apelación y subjetividad. un escenario de la crítica del sujeto - ramón rodríguez

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  • 8/11/2019 Apelacin y Subjetividad. Un Escenario de La Crtica Del Sujeto - Ramn Rodrguez

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    Apelacin y subjetividad. Un escenario de la crtica del sujeto

    RAM N RODR GUEZUniversidad Complutense

    La crtica del sujeto metafsico de la modernidad ejercida durante todo el siglo XX tiene unsent o nequ voco: esa o ar o e su ugar trascen enta , esposeer o e su pape e nstanc a

    onstituyente del mundo en el que vive y de fundamento de su propia legalidad. Una tal crtica, a

    pesar e su pretens n e a an onar e terreno prop o e a su et v a meta s ca, neces ta, para

    ser llevada a cabo con todas sus consecuencias, asumir provisionalmente la topologa de lo trascen-

    ental y adentrarse en el mbito que marca la idea de origen fundacional, de fuente del sentido de

    lo que aparece (y no slo de la validez de nuestros enunciados sobre ello), lugar que la tradicin

    e la metafsica moderna atribuye al sujeto constituyente. Como toda querella en torno a un mbito

    riginario, la crtica de la subjetividad ha de consistir esencialmente en aducir razones que muestren

    ue lo pretendidamente originario es derivado, que lo que se arroga un papel fundante est, a su

    vez, fundado. Lo cual no significa, en modo alguno, que la crtica tenga que asumir, definitiva yno provisionalmente, el mbito vaco de lo trascendental, para establecer en l una nueva instancia

    ue sust tuya a a que a cr t ca a estrona o. a exper enc a e a esconstrucc n contempo-

    rnea del sujeto hace pensar ms bien lo contrario: sus esfuerzos se dirigen no slo a expulsar al

    o o a conc enc a e m to trascen enta , s no a es acer a pos a e m to m smo.

    xito de la empresa es, sin embargo, dudoso: el mbito destituido deja demasiadas huellas de su

    ausenc a, e orma que no se tar a muc o en compren er que s o es e e a se acen nte g es

    las argumentaciones desconstructivas. Es lo que tendremos ocasin de ver con el uso terico de la

    idea de apelacin.

    A lo que la estrategia disolvente de la subjetividad apunta en ltimo trmino es a una forma de

    pensamiento que aborde el ser consciente que somos y la realidad en la que estamos sin las cate-goras de la subjetividad. Es una pretensin que envuelve la doble conviccin de que 1) la relacin

    sujeto-objeto, propia de la teora del conocimiento, no es el esquema obligatorio, natural, del

    pensamiento, sino una posibilidad histrica, en s misma contingente (aunque la reflexin genea-

    lgica muestre la inexorable necesidad de su predominio), que 2) ha agotado ya su capacidad de

    serv r e re conceptua s ca para a comprens n e un mun o que ya no se e a enten er, a

    menos en algunos sectores de la experiencia, bajo esa bipolaridad. Esa conviccin, fundada en una

    ya arga ermen ut ca e a mo ern a , a re a pos a e tomar en ser o, que es o que aqu

    nos interesa, la separacin entre individuo humano y sujeto que los individuos sean sujetos dejae ser a go o v o, una vez que se a cump o a tarea e escontrucc n e a ea e su eto y se

    ha puesto de manifiesto la finitud irrevocable de la realidad humana.

    ev sta e oso a, sup emento 2, 2008, 31-42

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    Daimon. Revista e Fi oso a,sup emento 2, 2008

    n e su eto y a ver a ce notar que no estoy muy seguro e que esa conv cc n, satendemos a su pretensin de considerarse un cierto diagnstico de nuestra poca y no un mero

    programa filosfico, describa de manera acertada nuestra coyuntura epocal. Ante todo porque, si

    miramos a la realidad social que nos rodea, es ms que discutible que la mentalidad planificadora

    y objetivante de la subjetividad d sntomas de agotamiento; ms bien la impresin que produce es

    ue prosigue incesante su extensin con la conquista de nuevos territorios, bien sean geogrficos o

    e campos de experiencia, a que aplicarse (la salud y la cultura son los nuevos campos sociales de

    gestin). Pero sobre todo porque los individuos y las colectividades se siguen viendo a s mismos

    a travs de las representaciones heredadas de la tradicin de la filosofa de la subjetividad. Incluso

    as comun a es ent tar as, reconoc as o marg na as, rea zan sus re v n cac ones ut zan o

    la ms tpica de las representaciones del sujeto, la autonoma, el derecho a regir su existencia

    on orme a sus prop as eyes o costum res . mu t cu tura smo no es un cuest onam ento e

    la hegemona de la subjetividad moderna, por el contrario, vive bajo su amparo y slo es posible

    n su terreno. s e a a que s gue prestan o eg t m a ntersu et va e nc uso ntercu tura a os

    iscursos morales y polticos.

    En este contexto me parece interesante examinar una estrategia de la crtica a la subjetividad

    ue no se limita a ser puramente desconstructiva, sino que propone un cierto modelo para la

    omprensin del ser humano tras la cada del sujeto. Me refiero al articulado en torno a la idea de

    apelacin2. Promovida por Heidegger a partir de los aos cuarenta del pasado siglo y adaptada poradamer a la experiencia hermenutica, registra derivaciones especficas en la fenomenologa fran-

    esa actual (Lvinas, Marion, Chrtien) y en los debates sobre la relacin entre Ideologa, Sujeto y

    poder abiertos por el clebre (al menos para los que en los setenta tenamos veinte aos) trabajo de

    t usser eo og a y aparatos eo g cos e esta o. n o que s gue, preten o or enar a gunas

    e las cuestiones fundamentales que tal modelo plantea, sealar algunas perplejidades que suscita

    y e at r su comprens n e ugar y e pape e su eto.

    Comenzar presentando los trazos esenciales de la mencionada teora, que podemos denominar,

    provisionalmente y a falta de mejor caracterizacin, el sujeto de la apelacin. La expresin nos

    ice algo si consideramos 1) que el genitivo es subjetivo (no es el sujeto quien realiza la apelacin,

    sino la apelacin quien pone al sujeto) y 2) que el sujeto, justo en cuanto receptor de la ape-

    lacin, deja de ser el sujeto autnomo y autofundado de la metafsica moderna para ser ms bien

    alguien que queda vinculado, referido, sujetado a la instancia apelante. Estas dos indicaciones

    previas nos sirven para introducirnos en el meollo del modelo, que me voy a permitir, a efectos de

    entrar a scus n en o esenc a , u ar s n exces vas preocupac ones aca m cas.

    La apelacin, en este contexto de la subjetividad, es una idea que juega un papel clave en la

    mpresa, a a que me re er a a pr nc p o, e esposeer a su eto e to o car cter e un amento.

    Para ello se inserta claramente en la estrategia de hacer depender al pretendido sujeto de algo que

    e prece e: a ape ac n a orma espec ca a mo o y manera e esa epen enc a, expresan o e

    1 Ma r , Sntes s, 2004.

    Uso e trm no ape ac n en e sent o genera e nvocar, amar a a gu en a a go, como cuan o ape amos a a g-

    n a e a gu en, a un am go, etc. Interpe ac n, aunque t ene e m smo sent o e amar a a gu en, eva cons go emat z ms uerte e ex genc a o rec amac n, a veces es e una pos c n autor za a para e o, como en a nterpe ac n

    parlamentaria. En cualquier caso, no hago uso de esta diferencia y utilizo en el texto los dos trminos como sinnimos.

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    t po or g nar o e v ncu ac n a que e su eto que a su eto. o que resu ta nteresante es estaspecificidad, pues la dependencia ha sido expuesta de muy diversas maneras. Hay que destacar que

    la limitacin, la finitud expresada por la apelacin, se destaca porque no interpreta la dependencia

    n trminos de necesaria adscripcin o sometimiento a condiciones materiales de existencia, a nece-

    sidades biolgicas, a inclinaciones naturales o a impulsos de algn tipo. Todas esas instancias que

    reclaman la atencin del sujeto, que no puede no atenderlas, eran ya conocidas por la teora moderna

    e la subjetividad y no impidieron su constitucin; basta recordar la contraposicin kantiana entre

    eber e inclinacin para darse cuenta de que el reconocimiento de la efectividad en el sujeto prctico

    e tendencias poderosas y de su limitacin a ellas no significaron un obstculo para la instauracin

    e a autonom a mora , que ustamente as somet a y as un ca a a o e or en ega e a raz n.

    Incluso el cuestionamiento psicoanaltico de la conciencia como terreno de certezas subjetivas sobre

    s m smo no supone una enegac n e a or g nare a rre uct e e a conc enc a y e su pape

    rector en la constitucin del sujeto.

    o que s gn ca, a m enten er, a ape ac n, s se a contemp a es e este ngu o, es que -tende mostrar la dependencia originaria de la conciencia, del yo, del s mismo o como quiera quellamemos a esa instancia sobre la que se funda la subjetividad del sujeto Es el espritu mismo(por utilizar un trmino general que denomine a esa instancia esencialmente reflexiva, que se sabe

    a s misma y que objetiva el mundo y su propio hacer) el que es dependiente en su propia raz, en

    su propio aparecer u originarse, por lo que no puede descansar enteramente sobre s y suponerse

    solo a s mismo. Pero esta pretensin no es suficiente para una caracterizacin precisa y ha de

    ompletarse con la idea de que la dependencia que marca la apelacin lo es respecto de algo otro,

    e una alteridad indomeable, no de ningn mbito que radique en el territorio del sujeto (el

    prop o cuerpo, por e emp o, as pu s ones nconsc entes, etc. y que ste pu era, me ante t cn -

    as diversas, apropiarse y convertirlo en algo suyo. Una alteridad que, como veremos, a pesar de

    permanecer en un a so uto a uera, est mp ca a en e even r su eto e su eto.

    Pero no debe deducirse del hecho de que el pensamiento de la apelacin se inscriba en el interior

    e as estrateg as contempor neas e est tuc n e a su et v a que se nc uya s n m s en un

    programa llanamente antihumanista. Ms bien late en l lo que a veces se olvida: que el manifiesto

    riginario de ese programa, la Carta sobre el humanismode Heidegger, sealaba que la intencinbsica de la crtica a la metafsica de la subjetividad, sustento del humanismo, estaba en llevar de

    nuevo al hombre a su esencia y devolverle su verdadera dignidad, desconocida por la creencia de

    la metafsica de que slo puede consistir en ser la sustancia del ente en cuanto sujeto, para luego,

    puesto que l es el detentador del poder sobre el ser, dejar que desaparezca el ser del ente en esa

    tan excesivamente celebrada objetividad . Esta recolocacin del hombre en su lugar propio es lo

    ue cumple la idea de apelacin, que lleva a efecto la necesaria separacin entre hombre y sujeto.

    a expres n e ean- uc ar on e que suce e o v ene espu s e su eto n ca per ectamente

    la pretensin de la filosofa de la apelacin: el interpelado, el individuo humano que escucha la

    ape ac n, a per o a con c n e su eto, pero guar a a g n parentesco con e a, conserva en

    algn sentido su lugar, de lo contrario no podramos decir que es su sucesor: sera algo totalmente

    tro, s n re ac n reconoc e con qu en supuestamente e antece e.

    Lo que me interesa de este modelo es su intento de ofrecerse como la situacin originaria de

    la que surge toda posible subjetividad, una subjetividad que, por el mismo hecho de originarse en

    tal situacin, queda destituida de toda pretensin de llegar a ser sujeto metafsicamente autnomo.

    3 Carta so re e umanismo, GA, 9, p. 330.

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    Qu es entonces el hombre o el individuo humano, o como queramos denominar al polo que

    sufre la interpelacin y que recibe su propia cualificacin ontolgica de ella? Quin y cmo es el

    interpelado? Antes de abordar esta cuestin, que me parece la fundamental para una teora post-

    metafsica de la subjetividad, hay que precisar ms pormenorizadamente, con ayuda de la tradicin

    ermen ut ca, os e ementos s cos e a ape ac n.

    Heidegger haba basado en Ser y tiemposu estrategia crtica contra la metafsica de la subje-t v a en que e mo o e ser e ase n, que reve a e an s s enomeno g co, ace mpos eadscribirle el ser sujeto, una idea que, adems de asumir los caracteres de la conciencia trascen-

    enta , mant ene to as as connotac ones e a onto og a gr ega. ero ese m smo an s s mostra a

    ue el tipo de ser del ase n, que comporta siempre existir poniendo en juego el propio ser, serpor mor de s (umwillen seiner , hace necesario y legtimo hablar de una ipseidad (Selbstheitoser s mismo, concepto que no hace ms que dar nombre a esa caracterstica ontolgica, sin dotarle

    e ningn contenido o identidad determinadas. Por eso Heidegger podr concluir estableciendo que

    el concepto ontolgico de sujeto no caracteriza la ipseidad del yo en tanto que s-mismo, sino la

    identidad ( elbigkeity permanencia de algo que ya est siempre ah (vorhanden)4. La distincinntre sujeto y s mismo es, pues, una palanca crtica contra la tradicin moderna, pero tambin una

    tarea positiva, la de aclarar en qu consiste propiamente ese irrenunciable s mismo al que apunta

    to a a ana t ca ex stenc a

    Sin embargo, cuando Heidegger reinterpreta la analtica existencial en los escritos de la poca

    e a arta so re e uman smo, se mpone por comp eto un mo e o ape at vo p enamente esv n-ulado de la fundacin (o mejor, de la atestiguacin) de un s mismo propio. De la preocupacin

    por e e st no que an ue as v s es. o es a g ca consecuenc a e ntento e erarsepor completo del modo moderno, es decir, subjetivo-trascendental de pensar, del que la analtica

    xistencial (no el proyecto general de er y t empo) guardaba claras resonancias. Por eso, de laquvoca identidad entreDaseiny ser humano, que resulta de la interpretacin temprana de Ser y

    t empo, Heidegger pasa, ya en esa poca misma, a hablar del ase n el hombre, para finalmentestablecer la idea de que ese Da-seinno es otra cosa que el hecho de que el ser llama al hombre

    a su aqu, al mbito abierto de su manifestacin, y esa reclamacin atraviesa, como su esencia,

    la realidad toda del hombre en el mundo. Todo el lenguaje heideggeriano, a partir de ahora, cam-

    bia el acento, que en el concepto central de proyecto arrojado (geworfene Entwur er y t empoepos ta a en e proyectar, para s tuar o a ora en e ser arro a o: e proyecto es esenc a mente un

    proyecto arrojado. El que arroja en el proyectar no es el hombre, sino el ser mismo, que destina al

    om re a a ex-s stenc a e ser-aqu como su esenc a . arro ar, est nar o env ar s t an a om-

    bre como originario receptor, como quien, en primera instancia, recibe un encargo que precede a

    to a n c at va o orma e comportam ento que pue a asum r. ues en, e mo e o e a ape a-

    in da expresin permanente a esta relacin originaria (ser llamado por el ser mismo a la guarda

    e su verdad. Esa llamada llega como el arrojar del que procede el estar arrojado del ase n ,ue antecede a todo hacer u omitir de la conducta humana, y por supuesto, a toda construccin de

    la identidad del s mismo. Pero la paradoja bsica que el modelo heideggeriano lleva consigo es

    ue la reclamacin originaria del ser, aunque en principio parezca provenir de un exterior slo as

    4 Sein un Zeit, p. 320.

    5 A e o me e re er o en e captu o 4 eDe sujeto y a ver a . Carta so re e umanismo, GA, 9, p. 337.

    7 O. c., p. 342.

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    ons gu r a romper a n m ca e su et v smo trascen enta , esa que se expresa en a ea e que

    slo conocemos en las cosas lo que nosotros mismos ponemos en ellas, lo es de un exterior que

    no puede significar una alteridad absoluta, pues constituye la esencia ms propia del que recibe la

    reclamacin. Cmo un absoluto afuera puede instituirse en lo ms propio del hombre, all donde

    su esencia se encuentra eimisch, en casa? La apelacin tiene que dar expresin a la lejana y a laercana simultneas del ser, sacar al sujeto, por medio de una interpelacin, del cerco hermtico de

    la objetividad en que su poder constituyente le sita y, a la vez, poner de manifiesto que con ello no

    sale de s mismo, sino que retorna a su esencia ms originaria . Por eso la apelacin, en cuanto

    situacin originaria de la que procede el ser hombre, demanda expresiones que establecen una

    pecu ar re ac n e copertenenc a, un uego e mutua aprop ac n entre om re y ser muy a e a o

    e la referencia a (o de la llamada de) una exterioridad absoluta. Baste mencionar las expresiones

    on que e egger a revest o e re gn s para con rmar oNo obstante la apelacin sigue teniendo sentido porque en esa estructura compleja lo que ella

    su raya es que a v ncu ac n n c a e om re a ser no se e a expresar me ante ormas e

    relacin que impliquen necesidad causal (como si el hombre hubiera sido producido por el ser y

    por eso quedara a l referido), continuidad homognea (como si hombre y ser estuvieran hechos

    e lo mismo, ser) o evolutiva (como si el hombre proviniera del ser mediante un proceso de dife-

    renciacin). No, de lo que se trata es de expresar que la relacin primaria es una comprensin de

    sentido (aunque no sea un sentido determinado), algo que se asemeja ms a la atencin reclamada

    por una voz que se oye y que coloca en situacin de escucha que a cualquiera de las relaciones

    mencionadas. Por ello no resulta nada extrao, sino perfectamente lgico que elAnspruch des Seins,la interpelacin del ser, no slo se cumpla en un medio lingstico, sino que sea la obra esencial del

    engua e, a ex ortac n uspruc un amenta que e engua e, m s ac e to o a ar concretonos dirige.

    n e ecto, nterwegs zur prac e e cam no a engua e no ace otra cosa que s tuar en eentro del lenguaje la misma estructura de apelacin y apropiacin que en el contexto de la crtica

    a a meta s ca se esta ec a entre ser, ver a y ex stenc a umana. ara e o e egger se es uerza

    n mostrar que si el ser, en cuanto mbito despejado que permite aparecer a las cosas, llama al

    hombre a la exsistencia o exposicin a ese mbito para ser su guardin o custodio, es en el lenguaje

    onde se realizan, tanto la llamada como la colaboracin humana. La provocadora y tautolgica

    xpresin el lenguaje habla, hilo conductor de toda la meditacin heideggeriana, tiene justo el

    sentido de sealar que lo que decimos al hablar no agota todo el decir, sino que ms bien el habla

    ue ejercemos encierra siempre un previo decir, sigue una previa indicacin que no es dicha nunca

    xplcitamente por nuestras palabras, porque no es obra de ellas. Comentando un poema de Trakl,

    Heidegger lo dice sin ambages: la llamada originaria que invita a venir la intimidad de mundo y

    osa es a ver a era nvocac n e ssen . s a esenc a e a ar. n o a a o e poema seespliega (wes ) el hablar. Es el hablar del lenguaje. El lenguaje habla. Habla invocando lo enco-

    8 En c erto sent o, e m smo ec o que escr e e engua e e a ape ac n po ra expresarse s n c en o que o que e

    om re es no pue e enten erse es e s m smo, es e a prop e a es enumera es e su natura eza (corpora , psqu ca y

    menta ), s no a part r e una re erenc a a un espac o e sent o en e que to o o que e c rcun a y m smo son, espac o

    que aparece s empre como prece n o e, como estan o ya a .

    E uso e a raz igenpresente en Ereignis a ugar, como es en sa o, a un uego conceptua que s rve para expresar

    a re ac n e copertenenc a entre om re y ser, una re ac n en a que aqu est ga o (vereignet a ste, m entras quee ser se entrega (zugeeignet) a om re y esta aprop ac n (Eignen , en a cua om re y ser estn aprop a os (geeignet)mutuamente, es o que ay que exper mentar, segn He egger, en e Ereignis.

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    men a o, cosa-mun o y mun o-cosa, a entre e a erenc a . sa nvocac n, que ate en e

    hecho mismo del lenguaje, es una suerte de Decir primordial porque funda todo decir efectivo que,

    omo el hablar humano, se constituye en un responder con la escucha a la llamada del Decir ero

    sa apelacin silenciosa del decir originario (Heidegger la llama el son del silencio,Das Gelut derStille) no es nada humano. En cambio, el ser humano es, en su esencia, ser hablante. Esta palabrahablante significa aqu: llevado a su propiedad a partir del hablar del habla. Lo que es de este

    modo apropiado la esencia humana es llevado por el habla a lo que le es propio: permanecer

    ncomendado a la esencia del habla, al son del silencio. Tal apropiacin deviene propiedad en la

    medida en que la esencia del habla el son del silencio neces ta y pone en usoel hablar de losmorta es para po er sonar como e son e s enc o a sus o os. o en a me a en que os om-

    bres pertenecen al son del silencio son capaces, en un modo que a ellosles es propio, del hablarue ace sonar e a a

    Encontramos aqu todos los elementos esenciales de lo que he llamado el modelo apelativo: a)

    una nstanc a ape ante, n c a e rre uct e a a respuesta, que por eso m smo aparece como a go

    tro, pero que b) slo se muestra y comparece in obliquoen el habla que responde; no se da, poronsiguiente, por s misma, sino imbricada en el decir que posibilita; c) en esa misma medida,

    la apelacin necesita y utiliza (braucht al interpelado, sin el que su invocacin no encontrara elspacio de escucha propicio; d) el interpelado no es enajenado por la interpelacin, sino que, al

    ontrario, recibe mediante ella su ser ms propio; e) por ello mismo queda vinculado a la apelacin

    omo quien le pertenece en su misma raz: el escuchar (hren) no es una actitud o postura episdica,s un pertenecer ( ehren); f) por ltimo, esa pertenencia no excluye, sino que incluso posibilita,

    por parte del interpelado, un modo propio de responder.

    s c aro que a amer, en a tercera parte e er a y to o, cont n a a sen a a erta porla idea heideggeriana de que la apelacin del ser es la esencia del lenguaje. El modelo apelativo

    om na por entero su comprens n e a exper enc a ermen ut ca. s pro un amente s gn cat vo

    ue Gadamer, cuando intenta precisar, frente al objetivismo histrico y la dialctica hegeliana,

    a orma e exper enc a en que cons ste a conc enc a e a stor a e ectua , acu a a a re ac n

    ialgica yo-t. La tradicin no es un simple acontecer que pudiera conocerse y dominarse por

    la experiencia, sino que es lenguaje, esto es, habla por s misma como lo hace un t . Que latradicin se comporte como un t significa que se dirige a nosotros, que es una alteridad que nos

    apela, que no podemos no or y que reclama nuestra atencin. Frente a otras formas de relacin

    on un t, movidas por un afn secreto de dominio (prever sus reacciones, por ejemplo, y encajarlo

    n modelos objetivos), Gadamer ve en la conciencia hermenutica la experiencia de una autntica

    alteridad, en la medida en que deja a la tradicin actuar como un verdadero otro, que nos dice

    algo que nos afecta y que tiene pretensiones de validez propias. La apertura a esa apelacin es

    10 Unterwegs zur Sprac e, P u ngen, Nes e, 1971, p. 28.11 La re ac n entre a ape ac n e ser y a ama a e engua e que a c ara s reparamos en que e conten o e sta

    no es otra cosa que la mostracin pura, el hecho puro de la donacin, del mbito despejado que deja las cosas ser ellas

    mismas y en su mutua diferencia; el hablar de los hombres que escucha esa llamada slo puede responder con la pura

    apfansis, con el dejar y mantener el mundo y las cosas en lo que son. El verbo ser, vehculo por antonomasia de este

    apofainesthai, se convierte as en el centro de esa respuesta que el lenguaje humano da al mostrar primordial que lo

    funda. De ah la urgencia de sacar el ser del mbito de la subjetividad, para recuperar el momento apofntico puro que

    an pervive en el es copulativo.12 O. c. p. 30.

    13 Ver a y Mto o, Sa amanca, 1979, p. 434.

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    sa y anamente a exper enc a ermen ut ca. na exper enc a que toma rango onto g co y p ena

    universalidad cuando mediante ella se precisa el fundamental concepto de ertenenc a. Es aqudonde el modelo apelativo alcanza su culminacin nada menos que en el concepto que expresa lamanera hermenutica de entender lo que clsicamente representaba la relacin trascendental entre

    ser y verdad. Ledo desde el acontecer del lenguaje el concepto de pertenencia se determina de

    una manera completamente nueva. Es perteneciente cuanto es alcanzado por la interpelacin de la

    tradicin. El que est inmerso en tradiciones...tiene que prestar odos a lo que le llega desde ellas.

    La verdad de la tradicin es como el presente que se abre inmediatamente a los sentidos . El len-

    guaje entendido como ese acontecer, en que se cumple la accin de la tradicin, es algo distinto de

    a estructura e gram t ca y x co, que pue e ser representa a o et vamente y e a que e su eto

    puede disponer para extraer de ella los medios lingusticos ms adecuados a sus pretensiones; es

    me o en e que e su eto v ve y que, v vo a su vez, se r ge a , transm te sent o y ant c pa

    l mbito de lo decible. Es en este punto donde Gadamer retoma casi al pie de la letra a Heideg-

    ger: en este sent o ser a tera mente m s correcto ec r que e engua e nos a a que ec r que

    nosotros lo hablamos15. Un hablar que, ya sabemos, es la palabra interpelante de la tradicin, que

    antecede y pone en marcha la accin interpretativa del sujeto afectado por ella, que se incorpora

    as a una conversacin inmemorial y sin fin.

    I

    Conocido en sus trazos esenciales lo que representa en la crtica del sujeto la idea de apelacin,

    lo que resulta interesante y obligado es saber a qu atenerse respecto de ese ser al que se dirige la

    ape ac n y que, me ante e a, que a s tua o e ncorpora o a terreno que a ape ac n nst tuye:

    l sujeto de la apelacin, la figura que sucede al sujeto.s ev ente a pretens n e a re ac n or g nar a e ape ac n e esta ecer que e n v uo

    humano recibe toda su condicin propia (llammosle subjetiva o no) de la interpelacin que sufre.

    ser umano es o que es en tanto que or g nar amente nterpe a o. o s o su con ucta, s no

    su propio ser, es respuesta a una convocatoria, a la que queda referido y fijado, contra la ilusin

    e una autonoma inicial del individuo. La plausibilidad de esta idea, en s misma razonable, dado

    ue cualquiera ve que casa perfectamente con la simple experiencia cotidiana de los mltiples

    mensajes que constantemente interpelan al individuo y le obligan a tomar posicin en la vida

    social, empieza a enturbiarse cuando se la intenta pensar en su carcter originario. Como todas las

    metforas, que Blumenberg llama absolutas y que pretenden dar a entender un sentido ltimo de la

    ondicin humana, proceden mediante una amputacin de todas las condiciones antecedentes que

    hacen inteligible el hecho de que parten para realizar la traslacin de sentido. En nuestro caso, los

    emp os t p cos son e co e amue o, menos so emne, e po c a que nterpe a a a gu en en

    la calle, que utiliza Althusser. Cuando Samuel responde heme aqu, Seor, tu siervo escucha, o

    sea a o por a po c a es a m , to o un contexto e sent o est o ran o para que a nter-

    pelacin pueda darse y ser comprendida como tal; Samuel habita en un recinto sagrado, donde la

    voz e os s empre pue e resonar, aunque se con un a con otras, on e a act tu e escuc a es

    bligada, etc., y una interpelacin policial, por su parte, es siempre posible en el contexto de una

    sociedad moderna: sabemos qu es la polica, cundo se intensifica su vigilancia, tememos su arbi-

    14 O. c., p. 554.

    15 O. c., p. 555.

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    trar e a pos e, etc. a nterpe ac n, omo acc n or g nar a, requ ere ustamente presc n r ese contexto de inteligibilidad, no obstante lo cual es posible pensar, en trminos inevitablemente

    abstractos, qu requiere el hecho mismo de la interpelacin del ser que oye y responde, que es,

    no lo olvidemos, un ingrediente esencial de la estructura de apelacin. Tan esencial que es en l,

    n su responder, donde se lee la presencia efectiva de la llamada. Que la apelacin es originaria

    significa justamente que no accedemos a ella como tal, en su carcter inicial, sino que se muestra,

    n nuestra conducta verbal, como lo que siempre ya la ha precedido, como algo respecto de lo cual

    siempre vamos con retraso. Es en el lenguaje que hablamos, en el decir humano, donde se aparece

    la llamada que lo provoca.

    e entra a, es c enten er a ape ac n como estructura or g nar a s no es como contramo-

    elo de la teora moderna de la subjetividad, que se infiltra en casi todas sus formulaciones: as, la

    on c n e nterpe a o se exp ca cas s empre como una espec e e renunc a a a autarqu a e

    sujeto16. Cmo la entenderamos sin el trasfondo de la idea de sujeto es una pregunta que no puede

    tener respuesta, pero que s rve e or entac n para acercarnos a a cuest n un amenta e c mo

    n la apelacin se piensa al interpelado.

    Aunque concedamos la hiptesis bsica de pensar la apelacin en ausencia de todo contexto

    previo de sentido, de condiciones de inteligibilidad materiales (un contexto determinado, comolos aludidos en los ejemplos anteriores), es necesario entenderla como s tuac n, es decir, comostructura compleja que asigna un determinado lugar y funcin al interpelado. Lo cual supone, a

    mi entender, que el hecho mismo de la apelacin revela una condicin en el individuo interpeladoue es requisito de la propia apelacin. Al hablar de condicin trato de poner de relieve que el

    lugar del interpelado no es un lugar vaco que la interpelacin viniera a colmar, sino que ser inter-

    pe a o requ ere c erta cons stenc a prop a, s n a que a nterpe ac n no po r a ser e ect va. u

    peculiaridad se revela cuando reparamos en que precisamente, si la pensamos como pura vaciedad,

    a nterpe ac n no t ene sent o: s a preten a respuesta uera s mp emente e eco que evue ve

    specularmente la llamada, sin alteracin y sin novedad, nunca la llamaramos respuesta. Tampoco

    s , a mo o e a pro ec a tera mente enten a, pensamos que e pro eta que oye a voz reve a a

    se limita a ser pura caja de resonancia de ella, a hablar como puro medium de una voz ajena: l

    no habla propiamente, sino que es Otro quien habla en l. Su palabra ni es una respues ani esrespuesta. Responder requiere alguna propiedad en el que responde. Naturalmente no la pro-

    piedad de la autosuficiencia, el hablar estrictamente desde s mismo, x abundantia cordis,tampoco la de ser eco que repite o pura entrega a una alteridad. El espacio de la respuesta solo es

    abierto, seala acertadamente J.-L. Chrtien, por la diferencia entre hablar de uno mismo y hablar

    uno mismo 7. El hablar desde s mismo est excluido por la idea misma de apelacin, que exige

    sin embargo un responder apropiado y eso significa que el interpelado ha de tener voz propia. Lo

    ue este prop o s gn que me parece que comporta, a menos, estas tres cosas: una apertura o

    sensibilidad tal que la interpelacin sea recibida como lo que es: una llamada a hacer algo o seguir

    una recc n; eso requ ere, prec samente, que a apertura sea a un m to e pos a y no

    eida unvocamente a un dato nico, como si la llamada pudiera ser el objeto propio y exclusivo

    e un sent o s o a e a a ecua o. asta ta punto esto es as , que a ape ac n or g nar a s opuede pensarse como no determinada, como no transmitiendo mensaje, sino reclamando del

    interpelado la apertura trascendental a todo posible aparecer, incluso de lo que quedara fuera de las

    1 C r. Mar on, o. c., p. 3 9.

    17 J.-L. C rt en:La ama a y a respuesta. Ma r , Caparrs, 1997, p. 43.

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    on c ones e nuestro contexto, o mprev s e. a a ecuac n que requ ere a ape ac n por parte

    el interpelado no es un sentido propio, sino esa apertura irrestricta. El sentido de la reclamacin

    ue contiene el heideggeriano Anspruch des Seinsno es otro que establecer una vinculacin delinterpelado a ese mbito abierto que indica la palabra ser; Gadamer por su parte ha sealado con

    laridad que la palabra de la tradicin no nos cie a un contenido concreto sino que interpela y

    sita por lo tanto nuestra opinin en el terreno de lo abierto18Pero eso indica que el interpelado

    st ya abierto, cmo, si no, podra sentirse concernido por la reclamacin? 2) Esa apertura que

    la apelacin instituye significa que otorga a la respuesta un espacio de posibilidad, por tanto que

    no predetermina ni su tenor ni su contenido. Quien sufre la interpelacin se ve en la necesidad de

    respon er en a g n sent o, pero e sent o no est a o. o cua eva a pensar que a v ncu ac nel interpelado a la apelacin es libre, no en el sentido de una libertad de la voluntad (decisin),

    ue es una cuest n u ter or, s no en e que e est a a una var e a e con uctas e respuesta. a

    apelacin es apelacin porque se dirige a alguien que oye y que puede aceptar la llamada o hacer

    os sor os a e a. esto s gn ca tam n que e nterpe a o pue e n c a r como respuesta,no se trata de un inicio absoluto) una conducta y hacerlo en el sentido requerido Por qu

    podra no seguir la llamada en la situacin originaria de apelacin no se sabe de entrada, pero es

    laro que la posibilidad se supone. Posibilidades abiertas e iniciativa son condiciones que la inter-

    pelacin supone en el interpelado. 3) Una cierta forma de autorreferencia. Qu quiero decir con

    sto? Cuando la interpelacin se dirige al interpelado, ste tiene no solo que or la llamada, sino

    omprender que est dirigida a l, a l solo; tiene que saber concernido, afectado por ella. Ser

    afectado por la llamada no significa entonces solamente recibir la impresin de la voz que llama,

    tener una sensibilidad receptiva, sino ser afectado, con-movido por esa afeccin. Es la voz sentidaa que a ecta a su vez a nterpe a o, concern n o e a m smo. n a g n gra o e autoa ecc n no

    hay posibilidad de que la apelacin convierta a quien la recibe en interpelado, es decir, en alguien

    apaz e que ar to o como tr utar o e e a; o cua requ ere que a ape ac n se que e en esujeto, no al modo de un tatuaje que puede pasar inadvertido para quien lo lleva, sino como

    u en se s ente concern o por una tarea que pone en uego su prop a con ucta. a ape ac n no

    puede dejar de suponer sa relacin consigo mismo que marca el verse concernido por ella. Pero

    no hay que entender esta autorreferencia como una reivindicacin del yo frente al hecho, aducido

    por los tericos de la apelacin, de que el interpelado aparece a s mismo inicialmente como un me(me llama a m?) sealado por la apelacin y no como un -sujeto; un hecho perfectamente

    admisible, al que van ligados sin duda el reconocimiento de s mismo y la propia identidad (y que

    orrobora, por ejemplo, el uso castellano de la expresin responde al nombre de X, donde se

    ve claramente que la identidad representada por el nombre propio es la respuesta a una iniciativa

    identificadora que proviene de otro; no es por tanto un nombre tan propio). Se trata de algo anterior

    a a ent a : para que e nterpe a o pue a ec r es a m t ene que tener ya una re ac n e

    apertura hacia s mismo, llevar consigo un poder ver sin el que no podra interpretar la llamada

    omo concern n o e a .

    Estos tres rasgos ponen de relieve lo que podamos llamar la condicin presubjetiva del inter-e a o, presu et va porque no comporta e entra a os caracteres e a su et v a meta s ca n

    prejuzga que su posible desarrollo tenga que conducir necesariamente a ella. Pero conserva cierto

    sabor del sujeto, en el sentido de que, sin la sombra que ste proyecta, difcilmente reconoceramos

    sos rasgos ni tendramos el lenguaje mnimo para describirlos. Pero lo que importa destacar es que

    18 Verdad y mtodo, p. 452.

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    no surgen e una m ra a a n v uo umano por s y a s a o, toma o como un yo aut nomo, s no

    strictamente de su posible lugar en una estructura previa de apelacin. Es sta la que determinala condicin presubjetiva y no una mirada directa al individuo que sacara de l sus pretensionesde sujeto No se trata de una condicin previa al hecho de la apelacin, sino una calidad que estehecho mismo supone en el interpelado; pero supone no significa que subyazga al modo de un

    soporte que antecede y, por eso, recibe la llamada, sino que es un requisito, un ingredientede lastructura de apelacin.

    La necesidad de reparar en la condicin presubjetiva del interpelado se hace particularmente

    patente en la forma como el pensamiento hermenutico concibe la apelacin, ligada siempre a la

    ea e pertenenc a, a a que a su ver a era expres n. ec a antes que a para o a e pensam ento

    heideggeriano estriba en que lo que nos sita en lo ms propio y nos constituye como hombres,

    so m smo nos ape a como un exter or. ertenenc a, que n ca que e n v uo umano pertenecea algo que le precede y a lo que est incorporado, de manera que est constituido por ello, y -ac n, que sug ere que es rec ama o es e una a ter a , no son, pues, conceptos ncompat es,

    sino que ambos designan el mismo hecho, la misma facticidad. Esta es, a mi entender, la mayor

    virtud de la hermenutica. En qu sentido?

    La pertenencia subraya sin ninguna duda el poder constitutivo de la tradicin, su capacidad de

    onformar anticipativamente el horizonte del sujeto, que se ve inscrito en l y sin el que su accin

    arece de sentido. Pertenecer a ese horizonte significa entonces que forma parte del propio ser de la

    accin subjetiva, que sta lo lleva consigo cuando se pone en juego. La tradicin, en cuanto movi-

    miento efectivo de transmisin en el que los individuos estn inmersos, no se tiene, se es. Que la

    onciencia de la historia efectual, el saberse determinado por la historia sea, como dice Gadamer,

    m s ser que conc enc a no es otra cosa que asum r a ncapac a e sa er para mo car ese ec o

    bsico. Pero entonces, si la tradicin nos constituye, si conforma por anticipado nuestras mentes,

    por qu acu r a a ape ac n para enten er nuestro ugar en e a n u a porque e mecan smo

    e la tradicin no funciona de hecho con esa continuidad homognea que la sola idea de pertenencia

    ar a a enten er o, o que es o m smo, os n v uos pertenec entes no son una pura ent a

    on las representaciones de la tradicin que operan en ellos.La apelacin se hace necesaria porquexiste en el seno del acontecer de la tradicin una distancia ineludible entre lo que ella transmite ylos individuos, o para ser ms exactos, entre los individuos y lo que ellos son, entre los individuosy su ser pertenec ente.La tcita, por no considerada en la experiencia hermenutica, condicinpresubjetiva del individuo opera una especie de ruptura en los horizontes histricos, que no pueden

    pasar sin ms a trav s e los individuos, sino que requieren su participacin; de ah el recurso ala apelacin, que establece un juego conceptual completamente distinto de la pertenencia y que la

    modifica de forma esencial. En efecto, el sentido fundamental de la apelacin es reconocer esastanc a, esa erenc a rre uct e que reg stra to a su estructura: a que ex ste entre a nstan-

    ia que apela y un apelado que, al estar trascendentalmente abierto, no puede ser identificado con

    a, y a que ex ste entre e ape a o y m smo en v rtu e su autorre erenc a, que mp e una

    identidad completa con lo que l ya es. Ese juego de distancias es lo que subraya esa condicin

    presu et va e n v uo, que resu ta c pensar que pue a e uc rse s n m s e puro even r

    e los horizontes histricos. Visto desde este ngulo, el valor de la hermenutica es que ha radicali-

    ado de manera implcita, a travs de la apelacin, el papel ineludible de una figura pre-subjetiva

    el individuo humano en el proceso de comprensin. Pues en vez de pensarle como el puro sujeto

    pistemolgico de una objetividad descolorida, lo ha situado como actor indispensable del acontecer

    e la tradicin y de la verdad.

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    o qu s era term nar esta scus n e a ea e nterpe ac n s n re er rme a su ap cac n a

    las ciencias sociales. Althusser, en su clebre artculo Ideologa y aparatos ideolgicos de estado,

    hizo un uso del modelo apelativo para fijar la estructura de relacin entre el sistema ideolgico y los

    sujetos, que tuvo un largo eco y que constituye, todava hoy, el trasfondo de las discusiones sobre

    la articulacin entre la subjetividad y el poder . A mi entender ese modelo, a pesar de moverse

    n las mismas coordenadas que el fenomenolgico-hermenutico, muestra algunas diferencias

    importantes. Si en ambos casos la intencin de fondo es una crtica de la subjetividad moderna y

    su papel, Althusser lleva a cabo esa crtica mediante la operacin sutil de considerar la interpelacin

    omo el mecanismo esencial con el que funciona el sistema total de la Ideologa, pasando, por

    tanto, e ser a pa anca cr t ca que est tuye a su eto a concepto e o que e nst tuye y conso-

    lida. Esta inversin de la funcin de la interpelacin produce dos diferencias clave: 1) en primer

    ugar, e su eto, en su c s ca vers n mo erna e centro e re n c at va, aut nomo, etc., es un

    lugar estructural de la ideologa, un elemento propio de sta: la ideologa demanda la existencia de

    su etos y a nterpe ac n es prec samente a manera como, a a vez, son crea os y v ncu a os

    a ella. Hay desde siempre un lugar previsto para que los individuos sean de antemano sujetos. Este

    de antemano es, en la concepcin althusseriana, fundamental, pues no hay individuos que luego

    son obligados a convertirse en sujetos, sino al revs: desde antes de venir al mundo los individuos

    son ya requeridos a ocupar el lugar de sujetos que determina la ideologa. Es el individuo el que es

    un concepto abstracto, frente a la concrecin del sujeto. La diferencia, esencial en la concepcin

    hermenutica y fenomenolgica, entre el interpeladoy el su etodesaparece: el sujeto es sujeto justopor y a travs de la interpelacin. 2) en segundo lugar, la vinculacin que establece la llamada tiene

    un nico sentido: el assu et ssement, el sometimiento del sujeto a su funcin en la ideologa, un que-ar su eto-a ra ca y a so uto. o ay su etos s no por y para su su ec n. a am ge a quenvuelve la nocin de sujeto (a la vez dueo de s y sometido) expresa perfectamente la necesidad

    ue o eterm na: a e un ser que, en su estar somet o, cump e por s m smo os es gn os e

    la ideologa. Esto lleva a pensar que la interpelacin no establece, como en la perspectiva herme-

    n ut ca, a re ncu ac n que supone part c par en e acontecer e a tra c n o en a ver a eser, participacin que sita al hombre en su ser propio, sino una funcin ideolgica, cuyo cometido

    s introducir una falsa conciencia de subjetividad (en el sentido de dueo de si) para reforzar su

    papel de sujeto (en el sentido de sometido a).

    En una palabra, la operacin de Althusser, si se la ve desde la perspectiva heideggeriana, con-

    siste en tomar como estructura absoluta, en el concepto de Ideologa, algo muy parecido al sistema

    total de organizacin tcnica (Gestell), heredero de la metafsica y hoy el verdadero Sujeto de todolo existente, e introducir en l, como su mecanismo propio de reproduccin y mantenimiento, el

    modelo apelativo que impera en el pensar postmetafsico del re gn s. La apelacin, que con las mu tane a e copertenenc a y stanc a preten a escapar a m to meta s co e su eto, ntro-

    uciendo para ello un juego de conceptos (en torno a apropiacin, donacin, agradecimiento) ajeno

    a po er representat vo e a su et v a , se ve evue ta a nter or e sta. su eto, const tu o

    por la intepelacin, es y slo puede ser un concepto que reproduce el sistema de dominio de la

    eo og a y nunca una nstanc a rente a e a. a so a concepc n e om re como su eto es su m s

    ficaz mantenimiento. El antihumanismo postestructuralista asoma con claridad su cabeza.

    19 De o a Mar or Agu ar (UNAM) e conoc m ento recto e este contexto posta t usser ano. En su tra a o Inter-pe ac n y su et v a , an n to, a expuesto con gran n t ez e sent o e esta scus n, surg a e tra a o e

    Althusser, en las posiciones de Zizek, Butler, Pfaller, etc.

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    ero con e o os pro emas e a teor a e a ape ac n no esaparecen, s no que, en c erto

    modo se agudizan. Pues al inscribirla en la ideologa como el mecanismo de reclutamiento de los

    sujetos que ella necesita para su subsistencia, la apelacin deja de ser la situacin ontolgica y

    fenomenolgicamente originaria, que obligaba a concebir desde ella las relaciones hombre-mundo y

    hombre consigo mismo, para convertirse en un concepto deudor de otro ms amplio y comprensivo,

    la Ideologa. En el fondo a Althusser slo le interesa la interpelacin por el reconocimiento y la

    identificacin que produce en el interpelado y que le abren el acceso a su subjetividad, en el doble

    sentido del trmino. El resto de los momentos implicados en la estructura apelativa no le interesan

    emasiado, una vez localizado el mecanismo esencial de su funcin ideolgica. Especialmente la

    on c n que e ama o pre-su et va, o que e n v uo a e ser para que a nterpe ac n

    tenga sentido, no parece tener ningn relieve: se tratara de una condicin abstracta, extrada del

    pape rea e su eto, preas gna o es e to a a etern a , que no pue e ser or gen e n nguna ex -

    gencia sustantiva. Althusser opera como si la interpelacin no tuviera otros requisitos que los que

    su unc n en a eo og a e marca. s , a st nc n entre n v uo y su eto no t ene m s que un

    papel retrico, que no responde a la diferencia real y conceptual entre lo que precede al sujeto y el

    sujeto ya constituido: el sujeto no asume ningn rasgo pre-subjetivo, slo el papel especfico que

    le otorga la ideologa. Lo que precede al sujeto ms que un individuo con una condicin propia

    parece un material plstico que se encaja en el molde ideolgico del sujeto.

    De esta manera, se repite, acentuado, el problema que observbamos en la idea de pertenencia:

    mediante la interpelacin, tal como Althusser la interpreta, a pesar de su figura dialgica, lo que

    pera es ms bien una forma de pertenencia estricta a la ideologa, una identificacin sin ms

    on lo que el aparato ideolgico de estado quiere introyectar en el sujeto. Lo novedoso en la

    strateg a e t usser estr a en ut zar a nterpe ac n como un mecan smo re na o que me ora

    y garantiza el xito de los vnculos de pertenencia y sujecin. Pero con ello se desnaturaliza su

    structura, pues no e a espac o g co a a pos a e a res stenc a, una pos a s empre

    abierta por el hecho de la distancia insalvable que toda apelacin supone, como antes subrayaba,

    ntre e nterpe a o y a nstanc a que e nterpe a, entre m smo y su prop o ser pertenec ente.

    Pensar de manera satisfactoria esa distancia, ese salto, sigue siendo la tarea ms decisiva de una

    teora renovada de la subjetividad.