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AL INTERNACIONALISTA, AL MAESTRO lSIDRO FABELA, CABALLERO DE LA FE DR. ISO BRAhTIi: SCHWEIDE (Periodisla 9 escrltor argentino) . . .de la buena fe, por supuesto, de la fc que entre cielo y tierra mueve y conmueve a la IIumanidad ávida de paz y justicia; de la fe que alienta el amor al prbjimo y mantiene viva la llama de la seguridad, de la confianza, de los valores que dar1 seritido a la vida y a la muerte. Esta es la fe que inspiran los actos públicos y privados de don Isidro Fahela, en una época en que el mundo convulsiooado está desgarrándose por falta de fe; en que la especie humana defraudada por gobernantes demagogos, engafíada por fal- sos apóstoles, explotada por tartufos profesionales, ultrajada por farsantes llamados "revolucionarios" de aquende y allende los ma- res, degradada por maestros sin ética y sin carácter, tiende los bra- zos implorantes hacia un áncora de salvación, dentro o fuera de la fe escolástica. Aunque la fe, no importa su categoría profana o re- ligiosa, ha de tener un origen divino, un objetivo real, desde el momento, afirma Goetbe, que tan efectiva resulta en la práctica. Sin esa lámpara votiva depositada en el santuario de la re en algo o en alguien, se acabaría todo lo que es digno de ser hu- mano. El conflicto entre la fe y la incredulidad, es, al parecer del genio <le W-eimar, el tema más profundo y más dramático de la historia humana. Todas las épocas, añade, en las cuales impera la fe, no importa bajo cual apariencia, son brillantes, elevadas y fe- cundas para los contemporáneos y la posteridad. En cambio, las épocas minadas por la incredulidad, se sostienen apenas con en- gañosas y efímeras victorias, ya que nadie quiere entregar su con- ciencia a lo irifructuoso. Análoga tesis hallamos en Ortega y Gasset, asíduo lector de Goethe, para quien la vida humana está montada sobre un repertorio de creencias, y cuando la creencia, que es fe, www.senado2010.gob.mx

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AL INTERNACIONALISTA, AL MAESTRO

lSIDRO FABELA, CABALLERO DE LA FE

DR. ISO BRAhTIi: SCHWEIDE (Periodisla 9 escrltor argentino)

. . .de la buena fe, por supuesto, de la fc que entre cielo y tierra mueve y conmueve a la IIumanidad ávida de paz y justicia; de la fe que alienta el amor al prbjimo y mantiene viva la llama de la seguridad, de la confianza, de los valores que dar1 seritido a la vida y a la muerte. Esta es la fe que inspiran los actos públicos y privados de don Isidro Fahela, en una época en que el mundo convulsiooado está desgarrándose por falta de fe; en que la especie humana defraudada por gobernantes demagogos, engafíada por fal- sos apóstoles, explotada por tartufos profesionales, ultrajada por farsantes llamados "revolucionarios" de aquende y allende los ma- res, degradada por maestros sin ética y sin carácter, tiende los bra- zos implorantes hacia un áncora de salvación, dentro o fuera de la fe escolástica. Aunque la fe, no importa su categoría profana o re- ligiosa, ha de tener un origen divino, un objetivo real, desde el momento, afirma Goetbe, que tan efectiva resulta en la práctica.

Sin esa lámpara votiva depositada en el santuario de la re en algo o en alguien, se acabaría todo lo que es digno de ser hu- mano. El conflicto entre la fe y la incredulidad, es, al parecer del genio <le W-eimar, el tema más profundo y más dramático de la historia humana. Todas las épocas, añade, en las cuales impera la fe, no importa bajo cual apariencia, son brillantes, elevadas y fe- cundas para los contemporáneos y la posteridad. En cambio, las épocas minadas por la incredulidad, se sostienen apenas con en- gañosas y efímeras victorias, ya que nadie quiere entregar su con- ciencia a lo irifructuoso. Análoga tesis hallamos en Ortega y Gasset, asíduo lector de Goethe, para quien la vida humana está montada sobre un repertorio de creencias, y cuando la creencia, que es fe,

www.senado2010.gob.mx

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firmemente arraigada comienza a ~ a c i l a r , es cuando la vida se de- rrumba. Isidro Fabela, gran animador de la vida mexicana, símbolo viviente de fe activa y portador de mensajes optimistas, es por con- siguiente, un gran sembrador de fe en el porvenir y la grandeza de su pueblo.

Esa índole de la natura fabeliana no es de fecha reciente ad- quirida con la madurez. No. Su carácter humano, que es lo que más cuenta, hien vale, claro está, un homenaje cincuentenario y mucho más que cualquier homenaje, preparado con o sin miras vanidosas. No nos ocupamos de su magna personalidad, ya perteneciente un poco a todos sus coutemporáneos, en el afán de satisfacer una con- veniencia circunscripta a una celebración fortuita, ligada a una fe- cha y entroncada en un vaivén político, o por "estar a tono con la moda" desde que el aún candidato a la Presidencia, licenciado don Adolfo López Mateos, quiso significar con su voto que el más in- dicado para ocupar la Primera Magistratura del país sería don Isidro Fabela, señalando así la trascendencia patriótica de su gran conterráneo. No son estos motivos oportunistas que nos mueven a decir en voz alta lo que silenciosamente pensamos de él, los que seguimos sus pasos gallardos, desde hace muchos años, el retrato moral de Isidro Fabela es siempre el mismo, con la diferencia que cuanto más tiempo pasa, más gigante nos aparece en el espacio. Así lo conocimos ya en 1918, cuando don Venustiano lo envió a Buenos Aires en una misión delicada ante el Presidente argentino don Hipólito Irigoyen. Ya entonces lo vimos "recto como un rayo de luz, y como él vibrante y cálido". El signo de la fe es caracte- rística peciiliar de su personalidad.

Hace justamente cinco años, después de oir su discurso de in- greso a la Academia de la Lengua, glosábamos al acontecimiento académico en esta forma:

"Más que un discurso reglamentario y formal fue una pro- fesión de fe, de esa virtud animada de llama sagrada que no se apaga ni se opaca. Porque la fe política en el triunfo de la demo- cracia social; la fe en la lucha por la redención humana, f e y sed de justicia; la fe llena de gracia cifrada en los valores trascendentes de la vida, son características peculiares que distinguen a don Isi- dro: hombre consecuente de carácter y de acción, ejemplo vivo para la juventud ávida de maestros no claudicantes. Por eso vibró elo- cuente y sonora su oración cemantina, líricamente concebida no so-

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bre la sutil trama del estilo y la forma ingeniosa del Quijote, sino sobre lo que Cervantes tuvo de humano y divino en el dolor, en el infortunio, eri el cautiverio, en la miseria desgarradora de su he- roica existencia, posteriormente sublimada.

Todo es dolor, tristeza y desconsuelo lo que en mi triste canto se reparte,

rimaba elegíacamente el genio de las letras castellanas. Hombres y mujeres de todas las clases sociales acudieron al

acto académico para recibir el nuevo mensaje del hombre que den- tro y fuera de la patria tiene siempre algo que decir, y su palabra fue acogida con entusiasmo. Porque habló, como siempre con gran- deza de ánimo, con espíritu elevado, con amor a la verdad. Habló sin afectación, con el corazón pegado "al pecho melancólico y mo- hino" del manco de Lepanto. Habló con su acostumbrada dignidad natural fundada en la honradez, que inspira amistad, fe y con- fianza".

'Antropoy mikroy Kosmoy".-Los seres humanos, nos enseña Demócrito de Abdera, el gran buscador de nuestro origen, son pe- queños mundos, mundos minúsculos, mundos de por sí. Y que pa- siva o activamente cada ser humano, a su manera, forja, teje, ma- neja la esfera de su propio mundo. ¿Cuál es, pues, el mundo de don Isidro, mundo o panorama mundial, como solía decir Alberto Einstein? Don Isidro mismo nos revela su creencia "en el destino fatal de las cosas, mas no en la buena o mala suerte del hombre como única causa de su destino". ¿Nos recomienda con ello orar y con el mazo dar, como recetaba Miguel de Unamuno? 2 0 a fata- lista como lo siguen siendo ciertos pueblos orientales, resignados creyentes en el destino fijado en las estrellas regidoras del mundo de los terrícolas? La trayectoria política de nuestro celebrado ami- go demuestra claramente cómo sus múltiples actividades son partes integrantes de un mundo más o menos concientemente labrado, un mundo asombroso que sólo a gandes rasgos conocemos, sea porque ni el Estado que custodia parte de sus actos secretos y confiden-

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ciales, ni sus amigos más allegados, ni don Isidro mismo nos han abierto ampliamente las ventanas de su mundo. Poco a poco va presentándonos, aspectos de cosas y personas inherentes a su vida y esenciales a la historia mexicana, como lo acaba de hacer magis- tralmente con su obra "Pueblecito mío", retrato sublimado de su querida Atlacomulco. En sus páginas, frescas y lozanas, descorre hasta cierto punto la cortina de su intimidad, dejándonos contem- plar nuevos rasgos de su ser y de su estar.

En ellas habla de sus "encendidas pasiones de hijo, de hom- hre, de patriota, de artista y de ciudadano del mundo". "Yo amo la vida, exclama eudemonísticamente, como a Dios". Cree en "Dios amor y Dios artista". ¿Es panteísta don Isidro? Líbrenos la ten- tación de encasillarlo en una escuela filosófica, a menos que no sea la ética. Pero cuando lo vemos entrar emocionado en el mundo ideal de su Atlacomulco denominada ya oficialmente "Atlacomul- co de Fabela", en donde embelesado ausculta la plácida caída de las gotas de lluvia, el murmullo de las hojas de árbol movido por el aire, el canto optimista de las aves al despuntar el sol, como si fueran caricias para su oído, néctar para sus ojos, incienso para su alma; con cuánto encanto describe l a naturaleza de su patria, divinizándola, dialogando religiosamente con cada flor de su solar nativo, se nos antoja hallar cierta identidad con la fórmula Deus siue natura de Bamch Espinoza, la fórmula equivalencial de Dios y Naturaleza. Ahí nace, por lo visto, su Dios y su patriotismo, rela- cionados entre sí, entre Dios-Patria y Naturaleza.

El patrio amor, regado con sangre por toda la historia contem- ~o ránea , es distinto a los otros amores. Porque éste se nos entrega en cualquiera de sus manifestaciones y nos pertenece en su totali- dad. La patria nos da todo lo que posee y se nos presenta así como es o como nos la imaginamos, tanto en días de sol resplandeciente como en la obscuridad de las noches sepulcrales. Por eso preferi- mos morir antes que perderla. Estamos indisoluhlemente ligados a ella. Y aunque el patrio amor sea común a toda persona bien ua- cida, pocos son los escogidos en aptitud de desarrollarlo plenamen- te. La patria se ama de cerca y de lejos, más el que suele alejarse de ella para vivir en otras latitudes geográficas y tratar a otra gente muy distinta de la suya, ese ser, picado de uostálgicas pesa- dillas, es el que más hondamente se siente atado al ombligo de su tierra, que el que nunca tuvo la oportunidad de separarse de ella.

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Plus j'ai vu I'é¿ranb.fr, plus j'aima ma patrir, plus j'ai comu le monde, et plus je l'ai ch<:ri.

Otra característica fabeliana es la sensibilidad hacia los cuer- pos inanimados, hacia la flora y fauna, que para él rio son meras composiciones físico-químicas. Todo mal trato humano al mundo ve- getal y al mundo animal lo subleva. La caída de un árbol vivo o el asesinato de un toro inocente, so pretexto de la "fiesta brava", lo entristece, adora la vida, hasta la de los cuerpo? inanimados. Cada vez que pisa el umbral de la casa paterna, en donde pasb su infancia, entabla diálogos con todo lo que encuentra a su paso: muebles, cortinas, ventanas, enseres domésticos, viven y vibran como recuerdos del pasado. Ahí siente resonar todavía, como antaiio, las voces de los padres; ahí vuelve a captar las melodías producidas en el Steinway por la gracia musical de la autora de sus días. Nada de lo que está en derredor pasa desapercibido a su propia vida, que él llama "dádiva divina de mi existencia". Su vida sensitiva es intensa. Así como se estremece ante el dolor del prójimo así tiembla de horror ante los ayes de las espinas "que hicieron san- grar la frente del Señor del Huerto", sacro nombre del Santuario de Atlacomulco, en donde habrá hecho su primera peregrinaciún. Asimismo don Isidro siente en su propia carne "el martirio de los clavos que se hundieron en las manos y en los pies'' del Divino Ju- dío de Nazareth.

En constante vivencia con la fe del creyente pueblo mexicano (creyente cristiano con supervivencias atávicas, física y metafisica- mente hambriento desde hace siglos, don Isidro es, desde su naci- miento, católico creyente y obsemante. Y no por convencionali$mo social o por costumbre, sino por estar dotado de un anima natura- liter chrktiana, y ligado a lo que México encierra de guadalupa- namente revolucionario. ¿Cómo concebir a don Isidro de la mística tierra atlacomulquekia, sorjuanamente irrigada, sin ese estado de gracia, de plenitud espiritual de esa misma llama fulgurante de la Creación que él glorifica en sus escritos? Es católico no sólo por nacimiento, por tradición familiar, por la contribución eclesiástica a la Independencia nacional, por gracia divina tomisticamente en- tendida, siiio también porque conociendo la evolución histórica de nuestra cultura, sabe que la Antigüedad pagana de Grecia y Roma,

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de Grecia sobre todo, con su poder y su saber maravilloso desem- bocó dramáticamente en la iglesia cristiana, que incorporó en su em- presa redentora la sabiduría de dichas culturas para sobrevivir, afirmarse seculo seculorum, y convertirse al mismo tiempo, en ani- llo de conjunción de un presente ya dos veces milenario con el pa- sado remoto de olímpica belleza y socrático esplendor.

La necesidad de creer apostólicamente y de ser creído es típico en don Isidro. Su ideología política, su literatura, su jurispruden- cia, toda su mexicanidad son expresiones y vehenientes de un apos- tolado con proporciones ecuménicas. Su mundo pensante está tejido de amores: amor a su terruño, amor a los padres, amor a Dios, amor a la Naturaleza, amor al arte, amor al estudio, amor a Cer- vantes, amor a su Josefina, amor a su hijo Daniel, y por encima de todos los amores parecería flotar triunfalmente el amor a la patria, patria terrenal y patria celestial, que es el amor de sus amores, amor constante, leal, inmutable.

Un capítulo aparte merecería su producción epistolar, sus car- tas, esos signos prodigiosos de un diálogo silenciosamente entabla- do entre dos corazones afines que reciben y devuelven los afectos almacenados en la intimidad. Son joyas de alto valor, dignas de figurar entre la literatura clásica humanista. Nos referiremos sólo a dos de ellas, recientemente aparecidas en su libro ya citado. Una, escrita en el 38" aniversario de su matrimonio, "Para ti amor mío", que es un collar de besos presentados a su mujer congenia1 sobre un gigantesco pedestal de rosas que tocan la cumbre de felicidad, y otra carta, dirigida a su hijo Daniel cuando contrajo nupcias. Lo que dice de su Josefina adorada es grandioso. Pero el amor a la mujer amada no está exento de egoismo y egoísticamente nos con- fiesa que "el amor a mujer se eleva sobre todos los demás amores". No así el cariño que brota de su alma paternal y se desborda por los cauces de la maravillosa adopción en espíritu y en materia por la felicidad de su hijo adoptado en dramáticas circunstancias. Fue cuando el estadista mexicano, en unión de su esposa, venía de Ginebra. De repente, don Isidro observó desde la ventanilla del tren en que viajaba, estacionado en la frontera francoespañola, cómo falanges humanas se movían por tierras de Francia. Eran españoles

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que huían de la persecución española. Con el corazón desgarrado don Isidro se bajó del tren y, usando de sus prerrogativas, atravesó el andén. No pudo quedar impasible ante el trágico espectáculo -]ay de los vencidos!- urdido en tierras de España. Como no le fue posible adoptar aquella multitud (a la cual bien pronto México abriría sus brazos), se acercó a dos niños macilentos, descalzos, en harapos envueltos, que ya extenuados iban arrastrándose en la co- rriente humana. Uno iba cargado encima de otro, eran huérfanos de padn: y madre vilmente asesinados. Marchaban sin saber adonde ni del porqué de tan tremendo destino, que por una fatalidad don Isidro debía desviar. Los trajo a México y los adoptó como hijos de él y de su esposa. Quince años después, en el casamiento de Daniel, el padre adoptivo inmortalizó el acto con una carta leída ante el millar de invitados, que parecían oir religiosamente como se oye una cantata de Bach tocada sobre las cuerdas de un gran corazón. Corazón tan íntimamente enraizado en la paternidad adop- tiva que cuando Daniel accidentó en la carretera de Querétaro, el padre no ahorró medio alguno para salvarlo. No cabe duda, nos decía hace poco cuando iba a visitarlo en el Sanatorio, que uno llega a encariñarse con los hijos adoptivos como si fueran sangre de la propia sangre.

Conio hombre cumplido y responsable ante lo que es humano y divino, consciente de nuestra trayectoria limitada en el tiempo y en el espacio del planeta que habitamos, don Isidro que conoce el derecho de vivir y el deber de morir se va preparando, desde hace tiempo, al buen morir, al inevitable uenit hora, que él no llama ni apresura. Pero deja abierta esa puerta misteriosa que suele ser puerta sublimada en la antesala de la Eternidad; puerta conducen- te a la vida transfigurada, libre de vanidades. Por eso legó ya a su pueblo amado también sus bienes materiales: propiedades, obras de arte, una biblioteca de inmenso valor, el archivo personal como fuente de estudio e investigación, y mucho más.

Y mientras piensa, escribe, entregado a múltiples quehaceres, y labra la grandeza de la patria, ordena sus memorias y sigue administrando la vida, que es engendro de muerte paulatinamente consumada. Y como católico, piensa naturalmente en el poder triun-

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fa1 que eleva el alma por encima de la mísera corporeidad, también en su milagrosa belleza, en su caridad angelical.

Un be1 morir tutta la uita onora.

Su obra trascendente surge y se ilumina con la Revolución Mexicana, la primera revolución socialmente enfocada en l a tra- yectoria política de nuestro siglo transformador. Con los principios básicos de esta revolución, precursora de todas las revoluciones su- cesivas, precursora y genuinamente autóctona, generada en la tra- dición histórica de Hidalgo, Morelos y Benito Juárez, don Isidro se afirma cívicamente, y como faro de esperanza a los navegantes en mar bravío, comienza a irradiar sus luces en la escuela, de maes- tro, en el Parlamento, como legislador, y en la Cancillería que di- rige en tiempos de borrasca. Sus ideales internacionalistas, sin contaminaciones exóticas ni aberraciones doctrinarias, los defiende y propaga en el curso de sus actividades diplomáticas de ambos Hemisferios. A veces tócale intercalarlos con el complejo ideario de la Revolución y enfrentarse a dos campos de batalla: al del ene- migo interno, porfiado y recalcitrante, y, al mismo tiempo, contra las potencias extranjeras, obstinadas en perpetuar la vigencia de un México desamparado, oprimido y pobre. Así se templa en la lucha y galvaniza siempre más su férrea atadura a la patria geopolítica- mente colocada en permanente estado defensivo. Parecería como si el designio de toda su vida fuera el de

jtoujours en vedette!,

bélica precaución de Federico el Grande. Quizá por eso se había cautivado la admiración por parte de sus colegas de paises ideoló- gicamente hermanados que aprecian a don Isidro como exponente de la nación vanguardista latinoamericana, de la nación leader en principios emancipadores, de la nación mantenedora de equilibrios político-sociales entre las corrientes pugna de ambas Américas. En las conferencias internacionales del Viejo y Nuevo Mundo, don Isi- dro fue siempre el amigo leal, el colega afectuoso, el embajador

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pueblos de América hispana, México necesitaría poseer las flotas de Ia Gran Bretaña y de Norteamérica mancomunadas. Otra ana- logía entre las misiones de Franklin y Fabela pudiéramos ver en el hecho que la Francia de Luis XV veía con agrado la separación de las trece colonias de Inglaterra pero sin que ello representara demasiado poderío para la nueva nación americana. Así también las potencias extranjeras del siglo xrx deseaban seguir usufructuan- do los beneficios económicos de México, sin reconocer sus derechos a la soberanía nacional, por temor que el ejemplo revolucionario mexicano de hondas raíces sociales pudiera cundir y contaminar a los pueblos de la tierra.

Las armas de Isidro Fabela eran complejas y más temidas que las armas de fuego, porque con pleno dominio de la ley, con la 1ó- gica inflexible de un temperamento combativo y con el carácter templado en rudos combates, Isidro Fabela tuvo que pelear diplo- máticamente con un mundo adverso al derecho de vivir de la nación mexicana.

Contrariamente a la lucha por el poder de las grandes poten- cias mundiales, don Isidro ejerció una política de paz al servicio de México y de lo que México representa para la Humanidad. Por doquier por donde haya pasado ha encendido el amor por nuestrqs ideales con frescas armonías y palabras de oro. Con antorchas ilu- minadas de pensamientos humanistas llevaba los mensajes de con- fraternidad mexicana a muchas cancillerías, para anunciar, durante l a revolución, la caducidad de un régimen y el advenimiento de otro, más humano, porque generado en las entrañas de un pueblo sufriente que se había levantado en armas contra la opresión na- cional y extranjera. Desde entonces trascendió su nombre y quedó ligado para siempre a la historia de nuestro siglo. Y si sus propios paisanos esperan ver la pátina del tiempo para reconocer su obra duradera, el Rey de los Reyes, el monarca de un país en donde aún resuena el idioma plasmado de divinidad por la boca de Jesu- cristo, quiso llegar, y llegó personalmente desde Africa a la Casa del Risco en San Angel, para agradecer emotivamente al intrépido defensor mexicano de la soberanía africana, su oportuna actitud

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en Ginebra. Acontecimiento único en la historia diplomática me- xicana, siempre solidaria con los agredidos en defensa de sus de- rechos. ¿Qué otro servidor de México podrá recibir semejante sa- tisfaccibn sino Isidro Fabela?, cuya vida coroiiada de triunfos y apuntalada de espinas se formó en un mundo contrario a la libe- ración del pueblo mexicano, mundo hostil a la emancipación social de la clase trabajadora, mundo renuente a cada tentativa de inde- pendencia econbmica y social. Su amor a las causas nobles lo elevó a la categoría de paladín de los exiliados políticos acogidos en el seno mexicano, patria tutelar de todo latinoamericano conciente de su misión. El doctor y licenciado don lsidro Fabela obró así sa- biendo que el hombre llegó a la tierra como un refugiado que se asila y es expulsado del paraíso terrestre. Como refugiado huye de la intemperie, de la plaga, del hambre, del peligro de sus se- mejantes, de la persecución racial, política o religiosa. Sólo donde el refugiado se establece y se consolida de generación en geiiera- ción, y funda su orden legal en consonancia con el orden existente, y forma su hogar, su municipio, su Estado, es cuando él y los suyos comienzan a sentir el patrio calor. Los próceres de nuestras (de las de Latinoamérica) patrias, los que pudieron huir del fusilamiento y de la decapitación, fueron condenados al ostracismo, como eri la antigua Grecia. Los primeros cristianos buscaron refugio por do- quier. Los grandes hombres fueron cautivos o refugiados, como lo fueron Dante y Cenantea. Cautivo y horrendamente torturado fue el Salvador de la Humanidad cristiana, que inició su vida terrenal con la huida a Egipto de José y María, para escapar a la vengaiiza de Herodes. La mayoría de los habitantes de nuestro Contincrire americano, proceden de migraciones compuestas por seres perirgui. dos tiránica y fanáticamente. También la !>oblación autóctoria <le America solía huir de una a otra latitud geográfica eri épocas ¡>re- colombinas. De esta manera, los refugiados representan el funda- mento biológico de nuestra sociedad americana.

Radicado en el corazbn de su pueblo, perpetuado en el caleri- dario de las glorias nacionales, le tocó el raro privilegio de estar siempre presente al llamado de la patria, defensora de otras pa- trias, sin retroceder ante el más fuerte en astucia y brutalidad. Con

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su amor a México trocó su vida en canto de amor a todos los pue- blos subyugados. Y enarbolando en Ginebra el periclón juarecista del respeto al derecho ajeno denunció con palabras canderites la guerra civil española desencadenada por un general espaíiol y pa- trocinada por Hitler y Mussolini; rechazú el macabrc; negocio ba- rajado bajo apariencia neutralista entre uno y otro grupo de go- biernos en pugna, y proclamó la inviolabilidad territorial y el res- peto incondicionado a la soberanía de la República Española. A1 mismo tiempo advertía a los estadistas de las grandes potencias <' democráticas" el peligro que a ellos mismos amenazaba, por des- unidos y desorieritados, por dejarse arrastrar en el torbellino de bélicas locuras. Ahí en Ginebra, respaldado por el general don Lázaro Cárdenas, estigmatiza la invasión de Abisinia por parte del Duce de la Ruina; arroja sus anatemas contra el Fuehrer germa- nicida, verdugo de su patria austriaca, asaltante de Checoeslova- quia, Hungría, Yugoeslavia, Rumania, Bulgaria, etc. Asimismo con- dena la puñalada trapera de la Unión Soviética infligida a Polonia en complicidad con el Reich hitleriano. Abogado prócer de su pro- pio país, debía de serlo también de cualquier otro pueblo angus- tiado de la Tierra, convencido que ufficium advocati nobile est, laudabile et honorabile. Estar siempre presente y responder una vez al llamado de Francisco Madero y otras veces a los de Venus- tiano Carranza y Lázaro Cárdenas y de Manuel Avila Camacho y acudir adonde fuera preciso en plan de lucha, ese fue y seguirá siendo el destino manifiesto de don Isidro basta el último hálito de su azarosa vida limpia y fecunda.