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Conflictos en democracia : la política en la Argentina, 1852-1943 //compilado por Luciano De Privitellio y Lilia Ana Bertoni. - 1a ed. -Buenos Aires : Siglo Veintiuno Editores, 2009.240 p. ; 21x14 cm. - (Historia y cultura; 41 / dir.: Luis AlbertoRomero)

ISBN 978-987-629-089-0

1. Historia Politica Argentina. I. De Privitellio, Luciano, comp.II. Bertoni, Lilia Ana, comp.

CDD 320.982

© 2009, Siglo Veintiuno Editores S. A.

Diseño de colección: tholön kunst

Diseño de cubierta: Peter Tjebbes

isbn 978-987-629-089-0

Grafinor // Lamadrid 1576, Villa Ballester,en el mes de agosto de 2009

Hecho el depósito que marca la ley 11.723Impreso en Argentina // Made in Argentina

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Índice

Introducción 9Lilia Ana Bertoni y Luciano de Privitellio

1. El pueblo “uno e indivisible”. Prácticas políticasdel liberalismo porteño 25Hilda Sabato

2. ¿Estado confesional o estado laico? La disputaentre librepensadores y católicos en el cambiodel siglo XIX al XX 45Lilia Ana Bertoni

3. ¿Iglesias de trasplante? ¿Iglesias de injerto?Las iglesias protestantes en la Argentinaentre 1870 y 1910 71Paula Seiguer

4. La Reforma y las reformas: la cuestión electoralen el Congreso (1912-1930) 89Ana Virginia PerselloLuciano de Privitellio

5. “Perrot ha dejado su traje, y enarbola la banderaroja que tan mal le sienta.” Conflictos gremialesen el mundo del teatro porteño, 1919-1921 123Carolina González Velasco

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6. Nacionalistas y conservadores, entre Yrigoyeny la “década infame” 149María Inés Tato

7. La llegada del manganello. Los fascistasa la conquista de la Associazione Reducidi Guerra Europea, 1924-1926 171María Victoria Grillo

8. La política guerrera. La investigación delas actividades antiargentinas 191Germán Claus Friedmann

Notas 213

Los autores 239

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6. Nacionalistas y conservadores,entre Yrigoyen y la “décadainfame”María Inés Tato

La primera experiencia democrática argentina, desarro-llada a partir de la implantación de la Ley Sáenz Peña en 1912, in-auguró la era de la política de masas y llevó al gobierno al radica-lismo, el principal partido opositor al orden conservador. Losavatares de esa experiencia tuvieron un impacto profundo sobrela derecha conservadora, enfrentada a la necesidad de adaptarsea las nuevas reglas del juego para competir electoralmente con elnuevo oficialismo. La incapacidad que manifestó a la hora de daruna respuesta viable a ese desafío derivó en un creciente desen-gaño de la democracia que había auspiciado hacia el Centenarioy la condujo a la búsqueda de alternativas ajenas a los principiosconstitucionales, como el golpismo y el fraude electoral.1

Por otra parte, el despliegue democrático también dio lugar a laaparición de una corriente diferenciada en el seno de esa tenden-cia del arco político, liderada por una nueva generación influidapor el tradicionalismo y el autoritarismo europeos: los nacionalistas.En la historiografía ha predominado la tendencia a caracterizarloscomo un fenómeno reciente, prácticamente desenraizado de lasorientaciones políticas existentes. Desde esa perspectiva, que se nu-tre de las versiones hagiográficas de los militantes de ese movi-miento político, el nacionalismo aparece huérfano de vinculacio-nes con otras fuerzas de la derecha y, en ocasiones, es presentadocomo opositor de las fuerzas conservadoras que habían moldeadoa la Argentina liberal desde 1880, lo que supone trasladar a la dé-cada de 1920 la polarización que habría de caracterizar las relacio-nes entre nacionalistas y conservadores desde mediados del si-guiente decenio. Sin embargo, esta corriente de la derechacompartía con los conservadores un sustrato ideológico común,

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fundado en su anclaje en la tradición liberal, que favoreció su ac-ción conjunta en el contexto de la crisis de fines de los años veinte,desmintiendo las distancias originalmente atribuidas a ambas frac-ciones de la derecha. Por cierto que al avanzar la década de 1930 elperfil ideológico y político de los nacionalistas habría de sufrir mo-dificaciones sustanciales al calor del ensayo uriburista, de la gestióndel justismo y de la coyuntura internacional, y finalmente conduci-ría a un intenso antagonismo con las agrupaciones conservadoras.

El objetivo de este trabajo consiste en bosquejar la trayectoriadel vínculo establecido entre conservadores y nacionalistas, desdesu emergencia durante la segunda presidencia de Hipólito Yrigo-yen hasta su disolución en el marco de la denominada “restaura-ción conservadora”.

los orígenes de una relación tormentosa

En un sentido restringido, la aparición del nacionalismo como mo-vimiento político antiliberal y antidemocrático2 ha dado lugar amúltiples dataciones: algunos ubican su aparición en las últimas dé-cadas del siglo XIX y otros indican el Centenario de la Revoluciónde Mayo o las vísperas del golpe de estado de 1930 como su fechade natalicio.3 Más recientemente, se ha señalado la peculiar coyun-tura de la crisis de la primera posguerra –coincidente con las con-mociones sociales de esa etapa crítica y con los primeros pasos delproceso de democratización al que hemos aludido– como el mo-mento de eclosión de este movimiento político. Por entonces, lasexpresiones aisladas de ese nacionalismo, reducidas por lo generala algunas personalidades destacadas del mundo de la cultura, fue-ron adquiriendo una articulación colectiva bajo la forma de organi-zaciones, como la Liga Patriótica Argentina, surgida durante la “Se-mana Trágica” de enero de 1919, o, hacia fines de la década, entorno de algunas publicaciones periódicas y agrupaciones naciona-listas.4 Es indudable que la evolución de este movimiento se hallainextricablemente vinculada a las vicisitudes del proceso de cons-trucción del estado nacional argentino, que en el período abor-

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dado atravesaba una fase marcada por la democratización del sis-tema político y una irrupción definitiva de las masas en la esfera pú-blica que hizo tambalear las certidumbres de la elite.

Los nacionalistas que se asomaron a la vida política durante lasegunda presidencia de Yrigoyen para combatirla procedían prác-ticamente de los mismos ámbitos de sociabilidad de la elite con-servadora, pero representaban una nueva generación, desvincu-lada de la gestación de la “república verdadera” instaurada apartir de 1912.5 Entre ellos se destacaban los hermanos Rodolfo yJulio Irazusta, Alfonso y Roberto de Laferrère, Ernesto Palacio, Li-sardo Zía y Juan Carulla.

Estos jóvenes, que encarnaban las nuevas orientaciones de laderecha, introdujeron en las contiendas políticas un repertorioideológico enraizado en especial en el tradicionalismo europeo,representado entre otros por los intelectuales de L’Action Fran-çaise. Como lo sintetizara uno de sus más agudos referentes, Er-nesto Palacio, entre las influencias decisivas en su formación ide-ológica se encontraban

Platón, Aristóteles, Santo Tomás, Bossuet, de Maistre,Bonald, Rivarol, Kant, Pareto, Renan, Comte, Maurras,Donoso Cortés y otras personas igualmente renombra-das que coinciden todas en afirmar que el sufragio uni-versal es un privilegio concedido a la incompetencia y lairresponsabilidad del número, de las bajas pasiones, delos intereses personales o partidarios, contra la compe-tencia, la responsabilidad, el valor técnico y el culto delbien común de la Nación.6

Por entonces era bastante periférica la impronta del fascismo, aligual que la del anticomunismo y la del antisemitismo, aspectos queen cambio cobrarían mayor centralidad en la década siguiente.

Estas influencias ideológicas se tradujeron en la exaltación de laacción directa en detrimento de los procedimientos parlamenta-rios y representativos, y en un discurso virulento contra la demo-cracia y el liberalismo, prodigado en grandes dosis desde las tribu-nas de La Nueva República, Criterio y La Fronda. Precisamente desde

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estos ámbitos a fines de septiembre de 1929 ingresó en la acciónpública la primera de las organizaciones nacionalistas, la Liga Re-publicana, definida como “un grupo de jóvenes ajenos a toda vin-culación partidaria o con independencia de ella” que “se habíanorganizado en liga de acción opositora para despertar un movi-miento de reacción contra la política del gobierno y sus comités”.7

Aunque se pretendió recalcar la autonomía de la Liga, su vincula-ción con La Fronda era evidente: su cuartel general estaba insta-lado en las oficinas del diario, cuyo staff militaba en las filas liguis-tas, y recibía el financiamiento de su propietario.8

En su primer manifiesto, la Liga proclamó así sus objetivos:

a) Resistir mediante la prédica oral y escrita, o la accióndirecta, según los casos, al predominio de la políticademagógica que hoy rige la vida del país. [...]

b) Combatir, mediante una campaña activa de denunciasconcretas, el régimen administrativo impuesto por elpresidente Yrigoyen. [(...)]

c) Iniciar una acción enérgica en defensa de laConstitución y las leyes de la República, cuyodesconocimiento por el gobierno, cualquiera sea lamayoría electoral que lo designó, no debe consentirningún ciudadano. Cuando el gobierno deja decumplir la Constitución, por cuya virtud ejerce sumandato, deja inmediatamente de ser un gobiernolegítimo para transformarse en despotismo; porconsiguiente, quedan abolidos los vínculos desolidaridad y obediencia.9

Como surge de la lectura de esa declaración de principios, a pesarde su retórica y de su filiación ideológica antiliberal, los naciona-listas evidenciaban su claro arraigo en la tradición liberal queconstituía el cimiento ideológico de los conservadores argenti-nos.10 En efecto, a la hora de atacar al radicalismo yrigoyenista, losnacionalistas se atrincheraron en la defensa de la Constitución na-cional, de la transparencia de la gestión pública, del equilibrio depoderes y de la plena vigencia de las libertades individuales, adop-

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tando sin ambages la herencia del liberalismo. Por otra parte,como se desprende de la aseveración de Palacio, exhibieron lamisma mirada elitista de los procesos políticos y sociales que ca-racterizaba a los conservadores, quienes se autoconcibieron comofieles representantes de un “antiguo régimen” identificado conuna edad dorada amenazada por la masificación y se constituye-ron, en consecuencia, en el patriciado encargado de custodiar lasglorias pasadas frente a una plebe por completo ajena a su forja-miento y desafiante de su perpetuación.

Asimismo, lejos de la postura antisistema de la extrema derechaeuropea, cuya cruzada englobaba la lucha contra los partidos polí-ticos, los nacionalistas argentinos no desdeñaron en este estadio desu desarrollo colaborar con las fuerzas partidarias opositoras al ra-dicalismo. Para las elecciones nacionales celebradas en marzo de1930, el grueso de la Liga se inclinó por participar activamente enla campaña electoral y respaldar en las urnas a los candidatos de lasprincipales fuerzas opositoras en cada distrito, dada la carencia deun frente o coalición homogéneos a nivel nacional. No faltaron lasdisensiones internas acerca de este punto, pero curiosamente no gi-raron en torno de la licitud de la participación en los procedimien-tos electorales denostados por el propio discurso nacionalista.

Por un lado, las divergencias se centraron en el apoyo a deter-minadas agrupaciones, como el Partido Socialista Independiente(PSI). Alfonso de Laferrère se opuso de manera categórica a la te-situra de apoyar a un partido al que concebía como ideológica-mente incompatible con el nacionalismo. Reivindicándose comoconservador, en tanto partidario de “la conservación social” y del“orden” frente a “la barbarie bolchevista”, encarnada en el país enun “partido revolucionario” dividido en “tres fracciones: comu-nista, socialista y socialista independiente, simples matices de unamisma tendencia, descolorida a veces por razones de táctica, perocuyo triunfo conduciría finalmente [...] a la implantación de unrégimen colectivista”, señaló que el voto al PSI apuntalaría “a unpartido que no se fundó para combatir al personalismo, sino pararealizar un programa de reformas sociales”. Y advirtió: “que nadiese llame a engaño: quien vote por cualquiera de los partidos socia-listas votará por la Revolución”.11

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Por su parte, otros militantes de la Liga, como Rodolfo Irazusta,pretendieron presentar una alternativa electoral propia y crearuna lista mixta constituida por Manuel Carlés (presidente de laLiga Patriótica Argentina), el poeta Leopoldo Lugones, algunossocialistas independientes y miembros de la Liga Republicana.Como su moción fue derrotada, Irazusta renunció a la entidad.12

Luego de esta pionera organización nacionalista, se formó laLegión de Mayo, en agosto de 1930, bajo la dirección de AlbertoViñas. Esta agrupación manifestó las mismas ambigüedades de laLiga frente al liberalismo, como lo muestra el manifiesto queacompañó su aparición pública:

Ciudadanos: La patria está en peligro. El esfuerzo demuchas generaciones argentinas, en un siglo de luchasgloriosas por la civilización, creó los resortes institucio-nales de nuestra democracia. [...]. Desde el 25 de Mayode 1810 hasta la Ley Sáenz Peña, las energías nacionalesfueron absorbidas por el problema fundamental de laorganización republicana representativa federal. Y bienciudadanos: De ese patrimonio amasado por el genio, laabnegación y el dolor de todo el pasado nacional, noqueda nada. [...] La historia reclama el gesto que reateel hilo de nuestra altiva tradición de libertadores.13

Tanto la Liga Republicana como la Legión de Mayo tuvieron un no-table protagonismo en el golpe de estado del 6 de septiembre de1930 que dio paso a la experiencia del uriburismo, crucial para lasposteriores transformaciones del universo ideológico nacionalista.

la revolución anunciada

La revolución de septiembre condensó las expectativas de cambiode los nacionalistas, que esperaban que el general José Félix Uri-buru liderara la reedificación del sistema político sobre nuevosfundamentos.

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Las ambiciones nacionalistas, sin embargo, pronto chocaroncon la limitada gravitación de sus ideólogos sobre el gobiernoprovisional. El repaso de la distribución de cargos efectuada porUriburu puede resultar ilustrativo del balance de poder entreconservadores y nacionalistas en el seno del régimen militar y, enel mismo sentido, de los proyectos políticos que pugnaban porimponerse. El orden conservador se hallaba claramente represen-tado en el gabinete a través de Enrique Santamarina, Matías Sán-chez Sorondo, Ernesto Bosch, Ernesto Padilla, Adolfo Bioy, Hora-cio Beccar Varela y Octavio Pico. Por su parte, los nacionalistas seinsertaban en los elencos de las intervenciones provinciales, sinduda en la periferia del punto neurálgico en la toma de decisio-nes del gobierno provisional; así, Carlos Ibarguren fue interven-tor en la provincia de Córdoba, acompañado de Enrique Torino,Arturo Mignaquy, Roberto de Laferrère y Eduardo Muñiz; Er-nesto Palacio fue funcionario de la intervención federal en SanJuan; Tomás Casares, de la de Corrientes.

Tras el golpe de estado, los conservadores pronto reclamaron aUriburu el retorno a la normalidad institucional a través de laconvocatoria a elecciones generales. Este reclamo presuponíamantener intacto el ordenamiento político previo, al entenderque el consenso –al menos tácito– del que había gozado el derro-camiento de Yrigoyen se traduciría automáticamente en el replie-gue electoral del radicalismo, que perdía en consecuencia su peli-grosidad a los ojos de sus tradicionales opositores.

Por su parte, la reforma auspiciada por los nacionalistas teníaentonces contornos muy indeterminados, aunque mínimamentese esperaba su total distanciamiento de la democracia de sufragiouniversal instalada a partir de la Ley Sáenz Peña. Por consi-guiente, suponía una remodelación drástica de las reglas deljuego político previa a cualquier convocatoria electoral. La cons-trucción de esa alternativa política fue adquiriendo una relativaprecisión a partir de la formulación oficial de una propuesta deinspiración corporativa, difundida en forma de manifiesto el 1º deoctubre de 1930. En ese manifiesto el general Uriburu volvía aafirmar que la revolución no había sido hecha sólo para suplantarhombres en el gobierno y reiteraba su aspiración de reformar la

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Constitución Nacional, sugiriendo como posibilidad la represen-tación funcional.14 Poco después, desde la intervención cordo-besa, Carlos Ibarguren sería el encargado de precisar el carácterde la reforma política uriburista, intentando deslindarla del mo-delo fascista y enfatizando su utilidad para combatir a los “políti-cos profesionales”:

ni vuelta a la demagogia y al imperio de los comités, nireformas exclusivamente fascistas… En el Parlamentopuede estar representada la opinión popular y acor-darse, también, representación a los gremios y corpora-ciones que estén sólidamente estructurados. La sociedadha evolucionado profundamente del individualismo de-mocrático que se inspira en el sufragio universal, a la es-tructuración colectiva que responde a intereses genera-les más complejos y organizados en forma coherentedentro de los cuadros sociales.15

El proyecto corporativo se fue diluyendo a medida que se hacíamanifiesta la tensión con los partidos políticos que habían respal-dado la estrategia golpista y, en consecuencia, mientras se angos-taba el margen de maniobra de Uriburu.16 Tras la derrota electo-ral en la provincia de Buenos Aires el 5 de abril de 1931, quedemostró que el radicalismo aún gozaba de buena salud y marcóla debacle inevitable del experimento militar, los nacionalistas vol-vieron a impulsar en vano la fallida iniciativa reformista a travésde sucesivos movimientos de opinión que al mismo tiempo inten-taban presionar al gobierno para que mantuviera el rumbo inicialy postergara la normalización institucional. Reacción Nacional yAcción Republicana fueron organizaciones efímeras que opera-ron en ese sentido, lideradas por diversas figuras del campo nacio-nalista: Leopoldo Lugones, Rodolfo y Julio Irazusta, Ernesto Pala-cio, Justo Pallarés Acebal, César Pico, Lisardo Zía. No faltaron lasvoces que clamaron por el mantenimiento sin plazos ni condicio-nes de la dictadura militar, aliada a la intelectualidad nacionalista,propuesta que abrevaba en La patria fuerte y en La grande Argentinade Lugones.17

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El gobierno militar no pudo sustraerse a la dinámica de losacontecimientos, que hicieron inevitable la reanudación de las lu-chas electorales en una trama institucional intacta, impermeablea las vagas pretensiones corporativas de su líder y de sus huestesnacionalistas, ni tampoco al desenlace de ese proceso, la llamada“restauración conservadora”. Algunos de sus principales exponen-tes, como los hermanos Irazusta o Ernesto Palacio, habían experi-mentado una temprana desilusión frente a la inacción uriburistay su indeterminación ideológica; no obstante, la mantuvieron re-servada hasta las postrimerías de su gestión, cuando se mostraríanabiertamente críticos desde la dirección de la tercera época de LaNueva República.18 La mayoría de los nacionalistas, en cambio, ha-brían de refugiarse en una idealización retrospectiva de la expe-riencia setembrina, vista como una oportunidad perdida para lainstauración de la ansiada regeneración de la política.19 Para unosy otros, sin embargo, el interregno uriburista sería clave en la de-finición de su perfil ideológico y en la transformación de sus prác-ticas políticas.

metamorfosis del nacionalismo

Una diferencia evidente entre el nacionalismo de las vísperas delgolpe del 6 de septiembre y el desarrollado durante la década deltreinta se observa en el aspecto organizativo. Como señaláramosmás arriba, al estallar el movimiento revolucionario los jóvenesnacionalistas se encuadraban en dos agrupaciones, la Liga Repu-blicana y la Legión de Mayo. En el transcurso de la década, encambio, el panorama del campo nacionalista se complejizó y sepobló de numerosas organizaciones rivales, a menudo diferencia-das apenas por matices y ocasionalmente dispuestas a acordar vín-culos temporales. Sin ánimo de dar cuenta de la totalidad de ellas,cabe mencionar a la Legión Cívica Argentina, surgida durante elperíodo uriburista; la Acción Nacionalista Argentina (ANA),luego devenida Afirmación de una Nueva Argentina (ADUNA); laLogia Teniente General Uriburu; la Milicia Cívica Nacionalista; la

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Guardia Argentina; el Partido Fascista Argentino; la Alianza de laJuventud Nacionalista (AJN). Los nacionalistas dispusieron tam-bién de varios órganos de prensa para difundir sus ideas en la opi-nión pública en una coyuntura caracterizada por la incertidum-bre política y los efectos de la depresión económica: BanderaArgentina, Crisol, Clarinada, Sol y Luna, Baluarte, Cuadernos Adunis-tas, El Pampero, Nueva Política, Nuevo Orden, entre otras publicacio-nes periódicas. A pesar de que a lo largo de la década se empren-dieron varias tentativas de coordinación y unificación, bajo ladirección política de Lugones y la dirección militar del almiranteAbel Renard el campo nacionalista sufrió una endémica fragmen-tación, similar a la experimentada por los conservadores en lastres décadas previas.

Estas diversas agrupaciones han sido objeto de variadas taxono-mías; sin embargo, en ocasiones las clasificaciones derivan en en-casillamientos demasiado rígidos que no dan cuenta de la fre-cuente circulación de dirigentes y militantes entre las diferentesopciones organizativas del universo nacionalista ni de la habitualcooperación entre ellas ni de sus elementos comunes.20 En efecto,más allá de la atomización, de los cismas y de las divergencias per-sonales, los nacionalistas compartieron ciertos rasgos políticosque en la mayoría de los casos habían sido marginales en su con-formación ideológica previa: catolicismo (con la excepción nadamenor de Lugones), corporativismo, antisemitismo, antiimperia-lismo, anticomunismo y un antiliberalismo cada vez más firme.21

Desde luego, no fue ajeno a esa transformación de la fisonomíadel nacionalismo el impacto de los acontecimientos políticos y delas tendencias ideológicas europeas, que operó sobre la realidadargentina polarizando el campo político y radicalizando las opcio-nes ideológicas.22 Pero esa metamorfosis también fue el fruto dela dinámica política interna de la “restauración conservadora”,que impulsó el distanciamiento y la radicalización de los antiguosaliados nacionalistas.

El fracaso del ensayo uriburista alentó la búsqueda de nuevosmodelos políticos, que en la década de 1930 procedieron de los go-biernos autoritarios europeos por entonces en plena expansión, enespecial del fascismo italiano y del franquismo, en tanto que el na-

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cionalsocialismo alemán resultó por lo general secundario en laconfiguración ideológica del nacionalismo, a excepción de algunasfiguras solitarias como Enrique P. Osés.23 Estos regímenes propor-cionaron a los nacionalistas experiencias modélicas que contribuye-ron a una definición más precisa de una alternativa al liberalismo,de cuyo seno habían emergido apenas un lustro antes.

En los años treinta el fascismo italiano, al calor del ascenso delnazismo, comenzó a perfilarse como un paradigma a imitar, tantoen Europa como fuera de ella.24 Dejó de ser una simple evidenciadel descrédito universal de la democracia y del liberalismo –talcomo era percibido por los nacionalistas argentinos en las postri-merías de la década previa– para adquirir un carácter modélicoincluso para otras fracciones de la derecha, como lo testimonia laadmiración que despertó en un conservador de viejo cuño comoEzequiel Ramos Mexía o en el ecléctico gobernador bonaerenseManuel Fresco.25 En buena medida, parte del rescate del fascismose fundaba en su capacidad de adaptación a la política de masas yen su eficiencia a la hora de cooptarlas y encuadrarlas vertical-mente con vistas a neutralizar la expansión del comunismo. Estapreocupación constituyó una verdadera obsesión en la década de1930, que llevó a etiquetar como “comunista” a un variado aba-nico de adversarios y enemigos políticos, y que condujo a diversasiniciativas parlamentarias tendientes a conjurar esa supuesta ame-naza, como el proyecto de ley de represión del comunismo auspi-ciado por el senador Matías Sánchez Sorondo en 1932 y 1936, y lacreación de la Comisión Popular Argentina contra el Comunismo(CPACC), dirigida por Carlos Silveyra.26 El anticomunismo tam-bién se materializó en el hecho de que varias entidades nacionalis-tas enarbolaran las banderas de la justicia social y elaboraran unaalternativa a las propuestas de la izquierda; en ese sentido se des-arrollaron las iniciativas de la Federación Obrera Nacionalista(FONA), de la Legión Cívica Argentina y, posteriormente, de laAlianza de la Juventud Nacionalista, así como los programas socia-les del mismo Fresco.27 El fascismo también proporcionaba unaorganización social corporativa que servía como opción frente alas sociedades liberales y democráticas, propiciada, entre otros,por Carlos Ibarguren y Manuel Gálvez.28

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El corporativismo también podía filiarse en el pensamiento ca-tólico, que en la década de 1930 se extendió en el ejército y en elmovimiento nacionalista, y condujo a la confesionalización de laidea de nación. Para muchos nacionalistas la adhesión al catoli-cismo estuvo en el origen de su conversión al credo fascista, puespor entonces la iglesia veía en el régimen italiano y en otras expe-riencias autoritarias contemporáneas un instrumento idóneo parasu contienda contra el liberalismo, la democracia y el comunismo,y, consecuentemente, para tener allanado el camino al Nuevo Or-den cristiano que la Segunda Guerra Mundial parecía hacerle avi-zorar.29 El consenso en torno de la nación católica fue incenti-vado por la Guerra Civil Española y por el resurgimiento delhispanismo, que favorecieron una lectura positiva del franquismo,elevado a la categoría de baluarte por excelencia de la nación ca-tólica en su combate contra esos tres enemigos. En esa misión des-plazaría al fascismo y aventajaría al ascendente nazismo, cuyos ro-ces con el pensamiento católico no inhibieron una actitudambigua y a menudo permisiva de la iglesia frente a las manifesta-ciones de los sectores más exaltados del laicado.30

Pero además del éxito de estos modelos europeos entre los na-cionalistas, en su distanciamiento respecto del conservadurismointervino también su forma de gestión del estado y la política. Lallegada del general Agustín P. Justo a la presidencia fue una de-cepción para los nacionalistas, puesto que su acceso al poderabortó definitivamente sus aspiraciones de una renovación radicalal restablecer en el poder a los denostados “profesionales de la po-lítica”, asociados en la Concordancia. Buena parte de los naciona-listas entablaron una lucha temprana contra el nuevo oficialismo,que incluyó sucesivas y fracasadas asonadas militares,31 auncuando algunas agrupaciones, como la Legión Cívica yANA/ADUNA, se habrían inclinado por colocarse bajo la órbitadel gobierno de Justo.32 Esa misma lucha hizo perdurar hastaaproximadamente 1935 la alianza entre los nacionalistas y elmundo conservador, alentada por la desconfianza común con res-pecto a las intenciones políticas del nuevo gobierno así como porla reactivación del radicalismo. Como lo ejemplifica el caso deFrancisco Uriburu, propietario y director de La Fronda y dirigente

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conservador que había adherido por razones pragmáticas a lacandidatura del general Justo, persistían los recelos de ese sectordel espectro partidario frente al nuevo presidente. Los fundamen-tos de esa desconfianza procedían de su negativa a liderar ungolpe de estado preventivo en 1928 para evitar el retorno de Yri-goyen a la presidencia, de sus vínculos con algunos sectores de laUnión Cívica Radical (UCR) y de su apuesta al desgaste del go-bierno provisional encabezado por el general Uriburu a fin de po-tenciar su propia candidatura. Asimismo, sin duda la distribucióndel poder en el interior de la Concordancia también alimentabasus prevenciones, dada la inclinación de Justo por el antipersona-lismo en detrimento de los conservadores.33

Por otra parte, la reanudación de las actividades conspirativasde la UCR, reorganizada bajo el liderazgo de Marcelo T. de Al-vear, tuvo su impacto en la alianza de nacionalistas y conservado-res. El descubrimiento de los complots liderados por el tenientecoronel Atilio Cattáneo, en diciembre de 1932, y por el tenientecoronel Roberto Bosch, en 1933, que condujo a numerosos diri-gentes radicales a la prisión o al exilio, reavivó la convicción com-partida de que la principal tarea de la revolución de septiembre–la supresión definitiva del radicalismo– seguía siendo una asigna-tura pendiente. La lucha contra el enemigo común –la incógnitagubernamental y el radicalismo– y la defensa de la reciente em-presa conjunta facilitaron la continuación de la inestable sociedadestablecida entre los nacionalistas de La Fronda y el conservadu-rismo de su propietario, aun cuando ambos adoptaron estrategiasdiferentes, inclinándose los primeros por la conspiración y el se-gundo por un distanciamiento prudente del gobierno.

deslindando posiciones

La situación se modificó sustancialmente a partir de 1935. El le-vantamiento de la abstención de un radicalismo al que se creía se-pultado por su autoexclusión de la vida política y por el impactode la muerte de Yrigoyen en 1933, y su retorno exitoso (los triun-

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fos electorales que le confirieron la gobernación de las provinciasde Entre Ríos, Tucumán y Córdoba, y el control de la Cámara deDiputados y del Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Ai-res) le plantearon a la Concordancia una clara cuestión de super-vivencia. Para enfrentarla, el oficialismo disponía de dos estrate-gias posibles: la que cuestionaba la Ley Sáenz Peña y proponíaderogarla para establecer un sufragio calificado (propuesta que yahabía circulado en tiempos de Uriburu) y la que postulaba elmantenimiento de la ley al mismo tiempo que buscaba instru-mentar los mecanismos conducentes a su vulneración en la prác-tica. Esta última estrategia, que fue la que finalmente se impuso,daba cuenta en última instancia de la centralidad que había ad-quirido la democracia en la cultura política argentina, al punto deimpedir su erradicación. A partir de entonces, el sistema políticoestaría caracterizado por el fraude como rasgo permanente, califi-cado por sus usufructuarios como “fraude patriótico”. El fuerteantirradicalismo que encerraba esta política despejó las inquietu-des de los conservadores que temían un acercamiento de Justo ala UCR y propició el abandono de su a menudo incómoda alianzacon los nacionalistas. Por su parte, éstos criticaron la soluciónfraudulenta, no por la manipulación de la voluntad popular queinvolucraba sino precisamente por la continuidad de la apelación(incluso falsificada) a ella, a pesar de las evidencias que a su juiciodemostraban palmariamente su inviabilidad. Los nacionalistaspropusieron con vehemencia la abolición lisa y llana del sistemademocrático y su reemplazo por una solución autoritaria al estiloeuropeo en lugar de la preservación –aun nominal– de la sobera-nía popular.

Se hicieron entonces más notorias las fricciones que veníanproduciéndose entre ambas fracciones de la derecha desde el fi-nal de la experiencia uriburista. Algunas tempranas medidas delgobierno habían generado fuertes cuestionamientos por partedel movimiento nacionalista, aun cuando por entonces distaronde alcanzar el consenso del que gozarían posteriormente. Entreellas se cuenta, sin duda, el Tratado Roca-Runciman, que buscóregular el comercio con el Reino Unido a fin de atemperar elefecto sobre las exportaciones argentinas de la política comercial

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británica instaurada a partir de la Conferencia de Ottawa, en elcontexto de la depresión económica mundial. Desde la perspec-tiva del nacionalismo, este acuerdo era lesivo para la soberanía na-cional y estaba a favor de los intereses británicos. Basta repasar susdeclaraciones –como el Manifiesto de la Liga Republicana del 22de mayo de 1933– o sus reflexiones más sistemáticas –como La Ar-gentina y el imperialismo británico, de los hermanos Irazusta– paracomprobar el combativo antiimperialismo y la briosa oposición alliberalismo económico exhibidos por los nacionalistas, incompa-tibles con la postura oficial del gobierno en la materia.34 El librode los Irazusta implicó la contundente reinterpretación del pa-sado de la Argentina liberal, que en los años subsiguientes consti-tuiría la esencia del revisionismo histórico, y fue un claro expo-nente del antiimperialismo, valor crecientemente reivindicadotanto por la derecha como por la izquierda.35 A la elite política dela “restauración conservadora” (“la oligarquía”) se le atribuía lacontinuidad de la defensa a ultranza de los intereses del capitalextranjero en menoscabo del interés nacional, iniciada en tiem-pos de Bernardino Rivadavia. Varios hechos de corrupción que sesucedieron en ese decenio y que envolvieron a figuras cercanas algobierno –aunque también salpicaron a la oposición radical–,como el negociado de las carnes revelado en el Senado por Lisan-dro de la Torre, el de la CHADE (Compañía Hispano Argentinade Electricidad) o más tarde el de las tierras de El Palomar, refor-zaron esa identificación y dieron lugar a múltiples denuncias, mu-chas de ellas recogidas y amplificadas en el Congreso por el sena-dor jujeño Benjamín Villafañe, así como también a la rotulaciónde esos años como “la década infame”, según la difundida expre-sión del periodista nacionalista José Luis Torres.36

El desgajamiento de los nacionalistas respecto de los conserva-dores en el transcurso de la década tuvo asimismo como conse-cuencia el distanciamiento crítico del mito fundador de su propiomovimiento. En efecto, el uriburismo fue quizás la encarnaciónmás patente de las ambigüedades ideológicas consustanciales a losorígenes del nacionalismo. Las declaraciones de Roberto de Lafe-rrère, líder de la Liga Republicana y editor de El Fortín, son pordemás elocuentes en su cuestionamiento a la apertura del general

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Uriburu a la influencia de los círculos conservadores y su renuen-cia a implementar cambios estructurales:

Fuimos uriburistas en setiembre de 1930. No podemosseguir siéndolo en enero de 1941. El general Uriburupertenece al pasado más respetable. Gracias a él tene-mos un pasado inmediato los nacionalistas, es decir, unaexperiencia acumulada: de aciertos y de errores. [...] Elgobierno de la revolución, con ser el mejor que hemostenido en lo que va del siglo, fracasó, porque cambió deplan en el camino o, mejor dicho, porque renunció atodo plan, inmovilizado por la acción subterránea de susenemigos, que no eran, por cierto, los muñecos políticosdel partido Radical, sino [...] hombres sonrientes y amis-tosos de la tendencia conservadora. [...] La debilidad desu gobierno, dentro del orden constitucional queadoptó como suyo, demostró que era otro el método delucha que exigían las circunstancias extraordinarias denuestra vida política. No lo olvidaremos nunca. Un or-den fundado en textos legales no puede ser destruidosin prescindir de los textos en que se funda.37

No sólo se condenaban los procedimientos legalistas a los que ha-bía recurrido el general Uriburu, sino que se reconsideraba laidentificación del verdadero enemigo, sindicado ahora como elconservadurismo que obstaculizaba la consecución de los intere-ses del nacionalismo. Algunos nacionalistas –ciertamente no to-dos– extraerían incluso como corolario de tal reevaluación la re-habilitación de Hipólito Yrigoyen, en consonancia con el rescatede la resignificada figura de Juan Manuel de Rosas. Cabe citar enese sentido el viraje de los Irazusta, de Palacio, de Gálvez, de Ra-món Doll, coincidente con la reivindicación efectuada por Forja,desprendida del tronco radical a partir de 1935.38

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final del juego

La brecha entre nacionalistas y conservadores fue ahondándoseen el transcurso de la década y haciendo inviable cualquier cola-boración entre ambas tendencias de la derecha. Esta tesitura nose alteró siquiera en 1936, ante la perspectiva –finalmente frus-trada– de la conformación de un frente opositor integrado por ra-dicales, socialistas, comunistas y demócrata progresistas con el ob-jetivo de enfrentar a la Concordancia en las eleccionespresidenciales del año siguiente. La convocatoria a participar dela iniciativa de un Frente Nacional que lo neutralizara –perge-ñada por Federico Pinedo, ministro de Hacienda de Justo–39 con-citó la adhesión del Partido Demócrata Nacional, que reunía a lasagrupaciones conservadoras de todo el país, pero en el campo delnacionalismo sólo obtuvo el respaldo de una muy minoritariafracción liderada por Carulla. En general, primó el rechazo a in-corporarse a esa empresa, tal como lo expresó con su habitual lla-neza Roberto de Laferrère:

El nacionalismo argentino rechaza la idea de cualquiervinculación con el “Frente Nacional”, cuya novedad, porlo demás, sólo consiste en el nombre. [...] Es un empeñomás de prolongar la triste historia de los viejos partidosen derrota, cuya misión en la política argentina ha con-sistido desde hace treinta años en engendrar, estimular yaun resucitar [...] aquello mismo que se propusieroncombatir: el radicalismo del señor Yrigoyen y de sus con-tinuadores.40

Durante las administraciones de Roberto M. Ortiz y de RamónCastillo la distancia se incrementó, aunque con altibajos coyuntu-rales. La fallida tentativa de depuración institucional promovidapor Ortiz, que auspiciaba el retorno a elecciones transparentes ya la “república verdadera” diseñada por Sáenz Peña, cosechó lamilitante oposición del nacionalismo, decidido a modificar deraíz el sistema político.41 Las transformaciones ideológicas experi-mentadas por este movimiento, reseñadas más arriba, le confirie-

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ron un neto carácter antisistema y antipartidocrático. Sólo algu-nas voces dentro de él, como la de Marcelo Sánchez Sorondo y lade Roberto de Laferrère, sugirieron la conveniencia de que el na-cionalismo se incorporara a la política partidaria y tratara de com-batir al sistema con sus propias armas, para evitar la perpetuacióndel conservadurismo.42 La vocación por la vía de la participacióncomicial llegó a plasmarse en varias organizaciones provinciales,aun cuando no fue el temperamento predominante dentro delconglomerado nacionalista.43

La política neutralista adoptada por Castillo frente a la SegundaGuerra Mundial, ardientemente reclamada por los nacionalistas–innegables partidarios de las potencias del Eje–; el impulso demedidas de corte nacionalista, tales como la creación de Fabrica-ciones Militares, los Altos Hornos de Zapla y la Flota Mercante, yla clausura del Concejo Deliberante porteño, vista como el prelu-dio –nunca concretado– del cierre definitivo del Congreso y de laanulación del sistema de partidos, le valieron una tregua expec-tante por parte de los nacionalistas. De todos modos, éstos no vis-lumbraban en Castillo las condiciones que le permitieran asumirel rol de gestor del cambio profundo que demandaban:

Sólo entonará nuestra política quien tenga concienciadel horror de la vida actual argentina [...] Puestos eneste plano de consideraciones mucho más reales que re-alistas, demasiado verdaderas para ser realistas, descarte-mos al Vice. Evidentemente el Dr. Castillo no es el ele-gido de la hora aunque sea el elegido del momento. [...]No se siente llamado a arreglar el país. Tampoco en-tiende que haya nada extraordinario para arreglar.44

Las aprensiones del nacionalismo hacia la actitud pragmática yequívoca de Castillo, oscilante entre la adopción de políticas carasal nacionalismo y la resurrección flagrante del fraude y de lasfuerzas conservadoras, eran una fuente de constantes suspicacias:

El filonacionalismo de este gobierno –con la neutrali-dad como su mejor expresión– tiene dos perspectivas

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finales, dos probabilidades teleológicas. O mete unacuña y abre una brecha en el régimen, lo que sería unfilonacionalismo bueno, o transforma y prolonga el ré-gimen, lo que sería un filonacionalismo malo. Para quela primera hipótesis –la hipótesis del tránsito– se cum-pliera, tendría el doctor Castillo que acabar con la lega-lidad y con la ilegalidad del fraude. [...] En la segundahipótesis –la hipótesis de la metempsicosis regiminosa,la más probable si la guerra no se decide a la fecha denuestras eventuales elecciones– la ruptura no muy ne-cesaria con la legalidad, de ocurrir, sería en beneficiode los conservadores.45

La designación de Robustiano Patrón Costas como candidato pre-sidencial oficialista estableció con claridad la opción por la que sehabía inclinado Castillo y fue el punto definitivo de inflexión enla indulgencia de los nacionalistas hacia su gobierno. Esa decisiónevidenciaba nítidamente la solidez de las raíces conservadoras delpresidente y su voluntad de remozar el régimen político que losnacionalistas consideraban como llamado a ser suprimido. Elgolpe de estado del 4 de junio de 1943 orquestado por el Grupode Oficiales Unidos (GOU) contó con su beneplácito, en tanto seesperaba de él la instauración de un nuevo orden político que en-carnara sus aspiraciones. El régimen militar concretó el reiteradoanuncio de la revolución nacional y constituyó una suerte de (efí-mera) primavera nacionalista, que condujo a sus militantes a de-positar sus esperanzas de transformación en la ascendente figuradel entonces coronel Juan Domingo Perón. Como en el caso deotras fuerzas políticas, incluyendo a los conservadores, la irrup-ción del peronismo habría de provocar en el seno del naciona-lismo el estallido de disensiones internas y frecuentes cismas; asi-mismo, para buena parte de ellos derivaría en una nuevadecepción. El examen del derrotero de este nuevo vínculo excedesin embargo los límites temporales de este trabajo.

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a modo de balance

Al igual que la derecha europea, que en el curso de una convul-sionada entreguerra optó por morigerar sus fricciones internas ypriorizar las coincidencias, los conservadores y los nacionalistasargentinos acordaron una alianza en la que convergieron motiva-ciones diversas y en la que predominó sin embargo la lucha con-tra el enemigo común: el radicalismo.46 Esa alianza se establecióen una coyuntura percibida como particularmente crítica, sig-nada por el retorno de Yrigoyen a la presidencia y luego por la ex-periencia uriburista que pretendió erradicar al radicalismo de lavida política argentina. El crispado anti-yrigoyenismo profesadopor los conservadores, que a partir de la aplicación de la LeySáenz Peña habían sido desplazados de posiciones de poder queconsideraban inherentes a su rango social, facilitó la apertura alos discursos y a las prácticas políticas más extremas, propiciadaspor la nueva derecha enrolada en el nacionalismo. Entre los na-cionalistas esa alianza fue facilitada por las notables ambigüeda-des ideológicas iniciales frente al liberalismo, que actuaron comolímites de su proyecto político. Pero además de estas confluenciasde corte ideológico, es indudable que intervinieron consideracio-nes estratégicas. Para los jóvenes nacionalistas la alianza con losconservadores podía reportarles un andamiaje organizativo y fi-nanciero desde el cual difundir su ideario; en ese sentido, tanto larevista Criterio como el diario La Fronda constituían importantesplataformas de lanzamiento hacia públicos diferenciados, aunqueaunados en su rechazo del radicalismo. Para los conservadores,los nacionalistas resultaron aliados muy útiles para la agitación, laconspiración y la nueva etapa en que estaba en juego la definitivaeliminación del yrigoyenismo de la arena política. Su relación nodejó de tener una faceta instrumental, tendiente a subordinarlosa su estrategia de construir un escenario político libre de la parti-cipación del radicalismo pero fundado en la política de partidos.

Este objetivo salió rápidamente a la luz en tiempos del uribu-rismo, un período de hondo desencanto para los nacionalistas.Sus esperanzas de introducir cambios sustanciales y definitivos enel sistema político se vieron defraudadas por las indeterminacio-

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nes ideológicas del general Uriburu y por su priorización del pro-yecto político de las fuerzas conservadoras.

En los primeros tiempos del gobierno del general Justo se asistióa la convivencia forzada entre nacionalistas y conservadores, moti-vada por la trayectoria política del presidente, por los delicadosequilibrios internos de la coalición oficialista y por el resurgi-miento de una levantisca UCR. No obstante, una vez que el go-bierno blanqueó su política hacia el radicalismo, disipó las objecio-nes conservadoras y, por consiguiente, la alianza con losnacionalistas se tornó innecesaria y embarazosa, complicada poruna creciente incompatibilidad ideológica entre ambos. Desde elefímero gobierno uriburista, el nacionalismo fue definiendo conmás nitidez su perfil ideológico, dejando fuera al liberalismo, a lademocracia, a la política de partidos, e introduciendo nuevas pers-pectivas de vinculación con las masas y una reconsideración críticadel pasado nacional, aun cuando el bosquejo de un sistema polí-tico sustitutivo y las acciones concretas para instaurar un nuevo or-den continuaron siendo imprecisos. La ortodoxia doctrinaria y laintransigencia política hacían inevitable la ruptura de los naciona-listas con las estrategias que los conservadores propiciaban dentrodel marco del sistema de partidos. Los forzosos roces entre ambos,atemperados por el fragor de las luchas políticas durante más deun lustro, se hicieron entonces mucho más manifiestos. Mientrasque las agrupaciones conservadoras se comprometieron con el jus-tismo en el seno de la Concordancia, los nacionalistas se distancia-ron tanto de sus antiguos socios como de su propio mito de los orí-genes, sometido a una crítica revisión. A pesar del restringidoapoyo inicial a Castillo, percibido como más cercano al naciona-lismo en función de algunas de las políticas de gobierno que imple-mentó, los nacionalistas no encontraron en él a un líder dispuestoa llevar a cabo la ansiada “revolución nacional”. En su lugar, dieronla bienvenida al golpe de estado que lo depuso, renovando susperspectivas de transformación política y su confianza en la con-ducción castrense de ese proceso. Como no tardarían en advertir,sin embargo, habrían de experimentar una nueva frustración desus expectativas.

Más allá de los desencuentros y las desavenencias, de la contra-

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dictoria vinculación entre nacionalistas y conservadores, subsistióuna herencia perdurable. Así como hasta los primeros años de ladécada de 1930 el nacionalismo argentino se desarrolló en el senodel horizonte ideológico del liberalismo para iniciar una gradualevolución hacia una definición política emancipada de esa tradi-ción, algunos de sus valores nodales fueron permeando insensible-mente otras expresiones del espectro político. En un clima deideas signado por una creciente polarización ideológica y el as-censo irrefrenable de los autoritarismos europeos que desemboca-ron en una nueva guerra, el anticomunismo, el antiliberalismo, elantisemitismo y el desapego por las instituciones democráticas –te-mas blandidos tradicionalmente por los nacionalistas– hallaronuna acogida cada vez más favorable en amplios sectores del arcopolítico. Por otra parte, a pesar de los enfrentamientos con los su-cesivos gobiernos de la “restauración conservadora”, los nacionalis-tas tuvieron una importante presencia institucional en el ámbitode la cultura y la educación. En efecto, algunos elementos caracte-rísticos del entramado ideológico nacionalista fueron filtrándose aotros actores políticos y sociales, conservadores incluidos, a travésde la producción literaria de algunos de sus representantes más cé-lebres (como Lugones, Gálvez, Ibarguren o Hugo Wast), del con-trol de organismos oficiales de ambas áreas, como la Comisión Ar-gentina de Cooperación Intelectual, la Academia Argentina deLetras, la Comisión Nacional de Cultura, la Biblioteca Nacional, elInstituto Cinematográfico Argentino o el Consejo Nacional deEducación, de la imposición de la enseñanza religiosa en las escue-las de varios distritos provinciales, y de sus vínculos con la iglesia yel ejército. Aunque débiles desde el punto de vista organizativo yformalmente rechazados por el conservadurismo, los nacionalistasejercieron una fuerte influencia cultural y dejaron un rastro inde-leble e insospechado en el imaginario de la sociedad argentina.

En suma, en el período analizado las fronteras entre el mundoconservador y la constelación nacionalista fueron en ocasionespermeables y porosas, tanto por las motivaciones de orden estra-tégico que los llevaron a asociarse en circunstancias críticas pararepeler los desafíos planteados por el enemigo común como porlas influencias ideológicas en ambas direcciones.

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notas 229

18 Pedro Pico también era un conocido autor de la década de 1920.Como García Velloso, participaba activamente de la organización gre-mial de los autores y de la defensa de los derechos de autor. Para losaños del Centenario vivió en Santa Rosa (La Pampa), donde fundóun Centro Socialista. Fue elegido concejal e intendente y participó enla Liga Agraria, en defensa de los chacareros de la región y en contrade los terratenientes.

19 Boletín de la Sociedad de Autores, junio de 1920.20 Ibíd., diciembre de 1920.21 El límite eran diez votos por socio, aunque los estrenos en total

fueran más de 50, y diez votos aunque su capital superara lo estipu-lado. Nadie podía tener más de 21 votos.

22 “Proyecto del Dr. Pico para nuevos estatutos de la SADA”, LaMontaña, 6 de diciembre de 1920.

23 Íd.24 Boletín de la Sociedad de Autores, diciembre de 1920.25 Íd.26 Ibíd., marzo de 1921.27 “Manifiesto de la Federación”, Boletín de la Sociedad de Autores, abril de

1921.28 “La Asamblea de Actores”, Libre Palabra, 12 de marzo de 1921.29 “Frente al 1 de Mayo”, Boletín de la Sociedad de Autores, abril de 1921.30 “La entusiasta asamblea de anoche”, Crítica, 10 de mayo de 1921.31 Manifiesto de la Federación, 14 de mayo de 1921.32 Boletín Informativo. Órgano de la Federación Gentes de Teatro, 14 de mayo

de 1921.33 “Pacto de Reciprocidad”, Boletín del Círculo de Autores, julio de 1921.34 “Es una hora de gravedad, pero no por razones económicas”, La

Nación, 12 de mayo de 1921.35 “Pacto de Reciprocidad”, ob. cit.36 “El conflicto teatral”, Crítica, 5 de julio de 1921.37 Fernando Rocchi, “Un largo camino a casa: empresarios, trabajadores e

identidad industrial en Argentina, 1880-1930”, en Juan Suriano (comp.),La cuestión social en Argentina 1870-1943, Buenos Aires, La Colmena, 2000.

6. nacionalistas y conservadores,entre yrigoyen y la “década infame”

1 He explorado este itinerario en María Inés Tato, Viento de fronda. Libe-ralismo, conservadurismo y democracia en la Argentina, 1911-1932, BuenosAires, Siglo XXI, 2004.

2 Para un relación de las principales teorías interpretativas del naciona-lismo, desde la postura étnico-cultural de Anthony Smith hasta lamodernista de Eric Hobsbawm o Ernest Gellner, véanse Gil Delannoi-Pierre André Taguieff, Teorías del nacionalismo, Buenos Aires, Paidós,1993, o Andrés de Blas Guerrero, Nacionalismos y naciones en Europa,Madrid, Alianza, 1994. Algunos enfoques más recientes acerca de lacuestión se encuentran reseñados en Graham Day y Andrew Thomp-son, Theorizing Nationalism, Hampshire, Palgrave Macmillan, 2004.

3 Para un muestrario de esa variedad de periodizaciones, véanse OscarTroncoso, Los nacionalistas argentinos: antecedentes y trayectoria, Buenos

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Aires, SAGA, 1957; Federico Ibarguren, Orígenes del nacionalismo argen-tino, 1927-1937, Buenos Aires, Celcius, 1969; Marysa Navarro Gerassi,Los nacionalistas, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1969; Enrique ZuletaÁlvarez, El nacionalismo argentino, t. I, Buenos Aires, La Bastilla, 1975;María Inés Barbero y Fernando Devoto, Los nacionalistas (1910-1932),Buenos Aires, CEAL, 1983; Sandra McGee Deutsch, Counterrevolutionin Argentina, 1900-1932. The Argentine Patriotic League, Nebraska, Uni-versity of Nebraska Press, 1986; Cristián Buchrucker, Nacionalismo yperonismo, Buenos Aires, Sudamericana, 1987; Sandra McGee Deutschy Ronald Dolkart, The Argentine Right: its History and Intellectual Origins,1910 to the present, Wilmington, Scholarly Resources Books, 1993;David Rock, La Argentina autoritaria, Buenos Aires, Ariel, 1993; ElenaPiñeiro, La tradición nacionalista ante el peronismo. Itinerario de una espe-ranza a una desilusión, Buenos Aires, A-Z Editora, 1997; David Rock ycols., La derecha argentina. Nacionalistas, neoliberales, militares y clericales,Buenos Aires, Javier Vergara Editor, 2001; Lilia Ana Bertoni, Patriotas,cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la nacionalidad argentina afines del siglo XIX, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001.

4 Para esta última datación, véase Fernando J. Devoto, Nacionalismo, fas-cismo y tradicionalismo en la Argentina moderna. Una historia, BuenosAires, Siglo XXI, 2002. Sobre la Liga Patriótica Argentina, SandraMcGee Deutsch, ob. cit., y Luis María Caterina, La Liga PatrióticaArgentina. Un grupo de presión frente a las convulsiones sociales de la décadade 1920, Buenos Aires, Corregidor, 1995.

5 Acerca de la composición social de los nacionalistas, véase SandraMcGee Deutsch, Las derechas: the extreme right in Argentina, Brazil, andChile 1890-1939, Stanford, Stanford University Press, 1999, pp. 203 y 204.

6 Ernesto Palacio, “Carta abierta al Dr. Augusto Rodríguez Larreta”, LaFronda, 16 de diciembre de 1929. Para una nómina más extensa de lasinfluencias ideológicas de los nacionalistas argentinos del período,véase Enrique Zuleta Álvarez, ob. cit., p. 217.

7 “Anoche se manifestó espontáneamente una poderosa reaccióncontra el señor Yrigoyen”, La Fronda, 27 de septiembre de 1929.

8 Los siguientes colaboradores del diario integraron la Liga Republi-cana: Héctor Bustamante, Juan E. Carulla, Roberto de Laferrère,Rodolfo Irazusta, Ernesto Lombardi, Delfín Ignacio Medina, Pedro E.Meitin, Carlos Monla Valdez, Eduardo Muñiz (h.), Ernesto Palacio,Justo Pallarés Acebal, Luis León Uberman, Lisardo Zía. Acerca delfinanciamiento, véase Juan Carulla, Al filo del medio siglo, Buenos Aires,Huemul, 1964, p. 254.

9 Citado en Julio A. Quesada, Orígenes de la Revolución del 6 de septiembrede 1930, Buenos Aires, Librería Anaconda, 1930, pp. 75 y 76.

10 Acerca de la inserción inicial de esta generación de nacionalistas en elhorizonte ideológico del liberalismo, véase Fernando Devoto, ob. cit.

11 Alfonso de Laferrère, “La paradoja de los socialistas independientes”,La Fronda, 16 de enero de 1930.

12 Julio Irazusta, Memorias (historia de un historiador a la fuerza), BuenosAires, Ediciones Culturales Argentinas, 1975, p. 190.

13 Citado en Julio A. Quesada, ob. cit., pp. 80 y 81.14 “Cuando los representantes del pueblo dejen de ser meramente repre-

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notas 231

sentantes de comités políticos y ocupen las bancas del Congreso obre-ros, ganaderos, agricultores, profesionales, industriales, etc., lademocracia habrá llegado a ser entre nosotros algo más que una bellapalabra” (José Félix Uriburu, “Manifiesto del 1º de octubre de 1930”,La palabra del general Uriburu, Buenos Aires, Roldán Editor, 1933, p. 24).

15 Carlos Ibarguren, La historia que he vivido, Buenos Aires, Dictio, 1977,p. 541.

16 Acerca de las tensiones entre el proyecto corporativo y el conservadoral interior del uriburismo, véase Fernando J. Devoto, “Nacionalistas,militares y políticos: la revolución de 1930”, ob. cit., cap. 5.

17 Para un análisis de los contenidos de estos trabajos, véase EnriqueZuleta Álvarez, ob. cit., pp. 129-157.

18 Fernando J. Devoto, ob. cit., pp. 275 y 276.19 Ronald Dolkart se refiere a esa mirada de la etapa uriburista como “el

mito de septiembre” (Ronald H. Dolkart, “La derecha durante ladécada infame”, en David Rock y cols., La derecha argentina. Nacionalis-tas, neoliberales, militares y clericales, Buenos Aires, Ediciones B, 2001, p.158). Federico Finchelstein, por su parte, se inclina por referirse al“mito del general Uriburu” (Federico Fichelstein, Fascismo, liturgia eimaginario. El mito del general Uriburu y la Argentina nacionalista, BuenosAires, Fondo de Cultura Económica, 2002).

20 En este aspecto seguimos a Sandra McGee cuando afirma: “Más quedividir al nacionalismo en facciones mutuamente excluyentes, esmejor verlo como una coalición de fuerzas derechistas extremas cam-biantes, algunas más radicales que otras. La importancia reside en elconjunto, antes que en las agrupaciones individuales” (SandraMcGee, Las derechas…, ob. cit., p. 207 [trad. de la autora]).

21 Ronald Dolkart, ob. cit.; Alberto Spektorowski, The origins of Argenti-na’s revolution of the right, Notre Dame, Indiana, University of NotreDame Press, 2003; Loris Zanatta, Del estado liberal a la nación católica.Iglesia y ejército en los orígenes del peronismo. 1930-1943, Bernal, Universi-dad Nacional de Quilmes, 1996; Daniel Lvovich, Nacionalismo yantisemitismo en la Argentina, Buenos Aires, Ediciones B, 2003.

22 Tulio Halperin Donghi, La Argentina y la tormenta del mundo. Ideas eideologías entre 1930 y 1945, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003.

23 Acerca de la trayectoria de Osés, véase Marcus Klein, “The politicallives and times of Enrique P. Osés (1928-1944), en Marcela GarcíaSebastiani (ed.), Fascismo y antifascismo. Peronismo y antiperonismo. Con-flictos políticos e ideológicos en la Argentina (1930-1955), Madrid,Iberoamericana-Vervuert, 2006.

24 Sobre la difusión internacional del fascismo pueden consultarse loslibros clásicos de Walter Laqueur (ed.), Fascism. A reader’s guide, Berke-ley-Los Ángeles, University of California Press, 1978, y de ThierryBuron y Pascal Gauchon, Los fascismos, México, Fondo de CulturaEconómica, 1983.

25 Ezequiel Ramos Mexía, “La segunda misión a Italia (1933)”, en Mismemorias, 1853-1935, Buenos Aires, La Facultad, 1936, cap. XVIII;Manuel Fresco, Conversando con el pueblo, Buenos Aires, Damiano,1938, e Ideario Nacionalista, Buenos Aires, Padilla & Contreras, 1943.

26 Ronald Dolkart, ob. cit., pp. 169 y 170.

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232 conflictos en democracia

27 Sandra McGee, Las derechas…, ob. cit., pp. 218-234; Alberto Spekto-rowski, “The integralist right and the populist left: anti-imperialism,productionism, and social justice”, en ob. cit., cap. 5; Marcus Klein,“Argentine Nacionalismo before Perón: the case of the Alianza dela Juventud Nacionalista, 1937-c. 1943”, Bulletin of Latin AmericanResearch, vol. 20, nº 1, 2001; Rafael Bitrán y Alejandro Schneider, Elgobierno conservador de Manuel A. Fresco en la provincia de Buenos Aires:1936-1940, Buenos Aires, CEAL, 1991; Emir Reitano, Manuel A.Fresco, antecedentes del gremialismo peronista, Buenos Aires, CEAL,1992; María Dolores Béjar, “El gobierno de Fresco y la tendenciaautoritaria, 1936-1940”, en El régimen fraudulento. La política en la pro-vincia de Buenos Aires, 1930-1943, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005,cap. 6.

28 Carlos Ibarguren, La inquietud de esta hora. Liberalismo, corporativismo,nacionalismo, Buenos Aires, La Facultad, 1934; Manuel Gálvez, Estepueblo necesita…, Bolívar, Librería de A. García Santos, 1934.

29 “Hubo en Buenos Aires quienes debieron sus convicciones políticas asus convicciones religiosas [...] una generación que sólo por católicosllegaron al fascismo, que por su inteligencia católica comprendierontoda la grandeza del resurgimiento secular que proclama el fascismo”(Marcelo Sánchez Sorondo, “Elecciones nacionales”, La Revoluciónque anunciamos, Buenos Aires, Nueva Política, 1945, p. 180).

30 Loris Zanatta, ob. cit., pp. 274-280 y 291-293.31 Carlos Ibarguren (h.), Roberto de Laferrère (Periodismo-Política-Historia),

Buenos Aires, Eudeba, 1970, pp. 67 y 68.32 Federico Ibarguren, ob. cit., p. 204. Según Enrique Zuleta Álvarez

(ob. cit., p. 283), Justo “ejercía un contralor sutil” sobre estas organi-zaciones nacionalistas, desviándolas hacia el combate contra elcomunismo en pos de aplacar su lucha contra el oficialismo.

33 Darío Macor, “Partidos, coaliciones y sistema de poder”, en AlejandroCattaruzza (dir.), Crisis económica, avance del Estado e incertidumbre polí-tica (1930-1943), t. VII, Buenos Aires, Sudamericana, 2001, col.“Nueva Historia Argentina”, pp. 58-71.

34 El manifiesto de la Liga está reproducido en Federico Ibarguren, ob.cit., pp. 160-163. El libro de los Irazusta data de 1934.

35 Diana Quattrocchi-Woisson, Los males de la memoria. Historia y políticaen la Argentina, Buenos Aires, Emecé, 1998.

36 Torres desplegó sus denuncias contra el régimen conservador en unaserie de publicaciones. Entre ellas, cabe señalar –además del librohomónimo de 1945 que dio lugar a la caracterización del período–Los perduellis (1943) y Algunas maneras de vender la patria (1940).

37 Citado en Carlos Ibarguren (h.), ob. cit., pp. 84-85.38 Alberto Spektorowski, ob. cit., pp. 105-108 y 156-160.39 Federico Pinedo, En tiempos de la república, t. I, Buenos Aires, Mundo

Forense, 1946, p. 184.40 Manifiesto del 3 de junio de 1936, citado en Federico Ibarguren, ob.

cit., p. 352.41 Acerca del proyecto de Ortiz, véase Tulio Halperin Donghi, La repú-

blica imposible (1930-1943), Buenos Aires, Ariel, 2004, pp. 236-249.42 Marcelo Sánchez Sorondo, “El banquete de camaradería”, La Revolu-

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notas 233

ción…, ob. cit., pp. 212 y 213 (artículo publicado en Nueva Política enjulio de 1942). La opinión de De Laferrère, expresada en diciembre de1942 en las sesiones del Congreso de la Recuperación Nacional, estáreproducida en Carlos Ibarguren (h.), ob. cit., pp. 98-100. Un ejemplodel criterio contrario a la participación comicial, aun concebida comorecurso excepcional dictado por la coyuntura, puede encontrarse enEnrique P. Osés, “La lucha electoral y el nacionalismo”,Medios y fines delnacionalismo, Buenos Aires, Sudestada, 1968, pp. 49-54 (recopilación deartículos publicados en El Pampero en 1941).

43 Para un análisis de estas iniciativas, véanse Cristián Buchrucker, ob.cit., pp. 209-214, y Elena Piñeiro, ob. cit., pp. 184-204.

44 Marcelo Sánchez Sorondo, “Se necesita ser actual”, La Revolución…,ob. cit., pp. 191 y 192 (artículo publicado en Nueva Política en mayode 1942).

45 Marcelo Sánchez Sorondo, “Dos hipótesis”, ibíd., pp. 223 y 224 (artícu-lo publicado en Nueva Política en octubre de 1942).

46 Para una exploración de las relaciones de los conservadores y de laextrema derecha en Europa durante la primera posguerra a través dediversos casos nacionales, véase Martin Blinkhorn (ed.), Fascist andConservatives: the Radical Right and the Establishment in Twentieth-CenturyEurope, Londres, Unwin Hyman, 1990.

7. la llegada del manganello. los fascistasa la conquista de la associazione reducidi guerra europea, 1924-1926

1 L’Italia del Popolo, 25 de enero de 1925.2 María Victoria Grillo, “Aproximaciones historiográficas sobre unfenómeno poco conocido: I fasci italiani all’estero, 1922-1943”, en VJornadas De Historia Moderna y Contemporánea, Mar del Plata,2006.

3 Entre 1923 y 1928 murieron ocho fascistas. Piero Parini, Gli Italianinel Mondo, Milán, 1935.

4 Dora Gabaccia, “Gli italiani nel mondo e la storia d’Italia.Interventisu Roslyn Pesman”, ALTREITALIE, Fondazione Giovanni Agnelli,Turín, n° 16, julio-diciembre de 1997.

5 E. Franzina y M. Sanfilippo (eds.), Il fascismo e gli emigrati. La paraboladei Fasci italiani all’estero 1920-1943, Roma, Laterza, 2003.

6 Eugenia Scarzanella, “Camicie nere”, en Eugenia Scarzanella (ed.),Fascisti in Sud America, Florencia, Biblioteca di Nuova Storia Contem-poranea, 2005, p. VIIII.

7 Íd.8 Alessandro Tedeschi perteneció a la masonería; fundó y dirigió elLaboratorio de Anatomía Patológica del Hospital de Alienadas, y fuejefe de Cirugía en el Hospital Italiano de Rosario. Véase DionisioPetriella y Sara Sosa Miatello, Diccionario biográfico ítalo-argentino,Buenos Aires, Dante Alighieri, 1976.

9 En 2003, la asociación continuaba funcionando en el mismo lugar,con 400 socios, según datos del consulado italiano.

10 L’Italia, 19 de febrero de 1922, p. 3.11 La Liga tenía su sede en la calle Independencia 4217 de Buenos