1.9. breve introducción a los estilos arquitectónicos de...

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Un problema que puede derivarse de una mala planificación de rascacielos es la desertización urbana y, por tanto, la pérdida de continuidad y de aquella compacidad que considero indispensables en una ciudad. Efectivamente, la edificación en altura ha de comportar la liberación de una buena parte del suelo si queremos que se mantengan las cuotas de densidad establecidas en el proyecto global del área. Ese problema solo tiene dos soluciones: la primera es aceptar un aumento de densidad en puntos concretos, de acuerdo con un proyecto urbano que compense los excesos concentrando zonas no edificadas –pero definidas y urbanizadas- en un sector próximo; la segunda es organizar la volumetría de manera que entre las torres se mantengan una continuidad a menor altura, con unas actividades que definan la forma y la vida del espacio público. El caso más conocido de la primera solución –y seguramente el más logrado, pese a sus problemas evidentes- es una buena parte de Manhattan. El Central Park viene a compensar aproximadamente las elevadísimas densidades edificatorias de las calles y las avenidas, las cuales, gracias a la yuxtaposición de los rascacielos, siguen leyéndose –por lo menos en los sectores más afortunados- según la tradición de la continuidad y la compacidad. Así, la parte central de Manhattan no presenta ninguna tendencia a la desertización, sino todo lo contrario: el viandante la lee como una continuidad alineada, casi como una calle-corredor tradicional. Se trata, no obstante, de un caso muy especial y seguramente extremo, difícil de proclamar como modelo; algunas operaciones europeas más contenidas y proyectualmente controladas serían quizá modelos más reales. De la segunda solución hay ejemplos abundantes en los barrios centrales modernizados de casi todas las ciudades centroeuropeas e incluso en los escasos barrios residenciales que han tratado de huir de la suburbialización. Sin embargo –desengañémonos y aprovechemos la ocasión para denunciarlo-, si nos referimos a todo el panorama internacional, la fórmula más frecuente no es la juiciosa limitación formal y funcional, sino la brutal desprogramación urbana: ciudades en pleno libertinaje, que admiten la improvisación de la iniciativa privada y aceptan un aumento escándalos de densidad edificatoria sin ninguna compensación, es decir, utilizando –esta vez sí- los rascacielos como instrumento de especulación territorial. Las grandes ciudades asiáticas son un ejemplo paradigmático de ello, y muestran también de modo bien manifiesto los graves problemas secundarios de esa densificación. Resulta así que una nueva tipología arquitectónica que tiene muchos valores puede convertirse, sin un control eficiente, en enemiga de la ciudad.” 1.9. Breve introducción a los estilos arquitectónicos de los rascacielos internacionales. En cualquier libro divulgativo que tenga que ver con los rascacielos puede encontrarse con un despliegue de imágenes asombrosas por su belleza, la evolución formal de estos grandes edificios. De entre todos ellos, por su sencillez y claridad expositiva, destaca el ensayo publicado por la crítica estadounidense de arquitectura Ada Louise Huxtable con el título: “Rascacielos – La búsqueda de un estilo”. Su labor fue premiada con los premios Pulitzer y McArthur. Por su indudable interés y porque creemos que esta introducción genérica también quedaría incompleta si no contemplase, aunque sea resumidamente una aproximación a los estilos formales que se han empleado y se emplean en el diseño de los rascacielos, es por lo que acometemos en este apartado una visión formal de los mismos apropiándonos de las ideas que Ada Louise vierte en su ensayo. Antes de empezar conviene advertir que la mayoría de los autores, entre los que se encuentra la propia Ada Louise, desarrollan su visión arquitectónica sobre los rascacielos dejando de lado totalmente la infinidad de edificios de gran altura destinados con exclusividad a viviendas, que son ignorados olímpicamente tal vez porque, en general, los críticos y los propios arquitectos piensen que sus cualidades proyectuales sean más bien vulgares y escasas. Sin embargo nosotros creemos

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  • Un problema que puede derivarse de una mala planificación de rascacielos es la desertización urbana y, por tanto, la pérdida de continuidad y de aquella compacidad que considero indispensables en una ciudad. Efectivamente, la edificación en altura ha de comportar la liberación de una buena parte del suelo si queremos que se mantengan las cuotas de densidad establecidas en el proyecto global del área. Ese problema solo tiene dos soluciones: la primera es aceptar un aumento de densidad en puntos concretos, de acuerdo con un proyecto urbano que compense los excesos concentrando zonas no edificadas –pero definidas y urbanizadas- en un sector próximo; la segunda es organizar la volumetría de manera que entre las torres se mantengan una continuidad a menor altura, con unas actividades que definan la forma y la vida del espacio público.

    El caso más conocido de la primera solución –y seguramente el más logrado, pese a sus problemas evidentes- es una buena parte de Manhattan. El Central Park viene a compensar aproximadamente las elevadísimas densidades edificatorias de las calles y las avenidas, las cuales, gracias a la yuxtaposición de los rascacielos, siguen leyéndose –por lo menos en los sectores más afortunados- según la tradición de la continuidad y la compacidad. Así, la parte central de Manhattan no presenta ninguna tendencia a la desertización, sino todo lo contrario: el viandante la lee como una continuidad alineada, casi como una calle-corredor tradicional. Se trata, no obstante, de un caso muy especial y seguramente extremo, difícil de proclamar como modelo; algunas operaciones europeas más contenidas y proyectualmente controladas serían quizá modelos más reales. De la segunda solución hay ejemplos abundantes en los barrios centrales modernizados de casi todas las ciudades centroeuropeas e incluso en los escasos barrios residenciales que han tratado de huir de la suburbialización.

    Sin embargo –desengañémonos y aprovechemos la ocasión para denunciarlo-, si nos referimos a todo el panorama internacional, la fórmula más frecuente no es la juiciosa limitación formal y funcional, sino la brutal desprogramación urbana: ciudades en pleno libertinaje, que admiten la improvisación de la iniciativa privada y aceptan un aumento escándalos de densidad edificatoria sin ninguna compensación, es decir, utilizando –esta vez sí- los rascacielos como instrumento de especulación territorial. Las grandes ciudades asiáticas son un ejemplo paradigmático de ello, y muestran también de modo bien manifiesto los graves problemas secundarios de esa densificación. Resulta así que una nueva tipología arquitectónica que tiene muchos valores puede convertirse, sin un control eficiente, en enemiga de la ciudad.”

    1.9. Breve introducción a los estilos arquitectónicos de los rascacielos internacionales.

    En cualquier libro divulgativo que tenga que ver con los rascacielos puede encontrarse con un despliegue de imágenes asombrosas por su belleza, la evolución formal de estos grandes edificios.

    De entre todos ellos, por su sencillez y claridad expositiva, destaca el ensayo publicado por la crítica estadounidense de arquitectura Ada Louise Huxtable con el título: “Rascacielos – La búsqueda de un estilo”. Su labor fue premiada con los premios Pulitzer y McArthur.

    Por su indudable interés y porque creemos que esta introducción genérica también quedaría incompleta si no contemplase, aunque sea resumidamente una aproximación a los estilos formales que se han empleado y se emplean en el diseño de los rascacielos, es por lo que acometemos en este apartado una visión formal de los mismos apropiándonos de las ideas que Ada Louise vierte en su ensayo.

    Antes de empezar conviene advertir que la mayoría de los autores, entre los que se encuentra la propia Ada Louise, desarrollan su visión arquitectónica sobre los rascacielos dejando de lado totalmente la infinidad de edificios de gran altura destinados con exclusividad a viviendas, que son ignorados olímpicamente tal vez porque, en general, los críticos y los propios arquitectos piensen que sus cualidades proyectuales sean más bien vulgares y escasas. Sin embargo nosotros creemos

  • firmemente que no siempre es así, y existen ejemplos de notable interés arquitectónico, o al menos de un interés igual o parecido, al conjunto de edificios que inundan hasta el tedio más absoluto con idénticas filosofías de diseño, la infinidad de revistas y libros que un día sí y otro también, aparecen en las librerías ocupándose de los edificios de altura.

    Fig.1.60. Esta imagen de Sao Paulo, tomada por el fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado, expone por un lado el mundo real de los edificios de gran altura olvidados por la crítica arquitectónica y, por otro lado, hasta donde

    puede llegarse con el urbanismo que los permite.

    En España, donde parece no existir tampoco mediáticamente la arquitectura de Benidorm, de igual forma han sido sistemáticamente ignorados en los escritos de arquitectura los edificios altos residenciales que pueblan nuestra geografía, exceptuando el edificio Torres Blancas del arquitecto F.J. Sainz de Oiza + C.F. Casado, S.L., exponente claro de un estilo organicista y expresionista que no tuvo continuidad alguna, salvo en el homenaje que del mismo se ha hecho en Benidorm con el Neguri Gane, de esbeltez y altura mayor, proyectado por el arquitecto Roberto Pérez Guerras + Cype Ingenieros, Estudios y Proyectos,S.A.

    Fig.1.61. Edificios de gran altura completamente residenciales: Torres Blancas (Madrid) del arquitecto F.J. Sainz de Oiza + C.F. Casado, S.L., y el Neguri Gane (Benidorm), de Roberto Pérez Guerras + Cype Ing.

    Estudios y Proyectos, S.A. Ambos edificios de carácter organicista y expresionista.

  • No sabemos con certeza cuales son las razones de este sistemático olvido, aunque sospechamos con algo de maldad, que posiblemente sea debido a que los arquitectos que proyectan y construyen edificios altos residenciales en nuestro País, no tengan el tiempo y los medios suficientes para promocionarlos mediáticamente, mientras que las firmas arquitectónicas que aparecen con asiduidad en los concursos, revistas y libros de arquitectura, provenientes en un número elevado de las Cátedras de Proyecto de nuestras Universidades, parece ser que el tiempo, los medios y la mano de obra necesaria, les sobra en abundancia para poder hacerlo.

    Sirvan nuestras palabras únicamente como un toque de atención a este injusto olvido para aquellos que pueden remediarlo, y que de ser subsanado dicho olvido con la ecuanimidad adecuada, sin lugar a dudas mejoraría considerablemente la arquitectura con la que se resuelven estos edificios en España, beneficiándonos todos de que así sea.

    1.9.1. El periodo funcional.

    Prácticamente todos los autores coinciden en señalar que los edificios de altura se inician con unas características propias en la ciudad de Chicago, seguida muy de cerca por New York; rivalizando ambas ciudades por liderar la arquitectura de estas construcciones.

    El desarrollo espectacular que tuvo Chicago tras su incendio, coincidiendo con el nacimiento y pujanza de la economía norteamericana, propició el nacimiento de grande compañías y el desarrollo de los servicios terciarios a todos los niveles, sustentando una demanda creciente de espacios donde poder ubicar las empresas, sus oficinas y despachos.

    Para satisfacer esta demanda de oficinas, contando ya con los grandes avances tecnológicos que la ingeniería proveniente de la Revolución Industrial estaba poniendo a un ritmo imparable al servicio de la arquitectura, nacieron los primeros edificios de gran altura, que fueron bautizados con el nombre de rascacielos.

    Este primer periodo de los rascacielos es conocido como el PERIODO FUNCIONAL, donde no existía un estilo definido que pudiera seguirse como referencia indiscutible en el proyecto de los mismos y abarca los años finales del siglo XIX y principios del siglo XX. El ingeniero David Bennet se atreve a enmarcarlo entre los años 1880 y 1900.

    El rascacielos funcional, característico de este periodo, fue un fenómeno esencialmente económico que respondía a las necesidades reales de la sociedad, a las necesidades de una actividad empresarial que era el motor que impulsaba todo tipo de innovaciones.

    Ada Louise define y resume este periodo espléndidamente:

    “El banquero inversor era el mecenas, y la eficacia, desde el punto de vista del coste, era la musa; la arquitectura estaba al servicio de la ingeniería, y el diseño era algo muy secundario. Son edificios tan hermosos como útiles. Poseen una claridad y una fuerza que les confiere un notable vigor expresivo.”

  • Fig.1.62.a. Edificios característicos del periodo funcional proyectados por: W. Baron Jenney, J.W.Root, D Burnham, L. H. Sullivan, W. Holabird, M. Roche, etc..

  • Fig.1.62.b. Edificios característicos del periodo funcional.

  • Los nombres más citados que han pasado a la historia de la arquitectura, como pioneros en el diseño de los primeros rascacielos, los encabeza el ingeniero William Le Baron Jenny, formado en la Escuela Politécnica de París, que en 1885 construyó el Home Insurance, primer edificio soportado íntegramente por una estructura metálica. Bajo los auspicios de Jenney, se formaron Louis Sullivan, Daniel Burnham, William Holabird y Martin Roche, que constituyeron el núcleo de lo que resultó conocido posteriormente como “escuela o estilo de Chicago”.

    En estos primeros edificios de cierta altura (de diez a quince plantas), los muros de carga portantes tradicionales fueron sustituidos en sus estructuras por piezas metálicas, primero de fundición, luego de hierro y finalmente por el acero, mucho más fiable, dúctil y resistente. Tan sólo en las fachadas y en los núcleos de comunicación verticales, los muros de carga se mantuvieron inicialmente como elementos de estabilidad horizontal, pero a medida que las estructuras verticales se fueron rigidizando con nudos más sólidos y celosías planas ocultas en sus divisiones, pasaron al olvido por la enorme y costosa superficie de espacio útil que en planta ocupaban los mismos.

    La apariencia masiva que pese a todo ofrecen estos edificios, al margen de su tamaño y escasa esbeltez, se debe a los aplacados de piedra, terracota y ladrillos que conforman sus fachadas y envuelven las livianas estructuras metálicas que realmente los soportan.

    No obstante, fueron las amplias ventanas de sus fachadas y los salientes volados de estos edificios, también perforados por las mismas en todas sus caras, las características más definitorias de la Escuela de Chicago, obviando justificaciones y consideraciones formales arquitectónicas, pues lo único que se pretendía con ello era captar la luz natural y hacerla penetrar al máximo en su interior, dado el escaso e insatisfactorio desarrollo de la iluminación artificial existente en la época.

    En definitiva, casi nada de lo que formalmente configuraban exterior e interiormente estos primeros rascacielos era gratuito en este periodo, guiados por la tesis de Sullivan: “La forma debe seguir a la función”; resumen lapidario de un ideario que existía en un ambiente, donde se suprimían los aleros de los edificios porque en ellos no anidaran las palomas y así evitar que sus excrementos ensuciaran sus fachadas.

    Más extensamente, también Root, arquitecto responsable de los diseños de la firma “Burnham & Root”, dejó escrito en 1890:

    “Era peor que inútil prodigar en ellos (los modernos edificios de muchos pisos) adornos delicados…..Por el contrario, debían con su masa y sus proporciones, inspirar un vasto sentimiento elemental de la idea de las grandes, estables, conservadoras fuerzas de la civilización moderna. Un resultado de los métodos, tal como he indicado, será la descomposición de nuestros proyectos arquitectónicos en sus elementos esenciales. La estructura interna de estos edificios ha llegado a ser tan vital, que debe imponer de forma absoluta el carácter general de las formas exteriores; y las necesidades comerciales y constructivas han llegado a ser tan imperativas, que todos los detalles arquitectónicos empleados en expresarlas, deben ser modificados consecuentemente. Bajo estas condiciones estamos obligados a trabajar, de forma precisa, con objetivos precisos, empapándonos totalmente en el espíritu de la época de modo que podamos dar a su arquitectura la forma de arte”.

    Si a lo expresado por Root, le añadimos lo que Sullivan no paraba de predicar, que un edificio de gran altura, tan solo debía de ser y además, parecer alto, ya tenemos toda la filosofía que inspiró la construcción de los primeros rascacielos, justificándose así toda la primera época de los mismos, el Periodo Funcional; periodo que ha pasado a la historia con el reconocimiento y el beneplácito de todos los críticos de la arquitectura por su indudable vigor y belleza.

    Y no podemos por menos que enfatizar jocosamente, que un periodo que consideró a la hoy en día tan denostada, vilipendiada y masacrada funcionalidad, como la razón de ser de sus proyectos, haya tenido tanto éxito de crítica; y porque no deja de ser sumamente curioso y llamativo en los tiempos que corren, que tan sólo muy tímida y respetuosamente el arquitecto Oscar Tusquets se haya

  • atrevido a decirle a su colega A. Siza, que es funcionalmente adecuado dotar de cornisas vierteaguas protectoras a las fachadas de los edificios que diseñe en Galicia, si no quiere que las aguas que escurren por sus planos las conviertan en una basura y duren algo más, habida cuenta de lo que suelen costar estas fachadas de autor.

    1.9.2. El periodo ecléctico (Período historicista).

    Tras el periodo funcional tiene lugar un segundo periodo en la evolución de los edificios de altura caracterizado por un marcado carácter historicista en los aspectos formales, abarcando temporalmente desde comienzos del siglo XX hasta que tiene lugar la Gran Depresión, magníficamente retratada en las “Las uvas de la ira” por J. Dos Passos.

    Resulta curioso constatar que fuese precisamente Burnham, uno de los principales arquitectos de la etapa funcional, el que diese pie a la entrada del nuevo diseño arquitectónico historicista de los rascacielos a raíz de la famosa Exposición Mundial de Chicago de 1893, permitiendo como Director Técnico de la misma que los arquitectos que diseñaron sus pabellones lo hicieran bajo cánones historicistas.

    Fig. 1.63. Flat Iron Building de Burnham, principal responsable de la Exposición Mundial de Chicago y padre del primer edificio historicista que construye en New York abandonando sus principios funcionalistas.

    Desde aquí recomendamos la lectura de la novela: “El diablo en la ciudad blanca” de Eric Larson, para aquellos que deseen introducirse en los entresijos y el espíritu que hicieron posible el desarrollo y construcción de dicha Exposición.

  • Fig.1.64. Diseño propuesto por Adolf Loos para el concurso del Edificio Chicago Tribune–1922 que representa, si es que iba en serio, la materialización de todos los exponentes formales de este periodo. Al lado,

    el edificio que ganó el concurso y que finalmente fue construido.

    Sucumbiendo a las enormes influencias y los cánones estilísticos del pasado que emanaban de la Academia francesa de “Las Bellas Artes”, visceralmente opuestos al estilo mucho más simplificado y funcional de los ingenieros impuesto por los nuevos materiales, los arquitectos se lanzaron a tumba abierta recuperar del pasado todos los estilos y formas clásicas, medievales y renacentistas, acoplándolas a los edificios con un alarde imaginativo impresionante.

    El rascacielos pasó a ser el exponente de la académica columna griega, dividiendo formalmente su desarrollo en altura en una amplia base que ocupaba todo el solar, un fuste más esbelto retranqueando de las alineaciones de las calles para cumplir las ordenanzas edificatorias vigentes que trataban de no convertir las calles en unos desfiladeros sin luz, y un remate exuberante en su coronación como capitel.

  • Fig. 1.65. Edificios característicos del Periodo Historicista.

  • Ada Louise, citándola una vez más, nos define en su libro este periodo con precisión admirable:

    “La fase ecléctica produjo algunos de los monumentos más notables de la historia del rascacielos. Las incursiones en el pasado abarcaron desde lo banal hasta lo brillante: el gótico llegó a unas alturas como no lo había hecho nunca; se alzaron una y otra vez esbeltos templos griegos y campaniles italianos. Aparecieron palacios renacentistas a gran escala, castillos verticales y distintas versiones del Mausoleo de Halicarnaso. El tamaño y estilo de estos edificios los convertía en monumentos espectaculares y reconocibles, pero es en su sofisticada erudición y soberbia calidad del detalle lo que les confiere su carácter único e irreproducible. Los mejores ejemplos son hábiles ejercicios académicos, adaptados con gran ingenio, dramatismo y, en ocasiones, auténtica belleza a las aspiraciones y necesidades más nuevas de la ciudad del siglo XX. A pesar de que la postura elitista los ha considerado, en el mejor de los casos, como excentricidades perdonables o, en el peor, como inmensos borrones sobre el paisaje de las alturas, estos edificios pasaron inmediatamente a tener un sitio en la historia de la arquitectura.

    Para los modernos, la victoria académica siempre ha representado una derrota arquitectónica. En su opinión, el pecado capital de la fase ecléctica no fue tanto que no buscara formas nuevas, lo cual ya era suficientemente malo, como que hiciera tanto hincapié en la tradición romántica y en lo ornamental.

    No obstante, tras una larga y austera dieta racionalista, (predicada hasta la saciedad por las figuras sagrada de la Bahaus y el divinizado e inevitable Le Corbusier, añadimos nosotros) los arquitectos jóvenes vuelven a deleitarse hoy con este exuberante y exótico exceso, e incluso los componentes de la generación anterior miran estos edificios con nuevos ojos”.

    Los rascacielos de este periodo historicista, como nos dice Ada Louise, tuvieron que soportar una crítica adversa terrorífica, y una incomprensión total especialmente cuando aterriza Mies Van Der Rohe en los EE.UU.; y triunfa con su elogiada frase “menos es más” el Estilo Moderno, también llamado Estilo Internacional y Estilo Racionalista.

    Uno de los detractores más inmisericorde con el Estilo Ecléctico, ha sido sin duda alguna el famoso historiador y crítico de Arquitectura S. Giedión, que al hablar de este periodo en su admirado libro “Espacio, tiempo y arquitectura”, lo más suave que dice de él es: “Los arquitectos entonces en boga presentaron típicos ejemplos del ahora dominante “Gótico Woolworth”, y todos los proyectos muestran una rebuscada fantasía en lugar de un verdadero sentido de la medida y de la proporción”.

    Incluso la literatura intervino en machacar a estos edificios, si se recuerda como son tratados los mismos en novelas tan famosas como la ya citada anteriormente: El Manantial de Ayn Rand.

    Sin embargo, probablemente sean los rascacielos de estos dos primeros periodos los más admirados y queridos por el público que mira la arquitectura, y se deleita con ella o la rechaza de plano, dejándose guiar por unas sensaciones estéticas primarias.

    Cuando irrumpe en la escena arquitectónica la Exposición Internacional de las Artes Decorativas e Industriales Modernas que se celebró en París en 1925, dando origen a lo que fue llamado EL ART DECO, nacen bajo él mismo como cantos de cisnes, los últimos grandes rascacielos de este periodo y que han llegado a ser por derecho propio, los más brillantes y famosos rascacielos que jamás hayan sido construidos nunca: El edificio Chrysler (1930), el Empire State (1931) y el Rockefeller Center 1932 – 1940.

    El Art Deco fue una mezcla maravillosa de diversos estilos, incluyendo modas europeas del pasado y exponentes representativos de las culturas maya, azteca y china junto con influencias modernas del cubismo, futurismo y expresionismo. En los proyectos de arquitectura, exponentes de todos los estilos mencionados y algunos más que no nombramos, se mezclaron sin rubor alguno intensificando con ello una puesta en escena dramática y la expresividad de los edificios de altura, como demuestran los tres edificios que más veces hemos podido ver en el cine y que se adjuntan aquí.

  • Fig.1.66. El canto del cisne del Periodo Ecléctico (Art Deco) de los rascacielos: El Empire State (1931), el Chrysler (1930) y el Rockefeller Center (1932 – 1940).

  • 1.9.3. El Tercer periodo (El Estilo Internacional).

    El movimiento moderno llegó a la arquitectura con cierta lentitud y nace en Europa, bajo los auspicios de la BAHAUS y todas las teorías arquitectónicas predicadas por el sumo sacerdote del racionalismo mecanicista Le Corbusier.

    El “menos es más” de Mies, magníficamente expresado por los cuadros de Mondrian, se convirtió en el evangelio sagrado de las vanguardias arquitectónicas.

    Fig.1.67. Edificio Seagran y su autor Mies Van de Rohe.

    Los planos rectos, simples y austeros, el acero y el cristal, y una ausencia total de adornos, fueron las premisas básicas que Mies Van de Rohe transportó a los Estados Unidos cuando huyendo del nazismo, sentó sus reales en Chicago y New York, introducido a bombo y platillo en la escena arquitectónica local por el arquitecto más camaleónico que jamás haya existido en la historia de la arquitectura americana, el genial y controvertido Philip Johnson, recientemente fallecido con casi cien años de edad.

    Fig.1.68. Edificios representativos del Tercer Periodo de los Rascacielos resueltos bajo el Estilo Internacional

  • La reducción de costes implícita en su fase proyectual y constructiva de los rascacielos modernos frente a los rascacielos historicistas, propició el triunfo rotundo del Estilo Internacional, convirtiéndose en el estilo favorito de los promotores inmobiliarios, aún a costa de prostituir la grandeza profunda de la sencillez y simplicidad de las formas que inspiraron su nacimiento por auténticas vulgaridades sin valor alguno, bautizadas despectivamente por el público benigno como cajas de cristal y por el público maligno como cajas de cerillas.

    El estilo Moderno nos hizo creer demasiadas cosas buenas, que luego se demostraron ser erróneas. Las predicadas bondades de la luz del sol que atravesaba higiénicamente las fachadas de vídrio de los edificios, se convirtieron en un auténtico calvario para los usuarios que trabajaban en ellos, hasta el punto de tener que colocar el mobiliario de las oficinas contra las mismas como pantallas protectoras.

    Los costes de mantenimiento en energía eléctrica para hacer habitable el ambiente que generan en su interior las fachadas transparentes de acero, aluminio y cristal, alcanzan cifras astronómicas, sobre todo en los primeros rascacielos, donde la tecnología de los muros cortinas y los vidrios especiales que se requieren para aislar razonablemente bien estas inmensas construcciones expuestas por todos sus lados, se encontraba en una fase embrionaria.

    Por muy fan que se sea de Le Corbusier, y no queda más remedio que serlo por algunas de sus aportaciones geniales al Arte de proyectar los edificios, resulta patético constatar sus propuestas técnicas tratando de resolver el problema del soleamiento que recibían y filtraban las desnudas fachadas de sus propios edificios, sin el rigor debido que justificase sus soluciones constructivas, sino dejándose guiar simplemente por sus inspiraciones divinas a lo Leonardo da Vinci.

    No obstante, como nos dice la comprensiva Ada Louise:

    “Despreciar los logros del movimiento moderno, con sus fallos, sería como rechazar las obras de Shakespeare por sus versiones expurgadas y sus malas representaciones. No se pueden menospreciar ni el dinamismo exploratorio ni la expansión definitiva de los límites conceptuales y estéticos que caracterizan este periodo. El movimiento moderno tendrá también sus historiadores revisionistas.

    Hoy es indiscutible que esta visión era trágicamente errónea; que, desafiando demasiadas leyes naturales, la arquitectura moderna apuntó demasiado alto y prometió demasiadas cosas. Como en tantos otros casos, el optimismo ingenuo y generoso y la fe en los poderes creativos y terapéuticos del arte (y en los nuevos sistemas constructivos), dieron paso a un cinismo desilusionado y a una reacción pragmática que, con el condicionante de los cambios cataclísmicos que destruyeron otras cosas además de los ideales artísticos, han sido característicos del siglo XX.

    Los rascacielos auténticos del primer estilo moderno, del llamado Estilo Internacional, no fueron muchos; requerían clientes que tuvieran dinero, valor y un sentido altamente desarrollado de la misión estética. En teoría, la combinación de forma y función encarnada en estos edificios trascendía el estilo; de hecho, el estilo era su producto más duradero. Un ejemplo notable es el edificio de la editorial McGraw-Hill de 1931, obra de Hood, Godley y Fonilhoux en pleno Manhattan, mientras que el de la Philadelphia Saving Found Society, construido por Howe y Lescaze en 1930 – 1931, es una auténtica obra de arte.

  • Fig. 1.69. Edificio McGraw-Hill (1931) y el Philadelphia Saving Found Society (1930-31).

    Descendientes suyos son las cajas de vidrio y las coronaciones planas, a veces tan criticadas, que encarnan (aliviadas en alguna ocasión por una obra maestra moderna) lo que podríamos llamar el “estilo moderno pleno de la arquitectura empresarial”. Este es el aspecto que ha configurado la silueta de la ciudad del siglo XX.

    El “menos es más”, fue ampliamente aprovechado por los promotores en su beneficio, aplicándolo literalmente. El minimalismo de la estética moderna se presta al mismo tiempo a una belleza sutil y ascética, y al atajo más barato; y como este segundo camino ha sido el más fácil y el que más beneficios le ha aportado al constructor, un vocabulario elegante y reduccionista se convirtió, rápidamente, en una mera banalidad que jamás pudieron imaginar sus creadores. Por desgracia, lo que se perdió fue precisamente esa calidad del detalle, los materiales y la ejecución en la que se apoya el estilo moderno”.

    No obstante, se mire como se mire, el Estilo Moderno auténtico, el espíritu que subyace en los rascacielos de Mies, representa por derecho propio el soberbio idioma vernáculo de la Arquitectura en casi todo el siglo XX, y que empleado unas veces bien y otras mal (por desgracia la mayoría de las veces), todavía pervive y subsiste por mucho que tratemos de ocultarlo con las “golosinas visuales” tan de moda en el presente, en un post-modernismo, sin rumbo y fallero.

    Y lo que se materializa y resulta digno de todas las alabanzas en este tercer periodo de los rascacielos, es el impresionante avance que experimenta el diseño y análisis estructural, superándose todo lo conocido y experimentado hasta el momento.

    Como nos dicen Abalos y Herreros: “Desde el punto de vista técnico, la pertinencia de la estructura reticular (los clásicos pórticos de los dos periodos anteriores), cuya vinculación con la idea de rascacielos era objetiva para Le Corbusier, será puesta en cuestión teórica y prácticamente en la misma década de los cincuenta (siglo XX), dando paso a nuevas conformaciones estructurales”.

    Las pantallas de todos los tipos, los núcleos de rigidez y, singularmente, el concepto de la fachada estructural a base de pórticos muy densos, unas veces ocultos tras la piel exterior del edificio, y otras

  • veces manifestándose claramente incluso con grandes triangulaciones de rigidización en las mismas, fueron las grandes aportaciones estructurales que pusieron a punto los ingenieros del Periodo Moderno.

    Quizás el representante más digno de todo este periodo, sea la empresa de arquitectos e ingenieros SOM (Skidmore, Owings & Merrill), especialmente por la brillantez de las soluciones que pusieron a punto en algunos de los últimos rascacielos representativos del Estilo Moderno entre los años 1960 y 1975, gracias a las concepciones estructurales tan extraordinarias que sus ingenieros más conocidos Myron Goldsmith y, sobre todo, Fazlur Kahn, materializaron y pusieron a punto en el John Hancock (1969) y la Torre Sears (1970 – 1975) de Chicago para mayor gloria del arquitecto Bruce Graham.

    Fig. 1.70. Edificios.

    1.9.4. Cuarto Periodo: El Postmodernismo, el High-tech, el deconstructivismo y demás ismos.

    Superada la crisis mundial que tuvo su origen en el petróleo, con algo más de retraso en España al superponerse la misma con todo el periodo político de la transición tras la muerte de Franco, la economía mundial entró sin frenos en una etapa expansionista y globalizadora a partir de los años ochenta del siglo pasado.

    Europa con su Mercado Común, el imperio industrial del nuevo Japón y la incorporación explosiva de todo el sur-este asiático (China, Malasia, Indonesia, Corea del Sur, etc) acaparando la fabricación de productos de medio mundo, ha propiciado una extensa construcción de rascacielos sin precedentes en la historia de los mismos, acabando con el monopolio que sobre ellos tenían las ciudades americanas.

    ¿Cuál es el nuevo estilo de los rascacielos de esta última generación? Con sinceridad: no tenemos respuesta; o tal vez sería más prudente decir, no existe una respuesta única a la cuestión, pues la enorme variedad de estilos y formas con la que se diseñan y construyen es tan elevada como el número de arquitectos que participan en sus proyectos.

    En una reciente entrevista aparecida en prensa a Peter Eisenman, a propósito de los derroteros por donde camina la nueva arquitectura, contestaba cosas como estas:

  • “Sí. Creo que estamos yendo cuesta abajo, porque no existe un consenso general. Para la arquitectura moderna existía un consenso general acerca de lo que debía hacerse, que desapareció. La deconstrucción desplazó a las arquitecturas modernas y postmodernas, aunque, echando un vistazo a la última Bienal de Venecia, se comprueba que todo era Deconstrucción. Pero por lo que creo que existe un problema hoy, es porque los arquitectos no saben qué hacer”

    (Nota: Algo parecido está empezando a ocurrir en la ingeniería estructural desde que existe el ordenador, el MEF y los nuevos materiales. El ingeniero de estructura parece aburrirse con el fluir sereno de las fuerzas y busca desesperadamente el cómo contorsionarlas para justificar su presencia y salir del ostracismo en el que tan injustificadamente se encuentra. Creemos que éste no es el camino y se equivoca, pero hoy por hoy, su trayectoria formalista y barroca está resultando imparable).

    Fig. 1.71. Ejemplo emblemático de la tentación formalista en la que está cayendo la ingeniería estructural de forma imparable jaleada por la arquitectura reinante.

    “No hay líderes teóricos en la nueva arquitectura. Por eso el momento es difícil y confuso. ¿Qué puedes enseñar? Yo enseño a Brunelleschi, a Borronini, a Le Corbusier, a Mies Van der Rohe… No sé que otra cosa enseñar. Yo no doy clases sobre Peter Eisenman”.

    Volvamos de nuevo a la claridad de Ada Louise para caracterizar de algún modo la arquitectura formal de los nuevos rascacielos.

    “Los arquitectos postmodernos quieren recuperar con los nuevos rascacielos que proyectan, todo aquello que sus antecesores del Estilo Moderno descartaron y, por ello, no se privan de introducir en los mismos: historia, ornamentación, contexto, contraste, variedad, simbolismo, imágenes y metáfora. Y todo ello se busca en todas las direcciones y al mismo tiempo”.

    En el movimiento postmoderno se acabaron los frenos y las trabas: Todo está permitido con tal de conseguir un edificio que llame la atención, que asombre y aparezca no sólo en las páginas de couché de las revistas especializadas, tiene que aparecer también en la prensa y la televisión, donde se vea a su arquitecto y al político que lo ha financiado con dinero público, o al banquero que lo hace a costa de los accionistas del banco, buscando precisamente esos instantes de gloria que luego parece ser que se transforman, aunque no estamos muy seguros que así sea, en votos políticos para las urnas o en un incremento de las acciones de la compañía que representa, asegurando con ello el estatus que ambos posean.

    Así se encuentra definido el escenario donde se construyen los nuevos rascacielos.

  • Ada Louise nos dice que el hecho de que el estilo de los nuevos rascacielos sea el valor supremo, por encima de todas las demás preocupaciones y aspiraciones explícitas, es el origen tanto de sus virtudes como de sus defectos. Con la nueva filosofía, la funcionalidad, origen de la forma que tanto predicaba Sullivan: R.I.P.

    “La exploración del estilo puede ensanchar los límites del arte, y de hecho lo hace. Pero en la arquitectura también da lugar a un peligro concreto: si se separa de las condiciones y consideraciones en las que se basa el arte constructivo, el estilo puede reducir la arquitectura a algo inferior a su función y definición apropiadas, incluyendo su mejor ejercicio y su necesaria conexión con la realidad. Y no nos referimos sólo a la utilidad y el valor de la arquitectura para la sociedad; en última instancia, y de forma trágica, la debilita también como arte”.

    Fig.1.72. Edificios representativos del postmodernismo todos en Dubai.

  • Y si dentro del postmodernismo damos entrada al High-Tech y enlazamos con el deconstructivismo, entramos en un territorio donde los límites de la racionalidad ya no existen y, atención, al decirlo no pretendemos ser reaccionarios, puesto que exponentes brillantes de estos estilos constructivos existir, existen, y cuando los encontramos resultan de una grandeza y brillantez impresionante, pese a que sus costes constructivos sean absolutamente desmesurados y desproporcionados. El Banco de Hong-Kong de Norman Foster y Ove Arup, el Banco de China de Pei y el Hotel Dubai de superlujo, pueden ser tres exponentes emblemáticos de lo dicho.

    Fig.1.73. Banco de Hong-Kong, Banco de China y el Hotel Dubai.

    La complejidad que adquieren los rascacielos de este periodo, donde todo su diseño se encuentra absolutamente supeditado a las formas, plantea unos problemas estructurales extraordinarios.

    La verticalidad deja de ser una norma y las fachadas del edificio se diseñan en planos que pueden entrar y salir sin recato alguno, los pilares pierden su continuidad y se apean donde el capricho arquitectónico lo permita para mayor gloria y beneplácito de la ingeniería, puesto que así es más difícil y compleja su resolución estructural y al final, medallas para todos.

    La potencia de las magníficas triangulaciones a esfuerzos horizontales que posee el Banco de China de Pei, como bien detecta Javier Manterola, se interrumpen donde más falta hacen; es decir, antes de llegar a la base por un diseño caprichoso del arquitecto, y todo el cortante debe ser recogido por unas piezas aporticadas de hormigón desmesuradas.

    Pero todo ello es posible y construible por los avances extraordinarios que la tecnología de los materiales y la ingeniería estructural es capaz de desarrollar en el presente, irónicamente puesta al servicio de los diseños más antiestructurales de la historia de la arquitectura.

  • Fig.1.74. ¿Desconstructivismo o simple estupidez? No tenemos respuesta.

    Las formas tan complejas de estos edificios prácticamente imponen una renuncia sistemática de toda la lógica estructural que los grandes maestros de la ingeniería nos enseñaron y que F. Khan nos esquematizó en las tipologías estructurales que deberían ser empleadas en las estructuras de estos edificios.

    Sin salir de España, las torres inclinadas de Madrid (Puerta de Europa), resumen la cierta estupidez que puede dar de sí este periodo de los rascacielos en el que nos encontramos, obligando a los ingenieros a tener que pretensarlas verticalmente contra el terreno para conseguir algo tan elemental y primario como el equilibrio estático que cualquier edificio que como sólido rígido aspira a tener, y sin lugar a dudas debería tener, dado que es una cualidad esencialmente gratuita.

    Fig.1.75. Torres Inclinadas del Paseo de la Castellana. P. Jonson y Burgee.

  • Aunque tal vez el Oscar a la estupidez mayor lo ostente la propuesta de Torre Biónica, con la que periódicamente sus autores, sin desánimo alguno, nos martirizan mediáticamente.

    Fig.1.76. Torre Biónica

    Y sólo en un periodo conceptualmente caótico y falto de ideales trascendentales, puede celebrarse apoteósicamente el aterrizaje del arquitecto S. Calatrava en el campo de los rascacielos con un nuevo e imaginativo invento formal para los mismos: Los rascacielos torsoniados; uno de los cuales ya ha conseguido colocar en Malmö (Suecia) y pretende colocar otro en Chicago batiendo todos los records de altura. El bosquejo del rascacielos torsoniado de Chicago, ha motivado el siguiente comentario del megalómano Donald Trump: “Hay que estar loco para invertir un solo dólar en semejante edificio”. Pero nada importa en esta loca carrera y posiblemente lo construirá convenciendo a los promotores de la genialidad que supone construir un edificio girasol, orientado de forma elástica a los cuatro vientos, a la vez que perfora las nubes con su rotación ascendente. Y si de verdad es o no es torsionado, poco importa; porque lógicamente, la torsión del edificio será en realidad una pura apariencia visual, como todo lo que suele proyectar S. Calatrava.

    En el interior del edificio “Turning Torso” de Malmö, existe un núcleo cilíndrico absolutamente vertical y recto de unas dimensiones extraordinarias, capaz de sostener vertical y horizontalmente el edificio.

    Pero así parece ser en gran medida el mundo de la arquitectura y de la ingeniería imperante y triunfadora que nos ha tocado vivir en nuestra época.

  • Fig.1.77. Edificio “Turning Torso” de Malmö y el anillo circular de 3,50 m de espesor que lo sostiene.

  • 1.10. Introducción a la arquitectura de los edificios altos en España

    En un País como el nuestro, donde no existe una cultura propia y específica adecuadamente desarrollada sobre los edificios de gran altura; y donde podría existir (Escuelas de Arquitectura e Ingeniería), ni siquiera ha sido planteada a nivel teórico salvo en algún texto aislado y algún que otro artículo de escasa trascendencia, no es de extrañar que los periodos arquitectónicos anteriormente expuesto sobre los rascacielos nos afecten escasamente de refilón.

    No tenemos constancia de que España pueda aportar ni un solo edificio que pudiera ser catalogado como del Periodo Funcional, y algo similar también creemos que sucede en la mayoría de los países europeos.

    Europa entró tarde en el mundo de los rascacielos, y aunque pueda presumir de ser ella la creadora de la mayor parte de los estilos arquitectónicos de la cultura occidental, la manera de cómo fueron aplicados los mismos en los edificios de gran altura, creemos que no le pertenece.

    Los rascacielos fueron un invento indiscutible de los EE.UU., que desarrollaron paralelamente a su poderío económico hasta convertirse en líderes indiscutibles de los mismos bajo todos los puntos de vista, exportando sus formas y la tecnología que los hace posible a todo el mundo, Europa incluida. El que hayan perdido el monopolio de los mismos resulta puramente anecdótico, puesto que es el fruto lógico de la globalización que ellos mismos han impuesto en el mundo. Siguen siendo en su mayor parte los arquitectos y los ingenieros americanos (con oficinas en todo el mundo), los que siguen liderando el proyecto de estos grandes edificios en todos los continentes y en España, también.

    Todavía y aunque nos pueda doler, España carece de unas infraestructuras arquitectónicas potentes y del Kno-How necesario, que permita desarrollar los programas y proyectos que demandan los grandes rascacielos, con la versatilidad y agilidad suficiente que nos permita competir con las grandes empresas de arquitectura que se encuentran detrás de las figuras como Foster, H. Jans, Pei, S.O.M., etc.

    Fig.1.78. Tres de los más singulares edificios españoles diseñados por arquitectos americanos: Torre Picasso y Puerta de Europa en Madrid; y el Hotel Arts en Barcelona.

    De la docena de edificios altos que tenemos en España con un cierto calificativo de sobresalientes, la mitad de ellos han sido diseñados por arquitectos americanos, aunque su materialización constructiva haya sido resuelta por ingenierías españolas.

    Tan sólo el Levante Español ha sido capaz de desarrollar un sistema sencillo, tradicional y autónomo, absolutamente de espaldas a toda influencia exterior. Los arquitectos levantinos han estado y están diseñando y construyendo edificios residenciales por encima de las veinte plantas con

  • un lenguaje arquitectónico inclasificable de resultados variopintos, y con unos costes económicos tan bajos que resultan todavía sorprendentes, intentando dar respuesta a un planteamiento urbanístico de altura mucho mejor de lo que algunos pueden pensar y creer.

    Y contra toda lógica, resulta sorprendente constatar, que ha sido el Levante Español con su tecnología local, la primera región de todo el continente europeo en aplicar los hormigones de alta resistencia (de 60, 70 y 80 MPa) en los proyectos estructurales de algunos de estos edificios residenciales de mediana altura (entre 60 y 100 m).

    Sin tratar de entrar en disquisiciones de segunda derivada, la mayoría de los edificios altos en España destinados a oficinas son construidos en Madrid y Barcelona siguiendo las pautas del Estilo Internacional más genuino. Estos edificios son básicamente rectangulares y fachadas resueltas con muros cortina de cristal, donde en algunos de ellos se introducen elementos singulares horizontales y sobre todo verticales, buscando una cierta originalidad con la clara intencionalidad de singularizarlos.

    Fig.1.79. Panorámica de edificios madrileños.

    No obstante, en los últimos tiempos, digamos a partir de los años noventa del siglo pasado, existe el claro deseo de superar a Mies, aunque sin abandonarlo enteramente, y entrar de lleno en el Post-Modernismo, o al menos eso parece deducirse para nosotros si miramos la mayoría de los edificios de altura en la Ronda Litoral de Barcelona y en la zona norte de la Av. de la Castellana de Madrid.

    De entre todos estos edificios, los viejos y los nuevos, destaca por derecho propio el edificio del BBVA de Saez de Oiza por su original fachada de acero corten y sus barandillas filtradoras del sol, y la brillante estructura proyectada por J. Manterola salvando el metro de Madrid que transcurre bajo el mismo aplicando el pretensado como nunca se había hecho en un edificio en España. Y junto a la brillantez del edificio de Oiza, la pureza de la Torre Castelar de Rafael de La Hoz (1975) con su núcleo descentrado sujetando una parte del edificio volado sobre la zona de accesos, probablemente constituyan los exponentes más originales y de estilo propio que se hayan construido en nuestro País.

  • Fig.1.80. BBVA y Torre Castelar

    La tan fotografiada Torre Picasso (157 m), tan sólo le cabe el mérito de haber sido el edificio más alto de España hasta que fue desbancado por el Hotel Bali III (186 m) de Benidorm, el primero resuelto con estructura básicamente metálica y núcleo de hormigón y el segundo íntegramente de hormigón.

    En Torre Picasso, Yamasaki aprovechó diseños previos que transportó a Madrid sin interés alguno. Torre Picasso es un edificio frustrado, le falta bastante altura para alcanzar un aspecto formal más digno, y su estructura fue resuelta por Robertson.

    Dentro de los edificios residenciales madrileños, no se puede dejar de citar Torres Blancas (1969) de Oiza, exponente representativo de la arquitectura organicista, con influencias varias (J. D. Fullaondo próximo a Oiza, Saorin y Wright) a decir de los críticos en arquitectura después de su viaje americano.

    Torres Blancas es un edificio en nuestra opinión algo caprichoso, de los considerados claramente de autor, donde la funcionalidad y la comodidad de sus moradores fue ignorada en demasía. Su estructura está resuelta íntegramente de hormigón, y no creemos que le haya planteado a la oficina de Carlos Fernández Casado, S.L. problemas dignos de consideración, salvo por sus voladizos.

    Torres Blancas es un ejemplo donde la enorme masa del edificio y su escasa esbeltez, le hace estable por sí mismo a los esfuerzos horizontales, aunque se hubiesen ignorado en su cálculo las fuerzas del viento.

  • Fig.1.81. Torres Blancas de Saez de Oiza en Madrid.

    Las Torres de Colón, proyecto de Lamela padre y su estructura de la oficina de Carlos Fernández Casado, S.L., pasarán a la historia de la arquitectura española por ser los únicos edificios suspendidos de su coronación volada desde su núcleo central de hormigón, pero creemos que por nada más. Este tipo de solución constructiva no ha prosperado en la industria de la construcción, como no podía ser de otra forma: Las casas no conviene empezarlas por el tejado.

    Si los edificios modernistas catalanes de Gaudí, Muntaner, etc, hubiesen tenido quince plantas más, sin lugar a dudas también habrían entrado en la historia de la arquitectura por partida doble, relegando a los edificios del periodo historicista americano a un segundo plano, pero no fue así. No obstante, cuando se acabe la Torre Principal de la Sagrada Familia, le cabrá el honor de ser la torre más alta de Barcelona.

    La ciudad de Barcelona ofrece un número muy escaso de edificios de cierta altura con anterioridad a las Olimpiadas de 1992, quizás no lleguen ni a la media docena.

    Entre ellos podemos destacar el conjunto de los edificios Trade de José A. Coderch, que recuerdan claramente al Lake Point Tower (1968) de Chicago, con sus fachadas de cristal ondulado, y que podríamos encuadrar dentro del Periodo Moderno.

    Fig. 1.82. Edificio Trade de Joseph Antoni Cordech (Barcelona).

  • Dentro del mismo periodo, pero de estilo mucho más inconcreto y personal, cabe mencionar el edificio de la CAIXA y el edificio Colón.

    Fig.1.83. Edificio CAIXA y Edificio Colón.

    Los dos edificios que por derecho propio rompieron para bien el Skyline de Barcelona recuperando el mar para la ciudad, son la Torre Mapfre y el Hotel Les Arts. El primero claramente español y el segundo americano, rondando alturas en torno a los 150 m.

    Torre MAPFRE posee un estilo moderno, sencillo, sin pretensiones de tipo alguno. En cambio, el Hotel Les Arts de B.Graham (SOM) emplea una estructura envolvente metálica, mucho más formalista que estrictamente necesaria, impropia de un edificio de altura relativamente modesta, y que para más inri se encuentra situada en un ambiente marino muy agresivo para la misma. La estructura aporta la expresividad formal que no posee la anodina caja del edificio encerrada por la misma.

    Tras estos edificios, construidos durante la espléndida transformación urbana que experimentó Barcelona preparándose para las Olimpiadas del 92, hubo una cierta sequía constructiva de edificios altos.

    Esta sequía se rompió a raiz del impulso institucional que supuso para la ciudad EL FORUM, que fue la excusa empleada para lanzar varias operaciones inmobiliarias que dieron luz a un conjunto de edificios de cierta altura (≤140 m), exigiendo a los promotores para los mismos firmas de arquitectos con cierto renombre mediático: Tusquets, Ferrater, Miralles, Benedetta, Nouvel, Perrault, etc.

    Estos arquitectos, sin abandonar del todo el Estilo Internacional, se adentran en el Postmodernismo con su propio discurso y su personal visión de la arquitectura.

    La imagen urbana que proyectan los nuevos y modestos rascacielos de Barcelona (casi todos por debajo de los 100 metros de altura), es digna y respetable, sin grandes alardes y algarabías.

  • Fig.1.84. Edificios de Barcelona.

  • Mención aparte merece el fallido intento de Nouvel con su Torre Agbar, a diferencia del éxito obtenido por Foster con el edificio de similares formas construido en Londres. En la Torre Agbar se pone de manifiesto el poder de ciertas firmas de la Arquitectura, imponiendo costosos y caprichosos formalismos, imposibles de apreciar por el ojo humano. Los huecos del edificio podrían haber tenido racionalidad y el resultado formal visible hubiese sido idéntico. La escasa viveza de los colores y la textura anodina que el edificio ofrece, denotan claramente que los instintos caprichosos, no siempre conducen a los éxitos envidiables del Gugenheim bilbaino.

    Fig.1.85. Torre Agbar (Nouvel - Barcelona.)

    1.11. Benidorm (El Manhatan Español)

    La provincia de Alicante, en general, empezando por su capital, introducida de lleno en un expansionismo turístico desde sus inicios franquistas hasta el presente, siempre ha tenido una cierta permisividad en al construcción de edificios de cierta altura, debido a la presión y demanda de los promotores inmobiliarios y hoteleros.

    Esta permisividad alcanza en Benidorm unas cotas únicas dentro del territorio español, que algún que otro municipio envidiosos de la misma comienzan a imitar, como por ejemplo Calpe y, con mucha timidez en la altura, Laredo en Santander, etc.

    Tres han sido los arquitectos alicantinos pioneros en los viejos tiempos franquistas, cuando la calidad y el conocimiento del hormigón en los años 60 y 70 en la edificación española dejaba mucho que desear, los que se lanzaron a proyectar edificios con estructuras metálicas que superaban los veinte pisos: Francisco Muñoz, Juan A. García Solera y quizás el mejor de ellos y el que más edificios de altura ha construido en la provincia, Juan Guardiola. La arquitectura española no ha sabido descubrir a este complejo arquitecto, recientemente fallecido, que ha manejado las fachadas de ladrillo con una habilidad extraordinaria, y que con sus claros y oscuros, ha construido edificios de una calidad notable y bastantes de ellos, capaces de soportar el paso del tiempo con una nobleza envidiable.

    Los numerosos edificios que proyectaron los tres arquitectos mencionados fueron residenciales y hoteleros, siendo pioneros en abandonar la arquitectura vernácula tradicionalista adentrándose en los postulados que predicaba y lideraba Le Corbusier, aplicándolos con fortuna variable en sus proyectos.

  • Fig.1.86. Edificios de Juan A. García Solera y Francisco Muñoz.

    Fig.1.87. Edificios de Juan Guardiola.

  • Creemos que por su valor e interés, merece la pena transcribir íntegramente la reflexión descriptiva que sobre Benidorm realiza el polémico arquitecto catalán Oriol Bohigas, puesto que la misma, en fondo y forma se aproxima bastante bien a la realidad, lejos de los exabruptos descalificadores y despectivos sin valor alguno, como los vertidos en una breve entrevista periodística por el arquitecto madrileño Ricardo Aroca creyendo que es lo que se espera de su progresista figura y su canosa barba.

    El ejemplo de Benidorm (Oriol Bohigas):

    “Por lo tanto, el rascacielos, como tipo edificatorio, no es el culpable de los posibles decaimientos urbanos; lo es, si acaso, el error en su programación urbanística y en la forma arquitectónica. Incluso en ocasiones, por su propia forma, provoca buenas soluciones que con la urbanización de otros tipos no habían sido posibles. Un ejemplo bien curioso de ese fenómeno es Benidorm, en la costa valenciana. En treinta años, Benidorm ha pasado de no ser casi nada a convertirse en uno de los centros turísticos más densos del Mediterráneo. Un alcalde con empuje expansionista lanzó la operación y también estableció, sin pensarlo mucho, sin orden urbanístico con una fórmula sencillísima que ha dado buenos resultados. A partir de una parcelación de tamaño pequeño o medio, permitió que cada promotora ocupara un determinado porcentaje central sobre el cual podía construir en altura, con escasas limitaciones – o con limitaciones un tanto vagas-; confiando en que la economía de la construcción y el mercado las acabarían de determinar. El resultado ha sido un enorme bosque de rascacielos esbeltísimos situados en una faja paralela a la costa que no estropea el paisaje porque la artificialidad geométrica se contrapone muy claramente al mismo y porque quedan espacios intersticiales con visión panorámica hacia el mar. Los espacios sobrantes de las parcelas se han ido ocupando con actividades diversas -tiendas y restaurantes con terraza- que aseguran la vitalidad de la calle. Es una lástima, sin embargo, que esas plantas bajas no hayan sido más controladas arquitectónicamente. En cambio, el relativo descontrol de los rascacielos no ha dado malos resultados, no hay ninguna obra maestra, pero casi todos poseen cierta dignidad arquitectónica. Habrá que reconocer que es más fácil componer un edificio vertical con elementos sobrepuestos que las masas horizontales en las cuales la repetición se convierte en una impúdica referencia a las raquíticas funcionalidades domésticas. Por eso he dicho antes que un rascacielos en forma de torre es de fácil composición estética, y, en cambio, no lo son los bloques laminares muy altos.

    Naturalmente, Benidorm ha tenido que resistir el ataque de todos los coservacionistas -del paisaje, de las tradiciones locales, de la arquitectura sin ton ni son, etc.- , y hasta ahora no ha quedado del todo claro que, al fin y al cabo, es un paisaje urbano mucho mejor que las absurdas pequeñeces folklóricas de los suburbios de la Costa Brava y de las costas andaluzas más turísticas, o de las aburridísimas playas italianas del Adriático -recordemos los más de sesenta kilómetros que van de Ancona a Pesaro, prolongables hasta Rímini, un itinerario que habría podido ser un paisaje de sucesivas integraciones urbanas- invadidas de chabolas balnearias superpuestas a los peores suburbios. Hace diez o quince años, pronuncié en la Escola Eina de Barcelona una conferencia de título provocador -“Benidorm, Andorra y El Corte Inglés”- que quería reivindicar algunos buenos resultados urbanísticos y arquitectónicos en los despilfarros espaciales del turismo y el comercio a gran escala, y, concretamente, el caso de Benidorm, que era, casi por casualidad y sin programas teóricos, un buen ejemplo de implantación masiva. Era fácil, por ejemplo, compararlo con las playas del Maresme cerca de Barcelona, un paisaje que prometía una estética novecentista que ha sido aniquilada por las urbanizaciones incontroladas y al mismo tiempo raquíticas y tímidas, sin soluciones radicales como la de Benidorm.

    Es cierto que, últimamente, algunos arquitectos jóvenes se han interesado por el fenómeno de Benidorm: lo ha hecho, por ejemplo, el grupo holandés MVRDV con un libro provocador titulado “Costa Ibérica”, en el cual un texto de José Miguel Iribas explica muy bien las raíces sociales y morfológicas de los distintos niveles de éxito y rentabilidad de Benidorm. Es una lástima, sin embargo, que el libro termine con unos textos y unos gráficos de Winy Maas, que aprovecha la ocasión para plantear una extraña utopía sobre las implantaciones turísticas ibéricas. Como es

  • habitual entre los arquitectos de su generación, no intenta resolver ningún problema real -ni ninguna aplicación real de unas preocupaciones conceptuales-, y sólo sirve para presentar aquel tipo de arquitectura del que hablábamos páginas atrás, destinada no a un consumo real sino a la imaginería de un consumo inexistente, imprevisible y finalmente inútil, tan fuera de lugar como la propuesta de conseguir barrios con densidades de más de dos mil quinientos habitantes por hectárea. Esa tendencia errática de los últimos y penúltimos arquitectos adopta así un itinerario perverso: se reconoce un caso de morfología eficaz -agrupamiento de cierto tipo de rascacielos- y de un buen funcionamiento turístico asentado urbanamente, y, una vez reconocido, se lo quiere transformar anulando precisamente todos los valores originales para someterlos a unas imágenes sorprendentes -imposibles- que provienen de otras líneas de consumo y especulación o quizá de una nueva artisticidad también consumista. Es uno de los síntomas que apuntan a la abstracción autónoma y disciplinar de la arquitectura, con perdón de Eduard Bru, quien, en el libro “Mutaciones”, escribe un breve texto atacando la “autonomía de la disciplina” para demostrar que los nuevos caminos han superado esa autonomía y atienden a todas las realidades multidisciplinares que la han de condicionar. Yo opino exactamente lo contrario. La arquitectura de Bru ve como innovadora -empezando por la del propio Koolhaas- es una exacerbación de autonomía y de apartamiento de las realidades sociales. Es decir, una arquitectura contra la ciudad.

    En resumen, hemos visto que un nuevo tipo edificatorio puede integrarse muy bien en las condiciones urbanas, pero también hemos visto que puede ser un elemento de contradicción cuando la baja densidad o los errores de ocupación en planta crean cierta desertización, cuando la forma de torre se convierte en bloques lineales de gran altura o cuando el proyecto no se adecua a las exigencias ambientales y formales del entorno urbano. Sin embargo, la contradicción más poderosa la plantean los propios arquitectos-urbanistas cuando hacen del rascacielos una abstracción casi escultórica, un manifiesto a favor de una arquitectura que no quiere serlo para acabar de anular una ciudad que no puede serlo.

    Con la única intencionalidad de hacer algo de justicia a los arquitectos que han diseñado sin algaradas de tipo alguno los edificios que pueblan Benidorm y, también, con la intencionalidad de motivar alguna tesis o estudio en profundidad sobre su arquitectura, adjuntamos un abanico representativo de los mismos, sin que la selección elegida tenga significado alguno.

    Fig.1.88. Edificios de Carlos Gilardi.

  • Fig.1.89. Edificios de Antonio Escario.

    Fig.1.90. Edificios de Roberto Pérez Guerras.

    Fig.1.91. Edificios de José A. Nombela.

  • Fig.1.92. Panorámicas de los nuevos edificios de Benidorm.