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La presente recopilación recoge unaserie de textos de Marx, Engels yLenin sobre la Comuna de París.Desde La guerra civil en Francia deKarl Marx, hasta el trabajo de Lenin«En memoria de la Comuna», los«clásicos» del materialismodialéctico e histórico reflexionansobre un excepcionalacontecimiento político: la primerarevolución genuinamente proletaria.Sus reflexiones sobre el sucesonutrirían el acervo teórico delmarxismo, especialmente la teoríadel Estado, profundamentereformada después de las

enseñanzas de la Comuna.

Karl Marx & FriedrichEngels & Vladimir Il’ich

Lenin

La Comuna deParís

ePub r1.0Titivillus 23.09.16

Karl Marx & Friedrich Engels & VladimirIl’ich Lenin, 2010

Editor digital: TitivillusePub base r1.2

Karl MarxManifiesto del

Consejo General dela Asociación

Internacional de losTrabajadores sobre la

guerra civil enFrancia en 1871

A todos los miembros de laAsociación en Europa y los

Estados Unidos

I

El 4 de septiembre de 1870, cuandolos obreros de París proclamaron laRepública, casi instantáneamenteaclamada de un extremo a otro deFrancia sin una sola voz disidente, unacuadrilla de abogados arribistas, conThiers como estadista y Trochu como

general, se posesionaron del Hôtel deVille. Por aquel entonces, estabanimbuidos de una fe tan fanática en lamisión de París para representar aFrancia en todas las épocas de crisishistóricas que, para legitimar sus títulosusurpados a los gobernantes de Francia,consideraban suficiente exhibir sus actasya caducas de diputados por la ciudad.En nuestro segundo manifiesto sobre lapasada guerra, cinco días después delencumbramiento de estos hombres, osdecíamos ya quiénes eran[1]. Sinembargo, en la confusión provocada porla sorpresa, con los verdaderos jefes dela clase obrera encerrados todavía enlas prisiones bonapartistas, y con los

prusianos avanzando a toda marchahacia París, la capital toleró queasumieran el poder bajo la expresacondición de que su solo objetivo fuerala defensa nacional. Ahora bien, Parísno podía ser defendido sin armar a suclase obrera, organizándola como unafuerza efectiva y adiestrando a sushombres en la guerra misma. Pero Parísen armas era la revolución en armas. Eltriunfo de la capital sobre el agresorprusiano hubiera sido el triunfo delobrero francés sobre el capitalistafrancés y sus parásitos, dentro delEstado. En este conflicto entre el debernacional y el interés de clase, elGobierno de la defensa nacional no

vaciló un instante en convertirse en elGobierno de la traición nacional.

Su primer paso consistió en enviar aThiers a deambular por todas las Cortesde Europa para implorar su mediación,ofreciendo el trueque de la Repúblicapor un rey. A los cuatro meses decomenzar el asedio de la capital, cuandose creyó llegado el momento oportunopara empezar a hablar de capitulación,Trochu, en presencia de Julio Favre y deotros colegas de ministerio, habló en lossiguientes términos a los alcaldes deParís reunidos:

La primera cuestión que miscolegas me plantearon, la misma

noche del 4 de septiembre, fueésta: ¿puede París resistir conalguna probabilidad de éxito unasedio de las tropas prusianas?No vacilé en contestarnegativamente. Algunos de miscolegas, aquí presentes,certificarán la verdad de mispalabras y la persistencia de miopinión. Les dije —en estosmismos términos— que, con laactual situación, el intento deParís de afrontar un asedio delejército prusiano sería unalocura. Una locura heroica —añadía—, sin duda alguna; peronada más… Los hechos

(dirigidos por él mismo) no handado un mentís a misprevisiones.

Este precioso y breve discurso deTrochu fue publicado más tarde por M.Corbon, uno de los alcaldes allípresentes.

Así pues, en la misma noche del díaen que fue proclamada la República, loscolegas de Trochu sabían ya que su«plan» era la capitulación de París. Si ladefensa nacional hubiera sido algo másque un pretexto para el Gobiernopersonal de Thiers, Favre y compañía,los advenedizos del 4 de septiembrehabrían abdicado el 5, habrían puesto al

corriente al pueblo de París sobre el«plan» de Trochu y le habrían invitado arendirse sin más o a tomar las riendas desu destino. En vez de hacerlo así,aquellos infames impostores optaron porcurar la locura heroica de París con untratamiento de hambre y de cabezasrotas, y engañarle mientras tanto congrandilocuentes manifiestos en los quese decía, por ejemplo, que Trochu, «elgobernador de París, jamás capitularía»y que Julio Favre, ministro de NegociosExtranjeros, «no cedería ni una pulgadade nuestro territorio ni una piedra denuestras fortalezas». En una carta aGambetta, este mismo Julio Favreconfiesa que contra lo que ellos se

«defendían» no era contra los soldadosprusianos, sino contra los obreros deParís. Durante todo el sitio, los matonesbonapartistas a quienes Trochu, muyprevisoramente, había confiado elmando del ejército de París, no cesabande hacer chistes desvergonzados, en suscartas íntimas, sobre la bien conocidaburla de la defensa (véase, por ejemplo,la correspondencia de Alfonso-SimónGuiod, comandante en jefe de laartillería del ejército de París y GranCruz de la Legión de Honor, con Susane,general de división de artillería,correspondencia publicada en elJournal Officiel[2] de la Comuna). Porfin, el 28 de enero de 1871, los

impostores se quitaron la careta. Con elverdadero heroísmo de la máximaabyección, el Gobierno de la defensanacional, al capitular, se convirtió en elGobierno de Francia integrado porprisioneros de Bismarck, papel tan bajoque, el propio Luis Bonaparte, en Sedán,se arredró ante él. Después de losacontecimientos del 18 de marzo, en suprecipitada huida a Versalles, loscapitulards[3] dejaron en las manos deParís las pruebas documentales de sutraición y, para destruirlas, como dice laComuna en su proclama a lasprovincias, «aquellos hombres novacilarían en convertir a París en unmontón de escombros bañado por un

mar de sangre».Además, algunos de los dirigentes

del Gobierno de la defensa teníanrazones personales especialísimas parabuscar ardientemente este desenlace.

Poco tiempo después de sellado elarmisticio, M. Millière, uno de losdiputados por París en la AsambleaNacional, fusilado más tarde por ordenexpresa de Julio Favre, publicó unaserie de documentos judicialesauténticos demostrando que el anterior,que vivía en concubinato con la mujerde un borracho residente en Argel, habíalogrado, por medio de las másdescaradas falsificaciones cometidas alo largo de muchos años, atrapar en

nombre de los hijos de su adulterio unacuantiosa herencia con la que se hizorico, y que, por un pleito entablado porlos legítimos herederos, sólo pudoconseguir salvarse del escándalo graciasa la connivencia de los tribunalesbonapartistas. Como estos escuetosdocumentos judiciales no podíandescartarse fácilmente, por muchaenergía retórica que se desplegase, JulioFavre, por primera vez en su vida, dejóla lengua quieta, aguardando en silencioa que estallase la guerra civil, paradenunciar frenéticamente al pueblo deParís como a una banda de criminalesevadidos de presidio y amotinadosabiertamente contra la familia, la

religión, el orden y la propiedad. Y estemismo falsario, inmediatamente despuésdel 4 de septiembre, apenas llegado alpoder, puso en libertad, por simpatía, aPic y Taillefer, condenados por estafabajo el propio Imperio, en elescandaloso asunto del periódicoEtendard[4]. Uno de estos caballeros,Taillefer, que tuvo la osadía de volver aParís bajo la Comuna, fue reintegradoinmediatamente a la prisión. Entonces,Julio Favre, desde la tribuna de laAsamblea Nacional, exclamó que Parísestaba poniendo en libertad a todos lospresidiarios.

Ernesto Picard, el Joe Miller[5] delGobierno de la defensa nacional, que se

nombró a sí mismo ministro deHacienda de la República después dehaberse esforzado en vano por serministro del Interior del Imperio, eshermano de un tal Arturo Picard,individuo expulsado de la Bolsa deParís por tramposo (véase el informe dela prefectura de Policía del 13 de juliode 1867), y convicto y confeso de unrobo de 300 000 francos, cometidosiendo gerente de una de las sucursalesde la Société Générale, rue Palestro, n.º5 (véase el informe de la prefectura dePolicía del 11 de diciembre de 1868).Este Arturo Picard fue nombrado porErnesto Picard redactor jefe de superiódico L’Electeur Libre. Mientras

los especuladores vulgares erandespistados por las mentiras oficiales deesta hoja financiera ministerial, ArturoPicard andaba en un constante ir y venirdel Ministerio de Hacienda a la Bolsa,para negociar en ésta con los desastresdel ejército francés. Toda lacorrespondencia financiera cruzadaentre este par de dignísimos hermanitoscayó en manos de la Comuna.

Julio Ferry, que antes del 4 deseptiembre era un abogado sin pleitos,consiguió, como alcalde de Parísdurante el sitio, hacer una fortunaamasada a costa del hambre de losdemás. El día en que tenga que darcuenta de sus malversaciones, será

también el día de su condena.Como se ve, estos hombres sólo

podían encontrar tickets-of-leave[6]

entre las ruinas de París. Hombres asíeran precisamente los que Bismarcknecesitaba. Se barajaron las cartas yThiers, hasta entonces inspirador secretodel Gobierno, apareció ahora como supresidente, teniendo por ministros aticket-of-leave-men.

Thiers, ese enano monstruoso, tuvofascinada a la burguesía francesadurante casi medio siglo, por ser laexpresión intelectual más paradigmáticade su propia corrupción como clase. Yaantes de hacerse estadista, habíarevelado su talento para la mentira como

historiador. La crónica de su vidapública es la historia de las desdichasde Francia. Unido a los republicanosantes de 1830, cazó una cartera bajoLuis Felipe, traicionando a Laffitte, suprotector. Se congració con el rey afuerza de atizar motines del populachocontra el clero —durante los cualesfueron saqueados la iglesia de SaintGermain l’Auxerrois y el palacio delarzobispo— y actuando, como lo hizocontra la duquesa de Berry, a la par deespía ministerial y de partero carcelario.La matanza de republicanos en la rueTransnonain y las infames leyes deseptiembre contra la prensa y el derechode asociación que la siguieron fueron

obra suya. Al reaparecer como jefe delGobierno en marzo de 1840, asombró aFrancia con su plan de fortificar París. Alos republicanos, que denunciaron esteproyecto como un complot siniestrocontra la libertad de París, les replicódesde la tribuna de la Cámara deDiputados:

¿¡Cómo!? ¿Suponéis quepuede haber fortificaciones quesean una amenaza contra lalibertad? En primer lugar, escalumniar a cualquier gobierno,sea el que fuere, creyendo quepuede tratar algún día demantenerse en el poder

bombardeando la capital…Semejante gobierno sería,después de su victoria, cienveces más imposible que antes.

En realidad, ningún gobierno sehabría atrevido a bombardear Parísdesde los fuertes más que el que anteshabía entregado estos mismos fuertes alos prusianos.

Cuando el rey Bomba[7], en enero de1848, probó sus fuerzas contra Palermo,Thiers, que entonces llevaba largotiempo sin cartera, volvió a alzar su vozen la Cámara de los Diputados:

Todos vosotros sabéis,señores diputados, lo que estápasando en Palermo. Todosvosotros os estremecéis dehorror (en el sentidoparlamentario de la palabra) aloír que una gran ciudad ha sidobombardeada durante cuarenta yocho horas. ¿Y por quién?¿Acaso por un enemigo exterior,que pone en práctica las leyes dela guerra? No, señoresdiputados, por su propioGobierno. ¿Y por qué? Porqueesta ciudad infortunada exigíasus derechos. Y por exigir susderechos, ha sufrido cuarenta y

ocho horas de bombardeo…Permitidme apelar a la opiniónpública de Europa. Levantarseaquí y hacer resonar, desde laque tal vez es la tribuna más altade Europa, algunas palabras (sí,cierto, palabras) de indignacióncontra actos tales, es prestar unservicio a la humanidad. Cuandoel regente Espartero, que habíaprestado servicios a su país (loque nunca hizo Thiers), intentóbombardear Barcelona parasofocar su insurrección, de todaspartes del mundo se levantó unclamor general de indignación.

Dieciocho meses más tarde, M.Thiers se contaba entre los másfuribundos defensores del bombardeo deRoma por un ejército francés[8]. La faltadel rey Bomba debió consistir, por lovisto, en no haber hecho durar elbombardeo más que cuarenta y ochohoras.

Pocos días antes de la Revoluciónde febrero, irritado por el largodestierro de cargos y pitanza a que lehabía condenado Guizot, y venteando lainminencia de una conmoción popular,Thiers, en aquel estilo seudoheroico quele ha valido el apodo de«Mirabeaumouche[9]», declaraba ante elparlamento:

Pertenezco al partido de larevolución, no sólo en Francia,sino en Europa. Yo querría queel Gobierno de la revolución nosaliese de las manos de hombresmoderados…, pero aunque elGobierno caiga en manos deespíritus exaltados, incluso enlas de los radicales, no por elloabandonaré mi causa.Perteneceré siempre al partidode la revolución.

Vino la Revolución de febrero. Pero,en vez de desplazar al ministro Guizotpara poner en su lugar un ministroThiers, como este hombrecillo había

soñado, la revolución sustituyó a LuisFelipe por la República. Durante losprimeros días del triunfo popular, semantuvo cuidadosamente oculto, sindarse cuenta de que el desprecio de losobreros le resguardaba de su odio. Sinembargo, con su proverbial valor,permaneció alejado de la escenapública, hasta que las matanzas dejunio[10] le dejaron el camino expeditopara su peculiar actuación. Entonces,Thiers se convirtió en la menteinspiradora del «partido del orden» y desu república parlamentaria, eseinterregno anónimo en que todas lasfacciones rivales de la clase dominanteconspiraban juntas para aplastar al

pueblo y las unas contra las otras en elempeño de restaurar cada cual su propiamonarquía. Entonces, como ahora,Thiers denunció a los republicanoscomo el único obstáculo para laconsolidación de la República;entonces, como ahora, habló a laRepública como el verdugo a donCarlos: «Tengo que asesinarte, pero espor tu bien». Ahora, como entonces,tendrá que exclamar al día siguiente desu triunfo: «L’Empire est fait», elImperio está hecho. Pese a sus prédicashipócritas sobre las libertadesnecesarias y a su rencor personal contraLuis Bonaparte, que se sirvió de élcomo instrumento, dando una patada al

Parlamento (fuera de cuya atmósferaartificial nuestro hombrecillo queda,como él sabe muy bien, reducido a lanada), encontramos su mano en todas lasinfamias del Segundo Imperio: desde laocupación de Roma por las tropasfrancesas hasta la guerra con Prusia, queél atizó arremetiendo ferozmente contrala unidad alemana, no por considerarlacomo un disfraz del despotismoprusiano, sino como una usurpacióncontra el derecho conferido a Francia demantener desunida a Alemania.Aficionado a blandir a la faz de Europa,con sus brazos enanos, la espada delprimer Napoleón, cuyo limpiabotashistórico era su política exterior, que

culminó siempre con las mayoreshumillaciones de Francia, desde eltratado de Londres de 1841, hasta lacapitulación de París en 1871 y la actualguerra civil, en la que lanza contra lacapital, con permiso especial deBismarck, a los prisioneros de Sedán yMetz. A pesar de la versatilidad de sutalento y de la variabilidad de suspropósitos, este hombre ha estado todasu vida encadenado a la rutina más fósil.Se comprende que las corrientessubterráneas más profundas de lasociedad moderna permanecieransiempre ignoradas para él; pero hastalos cambios más palpables operados ensu superficie repugnaban a aquel

cerebro, cuya energía había ido aconcentrarse en la lengua. Por eso, no secansó nunca de denunciar como unsacrilegio toda desviación del viejosistema proteccionista francés. Siendoministro de Luis Felipe, se mofaba delos ferrocarriles como de una locaquimera; y desde la oposición, bajo LuisBonaparte, estigmatizaba como unaprofanación todo intento de reformar elpodrido sistema militar de Francia.Jamás, en su larga carrera política, tuvoque acusarse de la más insignificantemedida de carácter práctico. Thiers sóloera consecuente en su codicia de riquezay en su odio contra los hombres que laproducen. Cogió su primera cartera,

bajo Luis Felipe, más pobre que una ratay la dejó siendo millonario. Su últimoministerio, bajo el mismo rey (el de 1 demarzo de 1840), le acarreó en la Cámarade los Diputados una acusación públicade malversación, a la cual se limitó areplicar con lágrimas, mercancía quemaneja con tanta prodigalidad comoJulio Favre u otro cocodrilo cualquiera.En Burdeos, su primera medida parasalvar a Francia de la catástrofefinanciera que la amenazaba fueasignarse a sí mismo un sueldo de tresmillones al año, primera y últimapalabra de aquella «repúblicaahorrativa», cuyas perspectivas habíapintado a sus electores de París en 1869.

M. Beslay, uno de sus antiguos colegasdel Parlamento de 1830, que, a pesar deser un capitalista, fue un miembroabnegado de la Comuna de París, dijofinalmente a Thiers en un cartel mural:«La esclavización del trabajo por elcapital ha sido siempre la piedra angularde su política y, desde el día en que viola República del Trabajo instalada en elHôtel de Ville, no ha cesado un momentode gritar a Francia: ¡ésos son unoscriminales!». Maestro en pequeñasgranujadas gubernamentales, virtuosodel perjurio y de la traición, ducho entodas esas mezquinas estratagemas,maniobras arteras y bajas perfidias de laguerra parlamentaria de partidos;

siempre sin escrúpulos para atizar unarevolución cuando no está en el poder, ypara ahogarla en sangre cuando empuñael timón del Gobierno; lleno deprejuicios de clase en lugar de ideas yde vanidad en lugar de corazón; con unavida privada tan infame como odiosa ensu vida pública, incluso hoy, en querepresenta el papel de un Sila francés,no puedo por menos de subrayar loabominable de sus actos con lo ridículode su jactancia.

La capitulación de París, queentregaba a Prusia no sólo la capital,sino toda Francia, vino a cerrar la largacadena de intrigas traidoras con elenemigo que los usurpadores del 4 de

septiembre habían empezado aquelmismo día, según dice el propio Trochu.De otra parte, esta capitulación inició laguerra civil, que ahora tenían que hacercon la ayuda de Prusia, contra laRepública y contra París. Ya en losmismos términos de la capitulación secontenía la encerrona. En aquelmomento, más de una tercera parte delterritorio estaba en manos del enemigo;la capital se hallaba aislada de lasprovincias y todas las comunicacionesdesorganizadas. En estas circunstancias,era imposible elegir una representaciónauténtica de Francia, a menos que sedispusiese de mucho tiempo parapreparar las elecciones. He aquí por qué

el pacto de capitulación estipulaba quehabría de elegirse una AsambleaNacional en el término de 8 días; así fuecómo la noticia de las elecciones queiban a celebrarse no llegó a muchossitios de Francia hasta la víspera deéstas. Además, según una cláusulaexpresa del pacto de capitulación, estaAsamblea había de elegirse con el únicoobjeto de votar por la paz o por laguerra, y para concluir, en su caso, untratado de paz. La población no podíadejar de sentir que los términos delarmisticio hacían imposible lacontinuación de la guerra y de que, parasancionar la paz impuesta por Bismarck,los peores hombres de Francia eran los

mejores. Pero, no contento con estasprecauciones, Thiers, ya antes de que elsecreto del armisticio fuera comunicadoa los parisinos, se puso en camino parauna gira electoral por provincias, conobjeto de galvanizar y resucitar elpartido legitimista que, ahora, unido alos orleanistas, habría de ocupar lavacante de los bonapartistas,inaceptables por el momento. Thiers notenía miedo a los legitimistas.Imposibilitados para gobernar a lamoderna Francia y, por tanto,desdeñables como rivales, ¿qué partidopodría servir mejor como instrumento dela contrarrevolución que aquel partidocuya actuación, para decirlo con

palabras del mismo Thiers (Cámara deDiputados, 5 de enero de 1833), «habíaestado siempre circunscrita a tresrecursos: la invasión extranjera, laguerra civil y la anarquía»? Ellos, porsu parte, creían firmemente en eladvenimiento de su reino milenarioretrospectivo, tanto tiempo anhelado.Ahí estaban las botas de una invasiónextranjera pisoteando a Francia; ahíestaban un imperio caído y un Bonaparteprisionero; y ahí estaban ellos otra vez.Evidentemente, la rueda de la historiahabía marchado hacia atrás, hastadetenerse en la Chambre introuvable de1816. «En las asambleas de laRepública, de 1848 a 1851, estos

elementos habían estado representadospor sus cultos y entrenados campeonesparlamentarios; ahora irrumpían enescena los soldados de filas del partido,todos los Pourceaugnacs[11] de Francia.»

En cuanto esta asamblea de«rurales[12]» se congregó en Burdeos,Thiers expuso con claridad a suscomponentes que había que aprobarinmediatamente los preliminares de paz,sin concederles siquiera los honores deun debate parlamentario, únicacondición bajo la cual Prusia lespermitiría iniciar la guerra contra laRepública y contra París, su baluarte. Enrealidad, la contrarrevolución no teníatiempo que perder. El Segundo Imperio

había elevado a más del doble la deudanacional y había sumido a todas lasciudades importantes en deudasmunicipales gravosísimas. La guerrahabía aumentado espantosamente lascargas de la nación y había devastadoimplacablemente sus recursos. Y paracompletar la ruina, allí estaba elShylock[13] prusiano, con su factura porel sustento de medio millón de soldadossuyos en suelo francés, y con suindemnización de cinco mil millones,más el 5 por ciento de interés por lospagos aplazados. ¿Quién iba a pagaresta cuenta? Sólo derribandoviolentamente la República podían losmonopolizadores de la riqueza confiar

en echar sobre los hombros de losproductores de ésta las costas de unaguerra que ellos, los monopolizadores,habían desencadenado. Y así, laincalculable ruina de Francia estimulabaa estos patrióticos representantes de latierra y del capital a empalmar, ante losmismos ojos del invasor y bajo su altatutela, la guerra exterior con una guerracivil, con una rebelión de losesclavistas.

En el camino de esta conspiración sealzaba un gran obstáculo: París. Eldesarme de París era la primeracondición para el éxito. Por eso, Thiersle conminó a que entregase las armas.París estaba, además, exasperado por

las frenéticas manifestacionesantirrepublicanas de la Asamblea«rural» y por las declaracionesequívocas del propio Thiers sobre elfundamento legal de la República; por laamenaza de decapitar y descapitalizar aParís; por el nombramiento deembajadores orleanistas; por las leyesde Dufaure sobre las letras y losalquileres vencidos, que suponían laruina para el comercio y la industria deParís; por el impuesto de dos céntimoscreado por Pouyer-Quertier sobre cadaejemplar de todas las publicacionesimaginables; por las sentencias demuerte contra Blanqui y Flourens; por lasupresión de los periódicos

republicanos; por el traslado de laAsamblea Nacional a Versalles; por laprórroga del estado de sitio proclamadopor Palikao, y al que puso fin el 4 deseptiembre; por el nombramiento deVinoy, el héroe de diciembre, comogobernador de París; de Valentin, elgendarme bonapartista, para prefecto depolicía y de D’Aurelle de Paladines, elgeneral jesuita, para comandante en jefede la Guardia Nacional parisina.

Y ahora vamos a hacer una preguntaa M. Thiers y a los caballeros de ladefensa nacional, recaderos suyos. Essabido que, por mediación de M.Pouyer-Quertier, su ministro deHacienda, Thiers contrató un empréstito

de dos mil millones. Ahora bien, ¿esverdad o no

1. que el negocio se estipulóasegurando una comisión de varioscientos de millones para los bolsillosparticulares de Thiers, Julio Favre,Ernesto Picard, Pouyer-Quertier y JulioSimon y

2. que no habría que hacer ningúnpago hasta después de la «pacificación»de París?

En todo caso, debía de haber algomuy urgente en el asunto, pues Thiers yJulio Favre pidieron sin el menor pudor,en nombre de la mayoría de la Asambleade Burdeos, la inmediata ocupación deParís por las tropas prusianas. Pero esto

no encajaba en el juego de Bismarck, talcomo declaró éste a su regreso aAlemania, irónicamente y sin tapujos,ante los asombrados filisteos deFrankfurt.

II

París armado era el único obstáculoserio que se alzaba en el camino de laconspiración contrarrevolucionaria. Poreso había que desarmar a París. En estepunto, la Asamblea de Burdeos era lasinceridad misma. Si los bramidosfrenéticos de sus «rurales» no lohubiesen gritado bastante, habríadisipado la última sombra de duda laentrega de París por Thiers en lastiernas manos del triunvirato de Vinoy,

el décembriseur, Valentin, el gendarmebonapartista y D’Aurelle de Paladines,el general jesuita. Pero, al mismo tiempoque exhibían de un modo insultante suverdadero propósito de desarmar aParís, los conspiradores le pedían queentregase las armas con un pretexto queera la más evidente y la más descaradade las mentiras. Thiers alegaba que laartillería de la Guardia Nacional deParís pertenecía al Estado y debía serledevuelta. La verdad era ésta: desde elmismo día de la capitulación en que losprisioneros de Bismarck firmaron laentrega de Francia, pero reservándoseuna nutrida guardia de corps con laintención manifiesta de tener sujeto a

París, éste se puso en guardia. LaGuardia Nacional se reorganizó y confiósu dirección suprema a un ComitéCentral elegido por todos sus efectivos,con la sola excepción de algunosremanentes de las viejas formacionesbonapartistas. La víspera del día en queentraron los prusianos en París, elComité Central tomó medidas paratrasladar a Montmartre, Belleville y LaVillette los cañones y las ametralladorastraidoramente abandonados por loscapituladores en los mismos barrios quelos prusianos habían de ocupar, o en lasinmediaciones de ellos. Estos cañoneshabían sido adquiridos por suscripciónabierta de la Guardia Nacional. Se

habían reconocido oficialmente comopropiedad privada suya en el pacto decapitulación del 28 de enero y,precisamente por esto, habían sidoexceptuados de la entrega general dearmas del Gobierno a losconquistadores. ¡Tan carente se hallabaThiers hasta del más tenue pretexto paraabrir las hostilidades contra París, quetuvo que recurrir a la mentira descaradade que la artillería de la GuardiaNacional pertenecía al Estado!

La confiscación de sus cañonesestaba destinada, evidentemente, a ser elpreludio del desarme general de París y,por tanto, del desarme de la revolucióndel 4 de septiembre. Pero esta

revolución era ahora la forma legal delEstado francés. La República, su obra,fue reconocida por los conquistadoresen las cláusulas del pacto decapitulación. Después de lacapitulación, fue reconocida también portodas las potencias extranjeras, y laAsamblea Nacional fue convocada ennombre suyo. La revolución obrera deParís del 4 de septiembre era el únicotítulo legal de la Asamblea Nacionalcongregada en Burdeos y de su PoderEjecutivo. Sin ella, la AsambleaNacional hubiera tenido que dar pasoinmediatamente al cuerpo legislativoelegido en 1869 por sufragio universalbajo el gobierno de Francia, y no de

Prusia, y disuelto a la fuerza por larevolución. Thiers y sus hombres delticket-of-leave hubieran tenido querebajarse a pedir un salvoconductofirmado por Luis Bonaparte paralibrarse de un viaje a Cayena[14]. LaAsamblea Nacional, con sus plenospoderes para fijar las condiciones de lapaz con Prusia, no era más que unepisodio de aquella revolución, cuyaverdadera encarnación seguía siendo elParís en armas que la había iniciado,que por ella había sufrido un asedio decinco meses, con todos los horrores delhambre, y que con su resistenciasostenida a pesar del plan de Trochuhabía sentado las bases para una tenaz

guerra de defensa en las provincias. YParís ahora sólo tenía dos caminos: orendir las armas, siguiendo las órdeneshumillantes de los esclavistasamotinados de Burdeos, y reconocer quesu revolución del 4 de septiembre nosignificaba más que un simple traspasode poderes de Luis Bonaparte a susrivales monárquicos, o seguir luchandocomo el campeón abnegado de Francia,cuya salvación de la ruina y cuyaregeneración eran imposibles si no sederribaban revolucionariamente lascondiciones políticas y sociales quehabían engendrado el Segundo Imperio yque, bajo la égida protectora de éste,maduraron hasta la total putrefacción.

París, extenuado por cinco meses dehambre, no vaciló ni un instante.Heroicamente, decidió correr todos losriesgos de una resistencia contra losconspiradores franceses, aun con loscañones prusianos amenazándole desdesus propios fuertes. Sin embargo, en suaversión a la guerra civil a la que Paríshabía de ser empujado, el ComitéCentral persistía aún en una actitudmeramente defensiva, pese a lasprovocaciones de la Asamblea, a lasusurpaciones del Poder Ejecutivo y a laamenazadora concentración de tropas enParís y sus alrededores.

Fue Thiers quien abrió la guerracivil al enviar a Vinoy al frente de una

multitud de guardias municipales y dealgunos regimientos de línea, enexpedición nocturna contra Montmartrepara apoderarse por sorpresa de loscañones de la Guardia Nacional. Sabidoes cómo este intento fracasó ante laresistencia de la Guardia Nacional y laconfraternización de las tropas de líneacon el pueblo. D’Aurelle de Paladineshabía mandado imprimir de antemano suboletín cantando la victoria, y Thierstenía ya preparados los cartelesanunciando sus medidas de golpe deEstado. Ahora todo esto hubo de sersustituido por los llamamientos en queThiers comunicaba su magnánimadecisión de dejar a la Guardia Nacional

en posesión de sus armas, con lo cualestaba seguro —decía— de que ésta seuniría al Gobierno contra los rebeldes.De los 300 000 guardias nacionales,solamente 300 respondieron a estainvitación a pasarse al lado del pequeñoThiers contra ellos mismos. La gloriosarevolución obrera del 18 de marzo seadueñó indiscutiblemente de París, y elComité Central era su Gobiernoprovisional. Su sensacional actuaciónpolítica y militar pareció hacer dudar unmomento a Europa de si lo que veía erauna realidad o sólo sueños de un pasadoremoto.

Desde el 18 de marzo hasta laentrada de las tropas versallesas en

París, la revolución proletaria estuvo tanexenta de esos actos de violencia en quetanto abundan las revoluciones, y mástodavía las contrarrevoluciones de las«clases superiores», que sus adversariosno pudieron denunciar más hechos quela ejecución de los generales Lecomte yClément Thomas y lo ocurrido en laplaza Vendôme.

Uno de los militares bonapartistasque tomaron parte en la intentonanocturna contra Montmartre, el generalLecomte, ordenó por cuatro veces al81.º regimiento de línea que disparasesobre una muchedumbre inerme en laplaza Pigalle y, como las tropas senegaron, las insultó furiosamente. En vez

de disparar sobre las mujeres y losniños, sus hombres dispararon sobre él.Naturalmente, las costumbresinveteradas adquiridas por los soldadosbajo la educación militar que lesimponen los enemigos de la clase obrerano cambian en el preciso momento enque estos soldados se pasan al campo delos trabajadores. Esta misma gente fue laque ejecutó a Clément Thomas.

El «general» Clément Thomas, unantiguo sargento de caballeríadescontento, se había enrolado, en losúltimos tiempos del reinado de LuisFelipe, en la redacción del periódicorepublicano Le National, para prestarallí sus servicios con la doble

personalidad de hombre de paja (gérantresponsable) y de paladín de tanbelicoso periódico. Después de larevolución de febrero, entronizados enel poder, los señores de Le Nationalconvirtieron a este ex sargento decaballería en general, en vísperas de lamatanza de junio, de la que él, comoJulio Favre, fue uno de los siniestrosmaquinadores, para convertirse despuésen uno de los más viles verdugos de lossublevados. Más tarde, desaparecieronél y su generalato durante largo tiempo,para salir de nuevo a la superficie el 1de noviembre de 1870. El día antes, elGobierno de la defensa, copado en elHôtel de Ville, había prometido

solemnemente a Blanqui, Flourens yotros representantes de la clase obrera,que dimitiría, poniendo el poderusurpado en manos de la Comuna quehabría de elegir libremente París. En vezde hacer honor a su palabra, lanzaronsobre la capital a los bretones deTrochu, que venían a sustituir a loscorsos de Bonaparte. Únicamente elgeneral Tamisier se negó a manchar sunombre con aquella violación de lapalabra dada y dimitió su puesto decomandante en jefe de la GuardiaNacional. Clément Thomas le substituyó,volviendo otra vez a ser general.Durante todo el tiempo de su mando, noguerreó contra los prusianos, sino contra

la Guardia Nacional de París. Impidióque ésta se armase de un modocompleto, azuzó a los batallonesburgueses contra los batallones obreros,eliminó a los oficiales contrarios al«plan» de Trochu, y disolvió con elestigma de cobardía a aquellos mismosbatallones proletarios cuyo heroísmoacaba de llenar de asombro a sus másencarnizados enemigos. ClémentThomas sentíase orgullosísimo de haberreconquistado su preeminencia de juniocomo enemigo personal de la claseobrera de París. Pocos días antes del 18de marzo, había sometido a Le Flô,ministro de la Guerra, un plan de suinvención, para «acabar con la fine

fleur[15] de la canaille de París».Después de la derrota de Vinoy, sólopudo salir a la palestra como aficionadode espía. El Comité Central y losobreros de París son tan responsables dela muerte de Clément Thomas y deLecomte como la princesa de Gales dela suerte que corrieron las personas queperecieron aplastadas entre lamuchedumbre el día de su entrada enLondres.

La supuesta matanza de ciudadanosinermes en la plaza Vendôme es un mitoque M. Thiers y los «rurales»silenciaron obstinadamente en laAsamblea, confiando su difusiónexclusivamente a la turba de criados del

periodismo europeo. «Las gentes deorden», los reaccionarios de París,temblaron ante el triunfo del 18 demarzo. Paro ellos, era la señal de lavenganza popular que por fin llegaba.Ante sus ojos se alzaron los espectrosde las víctimas asesinadas por ellosdesde las jornadas de junio de 1848hasta el 22 de enero de 1871. Pero supánico fue su solo castigo. Hasta losguardias municipales, en vez de serdesarmados y encerrados comoprocedía, tuvieron las puertas de Parísabiertas de par en par para huir aVersalles y ponerse a salvo. No sólo nose molestó a las gentes de orden, sinoque incluso se les permitió reunirse y

apoderarse tranquilamente de más de unreducto en el mismo centro de París.Esta indulgencia del Comité Central,esta magnanimidad de los obrerosarmados que contrastaba tanabiertamente con los hábitos del«partido del orden», fue falsamenteinterpretada por éste como la simplemanifestación de un sentimiento dedebilidad. De aquí, su necio plan deintentar, bajo el manto de unamanifestación pacífica, lo que Vinoy nohabía podido lograr con sus cañones ysus ametralladoras. El 22 de marzo, sepuso en marcha desde los barrios delujo un tropel exaltado de personasdistinguidas, llevando en sus filas a

todos los elegantes petimetres y, a sucabeza, a los contertulios más conocidosdel Imperio: los Heeckeren, Coëtlogon,Henri de Pène, etc. Bajo la capacobarde de una manifestación pacífica,estas bandas, pertrechadas secretamentecon armas de matones, se pusieron enorden de marcha, maltrataron ydesarmaron a las patrullas y a lospuestos de la Guardia Nacional queencontraban a su paso y, al desembocarde la rue de la Paix en la plaza Vendômea los gritos de «¡Abajo el ComitéCentral! ¡Abajo los asesinos! ¡Viva laAsamblea Nacional!», intentaronarrollar el cordón de puestos de guardiay tomar por sorpresa el cuartel general

de la Guardia Nacional. Comocontestación a sus tiros de pistola,fueron dados los toques de atenciónreglamentarios y, como resultaroninútiles, el general de la GuardiaNacional ordenó fuego. Bastó unadescarga para poner en fuga precipitadaa aquellos estúpidos mequetrefes queesperaban que la simple exhibición desu «porte distinguido» ejercería sobre larevolución de París el mismo efecto quelos trompetazos de Josué sobre lasmurallas de Jericó. Al huir, dejaron trasellos dos guardias nacionales muertos,nueve gravemente heridos (entre ellos unmiembro del Comité Central), y todo elescenario de su hazaña sembrado de

revólveres, puñales y bastones deestoque, como prueba de convicción delcarácter «inerme» de su manifestación«pacífica». Cuando el 13 de junio de1849, la Guardia Nacional de Parísorganizó una manifestación realmentepacífica para protestar contra el traidorasalto de Roma por las tropas francesas,Changarnier, a la sazón general delpartido del orden, fue aclamado por laAsamblea Nacional, y marcadamentepor M. Thiers, como salvador de lasociedad por haber lanzado a sus tropasdesde los cuatro costados contraaquellos hombres inermes, por haberlosderribado a tiros y a sablazos, y porhaberlos pisoteado con sus caballos. Se

decretó entonces en París el estado desitio. Dufaure hizo que la Asambleaaprobase a toda prisa nuevas leyes derepresión. Nuevas detenciones, nuevosdestierros: comenzó una nueva era deterror. Pero las clases inferiores hacenesto de otro modo. El Comité Central de1871 no se ocupó de los héroes de la«manifestación pacífica»; y así, dos díasdespués, podían ya pasar revista ante elalmirante Saisset para aquella otramanifestación, ya armada, que terminócon la famosa huida a Versalles. En surepugnante aceptación de la guerra civiliniciada por el asalto con nocturnidadque Thiers realizó contra Montmartre, elComité Central se hizo responsable esta

vez de un error decisivo: no marcharinmediatamente sobre Versalles,entonces completamente indefenso, yacabar así con los manejosconspiratorios de Thiers y de sus«rurales». En vez de hacer esto, volvió apermitirse que el partido del ordenprobase sus fuerzas en las urnas el 26 demarzo, día en que se celebraron laselecciones en la Comuna. Aquel día, enlas alcaldías de París, los «hombres delorden» cruzaron blandas palabras deconciliación con sus demasiadogenerosos vencedores, mientras en suinterior hacían el voto solemne deexterminarlos en el momento oportuno.

Veamos ahora el reverso de la

medalla. Thiers abrió su segundacampaña contra París a comienzos deabril. La primera remesa de prisionerosparisinos conducidos a Versalles hubode sufrir indignantes crueldades,mientras Ernesto Picard, con las manosmetidas en los bolsillos del pantalón, sepaseaba por delante de ellosescarneciéndolos, y mesdames Thiers yFavre, en medio de sus damas de honor(?), aplaudían desde los balcones losultrajes del populacho versallés. Lossoldados de los regimientos de líneahechos prisioneros fueron asesinados asangre fría; nuestro valiente amigo elgeneral Duval, el fundidor, fue fusiladosin la menor apariencia de proceso;

Galliffet, el chulo de su mujer, tanfamosa por las desvergonzadasexhibiciones que hacía de su cuerpo enlas orgías del Segundo Imperio, sejactaba en una proclama de habermandado asesinar a un puñado deguardias nacionales con su capitán y suteniente, sorprendidos y desarmados porsus cazadores. Vinoy, el fugitivo, fuepremiado por Thiers con la Gran Cruzde la Legión de Honor por ordenarfusilar a todos los soldados de líneacogidos en las filas de los federales.Desmarets, el gendarme, fuecondecorado por haber descuartizadocomo un carnicero traidor al magnánimoy caballeroso Flourens, que el 31 de

octubre de 1870 había salvado lascabezas de los miembros del Gobiernode la defensa. Thiers, con manifiestasatisfacción, se extendió sobre los«alentadores detalles» de este asesinatoen la Asamblea Nacional. Con la infladavanidad de un pulgarcito parlamentarioa quien se le permite representar elpapel de un Tamerlán, negaba tododerecho de beligerantes civilizados alos que se rebelaban contra supoquedad, hasta el derecho de laneutralidad para sus hospitales desangre. Nada más horrible que estemono, ya presentido por Voltaire[16], aquien le fue permitido durante algúntiempo dar rienda suelta a sus instintos

de tigre (véanse los apéndices)[17].Después del decreto dado por la

Comuna el 7 de abril, ordenandorepresalias y declarando que tal era sudeber «para proteger a París contra lashazañas canibalescas de los bandidos deVersalles, exigiendo ojo por ojo y dientepor diente», Thiers siguió dando a losprisioneros el mismo trato salvaje, yencima insultándolos en sus boletinesdel modo siguiente: «Jamás la miradaangustiada de hombres honrados hatenido que posarse sobre semblantes tandegradados de una degradadademocracia». Los hombres honradoseran Thiers y sus licenciados depresidio como ministros. No obstante,

los fusilamientos de prisioneros cesaronpor algún tiempo. Pero, tan pronto comoThiers y sus generales decembristas seconvencieron de que aquel decreto de laComuna sobre las represalias no eramás que una amenaza inocua de que serespetaba la vida hasta a sus gendarmesespías detenidos en París con el disfrazde guardias nacionales, hasta a guardiasmunicipales cogidos con granadasincendiarias, entonces los fusilamientosen masa de prisioneros se reanudaron yse prosiguieron sin interrupción hasta elfinal. Las casas en que se habíanrefugiado guardias nacionales eranrodeadas por gendarmes, rociadas conpetróleo (primera vez que se empleaba

en esta guerra) y luego incendiadas; loscuerpos carbonizados eran sacadosluego por el hospital de sangre de laPrensa situado en Les Ternes. Cuatroguardias nacionales se rindieron a undestacamento de cazadores montados, el25 de abril, en Belle Épine, pero fueronluego fusilados, uno tras otro, por uncapitán, digno discípulo de Galliffet.Scheffer, una de estas cuatro víctimas, aquien se había dado por muerto, llegóarrastrándose hasta las avanzadillas deParís y relató este hecho ante unacomisión de la Comuna. Cuando Tolaininterpeló al ministro de la Guerra acercadel informe de esta comisión, los«rurales» ahogaron su voz y no dejaron

a Le Flô contestarle. Hubiera sido uninsulto para su «glorioso» ejércitohablar de sus hazañas. El tonoimpertinente con que los boletines deThiers anunciaron la matanza abayonetazos de los guardias nacionalessorprendidos durmiendo en MoulinSaquet y los fusilamientos en masa enClamart alteraron hasta los nervios delTimes de Londres, que no pecaprecisamente de exceso de sensibilidad.Pero sería ridículo, hoy, empeñarse enenumerar las simples atrocidadespreliminares perpetradas por los quebombardearon París y fomentaron unarebelión esclavista protegida por lainvasión extranjera. En medio de todos

estos horrores, Thiers, olvidándose desus lamentaciones parlamentarias sobrela espantosa responsabilidad que pesasobre sus hombros de enano, se jacta ensus boletines de que l’Assemblée siègepaisiblement [de que la Asambleadelibera plácidamente], y con susjolgorios inacabables, unas veces conlos generales decembristas y otras vecescon los príncipes alemanes, prueba deque su digestión no se ha alterado lo másmínimo, ni siquiera por los espectros deLecomte y Clément Thomas.

III

Al alborear el 18 de marzo de 1871,París se despertó entre un clamor degritos de «Vive la Commune!». ¿Qué esla Comuna, esa esfinge que tantoatormenta los espíritus burgueses?

Los proletarios de París —decía el Comité Central en sumanifiesto del 18 de marzo—, enmedio de los fracasos y lastraiciones de las clases

dominantes, se han dado cuentade que ha llegado la hora desalvar la situación tomando ensus manos la dirección de losasuntos públicos… Hancomprendido que es su deberimperioso y su derechoindiscutible hacerse dueños desus propios destinos, tomando elpoder.

Pero la clase obrera no puedelimitarse simplemente a tomar posesiónde la máquina del Estado tal como está yservirse de ella para sus propios fines.

El poder estatal centralizado, consus órganos omnipotentes: el ejército

permanente, la policía, la burocracia, elclero y la magistratura —órganoscreados con arreglo a un plan dedivisión sistemática y jerárquica deltrabajo—, proceden de los tiempos de lamonarquía absoluta, y sirvieron a lanaciente sociedad burguesa como unarma poderosa en sus luchas contra elfeudalismo. Sin embargo, su desarrollose veía entorpecido por toda la basuramedieval: derechos señoriales,privilegios locales, monopoliosmunicipales y gremiales, códigosprovinciales. La escoba gigantesca de laRevolución francesa del siglo XVIIIbarrió todas estas reliquias de tiempospasados, limpiando así, al mismo

tiempo, el suelo de la sociedad de losúltimos obstáculos que se alzaban antela superestructura del edificio delEstado moderno, erigido bajo el PrimerImperio que, a su vez, era el fruto de lasguerras de coalición de la vieja Europasemifeudal contra la moderna Francia.Durante los regímenes siguientes, elGobierno, colocado bajo el control delparlamento —es decir, bajo el controldirecto de las clases poseedoras—, nosólo se convirtió en un vivero deenormes deudas nacionales y deimpuestos agobiadores, sino que, con laseducción irresistible de sus cargos,momios y empleos, acabó siendo lamanzana de la discordia entre las

facciones rivales y los aventureros delas clases dominantes; por otra parte, sucarácter político se transformaba a lavez que se operaban los cambioseconómicos en la sociedad. Al paso quelos progresos de la moderna industriadesarrollaban, ensanchaban yprofundizaban el antagonismo de claseentre el capital y el trabajo, el poder delEstado fue adquiriendo cada vez más elcarácter de poder nacional del capitalsobre el trabajo, de fuerza públicaorganizada para la esclavización socialy de máquina del despotismo de clase.Después de cada revolución, que marcaun paso adelante en la lucha de clases,se acusa con rasgos cada vez más

destacados el carácter puramenterepresivo del poder del Estado. Larevolución de 1830, al traducirse en elpaso del Gobierno de manos de losterratenientes a manos de loscapitalistas, lo que hizo fue transferirlode los enemigos más remotos a losenemigos más directos de la claseobrera. Los republicanos burgueses, quese adueñaron del poder del Estado ennombre de la revolución de febrero, lousaron para las matanzas de junio, paraprobar a la clase obrera que larepública «social» es la república queasegura su sumisión social, y paraconvencer a la masa monárquica de losburgueses y terratenientes de que pueden

dejar sin riesgos los cuidados y losgajes del gobierno a los «republicanos»burgueses. Sin embargo, después de suprimera y heroica hazaña de junio, losrepublicanos burgueses tuvieron quepasar de la cabeza a la cola del «partidodel orden», coalición formada por todaslas fracciones y facciones rivales de laclase apropiadora en su antagonismo,ahora franco y manifiesto, contra lasclases productoras. La forma másadecuada para este gobierno poracciones era la república parlamentaria,con Luis Bonaparte por presidente. Fueéste un régimen de franco terrorismo declase y de insulto deliberado contra lavile multitude[18]. Si la república

parlamentaria, como decía M. Thiers,era «la que menos les dividía» (a lasdiversas fracciones de la clasedominante), en cambio abría un abismoentre esta clase y el conjunto de lasociedad situado fuera de sus escasasfilas. Su unión venía a eliminar lasrestricciones que sus discordiasimponían al poder del Estado bajoregímenes anteriores y, ante la amenazade un alzamiento del proletariado, sesirvieron del poder del Estado, sinpiedad y con ostentación, como de unamáquina nacional de guerra del capitalcontra el trabajo. Pero esta cruzadaininterrumpida contra las masasproductoras les obligaba, no sólo a

revestir al Poder Ejecutivo de facultadesde represión cada vez mayores, sino, almismo tiempo, a despojar a su propiobaluarte parlamentario —la AsambleaNacional—, uno por uno, de todos susmedios de defensa contra el PoderEjecutivo. Hasta que éste, en la personade Luis Bonaparte, les dio un puntapié.El fruto natural de la república del«partido del orden» fue el SegundoImperio.

El Imperio, con el golpe de Estadopor fe de bautismo, el sufragio universalpor sanción y la espada por cetro,declaraba apoyarse en los campesinos,amplia masa de productores no envueltadirectamente en la lucha entre el capital

y el trabajo. Decía que salvaba a laclase obrera destruyendo elparlamentarismo y, con él, la descaradasumisión del Gobierno a las clasesposeedoras. Decía que salvaba a lasclases poseedoras manteniendo en pie susupremacía económica sobre la claseobrera y, finalmente, pretendía unir atodas las clases resucitando para todosla quimera de la gloria nacional. Enrealidad, era la única forma de gobiernoposible, en un momento en que laburguesía había perdido ya la facultadde gobernar el país y la clase obrera nola había adquirido aún. El Imperio fueaclamado de un extremo a otro delmundo como el salvador de la sociedad.

Bajo su égida, la sociedad burguesa,libre de preocupaciones políticas,alcanzó un desarrollo que ni ella mismaesperaba. Su industria y su comerciocobraron proporciones gigantescas; laespeculación financiera celebró orgíascosmopolitas; la miseria de las masasdestacaba sobre la ostentacióndesvergonzada de un lujo suntuoso, falsoy envilecido. El poder del Estado, queaparentemente flotaba por encima de lasociedad, era, en realidad, el mayorescándalo de ella y el auténtico viverode todas sus corrupciones. Supodredumbre y la podredumbre de lasociedad a la que había sacado a flotefueron puestas al desnudo por la

bayoneta de Prusia, que ardía a su vezen deseos de trasladar la sede supremade este régimen de París a Berlín. Elimperialismo es la forma másprostituida y al mismo tiempo la formaúltima de aquel poder estatal que lasociedad burguesa naciente habíacomenzado a crear como medio paraemanciparse del feudalismo, y que lasociedad burguesa adulta acabótransformando en un medio para laesclavización del trabajo por el capital.

La antítesis directa del Imperio erala Comuna. El grito de «repúblicasocial», con que la revolución defebrero fue anunciada por elproletariado de París, no expresaba más

que el vago anhelo de una república queno acabase sólo con la formamonárquica de la dominación de clase,sino con la propia dominación de clase.La Comuna era la forma positiva de estarepública.

París, sede central del viejo podergubernamental y, al mismo tiempo,baluarte social de la clase obrera deFrancia, se había levantado en armascontra el intento de Thiers y los«rurales» de restaurar y perpetuar aquelviejo poder que les había sido legadopor el Imperio. Y si París pudo resistirfue únicamente porque, a consecuenciadel asedio, se había deshecho delejército, sustituyéndolo por una Guardia

Nacional, cuyo principal contingente loformaban los obreros. Ahora se tratabade convertir este hecho en unainstitución duradera. Por eso, el primerdecreto de la Comuna fue el de suprimirel ejército permanente y sustituirlo porel pueblo armado.

La Comuna estaba formada por losconsejeros municipales elegidos porsufragio universal en los diversosdistritos de la ciudad. Eran responsablesy revocables en todo momento.

La mayoría de sus miembros eran,naturalmente, obreros o representantesreconocidos de la clase obrera. LaComuna no había de ser un organismoparlamentario, sino una corporación de

trabajo, ejecutiva y legislativa al mismotiempo. En vez de continuar siendo uninstrumento del Gobierno central, lapolicía fue despojada inmediatamente desus atributos políticos y convertida eninstrumento de la Comuna, responsableante ella y revocable en todo momento.Lo mismo se hizo con los funcionariosde las demás ramas de laAdministración. Desde los miembros dela Comuna para abajo, todos los quedesempeñaban cargos públicos debíandesempeñarlos con salarios de obreros.Los intereses creados y los gastos derepresentación de los altos dignatariosdel Estado desaparecieron con los altosdignatarios mismos. Los cargos públicos

dejaron de ser propiedad derivada delos testaferros del Gobierno central. Enmanos de la Comuna se pusieron nosolamente la Administración municipal,sino toda la iniciativa llevada hastaentonces por el Estado.

Una vez suprimidos el ejércitopermanente y la policía, que eran loselementos de la fuerza física del antiguoGobierno, la Comuna tomó medidasinmediatamente para destruir la fuerzaespiritual de represión, el «poder de loscuras», decretando la separación de laIglesia del Estado y la expropiación detodas las iglesias como corporacionesposeedoras. Los curas fueron devueltosal retiro de la vida privada, a vivir de

las limosnas de los fieles, como susantecesores, los apóstoles. Todas lasinstituciones de enseñanza fueronabiertas gratuitamente al pueblo y, almismo tiempo, emancipadas de todaintromisión de la Iglesia y del Estado.Así, no sólo se ponía la enseñanza alalcance de todos, sino que la propiaciencia se redimía de las trabas a lasque la tenían sujeta los prejuicios declase y el poder del Gobierno.

Los funcionarios judiciales debíanperder aquella fingida independenciaque sólo había servido para disfrazar suabyecta sumisión a los sucesivosgobiernos, ante los cuales ibanprestando y violando sucesivamente el

juramento de fidelidad. Igual que losdemás funcionarios públicos, losmagistrados y los jueces habían de serfuncionarios electos, responsables yrevocables.

Como es lógico, la Comuna de Parísdebía de servir de modelo a todos losgrandes centros industriales de Francia.Una vez establecido en París, y en loscentros secundarios el régimen comunal,el antiguo Gobierno centralizado tendríaque dejar paso también en provincias algobierno de los productores por losproductores. En el breve esbozo deorganización nacional que la Comuna notuvo tiempo de desarrollar, se diceclaramente que ésta habría de ser la

forma política que revistiese hasta laaldea más pequeña del país, y que en losdistritos rurales el ejército permanentehabría de ser remplazado por unamilicia popular, con un plazo deservicio extraordinariamente corto. Lascomunas rurales de cada distritoadministrarían sus asuntos colectivospor medio de una asamblea dedelegados en la capital del distritocorrespondiente y estas asambleas, a suvez, enviarían diputados a la AsambleaNacional de delegados de París,entendiéndose que todos los delegadosserían revocables en todo momento, y sehallarían obligados por el mandatoimperativo (instrucciones) de sus

electores. Las pocas pero importantesfunciones que aún quedarían para unGobierno central no se suprimirían,como se ha dicho, intentando falsear laverdad, sino que serían desempeñadaspor agentes comunales y, por tanto,estrictamente responsables. No setrataba de destruir la unidad de la naciónsino, por el contrario, de organizarlamediante un régimen comunal,convirtiéndola en una realidad aldestruir el poder del Estado, quepretendía ser la encarnación de aquellaunidad independiente y situada porencima de la nación misma, en cuyocuerpo no era más que una excrecenciaparasitaria. Mientras que los órganos

puramente represivos del viejo poderestatal debían ser amputados, susfunciones legítimas debían serarrancadas a una autoridad que usurpabauna posición preeminente sobre lasociedad misma, para restituirla a losservidores responsables de estasociedad. En vez de decidir una vezcada tres o seis años qué miembros dela clase dominante han de representar yaplastar al pueblo en el parlamento, elsufragio universal habría de servir alpueblo organizado en comunas, como elsufragio individual sirve a los patronosque buscan obreros y administradorespara sus negocios. Y es bien sabido quelo mismo las compañías que los

particulares, cuando se trata denegocios, saben generalmente colocar acada hombre en el puesto que lecorresponde y, si alguna vez seequivocan, reparan su error conpresteza. Por otra parte, nada podía sermás ajeno al espíritu de la Comuna quesustituir el sufragio universal por unainvestidura jerárquica.

Generalmente, las creacioneshistóricas completamente nuevas estándestinadas a que se las tome por unareproducción de formas viejas e inclusodifuntas de la vida social, con las cualespueden presentar cierta semejanza. Así,esta nueva Comuna, que viene a destruirel poder estatal moderno, se ha

confundido con una reproducción de lascomunas medievales, que primeroprecedieron a ese mismo Estado y luegole sirvieron de base. El régimencomunal se ha tomado erróneamente porun intento de fraccionar en unafederación de pequeños Estados, comola soñaban Montesquieu y losgirondinos, aquella unidad de lasgrandes naciones que, si en sus orígenesfue instaurada por la violencia, hoy seha convertido en un factor poderoso dela producción social. El antagonismoentre la Comuna y el poder del Estadose ha presentado equivocadamente comouna forma exagerada de la vieja luchacontra el excesivo centralismo.

Circunstancias históricas peculiarespueden, en otros países, haber impedidoel desarrollo clásico de la formaburguesa de gobierno al modo francés yhaber permitido, como en Inglaterra,completar en la ciudad los grandesórganos centrales del Estado conasambleas parroquiales (vestries)corruptas, concejales concusionarios yferoces administradores de labeneficencia y, en el campo, con juecesvirtualmente hereditarios. El régimencomunal habría devuelto al organismosocial todas las fuerzas que hastaentonces venía absorbiendo el Estadoparásito, que se nutre a expensas de lasociedad y entorpece su libre

movimiento. Con este solo hecho habríainiciado la regeneración de Francia. Laburguesía provinciana de Francia veíaen la Comuna un intento para restaurar elpredominio que ella había ejercidosobre el campo bajo Luis Felipe y que,bajo Luis Napoleón, había sidosuplantado por el supuesto predominiodel campo sobre la ciudad. En realidad,el régimen comunal colocaba a losproductores del campo bajo la direcciónideológica de las capitales de susdistritos, ofreciéndoles aquí, en losobreros de la ciudad, los representantesnaturales de sus intereses. La solaexistencia de la Comuna implicaba,como algo evidente, un régimen de

autonomía local, pero ya no comocontrapeso a un poder estatal que ahoraera superfluo. Sólo en la cabeza de unBismarck que, cuando no está metido ensus intrigas de sangre y hierro, gusta devolver a su antigua ocupación, que tanbien cuadra a su calibre mental, decolaborador del Kladderadatsch [elPunch de Berlín][19]. Sólo en una cabezacomo ésa podía caber el achacar a laComuna de París la aspiración dereproducir aquella caricatura de laorganización municipal francesa de1791 que es la organización municipalde Prusia, donde la administración delas ciudades queda rebajada al papel desimple engranaje secundario de la

maquinaria policíaca del Estadoprusiano. La Comuna convirtió en unarealidad ese tópico de todas lasrevoluciones burguesas, que es «ungobierno barato», al destruir las dosgrandes fuentes de gastos: el ejércitopermanente y la burocracia del Estado.Su sola existencia presuponía la noexistencia de la monarquía que, enEuropa, al menos, es el lastre normal yel disfraz indispensable de ladominación de clase. La Comuna dotó ala República de una base deinstituciones realmente democráticas.Pero, ni el gobierno barato, ni la«verdadera república», constituían sumeta final; no eran más que fenómenos

concomitantes.La variedad de interpretaciones a

que ha sido sometida la Comuna, y lavariedad de intereses que le haninterpretado a su favor, demuestran queera una forma política perfectamenteflexible, a diferencia de las formasanteriores de gobierno, que habían sidotodas fundamentalmente represivas. Heaquí su verdadero secreto: la Comunaera, esencialmente, un gobierno de laclase obrera, fruto de la lucha de laclase productora contra la claseapropiadora, la forma política al findescubierta para llevar a cabo dentro deella la emancipación económica deltrabajo.

Sin esta última condición, el régimencomunal habría sido una imposibilidad yuna impostura. La dominación políticade los productores es incompatible conla perpetuación de su esclavitud social.Por tanto, la Comuna había de servir depalanca para extirpar los cimientoseconómicos sobre los que descansa laexistencia de las clases y, porconsiguiente, la dominación de clase.Emancipado el trabajo, todo hombre seconvierte en trabajador, y el trabajoproductivo deja de ser un atributo declase.

Es un hecho extraño. A pesar de todolo que se ha hablado y se ha escrito contanta profusión durante los últimos

sesenta años acerca de la emancipacióndel trabajo, apenas en algún sitio losobreros toman resueltamente la cosa ensus manos, vuelve a resonar de prontotoda la fraseología apologética de losportavoces de la sociedad actual, consus dos polos de capital y esclavitudasalariada (hoy, el terrateniente no esmás que el socio comanditario delcapitalista), como si la sociedadcapitalista se hallase todavía en suestado más puro de inocencia virginal,con sus antagonismos todavía en germen,con sus engaños todavía encubiertos,con sus prostituidas realidades todavíasin desnudar. La Comuna, exclaman,pretende abolir la propiedad, base de

toda civilización. Sí, caballeros, laComuna pretendía abolir esa propiedadde clase que convierte el trabajo demuchos en la riqueza de unos pocos. LaComuna aspiraba a la expropiación delos expropiadores. Quería convertir lapropiedad individual en una realidad,transformando los medios deproducción, la tierra y el capital, quehoy son fundamentalmente medios deesclavización y de explotación deltrabajo, en simples instrumentos detrabajo libre y asociado. ¡Pero eso es elcomunismo, el «irrealizable»comunismo! Sin embargo, los individuosde las clases dominantes que son lobastante inteligentes para darse cuenta

de la imposibilidad de que el actualsistema continúe —y no son pocos— sehan erigido en los apóstoles molestos ychillones de la producción cooperativa.Ahora bien, si la produccióncooperativa ha de ser algo más que unaimpostura y un engaño, si ha desubstituir al sistema capitalista, si lassociedades cooperativas unidas han deregular la producción nacional conarreglo a un plan común, tomándola bajosu control y poniendo fin a la constanteanarquía y a las convulsionesperiódicas, consecuencias inevitables dela producción capitalista, ¿qué será esoentonces, caballeros, más quecomunismo, comunismo «realizable»?

La clase obrera no esperaba de laComuna ningún milagro. Los obreros notienen ninguna utopía lista paraimplantarla par décret du peuple[20].Saben que para conseguir su propiaemancipación, y con ella esa formasuperior de vida hacia la que tiendeirresistiblemente la sociedad actual porsu propio desarrollo económico, tendránque pasar por largas luchas, por todauna serie de procesos históricos, quetransformarán las circunstancias y loshombres. Ellos no tienen que realizarningunos ideales, sino simplemente darrienda suelta a los elementos de la nuevasociedad que la vieja sociedad burguesaagonizante lleva en su seno. Plenamente

consciente de su misión histórica yheroicamente resuelta a obrar conarreglo a ella, la clase obrera puedemofarse de las burdas invectivas de loslacayos de la pluma, y de la protecciónpedantesca de los doctrinariosburgueses bien intencionados, quevierten sus ignorantes vulgaridades y susfantasías sectarias con un tono sibilinode infalibilidad científica.

Cuando la Comuna de París tomó ensus propias manos la dirección de larevolución; cuando, por primera vez enla historia, los simples obreros seatrevieron a violar el monopolio degobierno de sus «superiores naturales»y, en circunstancias de una dificultad sin

precedentes, realizaron su labor de unmodo modesto, concienzudo y eficaz,con sueldos el más alto de los cualesapenas representaba una quinta parte dela suma que según una alta autoridadcientífica[21] es el sueldo mínimo delsecretario de un consejo escolar deLondres, el viejo mundo se retorció enconvulsiones de rabia ante elespectáculo de la Bandera Roja,símbolo de la república del trabajo,ondeando sobre el Hôtel de Ville.

Y, sin embargo, ésta era la primerarevolución en que la clase obrera fueabiertamente reconocida como la únicaclase capaz de iniciativa social, inclusopor la gran masa de la clase media

parisina —tenderos, artesanos,comerciantes—, con la sola excepciónde los capitalistas ricos. La Comuna lossalvó mediante una sagaz solución de laconstante fuente de discordias dentro dela misma clase media: el conflicto entreacreedores y deudores[22]. Estos mismoselementos de la clase media, después dehaber colaborado en el aplastamiento dela insurrección obrera de junio de 1848,habían sido sacrificados sin miramientoa sus acreedores por la AsambleaConstituyente de entonces. Pero no fueéste el único motivo que les llevó aapretar sus filas en torno a la claseobrera. Sentían que habían de escogerentre la Comuna y el Imperio, cualquiera

que fuese el rótulo bajo el que ésteresucitase. El Imperio los habíaarruinado económicamente con sudilapidación de la riqueza pública, conlas grandes estafas financieras quefomentó, y con el apoyo prestado a lacentralización artificialmente aceleradadel capital, que suponía la expropiaciónde muchos de sus componentes. Loshabía suprimido políticamente, y loshabía irritado moralmente con susorgías; había herido su volterianismo alconfiar la educación de sus hijos a losfrères ignorantins[23], y había sublevadosu sentimiento nacional de franceses allanzarlos precipitadamente a una guerraque sólo ofreció una compensación para

todos los desastres que había causado lacaída del Imperio. En efecto, tan prontohuyó de París la alta «bohemia»bonapartista y capitalista, el auténticopartido del orden de la clase mediasurgió bajo la forma de Unión, se colocóbajo la bandera de la Comuna, y se pusoa defenderla contra las desfiguracionesmalévolas de Thiers. El tiempo dirá sila gratitud de esta gran masa de la clasemedia va a resistir las duras pruebas deestos momentos.

La Comuna tenía toda la razóncuando decía a los campesinos:«Nuestro triunfo es vuestra únicaesperanza». De todas las mentirasincubadas en Versalles y difundidas por

los ilustres mercenarios de la prensaeuropea, una de las más tremendas era lade que los «rurales» representaban alcampesinado francés. ¡Figuraos el amorque sentirían los campesinos de Franciapor los hombres a quienes después de1815 se les obligaría a pagar los milmillones de indemnización! A los ojosdel campesino francés, la sola existenciade grandes terratenientes es ya unausurpación de sus conquistas de 1789.En 1848, la burguesía gravó su parcelade tierra con el impuesto adicional de45 céntimos por franco pero, entonces,lo hizo en nombre de la revolución, encambio, ahora, fomentaba una guerracivil en contra de ésta, para echar sobre

las espaldas de los campesinos la cargaprincipal de los cinco mil millones deindemnización que había que pagar a losprusianos. En cambio, la Comunadeclaraba en una de sus primerasproclamas que los costes de la guerrahabían de ser pagadas por losverdaderos causantes de ella. LaComuna habría redimido al campesinode la contribución de sangre, le habríadado un gobierno barato, habríaconvertido a los que hoy son susvampiros —el notario, el abogado, elagente ejecutivo y otros dignatariosjudiciales que le chupan la sangre— enempleados comunales asalariados,elegidos por él y responsables ante él

mismo. Le habría librado de la tiraníadel guarda jurado, del gendarme y delprefecto; la ilustración por el maestro deescuela hubiera ocupado el lugar delembrutecimiento por el cura. Y elcampesino francés es, ante todo y sobretodo, un hombre calculador. Le habríaparecido extremadamente razonable quela paga del cura, en vez de serlearrancada a él por el recaudador decontribuciones, dependieseexclusivamente de los sentimientosreligiosos de los feligreses: tales eranlos grandes beneficios que el régimen dela Comuna —y sólo él— brindaba comocosa inmediata a los campesinosfranceses. Huelga, por tanto, detenerse a

examinar los problemas máscomplicados, pero vitales, que sólo laComuna era capaz de resolver —y queal mismo tiempo estaba obligada aresolver— en favor de los campesinos,a saber: la deuda hipotecaria, quepesaba como una maldición sobre suparcela; el proletariado del campo, quecrecía constantemente, y el proceso desu expropiación de la parcela quecultivaba, cada vez más acelerado envirtud del desarrollo de la agriculturamoderna y de la competencia de laproducción agrícola capitalista.

El campesino francés eligió a LuisBonaparte presidente de la República,pero fue el partido del orden el que creó

el Imperio. Lo que el campesino francésquería realmente comenzó a demostrarloél mismo en 1849 y 1850, al oponer sualcalde al prefecto del Gobierno, sumaestro de escuela al cura del Gobiernoy su propia persona al gendarme delGobierno. Todas las leyes promulgadaspor el partido del orden en enero yfebrero de 1850 fueron medidasdescaradas de represión contra elcampesino. El campesino erabonapartista porque la gran revolución,con todos los beneficios que le habíaconquistado, se personificaba para él enNapoleón. Pero esta quimera, que se ibaesfumando rápidamente bajo el SegundoImperio (y que era, por naturaleza,

contraria a los «rurales»), este prejuiciodel pasado, ¿cómo hubiera podido hacerfrente a la apelación de la Comuna a losintereses vitales y las necesidades másapremiantes de los campesinos?

Los «rurales» —tal era, en realidad,su principal preocupación— sabían quetres meses de libre contacto del París dela Comuna con las provincias bastaríanpara desencadenar una sublevacióngeneral de campesinos; de aquí su prisapor establecer el bloqueo policíaco deParís para impedir que la epidemia sepropagase.

La Comuna era, pues, la verdaderarepresentación de todos los elementossanos de la sociedad francesa y, por

consiguiente, el auténtico Gobiernonacional. Pero, al mismo tiempo, comogobierno obrero y como campeónintrépido de la emancipación deltrabajo, era un gobierno internacional enel pleno sentido de la palabra. Ante losojos del ejército prusiano, que habíaanexionado a Alemania dos provinciasfrancesas, la Comuna anexionó a Francialos obreros del mundo entero.

El Segundo Imperio había sido eljubileo de la estafa cosmopolita; losestafadores de todos los países habíanacudido corriendo a su llamada paraparticipar en sus orgías y en el saqueodel pueblo francés. Y todavía hoy lamano derecha de Thiers es Ganesco, el

granuja valaco, y su mano izquierdaMarkovski, el espía ruso. La Comunaconcedió a todos los extranjeros elhonor de morir por una causa inmortal.Entre la guerra exterior, perdida por sutraición, y la guerra civil, fomentada porsu conspiración con el invasorextranjero, la burguesía encontrabatiempo para dar pruebas de patriotismo,organizando batidas policiacas contralos alemanes residentes en Francia. LaComuna nombró a un obrero alemán suministro del Trabajo. Thiers, laburguesía, el Segundo Imperio, habíanengañado constantemente a Polonia conostentosas manifestaciones de simpatía,mientras en realidad la traicionaban por

los intereses de Rusia, a la queprestaban los más sucios servicios. LaComuna honró a los heroicos hijos dePolonia, colocándolos a la cabeza de losdefensores de París. Y, para marcarnítidamente la nueva era histórica queconscientemente inauguraba, la Comuna,ante los ojos de los conquistadoresprusianos de una parte, y del ejércitobonapartista mandado por generalesbonapartistas de otra, echó abajo aquelsímbolo gigantesco de la gloria guerreraque era la Columna de Vendôme.

La gran medida social de la Comunafue su propia existencia, su labor. Susmedidas concretas expresaban la líneade conducta de un gobierno del pueblo

por el pueblo. Entre ellas se cuentan laabolición del trabajo nocturno para losobreros panaderos y la prohibición, bajopenas, de la habitual práctica entre lospatronos de mermar los salariosimponiendo a sus obreros multas bajolos más diversos pretextos, proceso ésteen el que el patrono se adjudica lasfunciones de legislador, juez y agenteejecutivo y, además, se embolsa eldinero. Otra medida de este género fuela entrega a las asociaciones obreras, areserva de indemnización, de todos lostalleres y fábricas cerrados. Daba lomismo si sus respectivos patronoshabían huido que si habían optado porparar el trabajo.

Las medidas financieras de laComuna, notables por su sagacidad ymoderación, hubieron de limitarsenecesariamente a lo que era compatiblecon la situación de una ciudad sitiada.Teniendo en cuenta el patrociniogigantesco desencadenado sobre laciudad de París por las grandesempresas financieras, y los contratistasde obras bajo la tutela de Haussmann[24],la Comuna habría tenido títulosincomparablemente mejores paraconfiscar sus bienes que Luis Napoleónpara confiscar los de la familia deOrleans. Los Hohenzollern y losoligarcas ingleses, una buena parte decuyos bienes provenían del saqueo de la

Iglesia, pusieron naturalmente el grito enel cielo cuando la Comuna sacó de lasecularización 8000 míseros francos.

Mientras el Gobierno de Versallesapenas recobró un poco de ánimo y defuerzas, empleaba contra la Comuna lasmedidas más violentas; mientrasahogaba la libre expresión delpensamiento por toda Francia, hasta elpunto de prohibir las asambleas dedelegados de las grandes ciudades;mientras sometía a Versalles y al restode Francia a un espionaje que dejaba enmantillas al del Segundo Imperio;mientras quemaba, por medio de susinquisidores-gendarmes, todos losperiódicos publicados en París, y

violaba toda la correspondencia queprocedía de la capital o iba dirigida aella; mientras, en la Asamblea Nacional,los más tímidos intentos de aventuraruna palabra en favor de París eranahogados con unos aullidos a los que nohabía llegado ni la Chambre introuvablede 1816; con la guerra salvaje de losversalleses fuera de París y sustentativas de corrupción y conspiracióndentro, ¿podía la Comuna, sin traicionarignominiosamente su causa, guardartodas las formas y las apariencias deliberalismo, como si gobernase entiempos de serena paz? Si el Gobiernode la Comuna se hubiera parecido al deM. Thiers, no habría habido más base

para suprimir en París los periódicosdel partido del orden que para suprimiren Versalles los periódicos de laComuna.

Era verdaderamente indignante paralos «rurales» que, en el mismo momentoen que ellos preconizaban como únicomedio de salvar a Francia la vuelta alseno de la Iglesia, la incrédula Comunadescubriera los misterios del conventode monjas de Picpus y de la iglesia deSaint Laurent. Y era una burla para M.Thiers que, mientras él hacía llovergrandes cruces sobre los generalesbonapartistas para premiar su maestríaen el arte de perder batallas, firmarcapitulaciones y liar cigarrillos en

Wilhelmshohe[25], la Comuna destituyeray arrestara a sus generales a la menorsospecha de negligencia en elcumplimiento del deber. La expulsión desu seno y la detención por la Comuna deuno de sus miembros, que se habíadeslizado por ella bajo nombresupuesto, y que en Lyon había sufrido unarresto de seis días por simple quiebra,¿no era un deliberado insulto para elfalsificador Julio Favre, todavía a lasazón ministro de Negocios Extranjerosde Francia, y que seguía vendiendo supaís a Bismarck y dictando órdenes aaquel incomparable Gobierno deBélgica? La verdad es que la Comuna nopretendía tener el don de la

infalibilidad, que se atribuían sinexcepción todos los gobiernos a la viejausanza. Publicaba sus hechos y susdichos y daba a conocer al públicotodas sus faltas.

En todas las revoluciones, al lado delos verdaderos revolucionarios, figuranhombres de otra naturaleza. Algunos deellos son supervivientes de revolucionespasadas, que conservan su devoción porellas, sin visión del movimiento actual,pero dueños todavía de su influenciasobre el pueblo por su reconocidahonradez y valentía, o simplemente porla fuerza de la tradición; otros, simplescharlatanes que, a fuerza de repetir añotras año las mismas declamaciones

estereotipadas contra el gobierno deldía, se han agenciado de contrabandouna reputación de revolucionados depura cepa. Después del 18 de marzosalieron también a la superficie losnombres de éstos, y en algunos casoslograron desempeñar papelespreeminentes. En la medida en que supoder se lo permitía, entorpecieron laverdadera acción de la clase obrera, lomismo que otros de su especieentorpecieron el desarrollo completo detodas las revoluciones anteriores.Constituyen un mal inevitable; con eltiempo se les quita de en medio; pero ala Comuna no le fue dado disponer detiempo.

Maravilloso en verdad fue el cambiooperado por la Comuna en París. Deaquel París prostituido del SegundoImperio no quedaba ni rastro. Ya no erael lugar de cita de terratenientesingleses, absentistas irlandeses, exesclavistas y rastacuerosnorteamericanos, ex propietarios rusosde siervos y boyardos de Valaquia. Yano había cadáveres en el depósito, niasaltos nocturnos, ni apenas hurtos; porprimera vez, desde los días de febrerode 1848, se podía transitar seguro porlas calles de París, y eso que no habíapolicía de ninguna clase. «Ya no se oyehablar —decía un miembro de laComuna— de asesinatos; robos y

atracos; diríase que la policía se hallevado consigo a Versalles a todos susamigos conservadores.» Las cocotashabían encontrado el rastro de susprotectores, fugitivos hombres de lafamilia, de la religión y, sobre todo, dela propiedad. En su lugar, volvían a salira la superficie las auténticas mujeres deParís, heroicas, nobles y abnegadascomo las de la antigüedad. Parístrabajaba y pensaba, luchaba y daba susangre; radiante en el entusiasmo de suiniciativa histórica, dedicado a forjaruna sociedad nueva, casi se olvidaba delos caníbales que tenía a las puertas.

Frente a este mundo nuevo de París,se alzaba el mundo viejo de Versalles;

aquella asamblea de legitimistas yorleanistas, vampiros de todos losregímenes difuntos, ávidos de nutrirsede los despojos de la nación, con sucola de republicanos antediluvianos, quesancionaban con su presencia en laAsamblea el motín de los esclavistas,confiando el mantenimiento de surepública parlamentaria a la vanidad delviejo saltimbanqui que la presidía, ycaricaturizando la revolución de 1789con la celebración de sus reuniones deespectros en el Jeu de Paume[26]. Así eraesta Asamblea, representación de todolo muerto de Francia, sólo mantenida enuna apariencia de vida por los sables delos generales de Luis Bonaparte. París,

todo verdad, y Versalles, todo mentira,una mentira que salía de los labios deThiers.

«Les doy a ustedes mi palabra, a laque jamás he faltado», dice Thiers a unacomisión de alcaldes del departamentode Seine-et-Oise. A la AsambleaNacional le dice que «es la Asambleamás libremente elegida y más liberalque en Francia ha existido»; dice a suabigarrada soldadesca, que es «laadmiración del mundo y el mejorejército que jamás ha tenido Francia»;dice a las provincias que el bombardeode París llevado a cabo por él es unmito: «Si se han disparado algunoscañonazos, no ha sido por el ejército de

Versalles, sino por algunos insurrectosempeñados en hacernos creer queluchan, cuando en realidad no se atrevena asomar la cara». Poco después, dice alas provincias que «la artillería deVersalles no bombardea a París, sinoque simplemente lo cañonea». Dice alarzobispo de París que las pretendidasejecuciones y represalias (!) atribuidas alas tropas de Versalles son purasmentiras. Dice a París que sólo ansía«liberarlo de los horribles tiranos que leoprimen» y que el París de la Comunano es, en realidad, «más que un puñadode criminales».

El París de M. Thiers no era elverdadero París de la «vil

muchedumbre», sino un París fantasma,el París de los franc-fileurs[27], el Parísmasculino y femenino de los bulevares,el París rico, capitalista; el Parísdorado, el París ocioso, que ahoracorría en tropel a Versalles, a Saint-Denis, a Rueil y a Saint-Germain, consus lacayos, sus estafadores, su bohemialiteraria y sus cocotas. El París para elque la guerra civil no era más que unagradable pasatiempo, el que veía lasbatallas por un anteojo de larga vista, elque contaba los estampidos de loscañonazos y juraba por su honor y el desus prostitutas que aquella función eramucho mejor que las que representabanen Porte Saint-Martin. Allí, los que

caían eran muertos de verdad, los gritosde los heridos eran de verdad también, yademás, ¡todo era tan intensamentehistórico!

Éste es el París del señor Thiers,como el mundo de los emigrados deCoblenza era la Francia del señor deCalonne.

IV

La primera tentativa de laconspiración de los esclavistas parasojuzgar a París logrando su ocupaciónpor los prusianos fracasó ante lanegativa de Bismarck. La segundatentativa, la del 18 de marzo, acabó conla derrota del ejército y la huida aVersalles del Gobierno, que ordenó atodo el aparato administrativo queabandonase sus puestos y le siguiese enla huida. Mediante la simulación de

negociaciones de paz con París, Thiersganó tiempo para preparar la guerracontra la capital. Pero ¿de dónde sacaríaun ejército? Los restos de losregimientos de línea eran escasos ennúmero e inseguros en cuanto a moral.Su llamamiento apremiante a lasprovincias para que acudiesen en ayudade Versalles con sus guardias nacionalesy sus voluntarios tropezó con unanegativa en redondo. Sólo Bretañamandó a luchar bajo una bandera blancaa un puñado de chuanes24, con uncorazón de Jesús en tela blanca sobre elpecho y gritando Vive le Roi! [¡Viva elrey!]. Thiers se vio, por tanto, obligadoa reunir a toda prisa una turba

abigarrada, compuesta por marineros,soldados de infantería de marina, zuavospontificios, gendarmes de Valentín yguardias municipales y confidentes dePietri. Pero este ejército habría sidoridículamente ineficaz sin laincorporación de los prisioneros deguerra imperiales que Bismarck fueentregando a plazos en cantidadsuficiente para mantener viva la guerracivil, y para tener al Gobierno deVersalles en abyecta dependencia conrespecto a Prusia. Durante la propiaguerra, la policía versallesa tenía quevigilar al ejército de Versalles, mientrasque los gendarmes tenían que arrastrarloa la lucha, colocándose ellos siempre en

los puestos de peligro. Los fuertes quecayeron no fueron conquistados, sinocomprados. El heroísmo de losfederales convenció a Thiers de que,para vencer la resistencia de París, nobastaban su genio estratégico ni lasbayonetas de las que disponía.

Entretanto, sus relaciones con lasprovincias se hacían cada vez másdifíciles. No llegaba un solo mensaje deadhesión para estimular a Thiers y a sus«rurales». Muy al contrario, recibían detodas partes diputaciones y mensajespidiendo, en un tono que tenía de todomenos de respetuoso, la reconciliacióncon París sobre la base delreconocimiento inequívoco de la

República, el reconocimiento de laslibertades comunales y la disolución dela Asamblea Nacional, cuyo mandatohabía expirado ya. Estos mensajesafluían en tal número, que en su circulardirigida el 23 de abril a los fiscales,Dufaure, ministro de Justicia de Thiers,ordenó considerar como un crimen «elllamamiento a la conciliación». Noobstante, en vista de las perspectivasdesesperadas que se abrían ante sucampaña militar, Thiers se decidió acambiar de táctica, ordenando que el 30de abril se celebrasen eleccionesmunicipales en todo el país, sobre labase de la nueva ley municipal dictadapor él mismo a la Asamblea Nacional.

Utilizando, según los casos, las intrigasde sus prefectos y la intimidaciónpolicíaca, estaba completamente segurode que el resultado de la votación enprovincias le permitiría ungir a laAsamblea Nacional con aquel podermoral que jamás había tenido, y obtenerpor fin de las provincias la fuerzamaterial que necesitaba para laconquista de París.

Thiers se preocupó desde el primermomento de combinar su guerra debandidaje contra París —glorificada ensus propios boletines— y las tentativasde sus ministros para instaurar de unextremo a otro de Francia el reinado delterror, con una pequeña comedia de

conciliación, que había de servirle paramás de un fin. Trataba con ello deengañar a las provincias, de seducir a laclase media de París y, sobre todo, debrindar a los pretendidos republicanosde la Asamblea Nacional la oportunidadde esconder su traición contra Parísdetrás de su fe en Thiers. El 21 demarzo, cuando aún no disponía de unejército, Thiers declaraba ante laAsamblea: «Pase lo que pase, jamásenviaré tropas contra París». El 27 demarzo, intervino de nuevo para decir:«Me he encontrado con la Repúblicacomo un hecho consumado y estoyfirmemente decidido a mantenerla». Enrealidad, en Lyon y en Marsella[28]

aplastó la revolución en nombre de laRepública, mientras en Versalles losbramidos de sus «rurales» ahogaban lasimple mención de su nombre. Despuésde esta hazaña, rebajó el «hechoconsumados» a la categoría de hechohipotético. A los príncipes de Orleáns,que Thiers había alejado de Burdeos porprecaución, se les permitía ahoraintrigar en Dreux, lo cual era unaviolación flagrante de la ley. Lasconcesiones prometidas por Thiers, ensus interminables entrevistas con losdelegados de París y provincias, aunquevariaban constantemente de tono y decolor según el tiempo y lascircunstancias, se reducían siempre, en

el fondo, a la promesa de que suvenganza se limitaría al «puñado decriminales complicados en losasesinatos de Lecomte y ClémentThomas»; bien entendido que bajo lacondición de que París y Franciaaceptasen sin reservas al señor Thierscomo la mejor de las repúblicasposibles, como él había hecho en 1830con Luis Felipe. Pero hasta estas mismasconcesiones, no sólo se cuidaba deponerlas en tela de juicio mediante loscomentarios oficiales que hacía a travésde sus ministros en la Asamblea, sinoque, además, tenía a su Dufaure paraactuar. Éste, viejo abogado orleanista,había sido el Poder Judicial supremo de

todos los estados de sitio, lo mismoahora, en 1871, bajo Thiers, que en1839, bajo Luis Felipe, y que en 1849,bajo la presidencia de Luis Bonaparte.Durante su cesantía de ministro, habíareunido una fortuna defendiendo lospleitos de los capitalistas de París yhabía acumulado un capital políticopleiteando contra las leyes elaboradaspor él mismo. Ahora, no contento conhacer que la Asamblea Nacional votasea toda prisa una serie de leyes derepresión que, después de la caída deParís, habían de servir para extirpar losúltimos vestigios de las libertadesrepublicanas en Francia, trazó deantemano la suerte que había de correr

París al abreviar los trámites de losTribunales de Guerra, que aún leparecían demasiado lentos, y alpresentar una nueva ley draconiana dedeportación. La revolución de 1848,cuando abolió la pena de muerte paralos delitos políticos, la sustituyó por ladeportación. Luis Bonaparte no seatrevió, por lo menos en teoría, arestablecer el régimen de la guillotina. Yla Asamblea de los «rurales», que aúnno se atrevía ni a insinuar que losparisinos no eran rebeldes, sinoasesinos, no tuvo más remedio quelimitarse, en la venganza que preparabacontra París, a la nueva ley dedeportaciones de Dufaure. Bajo todas

estas circunstancias, Thiers no hubierapodido seguir representando su comediade conciliación, si esta comedia nohubiese arrancado, como élprecisamente quería, gritos de rabiaentre los «rurales», cuyas cabezasrumiantes no podían comprender lafarsa, ni todo lo que la farsa exigía encuanto a hipocresía, tergiversación ydilaciones.

Ante la proximidad de laselecciones municipales del 30 de abril,el día 27 Thiers representó una de susgrandes escenas conciliatorias. Enmedio de un torrente de retóricasentimental, exclamó desde la tribuna dela Asamblea:

La única conspiración quehay contra la República es la deParís, que nos obliga a derramarsangre francesa. No me cansaréde repetirlo: ¡que aquellasmanos suelten las armas infamesque empuñan y el castigo sedetendrá inmediatamente por unacto de paz del que sólo quedaráexcluido un puñado decriminales!

Y como los «rurales» leinterrumpieran violentamente, replicó:

Decidme, señores, os losuplico, si estoy equivocado.

¿De veras deploráis que yo hayapodido declarar aquí que loscriminales no son en verdad másque un puñado? ¿No es unasuerte, en medio de nuestrasdesgracias, que quienes fueroncapaces de derramar la sangrede Clément Thomas y del generalLecomte sólo representan rarasexcepciones?

Sin embargo, Francia no escuchóaquellos discursos que Thiers creíacantos de sirena parlamentaria. De los700 000 concejales elegidos en los 35000 municipios que aún conservabaFrancia, los legitimistas, orleanistas y

bonapartistas coligados no obtuvieronsiquiera 8000. Las diferentes votacionescomplementarias arrojaron resultadosaún más hostiles. De este modo, en vezde sacar de las provincias la fuerzamaterial que tanto necesitaba, laAsamblea perdía hasta su último títulode fuerza moral: el de ser expresión delsufragio universal de la nación. Pararemachar la derrota, los ayuntamientosrecién elegidos amenazaron a laasamblea usurpadora de Versalles conconvocar una contraasamblea enBurdeos.

Por fin había llegado para Bismarckel tan esperado momento de lanzarse ala acción decisiva. Ordenó

perentoriamente a Thiers que mandase aFrankfurt plenipotenciarios para sellardefinitivamente la paz. Obedeciendohumildemente a la llamada de su señor,Thiers se apresuró a enviar a su fielJulio Favre, asistido por Pouyer-Quertier. Pouyer-Quertier, «eminente»hilandero de algodón de Ruán, fervientey hasta servil partidario del SegundoImperio, jamás había descubierto en ésteninguna falta, fuera de su tratadocomercial con Inglaterra, atentatoriopara los intereses de su propio negocio.Apenas instalado en Burdeos comoministro de Hacienda de Thiers,denunció este «nefasto» tratado, sugiriósu pronta derogación y tuvo incluso el

descaro de intentar, aunque en vano(pues echó sus cuentas sin Bismarck), elinmediato restablecimiento de losantiguos aranceles protectores contraAlsacia, donde, según él, no existía elobstáculo de ningún tratadointernacional anterior. Este hombre, queveía en la contrarrevolución un mediopara rebajar los salarios en Ruán, y enla entrega a Prusia de las provinciasfrancesas un medio para subir losprecios de sus artículos en Francia, ¿noera éste el hombre predestinado para serelegido por Thiers, en su última yculminante traición, como digno auxiliarde Julio Favre?

A la llegada a Frankfurt de esta

magnífica pareja de plenipotenciarios,el brutal Bismarck los recibió con estedilema categórico: «¡O la restauracióndel Imperio, o la aceptación sin reservasde mis condiciones de paz!». Entre estascondiciones entraba la de acortar losplazos en que había de pagarse laindemnización de guerra y la prórrogade la ocupación de los fuertes de Paríspor las tropas prusianas, mientrasBismarck no estuviese satisfecho con elestado de cosas reinante en Francia. Deeste modo, Prusia era reconocida comosupremo árbitro de la política interiorfrancesa. A cambio de esto, ofrecíasoltar, para que exterminase a París, alejército bonapartista que tenía

prisionero y prestarle el apoyo directode las tropas del emperador Guillermo.Como muestra de su buena fe, seprestaba a que el pago del primer plazode la indemnización se subordinase a la«pacificación» de París. Huelga decirque Thiers y sus plenipotenciarios seapresuraron a tragar esta sabrosacarnada. El tratado de paz fue firmadopor ellos el 10 de mayo y ratificado porla Asamblea de Versalles el 18 delmismo mes.

En el intervalo entre la conclusiónde la paz y la llegada de los prisionerosbonapartistas, Thiers se creyó tanto másobligado a reanudar su comedia dereconciliación cuanto que los

republicanos, sus instrumentos, estabanapremiantemente necesitados de unpretexto que les permitiese cerrar losojos a los preparativos para lacarnicería de París. Todavía el 8 demayo contestaba a una comisión deconciliadores pequeñoburgueses: «Tanpronto como los insurrectos se decidan acapitular, las puertas de París se abriránde par en par durante una semana paratodos, con la sola excepción de losasesinos de los generales ClémentThomas y Lecomte».

Pocos días después, interpeladoviolentamente por los «rurales» acercade estas promesas, se negó a entrar enningún género de explicaciones; pero no

sin hacer esta alusión significativa: «Osdigo que entre vosotros hay hombresimpacientes, hombres que tienendemasiada prisa. Que aguarden otrosocho días; al cabo de ellos, el peligrohabrá pasado y la tarea seráproporcionada a su valentía y a sucapacidad». Tan pronto como Mac-Mahon pudo garantizarle que dentro depoco podría entrar en París, Thiersdeclaró ante la Asamblea que «entraríaen París con la ley en la mano yexigiendo una expiación cumplida a losmiserables que habían sacrificado vidasde soldados y destruido monumentospúblicos». Al acercarse el momentodecisivo, dijo a la Asamblea Nacional:

«¡Seré implacable!» a París, que nohabía salvación para él; y a susbandidos bonapartistas que se les dabacarta blanca para vengarse de París adiscreción. Por último, cuando el 21 demayo la traición abrió las puertas de laciudad al general Douay, Thiers pudodescubrir el día 22 a los «rurales» el«objetivo» de su comedia dereconciliación, que tanto se habíanobstinado en no comprender: «Os dijehace pocos días que nos estábamosacercando a nuestro objetivo; hoy vengoa deciros que el objetivo está alcanzado.¡El triunfo del orden, de la justicia y dela civilización está conseguido por fin!».

Así era. La civilización y la justicia

del orden burgués aparecen en todo susiniestro esplendor dondequiera que losesclavos y los parias de este orden osanrebelarse contra sus señores. En talesmomentos, esa civilización y esa justiciase muestran como lo que son: salvajismodescarado y venganza sin ley. Cadanueva crisis que se produce en la luchade clases entre los productores y losapropiadores hace resaltar este hechocon mayor claridad. Hasta lasatrocidades cometidas por la burguesíaen junio de 1848 palidecen ante lainfamia indescriptible de 1871. Elheroísmo abnegado con que la poblaciónde París —hombres, mujeres y niños—luchó por espacio de ocho días después

de la entrada de los versalleses en laciudad refleja la grandeza de su causa,como las hazañas infernales de lasoldadesca reflejan el espíritu innato deesa civilización de la que es el brazovengador y mercenario. ¡Gloriosacivilización ésta, cuyo gran problemaestriba en saber cómo desprenderse delos montones de cadáveres hechos porella después de haber cesado la batalla!

Para encontrar un paralelo con laconducta de Thiers y de sus perros depresa, hay que remontarse a los tiemposde Sila y de los dos triunviratosromanos. Las mismas matanzas en masaa sangre fría; el mismo desdén en lamatanza para la edad y el sexo; el mismo

sistema de torturar a los prisioneros, lasmismas proscripciones pero ahora detoda una clase; la misma batida salvajecontra los jefes escondidos, para que niuno solo se escape; las mismasdelaciones de enemigos políticos ypersonales; la misma indiferencia ante lamatanza de personas completamenteajenas a la contienda. No hay más queuna diferencia, y es que los romanos nodisponían de ametralladoras paradespachar a los proscritos en masa y queno actuaban «con la ley en la mano» nicon el grito de «civilización» en loslabios.

Y tras estos horrores, volvamos lavista a otro aspecto todavía más

repugnante de esa civilización burguesa,tal como su propia prensa lo describe.

Mientras a lo lejos —escribeel corresponsal parisino de unperiódico conservador deLondres— se oyen todavíadisparos sueltos y entre lastumbas del cementerio del PèreLachaise agonizan infelicesheridos abandonados; mientras6000 insurrectos aterrados vaganen una agonía de desesperaciónen el laberinto de las catacumbasy por las calles se ven todavíainfelices llevados a rastras paraser segados en masa por las

ametralladoras, resultaindignante ver los cafés llenosde bebedores de ajenjo y dejugadores de billar y de dominó;ver cómo las mujeres del viciodeambulan por los bulevares yoír cómo el estrépito de lasorgías en los reservados de losrestaurantes distinguidos turba elsilencio de la noche.

M. Edouard Hervé escribe en elJournal de Paris, periódico versalléssuprimido por la Comuna:

El modo cómo la poblaciónde París (I) manifestó ayer su

satisfacción era más que frívolo,y tememos que esto se agravecon el tiempo. París presentaahora un aire de día de fiestalamentablemente pocoapropiado. Si no queremos quenos llamen los «parisinos de ladecadencia», debemos ponertérmino a tal estado de cosas.

Y a continuación cita el pasaje deTácito:

Y sin embargo, a la mañanasiguiente de aquella horriblebatalla y aun antes de haberseterminado, Roma, degradada y

corrompida, comenzó arevolcarse de nuevo en la charcade voluptuosidad que destruía sucuerpo y encenagaba su alma—alibiproelia et vulnera, alibibalnea popinaeque [aquícombates y heridas, allí baños yfestines]—.

El señor Hervé sólo se olvida deaclarar que la «población de París» deque él habla es, exclusivamente, lapoblación del París del señor Thiers:«los francs-fileurs que volvían en tropelde Versalles, de Saint Denis, de Rueil yde Saint Germain, el París “de ladecadencia”».

En cada uno de sus triunfossangrientos sobre los abnegadospaladines de una sociedad nueva ymejor, esta infame civilización, basadaen la esclavización del trabajo, ahogalos gemidos de sus víctimas en unclamor salvaje de calumnias, queencuentran eco en todo el orbe. Losperros de presa del «orden» transformande pronto en un infierno el sereno Parísobrero de la Comuna. ¿Y qué es lo quedemuestra este tremendo cambio a lasmentes burguesas de todos los países?Demuestra sencillamente que la Comunase ha amotinado contra la civilización.El pueblo de París, lleno de entusiasmo,muere por la Comuna en número no

igualado por ninguna batalla de lahistoria. ¿Qué demuestra esto?Demuestra, sencillamente, que laComuna no era el gobierno propio delpueblo, sino la usurpación del poder porun puñado de criminales. Las mujeres deParís dan alegremente sus vidas en lasbarricadas y ante los pelotones deejecución. ¿Qué demuestra esto?Demuestra, sencillamente, que eldemonio de la Comuna las ha convertidoen Megeras y Hécates. La moderaciónde la Comuna durante los dos meses desu dominación indisputada sólo esigualada por el heroísmo de su defensa.¿Qué demuestra esto? Demuestra,sencillamente, que durante varios meses

la Comuna ocultó cuidadosamente bajouna careta de moderación y dehumanidad la sed de sangre de susinstintos satánicos, para darle riendasuelta en la hora de su agonía.

En el momento del heroicoholocausto de sí mismo, el París obreroenvolvió en llamas edificios ymonumentos. Cuando los esclavizadoresdel proletariado descuartizan su cuerpovivo, no deben seguir abrigando laesperanza de retornar en triunfo a losmuros intactos de sus casas. ElGobierno de Versalles grita:«¡Incendiarios!», y susurra esta consignaa todos sus agentes, hasta en la aldeamás remota, para que acosen a sus

enemigos por todas partes comoincendiarios profesionales. La burguesíadel mundo entero, que asiste concomplacencia a la matanza en masadespués de la lucha, se estremece dehorror ante la profanación del ladrillo yla argamasa.

Cuando los gobiernos dan a susflotas de guerra carta blanca para«matar, quemar y destruir», ¿dan o nocarta blanca a incendiarios? Cuando lastropas británicas prenden fuegoalegremente al capitolio de Washingtono al palacio de verano del emperador deChina ¿son o no son incendiarias?Cuando los prusianos, no por razonesmilitares, sino por mero espíritu de

venganza, hacen arder con ayuda delpetróleo poblaciones enteras comoChâteaudun e innumerables aldeas, ¿sono no son incendiarios? Cuando Thiersbombardea a París durante seis semanas,bajo el pretexto de que sólo quierepegar fuego a las casas en que hay gente,¿era o no era incendiario? En la guerra,el fuego es un arma tan legítima comocualquier otra. Los edificios ocupadospor el enemigo se bombardean paraprenderlos fuego. Y si sus defensores seven obligados a evacuarlos, ellosmismos los incendian, para evitar quelos atacantes se resguarden en ellos. Elser pasto de las llamas ha sido siempreel destino ineludible de los edificios

situados en el frente de combate detodos los ejércitos regulares del mundo.¡Pero he aquí que en la guerra de losesclavizados contra los esclavizadores—la única guerra justificada de lahistoria— este argumento ya no esválido en absoluto! La Comuna se sirviódel fuego pura y exclusivamente comomedio de defensa. Lo empleó paracortar el avance de las tropas deVersalles por aquellas avenidas largas yrectas que Haussmann había abiertoexpresamente para el fuego de laartillería; lo empleó para cubrir laretirada, del mismo modo que losversalleses, al avanzar, emplearon susgranadas que destruyeron, por lo menos,

tantos edificios como el fuego de laComuna. Todavía no se sabe a cienciacierta qué edificios fueron incendiadospor los defensores y cuáles por losatacantes. Y los defensores norecurrieron al fuego hasta que las tropasversallesas no habían comenzado sumatanza en masa de prisioneros.Además, la Comuna había anunciadopúblicamente, desde hacía muchotiempo, que, empujada al extremo, seenterraría entre las ruinas de París yharía de esta capital un segundo Moscú;cosa que el Gobierno de la defensahabía prometido también hacer, claroque sólo como disfraz, para encubrir sutraición. Trochu había preparado el

petróleo necesario para estaeventualidad. La Comuna sabía que asus enemigos no les importaban lasvidas del pueblo de París, pero que encambio les importaban mucho losedificios parisinos de su propiedad. Porotra parte, Thiers había hecho ya saberque sería implacable en su venganza.Apenas vio de un lado a su ejército enorden de batalla y del otro a losprusianos cerrando la salida, exclamó:«¡Seré inexorable! ¡El castigo serácompleto y la justicia severa!». Si losactos de los obreros de París fueron devandalismo, era el vandalismo de ladefensa desesperada, no uno de triunfo,como aquel del que los cristianos dieron

prueba al destruir los tesoros artísticos,realmente inestimables, de la antigüedadpagana. Pero incluso este vandalismo hasido justificado por los historiadorescomo un accidente inevitable yrelativamente insignificante, encomparación con aquella lucha titánicaentre una sociedad nueva que surgía yotra vieja que se derrumbaba. Y aunmenos se parecía al vandalismo de unHaussmann que arrasó el París históricopara dejar sitio al París de los ociosos.

Pero ¿y la ejecución por la Comunade los sesenta y cuatro rehenes, con elarzobispo de París a la cabeza? Laburguesía y su ejército restablecieron enjunio de 1848 una costumbre que había

desaparecido desde hacía largo tiempode las prácticas guerreras: la de fusilar asus prisioneros indefensos. Desdeentonces, esta costumbre brutal haencontrado la adhesión más o menosestricta de todos los aplastadores deconmociones populares en Europa y enla India, demostrando con ello queconstituye un verdadero «progreso de lacivilización». Por otra parte, losprusianos restablecieron en Francia lapráctica de tomar rehenes; personasinocentes a quienes se hacía respondercon sus vidas de los actos de otros.Cuando Thiers, como hemos visto, pusoen práctica desde el primer momento lahumana costumbre de fusilar a los

federales prisioneros, la Comuna, paraproteger sus vidas, viose obligada arecurrir a la práctica prusiana de tomarrehenes. A estos rehenes los habíanhecho ya reos de muerte repetidas veceslos incesantes fusilamientos deprisioneros por las tropas versallesas.¿Quién podía seguir guardando sus vidasdespués de la carnicería con que lospretorianos[29] de Mac-Mahoncelebraron su entrada en París? ¿Habíade convertirse también en una burla laúltima medida —la toma de rehenes—con que se aspiraba a contener elsalvajismo desenfrenado de losgobiernos burgueses? El verdaderoasesino del arzobispo Darboy es Thiers.

La Comuna propuso repetidas veces elcanje del arzobispo y de otro montón declérigos por un solo prisionero, Blanqui,que Thiers tenía entonces en sus garras.Y Thiers se negó tenazmente. Sabía quecon Blanqui daba a la Comuna unacabeza y que el arzobispo serviría mejora sus fines como cadáver. Thiers seguíaaquí las huellas de Cavaignac. ¿Acaso,en junio de 1848, Cavaignac y sushombres del orden no habían lanzadogritos de horror, estigmatizando a losinsurrectos como asesinos del arzobispoAffre? Y ellos sabían perfectamente queel arzobispo había sido fusilado por lastropas del partido del orden. Jacquemet,vicario general del arzobispo que había

asistido a la ejecución, se lo habíaasegurado inmediatamente después deocurrir ésta.

Todo este coro de calumnias, que elpartido del orden, en sus orgías desangre, no deja nunca de alzar contra susvíctimas, sólo demuestra que el burguésde nuestros días se considera el legítimoheredero del antiguo señor feudal, paraquien todas las armas eran buenas contralos plebeyos, mientras que, en manos deéstos, toda arma constituía por sí sola uncrimen.

La conspiración de la clasedominante para aplastar la revoluciónpor medio de una guerra civil montadabajo el patronato del invasor extranjero

—conspiración que hemos ido siguiendodesde el mismo 4 de septiembre hasta laentrada de los pretorianos de Mac-Mahon por la puerta de Saint-Cloud—culminó en la carnicería de París.Bismarck se deleita ante las ruinas deParís, en las que ha visto tal vez elprimer paso de aquella destruccióngeneral de las grandes ciudades quehabía sido su sueño dorado cuando noera más que un simple «rural» en losescaños de la Chambre Introuvableprusiana de 1849. Se deleita ante loscadáveres del proletariado de París.Para él, esto no es sólo el exterminio dela revolución, es además elaniquilamiento de Francia, que ahora

queda decapitada de veras, y por obradel propio Gobierno francés. Con lasuperficialidad que caracteriza a todoslos estadistas afortunados, no ve másque el aspecto externo de esteformidable acontecimiento histórico.¿Cuándo había brindado la historia elespectáculo de un conquistador quecoronaba su victoria convirtiéndose, noya en el gendarme, sino en el sicario delGobierno vencido? Entre Prusia y laComuna de París no había guerra. Por elcontrario, la Comuna había aceptado lospreliminares de paz, y Prusia se habíadeclarado neutral; Prusia no era, portanto, beligerante. Desempeñó el papelde un matón: de un matón cobarde,

puesto que no arrastraba ningún peligro;y de un matón a sueldo, porque se habíaestipulado de antemano que el pago desus 500 millones tenidos en sangre nosería hecho hasta después de la caída deParís. De este modo, se revelaba, porfin, el verdadero carácter de la guerra,de aquella guerra ordenada por laprovidencia como castigo de la impía ycorrompida Francia por la muy moral ypiadosa Alemania. Y esta violación sinprecedentes del derecho de las naciones,incluso en la interpretación de losjuristas del viejo mundo, en vez deponer en pie a los gobiernos«civilizados» de Europa para declararfuera de la ley internacional al felón

Gobierno prusiano, simple instrumentodel Gobierno de San Petersburgo, lesincita únicamente a preguntarse ¡si laspocas víctimas que consiguen escaparpor entre el doble cordón que rodea aParís no deberán ser entregadas tambiénal verdugo de Versalles!

El hecho sin precedentes de que, enla guerra más tremenda de los tiemposmodernos, el ejército vencedor y elvencido confraternicen en la matanzacomún del proletariado no representa,como cree Bismarck, el aplastamientodefinitivo de la nueva sociedad queavanza, sino el desmoronamientocompleto de la sociedad burguesa. Laempresa más heroica que aún puede

acometer la vieja sociedad es la guerranacional. Y ahora viene a demostrarseque ésta no es más que una añagaza delos gobiernos destinada a aplazar lalucha de clases, y de la que se prescindetan pronto como esta lucha estalla enforma de guerra civil. La dominación declase ya no se puede disfrazar bajo eluniforme nacional; todos los gobiernosnacionales son uno solo contra elproletariado.

Después del domingo de Pentecostésde 1871, ya no puede haber paz ni treguaposible entre los obreros de Francia ylos que se apropian el producto de sutrabajo. El puño de hierro de lasoldadesca mercenaria podrá tener

sujetas, durante cierto tiempo, a estasdos clases, pero la lucha volverá aestallar, una y otra vez en proporcionescrecientes. No puede caber duda sobrequién será a la postre el vencedor: si lospocos que viven del trabajo ajeno o laInmensa mayoría que trabaja. Y la claseobrera francesa no es más que lavanguardia del proletariado moderno.

Los gobiernos de Europa, mientrasatestiguan así ante París, el carácterinternacional de su dominación de clase,braman contra la AsociaciónInternacional de los Trabajadores —lacontraorganización internacional deltrabajo frente a la conspiracióncosmopolita del capital—, como la

fuente principal de todos estosdesastres. Thiers la denunció comodéspota del trabajo que pretende ser sulibertador. Picard ordenó que secortasen todos los enlaces entre losinternacionales franceses y los delextranjero. El conde de Jaubert, unamomia que fue cómplice de Thiers en1835, declara que el exterminio de laInternacional es el gran problema detodos los gobiernos civilizados. Los«rurales» braman contra ella, y la prensaeuropea se agrega unánimemente alcoro. Un escritor francés honrado,absolutamente ajeno a nuestraasociación, se expresa en los siguientestérminos:

Los miembros del ComitéCentral de la Guardia Nacional,así como la mayor parte de losmiembros de la Comuna, son lascabezas más activas, inteligentesy enérgicas de la AsociaciónInternacional de losTrabajadores… Hombresabsolutamente honrados,sinceros, inteligentes,abnegados, puros y fanáticos enel buen sentido de la palabra.

Naturalmente, las cabezas burguesas,con su contextura policíaca, serepresentan a la AsociaciónInternacional de los Trabajadores como

una especie de conspiración secreta conun organismo central que ordena, de vezen cuando, explosiones en diferentespaíses. En realidad, nuestra Asociaciónno es más que el lazo internacional queune a los obreros más avanzados de losdiversos países del mundo civilizado.Dondequiera que la lucha de clasesalcance cierta consistencia, sean cualesfueren la forma y las condiciones en queel hecho se produzca, es lógico que losmiembros de nuestra Asociaciónaparezcan en la vanguardia. El terrenode donde brota nuestra Asociación es lapropia sociedad moderna. No es posibleexterminarla, por grande que sea lacarnicería. Para hacerlo, los gobiernos

tendrían que exterminar el despotismodel capital sobre el trabajo, base de supropia existencia parasitaria.

El París de los obreros, con suComuna, será eternamente ensalzadocomo heraldo glorioso de una nuevasociedad. Sus mártires tienen susantuario en el gran corazón de la claseobrera. Y a sus exterminadores lahistoria los ha clavado ya en una picotaeterna, de la que no lograrán redimirlostodas las preces de su clerigalla.

Londres, 30 de mayo de 1871

Apéndices

I

La columna de prisioneros sedetuvo en la avenida Uhrich yfue formada, de cuatro o cinco enfondo, en la acera, dando vista ala calle. El general marqués deGalliffet y su Estado Mayor

bajaron de los caballos yempezaron a pasar revista deizquierda a derecha. El generalandaba lentamente, observandolas filas; de vez en cuando, sedetenía y tocaba a un prisioneroen el hombro, o lo llamaba conun movimiento de cabeza siestaba en las filas de atrás. En lamayoría de los casos, losseleccionados por esteprocedimiento, sin más trámites,eran colocados en medio de lacalle, donde formaron en seguidauna pequeña columna aparte…La posibilidad de error era,evidentemente, considerable. Un

oficial montado señaló algeneral Galliffet a un hombre yuna mujer como culpables dealgún crimen. La mujer saliócorriendo de la fila, se puso derodillas y, con los brazosabiertos, protestó de suinocencia en términos de granemoción. El general aguardóunos instantes y luego, con rostroimpasible, y sin moverse, dijo:«Madame, conozco todos losteatros de París: no se molesteusted en hacer comedias.» [cen’est pas la peine de jouer lacomédie…]. Aquel día era pococonveniente para nadie ser

ostensiblemente más alto, mássucio, más limpio, más viejo omás feo que sus vecinos. Unhombre con la nariz partidallamó mi atención, y en seguidacomprendí que debía a estedetalle el verse liberadoaceleradamente de nuestro vallede lágrimas… De este modo,fueron seleccionados más decien; se destacó un pelotón deejecución y la columna siguió sumarcha dejándoles atrás. A lospocos minutos, comenzó anuestra espalda un fuegointermitente, que duró más de uncuarto de hora. Estaban

ejecutando a aquellosdesgraciados, condenados tansumarísimamente.

(Corresponsal del Daily Newsen París, 8 de junio.)

A este Galliffet, «el chulo de sumujer, tan famosa por lasdesvergonzadas exhibiciones de sucuerpo en las orgías del SegundoImperio», se le conocía durante laguerra con el nombre de «AlférezPistola» francés.

El Temps[30], que es unperiódico prudente y poco dado

al sensacionalismo, relata unahistoria escalofriante de gentes amedio fusilar y enterradastodavía con vida. En la plaza deSaint Jacques-de-la-Boucheriefue enterrado un gran número depersonas, algunas de ellas muysuperficialmente. Durante el día,el ruido de la calle no permitíaoír nada, pero en el silencio dela noche los vecinos de las casascircundantes se despertaron aloír gemidos lejanos, y por lamañana se vio saliendo del suelouna mano crispada. Aconsecuencia de esto, se ordenóque se desenterrasen los

cadáveres. Que muchos heridosfueron enterrados con vida escosa que no me ofrece la menorduda: hay un caso del que puedoresponder personalmente. El 24de mayo fue fusilado Brunel consu amante en el patio de una casade la plaza Vendôme, dondeestuvieron tirados sus cuerposhasta la tarde del 27. Cuando porfin vinieron a retirar loscadáveres, vieron que la mujeraún tenía vida y la llevaron a unhospitalillo. Aunque habíarecibido cuatro balazos, está yafuera de peligro.

(Corresponsal del Evening

Standard en París,8 de junio.)

II

La siguiente carta apareció en elTimes[31] de Londres el 13 de junio.

Al director del Times:

Muy señor mío: El 6 de juniode 1871, M. Julio Favre envióuna circular a todos losgobiernos de Europa, pidiendola persecución a muerte de laAsociación Internacional de los

Trabajadores. Unas pocasobservaciones bastarán para dara conocer el carácter de estedocumento.

En el preámbulo de nuestrosEstatutos se declara que laInternacional fue fundada el 28de septiembre de 1884 en unaAsamblea pública celebrada enSaint Martin’s Hall, Long Acre,en Londres. Por razones que élconoce mejor que nadie, JulioFavre sitúa su origen más alládel año 1862.

Para ilustrar sobre nuestrosprincipios, pretende citar «suimpreso (de la Internacional) del

25 de marzo de 1869». ¿Y qué eslo que cita? Un impreso de unaAsociación que no es laInternacional. Él ya empleabaesta clase de maniobras cuando,siendo aún un abogado bastantejoven, defendía al periódicoparisino National contra lademanda por calumnia entabladapor Cabet. Entonces simulabaleer citas de los folletos deCabet, cuando en realidad lo queleía eran párrafos de su propiacosecha en el texto. Pero estasuperchería fue desenmascaradaante el Tribunal en pleno y, siCabet no hubiera sido tan

indulgente, Favre hubiese sidoexpulsado del Colegio deAbogados de París. De todos losdocumentos que él cita comopropios de la Internacional, niuno solo lo es. Así, afirma: «LaAlianza se declara atea —dice elConsejo General constituido enLondres, en julio de 1869—». ElConsejo General jamás hapublicado semejante documento.Por el contrario, publicó uno queanulaba los estatutos originalesde la Alianza —L’Alliance de laDémocratie Socialiste deGinebra— citados por JulioFavre.

En toda su circular, que enparte pretende también estardirigida contra el Imperio, JulioFavre, para atacar a laInternacional, no hace más querepetir las fábulas policíacas delos fiscales del Imperio. Fábulastan pobres que hasta se veníanabajo ante los propios tribunalesbonapartistas.

Es sabido que el ConsejoGeneral de la Internacional, ensus dos manifiestos (de julio yseptiembre del año pasado)sobre la guerra de entonces,denunciaba los planes deconquista de Prusia contra

Francia. Después de esto, elseñor Reitlinger, secretarioparticular de Julio Favre, sedirigió (en vano, naturalmente) aalgunos miembros del ConsejoGeneral para que el Consejopreparase una manifestaciónantibismarckiana y a favor delGobierno de la defensa nacional.Se les rogaba encarecidamenteno hacer la menor mención de laRepública. Los preparativospara una manifestación cuandose esperaba la llegada de JulioFavre a Londres fueron hechos—seguramente con la mejorintención— contra la voluntad

del Consejo General que, en sumanifiesto del 9 de septiembre,previno claramente a lostrabajadores de París contraFavre y sus colegas.

¿Qué le parecería a JulioFavre si, por su parte, elConsejo General de laInternacional enviase unacircular sobre Julio Favre atodos los gobiernos de Europa,llamando su atención sobre losdocumentos publicados en Paríspor el difunto señor Millière?

Suyo S.S.

John Hales

Secretario del Consejo Generalde la Asociación Internacional

de los Trabajadores.

Londres, 12 de junio de 1871.

En un artículo sobre «La AsociaciónInternacional y sus fines», el Spectatorlondinense (del 24 de junio), en calidadde pío denunciante, tiene, entre otrashabilidades de este género, la de citar,aun más ampliamente que Favre, elmencionado documento de la Alianzacomo si fuera de la Internacional. Y

esto, once días después de lapublicación en el Times de la anteriorrectificación. La cosa no puedeextrañarnos. Ya decía Federico elGrande que de todos los jesuitas lospeores son los protestantes[32].

Friedrich Engels

Introducción a la ediciónalemana de La guerra civilen Francia, publicada en

1891

El requerimiento para reeditar elmanifiesto del Consejo General de laInternacional sobre La guerra civil en

Francia, y para escribir unaintroducción para él, me pillódesprevenido. Por eso habré delimitarme a tocar brevemente aquí lospuntos más importantes.

Precediendo al extenso trabajoarriba citado, incluyo los dosmanifiestos más cortos del ConsejoGeneral sobre la guerrafrancoprusiana[33]. En primer lugar,porque en La guerra civil se hacereferencia al segundo de estos dosmanifiestos que, a su vez, no puede sercompletamente comprendido sin conocerel primero. Pero además, porque estosdos manifiestos, escritos también porMarx, son, al igual que La guerra civil,

ejemplos elocuentes de las dotesextraordinarias del autor —manifestadas, por vez primera en Eldieciocho Brumario de Luis Bonaparte— para penetrar con toda clarividenciael carácter, el alcance y lasconsecuencias inevitables de losgrandes acontecimientos históricos,cuando éstos se desarrollan todavía antenuestros ojos o acaban apenas deproducirse. Y, finalmente, porque enAlemania estamos aún padeciendo lasconsecuencias de aquellosacontecimientos, tal como Marx habíapronosticado.

En el primer manifiesto se declarabaque, si la guerra defensiva de Alemania

contra Luis Bonaparte degeneraba enuna guerra de conquista contra el pueblofrancés, revivirían con redobladaintensidad todas las desventuras queAlemania había experimentado despuésde la llamada guerra de laindependencia[34]. ¿Acaso no hasucedido así? ¿No hemos padecido otrosveinte años de dominación bismackiana,con su Ley de Excepción y su batidaantisocialista en lugar de laspersecuciones de demagogos, con lasmismas arbitrariedades policíacas y lamisma, literalmente la misma,interpretación indignante de las leyes?

¿Y acaso no se ha cumplido al pie dela letra el pronóstico de que la anexión

de Alsacia y Lorena «echaría a Franciaen brazos de Rusia» y de que Alemaniacon esta anexión se convertiríaabiertamente en un vasallo de Rusia, otendría que prepararse, después de unabreve tregua, para una nueva guerra quesería, además, «una guerra de razascontra los eslavos y latinos coligados»?¿Acaso la anexión de las provinciasfrancesas no ha echado a Francia enbrazos de Rusia? ¿Acaso Bismarck noha implorado en vano durante veinteaños los favores del zar, y con serviciosaún más bajos que aquellos con que lapequeña Prusia, cuando todavía no erala «primera potencia de Europa», solíapostrarse a los pies de la santa Rusia?

¿Y acaso no pende constantemente sobrenuestras cabezas la espada de Damoclesde otra guerra que, al empezar,convertirá en humo de pajas todas lasalianzas estampadas por los príncipessobre el papel; una guerra en la que loúnico cierto es la absoluta incertidumbrede sus consecuencias; una guerra derazas que entregará a toda Europa a laobra devastadora de quince o veintemillones de hombres armados, y que sino ha comenzado ya a hacer estragos es,simplemente, porque hasta la más fuerteentre las grandes potencias militarestiembla ante la imposibilidad de preversu resultado final?

De aquí que estemos aún más

obligados a poner al alcance de losobreros alemanes estos brillantesdocumentos, hoy medio olvidados, de laprofunda visión de la políticainternacional de la clase obrera en 1870.

Y lo que decimos de estos dosmanifiestos también es aplicable a Laguerra civil en Francia. El 28 de mayo,los últimos luchadores de la Comunasucumbían ante la superioridad defuerzas del enemigo en las faldas deBelleville. Dos días después, el 30,Marx leía ya al Consejo General el textodel trabajo en que se esboza lasignificación histórica de la Comuna deParís, en trazos breves y enérgicos, perotan precisos y, sobre todo, tan exactos

que no han sido nunca igualados en todala enorme masa de escritos publicadasobre este tema.

Gracias al desarrollo económico ypolítico de Francia desde 1789, lasituación en París desde hace cincuentaaños ha sido tal que no podía estallar enesta ciudad ninguna revolución que noasumiese en seguida un carácterproletario, es decir, sin que elproletariado, que había comprado lavictoria con su sangre, presentase suspropias reivindicaciones después deltriunfo conseguido. Estasreivindicaciones eran más o menososcuras y hasta confusas, a tono en cadaperiodo con el grado de desarrollo de

los obreros de París, aunque el objetivofinal era siempre abolir losantagonismos de clase entre capitalistasy obreros. A decir verdad, nadie sabíacómo se podía conseguir esto. Pero lareivindicación misma, por vaga quefuese la manera de formularla, encerrabaya una amenaza contra el orden socialexistente: los obreros que la manteníanestaban aún armados; por eso, eldesarme de éstos era el primermandamiento de los burgueses que sehallaban al frente del Estado. De aquíque después de cada revolución ganadapor los obreros se llevara a cabo unanueva lucha que acababa con la derrotade éstos.

Así sucedió por primera vez en1848. Los burgueses liberales de laoposición parlamentaria celebrabanbanquetes abogando por una reformaelectoral que había de garantizar lasupremacía de su partido. Viéndose cadavez más obligados a apelar al pueblo enla lucha que sostenían contra elGobierno, no tenían más remedio quetolerar que los sectores radicales yrepublicanos de la burguesía y de lapequeña burguesía tomasen poco a pocola delantera. Pero detrás de estossectores estaban los obrerosrevolucionarios que, desde 1830, habíanadquirido mucha más independenciapolítica de la que los burgueses e

incluso los republicanos se imaginaban.Al producirse la crisis entre el Gobiernoy la oposición, los obreros comenzaronla lucha en las calles. Luis Felipedesapareció y, con él, la reformaelectoral, viniendo a ocupar su puesto laRepública: una república que losmismos obreros victoriosos calificabande república «social». Nadie sabía aciencia cierta, ni los mismos obreros,qué había que entender por repúblicasocial. Pero los obreros tenían ahoraarmas y eran una fuerza dentro delEstado. Por eso, tan pronto como losrepublicanos burgueses, que empuñabanel timón del Gobierno, sintieron quepisaban terreno un poco más firme, su

primera aspiración fue desarmar a losobreros. Para lograrlo se les empujó a lainsurrección de junio de 1848, pormedio de una violación manifiesta de lapalabra dada, lanzándoles un desafíodescarado e intentando desterrar a losparados a una provincia lejana. ElGobierno había cuidado de asegurarseuna aplastante superioridad de fuerzas.Después de cinco días de lucha heroica,los obreros sucumbieron. Y se produjoun baño en sangre de prisionerosindefensos como jamás se había vistodesde los días de las guerras civiles conlas que se inició la caída de laRepública romana. Era la primera vezque la burguesía ponía de manifiesto a

qué insensatas crueldades de venganzaes capaz de acudir tan pronto como elproletariado se atreve a enfrentarse aella, como clase aparte con interesespropios y propias reivindicaciones. Ysin embargo, lo de 1848 no fue más queun juego de chicos comparado con lafuria salvaje de 1871.

El castigo no se hizo esperar. Si elproletariado no estaba todavía encondiciones de gobernar a Francia, laburguesía ya no podía seguirgobernándola. Por lo menos en aquelmomento en que su mayoría era todavíade tendencia monárquica, y se hallabadividida en tres partidos dinásticos yotro republicano. Sus discordias

intestinas permitieron al aventurero LuisBonaparte apoderarse de todos lospuestos de mando —ejército, policía,aparato administrativo— y hacer saltar,el 2 de diciembre de 1851, el últimobaluarte de la burguesía: la AsambleaNacional. Así comenzó el SegundoImperio: la explotación de Francia poruna cuadrilla de aventureros políticos yfinancieros pero, también, al mismotiempo, un desarrollo industrial comojamás hubiera podido concebirse bajo elsistema mezquino y asustadizo de LuisFelipe, en que la dominación exclusivase hallaba en manos de un pequeñosector de la gran burguesía. LuisBonaparte quitó a los capitalistas el

poder político con el pretexto dedefenderles, de defender a los burguesescontra los obreros y, por otra parte, aéstos contra la burguesía; pero, a cambiode ello, su régimen estimuló laespeculación y las actividadesindustriales; en una palabra, el auge y elenriquecimiento de toda la burguesía enproporciones hasta entoncesdesconocidas. Cierto es que fuerontodavía mayores las proporciones enque se desarrollaron la corrupción y elrobo en masa, que pululaban en torno ala corte imperial y se llevaban buenosdividendos de este enriquecimiento.

Pero el Segundo Imperio era laapelación al chovinismo francés, la

reivindicación de las fronteras delPrimer Imperio, perdidas en 1814, o almenos las de la Primera República. Unimperio francés dentro de las fronterasde la antigua monarquía, más aun dentrode las fronteras todavía más amputadasde 1815, era imposible que subsistiese ala larga. Esto implicaba la necesidad deguerras accidentales y de ensanchar lasfronteras. Pero no había zona deexpansión que tanto deslumbrase lafantasía de los chovinistas francesescomo las tierras alemanas de la orillaizquierda del Rin. Para ellos, una millacuadrada en el Rin valía más que diez enlos Alpes o en cualquier otro sitio.Proclamado el Segundo Imperio, la

reivindicación de la orilla izquierda delRin, fuese de una vez o por partes, erasimplemente una cuestión de tiempo. Yel tiempo llegó con la guerra austro-prusiana de 1866. Defraudado en susesperanzas de «compensacionesterritoriales», por el engaño deBismarck y por su propia políticademasiado astuta y vacilante, aNapoleón no le quedaba ahora mássalida que la guerra, que estalló en 1870y le empujó primero a Sedán y después aWilhelmshohe[35].

La consecuencia inevitable fue larevolución de París del 4 de septiembrede 1870. El Imperio se derrumbó comoun castillo de naipes y nuevamente fue

proclamada la República. Pero elenemigo estaba a las puertas. Losejércitos del Imperio estaban sitiados enMetz sin esperanza de salvación oprisioneros en Alemania. En estasituación angustiosa, el pueblo permitióa los diputados parisinos del antiguoCuerpo Legislativo constituirse en un«Gobierno de la Defensa Nacional».Estuvo tanto más dispuesto a acceder aesto, cuanto que, para los fines de ladefensa, todos los parisinos capaces deempuñar las armas se habían enroladoen la Guardia Nacional y estabanarmados, con lo cual los obrerosrepresentaban dentro de ella una granmayoría. Pero el antagonismo entre el

Gobierno, formado casi exclusivamentepor burgueses, y el proletariado enarmas no tardó en estallar. El 31 deoctubre, los batallones obreros tomaronpor asalto el Hôtel de Ville y capturarona algunos miembros del Gobierno.Mediante una traición, la violacióndescarada por el Gobierno de su palabray la intervención de algunos batallonespequeño-burgueses, se consiguióponerlos nuevamente, en libertad y, parano provocar el estallido de la guerracivil dentro de una ciudad sitiada por unejército extranjero, se permitió seguir enfunciones al Gobierno constituido.

Por fin, el 28 de enero de 1871, laciudad de París, vencida por el hambre,

capituló. Pero con honores sinprecedentes en la historia de las guerras.Los fuertes fueron rendidos, las murallasdesarmadas, las armas de las tropas delínea y de la Guardia Móvil entregadas,y sus hombres fueron consideradosprisioneros de guerra. Pero la GuardiaNacional conservó sus armas y suscañones, y se limitó a sellar unarmisticio con los vencedores. Y éstosno se atrevieron a entrar en París en sonde triunfo. Sólo osaron ocupar unpequeño rincón de la ciudad, en unaparte en la cual no había, en realidad,más que parques públicos y, porañadidura, ¡sólo los tuvieron ocupadosunos cuantos días!, y durante este

tiempo, ellos, que habían tenido cercadoa París por espacio de 131 días,estuvieron cercados por los obrerosarmados de la capital, que montaban laguardia celosamente para evitar queningún «prusiano» traspasase losestrechos límites del rincón cedido a losconquistadores extranjeros. Tal era elrespeto que los obreros de Parísinfundían a un ejército ante el cualhabían rendido sus armas todas lastropas del Imperio. Y los junkersprusianos, que habían venido a tomarsela venganza en el hogar de la revolución,¡no tuvieron más remedio que pararserespetuosamente a saludar a esta mismarevolución armada!

Durante la guerra, los obreros deParís se habían limitado a exigir laenérgica continuación de la lucha. Peroahora, sellada ya la paz después de lacapitulación de París, Thiers, nuevo jefedel Gobierno, tenía que darse cuenta deque la dominación de las clasesposeedoras —grandes terratenientes ycapitalistas— estaba en constantepeligro mientras los obreros de Parístuviesen en sus manos las armas. Loprimero que hizo fue intentardesarmarlos. El 18 de marzo enviótropas de línea con orden de robar a laGuardia Nacional la artillería que era desu pertenencia, pues había sidoconstruida durante el asedio de París y

pagada por suscripción pública. Elintento no prosperó; París se movilizócomo un solo hombre para la resistenciay se declaró la guerra entre París y elGobierno francés, instalado enVersalles. El 26 de marzo fue elegida, yel 28 proclamada la Comuna de París.El Comité Central de la GuardiaNacional, que hasta entonces habíatenido el Poder en sus manos, dimitió enfavor de la Comuna, después de haberdecretado la abolición de la escandalosa«policía de moralidad» de París. El 30,la Comuna abolió el servicio militarobligatorio y el ejército permanente, ydeclaró única fuerza armada a laGuardia Nacional, en la que debían

enrolarse todos los ciudadanos capacesde empuñar las armas. Condonó lospagos de alquiler de viviendas desdeoctubre de 1870 hasta abril de 1871,abonando en cuenta para futuros pagosde alquileres las cantidades yaabonadas, y suspendió la venta deobjetos empeñados en las casasmunicipales de préstamos. El mismo día30, fueron confirmados en sus cargos losextranjeros elegidos para la Comuna,pues «la bandera de la Comuna es labandera de la República mundial». El 1de abril se acordó que el sueldo máximoque podría percibir un funcionario de laComuna y, por tanto, los mismosmiembros de ésta, no podría exceder de

6000 francos (4800 marcos). Al díasiguiente, la Comuna decretó laseparación de la Iglesia y el Estado y lasupresión de todas las partidasconsignadas en el presupuesto delEstado para fines religiosos, declarandopropiedad nacional todos los bienes dela Iglesia; como consecuencia de esto, el8 de abril se ordenó que se eliminasende las escuelas todos los símbolosreligiosos, imágenes, dogmas,oraciones, en una palabra, «todo lo quecae dentro de la órbita de la concienciaindividual», orden que fue aplicándosegradualmente. El día 5, en vista de quelas tropas de Versalles fusilabandiariamente a los combatientes de la

Comuna capturados por ellas, se dictóun decreto ordenando la detención derehenes, pero esta disposición nunca sellevó a la práctica. El día 6, el 1377Batallón de la Guardia Nacional sacó ala calle la guillotina y la quemópúblicamente, entre el entusiasmopopular. El 12, la Comuna acordó que laColumna Triunfal de la plaza Vendôme,fundida con el bronce de los cañonestomados por Napoleón después de laguerra de 1809, se demoliese, al sersímbolo de chovinismo e incitación alos odios entre naciones. Estadisposición fue cumplimentada el 18 demayo. El 16 de abril, la Comuna ordenóque se abriese un registro estadístico de

todas las fábricas clausuradas por lospatronos y se preparasen los planes parareanudar su explotación con los obrerosque antes trabajaban en ellas,organizándoles en sociedadescooperativas, y que se planease tambiénla organización de todas estascooperativas en una gran Unión. El 20,la Comuna declaró abolido el trabajonocturno de los panaderos y suprimiótambién las oficinas de colocación, quedurante el Segundo Imperio eran unmonopolio de ciertos sujetos designadospor la policía, explotadores de primerafila de los obreros. Las oficinas fuerontransferidas a las alcaldías de los veintedistritos de París. El 30 de abril, la

Comuna ordenó la clausura de las casasde empeño, basándose en que eran unaforma de explotación privada de losobreros, en pugna con el derecho deéstos a disponer de sus instrumentos detrabajo y de crédito. El 5 de mayo,dispuso la demolición de la CapillaExpiatoria, que se había erigido paraexpiar la ejecución de Luis XVI.

Como se ve, el carácter de clase delmovimiento de París, que antes se habíarelegado a segundo plano por la luchacontra los invasores extranjeros, resaltacon trazos netos y enérgicos desde el 18de marzo en adelante. Como losmiembros de la Comuna eran todos, casisin excepción, obreros o representantes

reconocidos de los obreros, susacuerdos se distinguían por un caráctermarcadamente proletario. Una parte desus decretos eran reformas que laburguesía republicana no se habíaatrevido a implantar por vil cobardía, yque echaban los cimientosindispensables para la libre acción de laclase obrera, como, por ejemplo, laimplantación del principio de que, conrespecto al Estado, la religión es unasunto de incumbencia puramenteprivada; otros iban encaminados asalvaguardar directamente los interesesde la clase obrera, y en parte abríanprofundas brechas en el viejo ordensocial. Sin embargo, en una ciudad

sitiada, lo más que se podía alcanzar eraun comienzo de desarrollo de todasestas medidas. Desde los primeros díasde mayo, la lucha contra los ejércitoslevantados por el Gobierno deVersalles, cada vez más nutridos,absorbió todas las energías.

El 7 de abril, los versallesestomaron el puente sobre el Sena enNeuilly, en el frente occidental de París;en cambio, el 11 fueron rechazados congrandes pérdidas por el general Eudes,en el frente sur. París estaba sometido aconstante bombardeo, dirigido ademáspor los mismos que habíanestigmatizado como un sacrilegio elbombardeo de la capital por los

prusianos. Ahora estos mismosindividuos imploraban del Gobiernoprusiano que acelerase la devolución delos soldados franceses hechosprisioneros en Sedán y en Metz, paraque les reconquistasen París. Desdecomienzos de mayo, la llegada gradualde estas tropas dio una superioridaddecisiva a las fuerzas de Versalles. Estose puso ya de manifiesto cuando, el 23de abril, Thiers rompió lasnegociaciones, abiertas a propuesta dela Comuna, para canjear al arzobispo deParís y a toda una serie de clérigos,presos en la capital como rehenes, porun solo hombre, Blanqui, elegido pordos veces para la Comuna, pero preso

en Clairvaux. Y se hizo más patentetodavía en el nuevo lenguaje de Thiersque, de reservado y ambiguo, seconvirtió de pronto en insolente,amenazador y brutal. En el frente sur, losversalleses tomaron el 3 de mayo elreducto de Moulin-Saquet; el día 9 seapoderaron del fuerte de Issy, reducidopor completo a escombros por elcañoneo; el 14 tomaron el fuerte deVanves. En el frente occidentalavanzaban paulatinamente,apoderándose de numerosos edificios yaldeas que se extendían hasta el cinturónfortificado de la ciudad y llegando, porúltimo, hasta la muralla misma; el 21,gracias a una traición y por culpa del

descuido de los guardias nacionalesdestacados en este sector, consiguieronabrirse paso hacia el interior de laciudad. Los prusianos, que seguíanocupando los fuertes del norte y del este,permitieron a los versalleses cruzar porla parte norte de la ciudad, que eraterreno vedado para ellos según lostérminos del armisticio y, de este modo,avanzar atacando sobre un largo frente,que los parisinos no podían por menosque creer amparado por dicho convenio,y que, por esta razón, tenían guarnecidocon escasas fuerzas. El resultado de estofue que en la mitad occidental de París,en los barrios ricos, sólo se opuso unadébil resistencia, que se hacía más

fuerte y más tenaz a medida que lasfuerzas atacantes se acercaban al sectordel este: a los barrios propiamenteobreros. Hasta después de ocho días delucha no cayeron en las alturas deBelleville y Ménilmontant los últimosdefensores de la Comuna; y entoncesllegó a su apogeo aquella matanza dehombres desarmados, mujeres y niños,que había hecho estragos durante toda lasemana con furia creciente. Ya losfusiles de retrocarga no matabanbastante de prisa, y entraron en juego lasametralladoras para abatir porcentenares a los vencidos. El Muro delos Federados del cementerio del PèreLachaise, donde se consumó el último

asesinato en masa, queda todavía en pie,testimonio mudo pero elocuente delfrenesí al que la clase dominante escapaz de llegar cuando el proletariadose atreve a reclamar sus derechos.Luego, cuando se vio que era imposiblematarlos a todos, vinieron lasdetenciones en masa, comenzaron losfusilamientos de víctimascaprichosamente seleccionadas entre lascuerdas de presos y el traslado de losdemás a grandes campos deconcentración, donde esperaban la vistade los consejos de guerra. Las tropasprusianas que tenían cercado el sectornordeste de París recibieron la orden deno dejar pasar a ningún fugitivo, pero

los oficiales con frecuencia cerraban losojos cuando los soldados prestaban másobediencia a los dictados de lahumanidad que a las órdenes de lasuperioridad; mención especial merece,por su humano comportamiento, elcuerpo de ejército de Sajonia, que dejópaso libre a muchas personas, cuyacalidad de luchadores de la Comunasaltaba a la vista.

* * *

Si hoy, al cabo de veinte años,volvemos los ojos a las actividades y ala significación histórica de la Comuna

de París de 1871, advertimos lanecesidad de completar un poco laexposición que se hace en La guerracivil en Francia.

Los miembros de la Comuna estabandivididos en una mayoría integrada porlos blanquistas, que había predominadotambién en el Comité Central de laGuardia Nacional, y una minoríacompuesta por afiliados a la AsociaciónInternacional de los Trabajadores, entrelos que prevalecían los adeptos de laescuela socialista de Proudhon. En aqueltiempo, la gran mayoría de losblanquistas sólo eran socialistas porinstinto revolucionario y proletario; sólounos pocos habían alcanzado una mayor

claridad de principios, gracias aVaillant, que conocía el socialismocientífico alemán. Así se explica que laComuna dejase de hacer, en el terrenoeconómico, cosas que, desde nuestropunto de vista actual, debió realizar. Lomás difícil de comprender es,indudablemente, el santo temor con queaquellos hombres se detuvieronrespetuosamente en los umbrales delbanco de Francia. Fue éste además unerror político muy grave. El banco deFrancia en manos de la Comuna hubieravalido más que diez mil rehenes.Hubiera significado la presión de todala burguesía francesa sobre el Gobiernode Versalles para que negociase la paz

con la Comuna. Pero aun es másasombroso el acierto de muchas de lascosas que se hicieron, a pesar de estarcompuesta de proudhonianos yblanquistas. Por supuesto, cabe a losproudhonianos la principalresponsabilidad por los decretoseconómicos de la Comuna, lo mismo enlo que atañe a sus méritos como a susdefectos; a los blanquistas les incumbela responsabilidad principal por losactos y las omisiones políticas. Y, enambos casos, la ironía de la historiaquiso —como acontece generalmentecuando el poder cae en manos dedoctrinarios— que tanto unos comootros hiciesen lo contrario de lo que la

doctrina de su escuela respectivaprescribía.

Proudhon, el socialista de lospequeños campesinos y maestrosartesanos, odiaba positivamente laasociación. Decía de ella que tenía másde malo que de bueno; que era pornaturaleza estéril y aun perniciosa, comoun grillete puesto a la libertad delobrero; que era un puro dogma,improductivo y gravoso, contrario porigual a la libertad del obrero y al ahorrode trabajo; que sus inconvenientes sedesarrollaban más de prisa que susventajas; que, por el contrario, la libreconcurrencia, la división del trabajo y lapropiedad privada eran otras tantas

fuerzas económicas. Sólo en los casosexcepcionales —así calificabaProudhon la gran industria y las grandesempresas como, por ejemplo, losferrocarriles— estaba indicada laasociación de los obreros. (Véase Idéegénérale de la révolution, tercerestudio.)

Hacia 1871, y hasta en París, centrodel artesanado artístico, la gran industriahabía dejado ya hasta tal punto de ser uncaso excepcional, que el decreto másimportante de cuanto dictó la Comunadispuso una organización para la granindustria, e incluso para la manufactura,que no se basaba sólo en la asociaciónde obreros dentro de cada fábrica, sino

que debía también unificar a todas estasasociaciones en una gran Unión; enresumen, en una organización que, comoMarx muy bien dice en La guerra civil,forzosamente habría conducido enúltima instancia al comunismo, o sea alo más antitético de la doctrinaproudhoniana. Por eso, la Comuna fue latumba de la escuela proudhoniana delsocialismo. Esta escuela hadesaparecido hoy de los medios obrerosfranceses; en ellos, actualmente, lateoría de Marx predomina sin discusión,y no menos entre los posibilistas[36], queentre los «marxistas». Sólo quedanproudhonianos en el campo de laburguesía «radical».

No fue mejor la suerte que corrieronlos blanquistas. Educados en la escuelade la conspiración y mantenidos encohesión por la rígida disciplina queesta escuela supone, los blanquistaspartían de la idea de que un gruporelativamente pequeño de hombresdecididos y bien organizados estaría encondiciones, no sólo de adueñarse en unmomento favorable del timón delEstado, sino que, desplegando unaacción enérgica e incansable, seríacapaz de sostenerse hasta logrararrastrar a la revolución a las masas delpueblo y congregarlas en torno alpuñado de caudillos. Esto llevabaconsigo, sobre todo, la más rígida y

dictatorial centralización de todos lospoderes en manos del nuevo Gobiernorevolucionario. ¿Y qué hizo la Comuna,compuesta en su mayoría precisamentepor blanquistas? En todas las proclamasdirigidas a los franceses de provincias,la Comuna les invita a crear unaFederación libre de todas las Comunasde Francia con París, una organizaciónnacional que, por vez primera, iba a sercreada realmente por la misma nación.Precisamente, el poder opresor delantiguo Gobierno centralizado —elejército, la policía política y laburocracia—, creado por Napoleón en1798 y que desde entonces había sidoheredado por todos los nuevos

gobiernos como un instrumento grato,empleándolo contra sus enemigos,precisamente éste debía ser derrumbadoen toda Francia, como había sidoderrumbado ya en París.

La Comuna tuvo que reconocerdesde el primer momento que la claseobrera, al llegar al poder, no puedeseguir gobernando con la vieja máquinadel Estado que, para no perder de nuevosu dominación recién conquistada, laclase obrera tiene, por una parte, quebarrer toda la vieja máquina represivautilizada hasta entonces contra ella y,por otra parte, precaverse contra suspropios diputados y funcionarios,declarándolos a todos, sin excepción,

revocables en cualquier momento.¿Cuáles eran las características delEstado hasta entonces? En un principio,por medio de la simple división deltrabajo, la sociedad creó los órganosespeciales destinados a velar por susintereses comunes. Pero, a la larga,estos órganos, a la cabeza de los cualesfiguraba el poder estatal, persiguiendosus propios intereses específicos, seconvirtieron de servidores de lasociedad, en señores de ella. Esto puedeverse, por ejemplo, no sólo en lasmonarquías hereditarias, sino también enlas repúblicas democráticas. No hayningún país en que los «políticos»formen un sector más poderoso y más

separado de la nación que enNorteamérica. Aquí, cada uno de los dosgrandes partidos que alternan en elGobierno está a su vez gobernado porgentes que hacen de la política unnegocio, que especulan con las actas dediputado de las asambleas legislativasde la Unión y de los distintos Estadosfederados, o que viven de la agitaciónen favor de su partido y son retribuidoscon cargos cuando éste triunfa. Essabido que los norteamericanos llevantreinta años esforzándose por sacudireste yugo que ha llegado a serinsoportable, y que, a pesar de todo, sehunden cada vez más en este pantano decorrupción. Y es precisamente en

Norteamérica donde podemos ver mejorcómo progresa esta independización delEstado frente a la sociedad de la queoriginariamente debía ser un simpleinstrumento. Aquí no hay dinastía, ninobleza, ni ejército permanente —fueradel puñado de hombres que montan laguardia contra los indios—, niburocracia con cargos permanentes oderechos pasivos. Y, sin embargo, enNorteamérica nos encontramos con dosgrandes cuadrillas de especuladorespolíticos que alternativamente seposesionan del poder estatal y loexplotan por los medios y para los finesmás corrompidos; y la nación esimpotente frente a estos dos grandes

consorcios de políticos, pretendidosservidores suyos, pero que, en realidad,la dominan y la saquean.

Contra esa transformación delEstado y de sus órganos de servidoresde la sociedad en señores de ella,transformación inevitable en todos losEstados anteriores, empleó la Comunados remedios infalibles. En primerlugar, cubrió todos los cargosadministrativos, judiciales y deenseñanza por elección, mediantesufragio universal, concediendo a loselectores el derecho a revocar en todomomento a sus elegidos. En segundolugar, todos los funcionarios, altos ybajos, estaban retribuidos como los

demás trabajadores. El sueldo máximoabonado por la Comuna era de 6000francos. Con este sistema se ponía unabarrera eficaz al arribismo y la caza decargos, y esto sin contar con losmandatos imperativos que, porañadidura, introdujo la Comuna para losdiputados a los cuerpos representativos.

En el capítulo tercero de La guerracivil se describe con todo detalle estalabor encaminada a hacer saltar el viejopoder estatal y sustituirlo por otro nuevoy realmente democrático. Sin embargo,era necesario detenerse a examinar aquíbrevemente algunos de los rasgos deesta sustitución por ser precisamente enAlemania donde la fe supersticiosa en el

Estado se ha trasplantado del campofilosófico a la conciencia general de laburguesía, e incluso a la de muchosobreros. Según la concepción filosófica,el Estado es la «realización de la idea»,o sea, traducido al lenguaje filosófico,el reino de Dios sobre la tierra, elcampo en que se hacen o deben hacerserealidad la eterna verdad y la eternajusticia. De aquí nace una veneraciónsupersticiosa del Estado y de todo loque con él se relaciona, la cual vaarraigando en las conciencias con tantamayor facilidad cuanto que la gente seacostumbra ya desde la infancia a pensarque los asuntos e intereses comunes atoda la sociedad no pueden gestionarse

ni salvaguardarse de otro modo quecomo se ha venido haciendo hasta aquí,es decir, por medio del Estado y de susfuncionarios bien retribuidos. Y se creehaber dado un paso enormemente audazcon librarse de la fe en la monarquíahereditaria, y entusiasmarse por larepública democrática. En realidad, elEstado no es más que una máquina parala opresión de una clase por otra, lomismo en la república democrática quebajo la monarquía; y en el mejor de loscasos, un mal que se transmitehereditariamente al proletariadotriunfante en su lucha por la dominaciónde clase. El proletariado victorioso, elmismo que hizo la Comuna, no podrá

por menos de amputar inmediatamentelos lados peores de este mal, entretantoque una generación futura, educada encondiciones sociales nuevas y libres,pueda deshacerse de todo ese trastoviejo del Estado.

Últimamente, las palabras«dictadura del proletariado» han vueltoa sumir en santo horror al filisteosocialdemócrata. Pues bien, caballeros,¿queréis saber qué faz presenta estadictadura? Mirad a la Comuna de París:¡he ahí la dictadura del proletariado[37]!

Vladimir Ilich Lenin

Las enseñanzas de laComuna[38]

Después del golpe de Estado quepuso fin a la revolución de 1848,Francia soportó durante 18 años el yugode Napoleón. Este régimen llevó el paísno sólo a la ruina económica, sinotambién a la humillación nacional. Al

sublevarse contra el antiguo régimen, elproletariado asumió dos tareas, una decarácter nacional y la otra de clase:liberar a Francia de la invasión alemanay lograr la emancipación socialista delos obreros del capitalismo. Estacombinación de dos tareas constituye unrasgo único de la Comuna.

La burguesía formó entonces un«Gobierno de Defensa Nacional», bajocuya dirección el proletariado tenía queluchar por la independencia de toda lanación. En realidad, era un gobierno «detraición nacional», el cual considerabaque su misión consistía en luchar contrael proletariado parisiense. Pero elproletariado, cegado por las ilusiones

patrióticas, no se percataba de ello. Laidea de patriotismo tuvo su origen en lagran revolución del siglo XVIII: embargóla mente de los socialistas de laComuna, y Blanqui, por ejemplo, queera sin duda alguna un revolucionario yun ferviente defensor del socialismo, nohalló para su periódico mejor título queel clamor burgués: «¡La Patria está enpeligro!».

La combinación de estas tareascontradictorias —el patriotismo y elsocialismo— fue el error fatal de lossocialistas franceses. Ya en septiembrede 1870, en el Manifiesto de laInternacional, Marx puso en guardia alproletariado francés contra el peligro de

dejarse llevar por el entusiasmo de unafalsa idea nacional; desde los tiemposde la gran revolución se habían operadoprofundos cambios; las contradiccionesde clase se habían agudizado, y sientonces la lucha contra toda la reaccióneuropea unía a toda la naciónrevolucionaria, ahora el proletariado yano podía fundir sus intereses con losintereses de otras clases hostiles a él:que sea la burguesía quien cargue con laresponsabilidad de la humillaciónnacional; la misión del proletariado eraluchar por la emancipación socialistadel trabajo del yugo de la burguesía.

Y en efecto, no tardó en aparecer laverdadera naturaleza del «patriotismo»

burgués. Después de concertar una pazvergonzosa con los prusianos, elGobierno de Versalles procedió a sutarea inmediata y se lanzó al ataque paraarrancar al proletariado parisiense lasarmas que tanto lo aterrorizaban. Losobreros respondieron proclamando laComuna y la guerra civil.

A pesar de que el proletariadosocialista estaba dividido en numerosassectas, la Comuna fue un ejemplobrillante de la unanimidad con la que elproletariado supo cumplir las tareasdemocráticas que la burguesía sólopodía proclamar. Sin ninguna legislacióncomplicada, con toda sencillez, elproletariado, que había conquistado el

poder, democratizó el régimen social,suprimió la burocracia y estableció quetodos los cargos públicos fuesenelectivos.

Pero dos errores destruyeron losfrutos de la brillante victoria. Elproletariado se detuvo a mitad decamino: en lugar de comenzar la«expropiación de los expropiadores», sepuso a soñar con implantar la justiciasuprema en un país unido por una tareanacional común; instituciones talescomo, por ejemplo, los bancos, nofueron incautadas; la teoría de losproudhonistas del «justo intercambio»,etc., dominaba aún entre los socialistas.El segundo error fue la excesiva

magnanimidad del proletariado: en lugarde eliminar a sus enemigos, que era loque debía haber hecho, trató de influirmoralmente sobre ellos, desestimó laimportancia que en la guerra civil tienenlas medidas puramente militares y, envez de coronar su victoria en París conuna ofensiva resuelta sobre Versalles, sedemoró y dio tiempo al Gobierno deVersalles a reunir fuerzas tenebrosas yprepararse para la sangrienta semana demayo.

Pero, a pesar de todos sus errores, laComuna constituye un magnífico ejemplodel más importante movimientoproletario del siglo XIX. Marx dio unalto valor a la importancia histórica de

la Comuna. Si los obreros se hubiesendejado arrebatar las armas sin lucharcuando la pandilla de Versalles efectuósu traicionero intento de apoderarse delas armas del proletariado parisiense, lafunesta desmoralización que semejantedebilidad hubiera sembrado en las filasdel movimiento proletario habría sidomuchísimo más grave que el dañoocasionado por las pérdidas que sufrióla clase obrera en la lucha por defendersus armas. Por grandes que hayan sidolos sacrificios de la Comuna, laimportancia de ésta para la luchageneral del proletariado lo hacompensado: la Comuna animó elmovimiento socialista en toda Europa,

mostró la fuerza de la guerra civil,disipó las ilusiones patrióticas y acabócon la fe ingenua en los esfuerzos de laburguesía por lograr objetivosnacionales comunes. La Comuna enseñóal proletariado europeo a plantear enforma concreta las tareas de larevolución socialista.

El proletariado no olvidará lalección recibida. La clase obrera laaprovechará, como ya lo hizo en Rusiadurante la insurrección de diciembre.

La época que precedió a larevolución rusa y la preparó tiene ciertasemejanza con la época del yugonapoleónico en Francia. También enRusia la camarilla autocrática ha

llevado al país a la ruina económica y ala humillación nacional. Pero larevolución fue contenida durante muchotiempo; hasta que el desarrollo socialcreó las condiciones para unmovimiento de masas y, pese a todo suheroísmo, los ataques aislados alGobierno durante el periodoprerrevolucionario se estrellaron contrala indiferencia de las masas populares.Tan sólo los socialdemócratas, con untrabajo perseverante y metódico,lograron educar a las masas hastahacerlas llegar a las formas superioresde lucha: las acciones de masas y laguerra civil armada.

La socialdemocracia logró acabar

con los errores «nacionales» y«patrióticos» del joven proletariado, ycuando, gracias a su intervencióndirecta, se logró arrancar al zar elmanifiesto del 17 de octubre, elproletariado comenzó a prepararse condecisión para la siguiente e inevitableetapa de la revolución: la insurrecciónarmada. Liberado de las ilusiones«nacionales», fue concentrando susfuerzas de clase en sus organizacionesde masas: los soviets de diputadosobreros y soldados, etc. Y pese a la grandiferencia que había entre los objetivosy las tareas de la revolución rusa y losde la francesa de 1871, el proletariadoruso tuvo que recurrir al mismo método

de lucha que la Comuna fue la primeraen utilizar: la guerra civil. Al tener encuenta las enseñanzas de la Comuna,sabía que el proletariado no debedespreciar los medios pacíficos delucha —que sirven a sus corrientesintereses de cada día y sonindispensables en el periodopreparatorio de la revolución—, perojamás debe olvidar que, en determinadascondiciones, la lucha de clases toma laforma de lucha armada y de guerra civil;hay momentos en que los intereses delproletariado exigen el exterminioimplacable de los enemigos en francoschoques armados. El proletariadofrancés lo demostró por primera vez en

la Comuna, y el proletariado ruso loconfirmó brillantemente en lainsurrección de diciembre.

No importa que estas dos magníficasinsurrecciones de la clase obrera hayansido aplastadas; vendrá una nuevainsurrección ante la cual serán lasfuerzas de los enemigos del proletariadolas que resultarán débiles, y que dará lavictoria completa al proletariadosocialista[39].

Karl Marx

Cartas a Kugelmann

Londres, 12 de abril de 1871.

Si te fijas en el último capítulo de miDieciocho Brumario, verás que digoque la próxima tentativa de la

revolución francesa no será ya, comohasta ahora, el pasar la máquinaburocrático-militar de una a otra mano,sino el destruirla, y esto es esencial paratoda verdadera revolución popular delcontinente. Y esto es lo que estánintentando nuestros heroicos camaradasde partido de París. ¡Qué elasticidad,qué iniciativa histórica, qué capacidadde sacrificio la de estos parisienses!Tras seis meses de hambre y de ruina,causados más bien por la traición dedentro que por el enemigo de fuera, sealzan bajo las bayonetas prusianas comosi entre Francia y Alemania nuncahubiera habido guerra y como si elenemigo no estuviese a las puertas de

París. La historia no tiene otro ejemplode semejante grandeza. Si sonderrotados, sólo habrá que culpar a su«buen natural». Debieran habermarchado en seguida sobre Versallesdespués de que, primero Vinoy, y luegola parte reaccionaria de la GuardiaNacional de París, se hubieron retirado.Se perdió el momento oportuno porescrúpulos de conciencia. No quisierondesatar la guerra civil, como si esetorcido aborto de Thiers no la hubieradesencadenado ya con su intento dedesarmar París. Segundo error: elComité Central abandonó el poderdemasiado pronto para dar paso a laComuna. ¡Otra vez por escrupulosidad

demasiado «honorable»! Pero, sea comofuere, este levantamiento de París, aun sisucumbe a los lobos, chanchos y vilesperros de la vieja sociedad, es la hazañamás gloriosa de nuestro partido desde lainsurrección parisiense de junio.Compárese a estos parisienses, quetoman el cielo por asalto, con losesclavos hasta el cielo del Imperiogermano-prusiano del Sacro Imperioromano, con sus mascaradas póstumas,apestando a cuartel, a iglesia, a repollode hacienda junker y, sobre todo, afilisteo.

À propos. En la publicación oficialde la lista de las personas que recibensubsidios directos del tesoro de Luis

Bonaparte, aparece la noticia de queVogt recibió 40 000 francos en agosto de1859. He comunicado el hecho aLiebknecht para que haga uso de él másadelante.

Londres, 17 de abril de 1871.

No comprendo cómo puedescomparar las manifestacionespequeñoburguesas à la 13 de junio de1849, etc., con la actual lucha que seestá librando en París.

La historia universal sería, porcierto, muy fácil de hacer si la luchasólo se aceptase a condición de que sepresentasen perspectivas infaliblemente

favorables. Sería, por otra parte, denaturaleza muy mística si el «azar» nodesempeñase ningún papel. Estosmismos accidentes caen naturalmente enel curso general del desarrollo y soncompensados a su vez por otrosaccidentes. Pero la aceleración y elretardo dependen en mucho de tales«accidentes», entre los que figura el«accidente» del carácter de quienesaparecen al principio a la cabeza delmovimiento.

Esta vez, el accidente decisivo ydesfavorable no ha de buscarse de modoalguno en las condiciones generales dela sociedad francesa, sino en lapresencia de los prusianos en Francia y

en su posición justo frente a París. Estolo sabían bien los parisienses. Perotambién lo sabía la canaille burguesa deVersalles. Precisamente por esa razónpropusieron a los parisienses laalternativa de cesar la lucha o desucumbir sin combate. En el segundocaso, la desmoralización de la claseobrera hubiese sido una desgraciaenormemente mayor que la caída de unnúmero cualquiera de «jefes». La luchade la clase obrera contra la clasecapitalista y su Estado ha entrado, con lalucha que tiene lugar en París, en unanueva fase. Cualesquiera sean lasresultados inmediatos, se ha conquistadoun nuevo punto de partida de

importancia histórica universal.

Vladimir Ilich Lenin

En memoria de la Comuna

Han pasado cuarenta años desde laproclamación de la Comuna de París.Según la costumbre establecida, elproletariado francés honró con mítines ymanifestaciones la memoria de loshombres de la revolución del 18 demarzo de 1871. A finales de mayo,

volverá a llevar coronas de flores a lastumbas de los communards fusilados,víctimas de la terrible «Semana demayo», y ante ellas volverá a jurar queluchará sin descanso hasta el totaltriunfo de sus ideas, hasta dar cabalcumplimiento a la obra que ellos lelegaron.

¿Por qué el proletariado, no sólofrancés, sino el de todo el mundo, honraa los hombres de la Comuna de Paríscomo a sus predecesores? ¿Cuál es laherencia de la Comuna?

La Comuna surgió espontáneamente,nadie la preparó de modo consciente ysistemático. La desgraciada guerra conAlemania, las privaciones durante el

sitio, la desocupación entre elproletariado y la ruina de la pequeñaburguesía, la indignación de las masascontra las clases superiores y lasautoridades, que habían demostrado unaincapacidad absoluta, la sordaefervescencia en la clase obrera,descontenta de su situación y ansiosa deun nuevo régimen social; la composiciónreaccionaria de la Asamblea Nacional,que hacía temer por el destino de laRepública, todo ello y otras muchascausas se combinaron para impulsar a lapoblación de París a la revolución del18 de marzo, que puso inesperadamenteel poder en manos de la GuardiaNacional, en manos de la clase obrera y

de la pequeña burguesía, que se habíaunido a ella.

Fue un acontecimiento histórico sinprecedentes. Hasta entonces, el poderhabía estado, por regla general, enmanos de los terratenientes y de loscapitalistas, es decir, de sus apoderados,que constituían el llamado Gobierno.Después de la revolución del 18 demarzo, cuando el gobierno del señorThiers huyó de París con sus tropas, supolicía y sus funcionarios, el puebloquedó dueño de la situación y el poderpasó a manos del proletariado. Pero enla sociedad moderna, el proletariado,avasallado en lo económico por elcapital, no puede dominar políticamente

si no rompe las cadenas que lo atan alcapital. De ahí que el movimiento de laComuna debía adquirir inevitablementeun tinte socialista, es decir, deberíatender al derrocamiento del dominio dela burguesía, de la dominación delcapital, a la destrucción de las basesmismas del régimen socialcontemporáneo.

Al principio se trató de unmovimiento muy heterogéneo y confuso.Se adhirieron a él los patriotas, con laesperanza de que la Comuna reanudaríala guerra contra los alemanes,llevándola a un venturoso desenlace.Los apoyaron asimismo los pequeñostenderos, en peligro de ruina si no se

aplazaba el pago de las deudas vencidasy de los alquileres (aplazamiento que lesnegaba el Gobierno, pero que la Comunales concedió). Por último, en uncomienzo también simpatizaron en ciertogrado con él los republicanos burgueses,temerosos de que la reaccionariaAsamblea Nacional (los «rurales», lossalvajes terratenientes) restablecieran lamonarquía. Pero el papel fundamental eneste movimiento fue desempeñado,naturalmente, por los obreros (sobretodo, los artesanos de París), entre loscuales se había realizado en los últimosaños del Segundo Imperio una intensapropaganda socialista, y que inclusomuchos de ellos estaban afiliados a la

Internacional[40].Sólo los obreros permanecieron

fieles a la Comuna hasta el fin. Losburgueses republicanos y la pequeñaburguesía se apartaron bien pronto deella: unos se asustaron por el caráctersocialista revolucionario delmovimiento, por su carácter proletario;otros se apartaron de ella al ver queestaba condenada a una derrotainevitable. Sólo los proletariosfranceses apoyaron a su Gobierno, sintemor ni desmayos, sólo ellos lucharon ymurieron por él, es decir, por laemancipación de la clase obrera, por unfuturo mejor para todos los trabajadores.

Abandonada por sus aliados de ayer

y sin contar con ningún apoyo, laComuna tenía que ser derrotadainevitablemente. Toda la burguesía deFrancia, todos los terratenientes,corredores de bolsa y fabricantes, todoslos grandes y pequeños ladrones, todoslos explotadores, se unieron contra ella.Con la ayuda de Bismarck (que dejó enlibertad a 100 000 soldados francesesprisioneros de los alemanes paraaplastar al París revolucionario), estacoalición burguesa logró enfrentar conel proletariado parisiense a loscampesinos ignorantes y a la pequeñaburguesía de provincias, y rodear lamitad de París con un círculo de hierro(la otra mitad había sido cercada por el

ejército alemán). En algunas grandesciudades de Francia (Marsella, Lyon,Saint-Étienne, Dijon y otras, los obrerostambién intentaron tomar el poder,proclamar la Comuna y acudir en auxiliode París, pero estos intentos fracasaronrápidamente. Y París, que había sido laprimera en enarbolar la bandera de lainsurrección proletaria, quedóabandonada a sus propias fuerzas ycondenada a una muerte segura.

Para que una revolución socialpueda triunfar, necesita por lo menosdos condiciones: un alto desarrollo delas fuerzas productivas y un proletariadopreparado para ella. Pero en 1871 secarecía de ambas condiciones. El

capitalismo francés se hallaba aún pocodesarrollado, y Francia era entonces, enlo fundamental, un país de pequeñaburguesía (artesanos, campesinos,tenderos, etc.). Por otra parte, no existíaun partido obrero, y la clase obrera noestaba preparada ni había tenido unlargo adiestramiento, y en su mayoría nisiquiera comprendía con claridad cuáleseran sus fines ni cómo podíaalcanzarlos. No había una organizaciónpolítica seria del proletariado, ni fuertessindicatos, ni sociedadescooperativas…

Pero lo que le faltó a la Comuna fue,principalmente, tiempo, posibilidad dedarse cuenta de la situación y de

emprender la realización de suprograma. No había tenido tiempo deiniciar la tarea cuando el Gobierno,atrincherado en Versalles y apoyado portoda la burguesía, inició las operacionesmilitares contra París. La Comuna tuvoque pensar ante todo en su propiadefensa. Y hasta el final mismo, quesobrevino en la semana del 21 al 28 demayo, no pudo pensar con seriedad enotra cosa.

Sin embargo, pese a esascondiciones tan desfavorables y a labrevedad de su existencia, la Comunaadoptó algunas medidas que caracterizansuficientemente su verdadero sentido ysus objetivos. La Comuna sustituyó el

ejército regular, instrumento ciego enmanos de las clases dominantes, y armóa todo el pueblo; proclamó laseparación de la Iglesia del Estado;suprimió la subvención del culto (esdecir, el sueldo que el Estado pagaba alclero) y dio un carácter estrictamentelaico a la instrucción pública, con lo queasestó un fuerte golpe a los gendarmesde sotana. Poco fue lo que pudo hacer enel terreno puramente social, pero esepoco muestra con suficiente claridad sucarácter de gobierno popular, degobierno obrero: se prohibió el trabajonocturno en las panaderías; fue abolidoel sistema de multas, esa expoliaciónconsagrada por la ley de que se hacía

víctima a los obreros; por último, sepromulgó el famoso decreto en virtuddel cual todas las fábricas y todos lostalleres abandonados o paralizados porsus dueños eran entregados a lascooperativas obreras, con el fin dereanudar la producción. Y para subrayar,como si dijéramos, su carácter degobierno auténticamente democrático yproletario, la Comuna dispuso que laremuneración de todos los funcionariosadministrativos y del Gobierno no fuerasuperior al salario normal de un obrero,ni pasara en ningún caso de los 6000francos al año (menos de 200 rublosmensuales).

Todas estas medidas mostraban

elocuentemente que la Comuna era unaamenaza mortal para el viejo mundo,basado en la opresión y la explotación.Ésa era la razón de que la sociedadburguesa no pudiera dormir tranquilamientras en el ayuntamiento de Parísondease la bandera roja delproletariado. Y cuando la fuerzaorganizada del Gobierno pudo, por fin,dominar a la fuerza mal organizada de larevolución, los generales bonapartistas,esos generales batidos por los alemanesy valientes ante sus compatriotasvencidos, esos Rennenkampf[41] yMeller-Zakomielski[42] franceses,hicieron una matanza como París jamáshabía visto. Cerca de 30 000 parisienses

fueron muertos por la soldadescadesenfrenada; unos 45 000 fuerondetenidos y muchos de ellos ejecutadosposteriormente; miles fueron losdesterrados o condenados a trabajosforzados. En total, París perdió cerca de100 000 de sus hijos, entre ellos a losmejores obreros de todos los oficios.

La burguesía estaba contenta.«¡Ahora se ha acabado con elsocialismo por mucho tiempo!», decíasu jefe, el sanguinario enano Thiers,cuando él y sus generales ahogaron ensangre la sublevación del proletariadode París. Pero esos cuervos burguesesgraznaron en vano. Después de seis añosde haber sido aplastada la Comuna,

cuando muchos de sus luchadores sehallaban aún en presidio o en el exilio,se iniciaba en Francia un nuevomovimiento obrero. La nueva generaciónsocialista, enriquecida con laexperiencia de sus predecesores, cuyaderrota no la había desanimado enabsoluto, recogió la bandera que habíacaído de las manos de los luchadores dela Comuna y la llevó delante con firmezay audacia, al grito de «¡Viva larevolución social, viva la Comuna!», ytres o cuatro años más tarde, un nuevopartido obrero y la agitación levantadapor éste en el país obligaron a las clasesdominantes a poner en libertad a loscommunards que el Gobierno aún

mantenía presos.La memoria de los luchadores de la

Comuna es honrada, no sólo por losobreros franceses, sino también por elproletariado de todo el mundo, puesaquélla no luchó por un objetivo local oestrechamente nacional, sino por laemancipación de toda la humanidadtrabajadora, de todos los humillados yofendidos. Como combatiente devanguardia de la revolución social, laComuna se ha ganado la simpatía entodos los lugares donde sufre y lucha elproletariado. La epopeya de su vida y desu muerte, el ejemplo de un gobiernoobrero que conquistó y retuvo en susmanos durante más de dos meses la

Capital del mundo, el espectáculo de laheroica lucha del proletariado y de sussufrimientos después de la derrota, todoesto ha levantado la moral de millonesde obreros, alentando sus esperanzas yganado sus simpatías para el socialismo.El tronar de los cañones de París hadespertado de su sueño profundo a lascapas más atrasadas del proletariado yha dado en todas partes un impulso a lapropaganda socialista revolucionaria.Por eso no ha muerto la causa de laComuna, por eso sigue viviendo hastahoy día en cada uno de nosotros.

La causa de la Comuna es la causade la revolución social, es la causa de lacompleta emancipación política y

económica de los trabajadores, es lacausa del proletariado mundial. Y eneste sentido es inmortal[43].

KARL HEINRICH MARX (Prusia, 1818- Londres, 1883). Nació en Tréveris(Prusia) en 1818, hijo de un abogado.Estudió Derecho y Filosofía en lasuniversidades de Bonn y Berlín.Después de doctorarse, se dedicó alperiodismo en Colonia, en la RheinischeZeitung, que fue cerrada por el gobierno

prusiano a raíz de las protestas del zarNicolás I. En 1843 publicó Sobre lacuestión judía y Crítica de la filosofíadel derecho de Hegel, y se trasladó aParís, donde tenía su sede el periódicoradical Deutsch-französischeJahrbücher, en el que empezó acolaborar, así como en Vorwärts!, unperiódico revolucionario socialista.Expulsado de Francia en 1845, setrasladó a Bruselas, donde, junto conFriedrich Engels, publicó el Manifiestodel Partido Comunista (1848) y fue unode los principales inspiradores de laLiga de los Comunistas, la primeraorganización marxista internacional. Devuelta en Colonia, fundó, con la herencia

de su padre, la Neue Rheinische Zeitung,otro periódico revolucionario que seríacerrado por las autoridades y loobligaría nuevamente a partir al exilio.En 1849 se estableció en Londres,donde trabajó como corresponsal delNew York Daily Tribune y escribióalgunas de sus mejores piezas críticas,como El 18 brumario de LuisBonaparte (1852) para el diarionorteamericano Die Revolution. Allíescribiría también el primer volumen desu obra magna, El capital (1867; elsegundo y el tercero no se publicaríanhasta después de su muerte, en 1885 y1894 respectivamente). En Inglaterrasiguió trabajando con distintas

asociaciones (los cartistas, el ComitéInternacional) y en 1864 se convirtió enel líder de la Asociación Internacionalde Trabajadores (la PrimeraInternacional). Defendió ardientementela Comuna de París de 1871, la primeragran insurrección de carácter comunista.Murió en Londres en 1883.

FRIEDRICH ENGELS (28 denoviembre de 1820, Barmen-Elberfeld,actualmente Wuppertal, en la antiguaPrusia - 5 de agosto de 1895, Londres).Nacido en el seno de una familiaacomodada, abandonó los estudios porlo que fue enviado por su padre atrabajar como administrativo en una

empresa comercial en Bremen, épocaque dedicó a la lectura y estudio de lasteorías de Hegel y a entablar contactocon varios grupos revolucionarios. Mástarde comenzó a trabajar en una empresatextil relacionada con su familia, dondepudo ver de primera mano lascondiciones de los obreros británicos,condiciones que plasmó en su obra Lasituación de la clase obrera enInglaterra (1845), cuya importanciahistórica reside en haber conseguidointeresar a Marx por el estudio de laEconomia Política, mientras que hastaese momento no le había prestadoatención.

Aunque ya se conocían de antes y habíanmantenido una intensa relación porcorrespondencia, Engels no comenzó atrabajar con Karl Marx hasta 1844,publicando juntos obras tan influyentescomo La Sagrada Familia (1844), Laideología alemana (1844-46) y elManifiesto Comunista (1848).

El papel de Engels en relación con lasteorias marxistas es de sumaimportancia. Ademas de albacea de laobra no publicada de Marx (recopiladory editor de los tomos II y III de Elcapital) dedicó especial interes endivulgar el método científico, elmaterialismo dialéctico, que Marx

utilizaba en sus análisis pero que apenasllego a explicar (solo escuetamente enMiseria de la filosofía) En este sentidodestacan dos obras de Engels: Larevolución de la ciencia de EugenioDühring (Anti-Dühring) y La dialécticade la naturaleza.

Aunque nunca se casó, mantuvo unarelación de por vida con Mary Burns,quien le había introducido inicialmente alas penurias de la clase trabajadora enManchester. Su vida transcurrió entrePrusia, Gran Bretaña y Bélgica,organizando grupos socialistas ycolaborando con Marx, a quien manteníafinancieramente gracias a su puesto en la

empresa textil familiar, de la que llegó aser socio.

VLADIMIR ILICH LENIN (Simbirsk10-4-1870 - Moscú 21-1-1924). Nacidoen el seno de una humilde familia, supadre era inspector de Escuelas rurales,lo que sin duda propició que Leninpudiera cursar estudios primarios ysecundarios. La mayor influenciarecibida por el joven Lenin en estos

primeros años de su vida proviene de suhermano Alejandro, quien le introduceen la lectura de textos revolucionarios ycontrarios al régimen zarista. Lainfluencia de su hermano le facilitó elingreso en la organización La Voluntaddel Pueblo, integrada por estudiantes deSan Petersburgo, de carácter secreto yrevolucionario. Su hermano Alejandrofue torturado y ahorcado por tomar parteen un atentado contra el zar AlejandroIII. Sin duda este hecho debió influir enla determinación de Lenin de dedicar suvida a acabar con el zarismo, lo quelograría algunos años más tarde.

Expulsado en 1891 de la Universidad de

Kazán, consiguió después aprobar enderecho en San Petersburgo. Muyinfluido por Marx, era también discípulode Plekhanov, primer ideólogo delpensamiento bolchevique, y deNetchayev, éste último seguidor deBakunin. Sus posturas políticas lecostaron la expulsión de la Universidadde San Petersburgo y el destierro a laaldea de Kukuschkinstoya. Por estasfechas abandonó el ejercicio de laabogacía, profesión que consideraba alservicio de los poderosos, y se dedicó ala escritura de su pensamiento en formade folletos y pequeñas obras. Uno deellos, Los amigos del pueblo, alcanzógran difusión en 1894. También por

estos años empieza a usar el apelativode Lenin, cuestión usual entre losrevolucionarios, obligados a moverse enla clandestinidad y al uso depseudónimos.

En 1895 creó un grupo de agitación, laUnión de lucha para la emancipaciónde la clase obrera, cuyo objetivo eracombatir la opresión y miseria a que elcapitalismo sometía a los proletariosrusos. Ese mismo año marcha a Suiza yAlemania para intercambiar ideas conotros revolucionarios marxistas yanarquistas. Sin embargo, miembrosinfiltrados del Servicio Secreto socialruso le delatan, lo que hará que sea

apresado al regresar a San Petersburgo ydeportado a Siberia. En su retiroforzoso, que durará hasta 1900, aúnpodrá organizar en Minsk el primerCongreso del Partido Socialdemócrataruso, clave básica para losacontecimientos que se sucederán en1917. También durante su deportacióncontraerá matrimonio con NadejdaKrupskaïa, dirigente socialista, yescribirá su obra Desenvolvimiento delcapitalismo en Rusia (1899).

En 1900 consigue salir de Siberia, nohay acuerdo sobre si liberado o huido,buscando asilo en Suiza. En el paíscentroeuropeo funda el periódico Iskra,

«La Chispa», con la colaboración dePlekhanov. También con él fundará larevista Vperiud, «Adelante», siguiendocon una colaboración que comenzará aromperse a partir de 1902, a partir de lapublicación de Lenin de su escrito ¿Quéhacer?, en el que se aleja y defineclaramente opuesto a las posturas de losmencheviques, moderados, defendidaspor su amigo Plekhanov.

La actividad de Lenin en Suiza esincesante, robando horas al descansopara impartir conferencias, escribir,organizar el movimiento revolucionarioy enviar colaboraciones a periódicos deizquierda de toda Europa. Convertido en

referencia de la izquierdarevolucionaria, sus escritos circulabanclandestinamente de mano en mano entretodos los izquierdistas rusos. A pesar desu ascendiente sobre los bolcheviquesrusos, no tomó parte en la revolución de1905, en la que se organizaron losprimeros soviets en San Petersburgo yMoscú, organizados por losmencheviques.

La apertura política de Rusia propiciadapor la implantación de un ciertoconstitucionalismo a cargo de Nicolás II(1905), facilitó el regreso de Lenin y suscolaboradores a su país. En esta nuevasituación, se dedicó a la estructuración

de un movimiento obrero y proletario.Sin embargo, un retroceso en la aperturademocrática rusa provocó un recorte delas libertades y de nuevo la huida deLenin, quien vivirá alternativamenteentre Suiza, París y Londres. En estaetapa consolida su amistad con Trotski,y escribirá, 1909, su mejor obra:Materialismo y empirocriticismo.

En Suiza publica Para la conquista delpoder, y trabaja en la organización delas Conferencias de Zimmerwald yKienthald, entre 1915 y 1916, quedebían recoger el espíritu de la IIInternacional.

Con motivo de la I Guerra Mundial

regresa a Rusia clandestinamente, en1917. Muy crítico con la guerra, alegaque se trata de un enfrentamientoprovocado por el capital y en el que losobreros mueren por una causa absurda,ajena y explotadora. Así, propone unpacto con las izquierdas alemanas parano participar en el conflicto, al mismotiempo que dirige sus ataques contra elgobierno provisional del príncipe Lvov.En el diario Pravda publica suprograma, que incluye, además del finde la guerra, el reparto de tierras entrelos campesinos y el poder para lossoviets.

La situación se tornó insostenible al

poco tiempo. El 4 de mayo de esemismo año se produjeron sublevacionesen San Petersburgo reclamando el fin dela guerra. Y el 17 de julio, nuevamenteen la misma ciudad, se produjeronprotestas contra el mencheviqueKerensky, provocando una respuestaviolenta por parte del gobierno. Enagosto, sale a la luz el libro de Lenintitulado El Estado y la revolución, en elque postula la dictadura del proletariadocomo herramienta imprescindible paraacabar con la opresión del capital y delzarismo. Dos meses más tarde, seproduce la revolución de octubre,siéndole concedida por el Congreso delos Soviets la presidencia del Consejo

de los Comisarios del Pueblo.

Su primera acción es declarar la paz,rompiendo los acuerdos tomados conGran Bretaña y Francia. Más tarde,promulga decretos en los que abole lapropiedad privada, nacionaliza lasindustrias, crea el Ejército Rojo yreconoce las diferentes nacionalidadesinsertas en el Estado ruso.

Tras trasladar la capital a Moscú, poneen práctica los principios económicos,sociales y políticos del comunismo. Enrespuesta, ha de hacer frente amovimientos de oposición que intentandesalojarle del poder y contrarrestar larevolución. Son los meses de julio y

agosto de 1918. El 30 de agosto de esemismo año es objeto de un atentado porparte de Fanny Roid Kaplan, socialistarevolucionaria moderada, lo que originaa su vez un amplio movimiento dedepuración de las filas revolucionarias.

Con todo, la oposición, tanto interiorcomo exterior, no cesaba de presionarsobre Lenin y los comunistas. Paradefender el Estado soviético, Lenin pusoa Trotski al frente de los ejércitos y, el16 de enero de 1920, convirtió elConsejo de Obreros y Campesinos en unConsejo de Trabajo y Defensa.

En marzo de 1921 se sublevaron losmarinos de Kronstadt, lo que hizo que

Lenin promoviera una cierta aperturahacia la propiedad privada, aunque concarácter provisional. Ese mismo añoconvocó en Moscú un Congreso departidos comunistas, constituido como laIII Internacional, cuya doctrinafundamental fueron las críticas alsocialismo de la II Internacional,acusado de pactar con el capitalismobélico. El 30 de diciembre de 1922,para integrar las diferentesnacionalidades del territorio ruso,proclamó la creación de la Unión deRepúblicas Socialistas Soviéticas.

Enfermo de hemiplejía, hubo deabandonar las tareas de gobierno a

finales de 1922, falleciendo el 21 deenero del año siguiente. Su cadáver,idolatrado, fue objeto de culto durantetodo el período soviético, al serexpuesto en un mausoleo de la PlazaRoja de Moscú. Tras su muerte, Stalinse instala en el poder.

Notas

[1] Véase en obras escogidas, BuenosAires, Ed. Cartago, 1957, pp. 331 341.[N. del E.] <<

[2] Journal officiel de la RépubliqueFrançaise [Diario oficial de laRepública Francesa], órgano delGobierno de la Comuna, que se publicóen París del 19 de marzo al 24 de mayode 1871. [N. del T] <<

[3] Capituladores. [N. del E.] <<

[4] Etendard. Periódico francés detendencia bonapartista, que se publicóen París desde 1868 hasta 1888. Sesuspendió su publicación a causa deldescubrimiento de operacionesfraudulentas, que servían de fuentefinanciera al periódico. [N. del E.] <<

[5] En lugar de Joe Miller, la ediciónalemana dice Karl Vogt, y la ediciónfrancesa, Falstaff. Joe Miller era unconocido actor inglés del siglo XVIII.Karl Vogt era un demócrata burguésalemán, que se convirtió en agente deNapoleón III. Falstaff, por último, es unpersonaje fanfarrón y aventurero de lasobras dramáticas de Shakespeare. [N.del E.] <<

[6] En Inglaterra, suele darse a losdelincuentes comunes, después decumplir la mayor parte de la condena,unas licencias con las que se les pone enlibertad y bajo la vigilancia de lapolicía. Estas licencias se llamantickets-of-leave, y a sus portadores seles conoce con el nombre de ticket-of-leave-men. [N. a la edición alemana de1871.] <<

[7] Apodo de Fernando II, rey de las DosSicilias. [N. del E.] <<

[8] En abril de 1849, las tropas francesasfueron enviadas a Italia para aplastar laRevolución italiana. El bombardeo de laRoma revolucionaria era una violaciónescandalosa de la Constitución francesa,en la que se decía que la República noemplearía jamás su poder para oprimirla libertad de ningún otro pueblo. [N.del E.] <<

[9] Mirabeau-mosca. [N. del E.] <<

[10] Se alude al aplastamiento de lainsurrección del proletariado de Parísen junio de 1848. [N. del E.] <<

[11] Personaje de una comedia deMolière, que encarna al tipo delpequeño terrateniente obtuso y limitado.[N. del E.] <<

[12] La Asamblea Nacional que abrió sussesiones el 19 de febrero de 1871 enBurdeos estaba formada en su inmensamayoría por monárquicos (de 750diputados, 450 lo eran), quefundamentalmente representaban losintereses de los terratenientes y de lascapas reaccionarias de la ciudad y delcampo. De aquí su nombre de «asamblearural» o «parlamento de terratenientes».[N. del E.] <<

[13] Shylock: tipo de usurero del dramade Shakespeare El mercader deVenecia. [N. del E.] <<

[14] Capital de la Guayana Francesa enAmérica del Sur; presidio y lugar dedeportación. [N. del E.] <<

[15] La crema. [N. del E.] <<

[16] Véase Voltaire, Cándido, capítulo22. [N. del E.] <<

[17] Véase el Apéndice I. [N. del E.] <<

[18] La vil muchedumbre. [N. del E.] <<

[19] Kladderadatsch, revista satíricaalemana fundada en Berlín en 1848.Punch, revista satírica inglesa queempezó a publicarse en Londres en1841. [N. del T.] <<

[20] Por decreto del pueblo. [N. del E.]<<

[21] Se refiere al profesor Huxley. [N. dela edición alemana de 1871.] <<

[22] El 18 de abril, la Comuna publicó undecreto que prorrogaba por tres años elpago de las deudas. [N. del E.] <<

[23] Frailes ignorantes. [N. del E.] <<

[24] El barón de Haussmann fue, duranteel Segundo Imperio, prefecto deldepartamento del Sena, es decir, de laciudad de París. Realizó una serie deobras para modificar el plano de París,con el fin de facilitar la lucha contra lasinsurrecciones de los obreros. [N. parala traducción rusa publicada bajo laredacción de V Lenin.] <<

[25] Wilhelmshohe (cerca de Cassel).Castillo de los reyes de Prusia, dondeestuvo el ex emperador Napoleón IIIcomo prisionero de los prusianos desdeel 5 de septiembre de 1870 hasta el 10de marzo de 1871. [N. del E.] <<

[26] Frontón donde la AsambleaNacional de 1789 adoptó su célebredecisión. [N. de la edición alemana de1871.] <<

[27] Mote puesto por el pueblo a los quehuían del París asediado. [N. del E.] <<

[28] Poco después del 18 de marzo de1871, estallaron en Lyon y Marsellamovimientos revolucionarios cuyo finera proclamar la Comuna. Ambosmovimientos fueron aplastados por elgobierno de Thiers. [N. del E.] <<

[29] Aquí se llama «pretorianos» alejército de los versalleses. [N. del E.]<<

[30] Influyente diario burgués que sepublicó en París desde 1881 hasta 1943.[N. del E.] <<

[31] Influyente periódico inglés fundadoen 1788. Entre 1870 y 1880 suorientación fue liberal. [N. del E.] <<

[32] Escrito por C. Marx en abril-mayode 1871 y aprobado el 30 de mayo ensesión del Consejo General de laAsociación Internacional de losTrabajadores. Publicado por vezprimera el mismo año en Londres enfolleto aparte. Simultáneamente sepublicó en alemán y francés. El textoalemán, redactado por F. Engels y conuna introducción suya, fue publicado enedición aparte, en Berlín, en 1891.

Se publica de acuerdo con el texto delfolleto inglés de 1871, cotejado con laedición alemana de 1891, traducida delinglés. <<

[33] Véase Obras escogidas, BuenosAires, Ed. Cartago, 1957, pp. 333 336 y337-341. [N. del E.] <<

[34] Guerra contra Napoleón I en 1813-1815. [N. del E.] <<

[35] El 2 de septiembre de 1870, elejército francés fue derrotado en Sedány hecho prisionero con el emperador.Napoleón III fue internado enWilhelmshohe, cerca de Cassel. [N. delE.] <<

[36] El posibilismo era una tendenciaoportunista del movimiento obrerofrancés de fines del siglo XIX. [N. delE.] <<

[37] Londres, en el vigésimo aniversariode la Comuna de París, 18 de marzo de1891. Escrito por F. Engels para laedición aparte de La guerra civil enFrancia de C. Marx, publicada enBerlín en 1891. Traducido del alemán.Se publica de acuerdo con el texto dellibro. <<

[38] Este artículo se publicó enZagraníchnaia Gazeta [Diario delextranjero], periódico que apareció demarzo a abril de 1908 editado por ungrupo de emigrados rusos en Ginebra.La redacción agregó al trabajo lasiguiente nota aclaratoria: «El 18 demarzo se realizó en Ginebra un mitininternacional para conmemorar tresaniversarios proletarios: los 25 años dela muerte de Marx, los 60 años de larevolución de marzo de 1848 y elaniversario de la Comuna de París. Elcamarada Lenin intervino en la reuniónen representación del POSDR, y se

refirió a la importancia de la Comuna».[N. del E.] <<

[39] Zagraníchnaia Gazeta 2, 23 demarzo de 1908. Se publica de acuerdocon el texto del periódico. <<

[40] Véase V. I. Lenin, Obras completas,2.a edición, Buenos Aires, Ed. Cartago,1970, t. II, nota 6. [N. del E.] <<

[41] P. K. Rennenkampf. Véase V. I.Lenin, op. cit., «Biografías», tomocomplementario 2. [N. del E.] <<

[42] Meller-Zakomielski. Ibidem. [N. delE.] <<

[43] Rabóchaia Gazeta 4-5, 15 (28) deabril de 1911. Se publica de acuerdocon el texto del periódico. <<

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