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Bitácora de artes plásticasSala de Exposiciones Darío JiménezCentro Cultural Universidad del Tolima

Ibagué - Marzo de 2016 Volumen 1 Nº 2ISSN: 2422-4898

Centro Cultural

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Portada: Jesús Niño BotíaColección Privada

Universidad del Tolima

Director Centro CulturalJulio César Carrión Castro

Bitácora de Artes PlásticasSala de Exposiciones Darío JiménezPrimer semestre 2016 Centro Cultural de la Universidad del Tolima

EditorJamir Eduardo Güiza Beltrán

Diseño y DiagramaciónLeonidas Rodríguez Fierro

ImpresiónLeón Gráficas Ltda.

Tiraje 1.000 ejemplares

Dirección postal: Centro CulturalUniversidad del TolimaBarrio Santa Helena – IbaguéTeléfonos: (+) 57-8-2770181 –2771212 Ext. 9774http://jamirguiza39.wix.com/[email protected]

ContenidoNos queda la palabra ......................................... 2Ana Elvia Barreto .............................................. 5Manuel León Cuartas ........................................ 9Carlos Ennio Naranjo Páez ............................13Jesus Niño Botia...............................................17Mardoqueo Montaña ......................................21Israel Rozo ........................................................25Ricardo Angulo Diazgranados .....................29Luis Eduardo Penagos .....................................33

BITÁCORA DE LAS ARTES PLÁSTICAS

Nos queda la palabra-Un esfuerzo por mantener la condición humana y la validez de la dimensión estética, en medio de la barbarie fascista y de la corrupción generalizada-

Si la barbarie fascista se toma las universidades y pretende “adminis-trar” todos sus quehaceres, llegado incluso a suspender -mediante ac-ciones abiertamente autoritarias y despóticas, pero presentadas como democráticas y “participativas”- la de por si precaria autonomía de estas instituciones; si el compadrazgo, el amiguismo, el nepotismo y todas las formas de la corrupción y el clientelismo, constituyen la cotidiana actividad de las universidades, arrinconando el pensamiento libre, el humanismo y la cultura; y si el panorama de una supuesta “reforma” o reestructuración implica el cierre o el ahogo presupuestal de los secto-res inconformes, mientras una pusilánime administración, carente de solidez intelectual y de decencia, premia amigos y supuestos contradic-tores -que no son más que avezados Tartufos y simuladores posando de “revolucionarios”- quienes no buscan más que el acomodamiento y el trepadorismo; si estos desencantados revolucionarios de ayer, con los gestos residuales de una “izquierda” entreguista y balbuceando un len-guaje adocenado, amortiguado, “decente”, dicen representar la proyec-ción cultural, tras ventajas personales o grupales; es urgente entender que la libre expresión de las ideas y de la dimensión estética, tiene que declararse en rebeldía para no seguir siendo suplantada por el corro de los aduladores y los interesados fulleros, de dichas administraciones. Es prioritario hacer pública una declaración de principios basándonos en la angustiosa esperanza de que “nos queda la palabra”… y que a su vali-dez nos aferramos…

Cuando una mediocre administración difunde y publicita consensos coactivos, crea repentinamente novedosas oficinas con el pretexto de alcanzar un supuesto, “desarrollo institucional” y una mayor “proyec-ción social”; cuando los acomodados lambones de dicha administración sentencian e imponen el silencio y la censura sobre las actividades y las publicaciones culturales, no sometidas al pensamiento único oficial, es importante decirles, gritarles si es preciso, que de todas maneras nos queda la palabra… Y es desde esa perspectiva que la Bitácora de las artes plásticas, renueva su condición de rebeldía…

Sabemos que en nombre del poder de la palabra se ha dado significado al poder de la escuela, de la educación, de los alfabetizados y que la do-mesticación del hombre por el hombre se ha construido sobre procesos de selección, exclusión y marginalidad entre letrados e iletrados, que tras el sendero de la Ilustración y de la civilización literaria se ha estable-cido el horror -como lo denuncia Joseph Conrad- y se han perpetrado

Nos queda la palabralas más terribles masacres, el exterminio de los pueblos vencidos y ese cotidiano genocidio social contemporáneo.

Pero a pesar de todo, nos queda la palabra, la opción de resistencia y rebeldía que ella implica, la alternativa antropocéntrica de revalidar la palabra escrita, los libros y por supuesto las revistas; estas cartas lan-zadas al vacío de que habla Peter Sloterdijk en su conferencia Normas para el parque humano, cartas capaces de abrir nuevos horizontes de sensibilidad y de humanismo. Tal es el proyecto de esta Bitácora de las artes plásticas con que desde el Centro Cultural de la Universidad del Tolima queremos insistir…

Para agradecer esos rezagos de fascinación y encanto y ese viejo hechizo de la palabra que tanto nos convoca, permítanme recordar los esperan-zadores versos del poeta Blas de Otero:

En el principio

Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua, si he perdido la voz en la ma-leza, me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada, si he segado las sombras en silencio, me queda la palabra.

Si abrí los ojos para ver el rostro puro y terrible de mi patria, si abrí los labios hasta desgarrárme-los, me queda la palabra.

Ahí queda pues esta bitácora de arte y cultura, esta historia de los creadores que han acompañado una institución hoy cer-cada por la corrupción y la barbarie, esta Bitácora de la esperanza, de la credulidad y el fervor, no solo por la dimensión estética, sino por la dignidad a que convoca la palabra.

Julio César Carrión CastroDirector Centro Cultural

Jamir Eduardo Güiza BeltránCoordinador Sala de Exposiciones Darío Jiménez

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Ana Elvia BarretoNació en Fálan (Tolima) el 1 de mayo de 1946. Su padre llegó de Cundinamarca a ese municipio en busca de oportunida-des laborales, conoció a Inocencia, se enamoraron, se casaron. Adquirió finca cafetera y se dedicó a la explotación agríco-la. Tuvieron 6 hijos. Más tarde, en medio de la violencia li-beral-conservadora, fue asesinado y toda la familia tuvo que desplazarse a Varios municipios del Tolima, hasta que logra-ron reunirse en Chaparral donde durante varios años hicieron vida familiar. Luego se radicaron definitivamente en Ibagué.

En la capital tolimense Ana Elvia tuvo que, para mejorar el presupuesto familiar, trabajar en una ferretería, combinan-do sus actividades laborales con jornadas de estudio del ba-chillerato nocturno en el Instituto Ibagué, primer estableci-miento en ofrecer esa modalidad en la ciudad, fundado por el popular padre Idrobo. Terminó su bachillerato y a finales de 1970 contrajo nupcias con el ingeniero agrónomo Héctor Penagos con quien viajó al sur del Cesar donde él trabajaba con el antiguo Instituto Colombiano de la Reforma Agraria “INCORA”. Su estadía en tierra vallenata duró dos años.

De regreso a Ibagué se matriculó en la Universidad del To-lima, en el Instituto Superior de Bellas Artes, donde durante tres años cursó asignaturas del programa de Pintura, hasta cuando el “recordado” rector Camilo Polanco lo cerró adu-ciendo que las Artes eran carreras muy costosas. Aquí tuvo profesores de la talla de Edilberto Calderón, Manuel León, Jesús Niño Botía, Ricardo Angulo, Carlos Naranjo, Luis Eduardo Penagos, Gilberto Lesmes,

Terminó sus estudios en la Facultad de Artes de la Universi-dad Nacional de Bogotá, donde el 13 de mayo de 1981 reci-bió el título de Maestra en Bellas Artes – especialización en Pintura.

En 1997 adelantó la especialización en Educación en Arte y Folclor en la Universidad El Bosque, título que le fue otorga-do el 13 de febrero de 1998.

Alternó la actividad artística con la docente, desde la forma-ción a nivel preescolar, con los talleres infantiles del Centro

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cultural Roberto Ruíz, del colegio Andino y el Liceo VAL, la capacitación de adultos con talleres en la galería Viva el Arte, el ITFIP (Espinal), el Centro cultural de la Universidad del Tolima y a nivel superior formal en el Instituto de Edu-cación a Distancia de la misma universidad donde fue tutora de la licenciatura en Educación preescolar y directora de la licenciatura en Artes plásticas, posteriormente en Educación artística para la educación básica, programa que dirigió has-ta el año 2010.

También escribió varias obras didácticas entre las cuales re-cordamos:

Taller integral de Pintura I (Ibagué, 1997)Taller de diseño básico I (Ibagué, 1995)

Percepción artística (Ed. Escolio, 1997) con la coautoría de Carlos Alberto Jaramillo P. y Luis Alfonso Arguello.

Realizó varias exposiciones individuales en Espinal, Pereira, Belén de Umbría (Risaralda), Mariquita, Ibagué y Bogotá.

En 1993 fue invitada por el Fondo de Cultura de Cuba a par-ticipar junto con los maestros Edilberto Calderón y Edgar Varón en una muestra pictórica en la sala de exposiciones del teatro Heredia de la ciudad de Santiago en el oriente cu-bano. Esto dio origen a un intercambio con artistas cubanos, entre los cuales se recuerda la visita de la reconocida pintora Julia Valdés, el afamado caricaturista Aristide Pumariega, la escritora Olga Trapero y el poeta Oscar Ruiz.

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Fueron muchas las exposiciones colectivas en las que par-ticipó, empezando por la Colectiva de Bellas Artes (Ibagué, 1975), Primer encuentro de Escuelas de Bellas Artes (Bogo-tá, Museo U. Nacional, 1977), V abril artístico de Medellín, Promoción 80 Universidad Nacional (Biblioteca Luis Ángel Arango), Muestras Departamentales de Arte (Ibagué), Gale-ría de Arte de la Organización de Estados Iberoamericanos (Bogotá), Banco de la República (Ibagué), Biblioteca Rafael Parga Cortés (U. del Tolima), Sala de exposiciones Darío Ji-ménez (Centro Cultural U. del Tolima).

Falleció el 16 de septiembre de 2013. El 20 de marzo de 2014 el Centro Cultural de la Universidad del Tolima organizó una exposición en su memoria.

Finalmente, se puede concluir que la obra de Ana Elvia está muy bien interpretada por su maestro y amigo Manuel León Cuartas cuando en la presentación del catálogo de la expo-sición en memoria de marzo de 2014 escribe: “Gran parte de su obra plantea esta vivencialidad; sus paisajes con un cromatismo no propiamente verde, atiborrados de árbo-les-seres, que hacen algunos las veces de fuertes torreones o defensas detrás de las cuales se esconden y protegen soslaya-damente infinidad de rostros infantiles, testigos presenciales de hechos oscuros practicados sobre la humanidad inerme de esos ‘seres frutos del campo’ de su Fálan nativo”

Héctor Penagos


Manuel León CuartasIngresó a la escuela de bellas artes de Ibagué en 1956. Los horarios musicales se le cruzaron posteriormente con los de pintura y debió retirarse del conservatorio. Todo o casi todo mediante becas. Cuando se acaban los cursos académicos en Ibagué pasa a la Universidad Nacional gracias a un convenio existente entre los dos claustros.

Al concluir sus estudios en Bogotá se vincula a la docencia en la Casa de la Cultura de Cúcuta y cuatro años después se traslada a la Universidad Pedagógica de Tunja por haber recibido una mejor oferta salarial pero a los seis meses se radica en Sogamoso como dibujante de tiempo completo del Museo Arqueológico y en esa ciudad permanece tres años y medio. Por problemas internos se retira del cargo y se dedica a trabajar en la Cámara Junior. Siempre como docente. Por esas fechas se crea en Tunja el Instituto Boyacense de Bellas Artes y León, que ha colaborado en la redacción del pro-yecto, se convierte en su primer director. Otro año y medio. Pero la ciudad natal lo ha estado reclamando en silencio y se presenta a un concurso para maestro de bellas artes en

la Universidad del Tolima, gana el concurso y empaca sus maletas para Ibagué. Poco después se cierra la Facultad de Bellas Artes, lo invitan a dictar una conferencia sobre arte en Cali y ante el sapiente manejo del tema que demostró -su erudición teórica es innegable- lo invitan a participar en un concurso para la dirección.

Edilberto Calderón, compañero de estudios en la Universi-dad, le propone pintar cuatro murales en Ibagué en el año 85. Se vincula al Instituto Departamental de Cultura. Parti-cipa en un nuevo concurso para optar al cargo de profesor en la Universidad del Tolima, .

De todo lo anterior no puede inferirse que su actividad se haya limitado al campo docente y administrativo. Es un pintor de tiempo completo pero también un teórico ave-zado y trabaja lenta y concienzudamente. Como todos, ha hecho su buena serie de exposiciones colectivas e indivi-duales, ha ganado premios de importancia y menciones de honor. Ha incursionado igualmente en la arqueología


al lado de un gran amigo suyo, César Velandia, también profesor en la Universidad del Tolima. Inicialmente trabajó mucho con el color pero ahora, y tras un buen tiempo de-dicado al dibujo con bolígrafo y lápiz, estudia las culturas prehispánicas y está intentando plasmar todo ese mundo plásticamente.

“Yo tengo una imagen muy clara, voy hacia una figuración que he tenido en el campo del expresionismo. Me interesa el movimiento, su secuencialidad. Manejo por un lado la emo-

tividad y por el otro la racionalidad pero en mi predomina más lo racional que lo emotivo. Picasso podía hacer en un mismo día una obra figurativa, otra surrealista, una tercera abstracta y otra cubista. Pienso que así puede ser”.

En un reportaje concedido a Camilo Pérez Salamanca para el suplemento Voces del semanario Tolima 7 Días, Manuel León afirma que para él, al contrario de otros pintores, pin-tar no es una tragedia sino el mayor de los goces. “Asevera -dice Camilo Pérez- que todo cuanto ha hecho en su acti-

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vidad artística ha sido trabajado con rigor y los resultados, como mínimo, son decorosos. Considera que su pintura más lograda es un boga negro que rema con su hijo, obra elaborada en la técnica de sanguina; en cuanto a escultura, una Venus primitiva, en la que un ave sale de la boca de la mujer. Estas fueron obras tempranas en su quehacer artís-tico”.

La antropología es otra de sus pasiones, si acaso no la mayor. La considera “fascinante” porque, dice, “en una vasija de ba-

rro, en una estatuilla o en una cerámica, está resumidas las culturas del hombre. Si volviera a nacer -concluye- escogería como profesión la arqueología”.

Seguramente perdimos un arqueólogo pero nos basta con haber ganado al pintor serio, riguroso y metódico que es Manuel León Cuartas.

Manuel León Cuartas

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Carlos Ennio Naranjo PáezDesde su época de colegial, Carlos Naranjo tuvo problemas por esa costumbre casi instintiva de realizar caricaturas. Pri-mero fueron los sacerdotes del colegio La Salle de Bogotá, quienes lo reprendían constantemente por dibujarlos con sus gestos y expresiones. Después sería uno que otro borracho, en la penumbra de un bar de mala muerte, quien intentaría agredirlo por un dibujo en el que se veía “desmejorado” y, más tarde, altos funcionarios de la Universidad del Tolima, quienes lo demandaron porque las líneas de sus dibujos y un humor mordaz en las leyendas daban a conocer las irregularidades y errores cometidos por quienes se consideraban infalibles.

Carlos Naranjo nación en Bogotá en 1934, aunque cree que pudo haber sido en cualquiera otra ciudad ya que su padre, un entrenador de tenis, viajaba por todo el país como ins-tructor. Pero en esa ciudad, en la iglesia de San Diego, fue bautizado un niño que se convertiría en una especie de nota-rio del paisaje colombiano, dejando estampados en sus óleos y acuarelas no sólo la flora de muchos lugares, sino la presen-cia del hombre y sus modificaciones al ambiente.

Termina bachillerato a los 16 años y se inscribe en la Univer-sidad Nacional. Pronto entre en contacto con una genera-ción de pintores que marcarían nuevos rumbos a la plástica colombiana, entre ellos Alejandro Obregón, quien fue su profesor y de quien recuerda que siempre pintaba con una cerveza al lado, como si quiera calmar la sed infinita que le producía la angustia de crear. Con el maestro Obregón co-laboró en la elaboración de un mural en la Biblioteca Luis Ángel Arango.

También compartió con Fernando Botero antes de con-vertirse en un pintor in, afirma socarronamente el maes-tro Naranjo. Lo recuerda como el caricaturista prolífico de gran vena humorística. Con el maestro antioqueño Ignacio Gómez Jaramillo, quien siempre hacía gala de su mal genio, trabajó por algún tiempo en la elaboración de un mural para la Caja Agraria de Bogotá.

Una vez terminada la carrera y como si tratara de una profe-sión liberal, Carlos Naranjo montó su propia oficina en com-


pañía del pintor y actor Camilo Medina. Quedaba ubicada en el edificio Estela y ofrecían retratos y paisajes a sus clientes potenciales, los cuales jamás llegaron. Cuatro meses después terminaron por transformar su idílico proyecto en una oficina de publicidad, donde elaboraban letreros, pancartas y avisos y a veces combinaban este trabajo con agotadoras jornadas en el Teatro Colón, realizando la escenografía de distintas obras.

Se presenta a un concurso para proveer una vacante en el Instituto de Bellas Artes de Manizales. Obtiene la plaza y por años se dedica a la docencia. Realiza tres exposiciones indi-viduales en esa ciudad, donde sus acuarelas reciben elogio-sos comentarios de reseñadores y críticos.

Siguiendo la costumbre de su padre de ir de ciudad en ciu-dad, se traslada a Cúcuta e incursiona en territorio venezola-no. Participa en exposiciones colectivas en esta ciudad, San Cristóbal, Maracaibo, y sus cuadros comienzan a cotizarse en bolívares. Esta etapa de gran productividad le reporta también beneficios económicos.

Su espíritu errante lo lleva a Bucaramanga, trabaja en la UIS, expone individualmente en el Banco de la República y en

Bellas Artes así como en colectivas. Cuando está acostum-brándose al medio surge un nuevo horizonte y otro puerto en su recorrido por el país; esta vez sus expectativas se cen-tran en Ibagué.

Naranjo ha creado una especie de consubstancialidad entre él y los espacios tolimenses que refleja. No en vano afirma el maestro César Velandia Jugua: “Se me ocurre que cada pai-saje tiene sus pintores, algo así como que cada paisaje escoge quien los imagine, de tal manera que los del Tolima termi-naron por convertirse en las acuarelas del maestro Naranjo”.

Para Polidoro Villa Hernández, el maestro tiene además la pro-piedad de adoptar “una actitud ética ante la naturaleza y un es-píritu reverente hacia el entorno. La propuesta del pintor no se queda en la idílica apreciación del espacio transformado por el hombre, ni tampoco en la exuberancia del medio, es la búsque-da del equilibrio entre las modificaciones y esa naturaleza que suministra las imágenes para que el pincel modele el cuadro y las manchas den paso a la nitidez de las figuras y los volúme-nes. No se trata de una concepción simplista de la ecología, sino de una visión más profunda en la que el hombre puede dialogar con su entorno por medio del lenguaje del color”.

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Tal vez la virtud más reconocida de Naranjo es su capacidad de jugar con la luz y asir los destellos que se escapan vertigi-nosamente, haciendo cambiar el paisaje a cada instante, dirá Polidoro Villa y efectivamente esa cualidad la desarrolla el pintor para lograr que las palmeras los arbustos y las mon-tañas, adquieran la vitalidad que sólo es propia de la dimen-sión artística.

Otra faceta de la obra de Naranjo es su trabajo con la muralís-tica, ya sea como colaborador de grandes maestros o, en estos últimos meses, trabajando en su propia obra. En la Universi-dad del Tolima terminó recientemente Los años viejos, una alegoría carnavalesca sobre la costumbre popular de construir, al final de cada año, unos muñecos que resuman sus frustra-ciones y logros durante esos doce meses. Pero en el mural, a manera de parodia están las figuras representativas del alma mater, hacinados en la tipicidad de las fiestas, en una simbiosis entre la academia y la calle, escenario tradicional del carnaval.

Trabajó recientemente en un mural titulado La familia que obsequió a la Penitenciaría de la calle 10, donde laboró con un grupo de reclusos para dejar, en mitad de las celdas y las rejas, la libertad como un aleteo de colores y figuras que asu-

men aquellos seres enclaustrados en las paredes grises, como una forma de trascender las murallas y viajar hacia otros lu-gares de mano de los sueños.

Su espíritu de nómada desapareció en Ibagué, aquí ancló de-finitivamente, echó raíces y comenzó a levantar una familia integrada por cuatro hijos. Las montañas de los alrededores se han ido estampando en sus lienzos y está decidido a con-tinuar aquí.

El recuento de sus exposiciones individuales y colectivas es bastante extenso, las ha realizado en ciudades como Bogotá, Manizales, Cúcuta, Bucaramanga, Pereira, Pasto e Ibagué. Pero también en pequeños pueblos como Venadillo, San Antonio, Guamo, Salento, etc., donde ha llevado sus acua-relas para devolverle a los habitantes de esos espacios aque-llos paisajes que ha tomado prestados y donde el verde y el azul se imponen como marcos de unas perspectivas de gran realismos y sensibilidad, porque en ellos no sólo está lo que percibe el ojo sino también lo que experimenta la extrema percepción de un artista para quien los mínimos detalles tie-nen la fuerza y el colorido suficiente para ser plasmados en la liviandad de una acuarela.


Jesus Niño BotiaJesús Niño Botia, Santandereano de nacimiento, pero Toli-mense de corazón, nacido en 1928, empezó su carrera como artista desde joven, haciendo retratos y paisajes en los par-ques de Bucaramanga, realizó sus estudios en la Universidad Nacional en la Facultad de Bellas Artes y se graduó como maestro de pintura, escultura y dibujo. Posteriormente fue becado para ir a estudiar a México muralismo y allí llevó a cabo varias obras y exposiciones importantes.

Al regresar a Colombia y llegar a Ibagué, junto con su es-posa y sus 4 hijos centrado en la corriente expresionista su-rrealista, entró como docente de la Universidad del Tolima y luchó hasta el final por defender al arte en esa institución, ya que esta, en un determinado momento, decidió cerrar el Programa de Arte dejando sin trabajo a varios docentes in-cluyéndolo a él.

Tiempo después al no seguir en la Universidad del Tolima como docente, fundó La Escuela de arte J Niño Botia donde enseñó junto a algunos de sus hermanos, Germán y Libia

Niño, esto hasta el 2008 cuando falleció de un ataque al co-razón. Jairo Niño, hijo del maestro, recuerda cuando este le pedía organizar y preparar los materiales que utilizaba en sus obras y como esté le compartía sus conocimientos sobre el arte.

En la ciudad de Ibagué, lugar que lo acogió como suyo, el artista Niño Botia realizó diferentes murales y esculturas que se encuentran aún hoy vivientes en los diferentes espacios de la ciudad como lo son: el mural de la biblioteca del Colegio San Simón, en Pastales, La Plaza del Jardín, la Biblioteca So-ledad Rengifo y en el Panóptico, este último quedó sin ter-minar.

Jesús Niño Botía Realiza sus primeros estudios de pintura en el taller del maestro santandereano Oscar Rodríguez Naran-jo, se va para Bogotá luego de obtener una beca para estudiar en la escuela de Bellas Artes de la universidad Nacional de Colombia donde se graduó como pintor, escultor y dibujan-te, posteriormente gana una beca para estudiar muralismo


en México, realiza diferentes exposiciones junto con reconocidos pintores como Ma-nuel Hernández y ejecuta varios Murales y es protagonista

La obra del maestro Jesús Niño Botia en el desarrollo de su obra ha abordado diferentes temas como el erotismo, la figura humana, el bodegón, la mitología, obras experimentales y el paisaje. La composición y la gama cro-mática tienen diferentes etapas e influídas como el muralismo mexicano, la de su pri-mer maestro Oscar Rodríguez Naranjo y el modernismo influenciado por las diferentes academias de su época.

Tomado de la revista Pintores | ColArte

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Mardoqueo MontañaCuando los adioses irreparables comienzan a aflorar en nuestro entorno vital, la solidez de nuestra presencia mun-dana no tiene más remedio que ceder ante la proximidad de un propio adiós final. Así ha sido siempre y así lo será por los tiempos. Toda despedida lleva un desgarramiento implícito que termina agrietando la existencia de quien so-brevive al adiós, aunque por fortuna, para quienes vemos la vida como un simple hervor de la naturaleza y percibimos a la muerte como el natural regreso a su regazo, ni aquellas despedidas, ni el final terreno que ellas certifican, pueden terminar convirtiéndose en una desgracia fatal. Porque es que si miramos más con la razón que con la pasión, lo que vienen a recordarnos tales partidas es el placer y el privi-legio que se nos concedió al haber tenido como amigos a quienes despedimos.

Por ello, al saber del fallecimiento de Mardoqueo Montaña -Ibagué 1922-, el escultor, el caricaturista, el artista y el bo-hemio, no hay ninguna confusión en mis emociones. Siento la complacencia honrosa de haberlo conocido en estrecha

amistad hace ya muchos años en medio de una camarade-ría breve en el tiempo, pero “brava” en intensidad bohemia, en agitación intelectual, en la lealtad hacia amigos comunes, también tolimenses ellos, como Jorge Elías Triana o Alberto Suárez Casas, o en prolongadas charlas políticas y culturales que se daban en su taller o en su casa, en mi antiguo aparta-mento de Chapinero, o en el bar o cafetín que nos permitiera ejercer la palabra mutuamente arrebatada, y nuestro común apego por el arte.

¡Cómo perduran en mi memoria esos encuentros del afecto mutuo en donde mi admiración por su producción podía solazarse!

A Mardoqueo Montaña, concluyo mientras escribo esta corta recordación suya tras conocer de su muerte por las 27 palabras perdidas en la sección de Cultura & Gente de El Tiempo, complementadas en el mismo diario por un aviso en el que Magola, su mujer y cómplice perpetua registraba su partida, le faltó en su momento lo que le sobró a tantas


otras socorridas y publicitadas “figuras del arte” de su época: una estimulante mirada objetiva por parte de Marta Traba.

Porque de haber sido así, de una muy otra manera se esta-rían ocupando los medios ahora. Conservo de su obra dos invaluables muestras que dicen de su arte y de su talante hu-mano: una caricatura espléndida que al obsequiarme tituló de su puño y letra “Personajes del antiguo café Automático” en donde aparecen con magistrales y desconcertantes tra-zos y apiñados en un conjunto de la más auténtica estirpe bohemia de aquellos tiempos, notables figuras como León de Greiff, Juan Lozano, Jorge Zalamea, Arturo Camacho Ra-mírez, y en fin, todos los protagonistas e inspiradores de esa atmósfera y esa utilería que él asumía como su exclusivo e íntimo refugio social irrenunciable.

Igualmente, un busto en yeso de la legendaria y fascinante Camille Claudel, la hermana de Paul y estrecha colaborado-ra, inspiradora y tormentosa amante de Auguste Rodin, que había elaborado en plena clase frente a sus alumnos en la Universidad Nacional.

Y por último, no podemos dejar de consignar que fue Mar-doqueo, en 1955, no sólo profesor, sino uno de los creadores de la Escuela de Cultura y Bellas Artes de la Universidad del Tolima.

Hasta siempre, querido amigo.

“Conservo de su obra dos invaluables muestras que dicen de su talento”.

Germán Uribe


Israel RozoEl incansable y atinado maestro evoca, no sin nostalgia, de qué manera, los inolvidables años de su infancia transcurren en Ibagué, donde nace. Pero no es el hecho simple sino que allí, en medio de sones bambuqueros y prados tapizados de flores de ocobos, comienza a sentirse fascinado por el es-plendor de los colores. Sus ojos recorrían entonces como una fijación los tantos jardines que, para entonces, embellecían la ciudad.

Estudia su primaria en la escuela Diego Fallon ubicada en el barrio Belén y el bachillerato en la desaparecida pero fa-mosa Escuela Agronómica de San Jorge, encontrándose para su fortuna con la colaboración y el estímulo de los padres salesianos quienes al ver sus cualidades lo impulsan por el camino del arte.

Su carrera de escultor la realiza en la Universidad del Tolima en la igualmente desaparecida Escuela de Bellas Artes, con-tando como profesores a los maestros Michel Lenz, Ricardo Angulo y Jorge Julio Díaz, entre otros, aprendiendo en ese

proceso a madurar sus ideas, a profundizar en conocimien-tos teórico-prácticos y a realizar, con gran esfuerzo, varias exposiciones memorables y monumentales en el primer piso de la gobernación del Tolima. Tal vez ninguno como él logra dejar ver en ese sitio tan numerosa obra escultórica y jamás se ha repetido en el departamento una imagen como esa.

Su temperamento hiperactivo le llevó no sólo a estarse en su absorbente oficio de escultor, sino que paralelamente ense-ñaba arte y dibujo en diversos colegios de la capital, entre los que están el liceo Gregg, el Manuel Murillo Toro, el colegio San Luis, el Instituto Ibagué y el del Sagrado Corazón.

Al terminar sus estudios universitarios concursó para becas profesionales convocadas por el Ministerio de Educación Nacional a través del Icetex y fue seleccionado y enviado a especializarse en la Universidad Autónoma de México.

Aprovechando su estadía realiza dos exposiciones, una en el Palacio de Bellas Artes y otra en Ciudad Nezahualcóyotl,


cuando aún vivía el maestro David Alfaro Siqueiros, quien dirigía un taller libre por los lados del parque Chapultepec. gracias a que el famoso muralista sentía gran admiración por un pariente lejano suyo de nombre Rómulo Rozo, simpatiza con el maestro tolimense y orienta sus murales, incluyéndo-lo entre sus ayudantes para su obra La Marcha de la humani-dad, un poliforum flotante del gran Hotel de México.

De regreso a Colombia y para retribuir a sus país por la beca que se le asignó, entra a formar parte de la nómina oficial al ser nombrado profesor de artes plásticas en el Inem de

Montería, donde logra darle un nuevo giro a su trabajo es-cultórico, mostrándolo en cuatro exposiciones realizadas en Montería y Corozal.

Dos años más tarde, en 1976, se traslada a Medellín para trabajar en el Inem José Félix de Restrepo, fundando simul-táneamente un taller de arte que luego se transformó en la Academia de Arte Rozo. Allí, alimentando sus sueños y los de los discípulos que ya conforman toda una nómina repre-sentativa de nuevos artistas, lleva dos décadas productivas de trabajo y el no despreciable número de cinco mil alumnos

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entre niños y adultos. Todo aquel trabajo que recoge expec-tativas y ofrece resultados halagadores, cuenta con la colabo-ración de siete profesores especializados que le ayudan en su labor docente.

Israel Rozo, que siempre ha sido hiperactivo, combina igual-mente sus oficios con otras actividades profesionales que incluyen la realización de exposiciones y obras escultóricas para edificios y parques, por encargo, y anualmente pro-grama una exposición de niños, otra de adultos en lugares públicos, al tiempo que brinda, gracias a su ya larga expe-

riencia, una asesoría a colegas que buscan respaldo para sus obras.

Rozo mantiene viva la llama de la nostalgia por su tierra, porque si bien es cierto ha logrado realizarse y sentirse ple-namente feliz con lo que hace, aspira a mostrar por el Tolima su obra y a trabajar en viejos sueños que aún no ha podido culminar.


Ricardo Angulo Diazgranados Este maestro de la pintura, nacido en Santa Marta, demostró desde su más tierna infancia una verdadera vocación por las Artes; se inició estudiando violín, dibujo, modelado y pintu-ra en el Instituto de Bellas Artes del Magdalena.

Continuó sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá, donde ob-tiene el grado de Maestro en Pintura. Estudió colorido y Pintura Mural, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid España.

En el Círculo Auténtico de Madrid, hizo prácticas libres de dibujo, (figuras humanas del natural), mediante beca otor-gada por la Universidad Nacional de Colombia. La C.E.A. le otorgó una beca para participar en el Curso Interamericano de Capacitación Museográfica en Ciudad de México D.F.

Ricardo Angulo Díaz contribuyó activamente al desarrollo de la pintura y las artes en el Tolima. Su amplio legado artís-tico se fundamentó entre otras cosas, en los más de 27 años

que se desempeñó como docente de la Universidad del To-lima.

En el año 1973 viaja a Ciudad de México para capacitarse en museografía además de conocer más de cerca la técnica del muralismo a través de la observación de trabajos de artistas como Tamayo, Orozco y Siqueiros.

Participó en exposiciones individuales y colectivas a partir del año 1961 y entre sus numerosas distinciones resaltan las becas recibidas por la Universidad Nacional, la Organización de Estados Americanos y su nombramiento como Miembro Honorario del Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo en Santa Marta. También en una exposición colectiva en el Museo de la Acuarela en México y fue seleccionado para re-presentar a Colombia en diferentes bienales y trienales de Acuarela.

A su llegada a la capital musical de Colombia, a comienzos de la década de los 60, se unió a los coros del Tolima donde


tuvo la oportunidad de representar al país en diferentes cer-támenes internacionales en compañía del amor de su vida, Belén Caicedo.

El maestro Ricardo Angulo, fue seleccionado por la Funda-ción Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo para par-ticipar en la Exposición de Acuarelistas Colombianos en el Museo de la Acuarela de Ciudad de México y en la Segunda Bienal Internacional de la Acuarela.

La Alcaldía de Ibagué, lo distinguió con la condecoración Orden de Ciudad de Ibagué, como reconocimiento a su des-tacada labor artística y cultural, en las cuales ha enaltecido el nombre y la imagen de la ciudad de Ibagué.

La inmensidad del mar caribe, los imponentes paisajes del país y la alegría de los colores al representar los personajes tradicionales del Carnaval de Barranquilla y el folclor toli-mense, son algunas de las temáticas desarrolladas en la obra de Ricardo Angulo Díaz Granados.

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El Departamento de Investigación y Desarrollo Audiovisual del Museo de Arte del Tolima, con el apoyo de la Goberna-ción del Tolima y la Dirección de Cultura Departamental, realizaron como parte del proyecto “Videoteca de artistas tolimenses” el documental titulado “Ricardo Angulo Díaz Granados, el costeño que se quedó entre las montañas” en su memoria


Luis Eduardo PenagosLuis Eduardo nació en Tunja en 1932 y el Tolima le brindó todas las posibilidades para desarrollar no sólo su profesión, sino también para educar a su familia, seis hijos a los que hizo profesionales en distintas disciplinas, tarea a la que con-sagró gran parte de su vida con tenaz empeño.

Fue un hombre polifacético. En la universidad alguien lo bau-tizó como El mago, porque era capaz de arreglar cualquier aparato, por sofisticado que fuera, desde una cámara fotográ-fica hasta una motocicleta. También utilizaba fórmulas espe-ciales para preparar los esmaltes y pinturas con que realizaba sus cuadros y cerámicas. El secreto o su capacidad intuitiva para descubrir los distintos mecanismos, lo aprendió en el duro trasegar por la vida, en el que ejerció oficios que van des-de la plomería hasta la docencia universitaria.

Se presentó a la Universidad Nacional y habló con el maestro Jorge Elías Triana a quien le mostró sus trabajos y le dijo que quería estudiar pintura, pero que escasamente había termi-nado la primaria. El maestro miró los dibujos y lo aceptó

como alumno regular en la jornada nocturna. Al año si-guiente le conceden una beca y gracias a ella puede terminar sus estudios y graduarse como Maestro con especialidad en pintura.

Además de su título, realiza estudios de grabado y xilografía con el maestro Galo Gelecio; de vitral y pintura sobre vidrio con el maestro Juan Ferrer Roig y de cerámica y esmaltes. Su actividad docente la realiza en Cúcuta, Bogotá, San Cristobal (Venezuela), Universidad de Nariño y Universidad del Toli-ma, donde se pensionó.

El maestro Penagos esperaba que uno de sus hijos fuera fut-bolista profesional, pero ninguno pasó de equipos aficiona-dos, más bien se dedicaron al basketbol, deporte que no era de su simpatía. También aspiraba a que Oswaldo, quien se destacaba en el dibujo, le siguiera sus pasos, pero éste optó por otra profesión. Sería Carlos, quien le proporcionaría la satisfacción de verlo graduarse en pintura justamente en la misma universidad de donde él saliera.


Dos periodos fueron sumamente productivos a nivel artístico en la vida de Penagos: los primeros años de la década del se-senta y sus últimos diez años de vida, lapso durante el cual se desesperó por no haber logrado configurar una gran obra y se dedicó a experimentar con distintos materiales y a combinar la cerámica con otras técnicas hasta lograr cuadros llenos de colorido y en donde aparece ya sea el paisaje urbano con su carga de sencillez o las manifestaciones idílicas del campo.

Hugo Ruiz afirmó en un escrito sobre la obra del maestro: “El sabe que se trata de ser un artista esencial y recurre a las fuentes ancestrales, a la mesura, el equilibrio, la lucidez disfrazada de ingenuidad, la habilidad técnica sin alardes, la pasión conte-nida”.

Observar los cuadros del maestro Penagos es hacer un alto en las lucubraciones teóricas de la pintura y tratar de descu-brir en esos bodegones el hálito secreto que los anima o en las construcciones elementales del dibujo sobre baldosa las líneas de distintos materiales que, como el cobre, se incrus-tan para ser después rellenados mediante el proceso de la cerámica y recubierto del esmalte que da brillo a esas com-posiciones.

Fueron varias las exposiciones colectivas en las que partici-pó, entre ellas las realizadas en el I Salón Francisco A. Cano en Bogotá, en el año 1960, cuando aún era estudiante; el II Salón Armando Reverón en San Cristóbal (Venezuela) en 1966 y en salas de Bogotá, Neiva e Ibagué. Obras suyas se

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encuentran en colecciones particulares en Bogotá, Pereira, Londres, Amsterdam, Caracas, Cali, Cúcuta, Pasto, New York, Miami y San Cristóbal.

Obtuvo varios premios y menciones como el segundo en el I Salón Francisco A. Cano en la ciudad de Bogotá, el pri-mero en Grabado en el I Salón de Arte de Cali en 1961, el segundo premio en Pintura en San Cristóbal y una Mención de reconocimiento en el III Salón del Fuego en Bogotá en el año 1983.

Sus murales están en la Universidad del Tolima, en el Museo Vial de Ibagué y en su propia casa. En este último reflejó una de sus obsesiones permanentes y que tienen que ver con

visiones de lo desconocido, lo extraterrestre y las admirables civilizaciones precolombinas como la inca y la maya, las que fueron siempre objeto de su estudio.

El maestro Luis Eduardo Penagos murió el 17 de septiem-bre del año 1991, pero dejó suficiente impronta entre su fa-milia y amigos para que hoy lo recuerden como el trabaja-dor incansable que fue, casi un obrero de las artes plásticas, en cuya labor él mismo fabricaba desde los caballetes, los pinceles, los esmaltes y las pinturas, para dejar plasmada esa visión idílica de la vida sin los sobresaltos de su propia existencia.

Tomado de la revista Pintores del Tolima siglo XX


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