28.- la corresponsabilidad social en la atención a las personas mayores

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461 Capítulo © 2011. Elsevier España, S.L. Reservados todos los derechos | 28 | INTRODUCCIÓN El presente capítulo se centra en la atención a las personas mayores, un reto ya social y sanitariamente asumido pero todavía no satisfactoriamente resuelto. Sin embargo, que- remos dejar constancia de otra situación social que apa- rece como de alta relevancia en nuestra sociedad, la de las personas con un elevado grado de dependencia, que por su situación sanitaria precisan de atención continuada y de cuidados cotidianos por parte de sus cuidadores, a menudo familiares. Se trata de personas que tienen gra- vemente mermada su autonomía, su capacidad de auto- gestionarse en la vida ordinaria, en un amplio abanico de tipificaciones. Creemos que las reflexiones que presentamos a pro- pósito de la atención a las personas mayores es, mutatis mutandis, en muchos aspectos extrapolable a la atención a las personas dependientes. También estas han estado siempre presentes en la sociedad, aunque demasiado a menudo olvidadas e incluso escondidas. Asimismo, su adecuada atención plantea un reto ético urgente, en la medida en que se ha hecho sentir el clamor de tantos cui- dadores, «descuidados» por «desatendidos», hasta alcanzar una notable sensibilización social acerca de su problemá- tica. También hacia ellos, personas con dependencia y sus cuidadores, debe orquestarse una corresponsabilidad ética que concierne a diversos estamentos, instancias y personas, sin excluir a la conciencia social como signo y síntoma de un firme posicionamiento colectivo que muestre la calidad de la sociedad del bienestar. Es evidente que entre los individuos con alto grado de dependencia se encuentran muchas personas mayores: la intersección entre ambas temáticas, de la que se da buena cuenta en diversos informes del Instituto de Mayores y Servicios Sociales (IMSERSO), el más reciente del año 2008, justifica, a nuestro entender, que nos limitemos a afrontar una de ellas más exhaustivamente, para sugerir y aplazar el tratamiento adecuado de la otra. Así pues, hablaremos de la atención a las personas mayores, pero no queremos que ello signifique el descuido de otra temática relevante y necesaria: la atención a las personas con alto grado de dependencia. LAS PERSONAS MAYORES EN LA SOCIEDAD: RELECTURA URGENTE DE UN HECHO SOCIAL DE SIEMPRE Ya no debería ser necesario mostrar la importancia emer- gente del fenómeno de la presencia masiva de personas mayores en nuestras sociedades del bienestar. Aun así, y a modo de síntesis y de recordatorio, podemos afirmar dos aspectos complementarios del fenómeno que debe- mos contemplar simultáneamente. El primero de estos aspectos es el aumento de la longevidad de las personas, resultante de las nuevas aportaciones científicas y de las crecientes sofisticaciones tecnológicas en el ámbito de la atención sanitaria. El aumento de la longevidad plantea una expectativa de vida que es una buena noticia en sí misma: descenso de la mortalidad infantil, mayor aba- nico de despliegue de las etapas de la vida y, por consi- guiente, una mayor capacidad de planificar a largo plazo la propia vida. Pero al mismo tiempo, como reverso y complemento, este hecho plantea también una nueva presencia en la panorámica social: la irrupción creciente del volumen de personas mayores, una presencia que no nos es nueva —siempre ha habido personas mayores en el seno de la familia y de la sociedad— pero cuyo alcance La corresponsabilidad social en la atención a las personas mayores: un reto ético Antoni Nello Figa

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    Captulo

    2011. Elsevier Espaa, S.L. Reservados todos los derechos

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    INTRODUCCIN

    El presente captulo se centra en la atencin a las personas mayores, un reto ya social y sanitariamente asumido pero todava no satisfactoriamente resuelto. Sin embargo, que-remos dejar constancia de otra situacin social que apa-rece como de alta relevancia en nuestra sociedad, la de las personas con un elevado grado de dependencia, que por su situacin sanitaria precisan de atencin continuada y de cuidados cotidianos por parte de sus cuidadores, a menudo familiares. Se trata de personas que tienen gra-vemente mermada su autonoma, su capacidad de auto-gestionarse en la vida ordinaria, en un amplio abanico de tipificaciones.

    Creemos que las reflexiones que presentamos a pro-psito de la atencin a las personas mayores es, mutatis mutandis, en muchos aspectos extrapolable a la atencin a las personas dependientes. Tambin estas han estado siempre presentes en la sociedad, aunque demasiado a menudo olvidadas e incluso escondidas. Asimismo, su adecuada atencin plantea un reto tico urgente, en la medida en que se ha hecho sentir el clamor de tantos cui-dadores, descuidados por desatendidos, hasta alcanzar una notable sensibilizacin social acerca de su problem-tica. Tambin hacia ellos, personas con dependencia y sus cuidadores, debe orquestarse una corresponsabilidad tica que concierne a diversos estamentos, instancias y personas, sin excluir a la conciencia social como signo y sntoma de un firme posicionamiento colectivo que muestre la calidad de la sociedad del bienestar.

    Es evidente que entre los individuos con alto grado de dependencia se encuentran muchas personas mayores: la interseccin entre ambas temticas, de la que se da buena cuenta en diversos informes del Instituto de Mayores y

    Servicios Sociales (IMSERSO), el ms reciente del ao 2008, justifica, a nuestro entender, que nos limitemos a afrontar una de ellas ms exhaustivamente, para sugerir y aplazar el tratamiento adecuado de la otra. As pues, hablaremos de la atencin a las personas mayores, pero no queremos que ello signifique el descuido de otra temtica relevante y necesaria: la atencin a las personas con alto grado de dependencia.

    LAS PERSONAS MAYORES EN LA SOCIEDAD: RELECTURA URGENTE DE UN HECHO SOCIAL DE SIEMPRE

    Ya no debera ser necesario mostrar la importancia emer-gente del fenmeno de la presencia masiva de personas mayores en nuestras sociedades del bienestar. Aun as, y a modo de sntesis y de recordatorio, podemos afirmar dos aspectos complementarios del fenmeno que debe-mos contemplar simultneamente. El primero de estos aspectos es el aumento de la longevidad de las personas, resultante de las nuevas aportaciones cientficas y de las crecientes sofisticaciones tecnolgicas en el mbito de la atencin sanitaria. El aumento de la longevidad plantea una expectativa de vida que es una buena noticia en s misma: descenso de la mortalidad infantil, mayor aba-nico de despliegue de las etapas de la vida y, por consi-guiente, una mayor capacidad de planificar a largo plazo la propia vida. Pero al mismo tiempo, como reverso y complemento, este hecho plantea tambin una nueva presencia en la panormica social: la irrupcin creciente del volumen de personas mayores, una presencia que no nos es nueva siempre ha habido personas mayores en el seno de la familia y de la sociedad pero cuyo alcance

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    y sus exigencias s que nos son bastante novedosos: la presencia masificada de las personas mayores en el mapa social cambia el equilibrio intergeneracional y plantea serios interrogantes sobre su adecuada absorcin social.

    De hecho, una de las caractersticas sanitarias ms impactantes del Estado de bienestar, en trminos sanita-rios, es la longevidad, su aumento imparable como con-secuencia de las numerosas intervenciones sanitarias que exitosamente resuelven lo que hasta hace poco tiempo era letal. Al mismo tiempo, sin embargo, esta aportacin va acompaada de la aparicin masiva de una nueva franja social, las personas mayores, que plantea nuevas necesi-dades sanitarias y sociales hasta hace poco casi descono-cidas. Ambas cosas van ligadas y dibujan un escenario de luces y sombras, de ventajas e inconvenientes, de ambi-ciones cumplidas y de retos por afrontar.

    Es indiscutible que el aumento de la longevidad se debe a una serie de factores que deben ser alabados, desde el punto de vista sanitario y desde el social. El avance en las investigaciones mdico-sanitarias ha conseguido eliminar muchas de las causas de la mortalidad infantil, bastantes enfermedades letales de la vida adulta y algunas patologas propias de las personas ya mayores. Valgan los planes de vacunacin infantil, las nuevas tecnologas teraputicas de intervencin quirrgica y la prevencin de enfermedades degenerativas como ejemplos genricos pero bastante sig-nificativos de lo que queremos expresar. Se garantiza as un paralelo decrecimiento de la mortalidad anticipada y un crecimiento de la mortalidad aplazada.

    El xito sanitario corre paralelo al triunfo social, que denota una efectiva atencin por el bienestar de los ciu-dadanos, que repercute en distintos aspectos de la vida y de la convivencia de las personas, en todas las fases de su desarrollo, y que se manifiesta de manera especial en ese aspecto existencial tan importante que es la esperanza de vida, y de vida en calidad.

    Tambin cabe mencionar el aumento de la sensibiliza-cin y la culturizacin sanitaria de la sociedad en muchas de sus instancias, con la consiguiente mejora de las condi-ciones de vida, de trabajo y de convivencia que potencian, todas ellas, una mayor y mejor expectativa de vida. Valgan aqu tambin algunos ejemplos genricos y significativos: las campaas de seguridad en el trabajo, de prevencin de la siniestralidad en la conduccin, de denuncia de las conductas de riesgo sanitario, de difusin de hbitos de salud a travs del deporte, de la higiene, de la adecuada alimentacin, etc. Es indudable que todo ello ha facili-tado la extensin de la vida humana y ha mejorado su calidad.

    El hecho es, sin embargo, que la longevidad tiene como repercusin inmediata la aparicin masiva de una nueva clase social, las personas mayores, con la que hasta ahora contbamos poco, no en cuanto a individuos singulares se refiere sino, precisamente, en su dimensin global y masificada. Y paralelamente a ello, la aparicin de nue-vas enfermedades, propias especialmente de las personas

    mayores, que antes tenan una relevancia mucho ms escasa y que ahora piden una atencin ms global y siste-mtica, tanto desde el punto de vista cientfico y tecnol-gico como desde la perspectiva del gasto sanitario y social que genera, no slo en recursos econmicos sino tambin en recursos humanos. Ejemplo coyuntural nada fcil de resolver de las diversas problemticas que plantea la presencia masiva de las personas mayores en la sociedad, en su engranaje organizativo y en la gestin del gasto social y sanitario, es el recientemente abierto debate sobre la edad de jubilacin de las personas en nuestro Estado espaol.

    Esto no significa, evidentemente, que antes no hubiera personas mayores ni se les prestara atencin. En este sentido, recomendamos la lectura de Snchez Granjel (1991), que muestra las diversas comprensiones, as como las distintas respuestas sociales y eventualmente sanitarias ante las personas mayores a lo largo de la his-toria. Bien al contrario: las personas mayores han tenido y tienen, desde siempre, un peso especfico en todas las sociedades. La persona mayor ha representado siempre el peso de la historia, la materializacin de las races, la fuerza de la memoria y de la experiencia, la sabidura y la serenidad ante las turbulencias de la vida. Y ante la persona mayor siempre se han manifestado actitudes de respeto, de atencin e incluso de veneracin, ya sea por lo que aportan de riqueza como por lo que representan de debilitamiento y necesidad, de vulnerabilidad que exige atencin y cuidado, basculando siempre entre una consideracin positiva de la vejez y una percepcin de la misma como enfermedad inevitable, pero que no supone ni marginacin ni desinters. As, podemos sealar, como acertadamente lo hace Gracia (1995), el paso de la cul-tura juda, que preconiza el respeto reverencial hacia las persones mayores que representan el saber y la experien-cia, a la cultura griega, que empezar a considerar a la persona mayor (gras) como enferma, en contraposicin a la madurez (acm) de la que cabe esperarlo todo en la organizacin de la ciudad, y ello a pesar de que la persona mayor merece siempre unas atenciones, como por ejem-plo honrarlos segn su edad, levantndonos para ir a su encuentro, cedindoles el asiento y otros actos similares de cortesa (Aristteles, tica a Nicmaco, 1165 a 26-28), pero de quien se deber esperar slo que sepa soportar estoicamente los achaques propios de la edad segn el De Senectute de Cicern. Nosotros, hijos y herederos de la conjuncin de estas dos culturas, hemos escrito una his-toria que oscila entre estas dos fundamentales actitudes ante las personas mayores, entre la veneracin y la sopor-tacin respetuosa.

    Pero si la presencia de las personas mayores en el seno de la sociedad no es algo nuevo, ni siquiera la reflexin a propsito de esta fase de la vida, lo que es nuevo es la extensin del fenmeno, su masificacin. Hagamos refe-rencia de nuevo a los diversos estudios elaborados desde el IMSERSO, en especial a su Informe 2008. Las personas

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    mayores en Espaa (IMSERSO, 2008a). El nmero de per-sonas mayores representa hoy un porcentaje en el espec-tro social mucho ms importante que hace 100 aos. Nuestros jvenes, en general, conocen a sus abuelos, mientras que nosotros conocimos quiz a alguno, y fun-damentalmente a nuestra abuela y no a nuestro abuelo.

    La extensin del fenmeno lleva, incluso, a hacer dis-tinciones dentro de las distinciones, as como a introdu-cir matices terminolgicos. Se hablaba de abuelos, de ancianos o simplemente de viejos, y posteriormente se pas a hablar de tercera edad, esa edad que va desde la jubilacin hasta la muerte, y despus, ya en tiempos recientes, se distingui entre tercera edad y cuarta edad, en funcin de la autonoma de la que goza la persona, para deslizarnos, ahora, hacia una nueva terminologa que se expresa en trminos de personas mayores, ms genricos y con voluntad de ser ms respetuosos, no dis-criminatorios, evitando especialmente la terminologa que gira en torno a la vejez, estigmatizada precisamente, y esto es nuevo, como tipologa despectiva.

    As pues, es normal, sano y necesario que afrontemos y repensemos el papel, las peculiaridades, las demandas y las necesidades de esta nueva franja de poblacin que llamamos personas mayores. Y que lo hagamos en tr-minos de responsabilidad social compartida.

    ATENCIN A LAS PERSONAS MAYORES EN LA SOCIEDAD: UN RETO TICO

    La historia de la humanidad podra escribirse en clave de novedades y de respuestas a las novedades, siguiendo el modelo del azar y de la necesidad que se pregona como ley general de la evolucin de las especies. Son novedades culturales, cientficas y sociales: las invasiones brbaras, el descubrimiento de que la tierra es redonda, el choque entre nuevas razas y culturas, las migraciones humanas, el desarrollo del comercio, la revolucin industrial y la aparicin de la clase obrera, la aventura humana en el espacio y la aventura humana por la supervivencia en los pases pobres del Tercer Mundo, las medidas ante la amenaza ecolgica, etc. No se trata de hacer una lista exhaustiva de estos acontecimientos, que sera imposible, pero s de hacer notar que cada uno de ellos ha supuesto un reto y ha generado, no sin dificultades ni siempre con prontitud ni acierto, una respuesta social para hacerle frente, para adecuarse a l lo mejor posible, para absor-berlo y darle respuesta lo ms satisfactoriamente posi-ble, a veces con entusiasmo, optimismo y esperanza, y otras, en cambio, y desgraciadamente, con miedo, con intentos de rechazo, cuando no de negacin; a veces con aciertos rpidos, y otras, con errores y desaciertos, con debates y polmicas profundas que se han prolongado durante bastante tiempo. Pero la historia dice que

    siempre, siempre!, el fenmeno acaba imponindose a la sociedad, de una manera u otra. Y que esta, la socie-dad, evoluciona precisamente al encajar el fenmeno, al absorberlo y afrontarlo, redimensionndose y reinter-pretndose precisamente para poder hacerle frente. Y que este cambio representa un punto de no retorno, de manera que la sociedad ya no es como antes, sino que mejora o empeora. No obstante, esta valoracin no nos interesa en este momento, aunque s constatar el cambio, la evolucin, la nueva conciencia y las nuevas interven-ciones, y que este cambio social se hace, precisamente, en funcin y a travs de la provocacin del nuevo fenmeno y de la respuesta colectiva que se le da. Baste citar algo de sobra conocido para ilustrar esta afirmacin: el nexo causa-efecto, que nadie pone en duda, entre la cons-tatacin de las monstruosidades de las que fue capaz el gnero humano durante los aos de la Segunda Guerra Mundial y la casi inmediata respuesta, ya terminada la guerra, con la solemne proclamacin de la Declaracin Universal de los Derechos Humanos en 1948.

    Aadamos ahora que la grandeza de la humanidad vive la historia, y la historia radica, precisamente, en la forma en que los humanos afrontamos los fenmenos, las novedades, las irrupciones sociales. Podemos hacerlo de maneras muy diversas: pasivamente, dejando que las cosas vayan evolucionando de manera espontnea: es la estrategia del avestruz, la de esconder la cabeza debajo del ala, claudicando de una verdadera humanidad y humani-zacin de la historia, convirtindonos en vctimas de la historia; o activamente, afrontando los nuevos fenme-nos, mejor o peor, pero con la firme voluntad de darles sentido y respuesta. Es lo que nos conviene para una ver-dadera humanizacin responsable de la historia.

    Lo que s queremos explicitar en este momento de la reflexin es la inexorable importancia social del fen-meno de las personas mayores y el impacto que supone como reto tico, como hecho que ha adquirido unas proporciones nuevas que nos interpelan, y, consecuen-temente, la urgencia de una respuesta seria, humana y humanizadora antes de que el fenmeno nos desborde, nos ahogue y hayamos llegado tarde. En estos trminos se expresaba la reciente Conferencia Ministerial de la Comi-sin Econmica para Europa (CEPE), celebrada en Len en noviembre del 2007 bajo el ttulo Una sociedad para todas las edades: retos y oportunidades (IMSERSO, 2009).

    Una importancia y una urgencia que ya no se pueden menospreciar, de entrada porque las personas mayores son a la vez la condicin de posibilidad y la anticipacin de nosotros mismos, nuestras races y nuestro futuro: de ellos venimos y como ellos vamos a convertirnos. Ya slo por este motivo en s mismo no demasiado generoso pero indudablemente efectivo la cuestin de las personas mayores merece un tratamiento cuidadoso; pero tambin, sobre todo, y de manera desgraciada-mente lamentable en nuestro contexto nacional, porque un fenmeno conocido y previsible hace muchos aos,

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    demasiados aos, nos est recriminando un retraso exce-sivo en su afrontamiento, dejando atrs vacos e insatis-facciones, desatenciones e incluso mucho sufrimiento individual y familiar que nos recrimina en nuestra con-ciencia colectiva: cuando los pases vecinos ya hablaban del fenmeno y procuraban darle respuesta, cuando las estadsticas demogrficas hablaban del envejecimiento progresivo de la poblacin, no slo por el descenso de la natalidad sino tambin por el aumento de la longevidad, nosotros nos quedamos demasiado a menudo cruzados de brazos, dejando a la libre iniciativa y a su espontneo desarrollo la problemtica que acompaa la numerosa presencia de personas mayores en nuestra sociedad. Hoy la presencia masiva de personas mayores en nuestras ciu-dades es un hecho innegable y relevante que requiere un abordaje serio, riguroso y responsable.

    LA RESPUESTA SOCIAL RESPONSABLE A LAS NECESIDADES DE LAS PERSONAS MAYORES: UNA URGENCIA

    No podemos negar, con todo, que ahora nuestra sociedad est haciendo un esfuerzo notable para afrontar todas las problemticas que genera la presencia numerosa de los mayores entre nosotros. La Ley de Dependencia, recien-temente aprobada en el Parlamento espaol, es, en lo que concierne a las personas mayores en situacin de depen-dencia, un ejemplo notorio y relevante en nuestro parti-cular contexto social y poltico. Por no mencionar de nuevo otra documentacin trascendental a propsito de las personas mayores y/o dependientes que ya habr sido comentada y utilizada a lo largo de este estudio, aunque merece una especial relevancia: el informe de la segunda asamblea mundial sobre el envejecimiento organizada por la Organizacin de las Naciones Unidas en Madrid en el ao 2002.

    Es cierto, sin duda, que en nuestro pas la respuesta social al fenmeno de las personas mayores ha llegado tarde, demasiado tarde, pero tambin es cierto que llega, que va llegando, aunque creemos que apenas estamos en el principio de una accin orgnica y sistemtica, poltica y social. Los datos demogrficos anunciaban el fenmeno ya hace tiempo. Otros pases de nuestro entorno y de similares caractersticas sociales y polticas ya lo haban detectado y haban determinado algunos pasos para darle respuesta. La previsin y la prospeccin es un ejercicio poltico difcil pero necesario. Y en nuestro pas eso ha fallado bastante, siendo condescendientes y no queriendo agravar la valoracin.

    Hemos tenido que asistir a un aluvin de llamadas residencias geritricas de carcter privado que se han anticipado a la respuesta pblica y, a menudo, lo han hecho de manera desafortunada, afrontando una pro-blemtica bien real, pero planteada como ganancia

    econmica y, demasiado frecuentemente, de manera ina-decuada, insuficiente o incluso delictiva, llenando desgra-ciadamente, especialmente en este ltimo caso, pginas de prensa amarilla con tristes verdades en la narracin de ancdotas dolorosas y reales. Hemos tenido que or las reivindicaciones de los familiares de muchas personas mayores afectadas de enfermedades novedosas, como la de Alzheimer, que se han sentido desatendidas, cuando no abandonadas a sus propias fuerzas y recursos. Hemos tenido que escuchar la voz de personas mayores mal-tratadas o desatendidas por sus mismos familiares. Hemos tenido que constatar, a veces dramticamente, las deficiencias del hbitat de muchas personas mayores en situacin de precariedad econmica que tienen dificulta-des para poder llevar a cabo las operaciones domsticas ms sencillas y elementales. Hemos tenido que sentir la amenaza de que el Estado de bienestar no se podra hacer cargo de las pensiones de jubilacin en un escena-rio de crisis econmica Demasiadas luces rojas. Pero hay, finalmente, voluntad poltica de afrontar la proble-mtica, y esto ya es una buena noticia.

    Es en la rbita de esa voluntad positiva donde se inscri-ben las reflexiones y las propuestas que pretende ofrecer este captulo: en la rbita de una toma de conciencia de los deberes que tiene toda la sociedad hacia las personas mayores y en la rbita de que estos deberes consisten, bsicamente, en hacer posible la vida de los mayores en esta ltima fase, menos productiva pero no por ello menos importante, de su vida. Deberes que se deben materializar en actuaciones de amplio espectro, tanto en lo referente a los implicados en su realizacin, como en lo que concierne a la satisfaccin de las numerosas necesi-dades que presentan las personas mayores para que su vida sea, todava y mientras sea necesario, hasta su final inexorable, una vida humana y humanizada.

    LA NECESARIA CORRESPONSABILIDAD TICA COMO TELN DE FONDO DE LA ATENCIN A LAS PERSONAS MAYORES

    Nuestra tesis es que la calidad, es decir, la validez e ido-neidad, de una respuesta tica a un fenmeno social no es responsabilidad exclusiva de nadie en particular, sino que es responsabilidad de todos los implicados en el fenmeno concreto, correspondindole a cada uno una responsabilidad especfica. Y que esta calidad con-siste, precisamente, en la articulacin, de la manera ms armoniosa posible, de la responsabilidad de todos, en la conjuncin de estas responsabilidades. Es lo que hemos llamado, genricamente, la cuadratura circunscrita de la tica profesional (Nello, 2001) y que se materializa, justamente, en la seria toma de conciencia de las propias

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    responsabilidades por parte de todos los implicados en un determinado fenmeno social.

    La intuicin que desarrollamos es que venimos de una historia en la que nos hemos limitado, y contentado, con exigir a los profesionales una buena actuacin que garan-tizara una buena prestacin de servicios a sus destinata-rios. Esta es la tradicin de la tica profesional, para nada desdeable (Hortal, 2002). En contraposicin, y de modo ampliativo, creemos que lo que hace falta es pensar, preci-samente y sobre todo, en la calidad del servicio profesio-nal prestado, calidad que incluye la responsabilidad del profesional, indudablemente, pero que no se limita a l, sino que incluye a todos los que intervienen de manera ms o menos directa en el acto profesional, incluido el mismo receptor de la prestacin profesional.

    La nuestra es, as, una propuesta que va ms all, sin negarlos, de los cdigos deontolgicos, estrictamente profesionales. La grandeza de los cdigos deontolgicos, y todava hay profesiones que no han elaborado el suyo, es que a travs de ellos se manifiesta gremialmente y se asume socialmente la responsabilidad del profesional, al exigirle formalmente unos indicadores de seriedad y responsabilidad en su actuacin. Con ello, los cdigos deontolgicos expresan ampliamente el sentido de la responsabilidad profesional, la cual se arraiga en la tras-cendencia del servicio socialmente necesario e imprescin-dible que ofrece una determinada profesin a la ciudadana y que, por eso mismo, la sociedad reclama y tutela a travs de la formacin y del seguimiento de los profesionales, y que estos asumen en sus organizaciones corporativas y colegiales.

    El mbito sanitario es, ciertamente, uno de los mbi-tos profesionales socialmente ms relevantes, no slo porque el cdigo deontolgico de los mdicos se arraiga en el juramento hipocrtico del siglo v a. C., mostrando ya la consideracin social que desde siempre ha tenido el servicio que el mdico presta al ciudadano, su importan-cia al servicio de un bien tan preciado como es la salud y, por tanto, la responsabilidad que le es inherente, sino porque es en torno a la salud donde gravita una de las necesidades bsicas del ciudadano, una de esas necesida-des que el ciudadano tiene y no sabe ni puede satisfacer autnomamente, sin la ayuda especfico del experto, del tcnico, del profesional. El ciudadano necesita del mdico en cuanto a su salud. El ciudadano es el paciente, en el doble sentido de receptor de la prestacin y expectante de la misma. El mdico es el sujeto activo, el protagonista indiscutido, con su saber y sus tcnicas, que se apresta a resolver el problema sanitario del paciente.

    Las peculiaridades de la relacin mdico-paciente necesidad y dependencia por parte del paciente; cono-cimientos y servicio a la salud por parte del mdico tra-zan una relacin necesariamente asimtrica entre mdico y paciente, y en general entre el profesional y el receptor de la prestacin profesional, y ello muy especialmente en el mbito sanitario. Esta asimetra se traduce tambin

    en trminos de prestigio social y reconocimiento hacia el mdico y hacia el profesional en general, as como en trminos de fiabilidad, confianza y exigencia que hacia ellos se dirige, pues el ciudadano espera del mdico y del profesional en general su saber y su saber hacer. Y quien dice asimetra, dice poder. La relacin mdico-paciente, profesional-usuario en general, es, digmoslo claramente, una relacin de poder: el mdico dispone de un poder fctico hacia el paciente que depende de l y que se pone en sus manos. Y de la misma manera, con los matices per-tinentes, sucede con cualquier profesin: sujeto activo, el profesional; sujeto pasivo, el receptor de los servicios pro-fesionales. As, existe una cierta asimetra en la relacin y, por tanto, una relacin de poder.

    Este es el esquema de comprensin convencional, y acertado, de las profesiones y de su rol en la sociedad. De esta comprensin se deriva, precisamente, la elaboracin de los cdigos deontolgicos, los cuales manifiestan y aseguran la buena praxis profesional para garantizar la confianza del ciudadano y arbitrar la vivencia responsa-ble por parte del profesional de la relacin asimtrica que genera el uso adecuado del poder del que goza en el ejer-cicio de su profesin. Es en esta comprensin en las que se ha venido desarrollando la biotica como punta de lanza de las diversas ticas profesionales (Casado, 1998).

    Lo que nosotros proponemos, sin embargo, va ms all de esta consideracin, pero sin negarla. Partimos de una observacin sencilla: tiene algn deber tico el paciente ante el mdico y, en definitiva, ante s mismo? La res-puesta es obvia: el paciente debe hacer bien de paciente. Esto significa que debe seguir las instrucciones del mdico, tomando los frmacos que le han sido recetados y siguiendo las instrucciones sanitarias pertinentes. Si el paciente no ejecuta adecuadamente su papel de paciente, entonces es evidente que la calidad y la responsabilidad del mdico resultarn insuficientes e ineficaces para res-ponder a la situacin sanitaria que los ha llevado a iniciar su relacin teraputica.

    Valga este ejemplo sencillo, que pedira muchas ms precisiones en el escenario de nuestras sociedades desa-rrolladas en las que el ciudadano ya no es ni mucho menos el ignorante que se entrega confiada y sumisa-mente al mdico, para hacer ver lo que nos interesa: el xito del acto mdico vase de cualquier acto profesio-nal no radica exclusivamente en el profesional, sino que depende tambin de las buenas maneras del paciente vase del receptor del servicio profesional. Cada uno con sus saberes y sus competencias, ambos dibujan una relacin de corresponsabilidad que garantizar el xito no slo del acto mdico, de la actuacin del profesional, sino, y eso debe ser lo importante, del acto sanitario, del acto profesional entendido en sentido amplio.

    As pues, preferimos hablar no tanto del acto profesional como acto del profesional, sino del acto profesional como respuesta articulada y corresponsable ante una determi-nada necesidad social bsica que afecta a la ciudadana;

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    de acto sanitario por encima del estricto acto mdico; de acto legal por encima del estricto acto profesional del abogado; o de acto educativo por encima del simple acto docente del maestro.

    Con todo ello, lo que queremos destacar es la corres-ponsabilidad entre profesional y receptor del servicio pro-fesional o, dicho de una manera ms compleja, queremos destacar la participacin de diversos protagonismos en cualquier acto profesional, de modo que la responsabili-dad que debe garantizar el xito de la accin profesional recae, en funcin de sus peculiaridades y posibilidades, en todos los que intervienen, personal o institucionalmente, en esta accin profesional.

    Esto quiere decir, en el caso de la atencin sanitaria que es una de las intervenciones que estn directa-mente implicadas en la atencin a las personas mayores y que constituye el objetivo de estas reflexiones, que los cdigos deontolgicos fijan las condiciones de una buena actuacin por parte de los profesionales de la salud que intervienen en el acto sanitario (mdicos, personal de enfermera, psiclogos, trabajadores sociales, etc.), pero que no basta con ello, que los cdigos deontolgicos son necesarios pero no suficientes, que todava hay que ir ms all y determinar, en primersima instancia, cules son las responsabilidades exigidas a los pacientes, en nuestro caso las mismas personas mayores, y a su entorno familiar.

    Asimismo, quiere decir que la corresponsabilidad no termina en esa relacin bidireccional entre profesio-nal, en sentido amplio, y paciente, tambin en sentido amplio, sino que se extiende mucho ms all. Es necesa-rio determinar tambin cules son las responsabilidades de las instituciones sanitarias que dan cobijo al desarro-llo del acto sanitario (hospitales, clnicas, gestores de ins-tituciones sanitarias, pblicas o privadas, etc.). Y quiere decir, adems, que hay que profundizar ms y formular cules son las responsabilidades sociales que rodean a una determinada prestacin profesional, las cuales recaen en los estamentos polticos, legislativos o ejecutivos, cier-tamente, pero tambin en el grueso de la sociedad que, como organismo vivo y articulado de los ciudadanos, marca el listn tico y la respuesta conveniente a las diversas necesidades bsicas del ciudadano.

    El acceso de los inmigrantes sin papeles a las presta-ciones de la Seguridad Social en nuestro pas es un claro ejemplo de la articulacin de todos estos elementos como toma de conciencia colectiva, decisin poltica y actuacin profesional dirigidos a unos ciudadanos determinados. Que esta compleja trama no ahorre el debate social, y que la cuestin de los derechos de los inmigrantes genere suficientes debates significativos es una prueba patente precisamente de lo que queremos mostrar: la interrela-cin de diversos agentes sociales responsables y la nece-sidad de pactos sociales articulados, ciertamente siempre revisables, ante un fenmeno emergente. Todo este entra-mado de debate y creacin de conciencia colectiva es lo que nos est proponiendo atinadamente Cortina (1993,

    1998) en sus aportaciones a la tica civil como marco de las ticas aplicadas y como garanta de un sano ejercicio de la democracia.

    El fenmeno de las personas mayores, como fenmeno relativamente novedoso que reclama una respuesta social por su grosor y por su importancia, debe ser afrontado, a nuestro juicio, no adjudicando todo el peso de la res-ponsabilidad a un determinado estamento profesional o poltico, o simplemente limitndose a atribuir esa res-ponsabilidad a los eventuales familiares de las personas mayores, ni dejando el fenmeno a las olas espontneas del voluntariado social, del simple asistencialismo o de la buena voluntad ciudadana, sino desde una lectura global que pretende la toma de conciencia y la responsabiliza-cin articulada de todos los estamentos implicados en el fenmeno.

    LA CORRESPONSABILIDAD EN LA ATENCIN A LAS PERSONAS MAYORES: PROTAGONISTAS

    Identificar a los protagonistas implicados socialmente en la atencin a las personas mayores comienza, evi-dentemente, por las mismas personas mayores. Pero posiblemente sean ellas, las personas mayores, las lti-mas en tener que ser mencionadas en el captulo de las corresponsabilidades, es decir, como miembros activos y responsables de las atenciones que deben ser prestadas y que, ellas tambin, se han de procurar, en la medida de lo posible, a ellas mismas. Y deben ser las ltimas por-que, si bien no estn exentas de responsabilidad, es evi-dente que son, tambin y sobre todo, los destinatarios de las atenciones pero, como sucede siempre en el mbito sanitario, unos destinatarios especialmente debilitados y, por eso mismo, vulnerables y dependientes. Como expresa Torralba (2009) en su contribucin al tema, la vulnerabilidad es un trazo caracterstico del ser humano que se manifiesta especialmente en determinadas franjas sociales, las personas mayores entre ellas, y que exige una especial atencin y cuidado, lo que plantea un especial ejercicio de la responsabilidad.

    De hecho, el enfermo en general es paciente en el sentido amplio de precariedad y necesidad. Es decir, el enfermo no quiere estar enfermo, porque estarlo le hace sentir mal, lo incomoda, no le permite desarrollar su vida con normalidad y, por tanto, est en situacin de preca-riedad, sin la plenitud y el bienestar a los que est acos-tumbrado y que le hacen sentir autnomo y libre, y que quisiera recuperar. Esto es lo que significa vivir en precarie-dad, vivir en la carencia de algo con lo que contamos y de lo que ahora no disponemos. Y de la precariedad se deriva la necesidad: el enfermo, que vive la precariedad que le supone la enfermedad, necesita de una atencin que l mismo no puede darse por la falta de los conocimientos

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    adecuados propios de las profesiones sanitarias, as como por la falta de las destrezas, de los procedimientos y de las tcnicas propias de la profesin sanitaria. Esta precariedad y esta necesidad hacen del enfermo en general una per-sona dependiente, fuertemente vinculada a un profesional, en manos del cual se pone y en el que confa. Y, como es obvio, esta dependencia, ligada a su precariedad, lo hace especialmente vulnerable: ponerse en manos de alguien es, precisamente, aceptar que ese alguien me puede hacer lo que cree que debe hacer ms all del protagonismo y de la autonoma normales de los que uno mismo puede disfrutar normalmente en la evolucin de su vida.

    Es por todo esto que creemos que hay que reivindicar el trmino paciente, por encima de usuario y muy por encima de cliente, para identificar a los receptores de las presta-ciones sanitarias. Paciente es aquel que recibe de otros, es el sujeto pasivo, receptor de la actuacin de un sujeto activo. Y el enfermo recibe las atenciones sanitarias que l mismo no sabra darse a s mismo. Y las recibe de unos profesionales en cuyas manos se pone y en las que confa. El concepto de paciente que sugiere pasivo no excluye, evi-dentemente, las responsabilidades propias del enfermo, pero subraya su condicin de precariedad, de necesidad y de dependencia y, por todo ello, de vulnerabilidad.

    El paciente es tambin aquel que sufre. La precariedad que experimenta y que no quisiera le supone un tras-torno, un malestar, cuando no un dolor, una fuerte preo-cupacin, e incluso la ansiedad de quien est mal y no sabe qu pasar de ahora en adelante. Y quien sufre es, tambin, especialmente vulnerable.

    Paciente es tambin aquel que debe tener paciencia. Y hay que tener paciencia para esperar las prestaciones sanitarias, estar a la espera de, ms all de la actual situacin, esperamos que superable, de las listas y salas de espera de nuestras instituciones sanitarias.

    En este escenario conceptual, es evidente que las per-sonas mayores son pacientes, y las tenemos que tipificar como tales. Esta asercin, lo repetimos, y hablaremos ms adelante de ello, no exime a la persona mayor de sus res-ponsabilidades hacia ella misma, pero ciertamente debe-mos considerar su situacin especialmente en nuestra sociedad, activa, trepidante, competitiva y a veces incluso marginadora o menospreciadora de la supuesta impro-ductividad de las personas mayores como una situacin de paciente: paciente de malestar, de precariedad porque nadie quiere ser viejo, todos preferimos sentirnos en la plenitud de la vida; paciente de dependencia porque cada vez va necesitando ms la ayuda de los otros para resol-ver su vida cotidiana; paciente de receptor de las ayudas; y paciente, tambin, de la paciencia que hay que tener para saberse y sentirse en manos de otros en una prdida creciente de la propia autonoma. As pues, las personas mayores deben ser responsabilizadas hacia ellas mismas pero no en primera sino en ltima instancia.

    En realidad y en general, creemos que hay que afir-mar que la primera responsabilidad en la atencin a las

    personas mayores recae sobre sus familiares inmediatos. A menudo la persona mayor tiene una familia, unos hijos, unos nietos, etc. que deberan revertir los bienes recibidos, la vida y las atenciones recibidas por parte de sus padres o abuelos, hacia esos padres y abuelos. No deberamos olvidar la carga de sabidura y serenidad que los ancianos han representado a menudo para muchas culturas de la historia de la humanidad. No deberamos olvidar todo lo que de ellos, de las personas mayores, hemos recibido cuando nosotros los hemos necesitado en nuestro proceso de construccin y maduracin, y ellos, los que ahora son sujetos pacientes, eran sujetos agentes y plenamente activos, maduros y protagonistas de tantos avatares de nuestra vida.

    Ciertamente, el escenario social de nuestros pases del bienestar ha cambiado notable y aceleradamente en el ltimo siglo. A ello han contribuido muchos factores determinantes. De entre ellos, debemos mencionar espe-cialmente la creciente invasin del mundo laboral, con su competitividad, aceleracin, y exigencia de implicacin y de rendimiento sobre la vida de la poblacin adulta. Y eso, cada vez ms, extendido tanto a la poblacin femenina como a la masculina. Las repercusiones de este escenario laboral, del que no queremos ni podemos hacer aqu la crtica, son evidentes. Atrapados por las exigencias labo-rales, nuestros adultos se ven debilitados en lo que con-cierne a la gestin de su vida privada; con menos tiempo para dedicarle y con menos energas; con ms necesidades de rehuir, en la vida privada, cualquier cuestin que suene a responsabilidad, a trabajo, a tarea, suficiente y ago-tadoramente desarrollados en el mbito laboral; y con una ms explcita necesidad de generar espacios de ocio, de diversin y de entretenimiento, de reposo, de vacacin. Y, como colofn de esta descripcin, que no quiere ser des-garrada ni crtica, la persona mayor que convive con noso-tros, o que depende de nosotros, se muestra laboralmente improductiva, clase pasiva, familiarmente problemtica, un estorbo, un querido estorbo que exige dedicacin, atenciones, tiempo y trabajo.

    Desde esta mirada genrica, en la que se dibuja una tendencia, podemos afirmar, asumiendo tantas y tantas excepciones al panorama que hemos descrito, que si, por un lado, los familiares son responsables de sus mayores, por otro, cada vez se perciben ms dificultades para ejer-cer esta responsabilidad. Hay, mortecino, un clamor de ayuda por parte de muchas familias que quisieran hacerse cargo de sus mayores, pero para las que esto se hace pesado y difcil, cuando no imposible.

    A esto hay que sumar, adems, las complicaciones aadidas, por encima de otras ms convencionales, que supone la atencin a las personas mayores cuando estas presentan enfermedades que nos son relativamente nue-vas en la experiencia y en el conocimiento y, por tanto, tambin en el tratamiento, precisamente por su novedad masificada en un abanico de alta longevidad: la enfer-medad de Alzhimer y todo tipo de demencias seniles, o

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    bien patologas graves de la movilidad que afectan espe-cialmente y lgicamente a la gente mayor, son ejemplos evidentes de lo que queremos expresar. Son situaciones en las que muchas familias se han encontrado atrapadas, con la buena voluntad de cuidar de sus mayores pero, al mismo tiempo, con una enorme dificultad para llevar a cabo esta tarea.

    Los propios familiares son responsables, en general, de la atencin que les es debida a las personas mayores, pero no podemos, de ninguna manera, hacer recaer slo sobre los familiares esta responsabilidad.

    Tambin la sociedad, en general, y en medidas diver-sas, tiene la responsabilidad de la atencin a las personas mayores. Toda sociedad plantea unos modelos de vida y de convivencia que incluyen o excluyen hechos y perso-nas. Todo ello constituye el listn tico de la sociedad. La percepcin social de la mujer, de la violencia de gnero, de las relaciones laborales y afectivas, de los inmigrantes, de la seguridad, del bienestar y, cmo no, tambin de las personas mayores, entre otros, son temas que generan una determinada conciencia social y, en consecuencia, facilitan unas determinadas actuaciones para hacerles frente responsablemente desde diversas instancias. La sociedad como organismo vivo, receptor y creador de criterios y convicciones, red de interrelaciones ms o menos influyentes, tiene tambin una responsabilidad en la consideracin de la atencin que merecen las personas mayores y las respuestas sociales que conviene aportar a su situacin diversificada. Y la sociedad somos todos, con mayor o menor protagonismo, pero somos todos. Los estudios de opinin, el pulso de la ciudadana, refleja bien lo que queremos decir. Aunque es evidente que esta conciencia colectiva est directamente influenciada por muchas intervenciones, de los medios de comunicacin, de las clases polticas, de los liderazgos sociales, de las asociaciones cvicas, etc., no podemos dejar de decir que hay que forjar una adecuada consideracin de las per-sonas mayores por parte de la ciudadana si queremos garantizarles una atencin tambin adecuada y satisfacto-ria. A esta consideracin hay que aadir que el papel que juegan los estamentos mencionados, desde los medios de comunicacin hasta las asociaciones cvicas, es determi-nante y, por tanto, especialmente responsable.

    Pensemos en concreto en los medios de comunica-cin, que dan un protagonismo y una consideracin relevantes en su condicin de ciudadanos al hombre y a la mujer adultos, maduros, mientras dibujan caricaturas a veces ciertamente entraables, pero caricaturas al fin y al cabo de las personas mayores. Pensemos tambin en una cultura del consumo que genera desprecio por el envejecimiento y la enfermedad, con la mltiple oferta de un bienestar esttico eterno a travs de actuaciones e intervenciones antienvejecimiento. Pensemos tambin en la cultura de la productividad que genera implcita-mente una discriminacin hacia las clases menos produc-tivas de la sociedad.

    En este escenario de responsabilidades compartidas y repartidas, tenemos que incluir ya la importancia decisiva de los profesionales de la salud, en el sentido ms amplio de este espectro profesional, que va del mdico al trabajador social pasando por todas las tareas sanitarias especficas, en la atencin a las personas mayores.

    Son los profesionales de la salud los que aportan las res-puestas ms inmediatas y especficas a las necesidades ms urgentes de las personas mayores. Su responsabilidad no es necesario explicitarla, porque es evidente y de una eviden-cia socialmente muy sentida. Ms bien al contrario: lo que hace falta es darnos cuenta de que no toda la responsabili-dad recae sobre los profesionales de la salud, especialmente si tenemos en cuenta que hoy la profesin sanitaria se ejerce en el marco de instituciones sanitarias, gestionadas por quien tiene la pertinente responsabilidad para ello y siguiendo criterios no slo sanitarios, ya sea de intereses privados o pblicos, y de otras que responden a criterios de gestin social de la salud que se plantean, a menudo, en esferas de responsabilidad poltica. As, hay que ampliar la responsabilidad de los profesionales de la salud, sin exone-rarlos de esta, a los mbitos de gestin de las instituciones sanitarias y a las lneas maestras de la gestin de poltica sani -taria. Es la articulacin de responsabilidades, personales e institucionales, la que puede y debe garantizar una ade-cuada respuesta a las necesidades de las personas mayores.

    Ante determinados fenmenos sociales emergentes, en la atencin a las personas mayores tambin intervienen las asociaciones cvicas, a menudo de voluntariado. Estas asociaciones de iniciativa social merecen, sin duda, el ms alto reconocimiento, pero tambin hay que exigirles una saber hacer que est a la altura de las expectativas que generan. No basta con buenas intenciones, por muy loa-bles que sean, cuando lo que est en juego es el bienestar, la adecuada y merecida atencin a personas que viven en la precariedad, en la necesidad y en la dependencia.

    Y an cabe mencionar la responsabilidad poltica ms genrica. A ella le corresponde, en el estricto funciona-miento del Estado de bienestar, garantizar el marco legal y la ejecucin eficaz de aquellas medidas que respondern correctamente a las necesidades bsicas de la ciudadana, en nuestro caso, de la adecuada atencin social y sanitaria a las personas mayores. Y si bien es cierto que el desarro-llo del Estado de bienestar ha llevado a la deteccin y a la identificacin de nuevas necesidades, con las dificultades que ello conlleva a la hora de darles respuesta, ya sea por motivos operativos como de recursos, es tarea irrenuncia-ble e inexcusable de las instancias estrictamente polticas asumirlas responsablemente y dar razn a la ciudadana de la gestin con la que se afrontan.

    Todo lo que hemos apenas expuesto es un mapa de corresponsabilidades. Es este mapa, su funcionamiento orgnico y orquestado, el que debe dar respuesta a los fen-menos sociales y, en nuestro caso y de manera ya urgente, al fenmeno de las personas mayores y a la satisfaccin de las necesidades que plantean. Queremos ahora ofrecer

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    algunas pinceladas de estas responsabilidades concretas, sin nimo de exhaustividad, pero s con el nimo y la certeza de que hay que caminar por esta pista para poder disear, algn da, un cdigo tico de la atencin a la personas mayores, mucho ms que un estricto cdigo deontolgico que pretenda garantizar slo el responsable ejercicio de los profesionales de la salud que estn llamados a atender a las personas mayores.

    EJES DE LAS RESPONSABILIDADES ESPECFICAS: APUNTES PARA UN CDIGO TICO DE LA ATENCIN A LAS PERSONAS MAYORES

    No queremos elaborar un cdigo tico en sentido formal ni exhaustivo. Tampoco es una tarea fcil, por lo que se ha tendido a plantear la cuestin ms bien en trminos de deteccin y resolucin de dilemas ticos (Gafo, 1995). Lo que aqu queremos ofrecer son observaciones que reflejen las exigencias de todos los protagonistas implicados en la atencin a las personas mayores. Se trata de reflexiones que pueden y deben ser confrontadas, matizadas y adecua-das a diversos entornos y escenarios de la geografa de las personas mayores, pero creemos que suficientemente vli-das para dibujar las aportaciones de cada uno, las mismas personas mayores incluidas, y que pueden permitir una mejor, ms seria, articulada, eficaz y, en definitiva, respon-sable atencin sociosanitaria a las personas mayores.

    Como siempre que se plantean las responsabilidades, hay que saber que existen numerosas excepciones, situaciones que van ms all, a veces de manera dramtica, de lo que es esperable y deseable. No podemos dejar de decir esto para aadir que la exigencia de responsabilidades pide siempre un anlisis de la situacin real y concreta, y que no consiste en la severa y estricta aplicacin de unos principios, crite-rios o normativas. Sin desarrollarlo exhaustivamente como tema, creemos que el sentido de la excepcionalidad es uno de los rasgos que deberan identificar al buen profesional y a las buenas instancias profesionales. Pero queremos dejar constancia de que es a la luz del sentido de la excepciona-lidad que conviene que los cdigos ticos a diferencia de los cdigos legales, llamados a ser lo ms precisos posible sean redactados de manera clara y a la vez suficientemente genrica: deben ser claros para no dejar grietas ni situacio-nes generales desatendidas, y suficientemente genricos para permitir la adecuacin de los criterios a las situaciones particulares, que siempre aportan matices y concrecio -nes que escapan a la tipificacin.

    Personas mayoresCiertamente cada uno de nosotros somos responsables de nosotros mismos, de nuestra vida, de nuestra salud

    y de nuestro bienestar en sentido amplio. De un modo u otro, segn la edad, los recursos, las posibilidades, el entorno, la misma situacin existencial en la que se encuentra, toda persona humana ha de velar por ella y para ella misma.

    Como ya hemos explicitado, es evidente que esta res-ponsabilidad en momentos concretos y ante determina-das situaciones no es ni puede ser suficiente, ni siquiera, probablemente, la primera y ms necesaria. El mbito sanitario es el ejemplo patente. El enfermo depende fun-damentalmente de la adecuada atencin sanitaria y a ella, a la atencin sanitaria, direcciona y delega su responsa-bilidad hacia s mismo. Y, en este sentido, es obvio que no podemos en primera instancia exigir del ciudadano enfermo el cuidado de s mismo. Pero esto no lo exime de responsabilidades, algunas genricas, y otras muy concre-tas y especficas. El enfermo deber organizar su vida de la manera ms adecuada posible para recuperar o mejorar su salud lo mximo posible. Deber, en concreto, seguir las prescripciones de los profesionales de la salud.

    De manera similar, debemos abordar la responsa-bilidad de las personas mayores hacia ellas mismas. Ser mayor no es, en principio, una enfermedad sino un hecho inexorable y natural del proceso de una vida. Pero al hecho de hacerse mayor lo acompaan a menudo, y tambin de manera inevitable y natural, una serie de connotaciones que hacen de la persona mayor un sujeto necesitado de atenciones y de cuidados: prdida creciente de la autonoma y de la movilidad, prdida de protago-nismo social, algunas enfermedades recurrentes espe-cialmente en esta franja de la vida, y que a estas alturas no podemos evitar ni resolver y que habr que afrontar profesionalmente Todo ello dibuja un perfil de mayor vulnerabilidad que necesita atencin, un perfil tan bien diseado por la pensadora Simone de Beauvoir en su ya clsica obra La vejez (Barcelona: Edhasa, 1989).

    Pero partiendo de esta atencin primordial y priorita-ria, tambin tenemos que expresar en trminos ticos, de responsabilidad, los deberes respecto a ellas mismas que corresponden a las mismas personas mayores. No pode-mos presuponer una total exencin de responsabilidad de las personas mayores hacia s mismas; al contrario, debemos contar con esta responsabilidad, y debemos for-mularla y explicitarla.

    La cuestin es cmo traducir esta exigencia en trminos suficientemente genricos pero al mismo tiempo sufi-cientemente comprensibles y concretos para componer una formulacin tica, un deber de responsabilidad hacia uno mismo, que hay que garantizar para que nuestra vida se desarrolle de manera lo ms armoniosa posible en la franja propia de esta edad adulta que se ha hecho mayor.

    En primer lugar, hay que decir que la gente mayor tiene que saber aceptar su condicin, con todo lo que ello con-lleva. Ser mayor no es una enfermedad, sino la culmi-nacin de una vida que se ha tenido la oportunidad de desarrollar, y a la vez un nuevo y diverso escenario lgico

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    del recorrido existencial de la persona humana. Esto quiere decir que ser mayor debera conllevar una dosis de agradecimiento (An estoy vivo, otros no han podido llegar) y de aceptacin (Esta es la vida de la que dis-pongo y que hay que vivir de la mejor manera posible).

    Aadamos que es exigible a las personas mayores que, junto con el luto por tantas prdidas, no slo humanas, de personas que ya no estn, sino sobre todo por la prdida de muchas de las propias facultades y capacidades de las que antes se dispona con fuerza, se d tambin la volun-tad de explotar lo mejor posible las facultades y capacidades de las que todava se dispone. A menudo omos a la gente mayor la expresin de un sentimiento de impotencia: Ya no sirvo para nada. Nada ms lejos de la realidad, la persona mayor sirve en la medida en que sabe hacer de per -sona mayor, aportando y disfrutando de su experiencia, ciertamente, pero tambin aportando y disfrutando de las posibilidades reales de las que dispone. Existen muchas aportaciones testimoniales a este propsito de personas notables que han sabido asumir su condicin de persona mayor y vivirla en grandeza. Dejemos constancia de algunas de ellas, como la obra de Levi Montalcini (1999), Premio Nobel italiano, en la que lleva a cabo un anlisis cientfico del envejecimiento cerebral, combinado con su testimo-nio personal como persona mayor, el libro publicado por Pmies (2002) o la publicacin del reconocido telogo alemn Auer (1997). Pero aadamos que seguramente son muchas las personas mayores que, annimamente, han sabido tambin asumir su condicin de manera positiva.

    Hay una diferencia sustancial entre la persona que acepta su situacin y la gestiona con buena voluntad exis-tencial y convivencial, y la persona que rechaza esta situa-cin, la vive con amargura y difunde esa misma amargura a su alrededor, autoexcluyndose de cualquier rol que no sea el de lamentarse y esperar, pasivamente, las atenciones de los otros y la venida de la muerte.

    Tambin hay que pretender de las personas mayores que velen por alcanzar el mejor nivel de salud posible en el marco de su real situacin sanitaria. Si las enfer-medades acumuladas y las propias del envejecimiento son inevitables, no se debe derivar de ello una actitud de impotencia y dejadez, de abandono, de claudicacin de la tarea de vivir. En trminos sanitarios esta observa-cin significa que hay que pretender y pedir a la persona mayor que siga las prescripciones sanitarias y lleve la vida ms idnea para garantizar la conservacin, en la medida de lo posible, del mejor estado de salud, de aquel que le permita el mximo desarrollo de la propia autonoma y de las propias capacidades y, en definitiva, le permita vivir como protagonista esta fase culminante de su vida.

    Familiares de las personas mayoresLos primeros responsables del cuidado y la atencin de las personas mayores son sus propios familiares. De ellos, de sus mayores, han recibido la vida, las ayudas y

    el acompaamiento que les ha permitido crecer y desa-rrollarse autnomamente. Es un deber de reciprocidad que poco a poco, aunque a menudo nos damos cuenta de ello repentinamente, los hijos se ocupen de sus padres, entendiendo hijos y padres no slo en sentido estrecho de consanguinidad sino en el sentido ms amplio de familia extensa.

    Evidentemente, hay que matizar esta vlida pero gen-rica afirmacin. Hay escenarios familiares muy diversos y diferenciados, historias de lazos afectivos, de deudas y de agravios, de agradecimiento o de rencor, de placidez o tensionalidad en la relacin, muy diferentes unas de otras. Y a veces hay que tenerlo presente: las historias son la resultante de tantos acontecimientos acertados y desa-certados que recaen sobre todos los miembros de la fami-lia y que se arrastran de manera agradecida y satisfactoria, en algunos aspectos, o de manera herida y rencorosa en otros, segn sea su naturaleza.

    Hay tambin situaciones familiares muy diversas en el orden de las posibilidades reales de cuidar de sus mayo-res, por motivos profesionales, de hbitat, de recursos econmicos, etc. Hay que tenerlo en cuenta para ubicar adecuadamente el registro de responsabilidad que gra-vita en cada caso sobre el entorno familiar de la persona mayor.

    Pero a pesar de estas necesarias consideraciones, no podemos dejar de expresar la fundamental responsabi-lidad del entorno familiar en la atencin a las personas mayores. De una manera u otra, con mayor o menor dedicacin, con ms o menos posibilidades y recursos toda familia debe sentir la responsabilidad de la atencin de sus miembros envejecidos, y por eso mismo necesita-dos de atencin.

    La familia constituye, as, el entorno ms natural para, en la medida de lo posible, cuidar de las personas mayo-res. Hay que decirlo. Ciertamente la familia puede y debe pedir las ayudas pertinentes y necesarias, pero en todo caso no puede desentenderse de la atencin a sus miem-bros ms mayores. En este sentido, es altamente significa-tivo el estudio Cuidados a las personas mayores en los hogares espaoles. El entorno familiar (IMSERSO, 2005).

    En primer lugar, la familia debe reconocer a los pro-pios mayores. Esto quiere decir que es responsabilidad de la familia entender y aceptar los cambios que se van produciendo en los parientes que se van haciendo mayo-res y darles cabida en el seno de la comunidad de vida que forman con ellos. Son cambios que se van dando pausadamente, pero a veces repentinamente, y que piden capacidad de integracin, de adecuacin. El envejeci-miento de nuestros familiares debera ser algo que no nos cogiera por sorpresa; habra que saberlo y saberlo prever. Pero, en cualquier caso, el envejecimiento redimensiona ciertamente el rol y las expectativas que la familia ha de ofrecer y pretender de los propios miembros que han alcanzado esta fase. Depender, seguramente, de las caractersticas de cada persona mayor: algunos podrn

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    ejercer un papel activo y muy necesario en el seno de la familia; otros representarn, en cambio, un esfuerzo de dedicacin hacia ellos sin que se puedan esperar con-trapartidas operativas de tipo eficaz y operativo. En todo caso, es importante que la familia sea capaz de redimen-sionarse, de reinterpretarse y reorganizarse, en funcin de los cambios que se dan con el envejecimiento de sus miembros, al igual que se habr esforzado en hacerlo en funcin del crecimiento de los nios y su trnsito, nunca fcil, por la adolescencia, y que posiblemente tambin se habr hecho frente a otras novedades que modifican la organizacin familiar.

    La tarea de reorganizar la propia vida familiar en funcin de la aparicin del envejecimiento de alguno de sus miembros no es siempre fcil, ni est exenta de dificultades y de tensiones, de experiencias exitosas y de acontecimientos desgarradores y quiz dolorosos. Sin embargo, hay un amplio margen de maniobra dentro del cual podemos hablar de salud familiar, cuando hay la firme voluntad de encarar y afrontar las necesidades y el papel de las personas mayores en su seno. Ms all de este margen, tambin podemos percibir la frontera de lo ticamente inadmisible: el abandono, el maltrato Hay conductas de los familiares hacia los propios parientes envejecidos que son irresponsables, condenables e incluso denunciables.

    Finalmente, creemos que una de las tareas propias de los familiares de las personas mayores consiste en la adecuada colaboracin con la necesaria atencin social y sanitaria que requerir la persona mayor. En cualquiera de los escenarios en los que se desarrolle, ser la correcta conjuncin de las atenciones familiares y profesionales la que permitir a la persona mayor disfrutar lo mejor posi-ble de su condicin. Ya sea en el caso de la vida en el pro-pio domicilio, ya sea en un ncleo familiar amplio, ya sea en el ingreso en una residencia para personas mayores, el papel de los familiares que rodean a las personas mayores siempre ser necesario en trminos de eficacia y exigible en trminos de responsabilidad.

    Ciudadana en general y conciencia colectivaQu tengo que ver yo, ciudadano medio, con la aten-cin a las personas mayores? No tienen familia? No reciben atencin social y sanitaria por parte del Estado? A menudo este clamor brota de muchos ciudadanos ante los fenmenos sociales emergentes y delicados que piden respuesta, pero que aparentemente y por ahora no le afectan directamente. Es, digmoslo, el clamor de la inconsciencia y del egosmo al que, desgraciadamente, nos conduce un estilo de vida a menudo muy individua-lista. Somos hijos del Estado de bienestar y eso ha creado, en la perversin de su genialidad, una extraa sensacin ciudadana de que todo nos es debido a cambio de nada, mientras cumplamos la ley y paguemos los impuestos.

    El Estado es el responsable de la satisfaccin de todas las necesidades bsicas del ciudadano, al menos subsidiaria-mente, y esta exigencia tambin se extiende a la atencin a las personas mayores, responsabilidad propia de sus familiares cercanos y del Estado, en sus polticas asisten-ciales y sanitarias, para llegar all donde los individuos concretos, o sus familias, no puedan llegar. Esta percep-cin de la realidad aleja al ciudadano medio de la pro-blemtica de las personas mayores, as como de cualquier otro tipo de problemtica social colectivamente relevante, en la medida en que no le afecta directamente.

    No queremos negar en absoluto las adquisiciones valio-sas del Estado de bienestar. Al contrario, hay que garanti-zarlas, posiblemente profundizarlas e incluso mejorarlas. Pero esta afirmacin no debe suponer la negacin de la responsabilidad ciudadana en tantas cuestiones que nos implican a todos y que conciernen el marco conceptual y existencial de nuestra convivencia. Esto se aplica a todos los retos que aparecen en la convivencia social, pero muy especialmente ante aquellos fenmenos emergentes en los que hay que dar respuesta colectiva. Y la aparicin masiva de las personas mayores en la convivencia ciuda-dana es uno de ellos.

    Lo primero que debemos afirmar es la importancia de unas actitudes y conductas que manifiesten el debido respeto hacia las personas mayores. No son la rmora de la sociedad sino sus races. Y por ello, con sus ventajas e inconvenientes, merecen respeto y consideracin. Que-remos invocar aqu algo que puede parecer de alguna manera etreo, pero que, sin embargo, es identificable en cualquier convivencia humana: la sociedad respira una cultura de respeto y atencin hacia las personas mayores o, al revs, respira el desinters y el abandono de sus mayores. Esta es una cuestin social y cultural que nos parece importante y exigible, tanto como el respeto por el medio ambiente, o la adecuada integracin de los inmigrantes, o la debida y respetuosa consideracin de las minoras de cualquier tipo en el seno de cualquier sociedad.

    Se trata, en definitiva, de una cuestin de conciencia colectiva: la conciencia de que las personas mayores mere-cen un reconocimiento y un trato digno, especialmente en funcin de su precariedad y de sus nuevas necesida-des. Y eso en s mismos, como tipologa de ciudadanos merecedores de atencin, pero tambin como respuesta a sus aportaciones, que constituyen el trasfondo histrico de lo que hoy somos y vivimos. Parece fcil pero no lo es, especialmente en una sociedad desarrollada donde lo que cuenta es la productividad y la competitividad, valores que ciertamente dejan atrs a las personas mayores. Una cultura que no valore y estime a las personas mayores favorece el sentimiento de impotencia y de inutilidad que ya es inherente, para muchos, al mismo hecho de hacerse mayor como percepcin de prdida de facultades.

    La cultura que respeta a las personas mayores es, necesariamente, aquella que respeta la vida humana en

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    cualquiera de sus fases y manifestaciones. Una cultura de la vida no debe limitarse a ensalzar la fase infantil, juvenil o madura de la vida, o enquistarse en la defensa de la vida embrionaria, sino que debe abrazar toda la vida y toda vida humana. Debe ser la cultura que asume la enfermedad, que encaja el envejecimiento, que afronta las diferencias, que respeta a todos. En este sentido podemos afirmar que la atencin a las personas mayores es, tambin, responsabilidad de todos los ciu-dadanos.

    Profesionales de la saludFinalmente llegamos a los profesionales de la salud. En nuestro Estado de bienestar parece que son ellos los que deben tener cuidado de las personas mayores. Tienen, pensamos a menudo, nuestra delegacin en cuanto a hacerse cargo responsablemente de la gente mayor, de nuestros mayores. Sentimos que es la sociedad, a travs de sus profesionales de la salud, la que debe asumir el cuidado de las personas mayores. Pero en realidad esto no es ms verdad que en cualquier fase de la vida: los profesionales de la salud deben garantizar la atencin sanitaria adecuada a todos los ciudadanos, promoviendo, respondiendo y acompaando los procesos de salud-enfermedad que nos afectan. Lo que s debemos afirmar es que esta peculiar fase de la vida en la que una persona se ha hecho mayor presenta unas caractersticas sanitarias propias y especficas, algunas de las cuales significan la irrupcin de unas novedades patolgicas hasta ahora irrelevantes o desconocidas que agravan la necesidad de la atencin sanitaria especializada.

    Lo que podemos esperar, pues, de los profesionales de la salud en la atencin sanitaria de las personas mayores es la materializacin de lo que podemos y debemos espe-rar en cualquier momento de nuestra trayectoria vital. As, los principios bsicos de la deontologa profesional en el mbito de la salud deben ser respetados: principios de beneficencia, de no maleficencia, de autonoma y de jus-ticia. Lo mismo ocurre con las reglas bsicas de la praxis profesional: reglas de veracidad, de confidencialidad y de fidelidad. La cuestin es la necesaria adecuacin de estos principios y reglas a la peculiar situacin que viven las personas mayores, la cual nos plantea cuestionamientos importantes y no siempre fciles de resolver, y que trata-remos de ubicar en el escenario ms amplio de la tica profesional, por encima de la deontologa, en la ltima parte de nuestras reflexiones.

    De todas maneras, hay que seguir el guin y las exi-gencias bsicas de la deontologa profesional. As, por ejemplo, y a la luz del principio de beneficencia, hay que preguntarse cul es el bien de la persona mayor, partiendo de la premisa de que frecuentemente la edad conlleva ciertas enfermedades que ya son irreversibles e inexora-bles, as como de la certeza de que la edad avanzada sig-nificar un progresivo deterioro sanitario inevitable.

    Hay que plantear, tambin, y a la luz del principio de autonoma, el debido respeto a la autonoma personal, sobre todo cuando esta empieza a disminuir a medida que aumenta la edad y se va entrando en progresivas fases de deterioro de la persona mayor. La atencin a las personas mayores no se puede ofrecer profesionalmente contra su voluntad, sino que, al contrario y en la medida de lo posi-ble, habr que invocar y poner en juego la propia autono-ma de la persona mayor no slo como signo del respeto debido, sino tambin como herramienta teraputica que prolonga la toma de decisiones, la capacidad de autoges-tin y, en definitiva, la conciencia del propio protagonismo en la propia vida. Sin embargo, es bien cierto que, adems del respeto a la mxima autonoma posible de la persona mayor, siempre ser necesario un profesional de la salud atento al grado real de autonoma del que la persona mayor dispone para ir dosificando el tono de la intervencin.

    De la misma manera pasar con el resto de principios y reglas de la deontologa profesional. La necesaria trans-parencia que reclama la autonoma del paciente, que se expresa con la regla de veracidad y que se recoge con el derecho promulgado del enfermo a saber lo que le con-cierne, deber ser gestionada sabiamente, sin renunciar nunca a ella, pero sin convertir tampoco al profesional de la salud en un simple ejecutor fro de su exigencia.

    La peculiar fragilidad que se va manifestando con la edad avanzada y que configura una especial vulnera-bilidad por parte de la persona mayor es un elemento paradigmtico que habr que tener en cuenta en toda atencin sanitaria y en cualquier grado y nivel en el que se d la intervencin.

    Slo queremos aadir a estas reflexiones la necesidad de profundizar en la investigacin de las caractersticas de esta fase de la vida para saber discernir los indicadores de salud y de bienestar esperables, as como las manifes-taciones patolgicas inevitables.

    Y, finalmente, pero no menos importante, es necesario reafirmar en el colectivo de los profesionales de la salud su compromiso por una cultura de la vida, especialmente cuando esta se hace dbil, una cultura de la vida que se esfuerza por afinar todas las atenciones necesarias en el acompaamiento de la debilidad irreparable, y tambin para acompaar la proximidad de la muerte inaplazable.

    Instituciones sanitarias especficasLas personas mayores y/o sus familiares recurren, a menudo, a instituciones sanitarias que tengan cuidado de ellas. Las dificultades de una vida que se convierte cada vez en menos autnoma, junto con las dificultades familiares para hacerse cargo de los propios miembros que han alcan-zado la edad avanzada, han hecho surgir las residencias de personas mayores. Recordando lo que ya hemos dicho a propsito de la responsabilidad de la misma persona mayor hacia s misma, pero sobre todo a propsito de las respon-sabilidades de los propios familiares, hemos de constatar el

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    valor de una propuesta residencial que atienda a las perso-nas mayores y cuide de ellas en la ltima etapa de su vida, supliendo la imposibilidad o incapacidad familiar para res-ponder adecuadamente a esta exigencia. La cuestin es que esto se haga con verdadero y eficaz espritu de servicio.

    En primer lugar, hay que constatar que la mayora de residencias dirigidas a las personas mayores han apa-recido en el mbito privado. Poco a poco, la respuesta social y pblica se va mejorando e incrementando. No obstante, el proceso est lejos de alcanzar su culminacin adecuada y satisfactoria.

    En este contexto han sido muchas las ventajas ofrecidas por la propuesta de residencias geritricas pero tambin las dificultades y retos que se han ido manifestando, a menudo rodeados de escndalo y de seria preocupacin social. Procurando hacer una rpida pero explcita refle-xin en trminos de exigencia tica, podemos enunciar algunas pautas significativas, que no exhaustivas:

    Las residencias geritricas, ya sean privadas o pblicas, deben estar verdaderamente al servicio del bienestar de las personas mayores. Representan espacios de vida y de convivencia donde se desarrolla el ltimo tramo del recorrido existencial de muchas personas. Esto significa que deben garantizar una calidad de vida y de convivencia que se vaya adaptando y vaya respetando las caractersticas de las personas que se acogen a ellas.

    Una residencia geritrica debe alejarse radicalmente de percepciones que podemos asociar al internamiento, incluso al encarcelamiento. Esta es una afirmacin genrica, pero creemos que bastante comprensible de la expectativa social y de la consiguiente exigencia tica en la gestin global de este tipo de instituciones.

    Todos los implicados en la gestin de las residencias geritricas, en la necesaria diversificacin de tareas y responsabilidades, deben tener un especial cuidado para garantizar unas condiciones de convivencia que hagan agradable la estancia, as como el mximo respeto posible hacia los mrgenes de autonoma de los internos. Desafortunadamente, algunas experiencias nefastas que se han hecho pblicas en este sentido han de servir de claro aviso de lo que nunca se puede dar, desde la nutricin escasa e inadecuada hasta la violacin de las libertades en orden de una supuesta mayor seguridad que se ha querido garantizar delictivamente manteniendo a algunas personas amordazadas y postradas innecesariamente en la cama, pasando por la carencia de dinmicas de convivencia que procuren hacer agradable la vida del conjunto de los residentes.

    Tambin habr que tener una especial sensibilidad para favorecer la relacin del residente interno con su familia, en el amplio abanico de situaciones que esto puede suponer.

    Y creemos que la complejidad organizativa de una residencia geritrica pide un especial esfuerzo de interdisciplinariedad, como en toda labor sanitaria pero con un acento especial, dada la peculiaridad de los beneficiarios de la atencin y del tramo de la vida en la que reciben esta atencin. Y eso con todas las tareas que se desarrollan, no slo con las especficas del mbito sanitario, sino con todas aquellas que aportan su contribucin a la construccin y animacin de un hbitat que debe ser clido y sano para sus principales destinatarios, las personas mayores ingresadas.

    Una mencin especial merecen los centros de da, cen-tros que se ocupan y ocupan a las personas mayores. En su peculiaridad, deben asumir las mismas caractersticas que hemos dibujado para las residencias de personas mayores.

    Entidades de voluntariadoUno de los fenmenos emergentes ms relevantes en la estructuracin social de los ltimos aos ha sido la apari-cin de las organizaciones de voluntariado, organizacio-nes no gubernamentales de amplio espectro que surgen en funcin, precisamente, de la voluntad de responder a necesidades y retos especficos de la sociedad, antici-pndose, a menudo, a la misma respuesta socialmente asumida y organizada. Entre ellas, como no poda ser de otro modo, han aparecido tambin las organizaciones de voluntariado dirigidas a las personas mayores, ya sea como organizacin de las mismas personas mayores o en la forma de entidad asistencial que les quiere prestar unos servicios concretos. Valga citar en este sentido el reciente Foro de la Sociedad Civil sobre Envejecimiento (IMSERSO, 2008b), en el que se despliega y se reflexiona sobre el papel de las organizaciones no gubernamentales.

    Lo primero que hay que reconocer es el mrito y la grandeza de estas iniciativas, a menudo lderes en la detec-cin de las necesidades sociales a las que todava no se ha dado respuesta poltica sistemtica y satisfactoria. Se trata, sin duda, de unas entidades y de unas intervenciones que tienen el doble rol de forzar la toma de conciencia social ante nuevos problemas y de dar salida a las energas y a las buenas voluntades de personas que no encuentran otros canales de participacin poltica y social que las convenzan. Dejamos de lado, porque este no es el lugar de afrontar esto, el anlisis de la sintomatologa socio-poltica que representa el xito abrumador de este tipo de iniciativa social.

    Ante las exigencias que plantea la atencin a las perso-nas mayores, los retos ticos ms acuciantes en la rbita del voluntariado son la eficacia y la seriedad. Debe haber una orquestacin adecuada de las acciones voluntarias y gratuitas para que no queden en el mbito de las buenas voluntades de carcter asistencial y benfico, cuando no

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    de simple autocomplacencia. Y por eso la primera exigen-cia es la de la eficacia. No se trata de ofrecer aquello que se quiere ofrecer, sino sobre todo de responder adecuada-mente a las necesidades reales que presentan las personas mayores. Y alcanzar esta meta requiere un doble esfuerzo: de anlisis situacional de las personas mayores concretas a las que se quiere atender y de colaboracin orgnica con las otras iniciativas, de carcter pblico o privado, que ya existen en el escenario concreto donde se quiere desarrollar la intervencin. El peligro, a pesar de la alta consideracin que merecen la buena voluntad y el esp-ritu desinteresado, est en el ofrecimiento de prestaciones innecesarias, tanto como en la redundancia en la oferta de prestaciones que ya se estn llevando a cabo.

    La segunda exigencia es la de seriedad. Puede suceder, y a veces desgraciadamente ocurre, que bajo la calificacin de accin voluntaria, generosa, desinteresada e incluso gratuita, se esconda la pretensin de una accin que no comprometa ms all de la libre y espontnea disponibi-lidad. Y esta es una grave irresponsabilidad que hay que hacer notar, especialmente al poner en marcha un servi-cio de voluntariado. Cuando una persona o un colectivo se comprometen a llevar a cabo una accin solidaria de respuesta a una necesidad social, hay que saber que este compromiso vincula, al menos en plazos establecidos formalmente, con el logro efectivo del servicio que se quiere prestar. Si ofrecemos una prestacin y la hacemos depender de la libre disponibilidad de grupos y personas, lo que queda en juego es la recepcin efectiva de este ser-vicio por parte de sus destinatarios a los que, ciertamente, hemos generado una expectativa que no puede ser defrau-dada, precisamente porque su necesidad es bien real y necesitada de respuesta.

    Esta doble exigencia se expresa, a veces, en trminos de profesionalizacin del voluntariado y, pese a que el uso del trmino sea discutible, manifiesta muy bien lo que se espera de las personas implicadas en este tipo de presta-cin de servicios. Sirva un ejemplo evidente: si alguien, en nombre de una organizacin de voluntariado, se compro-mete a ir a hacer la compra a personas mayores que por su dificultad de movilidad no puede hacerlo, esta compra se deber garantizar en los trminos y ritmos comprome-tidos, dado que si falta el servicio, se dejar a la persona mayor desatendida, con el agravante de la comprensible frustracin que le comportar el gesto y que le agravar, fuertemente, el fardo pesado de su situacin de precarie-dad y de dependencia social.

    Instancias polticas y socialesHemos hablado del Estado de bienestar como marco en el que debemos inscribir los retos y las responsabilida-des frente a los fenmenos emergentes: la inmigracin, las personas mayores, las adicciones, la seguridad vial, etc. Es precisamente ese Estado de bienestar, construc-cin sociopoltica que hemos querido y que hemos ido

    construyendo, el que debe garantizar la respuesta org-nica a las necesidades bsicas de la ciudadana, y lo debe hacer de manera sistemtica e institucional.

    La primera exigencia dirigida a las instancias polticas y sociales es la deteccin, la toma de conciencia y la volun-tad de afrontamiento de los problemas sociales emer-gentes. Parece obvio y, sin embargo, hay que decirlo. La situacin de las personas mayores es un ejemplo evidente de un cierto adormecimiento de las diversas adminis-traciones que, ante un escenario demogrfica y sanitaria-mente previsible, no han sabido anticiparse a los hechos de manera efectiva. Hemos tenido que asistir a demasia-dos casos de abuso por parte de iniciativas privadas, y a menudo con un estricto nimo de lucro, especialmente en cuanto a residencias geritricas se refiere, antes de que la Administracin pblica tomara medidas y adoptara una iniciativa pblica ciertamente indispensable. Cuestio-nes como la atencin a las personas mayores, la ayuda a sus familias, la atencin a las personas con un alto grado de dependencia y tantas otras de mbitos diversos de la convivencia social y las necesidades que plantean llegan a menudo tarde al calendario de proyectos polticos y de respuestas oficiales. La labor prospectiva es inherente a la responsabilidad poltica y como tal exigible.

    Tambin es esperable de las instituciones pblicas el establecimiento de un cuerpo legislativo que contem-ple y responda a las nuevas necesidades, en nuestro caso las necesidades de las personas mayores en su presencia socialmente masiva, as como la creacin de una concien-cia colectiva del problema que facilite una mayor sensibi-lizacin por parte de toda la ciudadana. Ciertamente, hay que reconocer la labor hecha en este sentido; la reciente Ley de Dependencia aprobada por el Parlamento es un ejemplo concreto y satisfactorio, ms all del debate de matices siempre presente en este tipo de iniciativas, pero eso no impide plantear la exigencia formal de seguir avanzando en este sentido, mejorando el marco legal y la creacin de las estructuras adecuadas para responder con calidad al escenario de un nmero importante de perso-nas mayores que presentan unas precariedades y necesi-dades que deben ser socialmente satisfechas.

    Es exigible, tambin, que los estamentos polticos y sus estructuras de gestin marquen las lneas directrices que avalen, faciliten y controlen el buen funcionamiento de las instancias intermedias en la atencin y resolucin de los problemas inherentes a las personas mayores. Deben facilitar y controlar el funcionamiento de los profesiona-les especficos, singular y gremialmente constituidos, as como de las instituciones que les dan cobijo, pblicas o privadas, estrictamente sanitarias o sociales.

    De las instancias polticas y sociales cabe destacar, en cada caso, aquellas ms directamente implicadas en una determinada problemtica. En nuestro caso, la atencin a las personas mayores afecta muy especialmente a la Sani-dad y Bienestar Social. Es exigible que se inviertan esfuer-zos para organizar la respuesta orgnica que sea necesaria,

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    pblica y privada, para atender a las personas mayores y ayudarlas a vivir el ltimo tramo de su vida en trminos de calidad. Y eso significa, justamente, la dotacin de los recursos materiales y econmicos, en infraestructuras y en recursos humanos necesarios para que los objetivos sean alcanzables.

    La problemtica de la gestin de los recursos en la sociedad del bienestar es, ciertamente, importante y a veces grave, sin duda. Pero hay que garantizar la certeza por parte de la ciudadana de que se est haciendo lo posible. Y, sobre todo, hay que generar la certeza por parte de la ciudadana de que no se estn dilapidando los recursos de manera insatisfactoria en materias a las que la misma ciudadana no concede una prioridad esencial. En este sentido, es exigible un esfuerzo de dilogo social, en la rbita de una tica civil, que permita la complicidad global y el consenso indispensable sobre cules son las materias que merecen atencin prioritaria.

    PRINCIPIOS GENERALES DE LA TICA PROFESIONAL Y SU PECULIARIDAD EN LA ATENCIN A LAS PERSONAS MAYORES: ALGUNOS MATICES

    Para concluir estas reflexiones, queremos recuperar la ya mencionada validez, pero tambin las peculiaridades aplicativas, de los grandes principios de la tica profesio-nal, fraguados especialmente en el mbito de la biotica, pero en traslacin continuada y casi mimtica hacia otros mbitos profesionales. Seguiremos la propuesta de Beau-champ y Childress (1979), a pesar del debate actual e irresuelto a propsito de su validez, de su correcta formu-lacin y de su alcance, debate en el que los mismos auto-res han intervenido en sucesivas ediciones de su obra para matizar sus propias propuestas. Se trata de los principios de beneficencia (y de no maleficencia), de autonoma y de justicia. Y en su marco aadiremos las reglas de buena praxis tica de veracidad, de confidencialidad y de fideli-dad, tal como las desarrolla Frana-Tarrag (1996).

    En un escenario de corresponsabilidad que no slo plan-tea exigencias a los profesionales, sino que procura identifi-car a todos los agentes que intervienen en la prestacin de un acto profesional para plantear las responsabilidades que conciernen a cada uno de ellos, estos principios y reglas necesitan de algunas relecturas que queremos tan slo apuntar y que habra que desarrollar ulteriormente. Nuestro inters, ahora, es simplemente la toma de conciencia de la necesidad de esta relectura de los grandes principios y reglas de la llamada deontologa profesional que deberan pasar a formar parte del grosor de contenido de una tica profe-sional que implica a todos los agentes comprometidos en la adecuada resolucin de una problemtica (en nuestro caso concreto, la de la atencin a las personas mayores).

    Hablar del principio de beneficencia nos remite en pri-mera instancia al debate contemporneo y posmoderno sobre la real posibilidad de determinar colectivamente en qu consiste el bien. Con este propsito nos mantenemos en una comprensin precrtica en la que todos entende-mos aproximadamente qu significa buscar el bien del otro, comprensin suficiente en trminos de convivencia ciudadana aunque necesitada del necesario y oportuno debate conceptual propio de las instancias del pensa-miento.

    Desde esta comprensin genrica del principio de beneficencia, podemos afirmar en el mbito operativo que significa no aplicarlo exclusivamente en trminos de exigencia profesional dirigida slo al profesional. La realizacin de la prestacin profesional debe pretender el bien de todos, en primer lugar de quin es y est ms necesitado, en nuestro caso la persona mayor concreta, pero tambin de su entorno familiar, facilitando o reem-plazando si es necesario su labor, a la vez que debemos pretender que esta prestacin profesional redunde en el bien del mismo profesional y eso no slo tiene lugar en trminos salariales, y de las instituciones pblicas o privadas que se vuelcan en ofrecer atencin adecuada a las personas mayores y eso no se reduce slo a via-bilidad econmica o a ganancias satisfactorias; en el bienestar de las personas implicadas en trminos de ayuda voluntaria a una vida llena de sentido ms all de las dificultades y retos que presenta, en trminos de reconocimiento, formacin y apoyo; y, finalmente, en el bienestar de la sociedad en su conjunto, que ve satisfe-chas suficientemente sus expectativas de sana y saludable convivencia. As, el principio de beneficencia, en primera instancia dirigido a los profesionales, tiene mucho que decirnos a propsito de todos los actores que intervienen en el acto profesional.

    Lo mismo sucede con el principio de autonoma. Si en primera instancia se dirige a proteger los derechos de los receptores de la prestacin profesional, en nuestro caso de las personas mayores y sus familiares, tambin debe poder transcribirse en trminos de la debida autonoma en la organizacin del ejercicio profesional, de la gestin de las instituciones que se ofrecen a las personas mayores, de autonoma de cada persona en la combinatoria nunca fcil entre vida pblica y vida privada, y de autonoma de la sociedad, que se formula a s misma las necesidades y las consiguientes exigencias de respuesta a estas necesidades en su convivencia cotidiana.

    Tambin el principio de justicia debe tener algo que indi-carnos a todos los participantes en un acto profesional. La misma justicia que reclama la debida atencin para toda persona mayor, sin discriminaciones ni limitaciones, debe hacerse extensiva al entorno familiar de esas mismas per-sonas mayores, a los profesionales e instituciones que se dirigen a ellos, a todas las personas y al funcionamiento global de la sociedad en trminos de respeto de su volun-tad soberana.

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    En los mismos trminos deberamos revisar las reglas bsicas de la tica profesional: veracidad, confidenciali-dad y fidelidad. Pero no pretendemos desarrollar aqu unas reflexiones ms propias de un manual de tica profesional, o de tica de la accin profesional si la entendemos en trminos de corresponsabilidad, sino sim-plemente apuntar unas pistas de reflexin que deberan seguirse tambin en el mbito de la atencin a las perso-nas mayores. La veracidad, o transparencia comunicativa, debe concernir a todos los implicados en la atencin a las personas mayores, incluyendo a las mismas personas mayores en la medida que ello les es posible. La confiden-cialidad, o sentido de la reserva y del debido respeto a la informacin privilegiada que se obtiene en el transcurso del acto profesional, tambin debe concernir a todos los implicados en la prestacin profesional. Y, finalmente,

    aunque habra ms criterios saludables a aadir, la regla de fidelidad, que en primera instancia tambin se dirige al profesional como exigencia de no abandono de su recep-tor de servicio, debe hacerse extensiva a todos los impli-cados en la prestacin profesional, a las personas mayores y a su entorno familiar que no deben abandonarse; a las instituciones, que no pueden abandonar su finalidad fundacional e identificativa de servicio en aras de otros intereses; a las personas, que deben crecer en la fidelidad al compromiso adquirido para ser verdaderas personas responsables; a los estamentos polticos y legales, que deben garantizar su fidelidad en el servicio a la sociedad; y a la s