7. el arte en ayuda del signo sacramental

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7. EL ARTE EN AYUDA DEL SIGNO SACRAMENTAL

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7. EL ARTE EN AYUDA DEL SIGNO SACRAMENTAL

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7.1 RELACION BELLEZA-NATURALEZA-DIOS

La belleza “no es una mera ornamentación sobrepuesta que se añade cuando todo lo demás está hecho, sino que radica en su interior” (Romano Guardini), es decir, no es algo superficial ni advenedizo ya que se fundamenta en uno de los atributos más trascendentes del Ser, que necesariamente tiene estás dimensiones, y es a la vez uno y bello, bello y verdadero.

La belleza es el esplendor de la verdad y del bien, del orden y la armonía, es por eso que las cosas bellas agradan a la vista; Santo Tomás de Aquino decía que la belleza agrada por su unidad o integridad, por su armonía y claridad (Suma Theologica I, 39,8), y eso enardece y conquista el corazón.

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El Papa San Juan Pablo II nos dice que: “la belleza es, en cierto sentido, la expresión visible del bien, así como el bien es la condición metafísica de la belleza” (Carta a los artistas, No 3).

La belleza total y originaria, la fuente de toda hermosura es el ser mismo de Dios en la armonía y esplendor de sus atributos: “Dios mío que grande eres, Te vistes de belleza y majestad. La luz te envuelve como un manto” Sal 103.

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Uno de los nombres divinos según el Pseudo Dionisio Areopagita, es belleza, la belleza que produce toda comunión:

“Llamamos hermosura a aquel que trasciende la hermosura de todas las creaturas, porque éstas la poseen como regalo de Él, cada una según su capacidad. Cómo la luz irradia sobre todas las cosas, así esta hermosura todo lo reviste irradiándose desde el propio manantial. Hermosura que llama a las cosas a sí misma. De ahí su nombre: “Kalós” (Kalos) hermoso, es decir, que contiene en sí toda la hermosura.

En él estaba de grado eminente toda hermosura antes de que ésta existiese. Él es su fuente. Nada hay hermoso que no haya brotado de aquella simplicísima hermosura, su fuente. De esta hermosura proceden todas las cosas bellas, cada cual a su manera”.

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El libro de la sabiduría señala cómo la belleza de la creación refleja la infinita hermosura de Dios su creador, es la primera palabra con la que Dios se revela con el cántico nuevo de la primera creación.

Al crear el mundo de la nada, el Creador como poeta divino compone su sinfonía en seis días, y en cada uno de sus actos vio que era bello; además la expresión griega “Kalón” (Kalon) designa lo bello, pero también lo bueno.

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La teología oriental ve en la obra del primer día: “hágase la luz”, una auténtica primera revelación de Dios sin, palabras; esa luz no es un elemento óptico que aparecerá el cuarto día con el sol astronómico, en sentido absoluto esa luz es la revelación más conmovedora del rostro de Dios.

Esta revelación epifánica de la belleza de Dios en todas las criaturas que llevan indelebles las huellas de sus manos creadoras, llega a su cumbre en el hombre su obra maestra, hecho a su imagen y semejanza (Gn 1,26).

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La imagen y semejanza de Dios, constitutiva del ser humano, empañada y desfigurada por el pecado, fue renovada y recreada por Cristo, el Hombre nuevo, el Verbo encarnado en la pureza de la nueva creación.

“Cuando Dios el totalmente otro, se retira discretamente de su obra para dar al mundo consistencia y autonomía, este espacio de respeto quiere evitar la idolatría, pero permite el icono. Lo sensible debe simbolizar al Invisible, y debe darle gracias en una inmensa eucaristía Cósmica”

Bernardo Velado

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La belleza de Dios y la del hombre, imagen suya, pero también la de la creación entera, están dinámica e inseparablemente relacionadas entre sí.

El cosmos está vivificado por una fuerza luminosa que Dios pone como tensión hacia la trascendencia, cada una de las criaturas expresa a su modo por su propia existencia la belleza divina, y nada existe donde no se pueda descubrir una teofanía.

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7.2 NOBLE BELLEZA, NO VANA OSTENTACION

Lo rico, lo bello no se identifican, por eso no deben confundirse, el arte se valora y se mueve, más en el orden de las formas que en la materia de las obras, sea oro o hierro, mármol o ladrillo, seda o lino.

Una lamentable y frecuente confusión, arrastra a intolerables falsificaciones, mentiras y fraudes, hasta fingir una riqueza no existente, cayendo en la vanidad ostentosa y vacía.

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El criterio tantas veces repetido de “lo mejor es para Dios”, en no pocas ocasiones es un pretexto fácil para el protagonismo y la ostentación de los hombres, y el escándalo de los pobres.

La reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II, marca un acento equilibrado cuando para las iglesias más ricas, o más pobres, según las circunstancias, tiempo y lugar de las comunidades cristianas, quiere que se intente conseguir:

“más la noble belleza, que la mera suntuosidad”.

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Dimensiones y modalidades de esa noble belleza son:

• La autenticidad: que los edificios y los objetos sean de verdad lo que parecen.

• La sobriedad y sencillez: de acuerdo con el espíritu evangélico y con el gusto actual que prefiere la adecuada funcionalidad, a la complicación de otras épocas.

• La actualidad: que hable al hombre de hoy sin extremos de modernismos ni arqueologismos.

• La creatividad personal: huir de lo producido en serie.• La elegancia: sin afectación ni rigidez en la indumentaria.• La armonía del conjunto• La resplandeciente y esmerada limpieza, símbolo de la

pureza interior, e indispensable para vivir y participar en la liturgia.

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La pulcra sencillez y la autenticidad irradian siempre el esplendor de la belleza, lo mismo en los materiales ricos que en los más pobres, pero nobles y verdaderos.

Romano Guardini dice en su obra El Espíritu de la liturgia: “se nos daría, como premio y añadidura, el regalo egregio de la belleza”.

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7.3 LA VIA PULCHRITUDINIS.

“… la belleza del mundo es casi el único camino por el qué podría penetrar Dios… la belleza del mundo es la sonrisa llena de ternura que Cristo nos dirige a través de la materia”Simone Weil

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La vía de la belleza (via pulchritudinis), es un camino particularmente eficaz de la nueva evangelización, Mons. Rino Fisichella la presentaba como el mejor vehículo para comunicar la fe en una buena y bella noticia, el Evangelio.

Esta apuesta por el camino de la belleza se mantiene posteriormente en el mensaje final del Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización, y también lo dice el Papa Francisco:

“Todas las expresiones de verdadera belleza pueden ser reconocidas como un atajo que nos ayuda a encontrarnos con el Señor Jesús”

Evangelii Gaudium No 167

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Más bien debemos interpretar esto como un intento de recuperar esas categorías a partir de la belleza, ya que las tres forman parte de los atributos del Ser, porque aquello bello es percibido como verdadero y bueno a la vez, como un hecho unitario, el unum o la última característica trascendental del Ser.

Al lado de la vía de la verdad y de la vía de la moral, está también presente la vía de la belleza, para entrar en diálogo con una sociedad contemporánea, marcadamente relativista.

Aunque esto no significa que la apuesta por la via pulchritudinis, se desliga de las demás categorías trascendentales que tiene que ver, con la verdad y la bondad.

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La verdad se dirige a la inteligencia que busca la adecuación con las cosas que percibe; igualmente el bien a la voluntad, a lo que ella quiere y desea; la belleza afecta a la sensibilidad, a los dispositivos propios de la admiración, del entusiasmo y la contemplación.

La inteligencia tiene como objeto propio la verdad, la voluntad tiene como objeto propio el bien, y la sensibilidad busca su objeto propio en la belleza de las cosas.

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Si aplicamos analógicamente estos atributos a Dios, en tanto que ser absoluto, intuimos su plena verdad, su absoluta bondad y su infinita belleza.

Esto nos viene a mostrar cómo su presencia nos revela la verdad, su amor nos revela la bondad y su gloria nos revela la belleza, de ahí que, siguiendo la tradición patrística:

“la belleza es el resplandor del bien y de la verdad”.

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Para el teólogo Karl Barth, la forma es bella en tanto que muestra un contenido, y ese contenido hermoso es Dios mismo. Se trata de una forma bella en la que está la reconciliación total, es decir, la unidad entre la identidad y la no identidad, el reposo en el movimiento:

“buscar la belleza de Cristo en una Gloria del Cristo que no sea la del crucificado, es buscarla en vano”.

Si la belleza se identifica con una forma y se desliga del Ser, de Dios, tenemos la forma por la forma, es decir, vacío esteticismo. Por el contrario, si la forma no queda ensimismada, sino que se entiende como algo habitado por el Espíritu, esta queda viva y significada.

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La belleza es el sol que ilumina la moral y la verdad, y les da una forma reconocible, estimable; sin belleza, sin esa aureola, sin esta luz, todo queda confundido en la oscuridad, y entonces

¿qué queda del hombre del hombre sin forma?

Una deformación, una falsedad porque no podemos captar la forma de la bondad y la verdad, la forma de Dios, es decir, tener una mirada espiritual sobre el cotidiano que va del todo a las partes, o lo que pastoralmente se presenta como mirar con los ojos de Dios, es decir, tener los mismos sentimientos de Dios.

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La vida espiritual va conduciendo a la persona a ver la belleza, la presencia de Dios en la vida ordinaria.

Vivir en Dios es permanecer en la belleza que se puede captar a través de la creación, de manera que esa actitud se convierte en una forma de vida:

Sólo desde esta actitud contemplativa nace la acogida del Espíritu Santo.

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7.4 FUNCIONALIDAD Y SIMBOLISMO

Liturgia y arte son dos valores que, en la celebración cultual, constituyen una sola realidad.

El Papa Paulo VI decía al respecto, en su discurso a los artistas el 7 de mayo de 1967:

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“nuestro ministerio tiene necesidad de vuestra colaboración. Porque como sabéis, nuestro ministerio es predicar y hacer accesible y comprensible, y hasta conmovedor, el mundo del espíritu, de lo invisible, de la inaferrable, de Dios.

Y en esa actividad que trasvasas el mundo invisible en fórmulas accesibles e inteligibles, sois vosotros maestros… y vuestro arte es justamente arrancar al cielo del espíritu sus tesoros, y revestirlos de palabra, de colores, de formas, de accesibilidad”.

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Tal vez se ha creado un conflicto entre el arte y la liturgia:

el arte pretendió presentarse como realidad principal, subordinando a sí mismo el desarrollo de la liturgia y su correspondiente material,

con lo que la música, la coreografía, las artes decorativas, más que dar fuerza a la expresividad litúrgica, vinieron a ofuscar u oscurecer su autenticidad.

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Cada elemento de la celebración litúrgica tiene su funcionalidad propia, rica y articulada, y el arte viene a hacerse para dichos elementos como soporte de su aplicación.

Conviene pues, distinguir, en el objeto litúrgico, y por consiguiente en su mismo uso, dos aspectos de una misma función:

• lo práctico: se ordena a la acción material que con él se habrá de realizar

• lo simbólico: nace de la significación de la acción misma

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Esta simbología no puede, por tanto, aplicarse al objeto por una sobreabundante decoración; porque frecuentemente tal decoración, más que reforzar, vela y hasta hace equivoca tal simbología.

Más bien por la autenticidad y lo precioso del material empleado, por la armonía de la línea con la función práctica, por la logicidad y conveniencia en la elección de las proporciones, con relación al ambiente, es como adquirirá el objeto su oportuna elocuencia, y llegará a desempeñar notables valores artísticos globales.

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Por ejemplo, el altar, es muy importante que se manifieste en él su aspecto sacrificial y convivial, el cual no depende solo de su forma sino también de su colocación en el lugar de la asamblea litúrgica

Lo mismo pasa con un cáliz si es muy pequeño en medio de un altar enorme, difícilmente trasmitirá el mensaje de “cáliz de la nueva y eterna alianza”.

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El ambón como lugar de la proclamación de la palabra, reducirlo a un simple atril anula su elocuencia y pierde la fuerza de polo de concentración de los fieles.

La Sede es para la asamblea cristiana, signo de la presencia de aquel que es su única cabeza, signo de unidad y garantía de autenticidad de la enseñanza, pero para que cumpla su función simbólica debe estar colocado dentro de la asamblea, donde el sacerdote pueda realmente presidir.