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    1Espaa 1936. La revolucin derrotada

    Espaa

    1936La revolucin derrotada

    Pierre Brou

    ediciones El Mundo al revs25 pesos

    SERIE HISTORIA

  • 5/22/2018 29270543 Espana 1936 La Revolucion Derrotada 1961 Pierre Broue

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    2 El Mundo al revs

    PERIODICO MENSUAL

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    socialistas entre trabajadores y estudiantes.

    Socialismo

    es una red que nuclea a peridicos y organizacionesde diversas partes del planeta, basadas todas ellas en los

    principios del socialismo desde abajo. La misma seextiende por los siguientes pases y est

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    ediciones El Mundo al revs

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    3Espaa 1936. La revolucin derrotada

    1936La monarqua ..................................................................4El movimiento obrero .....................................................8La democracia imposible ..............................................13La reaccin imposible ...................................................23El Frente Popular ..........................................................33Alzamiento y revolucin ...............................................40La reaccin democrtica ...............................................47La influencia estalinista .................................................52La derrota y su precio ...................................................61

    Notas .............................................................................64

    Pierre Brou es conocido porsus trabajos como historiador delmovimiento obrero internacional.Sus libros sobre el Partido bol-chevique, la Internacional Comu-nista, la Revolucin espaola y su

    biografa de Len Trotsky, son

    de mucho valor. Su ltima obrasobre la Oposicin de Izquierdaen la Unin Sovitica es otracontribucin importante de este

    prolfico escritor francs.

    En vsperas del setenta aniversa-rio del estallido de la Revolucinespaola el 18 de julio de 1936,

    publicamos este trabajo de Pie-rre Brou que aunque editado

    por primera vez en 1961, siguesiendo uno de los estudios msvaliosos sobre el tema. El propioBrou escriba sobre el texto:Rogamos al lector que en ningnmomento busque lo que no podraencontrar: ni una historia polticade la ltima Repblica espaola,ni una historia de la Guerra Ci-vil. Hemos intentado solamenteajustar al mximo nuestro tema,

    la Revolucin, es decir, la luchade los obreros y de los campesi-nos espaoles por sus derechosy libertades, por las fbricas ylas tierras y por el poder polticofinalmente.

    La primera impresin del folletofue realizada en Junio de 2006.

    Espaa

    Pierre Brou

    La revolucin derrotada

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    Espaa 1936.La revolucin derrotada

    1. La monarqua

    El 12 de abril de 1931 Espaa vot para designar sus consejos municipales. Hacams de un ao que el general que gobernaba en rgimen de dictadura desde 1923, Primode Rivera, se haba marchado, despedido por el rey Alfonso XIII, que antes no le habaregateado su apoyo. Fue reemplazado por el general Berenguer y despus por el almiran-te Aznar, que organiz estas elecciones a pesar de los riesgos evidentes para dar al r-

    gimen, frgil, duramente mermado por la crisis y el descontento general, una cierta base.El 12 de diciembre anterior, dos oficiales, los capitanes Galn y Garca Hernndez inten-taron en Jaca un pronunciamiento en favor de la Repblica. Fracasaron, y Alfonso XIIIinsisti personalmente para que fueran fusilados, lo cual se hizo. Si el rey, sin embargo,corri el riesgo de llamar a las urnas y de prometer el restablecimiento de las garantasconstitucionales suspendidas bajo la dictadura, es porque esperaba que las estructurastradicionales el reinado de los caciques dieran la victoria electoral a los candidatosmonrquicos. No era el nico que esperaba tal resultado, ya que los dirigentes socialistasLargo Caballero y el republicano Manuel Azaa pensaban, como l, que estas elecciones

    seran como las otras: una razn suficiente a los ojos de los dirigentes socialistas parallamar a no tomar parte en unas votaciones a todas luces trucadas...

    Ante la sorpresa general, estas elecciones municipales constituyeron una verda-dera marea electoral: participacin particularmente elevada en las votaciones y des-

    bordante mayora para los republicanos en todas las ciudades, sobre todo en Madridy Barcelona. El hecho, ya previsto, de que en el campo salieran elegidos, poco mso menos en todas partes, los monrquicos, no cambiaba nada: estaba claro que la

    pequea burguesa haba votado en masa contra la monarqua. El principal consejerodel rey, el conde de Romanones, uno de los mayores propietarios de tierras del pas,

    fue el primero en sacar conclusiones polticas de estas elecciones: el rey deba mar-charse. Esta era tambin la opinin del general Sanjurjo, otro amigo personal del so-

    berano, director general de la Guardia Civil: se lo dijo sin rodeos. El desafortunadosoberano vacil un poco, pero debi rendirse a la evidencia: sus fieles ms prximos,sus partidarios ms encarnizados son unnimes al pensar que deba marcharse sino quera hacer correr al pas el riesgo de una revolucin roja, en otros trminos,de una revolucin obrera y campesina. Alfonso XIII hizo, pues, sus maletas y em-

    prendi sin tambores ni trompetas el camino del exilio. La monarqua espaola sehaba desvanecido sin gloria. La historia de la Segunda Repblica comenz con estasorpresa que algunos saludaron con asombro, un cambio de rgimen obtenido por

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    simple consulta electoral, la proclamacin de una repblica que no haba costado niuna sola vida humana...

    Ya algunos meses antes, comentando la marcha del dictador Primo de Rivera,Trotsky, observador atento de los acontecimientos en Espaa, haba notado que en elcurso de esta primera etapa la situacin haba sido resuelta por las enfermedades de

    la vieja sociedad y no por las fuerzas revolucionarias de la nueva sociedad.1

    Es decir,que Espaa era una de las sociedades ms enfermas de Europa, el eslabn ms dbilde la cadena del capitalismo. El avance adquirido por ella en el alba de los tiempos mo-dernos se transform en su contrario como consecuencia de la prdida de sus posicionesmundiales al acabar el siglo XIX. La sociedad del Antiguo Rgimen no haba acabadotodava de descomponerse cuando la formacin de la sociedad burguesa comenzaba ya adetenerse. El capitalismo no haba tenido ni la fuerza ni el tiempo para desarrollar hastael final sus tendencias centralistas, y el declinar de la vida comercial e industrial urbana,la disolucin de los lazos de interdependencia entre las provincias reforzaba las tenden-

    cias separatistas cuyas races se hundan en la ms lejana historia de la Pennsula.En lo esencial, la Espaa de principios del siglo XX continuaba siendo un pas

    agrcola donde la aplastante mayora, 70% de la poblacin activa, se consagraba a laagricultura con medios tcnicos rudimentarios, obteniendo los ms bajos rendimientos

    por hectrea de toda Europa, dejando sin cultivo, por falta de medios y de conocimien-tos, debido a la estructura social, ms del 30% de la superficie cultivable. En la totali-dad del pas, la tierra perteneca esencialmente a los hacendados, los terratenientes quevivan en rgimen de dependencia parasitaria de una masa rural pauperizada: 50.000hidalgos rurales posean la mitad del suelo, 10.000 propietarios posean ms de 100

    hectreas, de tal manera que ms de dos millones de trabajadores agrcolas dependan,para vivir, del trabajo en los grandes latifundios, al igual que un milln y medio depropietarios de pequeas fincas. Los ejemplos de estas propiedades inmensas son bienconocidos, la del duque de Medinaceli con sus 79.000 hectreas, o la del duque dePearanda con sus 51.000... Es necesario matizar lo expresado anteriormente, indicarque en el norte y el centro el problema de las pequeas propiedades el de los mini-

    propietarios, de los granjeros, de los colonos contratados en diversas condiciones noera el de los latifundios del sur y de la gran miseria de sus trabajadores agrcolas, los

    braceros. Sea como fuere, la tierra de Espaa perteneca a un puado de oligarcas y elcampesino espaol profundamente msero tena hambre de tierra.

    La Iglesia espaola ofreca una imagen conformista a todo este mundo rural medie-val. Al lado de la masa campesina que contaba con un 45% de analfabetos, se contabanms de 80.000 sacerdotes, monjes o religiosos, lo mismo que alumnos de estableci-mientos secundarios, ms de dos veces y media el efectivo total de estudiantes. Consus 11.000 haciendas, la Iglesia espaola no estaba lejos de ser el mayor propietariode tierras del pas; por otra parte dominaba casi totalmente la enseanza, con escuelasconfesionales en las cuales haban sido educados ms de 5 millones de adultos, y refle-

    jaba en su jerarqua la manera de ser ms resueltamente reaccionaria y pro oligrquica.Su jefe, el cardenal Segura, arzobispo de Toledo, gozaba de una renta anual de 600.000

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    pesetas contra una media de 161 para un pequeo propietario andaluz. Era, segn laexpresin de un historiador espaol, un hombre de Iglesia del siglo XIII, para el cualel bao no era una invencin de los paganos, sino del mismo diablo.2

    El ejrcito no era menos caracterstico. Nacido en la poca de las guerras napo-lenicas, amparndose en la joven generacin de las clases dominantes decadentes

    que lo esperaban todo del Estado, creyndose depositarias de una misin nacional,el ejrcito era una fuerza social que buscaba el apoyo de una clase dominante heridade muerte, y su columna vertebral, la casta de los oficiales, justificaba, ms que to-dos sus restantes privilegios, el de pronunciarse, es decir, ampararse en su propio

    provecho del control del Estado por el golpe de Estado militar.A principios del siglo XX, particularmente en el perodo de la Primera Guerra

    Mundial, se reanud, en parte, la industrializacin. Sin embargo, qued reducida a unasdeterminadas zonas geogrficamente limitadas. La industria metalrgica del Pas Vascoera la nica en presentar los rasgos de una industria moderna concentrada. La industria

    textil de Catalua, la ms importante desde el punto de vista de la produccin global,qued desparramada en una multitud de pequeas y medianas empresas. En el marco delmercado mundial, Espaa no era ms que una semicolonia, que no ofreca ms que los

    productos una pequea parte de su agricultura o de sus minas a cambio de productosindustriales extranjeros, ampliamente abierta a los capitales extranjeros que haban colo-nizado durante algunos decenios todos los sectores rentables, las minas, la industria textil,la construccin naval, la energa hidroelctrica, los ferrocarriles, los transportes urbanos,las telecomunicaciones... No exista una verdadera burguesa capitalista espaola: lasacciones bancarias e industriales estaban repartidas entre las sociedades extranjeras y los

    ms importantes terratenientes los que verdaderamente daban un sentido ms general altrmino de oligarqua. Entre el milln de stos, que Henri Rabasseire llama los privi-legiados funcionarios, sacerdotes, oficiales, intelectuales, propietarios y burgueses ylos dos o tres millones de obreros de las industrias y de las minas, se intercalaban clasesmedias que procedan tanto del Antiguo Rgimen como de una sociedad moderna, unmilln de artesanos urbanos, un milln de esas familias de intermediarios nacidos del de-sarrollo capitalista en los centros urbanos de las regiones ms desarrolladas.3

    Ahora bien, la unificacin nacional no lleg a su trmino, y dos de estas regionesbastiones de la industria Catalua y el Pas Vasco, manifestaron fuertes tendenciasseparatistas. Si el Partido Nacionalista Vasco y la Lliga Catalana, nacidos de lascapas dirigentes de estas dos regiones, eran formaciones autonomistas de tendenciaconservadora, lase reaccionaria, la cuestin nacional se converta en una de lasmotivaciones esenciales que moviliz contra el centralismo castellano a la pequea

    burguesa, y a una parte del proletariado, a travs, por ejemplo, de la Esquerra catala-na. Utilizada por las fuerzas conservadoras en el marco de la crisis que las destroz,la opresin nacional de los vascos y los catalanes constituy un elemento explosivoen el contexto de una crisis ms general, la de la sociedad en su conjunto.

    Tal era la situacin a comienzos de este siglo: la que hizo en efecto de Espaa unode los eslabones ms dbiles del capitalismo. Todos los elementos se encontraban ya

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    desde ahora reunidos para que se conjugaran estos diferentes movimientos que, ya en1917, daran a la Revolucin rusa su irresistible poder: la insurreccin de los campesinos

    pobres, el levantamiento de los trabajadores industriales, el movimiento de emancipa-cin nacional, los tres dirigidos contra una oligarqua que no tena otra alternativa que lade luchar, por todos los medios, para mantener en una supervivencia precaria el sistema

    decadente que asegurara su dominacin. Esta es la situacin que condujo al rey AlfonsoXIII a recurrir en 1923 a los servicios del general Primo de Rivera para la ejecucin deun pronunciamiento, del que fue el inspirador al mismo tiempo que cmplice. Se tratabade imponer a las clases dirigentes divididas por la explosin de dificultades econmicas,que se agudizaron con la vuelta de la paz, medidas de salud dictadas por una con-cepcin del inters general permitiendo eventualmente atacar a ciertos privilegiados. Setrataba sobre todo de poner fin a la agitacin obrera y campesina, de aprovechar la crisisinterna, la divisin del movimiento obrero para apoderarse de las principales conquistasobreras, y en particular para destruir las libertades democrticas relativas que permitan

    en cierta medida la organizacin de los obreros y los campesinos.Fue, pues, bajo el enrgico puo del ministro del Interior de la dictadura el general

    Martnez Anido, clebre por haber lanzado a principios de los aos 20 a sus asesinos,los pistoleros, contra los militantes de la CNT catalana que el directorio de Primode Rivera destituy los consejos municipales, revoc los funcionarios, censur losdiarios, se apoder de las condiciones de trabajo, viol alegremente la jornada de ochohoras, mientras una inflacin galopante devoraba los salarios y el nivel de vida de losobreros, y mientras la apertura de Espaa a los capitales americanos permita buenosnegocios y espectaculares especulaciones. Todo esto no asegur a la oligarqua ms

    que un breve plazo. La crisis mundial de 1929 debilit profundamente la dictadura ala que los sonoros escndalos financieros haban desacreditado profundamente, in-cluso entre las capas sociales que le suministraban un apoyo, el ejrcito y la pequea

    burguesa. Fue para proteger a la monarqua por lo que el rey se decidi finalmentea prescindir del general. Pero, de la misma manera, la oligarqua, menos de un aodespus, echara a su vez a la monarqua, sin tener que fingir un pronunciamiento. Nofue necesario, en efecto, en esta Espaa de principios del siglo XX, que los obreros ylos campesinos se pusieran en movimiento para inspirar temor: aun cuando estaban enapariencia ausentes de la escena poltica, fue a causa del peligro que representaba elque pudieran llegar a ser propietarios y polticos, y los acontecimientos de 1931 no sa-

    bran explicarse sin recurrir a este factor, pasivo por el momento, pero potencialmenteterrorfico por lo que representaba de amenaza a la propiedad y a la dominacin.

    Ya al da siguiente de la cada de Primo de Rivera, la agitacin estudiantil contra elgobierno del general Berenguer constitua un signo anunciador de movimientos socia-les infinitamente ms decisivos. Observador lcido, apoyado en la experiencia de lasluchas revolucionarias a comienzos del siglo, Trotsky poda escribir a este respecto:

    Las manifestaciones activas de los estudiantes no son ms que una tentativa de la joven

    generacin de la burguesa, sobre todo de la pequea burguesa, para encontrar una salida alinestable equilibrio en el que se encuentra el pas despus de la pretendida liberalizacin de

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    la dictadura de Primo de Rivera. Cuando la burguesa renuncia consciente y obstinadamen-te a resolver los problemas que se derivan de la crisis de la sociedad burguesa, cuando el

    proletariado no est preparado para asumir esta tarea, son a menudo los estudiantes quienesocupan la vanguardia. Este fenmeno ha tenido siempre para nosotros una significacinenorme y sintomtica. Esta actividad revolucionaria o semi revolucionaria significa que la

    sociedad burguesa atraviesa una profunda crisis. La juventud pequeo-burguesa, sintiendoque una fuerza explosiva se acumula en las masas, tiende a encontrar a su manera la salidaa este callejn y llevar adelante el desarrollo poltico.4

    Precisamente porque la acumulacin de fuerza explosiva en las masas no eratodava la explosin misma, la oligarqua se benefici en 1931 de una prrroga y

    pudo buscar, con el rgimen republicano, una forma nueva de su dominacin quegozaba, en principio, de un prejuicio favorable tanto entre los trabajadores comoentre la pequea burguesa urbana que al filo de los aos se haba apartado de ladictadura. El cambio de la forma constitucional revisti aqu un verdadero relieve.

    En agosto de 1930, una conferencia de todos los grupos polticos, celebrada en SanSebastin, determin la nueva orientacin: catlicos, conservadores como AlcalZamora y Miguel Maura, republicanos de derecha como Alejandro Lerroux o deizquierda como Azaa y Casares Quiroga, el socialista Indalecio Prieto, el cata-lanista Nicolau dOlwer, concluyeron el Pacto de San Sebastin en el que se pro-nunciaron en favor de la repblica, para la cual buscaran una espada y un general...Fue con Alcal Zamora y Miguel Maura que los representantes del rey organizaronen abril la transmisin de poderes. Sobre este modelo republicano fue como quedconstituido el nuevo gobierno provisional de la repblica espaola presidido por

    Alcal Zamora, con Maura en el Ministerio del Interior, tres socialistas en puestosclaves, Prieto en el Ministerio de Finanzas, Largo Caballero en el Trabajo, el juristaDe los Ros en el de Justicia...

    Lejos de estar acabada, la Revolucin espaola en realidad no haca ms queempezar. Entre el programa moderadamente reformador y profundamente conser-vador del equipo en el poder y sus posibilidades de inscribirse en la realidad seergua un obstculo terrible que la cada de la monarqua contribuy por ella mis-ma a mantener y desarrollar: la existencia de un movimiento obrero organiza-do, partidos y sindicatos arrastrando a las masas rurales, millones de trabajadoresmiserables de las ciudades, minas y campos, cuyas reivindicaciones elementales

    planteaban el problema de la revolucin.

    2. El movimiento obrero

    El movimiento obrero espaol era todava joven, el proletariado estaba unidoal mundo rural por mltiples lazos y comparta con l tradiciones y costumbres. El

    temperamento rural provocaba a la vez sentimientos de resignacin y brutales explo-siones revolucionarias. No se constituy realmente por primera vez a escala de todo

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    el pas hasta los tiempos de la I Internacional, y, como ella, se dividi rpidamenteentre socialistas y libertarios. Sin embargo, aqu, los anarquistas los libertariostuvieron y todava conservaban una influencia mucho ms considerable que en los

    pases industrializados de la Europa occidental. En 1930, la divisin del movimientoobrero espaol reprodujo la disgresin que exista a principios de siglo en Francia

    entre un sindicalismo revolucionario combativo, partidario de la accin directa, y unmovimiento socialista reformista y doctrinario.Fue a partir de 1910, y en parte adems bajo la influencia de los sindicalistas

    revolucionarios de la CGT francesa, cuando se sentaron las bases de la central anar-cosindicalista, la Confederacin Nacional del Trabajo (CNT). Sus rpidos progresos,su devocin por la accin, le valieron en sus principios una dura represin, y estaltima un gran prestigio. Desempe un papel de primer orden en la huelga generalinsurreccional de 1917. Las formas muy flexibles de su organizacin, su fidelidada los principios de la accin directa, su adhesin a la lucha de clases; respondan

    bastante bien a las caractersticas del proletariado de la pennsula, joven, msero ypoco diferenciado, marcado por el carcter distintivo del campesinado pobre, sensi-ble a las acciones ejemplares de minoras activas que se esforzaban en sacudiral mismo tiempo el yugo de la opresin y su apata. En este sentido es en el que se

    puede decir que la CNT su perennidad, su arraigo a pesar de tantos avatares eratpicamente espaola, en la medida en que Espaa haba cambiado poco, en que lascondiciones histricas que haban marcado su nacimiento persistan, apenas modi-ficadas por los comienzos de la industrializacin y de la concentracin capitalista.Sin embargo, tanto para Espaa como para la CNT, la historia mundial, a partir de la

    guerra de 1914, suministrara un contexto nuevo.1917 fue, en efecto, al mismo tiempo que el ao de la victoriosa Revolucin rusa, el

    de una huelga general sin precedentes en Espaa. El impacto de la Revolucin rusa, elaumento de las contradicciones sociales, volvieron particularmente vigorosa en Espaala ascensin de la agitacin obrera que revisti en 1919, a partir de la gran huelga de laCanadiense en Catalua, el aspecto de una poderosa ascensin revolucionaria. Comotodas las organizaciones del mismo tipo, la CNT sufri profundamente el atractivo de laRevolucin rusa, atestigu el prestigio que revesta la victoria bolchevique a los ojos delos revolucionarios de todas las tendencias. En Espaa, como en otras partes, las huestesanarquistas, anarcosindicalistas revolucionarias, haban aumentado por oposicin a la

    prctica de un marxismo reformista, intentando adaptarse al marco democrtico y par-lamentario particularmente mediocre aqu. La victoria del Octubre ruso volvi a dar almarxismo su estallido revolucionario. Fue despus de la huelga general que sigui a lade la Canadiense, en la cumbre de la ola de huelgas y manifestaciones, que el congresode la CNT, por aclamaciones, y en un gran impulso que sin duda no estaba exento desegundas intenciones, decidi adherirse provisionalmente a la III Internacional. Uno desus principales dirigentes, ngel Pestaa, fue como delegado a Mosc, donde particip

    en los trabajos del II Congreso de la Internacional Comunista (IC), y llev la discusincon Lenin y los suyos. En 1921, una delegacin de la CNT, conducida por los catalanes

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    Andreu Nin y Joaquim Maurn, asisti al III Congreso de la Internacional y particip enla fundacin de la Internacional Sindical Roja (ISR).

    A pesar de todo, la coyuntura haba cambiado. En Espaa, el movimiento obre-ro decreca. En Catalua, los asesinos de los sindicatos libres del gobernadorMartnez Anido y del polica Arlegui haban logrado por el momento detener la as-

    censin obrera asesinando revolucionarios sistemticamente. Adems, la accin delos obreros y los campesinos despus de la Revolucin rusa no haba conducidoen ningn pas a la victoria: el reflujo que comenzaba permitira una estabilizacin

    provisional del capitalismo en Europa. Las dificultades de la Rusia sovitica aislada,la represin por parte de los bolcheviques contra los militantes y organizacionesanarquistas, especialmente de la insurreccin de Cronstadt, fuertemente marcada porla influencia libertaria, provey a los defensores del anarquismo tradicional de argu-mentos contra el bolchevismo, y les permiti volver a recuperar el terreno cedido en1919 ante el empuje de las masas. En febrero de 1922, en ausencia de Nin, que per-

    maneca en Mosc, y de Maurn, que estaba encarcelado, un comit nacional pusofin a la adhesin provisional de la CNT a la Internacional Comunista: en juniodel mismo ao, la conferencia de Zaragoza confirm su ruptura con la InternacionalComunista y con la Internacional Sindical Roja.

    Sin embargo, en el intervalo, un gran nmero de militantes y cuadros de la CNThaban sido ganados al comunismo, y de ellos se hallaban en primera fila Nin yMaurn. Igualmente eran numerosos los militantes que, sin ser comunistas, rehusa-

    ban apartarse de la ISR, de la que Nin era uno de los secretarios. Bajo la impulsinde Maurn y de sus camaradas, se crearon los Comits Sindicalistas Revolucionarios

    (CSR) que se adhirieron a la ISR. Celebraron a finales de 1922 una conferencia na-cional en Bilbao, y fundaron el semanario La Batalla. Comunistas y sindicalistasconstituyeron una nueva corriente, nacida del anarcosindicalismo, pero alimentada

    por la experiencia rusa, que rompi definitivamente con el anarquismo tradicionaly en adelante sigui su propio camino: los militantes de los CSR se adhirieron lomismo a la CNT que a la UGT, de tendencia reformista, lucharon por conquis tar lamayora en estos dos sindicatos de los que reclamaban la unificacin. Fueron siste-mticamente expulsados tanto del uno como del otro.

    Una corriente muy prxima a la de los sindicalistas comunistas continu sin em-bargo manifestndose en la CNT en torno a uno de sus ms populares dirigentes enCatalua, Salvador Segu. Este, de origen anarquista, se impuso como un dirigenteobrero de primera lnea en el curso de las huelgas de 1919, y pudo ser calificado deverdadero sindicalista revolucionario. En 1922, en la conferencia de Zaragoza, sesitu entre los partidarios de la ruptura con la ISR, pero con argumentos propios. Seneg, en efecto, a la condena, tradicional entre los anarquistas, de la poltica, y nodud en pronunciarse en 1919 por la toma del poder. En Zaragoza inspir la adop-cin de una revolucin poltica dirigida contra los tradicionales tabs anarquistas.

    Muy preocupado por el problema de la unidad obrera, busc sistemticamente launidad de accin con la UGT, y un comunista como Nin, su amigo personal, pensaba

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    que se aproximaba al comunismo. Pero este organizador sin par, este combatienteobrero tan popular, era tambin la bestia negra de la patronal: fue asesinado por los

    pistoleros de Martnez Anido en el momento en que iba a concluir un acuerdo entrela CNT y la UGT contra la represin. Con l desapareci, al menos durante muchosaos, la posibilidad de ver llegar al frente de la CNT una corriente sindicalista revo-

    lucionaria en plena evolucin, que rompiera claramente con el anarquismo puro.Prcticamente fuera de la ley desde 1923 y desde el inicio de la dictadura, laCNT conoci durante muchos aos una crisis crnica. Entre los anarquistas tradi-cionales y una direccin nacional de tendencia sindicalista penosamente reconstitui-da en 1927, se situ en estos aos de clandestinidad el pequeo grupo activista delos Solidarios animado por Juan Garca Oliver, Francisco Ascaso y BuenaventuraDurruti, a quienes sus adversarios trataban de anarcobolcheviques porque volvana adoptar la idea de la toma del poder, defendan la de una dictadura y la de unejrcito revolucionario que estimaban necesarios. Sobre todo, a partir de 1927, se

    asisti a la constitucin totalmente clandestina, en el seno de la CNT y a partir desus propias organizaciones, de la omnipotente y muy secreta Federacin AnarquistaIbrica (FAI), que emprendi la conquista sistemtica de la central sindical a la quequiso convertir en el instrumento de su poltica de golpes revolucionarios.

    De hecho, la corriente dominante en la CNT reconstituida en 1931 fue, sin embargo,el reformismo que inspiraba Angel Pestaa. Suficientemente moderado para aceptar par-ticipar en el juego de los comits paritarios instituidos por la dictadura para imponerel arbitraje obligatorio de los conflictos de trabajo, no dud, en los ltimos meses de lamonarqua, en hacer de la central anarcosindicalista una fuerza de punta en la coalicin

    general que impuso la repblica. Dos representantes de la CNT tenan su asiento, en tan-to que observadores, en la conferencia de San Sebastin de agosto de 1930, y prometansu apoyo a los republicanos y a los socialistas a cambio de la seguridad del restableci-miento de la libertad de organizacin y de la promulgacin de una amnista general. Ennoviembre, la direccin de la CNT negoci con el lder conservador Miguel Maura; endiciembre, apoy la insurreccin de los oficiales republicanos de Jaca. En las eleccionesmunicipales del 12 de abril de 1931, por fin, abandonando la vieja hostilidad de princi-

    pios del anarquismo a las farsas electorales, hizo votar en masa a sus partidarios por loscandidatos republicanos. Con la proclamacin de la Repblica, la CNT reapareci, peroen su seno se enfrentaban las corrientes ms diversas, desde el reformismo abierto de Pes-taa y sus compaeros al golpismo revolucionario y al terrorismo de ciertos elementosextremistas de la FAI, pasando por tendencias sindicalistas todava vacilantes.

    La corriente marxista tambin fue profundamente sacudida por los aconteci-mientos mundiales que sucedieron despus de 1917. En el Partido Socialista ObreroEspaol (PSOE), fundado por Pablo Iglesias segn el modelo guesdista, apareci, des-

    pus de la Revolucin rusa, un ala izquierda, favorable a la adhesin del partido a laInternacional Comunista. Un paso que las Juventudes Socialistas, con Juan Andrade y

    Luis Portela a la cabeza, fueron las primeras en franquear, fundando, en abril de 1920,el Partido Comunista Espaol (PCE). El Partido Socialista sufrira la escisin un poco

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    ms tarde, en abril de 1921, cuando la mayora del mismo decidi rehusar las veintiu-na condiciones de adhesin a la IC. La minora fund entonces el Partido ComunistaObrero Espaol (PCOE) que se fusionara rpidamente con el PCE bajo la presin dela Internacional. Esta fusin se logr en 1921, pero era demasiado tarde para que el

    joven partido pudiera desempear el papel que le asignaban sus fundadores.

    Un ao despus se produjeron por una parte el pronunciamiento de Primo de Riveraque arroj al partido a la ilegalidad, y por otra parte la crisis del Partido bolchevique quecondujo, bajo el pretexto de bolchevizacin, a la sumisin de los PCs a la fraccinvictoriosa en la Unin Sovitica. El partido perdi a uno de sus fundadores Oscar PrezSols, que acabara siendo falangista y a muchos militantes. Aunque en 1927 logr ganarun grupo importante de militantes de la CNT en Sevilla, con Manuel Adame y Jos Daz,no ces de debilitarse, tanto bajo los golpes de una represin sistemtica como bajo losefectos de su propia poltica, y especialmente con expulsiones exigidas por la direccinde la Internacional cuya accin fue favorecida por las condiciones precarias de la accin

    clandestina. En el momento de la proclamacin de la Repblica, el Partido Comunistaoficial no contaba apenas con ms de 800 miembros en todo el pas, tras responsables queeran militantes desde fecha reciente y que fueron preferidos, a causa de su docilidad a lasdirectrices venidas de Mosc, a los supervivientes de la vieja guardia. Cuadros enterosdel partido fueron expulsados de hecho sin que se les diera ningn tipo de razones, niargumentando los verdaderos motivos: as sucedi en la Federacin Catalano-Balear quedirigan Maurn y Arlandis, en la Agrupacin Madrilea de Luis Portela, en la Agrupacinde Valencia, en la Federacin Asturiana, todas orientadas por hombres que eran muchoms conocidos como dirigentes obreros que los dirigentes del partido oficial. El mismo

    Andreu Nin volvi a Espaa en 1930. El antiguo secretario de la CNT, y despus de laISR, estaba ligado a la oposicin de izquierda en Rusia, miembro de su comisin inter-nacional, amigo personal de Trotsky. Con otros militantes especialmente Juan Andradey Henri Lacroix, que haban seguido, por su parte, el mismo itinerario se dedic a cons-truir en Espaa la oposicin comunista de izquierda, buscando las vas de un acuerdo conMaurn para la unificacin de los grupos comunistas de oposicin.

    En los medios comunistas, las reacciones ante la proclamacin de la Repblicaeran igualmente muy diversas. El PC oficial recibi la orden de lanzar la consignade Abajo la repblica burguesa! El poder para los soviets!, cuando no exista enEspaa, segn dijo Pravda, la sombra de un soviet o de un organismo parecido.Maurn que reconoci sin dificultad la influencia ejercida sobre l, en aquella poca,

    por Bujarin y los comunistas de derecha1y Nin a quien vimos unido a Trotsky lla-maron, por el contrario, a la lucha por la realizacin de las consignas de la revolucindemocrtica, de la que estimaban que slo los trabajadores podan arrancarlas, y quesu conquista constitua un elemento primordial en la lucha por la revolucin socialista.Los dos hombres, sin embargo, se oponan a propsito de la cuestin nacional: igual-mente cataln, partidario de la autodeterminacin, Andreu Nin no aprobaba la posicin

    de Maurn y de su organizacin en favor de la independencia de Catalua, y le repro-chaba su estrecha colaboracin con la pequea burguesa catalanista.2

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    Como en los otros pases, la escisin que sigui a la fundacin de la InternacionalComunista desplaz en Espaa un poco ms a la derecha al Partido Socialista, que habarehusado en 1921 las veintiuna condiciones de admisin a la Internacional Comunista.El PSOE y la central sindical que controlaba, la Unin General de Trabajadores (UGT),se pronunciaron en 1923 por una colaboracin con la dictadura y aceptaron las prome-

    sas que les ofreci Primo de Rivera. El secretario general de la UGT, Francisco LargoCaballero, se convirti en consejero de Estado. La UGT utiliz sistemticamente du-rante la dictadura organismos de colaboracin, como los comits paritarios, para hacer

    progresar su implantacin en detrimento de la CNT, perseguida y dividida. Los socia-listas, partidarios de la colaboracin de clases bajo la dictadura de Primo de Rivera, sevolvieron resueltamente reformistas a partir de la proclamacin de la Repblica: unode ellos, Indalecio Prieto, fue uno de los animadores del reagrupamiento de la oposi-cin frente a la dictadura, y luego, frente a la monarqua, uno de los principales organi-zadores de la conferencia de San Sebastin. La presencia en el gobierno provisional de

    ministros socialistas constituy para el nuevo rgimen una garanta sobre su izquierda,una proteccin contra las impacientes aspiraciones de las masas obreras y campesinas,al mismo tiempo que una promesa de reformas profundas y de leyes sociales parasatisfacer algunas de las reivindicaciones ms inmediatas.

    Sera errneo, sin embargo, no ver en l ms que a una fuerza de orden. Supoltica reformista no era ms fuerte que las ilusiones de los trabajadores hacia elnuevo rgimen, adems del miedo que temporalmente podan inspirar a una oligar-qua inquieta. La verdad es que la proclamacin de la Repblica abri la va de lasreivindicaciones obreras y campesinas que las clases en el poder no eran capaces

    de satisfacer. En definitiva, la revolucin estaba a la orden del da. El problema erasaber si podra organizarse en Espaa la fuerza necesaria para su victoria: los ele-mentos existan en todas partes, tanto en la UGT como en la CNT, en las filas de losfastas, y en las de los sindicalistas, en los comunistas oficiales o no, en los jvenesque se despertaban a la vida poltica y se apuntaban en tal o cual organizacin polti-ca o sindical. Cmo construir el marco que permitira reunirlas? Tal fue el objeto dela discusin que se llev entre comunistas, entre Maurn y Nin en Barcelona, entre

    Nin y Trotsky a travs de cartas, en un crculo todava reducido de militantes queno tenan por el momento ms arma que la experiencia de las revoluciones del sigloXX, victoriosas o vencidas, y la conviccin de que la hora de la revolucin proletariase acercaba en Espaa de modo inevitable.

    3. La democracia imposible

    La composicin del gobierno provisional era por s misma reveladora tanto delas intenciones como de los lmites de los fundadores de la Repblica. El presidente,

    Niceto Alcal Zamora, y el ministro del Interior, Miguel Maura, eran no solamente

    fervientes catlicos y conservadores declarados, sino adems centralistas decidi-dos. Nicolau DOlwer, ministro de Economa, era un liberal ligado a la banca de

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    Catalua. El ministro de Hacienda, Indalecio Prieto, adems de lder socialista, eraun hombre de negocios de Bilbao. Largo Caballero, secretario de la UGT, antiguoconsejero de Estado bajo el rgimen de Primo de Rivera, era ministro de Trabajo.Todos eran hombres de orden, deseosos de impedir y de tratar de combatir la revolu-cin, y su alianza sobre esta base negativa era imposible frente a las tareas de la

    revolucin burguesa que se impona en Espaa para salir de sus contradiccionesseculares: el problema de la tierra y de la reforma agraria, la cuestin de las naciona-lidades, las relaciones entre la Iglesia y el Estado, el destino del aparato burocrticoy del ejrcito de la monarqua, que estaba confiado al nico hombre nuevo de esteequipo, el republicano de izquierda Manuel Azaa.

    Sus primeras iniciativas queran ser tranquilizadoras. En una primera declaracingarantiz la propiedad privada dejando abierta la posibilidad de expropiacin porrazn de utilidad pblica y con indemnizacin; afirm de manera muy vaga que elderecho agrario deba corresponder a la funcin social de la tierra. Proclam su inten-

    cin de conservar las buenas relaciones con el Vaticano, proclam la libertad de cultossin hacer alusin a una eventual separacin. Se opuso a la proclamacin en Barcelonade la Repblica catalana, a donde envi tres ministros que negociaron un compromiso,el restablecimiento de la Generalitat, vieja institucin catalana, y la promesa de unestatuto de autonoma. No hizo ninguna alusin respecto a depuraciones del aparatode Estado o del ejrcito, manteniendo en sus funciones a los jefes de la polica y de laodiada Guardia Civil, cuyo jefe era el general Sanjurjo, y Alcal Zamora reciba congran pompa a los oficiales monrquicos que dirigan el ejrcito, con el almirante Aznar,ltimo ministro del rey, en primera fila.

    Las primeras semanas de existencia del nuevo rgimen dan la clave de esta pruden-cia. Un hecho de extrema justicia fue el que no se conocieran el 14 de abril enfrenta-mientos sangrientos. Cuando ni los monrquicos ni los anarquistas parecan querer negarseriamente a la Repblica, las primeras decisiones del gobierno provisional provocaronreacciones que permitieron medir la profundidad de las contradicciones. Los primerosdecretos provenan del Ministerio de Trabajo: el dirigente de la UGT tenia un grave pro-

    blema en el seno de su propia organizacin, una fuerte presin, la de los obreros agrcolasagrupados en la Federacin de los Trabajadores de la Tierra, y deba darles al menos par-cialmente satisfaccin. Un primer decreto prohiba el embargo de pequeas propiedadesrurales hipotecadas, otro prohiba a los grandes propietarios emplear trabajadores ajenosal municipio mientras existieran parados, los ayuntamientos fueron autorizados a obligara los grandes propietarios a poner en cultivo tierras dejadas en baldo. Por fin, el 12 de

    junio, el gobierno extendi a los obreros agrcolas el beneficio de la legislacin sobre losaccidentes de trabajo del que haban estado hasta entonces excluidos.

    Por mal acogidas que fueran estas medidas en los medios de la oligarqua, noprovocaron abiertamente una tempestad. Por moderadas que fueran, en cambio, lasdeclaraciones de los proyectos del gobierno parecan intolerables amenazas en los

    medios dirigentes de la jerarqua y del mundo catlico. Los grandes diarios que con-trolaban, ABC y El Debate, sostenan una dura polmica, destacando el carcter

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    provisional del gobierno que oponan a la eternidad de la religin catlica. Atacabancon violencia el decreto del 6 de mayo que dispensaba de la enseanza religiosa a losnios de las escuelas pblicas cuyos padres as lo desearan. El 7 de mayo publicaronuna carta pastoral del cardenal Segura, verdadera declaracin de guerra a la Repblicay a su gobierno, en defensa de los derechos de la Iglesia frente a la anarqua

    que amenazaba el pas, llegando a comparar al gobierno provisional con la repblicabvara de los consejos de 1919. Este texto provocador reforz la agitacin a puntode desarrollarse contra las congregaciones. Muchos dieron un apoyo abierto a losmanejos reaccionarios, de los que la reunin de Madrid del crculo monrquico erala prueba ms evidente. La reunin de este ltimo, el 10 de mayo, provoc vivos in-cidentes y dio lugar a rumores alarmantes: se hablaba del asesinato de un taxista porlos monrquicos. Durante la noche, seis conventos fueron incendiados en Madrid

    por jvenes; conventos e iglesias fueron igualmente saqueados e incendiados en losdas siguientes en Sevilla, Mlaga, Alicante y Cdiz. La versin de una provocacin,

    sostenida an hoy por un historiador eminente como es Gabriel Jackson, ha sido amenudo expuesta para explicar estas violencias antirreligiosas. No ha sido probada.Lo que es cierto en cambio es que la Iglesia espaola encarnaba a los ojos de lasms amplias masas, en vas de tomar conciencia de su condicin de clase, toda latradicin reaccionaria del pas y una servidumbre secular hacia los poderosos. Elgobierno observ la mayor prudencia: la polica no intervino ms que para asegurarla evacuacin de los religiosos, y fue en vano hasta el 15 de mayo que el ministrodel Interior reclamase la autorizacin para hacer intervenir a la Guardia Civil y para

    proclamar el estado de guerra. Los gritos de indignacin de la gran prensa y de los

    prelados no disimulaban la total ausencia de reaccin de la mayora catlica del pas:el despertar de las masas trastorn los esquemas tradicionales.

    El resultado de los incidentes de mayo fue en todo caso un endurecimiento de lasposiciones: Segura, acusado de haber provocado la explosin popular, fue declaradopersona non grata, y el gobierno se decidi a proclamar la libertad de cultos, aa-diendo, bajo pretexto de higiene, la prohibicin de poner imgenes religiosas en losnichos. Los obispos protestaron con indignacin.

    La cuestin religiosa estuvo igualmente en el centro de la primera crisis, despusde la discusin por las Cortes de la Constitucin y especialmente de su artculo 26.El proyecto, estrechamente inspirado en la constitucin de Weimar, proclamaba unarepblica democrtica de trabajadores de toda clase, concentrando el poder enuna cmara nica, elegida por sufragio universal, directo y secreto, y en las manosde un presidente con extensas prerrogativas, elegido por siete aos por un colegioelectoral particular. La separacin de Iglesia y Estado, prevista por el artculo 3, y lasdisposiciones del artculo 26 contra las congregaciones provocaron la primera crisisministerial, la dimisin de Maura y Alcal Zamora y la formacin de un gobierno

    presidido por el anticlerical Azaa. Fue este mismo gobierno, de coalicin republica-

    no-socialista, quien volvi sobre los principios mismos de la constitucin en materiade las libertades democrticas adoptando la ley de defensa de la repblica, que dio

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    al Ministerio del Interior poderes exorbitantes para mantener el orden, y que serams utilizado contra la agitacin obrera y campesina que contra la reaccin.

    Lanzados a la lucha contra la Iglesia catlica, los republicanos fueron, sin em-bargo, mucho ms prudentes en el terreno de las reformas sociales y ante todo en suaproximacin a la cuestin agraria. La ley de reforma agraria, votada despus de

    interminables debates, prevea la expropiacin de los grandes dominios en las princi-pales regiones de latifundios, pero su alcance era considerablemente limitado por lasclusulas de indemnizacin y, por consiguiente, por los crditos puestos a disposicindel Instituto de Reforma Agraria. En efecto, para los primeros aos, este ltimo nodispona ms que de sumas que permitan la instalacin anual de 50.000 campesinos,abriendo la perspectiva de un plazo de medio siglo para una reglamentacin definitivadel problema de la tierra. Y las resistencias de las clases poseedoras a nivel del aparatode Estado eran tales que el Instituto no gastara en dos aos ms que el tercio de lassumas que le haban sido concedidas. Como los capitales se fugaban o se disimulaban,

    las dificultades econmicas y sociales aumentaron en todos los sectores de actividad:el paro obrero alcanz proporciones sin precedentes, y a ste vino a sumrsele unalza continua de los precios que no detenan los aumentos de salarios obtenidos porlas huelgas cada vez ms numerosas a pesar de la multiplicacin de las institucionesque las arbitraban. La agitacin obrera reforz la agitacin campesina y viceversa. Larepresin, llevada por los cuerpos de polica tradicionales especialmente la GuardiaCivil exasper, indign y envenen los conflictos. Mientras catlicos y laicos seenfrentaban en las Cortes con grandes oratorias y se lanzaban a la cara amenazas ape-nas veladas de recurrir a la fuerza, obreros y campesinos espaoles hacan en sus lu-

    chas cotidianas, la experiencia del nuevo rgimen.Ya durante la discusin de la constitucin, estall en Barcelona la huelga de los

    empleados de la compaa americana de la Telefnica, impulsada por los militantes dela CNT. Esta compaa, introducida en Espaa en tiempos de Primo de Rivera, simbo-lizaba la penetracin del imperialismo extranjero, denunciada antes por socialistas yrepublicanos, quienes, ahora en el poder, queran tranquilizar a los capitalistas extran-

    jeros. Socialistas y anarquistas, militantes de la UGT y de la CNT, se enfrentaban,los primeros acusando a los segundos de desencadenar y extender la huelga bajo laamenaza de sus pistoleros. En respuesta a la represin gubernamental, la CNT lanzen Sevilla la consigna de huelga general, a la que el gobierno respondi con el estadode guerra. En una semana fue restablecido el orden en la gran ciudad andaluza: el

    balance fue de treinta muertos y ms de doscientos heridos. La prensa y los militantesde la CNT desencadenaron una campaa contra el gobierno: socialistas y anarquistascomenzaron a arreglar sus divergencias con las armas en la mano.

    Seis meses despus ocurrieron los trgicos acontecimientos de Castilblanco. Allla Guardia Civil dispers brutalmente una manifestacin de campesinos organizada

    por la Federacin de los Trabajadores de la Tierra, afiliada a la UGT. Cuatro guardias

    civiles que entraron en la Casa del Pueblo para impedir una manifestacin de protestafueron rodeados por las mujeres. Uno de ellos dispar: los cuatro seran linchados

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    y descuartizados por una masa encolerizada. La represin fue dura: seis condenas amuerte conmutadas por prisin a perpetuidad. Unos das ms tarde, la misma GuardiaCivil abri fuego sobre una delegacin de huelguistas en la comarca de Arnedo: huboseis muertos, entre ellos cuatro mujeres y un nio, y diecisis heridos de bala.

    Al mismo tiempo, militantes de la FAI desencadenaron una insurreccin arma-

    da en la cuenca minera del Alto Llobregat, proclamando el comunismo liberta-rio en estos pueblos miserables. Fueron aplastados en pocos das y un centenarde militantes anarquistas, entre ellos Durruti y Francisco Aseaso, deportados a lasCanarias y al Sahara espaol. Sus camaradas protestaron con una nueva insurreccinen Terrassa, el 14 de febrero de 1932, tomando el Ayuntamiento, asediando el cuartelde la Guardia Civil, y finalmente rindindose al ejrcito enviado contra ellos.

    Unos meses ms tarde fue la derecha la que tom la iniciativa del recurso a losfusiles. Reemplazado en el mando de la Guardia Civil por el general Cabanellas, elgeneral Sanjurjo intent un pronunciamiento que la CNT y los trabajadores sevilla-

    nos cortaron en seco respondiendo con la huelga general inmediata, mientras quelas tropas gubernamentales rechazaron la tentativa pobremente preparada por loselementos monrquicos en Madrid. El general faccioso fue condenado a muerte e in-dultado a continuacin. Los bienes de los conspiradores algunos de los cuales fue-ron deportados fueron confiscados. Favorecido por el fracaso de este movimiento,el gobierno aprovech para dar un ligero avance a la reforma agraria y hacer aprobarel Estatuto de Autonoma de Catalua, que permaneca hasta entonces en suspenso.Pero no apart del ejrcito ms que a algunos de los conspiradores ms conocidos.

    En el mes de enero de 1933, los activistas anarquistas del grupoNosotrosGarca

    Oliver, Durruti, antiguos miembros de los Solidarios apoyados en la FAI y loscomits de defensa desencadenaron una nueva insurreccin que arrastr a la CNTen numerosas localidades de Catalua, de Levante, de la Rioja y de Andaluca. En estaltima regin, en Casas Viejas, un destacamento de guardias civiles prendi fuegoa una casa en la que se haban refugiado una treintena de militantes anarquistas queserian quemados vivos, mientras que un oficial hizo ejecutar a sangre fra a catorceamotinados hechos prisioneros. El autor de este crimen pretendi haber obedecido r-denes de Azaa. Ni heridos, ni prisioneros. Tiros a la barriga. Esta poltica de brutalrepresin, el arsenal jurdico que el gobierno se dio con la ley del 8 de abril de 1932 so-

    bre el control de los sindicatos, la ley de orden pblico de julio de 1933, la ley sobre losvagabundos, permitiendo disparar sobre obreros parados y militantes profesionales, laobligacin de un anuncio de ocho das de antelacin para toda huelga, la multiplica-cin de los arrestos preventivos, la proteccin acordada por la polica a los comandosantianarquistas, todo esto dio, en adelante, al nuevo rgimen su fisonoma antiobrera,exasper las contradicciones, aviv las divergencias y prepar reagrupamientos en elseno del movimiento obrero.

    En cuanto a la CNT, despus de la proclamacin de la Repblica, fue sacudida por

    una profunda crisis. Desde el mes de octubre, los elementos de la FAI consiguieron,en efecto, una explosiva victoria sobre sus adversarios sindicalistas eliminando de

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    la direccin del diario cenetista Solidaridad Obrera a Joan Peir, al que juzgabanoportunista. Algunos meses despus, Pestaa fue expulsado del sindicato del me-tal. Un manifiesto firmado por treinta dirigentes de la CNT los trentistas entrelos cuales estaban Joan Peir, Juan Lpez, Pestaa, tom posicin contra el aventu-rerismo de la FAI y traz un programa reformista1que valdra a sus firmantes la

    expulsin de la Confederacin, con numerosas organizaciones en Valencia, Huelvay Sabadell especialmente,que tomaron el nombre de Sindicatos de la oposicin.Sin embargo, la FAI se dividi ella misma, y los anarquistas puros, fieles al modelo

    tradicional, combatieron encarnizadamente a aquellos que llamaban anarcobolchevi-ques y que buscaban en la realidad del momento una respuesta a la cuestin que lostrentistas rehusaban plantear: Cmo hacer la revolucin?2El conflicto interno setradujo de forma trgica a nivel de las contradicciones entre organismos responsables:en enero de 1933, en Catalua, la federacin local de la CNT lanz la consigna de huel-ga general, veinticuatro horas despus que la confederacin regional hubiera tomado

    posicin en contra. Pero reflej en realidad una crisis poltica extremadamente profun-da. Como subray entonces Andreu Nin, en notas repetidas hoy por el historiadorCsar Lorenzo, si los anarquistas permanecan fieles a su viejo esquema de gimnasiarevolucionaria destinada a adiestrar a los trabajadores, no haran ms que un cambioradical que les pondra en contradiccin con los principios anarquistas tradicionales,apoderndose, de hecho, del poder poltico e instaurando, a su manera, una dictaduraque no era ciertamente la del proletariado, sino que era la de su propio poder revolu-cionario.3Comentando la huelga de enero de 1933 y las proclamaciones de tomadel poder por los comits anarquistas, Andreu Nin salud esta nueva posicin como

    un paso adelante: Los dirigentes del movimiento han renunciado prcticamente alos principios fundamentales del anarquismo para acercarse a nuestras posiciones.4Y esto no era evidentemente por casualidad, ya que al otro extremo del horizonteanarcosindicalista, Angel Pestaa rompa con el anarquismo para fundar un PartidoSindicalista destinado en lo fundamental a realizar por una va pacfica y reformistaun socialismo basado en la autogestin y el federalismo.

    La colaboracin de los socialistas en un gobierno republicano que se volva tanclaramente contra las reivindicaciones obreras y campesinas, la decepcin provoca-da por los resultados concretos del cambio de rgimen poltico, no podan, al menosen un primer momento, nutrir el desarrollo de la CNT, que conoca, a pesar de lasdificultades, un desarrollo considerable de su organizacin y de su influencia durantelos primeros aos de la Repblica, en los cuales apareca como el polo de reagrupa-miento ofrecido a los revolucionarios lo mismo que a la accin de clase de los obre-ros y campesinos. La CNT reuna indiscutiblemente los elementos ms combativosy los ms decididos del proletariado espaol, pero, al mismo tiempo, no era capazde ofrecerles ni un mtodo ni un programa revolucionario y, en estas condiciones,la crisis que atravesaba la rebelin de los militantes contra los prejuicios anarquis-

    tas dejaba tericamente un lugar considerable a la intervencin de los comunistas,que disponan de una posibilidad real de construir verdaderamente su partido en una

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    doble oposicin a las corrientes reformistas de colaboracin de clase y a las tcticasaventureristas del golpismo revolucionario que facilitaban la tarea de la represingubernamental y agravaban las divisiones en el interior del movimiento obrero.

    Pero el Partido Comunista oficial estaba lejos de comprender la realidad polticay de tomar esta postura. ntegra y estrechamente sumiso a la direccin estalinista de

    la Internacional Comunista que representaba en Espaa una delegacin compues-ta por Humbert-Droz, Rabat y el argentino Codovilla aplicaba mecnicamente enEspaa los anlisis y las consignas elaboradas por ella en el marco de la poltica lla-mada del tercer perodo, caracterizada por su sectarismo y su rechazo a la unidadobrera. La definicinde la socialdemocracia como un socialfascismo, que dara enAlemania los resultados catastrficos de impedir la unidad en la lucha contra los nazis,asegurando la victoria sin combate a las bandas hitlerianas, se aplic tambin a la si-tuacin espaola: el anlisis del Partido Socialista como un partido socialfascista no

    poda ms que aislar a los comunistas y agrupar alrededor de sus dirigentes reformistas

    a los militantes socialistas que se preguntaban sobre los fundamentos de la poltica desu partido. An ms, este anlisis era aplicado de manera mecnica a los anarquistas,calificados de anarcofascistas y tratados en consecuencia como tales. Las repetidasllamadas del PCE al poder de los soviets en un pas donde no haba nada que se

    pareciera, ni de lejos, a un soviet, no haca ms que desacreditarlos y al mismo tiempodesacreditar tambin la imagen del comunismo. All donde los militantes comunistasconstituan una fuerza importante, como en Sevilla, la ponan al servicio de una pol-tica de escisin de la CNT: el comit de reconstruccin de la CNT, fundado por loscomunistas que militaban en el puerto de Sevilla, era el instrumento de esta empresa,

    que sera la causa de enfrentamientos sangrientos entre militantes del PCE y de la CNT,y levantara contra el comunismo a numerosos militantes anarcosindicalistas ligadosa la unidad de la central que el PCE se esforzaba en destruir. Esta trayectoria sectariay antiunitaria culmin con la sanjurjada; el mismo da del pronunciamiento del ge-neral, Mundo Obrero denunci al gobierno como centro de la actividad fascista, y lacontramanifestacin organizada por el PCE no ofreci otra consigna que la de AbajoSanjurjo!. El error era tan manifiesto, la incomprensin tan grande en las mismas filasdel partido, que la Internacional decidi un cambio: los dirigentes Adame y Bullejos,considerados los responsables de la poltica sectaria que no hicieron ms que aplicar,fueron eliminados, y el comit de reconstruccin fue transformado en comit parala unidad sindical. Los mismos delegados de Stalin continuaron en realidad dirigien-do el partido bajo la cobertura de nuevos jefes recientemente ascendidos como JosDaz, Jess Hernndez y Dolores Ibrruri, y el comit para la unidad sindical sirvide trampoln a una nueva central sindical, la CGT unitaria, cuya creacin facilit laexpulsin de los militantes comunistas de las otras dos centrales y contribuy un pocoms todava al aislamiento del Partido Comunista.

    Los comunistas que se oponan a esta situacin, durante este tiempo, se esforzaban

    en promover otra poltica y en conquistar a los militantes que se rebelaban contra estasituacin catastrfica. La Federacin Catalano-Balear de Maurn se fusion con el

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    Partit Comunista Catal de Jordi Arquer, otra pequea organizacin, pero bien implan-tada en muchos centros, entre los estibadores de Barcelona y de Lrida. Formaron jun-tos el Bloc Obrer i Camperol (BOC), que se autodefina como organizacin de masasy llamaba a los comunistas de Espaa a la reunificacin. Nin, que comenz a colaboraren La Batalla de Maurn y pensaba adherirse a la Federacin Catalana, renunci, no

    tanto por el hecho de las exhortaciones de Trotsky sino por las continuas negativas quele oponan los dirigentes del Bloc Obrer i Camperol. La vuelta a Espaa de los ele-mentos ganados a la oposicin de izquierda en Blgica y en Luxemburgo, permiti eldesarrollo del grupo que se convertira en la Izquierda Comunista en 1932, y publicabauna importante revista terica, Comunismo, y adems un efmero semanario, ElSoviet. Desde entonces, Nin se apart de los maurinistas y polemiz contra el BlocObrer i Camperol. Las divergencias eran profundas entre los dos grupos. La principalera que Nin y los suyos posean un anlisis sobre el estalinismo, y que su apreciacinde la situacin espaola se basaba en una interpretacin de los acontecimientos que se

    desarrollaron en Rusia despus de la revolucin, y por consecuencia, de la cuestinrusa, que segn ellos, dominaba toda la poltica de la Internacional, tanto en Espaacomo en otras partes. Maurn y sus partidarios, por su lado, rechazaban los ataquescontra los trotskistas, rehusaban tomar partido entre eestalinistas y trotskistas, afir-mando querer atenerse a sus propias divergencias de comunistas espaoles en la solacuestin espaola, y rehusando aceptar una poltica, fuese cual fuese, que se limitasea aplicar tericamente en Espaa los esquemas que haban sido vlidos en Rusia en1917.5Una posicin que Nin calificaba de trasplantacin deformada de la teora esta-liniana antimarxista del socialismo en un solo pas.6 Y esta divergencia fundamental

    aliment, de golpe, muchas otras oposiciones.De acuerdo en reconocer la importancia de la cuestin nacional, trotskistas y

    maurinistas no sacaban las mismas conclusiones prcticas. Nin luchaba por el recono-cimiento del derecho de las nacionalidades a la separacin, pero tambin por la uni-ficacin nacional e internacional del proletariado, mientras que Maurn se declarabaseparatista en Catalua y reprochaba a la Internacional que no apoyase a todos losmovimientos separatistas en Espaa. Igualmente, la Izquierda Comunista y el BlocObrer i Camperol estaban de acuerdo en condenar la poltica estalinista sectaria queconsista en oponer mecnicamente la dictadura del proletariado y de los soviets a larepblica burguesa y en caracterizar como democrtica burguesa la fase inicial dela Revolucin espaola. Pero Nin llev adelante la consigna de ruptura con las orga-nizaciones burguesas como un paso hacia la constitucin de los soviets, mientras queMaurn propuso una convencin nacional dirigida por los elementos avanzados de la

    pequea burguesa, en resumen, una coalicin del tipo de la que se estaba formando enCatalua con el movimiento catalanista, en una regin donde, a diferencia del resto deEspaa, la UGT y el Partido Socialista no constituan ms que una fuerza insignifican-te. Despus de la sanjurjada, el Bloc Obrer i Camperol lanz la consigna de Todo

    el poder para las organizaciones obreras: Nin la conden como una concesin oportu-nista, puesto que en Espaa significaba todo el poder a los sindicatos y exclua, por

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    tanto, a las masas campesinas. Lo que los trotskistas calificaban de oscilaciones cen-tristas, que en la decisiva cuestin del poder conduca a los maurinistas a adaptarse aveces a la pequea burguesa catalana y otras a los anarcosindicalistas, ellos oponanla lnea de la lucha por la construccin de la forma espaola de los soviets, las juntasrevolucionarias elegidas por los obreros y campesinos.

    El encarnizado combate poltico entre grupos opuestos entre ellos, y entre ellos yel PCE, provoc replanteamientos y cambios entre estos grupos cuyas fronteras eranpor lo dems bastante dbiles. En Madrid, en Valencia y en Extremadura, militantesdel PCE y de las Juventudes Comunistas (JC) fueron expulsados y se sumaron a laoposicin de izquierda. Gorkn, antiguo dirigente del partido en la emigracin que ha-

    ba aglutinado a los trotskistas en Francia, dej la oposicin de izquierda espaola paramilitar finalmente en el Bloc Obrer i Camperol. Pero el cataln Molins i Fbrega dejel Bloc Obrer i Camperol por la oposicin de izquierda.7La agrupacin de Madrid sedescompuso en 1932, una parte de sus miembros se integraron en el PCE, mientras

    que dos de sus principales animadores, el antiguo dirigente de las JS y del PartidoSocialista, Luis Portela, y el antiguo dirigente de las JC, Luis Garca Palacios, se inte-graron, el primero en el Bloc Obrer i Camperol de Maurn y el segundo en la oposicinde izquierda. Una minora que se denominaba Oposicin Obrera en el interior de laFederacin catalana, se agrup alrededor de los camaradas de Maurn, Antonio Ses ylos pioneros del comunismo Hilario Arlandis y Evaristo Gil, que en 1932 igualmentese integraron en el PCE. Este, a quien el apoyo financiero de la Internacional permitala publicacin de un diario, tarea muy superior a sus propias fuerzas, no progresms que dbilmente, a pesar del xito conseguido en Madrid sobre la oposicin de

    tendencia maurinista. La revista Comunismo gozaba de un enorme prestigio entrelos intelectuales, pero la oposicin de izquierda convertida en Izquierda Comunistaque la editaba no progres demasiado entre los trabajadores manuales. El Bloc Obreri Camperol, alrededor de la Federacin catalana, que se convirti en Federacin Co-munista Ibrica, sigui siendo, a pesar de sus fracasos enel resto de Espaa, el primer

    partido obrero en Catalua, donde las organizaciones sindicales de la CNT y los parti-dos catalanistas tenan la preponderancia poltica.

    Sin embargo, de la accin de estas organizaciones minoritarias, separadas porserias divergencias, surgi, con la agravacin de la situacin poltica y la amenazams precisa de contrarrevolucin en 1933, la primera iniciativa susceptible detrastornar la relacin de fuerzas entre sindicatos y partidos por una parte, y movi-miento obrero y clases dirigentes por otra.

    En efecto, en diciembre de 1933 se constituy en Barcelona, bajo el impulso delBloc Obrer i Camperol y de la Izquierda Comunista, el primer frente de unidad entreorganizaciones, la Alianza Obrera: laUGT catalana, la Uni Socialista, los sindi-catos de la oposicin trentistas, la Uni de Rabassaires (pequeos campesinos)y el minsculo Partido Socialista Espaol de Barcelona, y estas dos organizacio-

    nes comunistas decidieron concluir esta alianza en vista de oponerse a la victoriade la reaccin y de preservar las amenazadas conquistas de la clase obrera. Esta

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    iniciativa, todava modesta, era a la vez el resultado de la propaganda incansablellevada por la oposicin de izquierda internacional y espaola en favor de los frentesde unidad obreros contra el fascismo ascendente y de la emocin provocada en elmundo entero por la derrota de la clase obrera alemana, consecuencia del rechazoobstinado de la poltica de frente nico por parte de los dos grandes partidos obreros

    alemanes. Constituy al mismo tiempo una iniciativa defensiva frente a la apari-cin de los primeros grupos abiertamente fascistas, las JONS (Juntas de OfensivaNacional-Sindicalista) de Ledesma Ramos y Onsimo Redondo, despus Falange(Falange Espaola) que dirigan Jos Antonio Primo de Rivera, el hijo del dictador,y el aviador Ruiz de Alda. Corresponda, en fin, a la creciente inquietud y a la impa-ciencia que se traduca ms y ms vigorosamente en el interior del Partido Socialista,decepcionado por los resultados de los aos de colaboracin gubernamental.

    El balance de estos aos era, en efecto, sentido de manera extremadamente con-tradictoria por los militantes. Si los resultados obtenidos eran pobres en comparacin

    con las esperanzas alimentadas en materia de reformas y de avance gradual haciael socialismo, no era menos cierto que el Partido Socialista y la UGT crecieronenormemente, se convirtieron, en estos aos, en poderosas organizaciones de masasatrayendo a sus filas a numerosos jvenes que vean en ellas la principal esperanzade un cambio poltico y social. Sus nuevos militantes traducan a la vez la decepcinde las masas ante la pobreza de los resultados obtenidos y la presin ejercida por losanarquistas sobre su izquierda. La coalicin gubernamental se volvi cada vez msincmoda. Por una parte, los republicanos reprochaban a los socialistas no ser msque instigadores, o al menos cmplices de la agitacin campesina y de sus formas

    cada vez ms violentas, y les acusaban de doble juego. Por otra parte, anarquistas ycomunistas de obediencias diversas denunciaban a los socialistas como cmplices deuna poltica de represin feroz, de un rgimen en el que un republicano tan moderadocomo Martnez Barrio poda declarar que era un rgimen de barro, de sangre y delgrimas.8 La ruptura entre socialistas y republicanos seria desde ahora inevitable:el presidente de la Repblica, Alcal Zamora, se emple activamente provocando

    primero la crisis ministerial, y luego decidiendo la disolucin de las Cortes despusde un efmero gabinete Lerroux. De repente, la crisis del Partido Socialista se volviinevitable: la perspectiva de las elecciones plante la cuestin de las alianzas elec-torales, oblig a los dirigentes a reconsiderar el conjunto de su balance, forzando alos militantes a asumir sus responsabilidades. En las filas de la Juventud Socialista,especialmente en Madrid, se dibuj una corriente que volva a poner en cuestin deforma radical las perspectivas del partido despus de la escisin, la defensa de la de-mocracia burguesa parlamentaria y la colaboracin de clases en una ptica reformis-ta. Surgi una nueva fuerza, una nueva posibilidad concreta de construir un frente delos trabajadores al mismo tiempo que una fuerza revolucionaria. Pero no estaba porel momento ms que en sus primeros pasos, y las elecciones de noviembre de 1933,

    que dieron a la derecha la mayora, iban a crear un contexto nuevo.

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    4. La reaccin imposible

    Las elecciones de noviembre de 1933 dieron la victoria a la derecha: la ley electoralfavoreci las amplias coaliciones, y los socialistas, que entraron solos en la competi-cin, perdieron la mitad de sus escaos aun sin perder votos, mientras que los partidos

    republicanos se derrumbaron. Este resultado por s slo plantea el problema de fondo:en el contexto econmico y social de la Espaa tradicional, los socialistas, frente a unacoalicin a la que sostenan fondos considerables y los caciques de los pueblos, noles quedaba ms opcin que la derrota o la alianza con los republicanos, alianza que,como demostraban los aos transcurridos, no les permiti aplicar su poltica. Decididoa afrontar slo la competicin electoral, el Partido Socialista fue forzado de improvisoa asumir esta contradiccin y a poner en marcha una revisin desgarradora. El ala iz-quierda que se dibujaba en el transcurso del verano de 1933 a travs de las reaccionesde la Juventud Socialista empez a tomar forma, y su principal portavoz no fue otro

    que Largo Caballero. El hombre que durante cincuenta aos fue el jefe de las filas delreformismo y de la colaboracin de clases, traa un lenguaje nuevo y cuando menossorprendente. Para l, la experiencia de los primeros aos de la Repblica estaba clara:no haba que esperar nada de la pequea burguesa y de los partidos republicanos queeran congnitamente incapaces de realizar su revolucin democrtica burguesa. Segnl, durante estos aos de coalicin gubernamental, Azaa y los suyos haban saboteadotodas las tentativas de reformas serias incluso a travs de los altos funcionarios de su

    propio Ministerio. Durante la campaa electoral, emple, segn expresin de AndreuNin, un lenguaje puramente comunista, llegando incluso a preconizar la necesidad dela dictadura del proletariado.1

    Los anarquistas, por su parte, planteaban a su manera el mismo problema e inten-taban oponer la va parlamentaria a la va revolucionaria. Su historiador, CsarLorenzo, ha escrito: Sus militantes, sus mejores oradores, sus agitadores emprendie-ron una formidable campaa en favor de la abstencin, denunciando sin tregua y sinrodeos la incapacidad y la traicin de los partidos burgueses liberales y de los socialis-tas, su cobarda ante la derecha, su negativa a buscar un remedio definitivo a las plagastradicionales de Espaa y su ignorancia de las necesidades de la clase obrera. La pro-

    paganda libertaria encuentra un creciente eco entre el proletariado y el campesinado,cansados de la ineficacia de la coalicin republicano-socialista en el poder.2

    En la totalidad del pas, las abstenciones se elevaron al 32,5%, alcanzando y a vecessobrepasando el 40% en las provincias de Barcelona, Zaragoza, Huesca y Tarragona,45% en las de Sevilla, Cdiz y Mlaga. Habiendo asegurado as a su manera, graciasal impacto de su consigna de no votar, el xito electoral de la derecha, los anarquistas

    pasaron a la segunda parte de su demostracin, desencadenando contra la derechavictoriosa el tradicional levantamiento armado. El 8 de diciembre de 1933, por ini-ciativa de un comit revolucionario dirigido especialmente por Cipriano Mera y

    Buenaventura Durruti, la CNT desencaden la insurreccin en Zaragoza y, desde all,en Aragn y en la Rioja. De nuevo el comunismo libertario fue proclamado durante

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    algunos das en los pueblos. La represin del ejrcito y de la polica lo vencera fcil-mente: la CNT golpeada y dividida fue, por el momento, vencida.

    Ahora bien, la victoria de la derecha no fue una simple peripecia, sino, para susinspiradores, una primera etapa. Pues no estaba en su nimo una vuelta de pndulo enuna simple alternancia en el poder, sino el comienzo de un ataque para el cual otros

    medios adems de los electorales seran empleados, si fuera necesario. Los monr-quicos, carlistas o alfonsinos, organizados en la Comunin Tradicionalista, y elpartido Renovacin Espaola no renunciaban a salvar a Espaa y a regenerarla porlas armas a travs de una guerra civil. Su jefe, Calvo Sotelo, entusiasta del corpora-tivismo, admirador del fascismo, personalmente ligado al cardenal Segura, tena laconfianza de los jefes militares. Los dos partidos y un representante del ejrcito fir-maron con Mussolini, en 1934 en Roma, un acuerdo secreto por el cual este ltimo secomprometa a suministrar capitales y armas para contribuir a la cada de la Repblica.Esta extrema derecha conservadora, ms autoritaria y corporativista que monrquica,

    ejerci la ms viva presin sobre la organizacin poltica de la derecha. Creada poriniciativa de la jerarqua catlica, la Accin Popular de Jos Mara Gil-Robles, admi-rador del Estado corporativista de Dollfuss, que llegara a ser jefe parlamentario de laCEDA (Confederacin Espaola de Derechas Autnomas), el partido ms fuerte de lasCortes, y que gozaba, tambin, de la confianza de los ms importantes jefes militares.

    El nuevo gobierno, presidido por Lerroux, y en el que no participaban repre-sentantes de la derecha, se comprometi inmediatamente en la va de la demolicinde la obra de los primeros aos de la Repblica. La investigacin sobre las res-

    ponsabilidades de la monarqua fue cerrada por un sobreseimiento. El clero recibi

    exorbitantes subvenciones, mientras que los crditos de las escuelas pblicas fuerondisminuidos. Las leyes que concernan a la adjudicacin por concurso de trabajos

    pblicos fueron anuladas. La polica hizo amplios reclutamientos. Calvo Sotelo,condenado al exilio despus de la cada de la dictadura, fue amnistiado. Los gruposde extrema derecha salieron a la calle con la abierta proteccin de las autoridades:los falangistas atacaban diarios y locales socialistas e incluso liberales, disparandoen la universidad, y las tropas de las Juventudes de la CEDA, congregadas en ElEscorial, saludaban a sus jefes a la romana. Sanjurjo y los otros jefes del pronuncia-miento de 1932 fueron amnistiados y puestos en libertad. Lerroux dimiti porque el

    presidente Alcal Zamora exiga la publicacin de una nota mediante la cual declara-ba que sera peligroso reponer a estos hombres de nuevo en sus mandos. Su sucesor,Samper, prosigui su poltica, que condujo rpidamente a graves conflictos, esta vezcon los catalanes y los vascos: el gobierno hizo anular una ley catalana que reduca ala mitad los derechos de los grandes propietarios, y rompa unilateralmente un viejoconvenio en materia fiscal que dejaba a las diputaciones provinciales la percepcinde los impuestos en las provincias vascas. El presidente, en fin, busc el medio devolver a poner en duda la separacin de Iglesia y Estado.

    Sin embargo, la clase obrera espaola y los campesinos pobres se sintieron frus-trados, no vencidos, y la ofensiva reaccionaria comenz a dictarles reflejos unitarios.

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    En este contexto, la consigna de establecer un frente de unidad tomaba toda su di-mensin y la Alianza Obrera tomaba envergadura.

    Una delegacin de la Alianza Obrera de Barcelona, en la que figuraban Pestaa, elsocialista Vila Cuenca y Joaqun Maurn, se dirigieron a Madrid y se entrevistaron conLargo Caballero, que se ira poco tiempo despus a Barcelona para proseguir la discusin.

    Sensible a la amenaza de la contrarrevolucin, herido moralmente por el fracaso de suvida militante, empujado por la voluntad de combate de los militantes obreros de su par-tido y de la UGT, influenciado por intelectuales Carlos de Baraibar, Luis Araquistainque traducan la corriente a la vez unitaria y revolucionaria que comenzaba a animar ala joven generacin, el viejo dirigente reformista dio un paso ms y se pronunci por laAlianza Obrera, al mismo tiempo que por la va revolucionaria. La Alianza Obrera, yauna realidad en Barcelona, se extendi por toda Catalua, y tambin por Madrid, dondela participacin del ala caballerista le dio un peso particular, por Valencia, por Asturias,donde obtendra la espectacular adhesin de la organizacin regional de la CNT.

    Fue en febrero de 1934 cuando, en las columnas de La Tierra apareci la pri-mera toma de posicin de un conocido dirigente de la CNT en favor de la Alian zaObrera. Valeriano Orobn Fernndez, lanzndose sobre el viejo sectarismo anarquis-ta, plante el problema en estos trminos:

    La realidad del peligro fascista en Espaa ha planteado seriamente el problemade unificar al proletariado revolucionario para una accin de alcance ms amplio yradical que el meramente defensivo. La nica salida poltica actualmente posible sereduce a las solas frmulas antitticas de fascismo o revolucin social... es indispen-sable que las fuerzas obreras constituyan un bloque de granito.3

    La unidad que propona deba hacerse sobre la base de la negativa a colaborar con laburguesa y de luchar por su cada. La base del nuevo rgimen deba ser la aceptacin dela democracia obrera revolucionaria, es decir, de la voluntad de la mayora del proletaria-do, en tanto que denominador comn y factor decisivo del nuevo orden de cosas.4

    Sobre esta base la Confederacin Regional asturiana firm con la UGT un pactode alianza que el pleno nacional de la CNT rechaz con escndalo. Los asturianos,tras su dirigente Jos Mara Martnez, persistieron. As lo seala Csar Lorenzo:Volviendo a poner en duda el anarquismo tradicional, estos militantes asturianosaceptaran la constitucin de un poder ejecutivo que organizara la revolucin y des-

    pus de sta ejercera la autoridad y asegurara el orden.5

    Combatida con encarnizamiento, tanto por los socialistas de derecha de la tenden-cia Besteiro como por los anarquistas, denunciada como socialfascista por el PartidoComunista, la construccin de la Alianza Obrera traz una divisin nueva dentro delmovimiento obrero espaol y cre al mismo tiempo las condiciones de su reunifica-cin a plazos y, en lo inmediato, las de su unidad de frente. La iniciativa de la AlianzaObrera de Catalua llamando en marzo de 1934 una huelga general de solidaridad conlos huelguistas de la prensa madrilea demostraba que desde ahora exista en Espaa

    un elemento nuevo, un factor de renovacin de la estrategia obrera, una posibilidad desuperar las antiguas divisiones y de asumir una estrategia revolucionaria.

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    Pronto sera puesta a prueba. La CEDA hizo saber por boca de Gil-Robles queexiga su parte de responsabilidades gubernamentales. Los dirigentes socialistas sedividieron: deban resistir por la fuerza, a pesar de una evidente falta de prepara-cin, como pensaba Largo Caballero? Deban buscar la manera de evitar una batallacuyo fracaso era seguro y reservarse para tiempos mejores, como afirmaba Prieto?

    La reciente derrota de los socialistas austracos frente al canciller Dollfuss el mode-lo de Gil-Robles haca sin duda inclinar la balanza, y Largo Caballero lo consigui:se resistir con las armas en las manos. El 1 de octubre, las Cortes se reunieron, elgobierno dimiti y Gil-Robles reclam la mayora en el gobierno. Los socialistashicieron saber al presidente que consideraran esta entrada como una declaracinde guerra contra ellos; apoyados por los republicanos de izquierda, pidieron la di-solucin de las Cortes y nuevas elecciones. Despus de vacilar, el presidente AlcalZamora design a Lerroux y le pidi que formara un gobierno que comprendieratres miembros de la CEDA. La UGT lanz la orden de huelga general. La CNT no

    se movi en el plano nacional. Los campos, agotados por una larga y dura huelga delos obreros agrcolas en junio, tampoco se movieron. Solamente se declararan tresfocos insurreccionales: Barcelona, Madrid y Asturias.

    En Barcelona, la Alianza Obrera que inspiraban Maurin y Nin tom posicin porla insurreccin contra el nuevo gobierno, amenaza directa contra los obreros y loscampesinos as como contra la autonoma catalana. Intent convencer al gobierno dela Generalitat de que tena entre sus manos la clave de la situacin. La CNT catalana,

    por su crisis interna, por los largos meses de lucha para sostener la enorme huelga deZaragoza en la primavera anterior, no consider la alianza, an limitada, con los auto-

    nomistas de la Generalitat, y an menos con los comunistas del Bloc Obrer i Camperolque intentaron explotar su crisis para construir una central independiente, alindosecon la UGT y con los sindicatos de la oposicin. La CNT tom posicin contra la huel-ga uno de sus dirigentes habl incluso en este sentido por la radio de Barcelona ylos militantes anarquistas volvieron a hallarse de hecho en el campo del gobiernocentral, contra la huelga que se extenda por Catalua, contra la proclamacin porel presidente de la Generalitat, Companys, de la independencia del Estado catalnen el marco de la repblica federal. Los dirigentes catalanes, desbordados por laderecha por los fascistas catalanes del responsable del orden pblico, Dencs, y suscamisas verdes, que se dedicaban a provocar a los trabajadores atacando a losanarquistas y desarmando a los aliancistas, con su proclamacin haban salvado elhonor, y se apresuraron a negociar una rendicin honorable. A pesar del xito ini-cial de la huelga general la primera en Catalua que no haba sido impulsada por losanarquistas la clase obrera, especialmente en Barcelona, permaneci pasiva ante laaparente connivencia de la Alianza y de los autonomistas y la complicidad, de hecho,de los anarquistas con Madrid: quedando la CNT al margen de la Alianza Obrera,

    por ver en sta una fuerza competidora, y as roto el frente de unidad, el gobierno de

    Madrid pudo restablecer su autoridad sin disparar un tiro.En Madrid, donde el Partido Socialista era con mucho la fuerza determinante,

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    la CNT se neg igualmente a entrar en la Alianza Obrera. El 2 de octubre sus re-presentantes informaron a los delegados de la Alianza que haban decidido pasar ala accin insurreccional en caso de que la CEDA accediera al gobierno. El 4, con elanuncio de esta entrada, tomaron posicin para el desencadenamiento de una huelgageneral pacfica destinada a hacer presin sobre el presidente de la Repblica. La

    huelga arranc, de hecho, espontneamente: las calles estaban llenas de trabajadoresdispuestos a tomar las armas y a combatir. Pero los dirigentes socialistas no se deci-dan: faltaban las armas. Finalmente no hubo ms que apasionados movimientos dela muchedumbre, algunos disparos aislados contra las fuerzas del orden, operacionesde comando contra los edificios pblicos y los cuarteles, realizadas esencialmente

    por militantes de las Juventudes. El gobierno pudo respirar al cabo de cuarenta y ochohoras y comenz a hacer detener a dirigentes y militantes. La huelga prosigui hastael 12, testimonio de una voluntad de combate que no se pudo traducir en actos. LaAlianza Obrera de Madrid, simple rgano de unin, apndice del Partido Socialista

    madrileo, no fue el esperado rgano de frente nico y combate revolucionario.Pero no sera lo mismo en Asturias. All, como ya vimos, la CNT, con Jos Mara

    Martnez, entr en la Alianza Obrera, que reuni igualmente en el ltimo minuto alPartido Comunista, y que lanz la clebre consigna Unin, hermanos proletarios. Entodos los pueblos mineros se constituyeron comits locales que, desde la noche del 4de octubre, lanzaron la huelga general, ocupando el 5 la mayor parte de las localidades,atacando por sorpresa y desarmando a las fuerzas de polica, y ocupando la capital pro-vincial, Oviedo, el da 6. La noticia del fracaso de Barcelona y de Madrid no disminu-y la voluntad de combate de los mineros, cuyos comits tomaron en sus manos el po-

    der, armando y organizando las milicias, haciendo reinar un orden revolucionario muyestricto, ocupando los edificios, confiscando las empresas, racionando los vveres y lasmaterias primas. Se apoderaron del arsenal de La Trubia, de La Vega y de Marigoya,disponiendo de 30.000 fusiles e incluso de artillera y de algunos blindados, pero faltosde municiones, emplearon sobre todo la dinamita, arma tradicional en sus combates.Seguro de contener al resto de Espaa, el gobierno emple los mayores medios a sualcance, y bajo los consejos de los generales Goded y Franco, confi al general LpezOchoa el encargo de la reconquista, con las tropas ms escogidas, los marroques yla Legin extranjera. Oviedo caera el 12 de octubre, y el socialista Ramn GonzlezPea dimitira del comit revolucionario. La resistencia continu, y el ejrcito tomaraun pueblo minero tras otro hasta el 18 de octubre en que el socialista Belarmino Tomsnegoci la rendicin de los insurgentes. Francotiradores resistieron aqu y all durantesemanas. La represin fue terrible, ms de 3.000 trabajadores muertos, 7.000 heridos,ms de 40.000 encarcelados, siendo algunos sometidos a la tortura por los agentes delcomandante Doval, levantando la indignacin en los ms amplios medios. El estado deguerra se mantuvo durante tres meses y numerosos ayuntamientos fueron suspendidos,entre ellos Madrid, Barcelona y Valencia. Los tribunales militares pronunciaron cierto

    nmero de condenas a muerte: el sargento Vzquez, que se haba pasado al lado delos insurrectos, fue fusilado; los diputados socialistas Teodomiro Menndez y Ramn

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    Gonzlez Pea veran sus penas conmutadas, as como el comandante Prez Farras,jefe de las fuerzas catalanistas insurgentes.*Azaa, Largo Caballero y otros seranencarcelados por algn tiempo...**Prieto se refugi en Francia.

    Despus de la insurreccin de octubre de 1934, Andreu Nin escribi que a la Comunaasturiana le falt, para vencer, lo que ya haba faltado a la Comuna de Pars, un partido

    revolucionario. Esta era tambin la opinin