416 - boros, ladislaus - sobre la oracion cristiana

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LADISLAUS BOROS

S O B R E

L A

O

R

A

C

I

N

C R I S T I A N A

E D I C I O N E S S I G E M E - S A L A M A N C A - 1976

Tradujo Miguel ngel Carrasco Fernndez sobre el original alemn Uber das Chistliche Befen

Cubierta: Anbal Nez

Matthias-Grnewald-Verlag Mainz, 1973 Ediciones Sigeme, 1976 Apartado 332 - Salamanca (Espaa) ISBN 84-301-0701-0 Depsito legal: S. 200-1976 Printed in Spain Imprime: Grficas Ortega, S. A. Polgono El Montalvo - Salamanca

CONTENIDO

Introduccin 1. Requisitos 2. Apertura a Dios 3. Actos fundamentales 4. La buena voluntad 5. Penitencia 6. Las postrimeras 7. 8. 9. 10. 11. Eucarista Alegra en el mundo Entrega a Dios Culminacin humana Providencia

9 13 25 40 55 70 80 96 111 124 138 147 158 159

Conclusin ndice general

INTRODUCCIN

Este escrito sobre la oracin cristiana es un esbozo. No pretende ser exhaustivo, sino presentar algunos puntos de arranque tomados de la realidad diaria. Con demasiada frecuencia se ha hecho de la doctrina de la oracin una coleccin de normas y mtodos, has reflexiones aqu apuntadas intentan ms bien resaltar la grandeva y la belleza de la oracin. Y, para empegar, same permitido afirmar algo que muchos ponen hoy en duda : la oracin es fcil. En realidad no es tanto una actividad cuanto un estado. Al orar no necesitamos propiamente esforzarnos, sino experimentar en nuestro interior la dinmica del Espritu santo. Ya el ttulo lo indica: este escrito no trata de la oracin en general, sino tan slo de la oracin cristiana. Ruego, sin embargo a mis lectores, que no saquen conclusiones indebidas de esta limitacin. De ningn modo quiero poner en duda el alto valor de la oracin no cristiana. Muy al contrario. Existen numerosas obras, muchas de ellas excelentes, que se ocupan de la oracin en general. Nuestra tarea es ms modesta y acaso por ello ms difcil. Slo intentamos una respuesta a la siguiente pregunta: en qu sentido es verdad que la oracin pertenece a la esencia de cristianismo? No utilizamos aqu la expresin oracin cristiana para designar una determinada actividad (junto a otras actividades), sino una actitud fundamental que ha de penetrar todas las ac9

dones del cristiano. En este sentido, la oracin cristiana sera un abrirse del cristiano a Dios, esto es, aquella cualidad fundamental de nuestra vida que hace que nuestra existencia sea abierta a Dios. Esto requiere una breve aclaracin; la humanidad de hoy, tal como ha ido evolucionando histricamente, ja no vive en una apertura universal a Dios, ya no sigue en aquella situacin en la que poda sentir la cercana de Dios en todas las cosas y acontecimientos, ya no va mano a mana con su creador. Se ha arrojado (dnde, cundo y cmo, no podemos analizarlo aqu con detalle) en una situacin en la que Dios ya no est presente en todos los procesos de la vida. Por ello debe el hombre romper su marco vital habitual para poder acercarse a Dios, al ms all. Pero, por otro lado, la oracin no surge nicamente como una necesidad. Es al mismo tiempo una bendicin. El cristiano abre su existencia concreta al Dios omnipresente, aunque todava oculto. Y as toma conciencia de que est expuesto a Dios en todos los rasgos de su vida. A pesar de la mencionada dificultad de abrirse a Dios en el mundo moderno, la oracin cristiana es saludable y fcil. No se trata de una imposicin pesada, sino de un suave deber. Lo mismo ocurre con la amistad y el amor: debemos luchar por ellos, y sin embargo nos vienen como un regalo. En la existencia cristiana todo ocurre como un regalo. Ella misma es un don que recibimos agradecidos. Y esta recepcin es aquella apertura del corazn de la que vamos a hablar. La existencia cristiana se encuentra siempre en la misma tensin de la oracin: es al mismo tiempo esfuerzo y regalo.. Por un lado se conquista, pero por otro se recibe. Necesitamos, por tanto, de una clarificacin de la existencia cristiana para comprender internamente por qu la oracin nos es necesaria como fundamento esencial. Por ello no quiero entrar aqu en controversias y opiniones de escuela, y tampoco voy a presentar investigaciones histricas. Los diversos apartados de este escrito royarn unas y otras, pero no son el objeto de esta exposicin. 10

Con ello estara esbozada claramente mi tarea aqu. Deseara mostrar cmo surge a partir de la oracin la existencia cristiana. A. travs del propio esfuerzo, y como don gratuito, la oracin restaura aquel estado original que Dios nos asign al principio: la cercana de Dios. No creo que sea una arrogancia acudir interiormente a Cristo y formularle el ruego que l concedi en aquel tiempo a sus discpulos: Seor, ensanos a orar (Lc 11, 1).

II

1.

Requisitos

Antes de tratar de los requisitos de la oracin cristiana debemos trazar la situacin de la oracin hoy. Pero esto no sistemticamente, sino en sntesis, mediante dos experiencias. La dificultad, mencionada en la introduccin, con que se encuentra hoy la oracin corresponde exactamente a una situacin que estamos experimentando: Dios se ha vuelto ms silencioso. No quiero decir con ello que Dios no interviene con su palabra poderosa en la confusin de nuestro tiempo. Ese no es su estilo. Pero hay una cosa que todos sabemos y que a todos nos inquieta a veces de un modo indecible: Dios lo ve todo, lo oye todo, lo sabe todo... y calla. Cunto desearan aquellas personas pacficas que, en su entrega, en la monotona de su vida, realizan innumerables obras buenas, or siquiera una vez la voz de Dios, reconociendo el bien y animando a los suyos! Pero Dios calla. Vidas torturadas claman pidiendo ayuda en la soledad que los oprime. Y con frecuencia Dios no da ninguna seal de su cercana, sino que permanece mudo. En la antigua alianza hallamos por doquier los lamentos de los que estn en la prueba: A ti clamo, Seor. T eres mi roca. No te desentiendas de m, pues de13

jndome t, vendra a ser como los que bajan al sepulcro (Sal 28, 1). O tambin: No lo ves, Seor? No calles! Dios mo, no te alejes de m! (Sal 35, 22). Los ejemplos se podran multiplicar. Y un da apareci el hijo de Dios. Y sus enemigos lo acusaron, lo condenaron y lo ejecutaron. Y Dios tambin call entonces. En la cruz, Cristo oraba con gran voz. Su grito desgarrado era una seal de angustia: Dios mo, Dios mo! Por qu me has abandonado? (Mc 15. 34). Incluso entonces call Dios. La realidad del silencio de Dios no es algo nuevo. Pero hoy parece oprimirnos ms, porque en nuestro tiempo ha llegado a un punto crtico. Hoy ms que nunca tienen los hombres que enfrentarse con este misterio. De ah nace la temerosa pregunta de nuestra incapacidad: Tiene acaso algn sentido todava la oracin, hablarle a un Dios que calla? El temor ante una supuesta ausencia de Dios, la incomprensibilidad de su silencio, que experimentamos hoy con dolor, nos hacen sentir lo que sabamos de siempre, pero que acaso no tombamos lo bastante en serio: que Dios est indeciblemente por encima de todo cuanto existe fuera de l y puede ser pensado fuera de l. A esta cuestin no voy a darle an ninguna respuesta por el momento. Espero que en el curso de estas reflexiones encuentre una aclaracin progresiva. Pero hay otro hecho que se inserta tambin en la situacin de nuestra oracin: a pesar del angustioso silencio de Dios, el cristiano recibe la invitacin de orar. Por muy abierta que est la vida del cristiano a la iglesia y al mundo, por mucho bien que haga, por muchas necesidades que alivie, por muy desinteresada que sea su entrega en este mundo, si no est abierta a Dios le falta algo esencial. Por mucho que se esfuerce el cristiano, y aunque las ventanas de su existencia estn abiertas en todas direcciones, sus acciones nunca llegan a la luz, no consiguen constancia y perfil, no pueden hacer plenamente visibles su belleza y luminosidad. Todo esto slo 14

puede prestrselo a sus acciones la luz de arriba, la entrega a un poder y a una dimensin supraterrenales. El fallo est a menudo en que el cristiano, en todo su esfuerzo, por intenso y amplio que sea, permanece en s mismo, en un espacio que, por desgracia, est cerrado precisamente para arriba, de donde no recibe ninguna luz y hacia donde no alza la mirada. En ltima instancia no se sabe muy bien de quin quiere dar testimonio, a quin quiere consagrar en el fondo su existencia. Despus de mencionar estas dos experiencias fundamentales (el silencio de Dios y la necesidad de la oracin para el cristiano), vamos a entrar en la cuestin propiamente dicha: cul es la oracin a la que Dios slo suele responder con el silencio y a la que est llamado el cristiano? Apuntar aqu slo algunos requisitos o presupuestos de la oracin cristiana. El asombro El asombro surge cuando alguien se tropieza con algo que hasta entonces no ha presenciado, que le resulta inslito, extrao y nuevo, y cuyo sentido y origen no sabe explicarse. Pero el asombro frente al hecho cristiano no es un suceso pasajero. La existencia cristiana nunca se libra del asombro, e incluso ste va creciendo en la medida que el hombre se adentra en su propia realidad cristiana. El cristiano que se avergence de que su propia existencia nunca llega a estar en clara, debera dejar de ser cristiano. Los milagros aparecen en la Biblia como signos o seales de alerta: lo que viene con ellos no es continuacin de lo que antes precedi, sino principio de un nuevo acontecimiento. ste estado de alerta es precisamente el que debera sentir el cristiano frente a su propia existencia. Pero los milagros son tambin al mismo tiempo sucesos de ayuda y consuelo. En ellos siempre tiene lu15

gar una radical transformacin salvadora del curso amenazador de las cosas. Y los milagros tambin son siempre promesa y anuncio de un mundo redimido, en el que ya no habr sufrimiento, dolor ni muerte. Pero lo ms decisivamente nuevo, el milagro de todos los milagros, es Cristo mismo, cuyo encuentro y llamada no cesa de experimentar el cristiano. Aquellos a quienes les es dado asombrarse ante Cristo se convierten en algo nuevo, desconocido. Cmo podra ser nunca su existencia algo corriente y familiar para ellos? Ser cristiano es siempre, por consiguiente, algo sorprendente, algo ante lo cual ha de inclinarse el hombre con asombro. El inters La existencia cristiana no puede quedarse, de ninguna forma, en el mero asombro o en una simple admiracin. Dios, al suscitar del modo descrito el asombro y al hacer del cristiano un hombre sorprendido, al mismo tiempo lo reclama, hace de l un hombre interesado por Dios. Con el asombro, el cristiano se introduce a Dios. Dios lo invade, lo toca, lo toma. Ya no hay vuelta atrs. Yo, en cuanto individuo concreto, con este carcter, con mi corazn a veces obstinado o asustado, en mi situacin histrica, soy llamado personalmente por mi Dios. La existencia cristiana es, en primer lugar, la propia vida personal del individuo cristiano. Se trata de su llamada, de su eleccin y santificacin, de su alegra y su dolor, se trata del hecho nico de su corta vida y de su muerte. Ser cristiano afecta a todo el hombre. Pero el ser cristiano no slo exige el inters del cristiano por su propia vida privada, sino adems por la cristiandad. Le afecta el juicio que hace Dios de la comunidad de los cristianos, como tambin le estimula la promesa que Dios ha hecho a esta comunidad. Todo cuanto ocurre o deja de ocurrir en la vida del pueblo de Dios, sea 16

bueno o malo, le concierne, en cuanto cristiano, directamente y le afecta como cosa propia. Y finalmente: toda la historia moderna del mundo es un tiempo de gracia de nuestro Dios. Y aunque todos los hombres se desentiendan del destino de la humanidad actual (de esta humanidad que existe hoy, europeos y africanos, americanos y asiticos, creyentes y ateos, comunistas y anticomunistas), el cristiano no puede hacerlo, pues a l le ha tocado poder y deber entregarse a Dios ntegramente. Y este Dios dice s a todo el gnero humano. El cristiano existe inmerso en el mundo actual, interpelado por l y preocupado por l. Oyndolo, sintieron compungirse sus corazones, y dijeron a Pedro y a los dems apstoles: qu es lo que debemos hacer, hermanos? (Hech 2, 37). El compromiso La actitud interior de asombro e inters da lugar en el cristiano a una esfera existencial de desafo. Es algo muy hermoso ser llamados as por Dios, pero tambin supone un compromiso muy estricto y casi temible. Es verdad que en la revelacin existen tambin verdades perifricas que no constituyen tal compromiso para un cristiano, aunque tampoco carecen de su valor especfico. Pero lo que obliga incondicionadamente a un cristiano es la plenitud de Dios y su llamada. El cristiano debera congregar su existencia en torno al centro de la fe, y juzgarlo todo a partir de ah. De ah que, por un lado, no le est permitido prescindir de nirgn punto de la periferia, y, por otro lado, tampoco deba constituirse a s mismo en un segundo centro, ni concentrar en los detalles su ansia de devocin. Tan slo Cristo es el centro unificador de nuestra fe, y el que no recoge con l, desparrama. Llamarse cristiano en el sentido ms esencial de la palabra 17

supone realizar ambas cosas en la vida: respetarlo todo, por secundario que parezca, y al mismo tiempo slo comprometerse con el nico centro, Cristo. Todo lo dems es, a lo sumo, simple devocin (quizs bienintencionada), pero no tiene nada que ver con el ncleo del cristianismo. Slo en este equilibrio que resulta de una fe vivida, y a veces tambin sufrida, con honradez, puede y debe el cristiano ser un hombre feliz. Es un hombre satisfecho, en el sentido bsico del trmino: ha encontrado su satisfaccin. Sabe de qu se trata en la vida, qu importa en ltimo trmino. Se sabe a merced de Dios, refugiado en su misericordia, escogido por l para una eterna alabanza en una felicidad sin fin. Por ello, si no en la superficie, al menos en su ntimo ser es siempre un hombre satisfecho, y un hombre que irradia satisfaccin en el mundo.

La soledad En el mundo, un cristiano vive como un solitario, y no slo por la fuerza de las circunstancias, sino esencialmente. Y no siempre es cosa fcil sobrellevar con dignidad y alegra este aislamiento. Ser cristiano no es desde luego ser hurao, pero en el fondo es algo crtico, y un revolucionario. El que se entrega a ser cristiano debe contar con que se encontrar en medio de una minora. Esta soledad hay que soportarla con la mayor ecuanimidad, sin dar pie al desaliento ni al despecho. Es probable que un cristiano, precisamente por vivir como cristiano, apenas ser popular nunca, sobre todo entre los llamados hijos del mundo y tambin entre los devotos. El que se decide a ser cristiano, si lo hace en serio, debe llevar la soledad con tranquilidad y comprensin. Pablo aludi claramente a ello. En el segundo captulo de su primera carta a los corintios explica lo que sig18

nifica llevar en nosotros el pensamiento de Cristo, haber recibido el espritu de Dios. Este hombre espiritual, el cristiano, es un misterio. El mundo no lo comprende. Lo cual no significa que sea superior, ms inteligente, ms independiente. Pero s es capaz de juzgar al mundo, porque est enraizado en la libertad de Cristo, y ello le da un distanciamiento del mundo que ningn otro puede conseguir en el mundo, ni siquiera los ms dotados. Y precisamente por este estar enraizado en Cristo, el cristiano es y ser siempre un solitario. La duda Esta quinta condicin de la oracin cristiana es tanto ms amenazadora cuanto que no viene de fuera, sino que se desarrolla en nuestro interior. No debera haber ningn cristiano, sea joven o viejo, fiel o menos fiel, probado o an no probado, que dude que l mismo es, no importa por qu motivos o hasta qu punto, un escptico, uno que nunca deja ni dejar nunca de dudar. Antes podra poner en duda que l es un pobre pecador. Pero el cristiano no ha de desesperar a la vista de sus dudas, por radicales que sean. Sobre todo porque, en el plan salvfico de Dios, su duda forma parte de la fe, e incluso es condicin de posibilidad de la fe. La fe genuina slo puede aparecer como duda superada. La oracin del cristiano ha de ser siempre el humilde: creo, ayuda a mi incredulidad (Mc 9, 24). Por ello, el cristiano no debe asustarse ante las dudas de fe, y sobre todo no tomarlas como atesmo. Pertenecen por esencia al proceso de maduracin de la existencia cristiana.

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La tentacion Toda existencia cristiana est continuamente puesta a prueba, para revelar si est construida con oro, plata y piedras preciosas o madera, heno y paja (1 Cor 3, 12). Lo peor sera que no se diera cuenta, o que olvidara una y otra vez, que es una empresa amenazada, en constante peligro. Karl Barth aplic una vez a los telogos el clebre pasaje del libro de Amos (captulo 5) de la siguiente Forma: Odio y aborrezco vuestras conferencias y seminarios, vuestras prdicas, disertaciones y estudios bblicos, y no me complazco en vuestros coloquios, congresos y asambleas. Y si me ofrecis vuestros conocimientos hermenuticos, dogmticos, ticos y pastorales, no los recibir ni pondr mis ojos en vuestras cebadas vctimas. Lejos de m la gritera que organizis, vosotros los viejos con vuestras gruesos libros, y vosotros los jvenes con vuestras discusiones. No prestar odos a las reseas que publicis en vuestros peridicos, revistas y gacetas. Pero esto vale tambin para toda la existencia cristiana, con las debidas modificaciones. Lo ms terrible sera que el cristiano no se diera cuenta, e incluso no pareciera sospechar, que su propia existencia est puesta a prueba por Dios, sin ninguna excepcin. El cristiano slo puede tener a Dios a su favor si est dispuesto a tenerlo tambin en contra. La ms difcil tentacin de la existencia cristiana hay que buscarla quizs en el mbito del segundo y tercer mandamientos. Al parecer no es posible librarnos del culto de nuestras ideas y de la profanacin del nombre de Dios. El cristiano cae una y otra vez en la tentacin prometeica de elevar sus conceptos, sus esquemas y modos de hablar hasta el trono de Dios, hasta llegar a endiosarlos. Semejante tentativa da lugar, necesariamente, a una identificacin entre el verdadero Dios y aquello 20

que los cristianos imaginan poder afirmar sobre l. Pero Dios no puede permitir esta confusin y slo puede estar en contra de quienes caen en ese supuesto cristianismo. Otra tentacin, bastante sutil, que parece acometer precisamente a los cristianos ms destacados es la tergiversacin. No es deprimente comprobar cmo hasta los mayores y ms reconocidos telogos, incluso un Atanasio, o Agustn, o Toms de Aquino, un Lutero, Calvino o Zwinglio, han dejado tras s, junto a aportaciones de positivo valor, tambin rastros verdaderamente funestos? Esa es una amenaza bajo la que se encuentra siempre el cristianismo. Y ningn cristiano podra vivir sin la misericordia de Dios. La esperanza No quiero atenuar las palabras precedentes, ni retirar nada de ellas. Muy al contrario. Las reitero, y aun afirmo: la base de la existencia de la oracin es el a pesar de todo de la esperanza. Ser cristiano significa proyectarse hacia un futuro que va a paso muy lento, y que se llama simplemente cielo. Cuanto de soledad, de duda y de tentacin ha de soportar el cristiano, sabr sobrellevarlo con valor, movido por los signos de la esperanza y por la alegra del Espritu santo, con una actitud que finalmente har saltar aquella cascara superficial. En la teologa medieval, alacritas, hilaritas y laetitia spiritualis (alegra, jovialidad y gozo espiritual) eran notas esenciales de la existencia cristiana. Sin embargo, el cristianismo debe recordar siempre que su jbilo interior es el misterio del don de Dios realizado en el Glgota: la redencin del hombre del pecado, la creacin de un hombre nuevo, liberado, respondiendo a la fidelidad de Dios con igual fidelidad y viviendo en paz con Dios y para su gloria. As, y slo 21

as, puede el cristiano levantar tambin la cabeza ante Cristo. Si hemos muerto con Cristo, tenemos confianza en que viviremos tambin con l (Rom 6, 8). El juicio se cumpli ya sobre Cristo, al superar l la soledad y la tentacin, que nunca cayeron de modo tan radical sobre ningn otro antes o despus de l. Y l lo ha transformado todo en gracia, que es siempre promesa, revelacin de la esperanza. El silencio Todos estamos de algn modo atados. Ninguno de nosotros es del todo dctil y flexible en las manos de Dios. Por ello debemos implorarle: Seor, no pases de largo, no te vayas hasta que me haya dado cuenta de tu llegada. Seor, no dejes de llamar a mi puerta, golpea una y otra vez hasta que te abra. Esa es la actitud de un hombre dispuesto. Todo su ser es un s a Dios, en silencio. Los hombres ms fecundos y arrebatadores son siempre los ms callados, aquellos que han aprendido a escuchar a Dios. A lo ms ntimo de la existencia cristiana no se llega cuando se habla, sino slo cuando se calla. Cuando el hombre se recoge, cuando su corazn se abre y se manifiesta en l la presencia del Espritu. Pero este estar callado hay que aprenderlo. Debemos alzarnos contra el interminable parloteo que se extiende por el mundo. Pero el ruido exterior slo es una cara del problema, y quiz ni siquiera sea la peor. La otra cara es la agitacin interior: el revuelo de los pensamientos, el torbellino de los sentidos, los temores y deseos. Una vida bien ordenada ha de incluir el ejercicio de aprender a callar. Hay que empezar por cerrar la boca siempre que lo requieran el deber profesional, la confianza de otras personas o el respeto a las vidas ajenas. Pero eso slo es el comienzo: deberamos acostumbrarnos a callar incluso 22

cuando podramos hablar, esforzarnos en superar las ganas de hablar. Cuntas cosas superficiales decimos a lo largo del da, y cuntas tonteras! Debemos comprender que el silencio es bello, que no es algo vaco, sino fecundo y autntico. Pero eso an no lo es todo. El silencio exterior no basta. Debemos adquirir el silencio interior, la callada atencin ante una cuestin importante, ante una tarea seria, ante el pensamiento de una persona allegada. As descubriremos que existe un mundo interior en el hombre y que es posible profundizar cada vez ms en l. Y finalmente, el silencio ante Dios. Ante l, que lo supera todo, que rebasa toda capacidad de nuestra mente y de nuestro sentir, todas las ideas enmudecen. El Seor est en su santo templo. Calle ante l toda la tierra, nos exhorta el profeta (Hab 2, 20). Silencio ante Yahv, el Seor. Pues est cerca el da de Yahv (Sof 1, 7). Oidme, islas, en silencio. Renovad, oh pueblos! vuestras fuerzas (Is 41, 1). Calle toda carne ante Yahv, que se ha alzado de su santa morada (Zac 2, 17). As anunciaban los profetas la venida del redentor. Y cuando por fin apareci Cristo, ocurri en medio de la noche, en silencio, ante la adoracin de los pastores. Tambin la prometida eternidad ha de estar llena de un eterno descanso (Heb 3, 7-4, 11), que desde luego no hemos de tomar como inactividad, sino posesin de la plenitud y gozo en silencio. An se podran decir ms cosas, algunas importantes, sobre al silencio en cuanto acto de oracin especial. Pero aqu nos toca esbozar los rasgos de actitud interior que son necesarios para que surja la oracin expresa. As queda resumido el fundamento de existencia cristiana del que nace la oracin: nuestra oracin cristiana es suscitada por el asombro y el inters; trae consigo el compromiso y la soledad; ha de arrostrar la duda y la tentacin; pero en ella brilla siempre la esperanza y el silencio. 23

Estas llamadas condiciones de posibilidad de la oracin cristiana se dan en toda oracin que se realice al modo cristiano, aunque en la oracin concreta unas veces sobresale uno de los requisitos, y otras veces otro, presentndose todos con diversos matices a la conciencia de cada cristiano que ora. Una cosa al menos ha de quedar clara: la estructura de nuestra existencia est circundada por el misterio. No por la oscuridad, sino por una luz cuyo resplandor ciega nuestros ojos y hace enmudecer nuestra boca. En este sentido se podran analizar dos sentencias de Toms de Aquino aplicndolas a la oracin, pero no me detendr en comentarlas, sino que las propondr simplemente a una callada consideracin: El escaln ms elevado de toda la creacin lo ocupa el alma humana. Hacia ella tiende la materia como hacia su forma. El hombre es la meta de toda la creacin (Summa contra gentes, 3, 22)... Dios es venerado mediante el silencio. No porque no tengamos nada que saber o decir sobre l, sino porque sabemos que somos impotentes para comprenderlo (De Trinitate 2, 1 ad 6).

24

2.

Apertura

a

Dios

Hemos intentado caracterizar la oracin cristiana como una apertura del cristiano a Dios, como aquella cualidad fundamental que hace que nuestra existencia est abierta a Dios en todas sus dimensiones. Pero qu significa este yo del que hablamos? Seamos plenamente sinceros aqu, especialmente al comienzo de nuestras reflexiones sobre la oracin. En lo profundo de este yo que quisiera estar abierto a Dios, dominan en primer lugar los impulsos, el ansia de poder, el deseo de estima, la sed de placer, el miedo, la frustracin. El hombre, en sus ms hondos niveles, slo parece ser a veces un caos evidente, en el que l mismo slo sera ltimamente el punto de interseccin de oscuras tendencias. Sabe el hombre de hoy sobre s mismo otra cosa sino que su propia existencia es un interrogante, una incgnita que quiz no tiene aclaracin? Esto y muchas cosas ms se podran decir cuando nos ponemos a hablar de los tenebrosos misterios de nuestra alma. Hasta qu punto es semejante existencia capaz de la oracin? Para este hombre, y para ningn otro, tiene valor la advertencia del Seor: debis orar siempre y no desfallecer jams (Lc 18, 1), que Pablo nos ha transmitido como: orad sin cesar (1 Tes 5, 17). 25

La oracin originaria La base de toda oracin concreta es la presencia del Espritu santo en el alma humana. En la carta a los Romanos, Pablo dice que el Espritu santo ora incesantemente en nuestro interior con palabras inenarrables (cf. Rom 8, 26-27; 8, 15-18; Gal 4, 6; Cor 3, 16; 2, 10-13; Rom 5, 5). Por ello se puede y se debe decir que nuestra propia existencia ora sin parar. Toda oracin concreta, toda apertura a Dios, es tan slo una manifestacin articulada de esta oracin originaria. Y por ello es infinitamente valiosa y fecunda toda oracin. Incluso nuestro torpe balbuceo, nuestro esfuerzo desmoralizado por las dificultades. El Espritu santo es la comunidad personal con Dios, o, expresado en trminos humanos, su eterno dilogo consigo mismo. Este dilogo de Dios es, en el estado de gracia santificante, la realidad ms real de nuestro ser. El ser cristiano es un ser orante por esencia. A menudo slo nos damos cuenta de que esta oracin originaria est realmente viva en nosotros gracias a la inquietud del corazn, que nos impulsa continuamente hacia Dios. Con frecuencia opera en nosotros un sentimiento de insatisfacin, de descontento y decepcin ante lo ya alcanzado. Entre Dios y nosotros slo se alza una delgada pared. Y en ocasiones se rompe: de repente est Dios ah, se acerca a nosotros y desaparece de nuevo. Como Cristo resucitado en el camino de Emas. En la realidad de la que vengo hablando, faltan a menudo el pensamiento y el sentimiento expresos. Y cuando se dejan sentir, tales experiencias pertenecen claramente al terreno de la mstica. En mi opinin, la mstica tiene lugar en toda existencia cristiana vivida con seriedad. Lo que quiero decir con ello es: la forma mstica de la oracin es, esencialmente, una consecuencia de la vida cristiana. Es cierto que esto no trae consigo necesariamente la conciencia expresa de que se es un mstico, 26

pero, en el sentido apuntado, que desarrollaremos al final de este apartado, en todo cristiano est viva una gracia, que puede, y an debe, hacerse operante en cada fase de desarrollo de la oracin originaria. Teresa de Avila escribi, a propsito de esto, en su Camino de perfeccin: Conozco a muchas personas que rezan en voz alta y a quienes Dios ha elevado a una alta contemplacin, sin que ellas sepan cmo. Conozco a alguien que nunca ha orado de otro modo. Y cuando no rezaba oralmente, su espritu divagaba de tal forma que era un tormento. Ojal todos tuviramos una oracin interior tan perfecta como la oracin vocal de este hombre! El mismo estaba desesperado un da porque no era capaz de rezar en silencio. Le ped que recitara una oracin, y me di cuenta de que, mientras pronunciaba el padrenuestro, haba llegado a una oracin puramente contemplativa.

La oracin esencial El segundo paso, que podramos llamar la oracin esencial, no es otra cosa que la conciencia de la oracin originaria, el darse cuenta del Espritu santo que habla en nosotros. Es un abrirse en silencio a su presencia activa. Se podra practicar esta oracin varias veces al da detenindose durante un momento; no hay que decir nada, simplemente hacer descansar la mirada en Dios. Se trata slo de que el hombre est ante Dios: es un saberse cobijado en su presencia, una adoracin jubilosa en la proximidad de Dios. Se escucha manar la fuente de la que brota toda vida. Y es tambin ya una visin proftica de lo que habr de ser algn da. Este breve detenerse y abrirse en silencio a Dios debera constituir el ejercicio inicial de toda oracin. Habr de realizarse sin esfuerzo, y en las ms diversas circunstancias de la vida diaria: en el trabajo, en el estudio, en el descanso, al viajar, al divertirse, hasta en los momen27

tos ms cotidianos y triviales. Dios est simplemente all, como la luz que ilumina los objetos, como el aire que respiramos. Y notaremos de repente que ya no necesitamos ninguna otra introduccin a la oracin, sino que hemos entrado en oracin real de un modo fcil y natural. Adems, incluso los hechos ms banales de nuestra vida diaria pueden ser transformados en una oracin as. Karl Rahner trat en sus meditaciones teolgicas sobre las cosas cotidianas y sobre los misterios que se encierran en el simple transcurso de la vida diaria: al trabajar, al andar, al estar sentado, al mirar, al rer, al comer, al dormir. Con ello ha abierto de nuevo un antiguo tema de la teologa, adaptndolo a las circunstancias modernas. Al final habla de la experiencia de la gracia en la vida diaria: Nos hemos callado alguna vez cuando se nos ha tratado mal y queramos defendernos? hemos perdonado alguna vez a pesar de que no ganaramos nada con ello y de que se tomara nuestro silencio como una cosa lgica? hemos escuchado alguna vez, no porque no tuviramos ms remedio y para no ser desagradables, sino por amor a aquel ser misterioso, silencioso e inefable que llamamos Dios? nos hemos sacrificado alguna vez, sin recibir las gracias, el reconocimiento, y ni siquiera el sentimiento de satisfaccin interna? estuvimos alguna vez tranquilos estando solos ? nos hemos decidido alguna vez a algo obedeciendo puramente al estmulo de la conciencia, cuando nadie poda saberlo ni podamos decrselo a nadie, cuando estbamos totalmente solos y sabamos que tombamos una decisin que ningn otro poda tomar por nosotros, y de la que tendramos que responder para siempre? hemos intentado amar a Dios en los momentos en que no nos impulsaba ninguna ola de entusiasmo, en los momentos en que no podamos confundir con Dios nuestro estado de nimo? hemos intentado amar a Dios cuando ese amor se nos presentaba como la muerte y la abnegacin ms absoluta, cuando uno crea estar al parecer en el vaco y en un mundo completamente extrao, cuando el amor a Dios nos pareca un salto mortal en el vaco, cuando todo se nos presentaba incomprensible y sin sentido? hemos cumplido alguna vez una obligacin cuando al parecer slo podamos hacerlo con un terrible sentimien28

to de estar negndonos y borrndonos a nosotros mismos, cuando ello supona al parecer realizar una solemne tontera que nadie nos la iba a agradecer? fuimos alguna vez buenos con alguien cuando no esperbamos ningn eco de agradecimiento y comprensin, y tampoco sentamos la satisfaccin de haber sido generosos, considerados, etc?... Busquemos la experiencia de la gracia en la reflexin sobre nuestra propia vida! El que considera su vida diaria en el marco de la eternidad, que llevamos ya con nosotros, notar enseguida que incluso las cosas pequeas son mensajeros de la eternidad y tienen una indecible profundidad. Cuando realizamos esa experiencia, como dice Karl Rahner sin cesar, ya hemos experimentado de hecho lo sobrenatural y ya est actuando en nosotros el Espritu santo. An hoy, acaso ms que nunca, tiene valor el intento de Romano Guardini por considerar los smbolos sagrados como formacin litrgica. El camino de la vida litrgica no discurre por la mera teora, sino ante todo por la accin. Accin es algo elemental, algo en lo cual se manifiesta el hombre entero. Ha de ser una realidad viva, un experimentar, coger y contemplar. Guardini reflexion, en breves anlisis, sobre los misterios que se esconden en los smbolos ms sencillos de la liturgia: en el signo de la cruz, en la mano, en el cirio, en la llama, en el cliz, en las campanas y en otros ms. Recomiendo ese breve estudio, a pesar de su carcter incompleto, pues la idea sigue teniendo valor y porque no encuentro en la literatura litrgica que ha aparecido hasta ahora nada que interprete y exponga mejor los smbolos sagrados. Para completar esto, o mejor, para aclararlo, quiero presentar la leyenda del danzarn de nuestra Seora, de la coleccin de relatos devotos del siglo xiii titulada Vida de los padres. Narrar brevemente la leyenda: Un juglar haba estado recorriendo el mundo durante muchos aos, yendo de un lado para otro, sin poder ha29

llar sosiego, de modo que al final todo cuanto encontraba le dejaba insatisfecho. Entonces decidi abandonar la vida del siglo y acudi al monasterio que lleva el nombre de Claraval. All lo recibi amablemente el abad y lo acept en la comunidad de los hermanos. Al poco tiempo de estar en este lugar, ech de ver que no tena ninguna habilidad que pudiera ejercer all. No haba aprendido a leer, no saba cantar el padrenuestro, o el credo o las oraciones del coro. Y en el monasterio no poda aprovechar sus artes como danzarn y prestidigitador. Pero un da que estaba muy apenado, mientras los frailes estaban cantando en el coro, se puso ante una imagen de la virgen y, postrndose humildemente, dijo: Noble Seora, entrego a tu servicio mi cuerpo y mi alma. No desprecies lo nico que s hacer. No soy capaz de honrarte con himnos y cnticos como los hermanos. Por eso har como los corderitos que brincan ante su madre. Oh dulce Seora! Baja tus ojos a tu siervo. Y entonces empez su representacin, con giles y graciosos saltos, a la derecha y a la izquierda, ya a lo alto ya a lo largo. As sirvi el juglar a Mara da tras da, y esto colm de tal forma su corazn que no pensaba ni deseaba otra cosa. El slo tema que se descubriera su secreto, pues entonces crea que lo echaran del monasterio. Una vez vino el abad con un fraile a la cripta donde brincaba el juglar y, vindolo, se ocultaron cerca del altar para observarlo sin ser vistos. Contemplaron las evoluciones, saltos e inclinaciones que haca ante la imagen de la virgen, hasta que sus miembros ya no le obedecan y caa agotado al suelo. Pero mientras yaca as en tierra notaron cmo desde la bveda descenda una figura maravillosa. Era tan bella como nunca persona alguna pudo imaginar. La acompaaban un squito de ngeles y arcngeles, que bajaban a aliviar y confortar al juglar, en tanto que ella lo bendeca, y se volva una y otra vez hacia l, cuando ya se marchaba, con amable semblante. 30

Esto lo presenciaron el abad y el otro fraile muchas veces, y sus corazones se llenaron de alegra ante semejante milagro. Pero el juglar se iba agotando con ello de tal forma que al cabo de algunos aos perdi la fuerza de sus miembros y finalmente hubo de recluirse en el lecho para morir. Mas cuando su alma se separ del cuerpo, la recibi nuestra Seora en sus brazos. Los ngeles la alzaron junto con el alma del juglar, a la vista de todos los frailes, y la llevaron al cielo. Los frailes dieron sepultura al cuerpo con grandes honores en el claustro del monasterio. Y su tumba fue venerada durante mucho tiempo como un lugar sagrado. Esta leyenda nos ensea mucho ms sobre la oracin esencial que las ms brillantes disquisiciones. Lo que cuenta verdadera y realmente en la oracin no son las palabras, ni las formas y mtodos de hacerla, sino la entrega y pureza de corazn. Entonces, cualquiera accin, incluso la danza, se puede convertir en oracin. La oracin vocal En la siguiente etapa, la presencia callada ante Dios se desarrolla en un hablar sencillo, en la oracin vocal. Con ello se robustecen nuestras emociones interiores. Pero una cosa hay que observar: lo dicho es siempre ms pobre y ms rido que lo sentido. Al avanzar desde la oracin esencial hacia la vocal, comprobamos que las palabras son insuficientes e inferiores. Acaso la expresin ms bella de oracin oral sea la frmula que hallamos en los Relatos de un peregrino ruso: Seor Jess, compadcete de m. Esta forma de oracin es tan simple que aun el peor orante puede cultivarla, pero al mismo tiempo es tan profunda que puede conducirnos hasta las cimas de la vida contemplativa. Lo mismo se puede decir del rezo del rosario. Pero contra l existe un cierto prejuicio entre muchos cristianos 31

de hoy. En mi opinin, esta aversin se debe a un malentendido. El elemento material tan slo proporciona un espacio sagrado en el que se entra para orar. Las palabras del avemaria, repetidas una y otra vez hacen que nos detengamos y que nuestras fuerzas espirituales queden libres para poder contemplar la figura y la vida de Jess. Es muy posible llegar desde el simple rosario hasta una verdadera contemplacin. Pero no deberan considerarse siempre los mismos misterios, ya preestablecidos, al rezar el rosario. Con frecuencia es muy til que uno mismo formule para s los misterios de la vida de Jess, tan abundante en material. Por ejemplo: T que le devolviste a una pobre viuda de Naim su hijo nico..., t que tanto gustabas de estar con tus amigos..., t que en las bodas de Cana sacaste vino del agua..., y otros muchos ms posibles. Pero no es indispensable que sean precisamente oraciones lo que pronunciemos oralmente para abrirnos a la presencia de Dios. Tambin pueden servir, por ejemplo, textos de la sagrada Escritura, como el Magnficat de Mara, la oracin de Zacaras o la del anciano Simen. Igualmente se pueden usar otros textos bblicos para la oracin oral, tales como la resurreccin del amigo de Jess, Lzaro, el prlogo del evangelio de Juan, o cualquier otro pasaje que haya conmovido especialmente nuestro espritu. Tambin son tiles los escritos y oraciones de personas especialmente dotadas, que se pueden hallar fcilmente en diversas colecciones. Ah encontraremos grandes tesoros espirituales, que, ya que vivimos en la comunin de los santos, podemos apropiarnos y asimilarlos con gran provecho. Pero por encima de todas las otras oraciones vocales est aqulla que el mismo Jess nos ense, el padrenuestro. Debemos esforzarnos en pronunciar lentamente la oracin vocal. Hasta la ms simple oracin se carga de 32

sentido si hacemos una pausa tras cada palabra o despus de cada pensamiento, para dejar que el texto acte sobre nosotros. Este ejercicio de la oracin vocal reposada nos conduce por s mismo al cuarto estadio de la oracin: la meditacin. La oracin de meditacin Esta forma de oracin, como tambin todas las otras formas, es una actividad del todo personal. Es cierto que hay determinados estilos y mtodos de meditacin, pero cada persona debe escoger el que le resulte ms adecuado. Lo esencial es para m lo siguiente: en la meditacin se recoge el hombre sobre su centro interior dejando de lado la vida exterior con todas sus preocupaciones y futilidades. Ms all de todos los sistemas, escuelas y opiniones, el hombre descubre de nuevo el sentido de la vida, recoge el interior de las cosas y se siente unido a ellas. Incluso en lo imperceptible encuentra un misterio, y se fija en las cosas ms pequeas. Adivina que todo lo conseguido y alcanzado carece, en el fondo, de importancia. Slo lo nico y necesario cuenta realmente. Pero hay que notar que la apertura interior al absoluto se realiza en una existencia abierta interiormente, de ah que el asombro, la duda y la tentacin sean tambin elementos esenciales de la meditacin. Tambin el hombre que medita ve consumarse su vida en la inseguridad. Toda la multitud de cosas se reduce finalmente a una correcta meditacin sobre nuestra actitud para con Cristo. Pienso que va descaminada una meditacin en la que no se dirige uno nunca familiarmente a Cristo. Pero cuando esto ltimo se ha conseguido hay que callar: estamos por fin con el Seor. La finalidad de la meditacin es desarrollar, segn las propias fuerzas interiores, lo contenido ya en las eta333

pas anteriores de la oracin, y llenar de Dios la existencia. La meditacin produce una completa transformacin del pensamiento, de la voluntad, del modo de valorar las cosas, y de los sentimientos. En ella nace la conciencia cristiana. Pero preguntmonos ahora en concreto: cmo debemos meditar? De los distintos tipos de meditacin expuestos por las diversas escuelas de oracin, analizar aqu una forma fundamental que es comn a todos. a) Preparacin Es quizs lo ms importante en la meditacin. Si es posible, se debe meditar por la maana. Ya s muy bien que la meditacin de la maana es mucho ms difcil que la de la tarde. Nuestro ser no est an en forma, y nos encontramos pesados y torpes. Pero estos inconvenientes estn de sobra compensados, si se los compara con los de la meditacin de la tarde. Por la tarde, los pensamientos corren como por s mismos, y se siente una facilidad engaosa: creemos haber llegado al fondo cuando, con frecuencia, slo hemos experimentado el juego armnico de las ideas y los sentimientos. La indigencia interior de la oracin matutina, hecha con perseverancia y fidelidad, se transforma en una mayor profundidad de la oracin: en ella aprendemos la sencillez, la perseverancia, la concentracin en lo esencial. Pero la preparacin de la meditacin conviene hacerla por la tarde. Se escoge un texto adecuado y se ordena la materia, fijndola en unos puntos. Lo mismo puede ser un suceso de la vida de Jess, que un dicho suyo, o incluso un discurso, o algo de las epstolas de los apstoles. Inmediatamente antes de dormirse, se repasa mentalmente la materia preparada. Sin hacer esfuerzo, de otro modo no conse34

guiramos dormirnos, sino suavemente y por encima. Entramos en el sueo con el hecho o la verdad sagrados en la mente, y as las fuerzas e imgenes inconscientes del alma se congregan en torno a lo sagrado. Aunque bien puede ocurrir lo que describe Charles Pguy en El misterio de los santos inocentes: que revolvamos los puntos de la meditacin. Al dormirnos somos todos como nios: Nada hay tan bello, dice Dios, como un nio cuando se duerme. Yo os lo digo, nada hay tan bello en el mundo. Y eso que he visto muchas cosas bellas. Yo me entiendo. No conozco nada ms hermoso en el mundo que un pequeo al dormirse en la cama sonriendo a los ngeles mientras viene el sueo. Todo lo revuelve y ya no entiende nada. E invierte las palabras del padrenuestro, unas en lugar de otras, confundindolas con las del avemaria, mientras que un velo se extiende sobre sus prpados, el velo de la noche sobre su mirada y sobre su voz. Yo he visto los mayores santos, dice Dios. Pues bien, yo os digo que nunca he visto nada tan agradable y no conozco nada ms bello en el mundo... Y este es un punto en el que tambin la madre de Dios es enteramente de mi opinin. Y puedo decir que es el nico punto en que ambos tenemos la misma opinin. Porque la mayora de las veces somos de distinta opinin, pues ella siempre est en favor de la misericordia y yo me veo obligado a defender la justicia. En consecuencia: se debe llevar la materia de la meditacin en la mente hasta que venga el sueo, para que siga actuando en ella latentemente. A la maana siguiente viene la meditacin propiamente dicha. A ser posible, hay que realizarla en completa tranquilidad, y antes de cualquier otra actividad. Ignacio de Loyola opinaba que un cuarto de hora de meditacin al da sera suficiente para un cristiano serio. Lo importante es que la duracin de la meditacin est fijada de antemano. No debemos acortarla en tiempos de vaco interior, y tampoco alargarla en pocas de exaltacin interior. Como cristianos, debemos ser libres en nuestra oracin y no dejarnos influenciar por los caprichos del momento presente. 35

Los cuatro puntos siguientes son comunes a todos los tipos de meditacin. b) Recogimiento ante Dios

Todo el hombre, tanto exterior como interiormente, se coloca en un lugar en que pueda suprimir realmente el ruido exterior e intentar hacerse presente a Dios. Este recogimiento hace posible que nada ni nadie se interponga ya entre el hombre y Dios. No importa que este momento de recogimiento deba prolongarse y quizs incluso ocupar la mayor parte del tiempo de la meditacin. Este ser tambin una magnifica meditacin. c) Introduccin Una vez realizado este recogimiento interior, podemos empezar leyendo todo el texto, procurando representrnoslo lo ms vivamente posible, si se trata de un hecho. Debemos imaginrnoslo todo como si realmente hubiramos estado all. A continuacin reflexionamos sobre lo ledo, considerando los motivos, buscando el por qu y el para qu, y tratamos de compararlos con nuestros propios motivos al actuar y hablar, sacando las oportunas consecuencias. Al mismo tiempo irn surgiendo los sentimientos. Sentiremos adhesin, o deseos, o satisfaccin, o arrepentimiento. Pero hay que tener en cuenta que no es preciso recorrer todo el texto preparado. La meditacin no son unos deberes. Si nos sentimos especialmente movidos por un pasaje, una expresin, un suceso, debemos detenernos tranquilamente, contemplndolo sin prisas. En la meditacin se trata de asimilar interiormente la verdad de Dios, de apropirnosla con fe.

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d) Coloquio Al final de la meditacin, las ideas, reflexiones y decisiones deben dejar de ocupar nuestra atencin, para volvernos, sin violencia, hacia la persona de Cristo y tratar con l sobre lo que hemos meditado, de modo que vayamos asumiendo en nosotros la experiencia interior de nuestra participacin en Cristo. e) Oracin final Finalmente ponemos trmino a la meditacin con una oracin, recitada, a ser posible, despacio y mentalmente. Tal puede ser un simple amn, o la seal de la cruz, o un padrenuestro, o tambin una oracin propia. Y al salir del lugar de la meditacin, nos decimos mentalmente: ahora empieza otra cosa. La meditacin no debe ser prolongada a travs de las cosas del da, sino que hay que empezarla y acabarla dentro de sus lmites. Cristo ha venido a nosotros y nos ha enseado a ver correctamente el mundo. Como hijo de Dios, l conoci a Dios como ningn otro. Y como hijo del hombre supo ms que nadie sobre el mundo y sobre la vida humana. As pudo trazar l el intrpido puente entre ambas orillas, entre Dios y el hombre, como pontfice. El vio el mundo de nuevo como imagen de Dios. Pues tambin el cristiano est colocado entre ambos mundos, como mediador, en la meditacin. Por ello, la oracin del cristiano es algo ms que un simple ejercicio de devocin. Es una actividad que posee dimensiones csmicas: en su oracin, el cristiano celebra la liturgia csmica.

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ha oracin de la simplicidad Si se practica correctamente la oracin de meditacin, antes o despus surge la tendencia a simplificarla. Las reflexiones, los sentimientos y las ideas disminuyen en nmero, pero crecen en profundidad y fecundidad. A esta etapa de la oracin la llamara oracin de simplicidad. Cuanto ms experimentamos lo inefable e impensable de Dios, tanto ms se reduce nuestra oracin hacia el silencio. Este silencio es la ms alta actividad del que ora. El hombre resume toda su existencia en un s. Y este ejercicio se introduce en toda nuestra vida. La apertura a lo definitivo coincide con un enmudecer ante el misterio. Slo ocasionalmente resuena an, en voz baja, una nica palabra, apenas perceptible: s. Esta palabra anticipa ya lo que el hombre ha de pronunciar en el momento de su muerte, y en ella est ya contenida toda su eternidad. Los msticos llaman con frecuencia a Dios el sin nombre. Y lo que eran capaces de expresar adems de eso eran las palabras de su propia expectacin ante Dios. Esta expectacin muestra todo lo que era para ellos este sin nombre. En esta oracin de simplicidad, la existencia entera se concentra en un punto nico en el que todo confluye y se une. A veces llaman los que oran a este punto la punta del alma, otras veces tambin el centro del alma, o el fondo del alma. Para m es sencillamente imposible decir nada ms sobre la oracin de simplicidad. Ya Platn aludi a ello cuando se lament: no hay manera de expresar lo decisivo. La oracin mstica Para acabar, tratar brevemente sobre la oracin mstica, y expondr mi opinin. Debo subrayar con gran insistencia que el cristiano en cuanto cristiano (e incluso 38

podramos decir el hombre en cuanto hombre) slo alcanza su perfeccin y slo se realiza a s mismo en la mstica. El hombre no mstico vive una vida de apariencias en un mundo de apariencias. La mstica no es una huida de las imgenes y representaciones, sino su transformacin. S, incluso se podra decir que el conocimiento mstico es la perfeccin del conocimiento como tal. La definicin de mstica como experiencia de la unin con Dios no es slo lgicamente consecuente, sino tambin iluminadora. El camino del mstico es el camino hacia la culminacin de la existencia humana. Con ello, la oracin mstica no sera un paso ms all de los otros ejercicios de oracin: en cada etapa de la oracin se puede realizar la mstica. En consecuencia hay tambin una mstica especfica propia de cada edad, e incluso (o sobre todo) de la infancia. En ese sentido habra que interpretar quizs las palabras de Jess sobre los nios, dndole un sentido propio al hacerse como nios. La mstica no significa otra cosa que la transformacin de toda nuestra concepcin del mundo. Para el mstico, lo espiritual es el verdadero ser. Para el hombre corriente, lo material se presenta como el verdadero ser. Por consiguiente, ser mstico significa transformar nuestra visin corriente. Quizs no tanto en su esencia, cuanto en su gusto, en su escala de valores. El hombre alcanza en su vida una concordancia completa con el mundo y consigo mismo, siendo la mstica la culminacin del poder ser del hombre. La perfeccin en la oracin significa fundamentalmente estar determinado por el modo de pensar y de ser de Dios, aun en medio de las tribulaciones de la vida. Esta es, y slo sta, la victoria del cristiano sobre el mundo. Una brillante victoria. Pero una victoria en el abismo de la contingencia humana.

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3.

Actos

fundamentales

Si queremos ahora clasificar la oracin cristiana segn su valor y significacin, debemos hallar ante todo una norma para tal divisin. La norma suprema en la vida humana la veo yo en el desinters. Esta idea puede parecer chocante a primera vista. Sin embargo, la vida diaria la experimentamos de ordinario como una lucha de intereses. Con frecuencia, no nos relacionamos con los dems con una simple disposicin, sino que siempre queremos algo: hacer buena impresin, ser envidiados, conseguir ventajas, prosperar. Rara vez tiene lugar un modo simple de tratarnos, en que se realice lo especfico de las relaciones humanas. Y un buen nmero de las relaciones humanas se basan en la dependencia y la finalidad, de modo que es no slo justo, sino simplemente necesario que intentemos conseguir con ellas lo que necesitamos, y debemos tomar conciencia de ello. Esto debera inculcarnos una gran modestia, hacindonos conscientes de nuestra contingencia. Pero existe tambin otro tipo de relacin interpersonal, que se basa en un encuentro abierto de hombre a hombre. Cuando entonces dominan el inters y la finalidad, todo se echa a perder. Hay que dejar los intereses propios a un 40

lado siempre que queremos realizar las relaciones esencialmente humanas de un yo con un t. Slo a partir del desinters es posible la grandeza del hombre, la verdadera amistad, el amor autntico, la ayuda sincera en la necesidad. La fuerza de la personalidad es tanto mayor cuanto menos intereses hay en juego. Esta fuerza de la persona proviene de la autenticidad de la vida, de la verdad del pensamiento, de la claridad de la voluntad y del sentimiento, de la pureza de intencin. El santo es quizs aqul en quien el verdadero yo se ha liberado, superando al falso yo, que trata siempre de sacar provecho de todo y slo quiere dominar, gozar e imponerse a los dems. El santo est ah sin imponerse, es fuerte sin esforzarse, ya no tiene miedo, sino que irradia. Para decirlo llanamente: en el desinters, el hombre se abre a Dios. Se convierte en puerta por la que el poder de Dios entra en el mundo. Cuando acta, no est vuelto hacia s mismo, no pretende hacerse valer slo a s mismo, ni busca sus propios intereses, sino que se interesa sencillamente por los dems. Ese es quizs tambin el secreto de la creatividad divina: Dios mismo nos ha creado por puro desinters, por la alegra de ser. Y tambin la historia del mundo la gua de ese modo. Su providencia no conoce intereses, sino que es la sabidura divina que sostiene la bveda del universo. Esta sabidura hace que las cosas no se resuelvan en un tumulto catico, sino que nuestro mundo sea realmente un cosmos, ordenado y con sentido. De estas reflexiones se deduce que el autntico ser se realiza en el desinters. Y tambin debemos aplicar la norma del desinters a la oracin cristiana. Al hacerlo, resultan los siguientes grados de oracin: adoracin, alabanza, accin de gracias y splica.

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Adoracin En la adoracin, el hombre se inclina ante la grandeza de Dios. Y ello especialmente en el marco de la oracin. Y no slo hasta un cierto grado, sino total y definitivamente. Entonces empezamos a vislumbrar lo que significa la palabra Dios, que pronunciamos con tanta frecuencia y a veces tan a la ligera: lo que sencillamente es sin poder dejar de ser, el Dios vivo. Y este Dios no necesita de nada. Dios lo es todo en s mismo: vida, verdad y amor. Si faltara el mundo, en el fondo no faltara nada esencial. Habra Dios, y eso sera del todo suficiente. Pero en la aceptacin humilde de nuestra condicin de criaturas se abre ante nosotros un mundo completamente nuevo; entonces observamos que todo vive como idea e imagen de Dios. Llevamos en nosotros el esplendor de la divinidad, simplemente por haber sido creados. Y con este esplendor albergamos tambin en nosotros la dignidad de Dios. Por consiguiente, la adoracin no significa nicamente inclinarse ante la grandeza de Dios, sino tambin entregarse con alegra interior a la dignidad de Dios, como lo expresa la gran visin del Apocalipsis: los veinticuatro ancianos, los ltimos representantes de la humanidad, deponen sus coronas ante aquel que est sentado en el trono e, inclinndose, proclaman: Digno eres, Seor Dios nuestro, de recibir la alabanza, el honor y el poder (Ap 4, 11). Tal adoracin es el fundamento y la esencia de toda sabidura: que Dios es Dios, y el hombre es hombre. Y es tambin garanta de nuestra salud espiritual. Pero podemos preguntarnos: cmo puede enfermar el espritu? Romano Guardini hace, a este respecto, unas observaciones muy acertadas:

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Enfermedad del espritu no es lo que vulgarmente se entiende como tal. Eso es enfermedad de los nervios, o del nimo. Una enfermedad del espritu en cuanto tal slo puede venir de all de donde procede su salud: de la verdad y la justicia. El espritu enferma cuando se aparta de la verdad; entonces se pone en peligro, pero se recupera por el arrepentimiento, y se restablece al recuperar la buena voluntad. En cambio, cuando se opone a la verdad, cuando no quiere saber nada ms de ella, desprecindola y usndola como instrumento para sus propios fines, cuando la verdad ya no es para el espritu lo serio e importante que debe ser, entonces el espritu est enfermo, pero no necesariamente en el sentido corriente del trmino. Puede incluso parecer inteligente y eficaz, pero sus rdenes estn trastorcados, la escala de valores con que juzga las cosas est invertida. Ya no ve lo que es un medio y lo que es un fin. Ya no diferencia la meta y el camino. Ya no tiene la seguridad de la rectitud interior. No encuentra ya respuesta a las ltimas cuestiones del por qu y del para qu. Y eso le afecta a todo su ser. Y qu tiene que ver esto con la adoracin? Mucho, porque el hombre que adora a Dios no se desva nunca del todo de su buen funcionamiento. El que adora a Dios, interiormente y tambin, en cuanto puede, expresamente, est protegido por la verdad. Por muchos errores que cometa, por desorientado y turbado que se sienta, la direccin y el orden de su ser estn seguros en ltima instancia. Peter Lippert, un hombre que encontraba formulaciones muy acertadas para los temas que trataba, aludi una vez a la fuente existencial de la adoracin, dndole el nombre de sed de ser. Trat sobre ello en una oracin: Me agarro al ser porque lo veo amenazado, porque no est fijo en m como tu ser descansa en tu necesidad, seguro y fuera de peligro. T puedes estar realmente tranquilo. Qu grandioso sera ser como t, tan firme, tan seguro, tan inagotable, tan fecundo! Pero yo soy miserable; en m, el ser est siempre amenazado por un odioso ladrn, la muerte. El poquito de ser que tengo se me hace pesado por el sufrimiento, el miedo, las preocupaciones, el cansancio, la enfermedad, la debilidad. Pero querra tener y gozar del ser con incontenible fuerza, gritar de jbilo de tanto ser... Quisiera ser un grito de vic43

toria que lo dominara todo. Por eso me acerco a ti todo lo que puedo. Pero ay!, siempre estoy infinitamente lejos de ti, y mi ser me llega desde ti como un largo y estrecho ro. |Con qu facilidad se podra romper! T ests en la fuente, t eres la fuente. Yo, en cambio, slo recibo la gota que me salta desde ti. Gota a gota recibo de ti el ser. Y cualquiera podra ser la ltima. T no tienes que ir a ningn sitio a buscar el ser, lo tienes en ti mismo, lo eres t mismo. Y aun cuando no hubiera ya ser en ningn lugar, todava estara siempre en ti. No se puede acabar, porque t lo eres. Por eso no puede ocurrir que todo muera y caiga en la nada. Eso es imposible, porque t existes. T slo bastas para todo. Por eso me alegro y me enorgullezco de mi pobre gotita de ser, pues viene de un ocano inagotable que existe realmente y siempre existir. Por toda la Biblia se extienden las citas de la adoracin de Dios: Ezequiel ante el seoro de Dios (Ez 1, 28), Sal ante la aparicin del Resucitado, caen al suelo como anonadados. La santidad, la grandeza y la dignidad de Dios son algo aplastante para las criaturas. En la antigua alianza, esta actitud de adoracin se expres mediante dos acciones simblicas: la postracin y el beso. Yahv es el poder y el seoro, est elevado sobre todas las cosas como Seor (1 Crn 29, 11); por ello deben postrarse ante l todos los pueblos (Sal 99, 1-5) y debe adorarle toda la tierra (Sal 96, 9). El beso aade el matiz de la adhesin y del amor (cf. Ex 18, 7; 1 Sam 10, 1). En la postracin y en el beso se manifiesta la actitud del hombre ante Dios: es cierto que nos separa de l un abismo, pero sin embargo nos sentimos atrados hacia l. En la nueva alianza, esta adoracin llega a su culminacin. Hay que adorar a Dios en espritu y en verdad (Jn 4, 24); y en esta adoracin se consuma la consagracin de todo el hombre a Dios: la consagracin de espritu, alma y cuerpo (1 Tes 5, 23). Tras su completa consagracin, el cristiano ya no necesita acudir a ningn lugar (por ejemplo, a jerusaln) para adorar a Dios 44

(Jn 4, 20-23). Todo le pertenece, y l pertenece a Cristo, y Cristo a Dios (1 Cor 3, 23). La actitud clsica de adoracin, tanto en las catacumbas como tambin en la liturgia, es el gesto de los brazos extendidos. En l estn simbolizados el arrebato y el anhelo, pero tambin el noble recato de un alma poseda por Dios. Alabanza La grandeza de Dios tiene en la Biblia el carcter de seoro. Esto significa que la realidad de Dios resplandece. Ante este Dios resplandeciente, la gravedad de la adoracin se transforma en la alegra de la alabanza. Es cierto que las ms de las veces la alabanza y la accin de gracias aparecen en los mismos pasajes de la Biblia, pero es preciso diferenciarlas. La alabanza piensa ante todo en Dios mismo, y no tanto en sus beneficios. Es ms terica que la accin de gracias, ms perdida en Dios, ms cercana a la adoracin. Entre los salmos encontramos una gran cantidad que arrancan de una profunda experiencia del seoro de Dios e irradian una santa conmocin, tales son los salmos 32 (33), 46 (47), 95 (96), 99 (100). Tambin entre los profetas resuena una y otra vez la alabanza de Dios: pensemos tan slo en el gran cntico de alabanza que entonan los querubines en la visin de Isaas (Is 6, 3). En los evangelios encontramos los cantos de alabanza de Mara y del anciano Zacaras (Lc 1, 46-55; 58-79). La misma liturgia de la iglesia est llena de cantos de alabanza: el tedeum, y tantos otros himnos que no cesan de aparecer. A veces parece que la alabanza de Dios pasa al mismo mundo, como si las cosas de la creacin la entonaran. Pensemos, por ejemplo, en los grandes salmos de la creacin: 18 (19), 103 (104), 148; y en el eco que 45

estos cantos han tenido en el corazn de un hombre entusiasmado por Dios, como el canto al sol de Francisco de Ass. En l se invita a las criaturas a alabar a Dios; al igual que lo hace el salmo 148: Alabad al Seor, sol y luna; alabadle todas las lucientes estrellas... El fuego, el granizo, la nieve, la niebla, el viento tempestuoso, que ejecutan sus mandatos; los montes y todos los collados, los rboles frutales y todos los cedros; las fieras y todos los ganados, los reptiles y las aves. La alabanza de Dios es el fin de todo ser creado: Hemos sido elegidos por la predestinacin de aquel que hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad, para que cuantos esperamos en Cristo sirvamos de alabanza a su gloria (Ef 1, 11-12). Cmo podemos realizar este deseo de Dios? cmo podemos cumplir nuestra vocacin de ser alabanza de la gloria de Dios? Isabel de la Trinidad da una clara respuesta a esta pregunta y expone cuatro formas de alabanza de Dios: Una alabanza del seoro de Dios es el alma que descansa en l, amndolo con un amor puro y desinteresado, sin buscarse a s misma en el gozo de este amor. Un alma que lo ama ms que sus dones, y que lo amara aunque no recibiera nada de l. Una alabanza del seoro de Dios es el alma que est preparada para la misteriosa llamada del Espritu santo, como un arpa, callada y dispuesta para que l arranque de ella las ms bellas melodas. Ella sabe que tambin el sufrimiento es una cuerda que ha de dar hermosas tonalidades. Por ello est contenta cuando tambin ste se encuentra en su instrumento, para conmover mejor el corazn de Dios. Una alabanza del seoro de Dios es el alma que est orientada hacia Dios con fiel sencillez. Es como un espejo, que refleja todo su ser. Se asemeja a un abismo insondable en el que Dios puede penetrar. O a un cristal que l puede atravesar con sus rayos. 46

Una alabanza del seoro de Dios es, finalmente, el alma que se alza constantemente en accin de gracias. Cada una de sus acciones y movimientos, cada uno de sus pensamientos y todo su ser la arraigan ms y ms en el amor, y resuenan al mismo tiempo como un eco del sanctus de la eternidad Este breve texto, que contiene toda una teologa mstica del amor, introduce ya la accin de gracias en la alabanza. Ello muestra que las fronteras entre los actos fundamentales de la oracin no son precisas. Y tambin sugiere que la accin de gracias no es necesariamente posterior a la splica que ha sido escuchada (aunque a toda splica debera seguir una accin de gracias), sino que todo cuanto hay en nosotros es ya un regalo de Dios por el que hemos de dar gracias, sin tener que esperar a haberlo pedido primero. Tambin podemos y debemos agradecerle a Dios que l exista, y que sea como es. Podemos y debemos dar gracias por la redencin, por la iglesia, por nuestro propio destino y por muchas cosas ms. Slo a partir de esta actitud de agradecimiento puede surgir una correcta splica a Dios. Por tanto, la tercera etapa de la oracin sera: Accin de gracias La accin de gracias es, en este sentido, la reaccin natural y positiva del hombre ante el amor. Por su propia esencia, la accin de gracias es algo cercano a la alabanza. As como nadie podra decir dnde cesa la fe y comienzan la esperanza y el amor, as tampoco podra nadie decir dnde termina la alabanza y empieza la accin de gracias. Alabanza y agradecimiento parecen brotar de un mismo movimiento del alma. Intentemos ahondar en esta idea. El hombre no viene de s, sino de Dios. Del mismo modo toda la creacin. La existencia se encuentra as 47

ante una plenitud de gracia que llena toda nuestra vida y a la que slo se puede responder con el agradecimiento. La accin de gracias nace y se nutre de la experiencia de nuestra contingencia como seres creados, y del pensamiento en la omnipotencia de Dios, del que sabemos que podemos recibir dones. Esta idea aparece sin cesar en la misa, y de un modo especial al comienzo del prefacio: Es verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable el que en todo tiempo y lugar te demos gracias a ti, Seor santo, Padre omnipotente, Dios eterno. Quiero llamar la atencin tambin sobre algo que puede parecer una paradoja: hay momentos en los que sentimos ante otra persona la inclinacin a agradecerle que exista. No porque haya hecho esto o lo otro, sino sencillamente porque est ah. Este agradecimiento esencial tiene una significacin especial en el caso de Dios. No decimos tambin: Te damos gracias por tu sumo poder? Parece como si en lo inefable de Dios hubiera algo que pudiramos llamar la libertad del ser verdadero. Como si nos obsequiara con su propia existencia. Como si su mismo ser fuera un don que nos concede. Como si su existencia fuera un beneficio que nos hace, ms all de todos los conceptos, y por el que el hombre pueda darle gracias. Que no se escandalice el lector con esta idea. Slo trato de aludir a lo que est fuera del alcance de nuestra razn. En su escrito Escuela de oracin, Romano Guardini menciona otro aspecto importante de la accin de gracias: Debemos esforzarnos en extender nuestro agradecimiento incluso a aquello que es difcil... Todo cuanto ocurre, incluso lo molesto, lo amargo, lo incomprensible, es don y gracia de Dios... Esta comprensin se hace realidad sobre todo en la accin de gracias, que acepta lo duro y al parecer perjudicial de la mano de Dios. Eso no es fcil, hay que reconocerlo. 48

Llevada por la fe, la accin de gracias se extiende tambin a lo difcil, y en la medida en que esto ocurre nuestra existencia se transforma. Por ello es de suma importancia que aprendamos a dar gracias, que lo aprendamos una y otra vez. Debemos borrar de nosotros la indiferencia con que acogemos las cosas como si fueran algo consabido. No existe nada consabido, ni en nuestro ser ni en nuestra vida diaria. Por tanto debemos hacer de la accin de gracias algo esencial del curso de nuestra vida de cada da. Por ejemplo, por la maana, cuando tras el descanso de la noche experimentamos de nuevo el frescor del vivir, deberamos poder decir a nuestro Dios: Te doy gracias, Dios mo, porque an estoy aqu con vida. Te agradezco todo cuanto tengo y cuanto me rodea. Tras cada comida deberamos agradecerle a Dios el alimento que nos concede, y por la noche podramos decirle: Te doy gracias, Dios mo, porque hoy pude vivir, trabajar y descansar, porque me encontr con tal persona, y descubr la fidelidad de tal otra... Todo esto me lo has concedido t y te doy gracias por ello. No sabramos decir de cuntas cosas tiene el cristiano que estarle agradecido a Dios cada da. Debera darle gracias incluso de poder darle gracias. Slo entonces su ser llegar a ser libre.

Splica Hoy se pone en duda con frecuencia la sagrada naturalidad de la splica. Puede ocurrir que a una persona le resulte difcil, y a veces imposible, pedirle algo a Dios. Entonces debe aprenderlo de nuevo. Empezar mencionando algunas dificultades que a veces nos hacen imposible la splica y contra las que debemos luchar decididamente. 49

En primer lugar, la soberbia puede interponerse en el camino de nuestras peticiones. Para una persona orgullosa, el pedir algo significa rebajar el ser del hombre a algo despreciable. Pero olvida que ni siquiera el pecado ha destruido la dignidad que el hombre ha recibido del creador. Por ello, la splica es algo digno y honroso, y lo que recibimos de ella lo recibimos con honor. Vivimos de la gracia. Reconocer esto implica al mismo tiempo verdad y humildad. Otra dificultad sera: Dios parece ser demasiado dbil ante el mundo. Todo parece ocurrir como tiene que ocurrir. Ya no parece haber en todo el mundo y en la historia de la humnidad lugar para un Dios que acta, concede y ayuda. Tambin aqu tiene el hombre algo que aprender, y por cierto muy importante: los acontecimientos del mundo, y el mundo mismo, no son algo cerrado en s mismos, sino que se completan en la interioridad del hombre. De la actitud con que ste los acoja recibirn aqullos su valor. En el fondo, la peticin es ya fecunda en s misma, porque nos hace capaces de ver los acontecimientos en conexin con Dios. Conseguir este cambio de actitud no es ciertamente demasiado difcil para Dios. La tercera dificultad est en la idea de que Dios es algo irreal, una idea devota que no resiste el enfrentamiento con la dura realidad del mundo. Pero esto implica una concepcin demasiado estrecha de Dios. El ha creado el mundo, y por tanto no entra en conflicto con l. Dios tiene la altura de los verdaderamente grandes, que no se muestran impacientes por hacerse valer. Prefiere confiar en el corazn del hombre, que tambin ha creado con nobleza. Confa en que el hombre sabr constatar la realidad de Dios, escondida en las cosas, sobre ellas y ms all de ellas. La cuarta dificultad es, igualmente, slo una falsa impresin: Dios es indiferente, no se preocupa del mundo, por un lado vive el hombre en el laberinto de las cosas 50

terrenas y por otro lado vive Dios en su mundo inmvil. Quien haya vivido bastante, recibir fcilmente esa impresin. Pero sobre todo si es de aquellas personas pesimistas y melanclicas a las que todo les parece ir de mal en peor. Precisamente aqu debemos tomar conciencia de nuestra gran tarea: comunicar a Dios, encender en su amor este mundo tan fro, hacindolo sonrer y mirar con optimismo por encima de las tinieblas. Los hombres que piensan que Dios es indiferente son quienes ms necesitan encontrar calor humano, amor y amistad, para que puedan volver a creer en el amor y la amistad de Dios. Y, finalmente, la mayor dificultad quizs: Dios es decepcionante, no presta odos a nuestra oracin. Tales personas (y no son precisamente las peores) buscan a Dios pero no lo encuentran. Y sin embargo, debemos esperar que nuestras peticiones sern escuchadas, aunque el resultado que tengan no est precisamente donde lo buscamos. No voy a tratar aqu de resolver completamente las dificultades mencionadas, sino que dejar la respuesta para ms adelante, aunque lo dicho a propsito de cada una de ellas se acerca ya algo al ncleo del misterio. Para aclararlo un poco ms citar los dos textos del nuevo testamento que, en mi opinin, contribuyen a ms definir el sentido de la oracin de splica. La primera cita es la de Mt 6, 6-8: T, cuando ores, entra en tu habitacin y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que est en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensar. Y al orar no seis charlatanes, como los gentiles, que creen que sern escuchados por hablar mucho. No os parezcis a ellos, porque vuestro Padre conoce las cosas de que tenis necesidad antes de que se las pidis. Esto es: cuando oris, hacedlo con naturalidad, para que la oracin est limpia de hipocresa y autodelecta51

cin. Lo de entrar en la propia habitacin es un smbolo que contrapone la oracin a las otras actividades que hacemos en pblico. Y adems: cuando ores no se te vaya todo en palabras, no seas de los que piensan que ante Dios algo puede depender del nmero o del tipo de palabras que se le dirijan. En realidad, tus palabras son del todo innecesarias. Y sin embargo Dios las quiere. Pero con humildad. Debes orar y al mismo tiempo recordar que l sabe mejor que t lo que te hace falta. Si pides con esta idea viva, tu oracin ser una oracin en Cristo. Has de dirigirte a Dios, pero siendo consciente de que l conoce tus palabras aun antes de que las pronuncies. Ests abierto a Dios en todo, hasta en tus ms ntimos pensamientos. Y ahora el segundo texto, quizs an ms significativo, de Mc 11, 24: Todo cuanto pidis en la oracin, creed que lo habis recibido, y se os conceder. Aqu se trata de la seguridad en la fe de la splica. Para Marcos est de tal manera entrelazada en su estructura interna, que slo puede expresarla combinando los tres tiempos: la peticin (en presente), la conciencia de su resultado (en pasado), y el fruto (en futuro). La expresin que ya lo habis recibido se suele atenuar a veces, traducindola por que lo recibiris o que lo recibs. Pero si queremos hacer verdadera teologa, debemos atenernos al texto original. Aqu cabe recordar las grandiosas palabras del libro de Isaas: Antes de que me invoquen, yo les respondo (Is 65, 24). Muy semejante es tambin el texto de Mateo citado antes: Vuestro Padre conoce las cosas de que tenis necesidad antes de que se las pidis (Mt 6, 8). Estas palabras de Jess no excluyen la necesidad de la oracin, como lo demuestra todo lo que nos ensean los evangelios, y en especial el ejemplo de la oracin de Jess, solo, angustiado y desamparado, en el huerto de los olivos. En Getseman es donde llega a su climax la oracin de Jess al Padre: Sin embargo, no se haga como yo 52

quiero, sino como t quieres (Mt 26, 39). De todo esto queda claro qu tipo de oracin es la que Dios escucha siempre, en todas las circunstancias: que se cumpla tu voluntad en mi vida. En esta peticin vienen a coincidir la voluntad humana con la voluntad divina. Nuestra splica se convierte entonces en verdadera participacin en la providencia divina. Un autntico cristiano no se dejar desalentar en su oracin, sino que le dirigir constantemente a Dios la liberadora splica: hgase tu voluntad en mi vida. Esta reflexin no ha de desilusionarnos, sino estimularnos, tomando conciencia de una verdad muy seria y al mismo tiempo muy beneficiosa: la oracin cristiana supone reconocer fielmente la providencia divina, hacindola realidad en una comunidad de vida con Dios. El que comprende esto nunca se ver decepcionado en su oracin, sino que sta se convertir para l en una verdad luminosa. La oracin, en su ms profundo sentido, no se orienta a conseguir ayuda en una determinada situacin, sino a alcanzar la gracia de Dios, para transformarnos interiormente y ver con nuevos ojos el sentido de la vida. Aqu, al final de este apartado, nos encontramos con la cuestin principal de la oracin: qu debemos pedir en la oracin? cmo podemos creer que Dios nos escucha siempre? A estas preguntas no se podra dar aqu todava una respuesta completa. Una respuesta semejante dara la impresin de ser algo vaco, como si fuera una receta, y acaso la fuera realmente. No se trata de eliminar las dificultades de la oracin. Ellas precisamente nos llevan a comprender la esencia del mundo, la esencia del hombre y la esencia de Dios. Las tres se nos llenan de significado cuando reflexionamos sobre el hecho de la providencia. Creer en ella, no a pesar de las dificultades de la oracin, sino precisamente por ellas, es bastante difcil en los tiempos actuales, pero quizs sea la nica salida. Pero 53

antes de tratar sobre la realidad de la providencia, quiero replantear, a un nivel ms profundo, el plano de esta exposicin y hablar de lo que, con palabras ya muy gastadas, podramos designar como la buena voluntad, cuyo contenido abarca mucho ms all de lo que las palabras dan a entender. Concluir este apartado con las palabras que Cristo dirigi a Matilde de Hackeborn acerca del amor, y que se pueden aplicar tambin a la oracin: Acepto tu amor, no como realmente est en ti, sino como si de verdad fuera tan grande como t deseas.

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4.

La

buena

voluntad

Si queremos analizar teolgicamente la buena voluntad como oracin, hemos de coordinar los siguientes hechos, al parecer paradjicos: la buena voluntad no es la virtud de los dbiles, pero puede ofrecerle un ltimo consuelo a los dbiles; no es una huida ante las tareas de este mundo, pero puede servir de salvacin tambin para el que huye; no es una justificacin de nuestros fracasos, pero s puede serlo en muchos casos. Intentemos, en primer lugar, dar una definicin provisional de la buena voluntad, algo que al parecer est mal visto por muchos hoy. Buena voluntad es la orientacin de la conciencia hacia el bien, independientemente de si este bien se consigue o no. Por tanto hay que hacer una clara distincin entre intencin y realizacin, entre deseos y hechos. Lo que cuenta ltimamente en nuestra existencia de cristianos es la actitud interior con la que acometemos nuestros deberes, por cotidianos y naturales que sean. En esta existencia, como ya apuntamos antes, se realiza la oracin de todo nuestro ser, independientemente de cmo se concretiza este ser en el mundo. Cuando se dice que el infierno est empedrado de buenas intencio55

nes se comete, desde esta perspectiva, un craso error. Pasar a analizar los al parecer paradjicos hechos mencionados antes.

La buena voluntad es una virtud de los fuertes Fuerte significa, en este contexto, una superioridad interior sobre el mundo y sobre los acontecimientos. Un hombre superior tiene aquella buena conciencia que hace aceptar los hechos de este mundo, juzgarlos y adoptar una actitud correcta ante ellos. Y esto significa: el que est por la verdad, est por Dios. Pero al mismo tiempo hemos de recordar que, con frecuencia, la verdad es muy dbil en el mundo. Por ello hay que aadir an dos elementos al deseo de verdad para que se convierta en una virtud plena: el respeto a aqul que oye esta verdad, y el valor de decirla aun cuando es difcil. La sinceridad se hace as la virtud de los interiormente fuertes, de aquellos que saben compaginar ambas cosas: el respeto y el valor. De stos podemos decir que su sinceridad es bienintencionada: tienen buena voluntad. Pero esta tensin interna no slo existe en la sinceridad, sino tambin en otras virtudes, por ejemplo, en la bondad, en la generosidad y en el recogimiento. He escogido la sinceridad slo a modo de ejemplo, por su sentido bblico: ser sinceros en el amor (f 4, 15), para hacer notar que los verdaderamente fuertes incluyen en s mismos la ternura. Y tambin porque esta virtud ha sufrido mucho dao en los tiempos modernos. Buena voluntad sera, por tanto, estar bien inclinados hacia los dems seres humanos, e incluso hacia todos los seres.

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Pero la buena voluntad es tambin el consuelo de los dbiles Es posible que haya quedado ya claro que, incluso los fuertes, slo pueden alcanzar esta actitud de equilibrio entre el valor y el respeto por medio de la oracin. Pero, qu ocurre con los llamados dbiles? Sabemos que Cristo ha consumado la redencin especialmente para ellos. Nadie, en su interior, es exclusivamente fuerte. Podemos entonces hacer de nuestra debilidad, mediante la oracin, una virtud? Yo creo que s. Pero, cmo? Acaso la nica solucin sea precisamente la buena voluntad. Todos nosotros hemos fallado alguna vez: en la amistad, en el deber, en la honradez, en el amor. Los mismos apstoles fallaron despus de la ascensin de Cristo: tenan miedo de los judos. Se portaron cobardemente. Pero en el fondo de su alma esperaban el cumplimiento de la promesa. Y Dios acudi a fortalecer a estos temblorosos hombres. Por qu? Porque teman slo por debilidad humana. Pero su actitud interior era buena: tenan precisamente buena voluntad. Es verdad que estaban asustados de los judos, pero permanecieron unidos en comunidad humana. Turbados y miedosos, s, pero perseverando en la fe. Es evidente que Dios no pide ms de nosotros. Pero esto supone tambin otra cosa: de los discpulos de Cristo se relata que perseveraban unnimes en la oracin (Hech 1, 14). Tenan, pues, una esperanza tmida y preocupada, pero comn y apoyada en la oracin, y sta les infunda aliento y confianza. Y esta esperanza de los dbiles se cumpli. La buena voluntad no es huir de las tareas de este mundo Buena voluntad es, en el fondo, conformidad con Dios, un coincidir la interna disposicin del hombre con las exigencias divinas de cada momento. Una alianza 57

entre Dios y el hombre para que tenga lugar lo nico necesario. Aqu, ahora y as. Esta voluntad de Dios que es bondad exigente. Est en juego el sentido ltimo de nuestra propia existencia. Se trata de que realicemos el bien en cada situacin concreta. Aqu estoy yo solo. Y tengo que responder. Ningn otro puede tomar mi responsabilidad por m. Y justamente en ello est m dignidad, en que nadie puede quitarme mi responsabilidad. La conciencia individual es algo grandioso. Es un descubrir y realizar algo que an no exista. Todo se convierte en materia de esta actitud de responsabilidad: las cosas, los acontecimientos, el contenido de la vida. El bien no es una ley muerta. Es vida sin lmites, que pide ser actualizada en la realidad diaria, hasta adoptar figura terrena, figura humana, mediante nuestra existencia. Realizar el bien en la vida diaria supone una verdadera creacin. No la mera ejecucin de lo prescrito, sino una actividad creativa, como realizacin de algo que an no es. En el obrar del cristiano se trata de esto: de hacer realidad lo que an no es humano y real, de dar forma terrena al infinito y eterno. Esto implica dos cosas. En primer lugar, que abracemos aquel bien infinito y eterno, que pide ser actualizado, el bien aqu y ahora. Y esto con la libertad de nuestra voluntad o, ms profundo an, de nuestro corazn, que nos dice: estoy preparado para el bien. Esto tiene lugar en la interioridad cristiana, que se abre, acoge y recibe hasta que todo quede fermentado. Cuanto ms decidido sea este querer, cuanto ms fuerte el deseo, y cuanto ms abierta est nuestra interioridad, tanto ms plenamente estar el bien en nuestro espritu y en nuestro corazn. Y esta buena voluntad no se cierra ante la realidad del mundo. Simplemente trata de hacer algo con la realidad de nuestra vida, algo que an no exista, y en la direccin correcta. Cada situacin nos presenta algo que 58

no podemos dominar con principios abstractos, sino que debemos ver ah de alguna forma cul sea la voluntad de Dios. Por ello, la buena voluntad no es una actividad especial junto a otras. Todo cuanto existe es objeto de ella. Todo depende, por tanto, de captar la riqueza de contenido de la realidad para que la buena voluntad pueda responder a ella. La buena voluntad es precisamente la que incita al cristiano al trabajo de buscar, pensar y cambiar. Pero lo ms importante es que el hombre tome conciencia de su tarea concreta en el mundo. Y que concibamos el bien en cada situacin. Si no injertamos nuestra buena voluntad en la realidad, entonces se queda en un deseo estril. Y aqu quiero recalcar:

a) La situacin no suele ser nada fcil Las ms diversas relaciones entre hombres y cosas se encuentran, se cruzan y aun se oponen entre s. Cuanto ms dbilmente sentimos lo que nos exigen las personas, las cosas y las circunstancias, tanto ms difcil es descubrir lo que debemos hacer. La formacin de la conciencia significa precisamente que nuestro campo de visin se ample, que superemos el embotamiento de nuestra sensibilidad ante la diversidad de valores que se nos presentan para ser realizados, que sepamos sintonizar con toda la gama de exigencias que se nos ofrecen. Pero en la medida en que esto ocurra, crecer el peligro contrario: que nos desorientemos en esta diversidad, y de puro querer ver, comprender y acertar no lleguemos nunca a la decisin y a la accin (Romano Guardini). Para superar estas dificultades, con la buena voluntad, el hombre que quiera realizar el bien en el mundo necesitar de la meditacin, de la reflexin tranquila ante Dios.

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b) Cada situacin es nica La situacin concreta en que se ha de encarnar la buena voluntad es, en cada momento, nueva. Y probablemente nunca se repetir una situacin igual. Posiblemente existen semejanzas. Que una persona venga y pida que se le ayude eso ya ha ocurrido muchas veces. Pero, sin embargo, no existe en realidad una persona, sino siempre sta. Y el hecho de que esta persona concreta venga a m precisamente, en estas determinadas circunstancias y con este ruego, eso ocurre slo esta vez. Cada situacin es un caso nico. Y lo que en cada situacin tiene que suceder, eso no ha sucedido nunca ni volver a suceder. El cristiano debe, por tanto, adivinar y descrubrir creativamente, con buena voluntad. Quizs le ayude la experiencia del pasado; los educadores, los amigos, el contexto pueden ser una ayuda, suministrndonos principios generales y precedentes similares. Sin embargo, esto no nos quita la tarea de comprender e interpretar este caso concreto y decidir lo que debemos hacer, dndole todo su sentido. Y la calidad de la accin moral depende precisamente del grado en que cada situacin es valorada en su singularidad (Romano Guardini). Este encontrarnos con las personas y captar las necesidades humanas en su singularidad, con buena voluntad, es o debe ser el objeto de la oracin, de la meditacin cristiana.

c) No siempre queremos el bien Verdaderamente, nos resistimos con bastante frecuencia... (el mal) influye no slo en nuestra conducta, sino tambin en nuestro modo de conocer y juzgar: aparta nuestra mirada de una realidad, o acenta determinados aspectos, o los debilita; los ilumina o los oscurece; deforma las cosas y aun puede hacer desaparecer completamente una realidad. Y aqu entra en juego justamente la conciencia. Su mirada ha de estar abierta a la situacin en toda su riqueza, a los

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hombres, tal como son en realidad, a todas las circunstancias y factores para poder determinar qu exigencias morales han de ser respaldadas. Esta mirada de la conciencia debe librarse de todo enturbiamiento, de toda traba y de toda desviacin. Ha de imponerse, cada vez ms hondamente, la sinceridad que sabe ver porque quiere realmente ver (Romano Guardini). Pero si la situacin es tal que caben mltiples interpretaciones y no se impone claramente ninguna lnea de conducta, entonces es la buena voluntad la que debe tomar una decisin. As, la buena voluntad (en este caso la apertura al bien) se convierte en el rgano de aplicacin temporal del bien eterno, el rgano mediante el cual la exigencia eterna de bondad se realiza una y otra vez en cada situacin, el rgano con el que descubrimos continuamente cmo consumar el bien eterno e infinito en la singularidad del tiempo. Se trata de un escuchar y re-crear al mismo tiempo, un comprender y juzgar, un penetrar y decidir. Y quin podra conseguir esta disposicin interior sino con la oracin, especialmente con la oracin de meditacin?

La buena voluntad puede servir de ltima salvacin al que huye Pero imaginemos el caso contrario. Es verdad que la buena voluntad nos llama a entregarnos en cada situacin a realizar la voluntad concreta de Dios, pero supongamos que no podemos, que fallamos ante esta tarea, en una palabra, que huimos de Dios. Con qu nos podemos an justificar? cul es nuestra salvacin? Si en esta situacin fallamos por mala voluntad, entonces debemos pedir perdn a Dios y l ciertamente nos lo conceder. Pero, qu ocurre cuando fallamos con buena voluntad? a qu podemos acogernos an? Con frecuencia podemos estar cansados y embotados, incapaces de reconocer y responder debidamente a la 61

presente necesidad, impotentes para juzgar las razones y hallar soluciones. Somos entonces malos, porque en esta Catea concreta hemos fallado? Lo aclarar an ms con un ejemplo frecuente. Una vez intentamos emprender algo que es justo y bueno, por ejemplo queremos sacar a una persona de su confusin interior. Todo marcha bien. Lo que hacemos tiene el resultado deseado, y lo vemos ya ah, correcto, limpio y luminoso. Y sentimos un humilde agradecimiento ante nuestro xito. Pero en otra ocasin nada parece funcionar bien. Decimos lo mismo, pero ya no experimentamos aquella fuerza que haca poderosas nuestras palabras y haca fecundas nuestras obras. Y al final slo conseguimos algo mediocre y decepcionante. Desde luego, con estas experiencias se podra ir al psiquiatra, y, en el mejor de los casos, l conseguira nivelar nuestra personalidad de tal modo que finalmente ya no furamos un objeto del influjo del bien o del mal. Y no podemos decir: quizs es que Dios no quiere que nos salga todo bien. Lo nico que Dios quiere es nuestra buena voluntad y nuestro esfuerzo sincero. Y cuando a pesar de ello no nos salen las cosas, entonces tenemos una disculpa. Bien entendido: no una excusa, sino una disculpa. Tenamos buena intencin. En ambos casos queramos el bien de nuestros amigos, y en un caso nos sali bien, mientras en el otro no conseguimos lo esperado. ltimamente, eso es asunto de Dios. Ya encontrar l la posibilidad de compensar nuestro fracaso, o incluso de sacar de nuestro fracaso un bien an mayor. En tales casos nos es necesaria una cierta sangre fra. Somos siervos de Dios. Cuando algo nos sale mal l est siempre ah para darnos su salvacin. No somos nosotros los que conseguimos la salvacin de una persona. Slo Dios puede conseguirlo. Nosotros somos, en el mejor de los casos, humildes intermediarios de la gracia.

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Pero para alcanzar esta disposicin interior de confianza, para mantener a este alto nivel la buena voluntad, necesitamos una vida santa. En otras palabras: hace falta haber orado mucho, haber conocido a Dios en su bondad y amistad, para poder decir: no importa. La buena voluntad