anderson & leiber & silverberg - el planeta loco.pdf
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EEll PPllaanneettaa LLooccoo
Autores Varios
Ttulo original: The Oddballs
NDICE
El planeta loco (The Lunatic Planet) Robert Silverberg.
El hombre que poda hacer milagros (The Man Who Could Work Miracles) H.G.
Wells.
El hombre que atravesaba el cristal (The Man Who Walked Through Glass) Nelson
Bond.
El talento (Talent) Robert Bloch.
Tercer piso, al fondo (Passing of the Third Floor Back) Jerome K. Jerome.
Los sueos de Albert Moreland (The Dreams of Albert Moreland) Fritz Leiber.
El brbaro (The Barbarian) Poul Anderson.
Todos exploradores (Each an Explorer) Isaac Asimov.
Nadie molesta a Gus (Nobody Bothers Gus) Algis Budrys.
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El Planeta Loco
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EL PLANETA LOCO Robert Silverberg
La colonia terrcola de Quirn se estaba convirtiendo justamente en lo que Dane
Chandler deseaba. Lo sinti as en el mismo instante de abandonar la nave interestelar y
poner el pie en el cuarto planeta de Procyon.
Advirti con sorpresa que la colonia no era el primitivo puesto fronterizo que temiera;
era ms bien un pequeo globo activo hasta reventar. Esta circunstancia le complaci.
Chandler haba llegado a Quirn esperando encontrarse con un reducido grupo de colonos,
entre los que crear su madriguera y donde poder sentirse realmente propietario.
Se detuvo desconcertado a la entrada de la ciudad, contemplando la labor de los
trabajadores, los activos granjeros y constructores. Sinti una repentina y juvenil
exaltacin, como una inspiracin procedente de toda la actividad que contemplaba, un
sentimiento de crecimiento y expansin de los que l poda ser una parte. Una especie de
alegra le brot clidamente.
Era una alegra que haba experimentado en otro tiempo. Saltar al espacio no fue una
solucin entonces, ni tampoco dejar el espacio para regresar a la Tierra.
Cuando la nave despeg Quirn era meramente una insignificante parada en una ruta
que cubra una docena de astros), Chandler se puso a estudiar a los otros tres colonos que
haban viajado con l desde la Tierra. Una linda chica, impaciente por reunirse con su
marido granjero en el nuevo planeta; un bajo y fornido granjero, y un indescriptible
pasajero, de los muchos que vagaban sin rumbo por los vacos entre mundo y mundo. Los
tres se haban aproximado a Chandler cuando estuvieran a bordo al declarar que tambin l
se diriga a Quirn, aunque sin trabar amistad con ninguno.
Hornaday, el granjero, se dirigi a Chandler diciendo orgullosamente:
Estoy esperando a que venga mi hermano a la estacin. Lleva viviendo en Quirn lo menos cinco aos.
De veras? dijo Chandler, contemplando el cielo auriverde. Sola escribirme contndome lo admirable y novedoso de este lugar. Siempre me lo
describa, as que me decid a venir. Durante dos aos hemos estado ahorrando para mi
pasaje... ni siquiera nos hemos escrito en ese tiempo, salvo con tarjetas postales.
Ya dijo Chandler. l haba invertido un ao de su pensin espacial en el precio de su pasaje. Respir hondamente. El aire ola bien. Chandler advirti con una sacudida que
probablemente era sta la primera vez, en toda su vida, que un aire realmente fresco
penetraba en sus pulmones. Primero, los mefticos vapores que pasaban por aire en la
Tierra, y luego, durante sus largos aos en el espacio, el purificado pero sutilmente mohoso
aire de las naves espaciales. Ms tarde, cuando la soledad lo haba arrancado del espacio,
nuevamente el aire de la Tierra. En este planeta, no obstante, el aire era fresco y agradable.
Y un hombre bajo, pesado y brusco se aproxim al pequeo grupo de recin llegados.
Chandler observ el rostro del hombre y vio que bajo las huellas de los elementos,
coexista el mismo buen natural y sencillo aspecto que era patrimonio del granjero de su
derecha.
El hombre tena que ser el hermano de Hornaday, pens Chandler. Y no se equivocaba.
Los dos hombres se abrazaron sin reparos. Hornaday cogi su pequea valija y,
hablando excitadamente, sigui a su hermano en direccin a la ciudad.
Chandler los vio desaparecer en el ncleo de la colonia, sus dos espaldas lado a lado. En
unas cuantas semanas, Hornaday se confundira con los dems colonos. Su pasado terrestre
se fundira y se pondra a trabajar con los dems, como otro miembro de la colonia.
Chandler lo envidi.
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Un colono de pelo blanco, alto y sonriente, zarande bruscamente el codo de Chandler.
Soy Kennedy dijo. Es usted Dane Chandler? S dijo mirando al otro con sorpresa. Es usted el hombre con quien tena que
encontrarme?
Exacto. Me alegro de verlo, Chandler. Necesitamos hombres como usted en Quirn. Vamos... le ensear dnde va a estar.
Kennedy ech a andar en la misma direccin que tom Hornaday y Chandler lo sigui.
Entre otras cosas, trabajo de director explic Kennedy. Mi deber es procurar que todos los recin llegados sean convenientemente instalados y orientados. Puesto que usted
no conoce a nadie en Quirn todava, me he tomado la libertad de asignarle un compaero
de habitacin, Jeff Burkhart, uno de nuestros ms antiguos colonos (vino en la segunda
expedicin, all por el ao 16): creo que le ser de gran ayuda en su adaptacin a nuestras
organizaciones.
Doblaron por una larga y amplia calle con pequeos edificios a cada lado y un bien
conservado pavimento. Las calles estaban adornadas con retorcidos rboles en miniatura,
dotados de roja foliacin.
Usted es veterano en el espacio, no? Eso es lo que dice mi expediente. Aunque me cans de esa vida despus de mucho
tiempo. Pensaba que el espacio sera la vida para m... a veces no soportaba ser yo mismo...
pero no puede aguantar el vaco ni la soledad...
Lo s dijo Kennedy. Yo sola hacer la ruta de Jpiter. Sabe entonces lo que es. Hace dos aos me jubil y regres a la Tierra para instalarme
all.
Pero no ha estado mucho tiempo en la Tierra observ Kennedy. Nadie me quera, ni tampoco yo quera a nadie. Todo iba a las mil maravillas sin m.
Nadie estaba interesado en un hombre espacial que haba permanecido media vida de
espaldas a los acontecimientos locales. Mi vida en la Tierra fue como vivir en medio de
una colmena. Veinte millones de habitantes en esta ciudad, treinta millones en aquella otra,
y yo sin conocer a ms de cuatro personas por su nombre. Era peor vivir en una ciudad de
extraos que en el espacio. De modo que vine. Una nueva y pequea colonia. Quiero
encontrar un lugar al que pertenecer.
Entiendo dijo Kennedy. Chandler dese que fuera cierto. Burkhart ser un buen compaero prosigui Kennedy. Un individuo slido. Uno
de nuestros mejores hombres.
Ya tengo ganas de verlo dijo Chandler. Oiga, qu es eso? Un extrao humanoide, absurdamente alto, blanco como la tiza, con grandes manos en
forma de garras y apariencia de gran fragilidad, se aproximaba a ellos por la misma calle,
riendo y llorando a la vez. Cuando vio a Chandler bati palmas y lanz una salvaje
carcajada, desapareciendo luego calle abajo.
Es uno de los nativos, un quironaico. Estaba borracho o simplemente se burlaba? Estaba tan sereno como usted dijo Kennedy arrugando el entrecejo. Padece de...
insania, eso es todo. Todos son como ste. ste es un planeta de lunticos.
Chandler rebusc en su memoria buscando algn dato que hubiera aprendido sobre los
nativos de Quirn. Pero encontr tantos mundos... tantas clases de aliengenas...
Lunticos? Cmo es eso? Nadie lo sabe. Vivan una especie de vida nmada cuando vinimos a este lugar y
algunos decidieron vagabundear alrededor de la colonia. El resto se esfum nada ms
localizarnos. Nunca hemos sido capaces de dar con ellos.
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Llegaron por ltimo a un edificio de tres plantas, frente al que se detuvieron.
Le he asignado este sitio. Creo que le gustar y espero que Burkhart sea capaz de ayudarle en cuantas cosas necesite usted. En cualquier caso, si tiene dificultades, puede
venir a verme. Todo el mundo sabe dnde vivo... no tiene ms que preguntar.
Penetraron en la casa. Burkhart estaba repantigado en un sof de foamita de confortable
apariencia, leyendo. Apag el proyector y se levant para recibir a Chandler.
Soy Burkhart dijo cordialmente. Y usted ser Dane Chandler, no? Chandler asinti. Burkhart era casi tan alto como l (cerca de dos metros) y
evidentemente haba sido un tipo fuerte en su juventud. Algunos de sus msculos se haban
ablandado, pero en conjunto pareca encontrarse todava en forma. Deba frisar los sesenta,
convino Chandler, advirtiendo que el cabello de Burkhart se agrisaba prematuramente.
Encantado de verlo, Chandler. Bienvenido a Quirn y todas esas cosas. Para esta ocasin, Kennedy habra acogido al mismo diablo. Se las apaa bien para eso.
Bueno, no entorpecer su encuentro por ms tiempo dijo Kennedy y sali sonriendo.
Una vez cruzadas las formalidades de rigor, ambos hombres se observaron casi
glacialmente el uno al otro. Chandler determin no revelar nada hasta que Burkhart lo
hiciera. Por ltimo, el ms viejo de los dos se dej caer en el sof.
No conoce a nadie en la colonia, Dane? Quiero decir amigos. Ninguno dijo Chandler. No recuerdo que tenga muchos amigos en ninguna
parte.
Burkhart sonri amablemente y Chandler advirti que, dadas las apariencias, estaba
invitando a la piedad.
No es exactamente eso se rectific. Ms bien que no he tenido tiempo de tener amigos. Estaba siempre solo en el espacio, salvo el tiempo que pas en la Tierra, y ya sabe
usted lo que es la Tierra.
Siete billones de personas en un planeta con cabida para tres tan slo. Claro que s lo que es. Por eso somos aqu unos cuantos miles tan slo.
Qu trabajo hace usted? pregunt Burkhart luego. Yo soy uno de los organizadores de arrendamientos.
Construir edificios, supongo. Quiero tener la satisfaccin de haber contribuido a la edificacin de Quirn.
Se ech hacia atrs y reuni fuerzas para exhibir una sonrisa de entusiasmo.
Burkhart le encontr trabajo en un proyecto de construccin y Chandler intent
conscientemente trabar amistad con el hombre con quien trabajaba, aunque no le satisfizo.
Lo mismo que haba lanzado al espacio a Dane Chandler al principio (el sentimiento de
que algo se interpona entre l y el resto del mundo), estaba impidiendo ahora que trabara
conocimiento con nadie en este nuevo planeta. Incluso Burkhart se dio perfecta cuenta de
ello.
No puedo comprenderlo le dijo una noche en el Casino. Llevo viviendo tres semanas con usted y todava es para m un extrao.
Chandler sorbi un trago de su vaso y nada replic.
Por ejemplo prosigui Burkhart, s que usted ha estado en el espacio. Pero nunca me ha dicho por qu dej el trabajo, ni dnde estuvo. Estaba usted solo, dijo, pero
eso resulta muy vago. Qu clase de soledad? No tena tiempo cuando paraba en los
puertos para conseguir una mujer que...?
Olvdelo dijo Chandler. No dijo Burkhart mientras ordenaba ms bebida. Creo que es importante. Por
qu dej el trabajo realmente?
Fatiga espacial dijo Chandler. Demasiados viajes sin compaa.
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Entiendo dijo Burkhart. No le quepa la menor duda de que yo... Lo s. Yo... intento serle de alguna ayuda. Gracias dijo Chandler. Apur su bebida y se ech hacia atrs en su asiento. El
Casino, saturado de festivos colonos, entre cuya alegre algaraba se abran paso unos
cuantos zigzagueantes nativos, espantosamente vestidos y de salvaje aspecto.
Por qu nunca frecuenta a los hombres con quienes trabaja, Dane? insisti Burkhart. Le apuesto a que no sabe ni sus nombres.
Chandler se encar bruscamente con Burkhart.
Exacto. Para m no son personas, sino caras. Creo que ah est el problema: he vivido tanto tiempo alejado de las gentes que ya no s ni cmo son. Si en tanto tiempo no acaba
uno medio deslumbrado por su propia imagen, ya puede...
Ten cuidado, so idiota! interrumpi Burkhart de sbito. Un nativo se haba acercado a ellos y, agitando sus brazos en el aire, haba volcado el
vaso de Burkhart, derramando la bebida sobre su regazo. Furioso, Burkhart se levant y de
un violento empelln arroj al alto y delgado aliengena por el suelo. Repentinamente, el
sonido de las risas se apag en todo el Casino y cien pares de ojos se volvieron para
contemplar la escena.
Imbciles, ya estoy hasta las narices de vosotros exult Burkhart con vehemencia. Cundo aprenderis a no acercaros a nosotros? Se qued mirando al quironaico, que yaca en el suelo sacando y metiendo la lengua de su boca.
Chandler advirti que la furia de Burkhart iba en aumento y se levant, yendo junto a l,
en un intento por detener la explosin.
Sintese, Jeff. A fin y al cabo, la pobre bestia no era consciente de que volcaba su bebida.
Cllese dijo Burkhart. No es la primera vez que lo hacen. Alz al aliengena, sujetndolo por la pechera. La cabeza del quironaico se levantaba casi un pie por encima
de la de Burkhart. Se acab el molestarme, entendido? exigi Burkhart. Djelo estar, Jeff dijo Chandler. Claro que lo dejar estar! dijo, y lanz al aliengena a travs de la sala, yendo a
tropezar contra una mesa, provocando un estrpito de vasos que cayeron al suelo,
rompindose y desmenuzndose.
Gracias, dijo alguien.
No hay de qu replic Chandler automticamente. Entonces advirti que ninguna voz haba roto el absoluto silencio en que estaba sumido
el Casino.
Gracias. Por una vez alguien nos ha defendido de l.
Chandler se volvi lentamente, entendiendo por fin quin haba hablado, y contempl
inquisitivamente al grotesco aliengena. El aliengena le sostuvo la mirada y asinti con
calma.
Era telepata, no? pregunt Chandler, tras arrastrar al inerte aliengena hasta su habitacin e instalarlo sobre su catre. Burkhart haba contemplado framente cmo
Chandler se ocupaba del quironaico y se lo llevaba, sin hacer, empero, el menor
movimiento.
El nombre del extrao era Oran y estaba medio borracho y medio loco. Babe, ri, grit
y maldijo hasta que, gradualmente, comenz a recuperar la calma.
S, era telepata, formul una tranquila voz en la mente de Chandler.
Tena yo razn dijo Chandler. El aliengena se ri. Chandler lo observ atentamente: una absurda y grotesca figura, de
casi siete pies de estatura, que se desperezaba al mximo para contraer luego, lentamente,
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primero un miembro y luego el otro.
Su gente nos considera locos dijo el aliengena en voz alta. Pero los locos son ustedes. Su gente nos ha destruido aadi sin la menor entonacin.
Que qu? Sus mentes siempre estn ocupadas por subcorrientes de odio. Nuestra nica culpa es
que podemos penetrar en ellas.
El aliengena cerr los ojos y se encogi hasta formar una pelota fetal. Chandler esper
pacientemente hasta que se distendi.
Hace aos que no practico esta forma de hablar puntualiz el quironaico. Mi gente... por qu irradia usted tanta curiosidad? ...mi mente viva aqu antes de que la suya
viniera a colonizar este lugar. Nunca necesitamos hablar en voz alta, siempre lo hicimos
mentalmente, tal como hice para darle las gracias. Pues bien, vinieron ustedes y nos
destruyeron. Leamos sus mentes... nada podamos hacer... y las nuestras quedaron
malditas por el horror y el odio que vimos en las de ustedes. As enloquecimos.
Chandler se sent con calma. El quironaico se puso trmulamente en pie, se tambale e
intent salir, pero Chandler se concentr en controlar la mentalidad del extrao, obteniendo
rotundo xito. Prosigui.
Es usted el primero en saber que poseemos un sentido gorrn. Vivamos en las ms estrechas relaciones mentales, compartiendo cada pensamiento y cada emocin. Cuando
los primeros terrcolas aterrizaron y vinieron a saludarnos, extendimos nuestra mente hacia
la suya, como era nuestra costumbre, y penetramos en ellas: el pozo de inmundicia que
yaca en su fondo nos reprimi violentamente. Pero estoy hablando demasiado. Djeme ir,
por favor.
El aliengena se incorpor quedando sentado en el lecho.
Aguarda, Oran, orden Chandler.
Es usted demasiado fuerte para m dijo el extrao. Siento la presin de su mente contra la ma, y estoy demasiado dbil para resistir. Ustedes los terrcolas son todos
iguales.
Es cierto eso... lo que ocurri con su gente? Yo no soy un terrcola, Chandler. Slo puedo decir la verdad. Fueron todos... todos totalmente destruidos? Oran vacil.
Lo fueron? insisti Chandler. No dijo Oran. Algunos huyeron al desierto y se refugiaron all. Ningn terrcola
los encontrar nunca.
Repentinamente el aliengena palideci hasta quedar casi completamente blanco.
Chandler advirti que el quironaico haba captado su pensamiento incluso antes que ste
aflorara de su subconsciencia.
No. No quiero llevarlo all. No puedo!
Oran se volvi y comenz a sollozar convulsivamente Chandler pase de un extremo a
otro de la habitacin, mientras una idea comenzaba lentamente a formarse en su mente: la
idea que l saba deba haber construido el aliengena mucho antes que se introdujera en la
inculta mente del terrcola.
Primer punto: la telepata exista.
Segundo punto: los aliengenas eran incapaces de soportar la proximidad de las mentes
terrcolas, presumiblemente portadores de escoria.
Tercer punto: el telpata Dane Chandler sera el nico que, al menos, ya nunca ms
permanecera incomunicado entre sus semejantes.
Cuarto punto: si...
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Ojal me hubieras dejado tendido en el Casino. S, tu conjetura es acertada. La
telepata puede ser producida en los humanos.
Chandler se detuvo y permaneci silencioso, en tanto la mente del aliengena le
susurraba el pensamiento. La ltima figura del rompecabezas encajaba perfectamente, as
que se volvi y se encar con el lloriqueante y miserable quironaico.
Llvame hasta los quironaicos escondidos, Oran, formul la mente de Chandler. Se
trataba de la necesidad ms poderosa de Chandler, la necesidad de asociarse y mezclarse
con otros hombres, nico factor que haba sido siempre omitido en su ecuacin personal.
Ahora tena la solucin a su alcance. Sin pensarlo dos veces, dej caer su mente contra la
desvalida y ya debilitada mente del aliengena. Llvame all, Oran. Era una orden ms que
una peticin. Tras un largo silencio, Oran respondi en voz alta:
Los terrcolas nunca estis satisfechos. Habis destruido una asombrosa civilizacin y vais ahora en busca de lo que queda. De acuerdo. No puedo defenderme de tu mente. Te
conducir hasta mi gente. Me obligas a la extincin completa de mi raza. De acuerdo,
Chandler; coge tus brtulos y andando... Terrcola!
La ltima palabra fue un explosivo escupitajo mental que tron en el cerebro de
Chandler. Mir ceudamente a Oran e intent forzar su mente para que olvidara.
El desierto quironaico era amplio y plano, con macizos de gruesa vegetacin en la base
de las arenosas dunas. Oran mantena un paso inmisericorde y Chandler lo segua sin
hablar e intentando no formular ningn pensamiento. La alta figura del aliengena oscilaba
frente a l constantemente. Chandler se sobresalt al advertir que estaba pulverizando los
ltimos residuos de tica personal del quironaico, pero tambin se vio a s mismo
aproximndose al final de una ya hastiante bsqueda.
Todo estaba desierto, segn poda ver. Por todas partes pareca haber lo mismo,
excepcin hecha de la oscura mancha que a sus espaldas sealaba el fin del desierto y el
comienzo de la tierra verde, en que estaba situada la colonia terrcola.
Mientras oscureca y el extrao y purpreo crepsculo quironaico cubra la tierra,
Chandler advirti que el aliengena poda muy fcilmente inducirlo a describir crculos, en
espera de cualquier ocasin para escapar.
Vamos en la direccin correcta, Oran? pregunt, rompiendo as un silencio que haba durado ya casi doce horas.
Una breve respuesta fue formulada: Soy acaso un terrcola?
Zaherido por el sarcasmo, Chandler se puso a otear el terreno y comenz
silenciosamente a buscar un lugar para pasar la noche.
Chandler permaneci en vela algunas horas, fantaseando con la ciudad oculta en algn
lugar y haciendo planes al respecto. Oran, prximo a l, pareca sumido en un profundo
sopor.
Por ltimo acab durmindose. Tras lo que le pareci un breve tiempo, despert
bruscamente al sonido de una salvaje carcajada.
Necesit un momento para reunir sus facultades. Luego taladr las tinieblas y vio la
figura de Oran internarse en la noche quironaica.
Oran, orden telepticamente con desesperacin. Vuelve!
Pero el aliengena sigui corriendo. Chandler lo vio ir, desvalidamente. Era absurdo
intentar la persecucin del pernilargo aliengena.
No puedo traicionar a mi gente. El repentino pensamiento alcanz a Chandler como un
alarido lanzado al viento. Oran continu corriendo hasta desaparecer de su vista y
quedando como oculto tras una cortina de negrura. Chandler permaneci contemplando la
noche durante un rato y luego se sent sobre la arena y esper la llegada de la aurora.
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Cuando Procyon se iz trayendo la maana, Chandler consider la situacin. En algn
lugar ante l se encontraba la oculta ciudad de los quironaicos. A sus espaldas se
encontraba la colonia terrcola. Decidi arriesgarse en el desierto.
Ech a andar sobre la arena virgen, el pensamiento fijo en el ignoto destino que tena
ante s. El sol ascenda ms y ms y a medida que el calor aumentaba ms y ms maldeca
a Oran. Con frecuencia se volva para asegurarse de que la colonia terrcola segua a sus
espaldas. Sera absurdo regresar a la colonia sin haber encontrado nada.
Un enorme pjaro verde salt de unos matorrales cuando Chandler pas sobre ellos;
lanz airados graznidos y ech a volar. Sigui caminando durante toda la tarde,
detenindose tan slo para vaciarse las botas de arena.
Por centsima vez se volvi en busca de la colonia, que ahora apenas era una mancha en
el horizonte. Luego sigui adelante. El sol apretaba de lleno ahora y el sudor le resbalaba
por la espalda. Nada se ofreca a la vista excepto movedizas dunas y menudos arbustos. El
silencio ruga en sus odos.
Chandler comenz a pensar que, al fin y al cabo. Oran se haba burlado de l con el slo
propsito de dejarlo morir en el desierto. Pero no poda regresar ahora. Sigui adelante.
No sigas. Detente y regresa.
El pensamiento se le clav en la frente, mantenindose all por unos momentos,
mientras que su aparicin repentina haca que el pnico se apoderase de l, debilitando sus
piernas.
Quin ha dicho eso? pregunt en voz alta. Se pas una mano por los ojos para secarse el sudor y la respuesta le vino en el silencio.
No sigas, Dane Chandler. No podemos soportar tu presencia.
Quin eres? dijo Chandler. No necesitas fingir, Chandler. Sabes muy bien quines somos. Te hemos observado muy
de cerca desde tu primer encuentro con Oran.
Sabis entonces lo que quiero? El sentido intruso no es para los terrcolas, Chandler. Regresa y djanos solos con
nuestros lamentos.
Soy yo quien tiene que decidir eso dijo Chandler. Adelant unos pasos de prueba. No hubo resistencia alguna. El fantasma de una sospecha rondaba su mente.
No, vino la voz confirmante. No podemos impedir que te acerques. Pero como seres
civilizados que se dirigen a otro ser civilizado, te pedimos que regreses y no nos expongas
a tu pensamiento.
Chandler sigui movindose, poniendo cuidadosamente un pie delante del otro.
Mentalmente pudo sentir la voz de los aliengenas suplicar desesperadamente.
Sabis muy bien lo que quiero dijo. Realmente quieres la telepata, Chandler? Realmente quieres llegar a leer la mente
de tus hermanos? Nosotros la hemos ledo ya. Sabemos perfectamente lo que yace bajo la
superficie.
S Chandler contemplaba absorto el reverbero del sol sobre la arena, la quiero. Y os dejar en paz si me la concedis.
Dio otro paso adelante.
No tenemos eleccin, dijo la silenciosa voz con una nota de dolor. No podemos soportar
por ms tiempo la proximidad de tu mente. Te ensearemos cmo adquirir conocimiento
de tus poderes exirasensoriales y luego te marchars.
Estoy listo dijo Chandler. brenos tu mente.
Chandler se relaj, cerr los ojos y dej que su mente flotara en torno a l, sintindola
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inundarse y anegarse en una celestial sinfona de armona perfecta. Las otras mentes se
aproximaron, exploraron la suya y la golpearon. Chandler cay de rodillas sobre la arena.
De sbito experiment la sensacin de que una explosin apartaba los velos que
cubrieran sus ojos. Las mentes de los otros estaban abiertas ante l.
Se trataba de una gran mente compuesta de miembros individuales, mezclndose y
fusionndose hasta formar una unidad. La sensacin de encontrarse en presencia de una
divinidad le sobrevino dejndolo sin aliento.
Entonces pas todo. Tan bruscamente como comenzara, as finaliz. Las mentes de los
otros se le cerraron. El peso de la inculcacin hizo que se inclinara contra el suelo.
Vete. Hemos cumplido nuestra palabra. Vete y mira a tus hermanos.
No puedo permanecer con vosotros? pregunt Chandler por ltimo. Nos destruiras. Ya tienes lo que ambicionabas. Vete.
Asinti hacia los invisibles aliengenas, situados en alguna parte del desierto que
quedaba frente a l. El pensamiento de la colonia y sus moradores lo asalt.
De acuerdo, me ir. Su cabeza lati fuertemente mientras se ergua. La mancha que fuera la colonia terrcola
estaba ahora oculta por las sombras del atardecer, pero l senta la presencia de mentes
terrcolas en la distancia y se lanz a travs del desierto para ir en su busca, para reunirse
con ellas y ofrecerles el don que haba obtenido.
Mientras se aproximaba a la colonia, un vago sentimiento de intranquilidad comenz a
rondar su cabeza, creciendo lentamente hasta convertirse en una definida sensacin de
miedo. Por ltimo la colonia qued ante sus ojos y se dirigi hacia ella, preguntndose a
quin encontrara primero.
Fue a Kennedy. El cano director sonri saludndole con la mano nada ms verlo.
Chandler mantuvo sus poderes en guardia lo mejor que pudo, esperando el momento de
dejarlos en libertad.
Lo he estado buscando, Dane dijo Kennedy. Jeff Burkhart me cont que tuvo usted una especie de reyerta con l y me gustara solucionarlo si puedo. No queremos cosas
como sa en este mundo... no queremos que haya peleas aqu, Dane.
Chandler mantuvo su mente bloqueada.
He estado fuera dijo, ignorando las palabras de Kennedy. No s qu me pas. Apart las ligaduras y abri su mente, abarcando a Kennedy y cuantas otras mentes
pudiera alcanzar. Hubo un momento de lucidez y Chandler cay al suelo retorcindose de
agona.
Qu le pasa? Kennedy se le acerc para examinarlo. Chandler enterr su rostro contra el suelo y pas los brazos sobre su cabeza para acallar los pensamientos que
golpeaban su cerebro. Kennedy levant a Chandler como si de un nio se tratara.
Chandler sonde el fondo de la mente de Kennedy, dejando que su propia mente viera a
travs de las ventanas de los ojos del otro hasta su cerebro. Aull, se solt del socorro de
Kennedy y ech a correr en direccin al desierto.
Cuando se hubo alejado lo suficiente de la colonia, se dej caer sobre una duna e intent
concentrarse.
Adentrarse en la mente de Kennedy haba sido como reptar a travs de un nido de
gusanos. En la superficie, Kennedy era un respetable miembro de la comunidad, un
dirigente, un hombre honrado y correcto. Pero bajo la tapadera de la virtud yaca un
sumidero de odios, miedos, recuerdos dolorosos, retorcidos sueos y proyectos malvados,
que se agitaban hasta lo indecible como vboras prisioneras que pugnan por liberarse.
Y Kennedy era considerado un buen hombre.
Chandler se daba cuenta ahora de por qu Oran consideraba su vida insoportable, por
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qu los quironaicos que haban quedado salvos habanse retirado al desierto. Fuera lo que
fuese aquello que se arrastraba bajo la superficie de la mente terrcola, era algo que no
poda contemplarse sin merma de la salud mental.
Chandler vio su destino con claridad: tendra que renunciar a todo lo humano.
Escucha, dijo una voz. El sentido intruso era tu ms grande deseo. Era agradable la
mente de tu hermano?
Dejadme ir con vosotros rog Chandler. Vosotros me causasteis esto. T aceptaste todas las responsabilidades. Afrntalas ahora.
Chandler cogi un puado de arena y lo arroj al aire.
Me encuentro ahora peor que nunca. Ya no soy ni humano ni quironaico. Dejadme ir con vosotros.
Lo haramos si furamos capaces, Chandler, replicaron los quironaicos. No somos
vengativos. Pero nuestra seguridad debe prevalecer ante todo. Y tu mente es mortal para
nosotros.
Chandler, de sbito corriendo, se dirigi hacia la ciudad oculta.
Detente.
No! Ahora que gozas del sentido intruso, tenemos sobre ti un poder que antes no tenamos.
Te instamos a que no te nos acerques. Llevas una plaga en tu mente.
No podis pararme exclam Chandler con desafo. No podis bloquearme. Podemos.
Un trueno mental lanzado por los quironaicos arroj a Chandler de rodillas. En vano
intent sacudirse aquella tenaza. Forcejeando, cay de bruces.
Tu mente permanece ahora abierta ante nosotros. Podemos penetrar en ella y eliminar
el peligro de tu existencia.
No exclam Chandler. Derrotado, prob a incorporarse, se frot la frente y se puso a reptar lentamente sobre la arena. La masiva mente quironaica cedi gradualmente su
presin hasta dejar a Chandler completamente solo.
Solo en el desierto, pensando. Los quironaicos se haban desconectado de l,
bloquendolo y dejndolo suelto. Ni podan ni queran tener nada con l.
Y los terrcolas?
Dej que su mente se deslizara a travs del desierto hacia la colina y, sintiendo slo una
mediana revulsin, aunque no el horror producido por un contacto ms estrecho, examin
los pensamientos de los terrcolas tanto como podra hacerlo con un escorpin drogado.
No, no poda regresar.
Vag por el desierto, explorando la colonia con su mente y, a pesar de todo, forzando su
poder para proyectarse a travs de los kilmetros dentro de las mentes de cualesquiera
otros. El vaco del desierto lo arrull.
Sinti una voz mental nada familiar. Y otra. Dos ms. Se adentr un poco ms
profundamente y vio que nuevos colonos aterrizaban. Chandler los examin
detenidamente. Granjeros, jvenes esposas, todos con la enconada crueldad poblando el
ncleo de sus mentes.
Chandler posea el ms grande poder que la mente humana conociera. Poder que, sin
embargo, lo separaba para siempre del resto de los humanos. Furioso, dio algunas patadas a
la arena.
Quiz, pens, en algn lugar de Quirn haya una mente que l pudiera alcanzar, tocar y
conocer sin experimentar el menor estremecimiento.
Tiene que haber una, pens.
No. Ni siquiera una, fue replicado.
Pensaba que nunca ms ibais a escucharme, dijo Chandler, que me habais
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abandonado.
Tu pensamiento taladr nuestra barrera.
Una, dijo Chandler, tiene que haber alguien cuya mente pueda yo conocer.
Busca, pues, dijeron los quironaicos, desvanecindose.
Vivir en el desierto dijo Chandler en voz alta. Pens en la Tierra y sus hormigueantes billones, y tambin en la soledad del espacio. Una tras otra sondear todas las mentes, explorando los pensamientos que hay bajo los pensamientos. Tiene que
haber una mente. Si no ahora, ms tarde. Pero la encontrar.
Extendi un rayo mental de prueba y penetr en la mente de Jeff Burkhart,
contrayndolo a continuacin. Localiz la mente del granjero Hornaday y contrajo de
nuevo su mente. No era ninguno de ellos.
Chandler achic los ojos y vio una figura que se le aproximaba a travs de las arenas del
desierto. La figura le saludaba con la mano a medida que avanzaba.
Era Kennedy. Se dio la vuelta, ignorndolo, echando a andar hacia las profundidades del
desierto para dar comienzo a su solitaria vigilia. Examinaba y desaprobaba, examinaba y se
contraa, mirando y buscando a medida que se aproximaba al ncleo del desierto.
Cualquier da en cualquier lugar obtendra la respuesta. Lo saba, como saba tambin
que estaba vivo.
Mientras tanto, Chandler permanecera solo... solo con su terrible poder.
Ms solo que nunca anteriormente.
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EL HOMBRE QUE PODA HACER MILAGROS Mimodrama en prosa
H. G. Wells
Es dudoso que el don fuera innato. Por mi parte, opino que lo adquiri por generacin
espontnea. Por cierto que hasta arribar a la treintena se mantuvo siempre escptico e
incapaz de creer en el poder de los milagros. Y aqu, puesto que es el lugar ms apropiado,
debo hacer constar que se trataba de un hombre menudo, pelirrojo, con ojos de oscuro y
apagado brillo, pecoso, y dotado de un mostacho cuyas puntas se entretena en retorcer
hacia arriba. Su nombre era George McWhirter Fotheringay (no el nombre que uno espera
para un hacedor de milagros, por cierto) y trabajaba como oficinista en la casa Gomshott.
Era un gran aficionado al asentamiento de afirmaciones. Y mientras afirmaba la
imposibilidad de los milagros tuvo su primer contacto con sus extraordinarios poderes.
Esta afirmacin en particular estaba siendo sostenida en la barra del Long Dragn,
contando con la oposicin de Toddy Beamish, que la sobrellevaba con un montono pero
efectivo eso lo dice usted, que transportaba a Mr. Fotheringay a los verdaderos lmites
de la paciencia.
Aparte los dos mencionados, se encontraban presentes un polvoriento ciclista, el
propietario Cox y Miss Maybridge, la perfectamente respetable y camarera de buen ver del
Dragn. Se encontraba sta limpiando vasos y de espaldas a Mr. Fotheringay; los dems lo
observaban, ms o menos divertidos con la presente ineficacia del mtodo asertivo.
Espoleado por la tctica de Torres Vedras (1)
asimilada por Mr. Beamish, Mr. Fotheringay
se decidi a poner en prctica un esfuerzo retrico poco habitual.
Escuche, Mr. Beamish dijo Mr. Fotheringay. Entendamos con claridad lo que es un milagro: algo realizado por el poder de la Voluntad que contradice el curso de la
naturaleza, algo que no puede suceder sin ser especialmente deseado.
Eso dice usted dijo Mr. Beamish, refutndolo. Mr. Fotheringay apel al parecer del ciclista, que hasta entonces se haba mantenido en silencio, y recibi su asentimiento,
aunque otorgado con un carraspeo de vacilacin y una mirada a Mr. Beamish. El
propietario manifest que no expresara su opinin y Mr. Fotheringay, encarndose de
nuevo con Mr. Beamish, recibi la inesperada concesin de un cualificado asentimiento a
la definicin del milagro.
Como ejemplo dijo Mr. Fotheringay grandemente enardecido, expongamos lo que sera un milagro: que esa lmpara ardiera puesta boca abajo, lo que no podra ser segn
el curso natural de la naturaleza.
Usted dice que no podra ser dijo Beamish. Y usted? dijo Fotheringay. No afirmara que... eh? No dijo Beamish con insistencia. No, no podra. Muy bien dijo Mr. Fotheringay. Supongamos que viene alguien, supongamos
que soy yo mismo, que se acerca y se queda justo donde yo estoy, y que dice a la lmpara,
como yo puedo hacer, recurriendo a toda mi voluntad... Ponte boca abajo, sin romperte, y
contina ardiendo... Ya!
No fue necesario que lanzase su Ya! Lo imposible, lo increble habase hecho visible
para todos. La lmpara colgaba invertida en el aire, ardiendo tranquilamente con la llama
apuntando hacia abajo. Y tan slida e indiscutible como siempre haba sido aquella
1 Se refiere a las fortificaciones militares levantadas por Wellington (en 1810) en la ciudad
portuguesa de Torres Vedras. (Nota del Traductor.)
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lmpara prosaica y comn de la barra del Long Dragn.
Mr. Fotheringay permaneca con el ndice extendido y el fruncimiento de cejas del que
anticipa una destruccin catastrfica. El ciclista, que haba estado sentado junto a la
lmpara, peg un salto por encima de la barra. Ms o menos, todo el mundo peg un salto.
Miss Maybridge se volvi y lanz un grito. La lmpara permaneci impertrrita durante
tres segundos aproximadamente. Un lamento de cansancio mental provino de Mr.
Fotheringay.
No puedo aguantarla dijo por ms tiempo. Trag aire y la lmpara invertida, repentinamente, sufri una sacudida, cay contra la
barra, rebot contra un canto y se desplom contra el suelo, apagndose.
Afortunadamente posea un refuerzo metlico, de lo contrario habrase convertido el
lugar en un lago de llamas. Mr. Cox fue el primero en hablar y lo que dijo, por ahorrarnos
intiles excrecencias, fue que Fotheringay era un bobo. Pero Fotheringay se encontraba
ms all de toda disputa, incluso ante una aseveracin como aqulla! Estaba asombrado
hasta lo indecible por las cosas que haban ocurrido. Por lo que le respectaba, la
conversacin subsiguiente no aportaba a la cuestin ninguna luz digna de mrito; la
opinin general, sin embargo, no slo segua a Mr. Cox muy de cerca sino tambin muy
vehementemente. Todos acusaban a Fotheringay de haber utilizado un cretino truco y lo
describan ante l mismo como un destructor irracional del confort y la seguridad. Su
cabeza era un tornado de perplejidad; se sinti inducido a darles la razn e hizo una
ostentosa e ineficaz oposicin a la propuesta de su partida.
Se fue a casa acalorado y con bochorno, el cuello del abrigo alzado, la mirada suspicaz
y las orejas encendidas. A medida que los sobrepasaba, miraba nerviosamente cada uno de
los diez faroles de la calle. Pero slo cuando se encontr solo en su pequea habitacin de
Church Row fue capaz de afrontar seriamente lo que su memoria conservaba de cuanto
haba ocurrido y preguntar:
Qu ha ocurrido en el mundo? Se haba quitado abrigo y botas y estaba sentado en la cama con las manos en los
bolsillos, repitiendo el texto de su defensa por decimosptima vez:
Yo no quera volcar aquel maldito trasto y advirti que en el preciso momento de enunciar las palabras del conjuro haba deseado inadvertidamente lo que deca, y que
cuando haba visto la lmpara en el aire haba sentido que su mantenimiento en aquella
posicin dependa exclusivamente de l, an cuando no se percatara de los motivos por los
que tal cosa era posible. No tena una mente particularmente compleja, de lo contrario
habra retenido durante algn tiempo lo que haba deseado inadvertidamente, ocupado
como estaba por los abstrusos problemas de las acciones voluntarias; como fuere, la idea le
vino con vaguedad bastante aceptable. Y como a partir de ello no se segua, debo admitirlo,
ninguna aclaracin lgica, recurri a las pruebas materiales del experimento.
Resueltamente, seal hacia su vela, se concentr (aunque esto le pareca la cosa ms
tonta del mundo), y dijo:
Levntate. Al segundo siguiente, la sensacin de tontera se desvaneci. La vela se haba levantado
y se sostuvo en el aire durante unos momentos; cuando Mr. Fotheringay trag aire, la vela
cay con seco golpe sobre su tocador, dejndolo a oscuras, excepcin hecha de la expirante
chispa del pabilo.
Mr. Fotheringay permaneci un rato sentado en la oscuridad y completamente inmvil.
Despus de todo dijo, ha ocurrido. Aunque no s cmo explicrmelo. Suspir profundamente y se puso a buscar una cerilla en sus bolsillos. No encontr ninguna, se
levant y tante sobre el tocador. Una cerilla, una cerilla murmur. Registr en su abrigo sin mayor xito y entonces se le ocurri que los milagros podran ser tambin
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efectivos con las cerillas. Extendi una mano y arrug el entrecejo en la negrura: Que aparezca una cerilla en esta mano dijo. Sinti que un objeto menudo rodaba sobre su palma y sus dedos se cerraron en torno a una cerilla.
Tras varios infructuosos intentos por encenderla, descubri que se trataba de una cerilla
de seguridad. La arroj al suelo y luego se le ocurri que poda haber deseado encenderla.
As lo hizo y observ un brillo en mitad del tocador. La alcanz apresuradamente pero se
apag. Su percepcin de las posibilidades fue engrandecindose, lo advirti as y restituy
la vela a su palmatoria.
Hgase la luz dijo Mr. Fotheringay y la luz fue hecha en el pabilo de la vela, permitindole contemplar un agujero en el tapete del tocador y un hilillo de humo
elevndose desde l. Durante un rato pase la mirada desde el agujero hasta la pequea
llama y luego, al alzar la vista, se encontr con su reflejo en el espejo. Semejante
circunstancia lo sumi en silenciosas reflexiones consigo mismo.
Qu pasa con los milagros ahora? dijo por ltimo, dirigindose a su reflejo. Las subsiguientes meditaciones de Mr. Fotheringay fueron de una severa aunque
confusa descripcin. Por lo que vea, se trataba de un caso de voluntad pura. La naturaleza
de sus primeras experiencias lo disuadieron de emprender cualquier otro experimento que
no conllevara su buena dosis de precaucin. Empero, cogi una hoja de papel y la convirti
en un vaso de color rosa y luego de color verde; cre un caracol que luego desintegr
milagrosamente, y hasta se procur un nuevo cepillo de dientes. Despus de algunas horas
lleg a la conclusin de que su fuerza de voluntad deba ser de una cualidad
particularmente rara y estimulante, cosa que le haba pasado inadvertida hasta entonces
aunque no se atreviera a jurarlo. El susto y la perplejidad iniciales de su descubrimiento
daban paso ahora a una orgullosa calificacin que evidenciaba su singularidad, amn de
vagas intimaciones provechosas. De pronto oy que el reloj de la iglesia daba la una, y
como no se le ocurri pensar que sus deberes diarios con la casa Gomshott podan ser
milagrosamente cancelados, resolvi desnudarse a fin de meterse en la cama sin ms
dilaciones. Mientras peleaba con la camiseta en torno a la cabeza, se le ocurri una
brillante idea:
Quiero estar en la cama dijo. Y as fue.
Pero desnudo concret; y luego, encontrando las sbanas fras, rectific: Y con mi camisa de noche... no!, con una magnfica y clida camisa de noche de lana... Ah! exclam con inmensa complacencia. Y ahora quiero un sueo confortable...
Despert a la hora de costumbre y permaneci pensativo todo el tiempo que dur el
desayuno, preguntndose si sus experiencias nocturnas no habran sido un vivido sueno. Al
cabo de un momento volvi a pensar en los pequeos experimentos. Por ejemplo, tener tres
huevos para desayunar. Dos, buenos aunque no de granja, se los haba servido su patrona,
pero el tercero consisti en un delicioso y fresco huevo de oca, obtenido, cocinado y
servido por su extraordinaria voluntad. March hacia Gomshott en un estado de profunda,
aunque cuidadosamente oculta, excitacin y apenas recordaba la cscara del tercer huevo
cuando su patrona se lo mencion aquella noche. Durante todo el da no haba podido dar
golpe, atnito como estaba con aquel nuevo conocimiento de s mismo, circunstancia que
no le caus ninguna inconveniencia porque tuvo el cuidado de camuflarla milagrosamente
en los ltimos diez minutos.
Revestido todo el da de semejante estado de espritu, se lo pas yendo del asombro al
regocijo, aunque la despedida del Long Dragn fuera todava una circunstancia
desagradable de recordar y algn mutilado informe del suceso proporcionara a sus colegas
motivo de eventual chirigota. Era evidente que tena que ser cauto en su forma de tratar las
menudencias, aunque, por otra parte, su don exiga ms y ms cada vez que retornaba a su
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mente. Se ocup de otras cosas que incrementaran su habilidad personal mediante actos de
creacin nada ostentosos. Invoc la existencia de un par de esplndidos gemelos de
diamante, que hizo rpidamente desaparecer pues el joven Gomshott haba penetrado en la
contadura y se diriga a su escritorio. Tema que el joven Gomshott se preguntara cmo
los haba obtenido. Vio claramente que el don requera precaucin y vigilancia en la
incidencia de los ejercicios, aunque, a su juicio, las dificultades pertinentes a su magisterio
no podan ser mayores que las que ya haba encarado al estudiar ciclismo. Quiz fuera esta
analoga y no el sentimiento de que sera mal recibido en el Long Dragn lo que lo llev,
despus de la cena, hasta el callejn situado fuera del alcance de la luz de gas donde
aventurar algunos milagros en privado.
Posiblemente haba en estos ensayos un cierto deseo de originalidad, pues, descontada
su fuerza de voluntad, no tena Mr. Fotheringay nada que lo hiciera un hombre
excepcional. El milagro de la vara de Moiss le vino a la cabeza, pero la noche era oscura y
no se prestaba al control de ninguna milagrosa serpiente. Entonces record la historia de
Tannhuser que leyera en el dorso del programa de la Filarmnica. Le pareci
singularmente atractivo y exento de riesgos. Plant su bastn en el csped que bordeaba el
sendero y orden a la seca madera que floreciera. El aire fue inmediatamente saturado de
fragancia de rosas y con la ayuda de una cerilla pudo ver que su hermoso milagro habase
llevado a cabo felizmente. Pero su satisfaccin finaliz al escuchar ruido de pasos.
Temeroso del prematuro descubrimiento de sus poderes, se dirigi con premura al
floreciente bastn:
Retrocede. Lo que haba querido decir era descmbiate, pero obviamente se encontraba confuso. El bastn recul a considerable velocidad e irremediablemente se oy
un grito de rabia junto con una mala palabra, procedentes sin duda de la persona que se
aproximaba.
Quin es el imbcil que me tira palos? grit una voz. Me ha dado en toda la espinilla.
Lo siento, seor dijo Mr. Fotheringay y se adelant para disculparse al tiempo que se retorca nerviosamente su mostacho. Vislumbr a Winch, uno de los tres policas de
Immering, que avanzaba.
Qu quera darme a entender con esto? pregunt el polica. Vaya! Es usted, eh? El caballero que rompi la lmpara en el Long Dragn.
No quera darle a entender nada dijo Mr. Fotheringay. Nada de nada. Por qu lo ha hecho, entonces? Oh, hermano. Hermano dice? Sabe que me ha hecho dao? Dgame, por qu me lo tir? En aquel momento Mr. Fotheringay no era capaz de pensar por qu lo haba hecho. Su
silencio pareci irritar a Mr, Winch.
Ha agredido usted a la polica, joven. Eso es lo que ha hecho. Escuche, Mr. Winch dijo Mr. Fotheringay, molesto y confuso. De veras lo
lamento. El hecho es...
S? No pudo pensar otra cosa que la verdad.
Estaba haciendo un milagro. Intent hablar de manera desenvuelta, pero aunque lo intent no pudo.
Haciendo un...! Oiga, no diga bobadas. Haciendo un milagro, s, seor! Milagro! Bien, esto s que es divertido, usted, el tipo que no cree en milagros... El caso es... que ste
es otro de sus cretinos trucos de conjuros, eso es lo que es. Pues bien, escuche...
Pero Mr. Fotheringay no oy nunca lo que Mr. Winch iba a decirle. Se dio cuenta de
que acababa de pregonar su valioso secreto y que ahora estaba a merced del viento. Un
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violento resabio de irritacin lo impuls a actuar. Se volvi hacia el polica con fiereza.
Escuche dijo, ya estoy harto! Le ensear un cretino truco de conjuros, vaya que s! Vyase al infierno! Ahora mismo, ya!
Y se qued solo!
Mr. Fotheringay no llev a cabo ms milagros aquella noche, ni se preocup de ver qu
haba pasado con su bastn floreciente. Regres a la ciudad, asustado aunque
aparentemente tranquilo, y se meti en su habitacin.
Seor! exclam. Es un don poderoso,., extremadamente poderoso. Bueno, no he querido decir tanto. No... me pregunto cmo ser el infierno.
Se sent en la cama y se quit las botas. Posedo por un feliz pensamiento, sac al
polica del infierno y lo traslad a San Francisco, y sin ninguna otra interferencia se meti
en la cama. Aquella noche so con!a ira de Winch.
Al da siguiente Mr. Fotheringay se enter de dos interesantes noticias. Alguien haba
plantado un hermoso rosal trepador contra el saco de la casa privada de Mr. Gomshott en
Lullaborough Road; y el ro, hasta la altura de Rawling's Mili, estaba siendo dragado en
busca del polica Winch.
Mr. Fotheringay permaneci abstrado y meditabundo todo el da. No llev a cabo ms
milagros, salvo algunos ajustes respecto a Winch, y el milagro de completar su jornada de
trabajo con puntual perfeccin, a pesar, todo ello, del aguijoneante enjambre de
pensamientos que zumbaba en su cabeza. Semejante abstraccin y docilidad de maneras no
pas desapercibida por algunas personas, que la convirtieron en artculo de broma. Para la
mayora estaba l pensando en Winch.
El domingo por la tarde fue a la iglesia y le extra que Mr. Maydig, tomando cierto
inters en oscuros asuntos, predicara acerca de cosas que no son legtimas. Mr.
Fotheringay no era un frecuentador regular de la iglesia, pero el sistema del firme
escepticismo, al que ya he aludido, estaba siendo ahora muy zarandeado. La tnica del
sermn arroj una nueva luz sobre sus recientes dones y Mr. Fotheringay decidi
repentinamente consultar con Mr. Maydig nada ms terminase el servicio. Nada ms
formularse esta determinacin, se pregunt por qu no lo haba hecho antes.
Mr. Maydig, hombre magro y excitable, dotado de cuello y muecas exageradamente
largos, agradeci que un joven, cuyo descuido en materias religiosas era la comidilla de
toda la ciudad, lo requiriese para una conversacin privada. Despus de despachar algunos
asuntos necesarios, lo condujo al despacho que tena contiguo a la iglesia, lo aposent
confortablemente y, quedando en pie frente a un agradable fuego (sus piernas formaban
sobre la pared opuesta un arco rodio de sombras), pregunt a Mr. Fotheringay por el estado
general de sus actividades.
Al principio, Mr. Fotheringay se sinti abatido, encontrando muy difcil el entrar en
materia.
Me temo, Mr. Maydig, que usted apenas va a creerme siguiendo as durante un rato. Finalmente, se decidi a formularle una pregunta concerniente a lo que lo haba
llevado all: qu opinin tena Mr. Maydig de los milagros?
Comenzaba ya a decir Mr. Maydig un Bien en tono extremadamente leguleyo cuando
Mr. Fotheringay volvi a interrumpirle:
Supongo que usted no cree que una persona extrada del acervo ms comn (yo, por ejemplo) pueda permanecer sentada aqu y haber experimentado un giro interior que la
haya hecho sensible a realizar propsitos por medio de su voluntad.
Es posible que s dijo Mr. Maydig. Cosas de ese jaez pueden ser posibles. S me permitiera usted operar libremente aqu, creo que podra mostrarle una especie
de experimento dijo Mr. Fotheringay. Tome la caja de tabaco que hay sobre la mesa, por ejemplo. Lo que yo quiero saber es si lo que voy a hacer con eso es un milagro o no.
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Justo medio minuto, Mr. Maydig, por favor.
Encogi las cejas, seal la caja de tabaco y dijo:
S un jarro con violetas. La caja de tabaco lo hizo como se le orden.
Mr. Maydig se quedo con los ojos muy abiertos al suceder el cambio y mir
alternativamente al taumaturgo y el jarrn de flores. No dijo nada. Al cabo se aventur a
inclinarse sobre la mesa y olisquear las flores; eran verdaderamente frescas y agradables.
Entonces se qued mirando nuevamente a Mr. Fotheringay.
Cmo ha hecho esto? pregunt. Pues dcindolo... Mr. Fotheringay se puli el mostacho y ya est. Es un
milagro, magia negra, o qu? Y qu piensa usted sobre la relacin de todo esto conmigo?
Eso es lo que quiero preguntarle.
Es un suceso verdaderamente extraordinario. Pues tal da como hoy la ltima semana, yo no saba ms que usted que fuera capaz
de hacer cosas tales. Ocurri de repente. Hay algo raro en mi voluntad, imagino, y se
encuentra ms all de mi comprensin.
Es eso slo? Podra hacer otras cosas adems de sta? Oh, Seor, s! dijo Mr. Fotheringay. Cualquier cosa. Lo pens y
repentinamente record un conjuro ficticio que haba visto. T! seal. Convirtete en una pecera... no, eso no... cmbiate en un jarrn de cristal lleno de agua, con
una carpa dorada nadando en ella. As es mejor! Lo ve, Mr. Maydig?
Es asombroso. Increble. Posee usted el ms extraordinario... aunque no... Podra transformarlo en cualquier cosa dijo Mr. Fotheringay. En cualquier cosa.
T! S una paloma.
Al momento siguiente, una paloma azul revoloteaba por la habitacin, obligando a Mr.
Maydig a ladearse cada vez que se aproximaba a l.
Detente, te lo ordeno dijo Mr. Fotheringay; y la paloma qued inmvil y suspendida en el aire. Podra hacer que volviera a ser un jarrn de flores dijo, y, ubicando la paloma sobre la mesa, oper el milagro. Aunque supongo que querr fumarse una pipa dijo, y restaur la caja de tabaco.
Mr. Maydig haba seguido los ltimos cambios con una especie de silencio exclamativo.
Se qued contemplando a Mr. Fotheringay y, con gesto vivaz, cogi la caja de tabaco, la
examin y la deposit nuevamente sobre la mesa.
Bien! fue la nica manifestacin de sus sentimientos. Despus de esto, creo que me ser ms fcil explicarle los motivos de mi visita dijo
Mr. Fotheringay; y procedi a exponer una extensa narracin de sus extraas experiencias,
comenzando con la de la lmpara del Long Dragn y complicndola con insistentes
alusiones a Winch. Mientras lo haca, desapareci el pasajero orgullo que la consternacin
de Mr. Maydig le haba causado; se convirti de nuevo en el ordinario Mr. Fotheringay que
siempre haba sido. Mr. Maydig escuchaba atentamente, la caja de tabaco en su mano,
alterndose tambin su porte a medida que prosegua el curso del relato. En un momento,
mientras Mr, Fotheringay estaba preparando el milagro del tercer huevo, el ministro lo
interrumpi con una mano extendida.
Es posible dijo. Es creble. Es asombroso, claro, pero se concilia con un nmero de dificultades. El poder de hacer milagros es un don... una cualidad peculiar como el
genio o la clarividencia... que hasta ahora ha sido concedido muy raramente y slo a
personas excepcionales. Pero en este caso... Siempre me he maravillado ante los milagros
de Mahoma, y ante los milagros de los yogi y tambin ante los milagros de Madame
Blavatsky. Aunque, claro! S, se trata simplemente de un don. Verifica tan bellamente los
argumentos de ese gran pensador la voz de Mr. Maydig se apag levemente, su Gracia
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el Duque de Argyll. A veces sondeamos algunas profundas leyes... ms profundas que las
leyes ordinarias de la naturaleza.
S..., s. Prosiga! Prosiga! Mr. Fotheringay pas a contar su desventurado episodio con Winch y Mr. Maydig, ni
sobrecogido ni temeroso ya, comenz a musitar silenciosamente algunas exclamaciones de
sorpresa.
Eso es lo que ms me preocupa de todo prosigui Mr. Fotheringay. Es lo que ms me ha obligado a desear consejo; claro, l est en San Francisco (donde quiera que
est San Francisco), pero, como ver, es algo sumamente delicado para ambos. Ignoro si
podr entender lo que le ocurri, pero apostara a que est tan exasperado que intentar
buscarme. Apostara incluso a que ya est en camino. Mediante un milagro, lo devolver a
su lugar de origen cada da, cuando me acuerde. Y, obviamente, eso es algo que l nunca
llegar a entender y lo pondr al lmite del fastidio; tambin, si cada vez toma un tren o lo
que sea, le costar bastante dinero. Hice lo mejor que se me ocurri, aunque debe ser difcil
para l ponerse en mi lugar. Tambin he pensado que sus ropas deben estar chamuscadas
(si el infierno es lo que se supone), en cuyo caso creo que lo habrn detenido. Claro que
dese ropa nueva para l, pensando directamente en ello. Aunque, fjese, estoy ya en tantos
enredos...
Veo perfectamente que est usted en un enredo dijo Mr. Maydig severamente. S, es una posicin difcil. Cmo va a terminar...? Su voz se hizo inaudible.
Sin embargo prosigui, dejaremos por un rato a Winch y afrontaremos la cuestin ms importante. Yo no creo que ste sea un caso de magia negra ni nada por el estilo.
Tampoco creo que haya el menor rasgo criminal, Mr. Fotheringay, ninguno, a no ser que
persiga usted lucros materiales. S, son milagros, puros milagros... y milagros, si as puedo
decirlo, de verdadera calidad.
Se puso a pasear murmurando y gesticulando, en tanto Mr. Fotheringay segua sentado
con un brazo sobre la mesa y la cabeza sobre el brazo, con aire apenado.
No s qu hacer con Winch dijo ste. Un don que capacita para hacer milagros... en apariencia un don muy poderoso dijo
Mr. Maydig; encontrar la solucin respecto de Winch... no tema. Mi querido seor, usted es un hombre muy importante... un hombre con las posibilidades ms sorprendentes.
Es evidente. Y, por otro lado, las cosas que usted puede hacer...
S, he pensado en una o dos cosas dijo Mr. Fotheringay. Pero... algunas de esas cosas vienen un poco torcidas. Vio el pez del principio? Ni el recipiente apropiado ni el
apropiado pez. Pens que poda preguntrselo a alguien.
Un curso propio dijo Mr. Maydig, un curso muy propio... paralelo al verdadero curso. Se detuvo y mir a Mr. Fotheringay. Es prcticamente un don ilimitado. Probemos sus poderes. Si son realmente... si son realmente lo que parecen ser.
Y as, por increble que pueda parecer, en el despacho de la pequea casa levantada
detrs de la iglesia congregacional, durante la tarde del sbado 10 de noviembre de 1896,
Mr. Fotheringay, instado e inspirado por Mr. Maydig, comenz a hacer milagros. La
atencin del lector se habr fijado especial y definitivamente en la fecha. Objetar,
probablemente habr ya objetado, que algunos puntos de esta historia son improbables y
que si cualquier cosa de las descritas hubiera ocurrido realmente, tendra que haber
aparecido en los peridicos de hace un ao. Le ser particularmente difcil aceptar los
detalles que seguirn a continuacin, porque, entre otras cosas, llevan a la conclusin de
que l o ella, el lector en cuestin, pudo haber sido asesinado de manera violenta y sin
precedentes hace ms de un ao. Un milagro se convierte en nada si se puede demostrar su
improbabilidad, de manera que, de hecho, el lector fue asesinado de manera violenta y sin
precedentes el ao pasado. En el curso subsiguiente de este relato, que llegar a hacerse
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perfectamente claro y creble, todo lector razonable y de sentido comn acabar
admitindolo. Pero ste no es lugar para acabar la historia, puesto que estamos un poco
ms all del comienzo de la segunda mitad. Al principio, los milagros de Mr. Fotheringay
fueron milagros ms bien tmidos, pequeas artimaas con tazas y voces ocultas, tan
dbiles como los milagros de los tesofos, pero, dbiles como eran, fueron recibidos con
reverencia por su colaborador. l habra preferido solucionar el asunto de Winch, pero Mr.
Maydig no se lo permiti. Despus de realizar una docena de trivialidades domsticas, el
compartido sentido de fuerza creci y la imaginacin de ambos comenz a mostrar seales
de estmulo y de creciente ambicin. La primera gran empresa se debi al hambre y la
negligencia de Mrs. Minchin, el ama de llaves de Mr. Maydig. La comida a la que el
ministro invit a Mr. Fotheringay pareca ms bien rancho de hospital, completamente
intil como refrigerio para dos industriosos hacedores de milagros; el caso es que se
sentaron y Mr. Maydig se puso a quejarse con tristeza, antes que con ira, por las malas
artes de su ama de llaves; entonces y no antes, se le ocurri a Mr, Fotheringay que haba
una posibilidad de solucin.
No crea, Mr. Maydig dijo, que me tomo la libertad de... Mi querido Mr. Fotheringay, por supuesto que no! No... de veras que no pienso as. Entonces, qu podramos escoger? Mr. Fotheringay movi las manos y, a una
orden de Mr. Maydig, revis la cena muy cuidadosamente.
Lo mismo para m dijo el otro, tras ojear la seleccin. Yo siempre he sido particularmente aficionado al tanque de cerveza con gruesas y exquisitas tostadas de queso
y eso ordenar. No soy muy dado al borgoa y en el acto, la cerveza y las tostadas aparecieron a su demanda. Se dispusieron a dar cuenta de la cena mientras Mr. Fotheringay
perciba, con una mirada de sorpresa y gratificacin, todo cuanto los milagros podan
lograr. A propsito, Mr. Maydig dijo luego Mr. Fotheringay, creo que quiz pueda serle til a usted... en sentido domstico.
No comprendo muy bien dijo Mr. Maydig, sirvindose un vaso de milagroso borgoa aejo.
Para explicarse, Mr. Fotheringay se ayud con una segunda tostada de queso, de la que
tom un bocado.
Estaba pensando dijo que podra (am, am) hacer (am, am) un milagro con Mrs. Minchin (am, am)... convertirla en una mujer ptima.
Mr. Maydig dej el vaso sobre la mesa y mir al otro dubitativamente.
Ella dijo, se opondra enrgicamente, Mr. Fotheringay. Y, aparte de eso, son ms de las once y se encontrar seguramente durmiendo. Piensa usted que, en general...?
No veo dijo Mr. Fotheringay, tras considerar las objeciones, qu pueda impedir hacerlo mientras duerme.
Durante un rato Mr. Maydig se opuso a la idea, pero finalmente acab rindindose. Mr.
Fotheringay emiti las rdenes oportunas y ambos caballeros pasaron, a continuacin, a
rendir honores a los postres. Mr. Maydig se dedic a exagerar los cambios que le pareca
iba a encontrar al da siguiente en su ama de llaves, y con tal optimismo que, incluso a Mr.
Fotheringay, le pareci forzado. Entonces oyeron un confuso ruido en la escalera. Los ojos
de ambos formularon mudos interrogantes y Mr. Maydig abandon la habitacin con
presteza. Mr. Fotheringay oy cmo llamaba a su ama de llaves y luego cmo suba los
peldaos.
Al cabo de un minuto aproximadamente regres el ministro con paso decidido y el
rostro radiante.
Maravilloso! dijo. Y enternecedor! Lo ms enternecedor que hay! Comenz a pasear por la estancia.
Qu arrepentimiento prosigui, el arrepentimiento ms encantador vino a m
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nada ms abrir la puerta. Pobre mujer! Qu cambio tan maravilloso! Se haba levantado.
Debi levantarse de golpe. Se haba despertado y levantado para romper una botella de
brandy que guardaba. Y para confesarlo tambin. Lo que nos proporciona... nos da... el
ms asombroso panorama de posibilidades. Si podemos hacer esta milagrosa
transformacin en ella...
La cosa tiene una apariencia ilimitada dijo Mr. Fotheringay. Y acerca de Mr. Winch...
Completamente ilimitada. Desde la chimenea, Mr. Maydig, dejando a un lado la cuestin de Winch, se lanz a desarrollar una serie de maravillosas propuestas, propuestas
que inventaba a medida que las enunciaba.
Lo que aquellas propuestas fueran, no concierne a lo esencial de este relato. Baste con
saber que eran fraguadas por un espritu de infinita benevolencia, esa clase de benevolencia
que suele llamarse de sobremesa. Baste saber, tambin, que el problema de Winch qued
sin resolver. Ni es necesario describir lo poco que la serie de propuestas contribuy a su
solucin. La madrugada sorprendi a Mr. Maydig y Mr. Fotheringay cruzando a la carrera
la fra plaza del mercado bajo la silenciosa luna y en una especie de xtasis de taumaturgia;
Mr. Maydig todo aleteos y gesticulacin, Mr. Fotheringay (bajo y crespo como era) ya sin
el menor abatimiento en su grandeza. Haban transformado a todos los borrachines en una
divisin parlamentaria, haban cambiado toda la cerveza y el alcohol en agua (Mr. Maydig
haba dirigido a Mr. Fotheringay hacia este punto); haban, tambin, mejorado
grandemente la comunicacin ferroviaria del lugar, secado la charca de Flinder, adecentado
el pavimento de One Three Hill y curado la verruga del vicario. Y marchaban para ver qu
poda hacerse con el lastimoso estado del muelle de South Bridge.
El lugar dijo Mr. Maydig no ser el mismo maana. Cuan agradecidos y sorprendidos se quedarn todos! Y en aquel momento el reloj de la iglesia dio las tres.
Oiga dijo Mr. Fotheringay, son las tres! Debo regresar. Tengo que entrar a las ocho en el trabajo. Y adems, Mrs. Wimms...
Pero si acabamos de comenzar dijo Mr. Maydig, pleno de la dulzura del poder sin lmites. Acabamos de comenzar. Piense en todo el bien que estamos haciendo. Cuando la gente despierte...
Pero... dijo Mr. Fotheringay. Mr. Maydig le agarr el brazo repentinamente. Sus ojos brillaban locamente.
Mi querido compaero dijo-, no hay ninguna prisa. Mire seal la luna en el cenit. Josu!
Josu? dijo Mr. Fotheringay. -Josu dijo Mr. Maydig. Por qu no? Detngala. Mr. Fotheringay observ la luna.
Est un poco alta dijo tras una pausa. Por qu no? dijo Mr. Maydig. Por supuesto que no va a detenerse. Se detendr,
ya lo sabe usted, el movimiento de rotacin de la tierra. El tiempo se detendr. No har
ningn dao.
Bien dijo Mr. Fotheringay suspirando. Lo intentar. Se aboton la chaqueta y se dirigi al planeta con tanta confianza como resida en su
poder.
Para de rotar, quieres? dijo. Sin poder remediarlo se encontr volando cabeza abajo a travs del aire a una velocidad
de docenas de millas por minuto. A pesar de los innumerables crculos que describa por
segundo, pudo pensar; pues pensar es maravilloso... a veces tan indolente como un suave
declive, a veces tan instantneo como la luz. Pens en una rfaga de segundo y dese:
Djame abajo sano y salvo. Sea cual sea lo que ocurra, bjame sano y salvo.
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Lo dese justo a tiempo, pues sus ropas, calentadas por el rpido vuelo a travs del aire,
comenzaban ya a chamuscarse. Baj con forzosa (por no decir dolorida) cada sobre lo que
pareca un montn de tierra removida. Una gran masa de metal y albailera,
extraordinariamente parecida a la torre del reloj de la plaza del mercado, se desplom cerca
de l, rebot por encima y expandi piedras, vigas y ladrillos como metralla de bomba.
Una vaca alcanzada por los cascotes qued reventada como un huevo. Hubo un estrpito
que tron como todos los estrpitos habidos y por haber, seguido a continuacin de
estrpitos menores. Un viento huracanado se desat entre los cielos y la tierra, de modo
que apenas pudo alzar la cabeza para mirar. Por un rato permaneci atnito y sin
respiracin, lo bastante incluso para no poder ver dnde se encontraba y qu haba
ocurrido. Y su primer movimiento fue para confirmar que su cabeza segua sobre sus
hombros.
Seor! gimi Mr. Fotheringay, apenas capaz de hablar debido al ventarrn. Me he escapado por pelos! Qu habr ido mal? Tormentas y truenos. Y hace apenas un
minuto haca una noche excelente. Ha sido Maydig quien me ha empujado a hacer esta
clase de cosas. Qu viento! Si sigo haciendo estas locuras, acabar teniendo un
accidente...
Dnde est Maydig?
En qu embrollo ms embrollado est todo!
Mir a su alrededor en la medida que su ondeante chaqueta se lo permita. La apariencia
de los objetos era realmente extraa.
De todos modos, el cielo est perfectamente dijo. La luna sigue como antes. Brillante como un sol a medioda. Pero en cuanto al resto... Dnde est el pueblo? Dnde
est... dnde est todo? Qu hace sobre la tierra este viento arrollador? Yo no he ordenado
ningn viento.
Mr. Fotheringay intent vanamente ponerse en pie. Tras el primer fracaso, quedse a
cuatro patas. Colocado a sotavento, observ la brillante luna, ondeando sobre su cabeza los
faldones de su chaqueta.
Hay algo realmente mal en esto dijo. Y lo que ello sea... slo el cielo lo sabe. En todo el radio que su vista poda abarcar, bajo el blanco resplandor atravesado por
cortinas de polvo levantado por el vendaval, nada poda verse que no fuera ruina y
desolacin, ni rboles, ni edificios, ni formas familiares: tan slo un torbellino de desorden
desvanecindose en la oscuridad reinante ms all de los tornados y corrientes, relmpagos
e incipientes truenos de una incontenible e irremediable tormenta. Junto a l haba algo que
alguna vez poda haber sido un olmo, una destrozada masa de astillas que se estremeca de
las ramas a la base, y ms all una retorcida masa de vigas de hierro (demasiado evidente,
el viaducto), que emerga de la confusin.
El lector ya lo sabe: cuando Mr. Fotheringay anul la rotacin de la tierra, no tuvo en
cuenta el movimiento de inercia sobre su superficie. Pues la tierra gira tan rpido que la
superficie de su ecuador se precipita a una velocidad algo mayor que mil millas por hora, y
en las latitudes que implicaban a Mr. Fotheringay a poco ms de la mitad. De modo que el
pueblo, Mr. Maydig, Mr. Fotheringay, todo el mundo y todas las cosas haban sido
impulsadas violentamente a una velocidad aproximadamente de nueve millas por segundo:
o sea, mucho ms violentamente que si hubieran sido arrojados de la boca de un can. Y
todo ser humano, toda criatura viviente, todos los edificios, todos los rboles... todo el
planeta tal y como lo conocemos, haba sido pues catapultado y aplastado y sin duda
destruido. Eso haba sido todo.
Cosas que, claro, no apreci Mr. Fotheringay plenamente. Pues l se limit a considerar
que su milagro haba salido mal, disgustndose con su bagaje milagrero. Permaneca ahora
en la oscuridad, ya que las nubes, apelotonadas sobre el cielo, haban ocultado la luz de la
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luna y llenado el aire de torturantes formas. Un inmenso crujido de viento y agua inund el
cielo y la tierra y, protegindose los ojos con la mano, en medio del polvo y el viento, vio a
la luz de los relmpagos la slida muralla de agua que se precipitaba hacia l.
Maydig! grit la dbil voz de Fotheringay en medio de los rugidos de la naturaleza. Aqu, Maydig!
Detente! exclam luego al agua que avanzaba. Oh, por el amor del cielo, detente!
Deteneos un momento dijo a los relmpagos y truenos. Deteneos un momento mientras me concentro... Y qu har ahora? Qu har? Seor! Deseara que Maydig
estuviera por aqu cerca.
Ya s dijo despus. Y por el amor del cielo, que lo haga bien esta vez. Qued a cuatro patas, inclinado contra el viento, concentrado en hacer las cosas bien.
Ah! exclam. Que nada de cuanto voy a ordenar ocurra antes que diga Ya!... Seor! Me parece que he pensado esto antes!
Su diminuta voz luchaba contra el silbante viento, aumentando ms y ms en el vano
deseo de orse a s mismo.
Ahora, ahora va! Considrese lo que digo. En primer lugar, cuando todo lo que diga se haga, quiero perder mi poder milagroso; que mi voluntad se convierta ni ms ni menos
que en la voluntad de cualquier otro, y que todos estos peligrosos milagros se detengan. No
me gustan. Prefiero no tenerlos. Nunca ms. Esto lo primero. Lo segundo... quiero retornar
justo antes de iniciarse los milagros; que todas las cosas sean tal como eran antes de que
aquella dichosa lmpara se invirti. Es un gran esfuerzo, pero es el ltimo. Apuntado? No
ms milagros, todo como estaba... y yo otra vez en el Long Dragn justo antes de ponerme
a beber mi media pinta. Eso es!...
Cerr el puo, cerr los ojos y dijo:
Ya! Todo sucedi a pedir de boca. Advirti que se encontraba ahora en pie.
Eso dice usted dijo una voz. Abri los ojos. Se encontraba en la barra del Long Dragn, discutiendo de milagros con
Toddy Beamish. Tuvo la vaga sensacin de un gran fenmeno olvidado, pero se le pas al
instante. El lector puede ver que, excepto la prdida del milagroso poder, todo haba vuelto
a ser como haba sido; su espritu y memoria se encontraban ahora en el estado en que se
encontraban justo al comenzar este relato. De modo que no saba absolutamente nada de
cuanto aqu se ha narrado, no lo saba al menos hasta hoy. Y, entre otras cosas, segua
obviamente sin creer en los milagros.
Le digo que los milagros, propiamente hablando, no pueden ocurrir dijo, sea cual sea la forma en que usted los presente. Y estoy preparado para probar lo que digo.
Eso es lo que usted piensa dijo Toddy Beamish. Prubelo si puede. Muy bien dijo Mr. Fotheringay. Convengamos primero en lo que es un milagro.
Es algo que contradice el curso de la naturaleza por el poder de la Voluntad...
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EL HOMBRE QUE ATRAVESABA EL CRISTAL Nelson Bond
Fue la cosa ms inslita. Habamos estado charlando ms o menos casualmente sobre el
tiempo, las oportunidades de los yanquis y la situacin poltica, cuando de sbito Guimple
se inclin hacia delante y me dijo precipitadamente:
Escuche, quiero ensearle algo. Algo? repet. Un poco estpidamente, imagino. Guthrie Guimple no pareca ser la
clase de persona de la que uno esperara un truco de saln. Ahora que lo pienso no distaba
mucho de ser el varn norteamericano medio del que tanto ha ledo uno. Estatura y peso
medianos. Cabellos y ojos oscuros. Maneras suaves. La clase de tipo que suele uno
encontrarse en un cine o en el asiento de al lado de un autobs. Nuestro encuentro en aquel
club privado de Nueva York haba sido puramente accidental. Haba llegado yo con una
tarjeta de invitacin, me haba sentido aburrido y cansado y aprovech aquella oportunidad
de compartir unos tragos.
Algo extrao dijo. Observe. Apur los pocos sorbos de cerveza que restaban en el fondo de su vaso y se despoj
cuidadosamente de la dorada sortija que adornaba el dedo corazn de su mano derecha.
Entonces, sin el menor esfuerzo, casi casualmente, pas su mano directamente a travs del
vaso vaco.
Lo contempl absorto.
Espere ahora un minuto dije. Tres cervezas no hacen ver de ordinario cosas como sta, pero...
Usted no ha visto alucinaciones asegur solemnemente. Yo puedo hacerlo realmente. Lo ve?
De nuevo pas la mano desnuda a travs del vaso de cerveza. Pero en esta ocasin haba
detenido el movimiento, dejando la mano en mitad del vidrio. Poda verse el afilado arco
donde por dos veces cortaba el cristal la carne, contemplarse el inslito escorzo de su mano
dentro de las fronteras del cristal. Doble refraccin, creo que se llama. Extend mi mano
para tocar la suya; tambin toqu el cristal. Mis dedos recorrieron su fra y de algn modo
hmeda carne en la medida en que el cristal... se detuvieron bruscamente al tropezar contra
el recipiente. Retir la mano con precipitacin.
No lo entiendo dije. Qu es esto? Cmo lo ha hecho? Con parsimonia volvi a ponerse la sortija.
Lo ignoro confes con un tono de suspicacia en la voz. Comenz a ocurrirme el otro da. Ni por un momento me haba credo capaz de hacerlo.
Pero, Guimple declar, eso es imposible! Un hombre no puede hacer cosas as. Pues yo puedo dijo con sencillez. Cogi nuevamente el vaso. Esta vez su mano se
detuvo normalmente al encontrarse con la materia vtrea. Me sonri un tanto tristemente. Lo ve? Me he puesto el anillo y ya no funciona. Alguna sustancia extraa debe actuar
como proteccin.
Qu siente? pregunt. Dud por unos momentos.
Bien... no mucho. No hay ninguna sensacin, excepto... no creo que pueda describirse. Es como si introdujera uno la mano en el agua. Agua helada, quiz.
No hace dao? Nada en absoluto. Al contrario... Se detuvo y me mir con extraeza. No... no se
trata slo de mi mano. Es todo mi cuerpo.
Su cuerpo entero?
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S dijo sonrojndose. Claro, tengo que desnudarme. Oh, claro dije. Mi sorpresa inicial haba desaparecido ahora y comenzaba a darme
cuenta que de alguna manera me haba estado tomando el pelo. Estaba un tanto irritado con
el tal Guimple. Por supuesto, no hago mucho caso de las bromas y cre que se trataba de
una invitacin al juego, disfrazada por su parte de encuentro casual. Me levant de la mesa.
Si no le importa dije- me marchar ahora. Un espectculo por noche es suficiente para m.
Se sobresalt con una expresin suspicaz en los ojos.
No se habr enfadado, verdad? Enfadado? Por qu tendra que enfadarme? Pero lo est! exclam. Todo el mundo se enfada. Nadie quiere creer que no es
un truco. Hasta el mdico que consult me orden salir de su despacho. Pero tengo que
enserselo a alguien. Es algo que me entristece. No es natural... e ignoro lo que pueda ser.
Escuche... dme una oportunidad para convencerlo de que es algo real, eh? Vendra
maana a mi casa para que se lo mostrara? Quiz pueda usted ayudarme a conjeturar por
qu... por qu...
Haba un sincero empeo en el tono de su voz. Mi curiosidad era, a fin de cuentas, ms
intensa que mi enfado. Asent.
Perfecto, pues dije. Le parece bien maana por la tarde? Oh, se lo agradecera tanto. Apunt una direccin en una de sus tarjetas y me la
coloc en la mano. A las tres aproximadamente? A las tres le promet. Buenas noches. Nos estrechamos la mano y me alej.
Mientras buscaba la puerta me volv para mirar. Guimple se haba quitado de nuevo su
sortija y con gesto impaciente introduca y sacaba la mano del vaco vaso de cerveza. En
sus ojos haba una mirada extraa y fantasmal, mitad insultante, mitad complacida...
El hotel era, como el husped mismo, nada pretencioso... Encontr el timbre
correspondiente a Guthrie G. Guimple y entr nada ms abrirse el cierre con un zumbido.
Guimple me esperaba a la entrada de sus habitaciones. Vesta una bata vieja y desteida y
babuchas turcas.
!Aloh exclam. !Ertne Qu dice? dije. Lo siente, amigo. Slo hablo ingls. Emescxe, ho replic crpticamente. Se volvi y penetr en una habitacin
adyacente mientras yo entraba en el apartamento. Volvi al cabo de escasos segundos,
anudndose el cinturn de su bata. Su tono era de arrepentimiento.
Realmente lo siento muchsimo dijo abyectamente. Debo haber perdido la cuenta. A veces lo olvido. Antes de venir usted estaba yo atravesando el espejo y...
Qu usted estaba haciendo qu? Oh, no tiene importancia! exclam. Bien... dme su abrigo y su sombrero. No
quisiera hacer nada que lo asustara. Eso es... a menos que usted quiera verme, quiero decir.
S, yo estaba atravesando el espejo de mi dormitorio. Me es fcil cuando estoy desvestido,
ya sabe.
Esta vez lo haba pescado... o as lo pensaba al menos. Sonre con sorna.
Muy astuto lo de hablar al revs, Guimple dije, pero no le resultaron las jerigonzas. Si usted ha penetrado en el espejo, ha tenido que salir otra vez; eso es de
sentido comn. Y si su habla se ha desternillado, ha tenido que regresar a su forma normal.
Aclarmoslo pues. Aunque fue una gran idea, eh?
Usted cree todava que es una broma dijo apenadamente, pero no es as. Mire... ah est el espejo.
Me cogi la mano y me condujo hasta su dormitorio. Su espejo era uno de esos pasados
de moda, de cuerpo entero, enmarcado en amplia forma oval. Lo bastante grande como
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para permitir a un hombre atravesarlo... si ese hombre pudiera atravesarlo. En el suelo se
vean un montn de ropas desordenadas. Mir el espejo, luego a Guimple.
Quiere usted decir pregunt despacio que realmente ha podido atravesar eso? Mrelo! exclam. Se quit la bata, que se desliz hasta el suelo. Con rpido
movimiento se dirigi hacia el espejo, los brazos erguidos ante l. Su cuerpo pareci
fundirse pulgada a pulgada con el cristal. All por donde la carne tocaba la fra y brillante
superficie pareca producirse una leve ondulacin; aquello era todo. Guimple se desvaneci
en el espejo frente a mis ojos. Un rosado taln fue la ltima parte suya en desaparecer...
luego, advert que lo nico que vea era mi boquiabierta imagen reflejada en el espejo.
Guimple apareci por detrs del espejo mirndome triunfalmente.
?Ev ol dijo. Experiment el impulso de recoger mis prendas y salir de estampida de aquel
apartamento maldito... rpidamente. Pero ms fuerte era el deseo de saber qu mierda
estaba haciendo Guimple y cmo lo estaba haciendo. Lo observ cuidadosamente. Haba
algo indefiniblemente distinto. De un vistazo advert de qu se trataba. El cabello de
Guimple. Estaba peinado al revs!
Por Dios, oiga exclam, usted est al revs! ?Sver la repiti como un eco curioso. Su cabello le dije, y su corazn. Est a su derecha. Pues poda ver que las pulsaciones del rgano se advertan sobre el costado en que no
deberan advertirse.
Guimple se estudi a s mismo asombrado.
Oditrevid yum se otse dijo. Is... Si usted pudiera hablar dije. Por el amor del cielo, pase de nuevo a travs del
espejo. No puedo entender su jerga reflejada.
Con cansancio, inici nuevamente el paso del espejo. Esta vez estaba mirando de canto
el doble espejo. Poda ver cmo una parte de Guimple desapareca en uno mientras que el
resto emerga del otro. Vi tambin cmo su carne pareca abrazar la fra planicie del
cristal, saltando hacia ella con una suerte de celo insensato, abrindosele con la fingida
resistencia de un beso de despedida. Haba algo distantemente obsceno en la profana
afinidad establecida entre su cuerpo y la fra superficie. Algo que yo poda sentir aunque
no explicar. Un enervado escalofro me recorri el espinazo.
Bien? dijo Guimple una vez fuera. Qu piensa? No s lo que pensar dije dubitativamente, como no sea que todo esto es algo
enteramente retorcido. Escuche... si un anillo puede impedir que su mano atraviese el
cristal, por qu no ocurre lo mismo con la chapa que hay tras el espejo?
Lo ignoro. Yo mismo no entiendo una palabra de todo esto confes Guimple. Y me gustara entenderlo. Es todo tan confuso.
Confuso, redis! exclam. Es prepstero! Se retorci las manos. Un tpico, pero la nica forma de describir su gesto.
Ya lo tengo dijo susurrante. Soy anormal. Nadie en este mundo ha atravesado un espejo antes. Pero yo puedo hacerlo... aunque no quiero. Pero, qu puedo hacer? Qu
puedo hacer?
Si yo fuera usted le aconsej, consultara con un mdico. Consultara a toda una plantilla de mdicos. Ira a alguna puetera Junta Mdica, Guimple.
Me husmearan dijo Guimple con voz de queja. Me husmearan, me auscultaran y me interrogaran. Me pondran bajo rayos X y fluoroscopios. Me someteran a dietas
especiales y me tomaran muestras de sangre. Se pelearan conmigo, me haran carantoas
y pretenderan rebatir mis argumentos... y acabaran exhibindome por ah, en algn circo.
Me conduciran a una institucin o me meteran en una urna y me colocaran en un museo.
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No! No quiero ver ms mdicos. Con uno hubo bastante. No quiero ser una anomala. No
quiero!
Entonces lo mejor que puede hacer le suger es que intente olvidar su extrao don. No haga nada que le recuerde que usted puede atravesar el cristal. Dijo que le
sobrevino de repente?
De la noche a la maana. Entonces tal vez le desaparezca tambin de la noche a la maana. Pues debe
desaparecerle, usted lo sabe bien. De lo contrario tendr que exponerse ante los mdicos.
S, es lo que yo hara. Yo intentara olvidarlo todo. Ignorarlo por completo.
Guimple alz unos ojos trgicos hacia m. Es algo ms que una habilidad tan slo dijo. Es una obsesin. Me despierto en mitad de la noche y pienso: Es verdad? Es cierto que puedo atravesar el cristal? O es tan slo un sueo? Entonces salgo de la cama y
camino, camino, camino... entro y salgo de espejos, ventanas, paneles de puerta...
cualquier cosa hecha con cristal! No soy capaz de resistir la tentacin.
Se estremeci y apart la mirada de m.
Le ment prosigui. Le dije que no haba ninguna sensacin. Pero s la hay. Una maravillosa sensacin explosiva. Un sentimiento de paz infinita... alborozo infinito. Es
como si el cristal fuera mi amada y yo su amante. Pero nunca puedo poseer a mi amada por
completo. Los paneles que penetro son tan delgados y tan fros y, oh, todo ocurre tan
brevemente...
A veces pienso que si pudiera encontrar un gran vidrio lo bastante ancho y grande para
contener todas mis dimensiones y no esas menudas cscaras que apenas me rozan,
entonces yo podra moverme en su interior. Me sumergira all y all morara eterna y
eterna y eternamente...
Lo contempl, fascinado aunque tambin avergonzado por el extrao deseo que
anidaban sus ojos.
Cree usted que el cristal no contiene nada? balbuci febrilmente. Cree que slo el vaco puebla el fondo del cristal? Si as piensa est equivocado. Hay todo un mundo
en el interior de las fras sombras. Un mundo que ningn hombre sino yo ha visto. He
podido vislumbrarlo... vislumbres fragmentarios, deseables como el alimento de Tntalo en
el interior de los paneles que he atravesado. Un hermoso mundo con esplendorosas
ciudades, imponentes villas, ros centelleantes, gente...
Guimple! salt cortante. La atropellada luz que relampagueara en sus ojos desapareci. Ahora me contemplaba con torpeza.
Lo siento. Olvide lo que le he dicho. Realmente no tiene importancia. Supongo que acabar descifrndolo. Se va ya?
S dije, ya me voy. Me acompa hasta la puerta. Nos dimos la mano con final y silencioso, aunque tcito,
conocimiento. Saba que nunca regresara y as se lo dije. Pero me senta impelido a decir
algo ms antes de irme.
Llvelo siempre, Guimple lo apremi. Mantenga el anillo en su dedo... siempre. Sonri dbilmente.
Adis dijo. Y... gracias por creerme. A continuacin, la puerta se cerr entre ambos.
Nunca volv a ver a Guthrie Guimple. En cambio, he visto su nombre una vez ms.
Varios mises despus, mientras haca mi media guardia cierta noche, Chet Browne, el
redactor telegrfi