a manera de presentación · resurrección, estamos llamados a seguirle. cuando pienso en la...

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A manera de presentaciónResurrección y vida de red

La resurrección de Nuestro Señor sella el plan redentor del Dios de la Biblia. Jesús, el salvador, murió por nuestros pecados y fue levando de la tumba después de tres días, venció la muerte y el pecado. Cuando reconocemos la obra liberadora de nuestro Señor, entendemos que con su resurrección vino a salvar y sanar a toda la creación.

Con frecuencia vemos el poder de la resurrección en su obra salvífica, librándonos del pecado y de la muerte física y espiritual. Pero, ¿qué significa esto en términos históricos, es decir, en nuestras vidas, en nuestra sociedad? Se ha enseñado que la obra redentora de Cristo, en la cruz y en su resurrección, funciona como un bote de rescate que nos salva de un mar bravo y tormentoso, sacándonos de la turbulenta oleada. Pero hay otro significado, que es más próximo al Nuevo Testamento, tal vez menos señalado, es el acto sanador de Jesús. Como un médico que sutura una herida abierta une los tejidos rotos y separados. Con el acto de suturar, Jesús sana las heridas sangrientas que permean este mundo, restablece relaciones rotas entre personas, divisiones, odios, discriminaciones, opresiones, maltratos y desprecios hacia la creación, son transformados en nuevas mentalidades y prácticas orientadas hacia la vida, la vida marcada por su final, la resurrección. Jesús, toma su hilo y aguja y cierra las heridas. Por su sangre, el acercamiento entre personas divididas, entre nosotros y Dios y entre los seres humanos y esta creación, son posibles. Su sufrimiento lo identifica con el nuestro, y su misericordia con nuestra necesidade de perdón.

El mismo nombre Jesús, que tiene su origen hebreo y que normalmente esta traducido en el Nuevo Testamento como salvador (“sóteros”), tiene el significado principal de rescatar, especialmente en un contexto de amenaza y peligro eminente. Pero cuando no existe un elemento de amenaza, el salvador actúa como alguien que trae bienestar (shalom), salud o sanidad. Entonces, el salvador es quien procura la restauración de la vida como fue diseñada por Dios, la vida abundante, completa, y la salud integral.

Cuando reducimos el significado del poder de la resurrección únicamente a librarse del mal (o del malo), el rescate divino de Dios resulta en un reduccionismo peligroso que traduce la obra de la iglesia a predicar el evangelio del escape de este mundo o de librarse del mal, sin entender las dinámicas que gobiernan la vida del mundo. Muchas de nuestras iglesias hemos reducido la obra salvífica de nuestro Señor al escape del infierno, o a evitar la separación eterna de nuestro Dios creador, o bien, en forma positiva, y la garantía de una vida eterna en el cielo con Él. Al final, hemos sido rescatados "para el cielo", un cielo entendido como la paz eterna y la gloria en la presencia de Dios. Como consecuencia de esta

perspectiva limitada de la resurrección, hemos vivido siglos de indiferencia ante un mundo corrupto, torcido, y quebrantado.

Al ignorar el significado de Jesús como salvador, perdimos el poder de la resurrección. Perdimos el enfoque de nuestra misión como discípulos en el aquí y ahora, en la esperanza de la resurrección que incluye al ser y al cosmos como una unidad. La obra de sanar, restaurar, y de unir lo que ha estado separado. La esperanza viva que mora en nosotros, el poder del Espíritu Santo y la promesa de Jesús de estar siempre con nosotros, pierden sentido cuando no nos comprometemos con el Reino iniciado por Jesús, no tano sólo con su muerte salvífica, sino también con su resurrección.

Volviendo a la imagen del médico, Podemos notar que para sanar una herida, tiene que ensuciar sus manos, agarrar el tejido roto y con delicadeza suturar la herida. Une lo que estaba separado, infectado y en deterioro para traer la sanidad. Jesús demostró ésto a través de su ministerio en la tierra. En su encarnación dejó su gloria para andar en medio de este basurero de vidas separadas de Dios. Tocó la humanidad herida, sangrienta, y en proceso de muerte. Nosotros, sus discípulos, con el poder de la resurrección, estamos llamados a seguirle.

Cuando pienso en la resurrección de Jesús, y el significado de su nombre, el Salvador y Sanador, pienso también en la Red del Camino. Esta locura que estamos viviendo, en la cual los hilos diversos del cuerpo están tejidos, donde formamos nudos que fortalecen el funcionamiento del pueblo de Dios que camina hacia y por la resurrección. Nuestra misión es ser sanados por Jesús. Es abrirnos a las relaciones de amor con el otro, es cerrar heridas y participar de la restauración de todas las cosas. Como red vivimos una resurrección con implicancias históricas, puesto que con ese movimiento vivimos la solidaridad, la amistad, la paideia de Cristo, la potencialización de unos y otros, todo sumergido en la soberanía de Dios que resucitó a Jesús como primicia de nuestras resurrecciones, de nuestras subversiones. Sí, subversiones porque el resucitado al que seguimos no murió de muerte natural. Fue asesinado por quienes se benefician del mal, por quienes se empoderan de las vidas de los demás y encontraron en Jesús un rebelde que con su amor y amistad proponía una comunidad alternativa, pero para ellos, subversiva a sus intereses.

Deseamos que las reflexiones de hermanos y hermanas del camino sean un motivo para la reflexión y un impulso del Espíritu para seguir en el camino trazado por nuestro Señor. Agradecemos a Claudio Oliver, Nancy Bedford y Patricio (Pato) Browne, por su amor y su servicio. También a quien nos dejó ese Graffitti en alguna pared de nuestro barrio.

Tomás YaccinoConector ContinentalRed del Camino

Para una paideiade la resurrección

En muchos aspectos la iglesia hemos decidido imitar al mundo por razones que, quizás, solamente el psicoanálisis podría explicar. Es como si una sensación de celos o por sentirse disminuida delante de las “verdades” del sistema del presente siglo, nos empujase constantemente a buscar en los modelos del mundo los paradigmas donde basamos muchas de nuestras prácticas. Lo peor es que al asumir tales prácticas, las hacemos como toda fotocopia: de manera más imprecisa y menos eficiente que el original.

Una de las áreas donde se nota este aspecto es en la educación. Sin hacernos mayores cues-tionamientos, confundimos la tarea de hacer discí-pulos, o de dedicar nuestros hijos a una vida con Dios, con el hecho de educar. En este breve articulo me propongo iniciar una discusión sobre algunos aspectos de este tema, consciente de que el hacerlo será impreciso, incompleto y que el espacio sólo me permitirá un breve abordaje del asunto.

Cuando el asunto es la emergencia de discípulos de Jesús, tres presupuestos son tomados como ciertos e indiscutibles: El cuidado in loco parentis, la educación y la escolarización; tres creaciones muy recientes en la historia de la humanidad.

In loco parentis es el cuidado que se da en remplazo de aquel que los debieran ofrecer los padres. Este se introdujo en la alta edad media para corregir la “deficiencia familiar” en la formación de niños cristianos pasivamente sometidos al poder más grande: la santa madre iglesia- Con ello se quiso evitar también el peligro de la creación de espíritus libres, cuestionadores y desestabilizadores de las estructuras del status quo.

La “educación” es otro concepto muy reciente en la historia. Su primera aparición fue en 1498, en un documento francés sobre la formación de niños. En ingles aparece por primera vez en 1530, y en español, López de Vega lo trata en 1632 refiriéndose al término como una novedad. Por cuestión de espacio no puedo profundizar más sobre el tema, podemos quedarnos con la visión de Tolstoy sobre educación: “Es la acción coercitiva y violenta de una persona sobre otra con fines de formatear un hombre o mujer en lo que nos parece que es bueno”.

La escolarización es el tercer punto. En su forma actual, fue creada

por Comenio, el obispo moravo que pretendía enseñar todo a todos en un mínimo tiempo y de una sola manera. De esta manera, creó la manufactura de seres humanos. Esta práctica no fue univer-salmente aceptada sino hasta hace 250 años atrás, y su obligatoriedad es un hecho muy reciente, conectado a la revolución industrial y al modelo de desarrollo de la modernidad.

Estos tres puntos, que fueran un día posibilidades, se cambiaron en estrategias de domi-nio, luego en obligación, y hoy en derechos, tomados como indiscutibles y aceptados sin crítica. La iglesia, principalmente la iglesia protestante, ha sido su defensora y más aún su gran promotora. ¿Será este el plan de Dios para formación de sus discípulos?

Uno de los aspectos presentes en la iglesia desde el princípio como consecuencia de la resurrección fue el compromiso con el discipulado. Sea de los hijos, de los convertidos, de unos a los otros o en el proceso de emergencia de los que servían en el rol de líderes. Por el contrario, en nuestros tiempos, la emergencia de discípulos y lideres en la iglesia se ha tornado en una dependencia de programas, de cursos, de aulas, de escuelas, de seminarios, de maestrías, de contenidos y métodos, resumidos en la palabra “educación”. La marca principal en ella es la construcción del ser y del discípulo no sólo con la extraña separación entre teoría y practica, sino con la preeminencia de la primera sobre la segunda, y más aún, en su traducción a contenidos a ser profesados. ¿Será que estos son los caminos del resucitado? ¿Son estas las marcas de una comu-nidad que vive bajo la certeza y la esperanza de la resurrección? ¿Existen otras alternativas?

La Paideia

El concepto que quiero re-introducir en este artículo es el de la “paideia”. Según el filósofo Heidegger, ésta palabra alude a un concepto de imposible traducción. A pesar que él mismo consideró “que la palabra alemana Bildung (formación) era aquella que mejor corresponde...”.

La propia traducción de Bildung para el español es arriesgada. Bildung, como en el ingles building tiene que ver con el proceso de construcción (“amon-tonar”, “acumular”, “empilar”, “levantar”, “construir”, “edificar”), siendo así el hecho o efecto de edificar. Nuestro término “formación” (“dar la apariencia de”, “moldear”) remite más a un encuadramiento, a un formato, una forma y limitación, pero no responde precisamente a Bildung, y menos aún a la amplitud del proceso de Paidéia en griego.

Humildemente quisiera definir paideia “como el proceso por el cual se constituye, se construye y cobra sentido la condición humana. Y esto, a partir de la complejidad de relaciones, interacciones y experiencias por las cuales pasa un sujeto, inmerso en un contexto, y que surge como un todo educante”, donde el “todo” no es algo excluyente y elitizado, pero inclusivo y algo caótico de una primera mirada.

La Paidéia, como proceso y concepto, presenta su origen en el período clásico griego. El encuentro entre las culturas griega y judía en tiempos del Nuevo Testamento promovió un cambio significativo. El “scholé” -en el cual privilegiados tenían acceso al proceso de formación y que no obligaba al trabajar-, vino a mezclarse con la sinagoga judía, un lugar donde la educación era destinada igualmente a todas las clases y basada en una tradición de valorización de la práctica, de la observación de la realidad, del uso de los binomios indagación-confirmación, innovación-reproducción, descubierta-recibimiento y que estaba basada en un registro específico: la Torah.

En un largo proceso que llega hasta la modernidad, la formación familiar y abierta hasta entonces disponible, pasa a ser accesible mediante la escuela, pero más aún, ella llega a ejercer ampliamente el control sobre la formación de la niñez, una herencia del contrato social y de la obsesión por imponer normas de la sociedad moderna. Hechando mano de las sucesivas normas, licenciaturas, profesionalizaciones, determinaciones y autorizaciones, se buscó, desde entonces, alcanzar la excelencia.

La reducción de la formación humana a la educación y a la escolarización genera el proceso de infantilización de gran parte de la socie-dad. Esto se da desde la idea que la

educación se imparte por un adulto que posee el saber, lo profesa, y a partir de tal profesión ejerce poder deter-minando los límites y, además, protege a aquel quien enseña de forma “heterónoma” (es decir, dependiente de otro, contratrio a “autónomo”) predeterminada. En conclusión el hombre y la sociedad así gestados se presentan “hete-rónomos”, dependientes y obedientes. Esta práctica educativa refleja un círculo vicioso, dependiente, que ge-nera una sociedad infantil,

irresponsable y que acaba por traer de vuelta sus dificultades, su infantilismo y sus irresponsa-bilidades. Genera también una demanda de soluciones mágicas de los problemas, independiente de las condiciones objetivas en la cual se inserta, y alejada de la reflexión crítica y de un cuestio-namiento de la realidad.

Una posible salida para el dilema creado por esta manera de ver el producto resultante de la formación, puede estar en la búsqueda de capacidades de desarrollo del espíritu crítico, del cuestionamiento de las estructuras de poder -en especial de las relaciones de micro-poder expresadas en las relaciones maestro-alumno, pastor-oveja, discipulo-discipulador, líder-liderado, que faciliten la constitución de un ser humano lo más

integral posible y que incluya las estructuras de la familia, la sociedad y el trabajo. Espero que esta reflexión pueda ser un camino por el cual se pueda disminuir la presión “idealística” que encierra el hacer y el saber en la iglesia. La crítica y la autocrítica, la reflexión sobre la realidad, la pérdida del control y de la dirección, y el autocuestiona-miento, serán alternativas valiosas a ser exploradas, y practicadas, pensando sobre todo que el pueblo cristiano se dirige hacia su resurrección como un modo de libertad, superación y vida plena.

En nuestra iglesia local, hace años decidimos desafiar la copia del modelo moderno basado en la enseñanza artificial, donde padres buscan una iglesia como lugar en el que sus hijos sean educados en la fe. Contrariamente a la reco-mendación de Deuteromio 6:7-8, la formación en muchas iglesias está basada en programas religiosos o en la escolarización del día del

Señor, la Escuela Dominical. Sacamos nuestro foco de la enseñanza y lo pusimos en el aprendizaje. Esto cambió todo y la pregunta dejó de ser: “¿Qué enseñar a los niños?” y pasó a ser: “¿Que aprenden los niños de nosotros cuando entran aquí, conviven con la gente, con el ambiente y la atención que les damos? Nos hacemos mas preguntas y dejamos de idelizar nuestros resultados, pasando a cuestiona-rnos: ¿Qué ambiente creamos aquí? ¿Qué oportunidades, qué ejemplos damos? En la actualidad ya no tenemos maestros y maestras del departamento infantil, ni tenemos departamento infantil, sino que los pequeños pasan a ocupar el centro de nuestras vidas, la iglesia no hace el trabajo de los padres, pero es el lugar de la comunidad de aprendizaje donde todos estamos en ella aprendiendo a ser discípulos del resucitado.

¿Tengo certeza de lo que estamos haciendo? No. Pregúntame en 20 anos y veremos. Pero una certeza tenemos hoy, si cometemos errores, serán nuevos y serán nuestros. No más los errores de una estructura que ha dado pruebas de sus limitados resultados y sus grandes distorsiones. Si tienes dudas de esto, quizás debas contestar: ¿Dónde están todos tus amigos de infancia de la

Escuela Dominical? ¿Cuántos son buenos ejemplos de un cristiano maduro/a? ¿Qué te hizo ser el cristiano que eres hoy: una Escuela Dominical o la relación sana, constante e intensa de alguien que para ti representó a Jesús y/o la inmersión en una comunidad cristiana saludable?

Tenemos delante de nosotros, y quizás podría plantear lo mismo delante de ti, una elección que desafía a todos. Como iglesia tenemos dos opciones: “Dar forma” a la gente basandonos en los ideales imaginados por líderes, en las costumbres y tradiciones, en las demandas denominacionales y el deseo de producir vocaciones, seguir las expectativas del pastor, o para que cumplan lo que desean los líderes. U otra opción: Crear un ambiente comunitario saludable donde se tenga el coraje de

olvidar los programas, en el que tengamos la fe de depender de Dios y la confianza en Él como conductor del proceso. Que desistamos arrepen-tidos de producir per-sonas que sean conformados a nuestra

imagen y semejanza. En este ambiente los colores, los olores, las vidas, la vestimenta, el ejemplo, la manera que uno le da atención a un anciano, a una persona en situación de calle o a un niño, para proporcionar un ambiente de nutrición en el cual pueda emerger un sujeto que no sea lo que nosotros deseamos, pero que sea desafiado a ser en verdad la imagen de Dios y lo que Él ha imaginado que fuera el ser humano. La decisión, el coraje y la posición que tomemos o no, definirá el resultado que tendremos en términos de vida y resurrección.

El espacio no me permite seguir adelante, pero podemos continuar la conversación. Pregún-tame de los resultados parciales. Ven a visitarnos. Sigamos en el diálogo. Me encantaría aprender de ti.

Claudio OliverIgreja do CaminhoBrasil

NuestrasesperanzasPrédica sobre Eclesiastés 9: 11-15 Juan 20: 11- 18

Mujer, ¿por qué lloras?

Esta pregunta tiene dos enseñanzas importantes que aportarnos. Ella nos revela el corazón consolador de Cristo y nos invita a no estancar la vida en un sepulcro.

Pocas personas sintieron más la muerte de Jesús que María Magdalena. Tal vez pocos, en verdad lo amaban con más fuerza. Ella había sido liberada por Jesús, renovando en su corazón la tierna capacidad de amar con dignidad. Con la cruz se quebraron sus sueños e ideales y una persona sin soñar se muere. Todo parecía haber llegado a su fin. Esa mujer apasionada y fiel sintió que lo puro, lo espiritual ya no tenía lugar en esta tierra.

Es decir como dice la lectura de Eclesiastés, cuando el ser humano menos lo espera, se ve atrapado en un mal momento como le paso a María Magdalena. Y cuantas veces el dolor irrumpe silenciosamente en nuestras vidas, quitándonos la esperanzas, abandonándonos a nuestra limitada existencia y enclavándonos en nuestra propia miseria.

Igual que nosotros a esta mujer el dolor rompió sus esperanzas y la ancló en el pasado. A pesar de las palabras del maestro, quiso poner su último consuelo en un cadáver. Mientras quedara algo del Señor podría al menos seguir viviendo del recuerdo. Pero esto no es la manera de vivir.Rompiendo toda lógica quiso aferrarse a un muerto, y como hija de Israel pensó empaparlo con óleos y resinas. Corrió al sepulcro cuando era muy temprano. Quería estar allí, detener la vida y sepultarla junto con su Señor.

¿Acaso no nos pasa lo mismo que María Magdalena cuando perdemos las cosas temporales?

El desconcierto para ella fue inmenso al descubrir que la gran piedra estaba puesta al lado y que el cuerpo del Señor ya no estaba allí. Ya su vida no tenía rumbo, su mundo se terminaba para siempre. Desesperada acudió a Pedro. No podría conservar escondido en una roca al que la hizo vivir. La muerte del Señor le había arrebatado el sentido por la vida, pero ese robo del cuerpo inanimado rompía la última atadura. No le quedaba nada. “Se han robado de la tumba a mi Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Ella lloraba mostrando plenamente su humanidad. Como muchas veces los seres humanos sólo a través de las lágrimas vemos la luz. Y surgió esta pregunta llena de sentido “¿Por qué lloras?” Alguien a sus espaldas se preocupaba de ella. Era la esperanza Jesús tan cerca de su dolor y desesperanza volviéndola al lugar de la vida y la esperanza.

¿Hemos sentido la cercanía de Jesús en nuestras vidas, en los tiempos de dolor?

Y Jesús le pregunta a ella y nos pregunta a nosotros en este día... “¿Por qué tu fe no traspasa las rocas y no llena los vacíos? ¿Por qué me quieres muerto? ¿Por qué tu amor es incapaz de transformar esta partida en fuente de esperanza? ¿Por qué no haces fecundo tu dolor? Mujer, ¿por qué lloras?”, le preguntó Jesús. Pero ella no pudo reconocerlo. El sufrimiento hacia inalcanzable la presencia. Ella no era capaz de razonar. Ella no podía hacer razonar nuevamente los anuncios que el Señor había hecho. Ella leía los acontecimientos con la peor de todas las lecturas y no le dejaba ningún espacio a la resurrección.

“Se han robado a mi Señor”. En esto, ¡qué humana era María! ¿De qué manera nos identificamos con María Magdalena?

Todos tenemos algo de esta pobre mujer. A menudo nos aferramos al dolor, parece más seguro poseer un cadáver que permitirle a Dios entrar y salir por nuestras vidas con la fuerza radiante del Espíritu. La enfermedad, la soledad, la pena, muchas veces nos nublan la mirada y el Señor se nos va. El llanto pierde todo sentido y se hace pura vaciedad. “¿Por qué lloras?”Pero en ese momento se produjo el segundo gran milagro en la vida de esta joven mujer llamada Magdalena, ciertamente más importante que liberarse del mal. Sintió su nombre, sintió la palabra creadora de Dios que la hacía de nuevo, sintió que la querían: “¡María!” ¡Eso solo bastó!El evangelio nos relata que las ovejas reconocen la voz de su Pastor. Esa mañana la mujer de Magdala experimentó toda la capacidad de consuelo de la voz de Jesús. Ella se supo conocida por dentro, acompañada, comprendida e invitada a vivir.“Rabboni”, fue la respuesta. Esta vez el don era total y definitivo. Rabboni en hebreo quiere decir maestro y para una persona del oriente eso lo implica todo. Detrás de tal palabra María le dijo a su Señor: “No importa que no estés. Yo me alimentaré de tu palabra y viviré de ella y la anunciaré a mis hermanos.”

¿Estamos viviendo la presencia Dios en nuestras vidas?

La fe ya no necesita nuestra presencia en un sepulcro. De esta manera, María fue cerrando sus heridas con fe en el Cristo resucitado; y entonces se secó su llanto.

¿Hemos secado nuestro llanto con Jesús?

Cuando un cristiano sufre, tiene que ser capaz de reconocer la presencia del Salvador que vuelve a hacerle la pregunta de resurrección: “¿Por qué lloras?”.

Patricio BrowneIglesia Anglicana San AndrésSantiago de Chile

Las mujeres y la resurrección

Nancy BedfordChicago-USA

En uno de sus ensayos literarios, la gran poetisa chilena Gabriela Mistral desliza una frase acerca de “la porfía de la resurrección”.[1] Cuando la leí, sentí un profundo agradecimiento por su arte, pues sus palabras concentran mucho de lo que significa el domingo de Pascuas para mí: la obstinación de que la muerte no tiene la última palabra; la terquedad de insistir que el amor es más fuerte que el odio; la rebeldía que corta en seco el ciclo de violencia; la tenacidad del Espíritu para renovar la faz de la tierra. Todo esto no es cosa de mujeres solamente, por cierto. Pero como mujer me alienta mucho saber que las mujeres estuvieron metidas de manera significativa desde el mismo amanecer del domingo de resurrección en el anuncio de la buena noticia de que la vida de Jesús –y por ende la nuestra- no quedó clavada para siempre en la cruz del imperio romano.

El relato de la resurrección empieza con unas cuantas mujeres frente a una tumba vacía. Tenemos muy grabada en la memoria y las vivencias colectivas el trauma de los desaparecidos y las desaparecidas: no solamente ocurrió en la Argentina de la última dictadura, sino que sigue ocurriendo ahora con las muertas de Juárez:

En Ciudad Juárez desaparecen mujeres y no se vuelve a saber más de ellas, a menos que sus raptores decidan hacer aparecer sus cuerpos sin vida y con evidencias claras de haber sido brutalmente torturadas y asesinadas, violadas de manera tumultuaria y arrancadas partes de su cuerpo o quemadas.[2]

También desaparecen sin rastros muchos migrantes indocumentados mexicanos y centroamericanos en el desierto de Arizona o de California. En todos estos casos, lo que quisieran las abuelas, las tías, las madres, las compañeras y las amigas de los desaparecidos y de las desaparecidas, es el retorno con vida de los suyos y las suyas – y si eso no fuera posible, por lo menos un cuerpo para lavar, perfumar, vestir, abrazar y velar, antes de enterrarlo. Como dice una de las mamás de los “desaparecidos de las fronteras”, que como tantas mujeres de nuestros países comparte el mismo nombre que la mamá de Jesús: “Sigo teniendo la esperanza que alguien va a tocar la puerta y que será él, que es mi hijo y que ha regresado”. Pero de su hijo, que fue visto por última vez en el desierto del sur de Arizona en septiembre de 2003, no hay rastros.[3] Estas mujeres saben lo que significa toparse con una tumba vacía.

En el Evangelio de Marcos, el domingo a primera hora lo primero que hacen María Magdalena, María la madre de Jacobo y Salomé es ir a comprar especias aromáticas para ungir el cuerpo de su maestro y amigo (Marcos 16:1-2). Mateo también nos pinta la escena de María Magdalena y “la otra María” (cuál de las muchas, no nos dice), que el domingo muy temprano se acercan al sepulcro (Mateo 28:1). Lucas, habla de

“las mujeres que habían venido con él desde Galilea” (23:55) y “algunas otras mujeres con ellas” (24:1), que se encaminan a la tumba con sus especias aromáticas. Vamos sumando la impresión de que en realidad eran unas cuantas las que se juntaron para velarlo ese domingo. El problema es que nos tropezamos con el obstáculo de que los redactores (presumiblemente varones) que anotaron la tradición acerca de ese domingo de resurrección no se molestaron en aprender de memoria sus nombres: eran unas cuantas Marías (Magdalena, la otra María, y “las demás con ellas”), lo mismo daba. De hecho, es inusual que los redactores de los Evangelios se molesten en recordar los nombres de las mujeres que protagonizan la historia junto a Jesús: por eso hablamos de la samaritana, de la cananea o de “algunas otras” mujeres; por eso se nos confunden María de Betania, María Magdalena y las “otras Marías”; por eso nunca terminamos de saber si fueron una o dos las muchachas de pelo largo que -ante la incomprensión de los discípulos varones- ungieron a Jesús como el Mesías sufriente, justo antes de su muerte. Pero estas mujeres, como tantas mujeres hoy (madres, abuelas, tías, hijas, hermanas, amigas), esa mañana se toparon con el vacío existencial de la tumba vacía: “Entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús” (Lucas 24:3). Ese descubrimiento las dejó perplejas, turbadas y asustadas. Por lo que se desprende de los relatos, tuvieron poco tiempo para procesar la información o para tratar de interpretarla, pues se suceden los hechos de manera vertiginosa, confusa y hasta contradictoria. Leemos acerca de la aparición de dos mensajeros de Dios con vestiduras resplandecientes (Lucas 24:4), de un joven vestido de blanco sentado a la derecha del sepulcro (Marcos 16:5); de un terremoto y la presencia de un ángel con aspecto de relámpago (Mateo 28:2-3). Lo importante es recalcar que ante el vacío existencial y el dolor de estas mujeres, las huestes celestiales y hasta el mismo cosmos parecen estremecerse y conmoverse. A Dios le importa profundamente el dolor de las mujeres, y en ese hecho ya tenemos el dejo de una buena noticia.

Marcos pinta gráficamente el “temblor y el espanto” de las mujeres que huyen del lugar, con mucho miedo y en silencio. Para entender lo que significa la “porfía de la resurrección” que ha de venir, hay que detenerse allí, como hacen los manuscritos más confiables del Evangelio de Marcos. Marcos por lo visto no le tuvo “miedo al temor” de las mujeres que habían visto la tumba vacía pero todavía no se habían encontrado con el Resucitado. Deja que ese hecho hable por sí mismo, de manera que abre un espacio en que todas las mujeres que tienen que lidiar con la muerte y el temor de sus seres queridos pueden descansar y sentirse comprendidas. No todo se resuelve rápido; hay dolores y miedos que son profundos y que tenemos que reconocer.

No obstante, la historia de ese domingo no termina con el horror ni con el espanto. Ocurre algo más que las transforma, que les quita el miedo y las convierte en “mujeres porfiadas” que habrán de persistir en anunciar las buenas nuevas de la resurrección, aunque sus compañeros, amigos y parientes varones no quieran creer lo que dicen – aunque las acusen, como suele ocurrir cuando se dicen cosas que no se conforman al sentido común patriarcal, de “hablar locuras” (Lucas 24:11). Estas mujeres recuperan el cuerpo del muerto que buscaban, pero lo recuperan de una manera inesperada: “puesto de pie” y transformado por el Espíritu de la Vida, listo para seguir por el camino de la gracia, la justicia y la no-violencia. Ya no un ángel, sino Jesús mismo les sale al encuentro y las saluda: “Entonces Jesús les dijo: No teman. Vayan, y den las buenas nuevas a mis hermanos….” (Mateo 28:9-10). Y ellas lo hacen. Como las madres de Juárez hoy, y tantas otras a través de la historia, saben mucho de crucifixión, pero no se quedan con eso, pues también saben que -como dice Jon Sobrino- “en la historia se puede vivir con resignación o con desesperación, pero se puede vivir también con esperanza ante una promesa”[4]. Y así se lanzan a la vida nuevamente, y nos instan, a través de su ejemplo (que recordamos cada Pascua) a nosotras y a nosotros a que nos unamos a su la rebelión contra la injusticia y la muerte. Nos muestran cómo es aquello de tener esperanza, de luchar con porfía, y de mirar con confianza el porvenir.[5] Y por ese camino encontramos la vida.

[1] Gabriela Mistral, “Sobre cuatro sorbos de agua”: Prosa de Gabriela Mistral, Santiago, Editorial Universitaria, 1989, p. 196. En su contexto original la frase se refiere al poder de la poesía.

[2] Nuestras Hijas de Regreso a Casa, A.C.: http://www.amigosdemujeres.org/ [3] Leslie Berestein, “Los desparecidos de la frontera: Sus familias viven llenas de angustia” (reportaje publicado el 14 de junio de 2005): http://news.ncmonline.com/news/view_article.html?article_id=967a3cbdd9b8307fb1e3bb21e8e265fe [4] Jon Sobrino, La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas, Madrid, Trotta, 1999, p. 122.[5] Así lo expresa el maravilloso tango “de resurrección” escrito por Federico Pagura y Homero Perera, “Tenemos Esperanza”: http://www.selah.com.ar/new/verrecurso.asp?CodigoDeItem=1137