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En “La razón por la que salto” (Roca Editorial), Naoki Higashida nos relata, desde el otro lado del autismo, sus sentimientos, la razón de las obsesiones que no puede sacudirse de

encima, sus alegrías y sus frustraciones. Un testimonio, traducido y apoyado por el novelista David Mitchell, que nos conduce a un universo paralelo.

texto SABINA FRIELDJUDSSËN ilustración HALLINA BELTRÃO

Naoki Higashida rompe la barrera del silencio

CONFESIONES DE UN AUTISTA ADOLESCENTE

a decía Paul Éluard que hay otros mundos, pero están en este. Los au-tistas no son enfermos

ni locos: simplemente, su mundo interior es otro. Un mundo que a menudo es un laberinto a oscuras, incluso para ellos mismos. Por eso es un privilegio poder asomarnos a la mente y los sentimientos de un muchacho japonés llamado Naoki, con un grado severo de autismo, que escribió estos textos a los 13 años. Y lo que vemos nos causa asombro, desmenuza montones de ideas preconcebidas y nos muestra al autista como una persona que, más que estar rabiosa contra el mundo, cae en la desesperación porque, en realidad, no puede ha-cernos saber lo que realmente sien-te en cada momento.

Bucear en las profundidadesLa introducción al mundo de Nao-ki nos la sirve en un prólogo apa-sionado el autor de El atlas de las nubes, David Mitchell, que tiene un

hijo autista. Se ha implicado a fon-do con este libro desde el momento en que llegó a sus manos a través de su mujer, que es japonesa: “Me ha cambiado la vida y me ha dado una nueva dimensión”. Nos avisa de que cada autista es distinto y de que existen tratados médicos exhaustivos e incluso libros testi-moniales interesantes como Pensar con imágenes de Temple Gradin. Pero esta obra de Naoki Higashi-da tiene un valor especial porque es un muchacho con un autismo profundo quien lo escribe, con el que la comunicación oral resulta-ba casi imposible. Logró hacernos llegar estos pensamientos gracias al empeño de una profesora y a su propio tesón para conseguir armar palabras señalando letra por letra sobre una tabla a modo de abece-dario. Un logro extraordinario para llegar a entender qué piensa un chico autista, qué desea, por qué demonios se pone a veces a dar vueltas alrededor de una mesa sin parar o responde a una pregunta

repitiendo la pregunta. Es como si un náufrago, aislado en una isla remota a la que no podemos acer-carnos, hiciera llegar un mensaje escrito en una botella.

El libro se desarrolla en forma de breves capítulos en los que Naoki responde a cuestiones concretas.

Sus explicaciones pueden resultar para un lector “normal” un tanto difusas. Y es que, cuando entramos en su mundo, los que sentimos que nuestra percepción de las cosas es pantanosa somos nosotros. Por ejemplo, a la pregunta de “¿Por qué repetís las mismas preguntas una y otra vez?”, responde: “Olvido enseguida lo que acabo de oír. La verdad es que en el interior de mi

YDavid Mitchell, con un hijo autista, se implicó

a fondo en el libro.

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TEMA I CONFESIONES DE UN AUTISTA ADOLESCENTE

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MENSAJES EN UNA BOTELLA

✒ “Es verdad que tardamos mucho en responder a las preguntas de los demás. El motivo no es necesariamen-te que no lo hayamos entendido sino que, cuando nos llega el momento de hablar, la respuesta que queríamos dar en muchos casos ya ha desapare-cido de nuestra cabeza.”

✒ “Yo nunca consigo decir lo que quiero. En lugar de eso me sale de la boca un montón de basura verbal que no tiene nada que ver. Nuestros sentimientos son los mismos que los de cualquiera, pero no encontramos la manera de expresarlos.”

✒ “Ni siquiera tenemos control so-bre nuestros propios cuerpos. Tanto quedarnos quietos como ponernos en marcha cuando nos lo piden resulta complicado: es como si quisiéramos accionar el mando a distancia de un robot que no funciona bien.”

✒ “No es que nos guste estar solos. Lo que nos pone nerviosos es el cau-sar problemas a los demás, o incluso haceros enfadar. Por eso nos cuesta estar con otras personas. Y por eso a menudo acabamos solos.”

✒ “Cuando veo que he cometido un error, la mente se me bloquea. Lloro, grito, me altero mucho y ya no puedo pensar con coherencia. Me resulta casi imposible contener las emociones. Una vez que he cometido un error, se me viene encima como un tsunami.”

✒ “El tiempo es una cosa continua sin límites claros, por lo que es muy confuso para los autistas.”

✒ “A muchos autistas suele gustar-nos dar vueltas sobre nosotros mis-mos, una y otra vez. La verdad es que también nos gusta dar vueltas a

cualquier objeto. Solo ver cómo giran las cosas nos llena de una satisfacción que no cesa durante el tiempo que estamos ahí, mirando cómo giran con una regularidad perfecta. Las cosas que no cambian nos reconfortan, y eso siempre tiene una belleza propia.”

✒ “Cuando veis un objeto, parece que lo veis primero como una única co-sa, y después vais percibiendo los de-talles. Pero a los autistas nos llegan los detalles de golpe en primera instancia. Después, detalle a detalle, vamos vien-do el conjunto de la imagen.”

✒ “Alinear cosas es de lo más divertido. Ver cómo corre el agua también lo es.”

✒ “Disfrutamos con los números. Todos los números son fi jos e inmuta-bles. El número 1, por ejemplo, siempre será el número 1. Esa simplicidad, esa claridad, nos resulta reconfortante.”

con las fórmulas habituales. Igual que tampoco aparece la palabra “amor”. En algún momento hace referencia a la gente que le quiere, pero de pasada. Ahí parece asomar la clásica idea de que los autistas tienen difi cultades para el afecto.

Sin embargo, en un relato que incluye al fi nal sí cuenta a través

de una breve fi cción cómo un ni-ño muere, va al cielo y, al ver el sufrimiento de sus padres por su pérdida, se siente muy afl igido y demuestra un fervoroso amor por ellos. Incluso se muestra dispuesto al mayor de los sacrifi cios para mi-tigar su pena. Parece como si, en la fi cción, en los pequeños relatos y

microcuentos que intercala con las explicaciones, le resultara más fácil hacer afl orar sus afectos.

Es muy llamativa la manera en que habla de su fascinación por la naturaleza. Siente la naturale-za como una amiga, e incluso es cuando habla de su fusión con ella cuando se activa más su pulsión

poética. Mientras que la relación con las personas le resulta difícil por su incapacidad para expresarse y no disgustarlos, “la naturaleza siempre está ahí, envolviéndonos suavemente: brillando, moviéndo-se, susurrándonos con sus ruidos”. Es un asunto al que vuelve en varias ocasiones y que le lleva a

cabeza no hay mucha diferencia entre lo que me acaban de decir y lo que he oído hace mucho tiempo. Pero nuestra insistencia en hacer siempre las mismas preguntas tie-ne otra causa: nos permite jugar con las palabras. No se nos da bien conversar. La excepción son las pa-labras o las frases que nos resultan familiares. Repetirlas resulta muy divertido. Es como jugar a atrapar la pelota.”

Silencios que hablanLlaman mucho la atención las co-sas que cuenta el joven autor. Pero también las que no cuenta. Habla a menudo de la angustia que le pro-duce decepcionar o disgustar a la gente que está a su alrededor. Sin embargo, nunca aparece la palabra “agradecimiento”. Se desprende de sus palabras que se siente pro-fundamente agradecido a quienes cuidan de él (tampoco casi nun-ca se refi ere de manera directa a sus padres), pero no lo explicita

Siente agradecimiento hacia quienes cuidan de él, pero no

utiliza la palabra “amor”.

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refl exiones profundas: “Con mirar a la naturaleza, simplemente me siento como si me absorbiera y en ese momento tengo la sensación de que mi cuerpo es una motita, un cuerpo minúsculo que proviene de tiempos muy anteriores a mi na-cimiento, un cuerpo que se funde con la propia naturaleza”.

Si cambiamos motita por átomo, sería un párrafo que no nos sor-prendería encontrar en algún libro de divulgadores de física teórica como Michio Kaku. Explica muy bien esa pulsión panteísta que sen-timos hacia la contemplación del mar o del fuego, ese “sentimiento oceánico” del que hablaba el escri-tor Romain Rolland. Nos dice Nao-ki que “lo que queremos es volver atrás. Al pasado lejano. A una épo-ca primigenia. De hecho, antes de que existieran los seres humanos. En eso creo que todos los autistas coincidimos. Las formas de vida acuática nacieron y evolucionaron, pero ¿por qué tuvieron que salir a tierra fi rme y convertirse en se-res humanos que decidieron llevar una vida gobernada por el tiempo? Eso, para mí, constituye un verda-dero misterio”. Por eso en el agua se siente feliz.

Peces fuera del aguaPor eso, quien piense que un au-tista es alguien sin norte y con una pobre vida interior, después de leer este libro va a tener que

replantearse muchas cosas. Otra cuestión es que ellos mismos sean incapaces de ajustar su mente a las necesidades de la vida “normal” y de manejar un cuerpo que no aca-ban de controlar. Naoki sabe que sus desarreglos pueden resultar insoportables para quienes están a su alrededor, capaces de sacar de quicio a la persona mejor intencio-nada con ellos, incluso desplegar agresividad... pero no lo hace para dañar, al revés. Lo que más desea-rían es agradar, seguir la música que toca la sociedad.

Naoki cuenta que la gente que lo cuida se desespera porque le repiten una y otra vez lo que ha de hacer y él hace lo contrario, pero explica que sienten una pulsión que no controlan para hacer cier-tas cosas: “Ya sabemos que eso os entristece y os disgusta, pero me temo que es algo que no podemos controlar, y es así. Pero, por favor, hagáis lo que hagáis no os rindáis. Necesitamos vuestra ayuda”. De alguna manera, son como peces fuera del agua a los que ofrecemos el alivio de la pecera de nuestra or-ganización social racionalista para que den vueltas y vueltas. El men-saje en la botella es una petición de auxilio pero, sobre todo, de com-prensión, una llamada de ánimo a padres y cuidadores para que no se desanimen aunque ese chico al que tanto afecto y energía dedican no les conteste, salga corriendo en di-

Naoki Higashida, un adolescente autista que ha tendido un puente hacia nosotros.

La razón por la que salto

Naoki HigashidaRoca

184 págs. 12,90 €.

rección contraria a la que le dicen o responda a sus preguntas de la forma más disparatada. Naoki nos viene a decir que ellos no saben decir gracias, pero les están inmen-samente agradecidos por todo lo que hacen por ellos.

El libro ha recibido alguna críti-ca, como la del Dr. Michael Fitzpa-trick, que, en un enojado artículo titulado “No, los niños autistas no son los salvadores espirituales de la humanidad”, se muestra escéptico con el grado de espiritualidad mos-trado por Naoki en estas páginas. El médico ve la mano bieninten-cionada pero literaria de David Mitchell al mostrar al autista como una mente empática y adorable, pero atrapada en un cuerpo que lo aísla, en contradicción con los resultados de décadas de estudios médicos basados en amplias in-vestigaciones que muestran que el autista sí siente un rechazo hacia el resto de personas de su entorno.

Las reticencias del doctor Fitzpa-trick son comprensibles. Pero tam-bién advierte Mitchell de que cada caso es distinto y el de Naoko sin duda resulta especial: actualmente realiza entradas de blog hablando de su vida interior e incluso ha llegado a dar conferencias, pese a sus limitaciones. La mano de Mitchell y su esposa K.A. Yoshida como traductores puede que haya embellecido un tanto el resultado o pulido algún concepto, pero el valor del libro se hace indiscutible en el efecto que tuvo sobre el pro-pio Mitchell, que antes que escritor es padre de un niño autista: “Esta lectura me ha dado el empujón necesario para empezar a dejar de compadecerme de mí mismo y comenzar a pensar en lo dura que es la vida para mi hijo, y en lo que yo podía hacer para conseguir que lo fuera menos”. �

“Pero, por favor, no os rindáis. Necesitamos

vuestra ayuda.”

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