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www.avempace.com/index.php?id=205 Prof. José Antonio García Fernández DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace 1 Arthur Miller (1915-2005) y Muerte de un viajante Biografía: Arthur Miller, la conciencia de América Dramaturgo y guionista estadounidense, Arthur Assen Miller escribió también ficción, ensayo y crítica. Hijo de inmigrantes judíos austriacos con un negocio textil (abrigos) que fue bien hasta la Gran Depresión, por lo que los Miller vivieron primero en Manhattan, junto a Central Park, con varios empleados domésticos a su servicio y una casa de verano en Queens, y después en un modesto apartamento de Brooklyn que sirvió de modelo a Arthur para la vivienda del protagonista de Muerte de un viajante. Nació en Nueva York en 1915. Acabó el bachillerato, trabajó en un almacén de repuestos para automóviles, estudió periodismo en la Universidad de Michigan, donde ganó el primer premio de su vida, el Avery Hopwood, dotado con 250 dólares, gracias a su trabajo Honor at Dawn, Honor al alba. Se graduó en 1938, volvió a Nueva York y se ganó la vida escribiendo guiones radiofónicos. De su paso por el periodismo, ha quedado esta célebre frase: Un buen periódico es una nación hablándose a sí misma. A los 28 años estrenó su primera obra en Broadway, la comedia Un hombre con mucha suerte, que sólo tuvo cuatro representaciones. En 1947 estrena Todos eran mis hijos, All My Sons, obra de denuncia del armamentismo por la que recibió en 1948 el Premio de la Crítica de Nueva York. El elemento fundamental de toda su obra es la crítica de los valores conservadores americanos. Su consagración definitiva se produce en 1949, con Death of a salesman, Muerte de un viajante, en la que denuncia el carácter ilusorio del sueño americano y con la que gana el Pulitzer, tres Premios Tony y de nuevo el de la Crítica de Nueva York. En 1988 Miller declaraba: "Jamás imaginé que adquiriría las proporciones que ha tenido. Era una obra literal sobre un vendedor, pero luego se convirtió en un mito, no sólo aquí, sino en muchas otras partes del mundo". En la década de 1950 fue víctima de la caza de brujas. Acusado de simpatías comunistas por Elia Kazan (director de cine y teatro que había dirigido la primera versión de Muerte de un viajante), rehusó revelar los nombres de los componentes de un círculo literario sospechoso de tener vínculos con el Partido Comunista ante la Comisión de Actividades Antiamericanas en 1956, acogiéndose a la protección constitucional. A pesar de las presiones que sufrió (le fue retirado el pasaporte, no pudiendo viajar a Bruselas para asistir al estreno de una de sus obras), Miller no dio ningún nombre, declarando que, aunque había asistido a reuniones en 1947 y firmado algunos manifiestos, no era comunista. En mayo de 1957 se le declaró culpable de desacato al Congreso por haberse negado a revelar nombres de supuestos comunistas. Sin

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Arthur Miller (1915-2005) y Muerte de un viajante

Biografía: Arthur Miller, la conciencia de América

Dramaturgo y guionista estadounidense, Arthur Assen Miller escribió

también ficción, ensayo y crítica. Hijo de inmigrantes judíos austriacos

con un negocio textil (abrigos) que fue bien hasta la Gran Depresión,

por lo que los Miller vivieron primero en Manhattan, junto a Central

Park, con varios empleados domésticos a su servicio y una casa de

verano en Queens, y después en un modesto apartamento de Brooklyn

que sirvió de modelo a Arthur para la vivienda del protagonista de

Muerte de un viajante. Nació en Nueva York en 1915.

Acabó el bachillerato, trabajó en un almacén de repuestos para automóviles, estudió

periodismo en la Universidad de Michigan, donde ganó el primer premio de su vida, el Avery

Hopwood, dotado con 250 dólares, gracias a su trabajo Honor at Dawn, Honor al alba. Se

graduó en 1938, volvió a Nueva York y se ganó la vida escribiendo guiones radiofónicos. De su

paso por el periodismo, ha quedado esta célebre frase:

“Un buen periódico es una nación hablándose a sí misma”.

A los 28 años estrenó su primera obra en Broadway, la comedia Un hombre con mucha

suerte, que sólo tuvo cuatro representaciones. En 1947 estrena Todos eran mis hijos, All My

Sons, obra de denuncia del armamentismo por la que recibió en 1948 el Premio de la Crítica de

Nueva York.

El elemento fundamental de toda su obra es la crítica de los valores conservadores

americanos. Su consagración definitiva se produce en 1949, con Death of a salesman, Muerte

de un viajante, en la que denuncia el carácter ilusorio del sueño americano y con la que gana el

Pulitzer, tres Premios Tony y de nuevo el de la Crítica de Nueva York. En 1988 Miller declaraba:

"Jamás imaginé que adquiriría las proporciones que ha tenido. Era una obra

literal sobre un vendedor, pero luego se convirtió en un mito, no sólo aquí, sino en

muchas otras partes del mundo".

En la década de 1950 fue víctima de la caza de brujas. Acusado de simpatías comunistas

por Elia Kazan (director de cine y teatro que había dirigido la primera versión de Muerte de un

viajante), rehusó revelar los nombres de los componentes de un círculo literario sospechoso de

tener vínculos con el Partido Comunista ante la Comisión de Actividades Antiamericanas en

1956, acogiéndose a la protección constitucional. A pesar de las presiones que sufrió (le fue

retirado el pasaporte, no pudiendo viajar a Bruselas para asistir al estreno de una de sus obras),

Miller no dio ningún nombre, declarando que, aunque había asistido a reuniones en 1947 y

firmado algunos manifiestos, no era comunista. En mayo de 1957 se le declaró culpable de

desacato al Congreso por haberse negado a revelar nombres de supuestos comunistas. Sin

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embargo, en agosto de 1958, el Tribunal de Apelación de los Estados Unidos anuló la sentencia,

de forma que no tuvo que ingresar en la cárcel.

La atmósfera de aquel tiempo la plasmó en Las brujas de

Salem (The crucible, 1953). En esta obra se sirve de un

acontecimiento real del siglo XVII para atacar la caza de brujas

dirigida por el senador McCarthy de la que él mismo fue víctima.

También en la década de cincuenta publicó Recuerdo de dos

lunes (1955) y Panorama desde el puente (1955), sobre la

llegada de inmigrantes a los Estados Unidos, obra llevada al cine

y al teatro con la que Miller obtuvo su segundo Pulitzer. El 29 de

junio de 1956 se casó con Marilyn Monroe, matrimonio que

duraría hasta 1961. Para muchos, la boda entre el espíritu y el

cuerpo, entre el intelecto y la carne.

Ese año, 1961, escribe para Marilyn el guión de Vidas rebeldes (The Misfits, Los

inadaptados en la traducción argentina), llevada al cine por John Huston, contando con

Montgomery Clift y Clark Gable como protagonistas. Fue la última película de Marilyn y Gable,

fallecidos ambos poco después del rodaje. Las infidelidades de la Monroe con el actor y músico

francés Yves Montand, sus problemas con el alcohol y las tensiones durante el rodaje, acabaron

primero con el matrimonio y finalmente condujeron a la actriz al suicidio. Miller se mantuvo un

tiempo alejado de los escenarios y no volvió a estrenar hasta 1964.

Ese año reflejó los cinco atormentados años de relación con Marilyn en su controvertida

Después de la caída, donde destaca el carácter autodestructivo de la protagonista, Maggie.

Otras obras de este periodo son: Incidente en Vichy (1964), El precio (1968), su último éxito de

crítica y público, En el punto de mira (novela), Ya no te necesito (1967, relatos), Presencia

(relatos), En Rusia (1969).

Los setenta y primeros ochenta fueron el comienzo de una etapa de oscuridad en la que

fue etiquetado de anticuado, moralista o sermoneador: La creación del mundo (1972), En el

paraíso (1974), La colcha de Marta (1977), El arzobispo (1977), El viajante en Beijing (1984). No

saldrá de su postergación hasta 1987, con su novela autobiográfica Timebends: A Life, Vueltas

al tiempo. En 1991, triunfa con El descenso del monte Morgan1 (teatro). En 1994, con Cristales

rotos. En 1997, con Una mujer normal, novela corta de línea psicológica. Viaja por todo el

1 El descenso del monte Morgan es la historia de un hombre maduro y encantador, Lyman Felt, imagen del

triunfador americano, que tiene un accidente de automóvil bajando de aquella montaña y está a punto de

perder la vida. Se despierta en un hospital y por su habitación de enfermo van pasando su abogado y

amigo, Tom Wilson; su mujer, Theodora Felt; su hija, Bessie Felt y… su otra esposa, Leah Felt. Felt parecía

tenerlo todo: dinero, encanto, salud, amor... Era un empresario de éxito, un hombre jovial y respetado.

Pero tras el accidente se descubre su verdadera identidad y se queda solo, viejo, enfrentado al inevitable

destino de todos los seres humanos. La bajada del monte Morgan recuerda vagamente el descenso a los

infiernos de Dante, pero en este caso ninguna de las Beatrices querrá acompañarlo, y el peregrino se dará

cuenta de que no son otros los condenados infernales, sino que es el mismo quien merece la caída en los

abismos del Hades.

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mundo y es aclamado como un clásico vivo, pero cada vez tiene más dificultades para estrenar

en su país.

Fue un gran admirador del teatro griego y de Ibsen. Recibió el Premio Príncipe de

Asturias de las Letras en 2002. [Ya tenía importantes galardones como la Medalla de Oro de las

Artes y las Letras (1959), el premio Angloamericano de teatro (1966) y el Lawrence Olivier

Theatre Award (1995) y entre 1965 y 1969 había sido presidente del PEN Club, el colectivo de

escritores que vela por la libertad de expresión.]

Entre sus aportaciones a otros géneros sobresalen el guión de la película El reloj

americano (1980), las recopilaciones Ensayos teatrales de Arthur Miller (1978) y Al correr de los

años. Ensayos reunidos (1944-2001). Además, intervino en películas y documentales, como El

edén (2001).

Se casó en tres ocasiones:

En 1940 con su novia del colegio, Mary Slattery, la hija católica de un vendedor de seguros. La pareja tuvo dos hijos, Jane y Robert (director, escritor y productor, rodó Las brujas de Salem, película basada en la obra de su padre). El matrimonio se divorció en 1956.

Entre 1956 y 1961 estuvo casado con Marilyn Monroe.

En 1962 se casó con la fotógrafa austriaca de prensa Inge Morath, pionera del fotoperiodismo y a la que había conocido durante el rodaje de Vidas rebeldes, donde ella era la fotógrafa de rodaje. El matrimonio duró cuarenta años, hasta 2002, año en que ella muere. Con Inge tuvo dos hijos, Rebecca y Daniel; el segundo, Daniel, con síndrome de Down, fue internado en cuestión de días en

una institución pública. Miller jamás hablaba de este hijo y mostraba escaso o nulo interés por él. Solo lo reconoció en su testamento, haciéndole heredero a partes iguales con sus tres hermanos.

Desde 2002 vivía con Agnes Barley, una joven pintora y artista más de cincuenta años menor que él, hija de un arquitecto, con la que anunció públicamente que tenía intención de casarse (por cuarta vez), aunque no pudo llegar a hacerlo, pues enfermo de cáncer, neumonía y con problemas cardíacos, murió poco después, el 10 de febrero de 2005. Un año antes, en 2004, había estrenado su última obra, Finishing the Picture. A pesar de que se le critica por su egolatría, su

frialdad y su orgullo, Miller también es conocido por su

activismo político y social. Arremetió contra la

deshumanización de la vida estadounidense; se aproximó al

marxismo, criticándolo más tarde; se opuso a la caza de

brujas del senador Joseph McCarthy y denunció la

intervención de Estados Unidos en Corea y Vietnam. Es un hombre de convicciones

fuertemente éticas que tiene conciencia social y compasión hacia los que sufren. Fue delegado

en la convención demócrata de 1968, pero terminó en una posición escéptica respecto de la

política. Antes de morir, en sus últimos días, aún tuvo tiempo de criticar con dureza la política

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del presidente americano de entonces, George W. Bush. Cuando murió, la prensa lo ensalzó

como “la conciencia de Estados Unidos”. Estas eran algunas de sus frases:

“Creo que no es posible vivir sin ideal, ni religión ni sensación de porvenir. Los

hospitales estarían llenos de locos”.

“El teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se

enfrenta a sí misma”.

Muerte de un viajante, Death of a salesman (1949)

“-¡Ay, Dios! –díjose entonces-. ¡Qué cansada es la profesión que he elegido! Un día sí y otro también de viaje. La preocupación de los negocios es mucho mayor cuando se trabaja fuera que cuando se trabaja en el mismo almacén, y no hablemos de esta plaga de los viajes: cuidarse de los enlaces de los trenes; la comida mala, irregular; relaciones que no llegan nunca a ser verdaderamente cordiales, y en que el corazón nunca puede tener parte. ¡Al diablo con todo!” (Frank Kafka, La metamorfosis, Madrid, Alianza Editorial, 2009, p. 9).

El texto íntegro de Muerte de un viajante puede verse en el siguiente enlace: http://www.avempace.com/file_download/2592/Arthur+Miller-Muerte+De+Un+Viajante.pdf Como vemos en la cita que encabeza el apartado, tomada de La metamorfosis, de Kafka, el protagonista de aquel relato, Gregor Samsa, tiene como profesión la misma de Willy Loman, la de viajante. Y como él, la encuentra dura y descorazonadora. El estreno de Death of a Salesman fue un éxito de inmediato y hoy se ha convertido en

un clásico del teatro norteamericano y occidental del siglo XX que es llevada a las tablas

innumerables veces, y también a la pantalla. La pieza ha pasado a ser un símbolo de la inutilidad

del sacrificio y de la tragedia del hombre corriente en una sociedad que lo aniquila. Fue la

primera obra en cuestionar el sueño americano. En cierta forma, Miller es el anti-Whitman, el

hombre que demuestra que el sueño se puede convertir en pesadilla y que también hay razones

para el pesimismo.

La tragedia se subtitula “Algunas conversaciones privadas en dos actos y un réquiem”,

lo que da idea de la intromisión en la vida de una familia americana

normal y corriente (los Loman) y confirma la primera palabra del título,

Muerte, dado que se habla de un “réquiem”. El primer acto, a su vez,

se subtitula “Obertura”, lo que confiere un aire sinfónico al texto

teatral:

“Primer acto (Obertura). Se oye una melodía interpretada en una flauta. Es tenue y delicada, y evoca hierba, árboles y el horizonte. Se alza el telón.”

De esta manera, el lector-espectador cuando comienza la

función (escénica o lectora), ya intuye lo que se va a encontrar: una

historia trágica, la puesta en escena de algunos diálogos de la vida doméstica americana de una

familia de la clase media o media-baja.

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El protagonista de la obra, Willy Loman, un vendedor

neoyorquino de sesenta y tres años que vive de falsas esperanzas

y de las míseras comisiones que consigue tras recorrer un montón

de kilómetros, es el arquetipo de la inseguridad, de lo pasado de

moda, de la capacidad de autoengaño y, a través de las constantes

disputas en familia, de cómo los defectos pasan de una generación

a la siguiente. Willy se ha hecho mayor, poca gente lo recuerda o

lo aprecia. En su trabajo es relegado, le disminuyen el sueldo, le

impiden conseguir una plaza en una oficina, obligándole a su edad

a seguir haciendo miles de kilómetros. Finalmente, tras una discusión con su jefe, lo despiden

“por su propio bien”. Humillado, todo se derrumba a su alrededor y se pregunta qué errores ha

cometido. Tiene que pedirle ayuda a su vecino, Charley, que le presta dinero alguna vez. Debido

a una infidelidad con una mujer en Boston en el pasado, en la que es sorprendido por su hijo

Biff (con quien desde entonces llevará pésima relación) tiene que mentir a su esposa. Su vida es

una mentira y un fracaso, a pesar de lo cual intenta inculcar a sus hijos el espíritu de superación

que los elevará. Pero su acción ilusoria acaba por demostrar la falacia del sueño americano. La

única solución parece ser cobrar el seguro a costa de su muerte. Esto debería dejar suficiente

dinero (veinte mil dólares) a sus hijos como para empezar con una base sólida y progresar.

Cuando muere, sólo su familia asiste al funeral. Happy, uno de sus hijos, se empecina en seguir

el sueño donde su padre lo dejó, mientras Biff decide que el sueño es equivocado y no quiere

seguirlo.

La obra se narra desde el punto de vista de Willy, con varios saltos atrás (flashbacks) en

escena, de manera que personajes del pasado aparecen en acción y la obra adquiere una

dimensión de sueño donde el pasado explica el presente. La muerte de Willy en una noche

asesina es el símbolo de un sistema económico que elimina a quienes no rinden lo suficiente,

sin atender a su historia anterior de esfuerzo y cumplimiento. Los hijos treintañeros de Willy son

altos y atléticos, bien parecidos, según el canon de belleza norteamericano, pero eso no impide

que sus vidas sean fracasos, que traten a su padre con poco respeto, que no puedan ayudarle,

pues su personal situación económica es también muy precaria.

"La tragedia de Willy Loman está en que dio su vida, o la vendió, para justificar

que la había desperdiciado".

"El que siga habiendo tantos Willy en el mundo se debe a que el hombre se

supedita a las imperiosas necesidades de la sociedad o de la tecnología y se anula como

individuo... Pero la obra trata de algo aún más primitivo. Como muchos mitos y dramas

clásicos, es una historia sobre la violencia en el seno de las familias" (Arthur Miller).

Quien mejor expresa todo el significado de la obra es Linda, la esposa de Willy, con sus

tremendas palabras dirigidas a Happy y Biff:

"[Willy] No es la persona más agradable que jamás haya existido, pero es un ser

humano, y le está ocurriendo algo terrible. Por eso debemos prestarle atención, evitar

que acabe en la tumba como un perro viejo."

El sistema, inhumano, nos arroja a la basura cuando ya no podemos rendir como

solíamos. Tal es la tragedia de nuestro tiempo. “Trabajas durante toda la vida para pagar una

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casa, y cuando por fin es tuya no queda nadie para vivir en ella”, dice Willy de manera

premonitoria en el primer acto. Y tal es la queja final de Linda, en el réquiem final: han

terminado de pagar la hipoteca tras veinticinco años de esfuerzo y, cuando por fin son libres,

Willy ya no está para disfrutar con ella de lo conseguido.

En la obra se critica también la especulación inmobiliaria, la depredación del

medioambiente (la tala de árboles, la urbanización salvaje, la casa de los Loman se ve rodeada

por edificios de pisos que Willy odia). Se cita a los mitos americanos (Thomas Edison, Benjamin

Franklyn, el béisbol y el fútbol). Se refleja la mentalidad de la clase media americana (el hombre

aficionado al bricolaje, la buena ama de casa, marcas como los coches Chevrolet o Studebaker,

la vida acomodada con neveras, casa con jardín, cuarto de herramientas, la pasión por

aparentar y por mejorar de posición social, el materialismo económico…).

Los personajes de Muerte de un viajante

El protagonista, William Loman, Willy, es un hombre de sesenta y

tres años, de la clase media-baja, que lleva trabajando desde los 18

años para su empresa, recorriendo miles de kilómetros a la semana.

Ha trabajado duro, ha abierto mercados para su compañía, se ha

hecho conocer y ha tenido alguna temporada buena, ganando

buenas comisiones. Pero ahora está muy cansado, enfermo, piensa

en la muerte y tiene sensación de fracaso, lo que le lleva al borde

del suicidio. Intenta matarse para que su familia cobre la prima del

seguro (veinte mil dólares) y tenga un buen dinero con el que seguir

adelante. Habla solo frecuentemente y mezcla imágenes del

presente y del pasado en su cabeza, haciendo un repaso a lo que ha

sido su vida, sus ilusiones y fracasos.

Willy es un hombre que tiene gran habilidad manual y ha reparado muchas veces

cuantas cosas funcionaban mal en su casa: nevera, coche, lavadora, puertas y ventanas... Es

capaz incluso de levantar un techo nuevo o hacer una ampliación de su casa. Cree que un

hombre no es nada si no sabe manejar las herramientas, se ríe de su vecino Charley y del

hijo de este, Bernard, porque ambos son torpes con las manos.

Sus ideas son sencillas, propias de la clase trabajadora americana: la nación está llena de

oportunidades, hay mucha gente honrada, tenemos que trabajar duro y saber agradar a los

demás, debemos admirar a los grandes hombres, las chicas tienen que ser bonitas y los

hombres, mañosos y fuertes, sanos y deportistas… Es trabajador y positivo, sigue

esforzándose cada día, a pesar de que las cosas no le han ido muy bien. Su trabajo se le hace

insufrible, le cuesta cada vez más física y espiritualmente: se siente solo, inseguro, viejo, sin

recursos para vender…

Willy quiere a su esposa, Linda, y a su familia, aunque no ha podido evitar la infidelidad

con una mujer de Boston en una ocasión y no acaba de llevarse bien con sus hijos, que lo

han desilusionado porque no han cumplido sus esperanzas de éxito social a la americana.

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Cuando eran adolescentes, estaba muy orgulloso de ellos, de su musculatura, de su éxito

deportivo en los Campeonatos Escolares Nacionales de fútbol americano. En el caso de Biff,

su relación es especialmente tensa. Willy piensa que lo odia desde que supo su infidelidad

con una mujer de Boston, se siente culpable, pero al final, cuando decide suicidarse con su

coche, se ha reconciliado con su hijo y piensa que con el dinero que les den los del seguro

podrá empezar una nueva vida.

Linda, la esposa fiel y madre de familia, se da cuenta de todo, quiere a su marido por encima

de cualquier cosa, incluso le perdona que le grite y la trate con poco respeto. No sabe que

ha tenido una aventura, pero aunque lo supiera... Es consciente de que Willy no es el mejor

hombre del mundo, pero pide a sus hijos Happy y Biff que lo ayuden porque lo está pasando

muy mal últimamente:

“No digo que sea un gran hombre. Willy Loman nunca

ha ganado mucho dinero. Su nombre no ha salido nunca en los

periódicos. No es la persona más agradable que jamás haya

existido, pero es un ser humano, y le está ocurriendo algo

terrible. Por eso debemos prestarle atención, evitar que acabe

en la tumba como un perro viejo. (…) En marzo hará treinta y

seis años que trabaja para la empresa, ha introducido sus

productos en zonas desconocidas, y ahora que empieza a

envejecer, le retiran el salario”.

Critica a sus hijos, les pide que cuiden de su padre, que lo ayuden, los riñe cuando lo han

abandonado en el restaurante, los llama golfos y sinvergüenzas, pues se hacen mayores y

aún no son independientes ni han sentado la cabeza. Actúa siempre en beneficio de la

familia, más que de sí misma, y sobre todo en ayuda de Willy, al que adora.

Happy es un treintañero alto y fuerte, tiene 32 años, dos menos que su hermano Biff. Es

muy golfo y mujeriego, atractivo, sexy con las chicas, más bien machista, considera que las

mujeres son unas golfas, aunque desearía encontrar una que no lo fuera y que se pareciera

a su madre:

“¡Qué mujer! Después de hacerla rompieron el molde, ¿lo sabías, Biff?”

En cierta forma, venga con ellas su insatisfacción personal, pues suele intimar con las

novias de sus jefes (ya en tres ocasiones ha hecho lo mismo). Él tiene un trabajo de poca

monta –es ayudante de un ayudante- y no acaba de irse de casa, aunque duerme en su

propio apartamento. Así lo describe Miller:

“Happy es alto y robusto. Su sexualidad es como un color visible, o como un aroma que muchas mujeres han descubierto. Al igual que su hermano, está desorientado, pero de un modo distinto, pues jamás se ha permitido mirar de frente a la derrota, y por ello está más confuso y más endurecido aunque aparentemente se le vea más satisfecho.”

Es un vividor, no aporta dinero a la familia, gasta lo que gana en él mismo y sus juergas,

no entrega dinero en casa aunque ve que sus progenitores no van muy sobrados. No respeta

demasiado a su padre, aunque promete sentar la cabeza, casarse y ser emprendedor; pero

quizás lo diga solo por no disgustar a su madre o por seguir gorroneando en casa de sus

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padres. Él también está desorientado, como su hermano Biff. Se finge satisfecho, pero

también está inseguro. Al final de la obra, quiere continuar el sueño de su padre y salir

adelante. No acepta la derrota, no se irá de la ciudad, él es como su padre un soñador,

incluso imagina negocios solo o con su hermano Biff.

“BIFF- Había muchos momentos agradables. Cuando volvía de un viaje, o los domingos, y trabajaba en el nuevo porche, o terminaba el sótano, construía el baño adicional y el garaje… ¿Sabes, Charley? Puso más cariño en ese porche que en todas las ventas que hizo. CHARLEY- Sí, era un hombre feliz cuando preparaba el cemento. LINDA- Tenía una habilidad manual extraordinaria. BIFF- Pero sus sueños estaban equivocados. Completamente equivocados. HAPPY (casi dispuesto a pelearse con Biff)- ¡No digas eso! BIFF- Nunca supo quién era. (…) HAPPY- Muy bien, muchacho. Voy a demostrarte a ti y a todo el mundo que Willy Loman no ha muerto en vano. Tuvo un buen sueño. Es el único sueño que puedes tener: ser el número uno. Se esforzó por que nosotros lo fuéramos, y yo voy a serlo”.

Biff está muy enfrentado a su padre, se llevan fatal, pues Biff lo considera un farsante. Se

había marchado de casa y ahora ha vuelto con treinta y cuatro años. Así lo describe Miller:

“Biff es dos años mayor que su hermano Happy, y tiene un físico armonioso, pero últimamente se le ve fatigado y no está tan seguro de sí mismo. No ha tenido tanto éxito como Happy, y sus sueños son más intensos y estrafalarios que los de éste.”

Estuvo preso tres meses por robar un traje en Kansas City, aunque solo se lo confiesa a

sus padres al final de la obra. Tenía desde niño tendencia a la cleptomanía, robaba material

de construcción en la obra de al lado de su casa, robaba balones en el

instituto; por eso de mayor roba también la pluma estilográfica a Oliver, al

que ha ido a pedir dinero para un negocio. De joven ya era indisciplinado,

trataba mal a las chicas, conducía coches sin carné, confiaba en su físico de

Hércules, en su masculinidad deportiva... Ahora intenta salir adelante, ha

perdido la seguridad en sí mismo desde que descubrió que su héroe, su

padre, no era más que un farsante. La perspectiva de ser como su

progenitor, de pasar toda su vida sujeto a un horario, a un trabajo

extenuante y un sueldo miserable no le llena en absoluto:

“Mira, al dejar el instituto pasé seis o siete años tratando de prepararme.

Empleado en un departamento de envíos, vendedor… una u otra clase de empres. Y es

una vida miserable. Tomar el metro en las calurosas mañanas de verano, dedicar tu vida

entera a llevar el control de las existencias, hacer llamadas telefónicas, vender o

comprar. Padeces durante cincuenta semana al año, para tener dos de vacaciones,

cuando lo que realmente deseas es estar al aire libre y sin camisa. Y tener siempre que

superar a otros. Sin embargo…, así es como uno prepara su futuro”.

A él le va la vida libre, ha sido peón de granja, le gusta el contacto con la naturaleza,

más que la vida en la ciudad. Por eso rompe con lo que ha sido la vida de su padre al final de

la obra, no acepta falsedades e hipocresías, quiere vivir de otra manera.

La razón de que odie a su padre es que un día lo descubre en un hotel de Boston con

una amante. Willy se justifica diciéndole que estaba muy solo y que la aventura no significa

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nada para él, pero a Biff se le cae la venda de los ojos y empieza a ver a su padre de otra

manera desde entonces, sustituyendo por el rencor la veneración que hasta aquel momento

había sentido por él. Cuando era un estudiante de instituto, vivió una época dorada: jugaba

al fútbol americano, era el capitán del equipo, todas las chicas se fijaban en él, prometía

muchísimo, parecería el perfecto joven de Norteamérica que iba a triunfar (tres

universidades se interesaban en él, para sus equipos de fútbol). Pero todo cambió tras

descubrir la falsa vida de su padre, el sueño americano dejó de interesarle. No pudo

graduarse, porque suspendió Matemáticas. Hizo algunos cursos por correspondencia, pero

no se capacitó en nada. Se dedicó a vagar de un lado a otro. Tiene 34 años, intenta cambiar,

quiere llegar a algo en la vida, pero no puede alterar su rumbo. Se siente roto, le dice a su

padre que es un Don Nadie, que nunca ganará más de medio dólar a la hora.

Su madre considera que está desorientado. Su padre, sin embargo, cree que es “un

gorrón perezoso”, aunque finalmente se reconcilian, Biff besa a su padre y Willy se da

cuenta de que su hijo no lo odia.

Charley, el buen vecino, ha conseguido salir adelante, es un pequeño empresario, le ofrece

trabajo a Willy cuando ve cómo se desmorona, pero Willy no accede porque no quiere

reconocer su fracaso en la vida y necesita sentirse superior a su vecino, aunque reconoce

que Charley es “el único amigo que tengo”. Charley y él representaban formas opuestas de

ver la vida. Charley se burlaba un poco de la afición deportiva de Willy y de sus hijos y

orientaba a su hijo Bernard hacia el estudio; además considera a Willy un niño grande y le

dice que aprenda a ser adulto. Willy se reía de Charley y de su hijo, Bernard, de su aspecto

poco varonil y de su inutilidad manual, pues no eran aficionados al bricolaje. Charley le

recuerda a Willy que “nadie vale un centavo muerto”, cuando intuye lo que va a hacer. Y en

el réquiem final acude al entierro de su amigo y vecino.

Bernard, hijo de Charley, es un chico tímido, con gafas, estudioso; en la época de estudiante

no le hacían caso, no ligaba con las chicas y se reían de él porque era un empollón flaco y

debilucho, nada deportista. Ahora ha hecho su doctorado, es abogado del Tribunal

Supremo y ha cumplido el sueño americano. Está esperando su segundo hijo, ya está

situado en la vida, no como su antiguo amigo Biff, que aún seguía vagando sin rumbo fijo.

Willy quiere hablar con él y Bernard le hace entender que lo que ocurrió en Boston, cuando

Biff fue allí a verle, tuvo mucho que ver con el comportamiento posterior de su amigo. Al

volver de Boston, fue cuando Biff quemó sus zapatillas deportivas y renunció a ir a la

universidad.

Ben, el hermano de Willy, es un fantasma del pasado, pues en realidad ya ha muerto. Iba a

emigrar a Alaska, para a buscar a su padre, que había ido allí a hacer fortuna, pero al final

acabó en África donde se hizo rico con los diamantes, fortuna que legó a su muerte a sus

siete hijos. Willy repite una y otra vez que entró en la selva con diecisiete años y que salió

rico con veintiuno. Para él, su hermano Ben es una inspiración. Fue un aventurero,

emprendedor, un triunfador que se hizo millonario. Willy lo admira, pues representa lo que

él no ha logrado. Y lo propone como modelo a sus hijos, es su espíritu emprendedor el que

él quiere transmitir a Happy y Biff. Pero no indaga mucho en la manera en que su hermano

se ha enriquecido, aunque podría pensarse de algún modo que no ha sido de manera

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demasiado escrupulosa. A Willy solo le interesa el resultado, el éxito, no el camino que hay

que recorrer para obtenerlo, el precio moral que hay que pagar por él, etc.

Howard Wagner, el jefe de la empresa donde trabaja Willy, hijo del fundador, ha recibido su

riqueza por herencia. Es despiadado, despide a Willy sin pensar en su antigüedad, a pesar de

que se conocen desde que Howard era un bebé. Representa el capitalismo puro y duro. Se

opone a Charley, que también es empresario, pero un pequeño empresario. Él es, además

de un buen vecino, un empresario bueno y comprensivo. Le deja dinero a Willy, incluso le

ofrece un empleo, lo aconseja y le dice que deje de ser un niño, elogia las buenas manos que

tiene, lo acompaña en su entierro y comprende su desgraciada vida. Por eso quizá Charley

no ha prosperado más como empresario, porque el capitalismo pide tiburones como

Howard, seres fríos y sin piedad, capaces de ensañarse con el más débil.

La mujer de Boston. Es la amante ocasional de Willy, él le regala unas medias de su mujer,

ella se entretiene con él. Biff los sorprende una vez en la habitación de un hotel, y desde

entonces no perdona a su padre, a quien antes adoraba.

“CHARLEY- Nadie puede culparle. Vosotros no lo entendéis. Willy era un

viajante, y para un viajante la vida no tiene fondo. Es un hombre que no pone tuercas en

los tornillos, que no te informa sobre las leyes ni te receta medicinas. Es un hombre que

va solo por la vida, sin más recursos que una sonrisa y unos zapatos bien limpios. Y

cuando empieza a fallar la reacción a sus sonrisas…, sobreviene un terremoto. Entonces

le aparecen un par de manchas en el sombrero, y está acabado. Nadie puede culpar a

ese hombre. Un viajante tiene que soñar, muchacho. Es un gaje del oficio.

Otros personajes: Jenny, Letta, la señorita Forsythe y Stanley el camarero (aparecen en la escena del restaurante); la secretaria de Charley está en la oficina cuando va por allí Willy, Bill Oliver (el amigo de Biff al que le roba la pluma estilográfica).

El conflicto generacional Willy-Biff: Happy representa la continuidad, quiere seguir el sueño de su padre, desearía casarse con una mujer que fuera como su madre, ya empieza a estar mayor para seguir con su vida de golfillo vividor.

Pero Biff representa la ruptura: él no quiere seguir en la ciudad, no se encuentra a gusto con los valores del capitalismo: la competitividad, el trabajo duro, el egoísmo, la insolidaridad…. Entre las causas de las difíciles relaciones entre el padre y el hijo, básicamente encontraremos la confrontación entre la ensoñación paterna sobre el brillante futuro del hijo y la realidad de la vida de este. Además, el episodio, descubierto por Biff, de la infidelidad de su padre; el rencor y el amor van de la mano en una relación paternofilial en la que el padre se niega a admitir ese fracaso que es la vida del hijo y que supone, de algún modo, su propio fracaso. Entre ambos hay dificultades de comunicación y también de ubicación en el tiempo y en el espacio, ya que la ensoñación del padre se sitúa en un pasado en el que ambos eran amigos y todo estaba abierto, y en un futuro ilusorio, en tanto que el hijo se sitúa en el presente en lo temporal, pero es un outsider, un “culo de mal asiento”, una persona que no ha sentado la cabeza ni ha echado raíces en ningún lugar.

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El espacio en Muerte de un viajante

Al abrir el libro, se lee esta acotación de Miller:

“La acción tiene lugar en la casa y el patio de Willy Loman y en los diversos

lugares que éste visita, en Nueva York y Boston actuales.”

La acción transcurre en la casa de los Loman, en Brooklyn (cocina, salón, habitación de los padres, habitación de los hijos, sótano-cuarto de herramientas). En el sótano, Willy ha pensado en suicidarse, pasa horas con sus herramientas y habla con sus fantasmas del pasado. El patio se ve libre de torres de piso cuando Willy recuerda el pasado y rodeado de edificios cuando la acción se sitúa en el presente. La casa es el lugar adecuado para una tragedia que se presenta como drama de la vida corriente, lo que le ocurre a una familia normal.

También en los diversos lugares que Willy recorre entre Nueva York y Boston y de los que habla continuamente (Yonkers, Albany, etc.). E igualmente hay escenas en:

La oficina de Howard Wagner, donde el jefe despide al viajante.

La oficina de Charley, donde le ofrecen empleo y comprensión, aunque Willy es tozudo y no se deja ayudar, es muy orgulloso, no quiere darse por vencido.

El restaurante, donde está Stanley el camarero y las dos chicas con las que se van Happy y Biff, dejando “olvidado” a su padre.

La habitación del hotel de Boston donde Biff sorprende a su padre con una mujer a la que le ha regalado las medias que eran para su madre.

El cementerio, donde transcurre el réquiem final, cuando ya han enterrado a Willy, donde Charley y Linda hablan de los valores de Willy, donde Happy decide continuar el camino de su padre y Biff determina justamente lo contrario, separarse de él.

Temas de Muerte de un viajante

En Muerte de un viajante se ofrece una visión crítica de la vida americana. Sus temas principales son:

El consumismo, el afán de tener dinero para aparentar y gastar. Willy no puede soportar ser menos que su vecino Charley, conoce bien las marcas de los productos, automóviles, etc., y querría ganar más para poder gastar más. No tener dinero lo hace muy infeliz, se siente fracasado.

Una visión crítica del capitalismo, como sistema inhumano que aparca a los seres no productivos, que envejece a las personas mientras pueden generar beneficios y las abandona cuando ya son mayores e indefensas.

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El fracaso: una visión crítica del “sueño americano”, del “american way of life”. No es tan fácil salir adelante en los Estados Unidos, no basta con trabajar duro para triunfar. En ese sentido, es muy reveladora la conversación de Happy y Biff con Willy en el restaurante. Happy aún quiere mentir a su padre, ser como él un soñador que se autoengaña. Pero Biff no está dispuesto ni a mentir ni a mentirse. Él se da cuenta de que el sueño es falso, tan falso como su propio padre, al que desprecia por su infidelidad en Boston.

La importancia de la educación, las consecuencias de una educación equivocada. Willy insiste mucho en la apariencia, cree que eso lo es todo en la vida, que ayuda en los negocios. Inculca esos valores a sus hijos, no se preocupa por las cuestiones intelectuales o morales, incluso considera chiquilladas que sus hijos engañen a las chicas, que roben materiales en la obra de al lado de casa, que Biff no intente aprobar matemáticas… Se ríe de Bernard porque es un chico enclenque y poco atlético, porque es estudioso y poco popular en el instituto. También se ríe de su padre Charley porque carece de su habilidad manual. Está orgulloso de que sus hijos sean deportistas, sanos, fuertes y cree que eso les bastará para triunfar. El paso del tiempo demuestra su error.

El culto al aspecto físico, a la belleza, a la estética, al deporte y la apariencia, a las ropas caras y la buena vida.

El enfrentamiento generacional padres-hijos, sobre todo visible en la relación Willy-Biff.

El enfrentamiento entre dos modos de vida: el falso y el auténtico, el campo y la ciudad, la vida del trabajo duro y los horarios larguísimos frente a una relación laboral más auténtica. En cierta forma, podríamos decir que Miller prefiere a los artesanos al modo antiguo, medieval, antes que a los proletarios, alienados en trabajos esclavos sin creatividad. Hace una crítica del sistema industrial, mecanizado, productivista. Se rebela contra el taylorismo y la producción en cadena.

Fragmentos de Muerte de un viajante

PRIMER ACTO

— La relación Willy-Biff

“WILLY: (…) ¿Habló Biff contigo después de que me marchara esta mañana? LINDA: No deberías haberle criticado, Willy, y menos aún cuando acababa de bajar del tren. No debes perder los estribos con él.

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WILLY: ¿Cuándo diablos he perdido los estribos? Me limité a preguntarle si ganaba algún dinero. ¿Es eso una crítica? LINDA: Pero ¿cómo podría ganar algún dinero, cariño? WILLY (preocupado y enojado): Apenas dice lo que piensa... Se ha vuelto taciturno. ¿Se disculpó cuando me marché esta mañana? LINDA: Estaba cabizbajo, Willy. Ya sabes cuánto te admira. Creo que, cuando se encuentre a sí mismo, los dos seréis más felices y dejaréis de pelearos. WILLY: ¿Cómo puede encontrarse a sí mismo en una granja? ¿Es eso vivir? ¿Un peón de granja? Al principio, cuando era jovencito, yo me decía: bueno, es joven y le irá bien vagabundear y hacer un montón de trabajos distintos. ¡Pero han pasado más de diez años y todavía no gana treinta y cinco dólares a la semana! LINDA: Se está buscando a sí mismo, Willy. WILLY: ¡No haberte encontrado a ti mismo a los treinta y cuatro años es una vergüenza! LINDA: ¡Chist! WILLY: ¡El problema es su holgazanería, qué puñeta! LINDA: ¡Willy, por favor! WILLY: ¡Biff es un gorrón perezoso! LINDA: Están durmiendo. Anda, baja y come algo. WILLY: ¿Por qué ha vuelto a casa? Me gustaría saber qué es lo que le ha hecho volver. LINDA: No lo sé. Creo que todavía está desorientado, Willy. Creo que está muy desorientado. WILLY: Biff Loman está desorientado. En el país más grande del mundo, un joven con tanto... atractivo personal se desorienta. Y tan trabajador. Eso hay que reconocérselo... Biff no es perezoso. LINDA: Nunca lo ha sido. WILLY (con lástima y resolución): Le veré por la mañana. Tendré una buena charla con él. Le conseguiré un puesto de vendedor. Podría tener éxito en un abrir y cerrar de ojos. ¡Dios mío! ¿Recuerdas cómo le seguían en el instituto? Cuando le sonreía a una, a la chica se le iluminaba la cara.” “LINDA: ¡No..., no te acerques a él! BIFF: ¡Deja de disculparle, mamá! Siempre te ha tratado como a un trapo sucio. Jamás te ha tenido ni una pizca de respeto. HAPPY: Papá siempre la ha respetado... BIFF: ¿Qué coño sabes tú de esto?”

— Dos hermanos desorientados

“HAPPY: Bueno, ¿disfrutas de veras en una granja? ¿Estás contento con ese trabajo? BIFF (con creciente agitación): He tenido veinte o treinta empleos distintos desde que me marché de casa, antes de la guerra, y el resultado siempre ha sido el mismo. Me di cuenta de ello hace poco. En Nebraska, cuando vigilaba ganado, en las dos Dakotas y en Arizona, y ahora en Texas. Supongo que por eso he vuelto a casa, porque me he dado cuenta. Esa granja en la que trabajo..., allí es ahora primavera, ¿sabes?, y han nacido unos quince potros. No hay nada más cautivador o... más hermoso que ver a una yegua con su potro recién nacido. Y allí hace fresco en esta época del año, ¿sabes? Ahora hace fresco en Texas, y es primavera. Y cada vez que llega la primavera, donde sea que me encuentre, de repente tengo esa sensación. ¡Dios mío, no estoy llegando a ninguna parte! ¿Qué diablos hago, perdiendo el tiempo con los caballos por veintiocho dólares a la semana? Tengo treinta y cuatro años, debería organizar mi futuro. Entonces es cuando me apresuro a volver a casa. Y cuando estoy aquí, no sé qué hacer conmigo mismo. (Tras una pausa:) Siempre me he propuesto no desperdiciar mi vida y, cada vez que vuelvo aquí, me doy cuenta de que lo único que he hecho es desperdiciarla. HAPPY: Eres un poeta, ¿lo sabías, Biff? Eres un..., ¡eres un idealista! BIFF: No, estoy muy confuso. Quizá debería casarme, quizá debería tener un trabajo fijo. Puede que ése sea mi problema. Soy como un chiquillo. No estoy casado, no tengo una ocupación, sólo..., en fin, como un chiquillo. ¿Y tú, Hap? ¿Estás satisfecho? Has tenido éxito, ¿no es cierto? ¿Estás satisfecho? HAPPY: ¡No, qué va! BIFF: ¿Por qué no? Ganas dinero, ¿no es cierto?

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HAPPY (yendo de un lado a otro con energía y expresividad): Lo único que puedo hacer ahora es esperar a que se muera el jefe de la sección comercial. Y supón que llegue a ocupar su puesto. Es un buen amigo mío, que se construyó una casa estupenda en Long Island. Vivió allí un par de meses, la vendió y ahora se está construyendo otra. Cuando esté terminada, no podrá disfrutar de ella. Y sé que yo haría lo mismo que él. No sé por qué diablos trabajo. A veces estoy a solas en mi piso y pienso en el alquiler que estoy pagando. Y es absurdo. Claro que siempre quise todo eso: mi propio piso, un coche y mujeres a manos llenas. Y, aun así, me siento puñeteramente solo.”

— Las mujeres y Happy

HAPPY: Tengo que demostrarles a algunos de esos ejecutivos tan pomposos y engreídos que Hap Loman puede tener éxito. Quiero entrar en el almacén como lo hace él. Luego me iré contigo, Biff. Estaremos juntos, te lo juro. Pero ¿qué me dices de las dos de esta noche? De miedo, ¿no? BIFF: Sí, hace años que no veía chicas tan estupendas. HAPPY: Como ésas las tengo siempre que quiero, Biff. Cada vez que me siento asqueado. El único problema es que se ha convertido en algo trivial, como jugar a los bolos. Me ligo a una tras otra, y eso no significa nada. ¿Aún sales mucho? BIFF: Qué va. Me gustaría encontrar a una chica... formal, como debe ser. HAPPY: Yo suspiro por lo mismo. BIFF: ¡Vamos, hombre! ¡Si nunca estarías en casa! HAPPY: ¡Claro que sí! ¡Una mujer con carácter y capacidad de resistencia! Como mamá, ¿sabes? Vas a pensar que soy un cabrón, pero esa chica, Charlotte, con la que estuve anoche, está prometida y se casa más o menos dentro de un mes. (Se prueba un sombrero nuevo.) BIFF: ¡No me digas! HAPPY: Pues sí, su novio es candidato a la vicepresidencia de la empresa. No sé qué me pasa, a lo mejor es que tengo un sentido de la competencia demasiado desarrollado, vete a saber, pero la cuestión es que la deshonré, y la cosa no acaba ahí, porque ahora no puedo librarme de ella. Y él es el tercer ejecutivo al que se la juego. ¿No te parece una cosa sucia? ¡Y para colmo asisto a sus bodas! (En tono indignado, pero riendo:) Es como eso de que no debo aceptar sobornos. De vez en cuando los fabricantes me dan cien dólares para que el almacén les haga un pedido. Ya sabes lo honrado que soy, pero, mira, es como lo de esa chica. Me detesto por hacerlo, porque no la quiero, y, sin embargo, lo hago... ¡y me encanta! BIFF: Vamos a dormir. HAPPY: No hemos solucionado nada, ¿no?”

— El ideal de educación de Willy Loman

“BERNARD: ¿Dónde estás, Biff? ¿No ibas a estudiar hoy conmigo? WILLY: ¡Eh!, mirad a Bernard. ¿Qué andas buscando con esa pinta de anémico, Bernard? BERNARD: Tiene que estudiar, tío Willy. Los exámenes son la próxima semana. HAPPY (burlonamente, rodeando a Bernard): ¡Vamos a boxear, Bernard! BERNARD: ¡Biff! (Se aparta de Happy.) Escucha, Biff, he oído decirle al señor Birnbaum que, si no empiezas a estudiar las mates, te va a catear y no te graduarás. ¡Le he oído! WILLY: Será mejor que estudies con él, Biff. Anda, ve. BERNARD: ¡Le he oído! BIFF: ¡Ah, papá, no me has visto las zapatillas de deporte! (Alza un pie para que Willy lo mire.) WILLY: ¡Oye, qué estampado tan bonito! BERNARD (limpiándose las gafas): ¡Sólo por llevar estampado el nombre de la Universidad de Virginia en las zapatillas no lo van a graduar, tío Willy! WILLY (enojado): ¿A qué te refieres? ¿Cómo van a suspenderle, si tiene becas para tres universidades? BERNARD: Pero he oído decir al señor Birnbaum... WILLY: ¡No seas pelma, Bernard! (A sus hijos:) ¡Qué anémico está!

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BERNARD: Bueno, Biff, te espero en mi casa. (Bernard se marcha. Los Loman se ríen.) WILLY: Bernard no gusta demasiado a la gente, ¿verdad? BIFF: Sí que gusta, pero no demasiado. HAPPY: Es verdad, papá. WILLY: Eso precisamente quería decir. Puede que Bernard saque mejores notas que tú en el instituto, ¿comprendes?, pero cuando llegue al mundo de los negocios, tú vas a darle sopas con honda, ¿comprendes? Por eso agradezco a Dios Todopoderoso que los dos seáis unos Adonis, porque el hombre que entra causando sensación en el mundo comercial, el hombre que despierta interés hacia sí mismo, ése sale adelante. Si gustas, nunca te faltará de nada. Fíjate en mí, por ejemplo. Nunca he de hacer cola para ver a un agente de compras. «¡Ha venido Willy Loman!» Eso es todo lo que han de saber para que pase por delante de los demás”.

SEGUNDO ACTO

— El héroe de Willy Loman: un vendedor de 84 años

WILLY: Pues sí, mi padre vivió muchos años en Alaska. Tenía espíritu aventurero. Los miembros de nuestra familia se distinguían por la confianza en sí mismos. Pensé en ir allá con mi hermano mayor y tratar de localizarle, y quizás instalarnos en el norte con nuestro padre. Y estaba casi decidido a irme, cuando conocí a un viajante en el hotel Parker House de Boston. Se llamaba Dave Singleman, tenía ochenta y cuatro años y había recorrido treinta y un estados vendiendo su género. El viejo Dave subía a su habitación, ¿comprendes?, se ponía unas zapatillas de terciopelo verde, nunca lo olvidaré, descolgaba el teléfono y llamaba a los agentes de compras, y sin salir nunca de la habitación, a los ochenta y cuatro años, se ganaba la vida. Al ver eso, comprendí que la venta era la mejor profesión que uno podía desear, porque, ¿qué podía ser más satisfactorio, a los ochenta y cuatro años, que visitar veinte o treinta ciudades, descolgar el teléfono y comprobar que tanta gente se acuerda de ti, te quiere y te ayuda? ¿Sabes?, cuando murió (y, por cierto, murió como un viajante, con sus zapatillas de terciopelo verde, en el vagón para fumadores del tren que cubre la línea Nueva York, New Haven y Hartford), pues bien, cuando murió, cientos de viajantes y clientes asistieron a su entierro. Luego, durante meses, flotó una atmósfera de tristeza en muchos trenes. (Se levanta. Howard no le ha mirado.) En aquellos tiempos, la personalidad contaba más en la profesión, Howard. Había respeto, camaradería y gratitud. Hoy todo es rutinario y no hay ocasión de cultivar la amistad o de desplegar la personalidad en el trabajo. ¿Comprendes lo que quiero decir? Ya no me conocen. HOWARD (apartándose, a la derecha): Así son las cosas, Willy.

— La importancia de los contactos

“WILLY: Pues claro que sí. Estoy forjando algo en esta empresa, Ben, y si uno forja algo, es que probablemente va por el buen camino, ¿no crees? BEN: ¿Qué estás forjando? A ver, enséñamelo. ¿Dónde está? WILLY (con vacilación): Es verdad, Linda, no hay nada. LINDA: Pero ¿qué dices? (A Ben:) Hay un hombre de ochenta y cuatro años... WILLY: Eso es cierto, Ben, es cierto. Cuando miro a ese hombre, me digo que no tengo nada de qué preocuparme. BEN: ¡Bah! WILLY: Es cierto, Ben. Todo lo que ha de hacer es ir a cualquier ciudad y descolgar el teléfono para ganarse la vida. ¿Y sabes por qué? BEN (recoge la maleta): Tengo que irme. WILLY (retiene a Ben): ¡Mira a este muchacho!

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(Entra Biff, vistiendo el jersey del instituto y cargado con una maleta. Happy lleva en las manos las hombreras, el casco dorado y los pantalones de fútbol de Biff.) WILLY: No tiene un centavo, y tres universidades se lo disputan. Y a partir de ahí, el cielo es el límite, ¡porque lo que importa, Ben, no es lo que uno hace, sino a quiénes conoce y qué sonrisa hay en su cara! ¡Son los contactos, Ben, los contactos! Toda la riqueza de Alaska pasa por la mesa del almuerzo en el hotel Commodore, y ése es el prodigio, el prodigio de este país, ¡que un hombre puede acabar cargado de brillantes sólo porque agrada a los demás! (Se vuelve hacia Biff:) Y por eso es importante que hoy salgas al campo, porque habrá miles de personas que te tienen afecto y te alentarán con sus gritos. (A Ben, quien, una vez más, ha empezado a marcharse:) ¡Y cuando entre en una oficina comercial, Ben, su nombre sonará como una campana y todas las puertas se le abrirán! Lo he visto, Ben, lo he visto mil veces. ¡No puedes palparlo con la mano, como cuando tocas madera, pero está ahí!

RÉQUIEM

— Escena final

(Charley se marcha, seguido por Happy. Biff permanece a corta distancia y a la izquierda de Linda. Ésta se sienta, recogiéndose. Empieza a sonar la flauta, no muy lejana, como fondo de sus palabras.) LINDA: Perdóname, querido. No sé por qué, pero no puedo llorar. No lo comprendo. ¿Por qué has hecho esto? Ayúdame, Willy, no puedo llorar. Tengo la sensación de que, simplemente, has salido otra vez de viaje, y sigo esperándote. Willy, cariño, no puedo llorar. ¿Por qué lo has hecho? Por más vueltas que le dé, no lo comprendo. Hoy he hecho el último pago de la casa. Hoy, querido. Y en casa no habrá nadie. (Un sollozo le entrecorta la voz.) Ya no tenemos deudas, querido. (Solloza con más fuerza, aliviada:) Somos libres. (Biff se le acerca lentamente.) Somos libres... Somos libres... (Biff la levanta y la rodea con sus brazos. Los dos se alejan. Linda solloza quedamente. Bernard y Charley aparecen juntos y los siguen, y tras ellos va Happy. En el escenario, a oscuras, sólo se oye la música de la flauta, mientras por encima de la casa se alzan, nítidas, esas sombrías torres que son los bloques de pisos y cae el telón.)

Otras obras de Arthur Miller: Después de la caída, Presencia,

Panorama desde el puente…

— Después de la caída, After the Fall: la relación con Marilyn

“[...] Cada vez me doy más cuenta de que, desde hace muchos años, yo veo la vida como un juicio al que aportas una serie de pruebas. Cuando eres joven, pruebas que eres valiente, o listo; luego, que estás sinceramente enamorado; enseguida, que eres un buen padre y, por último, que eres sabio, poderoso, etcétera, etcétera. Pero detrás de todo eso, ahora lo veo, había una suposición previa: que yo caminaba, no en un círculo cerrado sino por un sendero ascendente, que subía y subía hacia una cima en la que… ¡Dios sabe qué!… Encontraría mi justificación o mi condena. En fin, una sentencia. Creo que todo comenzó a derrumbarse un día en que alcé los ojos…. Y el banco del tribunal estaba vacío. No se veía a ningún juez. Lo único que quedaba era ese interminable discutir consigo mismo, ese inútil pleito de la existencia ante un sitial vacío… Y, eso por supuesto, dicho en otras palabras, es la desesperación. Y no es que con la desesperación no se pueda vivir, pero es preciso creer en ella, amarla, avanzar con ella… Mas yo sigo aquí inmóvil, como en suspenso… Esperando que aparezca un signo en el que poder creer… Y así huyen los días, los meses y los años. [...]“

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(Después de la caída, trad. José Méndez-Herrera. AYMÁ. Barcelona. 1965.) “Esta no es una obra sobre algo; he querido que sea algo en sí misma. En primer lugar, es una manera de mirar al hombre y a su naturaleza humana como la única fuente de violencia que se acerca cada vez más a la destrucción de la raza. Es éste un concepto que no toma en cuenta ideas sociales ni políticas como creadoras de violencia, sino la naturaleza del propio ser humano. Ya debemos convencernos de que ninguna persona ni ningún sistema político tiene el monopolio de la violencia. Es también evidente que el común denominador de todos los actos violentos es el ser humano. El primer “relato” real de la Biblia es el del asesinato de Abel. Antes de este drama sólo hay un paraíso sin rasgos característicos. Pero en ese Edén hubo paz porque el hombre no tuvo conciencia de sí mismo. Es probable que se nos diga que el ser humano se convierte en “sí mismo” en el acto de adquirir conciencia de su cualidad de pecador. Él “es” eso de que se avergüenza. Después de todo, la infracción de Eva consistió en hacer accesible el conocimiento del bien y del mal. Puso ante Adán la posibilidad de una elección. Por lo tanto, donde la elección empieza, el Paraíso termina y la inocencia concluye, pues ¿qué es el Paraíso sino la ausencia de toda necesidad de optar por determinada acción? Saliendo del Edén se abren dos caminos. Para Caín, o, si se prefiere, para Oswald [presunto asesino de JF Kennedy], hay una sola alternativa, un solo camino: dar rienda suelta al interno determinismo que conduce en este caso al crimen, o alegar desconocimiento como virtud y defensa. El otro camino es el que ruge por todo el resto de la Biblia y la historia; la lucha de la raza humana a través de miles y miles de años por calmar los impulsos destructores del hombre, por expresar sus ansias de grandeza, de riqueza, de realización y de amor, pero sin convertir en un caos la ley y la paz. La cuestión que finalmente aflora en esta obra es: ¿cómo se debe conseguir esa calma? Quentin, el personaje central, llega a la escena abatido y bajo la sensación de la falta de sentido de sí mismo y del mundo. Su triunfo como abogado se le ha desmenuzado en las manos al no ver en él más que su propio egoísmo. Ha soportado la ruina de dos experiencias matrimoniales. Su desesperación no le permite el lujo de echar la culpa a otros. Busca desesperadamente una visión clara de su propia responsabilidad por lo que es su vida, y lo hace porque poco antes ha conocido a una mujer a la cual cree que podrá amar y que lo ama; atormentado como está por sus dudas, no puede cargar con la responsabilidad de otra vida. En resumen, se ve frente a lo que Eva trajo a Adán: la terrible realidad de la elección. Para optar o elegir es forzoso conocerse; pero el hombre que se conozca no deberá cerrar los ojos al impulso criminal que anida en él, la eterna y solapada complicidad con las fuerzas de la destrucción. No es posible volver a colgar la manzana en el árbol del bien y del mal; en cuanto empezamos a ver, estamos condenados a armarnos de la fuerza necesaria para ver más, no para ver menos. Al ser interrogado Caín, se sintió sorprendido y dijo: “¿Es que soy yo el custodio de mi hermano?”. Las primeras palabras de Oswald al ser detenido fueron: “Yo no hice nada”. ¿Qué país ha entrado alguna vez en una guerra que no se apresurase a proclamar ofendido su inocencia? El crimen y la violencia exigen inocencia, sea real o cultivada. Y a través de toda la agonía de Quentin circula la sempiterna tentación de la inocencia, esa ansia profunda por volver al momento en que, según parece, estaba libre en realidad de toda mancha. A esa época fugaz, cuando algo era parte de nosotros y nosotros nos sentíamos a gusto con los demás, y todo simplemente “nos pasaba”. Pero cuanto más de cerca examina el hombre esos años aparentemente unificados, más claramente advierte que su Paraíso retrocede sin cesar. Pues siempre existieron su conocimiento consciente, siempre la elección, el conflicto entre sus propias necesidades y deseos, los impedimentos que otros ponen en su camino. Siempre existió el panorama de seres humanos que estimulan en sí y en todos los demás la tentación a solucionar el problema de ser un yo real; y con eso destruir además lo que es amado. Esta obra, pues, es su juicio; el juicio de un hombre llamado a rendir cuentas, ante su propia conciencia, de sus valores y sus actos propios. El “oyente”, que para algunos será un

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psicoanalista y para otros Dios, es Quentin mismo, que se vuelve en el borde del abismo para contemplar su experiencia, su naturaleza y su tiempo con el fin de sacar a la luz, sopesar y..., fuera de toda inocencia, prevenirse por siempre contra su propia complicidad con Caín y contra la del mundo. Pero es inevitable que una obra de imaginación dé pábulo a muchas versiones distintas. Algunos la calificarán de obra “acerca” del puritanismo, “acerca” del incesto, o “acerca” de la transformación de la culpa en responsabilidad. Para mí es un hecho tan real como un puente nuevo. Y al decir esto sólo intento expresar lo que tantos escritores norteamericanos están procurando que llegue: el día en que nuestras novelas, obras de teatro, cuadros y poemas entren realmente en las cosas del momento, la inconsciente escapatoria de los dominios de nuestra experiencia real, una fuga que vacía el alma.” (Prólogo)

— Presencia: el último libro de relatos de Miller

Antes de morir, escribió el libro de relatos Presencia, que analizamos detalladamente en el documento: http://www.avempace.com/file_download/2422/Presencia%2C+relatos+de+Arthur+Miller.pdf

—Panorama desde el puente: el drama de la inmigración ilegal visto

desde el puente de Brooklyn

Panorama desde el puente, escrita en 1955, después de haber sufrido Miller la delación de su examigo Elia Kazan ante el Comité de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy, transcurre en los años cincuenta del siglo XX, en los suburbios portuarios de Nueva York. En ese decorado, dominado por la imponente presencia del puente de Brooklyn, aborda Miller el drama de los inmigrantes ilegales, sobre cuya existencia precaria y clandestina se cierne la amenaza de los funcionarios de Inmigración y la posible expulsión del país. Tal es el caso de Marco y Rodolpho, dos jóvenes hermanos sicilianos, huidos de la miseria de su tierra natal, que se refugian en la humilde casa del estibador Eddie Carbone. Éste, un ser impulsivo, de instintos tan bienintencionados como primarios, vive con su esposa Beatrice y una sobrina, Catherine, una muchacha a la que Eddie quiere proteger obsesivamente del hostil mundo exterior. Entre Catherine y Rodolpho no tarda en surgir una mutua atracción, pero los celos y las sospechas comienzan a atormentar a Eddie y le impulsan a tomar un camino sin retorno… La obra plantea, como siempre en el teatro de Miller, un problema ético, moral, un drama que transcurre dentro de la familia, como en Muerte de un viajante; una lucha entre

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distintas concepciones de vida, representadas en dos generaciones: la de Eddie, basada en la desconfianza y que solo aspira al éxito social; y la de Catherine, que actúa como una joven enamorada, abierta al futuro. En Miller suele haber siempre conflicto generacional padres-hijos, lucha entre los jóvenes y los adultos. El texto íntegro de la obra puede verse en el siguiente enlace: http://www.avempace.com/file_download/2591/Arthur+Miller-Panorama+Desde+El+Puente.pdf

Bibliografía

Wikipedia, voces "Arthur Miller" y "Muerte de un viajante". http://es.wikipedia.org/wiki/Wikipedia:Portada

http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2043

Fundación Príncipe de Asturias, http://www.fundacionprincipedeasturias.org/multimedia/17

Google, voces "Arthur Miller" y "Muerte de un viajante", http://www.google.es.

Arthur Miller, Muerte de un viajante. Trad. Jodi Fibla, 3ª ed. Barcelona, Tusquets, 2009.

Arthur Miller, El descenso del monte Morgan. Trad. Carlos Milla Soler. Barcelona, Tusquets, 2006.

Arthur Miller, Panorama desde el puente. Adapt. José L. Alonso, Madrid, Ediciones MK, 1980.