benito mi hombre. raquel mussolini (viuda de benito mussolini)

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  • 8/3/2019 Benito Mi Hombre. Raquel Mussolini (Viuda de Benito Mussolini)

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    RAQUEL MUSSOLINI - BENITO, MI HOMBRE

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    RAQUEL MUSSOLINI - BENITO, MI HOMBRE

    RAQUEL MUSSOLINI

    BENITO, MI HOMBRELUIS DE CARALT Editor BARCELONA

    Narracin recogida por Anita Pensotti

    Versin espaola: de Vicente Barrachina

    Primera edicin: Febrero 1959

    Digitalizado por el proyecto Ofensiva (29 de diciembre de 2009)

    PRLOGO .....................................................................................................................3

    PRESENTACIN ...........................................................................................................4

    CAPTULO PRIMERO...................................................................................................5

    CAPITULO II.................................................................................................................13

    CAPTULO III................................................................................................................22

    CAPTULO IV ...............................................................................................................28

    CAPTULO V ................................................................................................................34

    CAPITULO VI ...............................................................................................................41

    CAPTULO VIl ..............................................................................................................47

    CAPTULO VIII .............................................................................................................54

    CAPTULO IX ...............................................................................................................60

    CAPTULO X ................................................................................................................66

    CAPTULO XI ...............................................................................................................73

    CAPTULO XII ..............................................................................................................76CAPTULO XIII .............................................................................................................85

    CAPTULO XIV.............................................................................................................92

    CAPTULO XV.............................................................................................................99

    CAPTULO XVI...........................................................................................................106

    NDICE DE ILUSTRACIONES....................................................................................114

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    RAQUEL MUSSOLINI - BENITO, MI HOMBRE

    PRLOGO

    Confo a este volumen los ms entraables recuerdos de mi vida de esposa y de madre. En ellosevoqu los acontecimientos ms felices y ms tristes; he descrito el carcter y las costumbres de mi esposo yde mis hijos, recopil lejanos recuerdos de nuestra intimidad familiar. Ha sido muy doloroso para m, en

    muchas ocasiones, revivir el pasado; pero tambin, a veces, en esta incursin retrospectiva, experiment unindecible consuelo. En los treinta y seis aos que viv al lado de Benito, permanec en la sombra, cuidando demi hogar. Por ello, al trazar el retrato de Mussolini, me he limitado a hablar del hombre que el destino metena reservado como compaero, del padre de mis cinco hijos.

    Transcurren los das que ahora vivo dedicndole un acendrado recuerdo, ya recobrada la paz delespritu ahora que, al cabo de doce aos, sus restos mortales reposan junto a los de Bruno, en el cementeriode San Cassiano. Larga y agotadora fu la espera, y su retorno a Predappio sin fretro, sin una sencillacruz fu muy distinto al por m ansiado. Empero, nadie puede arrebatarme, ahora, el inmenso consuelo dearrodillarme junto a Benito para llorar y perdonar. Pero quisiera que otras muchsimas mujeres pudiesentener, como yo, el consuelo de orar sobre las tumbas de los seres queridos de los que, hasta ahora, ignorandnde recibieron sepultura. En efecto, todos los cados tienen derecho a una tumba, pues todos creanseasistidos de razn y sentan amor entraable por la Patria. La muerte borra todos los matices polticos; slodeja los sufrimientos a quienes seguimos viviendo.

    RAQUEL MUSSOLINI Roma, diciembre de 1957.

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    PRESENTACIN

    La primera vez que tuve acceso a la intimidad de doa Raquel, slo conoca de ella, poco ms omenos, lo que conoca la mayor parte de los italianos. Saba de su discrecin y de su sensatez, que laretuvieron entre bastidores durante el mandato fascista, y me la imaginaba robusta, slida, como conviene a

    una magnfica ama de casa, diestra en preparar los tallarines y en educar con mano firme una nidada dehijos. Imagen banal que me haban sugerido las poqusimas fotografas que de ella haba visto reproducidasen los peridicos; siempre enfrascada con la harina y el rodillo, y como teln de fondo una batera deresplandecientes cacerolas. De todos modos tratbase de la viuda de Mussolini y me la imaginabaenmarcada, fuera de las blancas paredes de la cocina, por estancias convertidas en museo denso enrecuerdos de glorias pretritas y con la impresionante presencia de la Historia, con mayscula. As pues, tratde verla, de primera intencin, en Rocca delle Camnate. Me haban advertido que doa Raquel estaba en laRomana desde haca varios das y deduje que se habra albergado precisamente en el antiguo castillo deMalatesta, donde Mussolini sola recibir a sus ministros para discutir con ellos, en el saln del Gran Consejo,las cuestiones secretas del fascismo. Pero bastme una ligera ojeada a Rocca, devastada y en totalabandono, para persuadirme de que deba encaminar mis pasos a otra parte. Villa Carpena, la residencia queen la Romana disfruta doa Raquel, tiene, en efecto, un parecido notable con nuestra protagonista; VillaCarpena es una quinta simptica que se alza en plena campia, con su huerto, su viejo pozo y un espacioso

    jardn cuajado de flores.Cuando la viuda de Mussolini sali a mi encuentro en la alameda, vi que era una dama menuda, frgil y

    venerable, a pesar de su paso saltarn. Ms tarde descubr que todas las maanas lea atentamente cuatro ocinco diarios; que su conversacin era vivaz y desprovista de prejuicios, como la de una estudiante moderna yque cualquier emocin se reflejaba en su semblante con la nitidez de un rtulo luminoso. Y, sobre todo,descubr que la historia entraba en su casa con paso suave sin perturbar a nadie; los retratos de Mussolini,esparcidos por doquier, eran los de un padre, un esposo, un abuelo, y los recuerdos del pasado unamodesta pintura que representa la casa del Duce en Predappio, un pergamino conmemorativo de la marchasobre Roma, otro en memoria de Bruno rompen la severa austeridad de las paredes. Imagin que no seradifcil sacar a luz, en aquel ambiente acogedor, a Benito, el hombre.

    Os acordis? me dice ahora doa Raquel (es el suyo el vos tpico de la Romana, muydistinto del vos fascista). Cuando vinisteis a verme por primera vez me negu a haceros el relato de mi

    vida. No estaba preparada a ello. Es cierto: doa Raquel no tena la menor intencin de quebrar suobstinado silencio. No, no, repeta, pero mientras insista en su negativa, hablbame de l, de Benito; comohablara toda mujer que ha perdido al compaero de su vida y se aferra a cualquier asidero para sentirlocercano a ella. As, aun antes de que doa Raquel se hiciese a la idea de narrar sus propios recuerdos, yoignoraba muy pocos detalles de AAussolini, o por lo menos del Mussolini de doa Raquel, el queespecialmente me interesaba en aquel momento. Saba ya' cual haba sido su comportamiento con losmuchachos y cuales eran sus platos favoritos; saba ya de la pequea protuberancia que apuntaba en sucrneo y conoca la medida exacta de sus calcetines. Veale entrar y salir en bicicleta por |a cancela de VillaCarpena, recorrer el huerto con un cesto al brazo y llevarse a la boca un puado de habas o de guisantes;increblemente vivo, inesperado y sorprendente, hasta el punto de producirme turbacin en un principio.

    Benito, iI mi uomo naci de estas confidencias que una mujer hizo a otra muer. Durante el veranoentero segu a doa Raquel en todos sus desplazamientos. Evocaba ella acontecimientos lejanos y yo iba

    anotando aquellos episodios, sus fresqusimas imgenes, sus frases ingeniosas y las palabras de Mussolinique ella ha conservado amorosamente como un patrimonio precioso. En ocasiones, mi cuaderno de apuntescausaba desazn a doa Raquel, porque aquellas pginas recordbanle, de sbito, que no hablaba para msola. Entonces interrumpa con brusquedad su relato, pretextando quehaceres caseros; y yo ocultaba micuaderno, pero permaneca al lado de ella. Y en un momento dado, ante una taza de caf, o mientrasdbamos un paseo contemplando el crepsculo, florecan nuevamente los recuerdos; serenos o dolorosos,dramticos o matizados de humorismo, pero siempre autnticos, ntidos, revividos con intensidad tal que yo,al escucharla, rea y lloraba con ella.

    Fu una experiencia extraordinaria. Durante mi vida de periodista, de coleccionista de personajes,tuve ocasin de entrevistar a reyes y reinas, actrices y cantantes, millonarios y prelados. En los pasadosmeses, al ir en busca de un Mussolini hogareo, tuve la suerte inmensa de tropezar con otro personaje demrito excepcional : Raquel, la pieza ms extraordinaria de mi coleccin.

    ANITA PENSOTTI Roma, diciembre de 1957.

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    CAPTULO PRIMERO

    Cuando relato a Ana Mara, la menor de mis cinco hijos, la historia de mi encuentro con Benito, y ledescribo cmo se inici nuestra vida en comn, ella me contempla seria y compungida plegando los labioshacia arriba, gesto caracterstico de su padre; uego, moviendo la cabeza con aire de perplejidad, de cariosa

    indulgencia, me dice:Sabes que t y pap erais unos verdaderos romnticos?

    Me enfurezco:

    Nada de romnticos le digo. T no puedes comprenderlo, porque perteneces a otra generacin.

    Vino Benito a recogerme, para llevarme a vivir con l, una tarde de otoo de 1909. No recuerdo lafecha exacta, pero debi ser bien avanzado noviembre, pues la tierra apareca desnuda y triste y el fro metena recluida en casa. Viva en San Martino, a pocos kilmetros de Forli, husped de Pina, una de mis cuatrohermanas. Habitaba con ella, su marido y sus suegros en una modesta casa de campesinos que ms tarde,antes de alcanzar mi marido el poder, adquir con mis ahorros (me cost 12.000 liras, incluyendo en el precio

    las vacas y las tierras) y que fui ampliando poco a poco hasta convertirla en una villa sin pretensiones, perodotada de comodidades y acogedora; una casa apropiada para m, para Benito y para los muchachos, ennuestra Romana. Los habitantes de esta regin la bautizaron con el nombre de Villa Carpena. Por la localidaddonde se alza y entre las muchas moradas que me he visto obligada a cambiar en mi accidentada existenciaes a la nica que he tenido cario, la nica en donde gusto refugiarme cuando deseo permanecer a solas conmis recuerdos. De aquella villa slo quedan hoy en pie las paredes. El interior est casi totalmente destruido,y al trasladarme all, de vez en cuando, me veo obligada a instalarme en el garaje.

    Aqu fu, pues, donde vino a buscarme Benito aquella tarde otoal de hace cuarenta y ocho aos.Estaba yo en el piso superior cosindome un delantal. Benito llam a Pina y le dio:

    Dile a Raquel que baje: he encontrado casa y quiero que venga a vivir conmigo; pero que aligere,que tengo mucha prisa.

    Entr en la cocina y se puso a discutir de poltica con el suegro de mi hermana, un viejo campesino de

    mente despierta a quien Benito sola leer para conocer una opinin sus artculos de fondo, costumbreque mantuvo aos ms tarde cuando fu director del peridico Avanti!.

    Pina se me acerc hecha un mar de lgrimas para comunicarme la llegada de Benito y que stedeseaba llevarme con l inmediatamente.

    Oh, Dios mo ! gema espantada, cubrindose el rostro con las manos. Qu va a ser de ti?Qu suceder ahora?

    Sus augurios eran catastrficos; el uno peor que el otro. Ella no posea un temperamento rebelde comoel mo: era humilde y resignada, y Mussolini, con su fama de revolucionario y sus clamorosos mtines, nodeba parecerle otra cosa que un exaltado : un loco, como muchos le llamaban en Romana. Trabajos pasBenito para convencerla de que no tena ninguna intencin de ocasionarme dao alguno.

    Quiero que Raquel sea la madre de mis hijos. No puedo vivir sin ellos le explic con una pacienciadesusada en l. Y luego, volvindose hacia m, aadi: Vamos, ests ya preparada?

    Siempre he sido resuelta : tomo mis decisiones por instinto, en un abrir y cerrar de ojos. Y as obr enaquella ocasin.

    Bien le dije. Voy a coger mis cosas.

    Volv a subir al piso, hice un paquete con el nico par de zapatos que hasta entonces haba tenido (loshaba comprado dos aos antes, al cumplir los quince), un delantal, dos pauelos, los zuecos y una camisa.Despus romp mi lucha que contena mis escasos ahorros. Descend a la planta baja sin ni siquiera retocarmi peinado, con mis rubias trenzas arrolladas de cualquier modo en torno a la cabeza y mi voluminoso fardobajo el brazo. Pina se me acerc cuando me diriga con Benito hacia la puerta.

    Raquel me dijo, aguarda un instante a que te traiga el mantn, no ves que est diluviando?

    Diluviaba, en efecto, y obscureca. Caminamos a lo largo de la carretera que desde San Martinoconduce a Forli: ocho kilmetros soportando aquel aguacero denso y persistente y ni yo ni Benito nosatrevamos a hablar. En la oscuridad, ladraban los perros cada vez que pasbamos por delante de unaalquera.

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    RAQUEL MUSSOLINI - BENITO, MI HOMBRE

    Parecemos dos mendigos le dije a Benito. Hasta los perros nos persiguen con su ladridos.

    Llegamos a Forli a las nueve de la noche y Benito me condujo al Masini, en aquel entonces la fondams lujosa de la ciudad, y pidi dos habitaciones que comunicasen. Jams haba pisado yo una fonda yestaba aterida de fro y llena de zozobra.

    Prepare un bao para la seora orden Benito al conserje.El conserje me lanz una mirada irnica.

    Creo que el bao ya lo tom la seora; est calada como un polluelo.

    Al llegar a este punto de mi relato, Ana Mara me dice con su habitual sonrisa :

    Mam, no pudisteis coger un paraguas, al menos?

    Paraguas? respondo. Quin tena paraguas en aquellos tiempos?

    De este modo romntico, como asegura mi hija, inici mi vida con Mussolini. He estado a su ladodurante treinta y seis aos. Con l compart el alimento y el sueo, las luchas, los triunfos y las tragedias. Ledi tres varones y dos hembras por hijos. Le acompa en silencio, haciendo labor de ganchillo o remendandoropa mientras l escriba sus artculos o preparaba sus discursos. Recib diariamente sus confidencias. A

    menudo, durante la guerra, me disfrac de campesina para descubrir las fechoras de sus jerarcas. Le cuiden sus enfermedades y le prest ayuda y consejos cuando de ellos precis. He sentido celos por su causa,unas veces sin razn y otras con ella. Y puesto que jams tem a nada (slo tuve miedo a las serpientes y alos temporales) ni a nadie, revelar en estas memorias muchos de los hechos a los que he asistido comotestigo directo. Pero antes debo narrar cmo, en contra de mi deseo y de mi ambicin, me llev el destino aocupar el puesto, tan comprometido, de mujer de Mussolini.

    Antes de contraer matrimonio con Rosa Maltoni, el padre de Benito haba sido novio de mi madre: AnaLombardi. sta cas despus con Agostino Guidi, y juntos fijaron su residencia en Salto, a seis kilmetros dePredappio Alta. Es un puado de casas agrupadas en lo alto de un cerro. Pero la casita de mis padres estabaseparada de las dems. La hiedra cubra su fachada, una espaciosa cocina con la chimenea caracterstica deaquella regin, circundada de banquetas bajas, rodeando al edificio de una vasta hacienda que, en otrostiempos, perteneci a los condes Ranieri Briscia, familia italiana de rancio abolengo. Mi bisabuelo haba sidoadministrador de aquellas tierras, pero en el momento de nacer yo haban pasado a ser propiedad de AdoneZoli, el actual jefe del gobierno italiano, y mis padres trabajaban como guardianes de la finca. Al ladoprecisamente de nuestra vivienda se alzaba la villa de Zoli, El Palacio, como le llambamos. Rezaba laleyenda que en sus subterrneos yacan ocultos tesoros fabulosos (oro, piedras preciosas, armas cinceladas)y que por la noche rondaba un fantasma misterioso aficionado a la msica y quien, a hora sealada,arrancaba a su violn quejumbrosos sones. Muchos aos despus, siendo Benito efe del Gobierno, volv conl a dicho palacio, invitados por la familia Zoli a las caceras por ellos organizadas, deporte por el que sentayo verdadera pasin y en el que sola llenar mi zurrn de faisanes y codornices.

    Tambin Benito era un excelente tirador, pero sola decir que no tena valor para matar aquellos pobresanimales y slo aceptaba las invitaciones por el placer que le produca el darse una larga caminata por losbosques de su Romana.

    Desde muy pequea, cuando llevaba a apacentar los pavos y los cerdos, o hablar de Benito. Era, para

    m, el hijo de Mussolini: un muchacho cuyo padre era un personaje famoso en la comarca entera, y cuyonombre era continuamente citado en las conversaciones de los mayores. En mi imaginacin infantil merepresentaba a Alejandro Mussolini, alto y generoso, con ojos chispeantes y potente voz: una especie dehroe recio e invencible que se vala de todas las artimaas para proteger a los pobres. Tal vez en razn deesta aureola con que yo circundaba al padre, sent desde entonces una secreta atraccin por Benito.

    Contaba yo siete aos cuando le conoc y era una alumna turbulenta de la clase elemental. En aquellapoca no era obligatoria la asistencia a clase y ninguna de mis cuatro hermanas haba aprendido a leer yescribir. Pero yo me haba obstinado y con llantos y splicas logr por fin arrancar a mi padre el permiso detomar lecciones con regularidad.

    De marzo a septiembre descenda, descalza, hasta Predappio, que en aquel tiempo no gozaba de otroalumbrado que un farol de gas en el centro de la plaza. Al ser licenciado mi padre nos trasladamos a Dovia,un arrabal de Predappio, situado en el bajo valle, a orillas del Rabbi. Este traslado marc mi destino. En

    efecto, la maestra de Dovia era Rosa Maltoni y cuando estaba enferma vena a sustituirla Benito, que enaquellos aos cursaba sus estudios de Magisterio en la Escuela Normal de Forlimpopoli.

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    RAQUEL MUSSOLINI - BENITO, MI HOMBRE

    Su edad exceda en siete aos a la ma y tomaba muy en serio su cometido. En una ocasin me golpelas manos con una vara para obligarme a guardar la debida compostura mientras permaneca sentada en elbanco. Efectivamente, yo era una muchacha inquieta y vivaracha : un verdadero diablillo, a pesar de mis ojosazules y mis cabellos de un rubio claro; si alguien me haca un desaire la emprenda a pedradas con l,trepaba a los rboles con la agilidad de una ardilla y, an ahora, a mi edad (cumpl sesenta y siete el pasadomes de abril) sera capaz de repetir aquellas proezas.

    Si .alguien haba en el mundo capaz de domarme, ste era el hijo de la maestra. Su mirada mepersuada a prestarle obediencia en cualquier momento. Sus ojos eran incisivos, penetrantes, y sus pupilasparecan relampaguear. Deca yo que eran fosforescentes. Ciertamente, y l no lo ignoraba, ejercan en todosun poder increble que jams supe explicarme. Muchos aos despus, en Rocca delle Camnate, tuvefrecuentes ocasiones de presenciar los innumerables encuentros de mi esposo con las ms altaspersonalidades de todas las naciones. Entraban en el gran saln fingiendo una desenvoltura de que, por logeneral, carecan; luego, el Duce los miraba fijamente frunciendo las cejas y yo los vea, confusos, tropezaren la alfombra. Siempre he credo que quien dio muerte a Benito no pudo haberle mirado frente a frente. Dehaberlo hecho, estoy segura de que habra dejado caer el arma al suelo.

    Despus de la segunda clase elemental no pude volver a la escuela. En aquel ao muri mi padre yquedamos privados de nuestro nico sostn. Nos trasladamos a Forli y comenzamos a buscar trabajo. Enaquellos tiempos, las muchachas del campo slo disponan de un medio para ganarse honestamente elsustento : ponerse a servir. As lo hice tambin yo y aunque todava nia, logr colocarme por tres liras

    mensuales de estipendio en casa de un hortelano. Temprano aprend en mi vida a levantarme a las cinco dela maana, a permanecer de pie todo el santo da yendo y viniendo del fogn a la tienda y de los dormitoriosal gallinero.

    Jams, desde entonces, he podido estar sentada en una butaca ms de diez minutos seguidos, eincluso cuando vivamos en Villa Torlonia, a pesar de la insistencia de mi marido (Pero, es preciso quehayas de fatigarte tanto?) no poda prescindir de echar una mano a las criadas en los quehaceresdomsticos.

    Ilustracin 1. Raquel Mussolini y Anita Pensotti, que ha recogido la narracin de "Benito, mi hombre", en el jardn de villa Carpena,en Romagna

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    Ilustracin 2. Raquel Mussolini en Forio d'lschia, el pueblo donde fu confinada con sus hijos Romano y Ana Mara, despus de la guerra

    Tras el hortelano tuve por patrn a un campesino tirano y avariento, y finalmente me coloqu comocamarera en la familia Chiedini, personas honradas que me apreciaban mucho. Estando all volv a tenernoticias del hijo de la maestra. Me enter de que haba practicado la enseanza en Gualtieri Emilia, quehaba intentado (con escaso xito) hacer fortuna en Suiza y que, vuelto a Romana, fu casi inmediatamenteencarcelado por haber capitaneado un grupo de manifestantes. Recuerdo que el seor Chiedini me describacon evidente satisfaccin la escena de la detencin de Benito, a pie y esposado, rodeado de carabinier acaballo. (En una ocasin un pintor amigo nuestro pint un cuadro, que ms tarde regal a mi hija Edda, querepresentaba este episodio.) El seor Chiedini era un acomodado terrateniente y, en consecuencia, contrarioa los socialistas y a sus doctrinas. Pero yo le contradeca con ardor, defendiendo a Mussolini y sus deas, queeran tambin las mas.

    En el nterin, en 1905, haba muerto en Predappio Rosa Maltoni, y Benito, que estaba en el regimientode bersaglieri en Verona, apenas tuvo tiempo para acudir a su lado. Senta hacia su madre una inmensaveneracin y el dolor le hizo casi enloquecer. En los aos que siguieron, y en cuantas ocasiones fuimos aVilla Carpena, antes de entrar en casa montaba en bicicleta y corra al cementerio para orar ante la tumba desu madre. Al enviudar, el padre de Benito cerr su taller de herrera y march a Forli, en cuyas afueras abriun mesn. La casa existe todava, en el nmero 23 de la calle Ravegn'ana (as se la llama ahora); su fachada

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    RAQUEL MUSSOLINI - BENITO, MI HOMBRE

    est pintada de color de rosa y el mesn ha sido sustituido por una carbonera. Mi suegro haba quedadosolo, pues Benito siempre estaba ausente y los otros dos hijos haban seguido el mismo camino; Arnaldo enFriuli y Eduvigis en Premilcuore. Tambin mi madre estaba sola y pasaba mil fatigas para vivir con las pocasmonedas que consegua reunir trabajando en las casas de algunas familias. Por e"o, cuando AlejandroMussolini le propuso que fuese con l para ayudarle a instalar el mesn, acept gustosa.

    Yo haba cumplido ya los diecisis aos. Me llamaban la Chileta (diminutivo de Raquel) y gozaba

    fama de ser incansable en el trabajo, sentir pasin por el baile y tener a raya con pocas palabras a los jvenes que mostraban exagerada galantera. No haba vuelto a ver a Benito. Pero un domingo por lamaana o que me llamaban por mi nombre. Acababa de salir de misa con la hija de mi patrn y me habadetenido a tomar el sol en la plazoleta de la iglesia de San Mercuriale. La curiosidad me hizo volver la cabezay vi al hijo de la maestra. Luca bigote y perilla, al uso de entonces, vesta un traje rado y llevaba losbolsillos atiborrados de peridicos. Cambiamos breves palabras y me reproch que no hubiese ido a ver a mimadre. Le contest que el seor Chiedini no me permita frecuentar la casa de un hombre de ideassubversivas y que probara a pedirle permiso a su esposa.

    Con tal pretexto pude, el domingo siguiente, pasar la tarde con mi madre y con Alejandro Mussolini.Benito estaba tambin y al despedirme yo se puso a mi lado para acompaarme. Al llegar a la plaza delDuomo (sin haber cambiado una palabra en todo el rato) me invit a tomar un caf en el bar de la esquina.

    Est loco, pens. En aquella poca, una muchacha que se dejase ver acompaada de un hombre en unlocal pblico, poda considerar arruinada para toda su vida la reputacin. Comprendi mi negativa y por suerteno insisti. Pero antes de dejarme me dijo que mi puesto estaba al lado de su padre y de mi madre y quedebera abandonar cuanto antes a la familia Chiedini.

    Yo aadi parto dentro de ocho das. Me marcho a Trento a trabajar en el peridico de CesareBattisti.

    Ya pensar en ello le respond. Pero no necesitaba reflexionar mucho. Pocos das despus estabainstalada en el mesn Mussolini. Me senta contenta como jams lo haba estado; mi alegra contagiaba a losclientes que me reclamaban a sus mesas: todos ellos queran que les sirviese la rubia.

    En vsperas de la partida de Benito, su padre descorch unas botellas de Sangiovese y organiz unbaile en mi honor. Benito toc el violn, alternndose con un amigo, y se bail hasta hora avanzada. Qubailarn tan maravilloso era mi marido! Cuando todos hubieron marchado me llev aparte y me dijoresueltamente:

    Raquel; cuando vuelva, sers mi mujer.

    No aguard la respuesta ni se interes por saber si yo comparta o no la misma opinin. Apenas mehube acostado olvid sus palabras; pens que haba estado bromeando. Contrariamente, a los dos meses, elseor Alejandro recibi una postal de su hijo con esta posdata : Muchos saludos a Raquel y dile que no seolvide de lo que le dije. Me guard bien de ello; en el nterin haba sido solicitada en matrimonio por un ovengemetra de Rvena. Se llamaba Oliven y era propietario de buen nmero de hectreas de tierra; hasta elfinal de su vida, pensando en cuanto deb sufrir a su lado, mi marido se reproch e! no haberme dejado casarcon aquel pretendiente.

    Despus de ao y medio, Benito regres de Trento. Ya no llevaba perilla y como de costumbre no tenadinero, pero llevaba bajo el brazo su inseparable violn. Le haban expulsado del Trentino por haber escrito en

    el peridico de Battisti esta frase: Italia no termina en Ala y por tal motivo haba conocido por algunos daslas crceles de Rovereto. Se enter, a su regreso, de que yo tena un pretendiente y me oblig a romper enpedazos, ante sus propios ojos, las pocas cartas que de aqul haba recibido. No satisfecho con ello, leescribi exhortndole a que en lo sucesivo me dejase en paz. Despus me repiti que quera casarseconmigo. Pero yo no estaba de acuerdo en absoluto. No quera terminar como su pobre madre (cuntasveces la vi llorar en la escuela por los continuos disgustos que le ocasionaban su marido y su hijo!). Benitorecurri a las amenazas. Dijo que se arrojara bajo un tren y que yo tendra el mismo fin. Mi madre,concentrando todas sus energas, le hizo observar con timidez que yo era menor de edad y que si l insistapodra hacerlo detener. Benito sac entonces un revlver y pronunci gravemente estas palabras enpresencia ma :

    Si Raquel no me quiere, aqu hay seis balas; una para e'la y las dems para m.

    Los argumentos eran convincentes.

    Tal fu el prlogo de nuestro idilio. Le llamo idilio por llamarle de algn modo. Exageradamente celosocomo todos los de Romana, me encerraba con llave cada vez que sala y cuando estaba en casa, para evitarque bajase a la planta baja, l mismo lavaba los platos y vasos y serva la mesa en mi lugar. Era un camarero

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    magnfico: esbelto, vestido de negro con su servilleta impecable al brazo. Su padre, al verlo, se abandonaba acrisis

    de desesperacin.

    Un profesor deca, un joven tan instruido, obligado

    a hacer de esclavo!

    Pero Benito sostena que ninguna profesin denigra a una persona inteligente. Le llamaban elprofesor porque daba clases de francs y le tenan un respeto tan profundo que se apartaban al verleaparecer por el extremo de la calle. An ahora, algunos, en Romana, le llaman el profesor.

    Adems de prohibirme bajar al piso de abajo, Benito no me permita que asistiese a sus mtines.Deca que mi presencia aminoraba su elocuencia. Pero cierto da, el seor Alejandro me llam aparte:

    Chileta me dijo, Benito habla en el crculo socialista de Ospedaletto. Iremos de escondidas aescucharle; antes de que termine nos escabulliremos y te llevar al baile.

    Salimos, en efecto, antes que los dems, despus de haber gritado un par de veces: Viva Benito,viva Mussolini!, y corriendo llegamos al baile del crculo, donde precisamente en aquel instante interpretabanBandera Roja, el himno que indefectiblemente preceda al baile. (Esta cancin la tengo clavada en misodos casi sesenta aos. Incluso ahora, cuando voy a Romana, oigo su estribillo por doquier.)

    Entr, pues, en la sala de baile con el seor Alejandro y apenas la orquesta atac un vals, uno de losmilitantes socialistas all presentes me invit a bailar. Ignoro quin fuese aqul, pero lo que si s, es que encierto momento me encontr frente a Benito, quien mirndome con ojos enfurecidos me arranc de los brazosde mi pareja. Me hizo bailar con l sin dirigirme la palabra. Tomamos despus un coche de punto y durante elrecorrido de Ospedaletto a la palizada Mazzini me pellizc furiosamente los brazos. Yo lo soportaba ensilencio sin atreverme ni a respirar. Despus de esta escapatoria me exil en Villa Carpena, en plenocampo, en casa de mi hermana Pina. Vena a verme a pie desde Forli todas las noches, pero un da (habacomenzado el mal tiempo y el camino, an sin asfaltar, estaba fangoso) se cans y me oblig a irme a vivircon l a Forli. Pero esto ya lo cont.

    Nuestra primera vivienda estaba en el antiguo palacio Merenda, en la calle que conserva el mismonombre. Se compona de dos pequeas habitaciones en las que abundaban las pulgas y que daban a unpatio sombro, en lo alto de una escalera tan sumamente angosta que apenas poda pasar por ella cuando

    esperaba el nacimiento de Edda. Antes de venir a recogerme a Carpena, Benito la haba amueblado comomejor pudo: una cama, una mesa desvencijada, dos sillas y un hornillo de carbn. Pero no haba pensado enlos cubiertos ni en las sbanas. Los ped prestados a mi madre y despus, poco a poco, me procur loindispensable. Fueron los aos ms hermosos. Benito diriga un semanario socialista, Lucha de clases, yen poco tiempo lleg a ganar 120 liras mensuales, de las que 20 eran destinadas a la caja del partido y 15 alpago del alquiler; el resto lo administraba yo economizando en todo para ahorrar unas monedas. Hasta elltimo da de su vida, mi esposo me entreg siempre el sobre con la paga ntegra, que ni siquiera abra. Notena nocin del dinero y a veces llegaba a confundir unas monedas con otras. Estoy segura de que, al morir,slo llevaba en los bolsillos el pauelo y los lentes; jams llev encima una sola lira.

    En los primeros tiempos de nuestra unin no logr evadirme de mi antigua sujecin al hijo de lamaestra. Era costumbre en la Romana tratar de t a los amigos y familiares (costumbre que an perduraen el campo) pero a los mayores de edad se les hablaba de usted por respeto. Y yo, continu hablando deusted a Benito durante mucho tiempo, incluso cuando hicimos vida en comn. Decame l con un gruido:

    No aprenders nunca a hablarme de t?

    Pero yo, a pesar de mis esfuerzos, me equivocaba de cuando en cuando.

    ramos felices en aquella poca. Benito no haba sabido adaptarse nunca al ambiente de las tabernas(la gente que blasfemaba y jugaba le irritaba hacindole sufrir), y estaba contento de poder, al fin, comer encasa. Por la maana sala muy temprano a la calle y antes de dirigirse a la redaccin de Lucha de claseshaca un alto en la plaza, en el quiosco de Damerini. De pie, lea apresuradamente todos los peridicos enaquel cuchitril : no poda adquirirlos todos pero le permitan leerlos gratis. De noche frecuentaba el caf deMacarrn que ocupaba toda la esquina del palacio Serrughi en la plaza Aurelio Saffi, donde hoy est laCmara de Comercio. All discuta de poltica hasta muy entrada la noche. A menudo le acompaaban enaquel caf algunos estudiantes de las escuelas tcnicas que solicitaban su ayuda para resolver susproblemas de matemticas. Benito desembarazaba una de las mesitas de mrmol y comenzaba a llenarla de

    signos y cifras con el lpiz. Cuando el mrmol estaba completamente garrapateado se sentaba en lainmediata y as sucesivamente, seguido del squito de sus improvisados alumnos.

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    RAQUEL MUSSOLINI - BENITO, MI HOMBRE

    Hasta entonces me placa quedarme en casa, tranquila, sin entrometerme en su trabajo. Mis vecinoseran pobres gentes que se ganaban el pan tejiendo cestitas de mimbre.

    Cierto da, la condesa Merenda, propietaria del palacio, subi la escalera de nuestra casa, acompaadadel administrador. O que deca en tono despreciativo:

    Es posible que est obligada a tener en mi casa a tantos pordioseros?

    La maana siguiente, mientras afeitaba a Mussolini, record aquellas palabras. Al llegar aqu consideronecesario abrir un parntesis. Al ver que debido a sus nervios se haca cortes en las mejillas, le propusedesempear yo el oficio de barbero. Me prometi una recompensa de cincuenta liras al mes y algn tiempodespus mi esposo lleg a la conclusin de que el afeitado le costaba caro. En consecuencia aprendi arasurarse sin herirse, y, ms tarde, cuando vivimos en Miln, acept los servicios de un barbero. Refer,pues, a Benito, el juicio expresado por la condesa Merenda. No me dej terminar: Con el rostro enjabonado,tom una hoja de papel y la pluma y escribi apresuradamente unas palabras. Me enter despus que habaremitido aquella nota a la condesa. Haba escrito Recuerde, egregia seora, que mi esposa es ms nobleque usted.

    Muchos aos despus, mi esposo volvi a Forli, en visita oficial. Los habitantes de Predappio habandecidido regalar al Duce su casa natal y hubo solemnes manifestaciones. Fu inaugurada, adems, unalpida que testimoniase el lugar donde, el 29 de julio de 1883, vio la luz por vez primera Benito Mussolini.Apenas ley la inscripcin, mi marido orden que la quitasen a toda prisa: Por orden, aadi, del

    lapidado. Yo tambin asist y la primera persona a quien vi en la recepcin celebrada en prefectura fuprecisamente a la condesa Merenda. Alguien se empe en que pronunciase algunas palabras y yo, sinhacerme rogar, comenc as: Cuando uno llega a ser un personaje importante todo el mundo nos quiere ynos adula. Pero cuando se es pobre... No he olvidado que algunas condesas aqu presentes....Desgraciadamente no pude terminar pues Benito, con un pretexto, me llam a su lado. En lo sucesivo, lacondesa se mostr amabilsima con nosotros. Incluso se empe en grabar una inscripcin en la fachada desu palacio, para conmemorar el nacimiento de mi Edda.

    Edda, en efecto, naci en Forli, en las habitaciones de Va Merenda, hace cuarenta y siete aos. Benitodeseaba ardientemente una nia y escogi para ella aquel nombre que haba ledo en un libro, tres mesesantes del feliz acontecimiento, seguro, como estaba, de que su deseo sera realizado irremediablemente. Enaquellos das mi esposo haba recibido una halagea proposicin que hubiera podido cambiarcompletamente nuestro futuro. Consista la oferta en encargarse de la direccin de un importante diario

    socialista de Nueva York, y en un primer momento le haba seducido la idea de trasladarse a los EstadosUnidos. Pero all estaba yo, en trance de ser madre por vez primera. Cmo obligarme a cruzar el Atlnticoen aquel estado? De comn acuerdo decidimos con sentimiento dejar perder aquella ocasin, pero ms tardeme he reprochado, involuntariamente, aquella renuncia. Yo me hubiera ahorrado muchos dolores y Benito,con su inteligencia, hubiera logrado fcilmente labrarse una fortuna en Amrica.

    Naci Edda el primero de septiembre. Benito haba salido a comprar la cuna (era de madera y costaba,lo recuerdo bien, quince liras) y la trajo a sus espaldas hasta casa. Quiso permanecer a mi lado toda la nochey qued tan impresionado por mis sufrimientos que durante seis aos se guard de hacerme traer al mundonuevos hijos. Como nuestro matrimonio no se haba celebrado como Dios manda, por respeto a nuestrasdeas (un socialista que se uniese en matrimonio ante el altar o que hiciese bautizar a sus hijos, seraexpulsado del partido), nuestra primognita fu inscrita en el registro como hija de Benito Mussolini y de N. N.De ah naci la estpida especie, que dio la vuelta a Italia, segn la cual la madre de la hija de Mussolini eraAnglica Balabanoff y no yo. Edda y yo nos remos siempre de aquella historia. Le contaba que cuando ellaera una nia y su padre la llevaba consigo a la redaccin de Avanti!, en Miln, la Balabanoff se desvivapor hacerle todo genero de cumplidos y zalameras, pero ella, asustada, estallaba en sollozos y se ocultabadetrs de su padre. Luego en casa, Benito me describa la escena. Y yo, riendo, reprenda a Edda.

    Cmo! De este modo tratas a tu madre?

    En cuanto a Benito, le reprochaba su mal gusto en la eleccin de sus mujeres, a lo que l responda :

    Las mujeres bonitas son peligrosas y con ellas se corre el riesgo de perder la cabeza.

    Pero al punto me aseguraba que le hubiera sido imposible dedicar un solo pensamiento galante aAnglica Balabanoff.

    Si me encontrase en un desierto aada y ella fuese la nica mujer, preferira cortejar a unamona.

    Empero, a mi marido, estas habladuras referentes al nacimiento de Edda le fastidiaron enormemente.En los ltimos das de su existencia, en Gargnano, un diario suizo public un artculo en el que, por ensimavez, se repeta la necia calumnia.

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    Benito ley el suelto y arroj el ejemplar al suelo con desaliento infinito.

    Despus de tantos aos y con todo lo sucedido me dijo slo saben escribir que Edda no es hijatuya...

    Por qu te preocupas? le contest. Yo s lo que sufr al- traer al mundo a Edda, y no AnglicaBalabanoff !

    Veinticuatro horas despus del nacimiento de mi primognita, ya estaba yo en pie y lavaba la ropa.Haba dicho a una vecina que me advirtiese si vena la comadrona y cuando con una sea me indic lapresencia de sta en la galera, me met en la cama a toda prisa, hundindome jadeante entre las sbanas.Nuestra vida prosegua tranquila. Debido a nuestras ideas no habamos bautizado a Edda. Pero un empleadode la Alcalda, para perjudicar a mi marido, haba difundido la especie de que nuestra hija haba recibido lasaguas bautismales. Se enter Mussolini y en pocos minutos resolvi el asunto: se encamin al Ayuntamiento,mand llamar al malicioso empleado y lo persuadi, con dos bofetones, a reconocer su embuste. Edda lo eratodo para l : desde su nacimiento le pareci que era el dueo del mundo. La tomaba en brazos, le hacalargos discursos y tocaba el violn inclinado sobre ia cuna. Cuando la nia se dorma, esperaba un rato por sise despertaba, mirndola de vez en cuando; pero luego se cansaba y a pesar de mis protestas entreabra condos dedos los prpados de la pequea para contemplar sus ojos.

    Entre tanto, en Romana, se recrudeca la lucha entre los partidos socialista y republicano y mi maridopasaba todas las noches en el caf de Macarrn. Pero una noche le esper en vano. Dieron las dos, las

    tres. Yo sollozaba con la cabeza apoyada en la mesa, segura de que lo haban metido en la crcel.Finalmente, a las cinco de la madrugada, se abri la puerta y apareci l. Estaba alterado, palidsimo. Memiraba sin reconocerme. Dos desconocidos le sostenan por los brazos como si fuese un saco de trapos.

    No se alarme, seora me dijeron los dos acompaantes; no ha sucedido nada grave. Se acalordemasiado hablando y sin darse cuenta ha estado bebiendo, como si fuese agua, una cantidad increble decaf y coac.

    Se marcharon, dejndome sola con Benito, quien comenz a destrozar todo cuanto se ofreca a sumirada. Por suerte no disponamos de muchas cosas, pues de lo contrario hubiramos quedado en la ruina.Desesperada, despert a mi vecina y la envi a que llamase a un mdico. Vino ste, y como medidaprudencial, me aconsej atarlo a la cama. Cuando se despert a las dos de la tarde, mir aturdido, en tornosuyo. No consegua comprender lo sucedido. Se lo expliqu todo y protest diciendo que no era posible.Entonces le mostr los destrozos.

    Ves? Has hecho pedazos la jofaina, los platos, las escudillas, el espejo. Tendr que gastar un buenpuado de dinero para comprar otros nuevos.

    l guardaba silencio.

    Escchame bien continu diciendo. Slo hace un ao que vivimos untos pero ya te conozcobien. (El t, en aquel momento, me sali espontneamente.) S que eres bueno y estoy dispuesta aperdonrtelo todo, incluso las aventurillas amorosas, pero no quiero que mi marido sea un borracho. Tuve yauna ta que se entregaba a la bebida, cuando era nia, y me basta aquella experiencia. Si vuelves a casa otravez bebido, soy capaz de matarte.

    Benito me escuch hasta el final y jur sobre la cabeza de la pequea Edda que no bebera nuncams. Promesa que mantuvo toda su vida. Renunci al caf y a los licores y slo tomaba dos dedos de vinodulce cuando le invitaban en las recepciones (De lo contrario deca mis huspedes se ofenderan), ytodas las noches, antes de dormirse, una taza de manzanilla.

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    CAPITULO II

    Cada vez que mis hijos me dicen: Mam; la semana que viene haremos tal o cual cosa, o iremos aquo all, la inquietud se apodera de m.

    Tenemos tiempo de pensar en ello respondo. Quin sabe cuntas cosas pueden suceder deaqu a entonces.

    Es una especie de supersticioso temor hacia el futuro del que no he conseguido librarme nunca.Siempre viv al da. Durante los treinta y seis aos que pas al lado de Benito, no hubo un solo da en quehaya podido esperar con calma el regreso a casa de mi marido, de noche, como las dems mujeres. Decamel:

    Si no me ves entrar en casa es que me he muerto o que me han detenido.

    Bonita manera de tranquilizarme! le replicaba, bromeando, los primeros tiempos. Pero no tard enconvencerme de que Benito hablaba en serio.

    Despus de nacer Edda, nos trasladamos de Va Merenda a la plaza del 20 de Septiembre. En elnterin haba muerto el padre de Benito. Mi Edda contaba tres meses y Alejandro Mussolini, que la adoraba,

    quiso tenerla a su lado hasta el ltimo momento. Yo quera profundamente a mi suegro, que aquel ao notuvo otro remedio que modificar su opinin acerca del amor que su hijo senta hacia el hogar (Jams hubieracredo deca que fuese capaz de ser un excelente esposo y buen padre : ha constituido para m unarevelacin), y su muerte me apen profundamente. Nos repartimos con Arnaldo y Edu-vigis cuanto dej almorir: unas tierras y algunos muebles. Hice inscribir a mi nombre el mobiliario que correspondi a Benito.

    De este modo le dije ser yo el ama de la casa; si alguna vez no marchamos de acuerdo, podrsirte cuando gustes.

    Vino mi madre a vivir con nosotros y desde los primeros meses comenz, la pobre, a or hablar decrceles y de abogados. Eran los das de la guerra de Trpoli y mi esposo, que se opona a aquella empresa,no desaprovechaba cualquier oportunidad para proclamar, en los mtines, que se trataba de una empresadescabellada. Cierto da, millares de ciudadanos de la Romana improvisaron una violenta manifestacincontra el gobierno : haba en la estacin un tren abarrotado de militares que partan para frica, y la

    muchedumbre asalt los coches e hizo descender de ellos, profiriendo gritos, a los soldados. Mezclados conaquel gento estaban tambin mi marido y Pietro Nenn.

    Hemos hecho lo imposible para restablecer la calma me cont Benito a la hora de la cena, peroya vers como yo y Nenni daremos con nuestros huesos en la crcel.

    Continu frecuentando el caf de Macarrn y, por el momento, Giolitti no se atrevi a mandar que ledetuviesen por temor a que se promoviera una algarada (en Trentino, como protesta por la expulsin deBenito, haba sido proclamada la huelga general), pero en torno a su mesa mariposeaban continuamenteagentes vestidos de paisano, y una noche, ya servidos los platos a la mesa, vi entrar, en lugar de l, a undesconocido que llevaba un sobre en la mano. Comprend al punto que era un polica. En poco tiempo deconvivencia con Benito haba adquirido extraordinaria perspicacia para reconocer, sin equivocarme, a losagentes, y despus, a fuerza de vivir en aquel ambiente, termin por asimilar sus dotes.

    Doa Raquel decame indefectiblemente Bocchini, el efe de polica, si usted no fuese laesposa del Duce la tomara a mi servicio; ninguno de mis subordinados posee su olfato.

    Aquel polica me comunic, pues, con indiferencia, que Mussolini haba sido arrestado y al propiotiempo me entreg un billete de diez liras. Me lo enviaba Benito, con !a recomendacin de que estuviesetranquila (haba solicitado del abogado Nenni, que era con quien se reuna en el caf de Macarrn, unprstamo de cincuenta liras, de las que cuarenta haban sido secuestradas por los guardias en sus propiasnarices). Le volv la espalda, sin hablar, estrechando entre mis brazos a Edda.

    Cmo ! Es que no llora? me pregunt el polica.

    Por qu he de llorar? respond indignada. Mi esposo no es un ladrn ni un asesino; la polticano mancha la honradez de nadie.

    Despus, apenas hubo salido, estall en sollozos; dispona, como nico capital, de doce liras.

    Benito permaneci en prisin siete meses, primeramente en Forli y despus en Bolonia. Pronto aprendlas astucias indispensables a la esposa de un preso. Logr hacer llegar a sus manos, libros, peridicos,lpices, velas. Sus amigos socialistas le llevaban platos exquisitos casi todas las noches (jams comi tanbien como en aquel perodo) y en ocasiones consegu hablar con l. Cuando Edda aprendi a andar, la

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    llevaba conmigo despus de haberla instruido durante horas. Se acercaba a su padre, fingiendo darle unabrazo, y Benito sacaba de los bolsillos de su delantalito unos pliegos doblados que haba escondido en ellos.Eran las galeradas de sus artculos para Lucha de clases; los redactaba en la celda y los haca salir de lacrcel por el mismo procedimiento. Durante aquellos meses me escribi setenta cartas. Ahora decasufres por mi causa, pero llegar el da en que te regalar una casa toda de oro, Raquel, y a su Edda, a laque llamaba hija de la miseria Cuando sea mayor, quiero que disfrute de las ms bellas satisfaccionesque pueda ambicionar una mujer. Su caligrafa de entonces muy poco se pareca a la que todos conocen.

    Era diminuta y apretada, y no se modific por muchos aos, razn por la cual he podido comprobar lafalsedad de los diarios que me fueron presentados el pasado ao por un peridico de Miln. Ms que unverdadero diario eran un conjunto de anotaciones hechas apresuradamente por mi marido en agendas de laCruz Roja. Las guardaba en su despacho, encerradas en una cajita y su camarera personal, Irma, las hubierareconocido inmediatamente, pues estaba encargada de quitarles el polvo. Primeramente, estos diariosfueron confiados a la hermana de Benito, Euduvigis, pero ms tarde volvieron a nuestra casa,desapareciendo en 1945 junto con muchsimos otros documentos.

    A propsito de diarios, debo decir que tambin yo posea uno. Deseaba que fuese un libro sincero ya partir del 22 de octubre escrib, diariamente, en cuadernos escolares, todo lo sucedido a Benito y cuanto del o hablar, aadiendo mis impresiones personales. Tambin continu llevando al da el diario en Gargagno yen ocasiones Benito me tomaba un poco el pelo.

    Qu es lo que escribes, Raquel?

    Nada, nada deca yo, tapando la hoja para que no leyese en ella.

    Pero l insista :

    Quiero ver lo que escribes, Raquel.

    Escribo el nombre y la historia de todos los bellacos que te han hecho dao.

    Djamelo ver me ordenaba entonces.

    Lea, con una sonrisa en los labios, y tachaba, de cuando en cuando, algn rengln o unas palabras.Desgraciadamente quem, antes de la catstrofe, muchos de aquellos cuadernos. Eran, en efecto, larevelacin de nuestros proyectos para el futuro inmediato y tema que pudiesen caer en manos de los

    partisanos.Benito pas en la crcel la Navidad del ao 1911. En aquella ocasin me escribi una carta que

    comenzaba: Hace fro y el Nio Jess pone calor en los hogares, carta que escondi entre las manitas deEdda durante nuestra visita al locutorio. Eran las primeras Navidades que pasbamos separados y fueronmuy tristes. Pero hubo otras muchas Navidades tristes durante nuestra vida en comn: una serie largusima,hasta el punto de que mi esposo sentase invadido de tristeza cada vez que se avecinaba el 25 de diciembre.

    A nosotros deca el Nio Jess slo nos trae penas.

    Aquel da sealado trabajaba ms de lo acostumbrado y le desagradaba que perdisemos el tiempocambiando felicitaciones y regalos.

    Mientras estuvo encarcelado, Benito pudo, por fin, disponer de tiempo para hacer traducciones delfrancs, muy aburridas pero bien remuneradas. Se trataba de frmulas para una tintorera y eran difciles de

    traducir porque estaban cuajadas de trminos cientficos. Pero mi marido consegua salir siempre airoso delpaso. Aquel mismo ao, antes de ser detenido, haba escrito una complicada novela de folletn para el diariode Cesare Battisti. Se titulaba Claudia Particella o La amante del Cardenal y haba logrado un xito ruidosoentre el pblico. Tuve, empero, que luchar denodadamente para convencer a Benito que la terminase: sehaba cansado despus de las primeras entregas y no quera or hablar ms de la novela. Pero Battisti lesuplicaba, desde Trento, que no cometiese semejante locura, pues la tirada del peridico haba aumentadoconsiderablemente. En lo que a m se refiere, me venan admirablemente bien las quince liras que reciba porcada entrega. Razn por la que decid ayudarle, inventando, para facilitar su trabajo, nuevas intrigas ysituaciones inditas; Benito premi mi labor bautizando con el nombre de Raquel a uno de los personajes.

    Finalmente, una maana de febrero de 1912, o, inesperadamente, su voz que destacaba entre unaalegre algazara, en la escalera. Durante el proceso celebrado en Bolonia los jueces haban condenado aMussolini a un ao de prisin y al pago de las costas, pero su abogado haba entablado recurso logrando que

    la pena fuese rebajada a siete meses. Apenas daba trabajo a sus abogados. l solo se defenda. Cuando suamigo Bonavita comenzaba solemnemente una arenga, le interrumpa en lo mejor de ella con un gesto deintransigencia : Cllate. Ahora hablo yo.

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    Seguimos an en Forli unos pocos meses. Poco tiempo despus, Benito fu nombrado miembro de ladirectiva del partido socialista y director de Avanti!, en sustitucin de Claudio Treves. Jams haba estadoyo en Miln y senta cierto temor ante la idea de residir en una gran ciudad. Pero pensaba que al fin podravivir tranquila, convencida como estaba que la pasin por la poltica era una caracterstica de nuestra regin.Contrariamente, me di cuenta desde los primeros das que tambin all debera sufrir en continuo sobresaltode la maana a la noche. De tanto en tanto, escuchbanse en Forli los escopetazos, pero en Miln era peorporque all estallaban las bombas de mano. Haba conseguido yo apoderarme de una y la tena oculta en el

    desvn.No tema deca a mi madre cuando quedbamos a solas con Edda. Si alguien quiere hacernos

    dao, le tenemos una bomba preparada.

    Para juntar el dinero necesario para el traslado nos habamos visto obligados a vender casi todo elmobiliario. Habitamos primeramente en una pensin prxima a San Damiano (donde estaba la sede deAvanti !), y despus en Va Cartel AAorrone. Los vecinos decan : Ha llegado Mussolini con sus dos hijas una mayor y otra pequea. En aquellos tiempos llevaba yo muy cortos los cabellos, a lo beb. Una delas veces que visit a Benito en la crcel, me haba lamentado de un eczema molesto que me impedapeinarme.

    Plate me haba respondido Benito. Hallaba, en un abrir y cerrar de ojos, soluciones para todoproblema. Cuando, por ejemplo, me lamentaba, aos ms tarde, del precio excesivo de los zapatos y de que

    nuestros hijos destrozaban muchos pares, l, serio y tranquilo, me sugera :Que vayan descalzos.

    (Arnaldo, lo recuerdo bien, protestaba al punto: Benito deca, te parece bonito que los hijos deMussolini vayan a jugar descalzos al parque?)

    As, pues, apenas regres a casa me pel al cero utilizando la navaja de afeitar. Benito ha descubiertopensaba yo el sistema de evitar que los hombres me sigan; y en el fondo me senta lisonjeada por suscelos. Pero estaba hecha un adefesio. Mi madre, para remediar aquel desastre, me haba comprado unapeluca que no poda aguantar y que me guardaba mucho de encasquetarme. En aquella poca, el orgullo deuna mujer elegante era, ante todo, un enorme chignon en la nuca. Yo, con mi melenita, tena aire dechicuela. Tard mucho tiempo en que me volviese a crecer el cabello. Cuando, por fin, lo tuve largo, Benitocomenz a importunarme para que me los cortase a lo garon.

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    Ilustracin 3. Dos fotografas juveniles de Benito Mussolini,correspondientes a la poca en que militaba en el partido socialista

    Ilustracin 4. La casa donde naci Mussolini, en Dovia (Predappio)

    Ilustracin 5. La casa natal de Raquel, en Salto (Predappio Alto)

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    Ilustracin 6. Benito y Raquel Mussoli en dos retratos hechos al aosiguiente de la Marcha sobre Roma

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    Ilustracin 7. Romano besa afectuosamente a su madre, en su casa de campo de villa Carpena

    Es la ltima moda deca (era por el ao 1923: mi esposo habitaba ya en Roma y yo iba a verle de

    cuando en cuando).Pero yo ni siquiera quera or hablar de ello. Un da, al pasar por delante de una peluquera donde

    Benito sola afeitarse, o que ste me llamaba. Entr sin sospechar nada de lo que me tena preparado.

    Escucha : quiero decirte algo.

    Estaba sentado ante el espejo y me vi obligada a inclinarme para orle mejor. Entonces, con un rpidomovimiento, cogi un par de tijeras que haba al alcance de su mano y las hundi entre mis trenzas, que corta troche y moche.

    Al asumir la direccin de Avanti! mi marido deba recibir el mismo sueldo de Treves; mil lirasmensuales. Paga que a mi me pareci fabulosa pero que Benito no quiso aceptar, alegando que recargaraexcesivamente los gastos del peridico, limitndose a pedir la mitad. Era yo, sin embargo, quien tena quepensar en todos los gastos de la familia. En Miln me encantaba la actividad de sus habitantes. Es una ciudada la que, si pudiese, volvera gustosa.

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    Continuaba desempeando yo sola todos los quehaceres domsticos y todas las maanas iba decompras al Verziere llevando conmigo a Edda. La niez de mi hija fu muy diferente a la que tuvieron misotros hijos, pues su padre no consenta en separarse de ella, obligndola a que le acompaase a todaspartes: al cafe, al teatro, a los mtines e, incluso, a la redaccin del peridico. Yo me sublevaba; me resista aadmitir que se obligase a una nia de tan corta edad a pasar la noche en una redaccin o, como ocurra confrecuencia, en una imprenta. Pero Benito se negaba a escuchar razones.

    Ser una escuela magnfica para la pequea afirmaba, y, verdaderamente, mi Edda aprendi aescribir ella sola, a la edad de cuatro aos. El suelo de la cocina haca las veces de pizarra y con un trozo deyeso pasaba horas enteras garabateando, con gran desesperacin por mi parte (era yo quien, despus,tendra que limpiar el suelo), todas las letras del alfabeto. En ocasiones nos bamos los tres al teatro,aprovechando las entradas que nos proporcionaba Avanti! y despus nos facilit el Popolo d'ltalia. Perome cans pronto, porque era imposible pasar un rato divertido cuando estaba Benito. En las comedias seexaltaba (y los dems espectadores se volvan a mirarlo, con vivo desasosiego por mi parte) criticando eldilogo a los recitantes; la lrica sola provocar su sueo, especialmente Lohengrin y Parsifal, dos perasinterminables. Por el contrario, le placan los actores cmicos (Musco y Petrolini entre los italianos), lasvariedades y los ilusionistas. Cuando se hacan juegos de prestidigitacin, lo vea tranquilo, atento yembobado como si fuera un nio. En cuanto a distracciones, sus gustos perduraron en su sencillez hasta susltimos das. Se pereca por los fuegos artificiales, pero le gustaba que fuesen grandiosos y, especialmente,que hiciesen gran estruendo. Cuando festejbamos su cumpleaos, en Rocca delle Camnate, se ocupaba

    personalmente de la compra de los morteretes, para evitar, deca, que se regatease su coste.Pasado un tiempo, me negu, decididamente, a acompaarle al teatro. Pero no quera ir solo. Por otra

    parte, no quera renunciar a aquellos espectculos que le permitan pasar el rato mientras llegaba la hora devolver al peridico. Para no disgustarle, convenc a mi madre que aceptase sus invitaciones. Pero un da enque ella le acompaaba, Benito se quit un zapato y lo lanz al escenario para mostrar su desaprobacin, ymi madre cobr tal miedo que no olvid la escena en muchos aos. Solucion el problema el da en quedecid tomar una criada, una muchacha que se convirti en su sufrida acompaante.

    Durante el perodo en que mi marido estuvo al frente de AvantM, la tirada del peridico aument dedoce mil ejemplares a cien mil. Sus artculos de fondo (que redactaba en un cuarto de hora) gozaban de granxito por su clido estilo y su agresivo tono polmico. Pero un da, al regresar de un congreso socialistacelebrado en Bolonia, me dijo con tono de amargura :

    Raquel: desgraciadamente hemos de comenzar de nuevo.

    Haba sido expulsado porque sostena la necesidad de que Italia entrase en guerra contra Austria allado de los aliados y, como de costumbre, haba demostrado desinters por las cuestiones econmicas.Adems, haba rechazado la liquidacin que le corresponda y que el peridico estaba dispuesto asatisfacerle. De nuevo quedbamos sin una lira y las privaciones de aquel perodo fueron las ms dolorosasporque iban acrecidas por la pena de ver a mi hombre, siempre tan batallador, cansado y envejecido. En elnterin, haba sido excluido tambin del partido socialista, en forma clamorosa, y no poda soportar la idea deverse privado de un diario en que poder continuar sus luchas polticas.

    Necesito tener un diario mo, que sea de mi propiedad repeta; pero es un proyecto que nuncapodr realizar. Dnde podr encontrar el dinero necesario?

    Por el momento, le faltaban incluso unas monedas para la comida y la cena.

    Benito decidi un da trasladarse a Genova para pedir un prstamo a uno de sus amigos, al capitnGiulietti. Y durante su ausencia visit nuestra casa (en aquel tiempo habitbamos un apartamento en el ForoBonaparte) una seora de ms aos que yo, de figura enjuta y modales extravagantes. No me dio su nombre,pero quiso saber, en cambio, de cuntas habitaciones disponamos, qu haca y deca Benito y si l y yocongenibamos. Hasta lleg a preguntar a mi Edda si pap quera mucho a mam. Al regreso de mi marido,por la noche, le refer aquella visita extraa describindole minuciosamente a aquella mujer.

    Es la austraca dijo Benito, y al punto comprend que se haba alarmado.

    Se trataba de Ida Dalser, una amiga que haba tenido en Trentino. Haban sido unas relaciones debreve duracin y sin importancia, pero la Dalser alegaba haber tenido un hijo de Mussolini y le venapersiguiendo desde haca aos, pretendiendo que se casase con ella. En Avanti! la conocan todos, puesde vez en vez se presentaba por all provocando ruidosas escenas durante las cuales gritaba como unaendemoniada y golpeaba a los redactores. Se trataba de una exaltada acab sus das en un manicomio y

    Benito le tena miedo, hasta el punto de que para calmarla dio su nombre al muchacho. Por el momento, lahistoria acab all, pero ms tarde me enter de que la Dalser se presentaba por doquier como la mujer deMussolini y debo en parte a aquella manaca el que Benito y yo decidisemos transformar nuestra unin enmatrimonio legal.

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    RAQUEL MUSSOLINI - BENITO, MI HOMBRE

    Despus del episodio de Ida Dalser, mi marido prohibi a aquella mujer que se me acercase nipronunciase mi nombre, y durante algn tiempo la echamos en olvido. Eran, por otra parte, jornadas decisivaspara nuestro futuro. Algunos amigos haban logrado reunir los fondos necesarios para el nuevo diario deBenito: II Popolo d'ltalia. Apareci el primer nmero el 15 de diciembre de 1914 y a partir de aquel da, ennuestro hogar, de la maana a la noche, no se habl de otra cosa que de tiradas de peridicos. Los domingospor la tarde recorramos todos los quioscos del centro a fin de informarnos, disimuladamente, de la venta y ladistribucin. Nadie nos reconoca. Un da, el dueo de un quiosco dijo a mi esposo:

    Para que II Popolo d'ltalia pueda hacer fortuna hara falta que publicase todos los das un artculode Mussolini.

    Benito escuch impasible esta opinin.

    Lleg despus la declaracin de guerra y pocos meses ms tarde, en septiembre de 1915, march mimarido al frente. De nuevo qued en la soledad, y as transcurri un Fin de Ao tristsimo, releyendo la ltimacarta de Benito, fechada el 25 de diciembre. El rancho de hoy ha consistido en cinco castaas secas,escriba, pero nos mantenemos firmes. Una maana, mientras estaba en el mercado, dos policas llamarona la puerta de mi casa. Mi madre estaba sola y al decirle los agentes que tenan orden de sellar los muebles,la dej cumplir sin oposicin. Haca ya tiempo que no se asombraba de nada. Qued aturdida a mi regreso.Pero no haban terminado las sorpresas. Fui detenida y conducida a la comisara, donde me o acusar dehaber provocado el incendio de un hotel, a lo que respond que jams en mi vida haba prendido fuego ni a un

    pajar y que indudablemente mi detencin obedeca a un equvoco. Pero los policas insistan :Es usted o no la seora Mussolini?

    S.

    Entonces no puede haber dudas.

    Finalmente, el comisario me pregunt mi nombre y apellidos y lugar de nacimiento. Qued perplejo alorlos y slo cuando a las seis de la tarde tuvo de Predappio la respuesta de que una tal Raquel Guido habanacido en aquel lugar consinti en aclararme el misterio. La seora Mussolini que haba incendiado el hotelera Ida Dalser, la austraca.

    Por aquellos das, Benito sufri un ataque de fiebre tifoidea y haba sido llevado al hospital del Friuli.Cuando me reun con l, (hice el viaje en una carreta) y le relat lo sucedido durante su ausencia, comprendilas ltimas proezas de su ex amiga y me dijo:

    Raquel; no hay ms que un medio de poner fin a esta historia : casndonos.

    Lo pensar le respond, pero puede suceder que en el ltimo instante te diga que no.

    Seras capaz de ello rebati Benito, convencido.

    Nos unimos en matrimonio civil en una triste estancia del hospital, en Treviglio, adonde haba sidotrasladado mi futuro esposo. La boda se celebr en presencia de dos testigos t nuestros amigos Morgagni yAlimento. Benito guardaba cama con un ataque de ictericia. Tena los ojos amarillos y un gorro de lana le caasobre la frente y la nuca. Al formularle la pregunta de ritual, contest: S, s, con manifiesta alegra. Pero yome hice de rogar. No respond a la primera pregunta fingiendo estar distrada; tampoco lo hice a la segunda(mientras miraba con el rabillo del ojo a Benito, quien se retorca nerviosamente las manos); finalmente, a latercera vez, pronunci un s en voz baja. La ceremonia haba sido brevsima. Al terminar, una monjita trajo un

    pastel y celebramos el acontecimiento.Apenas restablecido, volvi Benito a la trinchera. Le escriba casi diariamente y pronto pude anunciarle

    que esperaba otro hijo. Me respondi que le pondra de nombre Vittorio, pues estaba convencido de que laguerra tendra el ms feliz de los desenlaces. No dudaba, por supuesto, de que nacera un varn. Vittorionaci el 27 de septiembre de 1916.

    Benito no pudo dar el primer abrazo a Vittorio hasta enero del ao siguiente, despus de habercombatido durante seis meses en el Carso. Lleg, como de costumbre, de improviso (le haban concedidouna licencia) y a duras penas pude reconocerle, tan enflaquecido estaba. Su uniforme estaba hecho jirones yhaba reemplazado los botones con trozos de alambre. Como primera providencia le hice quitarse la chaquetay corr en busca de hilo y aguja. El permiso dur pocos das, que mi marido pas en gran parte en elperidico, pero de noche no sala de casa y yo disfrutaba, feliz, aquellos breves parntesis de felicidad y

    jugbamos a la brisca y a otros juegos que haba aprendido durante su estancia en el frente y se divertamuchsimo, pues siempre ganaba. Recordaba todos los naipes que iban jugados en una partida. Tena unamemoria prodigiosa que causaba mi asombro.

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    RAQUEL MUSSOLINI - BENITO, MI HOMBRE

    El placer por jugar una partida de brisca le dur toda la vida. En Villa Torlonia, dichas partidas sehaban hecho una costumbre en las tardes domingueras y todos tomaban parte, turnndose, en ellas;nuestros hijos, las nueras, los nietecitos, Edda y Galeazzo. Tambin en Villa Carpena, cuando yo estabaocupada en mis quehaceres, encontraba Benito improvisados compaeros. Reuna a los hijos de nuestroadministrador y reparta las cartas, sentado en los escalones de la puerta de entrada. Pero aquellos chicuelospronto se cansaban, diciendo que no les gustaba ugar con l porque quera ganar siempre.

    Al regresar Benito al frente, me haba confiado, al despedirse, sus temores de no volver con vida. Lagravedad con que pronunci aquellas palabras me conturb profundamente y pas semanas angustiosas sinlograr alejar de mi mente el presentimiento de una desventura. Un da recib un telegrama anuncindome queMussolini haba ingresado en el hospital militar de Ronchi. Haba recibido una herida grave al estallar unlanza-granadas y los mdicos desesperaban de salvar su vida. Recibi la herida ms grave en la piernaizquierda (un casco de metralla le haba fracturado la tibia) y nicamente una delicada intervencin quirrgica,intentada en ltima instancia, evit el peligro de una amputacin. Pero la pierna no recobr jams su estadonormal.

    La recia fibra de que estaba hecho Benito le permiti sacar el mejor partido posible de la desgracia.Cuando estuvo en condiciones de soportar las incomodidades de un viaje, fu trasladado al hospital de Udine,y de ste al de Miln. Al fin pude acudir a su lado y cuidarle. El mdico, el doctor Ambrogio Binda, era unexcelente amigo nuestro y me permiti usar el uniforme de enfermera de la Cruz Roja para poder asistir a miBenito usando nombre supuesto. Pero nadie ignoraba que yo era la mujer de Mussolini.

    Una maana, al descender del tranva, frente al hospital, vi al lado de la portera a una mujer morena yenflaquecida que en el acto me fu antiptica. A los pocos segundo me haba olvidado de ella por completo.Pero diez minutos ms tarde volv a verla en el hospital. Vino a mi encuentro y comenz a insultarme.

    jSoy la esposa de Mussolini! exclamaba. Soy la nica que tiene derecho a estar a la cabecera desu cama...

    La reconoc. Era la consabida austraca. Los soldados rean y bromeaban excitados por el improvisadoespectculo. La rabia me ceg. Me lanc contra la mujer y la emprend a puetazos con ella y hasta llegu aceirle el cuello con mis manos. Benito estaba en la cama, vendado como una momia. Apenas poda, congran esfuerzo, mover la mano derecha y yo le ayudaba a sostener con los dedos la pluma y a escribir,despacio, sus artculos (eran los das de Caporetto). Cuando comprendi que las cosas tomaban mal cariz yque si nadie me detena ocurrira una hecatombe, intent abandonar el lecho. Se produjo una formidable

    batahola; acudieron los mdicos, las enfermeras. Yo lloraba con los nervios deshechos, pero la loca habadesaparecido.

    Los sobresaltos y las privaciones de aquellos das me haban convertido en un guiapo. Pesaba treintay ocho kilos y para restablecer mi quebrantada salud decid, por consejo mdico, pasar unos das de reposoen Luino. En cuanto Benito tuvo permiso para levantarse y andar valindose de las muletas vino a reunirseconmigo en el lago Maggiore. Me gustaba pescar. Alquilaba una barca y me meta aguas adentro para hacerprovisin de peces. Convenc a Benito a que me acompaase y compr para l las artes de pescar, con laesperanza de que aprendera, pero el xito fu escaso. En efecto, en cuanto perciba el menor clic y veaagitarse el anzuelo tiraba con fuerza del sedal y escapaban los peces sin picar.

    Durante aquellas excursiones en barca hablbamos largo y tendido de nuestros proyectos para elfuturo.

    Raquel deca Benito. Ante todo hemos de hacer un hermoso viaje de bodas. Qu ciudadprefieres?

    Yo mova la cabeza.

    Ya veremos si te acuerdas.

    Pasaron muchsimos aos. Veinte al menos. Un da ya haba sido proclamado el imperio me llamy me dijo con naturalidad :

    Raque!, no he olvidado nuestro viaje de bodas. No pude hacerlo hasta ahora, pues he tenido queatender a demasiadas cosas. Pero ya ha llegado el momento. Preprate, partiremos maana.

    Precisamente aquella semana se inauguraba la litorina entre Roma y Riccione, donde cada ao

    pasbamos nuestras vacaciones. Al da siguiente Benito me hizo subir a la litorina. Ech a todo el mundomenos al conductor, al que orden que no se moviese de un rincn. Luego tom la direccin y yo me sent asu lado, y como dos recin casados, hicimos el recorrido de Roma a Riccione.

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    RAQUEL MUSSOLINI - BENITO, MI HOMBRE

    CAPTULO III

    A Benito no le hacan ninguna gracia los ladrones. Un aspecto caracterstico de su carcter era el deafrontar los ms grandes riesgos con absoluta indiferencia e impresionarse, contrariamente, por cosas depoca importancia. Por ejemplo, era refractario a tomar el ascensor. (Cierta vez, en Roma, tuvo que

    permanecer encerrado durante diez minutos en una de aquellas peligrosas ratoneras.) Es mejor subir a pie deca ascendiendo las escaleras con su paso marcial, obligando a las

    personas que le acompaaban, a menudo rollizos y jadeantes, a imitar su ejemplo.

    El miedo de Benito a los ladrones era ciertamente curioso. No se trataba del natural temor por losperjuicios que hubieran podido ocasionarnos, ni le hubiera desagradado improvisar una lucha cuerpo acuerpo con cualquiera de aquellos granujas, pero detestaba, de un modo casi morboso, toda intrusin en laintimidad de su hogar y en los lugares donde tena lugar nuestra vida privada.

    En casa repeta en los aos que detent el poder no soy ms que el seor Mussolini. Cuandovuelvo del despacho y cuelgo el sombrero en el recibidor, dejo de ser el Duce, y soy un italiano como todo losdems.

    Y se defenda por todos los medios de la curiosidad de los desconocidos. Por ello slo al pensar que un

    ladrn un desconocido pudiera allanar su morada y practicar un registro en los cajones de su mesa lepona fuera de s. Deca siempre: Los ingleses tienen razn. El dormitorio es sagrado para ellos; nadie, aexcepcin de la mujer, debe entrar en l.

    Afortunadamente (tal era nuestra pobreza), en los primeros aos de nuestra vida en comn no se leocurri a nadie ir a robar a nuestra casa. Pero un da, en el verano de 1919, nos visitaron los ladrones. Yoestaba con los nios en el campo, cerca de Vrese, y Benito, que se vea an forzado a usar las muletas (yole esperaba a la puerta para ayudarle a subir a nuestras habitaciones del cuarto piso), se encontraba en Nervipara curar sus heridas. Al telefonearle para comunicarle lo sucedido, me dijo:

    Raquel, ya no volveremos ms a aquel apartamento; buscar otro en seguida.

    Le hice notar lo caro que costaba un traslado y lo inoportuno que me pareca, al menos por elmomento, pechar con un gasto innecesario. Pero se neg a escuchar razones.

    Djame hacer insista. Lo arreglar todo cuanto antes.En efecto, sin moverse de Nervi, con unas llamadas telefnicas, encontr antes de que anocheciese un

    nuevo apartamento en el nmero 18 de Foro Bonaparte y me oblig a trasladar en seguida los muebles yenseres, antes de que l regresase.

    Y as fu como, despus de siete aos, dej mi casa de Va Castelmorrone. Era mas bien pequea, sincomodidad y sin lujos, pero a mi me pareca maravillosa. Hubiera podido amueblarla, finalmente, a mi gusto;tena bao, cosa rara en aquel tiempo, y, sobre todo, haban visto la luz entre aquellas paredes mi Vittorio ymi Bruno. ste haba nacido all en abril de 1918, y Benito, que no pudo estar presente en el nacimiento de suprimer hijo varn, por encontrarse en el frente, haba comenzado por preguntarme con ansiedad cadamaana :

    Te encuentras bien? Puedo irme tranquilo al diario?

    Tema que nuestro hijo se permitiese venir al mundo estando l ausente.

    Siempre me he de enterar por los dems se lamentaba de las buenas noticias que afectan anuestra familia.

    Un da el 22 de abril me anunci que tena que tomar el tren para Genova, aadiendo que noquera que yo aprovechase aquel da para traer al mundo el esperado hijo. Le tranquilic asegurndole queestara presente en el momento supremo. Pero nuestro amigo Morgagni, que haba acudido a recibirle a laestacin, pudo congratularse de ser l quien le anunciase que haba nacido un hermoso varn y que la madreestaba perfectamente. Benito tom un taxi, subi presuroso la escalera de casa y antes de detenerse acontemplar a su hijo comenz a gruir:

    Por qu no me has esperado?

    En los das que siguieron se empe a toda costa en reemplazar a mi madre en el fogn y cocinar param la comida y la cena. De tanto en tanto, yo le haca advertencias (el dormitorio comunicaba con la cocina),pero no tard en darme cuenta de que perda el tiempo. En efecto, Benito haba quemado todas las cazuelasy ni siquiera saba frer un huevo. Adems, haba gastado en dos das todo el dinero que en mis manos

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    RAQUEL MUSSOLINI - BENITO, MI HOMBRE

    habra de durar hasta fin de mes. As, veintisis horas despus de nacer Bruno, me vi obligada a abandonarel lecho para evitar peores desastres, j Mi Bruno! Era alegre, rubio, vivaracho. De nuestros cinco hijos era elque ms se nos pareca. Cuando Bruno muri, dispuso Benito que se le siguiese reservando su sitio en lamesa como si debiese presentarse de un momento a otro. Y cuando al pasar rozaba la silla vaca, se detenapara acariciarla.

    Mi Bruno deca. Mi querido Bruno...

    El nuevo apartamento adonde nos trasladamos estaba cerca del Castillo Sforzesco, pero en muy rarasocasiones poda acompaar a nuestros hijos al parque. Corran los aos de las huelgas en cadena y de lasdemostraciones contra los combatientes. Mi Edda tena nueve aos y como Benito no quera renunciar a sucompaa, de cuando en cuando mi pequea se vea metida en el fragor de una revuelta e incluso, a su cortaedad, tena que asumir el papel de improvisada enfermera para asistir a los ms exaltados. Edda tena elmismo carcter de su padre y era la nica que se atreva a plantarle cara, hasta el punto de responderle conagrios modales y discutir con l. Al final consegua todo cuanto se haba propuesto y se aprovechaba, enausencia ma, para tiranizarlo con sus caprichos. Cierta vez (tena seis aos) hasta lleg a darle dosbofetones en respuesta a la palmadita con que mi marido quiso castigarla porque ella se negaba, dandogritos, a tomar una medicina. Aquella palma-dita fu una de las pocas que Benito reparti entre sus hijos entoda su vida. Quera aparentar severidad, pero era indulgente en demasa. Cuando habitbamos en Villa

    Torlonia, sola jugar al ftbol con Bruno y Vittorio en la amplia explanada, frente a la galera donde yo cosa olea mis novelas de intriga favoritas. Benito se diverta, especialmente, cuando el baln rompa con granestpito los cristales del comedor, del despacho o de la cocina. Yo, por supuesto, me diverta mucho menos ypara evitar que mis hombres repitieran, entusiasmados, aquellas proezas, les obligaba a pagar una multacada vez que cometan un desaguisado. Mis hijos tenan una asignacin semanal de unas decenas de liraspara atender a sus pequeos gastos. Por ello resultaba eficacsima la amenaza de la multa. Pero Benito lesazuzaba. De no tener miedo a mis enrgicas reacciones, les hubiera convencido con facilidad a hacer aicoslos cristales de toda la casa.

    Lo que se rompe sola decir debe comprarse de nuevo. Es un mtodo infalible para dar impulsoa la produccin nacional.

    Igualmente, entre los pocos films que lograban atraer su atencin hasta el final, se contaban laspelculas cmicas cuyos protagonistas se lanzaban mutuamente a la cabeza vajillas enteras. Cuando esto

    suceda, Benito, en la oscuridad del saln, aprobaba con muestras de satisfaccin. Estupendo ! comentaba. Estupendo !

    Dije antes que mi Edda comenz a hacer prcticas de enfermera de la Cruz Roja a la edad de nueveaos. Era una nia inteligente y sensible, con los mismos ojos, de mirada imperiosa, de su padre, que seensanchaban, vidos, en su carita. Tambin ella, como mi marido, era exageradamente celosa de sus cosasy de sus afectos.

    Edda sufra mucho, por ejemplo, por los cuidados de que rodebamos a sus hermanitos. Parecale quela relegbamos en nuestro cario, y, en cierta ocasin, lleg al extremo de esconder la silla a su abuelaporque sta acunaba a Vittorio con ternura. Ay de quien osase tocar su violn! Benito era muy aficionado a lamsica (haba tomado lecciones en Predappio y ms tarde en Forli) pero tocaba el violn como aficionado,pues, absorbido por la poltica y el trabajo, jams dispuso de tiempo para profundizar el estudio de aquelinstrumento. Pero confiaba en que Edda hubiese heredado su propia pasin por la msica y llegase a ser conel tiempo una autntica profesional. Apenas hubo cumplido nuestra hija los cuatro aos, me oblig a buscarle,en nuestro mismo barrio, una buena profesora de violn y hube de satisfacer su deseo. Pero aquellaslecciones resultaban carsimas; diez liras, lo recuerdo perfectamente, cada una.

    El ao 1919 fu trascendente para mi esposo. El 23 de marzo haba fundado los Fascios de combate ynuestra casa se haba convertido en habitual centro de reunin de sus ms activos colaboradores. Jamstom parte en sus discusiones y slo haca acto de presencia para servirles el caf. Pero, a veces, cuandoconsegua quedarme a solas con l, recomendaba a Benito

    Aprtate de la poltica; es una mujer mala. Ya vers como un da u otro acabar por arruinarte.

    No haca caso de mis consejos. De otra parte siempre se me ha considerado como la pesimista de lafamilia y todos mis hijos, siguiendo el ejemplo paterno, se burlaban de m por esta causa. Incluso cuandoWilson, el presidente de los Estados Unidos, visit Miln, volv a repetir que aquello no reportara ningn

    beneficio a los italianos. En dicha ocasin mi marido haba sido invitado, como director de II Popolo d'ltalia,a una solemne recepcin en honor del husped, y yo, como mujer de aqul, hubiera podido acompaarle.Pero no quise. Insisti Benito en que fuese al menos a ver desfilar la comitiva, a lo que respond que Wilsonme era antiptico, opinin que no tuvo ms remedio que admitir Benito al volver del banquete.

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    Mi marido trabaj intensamente durante todo el ao 1919, pues aparte de dirigir II Popolo d'ltalia (eneste perodo le acompa, con su afecto, su sensibilidad y sensatez, su hermano menor Arnaldo:colaboracin que perdur, fiel y desinteresada, hasta la muerte de mi cuado, sobrevenida en 1932), tuvo queorganizar los Fascios de combate. Pero su actividad se hizo an ms intensa a partir del momento en queD'Annunzio decidi la marcha sobre Fiume para reivindicar para Italia aquella zona. Aquella noche del 11 deseptiembre, haba asistido al teatro con Benito y le haba visto, durante todo el espectculo, extraamentepreocupado. A la salida se nos acerc un empleado, quien entreg a mi marido una nota era el famoso

    mensaje que comenzaba: La suerte est echada. Parto en este momento. Maana tomar Fiume por lasarmas. Que el Dios de Italia nos proteja. Desde entonces, Benito, que siempre haba sentido predileccinpor Carducci entre los poetas modernos, fu no slo gran amigo sino un ferviente admirador de GabrielD'Annunzio. No comparta yo esta admiracin. Me irritaba la vida bohemia de D'Annunzio y me ofenda, sobretodo, la ligereza con que contraa deudas, sin por ello sentir vergenza.

    No s cmo puedes sentir afecto por l, t que siempre has cumplido con tus acreedores pagndoleshasta el ltimo cntimo deca yo a Benito.

    Pero l mova la cabeza.

    Calla, Raquel deca riendo. El genio no se mide por sus deudas.

    Ms adelante contraje la gripe, durante la lactancia de mi hijo Bruno, y casi en seguida sufri Benito uncmulo de contratiempos. En primer lugar, al regreso de Fiume (adonde haba marchado en avin para

    reunirse con D'Annunzio), se vio obligado a aterrizar, por avera del aparato, en territorio eslavo, corriendo elriesgo de que le detuviesen. Poco despus, al dirigirse a Miln para tomar parte en un congreso nacional delos Fascios, el automvil en que iba choc contra la barrera de un paso a nivel, que estaba echada en elmomento en que no se esperaba el paso de ningn tren, y hubo quien lleg a creer que se trataba de unatentado. El conductor y uno de los amigos ms fieles de mi marido, Leandro Arpinati, resultaron heridos,pero Benito, que haba sido lanzado fuera del vehculo por la violencia de la colisin, fu a caer, en un vuelode diez metros, sobre un montn de pedruscos. Aparte del consiguiente susto, slo se produjo algunasmagulladuras y rasguos de menor importancia.

    Ilustracin 8. Mussolini de uniforme durante la Primera GuerraMundial.

    Ilustracin 9. Mussolini herido en el Hospital de Baggio (Miln)

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    RAQUEL MUSSOLINI - BENITO, MI HOMBRE

    Ilustracin 10. Mussolini en el confn talo-austraco despus de suexpulsin del Trentino en 1909.

    Ilustracin 11. El "Covo", primera sede del fascismo

    Haca ya diez aos que viva con Mussolini y cada vez que ocurran incidentes de este gnero decapara mis adentros que tal vez Benito tena razn cuando aseguraba que era invulnerable.

    Estate tranquila me repeta. Mi cabeza es ms dura que el acero y nunca me ocurrir nada malo.

    Ni siquiera rozaba su pensamiento la idea de la muerte. Estaba convencido de que el destino lereservaba una larga vida y una vejez tranquila (soaba con pasar los ltimos das de su existencia en nuestraRomana, en Rocca delle Camnate). De todos modos, a pesar del optimismo y de la seguridad de mi marido,yo senta siempre mucho miedo. Una vez, en noviembre de 1919, Benito me llam por telfono hacia las oncede la noche para comunicarme que en aquella ornada su partido haba sufrido una resonante derrota en laselecciones.

    Ha sido aadi un completo fracaso. En la Galera, una muchedumbre de energmenos, gritaimprecaciones contra m y puede ocurrir que aquellos locos quieran asaltar nuestro apartamento. Esttetranquila, no te preocupes, pero es conveniente que pienses en poner a salvo a los nios.

    No me hice repetir la advertencia. Corr a despertar a Vittorio, que entonces tena tres aos, quien,

    cayndose de sueo me rode el cuello con sus brazos. Es que hay fuego mam? Nos quemaremos todos?

    Nuestro nico refugio era el desvn, y all, bien envueltos en mantas, escond a Edda, Bruno y Vittorio.Volv a bajar al piso para espiar detrs de las persianas. En Foro Bonaparte, muy cerca de dondehabitbamos, estaba la sede del partido socialista y de aquel edificio vi salir, horas despus, tres fretrosllevados a hombros de un largo cortejo. Aquella fnebre comitiva se detuvo bajo las ventanas de mi casa ymientras me esforzaba para mejor distinguir en la oscuridad lo que suceda (slo unas pocas antorchasiluminaban la escena), o un gran clamor y una voz potente y aguda :

    Aqu est el cadver de Mussolini.

    Se trataba de una mascarada de psimo gusto (los otros dos fretros simulaban contener loscadveres de D'Annunzio y de Marinetti), pero yo no lo supe hasta la maana siguiente, cuando un agente depolica, apiadado de mi angustia (pas una noche terrible en el desvn con mis tres pequeos) dijo a laportera de mi casa :

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    Dgale a la pobre seora que su marido se encuentra en San Vitore, pero que est sano y salvo yque volver pronto.

    En efecto!, poco despus fu puesto en libertad, habindose interesado por l Toscanini y el directordel Corriere della Sera, Luigi Albertini, adversario poltico de mi marido; pero en aquel entonces lasdesgracias nos afligan interminablemente. Bruno enferm de difteria, yo y Benito pasamos das de angustia,pues pareca que no hubiese posibilidad alguna de salvarlo. Lo tuve en mis brazos un da entero sin apartar

    los ojos de sus labios hinchados y acechando su fatigosa respiracin. Por fin se le declar fuera de peligro,pero cuando san, tras una grave complicacin bronco-pulmonar, slo pesaba siete kilos, y su padre y yoapenas podamos mantenernos en pie. Como todas las mujeres, siempre he sido ms fuerte que mi maridopara soportar el dolor e, incluso en aquella ocasin, tuve que infundirle nimos. Benito no soportaba lasenfermedades, ya fueran propias o ajenas. Recuerdo que en Villa Torlonia una de nuestras criadas padecaregularmente, todos los inviernos, ataques de bronquitis y se convulsionaba a causa de fuertes accesos detos.

    Hay que procurar que se cure deca Benito y yo le repeta que no ofreca ningn peligro portratarse de una enfermedad de escasa importancia. Pero fu intil : cada vez que la oa toser la miraba con talenojo, que la pobrecilla se obsesion con que su presencia tena el poder de poner de mal humor a su amo,por lo cual haca esfuerzos para reprimir sus golpes de tos con resultados que movan a compasin. Cuandoyo guardaba cama, Benito entra en un estado de extrema agitacin. Quera comer conmigo en la habitacin ymontaba en clera si descubra sobre mi tocador algn mazo de flores. Excepto las rosas, le gustaban poco

    las flores. Le sugeran imgenes tristes de muertos, de cementerios. Y no las quera en mi dormitorio, cuandoyo estaba enferma.

    En cuanto a l, aparte la lcera de que luego hablar, gozaba de una salud de hierro. La nica molestiaque no pudo quitarse nunca de encima fueron los resfriados. Dos veces al ao, por lo menos, en los cambiosde estacin de invierno a primavera o de verano a otoo, comenzaba a estornudar en forma violenta,sonndose las n