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Bajo la superficie Mi historia Michael Phelps con Brian Cazeneuve PRIMERA EDICIÓN EBOOK MÉXICO, 2014 GRUPO EDITORIAL PATRIA

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Bajo la superficie

Mi historia

Michael Phelpscon Brian Cazeneuve

PRIMERA EDICIÓN EBOOKMÉXICO, 2014

GRUPO EDITORIAL PATRIA

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Título original de la obra:Beneath the surface. My story

Copyright © 2004, 2008, 2012 by Michael Phelps and Brian Cazeneuve.

All Rights Reserved. No part of this book may be reproduced in any manner without the express written consent of the publisher, except in the case of brief excerpts in critical reviews or articles.All inquiries should be addressed to Sports Publishing, 307 West36th Street, 11th Floor, New York, NY 10018.

Sports Publishing® is a registered trademark of Skyhorse Publishing, Inc.®, a Delaware corporation.

Dirección editorial: Javier Enrique CallejasCoordinación editorial: Lorena BlancaDiseño de interiores: Visión Tipográfica Editores S.A. de C.V.Diseño de portada: Juan Bernardo Rosado SolísSupervisión de preprensa: Miguel Angel Morales Verdugo

Revisión Técnica:Profr. Nelson Vargas Basáñez

Los créditos de fotografías de este libro aparecen en las páginas_285 a 291__. Su inclusión en esta obra no autoriza su reproducción ulterior sin seguir los lineamientos que cada autor, editor o licen-ciatario de dichas imágenes y fotografías indiquen de manera particular.

Bajo la superficie.Mi historiaDerechos reservados:© 2014, Michael Phelps & Brian Cazeneuve© 2014, GRUPO EDITORIAL PATRIA, S.A. DE C.V.Renacimiento 180, Colonia San Juan TlihuacaDelegación Azcapotzalco, Código Postal 02400, México, D.F.

Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial MexicanaRegistro Núm. 43

ISBN ebook: 978-607-438-782-7

Queda prohibida la reproducción o transmisión total o parcial del contenido de la presente obra en cualesquiera formas, sean electrónicas o mecánicas, sin el consentimiento previo y por escrito del editor.

Impreso en MéxicoPrinted in Mexico

Primera edición ebook: 2014

info editorialpatria.com.mx

www.editorialpatria.com.mx

V

Contenido

V

Prólogo VIIAgradecimientos IX

CAPÍTULO 1 Mi propio Milagro 1

CAPÍTULO 2 Decisiones al líMite 11

CAPÍTULO 3 ¡a la alberca! 19

CAPÍTULO 4 el entrenaDor bob 27

CAPÍTULO 5 la incesante lucha De una herMana 35

CAPÍTULO 6 un gran paso 41

CAPÍTULO 7 el Debut 49

CAPÍTULO 8 Y ahora por el traYecto largo 55

CAPÍTULO 9 ¿Yo segunDo? 63

CAPÍTULO 10 el olíMpico 69

CAPÍTULO 11 en la ciMa Del MunDo 77

CAPÍTULO 12 reunión 89

CAPÍTULO 13 la viDa coMo profesional 95

CAPÍTULO 14 héroes e inspiraciones 105

CAPÍTULO 15 australia De nuevo, aMigo 111

CAPÍTULO 16 el poDer De las palabras 119

CAPÍTULO 17 ¿cinco perros? 125

CAPÍTULO 18 piDienDo aYuDa 149

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VI

CAPÍTULO 19 te seguiré 157

CAPÍTULO 20 eMotiva DespeDiDa 165

CAPÍTULO 21 clasificatorios Y Deliberaciones 177

CAPÍTULO 22 tieMpo para pensar 185

CAPÍTULO 23 Mal tercero, buen tercero 193

CAPÍTULO 24 esfuerzo en equipo 201

CAPÍTULO 25 sueños alcanzaDos 209

CAPÍTULO 26 De paseo 217

CAPÍTULO 27 un error costoso 223

CAPÍTULO 28 hacia ann arbor 229

CAPÍTULO 29 focos rojos: MoMento De reaccionar 233

CAPÍTULO 30 nueva faMilia, nuevos lugares 243

CAPÍTULO 31 recuperación 249

CAPÍTULO 32 lleno De optiMisMo 255

CAPÍTULO 33 en la ciMa De los MunDos 261

CAPÍTULO 34 beijing Me llaMa 269

Epílogo: Nota del editor 273

Recuento de medallas de Michael Phelps 281

Créditos de fotografías 285

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VIIVII

No hace mucho, en el evento NBC Olympics en Nueva York, caminé ha-cia una habitación donde algunas personas se estaban arremolinando, y Michael Phelps se hallaba sentado en un pequeño sillón. Frente a él, en una mesita para café, había una caja grande de pizza, vacía. Phelps estaba comiendo los últimos pedazos, por lo que esperé un momento antes de con-firmar mis sospechas.

— “Michael, ¿te comiste toda la pizza tú solo?”, pregunté.Su sonrisa, todavía con algunas migajas a los lados de la boca, era una

mezcla de timidez y orgullo.— “Sí”, dijo. “Arrasé con ella”.De acuerdo, sé que los atletas olímpicos en su entrenamiento que-

man grandes cantidades de carbohidratos y calorías, aún así…A la edad de 23 años, Michael Phelps es una combinación peculiar

de un típico joven estadounidense y un atleta estadounidense por comple-to extraordinario. Claro, se encaminó a convertirse en el atleta olímpico más condecorado de la historia, y pudiera estar a la mitad de su carrera. Pero en las veces que hemos coincidido los años anteriores, lo que me ha sorprendido tanto como sus aspectos sobrehumanos, son sus vivencias normales: el niño de Baltimore criado por su mamá, divorciada de su pa-dre, y sus dos hermanas mayores; el fanático del futbol americano que va a un bar con su jersey morado cada domingo en el otoño cuando está entre-nando en Ann Arbor para ver a los Baltimore Ravens (acabando con todas las alitas de pollo, palitos de mozzarella y papas fritas al medio tiempo, supongo); el fanático de los videojuegos que tiene que programar su día alrededor de su compañero de casa, un bulldog inglés llamado Herman.

Quizá lo que acentúa la normalidad de Phelps en tierra son los increí-bles dones que tiene cuando hay agua de por medio. Hemos escuchado y

Prólogo

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VIII

leído mucho acerca de cómo Phelps nació para nadar, cómo su torso alar-gado, pies enormes y manos inmensas son la combinación ideal para un competidor.

Pero para comprender aquello que lo hace tan fenomenalmente exi-toso, se necesita conocer su nivel de dedicación. En el año previo a los Juegos Olímpicos de Atenas, Phelps solo se tomó un día de descanso de su entrenamiento, que incluía fines de semana, y ese fue el día que le extraje-ron las “muelas del juicio”. En los cuatro años que transcurrieron desde su dominio en Grecia, su entrenador dijo que, de alguna forma, encontró una manera de incrementar la intensidad un poco más. Como Michael Jordan y Tiger Woods, dos atletas con quienes a veces lo comparan, Phelps tiene un gran talento. Pero al igual que ese apreciado par, él está acostumbrado a ganar porque entiende que aunque el talento sea enorme, el trabajo ar-duo lo lleva a otros niveles. Y también porque, como Jordan y Woods, lo que más ama es competir, y lo que más odia es perder.

Después de los escenarios olímpicos, la vida de Phelps ha sido sin duda una combinación de lo normal y lo notable. Ha cometido un par de erro-res, pero después, asumió toda la responsabilidad. Habla de lo que apren-dió de esos tropiezos en esta nueva edición de su libro. Mientras tanto, en la alberca, aunque no lo haya visto, estableció ocho récords mundiales más (y contando), ganó otras 12 medallas doradas en los Campeonatos Mun-diales, e hizo todo lo posible para prepararse para su meta monumental en Beijing: ocho eventos, ocho medallas de oro; el logro más grande en la his-toria de los Juegos.

Como Phelps mismo podría decirlo, estaba buscando “arrasar” en los Olímpicos.

No voy a apostar contra él. Esa caja de pizza estaba vacía, pero sin duda se veía que tenía espacio para más.

Bob Costas, junio de 2008

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IX

A mi mamá, al entrenador Bob, y en memoria de mi abuela y Stevie

Esta es la segunda edición de mi libro. Quiero agradecer a todos los que menciono a lo largo del texto y a aquellos que también nombré en la edi-ción anterior. También me gustaría reconocer a algunas personas que han sido, y continúan siendo, una parte fundamental de mi vida.

Mamá, en verdad no sé cómo ponerlo en palabras. Eres la mejor. No hay agradecimiento suficiente para todo lo que has hecho por mí y por lo que sigues haciendo; nada de esto sería posible sin ti. A mis hermanas, Hilary y Whitney, por dejarme seguirlas como el hermano menor, por darme espacio y apoyarme mientras crecía, y por aceptarme por lo que soy ahora (aun si eso incluye olvidar devolverles las llamadas). A mi cuña-do, Bob, bienvenido a nuestra familia; a mi sobrina, Taylor, y a mi sobri-no, Connor, ansío verlos crecer; a mi abuela, quien me enseñó tantas lecciones y a quien extraño todos los días; a mi papá, Fred, por inculcarme la actitud entusiasta y fervorosa que adopté desde el inicio; a mi tío BJ, a mi tía Kris ta, a mi tío David, a mi tía Dee Dee, a mi tío David, a mi tía Amy, a Sara y a Andrew, así como a todos en nuestra extensa pero cercana familia.

Gracias a mi entrenador, Bob Bowman, el mejor entrenador de nata-ción en el mundo, quien me ha guiado dentro y fuera del agua y sin quien no hubiera podido conseguir nada de esto. Gracias por ver mis sueños antes que yo. A Eddie Reese y Mark Schubert, mis entrenadores olím-picos; a Tom Himes por mostrarme lo divertida que puede ser la nata-ción; a Murray Stephens, por crear un ambiente donde cualquier sueño es posible; a Cathy Lears, John Cadigan y las familias solidarias del NBAC, uno de los mejores clubes de natación en la nación; a Jon Urbanchek por

Agradecimientos

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X

Bajo la superficie

ayu darme a reír mientras estuve en Michigan; al Club Wolverine, inclu-yendo a Fernando Canales, por dejarme ser parte de su equipo; a Mojo Isaac y Stefanie Kerska, por ayudarme con la transición a Michigan; a Keenan Robinson, por hacer su mejor esfuerzo para mantenerme sano durante cuatro años; a Greg Harden, por escuchar y ayudarme a madurar; y a Bill Martin, ¡Vamos Blues! Extrañaré el Michigan Stadium.

A la familia Hansen: Steve, Betsy, Gracie y, desde luego, Stevie, quien sigue siendo mi inspiración y siempre será parte de mi vida.

Gracias a Octagon por ayudarme a promover el deporte de la nata-ción: a Peter Carlisle por aceptar retos (como las competencias de carreras en Pekín en 2007), por ser un gran agente y un amigo tan afectuoso y comprensivo (y a la familia Carlisle —Justine, Aidan, quien a la edad de siete años tiene una increíble patada de delfín bajo el agua, y Kenny, quien ama el agua, por compartir tanto tiempo de Peter); a Marissa Gagnon, o Bubbles, por arreglárselas de algún modo para mantener todo bien para mí y hacerme sentir que estoy trabajando con familia; a Drew Johnson por su increíble compromiso y por apoyarme mientras crecía frente a los re-flectores; a Frank Zecca por mantener mi vida financiera en equilibrio, lo cual no siempre es tarea fácil.

A Mike Unger, por siempre estar ahí cuando lo necesitaba; al perso-nal de USA Swimming, USOC, NBC y al COI por todo lo que hacen por el espíritu de los Juegos; a todos mis compañeros de equipo de Estados Unidos por dar lo mejor por nuestro país.

A Dick Ebersol, gracias por tu apoyo, guía y fe en el deporte de la natación, por tu pasión por los Olímpicos y por la relación personal que hemos desarrollado a lo largo del camino.

A mis socios en el Pathfinders for Autism, Johns Hopkins Children’s Center, Boys and Girls Clubs of America, y al Sports Legends Museum ubicado en Camden Yards; a las escuelas públicas del condado de Baltimo-re, en especial a los maestros que comprendieron mi sueño.

A mis patrocinadores: AT&T, Hilton, Kellogg’s, Omega, PowerBar, PureSport, Rosetta Stone, Speedo y VISA.

Gracias a Brian Cazeneuve de Sports Illustrated por su constante de-dicación para ayudarme a compartir mi historia como un viaje continuo.

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XI

Agradecimientos

A Peter Sawyer, el agente para Bajo la superficie; a Dean Miller y Doug Hoepker, los editores del libro en inglés; a Courtney Leeper y Noah Amstadter por todo su trabajo arduo.

A la ciudad de Baltimore, hogar de los Ravens; ansío mi regreso. Y por último, ¡gracias a todos los que apoyan el gran deporte de la natación!

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Grupo Editorial Patria manifiesta su gratitud por la labor de revisión técnica de la versión en español de Bajo la superficie a:

Nelson Fernando Vargas BasáñezProfesor en Educación Física egresado de la Escuela Nacional de Educación Física (ENED).Entrenador de natación de 1962 a 1982 y en tres ocasiones entrenador de la Selección Mexicana en Juegos Olímpicos. Director de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (CONADE) de 2000 a 2006.Presidente del Consejo de Administración de acuática nelsonvargas®  y nelsonvargas FamilyFitness®.Tres veces acreedor al Premio Nacional del Deporte: – en 1978, por su trabajo como entrenador de la Selección Femenil

de Natación; – en 1982, como presidente de la Federación Mexicana de Natación; y – en 2012, por su trabajo de Fomento Deportivo.Más de 50 años haciendo del deporte de México, más que un trabajo o parte de su vida, SU VIDA MISMA.

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mi

milagropropio 1

La noche previa a mi primera competencia olímpica en Atenas me podía ver en una película… ¡Esperen!, no es tan divertido como suena. Estaba en mi habitación en la villa olímpica viendo El milagro (“Miracle”), la historia sobre el equipo estadounidense de hockey de 1980. Había visto la pelícu-la dos veces antes, y hay una escena que realmente me impactó. Cerca de cuatro meses antes que el equipo ganara la medalla de oro en Lake Placid e inspirara al país entero, hubo un partido de exhibición en Noruega que los ju gadores nunca olvidaron. Los estadounidenses empataron ese parti-do, pero la forma tan apática en que jugaron enfadó a su entrenador en jefe, Herb Brooks. Después que el encuentro terminó y los jugadores asu-mieron que tenían tiempo para descansar, Brooks los hizo patinar de un extremo del hielo al otro, sin importar cuán cansados estuvieran. Una vez que terminaron una ronda, sopló su silbato y gritó, “De nuevo”. Y lo hi-cieron otra vez. “De nuevo”. Los jugadores trataban de recuperar el alien-to. “De nuevo”. Los jugadores se caían del cansancio. “De nuevo”. Llegó uno de los trabajadores y apagó las luces en la arena, pero Brooks no esta-ba satis fecho. “De nuevo”. Tras algunas docenas de “De nuevo”, el entre-nador Brooks por fin dejó a los jugadores regresar a los vestidores; entonces ellos se dieron cuenta que, sin importar cuál fuera el resultado, el trabajo de Brooks era entrenarlos hasta que dieran su mejor esfuerzo.

Supieron que, sin importar los obstáculos que enfrentaran en los Olímpicos —incluso un juego contra los aparentemente invencibles sovié-ticos—ya habían superado algo más difícil: esa noche de los interminables “De nuevo”. Pudieron haber odiado a Brooks por ello en ese momento, ¿pero cómo hubieran llegado a ser tan buenos sin él?

Vayamos 24 años adelante hacia una piscina en el North Baltimore Aquatic Club. Fue un viernes en febrero de 2004, un día que se suponía

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Bajo la superficie

sería un entrenamiento ligero de casi 4 500 metros. Son cerca de 5 kiló-metros, lo que para nosotros casi es un día de descanso. En lugar de eso, fue el día que Herb Brooks reapareció personificado en mi entrenador, Bob Bowman. Comenzamos a hacer esos ejercicios de patadas: 70 metros de puras patadas, a toda velocidad, seguidas de 45 metros fáciles. Des-pués de un par de rondas, empiezas a sentir un hormigueo en las piernas, por lo que tiemblan un poco cuando sales de la piscina. Pero si haces las suficientes rondas, tus piernas se fortalecen y eres capaz de patear más duro y de modo más eficiente durante las competencias. Se supone que haría-mos ocho series de estos ejercicios, pero al parecer no las hicimos muy bien. “Vamos, hazlo bien”, recuerdo a Bob decirme ese día. Así que ocho series se volvieron diez. “No holgazanees”, gritó Bob. Y después fueron doce. “Si no lo tomas en serio, ¿para qué venir?” Quince y contando. “Dije a toda velocidad”. Dieciocho. ¿Saben?, cuando Bob se molesta realmente, hay una vena en el lado derecho de su cuello que empieza a hacerse más grande y pronunciada. Para cuando íbamos en la serie 24, su vena se veía como un segundo cuello.

Cuando salí de la alberca ese día, hubieran podido girar mis piernas y echarles salsa de tomate porque se sentían como espagueti. Ardían mu-cho. ¿Los Olímpicos podrían ser así de duros? Me identifiqué con aquella película porque sin todo el trabajo arduo que pusieron (sin los días de piernas de espagueti), los jugadores de hockey de mi país nunca hubieran sido capaces de conseguir su milagro. Trabajaron por ello. Necesitaban al-guien que los presionara. Necesitaban presionarse a sí mismos. Se volvieron una familia. Maduraron. Comprendieron ese compromiso —el compro-miso real que nunca creíste que podrías hacer— que viene antes de ganar.

Y nunca hubieran podido hacerlo ellos solos. En la villa olímpica, la noche previa a la prueba más grande de mi vida, me quedé dormido con El milagro.

Me desperté la mañana siguiente a las 7 a.m. y nunca me había sen-tido tan motivado por nada en mi vida. Suelo ponerme nervioso cuando estoy en medio de la parte más intensa de mi entrenamiento. A medida que me acerco a una prueba importante, me relajo y lo tomo con más tranquilidad, porque el trabajo arduo ya se hizo y la parte divertida, la emoción de la competencia, está frente a mí.

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Mi propio milagro

En el primer sábado de competencia, no podía esperar el momento de regresar al agua. Tuve el combinado individual de 400 metros ese día, con los ocho mejores nadadores de las eliminatorias matutinas avanzando a la final de la tarde. Antes de la sesión matutina, seguí la rutina que Bob había planeado meticulosamente para mí: comí un desayuno ligero de avena, hice estiramientos por media hora justo dos horas antes de la com-petencia; hice 35 minutos de ejercicios y nado ligero, me relajé durante media hora antes del evento, me puse el traje para la prueba; realicé otro nado ligero de 10 minutos, y después me dirigí a mi carril para competir. Bob tiene el cronómetro interno de un científico loco. Si los planes diarios se retrasan por minutos o si hay demoras de centésimas de segundos, la vena comienza a crecer y sus pulmones empiezan a gritar. No quiere que nada sea aleatorio.

Bob y yo no hablamos mucho sobre la prueba preliminar de la ma-ñana, lo cual fue una buena señal. Tuve el tiempo más rápido en las elimi-natorias y fui considerado el favorito para ganar esa tarde. Un año antes había ganado el combinado individual de 400 metros en los Campeonatos Mundiales en Barcelona con un tiempo que estableció récord mundial. Con ocho eventos posibles frente a mí, Bob y yo pensamos que era algo bueno que la final de los 400 combinados —una competencia “segura”— fuera en mi primera noche.

Entre sesiones, conversé brevemente con Erik Vendt, el otro nadador estadounidense en la competencia.

Cuando fuimos a los selectivos olímpicos el mes anterior en Long Beach, Erik y yo habíamos hablado sobre lograr el “uno-dos”. Por desgra-cia, él no nadó muy bien en la mañana y apenas había calificado para la final (en octava posición). “Olvídalo”, le dije. “Ese no fuiste tú y lo sabes. Lo conseguiremos esta noche”.

Una hora después estaba de regreso en la villa, esperando descansar y tratando de descubrir por qué no podía amoldar mi almohada en forma correcta. Por lo general, me siento tan exhausto después de estar en el agua, que caigo dormido como piedra y pueden darme una medalla de oro por la mejor siesta. No fue así ese día. Me quedé observando el techo en mi habitación por dos largas horas. Intenten decir a un niño que se duer-ma en la víspera de Navidad. No se puede. La anticipación es demasiado

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intensa, excepto por el hecho de que esto no era algo que estuviera espe-rando desde el 26 de diciembre pasado; era algo por lo que había esperado desde que recuerdo tener metas. Una medalla de oro. Eso fue lo que pen-sé desde 1992, el año en que me di cuenta que podía nadar. De hecho, cada vez que los reporteros me preguntaban sobre empatar o romper el récord de Mark Spitz de siete medallas de oro en unos Juegos Olímpicos, les seguía recordando que mi sueño era ganar una medalla de oro. Quizá por eso no pude cerrar mis ojos esa tarde: mi sueño estaba frente a mí, a solo horas de distancia. Hay veces cuando duermo que literalmente sueño mi competencia del inicio al final. Otras noches, cuando estoy a punto de quedarme dormido, lo visualizo hasta el punto en que sé con exactitud lo que quiero hacer: meterme al agua, deslizarme, bracear, girar, tocar la pa-red, dejar el tiempo parcial en las centésimas, después nadar de nuevo las veces que sean necesarias para terminar la competencia. Es muy vívi-do la primera vez que lo hago, pero acaba por darme sueño, como si estu-viera contando borregos. ¡Dos horas de visualización! ¿Saben lo que sucede cuando uno se queda viendo el techo por dos horas? Sigue siendo el mis-mo techo. ¡Sáquenme de aquí. Quiero nadar de nuevo!

A las 4:30, un flujo de atletas y entrenadores comenzó a caminar para subirse al autobús que nos llevaría al centro acuático. “Michael, sé agresi-vo. Muévete hacia la puerta”, dijo Bob empujándome. “Necesitamos ha-cer esto o si no nos retrasaremos en nuestro itinerario”.

En ese momento me volví y le respondí bruscamente. “¿Qué puedo hacer? ¡No hay nada que pueda hacer al respecto! Todos se están yendo al mismo tiempo, ¿OK?” Bob y yo logramos subirnos al autobús, pero no hablamos mientras estuvimos dentro. Sabía que yo estaba nervioso, pero estaba mucho más de lo que me había sentido alguna vez antes de una competencia.

Realicé el mismo calentamiento en la alberca y los minutos previos a la competencia pasaron muy lento. Por fin caminé hacia los carriles con la canción “Till I collapse” (Hasta que colapse) de Eminem, sonando en mis audífonos. Soy un gran fan del hip-hop, y en el último año he escuchado esa canción antes de cada prueba. No repetiré todas las palabras, pero co-mienza así:

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Mi propio milagro

A veces te sientes cansado, te sientes débil.Cuando te sientes débil, sientes que solo quieres rendirte.Pero debes buscar dentro de ti, encontrar esa fuerza interior.

Sequé la plataforma en mi carril, el carril 4, me quité los audífonos, y estiré mis piernas apoyándolas contra la plataforma: la derecha prime-ro y la izquierda después. En las plataformas tengo el ritual de agacharme, subir mis brazos por encima de mi cabeza y balancearlos de un lado a otro tres veces y contra mi pecho muy rápido. Después me dirijo hacia la pla-taforma (paso a paso), espero el sonido de salida, y salto.

Cuando salté a la alberca, Rowdy Gaines, campeón olímpico en 1984 y analista de NBC en Atenas, Grecia, estaba diciendo a su audiencia: “Este evento es la presentación de Estados Unidos y Michael Phelps”. El combinado individual de 400 metros consiste en 100 metros —o dos vueltas a la piscina— de cada estilo: mariposa, dorso, pecho y libre. Mi plan para la competencia era muy claro: tomar la mayor ventaja que pu-diera, dos cuerpos si era posible, antes del estilo de pecho, que es mi estilo más débil. Bob quería que me mantuviera solo un poco arriba de mi ré-cord, sin apresurarme demasiado.

Mi tiempo parcial de estilo mariposa, 55.57 segundos, superó los 55.66 que nadé en los Selectivos Olímpicos en Long Beach, un mes antes cuando rompí el récord mundial. En realidad no sabía el tiempo que había hecho, pero me sentí muy fuerte.

Tengo el hábito de mirar el reloj mientras nado el estilo dorso, por-que veo de frente el tablero. Sabía que estaba cumpliendo mi objetivo, y pude sentir que estaba comenzando a alejarme de los nadadores a mis la-dos por los dos cuerpos de distancia que quería.

La vuelta del estilo de pecho parece durar una eternidad. En vista de que tus manos no deben romper la superficie del agua, toma casi 10 se-gundos más nadar 100 metros en el estilo de pecho que, por ejemplo, en el estilo libre. Lo nadé sin perder mucha ventaja. Estaba a sólo 100 metros de distancia.

Cuando toqué la última pared con 50 metros restantes, miré hacia mi izquierda y vi a Alessio Boggiato, de Italia, acercarse a la pared en el carril 3. Después miré a mi derecha y vi a László Cseh, de Hungría, apenas

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llegando a la pared en el carril 5. Ya que la gente que nada más rápido en las eliminatorias tiene los carriles centrales en las finales, esos nadadores suelen mirar de reojo a su competencia. En ese momento supe que estaba a punto de ganar la medalla de oro en la que había pensado, de la que había hablado, con la que había soñado la mayor parte de mi vida. Sonreí a través del agua durante los últimos 25 metros. Rara vez hago eso cuando estoy en prácticas, a menos que alguien me haga reír en medio de las vuel-tas fáciles, y nunca lo hago durante una competencia. Esa noche recuerdo sonreír mientras me deslizaba hacia la pared.

Inmediatamente después de cada competencia miro hacia arriba y trato de encontrar a mi mamá, Debbie, en las gradas. No es solo porque ella ha estado ahí en todas mis pruebas, sino porque ha estado ahí para todo lo demás. Me crió como madre soltera desde que yo tenía siete años, y me apoyó de manera incondicional todo el tiempo, no solo en momen-tos cuando sonreía al final de mis competencias. Así que antes de mirar el tablero, miré hacia arriba y vi a mi mamá parada al lado de mis herma-nas, Whitney y Hilary, que estaban gritando emocionadas. Después de eso, volteé hacia el reloj y vi el WR, que significa world record (récord mun-dial), junto a mi nombre.

Alcé mi brazo en el aire, pero estaba en trance. Aunque había estado adelante en la competencia, todavía no asimilaba que había ganado, hasta que vi el #1 al lado de mi nombre. Estaba esperando que ese interruptor se apagara para dejar fluir mis emociones. Ese interruptor vino del carril 1. “¡Mike, Mike!” Era Erik, nadando a través de las líneas de los carriles hacia mí. Ni siquiera había notado que él había terminado segundo. Fuimos el uno-dos. “¡Eso, Vendt, sí!”, grité. “Sí, lo hicimos”.

En ese momento estaba tan contento por Erik como lo estaba por mí. Él ya había ganado una medalla de plata, después de nuestro com-pañero  de equipo, Tom Dolan, cuatro años antes en los Olímpicos de Sídney. Nadie trabajó más duro o merecía esa medalla más que Erik. Nuestro registro de miembros del equipo le adjudica cerca de 1.80 metros de estatura, pero eso es muy generoso. No tiene los dones físicos que otros nadadores poseen, simplemente trabaja más duro que otras personas. Nunca pensé que celebraría así con un fan de los Medias Rojas de Boston,

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Mi propio milagro

pero algo como esto es el doble de dulce cuando puedes compartirlo con tus compañeros de equipo.

“¡Sí, Vendt, lo hicimos!” Erik y yo nos abrazamos y salimos de la piscina. Todavía estaba en shock cuando pasamos a la zona mixta, un área debajo de las gradas donde hay reporteros detrás de algunas vallas y hacen preguntas rápidas. Estaba demasiado mareado entonces para recordar ahora lo que dije. Bob me alcanzó y me dio una bebida energética. Como gasto mucha energía, necesito tratar de mantener el peso y los nutrientes en mi cuerpo después de competencias y de largos días de entrenamiento. “Estoy muy orgulloso de ti”, dijo. “Se sintió genial”, le respondí.

En ese punto, Bob estaba tratando de regresarme a la alberca de prác-tica lo más rápido posible, para que nadara un poco y sacara parte del ácido láctico de mis piernas. En especial, con tres competencias más al día siguiente, un periodo de recuperación en la piscina al final de una competen-cia era igual de importante que el calentamiento antes de una prueba.

Después de nuestros eventos, tenemos que ir al control de dopaje. Aun-que no hay que ir inmediatamente después, siempre debemos reportarnos con un auxiliar de control de dopaje y firmar una forma después de esa com-petencia para confirmar que nos notificaron de la prueba de dopaje.

Esa noche, el auxiliar se acercó a mí y empezó a hablarme en cámara lenta: “Seeeñor Phelps, tiene, ha sido, le comunico que ha sido seeeleccio-nado para el control de dooopaje. Puede tomar, tiene la opción, seeeñor Phelps, de tener, si me deja explicarle…”. En ese momento, Bob entró a escena. “Solo dele a firmar el papel”. Ahora, era Bob quien estaba nervio-so. Es su trabajo mantenerme con los pies en la tierra en las altas y en las bajas, pero esta vez era difícil. Era lo más maravilloso que había sentido. Me metí a la piscina de práctica detrás de las gradas y comencé a nadar, aún sonriendo en el agua. Otro oficial llegó a decirle a Bob que me preparara para la ceremonia de premiación. “Necesitamos a su nadador en 5 minu-tos”, le dijeron.

“El itinerario dice que es hasta dentro de 20 minutos”, respondió Bob.“Sí, pero ellos deben esperar…”“Lo siento, estará listo en 15”.La ceremonia de las medallas fue increíble. Me había parado en po-

dios antes, pero nunca había ganado una medalla olímpica, y esta fue muy

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Bajo la superficie

rápida. Nos presentaron y nos dieron nuestras medallas. Después, para honrar los antiguos Juegos en Grecia, nos dieron coronas de flores para usar en nuestras cabezas durante la ceremonia. No sabíamos que habían pla-neado hacer eso, y no estábamos muy seguros de qué hacer una vez que comenzamos a escuchar la música. Me quité la corona de la cabeza y la puse sobre mi corazón.

Mi mamá siempre me ha enseñado a tratar de mantener la calma frente a la tensión y la emoción. Estaba cantando el himno entre dientes y tratando de no perder la compostura al mismo tiempo. Mientras miraba las banderas, pude ver imágenes del niño de Baltimore que le temía al agua y a un profesor que dijo que el niño no conseguiría nada porque no podía concentrarse. Vi a un entrenador guiando al niño por 24 vueltas a la alber-ca, y a una familia que lo apoyó en todo. ¿Yo era de veras ese niño que ahora estaba parado aquí? En la frase “Home of the brave”1 cerré mis ojos, casi como si tomara una imagen más que pudiera ver una y otra vez en mi mente.

Comencé a caminar con Erik hacia una multitud de fotógrafos, don-de nos detuvimos y posamos para las cámaras. Miraba hacia las gradas donde estaba Hilary, quien me estaba grabando con una videocámara. Miré hacia arriba y vi a Dolan, que suele repetir las cosas cuando se emo-ciona. “Sí, sí, sí, genial, genial, genial”, gritó, al parecer muy emocionado. En ese momento, mi mamá pasó y le arrojé mis flores a las gradas antes de regresar a la alberca de práctica.

Nadé por 45 minutos, tomé un masaje y después llamé a Hilary. “¿Dónde están?”, le pregunté. “Estamos sobre una barda, detrás de ti, y van a sacarnos”. “Espera”, le dije. “Quiero verlas”. Un minuto después, vi a mi mamá y a mis hermanas saludándome desde la valla. Me levanté para besar a Hilary y a Whitney. Después colocaron una especie de ladrillo de concreto para que mi mamá se subiera en él e hiciera lo mismo. Por fortu-na, los guardias nos dieron nuestro espacio. Estábamos lejos de la multitud de reporteros, y no tenía que guardar mis emociones porque Hilary era la única que estaba tomando fotos. Los reflectores se habían ido y este era

1 N. del Ed. Frase del himno nacional estadounidense que, en español, corresponde a “Ho- gar de los valientes”.

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Mi propio milagro

nuestro momento. Puse mis muñecas en los huecos de la valla para que mi mamá pudiera tomar mis manos. Enseguida apunté a la medalla y le dije, “Mamá, mira, aquí está”. Después coloqué la medalla en su mano para que pudiera tocarla. Mis ojos se llenaron de lágrimas y también los de ella. Fue uno de esos momentos cuando quieres decir un millón de cosas por-que hay mucho pasando por tu cabeza. Pero por alguna razón, no dices casi nada. Estoy seguro que lo único que dije fue, “Lo hice, mamá. Lo hice”, pero no estaba tan consciente como para recordar mucho más.

“Hola, ¿cómo va todo por allá?”, preguntó una voz. Muy bien, ya estaba consciente de nuevo. Era Bob. Se había quedado parado cerca de ahí, dejando que saboreáramos la ocasión, pero ahora había trabajo que hacer.

“Michael, tienes una conferencia de prensa, una prueba de dopaje, y mucho trabajo que hacer mañana”.

Incluso en un momento como éste, Bob siempre pensaba en mañana y en el siguiente desafío. Nunca me dejó mirar atrás durante todos los Olímpicos.

Bueno, lo haré ahora.

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