ñecerlo: algo como alabar a un lógico por su hermosa letra. Se tiene por

ilícita la afición a la metáfora, basándose en el principio según el cual

acerca de aquello de que sólo se puede hablar metafóricamente no de­bería hablarse en absoluto **; y, sin embargo, la naturaleza del delito

es oscura. Me gustaría contribuir algo a disipar el misterio de que está

investido este tema; mas como los filósofos -con todo su notorio inte­

rés por el lenguaje- han descuidado tanto semejante asunto, he de

ayudarme cuanto pueda de los críticos literarios (los cuales, al menos, no aceptan el mandamiento «No cometerás metáfora», ni asumen que

la metáfora sea incompatible con un pensamiento serio).

Las preguntas que me gustaría que estuviesen contestadas se refie­

ren a la «gramática lógica» de la «metáfora» -y de otras palabras con

significado cercano--. Sería muy satisfactorio disponer de respuestas con­

vincentes para las preguntas: «¿Cómo reconocemos un caso de mctáfo­

* Publicado inicialmente en Proceedings 01 the Aristotelian Society, 55 (1954), 273·294.

En MONROE C. BEARDSLEY, Aesthetics (Nueva York, Harcourt Brace, 1958), páginas 134-144 y 159.162, se encuentra una revisión muy útil de las teorias acerca de la metáfora: este autor juzga que mi propio estudio es «incompleto», ya que no explica qué es lo que ocurre en la atribución metafórica para que nos informe de que el modificador es metafórico, y no literal» (op. cit ., pág. 161).

** Alusión a la famosa frase final del Tractatus wittgensteiniano: «7. Acerca de aquello de que no se puede hablar, debe callarse». (N. del T.)

ra?»; «¿Existen criterios para su detección?»; «¿Se las puede traducir

a expresiones literales?»; ee¿Se considera con justeza a la metáfora como

una decoracion que cubre el 'sentido recto'? »; «¿Cuáles son las rela­

ciones entre la metáfora yel símil?»; ee¿En qué sentido -si es que lo e"

en alguno-- es 'creadora' la metáfora?»; ee¿Adónde va el utilizarla?»

(o, más brevemente: ee¿Qué queremos decir con "metáfora'?», ya que

todas ellas expresan un intento de ponerse en claro acerca de los usos

de la palabra (e metáfora», o bien, si se prefiere el modo material de

hablar, de analizar la noción de metáfora).

No se trata de una lista neta y clara, ya que varias de tales pre·

guntas se solapan en forma harto evidente; mas espero que sirvan de

ilustración idónea del tipo de inquisición a que me refiero.

Sería muy conveniente poder empezar partiendo de alguna lista (de

«casos claros» dc metáfora) sobre la que existiera un consenso; y co­

mo la palabra «metáfora: tiene algunos usos inteligibles, por vagos o

vacilantes que sean, tiene que ser posible prepararla. (Es de presumir

que sería más fácil ponerse de acuerdo sobre la inclusión de un ejem­

plo determinado que sobre un análisis cualquiera que se propusiese de la noción de metáfora.)

Acaso pueda servir la siguiente lista de ejemplos, no enteramente

elegidos al azar:

I) «El presidente aguijó la discusión».

II) «Una humosa pantalla de testigos».

III) «Una argumentadora melodía».

IV) «Voces de papel secante» (HENRY JAMES).

V) «Los pobres son los negros de Europa» (CHAMFORT).

VI) «La luz no es sino la sombra de Dios» (THOMAS BROWNE).

VII) «Blancos niños que amo, confiados como pájaros,

que continuáis jugando entre las lenguas en ruinas» (Arr­DEN).

Confío en que se admitirá que constituyen, sin error posible, ejem­plares de metáfora, cualesquiera que sean los juicios que puedan ha­

cerse en definitiva sobre el significado de «metáfora»; mas, aunque

los presento como casos claros, no serían apropiados -con la posible

excepción del primero-- en cuanto «paradigmas»: si quisiéramos en­

señar el significado de «metáfora» a un niño necesitaríamos ejemplos

más sencillos, tales como «Las nubes 110raDl> o «Las ramas se pelean

unas con otras» (¿es significativo que nos tropecemos con ejemplos de

Page 4: Black La Metafora

38 Modelos y metáforas

personificación?). De todos modos, he tratado de incluir algunos que

nos recuerden las posibles complejidades que pueden originar incluso

metáforas relativamente Ilanas.

Consideremos el primer ejemplo «(El presidente aguijó la discu­

sión»). El contraste cntre la palabra «aguijó» * y las demás que le

acompañan constituye un lugar muy obvio por donde comenzar : ello

se expresaría ordinariamente diciendo que «aguijó: tiene aquí un sen.

tido metafórico, en tanto que las demás lo tienen literal. De modo que,

aun cuando señalamos esta oración como un ejemplar (un «caso cla­

ro») de metáfora, la atención se ciñe rápidamente a una sola palabra,

cuya presencia es la razón próxima de hacer aquella atribución; y po.

dríamos presentar observaciones análogas acerca de los cuatro ejem­

plos siguientes de la lista, cuyas palabras cruciales son, respectivamen­

te, ({humosa pantalla», «argumentadora», «papel secante» y «negros».

(La situación es más complicada en los dos últimos ejemplos. En la

cita de Thomas Browne es preciso admitir que «lUZ» tiene un sentido

simbólico y, sin duda alguna, que significa mucho más de lo que sigo nificaría en el contexto de un tratado de óptica: en nuestro caso, el

sentido metafórico de la expresión «Ia sombra de Dios» impone al su­

jeto de la oración un significado más rico que el usual. En el pasaje de

Auden pueden advertirse efectos muy parecidos: considérese, por

ejemplo, el significado que tiene «blancos» en la primera línea. En el

presente trabajo tendré que dejar de lado semejantes complejidades.)

En general, cuando hablamos de una metáfora relativamente sen.

cilla nos referimos a una oración ---Q a otra exprcsión- en que se usen

metafóricamente algunas palabras, en tanto que las demás se emplcen

en forma no metafórica: cuando se pretende construir la oración ente.

ra con palabras usadas metafóricamente el resultado es un proverbio,

una alegoría o un acertijo, y no hay análisis preliminar de la metáfora

que pueda abarcar satisfactoriamente ni siquiera ejemplos tan manidos

como «De noche todos los gatos son pardos». En cuanto a los casos de simbolismo (en el sentido en que el castillo de Kafka es un «simbo­

lo»), también requieren que se los estudie por separado.

* Naturalmente, hemos tenido que adaptar el ejemplo original [«The chairman plowed through the discussion»J, que en castellano ni hubiese sido comprensible ni admitiría las frases paralelas y variantes en que se apoyan las reflexiones del autor. (N. del T.)

La metáfora 39

2

«El presidente aguijó la discusión». Al decir de esta frase que es

un caso de metáfora implicamos que al menos una palabra (aquí, el

vocablo «aguijó») se usa metafóricamente en ella, y que al menos una

de las palabras restantes se utiliza con valor literal; vamos a llamar a

«aguijó» el foco de la metáfora, y marco al resto de la oración en que

aquéBa aparece. (¿Estamos empleando nosotros ahora, con esto, metá­

foras, y, además, mezclándolas? ¿Importa ello mucho?) Una de las

nociones que es necesario aclarar es la del «uso metafórico» del foco de

una metáfora; y, entre otras cosas, sería muy conveniente entender

cómo la presencia de un marco determinado puede dar lugar al uso

metafórico de la palabra complementaria, en tanto que un marco dis­

tinto de esta misma palabra no es capaz de producir una metáfora.

Si traducimos palabra por palabra la frase acerca del comporta.

miento del presidente a otro idioma (en que esto sea posible), hemos de

poder decir, naturalmente, que la oración así traducida es un caso de

la misma metáfora; por tanto, llamar a una frase un ejemplar de me­

táfora es decir algo acerca de su significado, no sobre su ortografía, su

estructura fonética ni su forma gramatical '. (Por emplear una delimi­

tación perfectamente conocida: tenemos que clasificar «metáfora» en­

tre los términos pertenecientes a la «semántica», no a la «sintaxis», ni

tampoco a ningún estudio [isico del lenguaje.)

Supongamos que alguien diga: «Me gusta aguijar mis recuerdos

con regularidad». ¿Hemos de sostener que usa la misma metáfora que

antes, o no? La respuesta que demos dependerá del grado de semejanza

que estemos dispuestos a afirmar cuando comparamos los dos «marcos»

(puesto que en ambos casos tenemos el mismo «Ioco»}: las diferencias

entre ellos producirán algunas diferencias en el juego conjunto '2 entre

foco y marco en uno y otro caso; y el que consideremos que estas úl­timas son o no suficientemente notables como para decir que las dos

frases constituyen dos metáforas es asunto de una decisión arbitraria

«(metáfora» es una palabra imprecisa, en el mejor de los casos, y hemos

de guardarnos mucho de atribuirle unas reglas de uso más estrictas de

las que realmente encontramos quc posee en la práctica).

1 Es posible usar metafóricamente cualquier parte de la oración (aun cuando los resultados son ralos y poco interesantes en el caso de las conjunciones): y cual­quier forma de expresión verbal puede contener un foco metafórico.

• Utilizo aquí un lenguaje apropiado al «enfoque interactivo» de la metáfora, de que me ocupar é más abajo (en este mismo estudio).

Page 5: Black La Metafora

40 Modelos )' metáforas

Hasta este m omento h emos venido tratando «metáfora» com o un

predicado aplicabl e de modo propio a ciertas expresion es, sin prestar

atención a la s circuns ta ncias en que éstas se empleen, ni a los p cnsa­

m ientos, act os, scn timien tos e intenciones de los h ablantes en las oca.

siones corresp ondien tes. Ello es, desde lu ego, lo debido con algunas

expresiones: así, nos damos cuen ta de que llamar «alcan tarilla» a una

p ersona es utilizar una metáfora, sin necesidad de saber quién usa tal

exp resión , en qué ocasiones o con qué inten ción: la s reglas de nuestra

lengua determinan qu e algunas expresiones tien en qu e ser cons ide radas

m et áforas, y el h ablante no tiene más posibilidades de cambi ar tal si.

tuación que de legislar qu e «vaca» signifique lo mi smo qu e «ovej a» ,

P ero h emos de r econocer también que la s regla s establecidas del idio­

ma p ermiten una gran latitud en cuan to a variaciones, iniciativas y cre a.

ciones individuales: exist en infi nit os con tex tos -en lo s que han de

incluirse casi todos los de interés- dentro de los cuales es preciso re.

construir el signi ficado de la expresión m etafórica ba sándose en l as

intenciones del hablante (y en otros indicios), pues las r eglas maestras

del uso normal son demasiado gen erales para proporcionarnos la infor­

mación que nec esitamos; así , cuan do Churchill , en una frase famosa ,

llamó a Mussolini «ese ut ensilio», el tono de voz, el enmarque verbal

y el fondo histórico coadyuvaban a aclarar qué metáfora estaba u tili­

zando. (Mas, incluso aquí, es difícil ver de qu é modo podría aplicarse

a una persona la locución «ese utensilio » si no es como in sulto: tanto

en este caso como en todos los dem ás, las r egla s gen erales del u so fun­

cionan como limitacion es impuesta s a la libertad del hablante de que. r er de cir lo qu e le plazca.) Ten em os aquí un ej emplo , au nque muy

sencillo, de cómo pued e ser preciso prestar at en ción a las circunstan­

cias concretas en qu e se emita una m etáfora para reconocerla e ín ter­pretarla,

Es digno de ad vertir, espe cialmente, que, en gen eral, no h ay re. glas normales de gradación del peso o énfasis que haya de conced erse

a los usos conc retos de las expresiones: para saber lo que quiere decir

quien emplee una m et áfora n ecesitamos sabe r la «seriedad» con que

trata el foco m etafórico (¿se contentaría con un sinóni m o ba sto o vale

únicamente aquella palabra ?; ¿hemos de tomar ésta superficialm en te,

atendiendo sólo a sus implicaciones más obvias, o serí a preci so apoyarse

en asociaciones menos inmediatas?). En el habla podemos emplear co­

mo indicios el tono y la elocución, pero en el discurso escrito o impreso

faltan incluso recursos tan rudimentarios como éstos ; con todo, este

La metáfora 41

c<peso» (aun algo elus ivo ) de lo qu e sospechemos o de tec te mos 3 ser una

met áfora ti ene enorme importancia prácti ca para la exéges is.

P or poner un ejemplo filosófi co :el que haya qu e manej ar o n o la

exp resi ón «forma lógica » como dotada, en un m arco concre to , de sen ­

tido m etafór ico, dependerá de la m edi da en que cons ide re mos a qui en

la utilice conscien te de cie r ta supues ta ana logía en tre los ra zona mien.

tos y otras cosas (vasos, nubes, batallas, chistes ) de la s que también se

di ce que tienen «fo rm a»; toda vía m ás depend erá de si el escri tor qu ie­

re o no que tal analogía se conse rve ac tiva en la m ent e de sus lectores,

y del grado en qu e Sil propi o pen samiento dependa de ta l supues ta an a­

logía y se alimente de ell a . No podem os espe ra r que la s «reglas del

lengu aj e» nos sean de mucha utilidad en estas aver igu acion es (y, en

consecu encia, en cie r to sen tido, «me t áfo ra: pe r tenece m ás a la «prag·

mática » que a la «se mán tica» : sen tido que pue de ser uno de los m ás

merecedores de at ención).

3

Tratemo s de ex poner del modo más sencill o p osibl e el sign ifi cado

de «E l presidente aguijó la discusión », para ver hasta dónde ll egamos

de este modo. P ara quienes presumamos que p osean unas entended e­

ras demasiado literal es para comprender el original, podría prepararse

un plausible comentario del tenor del sig uien te : «He mos de admitir

que un hablante que use la frase en cues ti ón pret ende decir algo acerca

de un presid ente y de su comportamiento en una r eunión: en lu gar de decir, llana o directamente, qu e trat ó sumariame nte las obj eciones, preso

cindió implacablemente de lo que no era pertinente, o algo por el es­tilo, el hablante prefiere utilizar una palabra (<<aguijó ») que hablando

estrictamente significa otra cosa; p ero el oyente perspicaz puede adivi­nar fácilmente lo que el hablante tenía en las mientes» 4. Esta versión

considera la expresión metafórica (llamémosla «M» ) como susti tu to de

otra expresión, ésta literal «cL», digamos) , que habría expresado id én­tico sen tido si se hubiese utilizado en lugar de aquélla. De acuerdo con

esta opinión, el significado de M en su ap arición m etafórica es ex ac ta­

• Querría que estas palabras se entend iesen aquí con el menor "peso» posibl e. • Ad viértase que este tipo de paráf rasis ll eva cons igo de modo na tural que el

au tor de la met áfora ha cometido ciert a falta : se sugiere vigorosamen te que deberí a haberse pu esto en claro acerca de lo que realm ent e haya qu erido decir , con lo qu e se pinta la metáfora como una forma de r esbalar por encima de la falt a de cla ridad y de la vaguedad.

Page 6: Black La Metafora

42 lI1odelos y metáforas

men te el sentido literal de L: el uso metafórico de una expresIOn con. sistiría en el uso de una expresión en un sentido distinto del suyo pro. pio o normal, y ello en un contexto que permitiría detectar y transfor­mar del modo apropiado aquel sentido impropio o anormal. (Más ade­lante estudiaremos las razones que se aducen para una proeza tan no­table. )

Voy a denominar enfoque sustitutivo de la metáfora a cualquier tesis que sostenga que las expresiones metafóricas se utilizan en lugar de otras expresiones literales equivalentes a ellas (y quisiera que este marbete se aplicase también a cualquier análisis que mire la oración entera que constituya el lugar de la metáfora como algo que remplaza a cierto conjunto de oraciones literales). Hasta hace poco tiempo, la mayoría de los autores que tenían algo que decir sobre la metáfora (por lo regular críticos literarios o tratadistas de retórica) aceptaban una forma u otra del enfoque sustitutivo. Por poner unos pocos ejemplos: Whately define la metáfora como «sustitución de una palabra por otra apoyándose en el parecido o la analogía entre sus significados» 5; tamo poco difiere mucho de ésta el artículo del Oxford Dictionary (por sal. tar a la época actual): (( Metáfora: la figura de dicción en la que se transfiere un nombre o un término descriptivo o algún objeto distinto de aquel al que sea aplicable de modo propio, pero análogo a él; como ejemplo tenemos la expresión metafórica JI 6. El enfoque expresado por estas definiciones ha calado tanto que un autor reciente que defiende explícitamente una tesis acerca de la metáfora distinta y más alambi­

s RICHARD WHATELY, Elements of Rhetoric (7:' ed . rev., Londres, 1846), pági­na 280.

• Sobre «figura» encontramos: «Cualquiera de las diversas "formas' de expresión que se separan de la ordenación o uso normales de las palabras y se adoptan con objeto de dar belleza, variedad o fuerza a la compdsición; por ejemplo, la aposiopesis, la hipérbole, la metáfora, etc .», [Compárese lo que dice el Diccionario de la Real Academia Española (1956) acerca de la metáfora: «tropo que consiste en trasladar el sentido recto de las voces a otro figurado en virtud de una comparación tácita». En cuanto a tropo, leemos: «empleo de las palabras en sentido distinto del que pro. piamente les corresponde, pero que tiene con éste alguna conexión, correspondencia o semejanza. El tropo comprende la sinécdoque, la metonimia y la metáfora». (T.) J Si tomásemos esto estrictamente nos podríamos ver conducidos a decir que la trans­ferencia de una palabra quc no se adopte para introducir «belleza, variedad o fuerza» tiene necesariamente que no s-r un caso de metáfora (¿o acaso «variedad» abarcaría automáticamente cualquier transferencia?). Puede notarse que la definición del Oxford English Dictionary no mejora la de Whately: donde éste habla de la sustitución de una «palabra», el O. F. D. prefiere «nombre o término descriptivo»; ahora bien, si con ello se quieren restringir las metáforas a los nombres (¿y adjetivos?), puede demostrarse que se trata de un error; mas, si no, ¿qué hemos de asumir que quiere decir «término descriptivo»?; y ¿por qué se ha reeortado la referencia de WIlately al «parecido o la analog ía», dejándola reducida a sola la analogía?

La metáfora 43

cada cae, sin embargo, en la manera antigua, al definirla como «decir una cosa y referirse a otra» 7.

De acuerdo con el enfoque sustitutivo, el foco de la metáfora -la palabra o expresión que se use de modo señaladamente metafórico den­tro del mareo literal-- vale para la comunicación de un significado que podría haberse expresado de modo literal: el autor sustituye L por ]}J,

y la tarea del lector consiste en invertir la sustitución, sirviéndose del significado literal de M como indicio del también literal de L. Como prender una metáfora sería como descifrar un código o desenmarañar, un acertijo.

Si preguntamos ahora por qué -si se acepta este enfoque- ten­dría el autor que haber propuesto a sus lectores la tarea de resol ver tal rompecabezas, se nos presentan dos tipos de respuesta. El primero con­siste en decir que puede no haber un equivalente literal, L, en el len­guaje en cuestión: los matemáticos hablan del (dado» de un ángulo

porque no había ninguna expresión literal breve para una línea que

doble en un punto, y decimos «Iabios de grana» porque no existe nin­guna forma lingiiística que pueda compararse a ésta para decir rápida­

mente cómo son tales labios -la metáfora obturaría los huecos del vocabulario literal (o, al menos, remediaría nuestras necesidades de unas abreviaciones convenientes). Enfocada de este modo, se convierte en

una especie de la catacresis, que definiré como el uso de un vocablo en un sentido nuevo con objeto de rellenar una laguna del vocabulario (es poner un sentido nuevo en voces viejas) 8; mas si la catacresis se pone al servicio de una necesidad genuina, el nuevo sentido que así se intro­duce pasa rápidamente a formar parte del sentido literal: «naranja» puede haberse aplicado originariamente al color por catacresis, pero tal palabra conviene ahora a éste con la misma «propiedad» (e igual au­sencia de metáfora) que al fruto; las curvas «oseuladoras: no se besan

f OWEN BARFIELD, «Poetic Diction and Legal Fiction», en Essays Presented to Charles WiUiams (Oxford, 1947), págs. 106-127. La definición de la metáfora aparece en la página 111, en donde se la considera un caso especial de lo que Barfield deno­mina «tarning» [osea, algo así como elevar a un nivel superior de pureza y limpidez, como las aguas de un lago de montaña o tarn (T.) J. Merece leerse todo el ensayo.

e El O. E. D. define la catecresis como «uso impropio de las palabras; aplica,¡ eión de un término a una cosa a la que no denote propiamente; abuso o perversión de un tropo o metáfora». Yo excluyo las sugerencias peyorativas: no hay nada perverso ni abusivo en la ampliación de palabras antiguas para ajustarse a situaciones nuevas; y la cataeresis es meramente un caso destacado de la transformación de significados que acontece constantemente en toda lengua viva. [El Diccionario de la Real Aca­demia Española explica la catacresis como el «tropo que consiste en dar a una palabra sentido traslaticio para designar \I~ª «;os1\ que carece dI' nombre especial». (r.)]

Page 7: Black La Metafora

IDEA BIBLlOTECA: ·'

44 Modelos y metáforas La m etáfora 45

mucho ti empo, sino qu e revierten rápidamente a un con tac to materna­

tico má s prosai co; y an álogamente ocurre en otros casos. El destino de la catacresis consiste en desaparecer cuando acierta.

Existen, sin embargo , mu ch as metáfora s en las qu e no tien en apli­caci ón las vi rtudes ad scrit as a la catacresis, por disponers e ---() supo.

nerse qu e se dispone- de algún equiv ale nte lit eral entera men te a mano e igualmente compe n dioso. Así, en el algo infortunado ej emplo 9 «Ri­

cardo es un Ie ón», qu e los auto res modern os han debatido con fastidiosa

insist en cia, se admite qu e el significado literal es id éntico al de la ora­ción «Ricar do es vali ent e» 110 : aquí no supone mos qu e la metáfora en. riquezca el vocabulario.

Cuando no cabe invocar la catacr esis se acepta qu e las razones para introducir el sus tituyen te cons tituido por la exp resión indirecta, meta. fórica , son estilísti cas : se n os dice qu e, en su uso literal, esta expresión

puede referirse a un objeto más concr eto que e l aludido por su equi­valente literal [ est o es, el equ ivalen te literal de su uso metafórico], y

se supone que cll o recrea al lector (recreo que consi stiría en que se le

desvíen a uno los pensamientos desde Ricardo a un león tan poco pero tinente) ; con lo qu e se admi te, una vez más, qu e el lector disfruta re­

solviendo dificultades, o qu e goza con la destreza con que el autor me­

dio oculta y medio revela el significado; o bien, que las metáforas pro.

du cen una sacudida de «sorpresa agradable », y cosas parecidas. El prin­cipio que subyace a todas estas «explicaciones» parece ser éste: cuan.

do se dude acerca de alguna peculiaridad del lenguaje atribúyase su existen cia a la di versión que proporciona al lector - pri ncipio que

tiene el mérito de fun cionar perfectamente en au sencia de todo testi­monio a su favor Ll .

• ¿Podemos imaginar a nadi e diciendo hoy esto seriament e? Mucho me cuesta hacerlo; mas si falt a un au tén tico con texto de uso, cualquier an álisis está expuesto a ser somero, obvio y car ent e de provecho.

" Pueda verse un estudio a fond o de este eje mplo, compl eto y con diagramas, en la obra de GUSTAF STERN Meaning and Change of ftleaning (Goteborgs Hogskola s Arsskrift, vol. 38, 1932, 1." parle), págs. 300 y sigs. En la versión de Stern se Inten­ta hacer patent e que el contexto conduce al lector a seleccionar de las connotaciones de «león» el atribu to (la valen tia ) qu e conviene al hombre Ricardo. A mi entender, este autor defiende una forma del enfoque sustitutivo.

1l Ari stóteles adscribe el uso de la met áfora al gozo que produce aprender: y Cí­cerón retrotrae la fruición de ella a que se disfruta ante el ingenio con que el autor tra sciende lo inmediato o con que pr esenta vívidamente el asunto principal. Véanse referencias a estas y otras opiniones tradicionales en E.. M. COPE, A n 1ntroduction to Aristotle's Rhetoric (Londres, 1867), libro lIl, apéndice B, capítu lo 2, «On Me­taphor».

Cualesquiera qu e sean las virtudes de semeja n tes especulaciones so­bre la rea cción del lector, todas ellas concuerdan en hac er de la met á­

fora una decoración: excepto en los casos en qu e sea una catacresis, que

remedia alguna imperfección temporal de la len gua, su finalid ad sería di straer y sol azar; y, según este enfoque, su uso constituye siempre una

desviación r espe cto del «estilo llano y estric tame n te apropiado » (W HA·

T ELY) "'. Por tanto, si los filó sofos tien en al go más importante que ha. cer que recrear a sus lectores, la metáfora no pu ede ocupar un lugar

serio en el debate filo sófico.

4

La tesis según la cual la expresión metafórica tien e un significado

que procede, por transformación, de su significado literal normal es un caso particular de un enfoque m ás general sobre el lenguaje «figu ra.

do »; enfoque que sostiene que toda figura de dic ción que entrañe un cambio semántico (no meramente un cambio sintáctico, como la inver­sión del orden normal de las palabras) consiste en cierta transforma.

ción de un significado literal: el autor no nos entrega el significado

que pretende transmitir, s, sino una función de él, f(s), y la tarea del

lector reside en aplicar la función inversa, t', y obtener así ¡-1(1 (s) ), es decir, s, el significado original. Cuando se emplean funciones dife­rentes resultan tropos diferentes: así, en la ironía el autor dice lo

contrario de lo que quiere decir, en la hipérbole exag era el significado

que quiere comunicar, etc. Entonces, ¿cuál es la función transformadora característica de la

metáfora? Ya hemos respondido: o la analogía o la semejanza: M es

semejante o análogo, en cuanto al significado, a su equivalente lite.

ral, L. Y una vez que el lector ha descubierto (valiéndose del marco o de indicios procedentes de un contexto más amplio) el fundamento

de la analogía o símil que se pretende proponer, puede re correr el ca­

mino seguido por el autor y llegar así al significado literal de partida (el de L).

Quien sostenga que la metáfora consiste en la presentación de una

12 Asi, STERN (op. cit} dice de todas las figuras de dicción que «pr etenden cumplir las funciones expresiva y finalistica del habla mejor que la 'enunciación llana y directa'» (pág. 296); la met áfora daría lugar a una «elevación» (Steigerung) del asunto, pero los factores que conducen a su uso «involucran las funciones expre­siva y eficiente (finalistica) del habla, no la simbólica ni la comunicativa» [pági­na 290). Lo cual es decir que las metáforas pueden suscitar sentimientos o predis­poner a otros a actuar y sentir de formas .diversas, pero que típicamente no dicen nada.

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46 Modelos y metáforas

analogía o semejanza subyacente admite lo que yo llamo enfoque como parativo de la metáfora. Cuando Schopenhauer llamaba «ratonera» a

la demostración geom étrica estaba diciendo, según este enfoque (si bien

no explícitamentc): «La dem ostración geométrica es como una ratone.

ra, puesto que ambas ofrecen una recompensa engañosa , seducen a sus

víctimas progresivamente, conducen a una sorprcsa desagradable, etc.»

De este modo se mira la metáfora corno un símil condensado o elíptico;

y puede observarse que el «enfoque comparativo» es un caso particular

del «enfoque sustitutivo», ya que sosti ene que el enunciado metafó­rico podría sustituirse por una comparación lit eral equivalente.

Whately dice: «Puede cons ider arse que el símil o comparación di.

fiere de la mctáfora sólo por la forma; en aquel caso afirma el pare.

eido a que se alude con la metáfora » 'a . Bain habla de que «l a m etá­

fora es una comparación implicada en el m ero uso de un término», y

añade: «hemos de buscar las peculiaridades de la metáfora - sus ven.

tajas por un lado, y sus peligros y abusos por otro- en la circunstan­

cia de que se ciñe a una palabra o, a lo más, a una frase » 14. Este en.

foque de la metáfora --como símil o comparación condensados- se ha hecho muy popular.

El inveterado ejemplo de «Ricardo es un león» puede servir pero

fectamente de ilustración de la diferencia principal entre la tesis de la

sustitución (del género de que nos hemos ocupado antes) y su forma

especial que he llamado enfoque comparativo. De acuerdo con aqueo

lla tesis, esta frase quiere decir aproximadamente lo mismo que «Hi­

cerdo es valiente »; según este otro enfoque, poco más o menos lo mis.

mo que «Ricardo es como un lcón (en cuanto a ser valjente j », frase

esta últíma en que las palabras entre paréntesis se sobreentienden sin

que se las enuncie explícitamente. En la segunda traducción se admite,

igual que en la primera, que el enunciado metafórico está en lugar de

otro literal y equivalente a él; pero el enfoque comparativo nos ofrece

13 WHATELT loe. cit. Este autor continúa luego trazando una di stinción entre «lo que estrictamente se ll ama parecido, o sea, el parecido directo entre los objetos en cuestión (como cuando hablamos de mesetas orogr áficas o comparamos olas grandes a montañasj « y «la analogía, que es el parecido de razones: sem ejanza de las rela-' ciones en que se encuentren con respecto a otros objetos, como cuando hablamos de la 'luz de la razón', o de la 'revelación', o comparamos un guerrero herido y cautivo a un navío enc allado».

" ALEXANDER RAIN, English. Composition and Rh etoric (ed . ampI., Londres, 1887), página 159.

La metáfora '17

una paráfrasis má s trabajada , ya que su interp rctación del enunciado

original lo hace versar sobre los leones tanto como sobre Hicardo" ;

La principal objeci ón qu e puede opon er se a una tesis comparativa

es que padece una vaguedad tal que está al bord e d e la va cuidad. Se

supone que estamos p erplejos preguntándonos cóm o cierta expresi ón

(111 ), en su uso metafórico, puede funcionar en lugar de una deterrni­

nada expresión literal (L) que, según se sostie ne, con stituye un sin ó­

nimo aproximado de ella ; y se nos responde qu e aquello que 111 repre·

sen ta (en su uso literal) es semejante a lo representado por L. Mas

¿qu é información se nos proporciona con tal cosa ? Sentimos cie r ta tea­

tación de considerar que las semejanzas es tán «obj etivamente dadas»,

con lo cual una pregunta de la forma «¿ Se parece A a B en lo que res­

pecta a P?» tendria una respuesta definida y predeterminada; y si así

ocurriese, los símiles estarían regidos por reglas tan estrictas como las

que regulan los enunciados de la fí sica. P ero el parecido admite siem­

pre grados, de modo que sería necesario que una pregunta ver dade ra.

m ente «objetiva » tomase una forma tal como «¿Se parece A a B más

que e en tal y cual escala de grados de P?». Sin embargo, a m edida

que nos acercamos a sem ejantes formas los enunciados metafóricos piel"

den su eficacia y su razón de ser: nec esitamos metáforas justamente en

los casos en qu e por el momento esté descartada la precisión de los

enunciados científicos. La afirmación metafórica no es ningún sustituto

de una comparación en toda regla ni de ningún otro enunciado literal,

sino que po"ee una capacidad y un rendimiento propios y peculiares.

Frecuentemente decimos «X es 111 », y evocamos cierta conexión impu­

tada entre 111 y un L imputado (o, mejor, un sistema indefinido Lll L2 ,

La, . .. ), en casos en que nos hubiéramos visto en un gran apuro si, antes

de construir la metáfora, hubiésemos tenido que encontrar algún pare·

cido literal entre 111 y L; y, en algunos de estos casos, decir que la

metáfora crea la semejanza sería mucho más esclarecedor que decir que

formula una semejanza que existiera con anterioridad 16•

• rs Las tesis comparativas proceden probablemente de una breve afirmación de ARISTÓTELES en la Poética: «La metáfora consi ste en dar a una cosa un nombre que pertenezca a algo di stinto; transferencia que pasa de género a especie, de especie a género o de especie a especie, o qu e se funda en la analogía » (1457 b) . Me falta espacio para examinar con el detalle que merece el estudio de Aristóteles; puede encontrarse una buena defensa del enfoque que en él se basa en S. J. BROWN, The W orld o/ Imagery (Londres, 1927 , especialmente en las págs. 67 y sigs.].

re Habría que explicar muchas más cosas en un esludio a fondo del enfoque com o parativo, Por ejemplo, serían muy reveladores los diversos tipo s del caso, contrapuesto al anterior, en que se prefiere una comparación estri cta a un a metáfora: aquélla pre­

Page 9: Black La Metafora

La metáfora 4948 Modelos y metáforas

ni el significado dc sus usos Iiterales ni el qu c podría tener un sus titu to 5

lit eral cualquiera: el nucvo cont exto (el «rn arco » de la metáfora, en mi

P aso ah ora a consid erar el tip o de an áli sis al qu e denominaré en­ terminología ) fu erza a la palabra focal a una ex tens ión de su signifi ­

foqu e int eracti vo de la met áfora , que me parcce estar libre de lo s prin­ cado . Y en tiendo que Ri chards di ce qu c para qu e la m et áfora fun cione

cipales defectos de los enfoques sus ti tu tivo y comparativo, y haber lo­ el lector tien e qu e percat arse de tal ex tens ión, es to es, ha de at ender

grado pen etrar en forma no desdeñable en los usos y limitaciones de conj untame nte a l antiguo sig nificado y al nu evo 19 .

la m etáfora 1'. Mas, ¿cómo se produce esta ampliación o cambio de sign ificado?

Come ncemos por la sig uien te afirmación: «Por formularlo del mo­ En un lugar, Ri chards habla de la s «carac teristicas comunes» de los dos

do má s se nci llo : cuando utilizamos una metáfora tenemos d os pensa­ términos (v. g. , los pobres y los negros) como «el fundam ento de la

mientos de cosas distintas en acti vidad simultánea y apoyados por una metáfora » ( T ite Pltilosophy 01 Rhetoric, pág. 11 7 ) , en cuan to que la

sola palabra o frase, cuyo signi ficado es una resultante de su Interac­ palabra o expresión del caso ti ene qu e connotar en su utilización meta­

ción » 18. Podemos averiguar lo que se pretende decir aquí aplicando la fórica sólo una selección de las ca rac te rís ticas connotadas en sus u sos

observaci ón de Ri charos a nuestro ejemplo anterior, «Los pobres son los literales; ello, sin emb argo, parece se r un raro lapso en los viejos aná­

n egros de Europa». El enfoque sus ti tu tivo, en su forma más cruda, nos li sis, mucho menos quintaesenciados, que está tr atando de supe rar 20 .

di ce que con ello se dice indirectamente algo acerca de los pobres de Cuando, en cambio, habla de qu e el lector se ve obligado a «conectan )

Europa (per o ¿qu é?: ¿qu e cons tituyen una ela se oprimida, que son las dos id eas (p ág. 125) se encuentra en terreno mucho má s firme: en

un r eproch e pe rmane nte a los id eal es oficiales de la comunidad, que la esta «conexi ón» residen el secreto y el mi sterio de la metáfora. Al ha­

pobreza es heredada e indeleble?); el comparativo defi ende que este blar de la «in teracción» de dos pensamientos «en actividad sim ult ánea »

epigrama presenta cierta comparación entre los pobres y los negros; y (y lo mismo de cdluminación mutua ll , o de «cooper ación ») se usa una

oponiéndose a ambos, Ri chards di ce que nuestros «pensamientos » acer­ m etáfora para sub rayar los asp ect os dinámicos de la reac ci ón de un

ca de los pobres europeos y de los negros am ericanos están «en activi­ buen lector ante una metáfora no trivial. No voy a pelearme por el uso

dad simultánea » y que m ediante su «interacción» dan lugar a un signi. de metáforas (si es que son huenas) cuando se hable acerca de la me.

fi cado resultante de ésta . táfora; pero mejor se ría, aca so, emplear var ias, para qu e no no s extra.

A mi juicio, esto ha de qu er er decir que en el contexto presentado vícn los ad venticios en cantos de nuest ra s fa voritas.

la palabra focal clllegrOS» alcanza un sen tido nuevo, que no es del todo Intentemos, por ej emplo, mirar la m etáfora como un filtro. Consí­deremos la afirmación «El hombre es un lobo». P od emos decir que hay

aquí dos asuntos [subjects]: el principal , el hombre (o los hombres)lud ia a menudo una afirmación explici ta sobre los fund amentos del parecido, en tan to qu e DO esperamos que la metáfora se explique a sí mism a (cí. la diferencia y el subsidiario, cl lobo (o los lobos ) . Ahora bien , la fra se m etafóríca entre comparar la cara de un hombre CaD UDa máscara de lobo buscando aspectos en cuestión no aportará el significado qu e se pretende con ella a un parecido s y ver la faz humana como lupina], Mas DO hay duda de que la Iínea que

lector suficientem ente ignorante acerca de los lobos; ma s lo que se separa algunas metáfora s de algunos sími les DO es n ítida, r t Las mejores fu entes SOD los escri tos de I. A. RICIIARDS, especialmen te el ca­ nec esita no es tanto que éste con ozca el significado normal, del di ccio­

pítulo 5 ("Metaphor») y el 6 ("CommaDd of Metaphor») de su The Philo sophy 01 nario, de «lobo» (o que sea capaz de usar esta palabra en sus sen tidos Rhetoric (Oxford, 1936); los capítulos 7 y 8 de su lnierpretation in Teaching ocupan literales) cuanto qu e conozca lo que h e de llamar sistema de tópicoscasi el mismo dominio. La Greek Metaphor (Oxíord, 1936) de W. BEDELL STANFORD defiend e lo que el autor llama una «teor ía Integrativas (véanse esp. las págs. 101 y qu e la acompañan. Imaginemos que se pide a un profano qu c diga , sin siguient es ) con gran erudición y pericia. Por desdicha, tanto uno como otro tropiezan reflexionar especialme nte sobre ello, qué cosas consi de r a verdaderas con grandes dificultades para exponer claramente la índole de las posturas que de­fienden . El capítulo 18 de la obra de W. EMPsoN Th e Structure 01 Complex Woros

lO Tal vez sea esto lo que lleve a Richard s a decir que «hablar acerca de la (Lon dres , 1951) constituye una útil discusión de las opiniones de Richards sobre la identificación o fusión efectuada por la me t áfora cs casi sicmpre desorientador ymetáfora. pernicioso» (lbúl., pág. 127).

.. Th e Plvilosophy 01 Rh etorics, pág . 93. RlcHARDs di ce también que la metá­ .. Por lo general, Richards intenta hacer patent e que la semeja nza entre los dos fora es «fundamentalmente un pr ésta mo mutuo y comer cio entre pensamiernos, una términos es, en el mejor de los casos, una parte de la base de la int eracción de los transacción entre cont extos» (pág. 94 ) ; y añade que requiere dos ideas «qu e cooperen signi ficados de la metáfora. en un significado incluyentes (pág. 119).

4

Page 10: Black La Metafora

50 Mod elos y metáforas

acerca de los lobo s: el conjunto de afirmaciones resultantes se aproxi­maría a lo que voy a llamar aquí el sistema de tópicos que acompañan a la palabra «lobo »; y esto y asumiendo quc en cualquier cult ura dada las respuestas de distintas personas a este ensayo con cordarían bastan. te bien, y qu e incluso un experto ocasional, que podría poseer unos conocimientos desu sados acerca de tal cue stión, sabría, con todo, «lo que el hombre de la calle piensa sobre ella ». Sin duda, desde el punto de vista de la per sona enter ada, el sistema de tópi cos podría incluir

muchas semiverdades o, simple y llanamente, errores (como cuando se clasifica la ballena entre los peces); pero lo importante para la eficacia de la metáfora no es que los lugares comunes sean verdaderos, sino que se evoquen presta y espontáneamen te (y por cllo una metáfora que fun­cione en una sociedad pu ede resultar disp aratada en otra: la s personas para las que los lobos sean encarnaciones de difuntos darán al enun­ciado ( El hombre es un lobo » una in terpretación diferente de aquella

que estoy dando por supuesta aquí). Por exponer la cuestión de otro modo: los usos literales de la pa·

labra «lobo» están regidos por unas reglas sintácticas y semánticas, cuya violación produce el absurdo o la contradicción; a lo cual añado la sugerencia de que los usos literales de tal palabra llevan normalmente al hablante a aceptar un conjunto de creencias normales acerca de los lobos (vulgaridades usuales) que constituyen una posesión común de los miembros de la comunidad lingüística. De modo que la negación de cualquier parte de tales tópicos admitidos (por ejemplo, si se dijera que los lobos son vegetarianos, o que se domestican fácilmente) da lugar a una paradoja y provoca qu e se pida una justificación; y se entiende normalmente que todo hablante qu e pronuncie el vocablo «Iobo » im­plica, en cierto sentido de esta última palabra, que se está refiriendo a un ser feroz, carnívoro, traicionero, etc.: la idea de lobo forma parte de un sistema de ideas que no están delineadas con nitidez, mas, con todo, suficientemente definidas como para admitir una enumeración

detallada. Por tanto, el efecto que produce el llamar -metafóricamente--­

elobo» a una persona es el de evocar el sistema de lugares comunes relativos al lobo: si esa persona es un lobo, hace presa en los demás animales, es feroz, pasa hambre, se encuentra en lucha constante, ron­da a la rebusca de desperdicios, etc.; y cada una de las aserciones así implicadas tiene que adaptarse ahora al asunto principal (el hombre), ya sea en un sentido normal o en uno anormal; lo cual es posible -al menos hasta cierto punto- si es que la metáfora es algo apropiada.

La metáfora 51

El sistema de implicacion es relati vo al lobo conducirá a un oyente idón eo a construir otro sistema referent e al asunto principal y corres­

pondiente a aqu él; pcro estas implicaciones no serán las comprendidas por los tópicos que el uso lit eral de «hombre » implique normalmente:

las nu evas implicaciones han de estar determinadas por la configura­ción de las qu c acompañ en a los usos lit erales dc la palabra «lobo», de modo qu e cuales quiera rasgos humanos de que se pueda hablar sin excesiva violencia en un «lenguaje lobuno » quedarán destacados, y los que no sean susce ptibles de tal operación serán rechazados hacia el fondo - la metáfora del lobo suprime ciertos detalles y acentúa otros:

dicho br evementc, organiza nuestra visión del hombre. Supongamos que miro el cielo nocturno a través de un trozo de

vidrio fuertemente ennegrecido en el qu e se hayan dejado sin ahumar ciertas líneas: veré entonces únicamente los astros que pu edan caer sobre las líneas preparadas previamente en tal pantalla, y los qu e vea se me aparecerán organizados por la estructura de ésta. Podemos con­siderar la metáfora como una pantalla semejan te, y el sistema de «tópi­

cos acompañantes» de la palabra focal como la red de líneas trazada so­bre ella, y podemos asimismo decir que el asunto principal «se ve a través » de la expresión metafórica --o, si lo preferimos, que resulta «proyectado sobre » el campo del asunto subsidiario-o (En esta última analogía hay qu e admitir que el sistema de implicaciones de la expre·

sión focal determina la «Iey de proyección ».) O bien, adoptemos otro ejemplo. Supóngase qu e se me ha fijado la

tarea de describir una batalla empleando palabras que en la mayor medida posible pertenezcan al vocabulario del ajedrez. Los términos de este juego determinan un sistema de implicaciones que dominará mi descripción: la elección forzada del vocabulario ajedrecístico hará

que ciertos aspectos de la batalla queden subrayados, que otros se pa· sen por alto, y que el todo resulte organizado de una forma que podría violentar aún mucho más otros tipos de descripción. El vocabulario del ajedrez filtra y transforma: no solamente selecciona, sino que pone en primer plano aspectos del combate que podrían no haber sido visi­hles, en absoluto, a través de otro medio. (Como las estrellas que no

pueden verse más que mediante el telescopio.) Tampoco hemos de desdeñar los desplazamientos de actitud que

suelen derivarse del empleo del lenguaje metafórico. Así, un lobo es -convencionalmente- un objeto odioso y alarmante, de modo que llamar lobo a un hombre es implicar que él también es aquellas dos cosas (y, de esta forma, apoyar y reforzar actitudes de vilipendio);

Page 11: Black La Metafora

52 lIfodelos y metáforas

ma s, por volver al vocahular io del ajedre z: los usos primarios de és te

ti en en lugar con actitudes suma me nte artificiales, de las qu e está for­

malmente excluida toda expr esión de los sentimien tos , de modo qu e

describir una batalla como si fu ese una p artida de ajedrez es excluir ,

por la m era elecci ón del lenguaje, todos los aspectos de la guerra qu e

producen mayores alteracion es afectiv as. (En los usos filo sóficos de la

m etáfora no son raros subproduc tos anál ogos.)

Una obj eción ba stante eviden te contra el precedente bosquejo del

« enfoque intera cti vo » cons iste en decir qu e dentro de él es preciso

sosten er qu e algunos de los «tópicos acompañantes» mi smos experime n­

tan un cambio metafórico de significado en el proceso de transferencia

desde el asunto subsidiar io al principal, y qu e difícilmente pueden expli­

carse tales cambios, si es qu e ocur re n, con la versión expuesta: podría

decirse qu e se ha analizado la metáf ora primaria a base de un conjunto

de metáforas subord inadas, de forma qu e tenemos una exposic ión circu­lar o conducent e a un a regresión infinita.

Podemos salir al pa so de esto negando qu e todos los cambios de

significado de los « tó p icos acompa ñantes » ha yan de contarse como des­

plazamientos metafóri cos: mucho s deben consid erarse como ampliacio­

nes de significado, puest o que n o involucran la aprehensión de cone­

xiones entre dos siste mas de con ceptos. Por lo demás, no he intentado

explicar en general cómo se producen tales ampliaciones o desplaza­

mientos, ni creo que haya ninguna versión sencilla de ellos que valga para todo s lo s casos. (E s muy fácil musitar «Ia analogía», pero un estu­

dio más de cerca hace ver muy pronto qu e existen toda clase de «razo­

nes » para los desplazamientos de significado en un contexto; y, a vec es,

que no ha y ra zón ninguna.)

En segundo lugar, no negaré qu e una metáfora pueda involucrar

entre sus implicaciones cie r to númer o de metáforas subordinadas; pero,

según creo, éstas suelen ten erse que entender menos «seriamente» que

aquélla, esto es, acentuando menos sus implicaciones. (Las cosas que

una metáfora implica son como los armónicos de un acorde musical:

concederles demasiado «p eso» es lo mi smo que hacer que éstos suenen

tan fuertemente como las notas principales, e igualmente desatinado.)

En todo caso, la metáfora principal y las subordinadas suelen pertene­

cer al mismo campo del discurso , de modo que refuerzan recíproca­mente uno y el mi smo siste ma de implicaciones; y, a la inversa, cuando

al desentrañar la m etáfora principal aparecen otras sustantivamente

nuevas, se corre un serio riesgo de con fusión mental (recuérdese la ha­bitual prohibición de la «mezcla de m et áforas»},

La metáfora 53

Ma s la exposición anterior de la metáfora ex ige una correcci ón

para ll egar a ser razonablem ent e ad ecuada. P ara los casos más corrien­

tes, en los que el autor juega simpleme nte con los bi en es mostrencos

de conocimientos (y de informaciones erróne as ) que, seg ún es de pre·

sumir , comp ar te con el lector, basta referirse a los «tópicos acompa·

ña n tes» ; pero en un po ema, o en un trozo de prosa tensa, el escr itor

puede establecer una configuración nueva y fr esca dc implicaciones de

los usos literales de la s expresiones clav e antes de utilizar ésta s como

vehículo para sus metáforas. (Un autor puede, antes de desarrollar una

teoría contractual de la soberanía, su pr imi r en gran m edida la s implt­

caciones qu e le estorben de la palabra «con tra to » m cdiante una discu­

sión explíc ita del significado que quiera transmitir; y un naturalista

qu e conozca realmente los lobos puede decirnos tanto acerca de ellos

qu e su descripción del hombre como un lobo difiera muy notablemente

de lo s uso s inveterados de tal figura .) La s metáforas pueden apoyarse

en un sistem a de implicaciones con struido especialmente lo mismo que

en los tópi cos aceptados: pued en hacerse a medida, no ne cesitamos

bu scarlas en la ropería. Una vez má s, hablar como si el sistema de implicaciones de la ex­

presión metafórica permaneciera inalterable a la afirmación m etafórica

ha sido una simplificación : la naturaleza de la aplicación que se le

pret enda dar ayuda a determinar el carácter del sistem a que se vaya a

aplicar (d e igual forma que las estrellas podrían determinar en parte la

índole de la pantalla de observación a través de la cual fuésemos a

mirarlas): si bien llamar lobo a un hombre es colocarlo bajo una luz

espec ial, no debemos olvidar qu e es ta metáfora hace que el lobo nos

parezca más humano de lo qu e ocurriría en otro caso. Confío en que otras complicaciones análogas a éstas podrán encon­

trar acomodo dentro del bosquejo del «enfoque Interactivo» que h e

tratado de presentar.

6

Puesto que he venido utilizando tanto el ejemplo y la ilustración ,

no estar ía mal enunciar explícitamente (y a gui sa de resumen) algunos

de los respecto s capitales en los que el en foque recomendado difiera

del «sus ti tu tivo» o del «comparativo »,

En la forma en qu e lo he venido exponiendo, el «enfoque interacti­

VO ») se embarca en las siete reivindicaciones siguien tes :

Page 12: Black La Metafora

64 M ocle/os y metáloras

1) El enunciado metafóri co ti en e dos asuntos [subjects] di stintos: uno «p rinc ipal» y otro «subsidiar io» 21.

2) El mejor modo de con sid erar tal es asuntos es, con frecuencia , c om o «sis te m as de cosas », y no como «cosas »,

3) La metáfora func iona aplicando al asunto principal un sistema

d e « implicaciones acompañantes » carac te rís tico del subsidiario.

4) Estas implicaciones suele n consis tir en «tópicos » acerca de este

último asunto, pero en cier tos casos oportunos pueden ser implicacio­n es divergentes es tablec idas ad lioc por el autor.

5) La metáfora seleccion a, ac entúa, su pri m e y organiza los ra sgo s

caract erísticos del asunto principal al implicar enunciados sobre él que

normalmente se aplican al asunto subsidiar io.

6) Ello entraña desplazamientos de sign ifi cad o de cier tas palabras

perteneci entes a la mi sma familia o sis tem a qu e la expresión metafórica;

y algunos de estos desplazamientos, aunque no todos, pu eden consistir

en transf er en cias m etafóricas. (Mas las metáforas subor dinadas han de leerse menos «se riamente n. ]

7 ) No hay ninguna ee razón» sencill a y gene ral que dé cuenta de

los desplazamientos de signif icado necesarios: es to es, ninguna razón

comodín de que unas metáforas funcion en y otras fallen.

Cuando se piensa sobre ell o se ve que el punto 1) es incompatible

ce11 la s formas m ás senc illas del cc cnfoque susti tu tivo», que el 7) es

form almente in compatible con el cc enfoque comparativo » y que lo s res­

tantes ofrecen ciertas razones para considerar inadecuados los en foques de est e último tipo.

Pero es muy fácil exagerar los conflictos entre estas tres tesis . Si

reclamásemos que sólo se contasen com o metáforas «ge n u inas» los ejem­

plos que satisfi cicsen los siete puntos que hemos reivindicado, re strin­

giríamos los usos correct os de la palabra «metáfora » a un número de

casos pequeñísimo; lo cu al sería abogar por una definición p ersuasiva

de ella, que tendería a hacer que todas las metáforas fuesen algo de

" Est e punto se ha hecho notar a m enudo. Por eje mplo: «E n cuan to a la expre­sion metafórica, cs una gr an exce lenci a del estilo cu ando se la utiliza con p rop iedad, ya que nos da dos ideas por un a " (SAMUEL JOIINSON. citado por Rt CHARDS. ibid ., pá­gina 93).

La elección de rótulos par a los «asun tos» pr esenta dificultades : véase la «nota ter. minológica » (más abaj o, en la p ág. 56 ).

La metáfora 55

complej idad muy interesante 22 ; mas semejante desviación con respecto

a los usos corrientes de tal palabra no s dejaría sin un r ótulo cóm odo

para los casos má s triviales. Ahora bi en, justamente en ést os es donde

los enfoques «su stantivo » y «comparativo » parecen a ve ces dar más

cer ca del blanco que lo s «in terac tivos»; si tuació n a la que podríamos

hacer frente clasificando la s m et áforas com o ejemplares de sustitución,

comparación o interacción , y só lo la s de la última especie tendrían

importancia en filosofía.

Pues las metáforas de sus ti tuc ión y las de comparación pueden

remplazarse por traducciones literales (con la po sible excep ción de la

cat acresis) sin más que sacrificar parte del encanto, vivacidad o ingenio

del original, pero sin pérdida de contenido cognoscitiv o; en tanto que

de las «de interacción» no cabe prescindir: su m odo de funcionar exige

que el l ector utilice un sistema de implica ciones (ya sea de «lugares

comunes » o un sis te m a especial establecido con vistas a la finalidad

del caso) como medio de seleccionar, acentuar y organizar la s relacio­

nes en un campo di st into; y est e empleo de un «asunto sub sidiar io)

para ayudar en la penetración del «asu n to principal» es una operación

intelectual peculiar (aun cuando este m os su ficientem en te familiariza­

dos con ella gracias a nuestra exp eriencia de aprender dondequiera que

sea cualesquiera cosa s) , que reclama que no s demos cue n ta simultánea­

mente de los do s asuntos, pero ,quc no es r eductible a comparación al.

guna entre ellos.

Supongamos que tratamos de 'en unciar e l contenido cognoscitivo de

una metáfora intera ctiva en cc lengu aje llano y directo». Hasta cierto

punto, podemos consegu ir la enumeración de ciertas rela ciones perti ­

nentes en tre los dos asuntos (si bien, tenien do en cue n ta la ampliación

de significado que ac ompaña al desplazamiento propio del asunto subsi­

diario, no h emos de esperar demasiado de las paráfrasis literales) ; pero

el conjunto de enunciados literal es así obt enidos carecerá de la fuerza

ínformatíva y esclarecedora que el original, ya que, por lo pronto, las

implicaciones cuya educción se dejaba antes al lector idóneo -acompa·

ñada de una fina sensación de su prioridad e importancia relativas-,

se presentan ahora explícitamente, y como si estuviesen dotadas de idén­

tico peso: la paráf ra sis literal, in evitablemente, dice demasiado, y, ade­

" Puedo simpa tizar con la tesis de Em pson de q ue "el término 'met áfora' debería más bien corresponder a lo qu e los hablantes mismos sientan como un uso rico, suges­tivo o persuasivo de un vocablo que incluir usos tal es como el d e la pata de una mesa» (The Structure o[ Complex W ords, pág. 333); pero también exist e el peligro opu esto , o sea , el de ha cer las m etáforas, por su definición, demasiado impor tan tes , con lo qu e estrechamos excesivam en te nu estro enfoqu e del tem a.

Page 13: Black La Metafora

56 Moilelos J' metáforas

más, acentuando de modo indebido las cosas . Uno de los puntos que

querría subrayar más es qu e, en tal es casos, la pérdida que se produce

es pérdida de contenido cognoscitivo: la debilidad qu e nos importa de

la paráfrasis lit eral no es qu e pu eda ser fa stidiosamente prolija o aburri r­

nos con su cxplicitud (o bi en po secr una calidad estil ís tica deficiente) ,

sino qu e fraca sa en su empcño de se r una traducción, ya qu e no con si­

gue hacernos penetrar en la cues tión como lo ha cía la metáfora.

P ero la «e xpl icac ión », o desar ru llo del fundamento de la metáfora ,

puede ser sumame n te valiosa si no se la consid era como un su stituto

cognoscitivo adecuado del original: una metáfora vigorosa no sufre con

tal cala daño ma yor qu e el qu e pudiera expe r ime ntar una obra maestra

musi cal en vir tud de un an áli si s de su es tru ctu ra armónica y melódica.

No ca be duda que las m etáforas son peligrosas, y aca so especialmente

en filosofía; ma s toda prohibición de su em pleo constituiría una r es­

tricción arbitraria y perjudieal de nuestra capacidad de indagación ZJ .

ea ( Nota terminológic.... ) En las metáforas que conve ng an con los enfoques sus­titutivo o comp ar at ivo es naeesar lo distinguir los siguie n tes factores: 1) cierta palabra o expresión, E, 11) qu e aparece en cierto «marco» verba l, !ti , de modo que 111) !tI ( E) sea el en unci ado metafóri co del caso, IV) el sign ificado, s'(E), qu e E ten ga en !tI ( E) y V) que será igu al al significado literal s(X ), de det erminado sinónim o literal, X . Un voca bulario suficien teme nte técn ico es ta r ía formado por : «exp res ión metaf óri ­ca » (E) , «enunciado metafórico» ( !tI(E) ) , «sign ifica do me tafórico» {s' } y «signífi­cado liter al. (»),

Conforme el enfo qu e apropiado es el interactivo la situación es m ás complicada . Posiblemente tendremos qu e referirnos a: VI) el as un to principal de M(E), diga. mos P (poco más o menos, aquello sobre lo q ue «realmente . verse el enunciado), VII) el asunto subsidiario, S (aquello sobre lo que versar ía !tI rE) si lo Iey érarnqj literalmente) , VIII) el sistema de implicaciones pertinente, 1, en con exión con S, y IX) el sistema de at ribuciones resultante, A, qu e se afirme de P. (Hemos de accp· tar al meno s ¡odas est as complicacione s si concedem os qu e el si gnificado de E en su enmarque, !ti , dcpcnd e de la transformación de f cn A quc se logra cn virtud de utilizar, aplicad o a P, un len guaje qu e normalmente se apli ca a S) .

Richards ha propu est o la utilizaci ón de las palabras e ten or » y «veh ículo» para los dos «pensa m.ientosD que, según su tesis, están «en actividad simultánea» (o sea, para «las dos ideas qu e la m etáfora nos ofrece en su s casos má s senciflos s e The Phi­losophy 01 Rhetoric, pág. 96; la cursiva es mia), y nos insta a reservar «la palabra 'metáfora' para es ta doble un idad en su conj un to» (lbíd.) . Pero esta imagen de dos ídeas qu e ohrarían nna sobr e otra es una ficci ón nad a conv eniente; y es muy signifi. cativo qu e él mi sm o caiga pr onto en el lap so de hablar del «tenor» y del «vehículo» como de «cosas» (v. g. , en la pág . 118). La referencia cleI «vc hículo» de Richards vacila entre la expresión metafórica (E) , el asunto subsidiario (S ) y el sistema de implicaciones conexo (I); meno s claro es qu é es lo qu e si gnifica su «tenor »: una s veces representa el asunto princip al (P), otras las implicaciones en conexión con él (que no he simbolizado arriba) y en algu nas, pese a la s propias intenciones de Ri­chards, el si gnificado resulta nt e --<>, como podríamos decir, el «valor tota1»- de E en su contexto, M ( E).

Probablcmente no ha y esperanza de ll egar a la aceptación de una terminología mientras discrepen tanto entre sí qu ien es escriben sobre la cues tión.

IV Supuestos e implicación•

1

F rege dijo en una oca sron : (Cuando se hace ulna aserción se parte

siempre del obvio supuesto de que los nombres propios empleados, ya

sean simples o compuestos, se refieren a algo»'; y, como ejemplos, ut i­

lizaba las oraciones a) Kepler murió en la miseria

Y b) La persona que des cubrió la forma elí p tica de l as órbitas planeo

tarias murió en la miseria. Podría haber em pleado, en lugar de ell as, cualqu ier oración cuyo

sujeto gramatical sea o un n ombre propio o una descripción (y voy a

llamar aserciones primarias a las que utilicen tales oraciones). Un su ­

pu esto -en el sentido de Frege- de la afirmación primaria a) es que

ha habido alguna vez algu ien cuyo nombre era « Kepler », y uno de la b) es que ha habido alguién que fue el primero en descubrir la forma

elíptica de la s órbitas de los planetas; y, en general, a una aserción

primaria dada le acompaña el supue sto de qu e el objeto a qu e ost ensi­

hl emente se refiera la oración que se utilice al hac er l a aserción existe

realmente. Fijémonos ahora en las aserciones que se harían al decir lo si·

guiente:

• Publicado originalmente cn A Wa y lo tlie Ph ilosoph y 01 Scicnce, ed . de Seizi

Uyeda (Tokio, Waseda University P ress, 1958). El mejor debate qu e con ozco de las cues tiones susc itadas en esle ensay o es cl de

C. K . GRANT, aP ragmatic Implication », Phil os'ophy, 33 (19 58), 303 ·32 4. Acer ca de las opiniones posteriores de Strawson sobre los supues tos pr evios véase

su lndividuals (Londres, Methuen, 1959), especialme nte en la s págs. 190·192 y 199 ·204. 1 «Wenn roan etwas behauptet, so ist immer die Voraussetzung selbstvers tiindlich ,

dass die gebrauchten einfaehen oder zusammengesetzten Eigennamen eine Bedeutung haben»: en «Ueber Sinn und Bedeutunga. , Zeitschrilt [iir Philosophie und phlloso­phische Kritik, vol. 100, 1892, pá g. 40. La traducción inglesa se encuentra en Tran.slations from tlie Philosophical W ritirtgs 01 Gottlob Frege (ed . de P eter Gea ch

y Max Black), Oxford, 1952, pág. 69.