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notas de una editora de literatura infantil y juvenil

EDITAR EN VOZ ALTA

E L S A A G U I A R

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Edición ejecutiva: Paloma JoverCoordinación editorial: Berta MárquezDiseño: Lara Peces

© Elsa Aguiar, 2015© Ediciones SM, 2015

Impresores, 2 Parque Empresarial Prado del Espino28660 Boadilla del Monte (Madrid)www.grupo-sm.com

Impreso en la UE / Printed in EU

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

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[…] A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.

Elegía a Ramón Sijé, Miguel Hernández

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Prólogo

El jueves cuatro de junio –fiesta laboral en Madrid–, a las doce de la mañana, la Feria del Libro estaba a reventar. Por la me-gafonía, Belén Gopegui homenajeaba a Elsa: “Una persona que ha ayudado a que nazcan vidas e historias. Muchos de los libros que hay aquí han sido editados por Elsa”.

Este libro homenaje a Elsa también está editado por ella. La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos,

escribe Cicerón. La memoria de Elsa perdura en tanta vida como ha dado,

y recibido. Ella continúa viva en su familia, en sus amigos, en sus compañeros de trabajo, en escritores e ilustradores. En todos los que participan en este libro, que recoge las entradas de su blog “Editar en voz alta”. En él, Elsa sigue aportando sus refle-xiones y pensamientos sobre la vida y vocación de un editor, sobre la literatura infantil y juvenil, y este hecho hace que nues-tra vida, y nuestra vocación editorial, se enriquezcan.

Elsa vive, de otra forma, y sigue editando. Maestra de editores, editora de autores, autora de vida abun-

dante, rica de exigencias y profesionalidad. Profesional de SM, donde desarrolló su vida laboral, dando lo mejor de sí a la línea editorial de la casa, orgullosa de su pertenencia a un proyecto educativo, cultural y empresarial que se mueve en la lógica del don, que busca compartir desde presupuestos gratuitos.

Elsa: exigente con todos y consigo misma, coherente con su posición ética ante la vida, el ser humano, el mundo; transfor-madora de la realidad a través de la literatura.

Elsa: franca, transparente, luchadora empedernida con de-terminación inquebrantable, con determinada determinación de dar lo mejor de sí misma hasta el final, un final siempre abierto a la esperanza.

Cuando llegué a SM, hace cuatro años, Elsa estaba de baja, pero al saber que tenía entre mis encargos seguir la línea edito-rial de la literatura infantil y juvenil, quiso hablar conmigo. Me di cuenta de que si quería saber algo de LIJ, de tendencias, de sus retos, de sus desafíos de futuro, tenía que escuchar y aprender de Elsa.

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Inventar el futuro, el túnel de la innovación, líneas de explo-ración, nuevos modelos de cocreación, literatura geolocalizada, presencia en nuevos espacios, lugares transmedia, hiperme-dia y multimedia... Elsa continuaba de baja por su enfermedad, pero seguía favoreciendo la reflexión y el pensamiento: llama-das de teléfono verdaderamente mayéuticas, su participación en las reuniones del comité editorial, sus inquietudes compar-tidas, su inteligencia. Cuando se reincorporó, nuevos planes de actuación, evaluaciones cualitativas, agudeza en el análisis, labor de siembra en los surcos saliendo de lo trillado.

Elsa tenía capacidad de contagiar su entusiasmo, de envol-verte con sus aspiraciones de hacer de SM una editorial me-jor, más innovadora, más atenta a las nuevas literaturas, más comprometida con la realidad de nuestro mundo y de nues-tra sociedad. En su cabeza bullían proyectos, desafíos, posibi-lidades..., constataciones de las limitaciones y deficiencias de la casa, de su poca agilidad, de su lentitud, al mismo tiempo de la riqueza de su línea editorial, del tesoro de su tradición, de su querer seguir respondiendo a mantener viva la literatura infantil y juvenil de calidad, accesible para todos.

Casi desde el primer día, conectamos también y muy pro-fundamente a otros niveles. Hablamos de lo que no tiene nom-bre, compartimos lo que no se puede compartir y está más allá de la razón, más allá del espacio y del tiempo. Donde ahora Elsa habita. El lugar que no entra en sentido, donde realmente se es para siempre.

El primer libro del que me habló Elsa con verdadero entusias- mo fue La primera vez que... La primera vez que le regalé a Elsa un libro fue El camino del despertar en los cuentos de los herma-nos Grimm, de Ana María Schlüter. El cuento como camino al verdadero yo, en el abandono, a través del vacío, de la oración profunda. En el libro se dice:

El que la Bella Durmiente suba por una escalera de ca-racol, y no por cualquier otra, a la buhardilla del palacio donde la vieja está hilando en una rueca es muy significa-tivo. La espiral expresa la maduración, transformación, donde se repiten los ciclos, siempre avanzando... La princesa va madurando y transformándose en ella misma a lo largo de su vida. La buhardilla sustituye al bosque, a la casita del bosque, lugar de la profundidad donde se libra el combate

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de la vida, como el mar, el desierto o el pozo. Allí, en la buhar-dilla, tiene lugar la muerte y el despertar a la vida auténtica, al verdadero yo, cuyo fondo último, el hondón del alma, está hundido, sumergido en otra realidad, en la Trascendencia.

El 30 de mayo de 2015, Elsa fallecía en su buhardilla, ro-deada de amor.

En la nota que comunicaba a SM la muerte de Elsa escribía:

... el ejemplo que nos ha dado, su fortaleza y valentía, y su compromiso profesional han sido motivo de admiración.

Elsa ha ejercido como gerente editorial de Literatura Infantil y Juvenil (LIJ) de SM durante doce años. Todo ese tiempo ha sido un referente en la LIJ en castellano. Su capa-cidad de análisis, de reflexión, de innovación, de seleccio-nar, editar y divulgar la mejor literatura ha sido constante. Ya con la enfermedad muy avanzada seguía buscando cómo situarnos en el mundo de las nuevas literaturas, cómo hacer propuestas disruptivas, cómo estar en nuevos esce-narios, cómo transformarnos en un entorno de lectores di-gitales.

Anteriormente, Elsa fue también responsable del portal de contenidos Fueradeclase.com (2000-2002) y coordina-dora editorial de Lengua y Literatura (1995-2000). En con-junto, 20 años, prácticamente toda su vida laboral, en los que Elsa ha dado lo mejor de su vida, tan rica y fecunda, a SM. Su trayectoria vital y su compromiso ético nos han enriquecido a todos.

Entregarlo todo para recibirlo todo, como se dice en el cuento Lluvia de estrellas; o recuperar la blancura original para con-vertirse en un tesoro para los demás, como se desprende de Doña Ínferos. O, como Elsa/Blancanieves, atravesar la muerte para llegar a la vida.

Nano CrespoPresidente de SM

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Empezando (otra vez)7 noviembre de 2009

Este verano cumplí mis primeros quince años como editora, y creo que empiezo a entender de qué va esto. Pero en estos últimos años las cosas están cambiando en una dirección que hace que nadie sepamos cómo van a ser los próximos quince años de profesión. Es una sensación excitante saber que tenemos el pri-vilegio de vivirla.

Llevo tiempo con ganas de arrancar un “diario de editora”, un lugar en el que comentar algunos aspectos de esta profesión. Es un buen momento, precisamente ahora en que, en el marco del libro digital y las nuevas condiciones para el negocio editorial, flota en el aire la pregunta de si hay un lugar para el editor en esa nueva rea-lidad.

Puede que en todas las profesiones se tenga la misma sensación, pero en esta ocurre seguro: nadie sabe muy bien qué es un editor, qué hace o para qué sirve. Y quizá por eso tanta gente tiene la sensa-ción de que, en un marco en el que los libros dejaran de imprimirse en papel, la función del editor se desdibujaría hasta el punto de lle-gar a desaparecer.

Probablemente piensan así los que consideran que el editor es solo una especie de “guardián de la puerta”, alguien que decide qué

Ilustración de Ximo Abadía

Nadie sabe muy bien qué es un editor, qué hace o para qué sirve.

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se publica y qué no, con criterios más o menos subjetivos y poco explicables.

Así que en las próximas entradas me propongo dar a conocer un poco más la profesión de editor, desde un punto de vista inevitable-mente personal. Desmontar algunos mitos, mostrar algunas reali-dades y charlar sobre el libro y sus actores en el momento más inte-resante de la historia de este sector (después de Gutenberg).

El título de esta entrada resume mejor que ninguna otra frase el espíritu luchador, combativo, siempre alerta, de Elsa Aguiar: Empezando (otra vez). Ponerse a prueba, no dar nada por hecho, no pensar ni por un instante que sabemos algo sobre esto de escribir o editar libros; ni so-bre ninguna otra cosa en realidad. Recuerdo nítidamen- te una reunión con Elsa en la que yo estaba atascado con una novela y me dijo: Tienes que acabar el libro no por-que tengas un contrato firmado, ni porque la historia sea buena, ni porque haya muchas personas que lo esta-mos esperando; tienes que acabarlo por una sola razón: porque en el intento, en el proceso, es el único lugar donde vas a encontrar algo que merezca la pena. Algo tan apa-rentemente simple me removió, y me hizo recordar aque-llo por lo que de verdad me dedicaba a esto. No hay espa-cio suficiente en estas líneas, querida Elsa, para darte las gracias por estar siempre, permanentemente, empe-zando, una y otra vez.

Roberto Santiago (escritor)

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Mitos y realidades de la edición 1: Nadie va a leer tu manuscrito29 noviembre de 2009

Probablemente este sea uno de los mitos más extendidos sobre la profesión de editor, y también uno de los que conviene desmontar cuanto antes. A ver, vamos a decirlo en negrita:

Los manuscritos se leen. Todos.Hay ocasiones, eso sí, en que basta con leer las primeras páginas

para saber que un manuscrito no interesa, por los motivos que sea.

•Aveces,muchas,porqueelmanuscritoestáirreparablemente mal escrito: y no estoy hablando de ortografía, sino más bien de estructura y claridad de objetivos. A veces las frases están tan mal construidas que es difícil otorgarles un sentido, y la intención del autor al contar todo aquello es tan borrosa que el lector (aunque sea editor) no es capaz de construir ningún significado.

•Otras,porquecadacasatieneunalíneaeditorial,uncatálogoque se pretende mantener más o menos coherente. Y hay libros que no encajan en esa línea. Un ejemplo verídico (y extremo): una vez empecé a leer un manuscrito que se proponía para la colección de literatura juvenil Gran Angular. La historia de una estrella del porno, su vida cotidiana y sus motivaciones... En la página 10 lo dejé, más por falta de tiempo que porque el libro careciera de interés :)

Ilustración de Alicia Varela

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En ciertos foros es frecuente leer a gente quejándose de que su manuscrito no se ha leído en su totalidad, y que así no se puede juzgar.

Pues no. Si un editor lee las primeras cincuenta páginas y el ma-nuscrito se le cae de las manos, eso mismo le pasaría al potencial lector. Así que es bueno saber que el editor leerá lo suficiente como para saber si el libro puede ser interesante. Si esas primeras páginas no funcionan, pero sin embargo prometen algo, lo que sea... el edi-tor seguirá leyendo. Sin duda. Aunque luego tenga que proponer al autor un cambio en ese inicio.

A los que estén pensando, “sí, claro, qué va a decir una editora, ¿que los edito-res no hacen su trabajo?”, les voy a propo-ner que lo piensen dos veces. Un editor necesita, más que nada en el mundo, buenos manuscritos. Los buenos ma-nuscritos son un bien escaso, y pueden aparecer en cualquier sitio. Pueden ve-nir de autores consagrados o de autores noveles. Pueden venir de alguien que tie- ne un amigo “con cone xiones en el mun-

dillo”, o de un perfecto desconocido. Así que leer todo lo que nos llega es la única manera de conseguirlos.

Y, a pesar de lo que se pueda creer, si el buen manuscrito viene de un autor desconocido, mejor. Porque descubrir a un autor y ha-cerlo crecer con la editorial es uno de los mayores placeres que puede imaginar un (buen) editor.

En resumen: Aunque no nos toman ningún juramento como a los médicos, ni nada de eso, yo diría que un editor, por su trabajo, tiene la obligación de leer con atención las primeras veinte o treinta pági-nas de cualquier manuscrito que llegue a su mesa. A partir de la pá-gina treinta y uno, el editor pasa a ser un lector. Y ningún lector lee por obligación. Aunque su oficio sea el de editor.

Así que, si quieres que tu manuscrito sea publicado, ocúpate de que leerlo sea un placer.

Los buenos manuscritos

son un bien escaso, y pueden aparecer en cualquier sitio.

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Cuando leo este post no puedo más que sonreírme por-que coincido plenamente con la visión y el proceder de Elsa. Los editores, así como los agentes, recibimos dece-nas de manuscritos cada semana y ese momento del día o de la semana en el que uno se pone a ello, es casi como sentarse a abrir regalos, con la ilusión (y la esperanza) de encontrar entre ellos un buen texto, que te atrape a ti para que pueda atrapar a otros, que te convenza y que te encaje. Sin duda este proceso “es uno de los mayores placeres” de nuestro trabajo.

Sandra Rodericks (agente literaria)

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Escribir bien y tener una buena novela no es lo mismo22 diciembre de 2009

A menudo la gente te comenta que tiene un amigo (primo, hermano, cuñado...) que escribe muy bien. Y casi a continuación te propone mandarte una novela suya que “está muy bien”. Como si ambas co-sas fueran, necesariamente, de la mano. Y claro, no suele ser el mo-mento de explicarles que escribir bien y escribir una buena novela son dos cosas diferentes. Muy diferentes.

A ver: para escribir una buena novela hacen falta al menos tres cosas:

1. escribir bien, por supuesto2. narrar bien, y3. tener mucha pacienciaLo curioso es que estas tres cualidades pueden darse en el mismo

autor a la vez. O no.Un caso frecuente es el del autor que es-

cribe muy bien (construye bien las frases, tiene un vocabulario muy rico, maneja bien las subordinadas...), pero... no sabe narrar historias: no consigue que las escenas ten-gan ritmo, se ven las costuras de la cons-trucción, el objetivo de todo aquello brilla por su ausencia o, por el contrario, es dema-siado evidente. En fin, que la cosa no fluye. Y es una pena, porque realmente hay auto-res que escriben muy bien. Pero este tipo de

historias no sirven. Aunque estén muy bien escritas, las novelas tienen que llevar al lector desde la primera página hasta la última.

Otro caso, muy triste, es el del autor que escribe muy bien y sabe construir una buena trama, pero... no tiene paciencia. Y como no tiene paciencia, nunca termina la novela. O la termina con apresu-ramiento, con tanta prisa que aquello se convierte casi en un resumen de lo que pudo ser.

Las novelas tienen que llevar

al lector desde la primera página

hasta la última.

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También hay, pero no le vamos dedicar mucho tiempo, el “autor” que ni escribe bien ni construye nada, pero tiene toda la paciencia que les falta a los demás. Es capaz de escribir tetralogías de más de mil páginas por volumen... que solo una madre es capaz de leer.

En definitiva, las editoriales (y por supuesto, los lectores) lo que necesitan son buenas novelas, aunque si además el que las escribe, escribe bien, la felicidad es total.

Elsa comenzó a escribir este blog en 2009, pero no lo hizo público hasta enero de 2010. Como soy un poco ratón de Internet, llegué hasta él antes de que le diese ningún tipo de publicidad y fui el primero en nombrarlo y en de-jar un comentario en él. Enseguida su espacio se ganó un hueco importante entre la blogosfera literaria. Con cada nueva entrada iba demostrando que era una edi-tora de raza, apasionada, impulsiva pero reflexiva y en constante búsqueda, algo que ya sabíamos quienes tuvi-mos la suerte de trabajar con ella, de dejarnos contagiar por su entusiasmo. Los autores, los lectores, la editorial y el mundo de la edición en general hemos perdido mu-cho con su ausencia.

Jorge Gómez Soto (escritor)

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¿Qué es un editor?24 enero de 2010

Desde luego, es un momento de reflexión para la edición.Hace unos días el escritor Luisgé Martín publicaba en El País

un artículo titulado Mueran los heditores (sic) con el que terciaba en la actual discusión sobre el lugar del editor en el modelo que di-bujan las ¿nuevas? tecnologías. Previamente, el también escritor Javier Calvo había publicado en esa línea el artículo Por un libro universal, y otros articulistas, como el propio José Antonio Millán, también han aportado su opinión.

Yo, al menos, me quedo con la sensación de que hoy en día nadie, ni siquiera los propios editores, acabamos de tener claro qué es ser un editor. El seísmo de las tecnologías y los cambios en la distribu-ción está empezando a sacudir los cimientos de la edición, y tanto los autores como los propios editores estamos viviendo un momento (muy excitante, por otro lado, y lleno de posibilidades) de redefini-ción, de necesidad de saber qué somos y qué queremos ser.

En mi opinión, parte de la dificultad para definirnos tiene que ver con el hecho de que todos esos cambios están removiendo el concepto y las expectativas de qué es un libro. El problema de base es que ma-nejamos “libro” como un término muy polisémico, sujeto a diversas interpretaciones, con innumerables connotaciones históricas y afec-tivas y, por supuesto, muy ligado a un formato físico determinado.

Quizá podamos avanzar en esta discusión si, aunque solo sea a efectos de análisis, aparcamos temporalmente el concepto de

Ilustración de Al Astudillo Aguiar

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“libro” y, en cambio, lo escindimos en tres categorías parecidas, pero no iguales, que pueden ayudarnos a clarificar un poco la situa-ción. Son, ya lo digo, conceptos muy subjetivos, sobre cuya definición no pretendo que haya consenso: simples herramientas de trabajo.

•Elprimerconceptoeseldemanuscrito. Definamos manus-crito como el resultado del primer volcado de la creatividad del autor, un texto más o menos terminado. Se trata de una labor creativa casi siempre solitaria. El autor frente a su texto.

•Elsegundoconceptoquepropongoeseldeobra: una evolu-ción del manuscrito, que da como resultado un material termi-nado, listo para el juicio de un lector final. Convertir el manus-crito en obra puede ser tarea del propio autor en solitario (y de hecho, a menudo es así), pero son muchos los autores que acu-den al editor como compañero de viaje en este momento. El edi-tor, en este caso, hace equipo con el autor, y a modo de coach, entabla un diálogo acerca de mejoras que pueden referirse a la construcción del relato, al ritmo narrativo, al dibujo de los per-sonajes, a la coherencia interna, al propio estilo y, solo en úl-timo lugar, a la corrección ortotipográ-fica. Yo diría que la utilidad (o falta de ella) de esta labor del editor resulta bas-tante independiente de las transforma-ciones que esté experimentando o pueda experimentar la industria. Siempre ha-brá autores que valoren esta fase de “tra-bajo en equipo”, y otros que prescindan de ella (o recurran a personas que de-sempeñen ese papel muy dignamente aunque el cargo de “editor” no figure en su tarjeta de visita: amigos, familiares…).

•Eltercerconceptoeseldeproyecto editorial, que no es sino una iniciativa que permite que un número alto de personas disfruten de una obra y, en contrapartida por ese disfrute, ge-neren una devolución de valor a los promotores de esa obra (devolución que puede ser económica o de otra naturaleza). Es esta devolución de valor la que posibilita la generación de nuevos proyectos y convierte en sostenible la actividad edito-rial. El proyecto editorial, frente a los dos conceptos anterio-res, implica una movilización de recursos que a día de hoy

Son muchos los autores que acuden al editor como compañero de viaje.

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pueden ser medios de producción, distribución y promoción, como fábricas de papel, talleres, almacenes, expositores, giras de autores, comerciales, furgonetas… y que mañana pueden ser plataformas de publicación electrónica, tiendas online, pa-sarelas de pago, desarrolladores de software, u otros interme-diarios emergentes. En esta fase, el editor coordina las accio-nes de muchas personas para convertir la obra en un proyecto editorial. Es decir, el editor en este caso es un jefe de proyecto editorial, alguien que cierra el hueco entre creación e indus-tria. En este sentido, el editor hace lo necesario para facilitar que la obra tome una forma accesible para los lectores (sea física o electrónica) y realiza todas las transformaciones nece-sarias para que la obra entre en un proceso de industrializa-ción. Es en esta faceta donde los cambios están siendo muy importantes, y donde el papel del editor está en plena redefi-nición.

Es importante tener en cuenta que el proceso de transformación que dibujan los tres conceptos anteriores no es lineal. No siempre va primero el manuscrito, luego la obra y finalmente un proyecto editorial que se monta sobre ella. En realidad, entre estos tres ele-mentos hay un ciclo cerrado de valor, y el orden puede ser muy va-riado: muy a menudo hay un proyecto editorial definido que el edi-tor propone a uno o varios autores, y el manuscrito y la propia obra se generan a raíz de ese proyecto. En este caso, el autor y el editor “co-crean” un mismo proyecto (aunque la escritura material del ma-nuscrito siempre sea territorio fundamental del autor).

Si tuviera que resumir la participación del editor en todos o en algunos de los conceptos enunciados, la imagen que se me viene a la cabeza es pedalear en el mecanismo, hacer girar ese ciclo manus-crito-obra-proyecto-manuscrito…

Resumiendo:

1. La palabra “libro” se nos ha quedado pequeña. Discutir acerca de qué es un editor precisa de términos más precisos, menos ambiguos y de significado más invariante frente a los cambios actuales.

2. El editor, a efectos de esta discusión, se define mejor como una función, no necesariamente como una profesión. Una función hoy en día muy democratizada, como casi todas las de los tra-

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bajos intelectuales donde, como en otras muchas áreas, lo que unos deploran como intrusismo es lo que otros aplauden como innovación.

3. Las transformaciones tecnológicas y de negocio están redefi-niendo las funciones del editor. Algunas de esas funciones están quedando obsoletas, otras permanecen relativamente inalteradas, y por suerte, en las más de ellas, se presentan nue-vas y excitantes oportunidades. [Me quedo con las ganas de entrar en detalle en este punto, pero eso tendrá que ser motivo de otra entrada.]

Las nuevas tecnologías están bajando las barreras de acceso a la publicación. Esto da más poder al autor, que va a poder decidir en qué medida requiere la participación de un editor, o bien se decide a “asumir las funciones de un empresario” (como propone Javier Calvo en el artículo que comentaba al principio de esta entrada).

Seguiremos teniendo trabajo aquellos editores que aportemos un valor reconocido en algún punto del ciclo editorial, con cam-bios o sin ellos. O, en otras palabras: ¡al trabajo!

Elsa sabía que la tarea de un editor no se limita a escoger un texto y publicarlo, sino que consiste además en gene-rar, junto con los autores, una dinámica que expanda la creatividad. Ofrecer alternativas, tantear posibilidades, abrir nuevos territorios. Para ella, los retos no eran pro-blemas, sino oportunidades. Así era Elsa: un torbellino de ideas, un huracán de propuestas, una mujer enamo-rada hasta la médula de su trabajo.

César Mallorquí (escritor)

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¿Te suena iTunes? Pues aquí viene iBooks27 enero de 2010

Tras meses de expectación y de confusionismo, ya se sabe cómo es la nueva tableta de Apple. El iPad, que así se llama, pesa menos de 700 gramos, aguanta 10 horas de uso ininterrumpido y un mes en re-poso, se conecta a Wifi o a Wifi+3G según el modelo, y su lanza-miento, y esto es lo que más me interesa, va parejo al de una nueva tienda de libros: iBooks Store (con títulos en formato ePub).

El nuevo dispositivo, que tal como predecían algunos parece un iPhone crecidito, pretende atacar a dos segmentos tecnológicos a la vez. Quiere posicionarse como un netbook mejor que los netbooks y un lector de libros electrónicos mejor que los lectores de libros electrónicos.

Vete a saber si va a tener éxito o no, pero lo que queda claro es que una empresa con tanta capacidad de generación de futuro como Apple se toma muy en serio el libro electrónico.

Dicho esto, y viendo todo el resto de cosas interesantes que puede hacer ese bicho (además de tener una tienda de libros), tengo claro que no quiero limitarme a hacer lo que ahora mismo se entiende por “libro electrónico”. Es como si me dijeran que mi pecera, de re-pente, ha sido trasladada al mar, pero que si quiero, puedo seguir nadando dentro de ella.

Pues no.Los fabricantes de tecnología se han propuesto liberar al libro de

sus limitaciones tecnológicas. Ahora, a autores y a editores nos toca liberarlo de sus limitaciones creativas.

Ilustración de Christian Inaraja

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5 consejos básicos si te vas a presentar a un concurso28 enero de 2010

Estamos estos días leyendo originales presentados a los premios El Barco de Vapor y Gran Angular. En total, más de 500 origina-les que leer en tres o cuatro meses. Como cada año, con el deseo (y más que el deseo) de encontrar esas pequeñas joyas que se llevan con orgullo a un jurado, pero también abrumados por todos esos cientos de páginas.

Mientras leía anoche alguno de esos manuscritos, se me ocurrían varias recomendaciones para que un original no sea de los que ape-tece descartar a la primera:

1. Elige bien el título. Hay títulos que echan atrás nada más leerlos (en general, los títulos con muchos diminutivos, o que incluyen un pretendido chiste que no se entiende a la pri-mera, o con una rima poco elaborada tipo “Pepita la mariquita”). Evita también los que sean en exceso rimbombantes o difíciles de leer (“Kjhdurjena en el planeta de Jurgfuchistierna” no mo-tiva nada). Y procura que sea adecuado a la edad de los recep-tores: “Janet y la habitación de los juguetes” quizá no sea el título más adecuado para un manuscrito presentado al Gran Angular, pongamos por caso.

2. Cuida especialmente la primera frase, el primer párrafo, la primera página... La percepción del lector (sea jurado de un premio o no) va a quedar muy condicionada por ese primer contacto con tu manuscrito. Por aquello de la primera im-presión. Un libro que empieza “Sonó el despertador. Alicia se levantó y, con aire aburrido, empezó a prepararse el desa-yuno”, y que dedica el resto de la primera página a describir los objetos que hay en la habitación, consigue que no quieras pasar a la segunda página. Y de lo que se trata es de que el lec-tor no quiera parar de leer.

3. Por las mismas razones que en el caso anterior, utiliza una letra legible y poco historiada, un interlineado agradable, unos márgenes generosos... En definitiva: haz que leer tu ori-ginal sea cómodo. No es que vaya a ser descartado si no lo es,

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pero después de leer varios manuscritos seguidos, si te toca uno “confortable”, se agradece un montón. Y siempre es mejor para tu manuscrito que el lector empiece a leer en ese estado de ánimo que en el contrario.

4. Procura que no trate el mismo tema que el premio del año anterior, o que el de hace dos años. No apetece premiar dos años seguidos una novela sobre la Guerra Civil o sobre los peligros de un videojuego. Si te atreves a hacerlo, que sea porque el punto de vista o el planteamiento o la voz narra-tiva... o algo, es muy diferente. Entre dos novelas igualmente buenas, el jurado se inclinará por la que no repite. Todos agra-decemos la variedad.

5. En esa misma línea, intenta que el manuscrito tenga cierta novedad (en lo formal, en el contenido, en la estructura de la historia, en el punto de vista...): un libro que habla de un cha-val de ciudad que va a pasar el verano en el campo en contra de su voluntad y termina descubriendo que la vida rural tiene muchos encantos... tiene que presentar algún aspecto muy novedoso para ser considerada. Y sí, es cierto que cualquier tema ha sido tratado mil veces, pero encuentra ese plus que lo haga diferente.

Ya, ya sé que son consejos demasiado evidentes, pero los auto-res de más de la mitad de los cientos de manuscritos que se presen-tan cada año no los aplican. De verdad.

Todavía me sonrío al releer estos comentarios de Elsa. Evidentemente, tenían mucho de generosidad, pero tam-bién una pizca de reprimenda. Hay que haber leído y es-crito mucho para reconocer que no solo escribimos para nosotros mismos, que existe ese OTRO (el lector) al que se quiere llegar, conmover, seducir o interesar. Al me-nos, entretener. Elsa obvió algo que también existe: el plagio. Al menos, eso me pasó a mí una vez ejerciendo de jurado, cuando descubrí que el relato que estaba leyendo era exactamente uno de los cuentos que yo había publi-cado.

Mariasun Landa (escritora)

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De qué se puede hablar en LIJ6 febrero de 2010

Ya son varias las ocasiones en que he leído algunos comentarios en blogs y en foros que se planteaban “de qué no es conveniente ha-blar” en libros de LIJ. Creo que la respuesta es que no hay ningún tema del que no sea conveniente hablar en un libro para niños.

La cuestión no es el qué. La cuestión es el cómo. Los que tenemos una relación diaria y cercana con chavales sabemos que los niños quieren saberlo todo. Y que se les puede hablar de todo. Pero no podemos olvidar que los ni-ños y los jóvenes son personas en formación. Y eso, desde mi punto de vista, hace que con-venga ser muy conscientes del impacto que puede tener en el desarro-llo de esas personas cualquier producto cultural que les destinemos.

Por supuesto, la cuestión de cómo se deben tratar los temas diri-gidos a niños y jóvenes (en tanto personas en desarrollo) es algo socialmente construido y que ha variado mucho según las épocas. Un par de ejemplos.

En su momento, los libros de Edmundo de Amicis (Corazón, prin-cipalmente) se consideraban muy adecuados para los niños por los valores morales y sentimentales que defendía. Sin embargo, yo hoy no se lo daría a un niño que no tuviera un cierto grado de madurez, y aun así, lo haría con reservas, por la explotación que hace de sen-timientos como la culpabilidad o la compasión.

En cambio, uno de los mejores autores de literatura para niños de todos los tiempos, Roald Dahl, probablemente tendría muchos problemas hoy en día para encontrar editor, si no fuera porque ya es un autor consagrado. Pero su literatura es viva, provocativa, transgresora... y capaz de desvelar para los niños las contradiccio-nes del mundo de los adultos y de ayudarles a entenderlas y a acep-tarlas... o a intentar cambiarlas.

Por tanto, estábamos en que la cuestión no es el qué, sino el cómo. ¿Hablar de la muerte a los niños? Sí, pero como en Las brujas, del

No hay ningún tema del que no sea conveniente hablar en un libro para niños.

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citado Roald Dahl (al final, con el niño convertido en ratón, él y la abuela hablan de la esperanza de vida de un ratón y de la de una mujer anciana como ella y, llenos de alegría por lo que les queda por vivir, se congratulan porque su tiempo es más o menos el mismo, y así, ninguno dejará solo al otro). ¿De las injusticias que derivan de las estructuras sociales ? Sí, pero como en El balonazo, de Belén Gopegui (en que un chaval debe decidir entre mantener un valor como “no mentir” y otro como “ser leal y ayudar a una buena per-sona, aunque sea contra las leyes [que son, necesariamente, injus-tas]”). ¿Sobre la trascendencia y el sentido teleológico de la existen-cia? Sí, pero como en La primera vez que nací, de Vincent Cuvellier (en el que se narran diversos hitos en la vida de una niña, desde que nace hasta que “nace por segunda vez” cuando tiene lugar el naci-miento de su propia hija).

No hay límites al qué, pero hay que pensar bien el cómo. ¿Por qué? Porque lo que leen los niños y jóvenes tiene un impacto en su desarrollo y nosotros, como editores, queremos tener un control explícito sobre ese impacto.

No para no impactar, desde luego, sino para impactar de la for- ma que consideramos adecuada. Eso, creo yo, es el compromiso en la LIJ.

“No hay límites al qué, pero hay que pensar bien el cómo”. No ponerse límites. Ni como escritor, ni como editora, ni como investigador. Y Elsa encuentra la médula del pro-blema abriendo el abanico de posibilidades como lo hizo en su trabajo. Abriendo la LIJ a la exploración de los nue-vos formatos, de temas pocos tratados, de fórmulas inno-vadoras… Sin miedo. Con valentía, porque el cómo estaba claro: con profesionalidad y sin límites. Como solo los buenos editores saben hacer y guiar.

Gemma Lluch (profesora)

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Compromiso10 febrero de 2010

La última entrada acababa justo con este concepto: el compromiso. Y, aunque es verdad que los que nos dirigimos a personas en de-sarrollo tenemos una responsabilidad mayor, creo que en realidad esto del compromiso deberían aplicárselo todos los agentes cultu-rales. Me explico.

Es frecuente oír que algún actor de la cadena cultural defiende un producto (anuncio, película, serie de televisión, novela...) que re-fuerza determinado estereotipo escudándose en un “yo me limito a reflejar la realidad”. O en que, en último término, el televidente, lector, espectador... es libre de no consumir ese producto cultural.

Y la verdad es que no puedo estar más en desacuerdo con esa actitud. A ver, todos los que tenemos algo que ver con la cadena que desemboca en la creación de un producto cultural deberíamos, desde mi punto de vista, tener muy claro que las producciones cul-turales nunca se limitan a “reflejar la realidad tal y como es”. La realidad, especialmente la realidad social, está hecha de discurso. Y cada pequeña contribución al discurso cultural modifica esa rea-lidad.

Un ejemplo reciente: María, una amiga de mi hija, es una niña in-teligente, muy alta y con mucho potencial. ¿Sabéis qué dice, a sus ocho años, que quiere ser de mayor? Animadora de baloncesto. Ni pívot, ni defensa. Animadora.

Ilustración de Ada Astudillo Aguiar

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Cuando oigo esto, no puedo dejar de pensar que esa actitud tiene mucho que ver con que consume determinados productos cultu-rales que privilegian una postura ante la vida en niñas y niños. Esta postura implica, entre otras cosas, que todos quieren ser populares. Pero en los niños, esa popularidad se consigue siendo el mejor en el deporte que sea. Y en las niñas, siendo una monísima animadora que juega siempre un papel secundario y que gracias a su dedica-ción como objeto decorativo logra su objetivo en la vida, el que debe tener toda mujer: conquistar el corazón del chico, claro.

Podemos discutir en qué medida una obra cultural puede tener un efecto per-formativo para perpetuar o desmontar determinadas instituciones sociales (sexo/género, actitud ante la autoridad, mecanis-mos de categorización social que definen el “nosotros” frente al “ellos”...) y a reforzar o cambiar determinadas actitudes a escala individual: es cierto que un solo libro con estereotipos no basta para perpetuarlos, del mismo modo que comer una hambur-guesa un día no te condena al infarto. Pero creo que, por principios personales, es im-portante responsabilizarse del impacto, ser conscientes de qué está aportando en ese sentido la obra que producimos. No de-jar que sea algo aleatorio o condicionado por la moda, o por lo que tiene más éxito. Por eso...

... no me gustan las novelas en las que ella es tonta, patosa, frágil y necesitada de protección, y además guapísima y capaz de enamo-rar al chico al primer vistazo (aunque haya muchas chicas tontas, patosas, frágiles y necesitadas de protección, y además guapísimas), porque establecen la norma de que hay que ser así (y no inteligente, divertida, fuerte y decidida) para enamorar a un chico al primer vis-tazo. Es más: ¿de verdad el objetivo último es siempre enamorar al chico?

... no me gustan las series de televisión en las que se escenifica una guerra de sexos basada en el supuesto de que ellas solo quie-ren pescar marido y ellos solo quieren acostarse con la chica y salir

Es importante responsabilizarse

del impacto, ser conscientes

de qué está aportando

en ese sentido la obra que

producimos.

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corriendo (aunque haya muchas chicas que quieren pescar marido y muchos chicos que solo quieren acostarse con la chica y salir corriendo), porque establecen la norma de que si eres chica debes querer pescar marido y si eres chico debes querer acostarse con la chica y salir corriendo.

... no me gustan las noticias que hablan de un robo o un asesinato en el que si el presunto autor es ecuatoriano o magrebí, ese dato sale en el titular o en la primera línea, mientras que si es español, puede que no lo encuentres nunca. Porque esas noticias establecen la norma de que inmigración desde países empobrecidos, y delin-cuencia, son conceptos que van de la mano.

Basta de decir que la realidad es así. La realidad es amplia y com-pleja, y cada uno decide con qué partes de ella construye sus mo-delos.

Lo demás es escurrir el bulto.

A principios de 2008 yo intentaba que alguna editorial produjese un libro colectivo de relatos contra el acoso escolar. Todas respondían igual: muy interesante pero poco comercial; es caro de hacer y no se vendería. Lo ha-bía prácticamente desechado cuando un día, mientras tomábamos café charlando de algunos matices del pri-mer libro que publiqué con SM, se lo conté a ella. Muy interesante, respondió con esa expresión suya que rati-ficaba la veracidad y entusiasmo de sus palabras; tomó una servilleta de papel y empezó a escribir en ella. Vamos a hacer la lista de autores, dijo, y comenzó a anotar nom-bres. Es poco comercial, me oí decir. Caro de hacer, avi- sé, y no se vendería. Algunos libros hay que editarlos aunque no se vendan, respondió ella sin dudarlo. Toma, llévate esta servilleta y anota los nombres que se te ocurran, empezamos mañana a hablar con los autores. Y así fue. Y así se hizo. Hoy, al recordarla como tantas veces, vuelvo a pensar que tenía razón y que la seguirá teniendo. ¿Qué habría sido de todos nosotros, de nues-tras vidas, si no hubiesen existido los editores de libros necesarios que no se venden?

Fernando Marías (escritor)

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Mitos y realidades de la edición 2: Las editoriales solo publican lo que vende19 febrero de 2010

A nadie le parece raro que Nike fabrique zapatillas para venderlas, ni que Spielberg haga películas con la intención de que sean un éxito de taquilla. Y sin embargo, a menudo tengo la sensación de que a algunas personas no les parece del todo bien que las editoriales publiquen libros que se vendan.

Todos sabemos que solo hay un tipo de editoriales que publican lo que no se vende: las editoriales que han cerrado. Las editoriales que siguen editando son las que han encontrado el modo de hacer viable su actividad, teniendo unos ingresos que superen sus gastos. Es decir, que las editoriales, entre otras muchas cosas, son negocios. Muy honorables, pero negocios.

Lo que está claro es que montar una editorial no es la mejor forma posible de ganar mucho dinero. Desde luego, los emprendedores que fundan una editorial lo hacen, sobre todo, con el deseo de llevar adelante una misión cultural. Si se trata de ganar dinero, es mucho

Ilustración de Puño

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mejor montar una empresa de energías renovables, que están muy subvencionadas, o, si me apuran, una puntocom.

Eso sí, las editoriales tienen que ser capaces de mantener un sano equilibrio entre llevar adelante su misión cultural y ser una activi-dad sostenible mediante la venta de los libros publicados. Por su-puesto, ese equilibrio no se intenta conseguir con cada título, sino con el conjunto de la actividad editorial. El “mix” se compone, más o menos, de un número razonable de libros que pueden vender bien, más alguna apuesta incierta, más unos pocos títulos que da igual que vendan más o menos, porque son libros que responden plena-mente a la misión de la editorial. Publicar esos libros a veces se parece a jugar a la lotería (puedes ganar o no) y otras, a dar el dinero a una ONG.

De todos modos, la cuestión no es solo econó-mica. Por mucho que un contenido encaje con el tipo de libros que quiere hacer una editorial, también es necesario que la obra esté alineada con las expectativas de los lectores.

Si los lectores no leen los libros que una edi-torial publica, no hay hecho de lectura. Y la misión de una editorial se realiza no cuando publica un libro alineado con su misión, sino cuando consi-gue hechos de lectura relevantes.

Un libro que nadie lee es un árbol muerto para nada.

Un libro que nadie lee es un árbol muerto para nada.

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LIJ y terremotos4 marzo de 2010

Acabamos de volver de Chile los participantes en el CILELIJ (Con-greso Internacional de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil). Tras unos días extraños, todos (casi todos) estamos de vuelta en casa.

No deja de tener gracia que el terremoto del día 27 de febrero nos dejara sin realizar la última jornada, la dedicada al futuro de la Literatura Infantil y Juvenil. Hace poco comentaba aquí que “el seísmo de las tecnologías está sacudiendo los cimientos de la LIJ”, así que parecería que la ale-goría pesimista estuviera servida.

Pero bien pensado, quizá fui yo la que se equi-vocó al elegir aquella metáfora.

Tras estos días de convivencia y cercanía con tantos protagonistas de nuestra LIJ iberoameri-

cana, tengo la seguridad de que todos queremos dar forma a ese fu-turo, generarlo con nuestras ideas y nuestro saber hacer.

Este congreso ha mostrado, incluso sin la última jornada, que el futuro de la LIJ no está hecho de cosas que nos van a pasar, sino de cosas que vamos a hacer.

No tenemos planes de sobrevivir al terremoto. Tenemos planes de ser el terremoto.

El seísmo de las tecnologías

está sacudiendo los cimientos

de la LIJ.

Ilustración de Betania Zacarías

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Aquel 27 de febrero, Santiago de Chile brillaba bajo el sol de su verano y nosotros, en el CILELIJ, vivíamos nuestra segunda jornada de actividades llenos de euforia y buen rollo. Algo mágico flotaba en el ambiente.Fue a mediodía, al salir del salón donde celebrábamos las intervenciones, cuando Elsa y yo echamos a caminar juntos y, sin más, me cogió de la mano. Como dos críos. O dos adolescentes.Tanta inocencia...Lejos de España, lo mismo que en Madrid o en Barcelona, el autor y su editora eran mucho más que eso. Eran amigos.Caminamos un buen rato, en silencio. O hablando, ya no lo recuerdo. Dos personas cogidas de la mano pueden transmitirse un sinfín de emociones. Compartimos el momento y nos dejamos llevar por calles abiertas al sol, como deberían ser todas las calles de todas las ciudades del mundo.Elsa era así. Espontánea, libre, siempre abierta a soltarte un directo lleno de ternura o reír. Sobre todo, reír.Aquel paseo fue inolvidable precisamente porque a las pocas horas pudimos haber muerto en el terremoto es-cala 8,8 que sacudió Santiago. Hubiera sido el último recuerdo feliz.Sobrevivimos y celebramos la vida.De haber muerto, igual hubiéramos subido al cielo cogi-dos de la mano. O me habría rescatado con la suya, en el caso de haberme ido directo al infierno.Sí, Elsa era así.

Jordi Sierra i Fabra (escritor)

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¿Es tan raro que los escritores profesionales ganen premios?11 marzo de 2010

Me resulta curioso que tanta gente se sorprenda (e incluso se in-digne) porque los escritores profesionales ganan premios litera-rios. Me resulta muy curioso porque, en cambio, nadie se extraña de que el Roland Garros lo gane Nadal o de que el Óscar al mejor actor se lo lleve Bardem.

No resulta fácil competir con ellos debido a que llevan mucho tiempo haciendo su trabajo, conocen bien los fundamentos de lo que hacen y los manejan con maestría. Y por tanto, lo que hacen lo hacen muy bien (casi siempre).

Ahora, eso sí, es importante no olvidar que los escritores (como los tenistas o los actores) que hoy son profesionales, no lo han sido siempre. Y que solo con mucho trabajo y mucha perseverancia han conseguido estar donde están. Es muy facilón pensar que “seguro que conocen a alguien” o que “algo” les ha facilitado la tarea. Que no.

Que abrirse camino es igual de difícil para todos, y a nadie (o a casi nadie) le regalan nada. Un ejemplo: una autora como Laura Gallego. Con más de veinte libros publicados y siendo una de las auto-ras más leídas en todo el mundo, resulta fácil olvidar que la primera novela que publicó fue el manuscrito con el que ganó el premio El Barco de Vapor. Y no solo eso, sino que antes había escrito otras trece novelas (y seguro que más de una estuvo en algún concurso) sin reci-bir ningún premio. Laura, para entonces, ya era una escritora y ese título no se lo había regalado nadie: se lo había ganado ella a fuerza de seguir escribiendo incansablemente hasta conseguir su meta.

Podemos concretar un poco más. ¿Es normal que un Jordi Sierra i Fabra haya ganado el premio El Barco de Vapor? ¿Es normal que una Care Santos lo ganara el año pasado? ¿O que Maite Carranza haya ganado el Edebé y Daniel Nesquens el Anaya?

Desde mi punto de vista, no tiene nada de extraño. ¿Que por qué? Pues porque todos ellos escriben muy bien, lo hacen desde hace mucho tiempo, se han peleado con cientos de páginas y con decenas de comienzos, han tirado a la basura mucho trabajo ya hecho, cono-cen técnicas para jugar con distintos puntos de vista en la narra-

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ción, saben cómo evitar que se vean las costuras de la historia..., en-tre otras muchas cosas. Y las novelas que presentaron a los respectivos concursos eran muy buenas.

Por otro lado, el hecho de que un escritor como Jordi haya tardado como poco, y que él re-cuerde, al menos ¡diez! convocatorias en con-seguir ganar un premio El Barco de Vapor (de los demás autores no solemos conocer ese dato, pero Jordi tuvo la elegante humildad de comentarlo al recoger el premio) indica:

•Primero: que los autores, por muy profe-sionales que sean, no siempre ganan los concursos a los que se presentan.

•Y segundo: que al menos “este” escritor profesional tiene mucha perseverancia y no se rinde.

Probablemente la perseverancia es también un rasgo de los es-critores profesionales. Un escritor profesional como Jordi se pre-senta nueve veces a un concurso y no lo gana. ¿Y qué hace? Se presenta una décima vez. Eso es un profesional.

No, querida Elsa, como tú bien dices, no es raro sino todo lo contrario, y en su día tus reflexiones me ayudaron a reconciliarme con mi etiqueta de “profesional” y con mis premios. Incluso se podría decir, en la línea de tus argu-mentos, que solo las y los profesionales ganan premios merecidamente, si entendemos la profesión no solo como oficio, sino también como la acción y el efecto de profe-sar, que es creer en algo y dedicarse a ello con perseve-rancia y amor. Como te dedicabas tú a la edición.

Carlo Frabetti (escritor)

Los escritores (como los tenistas o los actores) que hoy son profesionales, no lo han sido siempre.

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36 ¿Qué valores?17 marzo 2010

El otro día, en la rueda de prensa de los premios El Barco de Vapor y Gran Angular, me llamó la atención que, cuando los periodistas preguntaban por los “valores” que tenían los libros ganadores, los autores sentían la necesidad de aclarar rápidamente que sus libros “no tienen valores”. Y no es la primera vez que veo algo así.

Me ha dado mucho que pensar, porque, claro, ¿qué autor afirma, sin más, que su libro no tiene valores si entendemos la palabra “va-lores” como la define el diccionario?

“Principios morales, ideológicos o de otro tipo que guían el com-portamiento personal” (Diccionario CLAVE), o incluso: “Cualidades que poseen algunas realidades, consideradas bienes, por lo cual son estimables” (Diccionario de la RAE).

La cuestión está, sin duda, en las connotaciones negativas de las que se ha ido tiñendo la palabra “valores” tras su paso por aquellos “valores transversales” y por todo lo que les ha seguido: los currícu-los escolares, las selecciones bienintencionadas y las lecturas dirigi-das. Y sobre todo, en la saturación que nos produce a todos ese conti-nuo runrún de la solidaridad, la coeducación, el cuidado del medio ambiente o la cultura de la paz. Que no es que no sean, en sí mismos, temas importantes y por los que cualquiera está dispuesto a trabajar, sino que estamos un poco estragados de tanto oírlos y tanto hacer-los evidentes.

A pesar de esto, yo sigo diciendo que me interesan los libros con valores. Aunque la afirmación haga que le salgan granos a más de uno.

Ilustración de Carlos Romeu

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Busco libros que conciban el yo como algo que está en perma-nente construcción. Y lo considero un valor.

Me gustan los libros en los que el humor contribuye a destapar y enfrentar las contradicciones de las personas y de la sociedad. Y lo considero un valor.

Me interesan los libros que disponen a la ac-ción. Y lo considero un valor.

Siento imprescindibles los libros que ayudan a reconocer las deficiencias de las estructuras so-ciales y animan a trabajar de forma no violenta para cambiarlas. Y lo considero un valor.

Necesito los libros en los que hay una búsqueda de sentido a la existencia, al margen de que sea el sentido de un autor concreto y no necesariamente el mío. Y lo considero un valor.

Un libro con valores no es necesariamente un libro políticamente correcto. Basta un libro en el que el autor deposite su visión apasio-nada sobre las cosas que hacen que la vida merezca la pena.

No sé a vosotros, pero a mí los libros me siguen constru-yendo como persona porque me emocionan, me sorpren-den, me indignan, me hacen reír, llorar, gozar, dialogar, aprender, y me ayudan a descubrir la belleza, la bondad, lo probablemente verdadero y lo que realmente importa en la vida. Un mundo de valores que quiero respirar. Benditos los autores, diseñadores, ilustradores, editores que ayudan a que la casa de la humanidad sea más de-cente y digna. Los libros nos ofrecen un aliento de espe-ranza. Nos ayudan a bracear en este proceloso océano que es la vida.Una vez más, coincido contigo, mi valiosa y querida Elsa.

Fernando López-Aranguren (profesor)

Me interesan los libros que disponen a la acción.

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Prescribir y recomendar8 abril de 2010

Hace un tiempo, un lector de este blog proponía en un comentario como tema de reflexión el de los criterios que los mediadores debe-mos tener en cuenta para prescribir y recomendar un libro.

Y es probablemente de la diferencia entre esos dos últimos ver-bos coordinados de donde surge una primera reflexión que para mí es crucial: “prescribir” y “recomendar” son dos cosas muy dife-rentes y deben mantenerse separadas.

• “Prescribir”, en el sentido en que se usa en el ámbito escolar, hace referencia a la lectura obligatoria. Y aunque la lectura obligatoria ha sido (y en algunos ambientes es) muy denos-tada, yo sigo creyendo que es muy necesaria. En la escuela cum-ple un papel muy importante la reflexión sobre una lectura compartida, y para un chaval puede ser la puerta hacia un tipo de libro al que, de otro modo, quizá no hubiera llegado. Por su-puesto, si la selección de las lecturas obligatorias es inade-cuada para la edad o para el contexto de ese grupo de chavales, la lectura se convertirá en un suplicio que no aporta nada. Y si la actividad que se realiza en torno al libro es un examen para comprobar que los chicos lo han leído, con preguntas que no aportan nada a la comprensión del texto ni facilitan que el lector se apropie del contenido leído (seguro que más de uno hemos tenido en las manos actividades sobre la lectura que incluyen preguntas como “¿de qué color es el jersey que lleva el protago-

Ilustración de Javier Olivares

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nista cuando va a tal sitio?”), entonces no nos podrá extrañar que los chavales odien leer.

• “Recomendar” es esa tarea que realizan los buenos mediado-res (padres, profesores, bibliotecarios, libreros…), que tiene que ver con lograr que cada libro llegue realmente a las ma-nos de su destinatario potencial en el momento adecuado. Recomendar tiene que ver con conocer al lector concreto, a la persona que tienes delante: sus gustos, su momento vital, sus preocupaciones, sus inquietudes… Y con conocer el libro que le recomiendas y saber que ese es el momento adecuado para que se encuentren. Recomendar tiene también que ver con ayudar a crecer al lector como lector: a partir de sus gus-tos actuales (y si son las novelas románticas de escasa calidad literaria, pues qué se le va a hacer) para, poco a poco, llevarle a libros más complejos, de mayor profundidad, de mejor cali-dad literaria. Pero siempre partiendo de lo que le gusta, porque lo contrario es perderle como lector.

¿Qué criterios generales tendría yo en cuenta a la hora de pres-cribir y recomendar? Pues más o menos, los mismos que tengo en cuenta a la hora de editarlos.

Lo primero de todo, intentar que sean libros que gusten al lec-tor. Puede parecer que esto es una concesión, una claudicación del que recomienda. Pero no. Si el libro que recomiendas no gusta, es como si no lo hubieras recomendado, porque el “hecho de lectura” no llega a realizarse. O sea, recomendación fallida. Y poca confianza del lector en el criterio de la persona “recomendadora”.

Después, libros comprometidos, en el sentido de libros que se comprometan. Con algo, no necesariamente con aquello con lo que yo personalmente me comprometería. Pero no hay nada menos interesante y que enganche menos (al menos a mí) que los libros ina-nes, que no dicen nada, que no se casan con nada y en los que todo son medias tintas.

Algunos ejemplos de recomendación:

• Juliatieneseisañosyleedesdehacevariosmeses.Aúnlecuestaun poco comprender lo que lee, pero cada vez que termina un libro lo grita orgullosa a los cuatro vientos. Una buena recomen-dación para ella sería cualquier libro de la escritora Gabriela Keselman; por ejemplo, El regalo o Morris, regálame un amigo.

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• David,9años.Noesungran lector,aún le cuestamuchoes-fuerzo leer un libro “de letras”. No es capaz de estar quieto mu-cho rato, pero le encantan las matemáticas y pone mucha de su autoestima en lo bien que se le da esa disciplina. Seguro que le gustaría El libro de Guillermo, de Carlo Frabetti. Una breve reseña, aquí.

• Silviatiene13años,entrandoenlaprimeraadolescencia.Va-rias veces ha dicho que se quiere hacer un piercing, pero está claro que no se atreve. Sin embargo, le gusta decirlo delante de sus padres y se ve que disfruta escandalizándolos un poco. Lee bastante y no le tiene miedo a un libro que exija un poco de esfuerzo si da algo a cambio. Un buen libro para ella sería Así es la vida, Lili, de Valéry Dayre. Aquí una crítica en Anika entre libros.

• María,primerodeBachillerato.Esmuycríticaconlosadultosy con la sociedad actual, pero desde la reflexión. Es lectora en-tusiasta de Crepúsculo, pero últimamente se animó a llevarse Marina y le gustó ser capaz de leer un libro “de adultos”. Un buen libro para ella sería Cielo Abajo, de Fernando Marías. Reseña en la revista Babar.

En cuanto a la cuestión de si un libro precisa un libro fórum o una explicación posterior, yo creo que no. Por supuesto que un coloquio o una buena conversación sobre un libro que te ha gustado (o no) nunca estorban, pero no es imprescindible. ¿Qué puede ocurrir? ¿Que el chaval no lo entienda todo? ¿Que no lo entienda como nos gustaría que lo entendiera? Yo creo que en ese punto, hay que con-fiar. La lectura queda hecha y el lector la va elaborando. Quizá no lo haga en un día, pero si un libro es bueno, deja huella. Y si deja huella, va encontrando su sitio.

Un libro como Así es la vida, Lili es un libro di-fícil. Difícil porque no es fácil de entender y difí-cil porque es arriesgado. Y revuelve. Y uno teme, claro, que el revuelto no quede después como uno querría que quedara.

Pero es así: cada lector tiene que construir el significado. Su significado. Después de que hayan pasado más de un par de años desde que lo leí, me sorprendo a veces pensando en Lili, en el argu-

Cada lector tiene que

construir el significado.

Su significado.

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mento del libro, en los padres de esa niña, en todos los padres, en la gasolinera, en el perro. Y algo pequeñito vuelve a hacer clic, algo se recoloca.

Eso es lo que ocurre cuando un libro encuentra a su lector.

Considero, como Elsa, que las recomendaciones y la pres-cripción de los mediadores son claves para formar lecto-res. Es imprescindible que los mediadores sean buenos lectores, conozcan los libros y a los chavales y los acom-pañen y ayuden en todo el proceso. La elección de un li-bro para prescribir en el colegio es un tema complejo, pero sin duda es la única forma de hacer llegar determi-nados libros a los chicos. De nada valdría si los abandona-mos a la lectura o hacemos exámenes sobre el contenido. Sesiones de lectura compartida, de discusión o reflexión ayudan a la construcción de lectores autónomos y crea ti-vos. Como siempre, Elsa nos hace reflexionar y pone sobre la mesa las claves para fomentar el placer de una lectura transformadora, la de verdad, la que consigue quedarse dentro de nosotros, en ese lugar donde también está ella. Gracias.

Mónica Rodríguez (escritora)

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¿Para quién se escribe?18 abril de 2010

Leía el otro día un reportaje muy interesante en El País titulado La derrota de la página en blanco. En él, varios escritores y algún editor reflexionaban sobre la escritura y daban algunos consejos a los escritores noveles para enfrentarse al reto de la escritura.

Al margen de lo curioso de los consejos (algunos previsibles, otros no tanto) y de su utilidad más allá de mostrar el ingenio de quienes los escriben, al cabo del tiempo se me ha ido dibujando una duda, sobre todo porque el tema no aparece reflejado en nin-guna de las intervenciones. ¿Hay un lugar para el lector? Es decir, ¿está (y/o debe estar) el lector presente en ese momento de génesis, de creación, de plasmación en el papel?

He oído a muchos autores decir que “escriben para sí mismos”. Pero me pregunto si de verdad es así. Si es posible escribir para uno mismo (más allá del diario íntimo) o si cuando uno escribe tiene, ne-cesariamente, un, unos lectores implícitos en la cabeza.

Si aterrizamos el tema en la literatura infantil, las dudas crecen. ¿Basta con que lo que uno cuenta “importe”, o además hay que hacer el esfuerzo de conseguir que al lector “le importe”? ¿Por qué algu-nos autores parecen considerar este esfuerzo como caer en el terre- no de lo “comercial” o incluso de lo “deshonesto”? ¿Tendrán razón? ¿Comete algún tipo de pecado de pensamiento el autor que se pre-gunta si lo que está escribiendo se entenderá bien, si enganchará desde la primera página, si transmite un mensaje significativo al lector?

Ilustración de Antonio Tello

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Ya sé que no es lo mismo, y que incluso la traslación puede ser un poco perversa, pero desde luego, no se puede editar (o yo no sé hacerlo) sin imaginar a los destinatarios (múltiples siempre) de cada libro. Imaginarlos en el momento de enfrentarse al libro por pri-mera vez, mirando la cubierta, leyendo aten-tamente la cuarta y lo que en ella se promete. Imaginarlos en el momento de comenzar la lectura, con su bagaje anterior, con sus expec-tativas, con sus peculiaridades. Imaginando sus reacciones, su sorpresa, sus risas, su an-gustia, su reflexión posterior. Quizá porque concibo la literatura como comunicación antes que como cualquier otra cosa. ¿Acaso este es un “trabajo sucio” que nos corresponde hacer a los editores, para así permitir que los autores se mantengan en el “territorio virgen” de una “creatividad no condicionada”?

Son dudas que me planteo, no tengo certezas. ¿Se ve diferente cuando uno es autor, editor, lector, librero? ¿O tiene que ver con una actitud más general ante el hecho literario, independiente del papel que a uno le toque jugar en él?

Leerte es mirarte. Analizando las cosas, con esa lucidez que nunca dejaba de sorprenderme. Escuchando con atención, reflexionando, con la pierna apoyada en la mesa y los ojos negros captando cada matiz. Nada es porque sí, ni definitorio, todo tiene una segunda lectura, otra opi-nión, una forma distinta de vivir las cosas. Y ellos siem-pre ahí, en todas nuestras conversaciones. Leerte es escucharte, sin levantar la voz, y la sonrisa siempre pren-dida. Ay, Elsa, echo de menos muchas cosas, pero al final siempre me sale del corazón tu sonrisa.

Paloma Muiña (editora y escritora)

No se puede editar (o yo no sé hacerlo) sin imaginar a los destinatarios.

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Publicar sin que te publiquen9 mayo de 2010

Una de las aspiraciones más frecuentes y legítimas en un escritor es llegar a publicar su obra. Es verdad que muchos escriben para expresar su mundo interior, para exorcizar fantasmas o por pura necesidad. Pero, al final de ese proceso, casi siempre emerge el de-seo de ver sus palabras impresas en un papel, negro sobre blanco, y a la disposición de los lectores en una librería.

Probablemente detrás de ese deseo está, en parte, el prestigio que la letra impresa ha tenido durante mucho tiempo en nuestra cul-tura. Lo que estaba escrito y publicado era verdad y era bueno, por-que la escasez de medios de producción obligaba a una selección: los libros que se pueden publicar son limitados (aunque todos estamos de acuerdo en que son muchísimos, incluso demasiados).

Hoy eso está cambiando. Internet permite que cualquiera que lo desee publique (con un coste cercano a cero) sus creaciones, y las comparta con sus lectores potenciales. Internet permite promocio-nar los libros y recibir críticas de los lectores. Internet hace posible, también, monetizar esas creaciones.

¿Qué se puede hacer para publicar una obra en Internet? Hay varias opciones:

1. Montar un blog e ir publicando en él los capítulos de la novela, los poemas o los cuentos. Y quien dice un blog, dice en Facebook o en Tuenti o una fórmula similar. Esto vale también para la literatura infantil y juvenil, por supuesto, aunque hay que te-ner claro quién va a leer ese material y adaptar la comunica-ción al medio concreto. Esta fórmula permite que los lectores vayan siguiendo la novela y puedan darte feedback. E incluso, no es la primera vez que un blog salta al papel: hace tiempo fue el Diario de una mujer gorda, y últimamente, Canciones para Paula, una novela cuyos primeros capítulos se publicaron en Tuenti y otras redes sociales. Para conocer el resto, tienes que comprarla en papel.

2. Si quieres algo más profesional, puedes plantearte poner tu novela en una de las editoriales “virtuales” que han apare-cido últimamente, como Bubok o Lulu (hay bastantes más). La

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idea es que tú mismo subes el texto, fijas el precio y las carac-terísticas (puedes optar incluso por que la editorial se ocupe de realizar la corrección) y allí queda a disposición de quien quiera pedirlo. De cada ejemplar que se venda, el autor recibe el 80% del PVP. Los ejemplares se impri-men bajo demanda (es decir, se hace una copia en impresión digital cada vez que hay un pedido). Es una forma de probar qué acogida tiene tu novela.

3. Otra opción es, simplemente, liberar la novela en pdf (o cualquier formato legi-ble en dispositivos electrónicos) y solici-tar a los lectores que, si les gusta lo que leen, hagan una pequeña donación al au-tor. Normalmente la recepción de dona-ciones como fuente de ingresos está com-plementada con otras como publicidad, merchandising o autoedición en papel. Vale, igual en LIJ es un poco más difícil, pero esta fórmula de compensación por la autoría está ya teniendo algunos casos de éxito en géneros como el cómic, el vi-deojuego o el cine de animación.

Al margen de la pura utilidad de estas ideas, me parece que es tam-bién muy interesante la reflexión que podemos hacer como autores, editores, creadores...: las tecnologías abren nuevos caminos y nue-vas formas de cultura. Las tecnologías generan cambios sociales. Estamos en un escenario que trae consigo nuevas formas de crea-ción, de producción, de distribución, de comercialización... que no podemos dejar de aprovechar.

Las editoriales han dejado de ser el intermediario indispensable entre el autor y sus lectores. Esto no tiene por qué ser malo para las editoriales; por el contrario, puede suponer un estímulo para que encuentren nuevas formas de aportar valor.

Corren tiempos emocionantes para todos.

Internet permite que cualquiera que lo desee publique (con un coste cercano a cero) sus creaciones, y las comparta con sus lectores potenciales.

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Prefiero que me publiquen16 mayo 2010

En el comentario anterior hablaba de que las editoriales, hoy en día, no son imprescindibles para publicar. Pero si, aun así, lo que quieres es abrirte camino en el mundo editorial “tradicional”, estas son al-gunas recomendaciones básicas:

1. Preséntate a los concursos que se convocan todos los años [puedes consultar una lista en esta entrada del blog Litera-tura Infantil y Juvenil actual]. Estos concursos son una bue- na forma de que tu manuscrito sea leído y considerado frente a otros similares. Y ganar uno de estos premios te abrirá mu-chas posibilidades. Fíjate que muchos escritores infantiles y ju-veniles de los que hoy llamaríamos “consagrados” empezaron así, ganando un concurso: Jordi Sierra, Laura Gallego, David Lozano...

2. Si decides enviar un manuscrito no solicitado a una editorial para proponer la publicación (aquí puedes encontrar un direc-torio de editoriales), tienes que tener en cuenta que se reciben varios miles al año. Así que es importante que tu manuscrito cumpla algunas condiciones muy sencillas (de algunas de ellas ya hablé en otra entrada):

•Mandaunacopia legible: no hay unas condiciones concre-tas, pero conviene que la letra no sea muy pequeña, que el interlineado permita una buena lectura, con unos márgenes

Ilustración de Miguel Ordóñez

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correctos... Vamos, que se pueda leer. No hace falta que te com-pliques mucho: una Times New Roman o una Arial a 11 pun-tos y con espacio y medio de interlineado es un formato clá-sico por algo.

•Hazqueel título y el aspecto general sea atrayente: es la tarjeta de visita de tu manuscrito, lo primero que se ve de él. Seguro que quieres que se vea lo “guapo” que es.

•Siquieresmandarunacarta de presentación, hazlo. Pero que sea cortita y concreta: explica quién eres y qué estás man-dando (una novela de humor para niños, una novela de fan-tasía para jóvenes, una saga fantástica...). No hace falta mu-cho más.

•Muchagenteincluyealprincipiounasinopsis de la obra, en pocas líneas, para que el lector se haga una idea. No es imprescindible, pero tampoco estorba. Eso sí: no se trata de cantar las excelencias de tu obra (se supone que eres el autor y que, por tanto, te gusta), sino de ofrecer al lector un breve adelanto de lo que se va a encontrar. De todos modos, a mí, personalmente, las que más me aportan son aquellas que están escritas como si fueran la contraportada de un libro ya editado: si resulta motivadora, te apetece más leer ese ma-nuscrito.

•Noteolvidesdeponertunombreyapellidosyuna forma de contacto en el propio manuscrito (la carta se puede perder, una tarjetita también). En serio: tenemos sobre la mesa un manuscrito que nos interesa publicar, pero no tiene más que una especie de pseudónimo y ningún teléfono o email. Por ningún sitio.

3. En cuanto a enviarlo por correo electrónico o en papel, casi todas las editoriales admiten ambas posibilidades. No te preo-cupes si no tienes el contacto de la persona responsable: si lo diriges al Departamento de Lectura de la editorial X, llegará a sus destinatarios, sin duda.

4. Mucha gente se pregunta si puede enviarlo a varias editoria-les o si, una vez mandado a una, debe esperar respuesta. La verdad es que el autor puede enviarlo a cuantas editoriales quiera simultáneamente, para su estudio. Eso sí, es de buena

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educación avisarlo (por ejemplo, en la cartita de presentación) y, si una de esas editoriales te ofrece publicación, avisarlo a las demás (por lo menos, les ahorras leerlo y que si les llega a inte-resar publicarlo, se encuentren con que está contratado).

5. Aunque puedas enviarlo a varias editoriales, piensa bien a quié-nes se lo envías. Selecciona las editoriales en las que crees que el libro encaja y envíaselo solo a ellas. Para eso, estudia un poco el catálogo de cada editorial. Si, por ejemplo, detectas que determinada editorial no publica para niños menores de 8 años, no tiene sentido que les mandes un libro de bebés. Ni que man-des una novela rosa subida de tono a una editorial infantil.

6. Mucha gente recomienda registrar el manuscrito antes de en-viarlo a una editorial. Hazlo si eso te deja más tranquilo, pero tampoco lo consideres un paso imprescindible. En una edito-rial (seria) se buscan libros para publicar y autores a los que apoyar, no obras que plagiar. Y no hace falta que lo pongas en letra enorme y al principio del manuscrito: con que tú lo sepas es suficiente.

Y en cualquier caso, ten paciencia. Las editoriales reciben mu-chas propuestas, y lleva un tiempo leer y evaluar cada una de ellas. Incluso aunque se cuente con lectores externos (que, generalmente, leen solo una parte de lo que llega), es probable que la respuesta se demore unos meses. Si es que hay respuesta, porque debido al enorme número de originales que llegan cada día, muchas editoria-les han tenido que optar por no responder a todos los que envían un original de forma espontánea (sí se hace, claro, un acuse de recibo).

Y se ponen en contacto solo con los autores cuyos originales están interesados en pu-blicar.

En cualquier caso, el consejo más impor-tante: no te desanimes. Si confías en tu libro, mímalo, trabájalo, corrígelo... pero dale todas las oportunidades que merece.

El consejo más importante: no te desanimes.

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Cinco cosas que no es la literatura infantil y juvenil27 mayo de 2010

Llevo varios días, por cuestiones que no vienen al caso, pensando en qué es, realmente, la literatura infantil y juvenil. Si se tratara de dar una definición, creo que muchos de nosotros estaríamos (estamos) de acuerdo en que la mejor “literatura infantil y juvenil es la que también pueden leer los niños y los jóvenes” (y que Carlo Frabetti atribuye a Michel Tournier).

En cualquier caso, tirando de ese hilo, más que la respuesta a la pregunta que me hacía, lo que me ha surgido es la respuesta a la pre-gunta contraria, que quizá (solo quizá) sea un poquito más fácil de responder.

Así que, aunque sigo sin tener bien definido y delimitado qué es la literatura infantil y juvenil (probablemente no hace falta ni defi-nirla ni delimitarla del todo), sí tengo al menos cinco certezas acerca de lo que no es literatura infantil y juvenil. Que no está mal.

• Literatura infantil y juvenil no es lo mismo que libros para niños. Esta es bastante evidente, pero conviene no olvidarla: no todos los libros para niños son literatura. Hay muchos li-bros para niños, necesarios y maravillosos, que no son litera-tura: los imaginarios, los divulgativos, los libros juego... Y hay otros, que, aun pretendiéndolo, tampoco son literatura.

Ilustración de Óscar Julve

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•Literatura infantil y juvenil no es lo mismo que literatura light. No es una literatura sin palabras complicadas, sin elaboración del lenguaje, sin temas difí-ciles o sin complicaciones. Es literatura que sabe hacer suyas las posibilidades de expresión y comprensión del niño o del joven, sus maneras de interpretar la rea-lidad y el mundo, su modo de estar en las cosas que pasan y que le pasan.

• Literatura infantil y juvenil no es lo mismo que literatura con protagonista niño o joven. Es verdad que a menudo la presen-cia de un niño o un joven de determinada edad permite más rápidamente la identificación por parte del lector, pero es solo eso: una herramienta que puede ser facilitadora. Lo impor-tante es que la literatura conecte con las inquietudes, las nece-sidades y los anhelos de niños y jóvenes.

• Literatura infantil y juvenil no es lo mismo que pedagogía. Y esto es importante, porque, a pesar de que, de palabra, todos —autores, editores, mediadores...— lo tenemos más o menos claro, lo de la “literatura” con intención (moralizante, educa-tiva...), parece que nos tienta más de la cuenta. En palabras de una de las grandes autoras de la literatura infantil: La literatura infantil no es una píldora pedagógica envuelta en papel de letras, sino literatura, es decir, mundo transformado en lenguaje (Chris-tine Nöstlinger).

• Literatuta infantil y juvenil no es la que se escribe para niños, sino la que los niños hacen suya. Hay libros que no se escribie-ron para niños, pero que los niños de diversas generaciones se han apropiado: Verne, Dumas, Poe, Dickens, London, Asimov... Y hay muchos libros que se escribieron para niños y jóvenes que los niños y los jóvenes no tienen ningún interés en leer y que, si leen, olvidan rápidamente.

Y es bonito, porque esta última reflexión ha generado una nueva pregunta, parecida a la que dio pie a esta entrada, pero no igual. Y es: ¿qué tienen los libros que los niños y los jóvenes hacen suyos? ¿Cuáles son “los ingredientes”?

Literatura infantil y juvenil

es la que también pueden leer los

niños y los jóvenes.

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Solo para empezar a pensar (esto deberá ser materia de otro post), sin duda, una de las claves la tendrá la palabra “autenticidad”. Y quizá, también, la palabra “conmover”, en su sentido más literal: “moverse (interiormente) con” alguien o algo. Pero faltan otras, sí. Faltan.

Otro hilo del que podemos ir tirando.

En el año 2010 todos estábamos aquí. Ha pasado un lus-tro y Elsa nos dejó sin dar respuesta a la pregunta ¿qué es la literatura infantil y juvenil? Tal vez ahora sí lo sepa. Incluso pueda dividir esa respuesta en dos: infantil y ju-venil. Creo que pasará otro lustro, que Dumas, Dickens, Verne, Dahl seguirán siendo fascinantes y seguiremos intentando, desde aquí, argumentar respuestas que pue-dan ser titulares de periódicos. Pero me temo que la LIJ siempre será suplente de prensa. Una pena. Sí. Ellos se lo pierden.

Daniel Nesquens (escritor)

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Literatura y tecnología9 junio de 2010

Es probable que se trate de una percepción muy subjetiva, pero a me-nudo tengo la sensación de que hay un cierto divorcio entre litera-tura y tecnología.

Y no me refiero a lo que opinan los escritores o los editores sobre el libro electrónico (que debe de ser la pregunta más respondida en lo que llevamos de año), ni a quién tiene o quién utilizaría un e-reader ni quién tiene perfil en Facebook o se comunica con los lectores a través de un blog o de un foro.

Ni siquiera me refiero a quién ve el interés de que su obra esté en formato electrónico. Al final, parece que el tema queda reducido a poner en otro formato lo que ya está impreso y a discutir si los royalties esto y aquello y si los derechos de autor lo otro y la pirate-ría lo de más allá.

Me refiero, concretamente, al divorcio que parece haber entre tecnología y creación literaria: como si la declaración de tecno-fobia fuese casi un componente obligado para tener alguna posibi-lidad de ser considerado un autor de peso.

A autores y a editores nos toca (por suerte) reflexionar sobre las posibilidades creativas que abren estas tecnologías. Y quizá me equi-voque, pero no tengo la sensación de que esa reflexión se esté pro-duciendo aquí, entre nosotros.

Desde luego, no suele haber autores en las múltiples jornadas so-bre libro electrónico que se están celebrando desde hace ya tiempo, y si los hay, es entre el público, no entre los ponentes. Los temas que se tratan (solo hay que mirar el programa de un par de congresos o jor-nadas sobre el tema) tienen que ver, normalmente, con el negocio, con la tecnología, con las telecomunicaciones, con los intermedia-rios, con los derechos e incluso con los lectores... Con todo, excepto con la obra literaria en cuanto tal y con la persona que la crea.

Buscando por ahí, y aparte de algunas iniciativas curiosas (como por ejemplo, la de Penguin de 2008), parece que solo existiera el hipertexto como posibilidad creativa en la web. O al menos, como elemento de reflexión y análisis de los estudiosos de la literatura en la web.

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Y sin embargo, cada formato, cada “apara-tito”, trae consigo unas nuevas posibilidades creativas que deberíamos explorar. Algún ejemplo al que merece la pena dedicar un tiempo de reflexión: • ¿Qué posibilidades creativas genera el

hecho de que la mayoría de los lectores potenciales lleven encima, permanen-temente, un dispositivo móvil que le permite, además de hablar por teléfono, recibir mensajes, leer, y a menudo y cada vez más, escuchar música y hacer casi lo mismo que con un ordenador?

• ¿Quéposibilidadespodría tener el hechodeque lawebper-mita la interacción entre diferentes lenguajes creativos? El Vook es solo una posibilidad, quizá la más evidente, pero no es la única.

• Mássencillo:¿quéposibilidadeshayenelhechodequeelpapel y la web puedan complementarse entre sí?

• Y más cercano: ¿qué puertas abre a la creación una herra-mienta que permite tocar la pantalla y acercar y ampliar lo que estás viendo, como ya tienen el iPhone o el iPad, y que gente como Scott McCloud lleva años explotando en otro terreno creativo como es el cómic (merece la pena analizar el partido que le saca al lienzo continuo en que se convierte la pantalla del ordenador)?

• ¿Qué posibilidades para la creación literaria (y no digamospara la promoción y el marketing, pero en ese campo sí hay más iniciativas innovadoras) nos proporcionan las herramien-tas de la llamada web social?

• Incluso,¿quéposibilidadespodríasuponerunaredefinición del papel del lector gracias a las posibilidades anteriores?

No pretendo, ni mucho menos, que en todas ellas haya fórmulas válidas o perdurables, pero si hay alguna, hay que descubrirla in-tentándolo.

Por otro lado, estemos seguros de que intentarse, se va a intentar: algunos, como Penguin o los que se inventaron el Vook, ya lo están haciendo y otros, como estos, lo intentarán dentro de nada.

Cada ‘aparatito’, trae consigo unas nuevas posibilidades creativas que deberíamos explorar.

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Pero me da pena que esa literatura la vayan a hacer las personas que saben de tecnología, no de creación literaria. Son los autores que hoy escriben y lo hacen bien los que tienen que empezar a an-dar el camino. Solo así lograremos buenas novelas concebidas desde el principio para posibilidades creativas nuevas.

Y somos los editores de hoy los que tenemos que apoyar e in-cluso liderar ese proceso: explorar, ver más allá, mostrar posibili-dades, apoyar en las dificultades, proporcionar herramientas y lo-gística... Solo así podremos hacer evolucionar este oficio, aportando lo que siempre hemos aportado.

¿Te vienes?

En esta entrada, una vez más, Elsa nos invita a una refle-xión pionera desde su ilusión por el futuro. Tuve la suerte de compartir con ella interesantes reuniones en las que imaginábamos lo que el mundo digital puede aportar a la literatura infantil en cuanto a los contenidos, el marke-ting y la comercialización. Elsa disfrutaba inventando el futuro, imaginando cómo hacer avanzar los contenidos hacia las “nuevas literaturas” y cómo trabajar la lectura en el aula con los nativos digitales. “Por convicción y por responsabilidad, nos toca a los editores y a los autores liderar esta reflexión, y si no serán otros agentes quie-nes lo hagan”. Elsa, con su prodigiosa claridad intelectual, nos ha aportado sus buenas ideas para impulsar lo que a ella le apasionaba: hacer más y mejores lectores, ahora y en el futuro. ¡Gracias, Elsa!

Lines Carretero (directora de negocio LIJ, SM)

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LIJ y desarrollo27 junio de 2010

El otro día me hablaban del “dilema del desarrollo”: algo así como que todo sistema en desarrollo se debate entre el impulso transfor-mador y el impulso conservador. Y hay que hacer caso a los dos: si no te conservas, te mueres; si no te transformas, te estancas. Si solo te conservas, te agostas y puede ocurrir que te quedes bo-queando en el barro en lugar de saltar a la charca en la que todavía queda agua. Si solo te transformas, estallas en fuegos artificiales, pero ahí acaba todo.

Parece ser que antes, la psicología del desarrollo consideraba que en todos los seres vivos había una etapa de desarrollo y una etapa de declive. Pero que la psicología del desarrollo moderna, en el llamado “enfoque de ciclo vital”, considera que en realidad hay un desarro-llo constante: a medida que desaparecen ciertos recursos, aparecen otros nuevos en otros lugares. Cuando algo se agota, otro algo cam-bia a mejor. Por tanto, si alguien siente que a su alrededor todo se agota, es porque está dando la espalda a la parte de la realidad que se está transformando para bien.

¿Y qué tiene que ver todo esto con la LIJ y con la edición? Pues que según escuchaba esto que me contaban, pensaba que a veces me ocurre que leo o escucho a personas que afirman que el sector es un desastre y que todo está cada vez peor (que los niños no leen; que lo que leen no es literatura; que las editoriales publican solo para vender; que lo que se publica no tiene calidad; que la labor de los

Ilustración de Ainoa Astudillo Aguiar

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editores no responde a un verdadero compromiso con la literatura; que el mar-keting lo puede todo; que los libros que leen los niños no merecen la pena; que la literatura infantil es utilitaria....). Y ese mismo día leo o escucho a otras perso-nas que consideran que estamos en una etapa maravillosa (que cada vez hay más

lectores; que cada vez importa más la lectura a la sociedad; que se publican muy buenos libros y hay donde elegir; que el sector está muy profesionalizado; que hay muchas posibilidades en la extensión de los nuevos medios; que hay una literatura que aporta una visión profunda sobre el mundo; que hay muchos caminos por abrir; que todo esto merece la pena…).

Y me planteaba que, aunque cueste creerlo, todos viven en la misma realidad. Pero que, efectivamente, unos ponen sus ojos en la parte que se agosta, y otros, en la parte que brota en dirección al sol.

Y pensaba también que tener el dilema del desarrollo como guía puede ser una buena idea para el trabajo diario: en cada plan edito-rial plantearnos ¿qué libros voy a publicar, qué proyectos voy a po-ner en marcha para hacer aquello en lo que creo y poder seguir haciéndolo el año que viene?

Eso sí, sin perder de vista lo del ciclo vital: cuando una parte se agota, otra parte se está transformando en algo mejor.

El declive no existe: todo es desarrollo.

La impronta profesional de Elsa se extiende entre quie-nes han trabajado con ella abocándolos a debates tan cons-tructivos como extenuantes en los que prácticamente todo es susceptible de una última (o penúltima) vuelta de tuerca. La dialéctica es eterna y constante, como la que plasma LIJ y desarrollo. Esta y otras muchas de sus notas revelan por qué en su trabajo exigía eso: para ella, la edi-ción era un compromiso personal con la cultura, la socie-dad y los adultos del mañana, y ese compromiso no admi-tía medias tintas y sí mucha discusión.

Paloma Ferrer (editora)

Si no te conservas, te mueres; si no te transformas,

te estancas.

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Hechos de lectura4 julio de 2010

Cuando uno observa lo que publican las editoriales, enseguida queda claro que hay diversas actitudes hacia la edición (también hacia la creación, pero de eso que hablen los autores): publicar lo que uno quiere, lo que le gusta, lo que le parece que merece ser publi-cado, lo que sirve a sus intereses, lo que vende bien, lo que puede transformar a más lectores, lo que da mayor visibilidad social…

Yo, personalmente, tengo claro que los bienes que yo produzco no son libros, sino “hechos de lectura” significativos. Y no hechos de lectura en cualquier persona, sino en el público al que me dirijo: los chavales. Que un adulto me diga que un libro que yo decidí publi-car le ha gustado (conmovido, transformado, impactado), me hace gracia. Que me lo diga un chaval me llena de orgullo.

Para no confundirnos, definamos qué entendemos por hechos de lectura. Hecho de lectura es conseguir que un chaval se entere de que el libro existe; es que quiera leerlo; es que lo empiece y no quiera dejarlo; es que, de esa lectura, salga transformado en mayor o me-nor medida (o sea, que su visión del mundo se haya ampliado, que se haya hecho preguntas, que lo leído le haya conmovido —perturbado, inquietado, alterado—, que se haya replanteado su actitud ante las cosas…); es que quiera que otros como él lo lean, y por tanto, lo cuente, lo recomiende, lo preste; es que, al terminarlo, quiera más libros como ese; es, en fin, que la experiencia de esa lectura anide en

Ilustración de Daniel Cruz

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su cerebro y se quede allí como una lectura que conformó de alguna manera su visión de las cosas.

Sin hechos de lectura, la tarea del editor (también la del autor, y la del mediador, ya sea profesor, bibliotecario o recomendador de cual-quier tipo) queda flotando en el vacío.

Probablemente ya lo he escrito en más ocasiones y probable-mente esta no será la última: un libro que se queda en las estanterías, por muy maravilloso que nos parezca, por muy estupenda que sea la edición, por muy transformador que sea su contenido, por mucho que refleje con honestidad el mundo literario del autor, por muy buenas críticas que reciba por parte del “mundillo”…, no tiene nin-guna oportunidad de impactar en el lector, de modificar, aunque sea un poco, su mundo.

Habrá quien diga que no importa, porque su objetivo primordial no es llegar al lector, sino publicar buenos libros de los que sentirse orgulloso como editor. O libros comprometidos con esta o aquella causa. O libros esteticistas que pretenden formar el gusto del lector y que merezcan el favor de la crítica, al margen de si al lector le llega a interesar o no. Vale.

Pero mi finalidad no es hacer libros. Mi finalidad es conseguir hechos de lectura. Ahora es haciendo milhojas con pasta de madera. Más adelante, veremos.

Por eso, cuando veo que un libro tiene muy buenas ventas, me alegro, pero todavía me queda la duda de si se han producido hechos de lectura o no. Pero cuando veo un libro usadísimo en una biblioteca, macha-cado de haber pasado por muchas mochilas, con manchas de bocadillos de varias gene-

raciones, con las hojas dobladas en un montón de páginas... enton-ces sí, entonces no me queda duda de que el libro ha cumplido su misión. Y yo, también.

Es verdad, Elsa, que el mayor premio, la meta soñada para cualquier autor, editor, profesor o mediador es conseguir “hechos de lectura” significativos, tal y cómo tú los describes. Hechos de lectura que transformen al

Pero mi finalidad no es hacer libros.

Mi finalidad es conseguir hechos

de lectura.

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lector en mayor o menor medida, “y que la experiencia de esa lectura anide en su cerebro y se quede allí como una lectura que conformó de alguna manera su visión de las cosas”. Es lo que con otras palabras, y en distintos ámbitos pero en el mismo sentido, apuntaban Bertolt Brecht, Antón Chéjov y algunos otros teóricos de la libe-ración y la catarsis a través de la lectura, la escritura, el teatro o el arte. Todos los autores, editores, creadores, maestros y mediadores deberían tener conciencia de que interactúan en nuestro mundo como transformadores o perpetuadores, motores o resistencias, vanguardia o freno, y son responsables también, por acción o por omi-sión, de los cambios o parálisis que suceden en la con-ciencia de los lectores y en la historia del mundo.

Enrique Páez (escritor)

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60 Literatura “suficientemente buena”18 septiembre de 2010

Hace apenas una semana se celebró el 32 Congreso del IBBY en San-tiago de Compostela y, como en casi todos los congresos, encuentros y charlas del sector, uno de los temas que más se repiten es que hay que ofrecer a los niños “buena literatura”.

Creo que todos, sin excepción, estamos de acuerdo en esto. Así que definamos qué es literatura de buena calidad.

Lo malo es que no existe una norma ISO que establezca sin ambi-güedades qué es la calidad literaria, así que cada vez que alguien juzga un libro como “muy bueno” o “muy malo”, en realidad no hace mucho más que contarnos cuáles son sus propios gustos.

Todos estaríamos de acuerdo, claro, en que una buena novela debe estar bien construida, tener una trama inteligente e interesante, con personajes verosímiles, estar escrita con un lenguaje rico y cuidado, reflejar una visión del mundo, tener ambición en cuanto a los men-sajes que implícita o explícitamente vehicula, ser capaz de mantener la atención del lector, incitándole a pasar cada página... ¿Pero cómo de importante es cada uno de estos factores en relación con los de-más? Y ¿cómo “medimos objetivamente” cada uno de ellos?

La calidad literaria es completamente intersubjetiva. Lo que unos consideran una buena construcción, para otros es mediocre; lo que a unos les parece inteligente e interesante, a otros les aburre; cuando unos se identifican plenamente con unos personajes, otros los sienten de cartón piedra; lo que para unos es lenguaje rico y cui-dado, para otros es pedantería ininteligible; los mensajes o la visión

Ilustración de Lluís Farré

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del mundo que unos reciben como edificantes, para otros son secta-rios y poco recomendables...

¿Por qué? Probablemente, porque cada uno evalúa la supuesta ca-lidad literaria de un libro desde su propia agenda, con sus propias metas prioritarias: la riqueza del lenguaje, el argumento, el mensaje implícito...

Yo, personalmente, creo en una LIJ, en una literatura en general, que sea capaz de enriquecer al lector, de transformar, de alguna manera, su vida y su visión del mundo. Para mí un buen libro es, más que otra cosa, el que consigue este fin. Si lo hace, cualquier otro pe-cado me parecerá venial.

Quizás por eso es que, tras oír la expresión “calidad literaria” en diversas ponencias, se me vino a la cabeza un concepto (del pediatra Winnicott) del que me hablaban no hace mu-cho: el de la “madre suficientemente buena”.

La madre “suficientemente buena” (un poco como la “literatura suficientemente buena”) sería aquella que no aspira a la perfección, sino que es consciente de sus límites y acepta sus equivocaciones, y gracias a ello, es capaz de proporcionar al niño un entorno adecuado para su óptimo desarrollo.

Así que quizá la LIJ que aporta al niño lo que necesita (concentra-ción en la lectura, evasión, conocimiento de otras realidades, entre-tenimiento, compromiso, impulso transformador, diversión…) no es necesariamente una literatura de magnífica calidad literaria, sino una literatura “suficientemente buena”.

Sobre todo, teniendo en cuenta (y esto merecería un estudio más en profundidad) que los libros que interesan a los niños y a los jóve-nes, los que más ayudan a construir su personalidad o su futuro como lectores, a menudo no son necesariamente los calificados como más literarios o los reconocidos por la crítica como “mejores” artís-ticamente hablando.

Supongo que al final, tu postura sobre este tema dependerá de cuál consideres que es el fin de la LIJ (dicho de otra forma, para qué diablos te has metido en esto). Una vez que uno tiene un fin, todo lo demás no pasa de ser un medio.

Es capaz de proporcionar al niño un entorno adecuado para su óptimo desarrollo.

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Habla Elsa en este post de la “literatura suficientemente buena”, y tras las relativizaciones de rigor en una per-sona tan lúcida como ella, termina por decir que ella cree en una LIJ, y en una literatura en general, que sea capaz de enriquecer al lector. Y de manera nada casual, lo rela-ciona en el párrafo siguiente con el concepto de “madre lo suficientemente buena”.Cada uno tenemos una manera de relacionarnos con el mundo, un punto de partida. Unos abrazan. Otros muer-den. Los hay que se esconden, que se pavonean, que se ríen; los hay que construyen. Elsa, creo yo, miraba el mundo entero como una madre; una madre que quería hacernos crecer a todos, ya fuera dándonos buenos libros, conven-ciéndonos de las bondades de mejunjes de aspecto indes-criptible o explicándonos cómo hacer una tortilla de pa-tata de verdad (bueno, no: esa se hacía sola, según ella). Elsa, menudita por fuera pero no por dentro, intentaba cada día abrazarnos a los que la rodeábamos y, en última instancia, al mundo entero. Y como no podía tener unos brazos tan largos, utilizaba los libros que publicaba a modo de extensiones. Era una tarea imposible, pero ella lo sa-bía desde el principio; no quería ser perfecta, solo sufi-cientemente buena.

Xohana Bastida (editora)

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Se busca premio12 octubre de 2010

Después de verano se ha cerrado el plazo de presentación de origi-nales de varios premios de LIJ, y al hilo de esto hablábamos el otro día varios colegas acerca del proceso de “búsqueda y captura” de originales candidatos a ganadores de un premio de estas caracterís-ticas. ¿Qué se busca cuando se busca un premio?, nos preguntá-bamos.

Evidentemente, la respuesta no es única: la prueba es que un mismo original puede pasar desapercibido en un concurso y resul-tar vencedor en otro.

Aunque la respuesta que, casi seguro, se nos viene primero a la cabeza es que un premio debe ganarlo la mejor novela de las que se hayan presentado.

Sí, ¿no?En eso podríamos estar todos (o casi) de acuerdo. Pero ¿y si pro-

fundizamos un poco?¿La mejor? La mejor ¿quiere decir la mejor escrita formalmente

hablando? ¿O la que presenta un vocabulario más rico? ¿O la de tra- ma mejor construida? ¿Quizá la que presenta la visión del mundo más “edificante”? ¿La mejor en cuanto al dibujo de personajes? ¿O la que mejor se adapta a un público infantil?

Como parece que por aquí nos metemos en un callejón sin mucha salida, quizá nos convenga llegar a un compromiso diciendo que debe

Ilustración de Víctor García

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ganar la que mejor equilibre todos esos factores: suficientemente buena escritura, suficientemente buena trama, suficientemente buena construcción, suficientemente buen dibujo de los personajes, sufi-cientemente buen vocabulario, suficientemente buena adaptación al público al que se dirige…

Lo malo de tanto equilibrio es que casi siempre se traduce en una medianía que termina convirtiendo una novela en mediocre.

Así pues, tras un rato de charla, continuamos casi igual que al prin-cipio, porque otras respuestas, como “la que el jurado considere la mejor”, “la más original” o “la menos mala”… se revelan enseguida como igualmente endebles o discutibles.

Así que, dado que, en el fondo, la pregunta subyacente es qué se le pide a la novela ganadora de un premio cuando se forma parte de un jurado, quizá lo mejor sea dejar la charla y pasar a la intros-pección, que seguro que nos lleva a conclusiones muy subjetivas, pero conclusiones al fin y al cabo.

Está claro que a la novela ganadora se le pide que sea “suficiente-mente buena”, y perdón por la autocita. Está claro que esta es una condición necesaria, pero sin duda, no suficiente. Así que debe de

haber algo más para que una sea la pre-miada. Algo que la hace destacar sobre las demás, algo que la diferencia del resto, que la eleva y que, de una forma u otra, cautiva al lector. Ese algo más funciona, al final, como una especie de bandera que la novela agita delante de tus ojos, ¿En qué consiste esa bandera? Pues, pensándolo bien, en algo que desafíe y desequilibre ese concepto tan plano de lo “suficientemente bueno”: estamos hablando de cierta desmesura, de un exceso deliberado en alguno de los in-gredientes: una visión del mundo diferente, rompedora y sorprendente; un tema que sale de lo normal y, por tanto, descoloca; una escritura tan rica y cuidada que casi resul ta un desperdicio; una estructura re-tadora y compleja…

Cualquier cosa, al fin y al cabo, que reviente las expectativas.

Algo que la hace destacar sobre

las demás, algo que la diferencia

del resto, que la eleva

y que, de alguna forma, cautiva

al lector.

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Como no me atrevería a hacerlo con los premios de otros jurados, pruebo a hacer el ejercicio con algunos de los títulos que han resul-tado premiados en jurados de los que yo he formado parte.

Por ejemplo, recuerdo cómo sorprende el tratamiento de la mú-sica como tema en El síndrome Mozart (premio Gran Angular 2003), de Gonzalo Moure, pero también lo chocante de la estructura, que intercala la primera y la tercera persona en la narración.

O, por ejemplo, la sensación de incredulidad por el atrevimiento formal y temático de Calvina, de Carlo Frabetti (premio El Barco de Vapor 2007)

O la brillantez lingüística y la ternura desbordada de El salvaje, de Antoni Garcia Llorca (premio Gran Angular 2009), o el posiciona-miento ideológico que supone Ojo de Nube, de Ricardo Gómez (pre-mio El Barco de Vapor 2006), el fresco sentido del humor de Se vende mamá, de Care Santos (premio El Barco de Vapor 2009), o la magní-fica construcción de la trama de Donde surgen las sombras, de David Lozano (premio Gran Angular 2006), por citar solo algunos de los que tengo un perfecto recuerdo de los motivos que los llevaron a ga-nar el premio.

En el fondo, se trata de eso: las novelas que dejan huella, que sig-nifican algo para nosotros (y un jurado que otorga un premio aspira a eso, a premiar una novela que sea significativa para los niños y jó-venes que la lean), son novelas que destacan por algo, que desarro-llan al menos uno de sus rasgos de una forma casi excesiva y que podría parecer innecesaria.

Normalmente no somos capaces de recordar todos los ingredien-tes de una novela, sino solo un rasgo, aquel que pasó a ser EL rasgo característico de esa novela: el humor, un personaje inolvidable, una trama especialmente bien trabada, la mirada del autor...

Porque gracias a ese rasgo concreto y desmesurado, una novela se distancia de todas las demás, se instala en nuestro cerebro y deja allí una huella que representa todo lo que nos aportó la lectura de esa novela.

Suerte con la búsqueda a todos los premios. Y, por supuesto, suerte a todos los presentados.

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Buenas y malas razones para ser editor de LIJ24 abril de 2011

A raíz de la publicación de este blog han sido varias las personas que se han dirigido a mí para preguntarme qué deberían hacer (cómo prepararse, qué estudiar...) para ser editores de literatura infantil y juvenil. Probablemente la respuesta que esperaban tenía que ver con que es bueno estudiar esta u otra licenciatura, aquel u otro más-ter, saber determinados idiomas, hacer cursos de corrección, de es-tilo... y, por supuesto, leer mucho.

Pero, según pensaba en la obviedad de esta respuesta, constataba que las preguntas verdaderamente importantes tienen que ver con por qué y para qué quiere uno ser editor de LIJ (y de hecho, estaría bien preguntárselo para cualquier profesión u oficio).

Así que, para ir despejando el camino, podríamos clasificar los motivos en dos grupos bien sencillos: razones inadecuadas para que-rer ser editor de LIJ y razones adecuadas para querer serlo... Porque si uno se hace editor de LIJ por las razones equivocadas, tiene la frus-tración asegurada. Claro está que, de todos modos, entrar en esto por las razones adecuadas tampoco garantiza la felicidad.

Algunas razones inadecuadas para hacerse editor de LIJ:

•Desdeluego,unarazóndelomásinadecuada(aunquedudoquenadie quiera ser editor de LIJ por este motivo), sería la bús-queda de fama o reconocimiento. ¿Qué nombre de un editor

Ilustración de Fran Collado

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de LIJ se le viene a la cabeza, así en espontáneo, incluso al crí-tico más dedicado o al estudioso más serio del tema? Ninguno. Y si preguntáramos a profesores, padres, lectores... tendre-mos suerte si son capaces de dar el nombre de algún autor y, como mucho, de una editorial. Si quieres ser reconocido, casi móntate un blog, un foro, un perfil de Twitter o una página de Facebook sobre el tema, y al menos podrás aspirar a algo del conocimiento que da la presencia en los medios digitales: seguramente conseguirás bastante gente que lo lea con interés y que incluso llegue a enterarse de quién eres.

•Otrarazónmuypocoacertadaparameterseenesto(perocreoque nadie tendrá ninguna duda al respecto) es el dinero: si tie-nes suerte, te dará para vivir dignamente, y si no, ya conoces el chiste: “–¿En qué se diferencian un editor de LIJ y una pizza tamaño gigante? –En que la pizza gigante es capaz de dar de comer a una fami-lia de cinco miembros”.

•Desdeluego,esunaideamuypocoacertadahacerseeditordeLIJ buscando la puerta de entrada a la edición de adultos: puede que haya habido algún caso, pero muy pocos y por ca-sualidad. Esto no es el fútbol, que está organizado por divisio-nes y si entras en un equipo de tercera regional y eres bueno, te vienen a ver los ojeadores de los grandes equipos: ni hay ojeadores, ni hay una escalera clara de promoción para pasar de la LIJ a la edición de adultos... entre otras cosas porque la LIJ no es una “segunda división” de la literatura.

•Otrarazóndelomásinadecuada:hacerseeditor de LIJ porque lo que querrías es ser autor y piensas que podrías abrirte cami- no a ti mismo hacia la publicación, o que es una buena opción editar a otro autor en tanto te pones a escribir tu gran obra. Si quieres ser escritor, escribe; que ser editor consume mucha energía. Pretender ser autor y hacerse editor es como querer ser piloto y hacerte controlador aéreo. Son cosas relacionadas, pero muy diferentes.

Si quieres ser escritor, escribe; que ser editor consume mucha energía.

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•Tampocoesbuenaideameterseenestopensandoquequizáde ese modo compartirás un poco del glamour de los autores. Las fotos, si llegan, son del autor, y así tiene que ser. La tarea del editor es una tarea callada, a menudo poco reconocida (aunque hay autores maravillosos que comprenden y valoran enormemente esa división de tareas, esa colaboración cóm-plice con el editor). Y ahí es donde surge el verdadero disfrute del trabajo conjunto. Los buenos editores (y quiero pensar que muchos escritores también) disfrutan mucho en esa interac-ción y sienten una gran satisfacción al saber que cada parte hace su papel y que, como consecuencia, todo fluye como tiene que fluir. Y es en esa labor conjunta donde la obra mejora, y en-caja, y crece..., como crece cuando un buen ilustrador la toma en sus manos o un buen diseñador le da su forma definitiva. Pero el que da la cara es el autor, y donde tiene que quedarse el editor es en trastienda.

Así que vamos ahora con algunas buenas razones (que también las hay) para hacerse editor de LIJ.

•Laprimerarazón,yunadelasmásacertadas,esque te encante leer LIJ, porque si es así... ¡te vas a hartar! Eso sí, te tocará leer cosas buenas y otras no tan buenas, que también las hay. Pero incluso estas últimas las disfrutas, porque casi sin querer estás viendo lo que falla y en esa mirada crítica se disfruta y se aprende mucho. Y a la vez que lees, estás maquinando cómo y de qué manera se po-dría mejorar, cuál sería la mejor solución. Y de vez en cuando tienes el privilegio de ser de los prime-ros en leer una obra maravillosa, divertida, gam-berra, tierna, sensible, profunda, transgresora, cambiante... que justifica todas las demás.

•OtrarazónmuybuenaparahacerteeditordeLIJesquete gus-ten los libros en sentido amplio: no solo el contenido, la histo-ria, sino el libro como objeto físico: el formato, el tipo de papel, la encuadernación, la ilustración, la tipografía, el interlineado, los márgenes, la cubierta, las camisas, las guardas... hasta las hojas de cortesía. Y las múltiples y aún desconocidas formas que el libro del futuro puede llegar a tener, y que si te dedicas a esto, con un poco de suerte, ayudarás a definir.

La primera razón, y una

de las más acertadas, es

que te encante leer LIJ.

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•Otra:porquesientesqueeseprocesode mezclar el trabajo de diferentes profesionales tiene algo de alquimia, desde el autor que concibe y escribe la obra hasta el distribuidor o librero que la vende, el profesor que la prescribe en su aula, o los padres que la eligen para su hijo. El editor, por suerte para los que lo somos por vocación, tiene un papel central en esa química que tiene que darse entre tantos y tan capaces profesionales. Trata con el autor y le ayuda a ajustar el tono, el contenido... Seleccio- na, junto con el diseñador, al ilustrador más adecuado para esa obra y determina el tipo de ilustración. Colabora con el diseña-dor en la selección de la tipografía más adecuada, con los com-pañeros de fabricación valora el tipo de papel o incluso la téc-nica de impresión... Esa participación en la labor de tantas profesiones interesantes es altamente gratificante, te apropias un poco de cada uno de ellos. Y son tareas todas tan relaciona-das con el libro, que si de verdad te gustan los libros para niños, lo vas a pasar en grande.

•Otramás:porquevalorascomoungranprivilegiotratar con los autores, estar cerca de su proceso creativo. Asistir a la con-cepción y a la gestación de un libro para niños, caminar junto al autor y colaborar con él para que nada se tuerza y que el li-bro que él imaginó se convierta en un objeto físico, mejorado, amplificado en la medida de lo posible, es, realmente, una de las tareas más agradables e interesantes que uno puede imaginar si le gustan los libros para niños. Y los autores, a pesar de la fama que algunos puedan tener, son a menudo personas muy intere-santes, diferentes, especiales, cercanas, afectivas, cariñosas...

•Sin duda, una de las mejores razones que uno puede tenerpara hacerse editor de LIJ, es que tiene el convencimiento de que la literatura es la mejor arma de la que disponemos para llegar a los niños, para ampliar sus horizontes culturales y per-sonales. La literatura para niños es una contribución, puede que modesta frente a otras formas culturales de más proyec-ción social (cine, televisión, medios de comunicación en gene-ral), pero al fin y al cabo, es una forma de depositar un voto muy concreto en la gran urna que es la cultura, un voto por un futuro en el que crees y por el que quieres trabajar.

•Porúltimo,unarazónindiscutiblementeacertadaparadedi-carte a esto de la edición de LIJ es que en el fondo eres un friki

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de la LIJ y lo sabes, y lees todo lo que cae en tus manos, y lees durante la jornada laboral, y ojeas las novedades si pasas por una librería, y no puedes evitar echarle un vistazo a ese libro que tu hijo ha tenido un rato antes entre sus manos, y si pue-des, te duermes leyendo un libro para niños o un manuscrito. Y lo disfrutas como un tonto. Si te pasa eso, entonces una edi-torial de LIJ será el paraíso para ti.

Así que, pensándolo bien, no te dediques a esto si no sientes verdadera pasión por los libros, por la educación, por los niños… Es un trabajo precioso, pero merece la pena que lo haga alguien que de verdad lo disfrute.

Me encanta esta cita de Indira Gandhi:Un día mi abuelo me dijo que hay dos tipos de personas: las que tra-

bajan y las que buscan el mérito. Me dijo que tratara de estar siempre en el primer grupo: ahí es donde iba a encontrarme con menos compe-tencia.

Y siempre he creído que el caso se aplica muy bien a la edición de LIJ: vente si te apetece formar parte de ese primer grupo. Pero, sobre todo, vente para disfrutarlo.

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Acerca de “Nada”18 mayo de 2011

Hace más de un par de meses que leí esta novela de la autora danesa Janne Teller, y desde que leí la cuarta de cubierta, tuve claro que es-cribiría una entrada sobre ella. Pero he necesitado todo este tiempo para elaborar mi posición con respecto a ella. Y mientras empiezo a escribir, todavía no sé si la tengo clara del todo.

Y no tanto por la polémica que ha ido generando en los países en los que se ha publicado, donde ha recibido los premios más impor-tantes y ha sido prohibida en muchos centros escolares casi a la vez. Sino porque realmente me ha hecho plantearme qué entendemos por novela juvenil escritores, editores y prescriptores en general.

Yo creía que tenía más o menos claro qué atributos tiene que te-ner una novela para ser considerada como juvenil. Y la esperanza, mostrar una luz al final del túnel, era uno de los que creía casi ina-movibles. Por muy duro que sea un tema, pensaba que un niño, un joven, se merece que le transmitamos que la realidad se puede cam-biar, que siempre hay una salida transformadora. Quizá porque ese es uno de mis principios vitales.

Pero Nada rompe esta premisa y aun así, o quizá justamente por-que la rompe, es una novela juvenil. Porque es una novela que desa-sosiega, que viene a decir que, tras el intento de un grupo de jóve-nes de encontrar el sentido de la vida, no queda otra que marcharse cada uno a su casa, a crecer, a hacerse un adulto y a convivir con sus contradicciones y sus indignidades, como hacemos todos. ¿Realista?

Ilustración de José Luis Navarro

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Ojalá no. Querría creer que es voluntad literaria de su autora, o in-cluso un final no del todo afortunado, un final al que podría haber sacado más partido.

¿Le daría esta novela a un adolescente? ¿La hubiera publicado como editora de LIJ? ¿Se la daré a leer a mis hijos?

La verdad es que no tengo la respuesta a estas preguntas. Pero o escribía esta entrada ya, o me quedaba atascada en ella. Para los que no la hayáis leído y queráis entender un poco más este post, este artículo en Público, que resume la novela y su trayectoria, puede ser de utilidad.

La cuestión es ¿qué es novela juvenil?, ¿qué debería ser? Entre Nada y Perdona pero quiero casarme contigo, yo me quedo con Nada, eso seguro. Pero ¿y un adolescente? ¿Habrá una tercera (o una cuarta, o una quinta) vía…?

Como suele ocurrir muy a menudo, las respuestas vienen si uno está atento. Mientras dejaba reposar este post antes de darle al bo-tón Publicar, he visto el vídeo de campaña de IU, basado en el texto Nuestras manos, de Eduardo Galeano: “La realidad es real porque nos invita a cambiarla y no porque nos obliga a aceptarla. Ella abre espa-cios de libertad y no necesariamente nos encierra en las jaulas de la fa-talidad. La realidad es un desafío, no estamos condenados a elegir entre lo mismo y lo mismo”.

A mí me vale como respuesta, para la novela juvenil y para mi vida.

Quizá si Janne Teller hubiera conocido este texto, el final de su no-vela hubiera sido otro. Y sí, ahora sé que se la daré a leer a mis hijos cuando crezcan un poco, pero antes me aseguraré de que hayan leído e interiorizado el texto de Galeano. Porque si la desesperanza es algo que se han de encontrar en la vida, no veo qué sentido tiene impedir que se la encuentren en un libro. Pero que lo hagan con el antídoto en la mano.

Coser hijos con luz y libros con palabras de mercadillo y escuela. “Nada” y en un momentito dejamos las lente-jas al fuego, que ya sabes que tengo el programador de tiempo. Porque no hay un camino exacto, claro, no, no lo hay, pero hay que andar. Es verdad. Sí. Calle arriba y ca-lle abajo las dos, tan sonrientes.

Nadia Aguiar (maestra)

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El cuento del cuento sobre el que saltó Internet en un callejón muy oscuro21 mayo de 2011

Un pajarito me ha contado la siguiente historia:

Érase una vez un señor llamado Adam Mansbach al que se le ocurrió un texto precioso para un álbum ilustrado. Un texto con una mezcla deliciosamente paradójica entre deslengüez y ternura. De esos que en realidad no son para leerles a los niños, sino para leer los papás solos (como muchos de los mejores álbumes ilustrados que se editan, por otra parte), pero una maravilla de todos modos.

Entonces, se le unió un señor que se llamaba Ricardo Cortés, que realizó unas ilustraciones de factura no tan brillante como el texto, pero que lo complementaban dignamente y le echaban encima otra capa de significado, que es al fin y al cabo lo menos que se puede exigir de una ilustración.

Entonces, se les unieron unas señoras y señores de la editorial Akashic Books, donde editaron y trataron texto e ilustraciones, prepararon la fabricación, y anunciaron la salida a librerías para el próximo 15 de junio. Amazon lo incluyó en su catálogo para empe-zar a admitir reservas.

Pero ocurrió algo no deseado, y totalmente inesperado, que echó por tierra los planes de autores y editorial: alguien filtró el PDF con una de las pruebas finales, y este corrió como la pólvora. Hoy, a un mes de su salida a librerías, miles de madres y padres estadouniden-ses ya saben cómo termina el libro, y se han pasado el PDF en forma viral, y lo leen gratuitamente en ordenadores, tabletas y smartphones.

¿Y qué va a pasar con las ventas del libro físico ahora que todo el mundo puede leerlo sin pagar un centavo?

Pues qué va a pasar: que lo van a petar :-). Hace al menos una semana, las reservas del libro alcanzaron el número 1 de la lista de 100 superventas de Amazon, y mientras escribo esto, ahí sigue. No sé cuántas reservas han obtenido, pero estoy segura de que la editorial va a tener que hacer tirar unos cuantos árboles más para hacer frente al inevitable replanteo de la tirada.

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No es el primer ejemplo de libro en el que la distribución gratuita en formato electrónico (legal o ilegal) tiene un efecto positivo sobre las ventas del libro físico. Tampoco es que vayamos a decir ahora que se haya consolidado una regla universal que siempre se cumple (seguro que no es así), de que regalar el libro en digital te va a hacer automáticamente vender más copias físicas. Pero desde luego, a ver si con esto, en la industria editorial nos acaba de entrar en la cabeza que la relación entre los conte-nidos digitales y la publicación tradicional no es necesariamente de canibalización.

(El libro, del que no tengo noticia de que ya haya traducción al caste-llano, se titula “Go the fuck to sleep”, y si queréis leerlo, no esperéis que os dé aquí el enlace, pero encontradlo por ahí, echadle un ojo, dis-frutadlo... y luego comprad el libro, claro. Aunque aviso: los que seáis mamás o papás lo entenderéis a un nivel que al resto de mortales les está vedado).

La relación entre los contenidos

digitales y la publicación

tradicional no es necesariamente de

canibalización.

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¿Tienen que tener sexo las novelas para jóvenes?31 mayo de 2011

Hace tiempo me encontré con una columna de Cory Doctorow titu-lada “Sexo adolescente” en la revista Locus. Y como el articulista es un conocido ilustrado digital, y además, escritor de LIJ, la verdad es que me ilusionó el título y el posible contenido. ¡Sí! Por fin alguien plantea el tema. “Esto yo no me lo pierdo”, pensé.

Pero cuando leí el artículo, la verdad es que me desilusioné, por-que en realidad es un texto dedicado a defender la inocuidad de la escena de sexo que aparece en su novela, Little Brother. ¡Qué pena!

Pero bueno, si tenemos que plantear una entrada con ese tema aquí, pues lo hacemos y ya está. Gracias, Cory, por la idea y el empujón.

Vamos allá entonces. ¿Tienen que tener sexo las novelas para jó-venes? La respuesta obvia es “depende”, claro. Pero también es la me-nos comprometida. La que nos deja, como autores, editores o pres-criptores, irnos de rositas.

¿Y si preguntáramos a los jóvenes, a los lectores? Probablemente, en ese caso la respuesta también sería muy obvia y muy previsible.

Vale, llegados a este punto, quizá deberíamos abrir un poco el foco. Porque sí, como título para un post es de lo más resultón (y ten-dríamos que plantearnos por qué, y si será por las mismas razones por las que el tema es atractivo para los lectores). Pero por lo mismo, un poco tramposo.

Ilustración de Felipe Samper

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Abramos foco, pues. ¿Tienen que tener muerte las novelas para jóvenes? ¿Tienen que tener engaño, traición, dolor? ¿Tienen que tener ideología los libros para jóvenes? ¿Trascendencia? ¿Entrega? ¿Posicionamiento político? ¿Deseos?

Y no vale volver a la respuesta fácil: “depende”, como decían las actrices de la época del destape, que se desnudaban “si lo exigía el guion”. ¿Sexo si lo exige el guion? ¿Traición, entrega, dolor, ideología trascendencia, deseos… si lo exige el guion?

Vida. Realidad. ¿Puede haber una novela juvenil (una novela, sin más), sin vida,

sin realidad, sin contradicción, sin cuestionamiento? ¿Sin…?Sí, claro que puede haberla (más de una y de dos hay por ahí). La

cuestión es si debería haberlas. Porque ¿a quién le interesan?Uno lee (al menos yo) si lo que lee le interesa, le concierne, si lo

que lee merece la pena. Y un joven más, que hay mucho bueno e inte-resante que descubrir ahí fuera cuando tienes esa edad. Y qué menos que sentirte implicado por lo que cuenta una historia si vas a dedi-carle unas cuantas horas de tu vida.

Así que, para mí, la respuesta es clarísi ma: sí, los libros para jóvenes tienen que tener sexo, y muerte, y entrega y deseos, y amor, y política y cuestionamiento moral y posicio-namiento político. No como reclamo facilón, pero, si tienen algo que ofrecer, incluso como reclamo facilón. Porque tienen que interesar, tienen que atraer, tienen que descubrir, mos-trar, conmover, formar, mostrar modelos, actitudes, puntos de vista. Y para ello han de llegar a las manos del lector.

Alguien dijo que toda historia es una es-pecie de vehículo de transporte: se crea para llevar a la audiencia desde un punto A hasta un punto B. Pero para que tu audiencia se suba voluntariamente a ese vehículo, para que “compre” la historia y suspenda volun-tariamente su incredulidad, debe sentirse concernida con lo que quieres contarles. Los mundos en los que nunca pasan cosas

Para mí, la respuesta

es clarísima: sí, los libros para

jóvenes tienen que tener sexo,

y muerte, y entrega y deseos, y amor,

y política y cuestionamiento

moral y posicionamiento

político.

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que pondrían incómodos a algunos padres (o prescriptores), o peor aún, en los que esas cosas pasan solo para que luego la mano invisi-ble del autor castigue ejemplarmente a los infractores (todo con-sumo de sustancias acaba en muerte, toda práctica sexual acaba en embarazo, etc.), destruyen la suspensión de incredulidad y hacen que los lectores se bajen en la siguiente parada. Con la de sitios inte-resantes a los que podríamos llevarlos.

Terencio ya dijo hace mucho tiempo aquello de “Soy humano y nada de lo humano me es ajeno”. ¿Por qué no nos lo aplicamos en la LIJ?

He oído susurrar a Elsa al volver a leer su blog. He leído sus palabras inteligentes, con las que no puedo estar más de acuerdo. He pasado con un escalofrío sobre la palabra “vida”. Hay quien cree que el sexo es lo contrario a la muerte. Hay quien cree que educar es censurar. Hay quien cree que editar para jóvenes es ejercer un control omnisciente. Elsa seguirá susurrándonos, por fortuna, a quienes nos dedicamos a esto. Seguirá llevándonos a lu-gares interesantes, aunque ella –qué pena– ya no pueda acompañarnos más que en susurros.

Care Santos (escritora)

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En respuesta a D. Gabriel14 junio de 2011

Hace poco Gabriel proponía, en un comentario, una entrada que aclarase cómo se puede conciliar la pasión y la vocación por la LIJ con el mundo, a veces nada idealista, de la empresa.

Cuando pienso en ello, lo que se me viene a la cabeza sin querer es: “¿Y cómo hacer que el amor sobreviva a muchos años de matri-monio?”. Ya sé que Gabriel no planteaba esa pregunta, pero quizá las respuestas están más cercanas de lo que parece.

Y es que, en ambos casos, para mí es básicamente una cuestión de voluntad. De querer, vamos. ¿Es siempre fácil? No, claro que no. Pero de lo que sí estoy segura es de que muchas delicias del amor no surgen, digan lo que digan, en los primeros seis meses de subi-dón (aunque las películas y muchas novelas quieran hacérnoslo creer); y muchos proyectos editoriales solo son posibles de llevar adelante con el apoyo económico y logístico de una empresa edito-rial fuerte.

Hacer la receta de esta conciliación no es fácil, pero sin duda, al-gunos de los ingredientes serían:

•Un poco de realismo, que las cosas son como son, y todos vivi-mos en la misma realidad y sabemos lo difíciles que son a ve-ces las cosas del amor y las de la empresa.

•Un poco de mala memoria, para olvidar ese gesto un poco frío o esa decisión comercial que parece excluir la literatura.

Ilustración de Estudio Fénix

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•Y otro poco de buena memoria, para recordar esos momentos tan gratos en los que sientes que todo es posible.

•Algo de compromiso, para continuar con un proyecto que te da mucho, al que ha contribuido mucha gente y en el que hay otros implicados.

•Un bastante de buena voluntad para reírte por enésima vez ante la misma broma, porque aunque parezca un libro más, siempre es un libro único.

Pero sobre todo:

•Porque te maravilla que esa persona increíble te mire con amor, y que esa empresa que hace años parecía inalcanzable aún te quiera pagar por tumbarte a leer novelas en el sofá.

•Porque le miras a los ojos / a las páginas y te sientes orgulloso de ver ahí un poco de ti.

•Porque tenerle cerca te alimenta. Porque cada libro, cada autor, cada lanzamiento, te da vida.

•Porque cuando ves las arruguitas que va teniendo alrededor de los ojos, sonríes con ternura, y porque cuando ves determi-nados libros te preguntas cómo te dejaste convencer para pu-blicar aquello… y sin embargo lo harías de nuevo.

•Porque te sorprendes esperando con mariposas en el estó-mago volver a ver al otro por la noche, y sigues esperando con la misma impaciencia la siguiente entrega de un manuscrito que va llegando con cuentagotas.

¿Que si merece la pena? Yo llevo veintidós años en el primer em-peño y diecisiete en el segundo, y mi respuesta es sí, rotundamente sí. ¿Voluntarioso? ¿Naíf? Probablemente. No pasa nada.

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¿Qué o cuántos? 18 septiembre de 2011

Esta es una cuestión que, inevitablemente, aparece cada cierto tiempo en la conversación con padres o colegas del sector de la edu-cación. Hay quien afirma que no es tan importante qué libros leen los niños, como cuántos. Es decir, cantidad frente a calidad. “Lo im-portante es que lean, lo que sea”, dicen algunas de estas personas. Y la verdad es que, aunque puedo entender las razones que llevan a alguien a hacer esa afirmación, la verdad es que no estoy del todo de acuerdo.

¿Diríamos lo mismo de los alimentos que ingieren los niños cuan- do son pequeños? Vale, es cierto que para que un niño sobreviva lo prioritario es que coma, lo que sea. Pero si se puede elegir, creo que cualquier padre o madre preferirá que su hijo crezca con los alimen-tos más sanos, elegidos entre los más adecuados para su edad o nece-sidades de desarrollo. E incluso, si me apuras, buscando, dentro de lo posible, aquellos que estén libres de pesticidas, de conservantes, de hormonas, de antibióticos, de exceso de metales pesados... ¿Sí o no?

Pues con los libros lo mismo. Y cuanto más pequeño sea el niño, más: que a los diez años a pocos niños les hace daño una hambur-guesa basura muy de vez en cuando (sobre todo si habitualmente toman comida sana), pero dudo que un peque de un año pudiera si-quiera digerirla. Que además, los alimentos llenos de antibióticos, de mercurio, de hormonas o de pesticidas, dejan su huella aunque no provoquen enfermedad inmediata. Y así, sin saberlo y posible-mente sin quererlo, estamos potenciando el sexismo, los estereoti-pos, el racismo y muchas otras actitudes que ningún padre o adulto prescriptor desearía para su hijo. Y encima, los adultos podemos ni damos cuenta, de momento, de lo que está pasando.

En cambio, a los niños les sientan estupendamente los libros car-gados de autorrespeto, de superación personal, de lealtad, de empa-tía, de un cierto inconformismo unido al sentido de la justicia... Como les sienta de maravilla la comida sin porquerías y, a poder ser, coci-nada con mucho amor.

Yo creo que, como adultos responsables, tenemos que buscar, en la medida de nuestras posibilidades, educar el gusto de nuestros niños cercanos, enseñarles a apreciar una buena comida, como un

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buen libro; enseñarles la base cultural en que se apoyan determi-nadas tradiciones culinarias o literarias; explicarles y enseñarles a distinguir por qué determinadas comidas (y determinados libros, o películas, o páginas de Internet, o personas...) no nos sientan bien, sin perjuicio de que sepan que no pasa nada por tomar comida basura un día concreto ni por leer un libro que entretiene aunque no aporta nada...

Es más, que comer esa comida o leer ese libro sirva para reflexio-nar juntos acerca de por qué pueden ser nocivos, que solo con de-cirlo no se construye nada. En resumen: buena comida y buenos libros.

“Y si hay algo que esté claro en esta dieta, es que el hom-bre precisa en primer lugar, como quien bebe agua, be-ber sueños”, escribió Álvaro Cunqueiro en 1963.Beber sueños como quien bebe agua, una verdad esencial para explicar la importancia de la lectura, de las pala-bras que nombran el mundo, de los textos que nos ayudan a entenderlo y a entendernos. En el hogar, en las aulas, en las bibliotecas... nuestro pa-pel es esencial. Somos las personas que desbrozamos los senderos precisos para el encuentro entre los niños y niñas y esos libros valiosos en los que late la vida. Qué esencial, la mediación. Si renunciamos a ella, el hueco que dejamos será pronto ocupado por los sucedáneos con que el mercado nos inunda. Libros en cuyo interior hay menos vida que en la desolada superficie de la Luna.

Agustín Fernández Paz (escritor)

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No es lo mismo23 septiembre de 2011

Mis hijos, que, como su madre, son devotos fans de Roald Dahl, se quedaron perplejos cuando oyeron el resumen que mi marido, otro devoto de este autor, me hacía de una entrada de Boing Boing. En ella se hace referencia a un artículo biográfico sobre el autor bri-tánico (en mi opinión bastante parcial, subjetiva y hasta un poco paranoica) en la que se le retrata como alguien odioso, maleducado, engreído, acosador, promiscuo, antisemita, misógino y unas cuantas lindezas más. O sea, como unos cuantos hombres más de ¿su época?

Al margen de que este tipo de valoraciones llevan implícita una visión del mundo personal y muy concreta, lo que me interesa no es si el biógrafo tiene razón, que vaya usted a saber, sino la reflexión familiar que siguió a aquellas declaraciones. ¿Cómo podía ser que uno de sus autores favoritos –expresaban las caritas de mis hijos–, que les hace reír, que les ofrece una perspectiva transgresora del mundo, que les atrapa y les enseña a ver la realidad desde otro án-gulo, fuera tan “malo”?

Ante su incredulidad, tuve que explicarles algo que no todos los adultos tienen claro, tampoco los que actúan como prescriptores de lecturas: que un autor solo debe ser juzgado (en tanto escritor) por lo que escribe, no por cómo vive su vida privada, ni por la ideología que defiende, ni por sus declaraciones en contextos ajenos a lo pura-mente literario. Además, como persona, es responsable de lo que hace, como cada uno de nosotros. Pero como persona, no como escritor.

Ilustración de Gustavo Otero

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Puede (no tengo datos para contrastarlo ni demasiado interés en hacerlo) que Dahl fuera lujurioso, mujeriego, machista y misógino, pero no encuentro nada de eso en sus libros (salvo haciendo una interpretación interesada, que deje de lado el humor y el contexto en que aparecen).

Vale, será cierto que, cuando se publicó Las brujas, algunos colec-tivos feministas se quejaron por el “contenido misógino” del libro. ¡Pero vamos a ver, compañeras! Que las brujas no son un trasunto de las mujeres en general, son brujas, malas malísimas y muy peli-grosas, y quien les planta cara es otra mujer, la abuela del protago-nista, honesta, fuerte, decidida, inteligente, comprometida, cariñosa... Que cada uno (o cada una) se identifique con quien considere. Pero este es otro tema.

Lo importante es diferenciar: o hablamos de literatura o habla-mos de conducta personal. Todos sabemos de grandes artistas que en lo personal eran abominables, pero eso no quita grandeza a su obra, aunque seamos muy libres de despreciarlos como personas.

Ayer vi a mi hijo, una vez más, con Matilda entre las manos. Puf, menos mal. Parece que él sí lo ha entendido.

Imagino a Ada, Ainoa y Al desconcertados... Siempre has tenido muy claro que los niños son más jóvenes, no menos inteligentes, y encontraste las palabras adecuadas.Pues claro que no es lo mismo, como no es lo mismo la LIJ sin ti…Hoy fantaseo sobre tu nueva mansión —tupida de verdes— y te veo abrazada, como siempre, a un nuevo proyecto, dispuesta a cambiar el mundo, ocupada en criar palomas blancas con mensajes de ánimo para todas, para todos… Nos quedan tus reflexiones en voz alta, en palabras que son marea entusiasta y sabia; dispuesta a lavar todo lo sucio que se acerque a la LIJ, por eso nunca serás ceniza en mi corazón. Gracias, querida, entrañable y exigente editora. Elsa, mi amiga, mi “niña”, como tú me decías...

Fina Casalderrey (escritora)

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Reivindicación del oficio3 octubre de 2011

Vale, es verdad que no es fácil explicar qué es un editor ni en qué consiste su (nuestro) trabajo, pero no deja de sorprenderme hasta qué punto algunos desconocen esta tarea e incluso la utilizan como arma arrojadiza contra el propio autor.

Me permito volver al artículo biográfico sobre Dahl que comen-taba en la entrada anterior. El autor de ese artículo “denuncia” como si fuera algo denigrante lo que para mí, como editora, es “lo que debe ser”. Cito y comento:

Dahl’s editor Stephen Roxburgh completely revised Dahl’s last novel and, in doing so, turned it into his most popular book.

Pues bien por el editor, que hizo lo que se supone que tiene que hacer un buen editor.

On the whole, Roxburgh’s editorial advice was more up Dahl’s alley. […]. – and Dahl incorporated his substantial rewrites of the book’s dialogue verbatim.

En este caso, bien por el autor, que supo entender que las pro-puestas de su editor eran acertadas y no tuvo empacho ni vergüenza de incorporarlas.

Roxburgh’s revisions to “The Witches” were far more extensive than those he had proposed on The BFG. The editor’s major suggestion was that the Witches should turn the narrator into a mouse, an idea that it

Ilustración de Enrique Flores

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is now impossible to imagine “The Witches” without. Dahl saw that these were improvements and went ahead.

En este caso, bravo por ambos. Uno por dar con una propuesta brillante y otro por aceptarla. Gracias a esa colaboración, podemos disfrutar hoy de esa magnífica novela.

Estaba yo en tales reflexiones cuando me encontré este artículo en El Tiramilla con consejos para jóvenes escritores noveles, en el que se dice (las negritas son mías):

“Sé de casos tremendos, casos donde publicar un libro se convierte en una tortura económica, editoriales que te roban el alma entera como sanguijuelas, señores que se aprovechan de tus ilusiones, que te ordenan cambiar capítulos enteros a su gusto […] Mi verdadero consejo al autor novel que inicia su larga y maravillosa andadura por estos mundos de Cervantes, es que tu idea no está en venta de rebajas ni saldos. Que cuando por fin la cedas, que sea con una editorial decente que la quiera tal y como es”.

A ver, que un editor es (debería ser) un pri-mer lector privilegiado para el manuscrito del autor. Si el editor hace bien su trabajo (y si el autor le deja hacerlo), el lector final debería encontrar una obra mucho mejor que el ma-nuscrito original del autor, que podrá ser per-fecto en algún caso, pero no lo es en muchos otros. Pretender que tu novela se publique “tal y como es” es desdeñar una labor que puede enriquecer mucho la obra. ¿Que fue el editor de Dahl quien sugirió que el protagonista fuera convertido en ratón? Magnífico, pero eso no le quita mérito al autor, al creador del universo en el que esa sugerencia cobraba sentido.

Por eso, y sin que nadie me lo haya pedido, voy a brindar yo tam-bién un consejo a los autores noveles: que tu relación con tu editor sea de confianza mutua. El editor debe confiar en el autor, pero el autor no puede ver un enemigo en su editor, porque así no se llega a ninguna parte. Estoy segura de que los autores que tienen la posi-bilidad de trabajar en una relación fluida con sus editores escriben mejores libros que los que defienden el territorio de su creación como si temiesen ser invadidos o sojuzgados, como si aceptar una sugerencia ensuciara la (supuesta) pureza de su obra.

Un editor es (debería ser) un primer lector privilegiado para el manuscrito del autor.

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A mí, desde luego, me gustan los autores que primero se encie-rran para alumbrar su obra y luego se arremangan para trabajar mano a mano con todo aquel que pueda contribuir a que el manus-crito se convierta en la mejor obra posible y, más tarde, en el mejor libro publicado (sean editores, lectores, diseñadores, ilustradores, críticos o alguien que pasaba por allí y aporta algo interesante). Jun-tos por el mejor libro posible. Juntos, no enfrente.

Es verdad lo que escribió Elsa Aguiar en esta entrada: existe un malentendido viejo y generalizado acerca de la relación entre el escritor y el editor. Un antagonismo alentado por las diferencias y los estereotipos, las malas experiencias en uno y otro lado. Malentendido que, como tantos otros que dificultan la vida, se podría solu-cionar hablando y escuchando; haciendo a un lado el ego, pensando en la mejor versión del libro como fin común. Mirándonos a los ojos, como Elsa proponía.Existen los escritores difíciles, los editores que piensan solo en vender. Pero también existen los editores que tratan de crear lo que Elsa llama “hechos literarios” con-juntamente con el autor. Como prueba, ahí están los li-bros que ella editó: trabajos que comenzaron como una chispa en el alma del escritor y que ella convirtió en rea-lidades concretas de papel y tinta.

Verónica Murguía (escritora)

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Juntar el hambre con las ganas de comer29 octubre de 2011

En este mes de octubre que termina ha habido un auténtico derro-che de artículos sobre el futuro del libro, animado por la celebra-ción de LIBER y de la feria del libro de Frankfurt, por la llegada de Amazon a España, por los movimientos de Planeta y de Casa del Libro y por la presencia en prensa de algunas iniciativas como 24symbols.

En todas las reflexiones está presente, de forma explícita o implí-cita, la incertidumbre que en estos momentos rodea al mundo edi-torial, debido a la conciencia general de que estamos ante cambios inminentes.

Sin embargo, a menudo tengo la sensación (y es algo muy subje-tivo) de que no lo estamos haciendo bien. Para empezar, porque parece como si nos empeñáramos en disipar esa incertidumbre con las mismas herramientas que en tiempos de certidumbre. ¿De verdad nos creemos que un estudio de mercado puede hoy en día predecir el comportamiento de los lectores? ¿Que la extrapolación de las cifras de uso de lo digital hoy en día nos puede ayudar a establecer las ci-fras del futuro cercano? ¿Puede el miedo a que el libro digital caniba-lice la venta de libros en papel guiar nuestros pasos después de ver lo que ha hecho el iPhone con el iPod –y no olvidemos que son pro-

Ilustración de Bartolomé Seguí

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ductos de la misma empresa–? ¿De verdad alguien defendería con convencimiento que una propuesta de innovación se puede analizar desde criterios de rentabilidad?

Para quitar elementos de la ecuación y hacerla más sencilla, quizá, en estos tiempos de incertidumbre, deberíamos atender solo a un par de cosas:

1. Centrarnos en la misión, cada cual en la que quiera que sea la suya (para mí, formar personas a través de una literatura de calidad atractiva para los lectores). Cuando uno no sabe qué hacer, conviene volver los ojos a la identidad y al propó-sito que nos mueve como industria. Si sabes quién eres, qué has venido a hacer a este campo de juego y qué cambio so-cial quieres impulsar, es mucho más fácil enfocar tu actividad a pesar de los cambios ambientales, tecnológicos y sociales que se produzcan. Por otro lado, si eres fiel a tu misión, la ren-tabilidad vendrá, claro que vendrá. Y quizá no como conse-cuencia buscada de tu actividad, sino más bien como herra-mienta necesaria para la sostenibilidad de esa actividad. Algo que a mí, al menos, me parece maravilloso.

2. Aprender, pero sin miedo, como aprenden los niños: explo-rando, llevándonos a la boca, probando y volviendo a pro-bar en función de la experiencia. No es momento de evaluar el potencial económico versus el riesgo, sino el potencial de aprendizaje versus el riesgo. Por supuesto que es necesario dosificar el riesgo, pero también hay que jugarse algo como industria, más que nada para que lo nuevo no quede en ma-nos de otros actores que saben menos de contenidos, menos de lectores, menos de literatura... y sí más de aprovechar el río revuelto.

Vivimos un momento privilegiado, de cambio, en el que se pue-den redefinir muchas normas de este negocio. Y somos muchos los autores, los ilustradores, los editores, los diseñadores… que quere-mos formar parte de esta revolución y contribuir a la definición de ese nuevo campo de juego.

Pues eso, el hambre y las ganas de comer.

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Si alguna persona ha visto siempre el vaso medio lleno, esa era Elsa. Y esa virtud es poco corriente en los oficios que rodean el libro, un territorio en el que se dedica mu-cho menos tiempo a alegrarse por la mejora continua de los hábitos lectores que a preocuparse por los peligros que amenazan el horizonte. Elsa siempre encontraba argumentos que le permitían seguir manteniendo el optimismo. Como cualquier per-sonaje de novela de aventuras, se adentraba decidida en la selva de los cambios, consciente de estar viviendo un mo-mento único. Armada solo con su inteligencia, intentaba abrirse camino en la maraña de las posibles amenazas, buscando puntos seguros que ayudaran a responder las preguntas que todos nos hacemos.El caminito que ha dejado abierto en la selva es una invi-tación a seguir avanzando. Para llegar un poco más lejos de lo que ella –siempre sin miedo, siempre dispuesta a aprender de la experiencia– pudo llegar.

Blanca Calvo (bibliotecaria)

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Prepararse para tomarla31 octubre de 2011

Tengo un amigo, R., profesor de filosofía desde hace más de treinta años. Bueno, ex profesor, porque ha decidido prejubilarse. El motivo, muy honesto, me parece digno de reflexión: hace tiempo que siente que no tiene un mundo compartido con sus alumnos. Él teoriza sobre McLuhan y la aldea global mientras ellos comprueban su Tuenti, escuchan música de Spotify, y tuitean sin dejar de mirarle. Él hace referencias a Bergman y ellos tienen en la cabeza a Scott Pilgrim...

Efectivamente, ¿se puede enseñar filosofía a los jóvenes (una fi-losofía que vaya más allá de la mera retención memorística de auto-res y conceptos, una filosofía que dé una verdadera sabiduría de la vida) cuando las películas, los referentes culturales, las lecturas o los ídolos… son tan radicalmente distintos? Probablemente, no.

Dándole vueltas a lo paralelo que es este fenómeno al de la litera-tura para niños y jóvenes, me acordé de un texto de Alessandro Baricco titulado “Queridos jóvenes, es mejor no leer”, y que merece la pena leer completo.

En él, el autor italiano afirma:Antes que nada, se necesita una gran disposición por nuestra parte

para entender que la geografía del sentido de estos jóvenes es objetiva-mente distinta de la nuestra. Y no por un proceso de “vulgarización” o “denigración” de aquello que es noble. En absoluto. Será noble como la nuestra, pero será distinta.

¿Y en qué es distinta la “geografía del sentido” de los jóvenes de hoy? Bueno, hay muchas formas de verlo y de explicarlo, porque al fin y al cabo, todas son interpretaciones interesadas por parte del observador y socialmente construidas. Pero creo que este vídeo puede aportar algo de luz al respecto.

Un vídeo cuyo final, por cierto, es muy paralelo al final del texto de Baricco:

Las geografías cambian. Quizá “El hombre sin atributos” no es impor-tante por siempre. Lo ha sido para mí, para mi generación, pero cuando se comienza a no saber explicarlo, cuando percibes que no te creen, es mejor buscar entender qué cosa está pasando, cuál es la nueva geogra-fía que está naciendo. Y prepararse para tomarla.

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Eso, que en cualquier adulto es muy encomiable (tomar cada nueva geografía es la única forma de no envejecer, de no quedar atrás), en todos aquellos que nos dedicamos a la LIJ es imperativo. Y quien no sea capaz de tomar esa nueva geografía, casi mejor que, como mi amigo R., se prejubile.

Conocí a Elsa en el año 86. Se sentó a mi lado en nuestro primer día de carrera, y en ese banco comenzó esta larga amistad que se ha mantenido hasta hoy.¿Por qué he escogido esta entrada? Porque lo que cuenta tiene mucho que ver con la Elsa que yo he conocido: al-guien que siempre va un paso por delante. Era desen-vuelta en la vida, en la forma de vestir, en la relación con los compañeros, en el amor. Era prudente con las pala-bras y con las opiniones, y previsora con los estudios. Y este binomio equilibrado de prudencia y desenvoltura ha presidido su vida –o así lo veo yo–: en la familia, en la amistad (para mí, a veces, un hada madrina), en la lec-tura minuciosa, en la búsqueda constante de la innova-ción y el trabajo bien hecho. Incluso en la enfermedad. Siempre con las ideas al galope y las palabras al paso. Porque yo imagino a Elsa, cada mañana de su andadura, desplegando sus mapas sobre la geografía de la vida y preparándose, muy en serio, para tomarla.

Carmen Albert (editora)

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Cuestión de prioridades2 noviembre de 2011

¡Qué juego dan las charletas entre colegas (profes, escritores y edi-tores) y los intercambios en blogs! No solo por lo que realmente se dice, sino por lo interesante que es analizar después las cuestiones de fondo que están ahí configurando la discusión aunque no nos demos cuenta.

Me pasó el otro día, charlando de las novedades de LIJ de estas Navidades, y me daba cuenta de que, en las opiniones de cada quien, estaba presente implícitamente una postura de fondo que tiene que ver con qué considera cada uno más importante: ¿que la litera-tura forme (aunque unos lo llamen “apoyar el currículum”, y otros, “que tenga valores”)? ¿Que sea buena literatura (es decir, literatura “literatura”, no un sucedáneo más o menos bienintencionado? ¿O que sea atractiva para los lectores?

Aunque probablemente mi respuesta personal a esa cuestión está contenida en muchas de las entradas de este blog, he decidido que este es un buen momento para explicitarla más aún, por si no estaba del todo claro.

En alguna entrada, yo hablaba de que mi ob-jetivo era conseguir hechos de lectura, es decir, ayudar a generar, seleccionar y publicar libros que impacten en el lector, libros que logren una transformación, del tipo que sea, en él. Bueno, pues “desarrollado”, mi objetivo es for-mar personas a través de literatura de calidad atractiva para los lectores.

Yendo de abajo arriba, por tanto, mis priori-dades son publicar libros de tanta calidad litera-ria como sea posible sin dejar de ser atractivos, y tan atractivos como sea posible sin dejar de contribuir a la formación del lector.

Una vez que tienes claros tus objetivos, una vez que tienes expli-citado lo que quieres y lo que buscas, todo se vuelve un poco más fácil. Y así, si alguien me dice:

Formar personas

a través de literatura

de calidad atractiva para

los lectores.

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– “Es que ese libro no es de gran calidad literaria”. Pues yo voy a mis principios y me digo: ¿Es atractivo? ¿Gustará a los chavales? ¿Trans/forma? ¿Sí? Pues entonces vamos adelante.

– “Es que este libro es muy entretenido y va a gustar mucho”. De nuevo a los principios y me pregunto: ¿Aporta algo a la transforma-ción de los lectores? ¿Tiene al menos algo de calidad literaria? Y si la respuesta es no a ambas preguntas, pues no es el tipo de libro que yo querría publicar.

– “Es que este libro está maravillosamente escrito, es literatura pura, aunque como toda la calidad, es difícil”. Vale, pero ¿es atractivo para el lector? Porque si a quien gusta es al adulto que lo recomienda y no al chaval a quien va dirigido, de nuevo, no es el tipo de libro que yo querría publicar.

Y así con todas las posibilidades que se puedan presentar, aun-que sin perder de vista que hay pocos libros que lo tengan todo en la proporción que a todos nos parecería la adecuada y que lo ideal es que cada libro tenga una proporción variable de cada uno de esos tres ingredientes que yo considero básicos.

Y esto es importante: ni todos los libros tienen que transformar radicalmente la vida del lector, ni todos los libros tienen que ser el exponente de la mejor literatura, ni todos los libros tienen que ser tan atractivos para el lector que no requieran ningún esfuerzo por su parte. En esa mezcla de esencias e ingredientes está la habilidad del escritor para llegar a diferentes tipos de lectores en momentos diferentes de sus vidas. Porque, al final, lo interesante es que haya de (casi) todo. Y lo que hay que hacer es enseñar a elegir bien.

Llevo días negándome a escribir cinco líneas. Cuando lo intento, las palabras se me desvanecen, me envuelve el si-lencio que siempre me acompaña y que, con los años, se va haciendo más insondable. Tú me decías: “Me gustan tus silencios porque en ellos se gestan voces, sonidos, sueños, vida”. Era así. Provocaste incluso algunas de esas voces frente a una taza de café. Ahora, silencio eterno, puedo seguir escuchándote. Ya sabes, tengo ciertas habilidades con el silencio. Sobre todo oigo tu mirada y tu sonrisa. Y lo demás lo entiendo. Y por todo ello, desde la pena, Elsa, te doy las gracias.

Alfredo Gómez Cerdá (escritor).

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Huellas25 noviembre de 2011

Después de muchos días sumergidos en la selección de los origina-les presentados a los premios El Barco de Vapor y Gran Angular, respirando y bebiendo historias, temas, personajes que compiten por un hueco en el recuerdo, tramas y construcciones y estilos de escritura muy diversos, después de esa inmersión, llega el mo-mento de sacar la cabeza para mirar alrededor (me encanta la sor-presa confusa de quien es interrumpido en una lectura apasionante y se encuentra de pronto en un lugar diferente al que habitaba hasta hacía pocos segundos) y observar cómo se va depositando lo leído.

Sin duda, es una época dura. Dura para los profesionales que de-bemos seleccionar de entre esos manuscritos, pero sobre todo, dura para los propios manuscritos. Cuando un lector lee hasta dos y tres manuscritos en un día (aunque hay algunos que se llevan varios días ellos solos), el manuscrito tiene que demostrar mucha fortaleza. Tiene que demostrar que puede defenderse él solo en un medio hos-til: montones de personajes compitiendo por la atención del lector, construcciones sorprendentes, estilos brillantes junto a otros más funcionales... Tiene que defenderse incluso de la injusticia que su-pone ser juzgado a continuación de la lectura de un libro brillante o después de un desierto de seis u ocho manuscritos completamente desechables. Probablemente nunca se vea en una situación tan difí-cil como esta.

Ilustración de Jesús Gabán

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Por eso hay pocas cosas de este trabajo que me gusten más que los días posteriores a esa vorágine. Esos días en que dejas la mente en bar-becho y te conviertes en mero observador del proceso de decantado de esas historias en tu interior. Es entonces cuando empiezas a darte cuenta de que has olvidado determinado perso-naje o argumento que te pareció brillante y que otro que antes casi pasó de sapercibido ahora reclama vigorosamente tu atención. Ese mo-mento en que vuelven a ti determinadas cons-trucciones, detalles, coincidencias, y te das cuenta de que, ahora sí, tienes la distancia suficiente como para valorarlos.

Es ahí cuando se hace evidente que hay dos o tres manuscritos que de verdad te han impactado, un puñado de personajes que ya forman parte de tu vida, experiencias de lectura que te acompañarán por mucho tiempo. Novelas de esas que arañan y hacen de bálsamo, se-gún el momento. Novelas, en fin, que dejan huella.

Y entonces, en ese momento, te das cuenta de que has tenido un premio El Barco de Vapor o Gran Angular entre las manos.

Días en que dejas la mente en barbecho y te conviertes en mero observador del proceso de decantado.

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Rompiendo el ojo de la cerradura3 diciembre de 2011

Leo en el diario de literatura juvenil eltiramilla un interesantí-simo artículo sobre la situación actual de la literatura juvenil, y lo primero que se me viene a la cabeza es ¡qué bien que Internet haga posible esto! Qué bien que gracias a personas comprometidas y con ganas, la crítica de LIJ tenga su lugar, una vez que ha sido abando-nada por la mayoría de los medios generalistas. Por eso, enhora-buena a todos los que estáis ahí como lectores y como críticos.

El debate plantea algunas cuestiones muy interesantes con las que, en general, estoy de acuerdo. Me gustaría solo aportar una mi-rada que no está recogida en el artículo, aunque sí muy mencionada: la del editor, claro. ¿Las editoriales se hinchan a publicar los temas que están de moda? ¿Busca el editor modas que explotar más que pu-blicar libros de calidad? ¿Cada vez hay menos variedad y se arriesga menos? ¿Son las editoriales menos exigentes que antes?

No tengo las respuestas, pero os invito a poneros en la piel de un editor por un rato. Un editor, vamos a suponer, que está en esto de buena fe y por vocación, que cree en lo que hace y en las consecuen-cias positivas de su labor en la sociedad. Un editor, claro, que quiere que su actividad sea sostenible para poder seguir publicando libros juveniles el año que viene, y el siguiente y el siguiente… ¿Cómo sabe ese editor si lo está haciendo bien? ¿Cómo sabe si los libros que se-lecciona son los adecuados (signifique eso lo que signifique), los me-jores posibles, en definitiva, los que tendría que publicar?

Ilustración de César Astudillo

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Se me ocurren tres fuentes de información, una interna y dos ex-ternas.

La interna tiene que ver con la propia conciencia del editor, la que le dice si eso que ha decidido publicar encaja con su vocación, con su misión y con la de la empresa para la que trabaja, si rema a favor de lo que quiere conseguir o no. Ahí el editor está a solas con su honestidad personal, pero también a solas con su inevitable sub-jetividad.

Los factores externos tienen que ver con el feedback que el editor recibe del mundo exterior. Ese feedback es sencillo de resumir: lo que los lectores hacen y lo que los lectores dicen. Para saber lo que los lectores hacen, el editor solo puede mirar a través del ojo de la cerradura: puede saber qué libros compran, cuántos y dónde (me-diante herramientas tipo Nielsen Bookscan o consultando las listas de más vendidos que se publican en algunos medios), pero no puede saber qué hacen los compradores con ellos: si los leen, si los disfru-tan, si les satisfacen, si les alcanzan, si hablan de ellos o si, sencillamente, los dejan en la es-tantería… Es lo malo de mirar por ojos de cerra-dura: solo se ve una parte de la escena y no siempre es la más interesante. Una opción (hay otras) es suponer que los libros que se venden mucho, se leen mucho. O si se prefiere, que los libros que se leen mucho, se venden mucho. De este modo, efectivamente, se puede entrar en un círculo (que podría llegar a ser vicioso, sí, pero también vir-tuoso desde cierto punto de vista) en el que se publica lo que se vende/lee y se vende/lee lo que se publica.

En cuanto a lo que los lectores dicen, esa es una de las enormes ventajas que ha traído Internet: una vez que periódicos y revistas dicen nada o casi nada sobre el tema, por fin existe la posibilidad de una comunicación directa entre editores, escritores y lectores (más allá de las firmas en ferias y presentaciones). Sigue siendo mirar por el ojo de la cerradura, porque ni todos opinan ni se opina sobre todos los libros, pero al menos este ojo es un poco más grande, así que lo que muestra probablemente sea más interesante.

Hacemos una prueba con un libro publicado hace poco, un libro diferente al que, sin duda, no se podría clasificar como “de moda”.

Para saber lo que los lectores hacen, el editor solo puede mirar a través del ojo de la cerradura.

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Se llama El chico que alcanzó la felicidad. Lo introducimos en Google y, tras un vistazo, vemos que todo son reseñas que copian el texto de contracubierta excepto una, una crítica, en la página del traductor, Gonzalo Fernández (gracias, Gonzalo, me ha encantado). Quizá es muy nuevo, así que podemos intentarlo con otro libro que tampoco es “de moda” y que ya tiene unos años, El combate de invierno. Encon-tramos una crítica y algún comentario breve.

¿Cómo podrá entonces el editor saber si estos libros han llegado a sus lectores, si les han movido como le movieron a él?

Imaginemos ahora que un editor publica un libro por convic-ción. No sigue las modas, es original, personal y transformador, así que, desde el punto de vista interno, el editor está muy satisfecho. Espera impaciente algún comentario, alguna crítica que parece no llegar. Por fin acude a Nielsen y en la columna de ventas ve una can-tidad que da pena. ¿Cómo defiende esa decisión de publicación? ¿Para qué ha servido todo el coste y el esfuerzo de publicación de ese libro? Y sobre todo, ¿cómo podría continuar publicando en esa misma línea? ¿Cuántos libros duraría?

Por eso, hago un llamamiento a todos los que tenéis voz en la red: comentad los libros que leéis, lo que os gusta y lo que no, las razones y las sinrazones. Comentad cuanto más mejor, porque esa es la garantía de que haya más de lo que os gusta y menos de lo que no. Pero sobre todo porque esa es una manera muy eficaz de partici-par en el rumbo que tome nuestra literatura juvenil.

Y ante todo, gracias a todos los que ya lo hacéis.

NOTA. En buena ley, esta entrada debería haber sido un comen-tario en el artículo original. No lo es debido a su extensión. Por eso pido a los que quieran aportar algún comentario que lo hagan en la página donde se originó el tema: AQUÍ.

La querida Elsa puede darse por satisfecha. O casi. Su llamamiento de 2011 ha sido escuchado: hoy, miles de lec-tores jóvenes se expresan a través de las redes sociales: post de opinión, fotos con libros entre las manos, vídeos de crítica y comentarios. Como un vendaval, los lectores se convirtieron en recomendadores hacia el interior de sus propias comunidades de pares.

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Sin embargo, la crítica realizada por especialistas o lec-tores con mayor experiencia, que atesoren lecturas pre-vias y puedan comparar el texto comentado con otros, que sepan contextualizar esa experiencia literaria y su-gerir otros títulos en la misma línea, que impulsen a am-pliar temática y estilísticamente las fronteras de la LIJ, sigue siendo necesaria… pero escasa.El mundo de la literatura juvenil se está moviendo. Como se movió el piso bajo nuestros pies en febrero de 2010, en Chile. Esa madrugada, fue la sonrisa de Elsa y su inque-brantable humor lo que nos mantuvo firmes y confiados en que el temblor se detendría. Luego, y metafórica-mente, ella auguró un terremoto en la LIJ: cómo me gus-taría que estuvieras aquí, mi preciosa melliza, para atra-vesarlo juntas.

Laura Leibiker (editora)

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Cuartas de cubierta7 diciembre de 2011

Me encanta curiosear cuartas de cubierta (contracubiertas, como las llaman en otros sitios). Me encanta ese intento de transmitir lo que es una novela en unas pocas frases. Es, sin duda, un arte, y una de las tareas más difíciles a las que se enfrenta el editor, como bien sabe quien tiene que hacerlas a menudo (¿verdad, Gabri?).

Una buena cuarta de cubierta es probablemente el recurso más importante para transmitir al lector qué es eso que tiene entre las manos, o al menos, qué pretende ser. Si una cubierta puede hacer que un libro pase de la mesa de novedades a nuestras manos, sin duda el texto de cuarta es lo que más influye en que ese libro acabe viniéndose a casa. Al menos, en mi caso.

Como en todo, hay modas: desde las cuartas que intentan condensar la esencia del libro en tres o cuatro palabras, a las que ocupan todo el espacio disponible en letra pequeñísima. A mí, las que me dejan construyendo más expectativas sobre la novela que espero leer son las que, tras una introducción más o menos extensa para si-tuar el argumento, terminan con una frase que aspira a capturar el alma de la novela. Si lo con-sigue o no, es algo que siempre podrá estar su-jeto a interpretación, pero lo que me encanta es que esas pocas palabras dejan adivinar mucho

acerca de los objetivos, los deseos y los anhelos del editor. Porque si detrás de la novela está la mirada del escritor, la cuarta de cu-bierta esconde la del editor.

Así que, por una vez, invirtamos el orden. Juguemos a escribir algunas frases finales de cuarta de cubierta aunque no haya detrás una novela que las sustente, con el deseo de que algún día exista una novela infantil o juvenil para ellas:

•Quizá es que buscar buenas preguntas es más importante que encontrar las respuestas.

•El primer “himno generacional” de los niños que han nacido con una consola en la mano.

El recurso más importante

para transmitir al lector qué es

eso que tiene entre las manos.

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•¿Quién decide quiénes somos “nosotros” y quiénes son “ellos”?

•Una novela para tomar conciencia de que la paz es algo más que la ausencia de conflictos.

•Para aquellos que creen que el amor, como el yo, es una tarea.

•Un texto que nos hace preguntarnos quiénes son realmente los héroes.

•Una novela que juega con las expectativas de lo que es la litera-tura juvenil, y les acaba dando la vuelta a todas.

•Porque combatir la indignidad es asunto de todos.

•Hacía falta una novela romántica que no pareciera escrita para chicas.

•Tras la lectura de esta novela, no tendrás duda de que, como dijo Dennis Gabor, “la mejor forma de predecir el futuro es inventarlo”.

Si conocéis algún manuscrito al que le pudiera servir una de es-tas frases de cuarta, no dudéis en decírmelo ;-)

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Transgredir ¿para qué?20 diciembre de 2011

Que las palabras, aunque el diccionario se empeñe, no tienen el mismo significado para las diferentes personas, ya lo planteó ma-gistralmente Milan Kundera en su Diccionario de palabras incom-prendidas (en La insoportable levedad del ser). Y es que las palabras se tiñen de significados y vivencias personales, de connotaciones propias, de experiencias intransferibles… y también de significados construidos socialmente.

A veces, en una conversación, algo hace saltar la conciencia de que para la otra persona determinada palabra no significa exacta-mente lo mismo que para ti. Hay muchos ejemplos, pero últimamente no dejo de encontrarme con esa diferencia de significados en una de mis palabras favoritas para aplicar a la LIJ: transgresión.

Según el diccionario CLAVE, transgresión es “la violación de un precepto, de una ley o de un estatuto”. Según otros diccionarios, “actuar en contra de una ley, norma o costumbre”. Está claro que,

Ilustración de Tesa González

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cuando alguien reclama una LIJ transgresora, no está pensando en una LIJ que infrinja el Código Civil, sino en una literatura que desa-fíe lo establecido, ya sea en su contenido, en su estructura, en la mi-rada que ofrece el autor… o en el propio lenguaje. Y aquí es donde surge la diferencia de significado. ¿Es transgresora una novela in-fantil porque utiliza palabras como caca o culo? ¿Es transgresora una novela juvenil que reproduce la forma coloquial de hablar de un joven de hoy en día, con sus tacos, sus expresiones y muletillas? ¿Es transgresora una novela porque incluye escenas explícitas de sexo o de violencia? ¿Es transgresora una novela solo por ser lo que se ha dado en llamar “políticamente incorrecta”?

¿Por qué o cuándo es positiva la transgresión? ¿Qué significado subjetivo de “transgredir” es el que puede aportar algo más allá de conseguir escandalizar un poco a alguna mente biempensante (y a estas alturas, tampoco tanto)?

Quizá ayude acudir a la etimología: transgredir, de trans (a través de) y gredi (ir). O sea, ir más allá de las normas, más allá de lo social-mente aceptado, más allá de lo convencional. Pero ¿cuánto más allá? Una opción es conformarnos con decir: vale, transgredamos, vaya-mos más allá de las normas de buena educación que la sociedad nos ha inculcado, incluyamos tacos en las novelas, escribamos caca, culo, pedo, pis, demos espacio a lo políticamente incorrecto. ¿Suficiente? ¿Sentimos que ya somos transgresores? ¿Nos sentimos bien por ello y nos quedamos satisfechos?

¿O podemos ir todavía un poco más allá y tratamos de que nues-tra transgresión sea un poco más profunda y motivada? Transgre-damos, pero superando la actitud pueril del peque que se ríe cuan- do lee la palabra culo, la del adolescente encantado consigo mismo porque sus palabras o sus actos escandali-zan a las viejitas que le observan desde un banco, superando el alboroto del que se ruboriza ante una escena de sexo. Hagamos una transgresión que merezca la pena.

Una transgresión que saque a la luz aquello que preferimos dejar oculto por pudor mal entendido, por pura perpetuación de temores o por sim-ple conveniencia. Una transgresión que permita rebatir y redefinir los modelos de éxito que ofrecemos al niño y al joven. Una trans-gresión que espolee el inconformismo ante las injusticias estructu-

Hagamos una transgresión que merezca la pena.

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rales que tan cómodamente consideramos inevitables. Una trans-gresión que subvierta las relaciones de poder que aceptamos sin plantearnos. Una transgresión que cuestione la realidad tal como la conocemos e incite a cambiarla.

Porque si no, igual la transgresión no merece la pena.

Elsa vivía la literatura infantil y juvenil con la intensi-dad que dedicaba a todo. Era la suya una apuesta firme desde la libertad, no se dejaba coartar por convenciona-lismos ni prejuicios. Soñaba y te ofrecía su sueño, su in-vitación a ir más allá. Se cuestionaba las certidumbres, buscaba un sentido en cada avance. Inquieta siempre. Incluso en la provocación exigía un rumbo. Porque no quería osadías inofensivas, superficiales, gratuitas. Bus-caba textos comprometidos de verdad, quizá porque un lector que queda indiferente tras la última página, que no se hace preguntas sobre la realidad, nunca sentirá, soñará, que puede cambiar el mundo. Nunca necesitará intentarlo. Elsa era exigente y provocadora. La suya era una locura ambiciosa pero consciente, un arriesgarse sin soltar el timón. Te arrastraba. Y así, como en las me-jores aventuras, es imposible no llegar a buen puerto.

David Lozano (escritor)

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Conectar con la vida6 enero de 2012

“Para aprender a leer necesitas libros, pero también precisas que al-guien te muestre cómo conectarlos con tu vida”.

Esta frase de Daniel Cassany, extraída de una magnífica entre-vista en Imaginaria, da que pensar. Primero porque hace plantearse qué hacemos para mostrar a los lectores infantiles y juveniles cómo conectar los libros con sus vidas, pero sobre todo porque, tras esa pri-mera pregunta, vienen otras más interesantes incluso.

Para empezar, ¿qué es conectar un libro con la vida de un lector? Podemos dar una respuesta que incluya argumentos como que per-mite vivir en cabeza ajena experiencias vitales diferentes, que ofrece modelos de conducta alternativos, que facilita que el lector obtenga una representación nueva sobre su propia vida, que arroja luz sobre las propias perspectivas vitales… Es una respuesta válida, necesaria, pero quizá se queda un poco en la superficie.

Intentando dar con una respuesta más profunda (y seguro que hay muchas y seguro que tendremos la suerte de que algunas de ellas se nos ofrezcan en forma de comentarios), llego a varias intuicio-nes y a una única certeza: logramos que un libro conecte con la vida del lector cuando ese libro le ayuda a construir ideología, no polí-tica, sino vital. Cuando posibilita que el lector arroje una mirada moral primero sobre la ficción que acaba de leer, y a continuación, sobre su propia realidad.

Ilustración de Xan López Domínguez

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La buena ficción, incluso la más escapista, no es materia inerte, sino un trozo de pensamiento, un vector capaz de generar una serie de transformaciones en la vida del que la lee que pasan a for-

mar parte de su fisiología para siempre (dice un proverbio que corre por ahí: “Siembra un pensamiento y cosecharás una acción. Siem-bra una acción y cosecharás un hábito. Siembra un hábito y cosecharás un carácter. Siembra un carácter y cosecharás un destino”).

Porque aunque no sea de forma inme-diata y dramática, sino sutil y acumulativa, quiero pensar que siempre hay un antes y un después de que un libro entre en la vida de una persona. Sobre todo si esa per-sona es un niño o un chaval.

Creo que esta frase de Daniel Cassany es fundamental para disfrutar de la literatura, porque esa capacidad de conectar con el alma de las personas es precisamente su mejor virtud, la más valorada por los lectores. La vida es terriblemente compleja y la literatura nos da las claves para saber cómo afrontarla. Los escritores escuchamos a menudo: “¡Has escrito mi vida! Me siento totalmente identificado con tal personaje. Esta novela me hace de psicólogo…”. Y no hay otro secreto que la empatía del autor, su capacidad para leer el interior del ser humano. Los adultos suelen olvidar que los niños son grandes pensadores y viven grandes conflictos.

María Menéndez-Ponte (escritora)

Siempre hay un antes y un después

de que un libro entre en la vida

de una persona.

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Leer, editar y lo otro19 enero de 2012

La escritora Begoña Oro, a través de su blog, me reta a participar en un juego literario muy divertido. Así que, dispuesta a “compla-cerla”, abro el primer libro que tengo a mano (me lo acaban de prestar y aún no lo he empezado a leer). En la página 45 (no justo al principio, es cierto, pero bastante arriba, por lo menos), mis ojos se van a la siguiente frase:

Hay un momento en que el danzarín desaparece y solo la danza per-manece. En ese raro espacio, uno siente armonía.

Para el juego literario que nos ocupa, es una frase preciosa, muy afortunada. Me la quedo. Pero sin querer evitarlo, como imagino que habrán hecho todos los participantes en este juego, sigo leyendo un poco más:

Estar despierto y armónico crea la posibilidad del éxtasis. Éxtasis significa la dicha definitiva, inefable. Y cuando alguien ha alcanzado el éxtasis, cuando alguien ha conocido la cumbre de la dicha definitiva, la consecuencia de ello es la compasión. Cuando tienes esa dicha, te gusta compartirla; no puedes evitar compartirla, compartirla es inevitable. Es una consecuencia del hecho de tener. Empiezas a rebosar, a des-bordarte. No necesitas hacer nada. Sucede por sí mismo.

Y estas palabras, innegablemente maravillosas entendidas en el contexto del juego propuesto, de pronto lo exceden y me hacen pen-sar que ese “estado de flujo” (por decirlo en un lenguaje un poco me-nos new age) es también lo que buscamos como lectores: ese olvido completo de la ¿realidad?, esa inmersión absoluta en una historia, en la psicología de unos personajes, en la construcción de una trama que parece no tener costuras por ningún sitio. Cuando se consigue, con ella viene también la necesidad casi obsesiva de contarle a todo el mundo (de compartir) hasta los detalles más nimios de lo leído, detalles que ocupan por completo la percepción de la ¿realidad? (otra vez interrogada) de ese momento.

Y como todo es uno, en este punto no puedo evitar traer a cola-ción el inicio de una entrada que había empezado ayer. Decía (y per-dón por la autocita, aunque sea inédita):

Estoy editando una novela maravillosa. Lo sé porque me cuesta des-pegarme del ordenador e incluso clicar en el icono del correo electró-

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nico. Mientras voy recorriendo las páginas línea a línea, no dejo de pen-sar en el placer que es editar un buen libro: se parece a leerlo, pero es mucho más intenso. A medida que avanzas te vas mimetizando con la escritura y con el propio escritor, y, aunque parezca extraño, es en ese momento cuando mejor puedes ayudar a perfeccionar un texto, cuando te has zambullido en él y puedes juzgarlo desde sus propios presupues-tos, desde su estilo y su idiosincrasia. Es un momento de comunión con el texto muy gratificante, al que, sin embargo, no conviene abando-narse, so pena de dejarse seducir por sus cantos de sirena y olvidar cuál es tu papel en ese momento.

Es bonito, ¿no? Tres cosas: leer, editar, y la que proponía Begoña, que tienen una en común: la desaparición del yo y la necesidad de compartir.

No puedo juzgar si el libro que estaba editando Elsa era maravilloso, pero sí afirmar que anhelaba LO OTRO, porque cuando se escribe –al menos en prosa– lo primero que se pretende es transmitir, transmitir una informa-ción, unos datos, en definitiva, una historia, aunque nor-malmente el autor no se conforma con eso y persigue hacer llegar sensaciones, pensamientos, sentimientos. Ahí está LO OTRO. El escritor, paradójicamente, se aden-tra en su YO para buscar otros YOES. Desea y necesita COMPARTIR. Esa es la meta del creador, y si tiene suerte –yo la tuve con Elsa– será el editor el primero en COM-PARTIR con él. Son, por lo tanto, caminos confluyentes: ESCRIBIR, EDITAR Y LO OTRO.

Jesús Díez de Palma (escritor)

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¿Un caballo más rápido?29 enero de 2012

Me preguntan en una entrevista si creo que la LIJ actual ofrece a los niños y jóvenes lo que estos demandan.

Uf, me digo. Es que la pregunta no es esa, la pregunta es otra. La cuestión es si la literatura, o el cine o la televisión o cualquier otra forma de ocio, arte o entretenimiento debe dar a los “consumidores” lo que estos demandan.

La respuesta, para mí, es clara, aunque doble: evidentemente, sí; evidentemente, no.

Evidentemente sí porque, como ya hemos comentado en otras ocasiones, nuestro objetivo principal no es hacer libros, sino conse-guir “hechos de lectura”. Y un libro que no interesa, que no atrapa, que no impacta en el mundo del lector infantil o juvenil, es un libro fallido, por muy bien escrito que esté, por mucho que aporte y por muy interesante y maravilloso que sea.

Y evidentemente no porque ¿qué sería de nosotros si solo se nos ofreciera aquello que somos capaces de demandar? ¿Cuántos aficio-nados al cine estaban demandando en 1977 un western ambientado en una galaxia muy muy lejana? ¿Y quién habría dicho en 1996 que los lectores infantiles estaban demandando obras de gran extensión y temática de magia? Pero llegaron George Lucas y J.K. Rowling y ge-neraron esas demandas de una forma muy sencilla: creando una oferta. Como dijo Henry Ford, “si hubiera preguntado a la gente qué quería, me habrían dicho que un caballo más rápido”.

La demanda hay que cultivarla y fomentarla con una oferta rica, novedosa, motivadora, sugerente... Una oferta que descubra deman-das que ni el propio demandante hubiera imaginado que tenía, que cambie las reglas del juego sin dejar de jugar a él.

En 2006, en un momento en que ya existían el teléfono, el correo electrónico, los SMS, los blogs, incluso las redes sociales… ¿cuánta gente demandaba un sistema que permitiera expresarse con textos de no más de 140 caracteres? No mucha, desde luego; pero llegó la gente de Twitter e hizo su oferta, generando la posibilidad de ges-tionar nuestra identidad en la red gracias a su sistema. ¿Se atendió una demanda? No. Se propuso una oferta visionaria.

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Así que propongo que aspiremos a hacer una LIJ que no se limite a explotar las fórmulas que parece que funcionan, y explore pro-puestas nuevas. Una LIJ hecha desde la empatía con los lectores y la comprensión de sus hábitos, necesidades y creencias, no solo desde la imitación de los libros más leídos. Una LIJ que no se limite a ges-tionar el presente, y también apueste por abrir nuevos caminos.

Si realmente creemos que la rebeldía, el inconformismo y la crea-tividad están entre las mejores cualidades de los niños y jóvenes, hagamos una LIJ que esté a la altura de lo que más nos gusta en ellos: rebelde, inconformista y creativa. Si los niños y jóvenes son el fu-turo, hagamos para ellos una literatura de futuro.

Elsa era rebelde, inconformista y creativa, adjetivos que ella misma utilizaba para referirse a la literatura que de-seaba ofrecer. En su afán visionario, creía en quienes aún empezaban, en las ilusiones de otros, en los caminos nue-vos por descubrir. No basta con repetir lo que parece que funciona. Lo aprendí de ella. Por eso, hoy, sigo buscando la idea que a Elsa le habría entusiasmado. Lo demás es lo de siempre.

Rosa Huertas (escritora)

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¿Se publica y punto?6 febrero de 2012

Hace unos días, en un comentario, Guillermo decía: “si es interesante, se publica y punto”. Y esa afirmación, tan “de cajón”, lleva varios días pululando por mi cabeza. Si es interesante, se publica y punto. Tan sencillo como eso. ¿Sí?

Primero de todo está el espinoso tema de qué entendemos por un libro interesante. Este término, como otros (“de calidad”, “bueno”, “comercial”), tienen la particularidad de ser bastante peliagudos y sub-jetivos. Porque ¿qué es un libro interesante? Simplemente, un libro que interesa. ¿A quién? ¿Hay algún libro que interese a todos sin ex-cepción? Fijo que no. Entonces, interesante, ¿para quién?

Ilustración de Maxi Luchini

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Pero hay más. Busquemos algunos paralelismos:

Si voy a la biblioteca y veo un libro interesante (que me interesa), lo saco y punto.

Si voy a la librería y veo un libro interesante, ¿me lo compro y punto? Puede que sí, pero también puede que me lo piense un poco, lo compare con otros, calcule cuánto me he gastado en libros este mes… Vamos, que por muy interesante que sea, no “me lo com-pro y punto”.

Si estoy buscando un libro para mis hijos y veo uno que me pa-rece interesante, tampoco me lo llevo y punto. Antes me planteo si ellos lo van a considerar interesante, si conecta con sus inquietu-des en este momento, si aporta una visión del mundo que no choque con la nuestra (tienen solo 10 años), si el número de páginas es ade-cuado, si no tienen ya cosas muy parecidas… En fin, que me lleva un buen rato decidir si me lo llevo o no.

Y si lo que tengo entre manos es un candidato a publicación que me parece interesante, entonces menos que nunca el planteamiento es del tipo “es interesante, luego se publica y punto”. En este caso, la lista de requerimientos se amplía y entran en juego consideracio-nes como si tiene sentido en el entorno actual; si es adecuado para los destinatarios potenciales; si conecta con lo que, como editorial, queremos ofrecer a nuestros lectores; si tenemos en catálogo cosas muy similares; si hay en el mercado títulos con un planteamiento demasiado cercano... además de cuestiones de otro tipo como cómo de cargado va el plan de publicaciones de ese año (un editor no puede publicar tantos libros como caen en sus manos: debe adecuarse a la capacidad de producción, promoción y distribución de la editorial); si el coste de publicación entra dentro de los márgenes que maneja-mos (si publicar un determinado título es tan costoso que solo ven-diéndolo a 40 euros no pierdes dinero, entonces no es viable hacerlo)… y así un montón de consideraciones que a veces llevan a rechazar un manuscrito o un proyecto que, a priori, es interesante.

Cuando esto ocurre, me acuerdo siempre de lo que decía mi jefe José Luis Cortés cuando le llorábamos nuestras penas: “¡Ay! –suspi-raba–, y qué bien estaríamos todos si no fuera por la realidad”.

Pero a pesar de la tozuda realidad, Guillermo, en lo esencial tie-nes razón: sí, si un libro es interesante, se publica y punto. O, por lo menos, se intenta.

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Ven3 marzo de 2012

En Atocha, a punto de coger un tren, desde una esquina un libro me dice: “Ven”. Por suerte, atiendo su llamada y me lo llevo en la bolsa. La autora, Jane Teller, y la palabra “editor” leída de soslayo en la cuarta de cubierta, bastan para convencerme.

Aún no ha terminado el viaje cuando el libro se acaba. El paisaje, pasando a toda velocidad por la ventanilla, ayuda a la sensación de que el libro, al igual que Nada, de la misma autora, mueve y conmueve, hace reflexionar y obliga a plantearse y replantearse muchas cosas.

El resumen, brevísimo (y sin spoilers, tranquilos): un editor debe decidir si manda a la imprenta un manuscrito que le genera ciertas dudas, mientras, en paralelo, redacta un discurso sobre “Ética en el sector editorial y en la literatura” y rememora su encuentro con una persona que le ha desvelado una información importante sobre ese texto. A la luz de su discusión interior, analiza su evolución como editor y como persona.

Y como leer nos incita a compartir, no he po-dido evitar traer aquí algunas frases literales del libro:

“De pronto sabe cuál es el fallo del manuscrito. Se nota que la historia es una copia. El autor quiere llegar a la mayoría. El lenguaje mismo es una copia. Copia de copia, de copia, de copia. Por eso fascinará a la crítica”.

Ilustración de Dani Montero

Leer nos incita a compartir.

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“Sabe muy bien que no es literatura con mayúsculas, solo es un pro-ducto de venta fácil. […] Pero su trabajo consiste en publicar lo que pi-den los lectores. Su trabajo consiste en determinar lo que los lectores piden. Él dirige una empresa. Las ventas son las ventas”.

“El mundo es como es, hay que adaptarse. […] ¿Así es como tú quieres que sea? […] ¿Cómo se convierte el mundo en tal y como es?”.

“Cada ser individual es responsable de sí mismo y de sus actos. Bajo esta perspectiva se juzgará nuestra vida y haremos nuestras elecciones. Esto es válido para los artistas y para los que no lo son. También para los intermediarios de la literatura. También para los editores”.

“¿Tiene el intermediario responsabilidad por el arte que ofrece? ¿Cuál es la cuota de responsabilidad del receptor? ¿Y la del interme-diario?”.

“Cada artista debe hacer lo que le plazca, elegir libremente la per-sona que desea ser. Igual que el editor. Igual que el intermediario. Igual que el lector. Igual que todo el mundo”.

Por supuesto, son frases sacadas de contexto. Pero en parte por eso las traigo aquí, por lo bien que se defienden solas, y por lo bien que medran, arrancadas de su libro y trasplantadas precisamente aquí, en este blog. Ojalá despierten vuestra curiosidad y os lleven a convenir conmigo en que “Ven” es una lectura imprescindible para escritores, editores, prescriptores, lectores… para todo aquel que se sienta concernido por cómo entre todos hacemos literatura, y cómo la literatura nos hace a nosotros.

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Cinco frases que me desespera oír a un responsable editorial19 marzo de 2012

“No lo he leído, es que estoy fatal de tiempo”.¡Eso, eso, dando ejemplo!“Lo que necesitamos es un Crepúsculo o un Stilton”.Uno sabe que va el primero porque no tiene nadie a quien seguir.“Es que si eso es lo que gusta o eso es lo que vende...”.Lo que gustaba o vendía hace cinco años no tenía nada que ver

con lo que gusta o vende hoy, hasta que llegó alguien y cambió las reglas del juego.

“El libro digital hoy en día no es negocio”.Igualito que los mp3 en el año 2000.

“Las nuevas tecnologías se están cargando el libro”. Es lo que tiene dedicarse al negocio de la celulosa, pero siempre

quedarán los kleenex.:)

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Que nos vean23 abril de 2012

Ayer mis hijos recordaban un vídeo que vimos juntos hace tiempo. Desde luego, les impresionó, porque lo recordaban en cada detalle. Y esta mañana, viendo imágenes y noticias del Día del Libro, no he podido evitar relacionar ambas cosas. Porque sí, efectivamente, los niños hacen lo que ven. Así que, si nos van a imitar, que sea leyendo puede ser un buen comienzo.

Feliz Día del Libro.

Si los autores –que a veces somos como niños cuando de-mandamos tanta atención y cuidados de los editores– también imitamos lo que les vemos hacer, todos deberían escucharnos, estimularnos, respetarnos, ser permisivos y flexibles en ocasiones, exigentes y críticos en otras, ex-plicarnos la vida y el cuento. Lo que hacía Elsa.

Gabriela Keselman (escritora)

Ilustración de Raquel Aparicio

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Pautas para historias atractivas en veintidós tuits1 julio de 2012

Vale, la narrativa audiovisual y la escrita no funcionan exactamente igual, pero sí comparten muchas claves: lo que hace que una histo-ria enganche, lo que logra que un niño (o un adulto) se identifique con un personaje, lo que consigue conmovernos, lo que deja huella en nosotros y hace que determinada historia nos acompañe durante años…, son elementos comunes de todas las formas de narración.

Por eso me ha resultado muy inspiradora esta pequeña colección de “story basics” que Emma Coats, guionista de Pixar, fue tuiteando el año pasado a lo largo de un mes y medio, uno cada día, y que ahora se pueden ver recogidos en el blog de Pixar. Y para que nadie se los pierda por causa del idioma, los traigo aquí en traducción de César Astudillo.

Creo que es una colección muy útil también para los que nos dedi-camos a la LIJ. Y la verdad es que cada uno de ellos da para reflexionar un buen rato, para rebatirlo o para construir sobre él, para buscar ejemplos en novelas que todos conocemos, para enjuiciar de otro modo la lectura de este momento…

Por ejemplo, ahora mismo tengo entre manos algunos manuscri-tos a los que les vendría muy bien haber respondido a la pregunta del tuit 14: “¿Por qué tienes que contar esta historia?”. Y se me viene a la cabeza algún autor al que le preguntaría, como hace el tuit 15: “Si tú fueras tu personaje, en esa situación, ¿cómo te sentirías?”. Y seguiría con el 21: “Tienes que identificarte con tu situación y con tus personajes, no puedes limitarte a escribir chulo”. “O le regala-ría los tuits 8 y 11 a ese autor novel con el que estuve hablando el otro día al que la inseguridad no le está permitiendo dar todo lo que lleva dentro (sí, hablo de ti). Y para mí misma, como editora que en ocasio-nes acompaña al autor en el proceso creativo, me quedaría con el tuit 5.

Por supuesto, ni es una lista de pautas exhaustiva ni seguirlas garantiza el éxito, pero sí son una buena excusa para plantearse al-gunas cosas. Seguro que cada uno puede encontrar, desde su posi-ción, alguna que le llama especialmente la atención, o que le aporta

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o le ofrece una visión diferente. Y si no es así, quizá sea un buen momento para hacernos con nuestra propia lista de “story basics”. Aquí van, en el mismo orden en que fueron tuiteados:

1. Uno admira a un personaje por intentar cosas, más que por tener éxito.

2. Ten en mente lo que te resulta interesante como lector, no lo que te divierte hacer como escritor. Pueden ser dos cosas muy distintas.

3. Buscar un leit motiv es importante, pero no vas a enterarte de qué va realmente la historia hasta que llegues al final. Lle-gado ese momento, ya la reescribirás.

4. Había una vez _____. Todos los días, ______. Un día ______. Debido a eso, _____. Y a causa de eso, _____. Hasta que al final, _____.

5. Simplifica. Enfoca. Combina varios personajes en uno solo. Sáltate las digresiones. Vas a creer que estás perdiendo mate-rial valioso, pero eso te está liberando.

6. ¿Qué se le da bien a tu personaje, con qué se siente cómodo? Échale encima justo lo opuesto. Desafíale. ¿Cómo se las arregla?

7. Determina el desenlace antes de averiguar cuál es el nudo. En serio. Los finales son difíciles; haz que el tuyo funcione de entrada.

8. Termina la historia, déjala. Aunque no sea perfecta. En un mundo ideal la terminarías y además sería perfecta, pero tú sigue adelante. La próxima vez hazlo mejor.

9. Cuando estés bloqueado, haz una lista de lo que NO OCURRI-RÍA a continuación. A menudo, de esa manera vas a conseguir que aparezca el material que te va a sacar del bloqueo.

10. Desmenuza las historias que te gustan. Lo que te gusta de ellas es una parte de ti; tienes que aprender a reconocerla para así poder usarla.

11. Poner algo en papel es la forma de empezar a arreglarlo. Si se te queda en la cabeza una idea perfecta, jamás vas a poder compartirla con nadie.

12. Descarta la primera cosa que se te venga a la cabeza. Y la se-gunda, tercera, cuarta, quinta. Echa a un lado lo obvio. Sor-préndete a ti mismo.

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13. Dales opiniones a tus personajes. Un personaje pasivo/ma-leable puede ser agradable de escribir, pero es veneno para los lectores.

14. ¿Por qué tienes que contar ESTA historia? ¿Cuál es la convic-ción que te quema por dentro, y de la cual se alimenta tu his-toria? Ahí está el meollo.

15. Si tú fueras tu personaje, en esa situación, ¿cómo te sentirías? En serio. La sinceridad aporta credibilidad a las situaciones increíbles.

16. ¿Qué está en juego? Danos una razón para ponernos del lado del personaje. ¿Qué va a pasar si fracasa? Acumula cosas en contra.

17. El trabajo malgastado no existe. Si no funciona, tú déjalo y si-gue adelante. Ya volverá más tarde para serte útil.

18. Tienes que conocerte a ti mismo: la diferencia entre hacer lo mejor de lo que eres capaz y ser tiquismiquis. Lo que hay que hacer con una historia es probarla, no refinarla.

19. Las casualidades que meten en problemas a los personajes molan. Las que los sacan de ellos son trampa.

20. Ejercicio: separa una historia que no te guste en sus partes constituyentes. ¿Cómo las recombinarías en algo que SÍ te gustaría?

21. Tienes que identificarte con tu situación y con tus persona-jes, no puedes limitarte a “escribir chulo”. ¿Qué te haría a TI actuar de esa manera?

22. ¿Cuál es la esencia de tu historia? ¿La forma más económica de contarla? Si sabes eso, puedes construir a partir de ahí.

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Las razones equivocadas31 julio de 2012

–¿Qué haces? –pregunta un niño a otro.–Leer –contesta este sin dejar de mirar su libro.–¿Por qué? –insiste el primero.El que está leyendo alza la vista, mira al niño que le habla y trata

de decidir si merece la pena responder a esa pregunta. Al final opta por preguntar a su vez.

–A ver, ¿y por qué juegas tú al fútbol?–Pues para divertirme.– ¿Y por qué ves los dibujos?–Porque me gustan.–Vale, y cuando lees, ¿por qué lees?–¿Para… aprender? –sondea, cándido, el pequeño.El lector suspira y cierra el libro. Ve claro el problema aunque

no sea capaz de enunciarlo...Tras escuchar el relato de este pequeño intercambio, me quedo

pensando. La cuestión es quién o qué ha condicionado al niño para que dé esa respuesta. ¿Los padres, los profesores, la sociedad en ge-neral? ¿Por qué el juego o la tele (o los videojuegos, o las manualida-des) son “para divertirse” y leer es “para aprender”? ¿Por qué?

Ilustración de Carlos Velázquez

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Al comentar esta anécdota con otros padres, la conversación, ine-vitablemente, derivó en una explicación acerca del modo en que cada uno trata de inculcar en sus hijos el gusto por la lectura. Algu-nas estrategias, de lo más meritorias, pasaban por hacer carnets de lectura (un sello por cada libro leído) que se podían canjear por una bolsa de chuches una vez completados, o intercambios del tipo “te compro un cómic por cada libro que te leas”.

Seguro que, como me decía un padre un poco desesperado, estas iniciativas son necesarias en algunos casos y hasta puede que ayuden a hacer lectores, pero yo no podía evitar pensar en la sonrisa que nos arrancaría escuchar a un padre decir “por cada videojuego que te acabes te dejo ver una serie de dibujos animados”.

La pregunta es si estamos situando la lectura en el lugar correcto o si, con tanto empeño, la estamos desterrando al lugar de las activi-dades obligatorias y aburridas que necesitan de una motivación externa para ser realizadas. ¿Por qué un niño (o un adulto) ve una película, juega a un videojuego o escucha música? Desde luego, no porque alguien le vaya a dar algo a cambio, sino porque esa activi-dad intrínsecamente le divierte, le entretiene, le aporta, le interesa, le conmueve, le atrapa… En suma, porque le resulta gratificante.

La gratificación externa puede ayudar, sin duda (por algo dice el refrán “hágase el milagro, hágalo el diablo”). Sin embargo, si la grati-ficación para la lectura proviene solo de lo externo (llámense chu-ches, aprobación de los padres o buenas notas), quizá consigamos niños que leen. Pero otra cosa es conseguir niños lectores.

¡Cuántas veces hemos hablado de este tema! Y el caso es que seguimos cayendo en el mismo error, una y otra vez. Con las mejores intenciones me han pedido a menudo que «expliques a los chicos por qué deben leer», «qué cosas buenas te aporta la lectura», «por qué lees tú». Y es sorprendente que casi nunca baste con un simple «por-que me gusta». Tendemos a buscar una LIJ «con valores», olvidando que la lectura es un valor en sí misma. Los autores de LIJ escriben cuentos y novelas, y no libros de texto. Si no juzgamos los libros para adultos en base a criterios didácticos, ¿por qué la LIJ sí? Si insistimos en confundir una novela con un libro de texto, seguirá

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habiendo niños como el que cita Elsa, que piensan que leemos solo «para aprender» y, por tanto, en la escuela, y nunca fuera de ella. Y los niños que leen por placer en su tiempo libre seguirán siendo bichos raros a los ojos de los demás. Y seguirán sintiéndose solos e incompren-didos.

Laura Gallego (escritora)

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La LIJ ante la red9 agosto de 2012

¿Cómo afectan la tecnología, y los cambios sociales que esta genera, a la cadena de valor del libro infantil y juvenil?

Este artículo (publicado en CLIJ, número 248, julio de 2012) es mi intento de aproximar una respuesta a esa pregunta. Al fin y al cabo, es una cuestión a la que todos los que tenemos algo que ver con esto de los libros dedicamos tiempo, cavilaciones y charlas. Y era, además, un tema pendiente en este blog.

Como se explica en la introducción, “es un artículo escrito por una editora de LIJ y no tiene pretensiones de objetividad; por el contrario, aporta una visión parcial, interesada y concebida desde dentro del sector”. Vamos, que es un punto de vista personal cuyo objetivo es animar al diálogo y a la reflexión.

Por si no leéis el artículo completo, os dejo aquí la invitación final:“En este escenario lleno de interrogantes y, por tanto, de posibilida-

des, es más necesario que nunca que los profesionales del sector seamos conscientes de que el hecho literario está teniendo lugar en multitud de espacios que, por ignorancia o elección nuestra, están fuera de nuestro actual ámbito de actuación. Asistimos a una explosión de formas nue-vas de hacer literatura, de leer literatura, de responder a la literatura. Autores, editores, diseñadores, ilustradores…, todos estamos obligados

Ilustración de Paz Rodero

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a conocer y explorar este nuevo territorio si queremos conservar nues-tra relevancia en el sector. Experimentando, equivocándonos, pero por encima de todo, disfrutando y haciendo disfrutar.”

¿Te vienes?

La creación multimedia, los nuevos formatos y dispositi-vos, la interacción entre autores y lectores en las redes sociales, la literatura transmedia, la explosión de formas nuevas de hacer y de leer literatura, el papel de los blo-gueros de literatura juvenil... De la mano de Elsa Aguiar, los editores hemos empezado a integrar nuestro trabajo en una realidad diferente, a generar nuevas formas lite-rarias; a escuchar, interaccionar y participar en la multi-tud de espacios del escenario actual de la LIJ.

Araceli Calzado (editora)

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La LIJ ante la red, una transformación inevitable (CLIJ, número 248, julio de 2012)

Que las “nuevas” tecnologías están cambiando el panorama cul-tural de nuestra sociedad es un hecho que nadie a estas alturas se atrevería a negar. Eso sí: unos consideran esos cambios positivos, y otros, no tanto. Como siempre que una tecnología aparece y co-mienza a provocar cambios sociales profundos, es inevitable que con ella lleguen los apocalípticos y los integrados. Y el caso del efecto de la tecnología sobre la lectura y la literatura no iba a ser menos.

El objetivo de este artículo es hacer un breve repaso de cómo la tecnología y los cambios sociales por ella generados están afectando a la cadena de valor del libro infantil y juvenil. Es un artículo escrito por una editora de LIJ, y no tiene pretensiones de objetividad. Por el contrario, aporta una visión parcial, inte-resada y desde dentro del sector.

Elsa Aguiar

En cabeza ajena

Desde los años noventa, las llamadas “nuevas tecnologías” (es decir, las TIC, las Tecnologías de la Información y la Comunicación) han ido transformando diferentes aspectos del panorama de la indus-tria cultural. La primera gran afectada fue la música, a continuación le tocó al cine, y no mucho después, al periodismo. En muchos de estos casos los cambios fueron traumáticos para las organizaciones dominantes del escenario anterior. Tras el paso del huracán de las TIC, los modelos de negocio de estas industrias han cambiado o están cambiando radicalmente, obligando además a los distintos actores a redefinir sus papeles.

El sector editorial se mantuvo en los primeros momentos bas-tante al margen de aquellas transformaciones, como si la industria y la propia sociedad quisieran creer que el libro iba a seguir siendo

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“el libro” tal y como lo conocemos. Y las posturas negacionistas han persistido a pesar de Internet, a pesar de las redes sociales, a pesar de las descargas legales o ilegales de música y de películas, a pesar de la aparición de dispositivos que permiten procesar cada vez más información, a pesar de las múltiples herramientas que permiten que cualquier persona genere productos culturales y los ponga a dispo-sición del mundo. Como si la industria editorial quisiera creer que podía limitarse a utilizar las novedades tecnológicas para mejorar sus técnicas de producción, sin ver por ello afectado su modelo de negocio.

Por supuesto, la realidad no pide permiso. En la actualidad, el li-bro, y con él toda la industria editorial, se adentra en la llamada sociedad red. No tan rápido como el resto de industrias culturales, pero sí del mismo modo, y con consecuencias muy similares.

La narrativa de la invasión

El cambio al que nos referimos no está siendo ni deseado ni planifi-cado por las organizaciones dominantes de la industria. El mundo editorial más establecido (y muy en concreto la LIJ) ha asistido hasta ahora a estas transformaciones como un simple observador, en alguna ocasión curioso, en otras desdeñoso, y casi siempre resis-tente.

La industria editorial, como antes el resto de industrias cultura-les, no está sabiendo tomar una actitud de conquista de ese nuevo espacio que le pertenece por derecho propio. Muy al contrario, ha tendido a refugiarse en una “narrativa de invasión”, en la que las novedades, en lugar de verse como oportunidades, se han perci-bido como amenazas que ponen en peligro la industria, el modelo de negocio e incluso la esencia misma de la literatura. Exactamente lo que hicieron las grandes discográficas con resultados ya conoci-dos. Debe de ser cierto que no es posible escarmentar en cabeza ajena.

Al no tomar las riendas de esas transformaciones, la industria dejó el camino libre para que otros sean los impulsores de esos cam-bios. Y así ha sido: los fabricantes de dispositivos y los llamados “players” de Internet (Amazon, Google…) parecen ser actualmente los que tienen en sus manos el futuro de la industria literaria. ¿De verdad queremos eso?

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Bajo esta narrativa de invasión, de resistencia frente a un ataque exterior, podríamos dividir la cadena de valor del libro en tres terri-torios: la “zona tomada”, el “frente actual” y la “retaguardia”, con nuestro “invasor” escalando posiciones desde los eslabones finales hasta los iniciales.

• La zona ya tomada corresponde con los eslabones finales: la promoción y la recepción por parte de los lectores, crítica incluida.

• El frente actual está centrado en la distribución.

• La retaguardia, donde por el momento reina una aparente calma, atañe a los eslabones iniciales de la cadena de valor del libro: la concepción, la creación y lo que podríamos llamar producción editorial (aunque con lo mucho que se habla última-mente de la autoedición, esta última está pasando a primera línea del frente).

En retaguardia: concepción y creación de proyectosLas fases iniciales de la cadena de valor del libro, la concepción y sobre todo la creación, se encuentran todavía en un periodo de relativa calma en lo que se refiere a las transformaciones propicia-das por la tecnología. De momento, las formas tradicionales de crea-ción de proyectos y las formas emergentes conviven de forma más o menos pacífica, debido sobre todo al hecho de que las cifras de venta de los proyectos digitales son todavía bajas.

En este eslabón hay dos posibles actitudes que no son mutuamente excluyentes, sino que pueden muy bien convivir:

La primera es aceptar que el texto va a ser servido en una multi-plicidad de formatos y dispositivos, pero conservando la forma na-rrativa establecida, que es la propia del libro de papel. Básicamente es lo que se está haciendo en la literatura de adultos y en práctica-

ConcepciónLos proyectos

ya no los inician

solo los autores.

Creación“Lectura” ya no es

necesariamente igual

a “libros”.

Producción editorial

La editorialya no es

el único modo de publicar.

DistribuciónLa librería

ya no es el único

canal.

PromociónLa promoción

tradicional ya no es la más

efectiva.

ApropiaciónLo que ocurre con el hecho

de lectura ya no es

inaccesible.

Retaguardia Frente actual Zona tomada

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mente toda la literatura juvenil: el texto de La Puerta Oscura o de la saga Crepúsculo es exactamente el mismo para la versión impresa que para la versión en ePub que se puede comprar en una librería digital.

Una segunda opción es tener en cuenta las capacidades de los nuevos formatos y dispositivos desde el momento mismo de la con-cepción del proyecto, y generar así formas literarias nuevas. Esto implica aprovechar literariamente las posibilidades de conexión a la red que tienen los dispositivos digitales, las funciones de localiza-ción geográfica y temporal de un smartphone, las posibilidades de manipulación de los elementos de la página que ofrecen las tabletas, o la capacidad de comunicación bidireccional y “de muchos a mu-chos” propia de las redes sociales.

A nuestro juicio, este segundo enfoque está lleno de posibilida-des muy atractivas que aún están por explorar, y que son especial-mente prometedoras para la literatura infantil y juvenil. A pesar de que todavía hay pocas realizaciones concretas, ya existen ejemplos embrionarios de lo que puede traer este aprovechamiento literario de la tecnología:

•La novela Pomelo y limón, de Begoña Oro, ganadora del premio Gran Angular 2011, incluye como parte relevante de la trama el blog de la protagonista. Ese blog se puede consultar en la web (pinillismos.blogspot.com.es), y en la propia novela se hace re-ferencia a los comentarios que los lectores van dejando, en un juego muy interesante que explora los límites cada vez más borrosos entre lo que entendemos por realidad y por ficción. En la versión digital de la novela se puede acceder al blog y a los comentarios realizados hasta el momento de esa lectura con-creta, todo ello con una continuidad incluso tipográfica con el resto de la obra. De este modo, el texto se va actualizando con las aportaciones de los lectores, haciendo de cada lectura un hecho único.

•Un ejemplo que aún no se ha probado en España, pero que sin duda está llamado a tener un lugar en la LIJ, es el de la litera-tura por entregas cortas a través del móvil, un modelo que en Japón tiene gran éxito desde hace ya una década. En este caso se aprovecha un elemento diferencial del dispositivo, que re-sucita en cierto modo la antigua forma del folletín: la posibili-dad de aprovechar narrativamente el ritmo al que se van sir-

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viendo los distintos fragmentos del texto. Como en el caso anterior, resulta interesante imaginar qué propuestas deriva-das de este punto de partida tendrían buena acogida entre el público juvenil, y qué aportaciones literarias diferenciales con el formato tradicional podrían traer consigo.

•Otro caso que merece mención es el de la serie iniciada por Canciones para Paula, de la editorial Everest. El autor, bajo el pseudónimo de Bluejeans, comenzó a publicar la novela en la red social Tuenti. Después, cuando ya contaba con miles de seguido-res, el texto saltó a otras redes sociales, y finalmente se publicó en papel en una versión que incluía el final, no disponible en la versión online. Un ejemplo de cómo el problema de monetiza-ción del proyecto editorial puede ser abordado desde la forma literaria.

•Otro proyecto que aprovecha las herramientas de la red social es la blogonovela Volverte a encontrar, una narración en 94 ca-pítulos publicada entre 2008 y 2011, que aunque encontramos de escaso valor literario (incluso con problemas de legibilidad por la ortografía y el estilo), resulta curiosa como ejemplo pio-nero de creación amateur en la red.

•En esta línea también resulta muy interesante el modelo de la novela Slice, una de las propuestas del proyecto We tell stories de Penguin (www.wetellstories.com), un “experimento” que ya tiene más de cinco años. Esta novela juvenil se desarrolla a tra-vés de dos blogs: el de la protagonista y el de sus padres. Las entradas de ambos blogs permiten reconstruir la trama a par-tir de dos perspectivas distintas de los mismos hechos. Resulta llamativo que la narración (como en la vida real de los niños y jóvenes) no se realiza solo mediante palabras, sino también a través de fotografías, vídeos, enlaces… y de la posibilidad de interactuar con los personajes en Twitter.

•Y es que esta característica está llamada a ser una de las más relevantes de las nuevas narrativas: la creación multimedia, en la que la escritura, aunque siga siendo el medio expresivo predominante, se hace acompañar por fotos, ilustraciones, ví-deos, música, enlaces… Un camino que merece la pena explo-rar, aunque los ejemplos con los que contamos hasta ahora aún presenten problemas que, probablemente, se irán puliendo

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a medida que se acumule experiencia con nuevos proyectos. Es el caso de propuestas como Chopsticks, de Jessica Anthony y Rodrigo del Corral, una novela juvenil publicada en 2012 por Penguin USA para papel y como aplicación para iPad (bit.ly/novelachopsticks). El lector debe reconstruir la historia de la protagonista, una pianista de 17 años que ha desaparecido del hospital psiquiátrico en el que vivía recluida por su padre, a tra-vés de una gran cantidad de material multimedia: fotos, cartas, documentos, vídeos, mensajes de texto… Si bien es cierto que una lectura tan fragmentada no facilita el mantenimiento de la coherencia argumental, también lo es que en estos tiempos con-viene andar con mentalidad de explorador.

Sin duda, en el momento actual hay un problema para el que aún no hay una solución universal: cómo monetizar estos proyectos. Pero numerosos ejemplos han demostrado que en la economía de la aten-ción lo importante es conseguir el interés de los usuarios. El resto llegará tarde o temprano, probablemente bajo fórmulas diferentes a las que conocemos actualmente.

De momento, el libro en papel sigue representando actualmente la principal fuente de ingresos de un proyecto literario, y por ello, para resultar rentables, estas nuevas formas narrativas se ven a me-nudo obligadas a ser “retrocompatibles”, es decir, poder ser consu-midas también, o al menos en parte, mediante los canales editoria-les bien establecidos. Por tanto, la hibridación de las nuevas formas literarias con la forma tradicional, dentro de fórmulas transmedia, será durante un tiempo una fórmula muy relevante para conciliar el aprovechamiento de las nuevas tecnologías con la rentabilidad de los proyectos. Algunos ejemplos:

•La trama de El silencio se mueve, de Fernando Marías, incluye referencias a un ilustrador poco conocido de la década de los cincuenta llamado Joaquín Pertierra. Un ilustrador actual (Javier Olivares) ha ido reuniendo reproducciones de su obra en una página web (elenigmapertierra.blogspot.com.es). El ras-treo de esas obras se convierte casi en una novela paralela a la que se lee en papel, que ha dado su fruto también en forma de exposiciones, coloquios y reflexiones sobre los límites de la rea-lidad. Además, la página personal del hijo de Pertierra y prota-gonista de la novela (www.elsilenciosemueve.com) ofrece una ampliación muy sugerente del universo de ficción de la novela.

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•Otro ejemplo: en el desarrollo del argumento de Cielo Rojo, de David Lozano, tiene gran importancia la información conte-nida en el blog secreto de un periodista muerto (santonovich.wordpress.com). El lector tiene que acompañar a los protago-nistas en el proceso de dar con la contraseña que permite acce-der a él, pero además tiene la gratificación de poder teclear él mismo esa contraseña en la vida real y encontrar el blog y la información que contiene a la vez que los protagonistas. Asi-mismo, cuando el protagonista escucha la letra de una canción en un concierto, se da cuenta de que solo una persona puede haberla escrito, así que busca en Google y encuentra la página de la cantante, que incluye las grabaciones de esa y otras can-ciones (es.myspace.com/rebecca_welsh).

En definitiva, aunque en estos eslabones iniciales de la cadena de valor literaria aún reina una aparente calma, está claro que ya hay mucho movimiento y que las propuestas crecen a ritmo exponencial.

De todos modos, algo que llama la atención es que parte de estas propuestas proceden de fuera del mundo editorial, de modo que los autores consagrados quedan poco representados en este nuevo escenario. Identificamos tres posibles causas para esta aparente anomalía:

•En algunos casos, lo que impide la incorporación de autores conocidos a estas nuevas formas de expresión no es otra cosa que el desconocimiento de las posibilidades que ofrece la tec-nología.

•En otros, el incierto incentivo económico que aún suponen los proyectos innovadores con fórmulas de monetización menos maduras, frente a las expectativas de ingresos, más previsibles, que los proyectos tradicionales ofrecen a un autor establecido.

•Y por último, para otros autores el obstáculo lo constituyen posturas “esencialistas” en torno a la naturaleza de la creación literaria (“eso no es literatura”, “yo lo que soy es escritor”), que les hacen correr el peligro de quedar fuera de la vanguardia.

Por suerte también hay quien lo ve claro, como muestra el hecho de que en la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Bolonia se haya em-pezado a convocar un premio para aplicaciones de literatura infan-til y juvenil para dispositivos móviles (bit.ly/boloniadigital).

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En el frente: ¿hay un lugar para el editor? Producción editorial y autoedición

Hablemos ahora de producción editorial. Como era de esperar, hace tiempo que se oyen voces que se plantean si tiene sentido, en este nuevo escenario, la existencia del editor y de las editoriales. Desde el momento en que las nuevas herramientas permiten que cualquier persona se autopublique y cubra por sí misma todos los eslabones de la cadena del libro, esta reflexión resultaba inevitable.

La realidad es que, gracias a la tecnología, cualquiera de noso-tros puede grabar una canción con veinticuatro pistas, editar un libro de fotografías con impresión de alta calidad, o rodar un corto en alta definición y colgarlo en la red. La cuestión es si eso nos con-vierte en músicos, fotógrafos o directores de cine. Alrededor de este tema se han desatado múltiples polémicas, como la que enfrentó a la editorial Hachette con el escritor autopublicado J.A. Konrath (bit.ly/polemicakonrath). Pero por encima de las discusiones hay algo en lo que probablemente todo el sector está de acuerdo: esta nueva realidad obliga a redefinir el papel del editor y de las editoriales.

En nuestra opinión, habrá autores que puedan y quieran cubrir por sí mismos todos los eslabones de la cadena de valor del libro, y eso será algo bueno para la creación y para la cultura. Y habrá otros que prefieran dedicar su tiempo a lo que mejor saben hacer, que es escri-bir, y decidan recorrer el resto del camino en compañía de un profe-sional. Y eso también será muy bueno para la calidad de la literatura y para la variedad de las propuestas que se ofrezcan al mercado.

Visto desde el lado de los lectores, ocurrirá algo similar: habrá lec-tores que puedan y quieran bucear en la infinidad de propuestas que nos ofrezca la red y encontrar por sí mismos aquello que más les satis-faga, sin intermediarios ni filtros previos. Y habrá otros que prefieran confiar en las propuestas de determinados sellos o personas individua-les que les aporten una “garantía” de calidad y les eviten esa ingente labor de búsqueda y selección. La convivencia y competencia de am-bas fórmulas solo puede ser positiva para la literatura y los lectores.

En cualquier caso, y aunque para afirmar esto tengamos que aco-gernos a la falta de pretensión de objetividad que adujimos al prin-cipio, algunos tenemos claro que sí que puede haber un papel para el editor en todos los eslabones de la cadena de valor del libro. Desde la concepción de nuevos proyectos hasta la recepción por parte de

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los lectores, pasando por el acompañamiento de los autores durante el proceso de creación, la coordinación de los profesionales cada vez más variados que van a participar en los proyectos generados, la gestión de la promoción, la garantía de calidad de los contenidos… Todo depende del tipo de editor que uno sea o quiera ser. En todo caso, no nos cabe duda de que hay sitio para un editor capaz de ins-pirar y de motivar a los creadores, capaz de discernir y mostrar un camino y capaz de seleccionar, de aglutinar y de coordinar a los diversos perfiles necesarios en el nuevo escenario. La clave está en la actitud que queramos tomar: fortificar nuestras antiguas posicio-nes, o actualizar nuestras destrezas para la nueva realidad.

En el frente de los medios: la distribución

Al hablar de distribución, pasamos a la zona donde más se oye el ruido de la batalla. Dado que este es el tema estrella en los medios y se habla de él hasta la saciedad, vayamos directos al fondo de la cuestión: cada vez se venden más dispositivos que permiten la lec-tura de obras en formato digital. Pero el número de obras vendidas para esos dispositivos no crece en absoluto al mismo ritmo.

Este hecho objetivo tiene diversas interpretaciones según quién las haga, pero en la industria parece haber un cierto “acuerdo” en interpretarlo como una muestra de que la demanda de libros digita-les va lenta. Ahora: ¿de verdad queremos creer que todas las perso-nas que tienen un dispositivo de lectura están leyendo obras libres de derechos? ¿De verdad pensamos que la razón de que las cifras de descargas legales sean pequeñas es que la demanda aún no es rele-vante? Seamos sinceros: basta con teclear en un buscador cualquier título de literatura juvenil o de adultos seguido de la palabra “des-cargar” o “descarga gratis”, o “pdf” para responder a esa pregunta. Y de esto hace ya muchos años.

Nos gustará más o menos, podremos hacer los juicios de valor que queramos, podemos incluso quejarnos amargamente y asegu-rar que nos retiramos de este mundo, como hay quien ya lo ha he-cho. Pero la realidad seguirá siendo la que es. Así que quizá sea más inteligente analizar la situación para entender sus causas y las posi-bles soluciones. Y a continuación, empezar a trabajar con el presente para convertirlo en nuestro aliado.

Para empezar, es urgente que el sector editorial abandone la idea de que lo “nuestro” es el negocio de trasladar celulosa de un sitio

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a otro. Lo nuestro son los contenidos, estén en papel, en la nube o donde sea. A lo que hay que aferrarse es el verbo “leer”, al sustan-tivo “literatura”, no a un formato o a un material.

Un paso en la buena dirección sería conseguir que cualquier tí-tulo que se ofrezca en papel esté disponible también en formato digital; y que descargar un libro electrónico desde un sitio legal deje de ser una odisea incluso para alguien que maneja con soltura herramientas digitales. Por añadidura, también podríamos intentar que tener ese texto disponible en nuestros distintos dispositivos deje de ser tan complicado que uno se sienta tentado de descargar la copia pirata, no porque sea más barato, sino porque resulta más accesible. De nuevo en este aspecto, la experiencia pasada de la indus-tria discográfica debería iluminarnos el camino, y concienciarnos de que ganarse al público para las opciones legales pasa por una po-lítica de precios adecuada, por un catálogo abarcador, y por una gran atención a la usabilidad, no por propuestas a medio camino y siste-mas DRM que solo consiguen resultar hostiles para los lectores.

En todo caso, no debemos perder de vista algunos modelos emer-gentes, como la lectura por suscripción que propone 24symbols (www.24symbols.com), o plataformas para la escuela, como la de Capstone (www.capstonepub.com), que reúne un buen número de libros digitales y es capaz de seleccionar los más adecuados para el nivel lector de cada niño. Además incluye un registro de libros leídos, tiempo dedicado y vocabulario adquirido. O Storia, la tienda de Scholastic (store.scholastic.com), que adapta la selección de obras al nivel de lectura de cada niño y permite que los textos se puedan instalar simultáneamente en distintos dispositivos.

La zona tomada I: la promoción

Sin duda, quienes se ocupan de la promoción del libro fueron los que más rápidamente vieron las posibilidades que ofrecían las TIC. Y es que a nadie se le escapa que Internet se ha convertido, no solo para los adultos sino también para los jóvenes y, cada vez más, los niños, en uno de los principales escenarios de interacción social.

A esto se suma el hecho de que los jóvenes han desarrollado cierta prevención hacia los intentos de prescripción literaria que vienen de ámbitos adultos, en parte por el empeño de estos en hacerlos co-mulgar con el canon que ellos consideran adecuado para la forma-ción de los jóvenes lectores. Gracias a las posibilidades de la red so-

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cial, el boca-oreja entre los jóvenes se ha convertido en el principal criterio de decisión de compra y de lectura. La recomendación entre iguales, que siempre había sido el modo más poderoso de conseguir el triunfo de un libro entre los lectores, se amplía así y alcanza un ámbito global.

Las editoriales, conscientes de este fenómeno, empezaron muy pronto a poner en marcha iniciativas para aprovechar e impulsar esa recomendación directa. La trilogía de Laura Gallego Memorias de Idhún fue un caso pionero, a través de un concurso de preguntas sobre el primer libro que tenía por objeto seleccionar a los asisten-tes al Encuentro Idhunita, un evento que reunió a cientos de segui-dores del libro.

Otro ejemplo de promoción de un libro de la misma autora, pero con un planteamiento muy diferente, fue El diario de Cat, la protago-nista de la novela Dos velas para el diablo. En este caso se trataba de un blog que recogía en tiempo real los acontecimientos que iban ocurriendo durante el mes que duraba su viaje de vuelta a España desde Polonia, constituyéndose así en una precuela del libro, sincro-nizada con su salida a librerías, y que sirvió para que muchos lecto-res recibieran el lanzamiento de la obra con un vínculo emocional ya establecido con el personaje.

No puede dejarse sin citar la comunidad de fans de Crepúsculo que se aglutinó en torno a la página web de la saga, con noticias, con-cursos, sorteos, intercambio de opiniones, amistades... y que contri-buyó al rápido crecimiento de los seguidores de esta serie.

Desde entonces, los experimentos han sido muy variados y a cual más interesante: concursos de fotografía, de disfraces, de bandas sonoras, rutas turísticas por los escenarios de una novela, el reto de ser el primero en leer una novela… Un aspecto hoy inexcusable de la promoción de la lectura que, sin duda, todavía dará muchas sor-presas.

La zona tomada II: la recepción por parte del lector

Las TIC también han cambiado el escenario en que se produce la re-cepción de la obra por parte del lector. Si antes el escritor se ence-rraba en su casa para alumbrar su texto y únicamente salía a poner cara a su público una vez al año en las firmas de las ferias del libro, ahora el autor interacciona con sus lectores casi desde el mismo ins-tante de la concepción de la obra. En reciprocidad, los lectores pre-

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sentes en ese proceso opinan, animan… e incluso devuelven crea-ción por creación a través de fanfics (ficción creada por los fans), fancómics (cómics de los fans que recrean una obra o inventan alter-nativas), videoblogs (comentarios sobre libros grabados en vídeo), booktrailers (pequeños vídeos promocionales de un libro)… Basta con teclear alguna de estas palabras en Google, en solitario o acom-pañadas del título deseado, para encontrar múltiples ejemplos.

Hay que dar por descontado que la apropiación del universo fic-cional del autor por parte de los lectores se ha dado siempre. Pero las herramientas que ofrecen las TIC, cada vez más variadas y senci-llas, facilitan la tarea e incluso incitan a realizarla. Los lectores, y so-bre todo los juveniles, han tomado al asalto las posibilidades de la red para estar presentes y compartir el momento de recepción de la obra. De cualquier obra, pero muy especialmente de la de aque-llos autores que plantean desde el principio una “conversación” con sus lectores.

Un ejemplo claro de este fenómeno es, una vez más, Laura Gallego, que a través de su web mantiene una conversación diaria con sus fans alrededor del proceso que siguen sus obras. Desde que se le ocurre un proyecto hasta el mismo día de la presentación en librerías, pasando por los escollos en la escritura, las dudas acerca del nombre de un personaje, las discusiones sobre el título, las correcciones del editor, las ideas de ilustración de la editorial, las propuestas de cubierta… Más tarde llegarán los comentarios de los lectores a medida que avan-zan en el texto, y sus propias creaciones en torno al universo de fic-ción propuesto por la autora.

Estamos, pues, en un nuevo escenario en el que la cooperación entre lector y escritor en la construcción del mundo de ficción ya no es un fenómeno psicológico inaccesible desde el exterior, sino que es un hecho explícito, que se desarrolla a escala social, y del que queda un registro permanente. Los lectores ya no son meros con-sumidores, sino que se convierten en prescriptores, en intérpretes, e incluso en coautores.

La crítica

Pero quizá el fenómeno más llamativo en este último eslabón de la cadena de valor del libro sea el de la transformación que ha sufrido la crítica a raíz de la aparición de las herramientas de red social. An-tes, los lectores podían acudir a la producción crítica de periodistas

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y especialistas para decidir en su proceso de compra o de lectura, pero ahora son los blogs y los comentarios de otros lectores los que cumplen esa función. Los lectores juveniles se fían mucho más de la recomendación de sus iguales que de la crítica realizada por espe-cialistas que a menudo muestran una sensibilidad alejada de la suya. La crítica especializada se ha visto obligada a ceder posiciones ante la vitalidad y la capacidad “reseñadora” y crítica de los blogueros, quedando confinada a espacios muy concretos (principalmente re-vistas del sector) a los que normalmente no acceden los jóvenes des-tinatarios de esas obras.

Y es que la actividad en los blogs y en revistas de recomendación de libros hechos por jóvenes y para jóvenes, se ha convertido, pro-bablemente, en el fenómeno que mejor describe la realidad actual de la literatura juvenil. Entre otros muchos estarían Literatura infantil y juvenil actual (lij-jg.blogspot.com.es) o Letras y escenas (letrasyescenas.com) entre los blogs, y El Templo de las Mil Puertas (eltemplodelasmilpuertas.com) o El Tiramilla (eltiramilla.com) en-tre las revistas online. Estos blogs y revistas conforman una enorme oferta de recomendaciones hechas por los propios lectores. Como es lógico, las aportaciones son de calidad desigual: las hay que po-drían competir con las mejores críticas hechas por profesionales, mientras que otras no pasan de ser opiniones basadas en gustos personales sin demasiado criterio. Pero juntos conforman un her-videro de conversaciones acerca de libros y literatura que merece la pena seguir.

Este fenómeno, por supuesto, no ha pasado desapercibido para las editoriales, que tratan a estos blogueros como al resto de medios de comunicación en cuanto a envío de novedades, invitaciones a pre-sentaciones y demás eventos promocionales. Un ejemplo: la “Crónica de una tiramillota en el CERN” (eltiramilla.com/cern-quantic-love/), en la que una de estas blogueras narra el viaje promocional organi-zado por La Galera con motivo del lanzamiento de Quantic Love, de Sonia Fernández Vidal.

Estos blogueros reciben puntualmente las novedades, a veces in-cluso dedicadas por los autores, junto con elementos de marketing que a su vez utilizan para organizar pequeños concursos y sorteos entre los seguidores de sus blogs, expandiendo así la actividad pro-mocional de las editoriales. Por otro lado, los autores, conscientes de la importancia de estos sitios, les conceden entrevistas o contes-

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tan cuestionarios personalizados por correo electrónico. Una sim-biosis curiosa entre lectores, críticos y productores.

Las consecuencias de este fenómeno son muy variadas y comple-jas, y probablemente resultará difícil evaluarlas hasta que podamos contemplarlas con un poco de distancia. Mientras tanto, para todo el que aspire a “existir” en este mundo, resulta fundamental estar pre-sente en estos espacios, escuchando atentamente, interaccionando, y en suma, participando en la conversación siempre que sea posible.

A por el futuro

En este escenario lleno de interrogantes y, por tanto, de posibilida-des, es más necesario que nunca que los profesionales del sector seamos conscientes de que el hecho literario está teniendo lugar en multitud de espacios que, por ignorancia o elección nuestra, están fuera de nuestro actual ámbito de actuación. Asistimos a una explo-sión de formas nuevas de hacer literatura, de leer literatura, de res-ponder a la literatura. Autores, editores, diseñadores, ilustradores…, todos estamos obligados a conocer y explorar este nuevo territorio si queremos conservar nuestra relevancia en el sector. Experimen-tando, equivocándonos, pero por encima de todo, disfrutando y ha-ciendo disfrutar.

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Hacer que pasen cosas12 agosto de 2012

Llevaba yo varias semanas dándole vueltas a una entrada bajo el tí-tulo “¿Hay sitio para el editor?”. Diversos artículos, y en concreto el “intercambio” entre la editorial Hachette y el escritor autopu-blicado Konrath, me instaban a poner en claro cuál es para mí el pa-pel que puede tener un editor en el nuevo contexto en que vivimos. ¿Que por qué?

Bueno, quizá porque muchas de las supuestas funciones insusti-tuibles del editor que enumeraba Hachette en aquella carta tienen más que ver con lo que puede aportar una editorial (claro, en espa-ñol utilizamos la misma palabra para lo que los ingleses dividen en-tre Editor y Publisher), y mi interés principal es el editor (en el sentido del primero de esos dos términos en inglés). Y porque de algunas de esas funciones (como “encontrar y alimentar el talento”, “actuar como colaborador del autor en el proceso de escritura” o “funcionar como pioneros explorando y experimentando”) yo también haría bandera, pero, en general, la carta se me quedaba un poco corta para definir el alcance de lo que yo querría hacer como editora en los próximos años.

Y sobre todo porque, de fondo, en mi cerebro no dejaba de sonar aquello que escribió Sara Lloyd, editora de Pan Macmillan en su “Manifiesto de una editora para el siglo xxi”, hace ya cuatro años: “Los editores tienen que trabajar a toda prisa en definir cuál es la quin-taesencia de la edición”. Evidentemente, no hay una sola definición

Ilustración de José María Casanovas

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posible. Cada uno debe elaborar la suya, y probablemente muchas son compatibles y no excluyentes, pero la mía tiene mucho que ver con otra frase de ese manifiesto: “Los editores tendrán que verse como configuradores y facilitadores”.

Y ahí andaba yo, pensando en esas funciones del editor a lo largo de la cadena de valor del libro y viendo un magnífico “hueco” en la concepción de nuevos proyectos; en la tarea de “desbrozamiento” de las posibilidades de las tecnologías habilitadoras de nuevas formas de hacer literatura; en la labor de inspirar determinados proyectos a los autores, poniendo a su disposición las herramientas necesa-rias; en la formación y coordinación de equipos multidisciplinares para llevar adelante nuevas ideas; en la función de acompañamiento de los autores que quieran tener a su lado a un editor durante el proceso de escritura; en el reto de llevar la literatura a los lugares en los que está teniendo lugar la lectura en niños y jóvenes; en el contacto cada vez más cercano con los lectores…

Y entonces, mientras visualizaba ese futuro lleno de posibilida-des por explorar, un buen amigo (gracias, Nano) me puso sobre la mesa una entrevista con Joseph Maria Castellet, director literario de Grup 62. Merece la pena leerla entera, pero a mí me llamaron especialmente la atención estas frases: “Para ser editor dependes de cuatro de los cinco sentidos al menos. Has de tener buen ojo, tienes que usar bien la nariz, debes pegar la oreja donde se debe y es imprescindi-ble tener tacto. Y has de ser una persona muy bien educada”. Y termi-naba diciendo que “el editor debe ser una esponja, una esponja de ver-dad, y esta se localiza en el cerebro”. Es una manera muy bonita de definir al editor, aunque irremediablemente te hace pensar si ese equipaje (ya de por si difícil de tener) será suficiente para los edito-res en los próximos años.

Quizá para los tiempos que vienen, el editor, además de ser una es-ponja, debería tener una marcada dimensión “conseguidora”. Y para conseguir cosas, el editor, además de muy educado, tiene que ser un poco “liante”: alguien capaz de embarcarse y embarcar a todo el que haga falta en proyectos ilusionantes y prometedores, incluso algu-nos de resultado incierto. Por ahí va mi definición de la esencia del editor: un editor que, además de todo lo demás, sea alguien que hace que pasen cosas en el terreno de lo literario.

Qué cosas sean esas, y cómo vamos a hacer que ocurran, es lo que nos toca ir dibujando desde ahora mismo.

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La insoportable injusticia de que premien a otro3 febrero de 2013

Ocurre una y otra vez: un escritor de literatura infantil o juvenil conocido gana un premio y los blogs se llenan de comentarios acerca de la presunta injusticia de que el premio sea para un autor “profesio-nal”. Pero como hace tiempo ya expuse mi opinión al respecto, me limito a recordar que el año pasado ganaron los premios El Barco de Vapor y Gran Angular dos autores no tan conocidos: Catalina González Villar y Jesús Díez de Palma. Y lo mismo ocurrió con otros premios importantes. Por no recordar que, aunque ya canse un poco decirlo, la plica es real: cuando el jurado elige el manuscrito ganador, no sabe quién lo ha escrito. Tanto si la gente se lo cree, como si no.

Si alguien tiene tiempo y ganas de hacer un repaso a los ganado-res de los premios de LIJ más relevantes de nuestro país en todas sus convocatorias, comprobará fácilmente que hay muchos premiados que, en el momento en que recibieron el premio, no eran conocidos. La buena noticia es que hoy, cuando han pasado unos años, varios de los nombres que nadie conocía se han convertido en referentes. Y los premios que recibieron contribuyeron a ello. Por suerte, porque esa es una de sus funciones más importantes.

A ver, que tampoco pasa nada. No es difícil entender la frustra-ción de quien ha dedicado mucho tiempo y muchas ilusiones a escri-bir su novela y se encuentra con que otro manuscrito se lleva el pre-mio. Y si encima es de alguien que publica habitualmente y vende y es leído y ha ganado ya muchos premios, pues eso, que es normal que se desespere un poco y hasta que patalee otro poco.

Pero quizá el error es de partida: los premios de los que estamos hablando son de un nivel muy alto. Esto no quiere decir que sean solo para profesionales, pero está claro que ellos juegan con ventaja. Pero desanimarse por ello es como si recién graduado en la Escuela de Arte Dramático te decepcionaras porque esa llamada de teléfono no es de Almodóvar.

Hay premios para autores menores de 18 años, como el que con-voca la propia Fundación Jordi Sierra i Fabra y publica SM, y hay

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concursos para autores noveles, como el que con-voca la propia Asociación de Escritores Nove-les o el de la Diputación de Jaén. Y hay premios, como estos que nos ocupan, abiertos a todos los escritores, y ellos, los escritores profesionales, también tienen derecho a presentarse. Y no solo derecho, sino, casi, diría yo, obligación.

En cualquier caso, mucha calma. Que no ga-nar un premio (como que no te toque la lotería) es lo más habitual. Que eso les ha pasado (y les seguirá pasando) a todos los que hoy están ga-

nando esos premios. Que probablemente no hay ni un solo escritor, conocido o no, que no haya sufrido más de un rechazo (y de dos y de tres, seguramente), ya sea en un concurso, ya enviando directamente su novela a una editorial. Que por esa situación han pasado todos los grandes nombres de la literatura.

Para relativizar un poco y pasar un rato muy entretenido, una recomendación: Éxito, de Íñigo García Ureta (Trama Editorial, 2011). Un libro sobre el rechazo editorial que, además de recoger de forma desdramatizadora algunos de los rechazos más sonados de la histo-ria de la literatura, incluye pequeñas encuestas a agentes y editores sobre diferentes aspectos del tema. Opiniones muy bien fundamen-tadas, mucha experiencia y un montón de información sensata para rumiar el rechazo o, como en el caso que nos ocupa, que otro se lleve el premio. Y tras el paréntesis, a por el siguiente :)

No hay ni un solo escritor,

conocido o no, que no haya sufrido más

de un rechazo.

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¿Proteger o protegernos?24 febrero de 2013

Un tema imposible de eludir cuando se trabaja para niños y jóvenes es el de si el contenido es “adecuado”para lectores de una determi-nada edad. Las opiniones son diversas y, por supuesto, todas respe-tables y discutibles por igual, dado que se basan en aquello de lo que cada uno considera necesario proteger a los niños. O no protegerlos.

La cuestión es que no somos niños, ni los niños de hoy son igua-les a los niños que fuimos. Ponerse en el lugar de los niños y jóvenes de hoy sin serlo es uno de los retos de editar LIJ (y más aún de escri-birla o de seleccionarla para ellos). Por eso me encantó esta entre-vista gráfica que el autor de cómics Art Spiegelman le hizo al autor de literatura ilustrada infantil Maurice Sendak en la revista New Yorker:

La infancia es “profunda, rica, vital, misteriosa, honda”, dice Sendak. Y sí, quizá nos asustaría conocer al niño que llevan dentro nuestros niños, como probablemente nos asustaría recordar, de verdad, sin romanticismo ni falsos idealismos, al niño que real-mente fuimos. Porque, efectivamente, sabíamos cosas terribles y sa-bíamos que era mejor que los adultos no supiesen que las sabíamos. ¿O no?

Determinar cómo se traduce esto a nuestro trabajo con o para ni-ños no es tarea fácil, pero a mí me hace reflexionar. Me hace plan-tearme si al rechazar una novela para niños por demasiado dura pen-

Ilustración de Javier Andrada

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samos en los niños o en los adultos que las leerán y nos juzgarán a través de ellas. Me hace pensar si como sociedad tenemos unos pará-metros acertados respecto a de qué cosas hay que proteger a los ni-ños y de cuáles no. Me hace mirar hacia nuestro papel como adultos que educan, hacia el sentido de la educación, hacia el trasvase entre el niño y el adulto que se produce en ese proceso. Y sin duda, me hace reflexionar sobre cuál debería ser la postura de la LIJ ante todo esto.

No tengo todas las respuestas, pero como casi siempre, creo que en este caso las preguntas son más importantes.

Decía Stevenson que el autor, cuando crea, entorna los ojos para no verse cegado por la confusión de la realidad; también, que la vida transcurre entre ruidos y disonan-cias, mientras que una novela siempre contiene un soni- do compuesto por un músico discreto. El asunto no es tra-tar el terror, la maldad, el sexo, la muerte o cualquier otro tema que pueda resultar escabroso, sino el detalle con que se pueda hacer, el texto y la música que componen el concierto. Tan absurdo es privar a los cuentos clásicos de lobos y brujas como pretender que el niño deba y pueda digerir cualquier cosa, y en ese sentido hay que apelar a la responsabilidad del editor ante una obra que roce ciertos límites. El asunto es dónde se coloca el foco, y en este sen-tido hay que denunciar que la sociedad sea tan cínica. Hay quien brama porque se publiquen obras que tratan con exquisitez el enamoramiento y el deseo entre adoles-centes mientras que no se escandalizan por libros que fo-mentan la banalidad, el consumismo o la estupidez. Esto ha sido siempre así: en Tom Sawyer, los biempensantes se habrían alborotado si Twain hubiese descrito la rodilla desnuda de Becky, pero callaron sobre el esclavismo de Jim. Por suerte, las sociedades evolucionan. Editoras como tú, Elsa, sois motores de ese cambio, que hacen posible que hoy podamos leer a Sendak, a Spiegelmann y a muchos otros. Pero atentos, no creamos que no hay vueltas atrás. ¿Habría hoy muchos editores dispuestos a publicar a Roald Dahl o a Maria Gripe, por poner solo dos ejemplos?

Ricardo Gómez (escritor)

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Tú y yo vamos por ese bosque, paseando detrás del perro, de Art Spiegelman y de Maurice Sendak. Vamos escu-chando su conversación y acabamos recordando nuestra infancia. “Me habría gustado que nos conociéramos de niñas, Elsa. Me habría sentido menos sola”, te digo. Y tú me dices: “Pero entonces igual ahora no serías escritora”. Y yo pienso, pero no te digo: “Tienes razón, otra vez”. Y el perro se te sube a las piernas, y te ríes. Hemos llegado a casa. Sendak te dice: “Pasa, pasa”.

Begoña Oro (escritora)

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Acabar bien26 marzo de 2013

Hoy, en la comida, mis hijos comentaban algunos de los tremebun-dos argumentos que desarrolla Jacqueline Wilson, una de sus escri-toras favoritas, en sus novelas para niños y jóvenes. Padres divor-ciados varias veces, progenitores que se marchan de vacaciones con el amante de turno dejando a los niños solos al cuidado de un her-mano o hermana de catorce años, chavalines que deben enfrentarse solos a un accidente o una agresión, adultos con niños a su cargo que se emborrachan hasta la inconsciencia… y otras situaciones familia-res y sociales que, aunque no pongo en duda que se den en la reali-dad, por su frecuencia rozan lo inverosímil.

Les pregunto: “¿Y por qué os gustan esos libros?”. Se encogen de hombros: “Molan”.

Ilustración de Mikel Valverde

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Ante mi expresión, y quizás en un intento de justificarse, aña-den: “Pero muchas acaban bien”.

Acabar bien. Esa respuesta me hace recordar una frase de la re-seña de El rostro de la sombra que hizo en su momento una bloguera: “Estoy acostumbrada a leer historias sobre personajes torpes y egoístas que al final se enderezan y se convierten en personas decentes”. Y en un comentario a esa reseña, alguien remataba: “Se echa de menos un final donde quede todo bien definido”. ¿Es eso “acabar bien”?

Venga, sin miedo. ¿“Acabar bien” es que “los malos” se rehabiliten y que el amor triunfe? ¿Es acabar bien que todo desemboque en un “deber ser” bien visto socialmente? Me temo que “acabar bien” es entonces sinónimo de una resolución que no nos produzca desa-sosiego, que no nos perturbe, que no nos entristezca, que no nos haga plantearnos cosas que hagan tambalearse nuestra cómoda coti-dianidad.

Así que intento explicar a mis hijos que la vida, a veces, no acaba bien. Intento hacerles ver que quizá tenemos un concepto equivo-cado de qué es acabar bien, tanto en las novelas como en la vida. Me gustaría que entendieran que “acabar bien” no es siempre que los acontecimientos se desenvuelvan como uno quiere, como a uno le gustaría o como uno cree que es justo. Que a veces “acabar bien” puede ser, simplemente, saber que, ocurra lo que ocurra, uno ha sido fiel a sí mismo y al sentido o sentidos que haya querido darle a su vida. Les pongo un ejemplo: La historia de Iqbal. En este caso, tanto la realidad como la novela “acaban mal” en el sentido conven-cional del término. Iqbal, un chaval honesto y decidido de muy pocos años, muere asesinado y “los malos” quedan, probablemente, impu-nes. Pero en otro sentido, la historia de Iqbal acaba bien, porque nada consigue que el protagonista se aparte de lo que considera su prioridad: destapar la injusticia, cueste lo que cueste.

Claro está que mis hijos tienen once años. Y, en su mirada de ni-ños que empiezan a no serlo, intuyo que el “acabar bien” normalizado al que ellos se referían cumple una función: aplacar la ansiedad que pueden generar las historias leídas. Quiero creer que esa ansiedad, aunque calmada, ya lleva en sí misma la semilla de una inconformi-dad constructiva.

Al final, me quedo pensando que quizá todos necesitamos, de vez en cuando, una historia que “acabe bien” en el sentido clásico, aun-que solo sea para seguir creyendo que es posible.

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Esta entrada creo que refleja muy bien la actitud ante la vida de Elsa: siempre fiel a sí misma, coherente, enfren-tando de cara las dificultades, positiva y directa. Y por-que me ha conmovido especialmente recordar que, ya en plena lucha contra la enfermedad, nunca perdió de vista su gran objetivo: proporcionar armas a los niños –los su-yos y los lectores para los que trabajaba– para que apren-dieran a dar sentido a la vida. Porque, efectivamente, “la vida, a veces, no acaba bien”, pero conviene saberlo para poder afrontarlo.Su historia no acabó bien, pero fue una auténtica lección de vida: su recuerdo nos alumbra y reconcilia con el mundo. Hay personas que tienen ese don. Y Elsa lo tenía.

Victoria Fernández (directora de la revista CLIJ)

En esta entrada resulta prácticamente imposible distin-guir cuándo Elsa Aguiar habla de los libros y cuándo lo hace de la vida misma. Cuándo Edita en voz alta o cuándo Comparte en voz alta un pensamiento que la acompañó hasta las páginas finales del libro de su vida. Si tratamos de ponernos en su piel, da vértigo tener la firme convic-ción de que “acabar bien” no debe ser sinónimo de bus-car un final feliz; defender que un “buen final” debe hacer tambalear nuestros principios para permitir que ger-mine un inconformismo constructivo… y a la vez, desear que el libro que estás a punto de terminar de escribir tenga un final “normalizado” que te ayude a ti, y a todas las personas que te quieren, a calmar la ansiedad que ge-neran las historias auténticas. Querida tocaya, si se trata de buscar una historia en la que, ocurra lo que ocurra, y cueste lo que cueste, uno haya sido fiel al sentido que le ha querido dar a su vida, sin lugar a dudas, y muy a nuestro pesar, tu historia “acaba bien”.

Elsa Santaolalla (editora)

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Buscamos primeras veces16 mayo de 2013

Sí, sí, como suena, estamos buscando primeras veces. Esas prime-ras veces que nos cambian, que nos transforman en una persona un poquito diferente. Esas primeras veces que todos experimentamos alguna vez en la vida y que, de alguna manera, se convierten en un “rito de paso” que nos lleva de un yo a otro yo. Primeras veces ya vivi-das y primeras veces anheladas. Primeras veces en primera o en ter-cera persona. Primeras veces en pasado, en presente o en futuro. Primeras veces reales o inventadas. En definitiva, primeras veces que merece la pena compartir.

¿Que por qué? Porque queremos “experimentar y aprender con nuevas formas de literatura, y en el camino animar un diálogo inter-generacional alrededor de esos grandes o pequeños ritos de paso que marcan nuestro tránsito por la vida”.

Y porque sospechamos que hay muchos y buenos escritores es-condidos que tienen mucho que contar y queremos que “salgan del armario”.

Ilustración de Andrés Guerrero

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¿Que para qué? Para lograr que de esta experiencia salga un libro de relatos en el que los textos de escritores profesionales se codeen con otros de personas de cualquier edad que aman escribir aunque escritor no sea la profesión que figura en su tarjeta de visita.

¿Que cómo? Muy sencillo. Visita La primera vez que..., lee los relatos y, si te apetece, comenta esas primeras veces que otras personas han querido compartir. Después, piensa en esa primera vez que es tan especial para ti (o que crees que lo será, o que lo fue para alguien que conoces), conviértela en un relato y envíanosla utilizando el formulario, junto con una pequeña nota acerca de ti. Si te apetece, puedes mandar la foto con que la ilustrarías. Si no, noso-tros le pondremos una que esté a la altura.

Queremos leer tus primeras veces, las de tus padres y las de tus abuelos. Las de tus vecinos y las de tus compañeros de clase o de tra-bajo. Las primeras veces de tus alumnos y las de tus profesores. ¿Nos ayudas a que se enteren?

Buscábamos primeras veces. Buscábamos el hecho lite-rario, la literatura fuera del libro, en la vida, en la expe-riencia, en los recuerdos, en la imaginación. Porque cada uno sabemos cómo queremos narrar nuestra historia, qué es lo que queremos que los demás lean. Y también editamos.Bueno, en realidad Elsa buscaba primeras veces. Yo me subí al barco y me puse a remar con ella. Como siempre.

Berta Márquez (editora)

La primera vez que Elsa vino a nuestra cuadra lo hizo acom-pañada de su familia, amigos y un montón de niños, para celebrar el cumpleaños de sus hijos. Fue un día maravi-lloso.Ella se encontraba ya en un periodo difícil, pero su son-risa seguía manteniendo la misma magia de siempre y su mirada, la misma vitalidad, y todos fuimos contagiados de esa alegría.Un beso muy grande, Elsa. Las personas como tú nunca se van de nuestro lado.

Andrés Guerrero (ilustrador y escritor)

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En busca de una LIJ de nueva generación8 diciembre de 2013

Hace tiempo que voy acumulando elementos en una lista que se po-dría titular “temas actuales que echo de menos en los libros de LIJ”. Temas en los que una literatura que pretende ser formativa (en el más amplio sentido de la palabra) y comprometida con el individuo y con la sociedad, tendría algo que decir.

Por supuesto, no estoy hablando de que tenga que haber libros enteros que traten sobre cada uno de esos temas en exclusiva (que también podría ser), pero sí echo de menos manuscritos que toquen, aunque no necesariamente en primera línea, algunas realidades que conforman el hoy de niños y jóvenes. ¿Por qué?

Porque son temas de gran interés en el presente, sí, pero también porque van a configurar en gran medida el futuro en el que vivirán y serán adultos los niños para los que hoy escribimos y publicamos.

Se trata, en definitiva, de actualizar los valores, tanto en el sen-tido de incluirlos en historias que llamen a la acción en situaciones presentes como en el sentido de que hoy en día ciertos valores se han vuelto más urgentes.

Así que, para empezar, ahí va una primera lista que tiene que ver con reflejar la actual coyuntura social, económica y política:

1. La lucha por nuevas hegemonías de pensamiento. Por ejem-plo, cómo la PAH ha conseguido que un desahucio pase de ser percibido socialmente como una tragedia privada e inevitable, a algo inadmisible.

2. Las nuevas formas de activismo y participación ciudadana, desde el 15M a polémicas como la de Change.org versus la crí-tica al ciberfetichismo: muchos jóvenes quieren cambiar el mundo, pero ¿van a poder hacerlo a base de clics?

3. La globalización: lo que pasa al otro lado del mundo nos afecta. Tanto a nivel macro (el actual proceso de devaluación interna en España es una de las consecuencias del programa de globa-lización económica) como a nivel micro (tu mejor amigo, el que te entiende como nadie, puede estar en otro continente).

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4. El activismo consumidor: cambiar el mundo desde tu posi-ción de consumo. Si hace cincuenta años una forma de ejer-cer el poder era dejar de trabajar, ahora puedes hacerlo de-jando de comprar. Quien compra un buen balón de reglamento por seis euros, ¿en qué cadena de actos está estampando su firma final?

5. La virtualización de la economía: el niño que hace unos años cosía zapatillas en Vietnam para dar de comer a su familia, ahora puede estar pasando horas en un juego de rol multiju-gador ganando puntos de experiencia u obteniendo premios virtuales para alguien que le paga por ello.

6. La generación Einstein: cómo son las mentes criadas por vi-deojuegos. ¿Con una atención más fragmentada? ¿Más in sen-sibilizados ante cierto tipo de violencia? ¿Más capaces de mez-clar trabajo y placer? ¿Mejor acostumbrados a trabajar en equi po y a distancia…?

7. Los prosumers: consumidores que generan contenido, el cha-val como autor. Autores de fanfics y escritores, autores desin-termediados a pequeña y a muy gran escala…

8. La economía de la atención y la democratización de su ex-plotación: vivir de ser youtuber o de subir vídeos y tutoriales a Internet: fenómenos como “Hola soy Germán”, Jotapelirrojo, Mr. Chunkybuddy… jóvenes que construyen un formato y una audiencia y que viven de ello sin intervención alguna de los “profesionales de los medios”…

9. Nuevas formas de aprendizaje y de educación: el “home-schooling”, la educación autodirigida, la “punk education”, aprender con tutoriales… En un mundo donde, como prescri-bía Sócrates, “educar no es llenar un recipiente, sino prender una llama”, Internet es estopa…

Y como inevitablemente nos estamos deslizando ya, quizá es mo-mento de abrir aquí una segunda lista, la que recoge aquellos temas que tienen que ver con reflejar el papel de las TIC en la vida de las personas y, en concreto, en la de niños y jóvenes, y que podría in-cluir, además de algunas ya recogidas en la lista anterior, cosas como:

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1. La construcción de la identidad en la red, la gestión de im-presiones, la posibilidad de tener identidades múltiples con componentes diversos e incluso contradictorios…

2. El solapamiento y la contradicción de los círculos sociales en el espacio tangible y en el espacio digital: ¿líder en la red, marginado en el patio?

3. La gamification como herramienta de control de comporta-mientos y hábitos, con sus corolarios utópicos y distópicos.

4. Crowdfunding: juntar dinero de muchos pequeños “inverso-res” para hacer grandes cosas. Como Riot Cinema con “El Cos-monauta”.

5. Crowdsourcing: hacer algo grande entre muchos. ¿Cómo? Gente aprendiendo idiomas a la vez que ayuda a traducir pá-ginas web, personas descubriendo exoplanetas por diversión o contribuyendo con su trabajo a investigaciones científicas…

¿Existen esos manuscritos? O, mejor aún, ¿existen escritores ca-paces de escribirlos?

Así que hoy os pido ayuda. Tres ayudas:La primera, para completar estas listas u otras similares. ¿Qué

temas echamos de menos como lectores, como ciudadanos, como padres, como profesores, como editores…?

La segunda, para localizar esos manuscritos y sacarlos a la luz. Cuanto antes.

Y la tercera, para movilizar a los escritores, consagrados o nove-les, profesionales o amateurs, apocalípticos o integrados, de modo que aprovechen estos silencios clamorosos de la LIJ como combusti-ble creativo.

Estoy convencida de que entre los chavales de esta generación hay una enorme demanda latente de libros que aborden estos te-mas. ¿Es que vamos a esperar a que se hagan mayores y se los escri-ban ellos mismos?

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Ser y deber ser10 enero de 2014

Leo con mucho interés la entrevista con Teresa Colomer en Pen-sando la LIJ que tuitea Begoña Oro, creo que con más intención de la que parece a primera vista. Así que me dejo y ahí voy .

La investigadora deplora que haya una LIJ escrita y editada atendiendo a su función socializadora, es decir, una LIJ transmi-sora de normas. Y recomienda a los mediadores “elegir buenos li-bros ‘literarios’ que hacen saber cómo son los humanos y no cómo deberían ser”.

Aun estando de acuerdo en el fondo, tropiezo con algunos “esco-llos” en esta afirmación. El primero, claro, tiene que ver una vez más con el sintagma “buenos libros”, pero como de eso ya hemos hablado en otra ocasión, continuemos con el segundo: una LIJ que hace sa-ber cómo son los humanos. Y cómo son los humanos, me pregunto yo. ¿Significa eso que creemos en la existencia de una realidad indepen-diente del observador o del “contador”? Yo creo que no, que no hay una realidad “objetiva”, sino que la realidad se construye y se repro-duce colectivamente a partir del discurso, pero como también hemos hablado de eso antes, continuemos.

La doctora Colomer recomienda al mediador que se centre en la calidad literaria. Pero centrarse en la calidad literaria no hace que la otra dimensión, la de la transmisión de normas o valores, desapa-rezca. Todo libro transmite valores y reproduce normas, tanto si elegimos fijarnos en ello como si decidimos mirar a otro lado.

Ilustración de Tàssies

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Desde luego, como editora yo no puedo, ni quiero, decir “vamos a publicar este libro porque tiene una grandísima calidad literaria”, sin antes plantearme si quiero (si queremos) obrar como colaboradores nece-sarios de la reproducción de normas que esa obra lleva consigo de forma más o menos implícita o explícita. Como ya comentaba en el otro post, las obras culturales nunca se limitan a describir: siempre, además, pres-criben porque las normas sociales implícitas, las más naturalizadas y biologizadas, se adquieren por absorción de discurso social, ya sea en forma de literatura, de anuncios, de cine, de juguetes o de conductas cotidianas.

Un ejemplo muy simple: no sé si es una realidad que muchas per-sonas mayores se sienten solas y acabadas, pero sí sé que hay una norma implícita al respecto, y que esa norma es con mucha frecuen-cia reproducida por la LIJ actual. Como editora considero irrenun-ciable plantearme si quiero validar ese discurso y, por tanto, aumen-tar sus posibilidades de absorción, o prefiero airear otras alternativas sobre lo que es la vejez que también son parte de la realidad.

Ante una norma implícita o explícita que no nos guste, nuestra actitud puede ser visibilizarla para cuestionarla, o presentar una norma alternativa. O también reproducirla de forma acrítica, que es lo que en realidad hacemos cuando creemos que estamos “con-tando la realidad tal y como es”.

“Las obras culturales nunca se limitan a describir: siem-pre, además, prescriben”. Estas palabras las ha escrito una persona que ha ayudado a que nazcan miles de his-torias. Estas palabras no hablan de prohibir: hablan de elegir. No existen libros, existe cada libro. Por eso el verbo leer va siempre acompañado: qué leemos, qué preferimos dejar atrás, hacia dónde nos dirigimos y, a veces, a quién pedimos que nos dé la mano. Danos la mano, Elsa Aguiar, acompáñanos.

Belén Gopegui (escritora)

Todo libro transmite valores y reproduce normas.

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Darse cuenta22 julio de 2014

Releo el texto de Gustavo Martín Garzo “Instrucciones para ense-ñar a leer a un niño” y, como ocurre con todos los buenos textos, aparece de pronto un pequeño detalle al que antes nunca había prestado la atención suficiente. Acaba Gustavo su artículo con una afirmación maravillosa: “No olvide, en definitiva, que el cuento más necesario, y por el que seremos juzgados, es el que contamos sin darnos cuenta con nuestra vida”. Y de pronto, ese pequeño sintagma preposicional se me antoja tan relevante y tan revelador que prácti-camente oscurece a todo lo demás.

Ilustración de Antonio Losantos

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Porque sí, efectivamente, darse cuenta o no darse cuenta es la clave, el principio y el fin. Por mucho que hablemos de la lectura, de los libros, del placer de leer, de la formación, del entretenimiento, de hacer lectores… al final el para qué se impone con fuerza. ¿Qué objetivo puede ser más importante que ese, el de ser conscientes de la historia que contamos con nuestra vida? No sé si hay muchas personas, lectores o no, que vivan dándose cuenta, pero yo tengo la suerte de conocer a alguna. Esa es otra (una más) de las ventajas de trabajar con determinados autores: que se dan cuenta, ellos sí. Y escri-ben su vida, como sus libros, dándose cuenta. Y presenciarlo, aunque no sea muy de cerca, es un enorme privilegio. Gracias por dejármelo atisbar.

Tener en cuenta nuestra finitud: como las innumerables efímeras del Mississippi, esos insectos que eclosionan simultáneamente tras un año en fase larval, que vuelan, se reproducen y mueren en veinticuatro horas. Tomar en cuenta nuestra infinitud: como las incontables mari-posas monarca, capaces de realizar una migración inter-minable desde Canadá hasta las tierras cálidas de Califor-nia o México. Para finalmente darse cuenta de que nos corresponde escribivir la narración de nuestra vida, y de que, por muy patética o excelsa que resulte, como apunta Virginia Woolf, cuando el Hacedor al final de nuestros días nos vea llegar con libros bajo el brazo, le confesará a Pedro: “Estos no necesitan recompensa. Les gustaba leer”.

Patxi Zubizarreta (escritor)

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Escribir sobre niños, escribir para niños, escribir como niños3 septiembre de 2014

Aunque este no es un blog de reseñas, he leído este verano un libro que me ha dado mucho que pensar sobre esa especie de trabalen-guas que es el título de esta entrada. “Tú eres mi buena estrella” da voz a Ninon, una cría de 9 años maravillosa en su desnuda ingenui-dad, en su felicidad ¿injustificada? y en su envidiable confianza en la vida.

Como creo que la reseña de la editorial (lo siento, compañeros) no le hace justicia, me permito matizarla. Sí: Ninon, la protagonista, asiste atónita a la furiosa separación de sus padres e intenta tradu-cirse a sí misma lo que ve, lo que oye y lo que le toca vivir, tratando de darle sentido al enorme caos en el que vive. Pero lo importante es la maestría con la que la autora se convierte en esa niña y consigue que el adulto lector comprenda la realidad que la propia niña no comprende, o que sonría cuando la niña no sabría adivinar el por qué de esa sonrisa.

La autora de esta novela escribe sobre niños. Y, en cierto modo, escribe como escribiría una niña, aunque trufado con una enorme habilidad para ponerle toda la intención de un adulto a la narración deliciosamente ingenua de la chavalita.

Ilustración de Artur Laperla

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Parte de mi maravilla viene de la constatación de que, en la novela, todo o casi todo lo que se “oye”, se oye a través de la voz de la niña, aunque oigamos a todos los demás cuando Ninon explica a su manera los puntos de vista de los adultos.

¿Es una novela sobre niños? Bueno, yo diría que es una novela so-bre la vida, también sobre la vida de los niños, pero sí es, eso seguro, una novela sobre cómo los niños ven e interpretan la vida, la suya propia, pero sobre todo, la de los adultos… con unos criterios muy diferentes a los de un adulto.

Curiosamente, lo que seguro que no es, es una novela para niños. Porque a los niños de nueve años les pasaría lo mismo que a Ninon: que se quedarían en la superficie, en la descripción de los hechos que hace la niña de nueve años, sin traspasar ese umbral en el que está lo verdaderamente implicado por esas palabras y esos actos de los que la niña actúa como narradora eficaz pero ignorante.

Seguramente lo que he encontrado tan placen-tero de este título es que la autora, aunque no ha escrito una obra de LIJ, sí ha exhibido la que es qui-zás una de las habilidades más necesarias para escribir LIJ: la de franquear las barreras de estilo de pensamiento y de modelo del mundo que sepa-ran a niños y adultos. Si la LIJ lo hace para llevar una visión del mundo a los niños, ella lo ha hecho para meter la mirada de los niños en el mundo.

Elsa tuvo muchas virtudes, pero tuvo una fascinante: la duda. En entradas como “A propósito de Nada” (la novela de Jane Teller), o la de “Tú eres mi buena estrella”, lo de-mostró sobradamente. La primera se la recomendaría a sus hijos, pero no la editaría. La segunda no era para ella LIJ, pero la situaba entre la mejor LIJ. La duda: literatura para niños, o literatura sobre niños. Ni acabó de resolverlo ni tal vez quisiera hacerlo, situada entre su profesión y su pasión, y me deja para siempre lo mejor que me podía dar: resolver el dilema en cada libro. Y en cada historia me acompañará sin certezas ni dogmas, empujándome, sim-plemente, a fracasar mejor.

Gonzalo Moure (escritor)

Llevar una visión del mundo a los niños.

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Mediaciones18 septiembre de 2014

He seguido con mucho interés y cierto regocijo, para qué negarlo :), el pequeño rifirrafe que ha provocado el Retrato del reseñista adoles-cente, artículo de Ana Garralón en Letras libres, en el que hacía una crítica del trabajo de los jóvenes booktubers.

El motivo de mi regocijo no era solo la “respuesta” de Begoña Oro, como siempre muy divertida, sino ver escenificado en tiempo real y en la pantalla de mi ordenador algo que estaba leyendo en otra pestaña más o menos a la vez: un informe muy serio y muy interesante que hace referencia a la globalización y a la digitalización como fuerzas que están transformando la cadena de valor de la in-dustria del libro, desde la creación hasta la pura recepción de la obra (como, por cierto, también dijimos aquí en su momento). Y la media-ción no iba a ser menos, por suerte.

Porque sí, porque aunque esto todavía chirríe a algunos, la me-diación ha dejado de ser mediación (en singular) para convertirse en mediaciones (en plural). O quizá es que siempre fueron en plural y fuimos los observadores los que nos fijamos solo en la mayoritaria o en la más prestigiosa.

Pero sí. Ya no hay (solo) un número reducido y reconocido de crí-ticos literarios que guían los gustos de los lectores y sancionan o no un título o un autor, sino un montón de lectores que quieren com-partir sus opiniones y sus emociones al leer un determinado libro o autor con todo aquel que quiera escucharlos. Por suerte.

Ilustración de Eduardo Ortiz

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Ya no hay (solo) una forma “cabal” de hacer crítica o de reseñar un título, con referencias a la estructura, al estilo, la intertextuali-dad o el experimentalismo… sino muchas formas y estilos persona-les y para todos los gustos, unos más convencionales y otros más inusuales o “innovadores”. Por suerte.

Los niños y los jóvenes ya no leen (solo) lo que les prescribe el profesor en la escuela o lo que les recomiendan sus compañeros de clase, sino lo que les recomiendan otros chavales como ellos (o como ellos querrían ser) aunque vivan a miles de kilómetros de distancia. Por suerte.

Los lectores, niños y no tan niños, ya no elegimos nuestras lectu-ras (o no solo) en la mesa de novedades o tras una interesante charla con nuestro librero de confianza, sino que a menudo nos fiamos tam-bién de la recomendación que el algoritmo de la página web de turno nos hace basándose en otros libros que hemos leído y nos han gus-tado o en los que han gustado a lectores con gustos similares a los nuestros. Por suerte o por desgracia.

Y es que es un hecho: la literatura, en espe-cial la juvenil, ya “no se puede considerar al margen del resto de la industria cultural, ni de sus contenidos ni de sus modelos de negocio”, como dice Rüdiger Wischenbart, el autor de ese informe del que hablaba más arriba.

Por suerte, porque eso está creando un es-pacio para, entre todos, reinventar la lectura y la experiencia de la literatura. Porque si no lo hacemos nosotros, ya están ahí otros dispuestos a hacerlo. También por suerte, mal que nos pese.

Añadido posterior: Por su interés y pertinencia, pongo aquí el enlace a un interesantísimo reportaje que acaba de salir en litera-tura SM. Para que, si no los conocéis, tengáis aquí el contacto de los booktubers más conocidos y seguidos. ¡Gracias, Elena!

Si no lo hacemos nosotros, ya están ahí otros dispuestos a hacerlo.

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A vueltas con la transmisión de modelos en los textos literarios26 febrero de 2015

Como ya hemos comentado otras veces, es prácticamente inevita-ble que un texto narrativo promueva una actitud positiva o nega-tiva hacia las conductas, costumbres o modelos de personas que se despliegan en él.

Pero de la discusión sobre ese tema surge una cuestión muy práctica y, sin embargo, nada fácil de acordar: ¿Cómo se transmite esa actitud, y por tanto, cómo se llegan a transmitir valores con un texto?

Tal como yo lo veo, la respuesta a esta pregunta depende de la interacción entre múltiples elementos del texto, no de uno solo de ellos. Por ejemplo: un personaje puede exhibir una conducta repro-bable, e incluso esa conducta reprobable puede tener consecuen-cias beneficiosas para el personaje; pero si la voz del narrador arroja un juicio moral negativo sobre ese proceso, y lo hace de forma efec-tivamente persuasiva, el resultado global es que no se puede decir que el libro defienda o transmita esa conducta, sino todo lo con-trario.

Es por eso por lo que, cuando analizamos los valores transmiti-dos por un texto, debemos prestar atención a la interacción entre sus múltiples elementos y entender la actitud global que promue-ven en esa interacción, porque si nos limitamos a analizar la presen-cia de determinadas conductas o modelos en elementos aislados de la narración, estaremos haciendo un análisis muy superficial y a me-nudo erróneo.

Existen elementos capaces de modelar actitudes en dos grandes aspectos del texto: la estructura narrativa (lo que ocurre en el re-lato), y la forma literaria (los recursos expresivos que se emplean). La combinación de ambas va a tener un resultado final en la actitud del lector hacia las conductas y valores mostrados en él: una acti-tud positiva, aspiracional, de imitación, o bien una actitud negativa, de rechazo.

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Cómo la estructura narrativa transmite valores Lo que ocurre en el relato modela actitudes a través de:

•Los rasgos de los personajes: ¿Cuáles son las características de personalidad de los personajes? ¿De dónde vienen? ¿Cuál es su forma de ver el mundo, sus creencias, su estilo de pensa-miento y de toma de decisiones? Esta es una fuente de modelos negativos o positivos.

•Relaciones entre los personajes: ¿Quién ama a quién, quién ayu- da a quién, quién depende de quién, quién desprecia a quién? Esto modula y condiciona el efecto de sus rasgos de personalidad.

•Acciones de los personajes: Si bien el mundo interior de los personajes transmite y modela actitudes, sus conductas exter-nas lo hacen de forma mucho más elocuente. Después de sus diá-logos morales internos, ¿qué acaban haciendo? Es únicamente a través de sus acciones que sus pensamientos van a tener un efecto sobre el mundo.

•Consecuencias de esas acciones: ¿Qué resultados tienen las acciones de los personajes? En el mundo de la narrativa, que tiende a ser teleológico, la relación entre acción y consecuencia casi nunca es aleatoria o desprovista de sentido: suele haber una “justicia poética” que condiciona y modula, a su vez, el jui-cio moral que merecen las acciones. También hay que tener en cuenta, sin embargo, que cuando el escritor fuerza la verosimi-litud de esta “justicia poética” hasta caer en un “deus ex ma-china” poco creíble, el efecto puede ser contraproducente.

•Evolución de los personajes a partir de esas consecuencias. El proceso de identificación entre lector y personaje se produce de manera más poderosa hacia los cambios que experimentan los personajes, que hacia sus estados o rasgos permanentes. Nuestro radar moral capta mejor los objetos en movimiento. El rumbo moral, positivo o negativo, en que un personaje realiza un aprendizaje y experimenta un cambio, aunque sea pequeño, es a menudo más relevante a la hora de modelar actitudes que la calidad moral permanente de ese personaje.

•Mundo en el que tiene lugar todo lo anterior: ¿Con qué reglas se rige el universo construido por el narrador? ¿Cuál es su his-toria, cómo devino en ser como es? ¿Qué tipo de gente manda

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en él, y quiénes son los oprimidos? Los mundos creados por los autores tienen su propio “Zeitgeist” (alma de los tiempos), que también modela actitudes, de forma más sutil y constante que las consecuencias de los actos de los personajes.

•La voz del narrador. No existe el narrador neutral. Incluso la más aséptica y pretendidamente objetiva de las voces narrati-vas, tácitamente arroja un juicio moral sobre los aconteci-mientos. Aunque solo sea por la forma en que escoge qué ele-mentos de la narración describirá y cuáles omitirá, igual que el encuadre de un fotógrafo. Por supuesto, el narrador tam-bién puede pasar a hacer explícito su juicio moral, aunque lo implícito es más poderoso porque tiende menos a despertar una actitud crítica en el lector.

¿Y qué hay de la forma literaria?

Visto lo que ocurre en la narración, ¿qué pasa con la forma? Al mar-gen de la tan inobjetivable “calidad literaria”, ¿qué elementos forma-les pueden transmitir valores?

•La elección de vocabulario (culto, elitista, limitado…).

•El registro lingüístico (coloquial, distanciado, irónico, sarcás-tico...).

•El tipo de humor (negro, subversivo, absurdo, inocente…), y ha-cia qué objetivos dirige su poder desmitificador y crítico.

•El uso de la elipsis (qué es lo que más o menos notoriamente se decide omitir).

El resultado: la actitud del lector

La actitud final del lector, ya sea aspiracional o de rechazo, hacia todo lo que se muestra en el texto, está determinada por el resultado final de la inte-racción entre todos los elementos anteriores, y no por ninguno de ellos de forma aislada. Este resul-tado nunca es completamente determinista, por lo que a menudo es difícil predecir de forma única

y cierta esta reacción. Pero el análisis riguroso a partir de los elemen-tos sugeridos, y un debate estructurado y argumentado entre los edi-tores en aquellos casos que despierten controversia, puede ser una buena herramienta de toma de decisiones.

No existe el narrador

neutral.

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Todo esto puede sonar a verdad de Perogrullo, pero a veces me han llegado unas cartas de protesta por parte de padres o profesores ante determinados libros, con unos argumentos tan de pata de banco para considerar que el libro promueve conductas indeseables, que os aseguro que hacían necesario un texto como este. Los demás, tened paciencia y no os deis por aludidos :-)

Así como en un libro la combinación de contenido y forma literaria configura su propio mensaje (más allá de lo lite-ralmente escrito), la combinación en la persona de lo vi-vido y de cómo es vivido evidencia al verdadero maestro. Maestra en lo profesional y, aun más, en lo personal. Cercana, solícita, sonriente, sabia y dispuesta. Y, más que todo, mucho más que todo, “compañera del alma, compa-ñera”. Gracias, Elsa.

Paloma Jover (editora)

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Ilustración de Juan Ramón Alonso

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Cuarta de cubierta30 mayo de 2015

Elsa Aguiar, la autora de este blog, ha fallecido hoy, 30 de mayo de 2015, a las 6:30, tras una tenaz batalla de cuatro años y medio contra un glioblastoma, el más agresivo y, desgraciadamente, el más común de los tumores cerebrales.

Elsa se ha agarrado a la vida con la tenacidad con que se agarró a la edición, consiguiendo una supervivencia de cuatro años y me-dio, que supera en tres veces la sobrevida típica en esta enfermedad. Empezó este blog con ilusión para compartir sus experiencias como editora, y tras su diagnóstico lo mantuvo con entusiasmo y con tanta frecuencia como le permitieron sus fuerzas. Os invito a que lo releáis porque en él hay pistas para entender a la profesional y a la persona que ahora perdemos.

Si la vida es como un libro y nacer es la portada, morir sería la cuarta de cubierta. A Elsa le encantaban las cuartas de cubierta, ese espacio donde el libro se vuelve “meta” e intenta explicarse a sí mismo, ese reverso reflexivo de la primera de cubierta que intenta provo-car en el prospectivo lector una segunda impresión, más reposada y reflexiva que la primera impresión impulsiva para la que se diseñó la cubierta. Un espacio que es a la vez de clausura de la obra y de invi-tación para conocerla.

Mañana 31 de mayo de 2015, a las 12:00, se celebrará una misa en el tanatorio de Collado Villalba a la que todos los que la queréis estáis invitados. Posteriormente, con más tiempo, probablemente en el mes de junio, organizaremos un homenaje para celebrar su vida y su tra-bajo, de cuya fecha y lugar informaremos aquí.

Un fuerte abrazo a todos,César Astudillo

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Índice

Empezando (otra vez) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1

Mitos y realidades de la edición 1: Nadie va a leer tu manuscrito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

Escribir bien y tener una buena novela no es lo mismo . . . . . . . . 16

¿Qué es un editor? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18

¿Te suena iTunes? Pues aquí viene iBooks . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22

5 consejos básicos si te vas a presentar a un concurso . . . . . . . . . 25

De qué se puede hablar en LIJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26

Compromiso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27

Mitos y realidades de la edición 2: Las editoriales solo publican lo que vende . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30

LIJ y terremotos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32

¿Es tan raro que los escritores profesionales ganen premios? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34

¿Qué valores? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36

Prescribir y recomendar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38

¿Para quién se escribe? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42

Publicar sin que te publiquen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44

Prefiero que me publiquen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46

Cinco cosas que no es la literatura infantil y juvenil . . . . . . . . . . . 49

Literatura y tecnología . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52

LIJ y desarrollo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55

Hechos de lectura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57

Literatura “suficientemente buena” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60

Se busca premio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

Buenas y malas razones para ser editor de LIJ . . . . . . . . . . . . . . . . . 66

Acerca de “Nada” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71

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El cuento del cuento sobre el que saltó Internet en un callejón muy oscuro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73

¿Tienen que tener sexo las novelas para jóvenes? . . . . . . . . . . . . . . 75

En respuesta a D. Gabriel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78

¿Qué o cuántos? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80

No es lo mismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82

Reivindicación del oficio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84

Juntar el hambre con las ganas de comer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87

Prepararse para tomarla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90

Cuestión de prioridades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92

Huellas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94

Rompiendo el ojo de la cerradura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 96

Cuartas de cubierta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100

Transgredir ¿para qué? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102

Conectar con la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105

Leer, editar y lo otro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107

¿Un caballo más rápido? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109

¿Se publica y punto? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111

Ven . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113

Cinco frases que me desespera oír a un responsable editorial . 115

Que nos vean . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116

Pautas para historias atractivas en veintidós tuits . . . . . . . . . . . . . 117

Las razones equivocadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 120

La LIJ ante la red . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123

La LIJ ante la red: una transformación inevitable (artículo publicado en CLIJ ) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125

Hacer que pasen cosas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139

La insoportable injusticia de que premien a otro . . . . . . . . . . . . . . 141

¿Proteger o protegernos?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143

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Acabar bien . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146

Buscamos primeras veces . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149

En busca de una LIJ de nueva generación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151

Ser y deber ser . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 154

Darse cuenta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 156

Escribir sobre niños, escribir para niños, escribir como niños . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 158

Mediaciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161

A vueltas con la transmisión de modelos en los textos literarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 162

Cuarta de cubierta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167

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xtraordinariaPara mí, Elsa era una persona Extraordinaria. Creo que me quedo con esa palabra.

Nuria VallinaEditora Ejecutiva Educación Primaria SM España

uchadora ¿Qué por qué una luchadora? Porque era una cabezota y cuando decidía algo no había quien la convenciera de lo contrario; por eso luchó todos estos años sin descanso contra ese “bicho antipático”, así lo llamaba ella. La recuerdo entrando en la “pradera” con su mochila colgada al hombro, su pelo suelto y esa sonrisa tan característica. Siem-pre dispuesta a escucharte el tiempo que hiciera falta. Era un gustazo trabajar con ella porque te lo hacía todo fácil, te hacía sentirte muy bien. Feliz con sus niños, con su familia, apasionada con su trabajo, siempre salía de la editorial cargada de originales que se le escurrían entre los brazos y todavía sacaba tiempo en casa para seguir le-yendo. ¡Increíble! Y al día siguiente, más de lo mismo: risas, cariño, complicidad, ter-nura, cercanía. Esa era Elsa.

María MerchánAsistente Unidad Mercado General SM España

endaSi la senda es ese camino amable que se recorre mejor en com-pañía, sin agobios, con paz y tiempo por delante, degustando la amistad y el paso compartido, esa senda se llama Elsa. Por siempre entrañable compañera de camino.

Luis ArangurenGerente Global Publicaciones PPC

fableElsa era afable porque siempre sonreía. Porque te hacía sentir valioso. Porque no malgastaba energía en protestas ni perdía el tiempo en rechazos. Porque tratar con ella te hacía ser mejor persona.

Paco CarvajalGestor Producción LIJ SM España

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miga, alegre, animosa, apasionada AMIGA con mayúsculas, siempre dispuesta a tender una mano, casi invisible. AMIGA en-tregada a sus amigos, en momentos felices y en momentos difíciles. Rabiosamente, ALEGRE. Sinceramente, es difícil encontrar a alguien que siempre se mostrara alegre como Elsa... Su optimismo le llevó a conseguir muchas cosas que para otros hubieran sido inalcanza-bles. Apasionada por sus AMIGOS, a los que demostraba una fidelidad extrema. 

María José SanzEditora colaboradora SM España

ran humanidadSu mirada, su mirada… refleja todo lo que ella era. Su mirada estaba llena de comprensión, de ayuda, de agradecimiento, de cariño, de esfuerzo, de lucha, de alegría… la esencia de todo buen ser humano.

Carmen PalominoTécnico Comunicación Corporativa SM

mbral...… al quehacer signado de nuestra casa: veterana; a las bondades del obrar ajeno: colega; al oficio en su acepción venidera: aventajada aprendiz. Invitaba a pasar, allanaba el paso, a esos salones de amplio fondo. Incitaba a empujar la puerta entreabierta, una puerta ululante de cascabeles, que eran su risa brisa. Resuenan.

Talía Lierca RiveraEditora LIJ SM Puerto Rico

maginativa e independienteElsa era así. Tenía una percepción de la realidad muy personal. Decidía y obraba con criterio propio.

Carmen CorralesCoordinadora Diseño Edición Religiosa

pasionada Siempre he considerado que vivía con pasión lo que hacía, en todos los ámbitos de su vida: apasionada por su familia, por su trabajo, por la literatura, por la educación, por devolver a la sociedad parte de lo que recibía de ella (por ejemplo, colaboraba con la asociación de partos múltiples) y de esta forma hacer que este mundo sea un poco mejor. En definitiva, Elsa era una apasionada por la vida, según mi opinión.

Irene CuquerellaGestor Marketing Unidad Mercado General SM España

esoluciónAl momento de conocerla, Elsa me impresionó por su fuerza, energía, vigor y opti-mismo, características que comúnmente asociamos a la juventud, incluso a la adoles-cencia. Pero a medida que la conocí más, me di cuenta de que también residía en ella una inmensa sabiduría, experiencia, dignidad y convicción, incluso un instinto ma-ternal con sus compañeros; todo esto, algo propio de la experiencia que dan los años. ¿Cómo entender que una persona sea tan joven y tan sabia a la vez? Aún no lo sé. Solo sé que todo se resume en una inmensa resolución que emanaba de todo su ser; una re-solución ante su oficio, su trabajo, sus amores; ante su vida y también ante su muerte.

Sergio TanhnuzGerente Editorial LIJ SM Chile

miga, alegre, animosa, apasionadamiga, alegre, animosa, apasionadamiga, alegre, animosa, apasionadamiga, alegre, animosa, apasionadamiga, alegre, animosa, apasionadamiga, alegre, animosa, apasionadamiga, alegre, animosa, apasionadamiga, alegre, animosa, apasionada

ran humanidadran humanidadran humanidadran humanidadran humanidadran humanidad

mbral...mbral...mbral...mbral...mbral...mbral...

maginativa e independientemaginativa e independientemaginativa e independiente

pasionada

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