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Marmato, 2010

Reconocimiento de la Herencia.

En una ocasión, desprevenidamente empecé a hacer una lista de palabras que se iban posando

una debajo de otra en un papel: materia, material, madera, martillo, mesa, memoria,

manufactura, mano, máquina, montaña, muerte, mapa, mina, minero y Marmato. De nuevo me

encontraba con aquella historia y con aquel lugar al cual fue preciso dirigirme, después

de varios años de mi primera visita en la infancia. Al llegar a Marmato (municipio

del occidente del departamento de Caldas), encontré un pueblo polvoriento, desolado y

cobijado por la muerte, la maleza que intentaba tapar la destrucción de la tierra, uno

que otro armadillo que se atravesaba en el camino y unas familias con constante zozobra

de que cada día es otro que se arranca al tiempo.

Vi entonces el panorama más agreste, más negro y más explotado de este pueblo, que

parecía haber recibido todas las maldiciones de la caja de Pandora, debido a que sus

montañas albergan no solo oro, sino también la desdicha de poseerlo y de tener que

sacarlo con la ayuda de hombres acostumbrados al encierro, herramientas y máquinas

desgastadas, y minerales tóxicos que degradan todo lo que se encuentre a su paso menos

al oro. De ahí que uno de los problemas de Marmato sea el hecho de “tener que vivir al

lado de esos residuos, o que las vetas o nacimientos de aguas estén bajo las minas de

oro, en donde se realiza lixiviación con cianuro y mercurio”82.

Mi obra no trata de remediar la desdicha de un paisaje arruinado e intoxicado a causa de

la minería; propone hacer visible la paradoja presente en las ruinas que se generan de

82 IDÁRRAGA FRANCO, Andrés, MUÑOZ CASALLAS, Diego y VÉLEZ GALEANO, Hildebrando. Conflictos socio-ambientales por la extracción minera en Colombia. Cali: Merlín. S.E, p. 6.

la montaña al ejercer este oficio y en la ruina que generaría en la comunidad de Marmato

el dejar de explotar esta montaña. Al ver los procesos de obtención de recursos y las

secuelas de sus daños de manera simbólica, podemos encontrar entonces que no hay cura

y cómo se manifiesta la enfermedad.

Después de llegar al pueblo, subí una de las montañas en compañía de unos mineros

hasta llegar a la zona de separación del oro, en donde ví a otros hombres trabajar con

dos máquinas de madera; una de ellas es un molino de agua83 que gira como si fuera un

engranaje de la montaña. La otra es un banco que se mueve, tiembla y mece la tierra y las

pequeñas rocas que están encima. Es así como una mesa móvil y húmeda se queda meciendo

otras mesas: mis bancos de trabajo alojados en el taller84. Entonces imagino cómo sería

si estos se movieran como aquella mesa, ¿Qué mecerían? Quizás la memoria, el hacer, el

paisaje, la montaña, ¿Qué separarían en vez de roca y oro? La tradición de un oficio y

la técnica.

Continué el recorrido, seguí subiendo y en la mitad de la montaña, donde está la mina,

vi otra máquina, una especie de gran pájaro hecho de retazos de madera que comunican

la mina con la zona de separación del oro. Posee muchos y largos lazos por donde se

bajan en baldes las rocas halladas en la mina. Es así como el horizonte que diviso

desde allí parece ser una gran telaraña de cables con baldes. Gracias a las 117 minas

legales y a las 120 pendientes por legalización que tiene este municipio (cada mina

tiene este tipo de máquinas), podría estar en una cuna de oro que promete un futuro

dorado, lleno de progreso y oportunidades para toda esta gente, pero no. Cada vez más

83 Pieza 2 de la instalación Máquinas varadas, ver pág: 88

84 Pieza 1 de la instalación Máquinas varadas, ver pág: 88

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Marmato, 2010

este pueblo, su gente, su “progreso”, parecen ser tragados por la montaña. El tiempo

no va para atrás ni para delante, simplemente permanece, se estanca, y lo único que se

puede hacer es seguir cavando, una y otra vez, para obedecer a una especie de destino

marcado por la política y la economía nacional, las cuales desde aproximadamente cinco

años dictaminaron un plazo perentorio para la extinción física y cultural de Marmato,

después de que “el gobierno nacional negociara con compañías multinacionales canadienses

la explotación a cielo abierto de la montaña donde la población tiene su asiento”85. Se

cava para destruir la tierra, la montaña, el paisaje, para destruirse a sí mismo, -he

aquí la ruina de la ruina-.

Entro a la mina en compañía de los mineros y bajo, bajo cada vez más, escucho mi corazón

en un eco, como si estuviera metido dentro de un frasco. El aire ya no es tan generoso

y el calor se incrementa. No veo nada, bueno sí, el negro más absoluto. Sigo bajando,

el tiempo ha dejado de existir, ahora me encuentro en un hoyo donde un minuto parece un

día y en donde un día parece un minuto. Siento ahogarme hasta que paramos. Adivino un

pequeño camino alumbrado por pequeñas lucecillas de lámparas por el que hay que pasar y

trabajar a la vez, donde los mineros empiezan a rasguñar las piedras con sus herramientas

desgastadas: cinceles, mazos, taladros y palas; las cuales golpean las paredes de roca y

luego, por unos momentos, reposan en el suelo; y allí rendidas, es donde veo su fuerza,

gracias al buen equipo que realizan con el minero, con el cual logran que la montaña

sea cada vez más atravesada.

85 GALEANO REY, Juan Pablo. La minería en Colombia, contexto, realidades y resistencias. En: Semillas, 2010, p. 68.

La herramienta corresponde a su oficio y a la fuerza de quien la manipule, ¿Cómo sería

una herramienta para sabotear un oficio?, ¿Qué pasaría si existiera una herramienta

débil?, ¿Qué pasaría si hubiese una herramienta inútil dentro de la mina? Pues sería

separada del resto de las herramientas así como la roca del oro, y en medio de su

debilidad esta herramienta ayudaría a ejecutar una acción no para la técnica o el oficio

sino para la poética; dentro de la mina sería la culpable de que se trabajara para perder

el tiempo, para la nada. Por eso yo trabajo con esta herramienta y me quedo en la mina

haciendo otra labor, la de observar, hasta que es hora de volver a la superficie. Camino

lentamente como adivinando el pequeño sendero. Mientras lo hago veo en aquellos hombres

la tradición misma y cómo esta los transforma, los agota, los hace volverse una especie

de máquina programada para hacer, como si fueran prisioneros de su propio trabajo,

sensación que también percibí en el taller familiar donde mi abuelo y mi padre cada

vez más se convertían en máquinas de la tradición, con movimientos mecánicos, exactos y

repetitivos. Ahí era donde al verlos me preguntaba: ¿El hacer siempre es tradición? En

esta mina y en el taller familiar sí, pero en mi mina, en mi paisaje, en mi taller no;

en estos el (des)hacer es transformación.

Asciendo, el aire es cada vez más generoso. Camino en la negrura y salgo de la mina,

vuelvo a respirar, veo el cielo, la tierra que pisan mis pies, vuelvo a tener espacio

y tiempo, todo parece ser la primera vez, como si hubiera acabado de nacer de una mina

y así entre mareado y consiente pienso en todo lo que encierra un paisaje recordado y

una montaña en su interior.

Ya de regreso, me despido de los mineros, abandono el pueblo, dejo la montaña y no miro

para atrás, pienso en el estado del pasaje, no solo en el de Marmato, sino en el de

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Marmato, 2010

las zonas mineras del país, en el de la cantidad

de pueblos y municipios “malditos” por el ideal

económico y de progreso que promete un mineral,

donde se saca oro, esmeralda, carbón, petróleo

entre otros, pero se sepulta al ser humano, la

salud, la naturaleza, la vida. Esa es la misma

maldición que sentí en el taller familiar desde

niño. A eso le huí siempre: a que la técnica me

sepultara en una especie de muerte lenta, a que un

hacer me robara las dimensiones del tiempo y del

espacio, a que me hiciera trabajar como una máquina

sin pausas, sin errores, sin corazón; a que un

oficio me negara la libertad de caminar, de mirar

lejos, de imaginar, de hacer intentos y cosas para

nada, pero sí valiosas para crear metáforas del

hacer.

La desvertebrada y abrupta geografía de Marmato

sirve de telón de fondo para el proyecto

Transformaciones: narrativas del hacer, donde,

como en una película profundamente humana, aparecen

en escena los eternos protagonistas de las minas:

el paisaje, la montaña, la tierra, el hacer que

surge del hombre: las herramientas, el ritmo de las

máquinas que extraen el rubio metal de las entrañas

sombrías de la tierra, la mesa que se mueve y la

rueda que funciona como un molino. Todas ellas

conforman una obra que se hace y se deshace en su

pregunta por la técnica, la tradición y el sabotaje

a ellas mismas.

El dolor sin nombre del que trabaja y se va, los

indicios de una ruina que es mina o montaña, son

fieles intérpretes de la realidad circundante de

un municipio, o de un país que ve en la explotación

de la tierra su porvenir o un impacto económico significativo, debido a que después de

haber tenido un desempeño modesto en los años noventa, desde comienzos de esta década

la minería colombiana registró un dinamismo importante. De ahí viene el paisaje que

ahora tenemos, el horizonte montañoso que se divisa cada vez más golpeado, las máquinas

empíricas que mecen el progreso.

De este modo, este proyecto comprende la realidad de un taller familiar y al tiempo

un taller nacional que deja al descubierto no sólo una serie de horizontes agrestes,

sino también unos horizontes metafóricos de nuestros recursos, en donde voy y vengo,

transito entre peñascos, montañas huecas y secas que son la topografía de un escenario

que se debilita y desaparece, porque es en esta ausencia en que noto su presencia, en

su decaimiento: su fortaleza y en su agonía: su poética.

Esta es la transformación del proyecto Máquinas varadas, está a punto de perecer,

pero que no es dejar de ser, o de hacer, debido a que continuamente cambia de estado,

trasciende y contradice al abuelo, al padre, a la técnica, a la tradición, al taller,

a la minería que esconde el brillo y nos deja el residuo, a la obra misma. Volver a

Marmato no solo fue un viaje para tantear el terreno de la memoria y de una historia

familiar, sino la forma de hacer un paneo por la realidad para luego ubicarme en la obra

con más puntos de vista: políticos, económicos, geográficos, sociales y al mismo tiempo

privados y personales, para así construir un territorio arruinado donde estos tienen

una dimensión distinta, la misma voz, pero en otro tono, pausado, susurrado y sentido.

¿Cómo se siente el paisaje? ¿Cómo se siente el contexto nacional de la minería?, ¿Cómo

se siente Marmato?, ¿Cómo se siente mi trabajo en medio de todo esto?... Varado, pero

continuamente en transformación.

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Lugar a intervenir, Bodega UNAL Medellín, 2011

Notas sobre la obra Máquinas varadas.

Podría hablar de lo que deseo de la obra y de ésta como una materialidad producida, pero

en este capítulo voy hablar de lo que busco, de espacios y objetos que he encontrado, en

algunos casos caminando, en otros conversando con la gente, pidiendo permisos absurdos

para tomar una foto o interactuar con lugares que serían considerados descuidados y

ocultos.

La bodega escogida como locación para la obra se encuentra dentro de la Universidad

Nacional. Es un recinto designado como un taller de mecanización agrícola, pero lo que

hallé en este lugar está lejos de ser un taller o un lugar apto para realizar sesiones

de clase. Encontré este recinto caminando por la Universidad buscando depósitos de

cosas desechadas. Buscaba objetos inservibles, chatarra y enceres de madera para hacer

ensambles. Me fui a los bordes, al lugar de los trabajadores, a los espacios apartados

del tránsito académico y preguntando llegué a obtener las llaves de este lugar, las

cuales me permitieron entrar a una especie de recinto protegido que guardaba tesoros

inservibles (artículos que por ser de la Universidad no pueden ser descartados).

Para encontrar el lugar de exposición no buscaba un espacio para montar el trabajo,

buscaba un espacio donde mi trabajo sea una experiencia por transitar. De esta manera

el espacio de montaje se convierte en una zona de intercambios, donde todo parece estar

en pausa, como vencido por el tiempo, pero que al albergar una obra con un cierto

atisbo de vida o de sensibilidad, el lugar cambia de estado, deja su cotidianidad,

para convertirse en un lugar poético, cargado de gestos y territorios que no dejan de

configurarse, porque se fusionan el espacio y los tiempos: el tiempo de la bodega y el

de la obra.

Para entrar a la bodega hay que pasar una puerta enrollable, un umbral en el que

es posible avanzar hacia un espacio en ruinas protegido por paredes, un simulacro

preservado por ser inservible. Cuando entré sentí una especie de resistencia: La del

desorden, el abandono, el aire denso que presentan las cosas insensibles, una melancolía

del objeto que hacía eco en mí y en las experiencias antes visitadas en el taller de mi

papá y los viajes a Marmato, un silencio oscuro y polvoriento que me hacía recorrer el

espacio donde estaban estas máquinas que algún día sirvieron. Todo esto me abrumó, se

me vino encima una nueva montaña, volví a meterme en una mina, pero esta vez una mina

sin importancia: a esta no se le sacan beneficios ni riquezas, no hay oro, sino que

por el contrario se le introducen cosas, objetos que alguna vez fueron valiosos. Había

encontrado una mina contradictoria, perfecta para transformar el carácter de mis otras

minas: la de la memoria, la de Marmato, la de la tradición.

La primera interacción con este espacio fue cuando realicé la acción barrer86. En las

visitas a esta bodega sentía la necesidad de interactuar con ella, como si fuera un

libro abierto en el que yo subrayaba palabras claves. Para el trabajo final este espacio

ha ampliado las reflexiones porque se activa como un sitio arqueológico de donde salen

interpretaciones sobre lo industrial, la técnica y el hacer que, sumado a la práctica

del arte, me acerca a una arqueología irresponsable, ya que lo que ficciona, no es la

comprobación de lo que hay allí, sino las maneras en que los objetos dispuestos en el

espacio suscitan sensaciones al reflexionar sobre los intersticios que hay entre las

máquinas y el desecho.

Es por eso que no pretendo vaciar el espacio ruinoso de la bodega, por el contrario lo que

me interesa es esa resistencia que se percibe al ingresar en él, al saber que las cosas

allí dentro han perdido algo y han sido conservadas por la institución en una especie

de colección de cosas abandonadas, una Pompeya de lo industrial que deja al descubierto

la pesadumbre o la desdicha del objeto: su inutilidad, característica que es la entrada

segura a esta mina de olvido, a la cual no intento quitarle su pasado, prefiero agregarle

otro: el mío, para generar una inserción y un diálogo de lo investigado con un lugar

que pasa de ser un recinto a ser un espacio transformado en una antítesis del taller,

86 Pieza 3 de la instalación Máquinas varadas, ver pág: 32-33

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Panorámicas Interiores Bodega, 2012

conformado por dos clases de ruinas: la allí preexistente y la que es construida y

ficcionada en la obra. La fusión de estas dos crea otras temporalidades, haceres en

un cuarto oscuro donde las máquinas alguna vez sirvieron para desarrollar una tarea

determinada y hoy suspendidas en un bucle ruinoso, un coma inducido para cuestionar sus

resultados.

Es así como adentro de este espacio persiste lo oscuro, lo abandonado, lo oculto, que

al recorrerlo genera la idea del detenimiento. Se detiene el tiempo y la mirada transita

meticulosamente en un cuadro a cuadro de las funciones de los objetos convertidos en

chatarra: tractores parqueados en desnivel, estanterías, acumulaciones de repuestos de

máquinas, todos ellos detenidos en sí mismos y suspendidos en un espacio que está ausente

de la presencia humana pero que está lleno de sus huellas, las cuales son necesarias

para la sensación que busco. Sobre éstas se puede construir una intervención a manera

de nodos, un conjunto de relaciones que configuran una obra de carácter múltiple.

De esta manera, la intervención involucra lo que ya se ha hecho previamente en el

espacio. Es así como en la entrega de este proyecto de tesis no pretendo un dominio sobre

lo que las cosas presentes pueden decir, pero sí una condición de pertenencia que la

investigación y el hacer como obra toman como acto efímero de habitar un espacio desde

el arte. Un morar en el que se hacen evidentes sensaciones recogidas a lo largo de la

investigación.

Para habitar ese lugar pienso que la mejor manera de realizar el montaje de la obra es

continuar con el reconocimiento e inmersión en el espacio, desplazando, días antes de

la exposición, mi taller a esa bodega, donde se encontrarán las obras ya realizadas,

materiales, mis herramientas y pensamientos con lo que ya habita el espacio. Con esto

no pretendo hacer promesas o crear expectativas ante algo que aún no está hecho,

simplemente quiero dar cuenta de que hay un (des)hacer pendiente, y que las fronteras

de su visibilidad sobrepasan este texto, un obrar por debajo de lo preconcebido,

influenciado por todo lo que en ese lugar habita.

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Cabe aclarar que lo que haré no es una

performance o una acción para ser vista por

un público, mi intención es más discreta y

tranquila: simplemente quiero tener un momento

previo para acercarme al lugar, para dejar mi

carácter de visitante gracias a la instancia

procesual de esta etapa del trabajo. Es así

como el proceso, la experiencia insitu y la

obra estarán continuamente fusionándose o

conviviendo, para que me cuestione sobre su

tiempo: ¿Cuál es el tiempo de la obra? ¿Estas

piezas en este espacio son de hace muchos

años, o son de ayer? ¿A quién le pertenecen?

En realidad no hay respuesta porque la obra

ha jugado con el tiempo hasta disolverlo, y

las piezas y lo que está en la bodega son

de hace muchos años, pero también de ayer,

de hoy, míos y de nadie, siendo este ahora

el que permite que este proyecto no sea una

ruina, sino algo ruinoso que continuamente se

esté reconfigurando: el espacio, la imagen,

el objeto, el paisaje, la luz, el tiempo y la

experiencia.

Según lo anterior, los giros presentes en el

montaje de la obra permiten hablar del trabajo

como un todo y de la reflexión como un devenir,

lo que permite al espectador sumergirse en una

serie de reconocimientos donde puede vincular

aleatoriamente las derivas de la reflexión a

lo largo de la investigación, lo que se percibe

en una visión horizontal del problema del hacer

y la técnica, donde la obra se convierte en

nodos, que hacen de la extensión del problema

diagonales que se vinculan unas con otras.

Descripción Formal

La instalación en la bodega será abierta al público en la noche, como si pudiéramos

entrar a una montaña negra, a una mina de superficie de ladrillo pero de interior

sensible que da lugar al enigma, al enfatizar sobre lo oscuro. El espectador presenciará

la activación de un taller por fuera del horario de trabajo diurno, para dar paso a lo

inesperado con la llegada de la oscuridad: las máquinas y las acciones que pertenecen al

taller pero que se alejan de él para abarcar la presencia y transformación de un espacio

de trabajo en un entorno incógnito y azaroso.

El recorrido de la obra propone que el visitante al ingresar tenga una relación con

la etapa material: lo que está en su estado natural y es intervenido; luego con una

confrontación directa con mi pasado, seguida de un contexto nacional que es interpretado

con elementos del paisaje y de las máquinas, que a su vez son una pregunta política que

reinterpretan un contexto.

Portaplanos, Bodega Universidad Nacional, 2011

Martillo de arena, 2011