atilio baron, filosofia politica y critica de la sociedad burgesa

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    Captulo XI

    Filosofa poltica y crtica

    de la sociedad burguesa:

    el legado terico de Karl Marx

    Atilio A. Boron*

    I. A modo de introduccin

    Slo los espritus ms ganados por el fanatismo o la ignorancia se atreve-ran a disputar el aserto de que Marx fue uno de los ms brillantes econo-mistas del siglo XIX, un socilogo de incomparable talento y amplitud de

    conocimientos y uno de los filsofos ms importantes de su tiempo. Pocos, muypocos, sin embargo, se atreveran a decir que Marx tambin fue uno de los mssignificativos filsofos polticos de la historia. Parece conveniente, en consecuen-cia, dar comienzo a esta revisin de la relacin entre Marx y la filosofa polticatratando de descifrar una desconcertante paradoja: por qu razn abandonMarx el terreno de la filosofa poltica campo en el cual, con su crtica a Hegel,iniciaba una extraordinaria carrera intelectual para luego migrar hacia otras la-titudes, principalmente la economa poltica?

    La pregunta es pertinente porque, como decamos, en nuestra poca es harto

    infrecuente referirse a Marx como un filsofo poltico. Muchos lo consideran co-mo un economista (clsico, hay que aclararlo) que dedic gran parte de su vi-da a refutar las enseanzas de los padres fundadores de la disciplina -WilliamPetty, Adam Smith y David Ricardo- desarrollando a causa de ello un impresio-

    * Profesor titular regular de Teora Poltica y Social I y II, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad deBuenos Aires. Secretario Ejecutivo de Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).

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    nante sistema terico. Otros, un socilogo que descubri las clases sociales ysu lucha, algo que el propio Marx descartara en famosa carta a Joseph Weideme-yer. No pocos dirn que se trata de un filsofo, materialista para ms seas, em-peado en librar interminables batallas contra los espiritualistas e idealistas de to-do cuo. Algunos dirn que fue un historiador, como lo atestigua, principalmen-te y entre muchos otros escritos, su prolija crnica de los acontecimientos que tu-vieron lugar en Francia entre 1848 y 1851. Casi todos lo consideran, siguiendo aJoseph Schumpeter, como el iracundo profeta de la revolucin. Marx fue, en efec-to, todo esto, pero tambin mucho ms que esto: entre otras cosas, un brillante fi-lsofo poltico. Siendo as, cmo explicar esa sorprendente mutacin de su agen-

    da intelectual, que lo llev a abandonar sus iniciales preocupaciones intelectualespara adentrarse, con apasionada meticulosidad, en el terreno de la economa po-ltica? Cmo se explica, en una palabra, su desercin del terreno de la filoso-fa poltica? Regres a ella o no? Y en caso de que as fuera, tiene Marx toda-va algo que decir en la filosofa poltica, o lo suyo ya es material de museo? Es-tas son las preguntas que trataremos de responder en nuestro trabajo.

    Un diagnstico concurrente

    Estos interrogantes parecen ser particularmente trascendentes dado que exis-ten dos opiniones, una procedente del propio campo marxista y otra de fuera desus fronteras, que confluyen en afirmar la inexistencia de la teora poltica mar-

    xista. De donde se desprendera, en consecuencia, la futilidad de cualquier tenta-tiva de recuperar el legado marxiano. El famoso debate Bobbio, lanzado a par-tir de un par de artculos que el filsofo poltico turins publicara en 1976 en

    Mondoperaio, proyect desde el peculiar ngulo liberal socialista de Bobbio elviejo argumento acerca de la inexistencia de una teora poltica en Marx, posicinsta que fue rechazada por quienes en ese momento eran los principales exponen-tes del marxismo italiano, tales como Umberto Cerroni, Giacomo Marramao,Giuseppe Vacca y otros. (Bobbio, 1976) Curiosamente, la crtica bobbiana ins-pirada en la tradicin liberal de un liberalismo desconocido en tierras america-nas, democrtico y por momentos radical, como el de Bobbio se emparentabacon la postura del marxismo oficial, de estirpe sovitica, y algunos extraosaliados. Los partidarios de esta tesis no rechazaban por completo la existencia de

    una filosofa poltica en Marx algo que hubiera atentado irreparablemente con-tra su concepcin dogmtica del marxismo pero sostenan que su relevancia enel conjunto de la obra de Marx era del todo secundaria. En el fondo, la verdade-ra teora poltica del marxismo se hallaba presente en ese engendro intelectualanti-marxista y anti-leninista que se dio a conocer con el nombre de marxismo-leninismo. No deja de ser una irona que el marxismo oficial verdadera con -tradictio in adjectio si las hay! suscribiera ntegramente la tesis de uno de losms lcidos tericos neoconservadores, Samuel P. Huntington, cuando afirmara

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    que en trminos de la teora poltica del marxismo... Lenin no fue el discpulode Marx sino que ste fue el precursor de aqul. (Huntington, 1968: p. 336)

    Una versin mucho ms sutil de la tesis elaborada por los oscuros acadmi-cos soviticos fue adoptada por intelectuales de dudosa afinidad con los burcra-tas de la Academia de Ciencias de Mosc. Entre ellos sobresale Lucio Colletti, unbrillante terico marxista italiano que en los noventa habra de terminar triste-mente su trayectoria intelectual ponindose al servicio de Silvio Berlusconi y sureaccionaria Forza Italia. En un texto por momentos luminoso y en otros decep-cionante Colletti, concluye su desafortunada comparacin entre Rousseau y Marxdiciendo que:

    la verdadera originalidad del marxismo debe buscarse ms bien en el cam-po del anlisis social y econmico, y no en la teora poltica. Por ejemplo, in-cluso en la teora del estado, contribucin realmente nueva y decisiva delmarxismo, habra que tener en cuenta la base econmica para el surgimientodel estado y (consecuentemente) de las condiciones econmicas necesariaspara su liquidacin. Y esto, desde luego, va ms all de los lmites de la teo-ra poltica en sentido estricto. (Colletti, 1977: p. 148) [nfasis en el origi-nal].

    En esta oportunidad queremos simplemente dejar constancia de la radicali-dad del planteamiento de Colletti, sin discutir por ahora la sustancia de sus afir-maciones. La exposicin que haremos en el resto de este captulo se encargar por

    s sola de refutar sus tesis principales. De momento nos limitaremos a sealar lamagnitud astronmica de su error cuando sostiene, en el pasaje arriba citado, quela problemtica econmica del surgimiento y eventual liquidacin del estado esun tema que trasciende los lmites de la teora poltica en sentido estricto. Co-mo veremos ms adelante, el solo planteamiento de la cuestin desde una pers-pectiva que escinde radicalmente lo econmico de lo poltico no puede sino con-ducir al grosero error de apreciacin en que cae Colletti. Porque, en efecto, cules la tradicin terica que considera a los hechos de la vida econmica como ex-ternos a la poltica? El liberalismo, ms no as el marxismo. Ergo: Colletti de-sestima esa contribucin nueva y decisiva del marxismo, la teora del estado,desde una tradicin como la liberal cuyo punto de partida es la reproduccin, enel plano de la teora, del carcter fetichizado e ilusoriamente fragmentario de larealidad social. Al aceptar las premisas fundantes del liberalismo, Colletti cohe-

    rentemente, concluye que todo lo que remita al anlisis de las vinculaciones en-tre el estado y la vida econmica o, dicho con ms crudeza, entre dominacin yexplotacin, queda fuera de la teora poltica en sentido estricto. Al hacer suyoel axioma crucial del liberalismo, la separacin entre economa y poltica, Collet-ti queda encerrado en el callejn sin salida de dicha tradicin terica con todossus bloqueos y puntos ciegos.

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    Foucault, Althusser y la leyenda de los dos Marx

    Adolfo Snchez Vzquez recuerda con justeza la diversidad de tericos quecuestionaron la existencia de una teora del estado, o del poder poltico, en Marx.( Snchez Vzquez, 1989: p. 4) Para Michel Foucault, por ejemplo, Marx es an-te todo y casi exclusivamente un terico de la explotacin y no del poder, cuyacapilaridad y dispersin por todo el cuerpo social, cuya microfsica, en una pa-labra, habra pasado desapercibida a la mirada de Marx, ms concentrada en losaspectos estructurales. (Foucault, 1978; 1979). Para Foucault la naturaleza reti-cular del poder torna ftil cualquier tentativa de identificar un locus estratgico yprivilegiado del mismo. Contrariamente a la abrumadora evidencia que comprue-

    ba los alcances extraordinarios del proceso de estatalizacin de la acumulacincapitalista en nuestros das, en la visin de Foucault se tratara de una red que nose localiza en ninguna parte en especial, ni siquiera en el estado o en sus apara-tos represivos. (Boron, 1997: pp. 163-174) Lo interesante del caso es que, pese asu vocacin contestataria, el panpoliticismo de Foucault remata en una concep-cin terica que consagra la inmanencia y omnipotencia absoluta del poder asconcebido, con independencia de las relaciones de produccin y la explotacin declase. Tal como lo seala Snchez Vzquez en otro de sus trabajos, en la cons-truccin foucaultiana se disuelven por completo los nexos estructurales que ligana esta red de micro-poderes con las relaciones de produccin. De este modo sepierde de vista la naturaleza de clase que informa al poder social y su imbricacinen la lucha de clases, a la vez que se hace caso omiso del papel central que el es-

    tado capitalista desempea como supremo organizador de la red de relacionesde poder mediante la cual la clase dominante asegura su predominio. (SnchezVzquez, 1985: pp.113-5)

    Aparte de Colletti, el filsofo hispano-mexicano identifica a Louis Althussercomo uno de los principales impugnadores del supuesto vaco terico-polticoque caracteriza la obra de Marx. Segn nuestro entender, tanto el maestro comosus discpulos cayeron vctimas de una falacia crucial de la empresa althusseria-na: la introduccin de una inconducente dualidad en la herencia terica de Marx.Segn Althusser hay dos Marx y no uno: el humanista e ideolgico de la juven-tud, que es el Marx que esboza su crtica a las categoras centrales de la filosofapoltica hegeliana, y el Marx marxista de la madurez. El primero es prescindi-ble, mientras que el segundo es fundamental. Es en la fase cientfica cuandoMarx se convierte en marxista y culmina luminosamente su anlisis del capita-lismo. Como veremos ms adelante, la interpretacin althusseriana contradice ex-plcitamente la visin del propio Marx maduro sobre su derrotero intelectual, de-talle ste que los althusserianos pasan alegremente por alto. En este sentido, po-cos pueden igualar a Nicos Poulantzas en la externalizacin de este lamentableequvoco. Como fiel discpulo de su desorientado maestro, Poulantzas escribinada menos que en un libro dedicado a la teora poltica marxista!, que

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    ... la problemtica original del marxismo... es una ruptura en relacin conla problemtica de las obras de juventud de Marx ... (que) se dibuja a partirdeLa Ideologa Alemana, texto de ruptura que contiene an numerosas am-bigedades. Esa ruptura significa claramente que Marx ya se hizo marxistaentonces. Por consiguiente, sealmoslo sin dilacin, de ningn modo se to-mar en consideracin lo que se ha convenido en llamar obras de juventud deMarx, salvo a ttulo de comparacin crtica... para descubrir las superviven-cias ideolgicas de la problemtica de juventud en las obras de madurez.(Poulantzas, p. 13)

    La consecuencia de esta desafortunada escisin fue la desvalorizacin, cuan-

    do no el completo abandono, de la obra terico-poltica del joven Marx y la con-centracin exclusiva en las obras del Marx maduro, de carcter eminentementeeconmico, dndose as nacimiento a la leyenda de los dos Marx, como diceCerroni. (Cerroni, 1976: p. 26) El visceral rechazo de Poulantzas un refinadoterico que no pudo neutralizar el dogmatismo althusseriano que tantos estragoshiciera en el pensamiento marxista al legado terico del joven Marx suena es-candaloso en nuestros das, al igual que esa deplorable separacin entre un Marxideolgico y un Marx cientfico. Ecos lejanos y transmutados del estructura-lismo althusseriano se oyen tambin, en las dos ltimas dcadas, en la obra de Er-nesto Laclau, Chantal Mouffe y, en general, los exponentes del as llamado pos-marxismo, empeados en sealar las insuficiencias tericas de todo tipo que so-cavaran irreparablemente la sustentabilidad del marxismo y tornan necesario

    construir un edificio terico que lo supere. (Laclau y Mouffe, 1987: pp. 4-5) Esevidente que para esta corriente la superacin del marxismo es un asunto de in-geniosidad retrica, y que se resuelve en el terreno del arte del bien decir. De don-de se sigue que, por ejemplo, la superacin del tomismo nada tuvo que ver conla descomposicin del rgimen feudal de produccin sino con la diablica supe-rioridad de las argumentaciones de los contractualistas. Es indudable que el mar-xismo habr de ser superado, pero sto no ocurrir como consecuencia de su de-rrota en la liza de la dialctica argumentativa sino como resultado de la desapari-cin de la sociedad de clases. Su definitiva superacin no es un problema quese resuelva en el plano de la teora sino en la prctica histrica de las sociedades.

    La crtica de Norberto BobbioPara resumir: de todas las crticas dirigidas a la teora marxista de la poltica,

    la que plantea Bobbio es, de lejos, la ms interesante y sugerente. El filsofo ita-liano parte de la siguiente constatacin:

    la denunciada y deplorada inexistencia, o insuficiencia, o deficiencia, o irre-levancia de una ciencia poltica marxista, entendida como la ausencia de unateora del estado socialista o de democracia socialista como alternativa a la

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    teora o, mejor, a las teoras del Estado burgus y de la democracia burgue-sa. (Bobbio: 1976, p.1) (traduccin nuestra)

    Tres son las causas que, a su juicio, originan este vaco en el marxismo. En pri-mer lugar el inters predominante, casi exclusivo, de los tericos marxistas por elproblema de la conquista del poder. La reflexin terico-poltica de Marx, as co-mo la de sus seguidores, era de carcter terico y prctico a la vez y no meramen-te contemplativa, y se hallaba ntimamente articulada con las luchas del movimien-to obrero y los partidos socialistas por la conquista del poder poltico. En conse-cuencia, la obra marxiana no poda ser ajena a esta realidad, sobre todo si se tieneen cuenta que casi hasta finales del siglo pasado la premisa indiscutida de las diver-

    sas estrategias polticas de los partidos de izquierda era la inminencia de la revolu-cin. En segundo trmino, el carcter transitorio y fugaz del Estado socialista, con-cebido como una breve fase en donde la dictadura del proletariado acometera lastareas necesarias para crear las bases materiales requeridas para efectivizar el auto-gobierno de los productores, es decir, el no-estado comunista. A estas dos expli-caciones, que Bobbio haba anticipado pocos aos antes en otros escritos, agrega enel texto que estamos analizando una tercera: el modo de ser marxista en el pero-do histrico posterior a la Revolucin Rusa y, sobre todo, la segunda guerra mun-dial. Si en el pasado, observa nuestro autor, poda hablarse de un marxismo de laSegunda Internacional, y despus de otro ms momificado an, el marxismo dela Tercera Internacional, no tendra sentido alguno hablar de un marxismo de losaos cincuenta, sesenta o setenta. (Bobbio, 1976: p.2) Bobbio seala con razn

    que la aparicin de estos muchos marxismos (el marxismo oficial de la URSS,el trotskismo, la escuela de Frankfurt, la escuela de Budapest, la relectura sartrea-na, la versin estructuralista de Althusser y sus discpulos, el marxismo anglosajn,etc.) vino acompaada por el surgimiento de una nueva escolstica animada por unfuror teolgico sin precedentes, cuyo resultado fue avivar estriles polmicas pococonducentes al desarrollo terico. Asus ojos, esta pluralidad de lecturas e interpre-taciones del marxismo no necesariamente significa algo malo en s mismo, muchomenos un escndalo, sino que debera ser interpretada como un signo de vitali-dad. Claro que, comenta el filsofo italiano, una de las consecuencias perversas deesta pluralidad ha sido la proliferacin de reyertas ideolgicas que desgastaron lasenergas intelectuales de los marxistas en intiles controversias como, por ejemplo,aquella acerca de si el marxismo es un historicismo o un estructuralismo.

    El resultado de esta situacin es lo que Bobbio denomina el abuso del prin-cipio de autoridad, esto es, la tendencia a regresar indefinidamente al examen delo que Marx dijo, o se supone que dijo o quiso decir, en lugar de examinar a laluz del marxismo a las instituciones polticas de los estados contemporneos,sean stos capitalistas o socialistas. El escolasticismo termin por reemplazar alanlisis concreto de la realidad concreta, como deca Lenin, y la exgesis de lostextos fundamentales a la investigacin y la crtica histrica. La consecuencia deeste extravo ha sido el estancamiento terico del marxismo.

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    Cabe recordar que este diagnstico coincide en lo fundamental con el que, enese mismo ao, hiciera Perry Anderson en sus Considerations on Western Mar -

    xism. (Anderson, 1976) Segn el terico britnico, a partir del fracaso de la re-volucin en Occidente y de la consolidacin del estalinismo en la URSS la refle-xin terica marxista se aleja rpidamente del campo de la economa y la polti-ca para refugiarse en los intrincados laberintos de la filosofa, la esttica y la epis-temologa. La nica gran excepcin de este perodo es, claro est, AntonioGramsci. La indiferencia ante las exigencias de la coyuntura y la constitucin deun saber filosfico centrado en s mismo son los rasgos distintivos del marxis-mo occidental, un marxismo transmutado en una escuela de pensamiento, y en

    el cual el nexo inescindible entre teora y praxis propuesto por sus fundadores sedisuelve completamente. La teora se convierte en un fin en s misma y da pasoal teoreticismo, la famosa Tesis Onceava sobre Feuerbach que invitaba a los fi-lsofos a transformar el mundo queda archivada, y el marxismo se transforma enun inofensivo saber acadmico, una corriente ms en la etrea repblica de lasletras.

    Cul es la conclusin a la que llega Bobbio en su ensayo? No demasiado di-ferente a la de Colletti, por cierto. Leamos sus propias palabras: la teora polticade Marx...

    constituye una etapa obligada en la historia de la teora del Estado moder-no. Luego de lo cual debo decir, con la misma franqueza, que nunca me pa-recieron de igual importancia las famosas, las demasiado famosas, indicacio-nes que Marx extrajo de la experiencia de la Comuna y que tuvieron la for-tuna de ser luego exaltadas (pero nunca practicadas) por Lenin. (Bobbio,1976: p. 16)

    Nos parece que ms all de los mritos que indudablemente tiene el diagns-tico bobbiano sobre la parlisis terica que afectara al marxismo durante buenaparte de este siglo, su conclusin no le hace justicia a la profundidad del legadoterico-poltico de Marx.1 Claro est que nuestro rechazo al sofisticado ningu-neo que Bobbio hace de aqul no debera llevarnos tan lejos como para adherira una tesis que se sita en las antpodas y que sostiene, a nuestro saber de mane-ra equivocada, que (L)a autntica originalidad de la obra de Marx y Engels de-be buscarse en el campo poltico, y no en el econmico o en el filosfico.

    (Blackburn, 1980: p. 10) Afirmacin sin duda excesiva, y que difcilmente su au-tor repetira hoy, pero que expresa la reaccin ante una tan injusta como inadmi-sible descalificacin de la teora poltica de Marx. El problema que plantea estacita de Blackburn proviene no tanto de la orientacin de su pensamiento como dela radicalidad de su respuesta. Sin menospreciar la originalidad de la obra teri-co-poltica de Marx, nos parece que la teorizacin que se plasma en El Capital(la teora de la plusvala; la del fetichismo de la economa capitalista; la de la acu-mulacin originaria, etc.) se encuentra mucho ms desarrollada y sistematizada

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    que la que advertimos en sus reflexiones polticas. Si a sta Marx le dedic losturbulentos aos de su juventud, a la economa poltica le cedi los veinticincoaos ms creativos de su madurez intelectual.

    La supuesta excentricidad de Hegel

    Bobbio seal, y no le falta algo de razn, que la preponderante, casi exclu-siva dedicacin del Marx filsofo poltico a Hegel comprensible si se tienen encuenta las circunstancias biogrficas e histricas que dieron origen a la crtica del

    joven Marx y su apenas ocasional referencia a la obra de las cumbres del pen-

    samiento filosfico-poltico del liberalismo, como John Stuart Mill, Jeremy Bent-ham, Benjamin Constant, Montesquieu y Alexis de Tocqueville, situaron su refle-xin lejos del lugar central en el debate realmente importante que la burguesa ha-ba instalado en la Europa del Siglo XIX y que no giraba en torno a las excentri-cidades hegelianas del Estado tico sino sobre las posibilidades y lmites delutilitarismo, es decir, de la expansin ilimitada de los derechos individuales, lasfuerzas del mercado y la sociedad civil. En sus propias palabras,

    Ya suscita alguna sospecha el hecho de que la teora burguesa de la econo-ma sea inglesa (o francesa) y que la teora poltica sea alemana; o el hechode que la burguesa inglesa (o francesa) haya elaborado una teora econmi-ca congruente con su idealidad, vulgo sus intereses, y le haya confiado la ta-rea de elaborar una teora del Estado a un profesor de Berln, esto es, de un

    Estado econmica y socialmente atrasado con respecto a Inglaterra y Fran-cia. Marx saba muy bien lo que no saben ms ciertos marxistas: que la filo-sofa de la burguesa era el utilitarismo y no el idealismo (en El Capital elblanco de sus crticas es Bentham y no Hegel) y que uno de los rasgos fun-damentales y verdaderamente innovadores de la revolucin francesa era laproclamacin... de la igualdad ante la ley... en cuya base se encuentra una teo-ra individualista y atomstica de la sociedad que Hegel refuta explcitamen-te... (Bobbio, 1976: p. 8) (traduccin nuestra)

    Si hemos reproducido in extenso esta crtica bobbiana es a causa de su rique-za y su profundidad y, por otra parte, como producto de nuestra conviccin de queel marxismo como filosofa poltica debe necesariamente confrontar con los ex-

    ponentes ms elevados de su crtica. Por eso quisiramos hacer algunas observa-ciones en relacin con lo que Bobbio plantea ms arriba, y que tienen como ejesu apreciacin del papel de Hegel en la filosofa poltica burguesa. Es cierto quefuera de Alemania nadie discuta, al promediar el siglo XIX, si el Estado era o nola esfera superior de la eticidad o el representante de los intereses universales dela sociedad. La agenda de la poltica de los estados capitalistas tena otras priori-dades: la reafirmacin de los derechos individuales, el estado mnimo, la separa-cin de poderes, las condiciones que asegurasen una democratizacin sin peligros

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    para las clases dominantes, la relacin estado/mercado, entre otros temas, y laagenda terica de la filosofa poltica no era ajena a estas prioridades.

    Pero creemos que Bobbio exagera su argumento cuando minimiza la impor-tancia de Hegel, porque si bien su teora no representa adecuadamente la ontolo-ga de los estados capitalistas, no por ello deja de cumplir una importantsimafuncin ideolgica que el descarnado planteamiento de los utilitaristas deja va-cante: la de presentar al Estado al Estado burgus y no a cualquier Estado co-mo la esfera superior de la eticidad y de la racionalidad, como el mbito dondese resuelven las contradicciones de la sociedad civil. En suma, un Estado cuyaneutralidad en la lucha de clases se materializa en la figura de una burocracia

    omnisciente y aislada de los srdidos intereses materiales en conflicto, todo locual lo faculta para aparecer como el representante de los intereses universales dela sociedad y como la encarnacin de una juridicidad despojada de toda contami-nacin clasista. Si el utilitarismo en sus distintas variantes representa el rostroms salvaje del capitalismo, su darwinismo social que exalta los logros del in-dividualismo ms desenfrenado y condena a los socialmente ineptos a la extin-cin, el hegelianismo expresa, en cambio, el rostro civilizado del modo de pro-duccin al exhibir un Estado que flota por encima de los antagonismos de clase,que slo atiende a la voluntad general y que desestima los intereses sectoriales.En trminos gramscianos podramos decir que mientras el utilitarismo, epitomi-zado en la figura del homo economicus, provea los fundamentos filosficos a laburguesa en cuanto clase dominante, el hegelianismo hizo lo propio cuando esa

    misma burguesa se lanz a construir su hegemona.Por consiguiente, no es poca cosa que Marx haya tenido la osada de desen-

    mascarar esta funcin ideolgica del hegelianismo en su crtica juvenil. Pese alretraso alemn, o tal vez a causa de eso mismo, Hegel percibi con ms profun-didad que sus contrapartes francesas e inglesas las tareas polticas e ideolgicasfundamentales que el Estado deba desempear en la nueva sociedad, tareas queno podan ser cumplidas ni por los mercados ni por la sociedad civil. La lgicadestructiva del capitalismo, basada en la potenciacin de los apetitos individua-les y del egosmo maximizador de ganancias, requiere de un Estado fuerte, no porcasualidad presente en todos los capitalismos desarrollados, para evitar que aqu-lla termine sacrificando a la sociedad toda en aras de la ganancia del capital. He-gel es, precisamente, quien teoriza sobre esta necesidad olmpicamente soslaya-

    da por los clsicos del liberalismo poltico. Por eso Hegel es, tal cual acota co-rrectamente Hans-Jrgen Krahl, el pensador metafsico del capital..., el disfrazidealista y metafsico del rgimen capitalista de produccin. (Krahl, p. 27)

    Por otra parte podra alegarse, en defensa de Marx y como un importante co-rrectivo a las tesis bobbianas, que ste tena pensado dedicarse al tema y revisarla obra de los filsofos polticos ingleses y franceses en una fase posterior de sucrtica al capitalismo. Recordemos simplemente el contenido de su programa de

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    trabajo, esbozado en la Introduccin General a la Crtica de la Economa Polti-ca / 1857 en donde el estudio del Estado y la poltica es decir, a la filosofa po-ltica era el paso siguiente a su extenso periplo por la economa poltica y quefuera lamentablemente tronchado por su muerte. (Marx, 1974: p. 66; Cerroni,1976: 23-7) Es importante notar aqu que estamos hablando de una vuelta frus-trada y no de una ida. Contrariamente a lo sostenido por los althusserianos,Marx tena planteado retornar a la filosofa poltica, de la cual haba partido, y noacudir por primera vez a ella una vez agotadas sus exploraciones en el terreno dela economa poltica. En un texto escrito cuando apenas contaba con veintisisaos, el joven Marx ya anticipaba las principales destinaciones de su itinerario

    terico cuando con extraordinaria lucidez adverta que la crtica del cielo se con-vierte con ello en la crtica de la tierra, la crtica de la religin en la crtica del de-recho, la crtica de la teologa en la crtica de la poltica. (Marx, 1967: p. 4) Po-cos meses despus reafirmaba este proyecto cuando en el Prefacio de los Ma -nuscritos Econmico-Filosficos de 1844 Marx anuncia al lector que:

    Me propongo, pues, publicar mi crtica del derecho, de la moral, de la pol-tica, etctera, en una serie de folletos independientes; y por ltimo, en un tra-bajo separado, tratar de exponer el todo en su interconexin, mostrando lasrelaciones entre las partes y planteando una crtica al tratamiento especulati-vo de este material. Esta es la razn por la cual, en el presente trabajo, las re-laciones de la economa poltica con el estado, el derecho, la moral, la vidacivil, etctera, slo sern abordadas en la medida en que la propia economa

    poltica se aboca al estudio de estos temas. (Marx, 1964: p. 63) (traduccinnuestra)

    Como sabemos, Marx apenas pudo construir los cimientos de esta gigantes-ca empresa terica. Su marcha se detuvo a poco de comenzar a escribir el captu-lo 52 del tercer tomo deEl Capital, precisamente cuando iniciaba el abordaje deltema de las clases sociales. Se trata, por lo tanto, de un proyecto inacabado, perotanto sus lineamientos generales como el diseo de su arquitectura terica son su-ficientes para seguir avanzando en su construccin.

    II. La crtica a la filosofa poltica hegeliana

    El punto de partida de toda esta reflexin lo ofrece el anlisis del significadode la poltica para Marx: su esencia como actividad prctica y su significado enel conjunto de la vida social. Como se recordar, Marx comienza su proyecto te-rico precisamente con una crtica al Estado, la poltica y el derecho, misma quese refleja en diversos escritos juveniles tales como La cuestin juda, la Crti -ca de la filosofa del Derecho de Hegel, la Introduccin a dicho texto (publica-da originariamente en los Anales Franco-Alemanes, en 1844) y varios otros es-critos menos conocidos, como Notas crticas sobre El Rey de Prusia y la refor-

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    ma social. Por un prusiano, para culminar en el voluminoso texto escrito juntocon Friedrich Engels en el otoo belga de 1845, La Ideologa Alemana. 2

    Tres tesis fundamentales

    En estos textos crticos del estado y la poltica, que en su obnubilacin teri-ca Althusser y sus discpulos repudiaron por ser pre-marxistas, el joven Marxsostiene tres tesis que habran de escandalizar a la filosofa poltica bien pensan-te hasta nuestros das:

    (a) en primer lugar que, tal como lo plantea en la Introduccin a la Crtica dela filosofa del Derecho de Hegel, es necesario pasar de la crtica del cielo a lacrtica de la tierra. En este trnsito, (l)a crtica de la religin es, por tanto, engermen, la crtica del valle de lgrimas que la religin rodea de un halo de san-tidad. (Marx. 1967: p. 3) Sera difcil exagerar la importancia y la actualidadde esta tesis, toda vez que an hoy encontramos que el saber convencional dela filosofa poltica en sus distintas variantes el neo-contractualismo, el co-munitarismo, el republicanismo y el libertarianismo persiste obstinadamenteen volver sus ojos hacia el cielo difano de la poltica con total prescindenciade lo que ocurre en el cenagoso suelo de la sociedad burguesa. As, se constru-yen bellos argumentos sobre la justicia, la identidad y las instituciones republi-canas sin preocuparse por examinar la naturaleza del valle de lgrimas capi-talista sobre el cual deben reposar tales construcciones.

    (b) la filosofa tiene una misin, una tarea prctica inexcusable y de la queno puede sustraerse apelando a la mentira autocomplaciente de su naturalezacontemplativa. La clebre Tesis Onceava sobre Feuerbach no hace sino acen-tuar an ms esta necesidad imperiosa de dejar de simplemente pensar elmundo para pasar a transformarlo sin ms demora. La misin de la filosofaes desenmascarar la auto-enajenacin humana en todas sus formas, sagradasy seculares. Para ello la teora debe convertirse en un poder material, lo queexige que sea capaz de apoderarse de la conciencia de las masas. Para es-to, la teora debe ser radical, es decir, ir al fondo de las cosas. (Marx. 1967:pp. 9-10) Un fondo que en el joven Marx era de carcter antropolgico, elhombre mismo, pero que a lo largo de su trayectoria intelectual habra deperfilarse, ntidamente, en el Marx maduro, en su naturaleza estructural. El

    fondo de las cosas estara, de ah en ms, constituido por la estructura de lasociedad burguesa.

    (c) por ltimo, la constatacin de que en las sociedades clasistas la polticaes, por excelencia, la esfera de la alienacin, y en cuanto tal espacio privile-giado de la ilusin y el engao. La razn de esta condena es fcil de adver-tir: Hegel haba exaltado al Estado a la increble condicin de ser la marchade Dios en el mundo, un exceso que ni siquiera un pensador tan estatalis-

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    ta como Hobbes habra osado imaginar. (Hegel, 1967: p. 279) En el sistemahegeliano, contra el cual se rebela precozmente el joven Marx, el Estado erala esfera del altruismo universal y el mbito en el cual se realizan los intere-ses generales de la sociedad. En consecuencia, la poltica apareca en Hegelnada ms ni nada menos que como la intrincada fisiologa de una institucinconcebida como un Dios secular y a la cual debemos no slo obedecer sinotambin venerar. (Hegel, 1967: p. 285)

    La verdad contenida en estas tres tesis, cruciales en el pensamiento del jovenMarx, fue ratificada, por si hiciera falta, por sus experiencias personales. Con-frontado con la dura realidad que le planteaba su condicin de editor de la Nue-

    va Gaceta Renana, una revista de la intelectualidad liberal alemana, el jovenMarx pudo constatar desde el vamos cmo la supuesta universalidad del Estadoprusiano era una mera ilusin y que el Estado realmente existente no el pos-tulado tericamente por Hegel sino aqul con el cual l tena que habrselasaqu y ahora era en realidad un dispositivo institucional puesto al servicio deintereses econmicos bien particulares.

    De haber estado vivo, Hegel seguramente le habra observado a su joven cr-tico que se que Marx tan justamente apuntaba con su crtica no era un verdade-ro Estado sino una sociedad civil disfrazada de Estado. (Hegel, p. 156; 209-212)A lo cual Marx seguramente habra replicado con palabras como stas: Distin-guido Maestro. El Estado que Ud. ha concebido en su teora es de una belleza sinpar y segura garanta para la consecucin de la justicia en este mundo. El nicoproblema es que el mismo slo existe en su imaginacin. Los Estados realmen-te existentes poco o nada tienen que ver con el que surge de sus estipulacionestericas. Ud. seala, correctamente en uno de los apndices de su Filosofa del

    Derecho, que los Estados que obran de otro modo, es decir, los que subordinan ellogro de los intereses universales a la satisfaccin de los intereses particulares deciertos grupos y clase sociales, no son verdaderos Estados sino simples socieda-des civiles disfrazadas de Estados. Crame cuando le digo que lamento tener queinformarle que todos los Estados conocidos han demostrado una irresistible vo-cacin por disfrazarse. O cree Ud. que el Rey de Prusia representa algo ms queuna alianza entre nuestros decadentes y ridculos Junkers y la timorata burguesaindustrial alemana? O piensa Ud. que el Zar de todas las Rusias, y su Estado, re-presentan otra cosa que los intereses de la aristocracia terrateniente ms brbara

    y corrupta de Europa? O creera, por ventura, que la Reina Victoria sintetiza ensu persona los intereses del conjunto del pueblo ingls y no los intereses exclusi-vos y particulares de la City londinense y los manufactureros britnicos, desespe-rados por establecer el imperio del libre comercio para sojuzgar al mundo enterocon su superioridad industrial y financiera?

    Una vez comprobado el carcter irremisiblemente clasista de los Estados ycertificada la invalidacin del modelo hegeliano del Estado tico, representante

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    del inters universal de la sociedad, el joven Marx se aboc a la tarea de expli-car las razones del extravo terico de Hegel. Qu fue lo que hizo que una de lasmentes ms lcidas de la historia de la filosofa incurriera en semejante error?Simplificando un razonamiento bastante ms complejo diremos que la respuestade Marx se construye en torno a este argumento: que si en Hegel la relacin Es-tado/sociedad civil aparece invertida, esto no es a causa de un vicio de razona-miento sino que obedece a compromisos epistemolgicos ms profundos cuyasraces se hunden en el seno mismo de la sociedad burguesa, como aos ms tar-de tendra ocasin de argumentar Marx al examinar el problema del fetichismode la mercanca. En su crtica juvenil a la inversin se notan las influencias ejer-cidas por Ludwig Feuerbach, quien en 1841 haba conmovido al mundo intelec-tual alemn al publicar poco antes de que Marx iniciara su crtica al sistema he-gelianoLa Esencia del Cristianismo. En dicho libro Feuerbach afirma que con-trariamente a lo que sostiene la religin no es Dios quien crea a los hombres sinoque son stos los que en su alienacin crean a aqul. Siendo esto as, de lo que setrata, habra de concluir un atento lector como el joven Marx, es de invertir la re-lacin establecida por la religin, o el derecho burgus, para encontrar la verdadde las cosas.

    Claro est que, pese a su juventud, Marx no se contentaba slo con eso. Si lamera inversin satisfaca el espritu crtico de Feuerbach, no ocurra lo mismo conel joven filsofo de Trveris, quien senta la necesidad de ir ms all en el cami-no de la explicacin. Para ello contaba con las armas que le ofreca la dialctica

    hegeliana, pero stas requeran un ulterior refinamiento antes de poder ser efecti-vamente usadas como las armas de la crtica. Hegel haba aportado algunasideas centrales que servan como importantsimo punto de partida: en primer lu-gar, la nocin revolucionaria en la historia de la filosofa, dominada por un es-pritu contemplativo de que las ideas se realizan en la historia y de que no exis-te un hiato insalvable entre el mundo material y el mundo de las ideas filosficas.El ser y el deber ser pueden juntarse y las armas de la crtica (junto a la crti-ca de las armas) son instrumentos fundamentales en la transformacin del mun-do, devenida ahora en la verdadera e inexcusable misin de la filosofa.

    Gnesis de la inversin hegeliana e inicio del trnsito de la filosofa a la

    economa poltica

    Por lo tanto, para el joven Marx no bastaba con afirmar que el hombre creaa su Dios sino que era necesario decir por qu procede de tal modo, y cmo lo ha-ce. De la misma manera, tampoco se contentaba Marx con invertir la relacin Es-tado/sociedad civil postulada por Hegel, dando as comienzo a un programa decrtica terica y prctica al que le habra de dedicar el resto de su vida, y que, co-mo veamos ms arriba, quedara inconcluso.3 Ir ms all significaba, en granmedida gracias a la invalorable aportacin intelectual de Engels, adentrarse en el

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    nuevo sendero abierto por Adam Smith y otros economistas clsicos al fundar laeconoma poltica. Si Marx, en la Introduccin de su crtica a Hegel, haba di-cho que (s)er radical es atacar el problema por la raz. Y la raz, para el hombre,es el hombre mismo (Marx, 1967a: p. 10), establecido ya el contacto con la nue-va ciencia Marx dira que la radicalidad de una crtica social exige ir ms all delhombre abstracto, y que para comprender al hombre situado es preciso adentrar-se en la anatoma de la sociedad civil. La ciencia que nos permite internarnos eneste territorio no es otra que la economa poltica.

    Un planteamiento como ste es inseparable de un trnsito, premeditado y es-peranzado, desde la filosofa poltica hacia la economa poltica. Desplazamiento

    ste que se funda en una radical reformulacin que el joven Marx efecta a unade las cuestiones centrales de la filosofa poltica moderna: la clsica pregunta deHobbes acerca de cmo es posible el orden social. Pregunta ociosa para la filoso-fa poltica clsica puesto que, como sabemos, durante la Antigedad y el Me-dioevo se parta del supuesto, indiscutible y axiomtico, de que el hombre eranaturalmente unzoon politikon, un animal poltico y social cuya vida en socie-dad y en la polis lo humanizaba definitivamente. Como sabemos, el advenimien-to de la sociedad burguesa ira a desbaratar impiadosamente esta creencia. Pro-ducida la refutacin prctica del axioma aristotlico cuando, como recordaba To-ms Moro, las ovejas se comieron a los hombres y la vieja comunidad aldeanaprecapitalista se pulveriz en una mirada de tomos individuales pre-sociales,fue nada menos que Hobbes quien asumi la responsabilidad de producir una

    nueva respuesta a tan crucial interrogante. Observando la devastacin producidapor la guerra civil inglesa en el siglo XVII, ofreci la respuesta que lo hizo cle-bre: el orden social es posible porque el terror a la muerte violenta lleva a loshombres a someterse al imperio ilimitado de un soberano, abdicando de buenaparte de sus libertades a cambio de la paz fundada en la espada de la autoridad.

    Debe notarse que aqu tropezamos con dos supuestos de suma importancia:en primer lugar, lo que usando un giro borgeano podra denominarse la improba-ble igualdad radical entre los hombres, y que llevara a Hobbes a sostener que elms dbil tiene bastante fuerza para matar al ms fuerte, ya sea mediante secre-tas maquinaciones o confederndose con otro. (Hobbes, p. 100) El segundo su-puesto, ms discutible todava, postula que hay una necesidad universal del or-den, sentida por igual por explotadores y explotados, por dominantes y domina-

    dos, lo que slo excepcionalmente puede llegar a ser verdad. Ambos supuestoseran inaceptables para Marx: el primero porque la desigualdad social, en las so-ciedades de clase, tornaba inverosmil el escenario radicalmente igualitario deHobbes; el segundo, porque no se le escapaba al joven filsofo que el orden eramucho ms un imperativo para las clases dominantes que una necesidad impos-tergable de las clases dominadas, tesis sta que sera posteriormente ratificada enlos anlisis de Max Weber sobre la Europa revolucionaria de la primera posgue-rra. En ambos casos, notaba Marx, el vnculo entre poltica y economa se difu-

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    minaba, dejando a la primera como un tinglado en el cual actores se unan y com-batan caprichosamente y sin referencias a las condiciones materiales que pudie-ran asignar una cierta racionalidad a sus acciones, mientras que la vida econmi-ca se desenvolva en un increble vaco poltico.

    La respuesta a la pregunta de marras adquiere un matiz ms realista en la plu-ma de Locke. En efecto, triunfante la Gloriosa Revolucin de 1688 y aseguradala hegemona del Parlamento es decir, la burguesa sobre la Corona y la noble-za terrateniente, la angustia del terror que haba sido tan vvidamente percibidapor Hobbes cede su paso a la calma racionalidad del buen burgus, para quien elobjetivo primero y fundamental de todo gobierno no puede ser otro que el de ase-

    gurar el disfrute de la propiedad privada pues las otras libertades vienen por aa-didura. En Locke encuentra Marx por fin el nexo entre economa y poltica queapenas si se vislumbraba en la obra de Hobbes, que ahora adquiere pleno relieveal establecerse la conexin entre la construccin del orden poltico que garantizala reproduccin integral del sistema y el disfrute de una propiedad que, an en laformulacin lockeana, muestra claros sntomas de sus tendencias concentradoras.Pero concebir a la defensa de la propiedad privada como la primera misin delEstado no alcanza para establecer tericamente los vnculos profundos que ligana una con el otro, especialmente si se asume, como lo hace Locke, un escenarioen el cual en principio cualquiera puede llegar a acceder a la propiedad privada yque sta se justifica prcticamente por el hecho de que el propietario mezcla sutrabajo con los bienes de la naturaleza, certificando de ese modo la sinrazn de la

    fulminante acusacin de San Agustn en contra de la propiedad privada cuandodeca que sta era simplemente un robo. Marx, huelga aclararlo, nunca acept es-ta naturalizacin de la propiedad privada a manos de Locke y mucho menos lalegitimacin del orden poltico resultante de ella.

    No ms satisfactoria result ser la respuesta ofrecida por Rousseau, aunque nopas desapercibida para Marx la violenta ruptura que ste introduce en la tradicincontractualista al establecer, de una manera inequvoca, la vinculacin entre el Esta-do y un proceso eminentemente fraudulento como fue la invencin de la propiedadprivada, una gigantesca estafa segn sus propias palabras, que inevitablemente iraa corroer hasta sus cimientos la legitimidad del Estado. Pese a algunas opiniones encontrario entre ellas la de Lucio Colletti, para quien Marx se habra limitado a pa-rafrasear a Rousseau lo cierto es que el planteamiento del ginebrino era del todo in-

    suficiente para dar sustento a una teorizacin del Estado como la institucin encar-gada de la reproduccin del orden social y del mantenimiento de una estructura po-ltica que preservara la dominacin de clase. (Colletti, 1977: pp. 148-149) En un tex-to anterior la postura de Colletti era an ms extrema, pues afirmaba que:

    la teora poltica revolucionaria, tal como se ha venido desenvolviendo lue-go de Rousseau, est toda prefigurada y contenida en el Contrato Social; ypara ser ms explcitos ... Marx y Lenin no han agregado nada a Rousseau,

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    salvo el anlisis (por cierto que muy importante) de las bases econmicasde la extincin del Estado. (Colletti, 1969: p. 251) (traduccin nuestra)

    Afirmacin temeraria, si las hay, cuyos fundamentos adolecen de una insana-ble fragilidad que se acrecienta an ms si se recuerda que el propio Rousseau pa-reci tener opiniones muy voltiles en esta materia, ya que el tono radical delDis -curso sobre la Desigualdad entre los Hombres no se retoma en escritos posterio-res, especialmente en su obra cumbre en materia de filosofa poltica, El Contra -to Social. Por otra parte, bien observa Blackburn que la nocin rousseauniana deque la soberana popular slo es posible cuando no existan partidos que represen-ten parcialidades y los individuos se relacionen sin mediaciones con el Estado, es

    profundamente antagnica a la concepcin marxista de la democracia proletaria,tal como se ejemplifica en la Comuna de Pars. La afirmacin de Rousseau en elsentido de que la voluntad general slo podr expresarse siempre que no existansociedades parciales en el Estado y que cada ciudadano considere tan slo suspropias opiniones bajo ningn punto de vista puede considerarse como un ante-cedente terico o doctrinario significativo de la teora poltica marxista. (Black-burn, 1980: p. 13) La pretendida continuidad terica que Colletti atribuye alvnculo Rousseau/Marx no parece tener demasiados asideros sino ser ms bien unprecoz sntoma del ofuscamiento intelectual y poltico que, aos despus, se apo-derara del filsofo italiano.

    La bsqueda de un nuevo instrumentalEsta rpida revisin de la relacin entre Marx y algunos autores centrales en

    la historia de la filosofa poltica nos permite tomar nota de algo bien importan-te, a saber: el precoz reconocimiento efectuado por Marx de la imposibilidad decomprender la poltica al margen de una concepcin totalizadora de la vida so-cial, en donde se conjugaran y articularan economa, sociedad, cultura, ideologay poltica. Es obvio que esta conexin entre distintas esferas institucionales, cu-ya separacin slo puede ser relativa y fundamentalmente analtica, no pas de-sapercibida para las cabezas ms lcidas de la filosofa poltica. Sin embargo, yaqu viene el mrito fundamental de Hegel, fue ste quien plante por primera vezde manera sistemtica y no slo en la Filosofa del Derecho sino tambin enotros escritos, como la Filosofa Real la tensin entre la dinmica polarizante y

    excluyente de la sociedad civil, en realidad de la economa capitalista, y las pre-tensiones integradoras y universalistas del Estado burgus. Nos parece que Bob-bio no aprecia en sus justos mritos los alcances de esta innovacin hegeliana.Por eso, si bien su sealamiento de que en el siglo XIX el centro de gravedadde la filosofa poltica no estaba en Alemania es correcto, su subestimacin de lacontribucin de Hegel a la filosofa poltica lo es mucho menos. Es ms, podraafirmarse, sin temor a exagerar, que Hegel es el primer terico poltico de la so-ciedad burguesa que plantea una visin de la sociedad civil estructuralmente es-

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    cindida en clases sociales cuya incesante dinmica remata en una irresoluble po-larizacin. Por supuesto, todas las grandes cabezas antes de Hegel reconocieronla existencia de las clases sociales, y en algunos casos, como en Platn, Aristte-les, Maquiavelo, Moro, Locke y Rousseau, esos anlisis fueron extraordinaria-mente perceptivos y lcidos. Pero slo Hegel, parado desde las alturas que le pro-porcionaba la constitucin de la sociedad burguesa, supo teorizar sobre el carc-ter irreconciliable de las contradicciones clasistas an cuando su sistema tericono fuese capaz de desentraar las razones profundas de este antagonismo. Paraeso sera necesario esperar la aparicin de Marx. Pero Hegel observ con agude-za ese rasgo de la sociedad capitalista al punto tal que abog por una esclarecida

    intervencin estatal para atenuar tales contradicciones, mediacin sta que tenacomo sus pilares la promocin de la expansin colonial de ultramar y la emigra-cin. En otras palabras, expulsando la pobreza hacia la periferia atrasada en uncaso, o hacia pases ricos o potencialmente ricos, como las nuevas regiones re-ceptoras de inmigracin masiva en Amrica (Estados Unidos, Argentina, Brasil yUruguay) u Oceana (Australia y Nueva Zelanda). Hegel remataba su razona-miento diciendo que la polarizacin entre riqueza y pobreza que generaba la so-ciedad burguesa planteaba no slo un problema econmico sino tambin otro,ms grave an: los pobres se transformaban en indigentes debilitando irreparable-mente de este modo los fundamentos mismos de la vida estatal, fuente, segnnuestro autor, de toda eticidad y justicia. (Hegel, 1967: pp. 149-150; 277-278)

    La atenta lectura del joven Marx del texto hegeliano lo colocaba as en los

    bordes de la filosofa poltica y a las puertas de la economa poltica. En los bor-des, porque la reflexin del profesor de la Universidad de Berln haba demostra-do dos cosas: (a) la ntima conexin existente entre la poltica y el Estado y, porotra parte, ese tumultuoso reino de lo privado que se subsuma bajo el equvoconombre de sociedad civil; (b) la futilidad de teorizar sobre aquellos temas almargen de una cuidadosa teorizacin sobre la sociedad en su conjunto y, muy es-pecialmente, sobre los fundamentos econmicos del orden social. Y en las puer-tas de la economa poltica, porque si se quera trascender la mera enunciacin dela relacin era preciso avanzar en la exploracin de la anatoma de la sociedad ci-vil, y para esa empresa el arsenal conceptual y metodolgico de la filosofa pol-tica era claramente insuficiente. Se requera echar mano a un nuevo instrumentalterico, el que justamente y no por casualidad haba desarrollado la economa po-

    ltica en el pas donde las relaciones burguesas de produccin haban alcanzadosu forma ms pura y desarrollada. La breve estancia de Marx en Pars, entre Oc-tubre de 1843 y Enero de 1845, y la amistad que all desarrollara con FriedrichEngels, habran de franquearle la entrada a esa nueva ciencia abriendo de estemodo la posibilidad de una radical re-elaboracin de la filosofa poltica, proyec-to que, como sabemos, se encuentra todava inacabado.

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    La filosofa poltica moderna

    Dialctica, alienacin y poltica

    La dialctica hegeliana contena una serie de elementos de primersima im-portancia para esta misin transformadora que Marx quera para la filosofa. Enprimer lugar, pona de relieve de manera amenazante el carcter inherentementecontradictorio y por lo tanto provisorio de las instituciones y prcticas socialesexistentes. Si en su versin idealista esto se resolva en una inofensiva dialcticade las ideas, en su lectura y reconstruccin marxiana estas contradicciones tienenlugar entre fuerzas sociales e intereses clasistas portadores de enfrentados pro-yectos, valores e ideologas. Con la reinterpretacin y recreacin que la dialcti-ca sufre a manos de Marx entra en crisis un paradigma que se remontaba a la fi-

    losofa medieval y que postulaba la armona natural del cuerpo social: piernascampesinas, tronco artesanal, brazos guerreros y cabeza aristocrtica coronadapor el carisma de la Ctedra de San Pedro y los poderes terrenales y extra-mun-danos de la Iglesia de Roma. Con la crisis de la formacin social feudal que sos-tena esta representacin ideolgica se abre un perodo de incertidumbre que co-mienza a ser cerrado por nuevas teorizaciones, como la precozmente formuladapor un mdico holands por nacimiento y britnico por adopcin y que adquirie-ra justa fama como filsofo. Se trata de Bernard de Mandeville, quien en 1714publicara un libro cuyo ttulo refleja con nitidez el nuevo clima ideolgico de lasociedad burguesa:La fbula de las abejas, o los vicios privados hacen la pros -peridad pblica, texto en el cual el inters egosta pasa a ser considerado, en opo-sicin a las doctrinas y costumbres medievales, como conducente a la felicidad

    colectiva. (Mandeville, 1982) Pero sera recin en 1776 cuando esta interpreta-cin habra de adquirir una impresionante densidad terica en la obra de un fil-sofo moral de la Ilustracin escocesa, Adam Smith. La publicacin de La Rique -

    za de las Naciones vino a cerrar, con una slida y majestuosa argumentacin fi-losfica, econmica e histrica, ese hiato abierto por la crisis de las filosofas me-dievales para convertirse en el nuevo sentido comn de la naciente sociedad ca-pitalista. Sin embargo, la tesis de la mano invisible enigmtica ordenadora delos apetitos individuales e inigualada artesana que converta los vicios privadosen virtudes pblicas habra de ser sometida a un ataque demoledor por parte dela dialctica materialista, con su reafirmacin de la omnipresencia y permanenciadel conflicto y la contradiccin.

    Una segunda arista crtica de la dialctica marxista es la tesis de la proviso-

    riedad de lo existente. Si en su versin hegeliana esta tesis se limitaba al univer-so de las ideas y los valores, y a la insanable fugacidad de las ideas dominantes,en la sntesis marxiana esta provisoriedad se extiende al conjunto de la vida so-cial. No son slo las ideas las que se encuentran sometidas a una tal transitorie-dad sino tambin las instituciones la propiedad privada de los medios de produc-cin, la iglesia, la monarqua o el Estado, as como tambin los diversos gruposy clases sociales quienes se encuentran privados del tan anhelado don de la eter-nidad. No hace falta demasiado esfuerzo para comprender el escndalo que pro-

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    dujo esta radical reformulacin marxista de la dialctica hegeliana, al produciruna incurable herida narcisista a la autoestima de una sociedad burguesa acos-tumbrada a creerse y a pensarse, como lo hiciera mediante la obra de Hegelcomo la culminacin del proceso histrico. Herida narcisista slo comparable ala que poco antes de publicar el primer tomo de El Capital le produjera CharlesDarwin al comprobar el ancestro simiesco del orgulloso homo sapiens, o la queira a infligirle, a la vuelta del siglo, Sigmund Freud con el descubrimiento del in-consciente y la puesta en evidencia de las races no racionales ni concientes de laconducta humana. Lo que antes pareca como un tema tab, la santidad e intan-gibilidad de las instituciones fundamentales de la sociedad capitalista, era ahoraobjeto de una crtica irreverente, blasfema y mortfera por parte de un personajeque, segn comentara el primer comunista alemn, Moses Hess, en una carta di-rigida a un amigo en 1842, era el nico autntico filsofo que hoy tiene Ale-mania: Combina la seriedad filosfica ms profunda con el talento ms mordaz.Imagine a Rousseau, Voltaire, Holbach, Lessing, Heine y Hegel fundidos en unasola persona digo fundidos y no confundidos en un montn y tendr Ud. al Dr.Marx. (Berlin, p. 60; McLellan, p. 5)

    La tercera caracterstica de la dialctica reconstruida por Marx a partir de lasiniciales formulaciones de Hegel remite, en primer lugar, a su concepcin de lahistoria como un proceso y no como una mera secuencia de acontecimientos oeventos; y, en segundo lugar, como un proceso que tiene un sentido y una finali-dad. En Hegel la historia se mova desde la libertad para uno, en el antiguo des-

    potismo oriental, hasta su punto final que era, no por casualidad, la sociedad bur-guesa en donde, presuntamente, todo seran libres. Marx reformula radicalmenteesta concepcin cambiando el eje de la legalidad de la historia hacia el terreno enel cual los hombres y mujeres crean y recrean sus propias condiciones de existen-cia, y all avizora un sentido y una finalidad: la liberacin radical de las cadenasde la opresin y explotacin del hombre por el hombre, el comienzo de una his-toria que pondra fin a la prehistoria escrita por todas las sociedades de clase. Pe-ro para Marx este objetivo final est abierto; por ello no es susceptible de espe-culaciones determinsticas ni puede ser interpretado como un fatalismo teleolgi-co. Es probabilstico: la alternativa puede ser el socialismo, es decir la civiliza-cin en un nivel jams alcanzado antes por sociedad humana alguna, o la barba-rie. Contrariamente a lo que predica el vulgomarxismo, el resultado final no estgarantizado. Adems, conviene recordarlo, el comunismo no es concebido como

    una suerte de estacin final de la historia no hay tal cosa en el pensamientomarxista sino que, en una visin eminentemente dialctica, fue definido porMarx y Engels enLa Ideologa Alemana de la siguiente manera:

    Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, unideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo almovimiento real que anula y supera el estado de cosas actual. (Marx y En-gels, 1973: p. 37) (nfasis en el original)

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    Tomando todo lo anterior en consideracin, las razones por las que el jovenMarx concibe a la poltica de la sociedad burguesa -en realidad, de toda sociedadde clases- como la esfera de la alienacin, pareceran ahora ser lo suficientemen-te claras. Su reformulacin de la dialctica hegeliana y su crtica al sistema de He-gel le permiten descubrir una falla fundamental en la reflexin filosfico-polticadel profesor de Berln. Esta falla se localiza en su renuncia a elaborar tericamen-te la densa malla de mediaciones existentes entre la poltica y el Estado y el res-to de la vida social. Es en Hegel donde, paradojalmente, esta conexin se vuelvems patente; pero ella aparece ms que nada como una mera yuxtaposicin y nocomo una vinculacin esencial y estructural. Yuxtaposicin, porque en Hegel elEstado es por excelencia la esfera de la racionalidad y la eticidad, y la sociedadcivil y la familia apenas momentos particulares y epifenomnicos de la vida es-tatal. Al joven Marx siempre le llam la atencin la perfeccin de esta operacinde inversin por la cual la dialctica marchaba sobre su cabeza y el Estado ylas superestructuras polticas aparecan como los sujetos de la vida social.

    Hacer que la dialctica marche sobre sus pies?

    Ahora bien, antes de seguir con el hilo de nuestra exposicin es importantedespejar un equvoco que aparece reiteradamente en diversos textos de teora po-ltica: el que postula que Marx simplemente se limit a invertir la inversin he-geliana, y que puso a la dialctica de Hegel sobre sus pies. En uno de los pasa-

    jes ms luminosos deLa revolucin terica de Marx Althusser demuestra defi-nitivamente la falacia de dicha interpretacin. Sin meternos ahora en las hondu-ras de tales argumentos remitimos al lector a la lectura de ese texto, y aadimossimplemente que si se hubiera limitado tan slo a dar vuelta el mtodo hegelia-no, Marx no hubiera sido Marx sino un oscuro feuerbachiano. Pero si Feuerbaches apenas una nota a pie de pgina en la historia de la filosofa y Marx uno de susms densos captulos, es precisamente porque el segundo hizo algo mucho mscomplejo que hacer del sujeto el predicado y de ste el sujeto. En manos de Marxla dialctica adquiere una complejidad extraordinaria con sus mediaciones, lasobredeterminacin de las contradicciones, etc. sagazmente percibida porAlthusser, lo que impide que la simple inversin pueda dar cuenta acabada de lasinnovaciones introducidas por Marx. (Althusser, 1969: pp. 91-4)

    La visin invertida de Hegel tena, tal como decamos ms arriba, racesprofundas que se hundan en la estructura misma de la sociedad burguesa. Si He-gel vea el mundo al revs y haca que la dialctica marchase sobre su cabezasto no era a causa de un problema epistemolgico especfico sino porque aqulreproduca con fidelidad, en su construccin terica, la inversin propia del capi-talismo. Es el capitalismo el que genera imgenes invertidas de s mismo, las ra-ces de las cuales se encuentran en el carcter alienado del proceso productivo yen el fetichismo de la mercanca. En sus escritos juveniles Marx examin varios

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    tipos de alienacin: religiosa, filosfica, poltica y, en menor medida, la econmi-ca. (McLellan, p. 106) El comn denominador de estas diferentes formas de alie-nacin era la depositacin en un otro, o en alguna otra entidad, de atributos y/orasgos esenciales del hombre tales como el control de sus propias actividades osu relacin con la naturaleza o el proceso histrico. En la religin es Dios quienusurpa la posicin del hombre, consolndolo por sus sufrimientos terrenales y ali-mentando sus esperanzas de una vida mejor. De ah que Marx dijera que la su-peracin de la religin como la dicha ilusoria del pueblo es la exigencia de su di-cha real. (Marx, 1967a: p. 3). La alienacin filosfica, de la cual la filosofa es-peculativa es su mxima expresin, reduce al hombre y la historia que ste creaa simples procesos mentales que, en el caso de Hegel, obedece a los designiosinescrutables de la Idea. En el terreno de la poltica la alienacin se expresa en elEstado burgus la forma ms desarrollada de toda organizacin estatal en ladoble vida que coloca frente a frente su vida celestial como ciudadano y su vi-da terrenal como individuo privado, como burgus. Marx anotaba, sobre todo en

    La Cuestin Juda, que este dualismo alienante no slo se expresa en el terrenode la conciencia sino tambin en la realidad de la vida social. Si en la abstraccindel Estado democrtico el individuo es uno ms entre sus iguales universalidaddel sufragio, igualdad ante la ley, etc. en el srdido materialismo de la socie-dad civil el individuo aparece en su radical desigualdad, como un instrumentoen manos de poderes que le son ajenos e incontrolables. Iguales en el cielo, pro-fundamente desiguales en la tierra y, dada esta antinomia, la igualdad celestial nohace sino reproducir y agigantar las desigualdades estructurales de la segunda.

    En todo caso, la alienacin principal es la econmica porque sta se da en loque constituye la actividad fundamental del hombre como ser prctico: el traba-

    jo. Es importante subrayar, en contra de una opinin muy difundida, que estaprioridad asignada a la alienacin econmica lejos de ser la momentnea mani-festacin del joven Marx recorre la totalidad de su obra. Ya en los Manuscritos

    Econmico-Filosficos (los Cuadernos de Pars) Marx deca que:

    El trabajador se relaciona con el producto de su trabajo como con un obje-to extrao. Cuanto ms se consume el trabajador en su trabajo tanto ms po-deroso deviene el mundo de objetos que l crea, ms se empobrece su vidainterior y menos se pertenece a s mismo. (Marx, 1964: p. 122) (traduccinnuestra)

    Casi veinte aos despus, en la Crtica de las Teoras de la Plusvala Marxobserva con agudeza que lo que distingue al capitalismo de los modos de pro-duccin preexistentes es la personificacin de la cosa y la materializacin de lapersona (McLellan, 1971: p. 116). Y en el primer captulo deEl Capital Marxinsiste en que:

    Lo misterioso de la forma mercantil consiste sencillamente, pues, en que lamisma refleja ante los hombres el carcter social de su propio trabajo como

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    caracteres objetivos inherentes a los productos del trabajo, como propiedadessociales naturales de dichas cosas, ...como una relacin social entre los obje-tos, existente al margen de los productores. (Marx, 1983: I, p. 88)

    Ahora bien, el capitalismo potencia todas estas alienaciones: transforma al-guna de ellas (como la religiosa, por ejemplo); neutraliza otras, como la filosfi-ca; pero no hace sino profundizar la alienacin econmica. En efecto, la genera-lizacin del trabajo asalariado, por contraposicin a lo ocurrido en los modos deproduccin precapitalistas con sus trabajadores coercitivamente ligados a las es-tructuras productivas, esconde tras la falsa libertad del mercado falsa porque eltrabajador no tiene otra alternativa para sobrevivir que vender su fuerza de traba-

    jo en condiciones que l no elige la esclavitud esencial del moderno trabajo asa-lariado. Por otra parte, esa inmensa acumulacin de mercancas de la que hablaMarx en el primer captulo deEl Capital oculta el hecho de que no son ellas quie-nes concurren por su cuenta al mercado, sino que son producidas por hombres ymujeres mientras que otros a su vez las transan en el mercado.

    Si bien la alienacin econmica conserv durante toda la vida de Marx su ca-rcter fundamental, debido a la primaca que en todo rgimen social tiene la for-ma en que hombres y mujeres organizan la actividad econmica que les permitesobrevivir, fue la alienacin poltica la que impuls a Marx a alejarse por muchotiempo de la reflexin terico-poltica para volver a ella efmeramente y de mo-do no sistemtico en algunos momentos de su vida. Sabemos, por sus propios es-critos, que en el monumental libro en seis volmenes que Marx tena in mente es-cribir (y del cualEl Capital es slo el primero, e incompleto) haba uno dedica-do enteramente al Estado y la poltica.4 Sin embargo, ese texto no lleg a escri-birse jams, pese a lo cual diversos fragmentos escritos por su frustrado autor nospermiten reconstruir los trazos ms gruesos de su pensamiento.

    La concepcin negativa de la poltica en Marx y sus crticos

    Una tal reconstruccin demuestra que Marx, en efecto, adhera a una con-cepcin negativa de la poltica. Por qu negativa? Porque Marx descifr el je-roglfico de la poltica en la sociedad burguesa a partir de la clave que le propor-cionaba su teora de la alienacin. De ah que Marx diera vuelta como un guante

    el argumento hegeliano, y donde ste vea en el Estado la realizacin tica de laIdea y la esfera ms sublime de la vida social, Marx percibi a la poltica y al es-tado como las instancias supremas de la alienacin que preservaban el manteni-miento de una sociedad basada en la explotacin del hombre por el hombre. Esprecisamente por esto que all donde Hobbes vea a un poder soberano poniendofin al terror del hombre sobre el hombre e instaurando una paz desptica que per-mita el desarrollo de la sociedad de clases; o donde Locke perciba un gobier-no mnimo que abra nuevos espacios para la acumulacin de riquezas; o donde

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    Rousseau soaba con la reconstruccin de una comunidad democrtica de varo-nes sin desandar, no obstante, el camino abierto por aquel estafador que plantaralas estacas y dijera esta tierra es ma; o donde Hegel confiaba en el desplieguede la eticidad y el altruismo universal, Marx encontr un conjunto de prcticas,instituciones, creencias y procesos mediante los cuales la dominacin de clase secoagulaba, reproduca y profundizaba. Y ste es un hallazgo fundamental queasegura para Marx un sitial de privilegio en la historia de la filosofa poltica.Despoj al estado y la vida poltica de todos los elementos sagrados o sublimesque los ennoblecan ante los ojos de sus contemporneos y los mostr tal cualson. En la versin premeditadamente simplificadora que l y Engels escribieran

    a comienzos de 1848, El Manifiesto Comunista, habran de acuar una frmulacorrosiva y brutalmente desmitificadora: el Estado es el comit que administralos negocios comunes de la clase burguesa. Ahora bien, si como sus autores pen-saban, las sociedades de clase eran tan slo una fase transitoria en la marcha dela humanidad hacia su propia historia que comenzara recin cuando este tipo desociedades hubiera desaparecido es obvio que en la agenda terica de Marx lacuestin poltica iba a estar signada por la transitoriedad y por lo efmero. Claroest que esta visin marxiana tena su reverso en el papel que el autor deEl Ca -

    pital le asignaba a la poltica como elemento transformador del mundo y hacedorde la historia. Esta posibilidad que ofreca la lucha poltica como instrumentoemancipador dependa de la asuncin, por parte del proletariado y las clases su-balternas, de sus intereses histricos y de la efectividad de su organizacin. Lapoltica, esfera de la alienacin en la sociedad de clases, se revelaba as como unaespada de Damocles para la burguesa en la medida en que el proletariado fuesecapaz de generar lo que Gramsci denominara un proyecto contra-hegemnico.

    Pero lo anterior no hubiera sido suficiente si adems no hubieran mediadocircunstancias del momento que difcilmente podran ser descartadas y que acen-tuaron esta conviccin. Limitmonos a sealar una: el impacto que la RevolucinFrancesa ejerci sobre Marx y, en general, sobre todos los intelectuales durantegran parte del siglo XIX. Las enseanzas de dicha revolucin fueron sumamen-te engaosas, lo que llev a muchos de sus admiradores a creer que el paso de lamonarqua absoluta a una repblica poda materializarse en cuestin de horas, yque la completa destruccin del ancien regime poda cumplirse en unos pocosdas de resuelta accin revolucionaria. El fuego de la gran revolucin ilumin, se-

    gn la autorizada opinin de Gramsci, no slo las jornadas revolucionarias de1848 sino que su influencia se extendi hasta bien entrado el siglo XX, en plenaRevolucin Rusa. Hemos explorado este tema en otra parte de modo que no ha-bremos de detenernos aqu. (Boron, 1996). Bstenos con subrayar el impacto quela Revolucin Francesa tuvo sobre la formacin intelectual del joven Marx: si laInglaterra victoriana era la patria por excelencia del modo de produccin capita-lista y el modelo ms depurado de su concrecin histrica, Francia ofreca, pordefinicin, el modelo revolucionario en el que habran de inspirarse los prole-

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    tarios de todo el mundo a la hora de romper sus cadenas. Engels, con la frecuen-te aprobacin de Marx, insisti repetidamente sobre este punto: si Inglaterra re-trataba con inigualable claridad los rasgos fundamentales de la sociedad capita-lista, Francia era, en cambio, el paradigma de la revolucin proletaria en ciernes.Dado este contexto, y ante la perspectiva supuestamente probada por la historiafrancesa de una rpida construccin de la nueva sociedad una nueva sociedadque vendra a poner fin a la explotacin del hombre por el hombre y, al mismotiempo, a la poltica como esfera de la alienacin se comprende que para Marxla reflexin sobre la poltica no adquiriese en su pensamiento una especial urgen-cia.

    De ah que la teora marxista del estado sea, en realidad, una teora de la ex-tincin del estado, una teora de la reabsorcin del estado por la sociedad civilplasmada en la frmula del autogobierno de los productores. Si a esto le aadi-mos que, bajo la abrumadora influencia de la Revolucin Francesa, tanto Marxcomo Engels (y despus de ello todos los principales dirigentes del movimientoobrero mundial, con la notable excepcin de Gramsci) creyeron que la transicindel capitalismo al comunismo sera un trmite de corta duracin, entonces pode-mos entender las razones por las que la reflexin filosfico-poltica en torno alEstado durante la transicin y al no-estado de la sociedad comunista hubieraocupado tan poco espacio en el pensamiento maduro de Marx.

    Es obvio que un tema como ste se presta a mltiples lecturas e interpreta-ciones, y ha sido motivo de no pocas crticas. Max Weber, por ejemplo, sealreiteradamente que uno de los rasgos ms criticables del socialismo es precisa-mente esta teorizacin sobre la extincin del estado que corre a contramano conla tesis weberiana de la inevitabilidad de la burocracia estatal. (Weber, 1977: pp.1072-4) Y no han sido pocos quienes criticaron con mucha fuerza la pretensinmarxiana del fin de la poltica. En algunos casos este cuestionamiento asumiribetes escandalosos, interpretndose las crticas posturas marxianas acerca de lapoltica como una velada y premonitoria apologa del totalitarismo moderno. Pa-ra el historiador de las ideas J. L. Talmon, por ejemplo, hay una tenebrosa conti-nuidad entre las sectas fundamentalistas cristianas del medioevo, Rousseau, Ro-bespierre y Mably, cuya frmula poltica remata en ltima instancia y no por ca-sualidad en un crudo prototipo del anlisis marxista. (Talmon, 1960:181, 252)Karl Popper, por su parte, traza una lnea terica que sin solucin de continuidad

    liga las enseanzas de Platn con las de Hegel y Marx, todos confabulados parasentar las bases ideolgicas del totalitarismo a partir de su historicismo y su en-fermiza vocacin proftica. (Popper, 1962)

    Las crticas de Talmon y Popper, influyentes que fueron en su poca, se en-cuentran hoy en da desacreditadas. Mal poda ser el padrino intelectual del tota-litarismo un pensador como Marx, tan reacio y adverso a todo lo que fuera esta-tal. Para Marx el Estado era, y es, una entidad parasitaria cuya permanencia de-

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    pende de la sobrevivencia de una sociedad de clases. Dado que sta representauna fase de la historia de la sociedad humana en realidad, su pre-historia ydado tambin que esta etapa est destinada a ser superada si el proletariado cum-ple con su misin histrica de instaurar una sociedad sin clases, el Estado comola institucin fundamental dedicada a procesar la dominacin de clase y la ex-plotacin de los trabajadores est condenado a extinguirse. En la medida en queavance la constitucin de la nueva sociedad, otro tanto avanzar el proceso de ex-tincin estatal. Que no significa, como insina Weber, la desaparicin de la admi-nistracin pblica ni que la vida social retroceda a formas anrquicas o caticasde existencia, sino simplemente que la comunidad reasume el gobierno de s mis-ma, revirtiendo la expropiacin de que fuera objeto con la primera aparicin, anen su forma ms primitiva, de la sociedad de clases.

    Qu significa, entonces, el fin de la poltica en Marx? Si la poltica es, talcomo lo recordara Weber, la guerra de dioses contrapuestos, en la sociedad co-munista se supone que los fundamentos ltimos del conflicto poltico, la apropia-cin desigual de la propiedad y la riqueza y la distribucin inequitativa de los fru-tos del progreso tcnico, habrn desaparecido. La lucha poltica no es para Marxun conflicto que se agota en las ambiciones personales sino que tiene una razprofunda que se hunde, a travs de una cadena ms o menos larga de mediacio-nes, en el suelo de la sociedad de clases. Desaparecida sta, la poltica pasa a serotra cosa y necesariamente adquiere una connotacin diferente. Es preciso subra-yar aqu que la sociedad sin clases est muy lejos de ser, en la concepcin mar-

    xista, esa sociedad gris, uniforme e indiferenciada que agitan sus crticos. Todolo contrario, las diferencias de gnero, opcin sexual, tnicas, culturales, religio-sas, etctera sern potenciadas una vez que las restricciones que en el capita-lismo impiden o estorban el florecimiento de tales diferencias hayan desapareci-do, cuidando empero que stas no se conviertan en renovadas fuentes de desigual-dades. Existirn, por lo tanto, nuevas bases, no polticas, para la vida pblica. Aldisiparse el velo ideolgico que opacaba a las sociedades burguesas y que con-verta a la poltica en un mbito alienante y alienado, la transparencia de la futu-ra sociedad sin clases dar origen a nuevas formas de actividad a las que no lescabe estrictamente hablando el nombre de poltica. En las palabras del viejoEngels, ser entonces cuando el gobierno de los hombres sea reemplazado porla administracin de las cosas. Llegado este punto el autogobierno de los pro-ductores enviar la poltica, al igual que el Estado, al lugar que entonces le ha

    de corresponder: al museo de antigedades, junto a la rueca y el hacha de bron-ce (Engels, 1966: p. 322).

    Teora poltica marxista o teora marxista de la poltica?

    Luego de esta exploracin parecera evidente que la obra de Marx puede as-pirar legtimamente a ocupar un lugar destacadsimo en la historia de la filosofa

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    poltica y, ms an, a constituirse en uno de los referentes tericos primordialespara la imprescindible refundacin de la filosofa poltica en nuestra poca. Temaste sobre el cual hemos planteado algunas ideas en otro lugar y que no viene alcaso reiterar aqu. (Boron, 1999a y 1999b) A poco ms de un siglo de su muerte,el retorno de Marx a un sitial de privilegio en el campo de la filosofa poltica esun hecho indiscutido. No obstante, conviene retomar ahora, casi al final de esterecorrido, la pregunta de Bobbio cuya respuesta, en caso de ser negativa, podraechar por tierra toda nuestra argumentacin. En suma: existe una teora polticamarxista?

    Sabemos de la respuesta que brinda el filsofo poltico italiano a esta pregun-

    ta: el marxismo carece de una tal teora. Conviene, por eso mismo, examinar condetenimiento sus razones. Su argumento in nuce es el siguiente: Marx tena unaconcepcin negativa de la poltica, lo que unido al papel determinante que en suteora tenan los factores econmicos hizo que no le prestara sino una ocasionalatencin a los problemas de la poltica y el Estado, y esto casi invariablementecomo respuesta a urgencias coyunturales y prcticas derivadas de la lucha de cla-ses sobre todo en Francia. Si adems se tiene en cuenta: (a) que su teorizacin so-bre la transicin post-capitalista fue apenas esbozada, entre otras razones porquecrea, tal como lo vimos ms arriba, que la misma sera breve; y (b) que la socie-dad comunista sera una sociedad sin Estado, Bobbio sostiene que es razonableconcluir entonces no slo en la inexistencia de la teora poltica marxista sino,ms an, que no haba razn alguna para que Marx desarrollara una teora polti-

    ca en el marco de sus preocupaciones intelectuales y polticas.Ante esta crtica digamos, en primer lugar, que nos parece que Bobbio pasa

    por alto muy rpidamente la distincin que hiciramos al comienzo de este traba-jo entre Marx y el marxismo, entre la obra del fundador de una tradicin tericay la de sus continuadores a lo largo de ms de un siglo. Si la respuesta de Bobbioes errnea aunque sujeta a razonables disputas interpretativas en el caso de laobra de Marx, es completamente insostenible cuando se la refiere al marxismocomo corriente terica que cuenta en su haber con nombres de la talla de Engels,Kautsky, Rosa Luxemburgo, Lenin, Trotsky, Bujarin, Gramcsi, y que prosigue ennuestros das en la obra de numerosos continuadores. Suponer que ninguno de es-tos autores fue capaz de enriquecer el acervo terico legado por el fundador delmarxismo en el terreno de la poltica es sntoma de un peligroso empecinamien-

    to intelectual, o del arraigo de ciertos prejuicios que nada tienen que hacer en elterreno de la filosofa.

    Un segundo aspecto que debe ser considerado al analizar la respuesta bobbia-na es el siguiente: la confusin entre negatividad e inexistencia. Que una teo-ra, sobre la poltica o sobre cualquier otro objeto, sea negativa, no significa quesea inexistente. Algunos ejemplos muy elementales sern suficientes para funda-mentar nuestro argumento: cuando en astronoma se postula la existencia de un

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    no lugar, el famoso agujero negro del universo esto es, de un lugar defini-do por su negatividad no significa que no exista una teora al respecto ni quequienes la sostienen no tengan nada que decir en relacin al tema. Similarmen-te, cuando Lacan habla sobre la ausencia, la falta o el hueco en la estructuradel inconsciente, esto no quiere decir que carezca de una teora al respecto. Enmatemtica lo que no existe, la pura negatividad, el nmero cero, es susceptiblede mltiples elaboraciones tericas. Por qu concluir entonces que la teora ne-gativa de la poltica en Marx es una anti-teora, o una no-teora? Que un argu-mento refiera o subraye la negatividad de lo real de ninguna manera autoriza adescalificarlo como teora. Como sabemos, pese a su concepcin negativa de lapoltica y el Estado Marx ha dicho cosas sumamente interesantes sobre el tema.Se puede estar o no de acuerdo con ellas, pero su estatura intelectual las colocaen un plano no inferior al de las grandes cabezas de la historia de la filosofa po-ltica. Por qu colegir que ellas no constituyen una teora? Bobbio no nos ofre-ce una argumentacin convincente al respecto.

    Por ltimo, en tercer lugar, digamos que la bsqueda de una teora polticamarxista as planteada es inadmisible en trminos de los postulados epistemol-gicos del materialismo histrico, y lo menos que se puede exigir desde el marxis-mo es que el tratamiento de sus argumentos tericos sea hecho en funcin de suspremisas epistemolgicas fundantes. En efecto, la pregunta por la existencia deuna teora poltica marxista se construye a partir de los supuestos bsicos de laepistemologa positivista de las ciencias sociales, a saber: la realidad social es una

    coleccin de partes, fragmentos u rdenes institucionales (Weber), cada unade las cuales es comprensible en s misma y susceptible por eso mismo de cons-tituirse en objeto de una disciplina particular. La sociedad es el objeto de estu-dio de la sociologa; la economa en realidad, el mercado de la ciencia eco-nmica; la cultura y todo el universo simblico, de la antropologa cultural; yla poltica de la ciencia poltica. La historia, a su vez, se ocupa del pasado,suponiendo una violenta escisin, inadmisible para el marxismo, entre pasado ypresente. Las sociedades atrasadas el mundo colonial, para decirlo muy bru-talmente fueron asignadas al dominio de la antropologa y, por ltimo, el indi-viduo, en su esplndido e irreductible aislamiento tan caro a la tradicin liberal,pas a ser el objeto de una ciencia particular, la psicologa. La crisis terminal enque se encuentra este pensamiento fragmentador y unilateral ya es insoslayable.(Wallerstein, 1998)

    La epistemologa del materialismo histrico

    En sntesis: la forma misma en que Bobbio se plantea la pregunta remite ine-quvocamente a una perspectiva que es incompatible con los planteamientos epis-temolgicos fundamentales del materialismo histrico. En funcin de estos lti-mos diremos que no hay y que no puede haber una teora poltica marxista.

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    Por qu? Porque para el marxismo ningn aspecto de la realidad social puedeentenderse al margen o con independencia de la totalidad en la cual aqul seconstituye. Carece por completo de sentido, por ejemplo, hablar de la econo-ma, porque sta no existe como un objeto separado de la sociedad, la poltica yla cultura: no hay actividades econmicas que puedan desarrollarse al margen dela sociedad y sin complejas mediaciones polticas, simblicas y culturales. Estoes algo que algunos economistas contemporneos, los neo-institucionalistas, pa-recieran estar aprendiendo en los ltimos tiempos. Enhorabuena! Tampoco pue-de hablarse de la poltica como si sta existiera en un limbo que la aisla de lasprosaicas realidades de la vida econmica, las determinaciones de la estructurasocial y las mediaciones de la cultura, el lenguaje y la ideologa. La sociedad,a su vez, es una engaosa abstraccin sin tener en cuenta el fundamento materialsobre el cual se apoya, la forma como se organiza la dominacin social y los ele-mentos simblicos que hacen que los hombres y mujeres puedan comunicarse y,eventualmente, tomen conciencia de sus reales, no ilusorias, condiciones de exis-tencia. Y, por ltimo, la cultura la ideologa, el discurso, el lenguaje, las tradi-ciones y mentalidades, los valores y el sentido comn slo puede sostenersegracias a su compleja articulacin con la sociedad, la economa y la poltica. In-dependizada de sus fundamentos estructurales, como en los extravos intelectua-les de un neo-idealismo que ha convertido al discurso en el nuevoDeus ex Ma -china de la historia, el denso universo de la cultura se torna en un reino capricho-so y arbitrario, un laberinto indescifrable e incomprensible de ideas, sentidos ylenguajes. Un texto, en suma, interpretable segn la voluntad del observador.

    Estas distinciones, como lo recordaba reiteradamente Antonio Gramsci, sonde carcter analtico, recortes conceptuales que permiten delimitar un campo dereflexin y anlisis que puede, de este modo, ser explorado de un modo sistem-tico y riguroso. Claro est que los beneficios que tiene esta operacin se cance-lan catastrficamente si, llevado por su entusiasmo o sus anteojeras ideolgicas,el analista termina por reificar esas distinciones analticas creyendo, como enla tradicin liberal-positivista, que las mismas constituyen partes separadas dela realidad, comprensibles en s mismas con independencia de la totalidad que lasintegra y en la cual adquieren su significado y funcin. Al proceder de esta ma-nera, la economa, la sociedad, la poltica y la cultura terminan siendo hipostasia-das y convertidas en realidades autnomas cada una de las cuales requiere de unadisciplina especializada para su estudio. ste ha sido el camino seguido por la

    evolucin de las distintas ciencias sociales a lo largo del ltimo siglo y medioy bajo el imperio del paradigma positivista, conduciendo a la produccin de unsaber parcializado, reduccionista y de profundas implicaciones conservadoras.

    Como sabemos, la desintegracin de la ciencia social que instalaba, porejemplo, en un mismo territorio a Adam Smith y Karl Marx, en tanto poseedoresde una visin integrada y multifactica de lo social dio lugar a numerosas disci-plinas especiales, todas las cuales hoy se hallan sumidas en graves crisis tericas,

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    y no precisamente por obra del azar. Frente a una realidad como sta, la expre-sin teora poltica marxista no hara otra cosa que ratificar