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LA ARTESANÍA TRADICIONAL MARGARITEÑA José Joaquín Salazar Franco (Cheguaco) Tacarigua de Margarita 1978

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José Joaquín Salazar Franco (Cheguaco) Tacarigua de Margarita 1978

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LA ARTESANÍA

TRADICIONAL MARGARITEÑA

José Joaquín Salazar Franco

(Cheguaco)

Tacarigua de Margarita 1978

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CONTENIDO

• La artesanía tradicional margariteña • La artesanía margariteña a través de todos los tiempos • Las calillas y los tabacos de Los Millanes • Las hamacas de La Vecindad • Los chinchorros de "El Norte" • Las maras y cestas de Atamo y la Sabana de Guacuco • Los sombreros de cogollo de San Juan Bautista • Los mapires de "El Valle de Pedrogonzález" • La artesanía de la alpargata suela de goma • Los "gofios" y "piñonates" de Fuentidueño y San Juan Bautista • Los papelones de Tacarigua Afuera, Tacarigua Adentro y

Tacariguita • Hay que salvar la artesanía tradicional Margariteña

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Dedicatoria

A cada uno de los pueblos margariteños asientos de la artesanía tradicional y a los auténticos artesanos que han tomado parte en ella. A todas las personas y organismos que se han preocupado por el resguardo y salvaguarda de la artesanía tradicional margariteña. Cheguaco

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LA ARTESANÍA TRADICIONAL MARGARITEÑA

Al hablarse en cualquier sitio o lugar acerca de la artesanía margariteña, lo primero que se nos viene a la memoria, como unas remembranzas del pasado, son las otrora cestas y maras de Atamo y La Sabana de Guacuco; las esteras de cachipo, vena de plátano y junco de la Rinconada de Paraguachí; los cazabes y barriga de viejas de El Copey; los panes y confites de La Asunción; las arepas, cachapas y papelones de Tacarigua; los mapires con tapa y sin tapa y las escobas y cabuyas de El Valle de Pedrogonzález; los chinchorros, escarpines y bonetes de la Villa de El Norte o Santa Ana y las hamacas de la Vecindad de Martínez; las tabacaleras y pantuflas de Los Hatos de las Veneciano o Altagracia; las calillas y tabaquitos de Los Millanes, Las Cabreras y Pedregales; los sombreros y pavas o chambelonas de San Juan Bautista y las sortijas, prendedores y brazaletes de ese mismo lugar y de Carapacho; los piñonates y gofios de Funtidueño; las alpagartas suelas de goma de El Espinal, Boquerón y Los Bagres; los característicos y variadísimos zapatos de El Maco de Bolívar; los peines, peinetas, hebillas y monturas para espejuelos que en distintos pueblos se confeccionaban y la loza de múltiples especies que fabricaban las alfareras de El Cercado y El Poblado de Porlamar y tantas otras cosas, que de antaño dieron destacado renombre a las colectividades que las producían y llevaron la forma de vivir o paliaron la necesidad económica a los humildes hogares de donde provenían, pero que cada día, y debido, desgraciadamente, a la indolencia o a la manifiesta despreocupación de quienes podrían haberla aupado a tiempo, han venido mermando y cayendo en una fatal decadencia, hasta el extremo, de que para hoy, muchas de estas manualidades, no quedan, sino simplemente en el recuerdo de los más apegados a la defensa de nuestros valores tradicionales o autóctonos, o lo que es lo mismo, a la salvación de nuestro auténtico patrimonio cultural.

Últimamente, es cuando hemos visto, como un ligero despertar o asomo de preocupación por estas cosas, gracias a la tesonera actividad desplegada, contra viento y marea, por algunos amantes sinceros de nuestras tradiciones y de nuestra cultura vernácula, al tomar en cuenta un pormenorizado estudio nuestro, puesto de manifiesto como PONENCIA en la Sesión de Trabajo llevada a cabo por la Federación de Centros Culturales del Estado Nueva Esparta (FEDECENE), en la población de La Guardia de esta Entidad Política, el 19 de abril de 1975, con el noble propósito de analizar la situación socio-económico-cultural de este Estado, y quienes en forma muy acertada han prometido públicamente mediar ante los organismos

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competentes, a fin de que se funde a la mayor brevedad el Instituto Regional de Artesanía, que venga a canalizar toda la problemática relacionada con esta agonizante materia popular, y a tratar de reivindicarla como fuente permanente de trabajo, capaz de absorver infinidad de brazos desocupados, que por una u otra razón, estarían imposibilitados para cerrar filas entre los seleccionados del Puerto Libre y sus conexos, todo para el bien de la población margariteña, que lo miraría como otra tabla de salvación para su maltrecha forma de vivir.

Serían nuestros mejores deseos, que el aludido Instituto, al crearse, llenase a cabalidad la doble función que le correspondría, como son: la de contribuir al afianzamiento económico de esta región insular y la de salvaguardar nuestra idiosincracia como pueblo tradicionalista, preservando nuestras sanas y bien arraigadas costumbres y poniendo en alto el honor de nuestra sociedad, eminentemente trabajadora y laboriosa.

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LA ARTESANÍA MARGARITEÑA A TRAVES DE TODOS

LOS TIEMPOS

ARTESANÍA: Clase social constituida por los artesanos. ARTESANO: Concerniente o relativo a los que ejercen un arte mecánico.

Persona que ejerce un arte u oficio meramente mecánico; modernamente se distingue con este nombre el que hace por su cuenta objetos de uso domésticos imprimiéndoles un sello personal a diferencia del obrero fabril.

(Tomado del Diccionario Enciclopédico Salvat. Tomo 2. pgs. 150)

Acogiéndonos a esta definición, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que en la

Isla de Margarita, la fabricación de cestas y maras, de Atamo y La Sabana de Guacuco; la elaboración de mapires, escobas y cabuyas de El Valle de Pedrogonzález; la tejida de chinchorros de Santa Ana del Norte y la de hamacas de La Vecindad de Martínez; el trabajo de la cerámica de El Cercano; la manufactura del cuero y su conversión en zapatos de distintas variedades de El Maco de Bolívar, y de tabacaleras y cotizas de Los Hatos de las Venecianos o Altagracia; la hechura de calillas y tabacos de Los Millanes y Pedregales, y la de sombreros y chambelonas de cogollo en San Juan Bautista y sus aledaños comarcano y las joyerías de estos mismos sitios, al igual que la fabricación de alpargatas de Boquerón, Carapacho, El Espinal y zonas adyacentes, es específicamente artesanía.

Artesanía que en tiempos pasados, no muy distantes de estos, dio renombre y fama a Margarita en lugares remotos y proporcionó la forma de subsistencia a centenares de margariteños que ejecutaban aislada o colectivamente estas actividades; pero que en los actuales momentos, debido al desequilibrio surgido entre las llamadas sociedades de consumo y sociedades de producción, ha venido mermando vertiginosamente, dando tumbos y volteretas, hasta el extremo de estar en un período de casi extinción, por no decir algo peor.

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Parece mentira, pero es cierto, que ya en San Juan Bautista casi no se consigue quien teja una crineja, ni cosa un sombrero de cogollo, pues en primer lugar, se han diezmado los datileros que suministraban la materia prima, como eran sus palmas tiernas o cogollos; y en segundo lugar, el encarecimiento del costo de la vida y la poca o ninguna protección al artesano, han contribuido a ello.

En El Valle de Pedrogonzález, por consiguiente, los mapires, las escobas y las cabuyas, han mermado en grandes proporciones, ya que de toda la población, sin excepción de sexo ni edades, que otrora se ocupaban de estas manualidades, pocas familias o personas han logrado sobreponerse a los embates del tiempo para continuar la elaboración: uno, porque el celo constante que mantienen los guardias forestales sobre los secadores de palma de monte y caranas utilizadas para la elaboración, no les deja funcionar a cabalidad, (sin tomar en cuenta, que el campesino margariteño, conocedor por experiencia propia de la angustia de su región, ni por nada ni por nadie del mundo, trata de sacrificar una palmera, por vieja que esta sea, y por consiguiente, de dos hojas que mensualmente pueda producir, solo la corta la de la menguante dejándole la de la creciente para que el árbol pueda continuar su vida normal), y otra, la poca o ninguna ayuda por parte de los organismos competentes, para financiar este tipo de cultivo, porque aunque para muchos sea desconocido, esta clase de palmera también es cultivable, como bien lo hacían nuestros antepasados conuqueros, han contribuido a que este tipo de artesanía vaya cada día reduciéndose y por ende paulatinamente tendiendo a desaparecer.

Igualmente sucede con la manufactura del calzado en El Maco de Bolívar, donde era normal y corriente ver, de martes a domingo, las bancas de zapatería en plena acción o faena familiar, trabajando hombres, mujeres y niños, y los buhoneros cargando hacia toda Venezuela, cantidades de calzados con la única etiqueta de- "maqueros", lo que contribuía a que El Maco de Bolívar fuese uno de los pueblos más florecientes de la Isla de Margarita y su crecimiento vertiginoso; completamente distinto a lo que es hoy, cuando ha ido en descenso esta actividad, al extremo de mover la sensibilidad social del Lic. Domingo Carrasquero para en gaita margariteña decir: "Ya los zapatos maqueros / que se ponía Simón Guerra / los desprecian en mi tierra / por usar los extranjeros... Esto bastaría y sobraría para entender la realidad actual, y no sería un pecado imperdonable asegurar, que los zapatos de El Maco, enseñaron a muchos venezolanos a calzar esta prenda.

En Santa Ana del Norte y en La Vecindad de Martínez, con los chinchorros y las hamacas, ha sucedido algo igual o peor, allí son los intermediarios o comerciantes inescrupulosos quienes entregan el hilo a las tejedoras a precios relevadísimos, pero quieren recibirles el producto elaborado a valores irrisorios, es decir a los que a esos inescrupulosos se les antoje poner, sin tomar en cuenta el esfuerzo manual que hacen con el duro “paletear”, de sol a sol, las laboriosas mujeres, para que les pueda

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quedar una ridícula ración de hambre. Repitiéndose así, la triste historia de los trenes de pesquería y de las haciendas de “Los Caños del Orinoco", donde el peón estaba expuesto a comerse el anticipo antes de empezar la faena o a resignarse a aceptar sin protestas en la cuenta del "tenedor de libros”, el apunte de un “par de alpargatas y de alpargata un par”, para aumentarle la cuenta y mantenerlo siempre limpio y endeudado, sin esperanzas de poder desatarse de las malignas garras del suministrador. Este bajo rendimiento económico, ha hecho que toda la población joven de las mencionadas comunidades hayan desertado de esta artesanía y los telares caseros permanezcan, sin querer, en un perenne asueto.

Con las cestas y maras de Atamo y de La Sabana de Guacuco, sucede algo similar a lo de El Valle de Pedrogonzález, ya que no pueden hacerlas sino para entrega por encargos y a mucho rogar, debida a que los campesinos se cuidan de la rigurosidad de los Guardias Forestales que les sindican de deforestadores, como si sacar una “lata”, o cortar una "guinda" o un bejuco aquí, otro allí y otro más allá, fuera una tarea de deforestación o de saqueo a la flora. Ya no se ve la salida de este producto margariteño y elaborado por manos margariteñas, hacia otros puntos del país, como en épocas pretéritas, lo que hacía que mas divisas (como se le dice ahora) quedaran en la Isla que las producía, mientras que estamos importando de Costafirme, o de más allá de nuestras fronteras, un plagio, que como tal, es de peor calidad y muy falto de estética.

Las “calillas” y tabacos de Los Millanes y Pedregales, que viajaban con los margariteños hacia todos los puntos cardinales y se iban en sus bártulos hasta mares remotos, haciendo competencia a los de más allá, casi han desaparecido del mercado. Lo mismo acontece con las alpargatas suela de goma de El Espinal, Boquerón y Carapacho, que recorrieron todos los caminos de la Patria, que tienden a desaparecer irremediablemente, y por ende muchas familias margariteñas que han vivido de esta artesanía, tener que correr a sumarse al cordón de marginados que se está formando a los alrededores de la fatigante y populosa ciudad de Porlamar, amén de que aparezca una mano protectora que contrarreste este temible mal.

Otras artesanías, como la del gofio de San Juan Bautista, la del parape, con sus peineteros y elaboradores de monturas para lentes y otras sin fin de ornamentaciones que tanto dieron lustre al lar insular, han desaparecido, como tiende a desaparecer la del piñonate de Fuentidueño y la de las joyerías caseras de La Plaza de San Juan y sus barrios aledaños.

Merece párrafo aparte la de la cerámica de El Cercado, por su importancia y tradición, la que tanto anduvo exhibiendo la patente de margariteña, -aunque sin el Made In-, por toda la Cuenca del Caribe y por los diferentes rincones del país, acompañando a la cocina doméstica antes de la incursión y proliferación del peltre,

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del aluminio y del plástico, y a la piedra del destilador antes de la aparición del filtro y la utilización del cloro y sus similares, pero que lamentablemente por falta de protección, todavía está tal como la encontró el Gobernador de Cubagua Dn. Juan Xuares en los albores de la conquista; y cuando hace algún tiempo, trató de independizarse y remozarse, los intermediarios le pusieron la mano al cuello y la asfixiaron nuevamente, amenazando a los productores con no recibirles el producto en cantidades comerciales, si le vendían a otros aisladamente. Esta artesanía merece un tratamiento especial y bien estudiado por expertos en la materia.

Ahora a salido a la luz una nueva artesanía, que han dado en llamar, no se porque razones, artesanía típica, basada en la elaboración de muñecos o mamarrachos de cachipos, sisal, cabuyas, tusas, cueros, caracoles, conchas y piedras marinas, y cuanto Dios crió, sin patrones preconcebidos y carentes de originalidad y buen gusto, que más bien parece obedecer únicamente a la ley de la oferta y la demanda, pero que al decir de muchas personas su aceptación pública ha venido bajando en un gran porcentaje.

En fin, la artesanía margariteña, en todos los renglones, está en crisis, por no decir en agonía, y por lo tanto merece una consideración especial, sabia y concientemente estudiada, sin intereses creados, amplia y sin mezquindades, para no arriesgarnos a vivir única y exclusivamente del trabajo que pueda proporcionar el Puerto Libre, que en ningún momento será capaz de absorver la gran cantidad de mano de obra margariteña, que haciendo honor a su tradición, tiene ansias y deseos de trabajar.

(Esta exposición fue hecha el 19 de abril de 1975, en la sesión de trabajo llevada a cabo por la

Federación de Centros Culturales del Estado Nueva Esparta (FEDECENE), en la Población de La Guardia, capital del municipio Zabala, Distrito Díaz de este Estado Nueva Esparta).

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LAS CALILLAS Y LOS TABACOS DE LOS MILLANES

El tabaco es una planta solanácea originaria de Las Antillas. Sus hojas secas

enrolladas y acondicionadas para fumar toman igualmente el nombre de”tabaco”. Según las investigaciones que se han venido haciendo, la elaboración de tabacos es una de las artesanías tradicionales de la Isla de Margarita. Ese “arte”, como acostumbran decir las lugareñas más ancianas, se ha venido transmitiendo, desde tiempos inmemoriales, de generación en generación hasta nuestros días por familias enteras. En la actualidad son muy pocas las personas que se ocupan del oficio a tiempo completo, porque otras actividades más productivas económicamente, han absorbido, sobre todo, a la población juvenil.

En tiempos pretéritos en casi todas las casas de la localidad de Los Millanes y sus aledaños, había, cuando menos, una “mesa de tabaquería”, como es la expresión genuina. Antes se utilizaba para el oficio, el tabaco cosechado en la Isla, especialmente en los campos de Tacarigua y Paraguachí, que eran los principales abastecedores, el cual se complementaba con el de otras localidades que también producían, aunque en menor cantidad, y algunas veces, cuando escaseaba el “criollo”,se traía de Costafirme, preferentemente de El Golfo, Casanay, Cumaná, Cumanacoa y Güiria.

La producción se dividía en dos tipos: la "calilla" que era un tabaquito delgado, de material algo seleccionado y muy bien terminado, y el “tabaco” propiamente dicho, que era más grueso y ordinario. Actualmente se elabora únicamente un tipo, que media entre los dos nombrados, pero que siguen llamando tabaco, y se fabrica única y exclusivamente con tabaco traído, las más de las veces, de Güiria o Aragua de Barcelona, adquiriéndolo por quintales, "bruto" o "deslacado" es decir, 50 kilos con todo el envoltorio (cachipos) ó 46 kilos netos (sin envoltorio), respectivamente. En la actualidad una mujer puede producir 300 tabacos-diarios y con “ayudanta” (ayudante) 700, y se elaboran con dos kilos de materia prima, poco más o menos. En este último caso la ayudanta se ocupa únicamente de armar.

Anteriormente el tabaco y la "calilla" de Los Millanes, se vendían en muchos sitios

de la República; ahora casi toda la producción, por su poquedad, se consume en este Estado, especialmente entre las colectividades que tienen relación con el trabajo del mar. Esta artesanía, a través de todos los tiempos, ha sido efectuada únicamente por componentes del sexo femenino, y no se llevaba a cabo ni los domingos ni los días de

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“guardar” en el ritual católico, porque según la creencia religiosa, eran las oportunidades de pedirle a Dios salvación de las cosechas para poder seguir laborando. Las trabajadoras cuando estaban afectadas de gripe se cuidaban mucho de esta actividad, porque diz que las empeoraba.

Los útiles más necesarios para la ejecución de este trabajo son: una mesa, unas tijeras, un potecito con agua para mojar las tijeras, la brea para pegar la “capa" y un cesto, canasta o mara para echar el producto terminado.

El procedimiento de la elaboración aunque no es muy complicado, si es algo laborioso. Primeramente se rocían las hojas secas de tabaco, con agua corriente, para suavizarlas, luego se envuelven a un "saco de pita” (bolsa de sisal o cocuiza) para el otro día prepararlo. Esta preparación consiste en ir cortando una porción de la hoja, para "capote" (envoltura interior) y otra parte, más buena, para "capa" (envoltura exterior), y el resto, después de retirarle la "vena" o "hueso" (nervio) hacerlo picadillo para la "tripa". Se utiliza para "capa" el pedazo de la hoja que no esté "picada" (rota). Con las partes destinadas para “capas" se hacen rollos a fin de conservarlas mejor.

El comienzo de la elaboración del tabaco se denomina “armar”, y consiste en coger un poco de "tripa" y envolverla en el "capote". Hecho esto, se pone la capa sobre la mesa, colocando sobre un extremo de dicha capa la “armadura",para mediante un ligero movimiento de rodillo hacia adelante, entre la mano y la mesa, torcerlo; después se procede a pegar la punta de la capa con brea de guamache disuelta en un poco de agua, y a falta de ésta brea, con almidón o con harina de trigo, y por último emparejar las puntas con las tijeras mojadas.

La brea de guamache se extrae del árbol de este nombre (guamache o guamacho), haciéndole cortaduras en el tronco y esperando que la savia derramada se endurezca un poco, procedimiento que demora algunos días.

El pueblo de Los Millanes, actualmente capital del Municipio Adrián del Distrito Marcano de este Estado Nueva Esparta, ha sido, desde tiempos bastantes remotos, el mayor exponente de esta artesanía margariteña, aunque en algunas otras poblaciones de la misma jurisdicción, como Pedregales y Las Cabreras, también se ha ejecutado pero en menor cuantía.

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LAS HAMACAS DE "LA VECINDAD"

HAMACA: F. red que se cuelga por las extremidades y sirve de cama y columpio en ciertos países. También se usa como vehículo. (Dic. Larousse).

En el argot popular margariteño toma otra acepción. HAMACA: objeto que se construye de paño cerrado (tupido), el cual se cuelga por las extremidades y sirve para dormir o descansar. El que se hace de malla (red) o “cairel” (trenza) se le llama chinchorro.

La Vecindad de Martínez o Caserío Arismendi es el pueblo de las hamacas. El Norte o Santa Ana, el de los chinchorros; ambos se fabrican también en otras localidades de la Isla, pero en menor cantidad. Actualmente la hamaca se elabora con hilo "toporeño" (pabilo) traído especialmente de Valencia. Se hacen “lisas" (blancas), de “listas" (franjas de colores) y de "color” (diversos colores en cada franja), esta es la más costosa y las hay con flecos y sin ellos. Antes las hamacas se fabricaban con hilo criollo, aprovechando el algodón, blanco, "mujo" (marrón) y "siguato" (marrón claro) que se cosechaba en la isla, el cual desmotaban e hilaban en "jusos" (huso o rueca) las mujeres margariteñas. También utilizaban hilo de colores: rojo y azul, que obtenían tiñéndolo con “tacos” (frutas) de tuna y zumo de añil. Corrientemente se le pronunciaba "jamaca".

El hilo criollo para las hamacas se “retorcía" a dos hebras, y a tres para los chinchorros, formando con ellos “pelotas” de 4 a 6 onzas (medida de peso) y esta operación se conocía como ''evenar'' (devanar).

Según investigaciones hechas, en Margarita la hamaca es de origen indígena. Estos la fabricaban de una manera muy rudimentaria, pasando el hilo tantas veces como era menester para formar el ancho, alrededor de dos palos clavados verticalmente en la distancia conveniente para el largo, y luego introduciendo una cuerda guiada por una paletica o aguja de madera, tomando un gajo si y otro no de la urdiembre (tramado) desde los extremos, progresivamente, hasta terminar en el centro, cerrando el paño con una “tripa"(conjunto de hilos en forma de cordón). Este procedimiento, muy primitivo y ya desaparecido, fue suplantado por otro más complicado pero que mejoró la calidad y producción, el cual todavía perdura. Este consiste en un telar rústico, formado con cuatro palos: dos verticales terminados en horquetas, llamados también

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"horcones", clavados a poca distancia y paralelos a cualquiera de las paredes de la casa y dos horizontales denominados "varas" , colocados: uno en las horquetas sobre soportes o “cuñas” y el otro cerca de la “pata” (pie), fuertemente amarrado entre muescas, hechas expresamente, a manera de contribuir a aumentar o disminuir el largo del paño; más dos varitas delgadas hábilmente ubicadas una arriba y otra abajo, llamadas "latas o varillas del cruce” y del “remate",respectivamente, y las cuales se fijan del telar con sendas cabuyas que se van rodando a medida que se teje.

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El comienzo de la labor se denomina “urdir” y consiste en ir pasando el hilo por encima y por debajo de las “varas”, guiándolo una vez por fuera y otra por dentro de la "lata" o “varilla de cruzar" y devolviéndolo de la de "rematar”. Terminada esta operación, se hace el "enlice" especie de cadeneta que enlaza uno a uno los hilos urdidos, y la cual permite, al ser movilizada hacia arriba y hacia abajo, abrir los hilos en forma de V, para pasar fácilmente el "jusillo" (varillita de mas o menos un metro de largo, revestida con mucho hilo) destinado a tejer. A cada movimiento del "enlice" y pase del "jusillo", se dan varias paletadas fuertemente, a dos manos, con la “paleta" (tabla de aproximadamente mts. 0,75 x 0,10 con las puntas redondeadas y las orillas semi-afiladas) sobre el tejido para asentarlo bien. La terminación de esta labor la denominan "rematar".

El tejido se empieza con una “trenza” a medio nudo y se termina con otra trenza igual. Se decía que la motilla desprendida por el hilo al tejerlo, afectaba las vías respiratorias. En cada telar pueden trabajar dos personas al mismo tiempo y en las casas pueden haber más de un telar. Las hamacas varían de tamaño, pero las normales son de 7 a 13 cuartas (la cuarta mide mts. 0,21) y actualmente se llevan alrededor de 2 y medio a 3 kilos de hilo, y el fleco de un cuarto a un tercio de kilo.

El fleco son dos piezas ornamentales colgantes a ambos lados de la hamaca, se hace en diferentes formas y terminan en borlones. Antes se tejían los flecos a nudos, puramente a mano y ahora la mayoría se hace a aguja; en ellos se pueden estampar, mediante el tejido, letras, nombres, figuras u otras alegorías, propias de la creatividad de las tejedoras.

Terminado el paño, se desmonta el telar, se desplazan las “varas" y se procede a tejer las trenzas con los hilos dejados con ese fin en los extremos, a este respecto, colocan entre los dedos de las manos, hebras de número de 5 a 7, para irlas entrelazando unas y otras en forma de crineja, rematando en una argollita, por donde pasan las "cabuyeras" (guaral grueso) hasta formar el “cabezal" o "manigueta". Esto último también se le conoce como "encabuyar" y se hace ayudándose con una tabla, mesa o silla, o con la pierna de la rodilla al pie. El tejido de la hamaca tiene mucha similitud con el de la tela de vestir.

La hechura de una hamaca necesita más o menos 5 días de trabajo de una persona. La elaboración de las hamacas casi siempre ha sido hecha por mujeres, no obstante que algunos hombres también la han practicado. Las hamacas se hacen para uso personal y para la venta. La artesanía de la hamaca en la Isla de Margarita merece protección especial para evitar su desaparición.

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LOS CHINCHORROS DE "EL NORTE"

CHINCHORRO m. Red pequeña semejante a la jábega. Embarcación muy chica de remos / Colombia y Venezuela: Hamaca de red/ México: Recua pequeña / Puerto Rico: Ventorrillo/ Costa Rica: Grupo de Casuchas de alquiler. (Diccionario Larousse).

En el Estado Nueva Esparta, conócese con el nombre de chinchorro el tren mediano de pesquería. Igualmente, la red, que colgada por los extremos, sirve para dormir o descansar, bien sea de malla o de cairel; de hilo, de cocuiza o de moriche. La hamaca y el chinchorro en Margarita forman una pareja que gozan de gran popularidad. Corrientemente se dice que "El Norte” (Santa Ana) es el pueblo de los chinchorros y La Vecindad de Martínez (Caserío Arismendi) el de las hamacas, a pesar de la cercanía entre ambos; también se fabrican en otras localidades, pero en menor cantidad. En Santa Ana se hacen chinchorros en casi todas las casas. Esta artesanía data de tiempos inmemoriales. Primero se tejían con hilo criollo, elaborado con el algodón, blanco, "mujo" (marrón) y "siguato" (marrón claro), que se cosechaba en la Isla -especialmente en los predios de Tacarigua y Paraguachí-, el cual se desmotaba, acondicionaba en “copos” e hilaban mujeres isleñas, en pequeños "jusos" (huso o rueca), quienes por su destreza, hasta caminando formaban la hebra, sin temor a reventarla. También utilizaban hilo rojo o azul, teñido con tacos (frutas) de tuna y zumo de añil. El hilo criollo para los chinchorros lo retorcían a tres hebras, en '"juso" grande y esta operación la denominaban "evanar" (devanar).

Los primitivos chinchorros de la Isla los confeccionaban con un procedimiento igual a los de moriche actual, es decir, pasando las primeras tres hebras alrededor de dos palos no muy gruesos, clavados en el suelo a distancia de 13 cuartas, poco más o menos, (la cuarta mide mts. 0,21) para empezar tejiendo las mallas a medio nudo y continuarlas enlazadas entre si sin anudar, hasta tener el ancho requerido; luego, formaban grupitos con las cuerdas de los extremos por donde iban colocando las "cabuyaduras" (cabuyeras) de las "cabeceras”, hasta hacer la "manigueta". También se fabricaban uniendo las mallas a medio nudo o a nudo completo o en forma de cadeneta, concluyendo en el centro con una "tripa" (varias cuerdas torcidas como cabuya). Estos métodos fueron desplazados totalmente por el telar que todavía se usa, consistente en cuatro palos (varas) escorados de la pared: dos verticales

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llamados "largueros" y dos horizontales denominados “travesaños”, ambos con muescas para aumentar o disminuir el largo, y unidos con amarras o con taruguillos nombrados también "clavijas”. En algunas casas de bahareque utilizaban únicamente los largueros aguantados a la pared con cuatro estacas. El comienzo del trabajo se denomina “urdir” y consiste en ir pasando el hilo en dos, alrededor de los largueros, tantas veces como sea necesario, para formar el ancho, tejiendo luego un cairel en cada extremo, lo que conocen como “encabezar".

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Los caireles son delgadas crinejas de cuatro gajos, que se tienden sobre la primera hebra superior de la urdiembre para tejer de arriba a abajo, sacando los dos de atrás hacia delante y viceversa, enlazando cada uno de los hilos urdidos. El número de caireles varía según el largo y la calidad del chinchorro; entre más juntos y apretados se denomina “fino” y entre más separados y flojos, "ordinario" o de "cargazón". El tejido fluctúa entre liso y calado. Este consiste en tramar hebras de la urdiembre, en forma de X, con una por el medio. Se tiene cuidado que cada vez que se "cale" se "descale", es decir, se destrame, para que no se enrede la urdiembre y pierda el "tes" (tersura). Con el calado se hacen franjas o se simulan figuras, como rombos, pirámides, cuadrados, rectángulos, estrellas, cruces, copas, frutas, flores, letras y hasta nombres completos, dependiendo todo de la habilidad y destreza de las tejedoras. En un telar pueden tejer hasta dos personas al mismo tiempo y casi siempre colocan para ello un cairel en el centro, y puede haber uno o más telares en una casa. Al terminar los caireles se desarma el telar, se sacan los largueros y se tejen las trenzas de los extremos, colocando hebras de 5 a 7 entre los dedos de las manos para entrelazarlas en forma de crineja, rematada en una argollita, por donde pasan el guaral para formar las “cabeceras” y "maniguetas"; esto lo llaman encabuyar y lo hacen con ayuda de una mesa o una tabla. Los chinchorros pueden ser con o sin flecos; éstos son similares a los de las hamacas -a veces más sencillos-, y se tejen a nudo o a aguja. Los chinchorros se hacen blancos o con franjas de colores y, actualmente, se utiliza hilo conocido como "toporeño", traído de Valencia. Se fabrican para uso personal y para la venta y también se tejen en miniatura para juguetería. La elaboración de un chinchorro se lleva de dos y medio a tres kilos de hilo y en uno mediano gasta una tejedora alrededor de ocho días. El trabajo del chinchorro es en su mayoría, efectuado por mujeres, aunque algunos hombres también lo practican. La artesanía del chinchorro en Margarita debe estimularse, para que no desaparezca.

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LAS MARAS Y CESTAS DE ATAMO Y LA SABANA DE GUACUCO

En la Isla de Margarita, casi todos los pueblos tienen una artesanía peculiar. En Atamo y la Sabana de Guacuco, pequeños caseríos aledaños a La Asunción, se han elaborado desde tiempos inmemoriales, maras y cestas. Las maras, son utensilios, que tienen una forma de media esfera partida por la línea ecuatorial y se les dan infinidad de usos. Las cestas son maras pequeñas provistas de una “gasa” (asa) arqueada por sobre su extremo superior. Hay maras pequeñas y medianas con fondos achatados; y hay maras grandísimas con el fondo hundido, o sea metido hacia adentro, lo que contribuye a equilibrar el peso o volumen de quienes las cargan en la cabeza, amortiguadas con una "rodilla" (rollo) de trapo.

El material para la elaboración de las maras y cestas, es todo de procedencia vegetal “latas” (varitas) de pendejo de indio, cuchivano, aco blanco, guarema o bejuco del río, chíquiguana, gasparico, cuchape, polipor, candil, copey, cruzeta y fruta de paloma, para las madrinas; latas blancas o de algodón, mamure, carcanapire, guaraguao, raíces y guindas de copey, para tejer. Entre estas veriedades, hay de primera y segunda calidad. Para el corte te de las latas no influye en nada las fases de la luna (menguante y creciente), corno es la creencia para otras actividades donde se usan productos vegetales.

Las latas para madrinas se trozan en pedazos de 3 hasta 7 cuartas regularmente, de acuerdo al tamaño que se le pretenda dar a la pieza. Pueden aumentar o disminuir en casos especiales. Para tejer, se dejan las latas a todo largo. Con las madrinas se forma la "armazón" de las maras y cestas. Las madrinas se obtienen “rajando” la lata, verticalmente, en dos partes iguales, para seguirlas subdividiendo hasta darles el diámetro que el artesano considere conveniente, casi siempre de 3 a 4 milímetros, poco mas o menos. Hay latas que pueden dar 4, 6, 8, 10 y hasta 20 madrinas, según el grueso.

Las latas para tejer también se rajan en dos "capas” (mitades) y estas las subdividen hasta adelgazarlas un poco más que las madrinas, puede dar de 4 a 20 "bejucos".

Las latas, tanto para las “madrinas” como para los “bejucos”, primeramente se "pelan” o “desconchan” (descortezan), desprendiéndole la “concha” por la parte más

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gruesa con un cuchillo mediano, bien amolado, para continuar halándosela a mano hasta donde el caso lo permita. Luego se “desnudan” (cortan los nudos) con el mismo cuchillo, o si son grandes, con un machete, y se raspan para botarles la resina o parte floja. Las madrinas, regularmente se labran por un solo lado, mientras que los bejucos por ambos lados, formándoles a estos una parte plana que denominan “barriga” y otra arqueada que llaman "lomo". Siempre se teje con la barriga hacia adentro y el lomo hacia fuera. Los empates de los bejucos se hacen pisando una punta con la otra por dentro de la madrina y se emparejan al terminar.” Labrar”,es formar las caras a las madrinas y a los bejucos. El residuo que queda del raspado y labrado se le conoce como estopa.

Con los bejucos labrados se forman “manojos” (haces), que pueden ser utilizados en cualquier oportunidad. Las madrinas tienen que ser preparadas el mismo día que se van a usar, para evitar que se estillen (astillen) al doblarlas.

El comienzo de la mara o de la cesta se denomina “armar”, y se empieza cruzando por la mitad, grupos paralelos de 3 a 4 madrinas, agregándole una "rnocha" (media), hasta completar 13, 17, 21 o tantas madrinas como sean necesarias. Luego, las van entrelazando con bejucos de guinda de copey, que es el de mayor elasticidad, alternando las madrinas, una si y una no, hasta completar de 8 a 12 vueltas en redondo, para seguir con bejucos de mamure o carcanapire, que son de mayor consistencia o durabilidad, hasta “parar”,o sea, terminar el fondo. De allí se continúa con los demás bejucos, apretándolos cada vez un poquito más, a fin de que puedan ir dando la concavidad requerida, hasta rematar. Para el remate, se dobla hábilmente el sobrante de las madrinas, clavando sus puntas una tras de la otra. Terminado el tejido, se le colocan por dentro y por fuera del remate y para darle mayor consistencia, los "aros”, que son dos madrinas un poco más gruesas que las corrientes, formando así la “orilla” o "borde", que luego "entorchan" (cubren) con bejuco de guinda de copey o de mamure, entrelazados con los 2 a 3 últimos bejucos del tejido. Las madrinas siempre tienen que ser nones (impares), para poder alternar el tejido.

A las cestas les dejan siempre, en sentido contrapuesto, dos pares de madrinas bastante largas, que denominan "largueros" de modo que puedan cruzarse y enterrarse por sus lados opuestos hasta el fondo del tejido; luego las "engasan" (forran) con bejuco de guinda de copey o de mamure, para dejar así terminada la "gasa" (asa).

Las maras grandes, con fondo hundido, tradicionalmente las han utilizado para cargar pan, y a las cuales se les coloca dentro otra marita, bastante llana, que denominan "plato", para poner en ellas los dulces o confites; y a las otras maras las utilizan para diferentes quehaceres, desde cargar pescado fresco hasta productos del

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campo o mercancía seca, y por lo regular, las mujeres siempre las han portado en la cabeza. Las cestas, han sido usadas, regularmente, para llevarlas a los mercados, guindadas al brazo.

La mara pequeña llegó a ser tomada en Margarita como unidad de medida, y de allí que se decía: una mara de sal, una mara de sardinas, una mara de pepinos, una mara de dátiles, una mara de barro, etc.

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Las herramientas para esta artesanía son simplemente: un machete de rozar, para

cortar las latas; un cuchillo mediano para pelarlas, desnudarlas y rasparlas, y un cuchillo pequeño amoladísimo, para rajarlas y labrarlas. Estos cuchillos son casi siempre acondicionados por los mismos artesanos.

Este trabajo ha sido efectuado tradicionalmente por los varones, aunque algunas hembras han incursionado en el. La labor es ciento por ciento práctica y por lo tanto, el tiempo y la constancia son quienes se encargan de dar la destreza necesaria para su ejecución.

La artesanía de las maras y cestas es bastante laboriosa y basta con observar la forma como se ejecuta y compararla con el tejido trenzado de los "macutos" de los indígenas de Tierra Firme, para comprender que es de pura procedencia aborigen. En los últimos tiempos ha decaído en mucho esta artesanía tradicional margariteña, por las incomodidades para la obtención de la materia prima, como por la baja rentabilidad, lo que ha hecho que la población joven no se ocupe de ella. Valdría la pena que se subsidiara y se llevara a las escuelas como materia de manualidades, a fin de rescatarla para bien del patrimonio insular.

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LOS SOMBREROS DE COGOLLO DE SAN JUAN BAUTISTA

Podemos decir, sin riesgos a exageraciones, que la artesanía del sombrero de cogollo en la Isla de Margarita, es una de las más populares. Ha tenido, a traves de todos los tiempos, su asiento principal en la población de San Juan Bautista y sus aledaños comarcanos, donde un elevado porcentaje de sus pobladores practica, de una u otra forma, el trabajo desde tiempos inmemoriales. La operación, aunque de apariencia sencilla, es por demás habilidosa y complicada, y podríamos decir, para su mejor entendimiento, que está dividida en tres etapas.

Comienza, cuando los hombres, haciendo gala de gran destreza, trepan a pies descalzos los cilíndricos, rugosos y a veces empinadísimos troncos de los datileros (Phoenix dactylifera) para, provistos de filosos cuchillos, ir quitando las fuertes y peligrosas espinas que se hallan en las "patas" (pecíolo) de las hojas e irse abriendo paso por dentro de ellas, en lucha contra las alimañas que allí se anidan hasta llegar al “copo” (extremo superior del follaje) para ir cortando, una a una, las hojas tiernas o “cogollos” que consideran aptos para la artesanía. Operación que se repite de 3 a 4 veces al año, para extraer de 2 a 12 ó hasta más "cogollos" de cada árbol, según las condiciones de éstos, que varían de acuerdo al tamaño de la planta y a la fertilidad del terreno. Son verdaderos expertos los que se dedican a este trabajo, el cual cobran “a la parte”, o sea, dos tercios para el dueño de la palmera y una para el que lo saca; siendo la mayoría de las veces, éstos, los mismos que adquieren el resto del producto, que se calcula por "paquetes" (haz) contentivo de 10 a 25 hojas verdes, variadas, según el largo; o por "matas", que es como decir el producto de cada datilero. El “saque” o corte se efectúa indistintivamente en menguante o en creciente (fases de la luna), tanto en los árboles hembras, que son los que producen los sabrosísimos dátiles, como en los machos, atreviéndose algunos a decir que el cogollo de éstos es de mejor calidad y consistencia.

Podríamos considerar que la segunda fase de la artesanía del sombrero empieza cuando trasladados los “paquetes” de cogollo a las casas de familia, a lomo de burros o a hombros de humanos, comienzan a "abrir" las hojas, es decir, a poner las "pencas" (subdivisión de las hojas) perpendiculares a la “vena" (nervio), para echarlas al sol por espacio de 4 o más días, hasta que blanqueen bien, para continuar con el "despenque" (despegue) que equivale a desprender las “pencas" de la "vena" o nervio central. A estas "pencas" mas tarde las "despatan", o lo que es lo mismo, le

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emparejan la parte que se adhería a la "vena", y proceden a rajarlas verticalmente con un pequeño y afilado cuchillo, para sacar los "gajos" de más o menos 3 a 4 milímetros de ancho, e ir formando con ellos los "mazos" (manojos), que envuelven en hojas frescas, especialmente las llamadas de "algodón de seda” para mantenerlos suaves y hacer así más fácil el tejido de las "crinejas”. Las “crinejas” se van formando mediante la trama o alternaje de gajos impares, por lo regular: 11, 13 ó 15, con una destreza y velocidad manual que solo la práctica constante y consecuente puede proporcionar. Hay "crinejas" lisas y de "picos" en una o ambas orillas (en forma de sierra) y “caladas" que se tejen con gajos pares, casi siempre en número de 8 a 12. Las “crinejas” tienen '*alderecho" y "aIrevés", siendo este último lado por donde se empata o termina el “gajo". Hacia afuera se deja la pata y la punta del gajo que toma así también la denominación de "picos".

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Las tejedoras efectúan su labor sentadas o caminando, sin tener que paralizar el trabajo para conversar, y portando siempre bajo del sobaco (axila) el "mazo" envuelto en su hoja verde, para ir de allí extrayendo, uno a uno, los que van necesitando, y constantemente humedeciendo con la punta de la lengua los dedos de sus manos para poderlos deslizar mejor sobre el tejido, que de cuando en vez, van estirando, y luego juntando en "ruedas" que también sujetan bajo el brazo. Las "crinejas" elaboradas se venden por "brazadas" (medida equivalente al largo de los brazos extendidos), con todo el "pico", y en muchas ocasiones tienen que ponerlas al sol para quitarles el “mojo" (moho) que les produce la humedad.

La última fase de la artesanía del “sombrero de cogollo", viene con la elaboración o "cosida" del sombrero, que se empieza "despicando" (quitando patas y puntas de los gajos) a la crineja, acto este que encierra su parte romántica, porque es el momento del pretendiente acercarse a la pretendida para colaborar con ella en el trabajo y aprovechar la oportunidad de manifestársele, como decían en el tiempo de antes.

Para empezar a coser doblan la punta de la "crineja" en un pequeño triángulo que colocan sobre un pedazo de papel cualquiera y lo meten a la máquina; operación esta que denominan enchapar. De allí siguen uniendo la "crineja" por las orillas, en forma de espiral, ajustándola ligeramente, de modo que se vaya moldeando la "copa", sin la utilización de horma ni nada parecido, hasta la octava o novena vuelta, para los sombreros normales y corrientes, donde viran la pieza a objeto de poder continuar cosiendo el ala, que precisan como normales, en 4 ó 5 vueltas, con el cuidado de que se termine siempre en dirección a donde se empezó, es decir, a vuelta completa, a objeto de que el sombrero no quede "cambeto" (desigual).

Los tipos de sombreros más conocidos a través del tiempo han sido: el “corriente", ya mencionado, el "pavo" o "perico" de ala corta, el "casco de mula", que semeja en la “chapa" un casco de dicho animal; la "pava" o "chambelona" de copa baja y de ala muy ancha, casi siempre adornada con crineja calada o de pico, especial para mujeres, y el moderno "ranchero" de ala ancha y copa alta, para hombres; también se generalizó mucho el "pintaito", que hacían intercalando a la "crineja" gajos de colores: rojo, negro, amarillo, morado, azul, etc., teñidos con anilina, aprovechando para ello el cogollo que no les había blanqueado bien en la secada. Últimamente se ha puesto en práctica la modalidad de intercalar gajos de palmas de coco en las crinejas , lo que no ha resultado "fino", que se hace encargo, utilizando crineja elaborada con gajos seleccionados y con el máximo de uniformidad en el tejido.

Antiguamente los sombreros se cosían a mano, modalidad que fue desplazando la máquina, primero de manubrio y después de pedal.

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LOS MAPIRES DE "EL VALLE DE

PEDROGONZÁLEZ”

"Mapire", cesto de palmas, con una cuerda en disposición para cargarse colgante de la cabeza o de los hombros. El "mapire" es muy común en la Isla de Margarita. Se fabrica en varios de sus pueblos, pero en mayor cantidad en El Valle de Pedrogonzález, donde llegó a tomar el carácter de artesanía colectiva y medio de subsistencia, trasmitiéndose su enseñanza de generación en generación hasta nuestros días. Desconócese el origen de esta artesanía, pero se puede asegurar que ha venido practicándose desde tiempos inmemoriales.

Los mapires se elaboran con la palma tierna o cogollo de la palmera, que se conoce tradicionalmente en la Isla de Margarita como "carana" o "palma de monte". El proceso de elaboración, aunque no es muy complicado si es algo laborioso, debido a que se necesita aunar al conocimiento del oficio una destreza de manos que solo se consigue mediante una constante práctica.

Se comienza por "sacar" (cortar) las palmas en las montañas de: Pedrogonzález, Tacarigua, Paraguachí y El Tamoco, que son las más productoras. Es decir, se cortan todas las palmas que nacen durante la menguante, porque según creencias, se secan más suaves y duran más, dejando las de la creciente para que se conviertan en “caranas" y la mata se "encuerpe". Luego se ponen al sol para que se "amortezcan" y así poder efectuar más fácil el "cotejo", o sea, la selección de los "cortes". Estos se componen de siete palmas: seis iguales para el "cuerpo del mapire" y una que puede ser desigual, para la "cuerda".

La elaboración, propiamente dicha, empieza con: "despezonar" o "descocotar" las palmas, que consiste en emparejarle la "pata" (pecíolo) y quitarle los gajos pequeños de los lados, después viene el "pegar" las palmas, o sea, abrirlas hasta la "pata" en dos porciones iguales y "cruzarlas" (unirlas por lo partido), se cruzan dos parejas y se dejan dos palmas sueltas para esquineras., Luego se echan de 14 a 16 gajos a cada lado y se comienzan a tramar las dos parejas entre sí y las esquineras, es decir, a "enquillar" o dar principio al tejido, alternando los gajos de dos en dos para "cerrar los costados” y continuarlo hasta ponerlo a punto de “orilla”. Las patas de las palmas quedan hacia dentro y junto a ellas, en el fondo, se tuercen unas cabuyitas que aseguran el comienzo del tejido y a las cuales llaman "repasejos". Al terminar el tejido, las puntas sobrantes de los gajos se van uniendo en forma de crineja gruesa, que se denomina “orilla". Esta crineja se sigue alargando, añadiéndole gajos, para

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formar la “cuerda”. Con la cuerda se hace primero una “argolla”, que conocen como “oreja”, sobresaliente un poco de la "orilla” o “borde” y se anuda fuertemente a éste. Después se continúa pasando la "cuerda” en forma de costura de un lado al fondo y de este al otro lado, donde se anuda nuevamente y se dejan hechas las "maniguetas" (asas laterales). De una "manigueta" se pasa la cuerda a la “oreja" varias veces hasta amarrarla en la otra "manigueta" con un medio nudo de ballestrinque. Puede fácilmente aumentarse o disminuirse el largo de la cuerda, según el uso que se le pretenda dar.

Primero se fabricaban únicamente mapires con y sin tapas, pero actualmente, además de éstos se han venido creando otras variedades, entre ellas, el "mapire cesta", al cual se le desplaza la cuerda movible y se le sustituye por una crineja ancha, fija a ambos lados; el “mapire cartera”, el cual es pequeño, muy fino, con tapa pero sin cuerda, y el "mapire" miniatura (pequeñísimo) para adorno o juguetería.

Desde tiempos remotos, los varones se han ocupado del trabajo de “sacar” las

palmas, mientras que las hembras de hacer los “mapires”. Se denominan “mapires finos” los mejor elaborados y “mapires de cargazón", los tejidos flojos y a la ligera. El mapire se puede tejer todos los días, inclusive los domingos, sin que existan supersticiones, creencias o consejas que lo prohiban. Las tejedoras se cuidan mucho del pelo que desprende las palmas al manipularlas, porque diz que les afecta la vista, y se abstienen de mojarse las manos tan pronto terminan el trabajo porque dicen que es “pasmoso”.

El "mapire” en Margarita es muy utilizado como medio para transportar infinidad de

cosas, tanto en el campo con en las ciudades. Los mapires de cargazón los usan con mucha frecuencia para cargar gallos de riña. En Tacarigua y Paraguachí y otros pueblos campesinos, algunos hombres tejen sus mapires especiales, grandes y duros, para llevarlos a los conucos, en el hombro o en sus burros (mapires conuqueros). También usaban este tipo de mapire para aprensar la "catebía" (catibía) de la yuca amarga (brava), que rallaban (mapire de prensa).

Los hombres prefieren cargar el "mapire" en el hombro y las mujeres en la cabeza,

bien sean colgante o no. En tiempos pasados, casi toda la población de El Valle de Pedrogonzález, vivía de la artesanía del mapire, los cuales ellos mismos expedían en la Isla, o vendían en grandes cantidades para llevarlos a otras partes de la República, especialmente al Bajo Orinoco (Territorio Delta Amacuro) y a Costafirme. Se fabrican, por encargo, mapires de cuatro palmas, pequeños, muy apretados y con tapa, especiales para cargar dinero, a los cuales forraban por dentro con un pedazo de tela y denominaban “cartucheras”. Las mujeres las portaban colgantes del hombro y aprensadas con el brazo, mientras que los hombres las usaban terciadas. Una tejedora puede hacer un mapire normal en medio día.

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Actualmente, son muy pocas las familias que viven de esta artesanía, porque se

han dedicado a otras actividades más productivas económicamente.

La artesanía del "mapire", protegiéndola, puede aportar buenos dividendos a la economía isleña.

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LA ARTESANÍA DE LA ALPARGATA SUELA DE GOMA

Entre las artesanías margariteñas, la de la alpargata suela de goma es una de las más nuevas, apareció con el auge del automóvil y sigue aparejada a él, que le suministra gran porcentaje de la materia prima.

El trabajo es laborioso y fuerte. Absorbe personal de ambos sexos y edades. Se compone de dos partes: la suela y el corte. La primera parte empieza con el “picar” (cortar) el caucho (neumático) de desecho, por la base rodante, en dos “capas”; luego cada "capa" se divide en dos "tiras", retirando entera la "pestaña” que se adhería al rin (llanta). Después se procede a la "zanjía", es decir, a subdividir las “tiras", separando la lona interna, de la goma externa, para lo cual se le abre una de las puntas con un "cuchillo de picar”, amarrando uno de los extremos abiertos, a un árbol o "botalón", "jalando" (halando) fuertemente por el otro hasta desprenderla totalmente. Así se obtienen las "tiras" de lona y las de goma. Estas últimas las "desloman", quitándole todo lo rugoso hasta emparejarlas. En las “tiras", marcan, mediante "plantillas" -derecha e izquierda-, las suelas, que después recortan a cuchillo. Dichas suelas van de mayor (No 1) a menor (No 12) correlativamente. Se sigue con el "trazado", que consiste, en hacer en la parte cóncava de la suela "caladuras" (ranuras) no muy profundas, distantes centímetro y medio poco más o menos una de otra, a ambos lados traseros y delanteros, paralelos a la orilla, utilizando para ello el cuchillo “trazador", mediano y puntiagudo. Por último viene el "efondaje", o sea, hacer las perforaciones en número de dos, hacía los lados traseros, y tres o cuatro hacia los delanteros, de "caladura" a "caladura" con el pasador o "efondador" (cuchillo corto con cabo semíredondo, acondicionado para apoyarlo en la cuenca de la mano).

La otra parte de la alpargata es el “corte". Este se teje con hilo "toporeño" (forastero), en máquinas rudimentarias, de pedal, compuestas de una mesita, sobre la cual van colocadas tres piezas dentadas: una fija, otra movible a mano para precisar el tamaño y otra que sube y baja, movida por el pedal, para tramar el tejido urdido, al paso de la aguja con el hilo, la paleta y el peine. En muchos casos las máquinas son de fabricación casera. "El corte”, está compuesto por: la *'capellá" (pieza semejante a un trapecio isósceles), destinada a cubrir la parte delantera del pié, y la "talonera" o "arristranco", de forma rectangular, dispuesta para sujetarse al talón; una y otra se "pegan" (cosen) a la suela con hilo doble y encerado, colocando los extremos laterales por los "efondajes", de modo que el hilo se oculte entre estos y las ranuras. Pegadas la "capellá" y la "talonera", se procede a hacer las "piezas"

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laterales que unen a las primeras. Estas se tejen a mano, utilizando para el largo una plantilla de tabla en forma de zapato, que colocan entre la "capellá" y la "talonera"; o el "cabrestillo", que consiste en una cuerda fuerte o alambre atado a la cintura y otra del pié a la rodilla, “templando” (halando) con uno y otro la capellá y la "talonera" en sentidos contrarios. La aguja de coser es delgada y recta, mientras que la de pegar es gruesa y corvada hacia la punta, y tanto éstas como los cuchillos se mojan a medida que se va trabajando.

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Anteriormente se sancochaban las tiras para suavizarlas e impedir que se torcieran y trabajarlas mejor. En la actualidad no es necesario por la suavidad natural del material. Los cauchos desechos se recolectan en la Isla o fuera de ella. Durante la última guerra mundial esta materia prima escaseó mucho y los artesanos se las ingeniaban para aprovecharla hasta el máximo.

Esta artesanía ha sido nómada, habiendo recorrido los pueblos de: Carapacho, La Guardia, El Tuey y Agua de Vacas del Distrito Díaz, estabilizándose en El Espinal y Boquerón del mismo Distrito. El trabajo de la suela se hace exclusivamente en los pueblos nombrados, mientras que el corte, además de éstos, se manda también a elaborar en Pedregales, El Palito y Las Cabreras del Distrito Marcano, y en algunas otras localidades de la Isla.

El trabajo de la alpargata se hace a nivel de familia independientemente y a nivel de industria al destajo, para un patrón. Las labores se llevan a cabo de lunes a viernes. El sábado se deja para "amarrar" o sea formar paquetes de seis pares (1/2 docena) de un solo número, que se sujetan por los extremos con dos cuerdas de hilo encerado. Casi siempre se termina esta actividad con una fiesta o parranda. Los Estados que más absorbían producto elaborado, eran: Nueva Esparta, Sucre, Anzoátegui y Bolívar.

Los implementos más utilizados son: CUCHILLO DE PICAR, de hoja larga y cacha de madera, preferentemente el de la marca “corneta", por su consistencia; CUCHILLO DE TRAZAR, el mismo anterior algo desgastado; CUCHILLO PASADOR o EFONDADOR, hecho con el anterior cuando ya está muy desgastado, al cual sustitúyenle la cacha por un “cabo" semi-redondo; AGUJA DE TEJER, que muchas veces hacen con varillas de tapasol o de radios de bicicletas; AGUJAS DE PEGAR, corvada hacia la punta, muy parecida a la de coser velas de barcos; POTE CON AGUA, para ir mojando los cuchillos y las agujas; CERA DE COLMENA, para el hilo de pegar y el de amarrar; PIEDRA DE AMOLAR, para dar filo a los cuchillos; PALETA DE MADERA Y PEINE DE METAL, para el tejido.

El trabajo se efectúa por especialidades y así encontramos: PICADORES, ZANJIADORES y JALADORES, TRAZADORES, DEFONDADORES, ESLOMADORES, TEJEDORAS DE CORTES, TEJEDORAS DE PIEZAS, PEGADORAS, etc. Los varones se encargan del trabajo de la suela y las hembras del tejido y pegada.

En la actualidad esta artesanía está muy diezmada. Por una parte, el zapato que la ha desplazado en mucho, y por la otra, la juventud que se ha desvinculado de esta actividad para dedicarse a otras mejor remuneradas, y el sistema de trabajo que no ha sido mejorado, han contribuido a ello.

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También se tejen cortes en pequeños telares formados por un triángulo de madera,

con los laterales dentados y la base con muescas para aumentar o disminuir el tamaño. Estos se "pegan (cosen) en suelas usadas y a quienes hacen este trabajo se les tiene como '*remendones".

la alpargata “suela de vaca" (suela de cuero) que también se elaboraba y usaba en Margarita, merece un comentario especial.

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LOS "GOFIOS" Y "PIÑONATES" DE FUENTIDUEÑO Y SAN JUAN BAUTISTA

Fuentidueño es un pequeño Caserío enclavado en un fértil "cañaote" (cañada) de la montaña de San Juan Bautista, no muy distante de La Plaza de esa ciudad. En dicho Caserío, desde tiempos inmemoriales, se dedicaron sus moradores, entre otras actividades, a la elaboración de manjares como el "gofio" y el “piñonate”.

Según testimonio, de más de una anciana mayor de 80 años, que durante largas temporadas estuvieron relacionadas con esa comunidad, donde llegaron a convivir con su gente, y quienes conservan todavía perfecta lucidez mental, gofio no lo elaboraban con harina de maíz como en otros lugares, sino con harina (catebía) de yuca brava (amarga) o dulce, desmenuzada en “rallos” de hojalata, “picados” con clavos finos de modo que los dientes no le salieran muy ordinarios, y cernida en "manares" especiales a objeto de que quedara bien pulverizada; y harina de maíz "bobo" o "mapito" (sin hueso) en proporción de una tercera parte, que podía disminuirse y hasta suprimirse.

La harina de yuca y de maíz, la cocinaban con "melao" o "siró" (maleza) de caña o de papelón derretido, en calderos montados sobre “hornillas”, a fuego regular, -no muy lento ni muy fuerte-, "veniándola" (meneándola) o sea batiéndola constantemente con una paleta de madera parecida a un remo, hasta que endureciera un poco, sin que se pasara de “punto", es decir, sin que se quemara ni que quedara "zocata" (medio cruda). Luego, la conserva cocida la echaban sobre una mesa, dentro de una especie de horma de madera, de una pulgada o pulgada y media, poco más o menos, de alto, donde la "paletiaban" con el mismo remo de batir, hasta que lo endurecían totalmente. Hecho esto, empezaban a "picar" (cortar) los "gofios", especie de tableta, que por lo regular, tenía una cuarta de largo por media de ancho. Para esto utilizaban una regla marcada por ambos lados y un cuchillo mediano. Los "gofios" los vendían envueltos en hojas secas de plátano o de caña, amarrados con "gajos" de cachipo, y diversificábanle el sabor, añadiéndole, durante el cocimiento, zumo de limón, de naranja, de jobito silvestre o de jengibre. Los vendían dentro y fuera de la Isla y eran bastante apetecidos por propios y extraños. Cuando escaseaba la yuca la substituían por cazabe que mantenían almacenado. Este manjar desapareció totalmente, por agotamiento de los ingredientes con que se elaboraba.

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El "piñonate" lo hacían primitivamente con lechosa verde especialmente de la variedad conocida en la Isla como "monera", que se reproducía casi silvestre en las "sierras", conucos y huertas del propio Fuentidueño, Tacarigua, La Asunción, Santa Ana, El Valle de Pedrogonzález, Paraguachí, El Valle del Espíritu Santo y otras localidades insulares; cuya variedad era pequeña pero repleta de semillas, no muy buena para comer maduras pero sí muy apetecidas por los monos, de donde derivaba el nombre, las cuales rallaban dentro rústicas bateas o canoas, después de algunos días de desprendidas de las matas, cuando ya habían secado algo la leche que contenían. La masa rallada tomaba el nombre de "corcha" y la cocinaban, con "melao" de caña o papelón derretido, en calderos o “pailas” que también llamaban “fondo” de 30, 40 ó 50 galones, montados sobre "hornallas", alimentadas por debajo con candela no muy fuerte, en caneyes hechos expresamente para eso y separados de las casas; batiéndola constantemente con una paleta similar a la usada para los “gofios", durante 3 a 4 horas, hasta darle el punto ,que quedaba a juicio del “práctico”, ya que si se pasaba de lo normal se quemaba y se perdía el trabajo, porque tomaba un sabor de "retama" (amargo) y si quedaba crudo no “paraba”, es decir, no endurecía. El "punto" lo tomaban sacando un poquitico del “cocimiento”, mojándolo en agua y apretándolo con los dedos a ver si endurecía o fijándose bien en los cambios de la ebullición al ir poniéndose "pesao" para batirlo y tomando un color dorado oscuro.

Después de "puntiado" bajaban el caldero entre dos o más personas, guindado por las orejetas y ayudados por un palo largo, o echaban el contenido, -que ya empezaban a llamar "piñonate"-, dentro de otro caldero, utilizando un "remillón". En una u otra forma, lo seguían batiendo hasta medio enfriarlo, para así vaciarlo con una totuma, sobre una mesa, donde lo extendían y seguían "paletiándolo" hasta endurecerlo, para luego "picar" (cortar) las "capas", panelas de más o menos cuatro dedos de largo por tres de ancho y dos de alto (mts. 0,08 x 0,06 x 0,04). Dos "capas" montadas formaban un “piñonate”, que vendían en esta isla o fuera de ella, envuelto en cachipos de plátano. Al “piñonate" algunas veces le añadían, durante el "cocimiento”, naranja cajera rallada, para variarle el sabor.

También se conocía como “conserva de piñonate", el manjar enfriado sin “punto".

Era muy apetecido y se transportaba en potes, totumas y perolas, y casi siempre se hacía por encargos para familias de gustos refinados. La unidad de medida para la compra o la rallanza de la lechosa, era la "pita”, saco de sisal o cocuiza de más o menos mts. 1,00 x 0,75, que se cargaba a lomo de burros desde los sitios distantes.

Antiguamente se tenía la creencia que los "cuartos” o fases de la luna influía

mucho en la preparación del "piñonate", lo mismo la distribución del fuego o la leña con que se cocinaban. Asimismo, se cuidaban bastante de que las mujeres con su indisposición menstrual no se acercaran al trabajo porque diz que se podía “cortar” y no "parar".

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En la actualidad se sigue elaborando el piñonate pero no en la cantidad ni con la

exquisitez de antes. Ahora, vista la escasez de la materia prima, rallan cualquier variedad de lechosa, aunque carezca de tripa o semillas, que era lo primordial e imprescindible de entonces, y para el cocimiento se añaden cantidades de azúcar y agua al papelón, lo que le ha cambiado un poco el sabor y restado gran parte de su peculiaridad.

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El promedio actual para una "pita" de lechosa es saco y medio de azúcar y media cuenta de papelones (10 papelones) y esto representa media "fondá". Al "piñonate" envuelto se le da el nombre de “paquete" y para la venta, cuatro "paquetes" es una "cuenta"; es decir, se cuenta de a cuatro, tomando esto como "típica" unidad de contaje.

Hoy en día, el trabajo del "piñonate” es exclusivamente familiar, es decir, colaboran

todos los de la casa que pueden hacerlo y casi no utilizan peones de fuera.

La artesanía del "Piñonate" debe protegerse, porque de lo contrario estará expuesta a reducirse y por ende a desaparecer como le sucedió al popularísimo "gofio Sanjuanero".

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LOS PAPELONES DE TACARIGUA AFUERA, TACARIGUA ADENTRO Y TACARIGÜITA

En la Isla de Margarita existen comunidades pesqueras, criadoras y agrícolas, entre estas últimas están las de Tacarigua Afuera, Tacarigua Adentro y Tacarigüita.

Desde tiempos remotos en estas últimas comunidades se han elaborado para uso interno y para la venta en los demás poblados insulares. El papelón tacarigüero, cónico y de una cuarta de largo por media de base, poco más o menos, se le ha dado variadísimos usos, entre otros: endulzar el café y el cacao o chocolate, hacer guarapo cocido para niños y ancianos y guarapo crudo con limón y tamarindos para refrigerios, y como merienda para después de las comidas, prefiriéndose para esto el "melcochoso" y el "aliñao" con hinojo. Los papelones ya no se consiguen en grandes cantidades porque son escasos los campesinos que se ocupan de elaborarlos y poquísima la caña que cultivan.

Para hacer dichos papelones se utiliza la caña cultivada por los tacarigüeros en sus propias labranzas. Las variedades de caña más usada son: "blanca”, “pelúa”, “sinpelo”, “rayada”, “negra”, “morada" y de “azúcar”.

La caña para los papelones se corta cuando ya ha comenzado a secar la espiga; descartándose la “preñada” o de espiga embolsada, la tierna y la "curá" o que ha madurado demasiado. La caña se muele, o sea, se le extrae el guarapo en rústicos trapiches de madera, movidos por bueyes, caballos, burros o por personas.

El guarapo se “cocina” (hierve) en calderos montados sobre "hornalla" o en “pailas” o calderos “falcaos" es decir, complementados los bordes con ladrillos. A estos últimos se les denomina “fondo”, y de allí el término "fondá" que se da a cada operación. Las hornallas varían en estilo y tamaño: las hay en forma de media naranja y el caldero desmontable, y cuadriláteras con calderos y pailas fijos. En algunos casos tienen parrillas de piedras o de hierro por donde deslizar la ceniza para que no se "emburríque", pero a todas les hacen “boca” para la colocación de material combustible (leña o bagazo) y “oído” para la salida del humo. La "fondá" de 40 a 60 galones produce de 30 a 40 papelones, según las condiciones de la caña. Se dice que la del verano es más rendidora que la del invierno.

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Para el trabajo del papelón se necesita, cuando menos, siete personas, distribuidas así: un "fondero, batidor o parador”, un "fallaman o atizador”, un “torero o arriador”, dos “cortadores” y dos “descogolladores y torneadores”, que a la vez sirven de cargadores y trapicheros; todas estas personas trabajan tiempo corrido, de domingo en la noche a sábado en la tarde, disponiendo de muy pocas horas para dormir, lo que hacen en o fuera del caney, sobre bojotes de hojas de plátano o montones de bagazos secos. Además, se admiten ayudantes, que contribuyen gratuitamente y sin compromisos de pernoctar en el “tren”. Se llama tren todo el sitio o espacio destinado para la molienda.

El guarapo va del "caldero de aparar” en el trapiche al “caldero o paila de cocinar” en la hornalla, en “latas”, baldes o "charaguas". Empieza a cocinarse mediante un fuego vivo de leña, que va colocando el "fallamán", ayudado con una horqueta de cabo largo, mientras que el "fondero" se encarga: primero de "descachazar" con la espumadera, utensilio hecho con un "taparo" redondo, agujereado expresamente, bien limpio y quitada la tercera parte, por donde le amarran un palo o cabo largo. Cuando la ebullición se hace fuerte, empieza a batirlo con el "remillón", utensilio parecido al anterior pero sin agujeros. Al guarapo hirviente se le añade cal viva, en poca cantidad, y si el envase es pequeño, cuando empieza a secar se le echa “la ceba”, que es otro poco de guarapo frío. Al disminuir la ebullición aminoran el fuego de leña y lo sustituyen por hacesitos de bagazo seco, pero continúan batiéndolo y tomando el "punto". El punto se toma echando en una totuma con agua un poquito del "melao" para ver si endurece. Los fonderos o paradores más expertos lo conocen a simple vista o por los residuos que se pegan del bordero. Para contribuir a que el hierro no se “vuele” o queme, le añaden leche de coco en el momento de "parar la "fondá".

Cuando consideran que está en "punto", levantan el caldero por las "orejetas” entre dos o más personas, ayudadas con palos largos y fuertes y lo colocan sobre una ''camá'' de bagazos frescos, para seguir batiéndolo, y si es paila o caldero "falquiado", se pasa con el remillón a otro caldero o a canoas donde se sigue batiendo con una paleta parecida a un remo, hasta medio enfriarlo para echarlo en las hormas. El cocimiento o cocción del guarapo dura más o menos 7 horas, por lo cual no se puede sacar más de 3 "fondás" en un día de trabajo.

Las hormas son de barro cocido, cónicas, con un pequeño orificio en la parte más delgada. Estas tienen que ser bien lavadas, escurridas y tapado el pequeño orificio con bagazo fresco, para que el “parador" proceda a echarles el papelón caliente, utilizando una totuma mediana. Las hormas llenas son colocadas cuidadosamente, de punta, en ceniceros, arena cernida o tierra removida, para que endurezca el contenido sin derramarse; luego son volteadas sobre bagazos para que los papelones se despeguen con mayor facilidad. Los "papeloncitos" que se hacen con el

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residuo que queda dentro del recipiente de batir, el cual desprenden con un pedazo de totuma que denominan "raqueta" y echan en hormas rotas por su parte ancha, los denominan "porongos" y casi siempre son para los muchachos que han contribuido en la faena.

Los papelones son cubiertos con “cachipos" y hojas de caña secas, terminados en un moñito en la "corona" o parte delgada. Esto lo llaman "encachipar". Así se venden por unidades y por "cuentas". La cuenta tiene 20 unidades.

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Para los papelones, la caña tiene que ser despojada de todo lo malo, lo mismo que

bien limpios todos los utensilios, por temor a que se vuelva "tirón”. El "tirón" es un papelón elástico, que no dio "punto”, se usa para comer y se produce por las razones ya expuestas o por falta de cal. También se cree que lo origina el hecho de que el cocimiento (cocción) haya sido visto por una mujer con la "regla" o recién preñada. Las mujeres acostumbran ir a las moliendas para hacer las comidas de la peonada. Cuando el tirón se pega de la horma, la soplan con fuerza por el orificio para que despegue.

Si la "fondá" se pasa de punto, se pierde, porque el papelón se pone vidrioso y toma un sabor amargo, y hasta se puede “volar” (quemar) el caldero.

El "melao" o melaza es otro producto del guarapo cocido sin que llegue a punto de papelón. El melao se hace con menos delicadeza, y dentro pueden cocinarse lechosas, yucas, piñas, mangos y otras variedades, para hacer conservas. El melao se usa para la destilación de aguardiente, y se vendía por cargas. La carga eran dos barriles, y el barril 12 galones, más o menos.

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HAY QUE SALVAR LA ARTESANÍA TRADICIONAL MARGARITEÑA

Es casi imposible, ocultar frente a los claros destellos que irradia la luz meridiana de la verdad, que la artesanía tradicional margariteña, en los últimos años, ha venido de mal en peor dando tumbos y volteretas, y descendiendo en forma vertiginosa, en un porcentaje elevadísimo, al extremo de que algunos renglones, como las calillas de Los Millanes, Las Cabreras y Pedregales; las tabacaleras y pantuflas de Los Hatos de las Venecianos o Altagracia, las esteras de cachipo, vena de plátano y junco, de la Rinconada de Paraguachí; la loza del Poblado de Porlamar, y los peines, peinetas, hebillas y monturas para espejuelos, que con la concha del Parape, elaboraban en varias localidades de la Isla, han desaparecido por completo, y otros siguen el mismo destino, como los sombreros y pavas o chambelonas de San Juan Bautista, los piñonates de Funtidueño, las alpargatas suela de goma de Boquerón, El Espinal y Los Bagres, los mapires, las escobas y las cabuyas de El Valle de Pedrogonzález y las cestas y maras de Atamo y La Sabana de Guacuco, donde ya casi no se consiguen personas que elaboren esas prendas, sino por encargo y a mucho rogar, mientras que los zapatos de El Maco de Bolívar, la orfebrería de San Juan Bautista y Carapacho, las hamacas de La Vecindad de Martínez y los chinchorros de Santa Ana del Norte, y la cerámica de El Cercado, se debaten desesperadamente por subsistir, en medio de un mar embravecido de calamidades, clamando a gritos sin que casi nadie los escuche, que se les tienda la mano salvadora, para no agonizar tan repentinamente.

Y tan fácil que parece, para algunos entendidos en la materia, encontrar la panacea extinguidora de la grave dolencia, la cual estribaría en formar un FONDO UNICO con colaboraciones de FONDENE, del Ejecutivo Estatal, del Ejecutivo Nacional, de otras Instituciones públicas y privadas, que tuvieren interés en el asunto, para suministrar a los artesanos, pequeños créditos o materia prima a bajo costo y de buena calidad, con la única condición de que entreguen la cuota de amortización o pago, en productos elaborados, a precios razonables, de modo que la jornada de trabajo se equipare a la que rige en el mercado de contratación de mano de obra en la Isla de Margarita, evitando en todo momento la intervención o inmiscuencia de las "roscas" de intermediarios inescrupulosos, que no tienen otro objetivo sino hacer su agosto en cualquier época del año a costa de las necesidades de sus prójimos. Porque bien sabido es, que los artesanos insulares, han alquilado sus fuerzas a otras actividades, no por desamor al arte primitivo ni por codicia a un "vellosino" imaginario, sino por la

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necesidad de no convertirse en unos pordioseros en medio de una sociedad que cada día les obliga a producir más para poder vivir.

Al ritmo que se lleva en Margarita y al paso que vemos caminar las cosas, de no

tomarse las providencia aconsejables, sin hacer alardes de magos o de profetas, dentro de corto tiempo, no habrá quien elabore o enseñe a elaborar ninguno de los productos de nuestra tradicional artesanía, ni mucho menos una prenda criolla trabajada por manos de artífices nativos que mostrar a los visitantes, que colman

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nuestras calles y caminos sin encontrar alguna cosa que les hable, que les diga, que les revele o les muestre algo de la cultura vernácula de esta región privilegiada, honor y honra de las generaciones pretéritas que pusieron tan en alto el gentilicio por todos los caminos de la geografía universal; pero de suceder lo contrario, podríamos asegurar, sin temor a equivocaciones, que los artesanos criollos, volverían a sus actividades cotidianas y con ello entraría el auténtico bienestar a muchos hogares marginados, y se acabaría en un destacado porcentaje el subempleo engendrador de calamidades, que últimamente ha aparecido disfrazado de panacea salvadora, y que no contribuye sino a paliar, pero nunca a sanar, el terrible flagelo que está germinando entre la familia artesanal margariteña.

No queremos oponernos al progreso, porque no somos cavernícolas, pero sí condicionarlo, de modo que sus beneficios no vengan a ser la salvación de unos y el exterminio de otros, como puede llegar a suceder. FONDENE BRAZO Socio-Cultural de los importadores del puerto libre Estado Nueva Esparta. Venezuela diseño gráfico: CONSUELO MENDEZ CASTILLO Portada fotos: Alejandro Ortega