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Arte Colombiana La industrialización, el crecimiento de las ciudades, los movimientos sociales, la organización de sindicatos, son todos hechos que caracterizan el advenimiento del siglo XX que llegó a nuestro país en forma tardía. Entre tanto, mientras comenzaba el siglo, en Europa se producían no una sino varias revoluciones estéticas yen México, a raíz de la Revolución, se iniciaba con particular impulso el movimiento del muralismo. En este escenario estético y social llegan los jóvenes artistas que comenzaron a dar a conocer su obra alrededor de 1930. Pedro Nel Gómez (Anorí, Antioquia 1899-1984), es un artista de talento múltiple. Ingeniero de profesión, estudió pintura en Florencia y se desempeñó como arquitecto, urbanista, autor de innumerables murales y pintor de acuarelas y óleos tan valiosos como sus series de barequeras y sus retratos. Con excepción del antioqueño Eladio Vélez (1897-1967), la pintura de esta época está signada por la inquietud social de los pintores y por los movimientos que en ese sentido surgieron alrededor de 1930. Sin embargo, estos pintores no solamente cultivaron la pintura de denuncia social, sino que también continuaron haciendo retratos y paisajes, así como escenas familiares. Todos ellos estudiaron por fuera del país, varios en México, como Luis Alberto Acuña (Suaita 1904-Tunja 1993) o Ignacio Gómez Jaramillo (Medellín 1910- Coveñas 1970), otros en España o en Francia como el mismo Gómez Jaramillo, como Eladio Vélez y otro en el Japón, Gonzalo Ariza (Bogotá 1912/ 1995), donde incorporó el peculiar hálito de la pintura oriental a sus paisajes. Particular mención merece la pintora Débora Arango (Medellín 1910), quien no participó públicamente de la vida artística desde el decenio de los cuarenta y continuó una calladísima labor de pintora encerrada en su casa de Envigado, hasta producir un conjunto impresionante por su denuncia social y su visión de la mujer. Marco Ospina (Bogotá 1912-1983) tiene la particularidad de haber iniciado cierta clase de pintura más o menos abstracta, más o menos geométrica, que en cierto modo se adelantó a su tiempo. Igual podía decirse de los óleos de Ignacio Gómez Jaramillo que tienen una cierta característica geométrica heredada de los dibujantes de principios de siglo, especialmente de Cezanne y Picasso. Contemporáneos de los pintores anteriores, se reúnen aquí cuatro pintores que confluyen de alguna manera heterodoxa, al salirse de los cánones habituales de la academia y de la destreza técnica exigida para la pintura. Noé León (Ocaña 1906-Barranquilla 1978) es el típico

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Arte Colombiana

La industrialización, el crecimiento de las ciudades, los movimientos sociales, la organización de sindicatos, son todos hechos que caracterizan el advenimiento del siglo XX que llegó a nuestro país en forma tardía. Entre tanto, mientras comenzaba el siglo, en Europa se producían no una sino varias revoluciones estéticas yen México, a raíz de la Revolución, se iniciaba con particular impulso el movimiento del muralismo. En este escenario estético y social llegan los jóvenes artistas que comenzaron a dar a conocer su obra alrededor de 1930.

Pedro Nel Gómez (Anorí, Antioquia 1899-1984), es un artista de talento múltiple. Ingeniero de profesión, estudió pintura en Florencia y se desempeñó como arquitecto, urbanista, autor de innumerables murales y pintor de acuarelas y óleos tan valiosos como sus series de barequeras y sus retratos.

Con excepción del antioqueño Eladio Vélez (1897-1967), la pintura de esta época está signada por la inquietud social de los pintores y por los movimientos que en ese sentido surgieron alrededor de 1930. Sin embargo, estos pintores no solamente cultivaron la pintura de denuncia social, sino que también continuaron haciendo retratos y paisajes, así como escenas familiares.

Todos ellos estudiaron por fuera del país, varios en México, como Luis Alberto Acuña (Suaita 1904-Tunja 1993) o Ignacio Gómez Jaramillo (Medellín 1910- Coveñas 1970), otros en España o en Francia como el mismo Gómez Jaramillo, como Eladio Vélez y otro en el Japón, Gonzalo Ariza (Bogotá 1912/ 1995), donde incorporó el peculiar hálito de la pintura oriental a sus paisajes. Particular mención merece la pintora Débora Arango (Medellín 1910), quien no participó públicamente de la vida artística desde el decenio de los cuarenta y continuó una calladísima labor de pintora encerrada en su casa de Envigado, hasta producir un conjunto impresionante por su denuncia social y su visión de la mujer.

Marco Ospina (Bogotá 1912-1983) tiene la particularidad de haber iniciado cierta clase de pintura más o menos abstracta, más o menos geométrica, que en cierto modo se adelantó a su tiempo. Igual podía decirse de los óleos de Ignacio Gómez Jaramillo que tienen una cierta característica geométrica heredada de los dibujantes de principios de siglo, especialmente de Cezanne y Picasso.

Contemporáneos de los pintores anteriores, se reúnen aquí cuatro pintores que confluyen de alguna manera heterodoxa, al salirse de los cánones habituales de la academia y de la destreza técnica exigida para la pintura. Noé León (Ocaña 1906-Barranquilla 1978) es el típico primitivista que opta, a falta de otros medios, por los habituales del primitivismo: la supresión de la perspectiva, el abigarramiento y el detallismo exagerado, cuestión que en él produce tan espléndidos resultados como el cuadro de Juan B. Elbers. María Villa (Guarne, Antioquia 1909/1991), mujer de origen muy humilde que llegó tardíamente a la pintura, desafía los convencionalismos habituales del primitivismo y su obra es una gran expresión de colorido y alegría por la liberación en la pintura. En contraste con los dos anteriores,  Darío Jiménez(Ibagué 1919-1980) es un pintor con formación académica, estudió en México, pero una vida bohemia y una indisciplina frente a sí mismo y a su oficio, terminaron por hacerlo rebelar contra las formas y producir una pintura salida de convenciones y con parentescos expresionistas. Sofia Urrutia Holguín es una mujer culta, cosmopolita, que desde la perspectiva de su formación cultural, opta deliberadamente por un lenguaje primitivista produciendo también una obra que tiene la ingenuidad del primitivista pero al mismo tiempo la agudeza del artista con formación estética.

En términos de resonancia internacional, no existe ni ha existido en Colombia un pintor y escultor de la importancia de Fernando Botero (Medellín 1932). Es más, los únicos nombres

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de la cultura colombiana conocidos y reconocidos universalmente desde hace más de treinta años son Gabriel García Márquez y Fernando Botero. Las obras de Botero están en los museos más importantes del mundo y ha exhibido sus esculturas en las avenidas de las grandes capitales europeas y norteamericanas. Esta exposición no le rinde el homenaje debido a su dimensión universal pero coloca dos obras extraordinarias de Botero al lado de los grandes artistas de su generación que fueron bautizados hace muchos años como los intocables.

Juan Antonio Roda nació en Valencia, España, en 1921 y llegó a Colombia en 1955. Maestro de las generaciones subsiguientes, ha realizado más de cuarenta exposiciones individuales y ha mantenido durante toda su vida una inquebrantable vocación de dibujante, grabador y pintor. La formidable sabiduría de sus trazos, la alegría del oficio y la gran soltura que ha adquirido paso a paso con el oficio, lo convierten hoy en día en el maestro indiscutible de la pintura colombiana. La exposición muestra dos momentos del maestro Roda: un Escorial (1961) y una Montaña (1988).

Sobre Alejandro Obregón (Barcelona 1920-Cartagena 1992) escribió la crítica Marta Traba: "el placer personal que lo domina pintando irradia, inunda y fortalece sus cuadros. Obregón, además, ha creado un pródigo y exuberante mundo de símbolos, de cosas compuestas, de formas imaginarias. Estos símbolos llenos de gracia, de invención y de fantasía, no tienen más sentido que el placer estético: Obregón los toma, los modifica y los deja, e incluso abusa de su crítico manipuleo en serio y en broma, según ajuste y encaje en el rompecabezas general del cuadro".Aparte del mural que hay en la entrada de la Biblioteca, figuran en la exposición tres óleos suyos de diferentes épocas, Toldo y bodegón, Homenaje a Gaitán Durán e Icaro calcinado.

Del cartagenero Enrique Grau (1920) el Banco posee obras que recorren su trayectoria artística, incluyendo La gran bañista que obtuvo el Segundo Premio Nacional de pintura en el Salón de Artistas de 1962.

Edgar Negret (Popayán 1920), Eduardo Ramírez Villamizar (Pamplona 1923) y Feliza Burnztyn (Bogotá 1933/1982) son los artistas que primero representan la escultura contemporánea colombiana. Negret comienza como escultor y siempre su encanto por la geometría ha sido el parámetro principal de su obra. Ramírez, con igual encanto por la geometría, comienza como pintor y rápidamente se sale del lienzo a la tercera dimensión, logrando unas esculturas tan austeras como sus cuadros. La entrada a la Sala de Conciertos está adornada con un cuadro-escultura suyo. Al contrario de Ramírez, Feliza Burnsztyn fue "la transgresora por excelencia" como la llama Ana María Escallón. Con el uso de la chatarra y con un sentido más estético que de crítica a la sociedad de consumo, como termina siéndolo, Feliza Burnsztyn desarrolló una de las más admirables obras escultóricas de mitad de siglo.

Guillermo Wiedemann nació en 1905 en Munich y murió en 1969 en Key Biscayne (La Florida). Se formó como pintor en la escuela de su ciudad natal y llegó a Colombia en 1939 huyendo del régimen nazi. Se quedó en Colombia hasta 1964 -ya se había nacionalizado-. El Banco de la República, que ya tenía algunas obras del pintor, recibió de su viuda el legado de más de cuarenta obras que ameritan ser exhibidas en una sala aparte.  Formado en los parámetros del expresionismo, su asombro con el trópico se expresó muy adecuadamente con las técnicas y concepciones de la pintura que había aprendido. Se incrusta en el trópico y viaja por los valles del Magdalena, del Cauca o del Saldaña, por la selva chocoana o por Cartagena y produce una pintura que lleva a uno de sus reseñistas a subrayar que "la creación de Wiedemann es 'pintura', 'naturaleza pintada'; es 'forma', en ningún caso 'naturaleza estilizada".

Buscando los esquemas pueden hallarse, en términos generales que no identifican a los artistas sino que buscan mostrar tendencias, tres vertientes principales en el arte colombiano. Una primera está inscrita en la abstracción geométrica que se origina remotamente en el cubismo y que tiene su gran momento con el arte cinético y artistas como el húngaro Vasarely, así como con pintores norteamericanos.

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En su gran mayoría activos actualmente en la pintura, un grupo de artistas nacidos a partir de fines del decenio de los veinte, ha ocupado el escenario del arte nacional en los últimos treinta años, con posterioridad, y aún simultáneamente, a los intocables. Colocados de manera cronológica en las salas, bien puede leerse la muestra como un buen reflejo de las tendencias de la pintura, tanto en Colombia como en el resto del mundo en los últimos decenios.

La geometría de Omar Rayo (Roldanillo 1928), las abstracciones de Manuel Hernández (Bogotá 1928), quien comienza en nuestra muestra con un cuadro figurativo, Piña cortada, y luego se transforma en un abstracto reiterativo en formas y símbolos concretos, la muy consistente, muy sobria carrera de Carlos Rojas (Facatativá 1933-Bogotá 1997) y sus impecables óleos geométricos, así como el casi místico Manolo Vellojín (Barranquilla 1943) o la bogotana Fanny Sanín (1935), representan muy bien la tendencia de abstracción geométrica de líneas y colores definidos y planos, de estos pintores.